Juvenilia Viena Carlos Gerold Hijo 1884

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49.786 - B

Neu-
40786 - B.

ÖNB

+Z314674308
MIGUEL CANÉ

JUVENILIA.

VIENA
CARLOS GEROLD, HIJO, EDITOR E IMPRESOR
1884.
K Toutes ces premières impressions ....
ne peuvent nous toucher que médio-
crement ; il y a du vrai, de la sincérité ;
mais ces peintures de l'enfance , recom-
mencées sans cesse, n'ont de prix que
lorsqu'elles ouvrent la vie d'un auteur
original, d'un poète célèbre."
Sainte - Beuve.

Tal era el epígrafe que había puesto en la


primera hoja del cuaderno en que escribí las pági-
nas que forman este pequeño volúmen. Quería
tener presente el consejo del maestro del buen
gusto, releerlo sin cesar, para no ceder á esa tenta-
cion ignorada de los que no manejan una pluma
y que impulsa á la publicidad, como la savia de
la tierra pugna por subir á las alturas para que
la vivifique el sol . Lo confieso y lo afirmo con
verdad ; nunca pensé al trazar esos recuerdos de
la vida de colegio, en otra cosa que en matar lar-
gas horas de tristeza y soledad, de las muchas
que he pasado en el alejamiento de la patria,
que es hoy la condicion normal de mi existencia.
Horas melancólicas, sujetas á las presion ingrata
1
de la nostalgia, pero que se iluminaban con la
luz interior del recuerdo, á medida que evocaba la
memoria de mi infancia y que los cuadros sere-
nos y sonrientes del pasado, iban apareciendo bajo
mi pluma, haciendo huir las sombras como las
aves de las ruinas al venir la luz de la mañana.
Creo que me falta una fuerza esencial en el arte
literario, la impersonalidad, entendiendo por ella
la facultad de dominar las simpatías íntimas y
afrontar la pintura de la vida con el escalpelo en
la mano que no hace vacilar el rápido latir del
corazon. Cuantas veces he intentado apartarme de
mi inclinacion, escribir, en una palabra, sobre asun-
tos que no amo, no he conseguido quedar satis-
fecho. Cada uno debe seguir la via que su índole
le impone, porque es la única en que puede de-
senvolver la fuerza relativa de su espíritu. La
perseverancia , el arte y el trabajo pueden hacer
un versificador elegante y fluido ; pero cada
estrofa no será un pedazo de alma de poeta y el
que asi horada el ritmo rebelde para engastar
una idea, tendrá que descender de las alturas
para elegir su símbolo, dejando al pelícano cer-
nirse en el espacio ó desgarrarse las entrañas en
3

el pico de una roca. Entre una herida que chor-


rea sangre y una jaqueca, hay la distancia ...
de Byron á Tennyson.
Si algo he escrito con placer, son estos re-

cuerdos. Mientras procuraba alcanzar el estilo que


me había propuesto , sonreía á veces al chocar
con las enormes dificultades que se presentan al
que quiere escribir con sencillez. Es que la sen-
cillez es la vida y la verdad y nada hay mas
difícil que penetrar eu ese santuario. La palabra
es rebelde, la frase pierde la serenidad de su
marcha y todos los recursos de nuestro idioma ad-
mirable suelen quedar inertes para aquel que no
sabe comunicarles la accion. No he conseguido
por cierto ni aun acercarme á mi ideal , pero

estoy contento de mi esfuerzo , porque , sino lo


he encontrado, por lo ménos he buscado el buen
camino.
J'aurai du moins l'honneur de l'avoir entrepris.
Ahora, porqué publíco estos recuerdos, desti-
nados á pasar sólo bajo los ojos de mis amigos ?
En primer lugar, porque aquellos que los han leido,
me han impulsado á hacerlo , á llamarlos á la
vida despues de dos años de sueño .... Pero, con
1*
lealtad, en el fondo, hay esta razon suprema que
los hombres de letras comprenderán : los publico,
porque los he escrito .
Mucho he suprimido, poco he agregado . Cier-
tas páginas íntimas han desaparecido porque, para
ser comprendidas, era necesaria la luz intensa del
cariño que da cuerpo y vida á las formas vagas
del recuerdo . Pero mientras corregía, pensaba en
todos mis compañeros de infancia, separados al
dejar los cláustros , que no he vuelto á ver y
cuyos nombres se han borrado de mi memoria.
A veces me complazco en hacer biografías de fan-
tasía para algunos de mis condiscípulos, fundán-
dome en las probabilidades del carácter y sin
saber si aún existen. ¡ Cuántos desaparecidos !
¡ Cuánta matemática , cuanta química y filosofía
inútil ! No hace mucho tiempo, al entrar en una
oficina secundaria de la administracion nacional,
ví á un humilde escribiente cuyo cabello empe-
zaba á encanecer, gravemente ocupado en trazar
rayas equidistantes en un pliego de papel. Como
tuve que esperar, pude observarlo . Cada vez que
concluía una línea, dejaba la regla á un lado,
sujetándola para que no rodara, con un pan de goma,
levantaba la pluma é inclinando la cabeza como
el pintor que despues de un golpe de pincel se
aleja para ver el efecto, sonreía con satisfaccion.
Luego, como fascinado por el paralelismo de sus
rayas, tomaba de nuevo la regla, la pasaba por la
manga de una levita raída, cuyo tejido osteoló-
gico recibía con agrado ese apunte de negrura, la
colocaba sobre el papel y con una presion de
mano, serena é igual, trazaba una nueva paralela
con idéntico éxito . - Ese hombre , allá en los
años de colegio, me había un dia asombrado por
la precision y claridad con que espuso , tiza en
mano, el binomio de Newton. Había repetido
tantas veces su explicacion á los compañeros mas
débiles en matemáticas , que al fin perdió su
nombre para no responder sino al apodo de « Bi-
nómio». Lo contemplé un momento, hasta que le-
vantando á su vez la cabeza , naturalmente des-
pues de una paralela réussie, me reconoció. Se
puso de pié , en una actitud indecisa ; no sabía
la acojida que recibiría de mi parte. Yo había
sido nombrado ministro ! no sé donde, y él ! …….
Me enterneció y lanzé un : Binómio !! abriendo los
brazos, que habría contentado á Orestes en lá-
6

bios de Pílades. Me abrazó de buena gana y nos


pusimos á charlar .
wxxx.com Y que tal, Binomio, como va la vida ?
- Bien ; estuve cinco años empleado en la

aduana del Rosario, tres en la policía y como mi


suegro, con quien vivo , se vino á Buenos - Ayres,
yo busqué aquí un empleo y en él me encuentro
desde que llegámos .
¿Y las matemáticas ? Cómo no te hiciste.
ingeniero ó algo así ? Tú tenías disposiciones ....
Si, pero no sabía historia.
Pero no veo , Binomio , la necesidad de
saber si Cárlos X de Francia era ó no hijo de
Cárlos IX, para hacer un plano .
Desengañate, el que no sabe historia, no
hace camino . Tu eras tambien bastante fuerte en
matemáticas ; dime cuantas veces, desde que saliste
del colegio, has resuelto una ecuacion ó has pronun-
ciado sólamente la palabra coseno ?
Creo que muy pocas, Binomio .
Y en cambio (oh ! yo te he seguido ! ) en
artículos de diario, en discursos , en polémicas, en
libros, creo, has hecho flamear la historia. Si hasta
una cátedra has tenido , con sueldo , no es así ?
7

Si, Binomio .
Con qué placer te oigo ! Ya nadie me
dice Binomio! Y sabes quien tuvo la culpa de
que yo no supiera historia ? Cosson , tu amigo
Cosson, que tenía la ocurrencia de enseñarnos la
historia en francés.
No seas injusto, Binomio , era para ha-
cernos practicar.
Convenido, pero no practíca sino el que
algo sabe y yo no sabía una palabra de francés .
Así, la primera vez que me preguntó en clase,
se trataba de un rey cuyo nombre sirvió mas tarde
de apodo á un correntino que para decirlo esti-
raba los lábios una vara. Era muy difícil..
- Ya me acuerdo : Tulius Hostilius.

Eso es : quise pronunciarlo, la clase se rió,
creo que con razon, porque, apesar de habértelo
oido, no me atrevería á repetirlo , yo me enojé,
no contesté nunca y por consiguiente no estudié
historia. ¡Animal ! Así, mi hijo, que tiene seis años ,
empieza ya á deletrear un Duruy. No hay como
la historia, y sinó , mira á todos los compañeros
que han hecho carrera.
Y¿ qué puedo hacer por tí, Binomio ?
Se puso colorado y al fin de mil circunlo-
quios me pidió que tratára de hacer pasar en la
Cámara un aumento que iba propuesto ; ganaba
43 pesos y aspiraba á cincuenta ! Pobre Binomio !
¡ Cuántos como él, perdidos en el vasto espa-
cio de nuestro país !
Una tarde había ido á comer á un cuartel
donde estaba alojado un batallon cuyo gefe era
entónces mi amigo. A los postres, me habló de
un curioso recluta que la ola de la vida había
arrojado, como un resto de naufragio , á las filas
de su cuerpo. Pasaba el tiempo leyendo y el co-
mandante tuvo mas de una vez la idea de utili-
zarlo en la mayoría ; pero era tan vicioso ! En
ese momento pasaba por el pátio y el gefe lo
hizo llamar ; al entrar, su marcha era insegura.
Había bebido. Apénas la luz dió en su rostro,
sentí mi sangre afluir al corazon y oculté la cara
para evitarle la vergüenza de reconocerme, Era
uno de mis condiscípulos mas queridos , con el
que me había ligado en el colegio. Una inteligen-
cia clara y rápida, una facilidad de palabra que
nos asombraba , un nombre glorioso en nuestra
historia, buena figura, todo lo tenía para haber
.
surgido en el mundo . Había salido del colegio
ántes de terminar el curso y durante diez años
no supe nada de él - ¡ Cómo habria sido de ás-
pera y sacudida esa existencia para haber caido
tan bajo á los treinta años ! Poco despues dejó
de ser soldado . Lo encontré, traté de levantarlo,
le conseguí un puesto cualquiera, que pronto aban-
donó para perderse de nuevo en la sombra ;
todo era inútil ; el vicio había llegado á la
médula!
¿ Recordaré otra inteligencia brillante , apta
para la percepcion de todas las delicadezas del
arte , fina como el espíritu de un griego , auxi-
liada por una palabra de indecible encanto y un
estilo elegante y armonioso ? ¿ Recordaré ese hom-
bre que sólo encontró flores en los primeros pa-
sos de su vida, que marchaba en el sueño estre-
llado del poeta, al amparo de una reputacion indes-
tructible ya ? Era bueno y era leal ; amaba la
armonía en todo y la muger pura lo atraía como
un ideal ; pero la delicadeza de su alma esquisita
se irritaba hasta la blasfemia, porque la natu-
raleza le habia negado la forma , el cuerpo , el
vaso cincelado que debió contener el precioso
10

licor que chispeaba en sus venas. De ahí las pri-


meras amarguras , la melancolía precursora del
escepticismo. Sin ambiciones violentas que hubie-
ran sepultado en el fondo de su ser los instintos
artísticos, refugiado en ellos sin reserva, pronto cayó
en el abandono mas absoluto . De tiempo en tiempo
hacía un esfuerzo para ingresar de nuevo en la
vida normal y unirse á nuestra marcha ascendente,
desenvolverse á nuestro lado . ¡ Con qué júbilo lo
recibíamos ! Era el hijo pródigo cuyo regreso
ponía en conmocion el hogar todo. Aquel cráneo
debía tener resortes de acero, porque su inteligen-
cia, en sus rápidas reapariciones despues de lárgos
meses de atrofia, resplandecía con igual brillo. De
atrofia, he dicho ? No , y ésa fué su pérdida.
La bohemia lo absorvió, lo hizo suyo, lo pe-
netró hasta el corazon. Pasaba sus noches, como
el hijo del siglo, entre la densa atmósfera de una
taberna, buscando la alegría que las fuentes puras
le habían negado, en la exitacion ficticia del vino ,
rodeado de un grupo simpático, ante el que abría
su alma, derramaba los tesoros de su espíritu y
se embriagaba en sueños artísticos , en la para-
doja colosal, la teoría demoledora, el aliento revo-
11

lucionario, que es la válvula intelectual de todos


los que han perdido el paso en las sendas nor-
males de la tierra. El bohemio de Murger, con
mas delicadeza, con mas altura moral. - El pelo
largo y descuidado, el traje raido , mal calzado ,
la cara fatigada por el perpétuo insomnio , los
ojos con una desesperacion infinita en el fondo de
la pupila, tál lo ví por última vez y tál quedó
grabado en mi memoria. ¿ Vive aún ? Caerán estas
líneas bajo su mirada ? No lo sé ; en todo caso,
la entidad moral pasó, si la forma persiste. Nunca
se impone á mi espíritu con mas violencia el

problema de la vida, que cuando pienso en ese


hombre! ....
Hará doce ó catorce años publiqué un cuento
que últimamente releí con placer , haciendo oidos
sordos á las imperfecciones de estilo con que está
escrito. El principal personage del » Canto de la Sire-
na« es una simple reminiscencia de colegio ; me
sirvió de tipo para trazar la figura de Broth,
un condiscípulo que sólo pasó un año en los cláus-
tros, estraordinariamente raro y al que no he vuelto
á ver ni oido nombrar jamás. De una imaginacion
dislocada, por decir así, nerviosa, estremeciéndose en
12

una gestacion incesante de sueños y utopias, vivía


léjos de nuestro mundo normal, fácil, claro, infan-
til, si se quiere. En vez de ser un portento de ciencia,
como pinto á Broth, estudiaba poco los testos y, por
lo tanto, sabía poco. La experiencia me ha hecho po-
ner en cuarentena esos prodigios que jamás abren
un libro y dejan atontados á los circunstantes en el
exámen .
Hay dentro de los muros del colegio, como en
la penumbra del boudoir, coqueterías intelectuales
esquisitas, jóvenes que se ocultan para estudiar, que
durante las horas de instruccion colectiva leen
asíduamente una novela, pero que se levantan al alba
y trabajan con furor en la soledad . Cuando Horacio
Vernet recibía numerosos visitantes en su taller,
cojía febrilmente los pinceles, en una hora remataba
una tela, la firmaba y pasaba á otra cosa. Al-
guien ha dicho , refiriéndose á esa coqueteria del
pintor, que escribía las cartas en la soledad y les
ponia el sobreescrito en público . Algo asi pasa con
los prodigios escolares. Lo que distinguía á Broth,
es decir, al condiscípulo que me dió la idea primera
del soñador, era su manera curiosísima de ver las
cosas mas triviales. Fantaseaba como un maniático
13

inventor combina. Hablaba con facilidad , pero él


mismo reconocía que cuanto escribía era, no sóla-
mente incorrecto, como todos nuestros ensayos, sino
incoloro. Me sostenía que yo estaba destinado á
tener estilo y me lo decía con un aire tan com-
placido y solemne como si me augurara la fortuna
ó una corona, á la manera de los cuentos árabes .
Para entonces me proponía una colaboracion ; él me
daría el esqueleto y yo le pondría la carne. Pues bien ,
cuando recuerdo, vagamente y sin detalles, su con-
fusa concepcion de la vida de un médico en plena
edad media, creyente en la mágia de todos los colores,
asistente asíduo y convencido al sabatt, inventor de
un palo de escoba mas ligero para llegar primero,
fabricante de homúnculus, (no había por cierto
leido á Goethe aún) discípulo de Alberto el Grande,
cuando recuerdo esas creaciones enfermizas de su
imaginacion, me persuado que había nacido para
seguir con brillo la tradicion de Hoffmann ó Poé.
Más de una vez he procurado rehacer en mi me-
moria los cuentos estrambóticos que me hacia ; me
queda algo confuso, y si no he ensayado escribir-
los, es en la seguridad de que les daría mi nota perso-
nal, lo que no era mi objeto .
14

Otra existencia caída en la sombra in-

penetrable del olvido ; en cuanto á ése, tengo la


certeza de que ha muerto. Viviendo , habría
surjido ó habría hecho hablar de él. Sabe el cielo,
sin embargo, si las miserias y las dificultades de
la vida no lo han hundido en la anestesia moral
mas oscura que la tumba !
No todos se han desvanecido y algunos brillan
con honor en el cuadro actual de la patria. Si estas
páginas caen bajo sus ojos , que el vínculo del
Colegio, debilitado por los años, se reanime un
momento y encuentren en estos recuerdos una
fuente de placer al ver pasar las horas felices de
la infancia.
Nuestros hijos vienen atrás y sus cabecitas
sonrientes asoman en el dintel de la vida, con
la mirada llena de inconciente aplomo , chis-
peando de inteligencia y de accion latente. A los
diez años, saben lo que nosotros alcanzamos im-
perfectamente á los quince ; - no olvidemos que son
los nietos de nuestros padres y que el cariño del
abuelo es de los mas profundos que vibran sobre
la tierra. Paguemos la deuda filial, haciendo felices
á los nietos , encaminándolos en la vida.
15

Todos, por un esfuerzo comun, levantemos


ese Colegio Nacional que nos dió el pan intelectual,
desterremos de sus claustros las cuestiones religiosas,
y si no tenemos un Jacques que poner á su frente,
elevemos al puesto de honor un hombre de espíritu
abierto á la poderosa evolucion del siglo, con fé
en la ciencia y en el progreso humano .
I.

Debia entrar en el Colegio Nacional tres meses


después de la muerte de mi padre ; la tristeza
del hogar, el espectáculo constante del duelo , el
llanto silencioso de mi madre , me hicieron de-
sear abreviar el plazo, y yo mismo pedí ingresar
tan pronto como se celebraran los funerales.
El Colegio Nacional acababa de fundarse sobre
el antiguo Seminario, con una nueva organiza-
cion de estudios, en la que el Dr. Eduardo Costa,
ministro entónces de Instruccion Pública, bajo la
presidencia del general Mitre , habia tomado una
parte inteligente y activa. Sin embargo, el estable-
cimiento que quedaba bajo la direccion del Dr.
Agüero, se resentía aún de las trabas de la ense-
ñanza escolástica y sólo fué mas tarde , cuando
M. Jacques se puso á su frente , que alcanzó el
desenvolvimiento y el espíritu liberal que habían
concebido el Congreso y el P. E.
Me invade en este momento el recuerdo fresco
y vivo de los primeros dias pasados entre los
17

oscuros y helados claustros del antiguo convento .


