Intensificacion 2 Cuatrimestre

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Literatura 6

INTENSIFICACIÓN 2DO CUATRIMESTRE

Cosmovisión Cómica- Literatura de humor

Voces humorísticas
Uno de los primeros pensadores en reflexionar sobre el humor fue Aristóteles
en su Poética. Para él, la comedia era una forma de mímesis, de imitación de la
realidad. No de cualquiera realidad, sino de «los peores», de «lo feo». También
para Henri Bergson lo que hay detrás del humor es una «descripción minuciosa
de lo que es, […] descendiendo cada vez más hacia lo hondo del mal para anotar
sus particularidades». Si esto es así, ¿por qué la imitación de «lo peor» de lo
real puede tener un efecto humorístico?
Al pensar en el concepto de humor, es probable que todos lo asociemos de
inmediato con aquello capaz de convertirlo en risa. Pero ¿qué es
específicamente lo que nos hace reír? La dificultad de responder a esta
pregunta se debe al carácter social e histórico de la risa: lo que nos hace reír
está ligado a la sociedad a la que pertenecemos y a la época en la que vivimos.
En todos los casos, para que el humor tenga lugar debe hacer una intención de
hacer reír y un lector que ríe.
Esta risa no siempre se manifiesta con la explosión de la carcajada: puede ser
tan solo una sonrisa, o incluso dejar un sabor amargo. También los mecanismos
lingüísticos que la producen son diversos: repetición, inversión, equívoco,
hipérbole, deformación, extrañamiento, sinsentido, doble sentido, ironía,
sarcasmo.
Parodia y sátira
Además, existen diferentes tipos de humor. Los géneros humorísticos
principales son la parodia y la sátira. Aunque tienen puntos de contacto, su
funcionamiento es diferente.
Estas no son las únicas formas del humor. También podemos hablar de un
humor absurdo o de un humor negro, pro mencionar solo algunas.
Voces de ruptura o el significado como construcción
Las cosmovisiones cambiantes del siglo xx tienen un denominador común:
la ruptura radical con todo lo anterior y la experimentación con nuevas formas
(como las vanguardias europeas y latinoamericanas).
En el marco inestable de las nuevas cosmovisiones, todo comienza a ser
cuestionado. Si el lenguaje es convención, si el mundo no es sino una
representación, ¿qué es lo real?, ¿dónde se encuentra el límite entre ficción y
realidad? El problema del vínculo lenguaje/realidad obliga a reformular, a su
vez, la misma noción de literatura.

Recursos Humorísticos
- La ridiculización: la exageración desmedida de características físicas, de
carácter, situaciones, vicios, costumbres, defectos, y bondades sociales.
- Lo inadecuado al contexto, lo incorrecto, lo que va contra el sentido común,
lo fuera de lugar o tiempo.
- El equívoco, situaciones confusas, desencuentros, desengaños.
- Lo absurdo, lo ilógico, lo que no parece tener ningún sentido o relación con
nada conocido.
- Lo obvio, aquello que todos saben, lo que no hace falta decir y sólo se
sugiere.
- El doble sentido o polisemia, la palabra o término con más de un significado
según la situación.
- El juego de palabras, la rima.
- El juego con el sonido y la pronunciación de las palabras. Consiste en
alterar el modo habitual de pronunciar una palabra o frase con sentido
humorístico.
- La repetición, insistir con una frase palabra o situación, un gesto, una actitud
o una acción natural y habitual de las personas se repite una y otra vez, llega un
momento en que pierde su humanidad y se vuelve mecánica, se automatiza.
- Lo sorpresivo, lo inesperado, lo impensado, lo que descoloca al otro.
- La ironía: es una figura retórica que supone siempre una inversión del
significado. Es una oposición entre el sentido literal y el derivado. Por ejemplo
cuando exclamamos “¡Qué hermoso te quedó el pelo!”, simulando que nos gusta
el rarísimo corte que se hizo un amigo, dando a entender lo contrario, por el tono
de voz, la mirada, los gestos o cualquier otra señal. Que una frase se interprete de
manera irónica depende de la situación y de los participantes.
- La metáfora con sentido humorístico:
- La paradoja: situación en la que sucede todo lo contrario de lo que “debería
suceder”.
- El extrañamiento: el ver las cosas, las costumbres, las personas siempre de
la misma manera hace que nuestra percepción se automatice. Para evitar esta
automatización, para provocar una percepción nueva se utiliza la mirada del
extrañamiento, es decir, ver las cosas como si fuera por primera vez, es una
percepción renovada.
- La complicidad con el lector o espectador.

- El empleo de personajes estereotipados, que son un patrón o modelo de


cualidades o de conducta que lo hacen cómico. Son producto de ideas, prejuicios,
actitudes, creencias y opiniones preconcebidas, impuestas por el medio social y
cultural, y que se aplican de forma general a todas las personas pertenecientes a
una categoría, nacionalidad, etnia, edad, sexo, orientación sexual, procedencia
geográfica, entre otros. Hay estereotipos de género (hombre-mujer), étareos
(niños, adolescentes, adultos, mayores, etc.), étnicos, nacionales, etc.

Géneros Humorísticos

· La parodia: es la recreación de un personaje o un hecho,


empleando recursos irónicos para emitir una opinión generalmente
transgresora sobre la persona o el acontecimiento parodiado. Existe en todos
los géneros, incluyendo la literatura, la música , el cine y la televisión. Un
acontecimiento político, social o cultural puede ser asimismo parodiado.

· Sátira: es un género que tiene por objeto corregir, por el


ridículo, vicios del comportamiento humano, vicios morales y sociales.

Tipos de humor

· Humor costumbrista: manifestaciones artísticas que reflejan


hábitos sociales de un lugar y una época. Ofrece un cuadro verosímil, creíble de
la vida cotidiana y la presentación de personajes tipo y lugares precisos.

