Los Siete Domingos de San José

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Los Siete Domingos de San José [1]

Agustín del Divino Corazón – Manizales, Colombia (2009)


Los Siete Domingos de San José comienzan
el Primer Domingo de Febrero y terminan el Tercer Domingo de Marzo,
antes de la Fiesta de San José, el 19 de Marzo.
Invocación a San José
¡San José, guardián de Jesús y casto esposo de María! Tú empleaste toda tu vida
en el perfecto cumplimiento de tu deber. Tú mantuviste a la Sagrada Familia de
Nazaret con el trabajo de tus manos. Protege bondadosamente a los que se
vuelven confiadamente a ti. Tú conoces sus aspiraciones y sus esperanzas. Ellos
se dirigen a ti porque saben que tú los comprendes y proteges. Tú también supiste
de pruebas, cansancio y trabajo. Pero aun dentro de las preocupaciones
materiales de la vida, tu alma estaba llena de profunda paz y cantó llena de
verdadera alegría debido al íntimo trato que gozaste con el Hijo de Dios, que te fue
confiado a ti a la vez a María, Su tierna Madre. Amén.

1º Domingo – Dolor y Gozo


El Anuncio del Ángel, de que lo Concebido en María
es Obra del Espíritu Santo.

San José dice:


Julio 8/2009 (9:15 pm)
Hijos míos: La Santísima Virgen María fue siempre la alegría para mi pobre
corazón, porque encontraba en ella, el Modelo Perfecto de Santidad. Todo lo que
pasaba por sus virginales manos quedaba impregnado del aroma de su pureza;
por donde pasaba dejaba rastro de su candorosa presencia; presencia que dejaba
atónitos a los Santos Ángeles; presencia que extasiaba la naturaleza entera ante
su singular belleza.
Dios se excedió en Bondad para conmigo al cruzarla en mi camino; camino
embellecido de rosas finas; camino suave y ligero, porque lo más preciado del
Padre Eterno estaba a mi lado: la Mujer vestida de sol me irradiaba con su luz
esplendorosa. Luz que por un momento empezó a opacarse, porque no
comprendía el gran Misterio de la Anunciación. Misterio que hizo del vientre de
María: Tabernáculo Vivo del Amor Divino; Misterio que no afectó en nada la
pureza de mi virginal Esposa; misterio que me conllevó a la duda y a la angustia,
porque me sentía indigno de ser el esposo de la Madre de Dios. No comprendía
que un humilde carpintero formara parte de uno de los designios divinos.
Designios que abrieron mi entendimiento humano; designios que corrieron las
cortinas de mis ojos para ver más allá; designios que alcancé a comprender desde
el mismo instante que un Ángel me reconforta en un sueño, me insta a no temer, a
no repudiar a María, a servirle con caridad, a protegerla a ella y al Niño que
llevaba en su vientre. Niño que también sería mi Hijo. Hijo que Le amaría con el
amor más tierno de padre. Hijo que Le adoraría como al Dios: Uno y Trino. Hijo
que engalanaría mi taller con Su presencia celestial. Hijo que acompañaría por un
período de treinta años. Hijo que dejaría huellas indelebles en mi alma; Su
recuerdo permanecería en mí por años sin término. Hijo que me llevaría a los
cielos para desde allí glorificarle y alabarle.
Hijos amados, os llamo a no vacilar ante los Misterios de Dios; acogedlos con
amor en vuestro corazón; abandonaos por entero a Su Divina Voluntad para que
os ganéis una de las moradas en el cielo. Pedidle a María que estampe en la
profundidad de vuestro ser Su Fiat, de tal modo que seáis dóciles a las
inspiraciones del Espíritu Santo.
Oración del Papa León XIII
A ti, bienaventurado José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar
el auxilio de tu Santísima Esposa, solicitamos también confiadamente tu
patrocinio. Por aquella caridad que, con la Inmaculada Virgen María, Madre de
Dios, te tuvo unido y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús,
humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con
Su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras
necesidades. Protege, oh providentísimo Custodio de la Divina Familia, la
escogida descendencia de Jesucristo; aparta de nosotros toda mancha de error y
de corrupción; asístenos propicio desde el cielo, fortísimo Libertador nuestro, en
esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste al Niño
Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defiende la Iglesia Santa de Dios
de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de
nosotros protégenos con perpetuo Patrocinio para que a ejemplo tuyo y sostenidos
por tu auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzar en los
cielos la eterna bienaventuranza. Amén.