No conocía á nadie y notaba en mis compañeros,
aguerridos ya á la vida de reclusion , el sordo
antagonismo contra el nuevo, la observacion cons-
tante de que era objeto y me parecía sentir fra-
guarse contra mi triste individuo los mil com-
plots que, entre nosotros, por el suave genio de
la raza, sólo se traducen en bromas mas ó ménos
pesadas , pero que en los seculares colegios de
Oxford y de Cambridge alcanzan á brutalidades
inauditas, á vejámenes, á servidumbres y martirios .
Me habría encontrado, no obstante, muy feliz con
mi suerte, si hubiera conocido entónces el « Tom
Jones » de Fielding . ― - Silencioso y triste, me ocul-
taba en los rincones para llorar á solas, recordan-
do el hogar , el cariño de mi madre, mi inde-
pendencia, la buena comida y el dulce sueño de la
mañana. ― Durante los cinco años que pasé en
esa prision, aun despues de haber hecho allí mi
nido y haberme connaturalizado con la monoto-
nía de aquella vida, sólo dos puntos negros per-
sistieron para mí : el despertar y la comida , A las
cinco en verano, á las seis en invierno, infalible ,
fatal, como la marcha de un astro, la maldita
2
18

campana empezaba á sonar. Era necesario dejar


la cama , tiritando de frio casi siempre , soño-
lientos, irascibles , para ir á formarnos en fila en
un claustro largo y glacial. Allí rezábamos un « padre
nuestro », para pasar en seguida al claustro de los
-
lavatorios . ¡ Cuántas conspiraciones , cuántas tra-
mas, qué gasto de ingenio y fuerza hicimos para
luchar contra la fatalidad , encarnada á nuestros
ojos en el portero , colgado de la cuerda malde-
cida ! Aquella cuerda tenía mas nudos que la que
en el gimnasio empleábamos para trepar á pulso.
La cortábamos á veces hasta la raíz del pelo ,
como decíamos , junto al badajo, encaramándonos
hasta la campana , con ayuda de la parra y las
rejas, á riesgo de matarnos de un golpe. Muy á
menudo, la espectativa nos hacía despertar en la
mañana , ántes de la hora reglamentaria . De
pronto oíamos una campana de mano , áspera,
estridente , manejada con violencia por el bra-
ΖΟ irritado del portero , eterno preposé à

las composturas de la cuerda. Se vengaba en-


trando á todos los dormitorios y sacudiendo su in-
fernal instrumento en los oidos de sus enemigos
personales , entre los cuales tenía el honor de con-
19

tarme. Atrasar el reloj era inútil, por dos ra-


zones tristemente conocidas : la primera, la pron-
ximidad del Cabildo , que escapaba á nuestra in-
fluencia ; la segunda , el tachómetro de plata del
portero que, bien remontado, velaba fielmente bajo
su almohada. Algunas noches de invierno, la des-
esperacion nos volvía feroces y el ilustre cerbero
amanecía no sólo maniatado, sinó un tanto rojiza
la faz, á causa de la dificultad para respirar à
través de un aparato , rigorosamente aplicado
sobre su boca y cuya construccion , bajo el nombre
de « pera de angustia » , nos habia enseñado Alej .
Dumas en sus « Veinte años despues » , al narrar
la evasion del duque de Beaufort del castillo de
Vincennes. Todo era efímero, todo inútil, hasta
que estuve á punto de inmortalizarme , descu-
briendo un aparato sencillo, pero cuyo éxito, si bien
pasagero , respondió á mis esperanzas. En una es-
capada nocturna , ví una carreta de bueyes que
entraba al mercado ; debajo del eje colgaba un
cuero, como una bolsa ahuecada, amarrado de las
cuatro puntas ; dentro dormía un niño. Fué para
mí un rayo de luz , la manzana de Newton , la
lámpara de Galileo, la marmita de Papin, la rana
2*
20

de Volta, la tabla de Rosette de Champollion, la


hoja enroscada de Calímaco. El problema estaba
resuelto ; esa misma noche tomé el mas fuerte de
mis cobertores, una de esas pesadas cobijas tu-
cumanas que sofocan sin abrigar , la amarré de-
bajo de mi cama, de las cuatro puntas y cubriendo
el artificio con los anchos pliegues de mi colcha,
esperé la mañana. Así que sonó la campana, me
sumerjí en la profundidad y allí, acurrucado, in-
móvil é incómodo, desafié impunemente la visita
del celador, que, viendo mi lecho vacío , siguió
adelante. Me preguntaréis quizá, qué beneficio po-
sitivo reportaba, puesto que , de todas maneras,
tenía que despertarme. Respondo , con lástima,
que el que tal pregunta hiciera, ignoraría estos
dos supremos placeres de todos los tiempos y to-
das las edades : el amodorramiento matinal y la
contravencion.
Mi invencion cundió rápidamente y al quinto
dia, al primer toque , las camas quedaron todas
vacías. El celador entró , vió el cuadro, quedó
inmóvil, llevó un dedo á la sien y despues de cinco
minutos de grave meditacion, se dirijió á una cama,
alzó la colcha y sonrió con ferocidad . ¡ Era la mia !
21

II.

El segundo obstáculo insuperable, fué la co-


mida, invariable, igual, constante. En los primeros
tiempos, apénas entrábamos al refectorio, un alum-
no trepaba á un especie de púlpito y así que
atacábamos la sopa, comenzaba con voz gangosa
á leernos una vida de santo ó una biografía de
la Galeria Histórica Argentina, siendo para noso-
tros obligatorio el silencio y, por tanto, el fastidio.
No puedo vencer el deseo de dar una idea
sucinta del menu ; lo tengo fijo , grabado en el
estómago y el olfato. Dentro de un líquido inco-
loro, vago, misterioso, algo como aquellos caldos
precipitados que las brujas de la Edad - Media
hacían á media noche al pié de una horca con
su racimo, para beberlo ántes de ir al sabbat , na-
vegaban audazmente algunos largos
y pálidos
fideos. Un mes llevé estadística : había atrapado
tres en treinta dias, y eso que estaba en excelentes
relaciones con el grande que servía, médico y di-
putado hoy, el Dr. Luis Eyzaguirre, uno de los
tipos mas criollos y uno de los corazones mas
22

bondadosos que he conocido en mi vida.


Luego, siempre flotando sobre la onda incolora ,
pero siquiera en su elemento , venía un sábalo,
el clásico sábalo que muchas veces, contra nuestro
interés positivo , había muerto con dos dias de an-

ticipacion .
En seguida , carnero . Notad que no he

dicho cordero ; carnero, carnero respetable, an-


ciano, cortado en romboides y polígonos desco-
nocidos en el testo geométrico, huesosos, cubiertos
de levísima capa triturable y reposando, por su
peso específico , en el fondo del consabido líquido,
que para el caso se revestía de un color parduzco.
Cuando Eyzaguirre hundía la cuchara en aquel
mar , clavábamos los ojos en la superficie, mién-
tras hacíamos el tácito y rápido cálculo sobre á
quién tocaría el trozo saliente . De ahí amargas
decepciones y júbilos manifiestos . Hacía el papel
de pieza de resistencia un largo y escueto asado
de costillas , cubierto de una capa venosa imper-
meable al diente . Habíamos corrido todo el dia
en el gimnasio, éramos sanos , los firmes dientes
estaban habituados á romper la cáscara del coco
y triturar el confite de Córdoba, el sábalo había
23

tenido un éxito de respeto , debido á su edad :


sin embargo, jamás vencimos la córnea defensa pa-
quidérmica del asado de tira ! -
Cerraba la marcha , con una conmovedora
regularidad, ya un plato de arroz con leche , ya
una fuente de orejones. - La leche, en su estado
normal, es un elemento líquido ; ¿ por qué se lla-
maba aquello « arroz con leche ? » Era sólido, com-
pacto y las moléculas, estrechándose con violen-
cia, le daban una dureza de coraza. Si hubiéra-
mos dado vuelta à la fuente, la composicion, fiel al
receptáculo, no se habría movido , dejando caer
sólo la versátil capa · de canela. -- En general,
el color del orejon tira á un dorado intenso, que
se comunica al líquido que lo acompaña . Además,
es un manjar silencioso . Aquél, no sólo afectaba
un tinte negro y opaco , sinó que , arenoso por
naturaleza, sonaba al ser triturado .
Luego, al gimnasio, á correr, á hacer la di-
gestion !
24

III .

He dicho ya que mis primeros dias de co-


legio fueron de desolacion para mi alma. La tris-
teza no me abandonaba y las repetidas visitas de
mi madre, á la que rogaba con el acento de la
desesperacion que me sacára de allí y que sólo me
contestaba con su llanto silencioso , sin dejarse
doblegar en su resolucion , aumentaban aún mis
amarguras.
La reaccion vino de un recurso inesperado .
Una noche que nos llamaban á la clase de estudio,
se me ocurrió abrir uno de los cajones de mi
cómoda, para tomar algunas galletitas con que
combatir las consecuencias del menu mencionado .
Maquinalmente tomé un libro que allí había y
me fuí con él. Una vez en clase y cuando el si-
lencio se restableció, me puse á leerlo . Era una
traduccion española de « Los tres Mosqueteros >>
de Dumas. Decir la impresion causada en mi es-
píritu por aquel mundo de aventuras , amores,
estocadas, amistades sagradas, brillo y juventud,
mundo desconocido para mí ; decir la emocion pal-
‫רח‬
25

pitante con que seguí al hidalgo gascon desde su


llegada á Paris hasta la noche sombría del juicio,
el odio al Cardenal, mi júbilo por sus fracasos,
mi ilusion maravillosa, es hoy superior á mis fuer-
zas. Toda esa noche , con un cabo de vela, en-
cendido á hurtadillas, me la pasé leyendo. Al dia
siguiente no fuí á los recreos , no salí de mi

cuarto y, cuando al caer la tarde concluí el libro,


sólo me alentaba la esperanza de la continuacion
Escribí á mi madre , vinieron los « Veinte años
despues » , « El Vizconde de Bragelonne» , que me
costó lágrimas á raudales , un « Luis XIV y su
siglo » , tambien de Dumas , crónica hecha sobre
las memorias del tiempo, cuyo único defecto era
á mis ojos no ver figurar en ella á D'Artagnan,
principal personaje de la época, en mi concepto ,
— y multitud de novelas españolas , cuidadosa-
mente recortadas en folletines , unidos. por alfi-
leres y de algunos de cuyos títulos me acuerdo
todavía, aunque despues no los haya vuelto á
ver. « El Espía del Gran Mundo » , novela francesa ,
en la cual hay un especie de Caliban, pero bue-
no y fiel, que chupa en una herida el veneno
de una víbora ; « La gran Artista y la gran Se-
26

ñora» , que despues he sabido fué por un año la


coqueluche de las damas de Buenos - Ayres ;
<< La verdad de un epitafio » , donde el héroe roba
de un sepulcro á su amada, aletargada como Ju-
lieta y le abre la mejilla de un feroz tajo para
desfigurarla á los ojos , de sus enemigos ; « El
Clavo », un individuo á quien le perforan el crá-
neo, durante el sueño, con un clavo invisible á
la autopsia, pero que algunos años despues apa-
rece gravemente incrustado en su calavera , sobre
la que un romántico medita en un cementerio,
como Hamlet con el cráneo del «poor Yorick » ;
los «Monfies de las Alpujarras » y « Men Rodrigo
de Sanabria » , dos de los mejores, tal vez los úni-
cos romances realmente históricos de Fernandez

y Gonzalez, con una brutalidad de accion propia


de la época ; el « Hijo del Diablo », cuya primera
parte me enloqueció , haciéndome soñar un mes
entero con mantos encarnados , caballos galopando
bajo la noche y el trueno, viejos alquimistas cal-
vos y sombríos , etc.; « Dos cadáveres » un sal-
vaje romance de Soulié , que pasa en Inglaterra,
bafo el efímero protectorado de Ricardo Crom-
well y cuyos dos personages principales son los
27

cuerpos de Cárlos I y de Oliverio Cromwell, con


sus féretros respectivos, sobre los que pasan co-
sas inauditas , ect. ect. Uno de los recuerdos mas
vigorosos que he conservado es la impresion cau-
sada por los << Misterios del Castillo de Udolfo » ,
de Ana Radcliff, que cayó en mis manos en una
detestable edicion española, en tres tomos , con x
en vez de j y j en vez de i. No pegué los ojos
en una semana y era tal la sobrescitacion de mi
espíritu, que me figurala que esos insomnios morti-
tificantes eran un castigo por el robo sacrilego
que había cometido , deslizándome al templo de
S. Ignacio, durante un funeral por el alma de un
ciudadano, para mí desconocido, - y metídome
bajo el chaleco, en varios trozos , la vela de cera
clásica, que debía iluminar mis trasnochadas de
lectura.

Por medio de canges y razzias en mis salidas


de los domingos , mas ó ménos autorizadas por
los parientes que tenían bibliotecas, todo Dumas
pasó, Fernandez y Gonzalez (un saludo al « Coci-
nero de Su Magestad » , que cruza mi memoria ! )
Perez Escrich, que había ya ofendido el sentido
- y una
comun y el arte con unos veinte tomos ,
28

infinidad de novelas que no recuerdo ya. Un


dia supe que un compañero tenía lo « Hermosa
Gabriela » , de Maquet . Me precipité á pedírsela ,
reclamando derechos de reciprocidad ; pero Juan
Cruz Ocampo se había anticipado y estaba á
punto de conseguirla . Confieso que mi primer
movimiento fué disputársela , aun en el terreno
de los hechos ; pero despues de la simple reflexion
de que mis fuerzas físicas , no igualando mi
arrogancia, me habrían hecho quedar sin el libro
y con varias contusiones , acepté el temperamento
del sorteo, que, como un anticipo sobre mi suerte
constante en el alea de la vida , favoreció á

Ocampo . Durante una semana , lo espié , lo aseché


sin reposo y cuando lo veia hablar , jugar ó
comer, en vez de leer y leer á prisa , me indig-
naba pareciéndome que aquel hombre no tenía
la menor nocion del honor mas rudimental . A más,
el cruel solía hablarme de las hazañas de Pontis
y me decía esta frase que me estremecía de impa-
ciencia : «Chicot figura ! » ...
Las novelas, durante toda mi permanencia en
el Colegio, fueron mi salvacion contra el fastidio,
pero al mismo tiempo me hicieron un flaco servicio.
29

como estudiante. Todo libro que no fuera romance


me era insoportable y tenía que hacer doble esfuer-
zo para fijar en él mi atencion . ¿હૈં.A cuál de noso-
tros no ha pasado algo análogo mas tarde, en el
estudio de la historia ? ¿ Quién no recuerda la per-
severancia necesaria para leer un tratado cualquiera,
despues de las páginas luminosas de Macaulay'
Prescott ó Motley ? ....
. .

IV.

El Colegio, que mas tarde debía ser uno de los pri-


meros establecimientos de América, era por entonces
un cáos como organizacion interna. Cuando me in-
crusté bien y ví claro, comprendí que trás las som-
bras ostensibles de la vida claustral, había des ac-
commodements , no sólo con el cielo , sino con
las autoridades temporales de la tierra . Durante un
año y siendo ya mocitos, nos hemos escapado casi
todas las noches, para hacer una vida de vagabun-
dos por la ciudad , en los cafés, en aquellos puntos
donde Shakespeare pone la accion de su Perícles, y
sobre todo, en los bailes de los suburbios, de los
30

que algunos condiscípulos, ignoro por arte de quien,


tenían siempre conocimiento.
Toda la variedad infinita de los medios de
escapatoria , podía reducirse á tres sistemas

principales : la portería , la despensa y el por-


ton. - La portería, que da sobre el atrio de S.
Ignacio, requería, ó elementos de corrupcion para
el portero, ó vias de hecho deplorables. La despensa
y cocinas tenían una pequeña puerta á la calle
Moreno que á veces quedaba abierta hasta tarde. El
porton, una de esas portadas deformes de la colonia,
daba á la calle de Bolívar, donde hoy se encuen-
tra la entrada principal del Colegio. Las hojas,
en vez de llegar hasta el suelo, terminaban en unas
puntas de hierro que dejaban un espacio libre en-
- Por allí había que pa-
tre ellas y el pavimento.
sar, pegado el cuerpo á la tierra, en mangas de
camisa para no estropear el único jacquet de lu-
jo y sintiendo muchas veces que las fieles pun-
tas guardianes se insinuaban ligeramente en la
espalda como una protesta contra la evasion. A
pesar de todas sus dificultades , era el medio
mas generalmente elejido. — Pero aquí debo
recordar una de esas curiosidades de colegio,
31

que todos mis compañeros de entónces deben tener


presente.
Se educaba allí desde tiempo inmemorial un
especie de bohemio , lleno de buenas condiciones
de corazon, haragan como una marmota, dormi-
lon como el símil , con una cabeza enorme
cubierta de una melena confusa y tupida como
la baja vegetacion tropical, reñido con los libros que
no abría jamas y respondiendo al nombre de
<< Galeron » , sin duda por las dimensiones colosales del
sombrero que tenía la funcion obligatoria y difícil
de cubrir aquella cabeza ciclópea. Mas tarde lo he
encontrado varias veces en el mundo, ya en buena
situacion, ya bajo el peso de sérias desgracias : le
he conservado siempre un cariño inalterable. Lo
encontré en Arica, entre el ejército bloqueado de
Montero, como corresponsal de un diario de Lima ;
estaba abordo de la « Union » el dia sombrío de
Angamos en que murió Gran. - Luego volví á verlo
en Lima ; Piérola , cuya fortuna política había
seguido y que estaba entónces en el poder, le ofre-
ció empleos bastante lucrativos : sólo quiso aceptar
un pequeño mando militar y un puesto en la
vanguardia. - Esa conducta honrosa compensa mu-
32

chas faltas. Había hecho tambien la campaña del


Paraguay.
He hablado de Benito Neto. ― Era un mis-
terio profundo como Benito había conseguido ,
allá en épocas remotas y sin duda á favor de algun
sacudimiento, de alguna convulsion caótica, nada
ménos que una llave del porton de la calle Bolivar !
Nadie sabía donde la guardaba y todas las empre-
sas organizadas para robársela, dieron siempre un
fiasco completo. Benito la cuidaba, la aceitaba
con frecuencia y tenía un aparato especial para
estraer del caño todas las pelusas y migajas
parásitas que iban allí á alojarse. Era para él , el
caballo del árabe ó del gaucho, el fusil del cazador,
la mandolina del provenzal errante, el instrumen-
to y el sustentáculo de su vida. — Como con el Ras-
treador Calíbar todos los prisioneros que tentaban
evadirse, éranos forzoso contar con Benito cuando
nos animaban iguales designios. Benito oía en
silencio y luego preguntaba tranquilamente : « ¿ Dón-
de vamos ?» Porque él no prestaba la llave ja-
más, no la alquilaba, no lo vendía. El era siem-
pre de la partida, fuere cual fuese el objetivo. En
vano se le observaba : « Benito, estamos los tres
33

invitados á un baile ! --- Va-


Me presentarán.
mos á una comida á casa de Fulano ! -- Co-
meré. Una tia mia está muy enferma ! La
velaré. - Tengo una cita y • • Bra Ha de haber
alguna chinita sirviente. » A todo tenía respuesta
y lo hemos visto asistir gravemente, con su eterno
jacquet canela, á entierros de lejanos parientes de
algun estudiante cuya conducta no había merecido
un permiso de salida y que acudía al arte de Benito .
Era el Lord Flamborough de Sandeau , pegado
al jóven homeópata como la ostra á la peña.

√.

A más de las escapadas nocturnas, había las


cenas furtivas y algunas calaveradas soberbias de
los grandes que nos llenaban de admiracion.
El Dr. Agüero estaba ya muy viejo ; bueno
y cariñoso, vivía en un optimismo singular respecto
á los estudiantes, ángeles calumniados siempre segun
su opinion.
Recuerdo un carnaval en que hicimos atro-
cidades en el átrio ; los chicos, con las manos lle-
3
34

nas de carmin, azul molido y harina, asaltábamos de


improviso á los pasantes, les llenábamos los ojos y el
rostro con la mezcla y cuando aquellos hombres.
enfurecidos se nos venían encima, nos poníamos
á cubierto, por medio de una ágil retirada, detrás
del sólido baluarte de los puños de Eyzaguire, Pas-
tor, Julio Landivar , Dudgeon, el tranquilo Mar-
celo Paz que sólo levantaba el brazo cuando veía
pegar á un débil, etc. El pugilato comenzaba,
guardándose estrictamente las reglas de caba-
llería ; pero el asaltante, olvidado del noble ejer-
cicio, no llevaba la mejor parte. - Uno de ellos,
un francés que tenía una peluquería frente al Co-
legio y que nos profesaba suma antipatía por
nuestro escaso consumo de sus artículos, fué pre-
parado por mí y ribeteado por Eyzaguirre ; justa-

mente enfurecido, se precipitó á llevar la queja


al Dr. Agüero. Un chico le previno y presen-
tándose llorando ante el anciano, le dijo que aquel
hombre le había pegado y que Eyzaguirre lo
había defendido . Decir el furor del buen Rector !
Quería mandar preso al peluquero , que ante
aquella amenaza quedó estupefacto ; pero la de-
nuncia surtió su efecto, porque, para que no nos
35

pegaran mas (y lo decía sinceramente) nos hizo


abandonar el atrio.

VI.

Había la vieja costumbre , desde que el Dr.


