Iggers - La Ciencia Histórica en El Siglo XX

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Georg G.

Iggers La ciencia histórica en el siglo XX

LA CIENCIA HISTÓ-
RICA EN EL SIGLO XX
Las tendencias actuales
Una visión panorámica y crítica
del debate internacional

Georg G. Iggers
Presentación, adaptación y revisión cientí-
fica de Fernando Sánchez Marcos

Traducción de Clemens Bieg

DEA BOOKS, S.A.


ROSELLÓN, 186, 1a, 4a - 08008 - BARCELONA
Tel.: 934 533 002 - Fax 934 541 895
Presentación, adaptación y revisión científica:

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Georg G. Iggers La ciencia histórica en el siglo XX

Primera parte

La ciencia histórica desde el historicismo clásico hasta la historia


como ciencia social analítica

La transmisión del pasado existió y existe en todas las cultu-


ras. En el transcurso del tiempo ha adoptado diversas formas, entre
las cuales la historiografía ocupa, tanto en el mundo occidental, in-
cluido el islámico, como también en el Extremo Oriente, un lugar pre-
ponderante. En la cultura occidental —y, de modo similar, también
en la del Asia oriental—, la historiografía se esforzó ya temprana-
mente por diferenciarse del mito y de la poesía para así ofrecer una
descripción veraz de los sucesos pretéritos. La ciencia histórica, por
el contrario, es una manifestación del mundo occidental moderno; las
sociedades no occidentales la adoptaron en el transcurso de su propia
modernización.
El origen de la ciencia histórica coincide con el estableci-
miento de la historia como una asignatura que se enseña y se estudia
en las universidades. Esta moderna asignatura "historia", que diferen-
ciamos aquí de la larga tradición de la historiografía, no ha sido nunca
una ciencia pura en el sentido, por ejemplo, de las matemáticas o las
ciencias naturales. Pero ni siquiera en estos campos de la ciencia
existe —tal como demostró, entre otros, Thomas Kuhn-- (l), con res-
pecto a la historia reciente de la ciencia, un progreso puramente acu-
mulativo del saber; antes bien, las grandes reestructuraciones del pen-
samiento, que han conducido a la creación de nuevos paradigmas, han
estado siempre estrechamente relacionadas con las corrientes de pen-
samiento de su época. En la historia, ello se manifiesta más que en
ninguna otra ciencia.
Esta observación no debe entenderse como un simple reduc-
cionismo en el sentido de que el trabajo del historiador únicamente

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pudiera deducirse de factores sociales o de que se le pretendiese atri-


buir una función ante todo ideológica. Significa, sin embargo, que la
ciencia, y, en especial, una ciencia que se halla tan estrechamente
unida a los valores y a las intenciones humanas como la ciencia his-
tórica, debe verse dentro del marco sociocultural y político en el que
se desarrolla. Una historia de la ciencia histórica que sea puramente
inmanente a lo científico no es posible. Si bien la reconstrucción de
determinados hechos históricos puede comprobarse de forma incon-
testable sobre una base puramente técnica, este modo de proceder
apenas será viable para las grandes conexiones históricas, las cuales
confieren a aquéllos sentido y significado. Tal como ya se ha señalado
en la introducción, la ciencia nunca puede ser reducida a los resulta-
dos del pensamiento o de la investigación, sino que es, a la vez, un
modo de vida y de comportamiento que Fierre Bourdieu (2) ha dado
en llamar "hábito". Este modo de vida exige que haya una comunidad
de científicos provistos de todo un conjunto de prácticas de trabajo y
de comunicación. Por ello, una historia de la ciencia histórica no
puede separarse tampoco de las instituciones en las que se desarrolla
el trabajo científico.
En esta primera parte de la exposición quiero examinar los
cambios que se han venido produciendo en el concepto que los histo-
riadores han tenido de sí mismos desde el siglo XIX, período en que
la historia se estableció como disciplina científica, hasta el momento
crítico en que muchos historiadores e historiadoras comenzaron a re-
flexionar de nuevo sobre el "status" científico de la ciencia histórica.

1. El origen de la historia como disciplina científica: el histori-


cismo clásico

En los albores del siglo XIX se produjo en el mundo occiden-


tal una ruptura generalizada con el modo en el que hasta entonces se
había venido investigando, escribiendo y enseñando la historia. A este
respecto, lo decisivo era la transformación de la historia en una disci-
plina especializada —en Prusia, además, el hecho de que esta nueva
disciplina se estableciera en la universidad, reorganizada en el trans-
curso de las reformas prusianas— (3). Hasta entonces habían existido
dos formas distintas de historiografía, una de orientación erudita y
otra, la literaria. Estas dos formas se iban fusionando a medida que la

