Wrong Mate
Wrong Mate
Wrong Mate
Su aquelarre y sus padres creen que es una buena idea que ella vaya
con él, para ayudarlo en su misión súper secreta. Así que eso es lo
que hace. No porque quiera estar con él, sino porque él necesita una
bruja.
—La gente dirá que soy un perrito faldero por seguirlo como
un maldito cachorro. No puedo hacerlo —dijo ella.
—Yay.
***
Ryan vio a su hija irse y supo que a Vivian, su esposa y
compañera del alma, no le gustaba esto.
Veinticuatro horas.
Killian la odiaba.
—Queso y pepinillos.
—¿Es tu favorito?
—Sí.
Hombre exasperante.
***
Esto se suponía que iba a ser fácil.
¡No!
—¡No! Saltaremos.
—¡Killian!
—Me pregunto por qué la gente cree que soy tan poderosa —
dijo.
***
Se habían detenido en un pequeño pueblo, uno que tenía una
tienda de ropa. Leah se había puesto unos vaqueros y una camisa
demasiado grande, y Killian había hecho lo mismo. Ahora
estaban sentados en la cafetería principal del pueblo.
En todos sus años de lucha, ni una sola vez había visto a una
bruja pedir ayuda a la Madre Naturaleza. Veía que tenía un gran
precio, pero no tan grande como el de la magia mala.
—Sí.
—¿Lo intentaron?
—¿Te detuviste?
—Ya sabes, de practicar magia. Me negué a aprender y a
concentrarme. —Se encogió de hombros.
—¿Quiénes?
Sabía que el aquelarre había sido duro con ella, ya que había
conocido a Lucinda antes, muchas lunas atrás. Lucinda había
sido quizás su única amiga bruja. Era la hermana de Olivia y
Greta.
—¿Aburrida?
Leah se giró y vio una versión teletransportada de Lucinda
en la esquina. Lucinda era una de sus mejores amigas y
mentoras, y la había ayudado mucho mientras crecía.
—Sí, mega-aburrida.
—No te odia.
—Eso no es verdad.
—Está bien.
—No lo haré.
—¿Puedo impedírtelo?
Ella esperó.
Está bien. Estoy bien. Está bien. Vamos, Leah, contrólate. Está
bien. Estaba siendo honesto y eso es lo que querías oír. Completa
y absoluta honestidad.
***
—¡Tienes que ir con ella!
—¿Por qué?
—Sé que te estoy haciendo daño, pero tienes que ver que es
por tu propio bien —dijo.
—Soy viejo, Leah. Tú aún eres joven y sé que los lobos y las
brujas sólo se mezclan bien en pequeñas dosis. Tú y yo nos
haríamos infelices mutuamente en poco tiempo.
***
Killian sabía que debía poner fin a esta familiaridad, al día
siguiente, cuando emprendieron de nuevo el viaje. Habían pasado
la noche en el hotel, durmiendo hasta bien entrada la mañana.
Se había despertado varias veces con Leah entre sus brazos, y no
había querido dejarla marchar.
—¿Pueden oírnos?
—Quédate aquí.
Soltó a Leah y se dio la vuelta. La noche había empezado a
caer, pero su visión seguía siendo perfecta. Lentamente,
escudriñó el bosque y entonces los vio: dos vampiros. Casi sin
sol, podían aventurarse en la noche. El hechizo de protección de
Leah no sólo había evitado que lo olieran, sino que también había
evitado que él los oliera a ellos. Empezó a dar varios pasos y Leah
extendió la mano hacia él.
—No somos nosotros los que los seguimos, sino ustedes los
que nos siguen a nosotros. —Esto vino del que estaba a su
derecha, y parecía hablar casi como una serpiente.
—¿Killian?
No, incluso los vampiros habían dicho que nada era seguro.
Él y Leah no iban a seguir siendo compañeros. Iban a poner fin a
su unión. Tenía que hacerlo por el bien de la manada.
—Te fuiste por casi una hora —dijo Leah. —Lo siento. Estaba
preocupada.
Está bien.
—Sí.
—¿Qué tipo de mapa estás leyendo? ¿Es el mapa de 'hagamos
esta misión supersecreta tan difícil como sea posible'? ¿Por qué
no podemos encontrar algún lugar con un bote? —preguntó.
—¿Qué?
Sí, eso no iba a hacerla más feliz. Ella no discutió con él, pero
siguió de cerca detrás.
—Profundo.
—¿Killian? —preguntó.
