La Escucha Empática

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ESCUCHA EMPÁTICA

LA ESCUCHA EMPÁTICA

Saber escuchar y prestar atención al otro es una de las cualidades imprescindibles que debe poseer
todo profesor tutor.

Prestar atención es una de las habilidades básicas para el profesor tutor. Prestar atención no es lo mismo
que escuchar. La diferencia consiste en que prestar atención se centra más en acciones específicas y
observables, mientras que escuchar es un término general. Por ejemplo, si mientras la persona que
está hablando, la que escucha está constantemente moviéndose o mirando por la ventana, puede
estar escuchando, pero no prestando atención. Prestar atención implica centrar toda la atención en la
persona que está hablando. Para prestar atención no sólo hay que escuchar las palabras, sino también
ver cómo el interlocutor actúa cuando habla. El que escucha no debe hacer nada que distraiga al que
habla.
El que escucha tiene que demostrar al
que habla que lo que le está diciendo
es muy importante. Para ello hay que
mirar y mantener contacto visual con
él. El propósito de prestar atención es
animarle a que hable y hacerle sentir
cómodo en su discurso. Cada persona
tiene que encontrar un nivel de contacto
cómodo para él y para su interlocutor.

¿Por qué es tan difícil escuchar


correctamente? El problema viene
dado, básicamente, por el hecho de
que pensamos mucho más deprisa
que hablamos. El ritmo del habla de
la mayoría de los individuos es de
125 palabras por minuto, y este ritmo
es demasiado lento para el cerebro
humano.

Esto significa que cuando escuchamos pedimos a nuestro cerebro que reciba las palabras a un régimen
extremadamente lento en comparación con sus capacidades. Por lo tanto, mientras escuchamos
seguimos pensando a alta velocidad mientras que las palabras habladas nos llegan a velocidad lenta.
Esto significa que podemos escuchar y todavía nos queda tiempo sobrante para pensar; el uso, bueno
o malo, de este tiempo sobrante para pensar contiene la respuesta a lo bien que una persona se
puede concentrar en la palabra hablada.

La escucha empática se puede definir como “el esfuerzo físico y mental de querer captar con
atención la totalidad del mensaje que se emite, tratando de interpretar el significado correcto del
mismo, a través de la comunicación verbal y no verbal que realiza el emisor e indicándole mediante la
retroalimentación lo que creemos que hemos entendido”.

La finalidad de la escucha empática consiste en comprender realmente el punto de vista de la otra


persona. Para desarrollarla de manera efectiva es necesario evitar las siguientes situaciones:

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• Llevar la contraria, aconsejar, dar soluciones, querer imponer mi propia opinión o visión de
la situación.

• Desviar la conversación, cambiar de tema o de ideas.

• Pensar solo en lo que vamos a decir, sin estar atento a las palabras del alumno.

• Creerse capaz de anticipar lo que dirá el alumno.

• Entornos físicos muy ruidosos (teléfonos, otras conversaciones de otras personas y


distracciones de fondo).

• Soñar despierto y pensar cualquier otra cosa que no venga al caso.

• Interrumpir al alumno cuando habla.

• Reconfortar o consolar al alumno cuando exprese sus sentimientos. En este caso, es mejor
dejarle expresar todas sus emociones y no caer en el paternalismo poco eficiente.

• Emplear un lenguaje con gran carga emocional, ya que el lenguaje emotivo puede generar
una respuesta igual en los alumnos.

• Emplear el humor de forma inadecuada.

El error más habitual consiste en querer hablar primero y expresar nuestro punto de vista a toda costa,
de ahí que nos centremos únicamente sobre la idea que queremos transmitir y no sobre lo que nos
están diciendo.

Después de todo lo comentado, estamos en condiciones de elaborar las “directrices adecuadas de la


escucha empática”:

1. Centrarse en lo que está diciendo el otro. Prestar atención máxima.

2. Demostrar curiosidad por lo que está diciendo el otro, preguntando de vez en cuando de
forma abierta.

3. Crear un clima agradable y de confianza para que la persona se sienta cómoda e importante.
Permitir al alumno que hable sobre lo que él quiera, necesite y sienta: si como profesor juzgas
todo lo que el alumno hace, entonces el alumno tendrá cuidado con lo que te dice. Por
ejemplo, si dices a un alumno “No deberías haber hecho esto”, estás juzgándole y diciéndole
lo que está bien y lo que está mal. Afirmaciones de este tipo inhiben al alumno a expresar
completamente sus sentimientos. Las afirmaciones con juicios de valor no invitan a hablar.

4. Escuchar con todo el cuerpo, no solo con las orejas: asentir con la cabeza, mirar al interlocutor,
emitir alguna expresión tipo “sí”, “aja”, “umhm”, “entiendo”, “sigue”, “cuéntame más sobre”, “¿y
entonces?, etc. Este tipo de feedback, que no interrumpe, transmite que se está escuchando
y entendiendo.

5. Dar tiempo a que el otro acabe de hablar. Escuchar hasta el final. A menudo la última frase
resume las expectativas del interlocutor. No interrumpir. Interrumpir al alumno provoca
el efecto contrario a una invitación. Cuando se interrumpe se está diciendo: “No estoy
interesado en lo que tienes que decir”.

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6. Respetar y gestionar el silencio. El silencio comunica. El silencio es oro.

7. Repetir algo que haya dicho el interlocutor para comprender mejor, aclarar posibles dudas
o confirmar impresiones.

8. Sintetizar creativamente algo que esté diciendo el interlocutor para dar pie a que continúe
hablando y poner de manifiesto que estamos siguiendo lo que dice.

Gran parte de la información contenida en este texto está extraída del libro de Juan Fernando Bou,
Coaching educativo, Editorial LID, Madrid, 2013.

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