Rosario de San José, por Agustín del Divino Corazón,


Colombia (2007).
***

2º Domingo – Dolor y Gozo


La búsqueda de posada en Belén.
San José dice:
Agosto 2/2009 (1:30 pm)
Hijos amados, estaba anunciado por los profetas que Jesús nacería en Belén.
Dios se valió del Emperador Augusto para dar cumplimiento a la profecía, por eso
marché con mi esposa para empadronarnos, a inscribirnos en la Ciudad de David;
ciudad que Le cerraría las puertas al Hijo de Dios; ciudad que no tenía espacio
para albergar al que todo lo puede. Ciudad desentendida del gran Misterio que
estaba a punto de Nacer. Ciudad desprotegida que desplazó al Santo Dios, Santo
Fuerte y Santo Inmortal. Ciudad que arrinconó en un establo al Mesías Dios
esperado. Ciudad que produjo en mi corazón un gran dolor, porque el Verbo de
Dios Encarnado era excluido. Ciudad que envió al Rey de reyes y Señor de
señores al escampado, a la intemperie.
Hijos amados, mi corazón sollozaba porque no encontraba sitio para hospedar a la
Madre de Dios. Madre que no midió consecuencias con Su Fiat. Madre que venció
falsas leyes y criterios humanos. Madre que no se dejó amilanar ante las
adversidades. Madre que siempre supo confiar en Dios. Madre que no se
desesperó ante las negativas de los hospederos. Madre que no le importó dirigirse
a un establo para el alumbramiento de su Hijo; establo cómplice del Amor Santo y
Divino. Establo que dio abrigo y cobijó al Recién Nacido, al Hijo de Dios. Establo
que evidenció el más hermoso de los espectáculos celestiales. Establo que fue
visitado por los Ángeles del Cielo; Ángeles que descendieron a adorarle. Establo
que se convirtió en una pequeña porción del cielo en la tierra. Porción a la que
llegaron tres reyes de Oriente a ofrendarle: incienso, mirra y oro. El gran dolor que
llevaba en mi corazón se convirtió en un gran gozo. Gozo, porque el cielo fue
tapizado con multitud de estrellas; gozo, porque los Santos Ángeles entonaron los
más bellos cantos; gozo, porque ya no estábamos solos: miríadas y miríadas de
seres angelicales llegaban hacia el Niño Jesús a alabarle y glorificarle porque Dios
se había hecho Hombre.
Hijos amados, id vosotros al establo de los Sagrarios que allí también se
encuentra el Recién Nacido; ofrendadle el incienso de vuestra oración, la mirra de
vuestros sacrificios y el oro de vuestra conversión perfecta; anonadaos frente a Su
Presencia y desbocaos en mimos para con Él.

3º Domingo – Dolor y Gozo


El Nacimiento del Niño Jesús en Belén
(y Su Circuncisión a los 8 días)

San José dice:


Agosto 3/2009 (6:30 am)

