Wrong Mate

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Leah odia a Killian. El lobo alfa que la rechazó.

Estaba destinado a ser su compañero, pero no, ella era demasiado


bruja para él. Ella no iba a quedarse esperando por él, y ciertamente
no iba a seguirlo como un cachorrito perdido.

Sólo un pequeño problema. Él la necesita.

Su aquelarre y sus padres creen que es una buena idea que ella vaya
con él, para ayudarlo en su misión súper secreta. Así que eso es lo
que hace. No porque quiera estar con él, sino porque él necesita una
bruja.

Killian está buscando una manera de romper el vínculo de


apareamiento entre él y Leah. Ella no puede ser su compañera. Una
bruja será su perdición. Ha visto la profecía. Leah destruirá la
manada, y él no puede permitir que eso suceda.

Él tiene que ir en una búsqueda y hacer el último sacrificio.


Aparearse con Leah, y luego poner fin a ese vínculo. Ha esperado
toda una vida para encontrar a su compañera, y ahora debe dejarla
ir. ¿Podrá?

¿Destruirá la profecía por el bien de su manada? ¿O arruinará


lo único bueno que ha llegado a su vida?
Prologo
—¡No pueden estar hablando en serio acerca de que ayude a
esa... esa cosa! —Leah miró a sus padres y supo, incluso antes
de que pronunciaran una palabra, que no tenía ninguna
posibilidad de salir de ésta discutiendo.

—No lo llames así, cariño. No está bien —dijo su madre,


siempre intentando ser la razonable.

—¿Por qué tengo que ser amable con él cuando se ha portado


como un completo imbécil conmigo?

—Lenguaje, Leah. —Ese era su padre, intentando mantener


la paz.

Aunque tenía veinticinco años, no pudo contenerse y dio un


pisotón de molestia. Había dejado de ser una niña hacía mucho
tiempo. Haber adquirido su capacidad mágica a una edad
temprana le había impedido disfrutar de cualquier tipo de
infancia. Su magia era poderosa y peligrosa, lo que la ponía en
riesgo. No podía disfrutar del mundo humano normal y corriente.
Ella y sus padres no tuvieron otra opción que llevarla de vuelta
al aquelarre para que creciera rodeada de magia, con sus
lecciones constantemente centradas en el control de sus
habilidades.
A Leah no le importaba. Sabía que sus padres la querían y se
preocupaban por ella, pero esperaban que tuviera una vida
normal. En lugar de eso, recibió clases de varias brujas y brujos
buenos que intentaron mantenerla a salvo. Al ser una de las
brujas más poderosas predichas, mucha gente la quería muerta
a una edad temprana. No recordaba exactamente la profecía, pero
la interpretación sugería que alcanzaría su poder a los dieciocho
años y sería una de las mejores brujas para el bando del bien, no
del mal. Se habían equivocado mucho, porque eso no había
sucedido en absoluto. No tuvo que esperar hasta los dieciocho
años para hacer magia, eso llegó antes.

Había mucho latín y dobles sentidos y, bueno, muchas


brujas y brujos le insistían en que se limitara a seguir sus
lecciones y a hacer lo que le decían. Incluyendo viajar con una
manada. Sí, su primera manada de hombres lobo que quería una
frontera de protección contra los humanos.

La protección era su fuerte, sólo había un pequeño


inconveniente, Killian. El lobo alfa. Sí, ella no tenía sangre de lobo
ni nada de eso, pero ella había sabido desde el momento en que
lo conoció, que eran (vómito) compañeros.

No había razón para vomitar. No había absolutamente nada


malo con Killian. Sí, era mucho mayor que ella. Aparentaba
cuarenta años, pero probablemente era mucho mayor, ya que los
lobos tendían a mantener la misma apariencia incluso cuando
envejecían. Esa molesta inmortalidad de la que todos
disfrutaban.

Killian, sin embargo, era puro músculo. Tenía un espeso pelo


castaño con algunos toques grises y los ojos azules más bonitos
que jamás había visto. Sólo que nunca había visto sonreír a
Killian. No, al Sr. Hombre Lobo Killian no le gustaba el hecho de
que ella fuera una bruja. Él había negado su apareamiento, a
pesar de que todo el mundo lo había visto, y su rechazo había
picado. Eso provocó una pequeña y molesta lluvia que duró todo
el viaje. Ella lanzó un hechizo de protección alrededor de su
pueblo. Sin embargo, no había sido una zorra con él. Ella no
había debilitado el hechizo, de hecho, estaba bien sujeto, porque
Killian aparte, el resto de su manada había sido impresionante.