Agüero se puso achacoso , de que un alumno lo
velára cada noche . No se acostaba ; sobre un in-
menso sillon Voltaire (no sospechaba el anciano
la denominacion !) dormitaba por momentos, lle-
no de fatiga. Teníamos que hacerle la lectura du-
rante un par de horas para que se adormeciera
con la monotonía de la voz y tal vez con el fas-
tidio del asunto . ¡ Cuán presente tengo aquel
cuarto, débilmente iluminado por una lámpara sua-
vizada por una pantalla opaca, aquel silencio , sólo
interrumpido por el canto del sereno y al alba,
por el paso furtivo de algun fugitivo que volvía
al redil ! Leíamos siempre la vida de un santo en
un libro de tapas verdes , en cuya página 101
había eternamente un billete de veinte pesos m/c.,
que todos los estudiantes del colegio sabíamos
haber sido colocado allí espresamente por el buen
3*

G
36

rector, que cada mañana se aseguraba ingénuamente


de su presencia en la página indicada y quedaba en-
cantado de la moralidad de sus hijitos, como nos
llamaba.
Más de una noche me he recordado en el
sofá al alcance de su mano , donde me tendía

vestido ; me daba una palmadita en la cabeza y


me decía con voz impregnada de cariño : « duerme,
niño, todavía no es hora» . La hora eran las cinco
de la mañana , en que pasábamos á una pieza
·
contigua, hacíamos fuego en un brasero , siempre
con leña de pino , y le cebábamos mate hasta las
siete. Luego nos decia : «vé á tal armario , abre
tal cajon y toma un plato que hay allí. Es para
tí» . Era la recompensa , el premio de la velada
y lo sabíamos de memoria : un damasco y una
galletita americana, que nos hacía comer pausada
y separadamente, el damasco el último.
Jamás se nos pasó la idea por la mente de
protestar contra aquella servidumbre ; tenía esa
costumbre tal carácter afectuoso, patriarcal, que la
considerábamos como un deber de hijos para con
un padre viejo y enfermo. - Sólo uno que otro
desaforado aprovechaba el sueño del anciano, du-
37

rante su velada de turno , ya para escaparse, ya


para darse una indigestion de uvas, trepado como
un mono en las ricas parras del patio.
El Dr. Agüero fué un hombre de alma bue-
na, pura y cariñosa ; sobrevivió muy pocos meses
á su separacion del Colegio y hoy reposa en
paz bajo las bóvedas de la Catedral de Buenos-
Ayres.

VII.

El estado de los estudios en el Colegio era


deplorable, hasta que tomó su direccion el hombre
mas sábio que hasta el dia haya pisado tierra ar-
gentina. Sin documentos á la vista para rehacer
su biografía de una manera exacta , me veo for-
zado á acudir simplemente á mis recuerdos, que,
por otra parte, bastan á mi objeto.
Amedée Jacques *) pertenecía á la generacion
que al llegar á la juventud, encontró á la Francia
en plena reaccion filosófica, científica y literaria.

*) N. 1813 , † 1865. .
38

La filosofía se había renovado bajo el espí-


ritu liberal de siglo , que, dando acogida imparcial
á todos los sistemas, al lado del cartesianismo es-
tudiaba á Bacon, á Spinosa, á Hobbes, Gassendi
y Condillac, como á Leibnitz y á Hegel, á Kant
y á Fichte, como á Reid y Dugald - Stewart. ―
De ahí había nacido el eclecticismo ilustrado por
Cousin , sistema cuya vaguedad misma , cuya
falta de doctrina fundamental , respondía mara-
villosamente á las vacilaciones intelectuales de la
época. Jouffroy había abierto un surco profundo
con sus estudios sobre el destino humano, algu-
nas de cuyas páginas están impregnadas de un
sentimiento de desesperanza, de una desolacion
mas profunda, alta y sincera que las paradojas
de Schopenhauer ó los sistemas friamente cons-
truidos de Hartmann . Maine de Biran dejaba
aquellas observaciones sobre nuestra naturaleza
moral, que admirarán siempre como los grandes
caractéres de Shakespeare. Villemain hacía cuadros
inimitables de estilo y erudicion, Guizot enseñaba
la historia, que Thiers escribía, la ' pléyade hacía
versos, dramas y novelas , Delacroix , Scheffer y
Jerôme pintura , Clésinger y Pradier estatuaria,
39

Lamartine, Berryer, Thiers etc. discursos, Rossini,


Meyerbeer, Halévy música, y Arago, Ampére, Gay-
Lussac, C. Bernard , Chevreul, daban á la ciencia
vida, movimiento y alas .
Amedée Jacques había crecido bajo esa at-

mósfera intelectual y la curiosidad de su espíritu


lo llevaba al enciclopedismo . A los trenita y cin-
co años era profesor de filosofía en la Escuela
Normal y había escrito , bajo el molde ecléctico ,
la psicología mas admirable que se haya publica-
do en Europa. El estilo es claro , vigoroso , de
una marcha viva y elegante ; el pensamiento sere-
no, la lógica inflexible y el método perfecto . Hay
en ese manual, que corre en todas las manos de
los estudiantes , páginas de una belleza literaria
de primer órden y aun hoy, quince años despues
de haberlo leido, recuerdo con emocion los capítu-
los sobre el método y la asociacion de ideas .
Al mismo tiempo , el jóven profesor se ocupaba en
las ediciones de las obras filosóficas de Fénelon,
Clarke etc. , únicas que hoy tienen curso en el
mundo científico .
Pero Jacques no era uno de esos espíritus
frios, estériles para la accion, que viven metidos
40

en la especulacion pura , sin prestar oido á los


ruidos del mundo y sin apartar su pensamiento
del problema, como Kant, en su cueva de Konigs-
berg, levantando un momento la cabeza para ver
la caída de la Bastilla y volviéndola á hundir en
la profundidad de sus meditaciones, como el fakir
indu que, perdido en la contemplacion de Brahma
y susurrando su eterno é inefable monosílabo,
ignora si son los Tártaros ó los Mongoles, Tamer-
lan ó Clive los que pasan como un huracan sobre
las llanuras regadas por el rio sagrado. - Jac-
ques era un hombre y tenía una patria que amaba ;
quería que, como el espíritu individual se eman-
cipa por la ciencia y el estudio, el espíritu colec-
tivo de la Francia se emancipara por la libertad .
Hasta el último momento, al frente de su re-
vista « La libertad de pensar >» , como al pié de la
última bandera que flamea en el combate, luchó
con un corage sin igual. - El 2 de Diciembre,
como á Tocqueville, como Quinet, como á Hugo,
lo arrojó al estrangero, pobre, con el alma herida.
de muerte y con la vision horrible de su porve-
nir abismado para siempre en aquella bacanal.
41

VIII.

Tomó el camino del destierro y llegó á Mon-


tevideo, desconocido y sin ninguno de aquellos
recursos mecánicos de profesion : lo sabía todo, pero
le faltaba un diploma de abogado ó médico para
poder subsistir. ―― Abrió una clase libre de Física
esperimental, dándole el atractivo del fenómeno
producido en el acto ; aquello llamó un momento
la atencion. → Pero se necesitaba un gabinete
de física completo y los instrumentos son caros.
Jacques los reemplazaba por una esposicion
luminosa, por sus trazados gráficos ; fué inútil. La
gente que allí iba quería ver la bala caer al mis-
mo tiempo que la pluma en el aparato de Hood,
sentir en sus manos la corriente de una pila , ha-
cer sonar los instrumentos acústicos y deleitarse
en los cambiantes del espectro , sin importársele
un ápice la causa de esos fenómenos. Dejaban
la razon en casa y sólo llevaban ojos y oidos á
la conferencia.
Un momento, Jacques fué retratista, uniéndose
á Masoni , un pariente político mio , de cuyos
42

labios tengo estos detalles. Florecía entonces la


daguerreotipia que , con razon , pasaba por una
maravilla. Fué en esa época que llegó , en un
diario europeo, una noticia muy sucinta sobre la
fotografía, que Niepce acababa de inventar, si-
guiendo las indicaciones de Talbot. Jacques se
puso á la obra inmediatamente, y al cabo de un
mes de tanteos, pruebas y ensayos, Masoni, que
dirigía el aparato como mas práctico , lleno de
júbilo mostró á Jacques, que servía de objetivo,
sus propios cuellos blancos, única imágen que la
luz caprichosa había dejado en el papel. Pero ni
la fotografía, que mas tarde perfeccionaron, ni la
daguerreotipia, que le cedía el paso, como el telé-
grafo de señales á la electricidad , no daban de
vivir.
Jacques se dirijió á la República Argen-
tina, se hundió en el interior, casóse en Santiago
del Estero, emprendió veinte oficios diferentes, lle-
gando hasta fabricar pan, y por fin, tuvo el Co-
legio Nacional de Tucuman el honor de contarlo
entre sus profesores. Fueron sus discípulos

los Dres. Gallo, Uriburu, Nougués y tantos otros


hombres distinguidos hoy, que han conservado
43

por él una veneracion profunda, como todos los


que hemos gozado de la luz de su espíritu .

IX.

Llamado á Buenos-Ayres por el Gobierno del


General Mitre, tomó la direccion de los estudios en el
Colegio Nacional, al mismo tiempo que dictaba una
cátedra de Física en la Universidad . Su influen-
cia se hizo sentir inmediatamente entre noso-
tros. Formuló un programa completo de bachi-
llerato en ciencias y letras , defectuoso tal vez
en un solo punto, su demasiada estension . Pero
M. Jacques, habituado á los estudios fuertes, soste-
nía que la inteligencia de los jóvenes argentinos es
mas viva que entre los franceses de la misma
edad y que por consiguiente podíamos aprender con
menor esfuerzo. Era exigente, porque él mismo no
se economizaba ; rara vez faltó á sus clases y mu-
chas, como diré mas adelante, tomó sobre sus
hombros robustos la tarea de los demas.
Mis recuerdos, vivos y claros en todo lo que
al maestro querido se refiere , me lo representan
44

con su estatura elevada, su gran corpulencia, su andar


lento y un tanto descuidado , su eterno traje negro
y aquellos amplios y enormes cuellos abiertos, ro-
deando un vigoroso pescuezo de gladiador. — La
cabeza era soberbia ; grande, blanca, luminosa,
de rasgos acentuados. La calvicie le tomaba casi
todo el cráneo, que se unía, en una curva sève-
ra y perfecta, con la frente ancha y espaciosa,
surcada de arrugas profundas y descansando,
como sobre dos arcadas poderosas, en las cejas
tupidas que sombreaban los ojos hundidos y
claros, de mirar un tanto duro y de una in-
tensidad insostenible ; la nariz, casi recta, pero
ligeramente abultada en la estremidad , era de
aquel corte enérgico que denota inconmovible
fuerza de voluntad. En la boca, de lábios cor-
rectos , había algo de sensualismo ; no usaba
mas que una ligera patilla que se unía bajo la
barba, acentuada y fuerte, como las que se ven
en algunas viejas medallas romanas.
M. Jacques era áspero , duro de carácter, de una
irascibilidad nerviosa, que se traducía en accion con
la rapidez del rayo , que no daba tiempo á la razon
para ejercer su influencia moderadora. « No puedo
45

con mi temperamento » , decía él mismo , y mas


de una amargura de su vida provino de sus arre-
batos irreflexivos. No conseguía detener su ma-
no y entre todos los profesores, fué el único al que
admitíamos usara hácia nosotros gestos dema-
siado espresivos . - Un profesor se había per-
mitido un dia dar un bofeton á uno de noso-

tros , á Julio Landivar. , si mal no recuerdo y


éste lo tendió á lo largo de un puñetazo de
la familia de aquel con que Maubreil obsequió
á M. de Talleyrand ; otra vez desmayámos
de un tinterazo en la frente á otro magister
que creyó agradable aplicarnos el antiguo pre-
cepto escolar ; pero jamás nadie tuvo la idea
sacrílega de rebelarse contra Jacques. Bajo el
golpe inmediato, solíamos protestar, arriesgando
algunas ideas sobre nuestro carácter de hombres
libres, etc. Pero una vez pasado el chusbasco,
nos decíamos unos á otros, los maltratados, para
levantarnos un poco el ánimo : « Si no fuera
Jacques !» · .. Pero era Jacques !
46

X.

Recuerdo una revolucion que pretendimos


hacer contra D. José M. Torres, Vice-Rector en-
tónces, y de quien mas adelante hablaré, porque
le debo mucho . La encabezábamos un jóven
-
Adolfo Calle, de Mendoza, y yo . Al salir de
la mesa lanzámos gritos sediciosos contra la mala
comida, la tirania de Torres (las escapadas ha-
bian concluido !) y otros motivos de queja análo-
gos. Torres me hizo ordenar que me le presen-
tára, y como el tribuno francés, á quien plagiaba
inconcientemente, contesté que sólo cedería á la
fuerza de las bayonetas . Un celador y dos robus-
tos gallegos de la cocina se presentaron á prender-
me, pero hubieron de retirarse con pérdida, por-
que mis compañeros, escitados, me cubrieron con
sus cuerpos , haciendo descender sobre aquellos
infelices una espesa nube de trompadas. El ce-
lador que, como Jérges, había presenciado el com
bate de lo alto de un banco, corrió á comunicar
á Torres, plagiando él á su vez á Lafayette en
su respuesta al conde de Artois, que aquello no
47

era ni un motin vulgar , ni una sedicion , sino


pura y simplemente una revolucion . El Sr. Torres,
no por falta de energía por cierto, sino por espí-
ritu de gerarquía, fué inmediatamente á buscar á
M. Jacques, Rector entónces del Colegio y que vivía
en una casa amarilla esquina à la de Venezuela
y Balcarce. Pero nosotros creíamos que había
ido á traer la policía y empezámos los pre-
parativos de defensa . - Recuerdo haber pro-
nunciado un discurso sobre la ignominia de ser
gobernados, nosotros republicanos, por un espa-
ñol monárquico , con citas de la Independencia,
San Martin , Belgrano y creo que hasta la inva-
sion inglesa. —- Otros oradores me sucedieron en
la tribuna, que era la plataforma de un trapecio,
y la resistencia se resolvió. En ésto oímos una
detonacion en el claustro, seguida de varias otras,
matizadas de imprecaciones. Algunos conjurados
habían esparcido en los corredores esas pequeñas
bombas Orsini que estallan al ser pisadas. Era
M. Jacques que entraba, irritado como Neptuno
contra las olas. Desgraciadamente, no creyó que
convenía primero calmar el mar, sino que puso
el quos ego ... en accion. Al aparecer en la
48

puerta del gimnasio , un estremecimiento corrió


en las filas de los que acabábamos de jurar ser
libres ó morir. No de otra manera dejaron los
persas penetrar el espanto en sus corazones, cuan-
do vieron á Pallas Athenea flotar sobre el
ejército griego, armada de la espada dórica, en el
llano de Marathon. - Vino rápido hacia mí

y ..... ! Luego me tomó del brazo y me condujo


consigo. No intenté resistir y echando á mis com-
pañeros una mirada que significaba claramente :
«Ya lo veis ! Los dioses nos son contrarios ! » seguí
con la cabeza baja á mi vencedor. Llegados á la
sala del Vice-Rector, recibí nuevas pruebas de la
pujanza de su brazo y un cuarto de hora despues
me encontraba, ignominiosamente espulsado , con
todos mis penates, es decir, con un pequeño baul,
del lado esterior de la puerta del Colegio.
Eran las 8 y media de la noche : medité. Mi fa-
milia y todos mis parientes en el campo , sin un
peso en el bolsillo, - qué hacer ? Me parecía aquello
una aventura enorme y encontraba que David
Copperfield era un pigmeo á mi lado ; me creía
perdido para siempre en el concepto social. Vagué
una hora, sin el baul, se entiende, que había de-
49

jado en depósito en la sacristía de S. Ignacio y


por fin fuí á caer sobre un banco de la plaza
Victoria. Un hombre pasó, me conoció, me inter-
rogó y tomándome cariñosamente de la mano,
me llevó á su casa, donde dormí en el cuarto de
sus hijos, que eran mis amigos. Era D. Már-
cos Paz, Presidente, entónces, de la República y
uno de los hombres mas puros y bondadosos que
ha nacido en suelo argentino.
Varios enemigos de Jacques quisieron explotar
mi expulsion violenta y vieron á mi madre para
intentar una accion criminal contra él. Mi madre,
sin mas objetivo que mi porvenir , resistió con
energía, vió á Jacques, que ya había devuelto des-
garrada una solicitud del Colegio entero para
nuestra readmision (Calle habia seguido mi suer-
te) y despues de muchas instancias , consi-
guió la promesa de admitirme externo, si en mis
exámenes salía regular. La suerte y mi esfuer-
zo me favorecieron y habiendo obtenido ese año,
que era el primero, el premio de honor, volví á
ingresar en los claustros del internado .
50

XI.

Nada mortificaba más á Jacques que ver un


alumno dormido durante sus esplicacones ; el des-
dichado tenia siempre un despertar violento . Los
cuchicheos , la novela debajo del banco, leida á hur-
tadillas, lo ponían fuera de sí. Entraba en la clase.
con su paso reposado y durante media hora, con
un enorme pedazo de tiza en la mano, que solía
limpiar negligentemente en la solapa de la levita,
esplicaba la materia con su voz grave y sonora.
A medida que se animaba, sacaba un cigarillo de
papel , lo armaba y lo colocaba sobre la mesa.
Pero mientras buscaba fósforos , se olvidaba del
cigarro, sacaba otro y asi sucesivamente hasta que,
agotada su provision , se dirijía á uno de noso-
tros y nos pedía uno que nos apresurábamos á
darle, encendido el rostro , pero sin hacerle la
menor indicacion hácia los que estaban enfilados
sobre la mesa.
Luego nos dictaba nuestros cuadernos , pero
con una rapidez tál de palabra, que , siendo casi
imposible seguirlo , habíamos adoptado con mi
51

vecino del primer banco y amigo Julian Aguirre,


hijo de Jujuy y actualmente magistrado distin-
guido, un sistema de signos abreviativos. Así, las
voces largas, como circunferencia, perpendicular,
etc. eran reemplazadas por el signo del infinito ,
w, etc. - Un dia, habién-
, las letras griegas a, a,
dose interrumpido para reñir á alguno , me tocó
la mala suerte de que eligiera mi cuaderno para
reanudar el hilo de la esposicion. G Aquel gali-
matías de signos lo puso furioso y me tiró con
mi propio manuscrito.

XII.