—Lo estamos.
Algo la agarró de las muñecas y abrió los ojos para ver que
Killian la había seguido.
Killian la rodeó con los brazos y Leah abrió los ojos, girándose
hacia el río, donde había una nereida posada en la orilla. Tenía
gemas delineando sus ojos y una sonrisa en los labios.
La nereida se rió.
—¿Pueden hacerlo?
—Todavía no, pero no voy a poner nada más allá de ellas. Son
asesinas. Así es como fueron desterradas.
—Eres una sorpresa, Leah.
Jodidamente raro.
***
El suelo del bosque no era el lugar ideal para acampar, pero
ya estaba oscuro y hacía frío. Llevaban dos días caminando y él
había esperado encontrar un hotel humano o incluso una cabaña
destartalada. Algo que pudiera servirles de refugio. En lugar de
eso, sólo tenía su calor corporal y algunos restos de comida para
mantenerlos alimentados. Metió a Leah en su saco de dormir y
colocó el suyo sobre los dos. Ella temblaba mucho.
—Hace mucho frío. —Ella puso los ojos en blanco. —Lo sé, lo
sé. Tú no lo sientes —gimió ella.
—Estoy bien.
Él sonrió.
—¿Pasaron?
—¿En serio?
Ella sonrió. —Eso está bien, Killian. Creo que habrías sido
un compañero increíble.
—No. Cuéntamelo.
—No quiero que Leah se despierte ni que sepa que estoy aquí.
Lucinda lo miró con furia. —Te advertí que al final iba a haber
un gran sacrificio. Tu soledad. Te dije que el viaje que buscabas
no vendría sin un mayor precio. Te lo advertí lo mejor que pude,
e hice mi parte. Cada búsqueda como esta viene con un precio
mayor. Tú lo sabes, Killian. No eres estúpido, aunque tus
acciones lo sean. —Apoyó sus manos en la cara de Leah, luego
bajó por su cuerpo. —Nada. Nada.
—Sí.
—Voy a empezar.
—Es Lucinda.
—No.
—Sí, he leído sobre ello. Es raro que una nereida deje escapar
a sus prisioneros, pero la muerte es larga y dolorosa. Como has
visto, nadie tiene forma de saber cómo ocurrió, ni cómo detenerla.
Es mortal.
—Haces flores.
—Lo que hago es usar la magia para traer más belleza. Ser
destructivo forma parte de la magia oscura.
—Mierda —dijo.
—Sí.
—Y la magia destructiva.
—Osos —dijo.
—Leah, sabes que te quiero y todo eso, pero ¿por qué trajiste
un lobo a mi pueblo?
***
A Killian no le gustaba que el oso estuviera familiarizado con
su compañera. No le gustaba que el oso tocara a su mujer, la
abrazara o estuviera cerca de ella.
—A él le gusta tocarla.
—Es un oso. A los osos nos gusta tocar y abrazar. Leah
siempre venía a dormir a casa. No queremos cosechar su magia,
ni sacrificarla. Nos preocupamos por ella, y por su aquelarre. Nos
han ayudado a lo largo de los años.
—¿Y?
—Bueno, olvídalo.
—Una profecía.
No tenía sentido.
—¿Killian?
—Lo hacemos.
—¿Y crees que debería estar de acuerdo con que otro hombre
te toque? —Caminó varios metros antes de darse cuenta de que
Leah no lo había seguido.
—Sí.
—Lo siento.
—Ya lo veo.
—¿Qué te preocupa?
Puso los ojos en blanco. —No soy una niña. Tenemos que
establecer algunos límites para cuando se puede simplemente
deambular en mi vida como ahora. Habrá un momento en que
esté siendo traviesa, o sucia, con un hombre, y tú no puedes estar
presente.
—¿Pero?
—Lo sé.
—Nunca me equivoco.
Pero una vez más, las palabras eran difíciles. Muy, muy
difíciles. Ella lo miró, y luego, vómito palabras.
***
Al principio, Killian no estaba seguro de haber oído bien.
—¿Qué? —preguntó.
—Leah.
—Leah...
Su lobo la deseaba.
Killian sabía que probar a Leah sería una tortura. También
sabía que tenía que hacerlo. Para eliminar su vínculo de
apareamiento, tenía que aparearse con ella. Un gran sacrificio.
Lo había pospuesto a propósito, porque sabía que corría el riesgo
de no poder decirle que no. Que la desearía y sería incapaz de
hacer lo que planeaba.