Ahora tenía que ir a una especie de búsqueda con Killian. El


aquelarre y sus padres lo exigían, lo cual era tan injusto. Odiaba
estar cerca de Killian. Odiaba llorar por su rechazo, y cuando se
ponía emocional, controlar su magia se volvía difícil.

—Cariño, sé que su rechazo dolió, pero después de esto,


créeme, te vas a sentir mejor por ello. —Su padre se acercó a ella,
le agarró las manos y las estrechó contra su pecho.

—La gente dirá que soy un perrito faldero por seguirlo como
un maldito cachorro. No puedo hacerlo —dijo ella.

—Nadie pensará eso, cariño, confía en mí. Tu presencia ha


sido requerida y sabes que el aquelarre nunca puede rechazar
una petición de ayuda. Él necesita ayuda. Por favor, no nos
avergüences y deja que te ayudemos.

Ella exhaló un suspiro.

El objetivo de su aquelarre era hacer el bien constantemente.


Ser buenos. Era una mierda. No es que lo dijera en voz alta. Sabía
que todo el aquelarre habría enloquecido si se hubiera convertido
en una bruja mala.

Leah no era mala y tampoco mezquina. De vez en cuando se


enojaba, se disgustaba y se frustraba, pero se esforzaba por no
usar su magia en esos momentos.

—Está bien. De acuerdo. Lo haré, pero no voy a ser amable


con él. Para nada.

—Sales de inmediato —dijo su padre.

—Yay.

***
Ryan vio a su hija irse y supo que a Vivian, su esposa y
compañera del alma, no le gustaba esto.

—Deberíamos haberle dicho —dijo Vivian.

—Sabes que eso habría sido malo.

—¿Y permitir que se vaya en alguna búsqueda para hacer


esto es... mejor? Están yendo a la magia oscura, Ryan. Sabes lo
fina que es la línea por la que camina Leah. Esto podría llevarla
al límite.

Ryan cerró los ojos y apretó las manos en puños. Cuando


Killian había solicitado una reunión con él y le había contado lo
que había planeado, había estado a punto de hacer lo
impensable. Quiso matar a aquel hombre, a aquel alfa, pero sabía
que Killian era un buen hombre que tenía sus razones.

—¿Él realmente puede hacerlo? —preguntó Vivian. —¿De


verdad puede romper el vínculo de apareamiento para darle a
Leah su libertad?

Abrió los ojos y miró los de su esposa. —Si lo hace, espero


que eso no destruya a nuestra hija. —Sólo esperaba que durante
su búsqueda, Killian se diera cuenta de que lo que estaba
haciendo estaba mal, y viviera su vida, miserable, fría y solitaria.
Sabía que aparear a Leah con un lobo no era lo ideal, pero era lo
que el destino había decidido.

Ahora todo estaba en marcha, todo lo que él podía hacer era


esperar.
Capítulo 1
Un día.

Veinticuatro horas.

A Leah nunca se le habían dado bien las matemáticas, así


que, por muchos minutos que sumaran veinticuatro horas, ése
era el tiempo que había pasado con Killian. Era el mayor tiempo
que había pasado con un hombre al que no le agradaba. Su
compañero que la había rechazado. Buenos tiempos. Un montón
de momentos divertidos.

En realidad, a petición de Killian, ella no debía hablar ni


hacer ningún tipo de magia. Eso había durado un par de horas
pero luego se aburrió de maldecirlo dentro de su cabeza.

—¿A dónde vamos exactamente? —preguntó, no por primera


vez. —Y no me digas que no es asunto mío, porque tener que
hacer este viaje contigo lo convierte en asunto mío.

—¿Qué he dicho de no hablar?

—Por si no lo sabías, no soy un perro, Chico Lobo, y no tengo


por qué acatar tus órdenes.
Killian se detuvo y giró hacia ella. —Yo no le doy órdenes a
perros.

—Bien, pequeños lobos, lo que sea. —Ella puso los ojos en


blanco y no pudo evitar sonreír porque sabía que su pequeño acto
de insolencia lo hacía enojar, y eso sí la hacía increíblemente feliz.
—¿Y por qué nuestra búsqueda tiene que ser en el maldito
bosque? —Cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró fijamente. Él
permaneció inmóvil. —Sabes que este viaje tuyo irá mucho mejor
si aprendes a ser amable. —Ella odiaba esto.

—Tus padres me dijeron que tus... habilidades aún son


bastante frágiles. Hay otras cosas ahí fuera a las que les
encantaría volverte malvada, o aprovechar tus habilidades, o
simplemente matarte.

Leah sonrió. —Sí, ahí está ese pequeño y molesto problema.