· Humor negro: El humor negro es un tipo de humor que se ejerce


a propósito de cosas que suscitarían, contempladas desde otra perspectiva,
piedad, terror, lástima o emociones parecidas. Cuestiona situaciones sociales
que generalmente son serias mediante la sátira. El asunto más recurrente en el
humor negro es la muerte y todo lo que está relacionado con ella. Atañe los
temas más oscuros y dolorosos para el ser humano y que, por norma general,
suelen resultar controvertidos y polémicos para la sociedad porque están
relacionados con la moral. Algunos ejemplos pueden ser: las grandes tragedias,
las normas sociales, el sexo, los asesinatos, el suicidio, las enfermedades, la
pobreza, la locura, el terrorismo, la drogadicción, la violación, las
discapacidades, la guerra, la religión, la política, etc., pero representados en
forma cómica. Suele adoptar una mirada machista, racista, xenófoba, cínica,
etc.

· Humor blanco: El humor blanco es un tipo de humor que no


contiene connotaciones ni denotaciones negativas como el humor negro. Se
basa en los siguientes elementos:
- El factor sorpresa
- La calidad (o gracia) del intérprete (continente)
- La calidad de lo expuesto (contenido)

· Humor absurdo: E l humor absurdo, también conocido como


humor surrealista, es un tipo de humor que se vale de las situaciones
disparatadas o incoherentes para generar la risa en el público, su comicidad se
basa en la irracionalidad. Es un humor totalmente alejado de la realidad pero
que a la vez nos sumerge en lo esencial de ella.

Actividades

• Observar detenidamente las siguientes viñetas y memes.


A- Explicar con tus palabras cada uno de las viñetas desde lo
humorístico.

B- Identificar el recurso humorístico que crees que cada viñeta utiliza


(vistos en el punto

C- Crear un texto argumentativo a partir de la siguiente afirmación: Los


memes y el humor en tiempos de crisis: aseguran que es “reírse para
no llorar”

• Realiza un informe sobre los memes y su importancia en la actualidad.

1- Realiza un informe sobre las tiras cómicas y el humor gráfico en Argentina. Debe tener una
extensión mínima de 3 carillas, se pueden agregar imágenes.
Cuento humorístico de Roberto Fontanarrosa

Mamá
A mi mamá le gustaba mucho el trago. No puedo decir que tomaba una
barbaridad, pero, a veces, cuando a la noche se acercaba a darme un beso, yo
podía percibir su aliento pesado por el alcohol. Ella siempre me besaba antes de
irse a dormir. Yo era chico, estoy hablando de cuando tenía 8 o 9 años. Ella se
quedaba viendo televisión hasta tarde y, antes de ir a acostarse, venía y me
daba un beso. Nunca dejaba de hacerlo. En la mayoría de los casos yo fingía
dormir. O, si estaba dormido, habitualmente ella me despertaba sin querer
porque se tropezaba contra los muebles en la semipenumbra. Tampoco podría
precisar cuándo fue que ella empezó a beber con mayor asiduidad. Cuando
nuestro padre vivía con nosotros, mamá casi no tomaba. En el almuerzo solía
llenar su vaso con soda y luego coloreba la soda con un chorrito mínimo de vino.
Cuidadosamente, como si fuera un químico elaborando una fórmula altamente
explosiva. Pero lo cierto es que, esas noches, en ocasiones, yo podía adivinar
cuándo se asomaba a la puerta de mi cuarto por el aliento. Me llegaba una
vaharada espesa a vino común. Así y todo, me gustaba mucho que viniera a
darme un beso. Además, musitaba algo, como una plegaria o una bendición, que
yo no llega a escuchar, pero agradecía.

Bebía a escondidas o, al menos, no lo hacía abiertamente frente a mí. Seguía


tomando el vaso de soda coloreada al mediodía y también a la noche, pero nada
más que eso. No sé si tomaría frente a Alcira, la señora que venía una vez a a la
semana a planchar, o en compañía de Zulema, la vecina del segundo piso, pero al
menos frente a mí conservaba cierto recato. Poco tiempo después, cuando yo
regresaba de la secundaria, había ocasiones en que la encontraba tirada en el
gallinero. Tenía un gallinero que compartíamos con Zulema, en uno de los
ángulos de la terraza. Varias veces la encontré a mamá tirada entre las
gallinas, que la picoteaban. No era lindo de ver. Las gallinas le ensuciaban
encima, o ella se ensuciaba con la caca de las gallinas y, además, se le llenaba el
vestido de plumas. Yo no sabía bien qué hacer en esas ocasiones. Al principio
me volvía al departamento y me hacía la leche yo solo, para no ponerla en el
difícil trance de explicarme su situación. Pero una vez, enojado, la zamarreé
hasta despertarla. Me dijo que se había dormido sin querer, mientras buscaba
huevos para la noche; que el sol estaba muy lindo allí en la terraza. Pero olía
espantoso y no sé dónde metía las botellas.
Compraba, recuerdo, licor de huevo al chocolate. Las borracheras con licor de
huevo al chocolate son terribles, devastadoras. Había días en que amanecía
verde, descompuesta, con un dolor de cabeza infernal. Me decía que había
tomado una copita de licor de huevo y le había caído mal. Que el hígado le latía.
Siempre recuerdo esa expresión suya, "que el hígado le latía". Era muy
ocurrente para hablar, muy divertida. Pero yo veía, en el cajón de basura, cómo
se acumulaban las botellas. se escondía para beber. A veces mirábamos
televisión -a ella le gustaba muchísimo el programa de Pipo Mancera- y de
pronto se iba al baño. Sabía que el baño era un lugar eminentemente privado y
que yo no me iba a atrever a espiarla allí, como sí lo había hecho una vez cuando
ella se metió debajo de la mesa del living con la excusa de buscar un carretel
de hilo que se le había caído. Alcé el mantel y la sorprendí con una petaca.