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historia dejaba de ser un género literario para convertirse en una dis-


ciplina especializada.
No era éste, sin embargo, un cambio abrupto. Los historiado-
res del nuevo estilo, representados sobre todo por Leopold von Ranke,
consideran la historia como una ciencia, si bien continúan convenci-
dos de que la exposición histórica debe seguir unos criterios literarios.
Como subraya Ranke, la historia debe unir la ciencia y el arte (4). Los
grandes historiadores de lengua alemana del siglo XIX —Ranke, Bur-
ckhardt, Gervinus, Droysen, Treitschke y Mommsen— se esfuerzan
a conciencia por escribir, como buenos autores literarios, para un am-
plio público culto, por lo que tampoco es casual que Mommsen reci-
biera, en 1902, el premio Nobel de literatura.
Como disciplina científica, la historia tenía, desde el princi-
pio, mucho en común con otras ciencias, también con las ciencias na-
turales, tal como venían surgiendo desde el siglo XVII, si bien los
historiadores no han dejado nunca de subrayar la diferencia que se-
para su ciencia de las ciencias naturales. Las ciencias modernas pre-
suponen un marco social, una scientific community (5), cuyos inte-
grantes deben haber llegado a un acuerdo acerca de las reglas a seguir
en la investigación y en el discurso científico. Ello es válido incluso
para las instituciones científicas que nacieron ya en el siglo XVII, en-
tre ellas las academias. En las postrimerías del siglo XVIII y, muy
especialmente, en el siglo XIX, son entonces las universidades las
que, como lugares en los que la investigación se une a la enseñanza,
desempeñan el papel más importante (6). Para el origen de la ciencia
histórica resulta decisiva la moderna universidad alemana, cuyo pro-
totipo sería la universidad de Berlín, fundada en 1810, durante la
época de las grandes reformas prusianas. La nueva disciplina deno-
minada "historia" refleja también el ambiente político y cultural en el
que nace: un moderno orden social, en el que la sociedad burguesa,
tal como la concebía He-t»el, ha quedado integrada en un estado mo-
nárquico burocrático. Dentro de este marco surgió una determinada
concepción de la ciencia, el historicismo clásico, que, si bien se ha-
llaba estrechamente unido al ideario político y filosófico de la Ilustra-
ción, al mismo tiempo lo examinaba con ánimo critico (7).
El concepto de "historicismo" tiene muchos significados (8).
Se utiliza primero durante el romanticismo como concepto opuesto a
"naturalismo"(9) para diferenciar la historia, hecha por los hombres,
de la naturaleza, que los hombres no hacen. Desde finales del siglo
XIX el concepto es empleado con frecuencia y definido de diversas
formas, por un lado como visión del mundo y, por otro, como método

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(10), si bien ambas interpretaciones se hallan inseparablemente liga-


das entre sí. Como visión del mundo, "historicismo" significaba que
la realidad sólo puede ser comprendida en su desarrollo histórico, por
lo que toda ciencia del hombre debe partir de la historia. Formulado
de un modo extremo: "[...] el hombre no tiene [...] naturaleza, sino
que tiene historia"(11). Visto así, también la filosofía de Hegel y el
materialismo histórico de Marx son manifestaciones del historicismo,
aunque en la tradición alemana no hayan sido entendidos como tales.
En Alemania, el concepto de "historicismo", tal como fue de-
finido por Meinecke, significaba a la vez una visión del mundo y una
concepción de la ciencia que, a diferencia de la creencia hegeliana o
marxiana en la existencia de unas leyes o regularidades en la historia,
subrayaba los elementos espontáneos e imprevisibles de la libertad y
creatividad humanas. Estos elementos exigen una lógica de la inves-
tigación y de la comprensión de las interconexiones humanas sustan-
cialmente distinta de la de las ciencias naturales (12).
Al igual que el pensamiento de Hegel y de Marx, esta visión
va unida a un fuerte optimismo, a la confianza en que aquello que ha
tenido un crecimiento histórico, es decir, ante todo el mundo de la
moderna cultura europea, posee sentido y valor.
El economista vienes Cari Menger suscita controversia
cuando, en 1884, utiliza el concepto de "historicismo" en su diserta-
ción Die Irrtümer des Historismus in der deutschen Natíonalókono-
mie ["Los errores del historicismo en la economía nacional ale-
mana"], una crítica a la Escuela Histórica prusiana de Economía Na-
cional. Le reprocha (como haría Max Weber algunos años más tarde
de modo parecido (13) que, mediante un modo descriptivo de expo-
sición histórica, impida, según él, la clara formación de conceptos, la
cual supondría, a su entender, lo esencial de toda cientificidad. Para
Meinecke, en cambio, precisamente la insistencia en lo singular, en
aquello que se resiste a toda conceptualidad abstracta, representa "el
más elevado nivel alcanzado hasta el momento en la comprensión de
lo humano"(14), en el cual él ve la aportación particular que el espíritu
alemán ha hecho a la cultura de occidente. Otros pensadores historia-
dores como J.G. Droysen, Wilhelm Dilthey, Wilhelm Windelband y
Heinrich Rickert no fueron, sin embargo, tan lejos en su anti-con-
ceptualidad como Meinecke. Aquéllos destacaban la independencia
de la historia como ciencia cultural o del espíritu, cuyo objetivo no es
la formulación de unos modelos de explicación abstractos, sino la
"comprensión" de unidades de sentido individuales. Ello requiere, se-
gún estos historiadores, una forma especial de conceptualidad que
tenga adecuadamente en cuenta la plenitud de sentido de la existencia