—Soy un alfa, mi olor es fuerte, y tenemos una mejor manera


de ocultar tu olor ciñéndonos a los bosques y selvas. Existe el
riesgo de que siempre te rastreen, pero tal y como están las cosas,
el olor de un lobo es algo repulsivo para muchas y diferentes
cosas.

—Me estás diciendo que apestas, ¿verdad? —preguntó ella, y


no pudo evitar que se le dibujara una gran sonrisa en la cara.

Si no hubiera estado mirando a Killian, no se habría dado


cuenta, pero justo en la comisura de sus labios había un tic. Tan
sutil, pero ella lo había visto. Lo había hecho sonreír.
—Puedo defenderme sola —dijo Leah. —No tienes que
protegerme. Espera, si hueles mal, ¿por qué a mí no me afecta?
Para mí no hueles. —Se acercó a Killian y olfateó. —No hueles.

Cualquier atisbo de sonrisa se desvaneció y Leah supo por


qué.

—Porque somos compañeros, ¿no? Por eso no hueles para


mí.

—Deberíamos detenernos por esta noche. Es tarde y ya no


hay luz.

—Yo puedo arreglar eso —dijo ella. Sacó luz de su mano e


inundó su camino para que pudieran ver.

—¡Maldita sea, deja eso! —Killian agarró su palma y la


empujó contra su espalda, empujándola contra un árbol.

—¡Hey! —Estuvo tentada de empujarlo, pero no creía que eso


fuera a terminar bien, y viendo que él ya la había molestado al no
responder a su pregunta sobre el hecho de que fueran
compañeros, no iba a permitir que sus emociones la
consumieran.

El dolor en su pecho no significaba nada para ella. No le


importaba que él la rechazara a cada paso. Estaba bien. Ella
manejaba el rechazo como un trozo de pastel, se lo comía.

—Parte de tu vida es valiosa para muchos y podríamos ser


rastreados, ¿no lo entiendes? No llames la atención sobre
nosotros. No sólo estamos en peligro a causa de otros brujos y
brujas, también hay lobos que te atraparían, vampiros y muchas
otras mierdas que se mueven por la noche.

—Si esta misión es tan importante, ¿por qué pediste mi


presencia?

Odiaba sentir la dureza de su cuerpo contra el suyo. ¿Por qué


tenía que desear su toque?

Killian la odiaba.

La soltó y ella giró para mirarlo, tentada de frotarse las


muñecas. La luz había desaparecido.

—Porque necesito a la bruja más poderosa jamás nacida —


dijo Killian. —Es importante para mí manada. Créeme, no habría
arriesgado tu vida si no fuera importante.

Al menos la necesitaba, por negocios.

—Bien. Acamparemos aquí. —Ella pasó por delante de él y


agarró uno de los sacos de dormir de la bolsa que él había estado
llevando. Lo desenrolló, se sentó, cruzó las piernas, enderezó la
columna y se concentró.

Lo último que quería hacer delante de él era llorar, pero cada


vez que la rechazaba a ella y a su magia, era como si le clavara
un puñal en el pecho. Lidiar con sus emociones era más fácil en
el aquelarre, pero no ahora.

Inspirando profundamente y exhalando largamente, se


concentró en un cachorro. Un pequeño cachorro Jack Russell.
Desde que era una niña, había querido tener un cachorro, pero
debido a lo errática que era su magia, nunca se le permitió tener
uno. Su principal objetivo siempre había sido la magia y
controlarla. Una de las brujas profesoras le había dicho que para
aliviar los problemas de su mente, debía centrarse en lo que más
deseaba su corazón. En aquel momento, lo que quería era un
cachorro de Jack Russell y, desde entonces, eso era todo lo que
había deseado: tener su propio perrito.

Una vez que se sintió centrada y tranquila, abrió los ojos y


vio a Killian sentado frente a ella. Verlo ahora no ayudaba a sus
pensamientos. Desviando su mirada, miró al suelo y encontró un
paquete marrón.

—Comida —dijo. —Cómetela.

Ella lo levantó y abrió el paquete para encontrar un par de


sándwiches. Al olerlo, supo que era mantequilla de cacahuete.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó Leah.

—Hablé con tus padres.

No, se negaba a estar contenta por esto. Esto no lo hacía de


ninguna manera un gran tipo, ni que actuara como su
compañero.

—Gracias —dijo, que era lo más educado que se podía hacer


antes de tomar un gran bocado de su sándwich. Estaba
hambrienta. —¿Qué has comido?

—Queso y pepinillos.
—¿Es tu favorito?

—Sí.