Me empecé a preocupar realmente cuando se tomó una botella de alcohol


Abeja, un alcohol para desinfectar lastimaduras. Mamá era increíblemente
dulce conmigo. Un día yo me corté un dedo recortando figuritas con la tijera.
Desde chico me gustó recortar figuritas de la revista de modas. De los
figurines, como decía ella. Me salía bastante sangre. La yema del dedo siempre
sangra mucho. Ella vino corriendo con gasa y la botella de alcohol. Me puso
alcohol en el dedo y después, directamente del pico del frasco, se tomó un
trago. "¡Mamá!", la alerté. Mi padre nos retaba cuando nosotros bebíamos
directamente del pico, aun siendo gaseosas. "Es que me ponés nerviosa", me
dijo. Pero después se tomó todo lo que quedaba en el frasco. Sin embargo, no
dio señales de que le hubiese caído mal ni mucho menos. Tenía bastante
conducta alcohólica con el Abeja. No así con el perfume. Un día la acompañé a
una perfumería, después de ir al cine. A ella le gustaba mucho el cine, en
especial las películas de piratas. Vio tres veces Todos los hermanos eran
valientes. Conozco mucha gente que ha visto tres veces una misma película.
Pero ella la vio en un mismo día. Me dijo que quería comprarse un perfume. A la
vendedora le pidió alguno que fuera frutado. Yo no creo que mamá tuviese un
gusto refinado para los vinos. Se había hecho, lógicamente, dentro de los
parámetros de la clase media. Y mi padre no pasaba de los vinos Chamaquito,
Copiapó o Fuerte del Rey. Yo la veía aparecer a mamá oliendo a perfume y
nunca sabía si se lo había puesto o se lo había tomado. O las dos cosas. Era
difícil, sin embargo, verla dando pena o tambaleante. Se dormía con facilidad,
eso sí, como en el caso con las gallinas, o se le ponía un poquito pesada la lengua,
pero nada más. Podría afirmar, por ejemplo, que nunca me hizo pasar un papelón
en alguna fiesta familiar. Yo detectaba un cierto cuidado, una cierta atención
especial hacia ella de parte de mis tías o de abuela Alicia, como decir: "Sacale
la copa a Dora" o "Decile a Dora que pare", pero nada más. Algún codazo
intencionado, a veces, cuando mamá preguntaba por el clericó. Eso sí, se reía
con mucha facilidad cuando tomaba, lo que no dejaba de ser, por otra parte, un
costado simpático de su personalidad. Admito que hubo una especie de nervio y
hasta una suerte de incomodidad en mi tío Adalberto, durante un almuerzo
improvisado en casa de Chuco y Popola, cuando mamá no pudo parar de reírse
en toda la sobremesa, aunque acabábamos de llegar del entierro de tía
Clorinda. Pero era una mujer encantadora.

En verdad encantadora. Siempre alegre, siempre dispuesta, pese a todos los


problemas que vivimos y al asunto de papá, antes de que se fuera de casa. A la
que no le gustaba nada el asunto era a Elenita, mi hermana. Obvié contar que
tengo una hermana mayor que se llama Elena. Ella se ponía fatal cuando pasaban
esas cosas, no soportaba que mamá bebiera como no lo soportaba a papá,
tampoco, por otras razones. En el caso de papá, creo que tenía algo de razón.
Con mamá, en cambio, era excesivamente dura. Un psicólogo me dijo que mi
hermana reclamaba lo que a ella le correspondía.

No sé si coincido demasiado con eso. Por suerte, nunca Elenita encontró a


mamá tirada entre las gallinas en el gallinero. Lo que pasa es que mi hermana
nunca subía a la terraza, porque decía que le tenía terror a las alturas y porque
aún conserva una extraña alergía a los animales con plumas. Veía un pollo y se
brotaba. Si comía algo que incluyera gallina, se hinchaba como un globo.

Aunque no supiera que el plato contenía gallina, lo mismo se hinchaba, con lo que
quiero decir que no era algo meramente psicológico. Un día, tía Chuco, pobre,
desconociendo el problema de Elena, le regaló una gallinita de chocolate para
Pascuas, y a mi hermana la salvaron con un Decadrón. Se le había hinchado
tanto la cara que parecía una japonesa. Los ojos eran dos tajos. Ella,
justamente, que siempre ha presumido de tener ojos muy lindos. Pero mamá le
caía muy bien a todo el mundo. En realidad, el problema de mamá no era el
alochol. Era el cigarrillo.

Fumar sí, lo hacía públicamente. En eso diría que fue una adelantada del
feminismo. Una activista. Ella me contaba que fumaba desde los 11 años, a
instancias de su padre, que tenía un puesto alto en el ferrocarril Mitre. El
padre la convidó con un cigarro de hoja, muy fuerte, justamente para que le
desagradara y nunca más probara el tabaco, pero ella se envició. Había
momentos en que eso sí me molestaba, porque fumaba mientras comía.

Dejaba el cigarrillo -fumaba Marvel cortos, negros, sin filtro-, cortaba un


pedazo de milanesa, por ejempl; lo masticaba, lo tragaba y le pegaba otra
pitada al cigarrillo. Tenía el dedo índice y el anular de la mano derecha
amarillos por la nicotina, casi verdes.

Había veces en que mi padre le reprochaba que fumara durante la comida,


agitando la mano exageradamente frente a su cara, como apartando el humo.
"Es mi único vicio", decía mamá. Y en esos momentos era verdad, pues creo que
ella empezó a beber vodka y ginebra después de que se marchó mi padre, sin
que nadie supiera muy bien por qué. Y no pienso que mamá se lanzara a la
bebida para olvidar el abandono de mi padre. Creo que, simplemente, se sintió
liberada y ya pudo hacerlo sin mayores complejos ni presiones, salvo la actitud
recriminatoria de Elena. Elena a veces se levantaba antes de la mesa, molesta
por el humo. Se hacía la que tosía, incluso, para que no la retaran reclamándole
que comiera el postre.