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humana (15).
Para el historicismo clásico son de máxima importancia tanto
esta insistencia en la independencia del pensamiento histórico como
la confianza en que el mundo histórico tenga un sentido, por lo que la
historia contendría la clave de acceso más importante a la cultura eu-
ropea. Si bien la discusión teórica no tiene lugar hasta mucho más
tarde, este historicismo constituye la base de la concepción de la cien-
cia y de la práctica científica de la ciencia histórica que nace en la
universidad alemana a comienzos del siglo XIX.
Leopold von Ranke es considerado el prototipo y represen-
tante más significativo del historicismo clásico. Mediante la conside-
ración del marco social, cultural y político en el que se originaron las
concepciones de Ranke, quiero investigar en qué consistían los fun-
damentos de esa concepción y práctica de investigación, fundamentos
de los que Ranke y sus sucesores sólo tenían una conciencia muy li-
mitada.
La concepción científica de Ranke se caracteriza por la ten-
sión que existe entre la exigencia explícita de una investigación obje-
tiva que rechaza rigurosamente todo juicio de valor y especulación
metafísica, y los supuestos filosóficos y políticos fundamentales, im-
plícitos, que en realidad determinan esa investigación. Para Ranke, la
investigación científica se hallaba muy estrechamente vinculada al
método crítico. Una condición previa para cualquier investigación era
la sólida formación en los métodos de la crítica filológica. Para el his-
toriador como científico, "la rigurosa exposición del hecho [...] era el
primer precepto"(16). Una historiografía así no puede confiar en la
credibilidad de otras narraciones, tal como había sido habitual hasta
entonces; antes bien, sus afirmaciones deben basarse en un análisis
crítico de testimonios oculares o documentos de la época fiables. Una
formación escrupulosa en el examen crítico de las fuentes —lo cual
exige un sólido conocimiento no sólo de las lenguas en cuestión, sino
también de las ciencias auxiliares de la historia— era una condición
previa para ocuparse científicamente de la historia. Insistiendo en el
método, Ranke se entendía a sí mismo como científico en el más es-
tricto sentido de la palabra. Pero este modo de ver las cosas excluía,
a la vez, un positivísimo factual que no fuera más allá de los hechos
en sí, pues para Ranke el hecho era algo sumamente complicado, ya
que, a su entender, poseía, como expresión de la vida humana, natu-
raleza, espiritual, por lo que sólo podía ser comprendido dentro de un
conjunto de significados. Por ello, la "misión" de la historia se orienta
no sólo "hacia la recopilación y articulación de los hechos", sino tam-
bién "hacia la comprensión de los mismos"(17).

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Pero esta "comprensión" sólo es posible porque existe una in-


terrelación objetiva que confiere a los hechos su sentido. El concepto
de "objetividad" es aquí ambiguo, sin que Ranke fuera plenamente
consciente de ello. Por un lado, objetividad significa el método neu-
tral e "imparcial" del historiador (18). El historiador no debe atreverse
a "juzgar el pasado", sino limitarse a la exposición de los hechos. Por
otro lado, Ranke está convencido de que estos hechos reflejan "cone-
xiones objetivas, fuerzas espirituales, creativas, que engendran vida,
[...] energías morales"(19).
Al contrario de la filosofía histórica hegeliana, Ranke y, des-
pués de él, el historicismo clásico, rechazan la idea de un desarrollo
causado por la razón hacia un objetivo, es decir, el progreso, y ven en
cada período histórico la consumación del tiempo. Como para Hegel,
el estado es para Ranke el hilo rojo de la historia reciente. Y, como
Hegel, considera los estados, en los cuales ve "ideas de Dios"(20) in-
dividualizadas, encarnaciones de potencias éticas. Dado que, según
Ranke, el estado debe contemplarse como un individuo cuyo desarro-
llo, como el de un organismo, viene determinado por unos principios
internos de crecimiento, todo intento de analizar sus acciones en co-
nexión esencial con otros factores —sociales, económicos y cultura-
les— aparece como anti-histórico. Existe una viva contradicción en-
tre la insistencia de Ranke en que todo orden debe entenderse dentro
de su contexto histórico y su aceptación de un orden natural, jerár-
quico, en el fondo poco histórico, como estado normal en todas las
sociedades. (Él mismo seguramente habría impugnado esta afirma-
ción.) Condena a los campesinos en la Guerra de los Campesinos ale-
mana porque cuestionaban ese orden natural (21), y condena asi-
mismo todos los esfuerzos revolucionarios, y en gran medida también
los reformistas, por transformar una sociedad existente. Aparece otra
contradicción, no menos extraordinaria, entre la célebre frase de
Ranke, según la cual "cada época equidista de Dios"(22), y su con-
fianza en que el mundo protestante monárquico de la Edad Moderna
represente un momento culminante en el desarrollo histórico. Desde
este punto de vista niega luego que los pueblos no europeos, incluidos
los indios y los chinos, tengan una historia propiamente dicha (23).
Esta fe en la continuidad y estabilidad de la civilización burguesa mo-
derna constituye un componente integrante del historicismo clásico y
de su historiografía.
La concepción de la ciencia de Ranke era, en lo esencial, tam-
bién la de Wilhelm von Humboldt cuando se fundó la Universidad de
Berlín en el año 1810. En ella se distinguía entre la ciencia y la vieja
erudición, tal como predominaba en la universidad alemana y en otros