—Ah. —Así que ella podría aprender un poco sobre él


mientras estaban en esta misión juntos. No es que pudiera hacer
nada con saber que le gustaban los sándwiches de queso y
pepinillos. —Creí que a los lobos les gustaba la carne.

Killian puso los ojos en blanco. —Cómete el sándwich.

—Tienes que dejar de tratarme como a una niña.

—Entonces deja de actuar como una.

—¿Por qué preguntar por tus preferencias alimentarias es


comportarme como una niña?

Él la fulminó con la mirada y permaneció en silencio. Había


vuelto a ser un imbécil, esta vez silencioso.

Leah comió su sándwich e ignoró el dolor punzante que le


atravesaba el corazón. Esto no debería dolerle, pero le dolía. Estar
cerca de su compañero, el mismo que la había rechazado, estaba
poniendo a prueba sus últimos nervios.

Envolvió la bolsa de papel marrón y se la devolvió a Killian.


Rodeando el perímetro, se quedó mirando la noche, sin ver nada
que pudiera asustarla. Leah no iba a decirle a Killian que tenía
un pequeño problema con la oscuridad... la aterrorizaba.
Sin que él la viera, extendió las manos y entonó un rápido
hechizo de protección para que si alguien se acercaba a su
campamento, ella fuera alertada.

—Es hora de que duermas —dijo Killian. —Tenemos que


descansar, ya que nos pondremos en marcha con las primeras
luces del día.

Era en momentos como este cuando ella se daba cuenta de


que él era mucho mayor que sus cuarenta años.

—¿Cuánto tiempo llevas vivo? —le preguntó.

Él ya estaba dentro de un saco de dormir. Ella se quitó los


zapatos y los metió en una bolsa para que no entraran arañas.
Lanzó otra dosis invisible de magia, una que repelía a todos los
bichos. No iba a permitir que esos bichos la recorrieran mientras
dormía.

—Suficientes —dijo él.

No iba a añadir nada más.

Hombre exasperante.

Se metió en el saco de dormir y, al hacerlo, sintió que el frío


de la noche los envolvía. Se negó a encender un fuego para no
llamar la atención sobre su ubicación. Genial, iba a morir
congelada.
Mirando a su... compañero, tuvo que preguntarse si sentiría
algún dolor o si desearía poder abrazarla, si es que sentía algo
por ella.

Su rechazo instantáneo le había dolido más de lo que hubiera


imaginado. Cada día y cada noche, repetía su rechazo en su
mente: la mueca de desprecio, la mirada de arriba abajo y el
simple hecho de decirle no.

***
Esto se suponía que iba a ser fácil.

Al menos, Killian había supuesto que sería fácil, pero las


últimas veinticuatro horas habían sido las más duras que había
vivido, y había vivido mucho. Miró hacia Leah, que estaba
acurrucada, sin mirarlo mientras intentaba entrar en calor. Oyó
el castañeteo de sus dientes desde donde yacía de espaldas.

Una de las ventajas de ser lobo era que no sentía el frío, ni


siquiera cuando nevaba. Intentó ignorarla. Se suponía que este
no era un viaje para que él se preocupara por ella. El objetivo de
esta misión era romper cualquier vínculo que él y Leah tuvieran,
debido a la misteriosa unión que se había producido. Leah era su
compañera. Era joven, inmadura y, por encima de todo, una
bruja. No había forma de que él pudiera estar apareado con una
bruja. Estaban constantemente en equilibrio en ese precipicio del
bien y el mal. Tan fácilmente influenciables por la magia mala.
Él tenía una manada que proteger, y no tenía ni el tiempo ni
la energía para entrenarla o ayudarla. Por lo tanto, poner fin a su
conexión sería doloroso, y tendría que seguir viviendo sabiendo
lo que había hecho, pero al final, sería lo mejor.

Eso era lo que el vidente, así como un anciano, le habían


advertido. Lo que buscaba podía encontrarlo. Los compañeros no
tenían que ser para la vida eterna. Siempre que ambas partes
estuvieran presentes frente a la bruja, ella podía deshacer el
vínculo, pero no venía sin un precio.

Como él era el que buscaba la libertad, pagaría el precio más


alto: sólo conocería el vacío. Nunca encontraría otra compañera.
Leah, por otro lado, encontraría un compañero diferente. Se
crearía uno para ella, ya que no tenía ni idea de lo que estaba
pasando.

Sus padres sabían lo que él planeaba, y no estaban de


acuerdo con él. ¿Por qué lo estarían? No creían en la profecía que
le predijeron muchas lunas atrás. Aquella en la que una bruja
sería su perdición y la de su manada. Él protegería a la manada
a cualquier precio, incluso si eso significaba sacrificar su
felicidad con su compañera.