Elena fue siempre muy dramática, muy histriónica. En casa éramos de una clase
media típica. Pero de aquellos tiempos, cuando la clase media vivía bien,
cómoda, tranquila. Al mediodía comíamos tres platos, por ejemplo. Una sopa de
entrada, el plato fuerte y el postre, que casi siempre era fruta o queso y dulce.
Elena tosía, se levantaba y se iba. Siempre fue un poco teatral mi hermana.
Para empezar a fumar, mamá aprovechaba cuando la sopa estaba bien caliente y
echaba humo. Suponía que el humo de sus cigarrillos se mezclaba con el de la
sopa y así se disimulaba.

Sin embargo, no era abusiva. No era una persona a la que le importara muy poco
lo que pasaba a su alrededor, con sus semejantes. La prueba es que se ofrecía,
en ocasiones, a ir a leerles a los enfermos. El problema es que les leía sólo lo
que le gustaba a ella y tuvo una agarrada muy fuerte con un estibador que
había perdido una pierna al caérsele encima una grúa portuaria, y a quien mamá
insistía en leerle Mujercitas, de Luisa M. Alcott. Digamos -para que quede
claro- cuando papá y Elena insistieron con sus quejas por el hecho de que mamá
fumaba en la mesa, dejó de hacerlo. Así de simple. Dejó de hacerlo. Fue cuando
empezó a mascar tabaco, una costumbre que yo creía desaparecida con los
últimos arrieros. Cuando compraba la fruta, mamá se traía para ella unas hojas
de tabaco, las plegaba, se las metía en la boca y comenzaba a masticarlas. Es
cierto, no producía humo, pero llegaba un momento en que se le escapaba un
hilo de saliva marrón verdoso por la comisura de los labios, que me desagradaba
mucho. Debo reconocer que siempre he sido un tipo bastante sensible. Y de
chico, más.

Con el tiempo, mamá volvió a fumar. Le molestaba tener que ir a escupir al baño
cada tanto, mientras masticaba tabaco, ya que, cuidadosa, no quería hacerlo
frente a nosotros. Apunto que era muy obsesiva con el cuidado de la casa.
Enormemente prolija, muy aficionada a los mantelitos calados, a las cortinas
con encajes, a los macramés, a las puntillas. Bordaba muy bien. A mí me gustaba
mirarla por las noches acostado en su cama, escuchando en la radio el
Radioteatro Palmolive del Aire, mientras ella bordaba pañuelitos, masticando
tabaco.

Era muy hábil para las manualidades. Después empezó a armar sus propios
cigarrillos. Al terminar el almuerzo se recostaba en una reposera, en el patio, y
empezaba a armar los cigarrillos. Tenía su propio papel, su propio tabaco. Era
lindo mirarla mientras humedecía con saliva el borde del papel, apretaba el
cilindrito como si fuera un canelón minúsculo, lo encendía, entrecerraba los
ojos en tanto el humo subía. Empezó a hacer eso, es claro, cuando tuvo más
tiempo, cuando ya papá se había ido y tampoco le aceptaban tanto que fuera a
leerles a los enfermos. Toda una sala del Clemente Alvarez había hecho una
huelga de hambre contra su presencia. Llegaron a organizar una marcha de
protesta contra mamá, un tanto injustamente, porque ella tenía la mejor de las
voluntades.

En esa marcha un anciano, a poco de intentar caminar, sufrió la dolorosa


revelación de descubrir que le habían amputado una pierna, lo que provocó más
animosidad contra mi madre. Pero a ella no le importaba demasiado. Le bastaba
tenernos a mí y a mi hermana, pese a que Elena también se iría poco tiempo
después, cuando mamá le tomó -le bebió, digamos- un perfume carísimo que le
había regalado su primer novio, el imbécil de Gogo Santiesteban.

Por cierto, cuando se le dio por fumar toscanitos Génova, el aliento que tenía
por las noches, cuando se acercaba a darme el beso de despedida, era
insoportable. Es duro decirlo, pero es así. Era como si hubiesen destapado una
cisterna cenagosa, con agua estancada, con aguas servidas, una mezcla de
solución biliosa con aroma a animal muerto.

Era feo. Con el tiempo le daban accesos de tos muy fuertes. Ella decía que era
culpa de la pelusa de las bolitas de los paraísos, esos árboles que, en verdad, le
han arruinado los pulmones a más de un rosarino. Y luego, años después, le
echaba la culpa a ese polvillo que llegaba desde el puerto, cuando los barcos
cargaban cereal, no sé cómo le llaman. Tomaba miel, entonces, para suavizarse
la garganta. Comía pastillas de oruzus. O iba a buscar huevos a la terraza para
mezclarlos con coñac y quitarse la carraspera, y allí es cuando yo solía
encontrarla tirada en el gallinero. Tenía linda voz mamá, muy cristalina, y solía
cantar una canción que hablaba de la hija de un viejito guardafaros, que era la
princesita de aquella soledad. O esa otra que decía "en qué se mete, la chica
del diecisiete".

Pero se negaba a culpar al tabaco por su tos, cuando parecía que iba a escupir
los dos pulmones a cada momento. Se le salían los ojos de las órbitas y
lagrimeaba. Nunca la vi lagrimear por otra cosa a ella. Era muy alegre y ponía al
mal tiempo buena cara. De inmediato mezclaba coñac con leche bien caliente, y
decía que eso le calmaría la picazón de garganta, producida por las bolitas de
paraíso.

Yo sabía perfectamente que ése era un remedio para bajar la fiebre, pero ella
se tomaba tres o cuatro vasos y luego me decía que se sentía mejor. Cantaba
para demostrármelo. Pero son cosas que, tarde o temprano, afectan a una
persona. Tiempo después, de grande, a mamá se le habían caído dos uñas de los
dedos de la mano derecha por la nicotina y al respirar se le escuchaba un
crujido, como el que hace un sillón de mimbre al recibir el peso de una persona.
Se agitaba con facilidad y casi no podía subir los veinte escalones hasta le
terraza. Sin embargo, sin embargo, yo creo que el problema de mamá no era el
tabaco. Era el juego.

