Textos Poveda 2
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3. Nunca como ahora debemos estudiar la vida de los primeros cristianos para
aprender de ellos a conducirnos en tiempo de persecución. ¡Cómo obedecían a la
Iglesia, cómo confesaban a Jesucristo, cómo se preparaban para el martirio, cómo
oraban por sus perseguidores, cómo perdonaban, cómo amaban, cómo bendecían al
Señor, cómo alentaban a sus hermanos!
48. Y por último, existe el fenómeno desconsolador de los que llamándose piadosos,
almas escogidas y selectas, ni piensan como los primeros cristianos ante la
persecución, ni se expresan como ellos, no oran ni hacen penitencia, ni se humillan, ni
trabajan, ni ponen en práctica lo que Dios manda, y la Iglesia enseña. O llorar
abatidos, o retirarse desolados, o esconderse acobardados 7.
Ved cuán expuestas están nuestras estudiantes y cómo hay necesidad de venir en su
auxilio para librarlas de este contagio y enseñarles la doctrina verdadera
restableciendo la verdad única que es ésta. La ciencia no se opone a la fe; la fe no se
opone a la razón, la investigación científica no es peligrosa para quienes conocen bien
la doctrina de la Iglesia.
Vayamos, pues, en pos de la ciencia, de los libros, de los maestros, de las bibliotecas,
de las investigaciones de todo orden; de cuanto represente cultura. No desmintamos
la historia que bien claramente nos muestra la armonía de la ciencia 8 y la fe en tantos
y tantos sabios, en el esmero que puso siempre la Iglesia en ser la defensora de la
ciencia, la defensora y custodia del arte y de toda riqueza literaria. Mas el que yo os
diga que améis la ciencia no quiere decir que améis sino a la ciencia verdadera, no a
la falsa ciencia, a los sofismas, a las falacias, a los errores, que so pretexto de ciencia
no dejan de ser mercancía averiada. Habrá muchas cosas que no comprendáis por
falta de cultura y otras, que nunca comprenderéis, porque la ciencia tiene sus
misterios, pero de aquí no debéis deducir que no sea verdadera ciencia. Así como la
autoridad de la Iglesia os garantiza las verdades de fe y los misterios, así la autoridad
de los maestros buenos y de los libros sanos os aseguran en los misterios de la
ciencia.
Pero fijaos bien, los maestros buenos y los libros sanos; pues así como para que la
Iglesia nos sea garantía suficiente le pedimos que sea una, santa, católica, apostólica;
que tenga las notas y dotes de ser la verdadera, así hemos de pedir a los maestros y
a los libros las cualidades necesarias para que nos merezcan fe. No hemos de creer a
cualquier Iglesia, sino a la Iglesia de Jesucristo, ni a cualquier maestro que enseñe la
ciencia, ni a cualquier libro que la contiene, sino a los que no enseñan error, ni
contienen falsedades. Maestros desdichados y libros perversos abundan, así como
falsas religiones 9. Y de esos maestros y de esos libros hemos de librar a nuestras
asociadas, sin [que] sea motivo suficiente para dejarlas desamparadas en el error 10
esa apreciación falsa de que se debe conocer todo, y se debe leer todo y se debe
saber todo. Pero ¿cómo no rige este principio cuando de la salud del cuerpo se trata?
¿Por qué no comemos venenos, ni ponemos en manos de un niño un arma de fuego
cargada? ¿Es acaso menor el estrago que produce en el alma un mal libro y un
profesor engañador, que el que produce en el cuerpo un tóxico? Aprendamos a ser
lógicos y tengamos la persuasión de que si la Iglesia nuestra madre vela por nosotros
prohibiéndonos esos libros y advirtiéndonos que no escuchemos doctrinas malas, no
hace otra cosa que lo que pone en práctica nuestra madre terrena 11 quitando de
nuestra mano el arma cargada e 12 impidiendo 13 que llevemos a la boca la bebida
envenenada 14. Cuando por razón de la necesidad, como acontece en la guerra donde
el arma de fuego se maneja diestramente, la Iglesia juzga que podemos oír ciertas
doctrinas y estudiar ciertos libros, porque nuestra formación nos pone a salvo de todo
peligro, entonces nos autoriza, nos da su licencia para que oigamos y leamos lo que
no ha de sernos perjudicial 15.