Leah era una mujer interesante. En las últimas veinticuatro


horas, había acatado su orden de no hablar. Sabía que sería más
fácil llevar a cabo esta misión si no llegaba a conocerla, pero eso
no le impedía sentir curiosidad por ella.
Su mirada se sentía constantemente atraída por ella, y en
cuanto a su lobo, la deseaba. No, no sólo su lobo, sino él también.
El aroma de Leah era muy adictivo, cítrico y dulce.

Quería desnudarla, extenderla y follársela hasta que ambos


olvidaran lo que era. No es que ella hubiera mostrado signos de
ser malvada. Ni mucho menos.

Leah le parecía absolutamente encantadora.

—Joder —dijo, saliendo del saco de dormir y acercándose a


ella.

—Estoy b-b-b-bien —dijo ella. —T-t-tot-t-totalmente caliente.


—Soltó un pequeño gruñido.

—Hazte a un lado —dijo él.

Ella se retorció. Los sacos de dormir que había elegido no


eran precisamente adecuados para dos personas.

Él se agachó, abrió la cremallera, se deslizó dentro y luego


abrió su propio saco de dormir y lo colocó alrededor de ella. Rodeó
la cintura de Leah con los brazos y tiró de ella para estrecharla;
incluso dentro del saco de dormir, se estaba congelando.

—No tienes por qué hacer esto —dijo ella, precipitándose


para no tropezar con las palabras.

—Cállate —dijo él. Su cuerpo se amoldó a la curva de su


espalda y la estrechó contra él.

En cuestión de minutos, ella había dejado de temblar.


—Supongo que el calor es otra ventaja de los lobos.

Sonrió. —Y supongo que tener frío es una ventaja de las


brujas.

—No, no lo es. Sólo yo. Paso mucho frío. Si alguien me


hubiera dejado encender un fuego, habría estado totalmente
bien.

Y si ella hubiera encendido un fuego, él no habría tenido la


oportunidad de calentarla con su cuerpo. No es que ella debería
estar disfrutando de esto. En unos días, Leah ya no sería su
compañera predestinada. Ella no sería nada para él y él podría
volver a su manada sin ninguna preocupación en el mundo,
aparte del pozo de soledad y desesperación.

—Y si te dejo encender ese fuego, todos los que te quieren en


el mal o muerta habrían sabido dónde estamos.

—Si soy un riesgo tan alto, ¿por qué traerme?

Él la necesitaba. Ese era otro precio. Para cortar el vínculo


de apareamiento, la bruja necesitaba que la pareja que deseaba
eliminarlo estuviera presente. Killian no sabía si Leah quería que
este vínculo entre ellos desapareciera. Tenía la sensación de que
no. Sí, ella lo odiaba y estaba bastante seguro de que quería
maldecirlo, pero sabía que su mirada lo seguía. Que ella
disfrutaba estar en su compañía, incluso cuando él estaba siendo
un imbécil. Todo era mejor así.
Ignoraría lo bien que se sentía tenerla por fin entre sus
brazos. Olerla tan cerca. Su lobo quería hacer mucho más, pero
lo ignoró y en su lugar se concentró en mantenerla caliente.

Killian intentó no pensar en lo cerca que estaba de tocarle los


pechos. Bastaría con moverse un par de centímetros y tendría su
teta completa en la palma de la mano, pero no lo hizo. Su cuerpo
era un jodido sueño. Curvas. Plenitud. No había nada delgado en
ella.

Leah había salido de sus fantasías y se había metido en su


mundo. La injusticia de lo que ella era le caló hondo, más hondo
de lo que creía posible.

No podía permitir que una bruja entrara en su manada. Sería


su perdición. Una parte de él quería ser egoísta, pero no podía.
Ser un alfa no se trataba de tomar lo que quería, se trataba de
estar siempre disponible para su manada.

—Necesito a alguien poderoso para lo que busco. Ambos


sabemos que eres una de las brujas más poderosas que existen.

Ella resopló. —Díselo al aquelarre. Me tratan como a una


niña, y si soy tan poderosa, ¿por qué no puedo encender un
fuego? Sería capaz de derrotarlos.

—Me han advertido que te han protegido de la mayor parte


del mal que vive en nuestro mundo. No comprendes hasta dónde
llegarían algunas personas para llevarte. Yo tengo una manada a
la que volver.
—Así que, mientras tanto, cada noche me congelaré el culo,
¿es eso cierto?

—No, cada noche haré lo que estoy haciendo ahora. Te


protegeré.