Ella sostenía que nunca jugaban por plata, con sus amigas, tía Eve, Zulema y las
hermanitas Mendoza. Se encontraban una vez a la semana en casa de Zulema,
casi siempre, y jugaban a la canasta uruguaya. se pasaban, a veces, seis o siete
horas jugando. "Es mi único vicio", decía mamá, y tal vez fuera cierto. Ella decía
que el vino y el tabaco constituían, apenas, rasgos de personalidad.
Lo cierto es que muchas veces desaparecían cosas de casa. Adornos, jarrones,
espejos o ropa de ella misma, y yo estoy seguro de que eso sucedía porque eran
cosas que perdía en el juego con sus amigas. Reconocí, un día, un prendedor con
forma de lagarto, muy lindo, verdecito, que le había regalado mi padre para el
Día del Empleado Bancario, en la pechera de Marilú, una de las hermanas
Mendoza.

Yo no me animé a decir nada, pero mi hermana sí le preguntó, y Marilú dijo que


se lo habían regalado, que eran muy comunes. Que si uno en Casa Tía, por
ejemplo, compraba cosas por más de un determinado valor, le regalaban uno de
esos prendedores de lagarto. Era difícil de creer. Como cuando Zulema
apareció con una estola, una boa símil zorro que a mí me impresionaba de chico
porque tenía la cabeza disecada del animal sacando un poco la lengua que, sin
lugar a dudas, era la misma boa que había sido de mamá. Mamá me dijo que se la
había regalado a Zulema para su cumpleaños, pero yo no le creí. Lo mismo pasó
con la bicicleta de Elena y creo que ésa fue otra de las cosas que mi hermana
no pudo digerir y la llevó a irse de la casa. Aunque, en rigor de verdad, mi
hermana ya hacía mucho que había dejado de andar en bicicleta cuando sucedió
aquel asunto, pero lo mismo se enojó.

Para mamá fue un golpe fuerte cuando le prohibieron la entrada al otro


hospital, el Vilela. Ya en el Clemente Alvarez le impedían leerles a los
enfermos, a partir de aquel problema con el portuario, y más que nada cuando
decidió leerle La peste, de Camus, a un grupo que estaba en terapia intensiva.
Entonces optó por ir al Vilela y jugar a los naipes con los internados, para
entretenerlos. Supe que eso iba por mal camino cuando volvió a casa con un
papagayo enlozado, casi nuevo. Me negó que se lo hubiera ganado a un
tuberculoso en una partida de monte criollo. Insistía en que se lo había
regalado un viejito nefrítico que estaba enamorado de ella. Admito que, de
última, se había vuelto bastante mentirosa. "Imaginativa", decía ella, riéndose
de mis reproches. Porque siempre me negó que ella jugara con los enfermos por
dinero. Pero solía ganarles cosas valiosas a los pobres viejos. Bastones,
piyamas, radios portátiles, cosas que significaban mucho para ellos. "Me
sorprende de vos -le dije un día-. Siempre fuiste una persona muy buena y
amable con la gente." Se puso seria. "Son viejos enfermos, terminales algunos,
indefensos", le insistí. Fue la primera vez, podría jurarlo, que percibí una arista
dura en sus palabras. "Las deudas de juego se pagan", me dijo, y encendió un
Avanti.

Cuando perdimos el departamento y debimos mudarnos a uno mucho más chico,


fue demasiado para mí. Ella decía que mi padre y Elena ya no estaban con
nosotros, y que era al divino botón mantener un departamento tan grande como
el de la calle Catamarca. Que a ella le costaba mucho cuidarlo, limpiarlo y
arreglarlo. Pero yo sabía que eran todas mentiras. Que había perdido el
departamento en una partida de pase inglés jugando en el subsuelo del Club
Náutico Avellaneda. Me fui a vivir, entonces, con Mario, un amigo. Me costó
sangre, porque he querido muchísimo a mi madre. Aún la quiero.

La última vez que la vi la noté mal. No nos vemos muy a menudo. Está muy
encorvada, los ojos salidos de las órbitas y su piel luce un color grisáceo
arratonado. Sigue, de todos modos, siendo una persona encantadora, de risa
fácil y trato jovial. La vi tan desmejorada que me tomé el atrevimiento de
llamar al doctor Pruneda para preguntarle por su salud. El doctor Pruneda me
tranquilizó. Me dijo que mamá está muy bien. Demasiado bien para sus vicios.
Pero me dijo que el problema de ella no es el alcohol ni el tabaco ni el juego. Y
me dio el nombre de una enfermedad. Ninfomanía, me dijo. Y reconozco que no
quise averiguar nada más. Incluso ni siquiera le pregunté a Carlos, que está
estudiando medicina y hubiera podido explicarme. Pero él se pone como loco
cuando le toco el tema de mi familia. No sé, por lo tanto, qué significa esa
palabra que me dijo el médico ni quiero saberlo. Temo enterarme de que a mi
madre le queda poco tiempo de vida. Y prefiero guardar en mi memoria, en el
recuerdo, esa imagen que siempre he tenido de ella. Esplendorosa, vital,
encantadora, cariñosa y alegre.

Guía de análisis del cuento de Fontanarrosa

1) Describir con tus palabras a la protagonista del cuento de manera


completa.
2) Citar dos fragmentos que te hayan provocado risa. Explicar su efecto
humorístico.
3) Comparar la actitud de Elenita y su hermano ante su madre. ¿Qué opinas
al respecto y por qué?
4) Leer el cuento de manera completa en
https://cerradopormelancolia.wordpress.com/2016/03/10/mama-roberto-
fontanarrosa/
Y enumerar los vicios de Dora.
5) Leer el siguiente fragmento de Wikipedia acerca de humor negro. Definir
brevemente el género y relaciona con el cuento de Fontanarrosa

Las aventuras de
Don Quijote de la
Mancha
Recordar la parodia

PARODIA
Parodia es una palabra que proviene del latín parodĭa y que tiene su origen más remoto en la lengua

griega. En concreto, podemos establecer que parodia es un término que está conformado por tres

partes perfectamente delimitadas: el prefijo para-, que puede traducirse como “junto a”; el
vocablo oide, que ejerce como sinónimo de “canción”; y finalmente el sufijo –ia, que es equivalente a

“cualidad”.