Otra vez, Corrales ...... no puedo resistir


al deseo de presentar á mi condiscípulo Corrales.
Es uno de esos tipos eternos del internado que
todo aquel que haya pasado algunos años dentro
de los muros de un colegio, reconocerá á primera
vista . Es el cabrion, el travieso , el mal estu-

diante, el reo presunto de todas las contraven-


ciones, faltas y delitos. De un espíritu lleno
de iniciativa, inventando á cada instante una treta
52

nueva para burlarse del maestro ó procurarse al-


guna satisfaccion, gritando como veinte en el re-
creo, dejando gravado su nombre en todas las
mesas, gracioso, chispeante en la conversacion,
llena de la sal gruesa de colegio, es al mismo
tiempo incapaz de aprender, de asimilarse una
nocion científica cualquiera. - Corrales in-
ventaba trampas, aparatos para robar uvas, lazos
corredizos admirables para tomar delicadamente
del cuello, desde una altura de diez metros , las
botellas simétricamente colocadas sobre una mesa

en el patio del cura de S. Ignacio , sobre el que


daban las ventanas de algunos dormitorios, bo-
tellas que su dueño destinaba á festejar la fiesta
del patrono. - Corrales sabía abrirse la puerta
del encierro sin fractura visible ; pero Corrales ja-
más pudo comprender ni creer que el valor de
los ángulos se midiera por el espacio compren-
dido entre los lados y no por la longitud de éstos .
Las matemáticas, como toda nocion racional
por lo demás, eran para él abismos sin fondo en
los que su cráneo de chorlo se marcaba. Era feí-
simo, picado de viruelas, con un pelo lácio, duro
y abundante, obedeciendo sin trabas al impulso
53

de veinte remolinos . Sus libros, jamás abiertos,


eran los mas sucios y deshechos del colegio . Al-
gunas veces, cuando la cosa apuraba, venía á que
le esplicáramos un teorema , con claridad, sin
prisa y dándole el derecho de preguntar, sin lími-
tes. Era inútil ; no tenía la nocion del ángulo
recto. ―― En clase, pasaba el tiempo en tallar su
banco, que se iba convirtiendo en un escaño an-
tiguo del Berruguete, -- en fumar á escondidas ,
á favor de su facultad envidiada de retener el
humo en el pecho durante cinco minutos, en ha-
cer flechas, cuerdas de goma de botin que, fija-
das en el índice y el pulgar , lanzaban al techo
una bola de papel mascado que se adhería á él,
sosteniendo por un hilo un retrato de perfil del
profesor ; - en fabricar gallos perfectos , navíos
primitivos, y en mil otros pasatiempos igualmente
conexos con el curso . — No había casi dia, en la
clase de Jacques, que Corrales escapara á las vi-
gorosas arremetidas del sabio . -- Pero Corrales,
familiarizado ya con ese procedimiento, habia re-
suelto emplear en su defensa una de sus artes
mas estudiadas : Corrales canchaba maravillo-
samente. Un pié adelante, con el cuerpo encorva-

H
P
54

do , durante los recreos, ni los grandes conse-


guían tocarle el rostro ; tenía la agilidad, la vista
del compadrito y sus mismos dichos especiales .
-
Asi, cierto dia que Jacques nos esplicaba que
los tres ángulos de un triángulo equivalen á dos
rectos, Corrales, oyendo como el ruido del viento
la esplicacion, desde los últimos bancos de la clase,
estaba profundamente preocupado en construir, en
union con su vecino el cojo Videla, que lo · ayu-
daba eficazmente, un garfio para robar uvas de
noche. De pronto, Jacques se detiene y con voz
tonante esclama : « Corrales, tú eres un imbécil y
tu compadre Videla otro : ¿ cuánto valen los dos
juntos ?>> - « Dos rectos ! » contestó Corrales que
tenía en el oído esas dos palabras tan repetidas
durante la esplicacion y sin darse cuenta , en su
sorpresa, de la pregunta de Jacques. Este se le
fué encima y nos fué dado presenciar uno de los
combates mas reñidos del año .
Corrales se echó para atrás, enroscó el cuer-
po, hundió la cabeza entre los hombros y mirando
á su adversario con sus ojos chiquitos, llenos de
malicia, esperó el ataque con las manos en pos-
tura. -― Jacques debutó por un revés , que fué
55

habilmente parado ; una finta en tercia , seguida


de un amago al pelo, no obtuvo mayor éxito.
Entónces Jacques, despreciando los golpes artísti-
cos, comenzó lisa y llanamente á hacer llover sobre
Corrales una granizada de trompadas , bifes , re-
veses , de filo , de plano, de punta, todo en con-
fuso é inestricable torbellino. El calor de la
lucha enardeció á Corrales ; se multiplicaba, se re-
torcía y á cada buena parada, decía con acento
jadeante ; « Diande ! » « Cuando , mi vida ! » y
otros gritos de guerra análogos. Jacques, mas irri-
tado aún, hizo avanzar la artillería y una nube
. de punta-piés cayó sobre las estremidades del in-
- Corrales, que no sabía can-
trépido agredido .
char con las piernas, se puso de rodillas sobre el
banco ; esta simple evolucion hizo efímeros los
estragos del cañon y el combate al arma blanca
continuó . Pero Corrales era un simple mon-
tonero, un Paez, un Güemes, un Artigas ; no ha-
bía leido á César, ni al gran Federico, ni las me-
morias de Vauban, ni los apuntes de Napoleon,
ni los libros de Jomini . Su arte era instintivo

y Jacques tenia la ciencia y el génio de la estra-


tegia.
56

Tal así, los persas valerosos no supier on

defender sus empalizadas contra los atenienses de


Platea. - El banco de la batalla habia sido aban-

donado por los vecinos de Corrales ; Jacques vió


la ventaja de una mirada y amagando una car-
ga violenta, mientras Corrales, en el movimento
defensivo, perdía un tanto el equilibrio, su adver-
sario, de un golpe enérgico, dió en tierra con el
banco y con Corrales . - Antes que éste pudiera
levantarse, Jacques lo asió del cuello de la camisa,
no saltando el boton correspondiente por la cos-
tumbre inveterada en Corrales , de no usarlo
nunca. No brilló en manos del vencedor la
daga de misericordia, pero sí sonó, uno solo,
soberbio bofeton.
Asi concluyó aquel memorable combate, que
habiamos presenciado silenciosos y absortos, á la
manera de los indios de Manco Capac las ba-
tallas de Almagro y de Pizarro, como luchas de
seres superiores al hombre ! ....
57

XIII .

Jacques llegaba indefectiblemente al Colegio


á las nueve de la mañana ; averiguaba si había
faltado algun profesor, y en caso afirmativo, iba
á la clase , preguntaba en que punto del progra-
ma nos encontrábamos, pasaba la mano por su
vasta frente como para refrescar la memoria y
en seguida, sin vacilacion, con un método admi-
rable, nos daba una esplicacion de Química , de
Física, de Matemáticas en todas sus divisiones, Arit-
mética, Algebra, Geometría descriptiva ó analítica,
Retórica, Historia, Literatura, hasta latin ! El único
curso, de todo aquel estenso programa , que no
le he visto dictar por accidente, era el de inglés,
dado por mi buen amigo David Lewis, que nos
hacía leer á Milton y á Pope, á Adisson y á to-
dos los buenos prosistas del « Spectator » .
Debe estar fija en la memoria de mis com-
pañeros aquella admirable conferencia de M. Jac-
ques sobre la composicion del aire atmosférico .
Hablaba hacía una hora, y¡ fenómeno inaudito
en los fastos del Colegio ! al sonar la campana de
58

salida, uno de los alumnos se dirijió arrastrán-


dose hasta la puerta, la cerró para que no entrara
el sonido y por medio de esta estratagema, ayu-
dado por la preocupacion de Jacques, tuvimos
media hora mas de clase. - Había venido de
buen humor ese dia y su palabra salía fácil, ele-
gante y luminosa. En ciertos momentos se
olvidaba y nos hablaba en francés, que todos en-
tendíamos entónces. ¡ Qué pintura inimitable de
ese maravilloso fenómeno de la vegetacion, de
aquellas plantas con corazon de madre, absor-
viendo el letal carbono de la atmósfera y espar-
ciendo á raudales el oxígeno, la esencia de la
vida ! ¡ Cómo nos hablaba de la bajeza miserable
del hombre que pisotea una planta ó abate un
árbol para cojer un fruto ! Aun suena en mis oí-
dos su palabra, y al recordarla, aún se apodera
de mi alma aquella emocion nueva é inesplicable
entónces para mí !
Cuando empezó á dictar el curso de filosofía,
que debía concluir tan brillantemente Pedro Go-
yena, dió como testo el Manual en colaboracion
con Simon y Saisset. En la primera conferencia,
dijo bien claro que aquélla era la filosofía ecléc-
59

tica ; mas tarde añadió á algunos compañeros :


« el dia que yo escriba mi filosofía, comenzaré por
quemar ese manual.»
No ha dejado nada al respecto ; pero si es
posible rehacer sus ideas personales con el estudio
de su naturaleza intelectual y sus opinones cien-
tíficas, no es arriesgado afirmar que, discípulo di-
recto de Bacon, pertenecía á la escuela positivista ,
que hasta entonces no había tenido divulgadores
como Littré, pero que, ántes de haberla formula-
do Augusto Comte , ha sido la filosofía de los
hombres de ciencia, realmente superiores, en to-
dos los tiempos .
Adorábamos á Jacques á pesar de su carácter,
jamás faltámos á - sus clases, y nuestro orgullo
mayor, que ha persistido hasta hoy, es llamarnos
sus discípulos. A más, su historia, conocida por
todos nosotros y pintorescamente exagerada , nos
hacía ver en él, no sólo un martir de la libertad,
como lo fué en efecto , sinó un hombre que ha-
bía luchado cuerpo á cuerpo con Napoleon, nom-
bre simbólico de la tiranía.
60

XIV .

Una mañana vagábamos en el claustro, asom-


brados que hubiese pasado un cuarto de hora del
momento infalible en que M. Jacques se presen-
taba. De pronto un grito penetrante hirió nuestros
oídos ; conocí la voz de Eduardo Fidanza, uno de
los discípulos mas distinguidos del Colegio. Corrí
á la portería y encontré á Fidanza pálido, desen-
cajado, repitiendo como en un sueño : « M. Jac-
ques ha muerto ! » La impresion fué indescriptible ;
se nos hizo un nudo en la garganta y nos mirá-
mos unos á otros con los rostros blancos, lívidos ,
como en el momento de una desventura terrible.
El portero había recibido órden de no de-
jarnos salir ; lo echámos violentamente á un lado.
y muchos sin sombrero, desolados , corrimos á
casa de M. Jacques.
Estaba tendido sobre su cama, rígido y con
la soberbia cabeza impregnada de una magestad
indecible. - La muerte lo había sorprendido al
llegar á su casa despues de una noche agitada.
El rayo de la apoplegía lo derribó vestido , sin
61

darle tiempo para pedir ayuda. - Pendía su


mano derecha fuera de la cama ; uno por uno,
por un movimiento espontáneo nos fuimos arro-
dillando y posando en ella nuestros lábios, como
un adios supremo á aquel á quien nunca debía-
mos olvidar.
Su espíritu liberal , abierto á todas las ver-
dades de la Ciencia, libre de preocupaciones ra-
quíticas, ha ejercido su influencia poderosa sobre
el de todos sus discipulos .
Lo llevámos á pulso hasta su tumba y le-
vantámos en ella un modesto monumento con
nuestros pobres recursos de estudiantes.
Duerme el sueño eterno al abrigo de los ár-
boles sombríos, no léjos del sitio donde reposan
mis muertos queridos. Jamas voy á la tumba de
los mios, sin pasar por el sepulcro del maestro y
saludarlo con el respeto profundo de los grandes
cariños.
62

XV.

El retiro del Dr. Agüero no mejoró la disci-


plina interna del Colegio. Estaba reservada
esa difícil tarea á D. José M. Tórres, que , con
mano de hierro y cargando con la mas franca y
abierta odiosidad que es posible dedicar á un
hombre, nos metió en vereda, nos domó á fuerza
de castigos , transformando el encierro en la mo-
rada habitual de algunos de nosotros, privándo-
nos de salida, levantando en alto, en fin, el prin-
cipio de autoridad. De un carácter desgraciado ,
pues á la primer contradiccion se ponía fuera de
sí, dudo que haya tenido apetito un solo dia du-
rante su permanencia en el colegio ; oíamos á
cada instante su voz de trueno rebotar en el eco
de los claustros, vibrante é inflamada. En cuanto
á mí, creo haber contribuido no poco á hacerle
la vida amarga y le pido humildemente perdon,
por que sin su energía perseverante , no habría
concluido mis estudios y sabe Dios si el ser inútil
que bajo mi nombre se agita en el mundo , no
hubiera sido algo peor.
63

Pero ántes de su ingreso, el colegio fué re-


gido algun tiempo por un sacerdote de quien
tengo forzosamente que hablar tan mal, que me
limito á designarlo sólo por iniciales. D. F. M.
era estrangero é ignoro por qué circunstancias un
un hombre como él, sin moralidad, sin inteligen-
cia y desprovisto de ilustracion, había conseguido
hacerse nombrar Vice - Rector del Colegio Na-
cional. -
Antes de su entrada, las pasiones políticas
que habian agitado la República desde 1852 , se
reflejaban en las divisiones y odios entre los estu-
diantes. Provincianos y porteños formaban dos
bandos, cuyas diferencias se zanjaban á menudo
en duelos parciales.
Los provincianos eran dos terceras partes de
la totalidad en el internado, y nosotros, los por-
teños, ocupábamos modestamente el último ter-
cio ; eran mas fuertes, pero nos vengábamos ridi-
culizándoles y remedándoles á cada instante.
Habíamos pillado un trozo de diálogo entre dos
de ellos, uno que decía, con una palangana en la
mano : « Agora no mas la voa derramar ! » y el
otro que contestaba en voz de tiple : « No la der-
64

ramis !» - Lo convertimos en un estribillo que

los ponía fuera de sí, como los rebuznos del uno


y del otro alcalde de la aldea del D. Quijote.
Eran mucho mas graves, serios y estudiosos
que nosotros. - Con igualdad de inteligencia y
con menor esfuerzo por nuestra parte, obtenía-
mos mejores clasificaciones en los exámenes. El fe-
nómeno consistía simplemente en nuestra mayor
viveza de imaginacion, desparpajo natural y faci-
lidad de elocucion . - Recuerdo que Pedro Goye-
na, hablando de un jóven correntino, Cárlos Har-
vey, dotado de una inteligencía sólida y profunda,
de una laboriosidad incomparable, repetía las pa-
labras de Sainte- Beuve , aplicándoselas : « le falta
la arenilla dorada. » Esa arenilla dorada constituia
nuestra superioridad . - Dábamos una conferencia
de historia, filosofía ó retórica con sin igual bo-
taratería, mientras ellos, en general, poseyendo la
matería tal vez mejor que nosotros, se limitaban
á una esposicion sucinta, pálida y difícil. Había,
por ejemplo, otro bohemio en el Colegio, enorme,
pesado, indolente, pero de una inteligencia clara
y meditativa. Era un jóven Aberastain, de S. Juan ,
hijo del mártir del Pocito ; yo me habia ligado
65

á él, porque nuestros padres fueron amigos y


le había aplicado el mismo apodo de < buey >>
que el suyo había recibido en la Universidad
Goyena , que era nuestro profesor de filosofía
se había empeñado en hacerle hablar, porque
en dos ó tres contestaciones en clase, le lla-
mó la atencion la claridad con que comprendía
ciertos puntos oscuros. Al fin hubo de renunciar,
vencido por la apatía invariable de aquel carácter.
El pobre Aberastain fué una de las primeras
víctimas del cólera de 1867.
He nombrado á uno, nombraré otro, el pri-
mero de todos , Patricio Sorondo, arrebatado por
la fiebre amarilla, cuando era ya conocido por su
inteligencia estraordinaria , unida , lo que no es
comun, á una laboriosidad perseverante y tenaz. Era
el primer discípulo de su clase ; hablaba con mara-
villosa facilidad, era espiritual, chispeante y, como
estudiaba enormemente, sus exámenes fueron siem-
pre aclamados . Jacques le tenía gran cariño ,
sentimiento que habíamos descubierto , no por
manifestaciones esternas, sinó por un fenómeno
negativo : jamás le reprendió. - Patricio se entre-

tenía en decir negligentemente, delante de mi amigo


5
66

Valentin Balbin, hoy ingeniero distinguido , que


la noche anterior había estudiado hasta tal punto
-
y le señalaba medio tomo de un enorme tra-
tado de física ó matemáticas. - Valentin , ani-
mado de una emulacion digna y de un gran or-
gullo, volvía al dia siguiente pálido y con las
ojos marchitos, habiendo estudiado hasta el punto
indicado, tragándose un centenar de páginas que
Patricio no había ni aun recorrido .
La muerte de Sorondo fué una pérdida real
para el país ; habríamos tenido en él un hombre
de estado, liberal, lleno de ilustracion y con un
carácter firme y recto.

XVI.

Estudiábamos sériamente en el Colegio, sobre


todo los tres meses que precedían los exámenes,
en los que el gimnasio y los claustros perdían su
aspecto bullicioso, para no dejar ver sino pálidas
caras hundidas en el libro, pizarras llenas de fór-
mulas algebraicas, y en los rincones, pequeños
Sócrates ocupados en discutir con las ateos veni-
67

dos, no ya de la Jonia, sino de los Andes ó del


Anconquija. Los exámenes eran duros y sabíamos
que serían tomados por profesores de la Uni-
versidad .

Ahora bien, entre el Colegio y la Universi-


dad existía el mismo antagonismo, la misma lu-
cha que entre los discípulos de Guillermo de
Champeaux y los de Abelardo, la misma emula-
cion que entre Oxford y Cambridge. Desprecia-
bamos esos petimetres que iban paquetes al aula
una vez por mes, á hacer barullo en las clases
de Lársen ó Gigena y que no leían sino el Bal-
mes ó el Gérusez, mientras nosotros nos alimen-
tábamos de la médula de leon del eclectismo (!)
A más, por dónde la Universidad era capaz
de presentar un cuadro de aventuras, de diablu-
ras, como las que ilustraban los anales del Cole-
gio ? De tiempo en tiempo nos llegaba la no-
ticia de un aparato que, regido por un hilo, po-
nía de punta una aguja en las sillas de Lársen,
Gigena 6 Ramsay, en el momento de sentarse,
- la transformacion de una galera profesional

en acordeon silencioso, etc. Pero acogíamos esa


materia parva con la benévola sonrisa de los ma-
5*
68

gos de Faraon ante los primeros milagros de


Moisés. Una cosa nos disgustaba : que Jacques

no nos perteneciera de una manera completa y


esclusiva. Habríamos dado algo por verle renun-
ciar su cátedra de Física en la Universidad.
En los primeros tiempos, quise reaccionar un
tanto contra ese espíritu , y recordando que ántes
de entrar en el Colegio, había pasado un año en la
Universidad, intenté iniciar, sin éxito , la política
de conciliacion. Y sin embrargo, no eran de los
mas gratos mis recuerdos universitarios. Para in-
gresar á la clase de primer año de latin, debí
rendir un impalpable exámen de gramática castellana,
en el que fuí ignominiosamente reprobado por la
mesa conpuesta de Minos, Eaco y Radamanto,
bajo la forma de Lársen, Gigena y el Dr. Tobal .
Me dieron un trozo de la Eneida, traduccion
Lársen, para analizar gramaticalmente ; era una
―― « Pro-
invocacion que empezaba por : « Diosa ! »
nombre posesivo ! » dije, y bastó ; porque con voz
de trueno, Lársen me gritó : « Retírate , animal ! »
Esto era en Diciembre ; en Marzo arremetí
de nuevo, pasé regular, con recomendacion de
mayor estudio para el año venidero é ingresé en
69

la famosa clase de latin donde Pirovano hacía sus


raras y memorables apariciones. Nada mas so-
berbio que los diálogos que se entablaban entre
él y Lársen .
Era en vano que Lársen interrogara á Piro-
vano sobre el I, II, IV ó VI libro de la Enei-
da , sobre el « De Viris » ó el « Epitome » ;
Pirovano sabía . un solo verso de memoria, or-
denado y traducido , que amaba con pasion y
que lanzaba con una voz eufónica cada vez que
Lársen pulsaba su erudicion : Amor insano

Pasiphaë!
De ahí no salía, sinó á la calle. -- Es al Dr.
Lársen á quien el pueblo de Buenos-Ayres debe
el tener ese médico que le honra. Harto de Pi-
rovano y para verse libre de él , le hizo pasar
contra viento y mareo en el examen de primer
año, en el que hubiera quedado eternamente, tal
era su aficion al Nebrija.
70

XVII .

Conocíamos tambien en el Colegio la exis-


tencia de un café clandestino, donde se reunían
á jugar al billar Pelegrini , Juan Cárlos Lagos,
Lastra, Quirno y Terry, á quien Pelegrini corría
todas las nochas hasta su casa , sin faltar una
sola á esta higiénica costumbre. Los combates
homéricos del mercado no nos eran desconocidos,
ni las pindáricas escenas de la clase de griego de
Lársen, donde éste y su único discípulo, el pobre
correntino Fernandez, muerto en plena juventud,
se disputaban la palma de los juegos Pythios,
recitando con sin igual entusiasmo los versos de
la Ilíada. En la Universidad se sostenía calum-
niosamente que el sueldo de la clase de griego
se dividía entre Lársen y Fernandez , pero el
hecho curioso es que Fernandez , solo en clase,
conseguía armar unos barullos colosales , respon-
diendo imperturbablemente á las imprecacionos
de Lársen : « No soy yo ! » Recuerdo que mas
tarde, cuando fuimos estudiantes de derecho, Pa-
tricio Sorondo nos invitaba á entrar en masa en
71

la clase de griego, como oyentes. Cuando Lársen


leía algun verso , Patricio sonreía con lástima.
Interpelado , aseguraba al buen profesor que su
pronunciacion helénica era deplorable, que á lo
sumo , sólo podía compararse al dialecto de los
porteros de Atenas en tiempo de Perícles. Fer-

nandez se indignaba y encarándose con Patricio,


la dirijía una alocucion en griego que ni él mis-
mo, ni Lársen, ni nadie entendía. La escena
concluía siempre poniéndonos Lársen á todos en
la puerta y encerrándose de nuevo con Fernandez ,
que á todo trance quería saber el griego ....

XVIII.