—¿Vas a dormir conmigo para mantenerme caliente? —


preguntó.

—Sí. —A su lobo le gustaba eso. Apartó su pelvis porque su


polla se había puesto dura desde el momento en que estuvo cerca
de ella. Esta era otra lucha con la que había estado lidiando
durante las últimas veinticuatro horas: una erección constante.
Dudaba que Leah se hubiese dado cuenta.

Sus padres le habían advertido que era completamente


inocente. Le costaba creerlo. Había oído que las brujas tenían un
apetito insaciable y que la magia natural y la belleza del sexo para
una bruja eran intensas.

Leah era virgen. Nunca había estado con un hombre. Y joder,


él la deseaba. Quería abrirle las piernas, lamerle el coño,
provocarla hasta que no pudiera pensar con claridad, y luego
follársela duro y rápido, tomando lo que quisiera. Por supuesto,
no hizo nada de eso. Se limitó a estrecharla entre sus brazos
mientras dejaba de temblar.

—Este viaje que te propones no será fácil. Estará lleno de


pruebas y tentaciones. Porque no tendrás otra opción que tomar a
tu compañera, y tus propias necesidades y deseos intentarán
apoderarse de ti.

Había habido muchas advertencias, no sólo de los ancianos


y el vidente, sino también del aquelarre. No sólo la familia de Leah
sabía lo que él quería, sino también su aquelarre. La familia de
su compañera debía ser informada.

El precio les pasaría factura a ambos. Para Leah, sería a corto


plazo, pero él pagaría el precio por toda la eternidad.

Intentó no pensar en otro hombre tocándola. Besando su


cuello. Abrazándola. Llenándola con su hijo.

¡No!

No podía aceptar esas imágenes. No eran suyas. Cuando esto


terminara, no tendría que volver a verla ni a hablar con ella. Podía
soportar la soledad. Había estado solo durante mucho tiempo y
estaba acostumbrado.

Por su manada, haría cualquier cosa.


Capítulo 2
Leah abrió los ojos y miró al cielo. No había forma de que
fuera la primera luz, era plena mañana, pero eso no era todo lo
que tenía su atención. Vio la flecha que se dirigía hacia Killian.
Gritó su nombre y lanzó una ráfaga de magia, deteniendo la
flecha antes de que tuviera tiempo de impactar. No era
exactamente la llamada de atención que esperaba, pero ambos se
pusieron en pie de inmediato.

Como era de día, sabía que eso eliminaba a los vampiros de


la lista de ataques. No podía ver a través del bosque, pero el
gruñido de Killian le hizo pensar que era otra manada de lobos.
Flechas provenientes de lobos no era lo ideal.

—¿Quiénes son? —preguntó. Su visión no era tan perfecta


como la de un lobo.

—Lobos y dos brujas. La flecha vino de las brujas —dijo


Killian.

—Entrega a la chica y podrás irte, Alfa —dijo una de las


brujas. Tenía el pelo largo y rubio, hasta la cintura. Tinta cubría
su rostro y brazos y Leah había visto imágenes de ellas en varios
de los libros. Las hermanas gemelas Olivia y Greta habían
sucumbido a la oscuridad y habían torturado y asesinado a todo
su aquelarre. A lo largo de los años habían matado a muchas
brujas, así como a muchas otras facciones de sus mundos,
cosechando su magia, usándolos, haciéndose poderosas. Leah ya
había sido atacada por ellas una vez, cuando era niña. Su intento
de robarla había sido la gota que colmó el vaso para sus padres.

—No —dijo Killian.

Su voz era grave, dura, y le provocó un escalofrío de


excitación. Leah intentó ignorar el calor que se apoderó de su
coño, pero no pudo. Killian no iba a entregarla así como así.

—¿Crees que este pequeño hechizo de protección puede


salvarte?

—Entrégala. —Esta vez una voz masculina llenó el aire.

Leah se giró para ver a un hombre grande, aterrador, y


también desnudo. Tenía varios hombres a su espalda.

—Hay un precio por ella, Killian. No quiero empezar una


guerra contigo.

—La mujer es mía —dijo Killian.

Ella amaba eso. Más que amar eso. Él la consideraba suya.

Ella no iba a hacer un baile de la victoria en este momento.


Respirando hondo, miró hacia Olivia y Greta, sabiendo que no
serían fáciles de derrotar, ni tampoco los lobos. Cerrando los ojos,
recordó todo lo que le habían enseñado.

—Leah, ¿qué estás haciendo?


