Notas Sobre: Baudrillard y La Sociedad de Consumo
Notas Sobre: Baudrillard y La Sociedad de Consumo
Notas Sobre: Baudrillard y La Sociedad de Consumo
Facultad de Psicología
Bryan G. Sánchez
S20017258
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“Hay que plantear claramente desde el comienzo que el consumo es un modo activo de relacionarse
(no sólo con los objetos, sino con la comunidad y con el mundo), un modo de actividad sistemática
y de respuesta global en el cual se funda todo nuestro sistema cultural” (Baudrillard, El sistema de
los objetos).
Se establece así una nueva mitología: “La lavadora, escribe Baudrillard, sirve como utensilio y
representa un elemento de comodidad, de prestigio, etc. El campo del consumo es propiamente este
último. En él, toda clase de objetos diferentes pueden reemplazar a la lavadora como elemento
significativo. En la lógica de los signos, como en la de los símbolos, los objetos ya no están vinculados
en absoluto con una función o una necesidad definida. Precisamente porque responden a algo muy
distinto que es, o bien la lógica social, o bien la lógica del deseo, para las cuales operan como campo
móvil e inconsciente de significación.”
Para los estructuralistas es sintetizada, con la potencia teórica que le caracteriza, por Umberto Eco
cuando define la noción de estructura como un modelo construido en virtud de operaciones
simplificadoras que permiten uniformar fenómenos diversos bajo un único punto de vista.
Se pretendía, pues, desarrollar una ciencia lingüística que permitiera dotar de rigor científico al
estudio de las lenguas, al incrementar el análisis formal y superar el simple descriptivismo histórico
de la evolución de los diferentes idiomas, típico en la filología dominante en su época. Saussure
propone la organización de una nueva disciplina científica, la Semiología, cuyo objetivo sería el
estudio de la función de los diferentes signos en el seno de la vida social (escritura, alfabeto de
sordomudos, ritos simbólicos, etc.). Posteriormente, Lévi-Strauss considerará que la antropología
deberá ocupar, de buena fe, ese campo de la semiología que la lingüística no ha reivindicado todavía
para sí.
El análisis estructural enfocaba, de esta manera, los procesos sociales como procesos de producción
y circulación de signos, lo que implica; en primer lugar, un análisis lingüístico y semiológico de los
fenómenos comunicativos en cuanto que representan lo que se ha llamado sistemas significantes; en
segundo lugar, la visión estructuralista en sociología trascendía el campo restringido de los lenguajes
hablados o escritos propiamente dichos para entrar en el campo de las representaciones simbólicas
como sistemas culturales concretos y completos capaces de articular o inducir no tan sólo
respuestas psicológicas más o menos estables, sino, sobre todo, la reorganización constante,
permanente e inestable de la consciencia colectiva como universo simbólico del grupo social de
referencia.
Los bienes de consumo se proponen pues como potencia capturada y no como productos fruto de
un trabajo. El consumo es un elemento nuevo, ahora las nuevas generaciones son herederas, heredan
no sólo los bienes, sino también el derecho natural a la abundancia. Pues, aun cuando la abundancia
se haga cotidiana y banal, se vive como un milagro cotidiano, en la medida en que se presenta no
como producida y obtenida, conquistada, como fruto del esfuerzo histórico y social, sino como
concedida por una instancia mitológica benéfica de la que todos somos herederos legítimos: la
Técnica, el Progreso, el Crecimiento, etc.
Cada vez más aspectos fundamentales de nuestras sociedades contemporáneas competen a una
lógica de las significaciones, a un análisis de los códigos y de los sistemas simbólicos con lo cual ese
análisis debe articularse partiendo del análisis del proceso de la producción material y técnica como
su prolongación teórica.
La comunicación generalizada nos da, no la realidad, sino el vértigo de la realidad. Vivimos así al
abrigo de los signos y en la negación de lo real. La imagen, el signo, el mensaje, todo eso que
“consumimos” es nuestra quietud precintada por la distancia con el mundo y que calma, más de lo
que la compromete, la alusión por momentos violenta a lo real. No nos sentimos implicados y los
medios no nos remiten al mundo, nos dan a consumir los signos en tanto que signos, acreditados,
sin embargo, por la garantía de lo real. Aquí podemos definir la praxis de consumo. La relación del
consumidor con el mundo real, con la política, con la historia, con la cultura, no es la del interés, la
de la investidura, la de la responsabilidad comprometida, tampoco es una relación de indiferencia
total: es una relación de CURIOSIDAD.
El lugar del consumo es la vida cotidiana, no sólo es la suma de hechos y de gestos cotidianos, la
dimensión de la banalidad y de la repetición, sino además un sistema de interpretación. La
cotidianidad como encierro, como retiro, como Verborgenheit, sería insoportable sin el simulacro
del mundo, sin la excusa de una participación en el mundo. Necesita alimentarse de imágenes y de
signos multiplicados de esa trascendencia. El consumo apunta a esa felicidad por defecto que es la
resolución de las tensiones. Pero se enfrenta a una contradicción: la contradicción entre la pasividad
las normas de una moral social, De ahí la intensa culpa que conlleva este nuevo estilo de conducta
hedonista y la urgencia, claramente definida por los «estrategas del deseo», de desculpabilizar la
pasividad. Para poder resolver esta contradicción entre moral puritana y moral hedonista, es
necesario que esa quietud de la esfera privada aparezca como valor obtenido con esfuerzo y
constantemente amenazado, rodeado por una fatalidad de catástrofe. La cotidianidad ofrece así esta
curiosa mezcla de justificación eufórica mediante el nivel de vida y la pasividad y de «delectación
melancólica de víctimas posibles del destino.
Referencias
Baudrillard, J. (2009). La sociedad de consumo: Sus mitos, sus estructuras. Siglo XXI de España
Editores.