Carísimos hijos, a los ocho días del Nacimiento del Niño Jesús, dando
cumplimiento a la Ley de Moisés, circuncidé al Recién Nacido. Mi corazón
naufragó en el dolor, porque por fidelidad a los Mandatos Divinos tuve que cortar
un pedazo de Carne al Divino Niño. Niño que derramó por primera vez Su Sangre
Preciosa. Niño que lloró desconsoladamente ante Su primer sufrimiento. Niño que
sería holocausto de Amor Divino para toda la humanidad. Niño que llevaría sobre
Sus delicados hombros un gran peso: la salvación de los hombres. Niño que, a
medida que iba creciendo, crecía en Gracia y en Sabiduría. Niño que en el
momento de la circuncisión cercenó mi corazón; Sus Lágrimas purificaban aún
más mi alma; Su llanto retumbaba en mis oídos; Sus gemidos quebrantaban mi
espíritu; Su impotencia me llevó a amarle con frenesí, a adorar Su Sangre
Preciosa; Sangre que lavaría al mundo de todo pecado; Sangre que purificaría la
tierra entera de toda iniquidad; Sangre que blanquearía cada corazón como copo
de nieve; Sangre que embriagaría a toda creatura en deseos de santidad; Sangre
que arrebataría a todos Sus hijos hacia el cielo. El Inmaculado Corazón de María
fue traspasado por una espada de dolor, Sus Lágrimas fueron bálsamo sanador
para el Niño Jesús; Su regazo maternal alivianó Su sufrimiento; Sus besos
cicatrizaron la Herida de Su Circuncisión; herida que manaba una fragancia de
nardo purísimo de celestial perfume; perfume que seduciría a muchos para
seguirle; perfume que eclipsaría de amor a la mayoría de los hombres; perfume
que arrasaría con el olor putrefacto del pecado.
Después de este dolor desgarrador mi corazón se inundó de gozo; gozo al
escuchar el dulcísimo Nombre de Jesús. Nombre que perduraría por años sin fin.
Nombre al que toda rodilla se doblaría. Nombre que haría eco en el corazón de los
hombres humildes, sencillos. Nombre que atraería a muchísimas almas a seguirle.
Nombre que sería dulce miel y encanto para las almas vírgenes. Nombre que os
llamaría a vosotros para haceros Sus mensajeros y Sus heraldos. Carísimos hijos,
vivid en plenitud las Santas Leyes de Dios. Sed sumamente celosos en el
cumplimiento de Sus Preceptos, porque en la obediencia se halla la santidad.

4º Domingo – Dolor y Gozo


La Presentación del Niño Jesús en el Templo, ofreciendo
un par de tórtolas o dos palomas.

San José dice:


Agosto 4/2009 (7:00 am)
Hijos amantísimos, pasados cuarenta días desde el Nacimiento de Jesús, fuimos
al Templo para ofrecerlo a Dios, como manda la Ley. Un cortejo de Santos
Ángeles nos acompañaban, porque llevábamos en nuestros brazos al Hijo de
Dios, al Rey de reyes, al Señor de señores. El Cielo quedaba estupefacto ante tan
hermosísima procesión, la naturaleza entera se inclinaba para rendirle sentidos
homenajes de adoración; homenajes, porque el Mesías, el Dios esperado se
encontraba en el pórtico del Templo presto para Su ofrecimiento; homenajes en
los que la profetiza Ana y el anciano Simeón quedaron extasiados de Amor Divino
ante Su Presencia; presencia que los llevó a la más profunda oración
contemplativa, porque al fin después de mucho esperar pudieron admirar la
grandeza de Dios, pudieron apreciar a Jesús, el Hijo de una humilde aldeana y de
un sencillo carpintero.
Un dolor agudo se clavó en mi corazón al escuchar las palabras del anciano
Simeón; palabras que aducían que este Niño estaba destinado para ruina y
resurrección de muchos en Israel; palabras que aducían que sería el blanco de
contradicción de los hombres y que una espada atravesaría el Inmaculado
Corazón de María junto con su alma. Este inmenso dolor se mezcló con un gran
gozo; gozo de saber que así sería redimido el mundo; gozo de conocer, por
anticipado, la misión del Emmanuel, Dios con nosotros; gozo de comprender con
mayor claridad el gran Misterio que veían mis ojos; gozo de entender que a través
de Jesús de Nazaret la humanidad entera sería salva; gozo de poderle amar con
amor de padre y de poderle adorar como al Dios Uno y Trino.
Hijos amantísimos, venid también vosotros al Templo y ofrecedle a Dios un par de
tórtolas; las tórtolas de vuestros sacrificios, las tórtolas de vuestra consagración al
Señor; consagración que os llevará a repudiar las cosas del mundo y apreciar las
del cielo. Consagración que os moverá a la consecución de la santidad.
Consagración que os conducirá a caminar por los senderos y atajos que os llevan
al cielo. Consagración que os motivará a permanecer en el Templo de Dios,
esperando Su segunda venida.