La pluma ha corrido inconscientemente ;


quería hablar del antagonismo entre porteños y
provincianos, y héme aquí bien léjos de mi
objeto !
El hecho es que el nuevo Vice - Rector , por
una ú otra razon, decidió gobernar con un par-
tido, sistema como cualquier otro , aunque para
él tuvo consecuencias deplorables .
72

Creíamos entónces exajeradamente que todos


los castigos nos estaban reservados, mientras los
provincianos (nosotros éramos del Estado de Bue-
nos-Ayres !) tenían asegurada la impunidad ab-
soluta. Las conspiracionos empezaron, los duelos
parciales entre los dos bandos se sucedían sin in-
terrupcion , hasta que la conducta misma de
Dn. F. M. justificó la esplosion de la cólera por-
teña. D. F. M. nos organizaba bailes en el dor-
mitorio antiguamente destinado á capilla , en el
que aún existía el altar y en el que, en otro
se hacían lecturas
tiempo, bajo el Dr. Agüero ,
morales una vez por semana. - No fué por
cierto el sentimiento religoso el que nos sublevó
ante aquella profanacion ; pero como en esos
bailes había cena y se bebía no poco vino seco,
que por su color , reemplazaba el Jerez á la mi-
rada, sucedía que muchos chicos se embriagaban,
lo que era no sólamente un espectáculo repug-
nante, sino que autorizaba ciertos rumores infa-
mes contra la conducta de Dn. F. M. , que hoy
quiero creer calumniosos, pero sobre cuya exacti-
tud no teníamos entónces la menor duda. El
simple hecho del baile, revelaba, por otra parte,
73

en aquel hombre una condescendencía criminal,


tratandose de un Colegio de jóvenes internos, ré-
gimen abominable por sí mismo y que sólo puede
persistir á favor de una vigilancia de todos los
momentos y de una disciplina militar.
A la conspiracion vaga sucedió una organi-
zacion de carbonarios. Yo no tuve el honor de
ser iniciado ; era muy chico aún y pertenecía á
los abajeños, es decir á los que vivíamos en el
piso bajo del colegio , mientras el alto era ocu-
pado por los mayores, los arribeños. - Nuestros
prohombres lo habían organizado todo , sin dar
cuenta á la gente menuda . Pero yo tenía un buen
amigo en Eyzaguirre, que tuvo la bondad de
ilustrarme ligeramente.
Mis relaciones con Eyzaguirre eran de una
naturaleza especial ; lo incomodaba á cada ins-
tante , le remedaba, le llamaba Del País , que era
su aborrecido apodo, zumbaba á su alrededor
como un mosquito, le desafiaba , le echaba pelo
de cepillo entre las sábanas , lo mortificaba , en
fin, de cuantas maneras me sugería mi imaginacion,
tendida á ese solo objeto . Eyzaguirre era un
hombre robusto, fuerte y bravo ; más de una vez
74

levantó el brazo sobre mí, pero vencía su gene-


rosidad ingénita y comprendiendo que de un golpe
me habría suprimido, lo dejaba caer ahogando un
rugido , como Jean Taureau delante de Fifine.
Sólo en una ocasion la cólera lo cegó ; me
dió á mano abierta un cogotazo que me tendió
á lo largo y ántes que hubiere iniciado á patadas
desde el suelo un estéril sistema defensivo , ya
Eyzaguirre me había levantado en sus robustos
brazos y llevado junto á la fuente para ponerme
agua en la cabeza , preguntándome con la voz
trémula por la emocion si me había hecho
daño.
Tanta generosidad me venció, y sea por ese mo-
tivo ó porque el primer cogotazo había roto el
cómodo prisma de la impunidad, el hecho es que
nos hicimos amigos para siempre . Aun hoy, es
uno de los hombres cuya mano estrecho con
mayor placer.
75

XIX .

Eyzaguirre me había dicho que si sentía al-


• gun gran ruido de noche, en los claustros de ar-
riba, acometiera valerosamente al provinciano que
tuviera mas próximo de mi cama y que lo pu-
siera fuera de combate. Que éramos pocos y sólo
podría salvarnos el valor y la rapidez en la accion .
En fin, despues de algunos dias de espectativa,
una noche, de una á dos de la mañana, saltámos
todos sobre el lecho , al sacudimiento espantoso
de una detonacion que conmovió las paredes del
Colegio .
Arremetí ciego á mi vecino , que no pue-
do recordar bien si era un jóven llamado Gra-
nillo, de la Rioja, ó Cossio, de Corrientes, dí y
recibí algunos moquetes ; pero la curiosidad pudo
más, y todos corrimos, casi desnudos, á los cláus-
tros superiores. - Aun había mucho humo ; las
puertas del cuarto del Vice - Rector habían sido
sacadas de quicio por la esplosion de dos bombas
Orsini, sin proyectiles, se entiende, pues el objeto
no fué otro que dar un susto de dos yemas á Dn.
76

F. M. Este había hecho una barricada


en la puerta.
En medio del claustro y solo , frente á su
cuarto, vi á Eyzaguirre en soberbia apostura de
combate, con un viejo sable en la mano izquierda y
una bola de plomo, unida á una cuerda , en la
derecha. De todos los dormitorios afluían estu-
diantes, muchos de ellas armados. Aquel iba á
ser un campo de agramante ; el Vice-Rector, vién-
dose rodeado de sus fieles , salvó la barricada y
comenzó á vociferar, abriendo sus vestidos, mos-
trando el pecho desnudo , desafiando á la muerte,
etc. Los conocedores sostuvieron siempre que esa
manifestacion de valor había sido un poco
tardía.
Asi como los franceses de Sicilia , repuestos
de su sorpresa, arremetían enfurecidos á sus ad-
versarios, los provincianos se preparaban á caer
sobre nuestra vanguardia, formada por Eyzaguirre
y dos ó tres compañeros, cuando vimos aparecer
al venerable Dr. Santillan, cura párroco de S.
Ignacio : sus cabellos blancos , su palabra mansa
y persuasiva, desarmaron los ánimos. - Cada
uno se retiró á su cuarto y él llevó consigo á
77

Dn. F. M. que jamás volvió á pisar el suelo del


Colegio.
El sumario al dia signiente fué terrible :
M. Jacques, pálido de cólera, tomaba las declara-
ciones principales. El punto capital era éste : ¿ quién
había prendido fuego á las bombas ? La respuesta
fué unánime y sincera : « no lo sé. » Y era la verdad ;
por largos años ha permanecido oculto el nom-
bre del nuevo Guy Fawkes , del atrevido estu-
diante que, con mas éxito que aquél, llevó a cabo
ese rasgo de audacia. Mas tarde, cuando hacía
ya mucho tiempo que había salido del Colegio,
uno de los grandes de entónces me hizo la con-
fidencía, murmurando á mi oído un nombre que
callo hoy, no porque á mi juicio pueda menos-
cabar en lo mínimo la relacion de esta aventura
al que le dió acabado fin , sino por un curiosí- H
simo resto de aquel culto del estudiante de ho-
nor por la discrecion y el secreto. Es pueril, pero
lo siento así.
78

XX .

Dos ó tres expulsados, tres meses sin salida 、


los domingos á casi todos é interminables horas.
de encierro á muchos de nosotros, volvieron á
poner las cosas en su estado normal, afirmándose
definitivamente la disciplina con el ingreso de
D. José M. Torres.
El encierro es un recuerdo punzante, que no
me abandona ; eterno candidato para ocuparlo,
su huésped frecuente, conocía una por una sus
condiciones, sus escasos recursos, sus numerosas
inscripciones y aquel olor húmedo, acre , que se
me incrustaba en la nariz y me acompañaba una
semana entera. La puerta daba á un descanso de
la escalera que se abría frente al gimnasio.
Era una pieza baja, de bóveda : cuatro metros
cuadrados. Tenía un escaño de cal y canto, dema-
siado estrecho para acostarse y que daba calam-
bres en la espalda á la hora de estar sentado en
él . Una luz insignificante entraba por una clara-
boya lateral y muy alta, por donde los compañe-
ros solían tirar con maestria algunos conmestibles
79

con que combatir el clásico régimen de pan y


agua.
Oh! las horas mortales, pasadas allí dentro,
tendido en el suelo, llena de tierra la cabeza, el
cuerpo dolorido , los oídos tapados para no oir
el ruido embriagador de la partida de rescate, en
la que yo era famoso por mi ligereza, la vela de
sebo, mortecina y nauseabunda, pegada á la pared,
debajo de una caricatura de Paunero con tricor-
nio y con una cinta saliendo de su boca, á ma-
nera de las ingénuas leyendas brotando de los
lábios de las vírgenes y santos, en el arte cris-
tiano primitivo, pero cargada aquí con un dístico
cojo y espresivo ; la enorme hoja de la puerta,
tallada, quemada de arriba abajo, horadada y re-
compuesta , como un pantalon de marinero , la
cerradura claveteada y cosida, fiel é incorruptible,
vírgen de todo atentado, desde la solemne decla-
racion de Corrales sobre la ineficacia de nuevas
tentativas al respecto ;
el hambre frecuente , los
proyectos de venganza negra y sombría, lenta-
mente madurados en la oscuridad, pero disipados
tan pronto como el aire de la libertad entraba en
los pulmones ! ...
80

He conservado toda mi vida un terror ins-

tintivo á la prision ; jamás he visitado una peni-


tenciaría sin un secreto deseo de encontrarme en
la calle. Aun hoy las evasiones célebres me lle-
nan de encanto y tengo una simpatía profunda
por Latude, el baron de Trenck y Jacques Casa-
nova. No he podido comprender nunca el libro
de Silvio Pellico , ni creo que el sentimiento de
conformidad religiosa, unido á un imperio abso-
luto de la razon, basten para determinar esa pla-
cidez celeste, si no se tiene una sangre tranquila
y fria , un espíritu contemplativo y una atrofia
completa del sistema nervioso.

XXI.

Las autoridades del Colegio habían comen-


zado á preocuparse seriamente en dar mayor en-
sanche á los dormitorios destinados á enfer-
mería, en vista del número de estudiantes, siem-
pre en aumento, que era necesario alojar en ella.
Una epidemia vaga, indefinida, había hecho su
aparicion en los claustros. Los sintomas eran
81

siempre un fuerte dolor de cabeza, acompañado


de terribles dolores de estómago . Vas -y-voir !
El hecho es que la enfermería era una mo
rada deliciosa ; se charlaba de cama á cama , el
caldo , sin elevarse á las alturas del consommé,
tenía un cierto gustito á carne , absolutamente
ausente del líquido homónimo que se nos servía
en el refectorio, pescábamos de tiempo en tiempo
un ala de gallina y sobre todo ... no íbamos á
clase !
La enfermería era, como es natural , econó-
micamente regida por el enfermero . Acabo de
dejar la pluma para meditar y traer su nombre
á la memoria, sin conseguirlo ; pero tengo presente
su aspecto, su modo, su fisonomía , como si hu-
biera cruzado hoy ante mis ojos. Había sido pri-
mero sirviente de la despensa, luego segundo por-
tero y, en fin, por una de esas aberraciones que
jamás alcanzaré á esplicarme, enfermero. « Para
esa plaza se necesitaba un calculador, dice Beau-
marchais : la obtuvo un bailarin . »
Era italiano y su aspecto hacía imposible un
cálculo aproximativo de su edad. Podía tener
treinta años, pero nada impedía elevar la cifra á
6
82

veinte unidades más. Fué siempre para nosotros


una grave cuestion decidir si era gordo ó flaco .
Hay hombres que presentan ese fenómeno ;
recuerdo que en Arica, durante el bloqueo, pasá-
mos con Roque Saenz- Peña largas horas reunien-
do elementos para basar una opinion racional
al respecto, con motivo de la configuracion física
del General Buendía. - Saenz-Peña se inclinaba
á creer que era muy gordo y yo hubiera soste-
nido sobre la hoguera , que aquel hombre era
flaco, estremadamente flaco. - Lo veíamos todos
los dias , lo analizábamos sin ganar terreno . Yo
ardía por conocer su opinion propia ; pero el
viejo guerrero , lleno de vanidad , decía hoy , á
propósito de una marcha forzada que venía á su
memoria, que había sufrido mucho á causa de su
corpulencia. - Saenz-Peña me miraba triunfante !
- Pero al dia siguiente, con motivo de una carga

famosa, que el general se atribuía, hacía presente


que su caballo , con tan poco peso encima , le
había permitido preceder las primeras filas. - A
mi vez, miraba á Saenz-Peña como invitándole
á que sostuviera su opinion ante aquel argumento
- No sabíamos á quien acudir ni
contundente.
83

que procedimiento emplear. ¿ Pesar á Buendía?


Medirlo ? No lo hubiera consentido . Consultar á
su sastre ? No lo tenía en Arica. Aquello se con-
vertía en una pesadilla constante ; ambos veíamos
en sueños al general. Roque, que era sonám-
bulo, se levantaba á veces , pidiendo un hacha
para ensanchar una puerta por la que no podía
penetrar Buendía. ―― Yo veía florètes pasearse
por el cuarto, en las horas calladas de la noche
y observaba que sus empuñaduras tenían la cara
de Buendía. - No encontrábamos compromiso
plausible, ni modus vivendi aceptable. Reconocer
que aquel hombre era regular, habría sido una
cobardía moral, una débil manera de cohonestar
con las opiniones recíprocas. En cuanto á mí, la
humillacion de mis pretensiones de hombre ob-
servador, me hacía sufrir en estremo. ¿Cómo
podría escudriñar moralmente un individuo, sino
era capaz de clasificarlo como volúmen positivo ?
-
Al fin , un rayo de luz hirió mis ojos ó la
reminiscencia inconciente del enfermero del Co-
legio vino á golpear en mi memoría. Ví marchar
de perfil á Buendía y, ahogando un grito, me
despedí de prisa y corrí en busca de Saenz-
6*
84

Peña, á quien encontré tendido en una cama, si-


lencioso y meditando, sin duda ninguna , en el
insoluble problema . - Medio sofocado, grité des-
de la puerta : « Roque ! .... Encontré ! - Qué?
- Buendía .... - Acaba ! - Es flaco y bar-

rigon !>>
No añadiré una palabra más ; si alguno de
los que estas líneas lean, ha observado un hombre
de esas condiciones , habrá sin duda sentido las
mismas vacilaciones y dudas. Tal vez él, ménos
feliz, no ha encontrado la clave del secreto , que
le abandono generosamente .

XXII .

Nuestro enfermero tenía esa peculiarísima


condicion. Empezaba su individuo por una mata
de pelo formidable que nos traía á la idea la
confusa y entremezclada vegetacion de los bosques
primitivos del Paraguay, de que habla Azara ;
veíamos su frente, estrecha y deprimida , en ra-
ras ocasiones y á largos intérvalos , como suele
entreverse el vago fondo del mar, cuando una ola
85

violenta absorve en un instante un enorme cau-


dal de agua para levantarlo en el espacio . Las cejas
formaban un cuerpo unido y compacto con las
pestañas, ralas y gruesas , como si hubieran sido
afeitadas desde la infancia. La palabra mejilla era
un ser de razon para el infeliz, que estoy seguro
jamás conoció aquella seccion de su cara, oculta
bajo una barba, cuyo tupido, florescencias y frutos,
nos traía á la memoría un ombú frondoso. - ΕΙ
cuerpo , como he dicho, era escueto ; pero un
vientre enorme despertaba compasion hácia las
débiles piernas por las que se hacía conducir sin
piedad. El equilibrio se conservaba gracias á la
prevision materna que lo había dotado de dos
andenes de ferro- carril, á guisa de piés, cuyo en-
voltorio, á no dudarlo, consumía un cuero de
baqueta entero. Un dia nos confió, en un mo-
mento de abandono, que nunca encontraba alpar-
gatas hechas y que las que obtenía, fabricadas à
medida, escedían siempre los precios corrientes.
Debía haber servido en la legion italiana du-
rante el sitio de Montevideo ó haber vivido en co-
munidad con algun soldado de Garibaldi en aquellos
tiempos, porque en la época en que fué portero,
86

cuando le tocaba despertar á domicilio, por algun


corte inesperado de la cuerda de la campana, en-
traba siempre en nuestros cuartos cantando á voz en
cuello, con el aire de una diana militar, este
verso ( ) que tengo grabado en la memoria de
una manera inseparable á su pronunciacion

especial :
Levántasi, muchachi
Que la cuatro sun
E lo federali
Sun vení o Cordun.

Perdió el gorjeo matinal á consecuencia de


un reto del Sr. Torres que , haciéndole parar el
pelo, le puso á una pulgada de la puerta de la
calle. - Sin embargo, en la enfermería, cuando
entraba por la mañana ó al participar , en la co-
mida, del vino que había comprado á hurtadillas
para nosotros , talareaba siempre entre dientes :
« Levantasi, muchachi » etc. Cuando lo retaban, ó
el Dr. Quinche, médico del Colegio, le decía que
era un animal, lo que ocurría con regularidad y
justicia todos los dias, su único consuelo era, así
que la borrasca se ausentaba bajo la forma del
Dr. Quinche, entonar su eterno é inocente estribillo.
87

Yo he conocido hombres brutos en mi vida :


he estado con frecuencía en las Cámaras, he via-
jado, he leido muchos diarios y en mi casa ha
habido constantemente sirvientes gallegos . Pero
nunca he encontrado un specimen mas completo
que nuestro enfermero. - Su escasa cantidad de

sesos se petrificaba con la presencia del Doctor,


á quien había tomado un miedo feroz y de cuya
ciencia médica hablaba pestes en sus ratos de
confidencia. Cuando el médico le indicaba un
tratamiento para un enfermo, inclinaba la cabeza
con silencio y se daba por enterado. ― Un dia

había caido en el gimnasio un jóven correntino y


recibido, á más de un fuerte golpe en el pecho,
una contusion en la rodilla. - El Dr. Quinche
recetó un jarabe que debía tomase á cucharadas y un
agua para frotar la rodilla. --- Una hora después
de su partida, oímos un grito en la cama del-
pobre correntino, á quien el enfermero había hecho
tomar una cucharada de un líquido atroz, . des-
pues de haberle friccionado cuidadosamente la
rodilla con el jarabe de que tenía enmelada toda
la mano. Fué su última hazaña ; el Dr. Quinche de-
claró al dia siguiente que uno de los dos, el en-
88

fermero ó él, estaba de más en el mundo ó por


lo menos en la enfermería, y como el hilo se curta
por lo mas delgado, segun tuvo la bondad de
comunicármerlo confidencialmente, el pobre enfer-
mero cambió de destino , aunque consolado un
tanto de que sus funciones se limitaran siempre
á suministrar drogas : fué sirviente de comedor.
Sentímos su salida de todas veras ; pero bien
pronto una catástrofe mayor nos hizo olvidar
aquélla. El Vice-Rector, alarmado de la manera
como se propagaba la epidemia vaga de que he
hablado , celebró una consulta médica con el
Doctor y ambos de acuerdo, establecieron como
sistema curativo , la dieta absoluta, acompañada
de una vigilancia estrema para evitar el contra-
bando . A las veinte y cuatro horas nos sentimos
sumamente aliviados y el gérmen de nuestro mal
fué tan radicalmente estirpado, que no volvimos
á visitar la enfermería en mucho tiempo.
89

XXIII.