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países hasta la mitad del siglo XVIII. La nueva universidad nació en


relación con la transformación política y social de Prusia tras la de-
rrota militar ante la Francia napoleónica. Esta revolución desde arriba,
como ha sido llamada muchas veces, propició el surgimiento de una
"sociedad burguesa" bajo los auspicios de un absolutismo burocrá-
tico, tal como la describió Hegel en su filosofía del Derecho (24). La
universidad debía servir a las necesidades de la burguesía y del estado
burocrático monárquico, y para ello también hubo que modernizar su
plan de estudios. Al igual que ya en el siglo XVIII, formaba a funcio-
narios del estado, pero ahora también debía servir a la formación en
profesiones que, bajo las nuevas condiciones sociales, podían consi-
derarse como profesiones liberales. Los estudios universitarios debían
unir los saberes técnicos con una formación humanística. En el siglo
XVIII, con el nacimiento de un público burgués, ya se había impuesto
la idea de que el fin de la escuela, de la enseñanza media y de la ca-
rrera universitaria no era la erudición, sino la formación espiritual y
estética completa del individuo. Ésta era, pues, también la idea fun-
damental de la reformas de Humboldt. Para Ranke ello significaba
que la historia era algo más que la reconstrucción factual del pasado;
era un bien cultural en sí mismo. Ello implicaba que, pese a todos los
esfuerzos científicos, no se podía abandonar la simbiosis que existía
entre el arte literario y la veracidad, simbiosis que caracteriza la gran
tradición historio-gráfica desde Tucídides hasta Gibbon.
La concepción de ciencia que representaba Ranke y que se iba
imponiendo en las universidades alemanas se apoyaba en los valores
políticos y culturales de una cultura burguesa. Desde la Ilustración, el
enfoque de esa cultura se fundaba en el empeño por superar las barre-
ras de la sociedad estamental del Absolutismo ilustrado. Las reformas
prusianas eliminaron en gran medida esas barreras, al menos en el
plano social y económico, y crearon las bases de un orden burgués.
Pero las reformas de la enseñanza media y universitaria no estaban
concebidas, ni mucho menos, para que fueran democráticas. El plan
de estudios humanístico no sólo acrecentaba el abismo que mediaba
entre la burguesía instruida y el pueblo llano, sino que también creaba
una clase de funcionarios estatales de rango superior, que Fritz Ringer
(25) comparó con los mandarines chinos y cuya formación en los tex-
tos clásicos, precisamente porque en ellos no se trataban las leyes
prácticas de la vida, debía conferir a esta clase un distanciamiento y
una primacía social. Al orden objetivo se le identificaba, como hizo
Ranke de modo tan explícito (26), con las relaciones de posesión y
poder reinantes. El estado que había surgido de la Revolución Fran-
cesa, incluso aunque no fuese la consecuencia sino la reacción a la

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revolución, representaba el orden social burgués y la cultura bur-


guesa. De ahí también la concentración de Ranke en el estado y —
pese al rechazo de toda filosofía formal de la historia— su fe firme en
el carácter benéfico de la evolución histórica, al menos desde la Re-
forma. Detrás de la apelación a la objetividad no sólo se escondía toda
una metafísica, sino también una ideología que abarcaba a la socie-
dad, al estado y a la cultura y que precisamente impedía una aproxi-
mación "objetiva", es decir, imparcial, a la historia (27).
Por de pronto, Ranke no era, en modo alguno, un exponente
típico de la historiografía alemana y, menos aún, de la internacional,
pero abría nuevas perspectivas. Entre los historiadores de antes de
1848, su concepción de la ciencia histórica y su práctica de investiga-
ción eran más bien una excepción. Los seminarios en los que los fu-
turos historiadores se instruían en los métodos de la crítica de textos
(se remontan hasta el historiador Gatterer, de Góttingen, y a los años
setenta del siglo XVIII, pero fue Ranke quien los introdujo como
parte integral de la carrera) se fueron imponiendo muy lentamente
antes de 1848, mientras en Francia y en los EE.UU hubo que esperar
hasta las reformas universitarias de los años setenta del siglo XIX.
El interés en la educación histórica, incluso antes de 1848, no
se hallaba limitado, ni mucho menos, a Alemania. Si se toma como
referencia el papel que el historiador desempeñaba en la vida pública
y política, en Francia la trascendencia de la historia era, muy proba-
blemente, incluso mayor que en Alemania. Baste recordar a François
Guizot, Jules Michelet, Louis Blanc, Alphonse de Lamartine, Alexis
de Tocqueville, Hyppolite Taine y Adolphe Thiers (28). Ello tal vez
se deba a que en Francia la historiografía tenía una naturaleza menos
científica y la universidad no la aislaba del público culto en general.
También aquí se fue imponiendo poco a poco una aproximación crí-
tica a las fuentes; sin embargo, en Francia se evitó a conciencia la
disociación entre literatura e historiografía científica, la cual, con
todo, no era tampoco una disociación absoluta en Ranke. Los histo-
riadores franceses continuaron también muy conscientemente con la
historiografía cultural de la Ilustración, cosa que en Alemania hacía,
a lo sumo, Georg Gervinus (29). En Francia, el estado era equiparado
ahora a la nación.
La diferencia entre la Revolución Francesa, que había demo-
lido el aparato de poder de la vieja monarquía y de la aristocracia, y
las reformas que se emprendieron dentro de las instituciones que exis-
tían en Alemania, se refleja en las respectivas opiniones políticas de
los historiadores franceses y alemanes. A excepción del socialista
Louis Blanc y del inquieto Alexis de Tocqueville, la mayoría de los

