Ensayo - Williams - Ensayo Final
Ensayo - Williams - Ensayo Final
Ensayo - Williams - Ensayo Final
La casa de Bernarda Alba es una obra maestra del teatro español que nos
sumerge en el mundo cerrado y asfixiante de una familia dominada por el
autoritarismo de Bernarda Alba, quien encarna un poder opresivo y
despiadado, reflejo de un sistema social y político que reprimía la libertad y
la expresión individual. En este ensayo, exploraremos cómo la obra de
Lorca revela las tensiones, el sufrimiento y la lucha por la liberación en un
entorno marcado por el autoritarismo y la opresión.
(Fragmento)
BERNARDA.- Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de
entrar en esta casa el viento de la calle. Hacemos cuenta que hemos tapiado con ladrillos
puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras,
podéis empezar a bordar el ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que
podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas.
ADELA.- (Agria.) Si no quieres bordarlas, irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más.
MAGDALENA.- Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar
sacos al molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.
BERNARDA.- Eso tiene ser mujer.
Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arco con
cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Sillas de anea. Cuadros con paisajes
inverosímiles de ninfas o reyes de leyenda. Es verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la
escena. Al levantarse el telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas.
(Sale la Criada)
La Poncia: (Sale comiendo chorizo y pan) Llevan ya más de dos horas de gori-gori. Han venido
curas de todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso se desmayó la
Magdalena.
La Poncia: ¡Quisiera que ahora, que no come ella, que todas nos muriéramos de hambre!
¡Mandona! ¡Dominanta! ¡Pero se fastidia! Le he abierto la orza de chorizos.
Criada: (Con tristeza, ansiosa) ¿Por qué no me das para mi niña, Poncia?
La Poncia: Pero debes poner también la tranca. Tiene unos dedos como cinco ganzúas.
Voz: ¡Bernarda!
La Poncia: (A voces) ¡Ya viene! (A la Criada) Limpia bien todo. Si Bernarda no ve relucientes las
cosas me arrancará los pocos pelos que me quedan.
La Poncia: Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver
cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara.
¡Limpia, limpia ese vidriado!
La Poncia: Ella, la más aseada; ella, la más decente; ella, la más alta. Buen descanso ganó su
pobre marido.
La Poncia: Los de ella. La gente de él la odia. Vinieron a verlo muerto, y le hicieron la cruz.
La Poncia: Sobran. Que se sienten en el suelo. Desde que murió el padre de Bernarda no han
vuelto a entrar las gentes bajo estos techos. Ella no quiere que la vean en su dominio. ¡Maldita
sea! […]
En el acto segundo, la Poncia descubre la relación entre Adela y Pepe el
Romano.
Acto II (Fragmento)
Habitación blanca del interior de la casa de BERNARDA. Las puertas de la izquierda dan a los
dormitorios. Las HIJAS de BERNARDA están sentadas en sillas bajas cosiendo. MAGDALENA
borda. Con ellas está LA PONCIA.
LA PONCIA.- Ésta tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada como si tuviese una
lagartija entre los pechos.
MAGDALENA.- Desde luego que hay que reconocer que lo mejor que has tenido siempre es el
talle y la delicadeza.
ANGUSTIAS.- Y además, ¡más vale onza en el arca que ojos negros en la cara!
AMELIA.- (A LA PONCIA.) Abre la puerta del patio a ver si nos entra un poco de fresco. (La
CRIADA lo hace.)
LA PONCIA.- Era la una de la madrugada y subía fuego de la tierra. También me levanté yo.
Todavía estaba Angustias con Pepe en la ventana.
(Pausa.)
LA PONCIA.- Oye, Angustias: ¿qué fue lo que te dijo la primera vez que se acercó a la ventana?
MARTIRIO.- Verdaderamente es raro que dos personas que no se conocen se vean de pronto en
una reja y ya novios.
ANGUSTIAS.- No, porque cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe por los que van y
vienen, llevan y traen, que se le va a decir que sí.
ANGUSTIAS.- ¡Claro!
MARTIRIO.- ¿Y tú?
ANGUSTIAS.- Yo no hubiera podido. Casi se me salió el corazón por la boca. Era la primera vez
que estaba sola de noche con un hombre.