Fué un dia bullicioso aquel en que se nos


anunció que en breve empezaría á funcionar la
clase de literatura regida por el Sr. Gijena. Te-
níamos hambre de lanzarnos en esa via del arte ;
las novelas nos habían preparado el espíritu para
esa tarea y nos parecía imposible que al año de
curso no nos encontráramos en estado de escribir
á nuestra vez un buen romance , con muchos
amores, estocadas, sombras, luchas, escenas todas
de descomunal efecto . Ya para aquel entónces
había yo comenzado á borronear papel y á mas
de dos cretinismos juveniles que mis parientes de
la << Tribuna » publicaron con sendas laudatorias ,
tenía casi concluida una novela que pasaba en una
estancia, durante las vacaciones y cuyo héroe
principal era un gaucho cantor. Creo que algo
de eso se publicó después, bajo un pseudónimo,
como si temiera comprometer mi gravedad en
tales ligerezas. -
Mi compañero de trabajos literarios era
Adolfo Lamarque, que me llevaba dos ventajas
90

insuperables : hacía versos y era esterno. A pesar


de estar sentados juntos en clase, nos dirigíamos
frecuentes cartas, las mias siempre en prosa, pero
las suyas generalmente rimadas. Lamarque
versificaba con suma facilidad . - Recuerdo que
una vez que debíamos hacer una composicion en
clase sobre « El sueño de Aníbal » , Lamarque, el
único, presentó la suya en verso. - Para mí fué

una obra maestra y aún tengo en la memoria


los primeros versos. Empezaba asi :
Despierta, Anibal, del letargo horrendo
Que aquí te tiene encadenado y vuela
A vengar de Duilio

Lamarque me enloquecía, pintándome en


verso, prosa y narraciones orales, los primores
maravillosos del «Orphée aux Enfers » , que se
daba entonces por primera vez en el Teatro

Argentino. La descripcion del traje de la « Opinion


Publique» tomaba siete octavas partes de la
narracion, destinadas á pintar precisamente lo que
no cubría. Diana, Vénus, la opulenta Juno, com-
pletaban el cuadro. No tenía la menor nocion de
esas grandezas ; un deseo inmoderado de gozar yo
tambien de este espectáculo soberano me impedía
91

estudiar, apartar un instante mi pensamiento de


ese Olimpo adorable. Así, un dia que Gijena nos
dió por tema de disertacion escrita este cuadro
de Suetonio : « Neron, desde lo alto del Capitolio ,
rodeado de sus cortesanas, la lira en la mano y
ceñida la frente de guirnaldas, contempla el incen-
dio de Roma» , no sé que pasó por mí. — Me olvidé
que el objeto primordial, retórico, obligado, era
vilipendiar á Neron, ponerlo por el suelo en nom-
bre de la moral mas elemental y concluir por
una peroracion vigorosa, en la que se ofreciera
ese ejemplo abominable á los reyes todos de la
tierra. « Amor sonó la lira » , como habría dicho
Dn. J. C. Varela, y debuté por la pintura de un
incendio durante la noche. En vez de hablar de
las madres, niños y ancianos víctimas del fuego,
en vez de mencionar gravemente los capitales
perdidos y las obras de arte destruidas, no veía
sino las llamas colosales jugueteando en la atmós-
fera, el humo denso y abrillantado por el resplan-
dor, el rugido de las hogueras, la muchedumbre
humana en convulsion . - Y allá en la altura,
Neron, bello como un dios pagano, desnudo como
un efebo , cantando versos sonoros y vibrantes ,
92

mientras mujeres de incomparable hermosura


sostenían su cabeza con sus blancos senos , le

escanciaban vinos selectos y humedecían su sien


con la guirnalda siempre fresca ! ... Insensible-
mente pasé los límites verdosos de la alusion
discreta, llegué á las licencias de Petronius, alcancé
á Lucius, y al final, ciertas páginas de Gautier
habrían sido cartas de Chesterfield al lado de mi
composicion. Gijena se alarmó y me hizo suspender
la lectura á la mitad á pesar de las protestas de
los compañeros que viendo aquel boccato, querían
gozarlo íntegro.
Por lo demás, forzoso me es declarar que
aquella clase de literatura tuvo efectos funestos
sobre nosotros. Fundámos diarios manuscritos,
cuya impresion nos tomaba noches enteras, en
los que yo escribía artículos literarios donde
hablaba del « festin de las brisas y los céfiros en
el palacio de las selvas », y en los que Lamarque,
F. Cuñado, D. del Campo y otros publicaban
versos. Esos diarios hicieron allí el mismo efecto
que en los pueblos del campo ; turbaron la
armonía y la paz, agitaron y agriaron los ánimos
y mas de un ojo debió el oscuro ribete con que
93

apareció adornado, á las polémicas vehementes


sostenidas par la prensa. Por mi parte, tuve un
duelo feroz . Ignoro hoy si mi adversario sufrió ;
pero sí recuerdo que, aunque el honor quedó
en salvo, salí de la arena mal acontecido, sin ver
claro, con una variante en la forma nasal y un
dedo de la mano derecha fuera de su posicion
normal.
Un jóven romano habría jurado no ocuparse
más de prensa en su vida ; pero las preocupaciones
se van y los instintos quedan. Oh ! qué himnos
cantara hoy al periodismo si sólo golpes y magu-
llones me hubiera costado ! ..

XXIV .

Pasábamos las vacaciones en nuestra casa de


campo, como considerábamos legítimamente el
punto que hasta hace poco tiempo fué conocido
por el nombre de « Chacarita de los Colegiales >>
y que mas tarde, al perder el último término de
su denominacion, debía adquirir tanta fama por
los acontecimientos de Junio de 1880. ·
94

Pocos puntos hay mas agradables en los alre-


dedores de Buenos-Ayres. Situado sobre una al-
tura, á igual distancia de Flores, Belgrano y la
capital, el viejo edificio de la Chacarita, monacal
en su aspecto, pero grande, cómodo, lleno de aire,
domina un paisaje delicioso, al que las caprichosas
ondulaciones del terreno dan un carácter no comun
en las campiñas próximas á la ciudad. En aquel
tiempo poseíamos como feudo señorial, no sólo
los terrenos que aún hoy pertenecen á la Chacarita,
sino los que en 1871 fueron destinados al cemen-
terio tan rápidamente poblado. Así, nuestros
límites eran estensos y no nos faltaba, por cierto,
espacio para llenar de aire puro los pulmones,
organizar carreras y dar rienda suelta á la actividad
juvenil que nos castigaba la sangre. A pesar de
la inmensidad de nuestros dominios, teníamos
pleitos con todos los vecinos, sin contar el famoso
proceso con la municipalidad de Belgrano, especie
de «Jarndyce contra Jarndyce » *) , del que habíamos
oido hablar como de una tradicion vetusta,
cuyo orígen se perdía en la noche de los tiempos,

*) DICKENS, Bleak- House.


95

proceso cuyos antecedentes ignorábamos en abso-


luto, lo que no nos impedía declarar con toda
tranquilidad que el municipio de Belgrano era
representado por una compañía de ladrones, neta
y claramente clasificados . — Este viejo pleito tenía
para nosotros , sin embargo, algunas ventajas.
Cuando cruzábamos frente al juzgado de paz

de Belgrano, á galope tendido, algunos honora-


bles miembros de la partida de policía, viendo la
traza arcaica de nuestros corceles (fuera de fun-
ciones en esos momentos, por cuanto su profesion
habitual era arrastrar carradas de leña ó sacar
agua), abandonaban el noble juego de la taba *)
en que estaban absorbidos, y cabalgando á su vez,
emprendían animosos nuestra persecucion. Ge-
neralmente íbamos dos en cada caballo, lo que,
como se supone, no aumentaba sus condiciones de
velocidad. Pero compensábamos este inconveniente
por una metódica y razonada division del trabajo,
avant - gôut de nuestros estudios económicos del

*) Cuya antigüedad es bien respetable, pues hemos


visto, con Emilio Mitre, en el British Museum, dos figurinas
de Tanagra ejercitándose en él.
96

futuro . La direccion del cuadrúpedo estaba


entera y absolutamente confiada al que iba ade-
lante ; tarea grave y trascendental, no sólo por
las veleidades fantásticas de la bestia y por la
necesidad de cortar campo , sino por la preocupa-
cion incesante del ginete para evitar la probable
operacion de la talla, practicada inconcientemente
por la cruz pelada y puntiaguda , á favor del
convulsivo movimiento de una manquera tradicio-
nal. - El ciudadano colegial que ocupaba el
anca, desempeñaba las funciones de foguista ; él
debía suministrar, con medios á su arbitrio , los
elementos necesarios para producir el movimiento .
Por lo demás, se procedía siempre de acuerdo
con una tabla sancionada por la estadística espe-
rimental : se sabía que el uso del rebenque firme,
apoyado por el talon incansable, producía el
trote ; si el compañero de adelante podía distraer-
se hasta el punto de menear talon á su vez, se
obtenía un simulacro de galopito espirante, y por
fin, el maximum , esto es , un galope normal , de
tres cuadras exactas de duracion, se alcanzaba por
la hábil combinacion del rebenque, cuatro talones
y una pequeña picana, dirigida con frecuencia
97

hacia aquellos puntos que el animal, en su ino-


cencia, había dado muestras de considerar como
los mas sensibles de su individuo .
Se me dirá , tal vez, que con semejantes ele-
mentos, era una verdadera insensatez arrostrar

las iras policiales de la partida ; pero esa crítica


cesará cuando se sepa que los medios de loco-
mocion de nuestros adversarios, eran de una fuerza
análoga á aquellos de que disponíamos. Iniciada.
la persecucion, oíamos un ruido confuso de latas
y denuestos tras de nosotros ; silenciosos, como
convenía á hombres que tenían en juego , á más
de sus cinco sentidos, todas sus articulaciones,
aspirábamos á llegar á los terrenos ya casi neu-
trales del otro lado del Circo ; en general, segun
cálculo hecho y resultado previsto , rodábamos tres
veces ántes de llegar allí. Pero sabíamos tambien
que el honorable miembro de la partida á quien
tal fracaso sucedía, no conseguia poner en pié su
cabalgadura, sino después de media hora de ex-
hortaciones espresivas. - Llegados á campo abierto
entre zanjas, arroyos y alambrados , habíamos ven-
cido ; porque, echando pié á tierra, abandonába-
mos la bestia que partía con increible velocidad
7
98

hacia la Chacarita, mientras nosotros saltábamos


un cerco, detrás del cual, por medio de cascotes,
rechazábamos con pérdida las cargas efímeras de
la caballería enemiga. - Cuando una hora mas
tarde, el sargento de la partida osaba llegar á
nuestro castillo y presentar sus quejas á las au-
toridades del Colegio, ya éstas habían sido infor-
madas por nosotros de los desafueros que, á causa
del proceso pendiente, se habían permitido los
seides del juez de paz de Belgrano. El sargento
salía corrido y las hostilidades tomaban un ca-
rácter feroz .

XXV.

Buena, sana, alegre, vibrante aquella vida de


campo ! Nos levantábamos al alba ; la mañana inun-
dada de sol , el aire lleno de emanaciones balsá-
micas, los árboles, frescos y contentos, el espacio
abierto á todos rumbos, nos hacían recordar con
' horror las negras madrugadas del Colegio, el frio
mortal de los claustros sombríos , el invencible
fastidio de la clase de estudio . En la Chacarita
99

estudiábamos poco, como era natural ; podíamos


leer novelas libremente, dormir la siesta, salir en
busca de camuatís y, sobre todo , organizar con
una estrategia científica las espediciones contra
los Vascos.
Los «Vascos » eran nuestros vecinos hácia el
Norte ,precisamente en la direccion en que los
dominios colegiales eran mas limitados. Sepa-
raba las jurisdicciones respectivas un ancho foso ,
siempre lleno de agua y de bordes cubiertos de
una espesa planta baja y bravía.
Pasada la zanja , se estendía un alfalfar de
una media cuadra de ancho , pintorescamente
manchado por dos ó tres pequeñas parvas de
pasto seco. Mas allá, el jardin de las Hespérides,
los campos Elíseos , el Eden , la Tierra Prometida !
Allí, en pasmosa abundancia, crecían las sandías,
robustas, enormes, cuyo solo aspecto apartaba la
idea de la caladura previsora ; la sandía agena,
vedada, de carne roja como el lacre, el cucúrbita
citrullus famoso, cuya reputacion ha persistido en
el tiempo y el espacio ; allí doraba el sol esos
melones de orígen exótico, redondos, incitantes
en su forma ingénita de tajadas, los melones es-
7*
100

quisitos, de suave pasta perfumada y de esterior


caprichoso, grabado como un papiro egipcio ! No
tenían rivales en la comarca y es de esperar que
nuestra autoridad sea reconocida en esa materia.
Las escursiones á otras chácaras nos habían siem-
pre producido desengaños ; la nostalgia de la
fruta de los vascos nos perseguía á todo momento
y jamás vibró en oido humano, en sentido ménos
figurado, el famoso verso de Garcilaso de la Vega.
Pero debo confesar que los « Vascos » no eran
lo que en el lenguaje del mundo se llama perso-
najes de trato agradable. Robustos los tres, ágiles ,
vigorosos y de una musculatura capaz de ablan-
dar el corage mas probado, eternamente armados
con sus horquillas de lucientes puntas, levantando
una tonelada de pasto en cada movimiento de
sus brazos ciclópeos, aquellos hombres, como to-
dos los mortales, tenían una debilidad suprema :
amaban sus sandías, adoraban sus melones ! Dos
veces ya los hados propicios nos habían permi-
tido hacer con éxito una razzia en el cercado
ageno, cuando un dia ....

Eran las tres de la tarde y el sol de Enero


partía la tierra sedienta é inflamada, cuando, sal-
101

tando subrepticiamente por una ventana del dor-


mitorio donde mas tarde debía alojarse el 1º . de
Caballería de línea, nos pusimos tres compañeros
en marcha silenciosa hacia la region feliz de las
frescas sandías. Llegados al foso , lo costeámos
hasta encontrar el vado conocido, allí donde ha-
bíamos tendido una angosta tabla, puente de cam-
paña no descubierto aún por el enemigo. Lanzá-
mos una mirada investigadora : ni un vasco en
el horizonte ! Nos dividímos, y mientras uno se
dirigía á la izquierda, donde florecía el cantaloup,
dos nos inclinámos á la derecha, ocultando el
furtivo paso por entre el alfalfar en flor . Llegá-
mos, y rápidos buscámos dos enormes sandías que
en la pasada visita habíamos resuelto dejar ma-
durar algunos dias aún. La mia era inmensa,
pero su mismo peso me auguraba indecibles de-
licias.
Cargué con ella y cuando bajé los ojos para
buscar otra pequeña con que saciar la sed sobre
el terreno .... un grito, uno solo , intenso , ter-
rible, como el de Telémaco que petrificó el ejér-
cito de Adrasto, rasgó mis oídos. - Tendí la
mirada al campo de batalla : ya la izquierda , re-
102

presentada por el compañero de los melones


batía presurosa retirada. De pronto, detrás de una
parva, un vasco horrible, inflamado , sale en mi
direccion, mientras otro pone la proa sobre mi
compañero, armados ambos del pastoril instru-
mento cuyo solo aspecto comunica la ingrata im-
presion de encontrarse en los aires, sentado incó-
modamente sobre dos puntas aceradas que pe-
netran ...
¡ Cómo corría, abrazado tenazmente á mi sandía !
¡ Qué indiferencia suprema por la gorra ingrata
que me abandonó en el momento terrible , que-
dando como trofeo sobre el campo enemigo ! Y,
sobre todo, ¡ cuán veloz me parecía aquel vasco ,
cuyo respirar de fuelle de herrería creía sentir
rozarme los cabellos ! Volábamos sobre la alfalfa :
¡ qué larga es media cuadra!
Un momento, cruzó mi espíritu la idea de
abandonar mi presa á aquella fiera para aplacarla .
Los recuerdos clásicos me autorizaban ; pensé
en Medea, en Atalanta, pensé en los gefes de
caballería que regaban el camino de la retirada
con las prendas de su apero ; pensé ... ¡ No ! era
una ignominia ! Llegar al dormitorio y decir :
103

<<me ha corrido el vasco y me ha quitado' la


sandia ! » Jamás ! Era mi escudo lacedemonio :
vuelve con él ó sobre él !
Instintivamente había tomado la direccion

del vado ; pero el vasco de mi compañero, por


medio de una diagonal, habría llegado ántes que
yo, y debo declarar que, á pesar de la persecucion
personal del mio , los tres vascos me eran igual-
mente antipáticos. —— Marché de cara al sol !
como el Byron de Nuñez de Arce. Mi agilidad
proverbial, aumentada por las fatigas diarias del
rescate, había brillado en aquella ocasion ; así,
cincuenta pasos ántes de llegar al foso, mi partido
estaba tomado . Puse el corazon en Dios, redoblé
de lijereza y salté ..... Una desagradable im-
presion de espinas me reveló que había salvado
el obstáculo ; pero ¡ oh dolor ! en el trayecto se me
había caido la sandía, que yacía entre las aguas
cenagosas del foso !

Me detuve y observé á mi vasco : ¿ daría el


salto ? Lo deseaba, en la seguridad de que iría
á hacer compañía á la sandía. Pero aquel hombre
terrible meditó, y plantándose del otro lado de
la zanja, apoyado en su tridente, empezó á inju-
104

riarme de une manera que revelaba su educacion


sumamente descuidada. Escapa á mi memoria si
mi actitud en aquellas circunstancias fué digna ;
sólo recuerdo que en el momento en que tomaba
un cascote, sin duda para darle un destino con-
trario á los intereses positivos de mi vasco, ví
á mis dos compañeros correr en direcion á las
casas y al vasco de los melones despuntar por
el vado y dirigirse á mí. - De nuevo en marcha
precipitada, pero seguro ya del triunfo ! ..
Eran las tres y media de la tarde y el sol
de Enero partía la tierra sedienta é inflamada,
cuando, con la cara incandescente, los ojos sal-
tados, sin gorra, las manos ensangrentadas por
los zarzales hostiles, saltámos por la ventana del
dormitorio. Me tendí en la cama y, mientras el
cuerpo reposaba con delicia, reflexioné profunda-
mente en la velocidad inicial que se adquiere
cuando se tiene un vasco irritado á retaguardia,
armado de una horquilla .
105

XXVI.

Viene á mi memoria, envuelto entre los recu-


erdos de la Chacarita, el de uno de mis condis-
Icípulos, tipo curiosísimo que en aquellos tiempos
felices, ignorantes aún de los encuentros grotescos
que nos proporcionaría el mundo, clasificábamos
alternativamente con los nombres de « el loco
Larrea » o « el loro Larrea.» Queda entendido que
he alterado su verdadero apellido , pues ignoro si
vive aún, en cuyo caso tal vez no le sería grato
figurar en estas páginas, á la manera de un
coleóptero de museo. Era riojano ; aunque de
gran estatura, su cuerpo, sea por falta de armonía
ingénita, sea por el corte de sus jacquets amplios,
sin la menor curva en la espalda, presentando

una línea recta geométrica desde el cuello hasta


el ribete del faldon, ofrecía un conjunto tan des-
graciado como insípido . - La cara de Larrea era
una obra maestra. --- En primer lugar, aquel
rostro sólo se conservaba á costa de incesante
lucha contra la cabellera, tupida y alborotada ,
pero eminentemente invasora. No puedo recordar
106

la fisonomía de Larrea sin el arco verdoso que


coronaba su frente estrecha, precisamente en la
línea divisoria del pelo y el cútis libre. Era un
depilatorio espeso, de insoportable olor, que Larrea
se aplicaba, con una constancia benedictina, todas
las noches, á fin de evitar los avances capilares
de que he hecho mencion. Pero Larrea sostenía
que esa pasta era completamente ineficaz, á lo
que alguno de los compañeros replicaba que era
natural no ejerciera influencia sobre sus pelos de
calabrote, habiendo sido fabricada para hacer
desaparecer el lijerísimo duvet del brazo de las
damas, segun cantaba el prospecto. Tal así, no
se echa abajo un bosque de ñandubays con la
ligera hoz que derriba los trigales. — La nariz
de Larrea presentaba esa forma arquitectónica que
la envidia humana ha clasificado de ñata *) ; mas
abajo, de Este á Oeste, abarcando los límites
visibles, se desenvolvía la boca de Larrea, siempre
entreabierta, sin duda para dar ventilacion á sus
dientes como teclas de piano viejo, en color y
dimension .