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historiadores franceses veían la historia, de modo parecido a sus co-


legas alemanes, como un triunfo de la burguesía. Incluso si, como en
Michelet (30), el pueblo en sí es concebido como burguesía, ésta con-
tinúa siendo una capa definida por su cultura y sus posesiones, de la
cual quedan excluidos políticamente el resto de la población y, como
si fuera evidente, también las mujeres. La insistencia en el elemento
burgués caracteriza también la historiografía en otros países europeos
y en los Estados Unidos.
La institucionalización de la historiografía y su transforma-
ción en ciencia se impone muy rápidamente en el mundo germano-
hablante después de 1848, y en otros países después de I87031, si bien
en Gran Bretaña y en los Países Bajos se observa un retraso de dos
generaciones. En el proceso de formación de la disciplina científica,
la universidad alemana servía de modelo y ejemplo para la práctica
científica y para la organización de la investigación en muchos países
europeos y, en un número creciente, también extra-europeos. Ello
pese a que las condiciones y las tradiciones del trabajo científico, por
ejemplo en América o en Francia, donde la profesionalización de la
disciplina según el ejemplo alemán prosperó rápidamente a partir de
1870, eran muy distintas de las que había en Alemania. El contexto
social e intelectual se diferenciaba allí claramente del de la época de
la restauración prusiana en la que había surgido esta ciencia. Pero a
medida que la profesionalización general de la disciplina "historia"
prospera, las instituciones y prácticas de la investigación alemana son
imitadas. Ya en la primera mitad del siglo XIX surgieron, casi simul-
táneamente con las grandes ediciones de fuentes alemanas, empresas
similares en Francia e Inglaterra, y antes incluso en Italia.
A la fundación de la Historische Zeitschrift (1859) siguen la
Revue Historique (1876), la English Historical Review (1889), la Ri-
vista storica italiana (1884), la American Historical Review (1896) y
otras revistas parecidas en otros países. La asociación americana de
historiadores, (The American Historical Association), fundada en
1884, elige en 1885 a Ranke, "the father of historical science" ["el
padre de la ciencia histórica"], como su primer miembro honorífico.
La reorganización de la universidad francesa después de 1870 se
atiene en muchos aspectos al patrón alemán. En todos estos países,
los historiadores adoptan importantes elementos de la práctica cientí-
fica alemana, aunque sin entender del todo o intentar comprender las
convicciones filosóficas y políticas fundamentales que a ellos se aso-
cian (32).
Resulta paradójico que en todas partes (no sólo en Alemania),
la transformación en ciencia en el siglo XIX vaya estrechamente

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unida a una ideologización de la historia. Transformación en ciencia


no significa en modo alguno, como ya se ha visto en Ranke, objetivi-
dad en el sentido de una neutralidad política. En su lugar, la ciencia
es puesta al servicio de las aspiraciones nacionales y burguesas. En
Alemania esto se observa particularmente en el surgimiento de la es-
cuela prusiana, cuyos representantes —por ejemplo Johann Gustav
Droysen, Heinrich von Sybel y Heinrich von Treitschke— interpreta-
ban el pasado con arreglo a sus intereses políticos (33). También el
llamamiento de los neo-rankeanos (34), a finales de siglo, a un retorno
a la objetividad e imparcialidad de Ranke pasa por alto las premisas
políticas en las que se apoya la historiografía de éste. Por lo demás, la
apelación a su concepto de las Grandes Potencias se convierte para
los neo-rankeanos en la base para justificar la política mundial expan-
siva del Imperio Alemán. Lo que distingue la evolución en Alemania
de la de los países occidentales es el papel central de la autoridad en
la instauración de un orden político moderno. Pero como ya se ha di-
cho, al igual que en Alemania, la ciencia histórica tiene también en
otros países una función decididamente política. En Francia, la profe-
sionalización de la disciplina "historia" corre pareja con la disputa na-
cional con Alemania y con la legitimación de la Tercera República
(35), y como en Alemania, el estado, garante de la cultura burguesa,
ocupa en la historiografía de otros países el centro de la investigación,
aun cuando en esos países sea contemplado en un contexto de tradi-
ciones distinto.
Paralelamente se inicia por aquel entonces, también en Ale-
mania, una evolución completamente distinta. Con la progresiva ins-
titucionalización de la enseñanza y de la investigación y el consi-
guiente apremio por la especialización, se pierde poco a poco la es-
trecha relación que unía la ciencia con la formación cultural, relación
que caracterizaba, de un modo general, a la gran historiografía polí-
tica del siglo XIX.