LA PONCIA.- Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen y
mueven la mano... La primera vez que mi marido Evaristo el Colín vino a mi ventana... Ja, ja, ja.
LA PONCIA.- Era muy oscuro. Lo vi acercarse y al llegar me dijo: «Buenas noches». «Buenas
noches», le dije yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el
cuerpo. Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo con voz
muy baja: «¡Ven que te tiente!».
(Martirio cierra la puerta por donde ha salido María Josefa y se dirige a la puerta del corral. Allí
vacila, pero avanza dos pasos más.)
Martirio: (En voz baja.) Adela. (Pausa. Avanza hasta la misma puerta. En voz alta.) ¡Adela!
Martirio: (En voz alta.) Ha llegado el momento de que yo hable. Esto no puede seguir así.
Adela: Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío y el mérito que
tú no tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo que
me pertenecía.
Martirio: Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has atravesado.
Adela: Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en mí.
Martirio: Lo sé.
Adela: Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a la que no quiere. A mí,
tampoco. Ya puede estar cien años con Angustias. Pero que me abrace a mí se te hace terrible,
porque tú lo quieres también, ¡lo quieres!
Martirio: (Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el
pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Le quiero!
Martirio: ¡No me abraces! No quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es la tuya, y aunque
quisiera verte como hermana no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.)
Adela: Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que se ahogue. Pepe el Romano
es mío. Él me lleva a los juncos de la orilla.
Martirio: ¡No será!
Adela: Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca.
Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre,
perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de
espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.
Martirio: ¡Calla!
Adela: Sí, sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias. Ya no me
importa. Pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en
gana.
Adela: No a ti, que eres débil: a un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza
de mi dedo meñique.
Martirio: No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin
quererlo yo, a mí misma me ahoga.
Adela: Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola, en medio de la
oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca.
(Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se le pone delante.)
Adela: ¡Déjame!
Bernarda: Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía, no poder tener un rayo entre los dedos!
Martirio: (Señalando a Adela.) ¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!
Bernarda: ¡Esa es la cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia Adela.)
Adela: (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata un bastón a
su madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más.
¡En mí no manda nadie más que Pepe!
(Sale Magdalena.)
Magdalena: ¡Adela!
Adela: Yo soy su mujer. (A Angustias.) Entérate tú y ve al corral a decírselo. Él dominará toda esta
casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león.
Angustias: ¡Dios mío! Bernarda: ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale corriendo.)
(Aparece Amelia por el fondo, que mira aterrada, con la cabeza sobre la pared. Sale detrás
Martirio.)
Angustias: (Sujetándola.) De aquí no sales con tu cuerpo en triunfo, ¡ladrona! ¡deshonra de nuestra
casa!
(Suena un disparo.)
La Poncia: Maldita.
Magdalena: ¡Endemoniada!
Bernarda: Aunque es mejor así. (Se oye como un golpe.) ¡Adela! ¡Adela!
La Poncia: (En la puerta.) ¡Abre!
Bernarda: (En voz baja, como un rugido.) ¡Abre, porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo
queda en silencio) ¡Adela! (Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo! (La Poncia da un empujón y
entra. Al entrar da un grito y sale.) ¿Qué?
La Poncia: (Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin!
(Las hermanas se echan hacia atrás. La criada se santigua. Bernarda da un grito y avanza.)
Bernarda: No. ¡Yo no! Pepe: irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día
caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera
doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores las
campanas.
Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A
callar he dicho! (A otra hija.) Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de
luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio
he dicho! ¡Silencio!
Por todo ello, llegamos a concluir que todo texto literario sí es un una
denuncia a los problemas sociales; pues en esta obra se puede observar el
impacto del autoritarismo en una familia en donde Bernarda representa a los
padres autoritarios que tienden a imponer su voluntad sin considerar las
necesidades u opiniones de sus hijas. Esto puede afectar a los hijos de
diversas maneras, como provocar baja autoestima, dificultades en la toma
de decisiones y una posible rebeldía o sumisión excesiva. Además, los
niños criados en un ambiente autoritario pueden tener dificultades para
desarrollar habilidades sociales y de resolución de problemas y le es más
atractivo elegir lo negativo como forma de protestar.