La naturaleza amaba a las brujas y si eras amable con ella y
no le hacías ningún daño, pedirle ayuda era fácil, aunque un poco
agotador. Leah sabía que sería más fácil sacar bolas de fuego y
lanzárselas a cada uno, pero así podrían escapar. El suelo tembló
bajo ella, y supo que la Madre Naturaleza estaba más que feliz de
responder. Los árboles comenzaron a salir de la tierra, uno casi
matando a Greta.

—Hora de irnos —dijo Leah. Chasqueó los dedos para meter


los sacos de dormir en la bolsa de lona y ésta en la espalda de
Killian.

Él no discutió con ella. En lugar de eso, la agarró de la mano


y, mientras la Madre Naturaleza los distraía, pudieron escapar.

Corrieron por el bosque y Killian no la soltó ni una sola vez.


No sabía cuánto tiempo llevaban corriendo, pero las piernas
empezaban a dolerle y le costaba respirar. Killian se la echó al
hombro y volvieron a ponerse en marcha. Leah quería
desplomarse, pero se mantenía alerta, alzando los brazos,
pidiendo a la Madre Naturaleza que los ayudara, que los guiara,
que los mantuviera a salvo. A cada paso que daban se sentía más
agotada.

—Oh, joder —dijo Killian, deteniéndose.

La bajó al suelo y ella vio cuál era el oh, joder de problema.


Habían llegado al borde de un acantilado, y la caída era enorme.
Vio el agua debajo.
—Tienes que estar bromeando.

—No tenemos tiempo para dar la vuelta. Podrían estar


acercándose a nosotros —dijo Killian, agarrándola de la mano.

—No, podemos dar la vuelta.

—¡No! Saltaremos.

—¿Estás loco? —Ella trató de apartar la mano, pero él no iba


a dejarla ir sin luchar. Leah perdió el equilibrio y cayeron por el
acantilado. No pudo evitar gritar, Killian no le soltó la mano. No
se le ocurría nada que pudiera suavizar el golpe, y si esto no eran
aguas profundas, estaba verdaderamente jodida.

El agua se los tragó a los dos. También tenía un pequeño


problema con el agua y las criaturas que acechaban en su
interior. Muchos años viendo películas habían arruinado su
sentido de la aventura.

Killian le había soltado la mano y, sin mirar, supuso que se


dirigía a la superficie. Sólo cuando se abrió paso respiró hondo.
Cuando estuvo segura de que no estaba muerta, abrió los ojos.
Mantuvo la cabeza fuera del agua y miró. No había rastro de
Killian.

—¡Killian! —gritó su nombre.

—¡Killian!

Estaba segura de que sintió algo nadando junto a su pierna.


—Está bien. No pasa nada. Estoy en el agua y es jodidamente
profunda, pero eso no significa que haya un maldito tiburón.

Killian rompió la superficie justo a su lado.

—¡Maldito imbécil! —Ella le dio una palmada en el hombro.


—¿En qué demonios estabas pensando?

—Así que la pequeña bruja sí tiene garras.

—Perdóname por no mostrarlas de inmediato. Intentaba que


no me mataran. —Ella no estaba perdiendo el tiempo. Leah
comenzó a nadar hacia la orilla. No había playa de arena, sino
suelo lleno de pequeñas rocas. Arrastrándose por ellas, salió del
agua y besó las rocas. —Gracias. Gracias. —No sólo daba las
gracias al suelo por estar allí, sino también a la Madre
Naturaleza. Sabía que sin ella, ambos habrían muerto. Muestra
siempre tu agradecimiento a la Madre Naturaleza.

—No podemos quedarnos aquí —dijo Killian.

—Casi morimos. Estoy bastante segura de que podemos


quedarnos aquí unos minutos.

—¿En qué estabas pensando? —preguntó él, segundos


después. Ella abrió los ojos y lo vio agachado cerca de ella.

—¿En qué estaba pensando?

—En lo que les hiciste a esas brujas y a los lobos.

—¿Vas a gritarme? —preguntó. Con lo agotada que estaba,


no creía tener energía para fingir que no le molestaba.
—No. No voy a gritarte. He visto una buena cantidad de
brujas y hechiceros. Sé que no se toman su tiempo y que rara vez
invocan a los elementos, a menos que cuentes el fuego, para que
los ayuden a escapar.

Leah suspiró. Se pasó las manos por la cara, apartándose el


pelo. —Siempre hay una delgada línea entre el bien y el mal.
Invocar el mal o la magia mala es fácil y eficaz, pero tiene un
precio. Podría haber enviado bolas de fuego hacia ellos, u otras
cosas, pero en lugar de eso invoqué lo que había a nuestro
alrededor.

—Y eso no viene sin su precio. Estás pálida —dijo.