*) Dickens.
107

Larrea hablaba sin reposo, á todas horas, con


todo motivo, lo que le había valido el ya men-
cionado calificativo de loro. Pero cuando llegó
á la Chacarita, notámos, alarmados, que aquella
facundia inagotable había cesado y que Larrea,
hosco, huraño , evitaba los juegos , los placeres
comunes , no comía y pasaba todo el dia
tendido en su cama, en la que nos parecía oir
durante la noche suspiros enormes como resoplidos
de buey .
Larrea amaba ! Una tarde me confió que ha-
bía entregado su corazon á una beldad cruel que
no quería apercibirse del fuego que lo consumía.
Me pidió que no me burlara de él, porque era
un asunto sério , que le tocaba de cerca lo mas
íntimo del alma. Alentado por mi cara de con-
fidente de tragedia, de aquellos únicamente admi-
tidos en la escena para dar le réplica corta y
hábil que motiva una nueva tirada del héroe,
Larrea llegó hasta leerme versos. Por fin, supe

que el objeto de su pasion era una niña, hija de


una modesta familia que habitaba á veinte cua-
dras de la Chacarita. ¡ Ya lo creo ! Era una chi-
nita deliciosa de diez y ocho años, de carita
108

fresca y morena, de grandes ojos negros como el


pelo, sin mas defecto que aquel pescuezo angosto
y flaquito que parece ser el rasgo distintivo de
nuestra raza indígena. Todos la conocíamos y
mas de uno hacía frecuentes pasadas á pié y á
caballo, por delante de aquel rancho, animado por
locas esperanzas .
Animé á Larrea cuanto pude, le di mis con-
sejos (porque los porteños éramos censés de ser
tenorios consumados) y por fin, me anunció un
dia que había hecho relacion con la familia y que
habían organizado, de acuerdo, un baile para el

sábado próximo, baile al que debíamos concurrir


siete ú ocho de nosotros, siempre que nos hicié-
ramos preceder por algunas libras de yerba y
azúcar, algunas botellas de cerveza y ginebra, etc.
Larrea me abandonaba la eleccion de los convi-
dados y me pedía los acompañara al sitio de la
fiesta, donde él se encontraría desde la primera hora.
Como se comprende , era necesario escaparse.
Comuniqué la nueva á Eyzaguirre, candidato
nato á una partida semejante , avisé tambien al
cojo Videla , uno de los muchachos mas buenos
y traviesos que he conocido ; y - como había-
109

mos tenido tiempo de prepararnos , 1 el sábado


á las 9 de la noche, dejando cada uno en la ca-
ma respectiva (felizmente no estaban todas en el
mismo cuarto) un muñeco con una peluca de
crin, nos pusimos silenciosamente en marcha , á
través de los potreros, llenos de un loco entusias-
mo y forjando conquistas á millares.

XXVII.

Larrea estaba ya allí. Ebrio de gozo, radiante


dentro de su jacquet rectilíneo , había tomado la
direccion de la fiesta y servía de bastonero con
toda gravedad. Fuimos introducidos , agasajados ,
y pronto , al compás de la orquesta , limitada á
una guitarra y un acordeon (los esfuerzos para
obtener un órgano habían sido vanos) nos hun-
dimos en un océano de valses , polkas y mazur-
kas , pues las damas se negaban á una segunda
edicion de la primera cuadrilla, que, á la verdad,
había permitido al cojo Videla desplegar calida-
des coreográficas desconocidas y que después su-
pimos habían sido inspiradas por una represen-
110

tacion de Orfeo con que se había regalado en


una noche de escapada.
Después de cada pieza, obsequiábamos natu-
ralmente á las damas con un vaso de cerveza,
acompañándolas con una frecuencia alarmante

para el porvenir. Larrea irradiaba de contento ;


había recitado sus versos, prometido otros y nos
po-
dejaba entrever que una cita flotaba en lo
sible. Un gaucho viejo , (lo veo aún !) con una
larga barba canosa, el sombrero en una mano y
un vaso en la otra , gozaba como un bienaven-
turado desde la puerta donde se apoyaba. -- De
tiempo en tiempo, cuando nos lanzábamos á un
vals ó una polka y que, obedeciendo á las necesi-
dades de la armonía, llevábamos oprimidas á las
compañeras, oíamos la voz alegre del viejo que
repetía varias veces :
-¡Que se vea luz, caballeros !
La fiesta estaba en su apojeo y el italiano
del acordeon ,despreciando profundamente á su
acompañante de la guitarra , hacía maravillas de
ejecucion , bajo ritmos caprichosos y escéntricos
que llegaban vagamente á nuestros oidos, pues
hacía rato que bailábamos al compás de una mú-
111

sica interior, cuando, despues de haber oido el


galope de un caballo , vimos aparecer á uno de
los condiscípulos de la Chacarita en la puerta del
rancho, con la fisonomía pálida que debía tener
Daniel al entrar de una manera tan intempestiva
en la sala del festin de Baltasar.
¡Muchachos, los han pillado ! El celador
me ha dicho que los busque y que si dentro de
media hora no están en el dormitorio, va á dar
cuenta al Vice-Rector.
Todo esto, entrecortado por la fatigosa res-
piracion . El buen compañero había robado uno
de los caballos del quintero y por hacernos un
servicio se había puesto en camino por entre bar-
riales espantosos, pues las últimos dias había llo-
vido copiosamente. No había tiempo que perder
y era necesario ponernos en marcha sin demora.

El viejo nos ofreció su caballo , cuyas formas
aéreas revelaban una dieta de treinta y seis horas
por lo ménos ; se lo aceptámos agradecidos y
tratámos de organizar la partida. ―― Eramos
siete en todo ; dos treparon en ancas del com-
pañero que nos había traido el aviso, después de
darle tiempo á que absorviera una botella de
112

cerveza íntegra — y los otros cuatro procurá-


mos arreglarnos sobre el caballo del viejo que
á todo trance pedía luz, como Goethe moribundo .
- Larrea, por darse tono delante de la chinita

y sosteniendo que conocía una senda por donde


nos llevaría sin embarrarnos, tomó la direccion,
colocándose gravemente en la cruz. Detrás de él,
un condiscípulo sumamente grueso , en seguida
Eyzaguirre y allá , al fondo , en el remoto estre-
mo, precisamente en aquel plano inclinado que
parece una invitacion á resbalarse por la cola,
yo , prendido de Eyzaguirre , como un mono de
una reja.
Cuando emprendimos la marcha , el dueño
de casa, la novia de Larrea, las niñas todas, el
gaucho viejo, hasta el italiano del acordeon, reían
á carcajadas. Contestámos alegremente y fué en
ese momento que hice dos descubrimientos, de
órden diferente, que me alarmaron : aquel caballo
no tenía anca, sino un techo de media agua por
lomo, de filoso moginete, y Larrea poseía una
mona gigantesca !
113

XXVIII.

La noche era oscura y amenazaba llover ; en-


candilados aún, no sabíamos donde estábamos, ni
que direccion habíamos tomado ; si nuestro racio-
cinio no hubiera sido alterado por causas cono-
cidas, la seguridad impasible con que Larrea diri-
gía la bestia, nos habría estremecido . ― Se me
había encargado castigar , pues , segun las tradi-
ciones recibidas, el foguista era siempre el del
anca ; hice presente que no había sujeto pasivo ,
por cuanto mis golpes se perdían en el aire y
propuse nos limitáramos, en las circunstancias, al
sistema del talon.

Aceptado el procedimiento , seguimos la


marcha en las tinieblas ; yo me sentía resbalar,
resbalar sin descanso ; aquel animal tenía en
la punta de la cola algo que me atraía . En mi
desesperacion, me aferraba á Eyzaguirre , quien
me observaba á menudo que debía limitarme á
agarrarlo de la ropa, no encontrando plausible,
como me lo declaró terminantemente , que mis

dedos apretaran, á guisa de género, una seccion


8
114

de la parte carnosa que la naturaleza había pre-


visoramente superpuesto á sus costillas. - El

compañero gordo bufaba, oprimido entre Eyza-


guirre y Larrea, y éste, sin cesar de hablar, pro-
testando que nadie conocía el camino como él,
aventuraba una que otra queja sobre la osteología
de aquel animal.
No veíamos á dos dedos de distancia y los
compañeros del otro grupo habían desaparecido,
sin duda por la sencilla razon de haber tomado
el buen camino . Habíamos conseguido — ¡ el

cielo sabe á costa de qué esfuerzos y sufrimien-


tos ! - hacer tomar el trote á nuestra montura,
cuando de pronto me sentí en el suelo, con todo
el volúmen de Eyzaguirre encima. Un choque
se había producido y ginetes y caballos habían
venido por tierra. - «¡No es nada, es un alam-
brado !»

Era la voz de Larrea, que estaba ya montado


y nos invitaba á hacer otro tanto. Tratámos du-
ramente el pobre conductor, que nos anunció es-
tar ahora seguro del camino, y, un tanto mohi-
nos y maltrechos , emprendimos de nuevo la
marcha. -
115

No habíamos andado media cuadra , cuando


un grito sofocado de Larrea me hizo apercibir
que me encontraba literalmente á babuchas de
Eyzaguirre , quien , á su vez , aplastaba al gordo,
que, entre gemidos, estaba tendido á lo largo
sobre algo informe que se debatía en el barro y
que un lijero exámen posterior reveló ser el cuer-
po de Larrea. Habíamos caído en una zanja ; el
caballo, perdiendo el pié, se fué de boca, Larrea
salió por sobre las orejas como una flecha del
canal de una arbaleta , el gordo siguió la ley de
la atraccion y Eyzaguirre , no ménos rápido en
el descenso, me arrastró á la confusa masa. Había
por lo menos dos piés de barro ; cuando salí y
Eyzaguirre y el gordo se pusieron en pié,
nos precipitámos todos á sacar á Larrea, que no
hablaba . Todas las soluciones de continuidad de
su cara estaban rebocadas por un lodo espeso y
negro. Fué necesario sacudirlo , lavarle el rostro
con la última botella de cerveza que el gordo no
había soltado en la catástrofe y sacarle el jacquet
rectilíneo que pesaba dos arrobas.
Entónces emprendimos á tanteo , á pié y en
el horror de la profunda noche , aquella marcha
8*
116

legendaria, inaudita, en la que las zanjas eran


endriagos, las tunas vestiglos y los ruidos de los
insectos nocturnos coros de Korríganos y Kobolds .
- Puck andaba por allí ; nos parecía oir su risa
silenciosa entre las brumas , confundiéndonos los
rumbos y gozando á cada traspiés de la errante
caravana .... El caballo había quedado en la
zanja para siempre. ¡ Adios las largas y melancóli-
cas estadías en el palenque de la pulpería ! ¡ Adios
la marcha vacilante de la noche, cuando su due-
ño oscilaba como un péndulo sobre el recado !

Una ligera perturbacion en la línea del pescuezo


le había hecho encontrar el reposo eterno ! ¡ Sea
leve su recuerdo á la conciencia de Larrea !
Por fin, á las primeras claridades del alba, al
canto de los gallos matinales, el cuerpo exhausto
y rendido, el alma agriada contra la pasion dan-
tesca de Larrea, penetrámos en nuestros cuartos
y nos ayudamos fraternalmente á sacarnos la
ropa. Sólo una bota de Eyzaguirre, con una tena-
cidad irritante , se resistió al empuje colectivo
y es fama que diez horas mas tarde sólamente,
soltó su presa, vencida por la operacion cesárea.
117

XXIX.

Como escribo sin plan y á medida que los


recuerdos vienen, me detengo en uno que ha que-
dado presente en mi memoria con una clara per-
sistencia. Me refiero al famoso 22 de Abril 186. ,
en que crudos y cocidos estuvieron á punto de
ensangrentar la ciudad, los cocidos por la causa
que los crudos hicieron triunfar en 1880 y recí-
procamente. Yo era crudo y crudo enragé. Pri-
mero, porque mis parientes los Varela, uno de los
cuales, Horacio , era como mi hermano mayor,
tenían esa opinion, segun leía de tiempo en tiem-
po en la « Tribuna» y en segundo lugar, por-
que la mayor parte de los provincianos eran co-
cidos. - Queda entendido que yo me daba una
cuenta ' muy vaga de mi manera de pensar , pero
como había tenido que sostener mis opiniones á
moquetes mas de una vez , la conviccion había
concluido por arraigarse en mi espíritu.
El dia citado, había una escitacion fabulosa.
en el Colegio ; después de muchas tentativas
infructuosas, conseguímos escaparnos dos ó tres
118

y nos instalámos en la calle Moreno. Fué allí


donde presencié por primera vez en mi vida un
combate armado entre dos hombres, que me hizo
el mismo efecto que mas tarde sentí en una
corrida de toros, de la que salió mal herido el
primer espada. - Los dos combatientes eran

hombres del pueblo y estaban armados, uno de


una daga formidable, mientras el otro manejaba
con suma habilidad un pequeño cuchillo que à
penas conseguíamos ver , tal era el movimiento
— Mi primera in-
vertiginoso que le imprimía.
tencion fué huir ; pero tuve vergüenza, porque
uno de mis compañeros, que tenía fama de bravo
en el Colegio, se había acercado, por el contrario,
para presenciar mas cómodamente la lucha. -
Duró poco tiempo, porque la habilidad triunfó de
la fuerza y el hombre de la gran daga, dando
un grito desgarrador, cayó al suelo con el vientre.
abierto de un enorme tajo . -El heridor huyó ;
yo debía estar muy pálido , porque recuerdo que
durante un mes, el grito del caído vibró en mi
oído .
Pronto nos mezclámos con unos hombres que
traían un pañuelo al cuello y que habían desalo-
119

jado á un pequeño grupo de cocidos que estaban


cerca de la confitería del « Gallo » . Pero el rumor

de lo que pasaba dentro, nos hacía arder por


penetrar en el recinto de la Legislatura. —¡Imposible !
Entónces, de comun acuerdo y comprendiendo
que era allí donde se desenvolvían las escenas
mas interesantes, resolvímos reingresar al Colegio
y llegar á la Legislatura por las azoteas. Lo
hicímos así y á favor del tumulto que entre los
claustros se notaba, ganámos el techo y como
gatos nos corrimos hasta dominar el patio de la
Legislatura.
Al primero que vi, fué á Horacio Varela,
tranquilo, sonriendo y apoyado en sus muletas.
Así que me conoció, me pidió fuera inmediatamente
á su casa á avisar á la familia qne no volvería
hasta tarde, que no temieran, etc. - «<< Pero no
puedo salir, Horacio ; no me dejan. » La verdad
era que había trabajado tanto por llegar á mi
punto de observacion y esperaba que en aquel
patio tuvieran lugar cosas tan memorables, que
lanzaba ese pretesto, harto plausible, para quedarme
allí. - « Un estudiante á quien no dejan salir,
pobrecito ! ¿ Entónces VV. ya no saben escaparse ?»
120


Yo habría podido contestar que lo hacía con
una frecuencia que me ponía á cubierto de seme-
jante reproche ; pero preferí la accion y desaparecí.
-Me escapé con éxito, corrí á casa de Horacio,
tranquilicé la familia, volví al Colegio y jadeante,
estenuado, ocupé nuevamente mi sitio de obser-
vacion, de donde di cuenta á Horacio de mi
comision. 11 En ese momento, un gran número
de diputados salieron al patio ; muchos abrazaban
á un hombre calvo, de muy buena cara, con una
gran barba negra, el cual, después, supe había sido
miembro informante, desplegando una serenidad
de ánimo admirable. - Era et Dr. D. Manuel Arauz
á quien debíamos todos tener tanto cariño bajo
el apodo afectuoso de « viejo Laguna» .
Cuando leo en la historia la narracion del
entusiasmo ardiente de los estudiantes en la Poli-
técnica y la Normal en 1815 y 1830, el arranque
impetuoso de los estudiantes españoles en la guerra
de la Independencia, abandonando Salamanca para
unirse al Empecinado, á D. Juan Porlier, al cura
Merino etc., el heroismo de los jóvenes alemanes
en 1813 y 1814, brotando de los subterráneos de
la Tugendbund para caer en los campos de Leip-
121

zig, de la muerte gloriosa de Koerner, cuando leo


esos rasgos, me los esplico perfectamente. Hay
en los claustros un ansia de accion indescriptible ;
la savia hirviente de la juventud irrita la sangre,
empuja, escita, enloquece. Se sueña con grandes
hechos ; la lucha enamora , porque implica la
libertad.
Tambien nosotros formámos parte de las
gloriosas filas del batallon Belgrano que fué á
ofrecer su sangre y á pedir un puesto en la van-
guardia al General Mitre, al estallar la guerra del
Paraguay. Yo fuí soldado del Dr. D. Miguel Ville-
gas : era cuanto podía exijirse de mi patriotismo,
servir á las órdenes de un profesor de la Uni-
versidad , que enseñaba filosofía por Balmes y
Gérusez !

XXX.

Es tiempo ya de dar fin á esta charla , que


me ha hecho pasar dulcemente algunas horas de
esta vida triste y monótona que llevo . Pero

al concluir , me vienen al espíritu los últimos


122

tiempos pasados en la prision claustral , cuando


ya la adolescencia comenzaba á cantar en el alma
y se abría para nosotros de una manera instin-
tiva, un mundo vago, desconocido, del que no
nos dábamos cuenta exacta, pero que nos atraía
secretamente. No nos lo confesábamos al principio
unos á otros ; la vida de reclusion, las lecturas dispa-
ratadas y sin órden, el alejamiento de la familia ,
de la sociedad y, sobre todo , cierto prurito de estu-
diantes, nos inclinaban á un escepticismo amargo
y sarcástico, ante el cual no había nada sagrado.
- Eramos ateos en filosofía y muchos sostenía-
mos de buena fé las ideas de Hobbes . - Las
prácticas religiosas del Colegio no nos merecían
siquiera el homenaje de la controversia ; las
aceptábamos con suprema indiferencia.
En una confesion general, sin embargo, tuve
la veleidad de resistirme. Obligado á ir al confe-
sonario, dije abiertamente al sacerdote que estaba
tras la reja , que no creía una palabra de esas
cosas y que, por lo tanto, era de su deber no obli-
garme á mentir. El confesor dió cuenta inmedia-
mente, fuí llamado , insistí y recogi por premio
de mi lealtad de conciencia, pasar en el encierro
123

los tres dias de comilonas y huelga que sucedían


á la comunion.
Al año siguiente, mis ideas se habían hecho
mas prácticas ; nos reunímos unos cuantos y con-
feccionámos una lista de pecados abominables,
estupendos, en que figuraba todo el repertorio de
un libro de exámen de conciencia que nos habían
dado para prepararnos . Nos dieron unas peni-
tencias atroces , como ser levantarnos á media

noche en invierno y salir desnudos al claustro,


arrodillarnos sobre las losas y rezar una hora ;
ésto, durante tres meses. A buen seguro que, en
caso de obediencia, la pulmonía habría dado bien
pronto cuenta de nosotros. - Pero aquí quiero
hacer una declaracion sincera que pinta bien esos
escepticismos primaverales. Llegado el dia de la
comunion , que se hacía con gran pompa en
el altar mayor , fuí obligado á ir á hincarme
con tres ó cuatro compañeros y á esperar mi
turno .
Un resto de altivez intelectual, una reaccion
violenta dentro de mí mismo, me hizo considerar
una repugnante apostasía de mis ideas y una burla
indigna de la religion, aceptar aquello. Así, cuan-
124

do el sacerdote se inclinó sobre mí, le miré bien


en los ojos y le dije quedo : « paso, padre» . Hizo
un ligero movimiento de sorpresa ; pero cuando
se reincorporó , yo ya me había dado vuelta y
salido de la fila, llevando el pañuelo en la boca,
como si realmente hubiera recibido la hostia. No
me delató .
En ese acto, lo repito, había un fondo de
respeto por la fé agena , por la religion misma.
He evitado siempre en lo posible entrar en las
iglesias, porque, no teniendo la fortuna de creer,
me habría sido imposible, sin un esfuerzo insopor-
table é hipócrita, conservar una actitud, mas que
respetuosa, recogida. En Italia mismo, donde las
iglesias son galerías artísticas (no he visto nunca
una sala de baile mas elegante y lujosa que
S. Pablo en Roma) no penetraba en ellas durante
las horas de oficio.
125

XXXI.

Pero la juventud venía y con ella todas las


aspiraciones indefinibles. ― La música me cau-
tivaba profundamente. - Recuerdo las largas

tardes pasadas mirando tristemente las rejas de


nuestras ventanas que daban á la libertad , á lo
desconocido, y oyendo á Alejandro Quiroga tocar
en la guitarra las vidalitas del interior, los tristes
y monótonos cantos de la campaña y las pocas
piezas de música culta que conocía. Aun hoy me
.
pasa algo curioso que, en ciertos momentos, me
lleva irresistiblemente á aquellos tiempos . Una
tarde, Alejandro se puso á tocar , sentado en su
cama, una marcha lenta y plañidera, pero de un
ritmo marcado y cariñoso al oido . Yo me había
colocado en el borde de la ventana, aprovechan-
do la última luz del dia , para continuar la lec-
tura de la « Conquista de Granada » , de Florian,
que me tenía encantado. Había llegado en ese
instante al momento en que Boabdil se despide
con los ojos arrasados en lágrimas, desde lo alto
de una colina, de la dulcísima ciudad de los már-
126

moles y las fuentes, los amores y los perfumes .