Se trata de una imitación burlesca que caricaturiza a una persona, una obra de arte o una cierta

temática.

Como obra satírica, la parodia aparece en diversos géneros

artísticos y medios. La industria cinematográfica, la televisión,

la música y la literatura suelen realizar parodias de hechos

políticos o de otras obras. Por lo general se apela a la ironía y a

la exageración para transmitir un mensaje burlesco y para

divertir a los espectadores, lectores u oyentes.

Las parodias habrían surgido en la antigua literatura griega, con poemas que imitaban de forma

irrespetuosa los contenidos o las formas de otros poemas. Los romanos también desarrollaban

parodias como imitaciones de estilo humorístico, al igual que la literatura francesa neoclásica.

“Don Quijote de la Mancha”, la famosa obra de Miguel de Cervantes, suele ser

calificada como una parodia que se burla de los libros de caballerías. El heroísmo

y los valores transmitidos por este tipo de obras aparecen subvertidos

por Cervantes con humor e ironías.

De la misma manera, habría que señalar otra obra que se considera una parodia

de la sociedad del momento en el que se publicó. Nos estamos refiriendo a “Los

viajes de Gulliver”, escrita por Jonathan Swift en el año 1726. En ella se nos narra

las aventuras de un capitán que vivirá un sinfín de aventuras en diversas tierras

donde en unos casos será un gigante entre enanos y en otros será él el enano

entre gigantes.

En el ámbito cinematográfico, hay que subrayar que existen muchas películas que

se encargan de parodiar a la sociedad o bien a otros filmes previos. Entre los


casos más significativos tendríamos que destacar, por ejemplo, a la producción

norteamericana “Scary Movie”. Esta, que cuenta con varias partes y que ha sido

dirigida por los hermanos Wayans, viene a ser una clara parodia de la saga de

terror “Scream”.

Saga aquella que ha sido llevada a la gran pantalla por el cineasta Wes Craven y

que gira en torno a la figura de la joven Sidney Prescott, quien en sus distintas

entregas será perseguida por un asesino que adopta la identidad de Ghostface.

Así, bajo una apariencia oculta, aquel acaba con la vida de las personas que

rodean a la muchacha e intenta hacer lo propio con la de ella.

“Los Simpsons” es un programa televisivo que se caracteriza por la presentación

de parodias de todo tipo. En algunas ocasiones, los personajes de la familia imitan

conductas y adquieren poses típicas de personalidades famosas en la introducción

de los capítulos. Otras escenas paródicas aparecen en medio de las historias o ya

están instauradas dentro de la serie, como la actitud de Krusty El Payaso (una

parodia de los animadores infantiles que, en realidad, no tienen simpatía con los

niños).

CAPÍTULO PRIMERO
Que trata de la condición y ejercicio del famoso
hidalgo D. Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho


tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín
flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más
noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de
añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto
della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus
pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo
más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina
que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el
rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los
cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran
madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de
Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste
caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se
llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la
narración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso
(que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición
y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la
administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto,
que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de
caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y
de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso
Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas
razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos
requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la
razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón
enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura , y también cuando
leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se
fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra
grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y
desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara,
ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba
muy bien con las heridas que don Belianis daba y recibía, porque se imaginaba
que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro
y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo alababa en su
autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y
muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra
como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros
mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran.

Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto
graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de
Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo,
decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podía
comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy
acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón
como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches


leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir
y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio.
Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de
encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros,
amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la
imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas
invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.

Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no tenía
que ver con el caballero de la ardiente espada, que de sólo un revés había
partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con
Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalle había muerto a Roldán el
encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el
hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante,
porque con ser de aquella generación gigantesca, que todos son soberbios y
descomedidos, él solo era afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien
con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar
cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo
de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de
Galalón, al ama que tenía y aun a su sobrina de añadidura.

En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que


jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para
el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse
caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar
las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los
caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y
poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre
y fama.

Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo por lo menos del


imperio de Trapisonda: y así con estos tan agradables pensamientos, llevado del
estraño gusto que en ellos sentía, se dió priesa a poner en efecto lo que
deseaba. Y lo primero que hizo, fue limpiar unas armas, que habían sido de sus
bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que
estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que
pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no tenía celada de encaje,
sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un
modo de media celada, que encajada con el morrión, hacía una apariencia de
celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte, y podía estar al riesgo
de una cuchillada, sacó su espada, y le dió dos golpes, y con el primero y en un
punto deshizo lo que había hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la
facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse de este peligro, lo
tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro de tal
manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva
experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fue luego a
ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el
caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo
de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le
pasaron en imaginar qué nombre le podría: porque, según se decía él a sí mismo,
no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí,
estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele, de manera que
declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era
entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado,
mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como
convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así después
de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer
en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar ROCINANTE, nombre a su
parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes
de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.
Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en
este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar DON
QUIJOTE, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta
tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada
como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís, no sólo
se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de
su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso,
como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse DON
QUIJOTE DE LA MANCHA, con que a su parecer declaraba muy al vivo su
linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y
confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le faltaba otra cosa, sino
buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores,
era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: si yo por malos de
mis pecados, por por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante,
como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un
encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente, le venzo y le rindo,
¿no será bien tener a quién enviarle presentado, y que entre y se hinque de
rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: yo señora, soy
el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en
singular batalla el jamás como se debe alabado caballero D. Quijote de la
Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que
la vuestra grandeza disponga de mí a su talante? ¡Oh, cómo se holgó nuestro
buen caballero, cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quién
dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo
había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo
enamorado, aunque según se entiende, ella jamás lo supo ni se dió cata de ello.
Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora
de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y
que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla
DULCINEA DEL TOBOSO, porque era natural del Toboso, nombre a su parecer
músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas
había puesto.
ACTIVIDADES
Luego de la lectura del primer capítulo de la novela resuelvan las actividades propuestas:

1. Transcriban un fragmento de texto que describa a Alonso Quijano.


2. ¿Por qué razón Alonso Quijano pierde la cordura? ¿En qué consiste su locura?
3. ¿Con qué intención Alonso Quijano decide armarse caballero andante?
4. Alonso Quijano imita ciertos aspectos de los caballeros andantes, protagonistas de
las novelas de caballería. Por ejemplo, imita el uso de armas y armadura. Por eso
limpia y adereza unas armas que habían sido de sus bisabuelos, aunque advierte que
no tenía celada de encaje, sino un morrión simple. ¿Qué otros aspectos imita Alonso
Quijano de los caballeros andantes?
5. La obra “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra es una parodia
de las novelas de caballería. En literatura la parodia es una imitación burlesca de otro
texto, a partir de la modificación o disociación de los personajes, la temática, el estilo,
la estructura, etc. . Describe por qué es una parodia la novela Don Quijote de la
Mancha.
6. Investiga y realiza un informe sobre los caballeros en la Edad Media
Debe contener:
- funciones de los caballeros.
- Caracteristicas y tipos de caballeros
- Para quienes trabajaban.
- Importancia de los caballeros
- Organización social y politica de la Edad Media.
- Imágenes

CAPÍTULO OCTAVO
Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo
en la espantable y jamás imaginada aventura de
los molinos de viento, con otros sucesos dignos de
felice recordación

En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel


campo, y así como Don Quijote los vió, dijo a su escudero: la ventura va guiando
nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo
Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes
con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos
comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de
Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. ¿Qué gigantes? dijo
Sancho Panza.

Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen
tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced, respondió Sancho, que
aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en
ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la
piedra del molino. Bien parece, respondió Don Quijote, que no estás cursado en
esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y
ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual
batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a
las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna
eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba
tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni
echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en
voces altas: non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el
que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas
comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo: pues aunque mováis
más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea,


pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la
lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el
primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el
viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y
al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho
Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se
podía menear, tal fue el golpe que dio con él Rocinante. ¡Válame Dios! dijo
Sancho; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no
eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales
en la cabeza? Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la
guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo
pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los
libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su
vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder
poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada. Dios lo haga como puede,
respondió Sancho Panza. Y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre
Rocinante, que medio despaldado estaba; y hablando en la pasada aventura,
siguieron el camino del puerto Lápice, porque allí decía Don Quijote que no era
posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy
pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza y diciéndoselo
a su escudero, dijo: yo me acuerdo haber leído que un caballero español,
llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada,
desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel
día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él,
como sus descendientes, se llamaron desde aquel día en adelante Vargas y
Machuca. Hete dicho esto, porque de la primera encina o roble que se me
depare, pienso desgajar otro tronco tal y bueno como aquel, que me imagino y
pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de
haber merecido venir a verlas, y aser testigo de cosas que apenas podrán ser
creídas. A la mano de Dios, dijo Sancho, yo lo creo todo así como vuestra
merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y
debe de ser del molimiento de la caída. Así es la verdad, respondió Don
Quijote; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros
andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella. Si
eso es así, no tengo yo que replicar, respondió Sancho; pero sabe Dios si yo me
holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé
decir, que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se
entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no
quejarse.
No se dejó de reír Don Quijote de la simplicidad de su escudero; y así le
declaró que podía muy bien quejarse, como y cuando quisiese, sin gana o con
ella, que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de
caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su
amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le
antojase. Con esta licencia se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su
jumento, y sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba caminando y
comiendo detrás de su amo muy despacio, y de cuando en cuando empinaba la
bota con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de
Málaga. Y en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le
acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún
trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras por peligrosas
que fuesen. En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del
uno de ellos desgajó Don Quijote un ramo seco, que casi le podía servir de
lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda
aquella noche no durmió Don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por
acomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin
dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos en las
memorias de sus señoras.

No la pasó así Sancho Panza, que como tenía el estómago lleno, y no de agua de
chicoria, de un sueño se la llevó toda, y no fueran parte para despertarle, si su
amo no le llamara, los rayos del sol que le daban en el rostro, ni el canto de las
aves, que muchas y muy regocijadamente la venida del nuevo día saludaban. Al
levantarse dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche antes, y
afligiósele el corazón por parecerle que no llevaban camino de remediar tan
presto su falta. No quiso desayunarse Don Quijote porque como está dicho, dio
en sustentarse de sabrosas memorias.

Tornaron a su comenzado camino del puerto Lápice, y a hora de las tres del día
le descubrieron. Aquí, dijo en viéndole Don Quijote, podemos, hermano Sancho
Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras, mas
advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de
poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me
ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si
fueren caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de
caballería que me ayudes, hasta que seas armado caballero. Por cierto, señor,
respondió Sancho, que vuestra merced será muy bien obedecido en esto, y más
que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos y pendencias;
bien es verdad que en lo que tocare a defender mi persona no tendré mucha
cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se
defienda de quien quisiere agraviarle. No digo yo menos, respondió Don
Quijote; pero en esto de ayudarme contra caballeros, has de tener a raya tus
naturales ímpetus. Digo que sí lo haré, respondió Sancho, y que guardaré ese
precepto tan bien como el día del domingo. Estando en estas razones, asomaron
por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros sobre dos
dromedarios, que no eran más pequeñas dos mulas en que venían. Traían sus
anteojos de camino y sus quitasoles. Detrás de ellos venía un coche con cuatro
o cinco de a caballo que les acompañaban, y dos mozos de mulas a pie. Venía en
el coche, como después se supo, una señora vizcaína que ia a Sevilla, donde
estaba su marido que pasaba a las Indias con muy honroso cargo. No venían los
frailes con ella, aunque iban el mismo camino; mas apenas los divisó Don
Quijote, cuando dijo a su escudero: o yo me engaño, o esta ha de ser la más
famosa aventura que se haya visto, porque aquellos bultos negros que allí
parecen, deben ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada
alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi
poderío. Peor será esto que los molinos de viento, dijo Sancho. Mire señor, que
aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente
pasajera: mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le
engañe. Ya te he dicho, Sancho, respondió Don Quijote, que sabes poco de
achaques de aventuras: lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás. Y diciendo
esto se adelantó, y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían,
y en llegando tan cerca que a él le pareció que le podían oír lo que dijese, en
alta voz dijo: gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas
princesas que en ese coche lleváis forzadas, si no, aparejáos a recibir presta
muerte por justo castigo de vuestras malas obras.

Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura de


Don Quijote, como de sus razones; a las cuales respondieron: señor caballero,
nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San
Benito, que vamos a nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen o no
ningunas forzadas princesas. Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo
os conozco, fementida canalla, dijo Don Quijote. Y sin esperar más respuesta,
picó a Rocinante, y la lanza baja arremetió contra el primer fraile con tanta
furia y denuedo, que si el fraile no se dejara caer de la mula, él le hiciera venir
al suelo mal de su grado, y aun mal ferido si no cayera muerto. El segundo
religioso, que vio del modo que trataban a su compañero, puso piernas al castillo
de su buena mula, y comenzó a correr por aquella campaña más ligero que el
mismo viento. Sancho Panza que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente
de su asno, arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto
dos mozos de los frailes, y preguntáronle que por qué le desnudaba.
Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él legítimamente, como despojos
de la batalla que su señor Don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían
de burla, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya Don
Quijote estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche venían,
arremetieron con Sancho, y dieron con él en el suelo; y sin dejarle pelo en las
barbas le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni
sentido: y sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y
acobardado y sin color en el rostro y cuando se vio a caballo picó tras su
compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando en
qué paraba aquel sobresalto; y sin querer aguardar el fin de todo aquel
comenzado suceso, siguieron su camino haciéndose más cruces que si llevaran el
diablo a las espaldas. Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la
señora del coche, diciéndole: la vuestra fermosura, señora mía, puede facer de
su persona lo que más le viniera en talante, porque ya la soberbia de vuestros
robadores yace por el suelo derribada por este mi fuerte brazo; y porque no
penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo Don
Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y
hermosa doña Dulcinea del Toboso; y en pago del beneficio que de mí habéis
recibido o quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os
presentéis ante esta señora, y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho.
Todo esto que Don Quijote decía, escuchaba un escudero de los que el coche
acompañaban, que era vizcaíno; el cual, viendo que no quería dejar pasar el
coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se
fue para Don Quijote, y asiéndole de la lanza le dijo en mala lengua castellana,
y peor vizcaína, de esta manera: anda, caballero, que mal andes; por el Dios que
crióme, que si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno. Entendióle
muy bien Don Quijote, y con mucho sosiego le respondió: si fueras caballero,
como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva
criatura. A lo cual replicó el vizcaíno: ¿yo no caballero? juro a Dios tan mientes
como cristiano; si lanza arrojas y espada sacas, el agua cuán presto verás que
el gato llevas; vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo; y
mientes, que mira si otra dices cosa. Ahora lo veredes, dijo Agraves, respondió
Don Quijote; y arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su
rodela, y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida.

El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que por ser
de las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino
sacar su espada; pero avínole bien que se halló junto al coche, de donde pudo
tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego fueron el uno para el otro,
como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente quisiera ponerlos en
paz; mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones, que si
no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda
la gente que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y temerosa de lo
que veía, hizo al cochero que se desviase de allí algún poco, y desde lejos se
puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaíno una
gran cuchillada a Don Quijote encima de un hombro por encima de la rodela,
que a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la
pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo: ¡oh señora
de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero,
que por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla!
El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el
arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de
aventurarlo todo a la de un solo golpe. El vizcaíno, que así le vio venir contra él,
bien entendió por su denuedo su coraje, y determinó hacer lo mismo que Don
Quijote: y así le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la
mula a una ni a otra parte, que ya de puro cansada, y no hecha a semejantes
niñerías, no podía dar un paso. Venía, pues, como se ha dicho, Don Quijote
contra el cauto vizcaíno con la espada en alto, con determinación de abrirle por
medio, y el vizcaíno le aguardaba asimismo, levantada la espada y aforrado con
su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que
había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban, y la
señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y
ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España, porque Dios
librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban.
Pero está el daño de todo esto, que en este punto y término deja el autor de
esta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas
hazañas de Don Quijote, de las que deja referidas. Bien es verdad que el
segundo autor de esta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese
entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los
ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios
algunos papeles que de este famoso caballero tratasen; y así, con esta
imaginación, no se desesperó de hallar el fin de esta apacible historia, el cual,
siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en el siguiente
capítulo.

Actividades Capítulo VIII (La aventura de los molinos de viento)

1) - Don Quijote, como en la primera salida, sigue acomodando su visión de la

realidad a sus fantasías caballerescas. Ahora, sin embargo, está acompañado

por Sancho ¿Cuál es la primera reacción de Sancho cuando Quijote dice ver

“desaforados gigantes” en el capítulo VIII? ¿Qué respuesta le da a Quijote?

2) Después de que Quijote cae con Rocinante, este es el diálogo que mantienen

¿qué comienza a advertir Sancho? ¿Qué recurso utiliza Quijote para

justificar esta situación? ¿Por qué decimos que el capítulo VIII es una

parodia de los libros de caballería?

3) Busca y define los recursos humorísticos en la literatura ¿Qué es la parodia

y como se presenta en el Quijote?

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