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2, La historia como ciencia social

a. La crisis del historicismo clásico

El enfoque científico-cultural de la historiografía del siglo


XIX debe verse en el contexto de las condiciones sociales y políticas
de una época, en la que por un lado se imponía el sistema económico
capitalista, pero en la que por otro aún no era perceptible toda la mag-
nitud de una sociedad industrial. Hacia el final del siglo XIX se acen-
túa una insatisfacción, antes sólo observada en ocasiones, con el con-
cepto de ciencia y con la práctica científica que se había impuesto
internacionalmente en la investigación histórica y en la historiografía.
En Alemania, Francia, Estados Unidos y en otros países se entabla
una viva discusión acerca de los fundamentos de la investigación his-
tórica y de la historiografía, los cuales se pretende que correspondan
a las nuevas condiciones sociales y políticas (36). Pero no existía nin-
gún concepto de ciencia homogéneo que pudiera servir como alterna-
tiva a la práctica tradicional, aunque sí la convicción de que habría
que ampliar el objeto de la historia para acercar la sociedad y la cul-
tura al centro de la contemplación histórica, y de que la investigación
histórica debería trabajar con un concepto de ciencia que ofreciera
unos criterios metódicos rigurosos no sólo para la investigación de los
hechos, sino también para el reconocimiento y la explicación de las
interrelaciones históricas; concepto que, por lo tanto, enlazara la his-
toria con la concepción de una ciencia social empírica.
En Alemania esta discusión estalló con la controversia que
suscitó la Deutsche Geschicbte ["Historia alemana"] de Karl Lampre-
cht, cuyo primer volumen apareció en 1891 (37)- Lamprecht cuestio-
naba dos principios fundamentales de la ciencia histórica establecida:
el papel central del estado en la exposición histórica y la narración
referida a las personas. "En la ciencia natural, la época del método de
descripción de los fenómenos que únicamente se distingue por deter-
minadas características llamativas e individuales, está superada desde
hace tiempo" (38), afirmaba. Según él, también la ciencia histórica
debería sustituir el método descriptivo por uno genético. La Deutsche
Geschichte tuvo muy buena acogida entre el gran público, pero topó
con la violenta réplica de la ciencia especializada. En dos aspectos la
crítica estaba seguramente justificada. En primer lugar, el libro estaba
sembrado de errores e inexactitudes. De ello se podía deducir cierta-
mente que el trabajo había sido realizado con rapidez y poco esmero,
pero eso no necesariamente ponía en tela de juicio las tesis de la obra.

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En segundo lugar, sin embargo, desde el punto de vista de una racio-


nalidad estrictamente científica, tampoco las tesis eran sostenibles. En
sus escritos programáticos, Lamprecht distinguía entre las "viejas ten-
dencias de la ciencia histórica", que se dedicaban a la estricta investi-
gación de los hechos, pero que no poseían ningún método científico
para la aprehensión de interrelaciones más amplias, y las "tendencias
nuevas", que, como cualquier ciencia, se aproximaban al objeto de su
investigación conscientemente con planteamientos teóricos y princi-
pios metodológicos (39). La idea de una historia científica se basaba
en la suposición —Lamprecht la calificó de metafísica— de que de-
trás de las manifestaciones históricas se ocultaban "ideas", que con-
ferirían a la historia su coherencia. La "nueva" ciencia histórica debía
equiparar la historia a las ciencias empíricas sistemáticas. Pero, en la
Deutsche Geschichte, Lamprecht trabajaba con una psicología colec-
tiva en la que se ocultaba la difusa idea, tomada del pensamiento or-
ganológico del Romanticismo, de un "alma del pueblo" alemana. Ello
hizo que Max Weber, que apoyaba enteramente un enfoque socio-
histórico y empírico, socio-científico, considerara la Deutsche Ges-
chichte de Lamprecht como disparate especulativo y observara:
"(Lamprecht) tiene sobre su conciencia el que una buena causa, a sa-
ber, una más decidida orientación del trabajo histórico hacia el campo
de la creación de conceptos, haya quedado comprometida para dece-
nios" (40).
Sin embargo, en la oposición a Lamprecht desempeñaron
también un importante papel los motivos políticos. A los ojos de los
representantes de la disciplina, la ciencia histórica, tal como se había
desarrollado en las universidades alemanas en el siglo XIX, y la con-
cepción de la historia, en la que se basaba aquélla, se hallaban estre-
chamente relacionadas con la particular evolución de Alemania hacia
un estado que unía los intereses de la autoridad con los de la alta bur-
guesía. Ya poco antes de que se iniciara la polémica en torno a Lam-
precht había habido una violenta discusión entre Dietrich Scháfer, que
defendía los pareceres extendidos en el gremio de los historiadores, y
Eberhard Gothein, quien quería incluir en la investigación histórica y
en la historiografía aspectos histórico-sociales e histórico-culturales
(41). Para Schäfer, el estado se hallaba en el centro de la historia, y el
estado alemán, tal como lo había creado Bismarck, le servía de pro-
totipo. Para él, sin el estado como hilo conductor no había historia.
Pero dado que concebía el estado como una concentración de poder y
contemplaba por consiguiente la política exterior como el elemento
más influyente de la política, rechazó como antihistórico cualquier
intento de analizar esta política desde el punto de vista de la política