Me pareció que la música que llegaba á mis oí-
dos era la voz misma del infortunado monarca
y di á aquella melodía sollozante el nombre de
«<< El adios del rey moro» , que Alejandro le con-
servó. Mas tarde , hoy mismo, cada vez que en
un libro encuentro una referencia al mísero fin de

la dominacion árabe en España, los acordes de la


marcha pesarosa cantan en mi memoria. — Así
se esplica esa preferencia llena de misterio que al-

gunos hombres sienten por ciertos trozos de música,


indiferentes para los demás. Los han oido por pri-
mera vez en un momento especial, la impresion se
ha confundido con todas las que entonces se graba-
ron en el alma y por una afinidad íntima y secreta,
una sola fibra que se estremezca en un rincon de
la memoria, despierta á todas aquellas con que
está ligada . Un hombre, sentado al piano, puede
rehacer, para él solo, toda la historia de su vida
moral , haciendo brotar del teclado una serie de
melodías, escalonadas en sus recuerdos ....
127

XXXII.

Sentíamos tambien necesidad de cariño ; las


mugeres entrevistas el domingo en la iglesia, los
rostros bellos y fugitivos que alcanzábamos á
vislumbrar en la calle, desde nuestras altas ven-
tanas, por medio de una combinacion de espejos,
nos hacían soñar, nos hundían en una preocupa-
cion vaga é incierta, que nos alejaba de los jue-
gos infantiles del gimnasio, de las viejas y pesa-
das bromas de costumbre. Las amistades se ha-
bían estrechado y circunscrito y solíamos pasar
las horas muertas, haciéndonos confidencias idea-
les, fraguando planes para el porvenir , estreme-
ciéndonos á la idea de ser queridos como lo com-
prendíamos y por una muger como la que soñá-
bamos - Por primera vez en estas páginas,
nombro á César Paz, mi amigo querido , aquel
que me confiaba sus esperanzas y oía las mias,
aquel hombre leal, fuerte y generoso, bravo co-
mo el acero, elegante y distinguido , aquel que
mas tarde debía morir en el vigor de la adoles-
cencia por uno de esos caprichos absurdos del
128

destino, que arrancan del alma la blasfemia pro-


funda ! ...
¡ Qué vida de agitacion ! ¡ Qué pesado era el
libro en nuestros manos y qué envidia se levan-
taba en el corazon por el estudiante libre de la
Universidad , tan despreciado ántes y que hoy
veíamos pasar, con el corazon sombrío, radiante
en su elegancia, en sus trages, en la incomparable
soltura de sus maneras !
Porque empezábamos tristemente á conocer-
nos. La mayor parte de nosotros éramos pobres
y nuestras madres hacían sacrificios de todo gé-
nero por darnos educacion . Muchas veces nuestras
ropas eran cosidas por sus propias manos y por
muchos años hemos ostentado sacos como bolsas
y el clásico jacquet crecedero , aquel que, despre-
ciando el efímero presente, sólo tiene en vista el
porvenir. - Pero ¿ qué nos importaba ? Eramos
filósofos descreidos y un tanto cínicos, nos revol-
cábamos en el gimnasio, y el eterno botin de
doble suela , ancho y largo, nos permitía correr
como gamos en el rescate. Usábamos el pelo largo
y descuidado, teníamos, en fin, esa figura desgra-
ciada del muchachon de quince años, que empieza
129

á salir de la infancia , sin llegar á la virilidad .


Eramos, con todo, felices y despreocupados.

XXXIII .

Pero los diez y ocho años se acercaban. Los


dias de salida hacíamos esfuerzos inauditos por arre-
glarnos lo mejor posible, abandonando muchas
veces la empresa con desaliento, vencidos por la exi-
güidad del guardaropa. - ¡ Qué amarguras, qué
sufrimientos, aquellos domingos á la noche, cuan-
do, al volver al Colegio, pasábamos frente á los
teatros y veíamos en el peristilo una multitud de
jóvenes, algunos conocidos nuestros, los esternos
felices, bien vestidos , con sus guantes flamantes
y saludando con una gracia, para nosotros insu-
perable, á las bellas damas que venían al espec-
táculo !
En cuanto á mí , recordaba bien que de los
ocho á los doce años, no había faltado casi una
noche á la Opera ; mi padre me llevaba siempre
consigo. Era, pues, un dilettanti de raza y tradi-
cion ; Tamberlik me había acariciado y la incom-
9
130

parable Mme. Lagrange, aquella artista con un cora-


zon á la Malibran, se había entretenido en hacerme
charlar durante los entreactos en
su camarin,
adonde solía llevarme mi hermano Jacinto. — Y
hoy, que era hombre , que podía apreciar todas
aquellas bellezas que habían encantado á mi padre
y que flotaban en mi memoria como una nube,
tenía que volverme triste y solo al Colegio, dando
la espalda al mundo de la luz !
Una noche no pude resistir al pasar frente
á Colon ; ví entrar á un pariente amigo con su
familia ; comprendí que tenía un palco donde me-
terme medio escondido y tomando mi entrada,
penetré bravamente, un poco pálido, por la con-
viccion profunda de que todo el mundo me ob-
servaba. -
El pariente tenía felizmente un palco bajo y
oscuro de la ochava ; llamé, me resistí con ener-
gía á las sillas de adelante y acurrucándome en
el fondo , lanzé una mirada investigadora á la
platea. Yo sabía que el Vice-Rector era un me-
lómano decidido ; en efecto, á poco lo descubrí
en las tertulias. De un lado, cierta irritacion por
su presencia, mientras nos confinaba en el claus-
131

tro tan cruelmente, y de otro, el temor que me


descubriese, me agitaron un momento. Pero bien.
pronto todo eso desapareció y la luz, la música,
ese curioso y penetrante ambiente de los teatros
de buen tono, la proximidad de una criatura ideal-
mente bella, que estaba en el palco, sus ojos dul-
ces como un pedazo de cielo , su voz tímida y
armoniosa, aquel color diáfano, transparente, som-
breado á cada instante por un ténue velo de

púrpura, esa emanacion esquisita de la pureza, de


la inocencia y de la gracia, que subyuga en todas
las edades, todo, en un encanto misterioso, se apo-
deró de mí por completo. Quince años han pasado
sobre mi cabeza desde aquella noche, quince años
bien llenos y agitados ; pasarán veinte más y no
perderé ese recuerdo suave y melancólico, que
trae á mi alma la impresion fresca de las primeras
emociones puras de mi juventud. - Sonrío á veces
al recordar mi idilio adolescente, los entusiasmos
de mi espíritu , ese estado de sensibilidad enfer-
miza, la necesidad imperiosa que sentía de hacer
versos, mi desesperacion por no poder medir una
cuarteta, las páginas enteras desgarradas con de-
saliento, las cartas ideales, que jamás debían lle-
9*
132

gar á su destino, en las que derramaba todos mis


sueños y esperanzas ! La veía en todas partes, en
todas la buscaba. Me parecía inútil obtener su
cariño ; el mio me bastaba, me elevaba, me daba
intensidad al espíritu , fuerza á la voluntad , brillo
á la imaginacion, nobleza al corazon. Cambié de
carácter ; fuí dulce, afable , perdí la ironía amarga
con los compañeros, dejé en paz los ridículos age-
nos ; me observaba, me corregía, me mejoraba ...
De nuevo sonrío á través de los años, pero
quisiera volver á esas horas incomparables, á esa
esplosion de la savia, trepando al árbol al son de
los cantos primaverales y desenvolviéndose en
hojas, en flores, en perfumes ! Quisiera volver á
amar como amé entónces y como sólo entonces
se ama , puro el corazon , celeste el pensa-
miento ! •
Todo pasó en el rápido correr del tiempo ;
pero la figura deliciosa , á la que los años han
circundado de esa atmósfera vaporosa que da
Murillo á sus vírgenes, queda fija allá en el pa-
sado , cerniéndose al principio de la ruta , como
una luz ideal . • • •
133

XXXIV .

Hay que caer á la tierra y recordar que, de

una ú otra manera, tenía que entrar en el Colegio .


- Poco ántes del último acto salí, corrí á la puer-
ta que da sobre el atrio de S. Ignacio, me saqué
el paletot, golpeé fuerte y cuando el viejo portero
preguntó quien era, imité la voz del Vice-Rector y
una vez la puerta abierta , abatí la vela que el
cerbero traía en la mano con un golpe de mi so-
bretodo, le eché una zancadilla que dió con él
en tierra Y, ántes que volviera de la sorpresa , ya
corría yo por esos claustros como una exhalacion .
Pero la hora había sonado para mí. Los cas-
tigos me irritaban, las consejos me ponían en un
estado de nérvios insoportable ; no podía conti-
nuar en el Colegio . Pasaba los dias enteros idean-
do medios para escaparme, á veces con riesgo
de la vida, como cuando nos deslizábamos, con
un compañero fiel , por una cuerda flotante que
los albañiles dejaban durante la noche en el edi-
ficio que se construía entónces en la calle More-
no. Los exámenes estaban encima y no abría
134

un libro . Había perdido la emulacion por com-


pleto ; las glorias de clase me parecían ridículas
y no habría dado un paso por recuperar el pues-
to de honor al que estaba habituado y que sen-
tía escapárseme de entre las manos. — Al fin
triunfé, y una mañana radiante se me abrieron
para siempre aquellas puertas, en cuyos umbrales
hubiera entónces sacudido mi planta como el
numida.
Y sin embargo ¡ cuántas cosas dejaba allí den-
tro ! Dejaba mi infancia entera, con las profundas
ignorancias de la vida, con los esquisitos entusias-
mos de esa edad sin igual, en la que las alegrías
esplosivas, el movimiento nervioso, los pequeños
éxitos, reemplazan la felicidad, que mas tarde se
sueña en vano !
Abandonaba el Colegio para siempre y abrien-
do valerosamente las alas, me dejaba caer del
nido, en medio de las tormentas de la vida.
135

XXXV.

Muchos años mas tarde , volví á entrar un


dia al Colegio ; á mi turno, iba á sentarme en la
mesa temible de los examinadores. Al cruzar los
claustros, al ver mi nombre al pié de algunos di-
bujos que aún se mantenían fijos en la pared , con
sus modestos cuadros negros ; al pasar junto á mi
antiguo dormitorio, teatro de tantas y tan renom-
bradas aventuras ; al cruzar frente á la puerta
sombría del encierro, que por primera vez recibió
una mirada cariñosa de mis ojos ; al ver el grupo
de estudiantes, tímidos, callados, que en un rin-
con procuraban penetrar mi alma y leer en mi
cara sus futuras clasificaciones ; al estrechar la
mano de mis compañeros de hoy , mis maestros
de otrò tiempo ; al respirar, en un palabra, aquel
ambiente que había sido mi atmósfera de cinco
años, sentí una impresion estraña, grata y dulce
y una vaga melancolía me llevó por un momen-
to á vivir la vida del pasado.
Me lancé á todos los viejos rincones conoci-
dos y al pasar, bajo las bóvedas del claustro, se
136

levantaban mis recuerdos , obedientes á una evo-


cacion simpática . - Aquí, me decía, el buen
Cosson, tan afectuoso, tan justo, nos leía las ele-
gías de Guilbert con un entusiasmo sincero ó nos
recitaba la tirada de Theramènes sin mirar el libro ;

aquí fué donde el profesor Rossetti, encantado de


mi esposicion, me predijo que sería un ingeniero
distinguido , si perseveraba en las matemáticas,
para las que había nacido ; en aquel banco espuse
á Puiggari mi deplorable conferencia sobre el iodo,
que destruyó todas sus esperanzas de verme con-
vertido en un Lavoisier ; en este sitio memorable
fuí sostenido por M. Jacques, cuando , habiendo
sido llamado á dar exámen de francés ante el
Dr. Costa, Ministro de I. P. , me tocó en suerte
traducir á primera vista el « Incendio de Moscou »
de M. de Ségur y me trabé en descomunal ba-
talla con Lársen, sobre la significacion de la pa-
labra tôle ; aquí Jacques me dijo que era un im-
bécil, pero que tenía razon, cuando sostuve ante
él, en una discusion con un compañero, que este
título de un capítulo de La Bruyère, « Les Esprits
forts » , no debía traducirse por « Los Espíritus
fuertes» ; en aquel rincon me batí una tarde con
137

denuedo contra un muchacho Arriaza, quien, si


bien sacó del combate la nariz demolida y con
una forma pintoresca, me dejó ciego por una se-
mana ; en este escaño se sentaba mi madre, me
tomaba las manos , me acariciaba con sus ojos

llenos de lágrimas, me apretaba contra sí, y al


fin , cuando la noche caía y era necesario separar-
nos, me dejaba su alma en un beso y diez
pesos en la mano , que yo corría á convertir en
cigarros en la portería ; aquí fué donde el padre
Agüero pilló al alba á Adolfo Saldías, que volvía
de una escapada y á la luz de la luna que
entraba por los cristales del gimnasio, lo hizo arro-
dillar en el claustro helado y pedir perdon de
se delito , mientras yo , con el mate en la mano
y trás la puerta entrabierta del dormitorio del
anciano, contemplaba el cuadro , poniendo la au-
sente barba en remojo ; he aquí el cuarto famoso
donde fué introducida por engaño la sirviente que
traía la ropa limpia al mono Latorre , sufriendo
las espresivas galanterías de los circunstantes,
mientras el referido « mono » , amarrado al pié de un
lecho, ofrecía el espectáculo confuso de un sátiro
enardecido llorando á lágrima viva . . . .
138

- Los exámenes van á comenzar , Doctor .


Sólo á V. se espera.
- Voy al momento.

XXXVI.

Ah! hé aquí el cuarto de Eyzaguirre, aquel


informe maremagnum de que éramos pilotos
espertos.
En esa ventana asámos una noche me-
morable las aves robadas en el corral de la des-
pensa, aves sagradas para nosotros y que jamás
figuraron en la mesa del refectorio ; allí el salon
de los exámenes escritos , donde algunos jóvenes
valerosos entraban llevando el enorme Ganot
distribuido por capítulos en todo el cuerpo y cono-
ciendo la topografía del terreno como César los
campos de Munda ; la fuente me saluda , la fuente
de pico recto , la fuente que era necesario conquistar
á puñetazos , porque el compañero que esperaba
interrumpía á menudo la absorcion haciéndola ,
intermitente, por medio de la broma llamada del
139

ternero mamon ; aquí un condiscípulo querido de


todos nosotros, que temíamos no pasara en el
exámen escrito, nos dió una minuciosa esplicacion
de cómo había repartido sus fuerzas para el com-
bate : en la nuca, entre camisa y camiseta, los
capítulos de « La Inteligencia» , salvo la « Razon>> ,
que, muy bien doblada, se ocultaba bajo el cuello,
unida á la corbata por un alfiler ; entre el elástico
del botin derecho, « La Sensibilidad», formando
pendant en el izquierdo « La teoría de las facul-
tades del alma » ; en un falso bolsillo del pantalon,
« La Voluntad » , escepto el « Libre Albedrío » que
ocupaba un sitio indigno de su importancia filo-
sófica; y allí, sobre el estómago, á mano, como
puñal de misericordia, como recurso estremo, el
« Discurso sobre el método » , que, bien manejado,
es un Proteo multiforme, apto para satisfacer el
programa entero ....
-- Sr. Doctor, lo están esperando ..
- Voy, voy al momento.
¡ Cuánta sonrísa en aquellas caras juveniles,
si hubieran leído las cosas que ocupaban mi alma
y dádose cuenta de las impresiones bajo las cuales
ocupaba mi silla de examinador !
140
.

Decían las cosas que en otro tiempo yo había


dicho ; usaban las mismas estratajemas que yo
había empleado y se lanzaban á cuerpo perdido
en las partes de la bolilla que les eran conocidas,
evitando con una habilidad de pilotos consumados
las arcanas secciones no holladas por sus ojos
infantiles. ¡ Con qué elasticidad el compañero de
atrás hacía de mimbre su cuerpo , alargaba el
pezcuezo como una girafa y llamando en su au-
xilio la voz mas susurrante, soplaba con coraje !
Yo nada veía, nada quería ver. Mis preguntas
envolvían clara y precisa la respuesta cuando el
discípulo era flojo, y con una sonrisa animadora,
impulsaba á desenvolver su charla graciosa y
lijera al que, habiendo estudiado, quería lucir su
ciencia. Ciencia divina , superficial , epicúrea,
ciencia de un adolescente griego, esplicando á
su manera infantil los mitos homéricos, ciencia
deliciosa que flota como un sueño en la region de
la teoría, borrándose al mes siguiente, porque no
tiene la mordiente áspera de la esperiencia propia !
Y así pasaba ante mis ojos la filosofía y la
historia, serena, olímpica, á la manera de Hesiodo,
saliendo de aquellos labios puros, como el reflejo
141

de leyendas de otros tiempos, en mundos dis-


tintos del que nos rodea. ¡ Con qué placer, entre
mis examinandos, encontraba un cartaginés endu-
recido, ardiente admirador de Aníbal, que tal vez
había llegado, como yo en las horas pasadas,
pesaroso y triste á las páginas de Zama ! ¡ Cómo
sonaba en mi alma el entusiasmo por las cruzadas,
y con qué viveza venía á mi memoria el largo
discurso de Pedro el Ermitaño, que yo había /
compuesto en la clase de retórica ! ..... Los
muchachos sonreían y corría la voz eléctrica de
que yo era un examinador insuperable. No sabían
que los habría abrazado á todos y que al mas imbécil
hubiera dado el maximum con el alma contenta
y la conciencia tranquila !
Mas tarde, dictaba una cátedra de historia en
la Universidad . Muchas veces, al final de mi con-
ferencia, notaba en las caras de mis discípulos,
siempre cultos y atentos conmigo, una ligera
espresion de cansancio que me contagiaba. Era
una época en que vivía agobiado por el trabajo :
á más de mi cátedra, dirigía el Correo, pasaba un
par de horas diarias en el Consejo de Educacion
y sobre todo, redactaba « El Nacional » , tarea ingrata,
142

matadora si las hay. Así, solía llegar á clase fa-


tigado y cuando el tema no era interesante, mi
palabra salía pálida y difícil. Pero la campana
del Colegio nacional estaba allí ! Desde el aula la
oía fácilmente y á sus primeros ecos, recordaba
mis horas de estudiante, el ansioso anhelo por
salir de clase, miraba mis alumnos fatigados y
cortaba familiarmente la conferencia . En otras
ocasiones, el éco de la campana me servía de
escitante y si alguna vez salieron mis discípulos
contentos, ignoraban que lo debían al vago sonido
que me traía los mas dulces recuerdos de mi
infancia, mis ambiciones de estudiante, mi esfuerzo
por ocupar el primer puesto y la memoria del
gran maestro que nos hizo amar el estudio y la
ciencia.
Sí, amar el estudio ; á esa impresion pri-
mera debemos todos los que en el Colegio
nacional nos hemos educado, la preparacion que
nos ha hecho fácil el acceso á todas las sendas
intelectuales. Se pueden emprender los estudios
superiores en cualquier edad ; los preparatorios ,
nó. Es necesaria la disciplina que sólo se acepta
en la infancia, la dedicacion absoluta del tiempo,
143

el vigor de la memoria, nunca mas poderosa que


en los primeros años, la emulacion constante y
la ingénua curiosidad . Mucho se olvida mas tarde,
el tecnicismo , el detalle ; pero á la menor con-
centracion intelectual, los caractéres perdidos en
el fondo de la memoria reaparecen con la claridad
de las líneas de un palimpsesto ante un reactivo
que borra el último trazado . En una semana un
hombre regularmente dotado puede estudiar á
fondo una cuestion de derecho ; pero si no tiene
una preparacion sólida, si no ha ejercitado su es-
píritu en los largos años de bachillerato, la espon-
drá como un notario, jamás como un jurisconsul-
to. Falta de ideas generales, mis amigos.
Yo diría al jóven que tal vez lea estas líneas
paseándose en los mismos claustros donde tras-
currieron cinco años de mi vida, que los éxitos
todos de la tierra arrancan de los horas pasadas
sobre los libros en los años primeros. Que esa
química y física, esas proyecciones de planos, esos
millares de formulas áridas, ese latin rebelde y
esa filosofía preñada de jaquecas, conducen á
todo á los que se lanzan en su seno á cuerpo
perdido.
144

Bendigo mis años de colegio , y ya que he


trazado estos recuerdos, que la última palabra
sea de gratitud para mis maestros y de cariño
para los compañeros que el azar de la vida ha
dispersado á todos los rumbos.

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