Leah era virgen. Iba a tener que ser cuidadoso, pero una vez
que tomara ese precioso trozo de carne, ella sería suya.
Para conservarla.
Puso las manos en las caderas de ella, las agarró con fuerza
entre las palmas, y luego se deslizó hacia arriba, yendo hacia sus
tetas. Las ahuecó en sus palmas, y fueron mucho más que un
bocado. Bajando por su cuerpo, llegó hasta aquellos preciosos
montículos y besó cada pezón, uno tras otro. Deslizó la lengua de
un lado a otro por cada uno de ellos y luego usó los dientes.
Bajó los labios hacia su coño, dejó de tocarla con los dedos y
empezó a lamer y chupar su clítoris. Puso las manos en el interior
de sus muslos, abriéndolos y sujetándola firmemente para que
no pudiera escapar. Se dio un festín con su coño. Estaba tan
húmedo y sabía tan bien.
—¿Killian?
—Yo... no...
—Me apareaste.
Arrugó la nariz. —En realidad no, verás, lo que pasa con las
profecías es que son subjetivas para quien las hace.
—Explícate.
—No miento.
—No.
Killian bombeó los dos dedos dentro de ella y ella apretó los
labios, intentando no hacer ruido. Cuando sus labios se cerraron
en torno a su teta y succionaron con fuerza, ella no pudo evitarlo.
—¿Killian?
—Te tengo.
***
—Sabes que puedes echarte atrás.
—Sabroso —dijo.
Él le guiñó un ojo.
—Nada.
—Te has quedado callado.
—¿Aquí?
—Sí, aquí.
Ya no la vas a tener.
—Sí.
—Algo no va bien.
—En realidad, tenemos todas las razones para pelear, por eso
está funcionando con nosotros. —Leah exhaló un suspiro. Se
sentía bien poder pensar. —Para otras personas, una misión
como en la que hemos estado crea animadversión. Incluso si
comenzaran su aventura juntos en paz, sucederían cosas que
permitirían que se manifestara el hechizo de la ira. Tú y yo
tenemos ese problema del rechazo.
Killian la acercó.
Él le acarició la mejilla.
—¡Killian!
No estaban solos.
***
La bruja era hermosa, pero Killian sabía que era malvada.
Pura maldad. Tenía el pelo largo y negro, con vetas doradas.
Tenía imágenes de enredaderas trepando por su cara y a través
de su frente. Llevaba un sujetador negro y una falda envolvente
que dejaba ver más de las enredaderas que cubrían su cuerpo.
—¡Detente!
Él asintió.
—Bien, pero verás, siempre hay un precio más alto que exijo.
Necesito que me digas exactamente qué esperas encontrar.
Joder.
Mierda.
Joder.
Killian gruñó.
—¿Crees que puedes derrotarme? Pobre alfa —le espetó. —
Tu único problema es que eres pésimo entendiendo profecías.
Verás, Leah es tu salvación. Yo soy tu perdición.
Lucinda había hecho los arreglos para que viera a Killian por
última vez. No estaba segura de que se hubiera tomado la poción
que le habían preparado. Lucinda había encontrado el hechizo
oscuro que crearía la poción para separarlos como compañeros.
Leah tenía el mismo vial. Todo lo que tenía que hacer era tomarlo
y ya no sentiría este dolor. Se secó las lágrimas.
—Oh, sólo sabes que has hecho eso. —Ella seguía llorando.
No quería llorar, pero las lágrimas seguían cayendo.
—¿Leah?
Esta vez, se alejó. Leah no sabía a dónde iba, pero tenía que
alejarse. Tenía que permitir que sus lágrimas y su dolor fueran
privados.
***
Killian se mantuvo fiel a su promesa.
—Voy a encontrarla.
—Killian, espera...
Te quiero.
Eres mía.
—Hola, hermosa.
—No.
—Hola, Morgan.
Morgan se rió. —Sé que ustedes dos están pasando por una
mala etapa, pero espero que algún día puedas perdonarlo. Es tan
raro que una manada se entregue a un hijo.
—Yo no quería.
—Entonces bésame.
Leah no necesitó pedírselo dos veces cuando él estampó sus
labios contra los suyos. Le rodeó el cuello con los brazos,
apretando su cuerpo contra el suyo. No quería que los besos se
detuvieran. Cuando se trataba de Killian, no quería que nada se
detuviera.
—Mía —dijo.
—Tuya.
—Para siempre.
Fin