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interior.
Lamprecht era, sin lugar a dudas, cualquier cosa menos un
revolucionario. No estaba, en modo alguno, en contra del orden mo-
nárquico establecido ni de los objetivos de política mundial del Impe-
rio Alemán. Antes bien pretendía, como muchos de sus contemporá-
neos, reforzar y modernizar el Imperio tomo potencia mundial me-
diante la integración en él de los alienados obreros. Aun así, en su
Deutsche Geschichte ["Historia alemana"] se podía observar una
aproximación a una concepción materialista, en algún aspecto incluso
marxista (42), que cuestionaba el papel central del estado y, por con-
siguiente, el orden político y social que reinaba en el Imperio Alemán.
Este rechazo casi unánime hacia Lamprecht y la historiografía
social y cultural en general tenía que ver, entre otras cosas, con la
constitución e institucionalización de la disciplina "historia" en Ale-
mania, cuyos representantes, al reclutar entre los jóvenes las nuevas
generaciones de profesores de enseñanza media y universitaria, insis-
tían en gran medida en la conformidad política e ideológica (43). Por
consiguiente se produjo un ataque masivo de los historiadores esta-
blecidos contra Lamprecht. El resultado no sólo fue que Lamprecht
quedara aislado como historiador, sino también que en la disciplina
"historia" los enfoques socio-históricos quedaran obstaculizados e
impedidos por mucho tiempo, a diferencia de disciplinas históricas
vecinas, como la economía nacional o la sociología. A lo sumo en la
historia regional, la cual no cuestionaba tan directamente el orden po-
lítico nacional, pudo haber un desarrollo fructífero de los enfoques
histórico-sociales y culturales.
El marco político totalmente diferente en Francia y en Amé-
rica explica, hasta cierto punto, la mayor receptividad en estos países
hacia los esfuerzos por establecer una relación más estrecha entre la
historiografía y las ciencias sociales. Mientras en Alemania la historia
social se veía obligada a pasar a la defensiva, en Francia fue la socio-
logía la que conducía el combate contra la investigación histórica uni-
versitaria tradicional. En su Cours de science sociale ["Curso de cien-
cia social"], Émile Durkheim negó en 1888 a la historia el rango de
ciencia, precisamente porque se ocupaba de lo especial y, por ello, no
podía llegar a las afirmaciones generales, empíricamente comproba-
bles, que constituían el núcleo de un modo de pensar científico. A lo
sumo, la historia podría ser una ciencia auxiliar que proporcionara
información a la sociología. Como opinaba el economista François
Simiand, fuertemente influenciado por Durkheim, la unión de historia
y ciencias sociales era posible a lo sumo en la historia económica (44).
Esta subordinación de la historia a la sociología fue aceptada por muy

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pocos historiadores incluso en Francia, pero la ampliación del objeto


de la historia a la sociedad, la economía y la cultura, y el acercamiento
de la historia a las ciencias sociales empíricas sí fueron tomadas más
en serio que en Alemania. En 1900, el filósofo Henri Berr fundó en
París, precisamente con este propósito, la revista Revue de synthèse
historique, la cual debía servir como un foro internacional para la dis-
cusión crítica y en el que también intervinieron los participantes en la
discusión teórica alemana, entre ellos Heinrich Rickert y Karl Lam-
precht. En América se inició una discusión parecida entre los histo-
riadores que no compartían ni las ambiciones histórico-filosóficas de
Lamprecht ni las concepciones cientificistas de Durkheim, pero que,
sin embargo, estaban convencidos de que una ciencia histórica mo-
derna debía ocuparse más de la sociedad y, al mismo tiempo, empezar
a intimar más con los métodos socio-científicos.
Si en la campaña contra Lamprecht en Alemania la defensa
contra la temida democratización fue una idea dominante, en América
el interés por una "Nueva historia" (New History) iba unido al es-
fuerzo por escribir la historia para una sociedad democrática mo-
derna. De esta unión eran conscientes los historiadores que se auto-
denominaban progressive historians ["historiadores progresistas"] y
se identificaban con los objetivos de la "era progresista" de los prime-
ros años del siglo XX en América (45). El carácter universal de esta
nueva postura ante la historia se puso de manifiesto en 1904, en la
exposición universal de St. Louis, donde historiadores de Norteamé-
rica y Europa, entre ellos los futuros representantes de la New History
en los EE.UU., Frederick Jackson Turner y James Harvey Robinson,
así como el alemán Karl Lamprecht, abogaban por la historia como
una ciencia interdisciplinar.(46)
En oposición a la historia política tradicional, que pese a las
variantes nacionales y políticas tenía una idea homogénea de la temá-
tica y del método de la historia, en la nueva historia social había ten-
dencias muy distintas entre sí. Pero todas ellas tenían en común la
idea procedente del historicismo clásico según la cual la historia era
una ciencia orientada hacia una realidad objetiva que procedía de un
modo estrictamente metódico. Sus representantes también seguían
creyendo en un tiempo de progresión lineal, que confiere a la historia
su coherencia y hace que sea posible ocuparse de ella científicamente.
Continuaban siendo, plenamente conscientes de ello, historiadores de
profesión, con todas las consecuencias que ello entrañaba para su
modo de pensar y trabajar.
Quiero destacar aquí cuatro tendencias: una que aplicaba los