5º Domingo – Dolor y Gozo


La Huida a Egipto con Jesús y María.
San José dice:
Agosto 5/2009 (1:18 pm)
Amados hijos, a los pocos días de la purificación, un Ángel venido de parte de
Dios, me previno en un sueño, pues Herodes buscaba al Niño para quitarle la vida.
Herodes, que fue creado por las Manos del Altísimo, quería aniquilar al Dador de
la Vida. Herodes, hombre finito, se enfrentaba con el Dios infinito. Herodes,
creatura de perverso corazón, quería interponerse en los Planes Divinos; planes
que cambiarían la historia; planes que llevarían a la humanidad por otros rumbos;
planes que darían libertad al hombre subyugado y oprimido; planes que
derrumbarían imperios y castillos, porque lo construido por las manos del hombre
perecerá.
Amados hijos, el dolor que sentí en mi corazón al tomar al Niño Jesús en mis
brazos y huir para Egipto en compañía de María fue abrupto, porque nos
enfrentábamos al peligro de la noche; noche lúgubre, tenebrosa; nos
enfrentábamos a un largo camino; camino escarpado, apesadumbrado, fatigoso.
Algunas vicisitudes pasamos durante el viaje, pero la mirada de Dios siempre
estuvo puesta sobre nosotros, algunos de Sus Ángeles nos acompañaron durante
el éxodo. Ángeles que nos servían y nos anunciaban de posibles caídas. Ángeles
que a medida que íbamos acercándonos a Egipto custodiaban y protegían al Hijo
de Dios. Ángeles que me dieron una fuerza sobrenatural para ser el centinela de
Jesús, mi Señor, y de María la Madre de Dios. El dolor que llevaba en la
profundidad de mi ser fue suavizado, menguado, porque comprendí que Dios no
nos había abandonado, caminaba junto a nosotros. Comprendí que, el que todo lo
puede, Lo cargaba en mis brazos. Comprendí que el desierto no era árido, porque
los Ríos de Agua Viva fluirían sobre la arena seca. Comprendí que a nada hay que
temer porque el Invencible, el León de Judá, estaría ahí para defendernos.
Amados hijos, id a donde el Señor os envíe. Andad ligeros de equipaje que Él os
proveerá y os dará todo, no pasaréis penurias, ni escasez, ni calor, ni frío porque
Jesús ha de ser vuestro báculo, vuestro sostén. Obedecedle y haced por entero
Su Divina Voluntad. No tendréis pérdidas, Él os orientará, os mostrará los caminos
que os habrán de llevar al Cielo.
6º Domingo – Dolor y Gozo
El regreso de la Sagrada Familia a Nazaret.

San José dice:


Agosto 8/2009 (2:35 pm)
Hijos de mi corazón, abrid vuestros oídos a mis palabras y contemplad cómo en
sueños se me aparece un Ángel y me dice: ‘Toma a Jesús y a su Madre y
vuelve a la tierra de Israel porque ya están muertos los que Le buscaban
para quitarle la vida’; vida que fue protegida por miríadas de Ángeles; vida que
transcurrió normal por siete años, mientras vivíamos en Egipto; vida que fue un
continuo aprendizaje para nosotros, porque Su Sabiduría nos sorprendía a cada
instante; vida Modelo de Virtud para los demás niños de su misma edad; vida que
hacía de lo cotidiano algo extraordinario; vida que enriqueció nuestro hogar con Su
presencia, porque era el Hijo de Dios el que la habitaba, era el Hijo de Dios que
perfumaba a nardo purísimo de celestial aroma cada espacio, cada rincón; era el
Hijo de Dios, Lirio Puro caído del cielo, quien nos recreaba haciéndonos menos
tedioso el tener que vivir en tierra extranjera; tierra que tendríamos que abandonar
por Designios de Dios; tierra que nos acogió y nos dio albergue, alimento; tierra
que vio crecer al Niño Jesús en estatura y en sabiduría; tierra que nos dejaría
recuerdos, añoranzas.
Hijos amados, no vaciléis en dar cumplimiento a la Divina Voluntad, así vuestro
corazón gima de dolor como el mío; dolor de tener que sufrir penurias, dificultades
al caminar de regreso a Judea; dolor al saber que Arquelao, hombre cruel como su
padre, era el rey de aquella comarca; dolor de enfrentarme a una situación
incierta, temerosa, porque Jesús y María podrían sufrir grandes daños. La
Misericordia de Dios es infinita y este dolor se cambió por un gran gozo; gozo
cuando un Ángel me ordenó que fuera a Nazaret y no temiera; gozo de sentirme
custodiado, protegido; gozo de entender que, a Jesús, mi Hijo amado, nada Le
sucedería; gozo de obrar siempre de acuerdo al Santo Querer de Dios; Querer
que buscará siempre lo mejor para Sus hijos; Querer que moldea, acrisola, purifica
a Sus creaturas.
Queridos hijos, no vayáis en contra de la corriente de Dios. Id tras los susurros de
Su brisa suave, no vayáis en oposición a Su Divina Voluntad, caminad en pos de
Sus Designios de Amor; Designios que os harán sentir plenos, gozosos; Designios
que os harán acreedores de una de las moradas de Su Reino.
7º Domingo – Dolor y Gozo
La pérdida y hallazgo del Niño Jesús en el Templo.

San José dice:


Agosto 8/2009 (9:30 pm)
Hijos carísimos, después de la vuelta de Egipto, todos los años íbamos con Jesús
a Jerusalén para celebrar la solemnidad de la Pascua. Aconteció que cuando
Jesús tenía doce años, fuimos según nuestra costumbre y Él se quedó en
Jerusalén sin darnos cuenta. Su pérdida produjo en mi corazón un gran
sufrimiento, porque lo más amado no estaba a mi lado; mi Señor y mi Dios no
estaba cercano, Le sentía muy distante; la alegría y el brillo de mis ojos se habían
opacado por Su ausencia; la paz que habitaba dentro de mí se había ido; ya no
me producía el gozo de antes, porque Jesús, la única motivación de mi existir se
diluyó de mis manos, se me esfumó, se evaporó como viento.
Me sentía culpable de la desaparición de mi amado Jesús. Sentía que había
defraudado a Dios, que no había cumplido fielmente con la misión de custodiarlo,
de protegerlo; pensé que Le había perdido para siempre. Le buscamos entre
parientes y conocidos y no encontrándolo, volvimos a Jerusalén. Allí, Le hallamos
al cabo de tres días de soledad y de abatimiento; Le vimos sentado en medio de
los doctores de la ley; Le vimos resplandecer por Su elocuencia y sabiduría. Le
vimos con Su Rostro sereno, apacible, porque estaba ocupado en los asuntos de
Su Padre. Asuntos que sólo Él entendía porque aún mi pensamiento no
comprendía la magnitud de este Misterio de Amor. Al verle, la paz y la alegría
tomaron asiento en mi corazón, porque Le había recuperado; el gran Tesoro,
descendido del Cielo, Lo tenía nuevamente entre mis brazos sin quererle soltar;
brazos que Lo amaron como a Hijo y lo adoraron como a mi Dios.
Hijos queridos, qué gran dicha la de mi corazón al haber exhalado mi último
suspiro en brazos de Jesús y de María. Los dos delirios de mi vida, estaban allí,
en mi lecho de muerte, allanando caminos para mi partida. Los dos delirios de mi
vida me tomaban entre Sus brazos, dando descanso a mi cuerpo fatigado. Los dos
delirios de mi vida oraban al Padre y preparaban el gran momento para mi
celestial encuentro con Él. Haced de vuestras vidas ofrenda de amor al Padre.
Padre que os tomará entre Sus brazos y os llevará al disfrute del cielo eterno.
***

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