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métodos tradicionales de crítica de textos a la historia social; una se-


gunda que pretendía convertir la historia en una sociología histórica;
una tercera —que, bien es cierto, no alcanzó relevancia hasta después
de la II Guerra Mundial—, para la cual los modelos abstractos de la
economía se convirtieron en patrones para una ciencia histórica cuan-
tificable y orientada a la teoría, y, finalmente, la "Escuela de los An-
nales", que hizo saltar el marco establecido al poner radicalmente en
duda el concepto de tiempo con el que trabajaban las demás tenden-
cias al igual que el historicismo clásico.
De la iniciativa alemana en pos de una historia económica y
social se derivaron importantes impulsos para la investigación inter-
nacional. Mientras la Revue de synthèse de Henri Berr se ocupaba
sobre todo de cuestiones teóricas y metodológicas, la Vierteljah-
rzeitschrift für Sozial- und Wirtschaftsgeschichte ["Revista trimestral
de historia social y económica"], fundada en 1893 por científicos vie-
neses, se convirtió en la revista internacional para la historia social
que trabajaba con el método de la crítica de fuentes. Con todo, el cen-
tro de la atención lo ocupaba la historia constitucional y administra-
tiva. Un papel nada desdeñable lo desempeñaba el empeño por pro-
yectar sobre el pasado el moderno estado autoritario de procedencia
prusiana; es el caso de Georg von Below, el editor alemán de la Vier-
teljahrzeitschrift, después de 1903 (47). En Francia, la historia social
se zafó, en los trabajos de Henri Hauser sobre las condiciones de vida
de los obreros medievales y modernos (48), de la estrecha visión del
estado. Mencionemos aquí todavía La Franche Comté sous Philippe
II ["El Franco Condado bajo Felipe II"] (1912), de Luden Febvre. Fue
la primera gran obra que, diecisiete años antes de la fundación de la
revista Annales, emprendió el intento de escribir una historia exhaus-
tiva de una región basándose en el análisis cuidadoso de fuentes no
sólo políticas, sino también económicas, religiosas, literarias y artís-
ticas.

b. La historia económica y social en Alemania

El primer impulso para una historia social que se ocupara se-


riamente de los problemas desencadenados por la industrialización
fue la Nueva Escuela Histórica de Economía Nacional en Alemania,
cuyo representante más significativo fue Gustav von Schmoller.
Tomó del historicismo clásico la convicción de que la economía no

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era determinada por leyes estrictas, universales y expresables en fór-


mulas matemáticas, tal como afirmaban la economía política clásica
inglesa y escocesa y el teórico de la economía vienés Menger, sino
que aquélla sólo podía ser comprendida históricamente y dentro del
marco de valores e instituciones de un pueblo. La "Escuela de Sch-
moller" adoptó de la práctica científica del historicismo clásico ale-
mán aún dos elementos más: la insistencia en el papel central del es-
tado y los métodos de la crítica de fuentes. La escuela se identificaba
con la monarquía de los Hohenzollern, pero —a diferencia de la so-
cialdemocracia— veía también la posibilidad y necesidad de integrar
a los obreros en el estado. De esta escuela surgieron los primeros
grandes estudios empíricos acerca de las condiciones de vida de los
obreros industriales de la época, pero también esmerados trabajos so-
bre la artesanía en el medievo (49). En esta tradición, si bien indepen-
dientemente de ella, nació la obra Deutsches Wirtschaftsleben im
Mittelalter ["La vida económica alemana en la Edad Media"] (1884-
85), de Lamprecht: el intento de aprehender la estructura económica
y social y la mentalidad —en el subtítulo Lamprecht habla de la "cul-
tura material"— (50) de una región, la del Mosela. Para el desarrollo
de la historia económica y social, esta intensa ocupación de Lampre-
cht con una región fue de mayor relevancia que su Deutsche Geschi-
chte, la cual, si bien causó sensación, en su pretensión de señalar unas
supuestas regularidades o leyes socio-psicológicas resultaba alta-
mente especulativa.
Ciertamente, estos historiadores sociales y económicos am-
pliaban el objeto de la historia más allá de la política y la cultura es-
piritual, para englobar en él también a la sociedad y a la economía, y,
sin embargo, adoptaron de los historiadores políticos elementos sus-
tanciales del concepto de ciencia. Para Schmoller, así como para el
francés Hauser y el belga Pirenne —este último el más importante
intermediario entre la historiografía social alemana y la francesa—,
la cientificidad de su historiografía seguía consistiendo en la evalua-
ción crítica de las fuentes que servían de base a su exposición. En
Schmoller, no obstante, esta exposición aparecía unida a una doctrina
evolutiva de estadios, cuyo carácter especulativo se contradecía hasta
cierto punto con su cuidadoso trabajo sobre las fuentes. De un modo
general puede decirse que los trabajos de Schmoller y de la Nueva
Escuela Histórica de Economía Nacional se apoyaban en unas premi-
sas teóricas y metódicas que nunca fueron explicitadas por ésta de un
modo crítico o sistemático.
Para un creciente número de historiadores sociales, este irre-
flexivo modo de trabajar no era suficiente. Wilhelm Dilthey, Wilhelm

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