—Sí, invocar algo tan poderoso siempre tiene un precio.


Siempre. —Ella se rió.

Se arrastró hasta ponerse de rodillas y luego se levantó,


sintiéndose un poco tambaleante sobre sus pies.

—Me pregunto por qué la gente cree que soy tan poderosa —
dijo.

Killian la agarró antes de que cayera al suelo. —Te tengo,


princesa.

—¿Princesa? ¿Estás tratando de ser cruel conmigo?

—Eres poderosa. Nunca he visto a otra bruja pedir ayuda a


la naturaleza, ni hacer lo que acabas de hacer. Imagino que
pronto se correrá la voz.
Leah gimió. —Lo que significa que vamos a tener muchos
más visitantes de madrugada.

—Si nos hubiéramos levantado a la primera luz, no habría


pasado. Ya hemos perdido horas con esta tontería. Debemos
irnos.

Killian la agarró de la mano y echaron a andar. Después de


varios minutos, Leah se dio cuenta de que se dirigían hacia una
carretera principal.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—El bosque no es tan seguro como esperaba. El bien y el mal


siguen rigiéndose por una ley. Los humanos no pueden saber de
nosotros, así que tendremos que hacer este viaje cerca de los
humanos.

—Tienes que estar bromeando, ¿verdad? Eso es peligroso. Yo


estuve rodeada de humanos cuando era niña. Créeme, esto es
una mala idea.

—Créeme, ahora mismo, esto es todo lo que tenemos. —


Killian la agarró de la mano, cruzaron la carretera principal y
entraron en el recinto de un taller. Todavía estaban empapados
de su pequeño viaje en el río, o lago, o lo que el infierno que el
agua era. —Tenemos que quitarnos esta ropa.

***
Se habían detenido en un pequeño pueblo, uno que tenía una
tienda de ropa. Leah se había puesto unos vaqueros y una camisa
demasiado grande, y Killian había hecho lo mismo. Ahora
estaban sentados en la cafetería principal del pueblo.

Se dio cuenta de que habían llamado la atención, pero


mantuvo la atención en Leah. Se había puesto pálida durante el
hechizo. No se dio cuenta de lo que estaba haciendo hasta que
vio los árboles adicionales saliendo de la tierra.

En todos sus años de lucha, ni una sola vez había visto a una
bruja pedir ayuda a la Madre Naturaleza. Veía que tenía un gran
precio, pero no tan grande como el de la magia mala.

Killian ordenó comida abundante para ambos y se quedó


mirando a Leah, que miraba a su alrededor. Sus padres le habían
advertido que no había tenido la oportunidad de crecer rodeada
de humanos. Leah había descubierto su magia de niña. Se había
puesto a sí misma y a otros humanos en peligro al ser incapaz de
controlarla. Por eso tuvieron que ir al aquelarre. Además, los
dones de Leah la pusieron en la lista de los 'más buscados'.
Algunos querían cosecharla, otros sacrificarla. Él no permitiría
que le pasara nada. Killian sabía que ya le iba a costar mucho
hacer lo que necesitaba que hiciera.

—¿Has estado cerca de... humanos antes? —preguntó.

—Sí.

—¿Y cómo es?


Killian se rió. —No es diferente de lo que es ahora.

—Mis padres esperaban poder atar mi magia. Ya sabes, algo


así como un hechizo para ponerla en espera.

—¿Lo intentaron?

—Sí, nada funcionó. Fue entonces cuando el aquelarre dijo


que mi magia era demasiado fuerte para ponerla en espera. Por
eso crecí rodeada de magia y del aquelarre. También creían que
era la mejor solución para evitar que me volviera malvada. —Leah
suspiró. —Algunas de mis clases se centraban en que no me
convirtiera a la magia mala.

—Creía que la magia mala había que enseñarla.

—No, forma parte de nosotros desde el principio, o al menos


es un instinto, creo. Es algo difícil de explicar, pero todos tenemos
la misma magia, sólo depende de cómo la usemos y de lo que
queramos al final. Sé que mis padres se asustaron bastante
durante mi adolescencia.

—¿Eras una mocosa?

—No, no lo creo. No quería estar constantemente


aprendiendo magia, quería ir a conocer gente, explorar, pero
decían que eso era demasiado peligroso para mí. Demasiada
gente quería lo que yo tenía. Así que, por un corto tiempo, me
detuve.

—¿Te detuviste?
—Ya sabes, de practicar magia. Me negué a aprender y a
concentrarme. —Se encogió de hombros.

—¿Y qué pasó?

—No mucho. Una de las más altas del aquelarre, Lucinda,


me mostró lo que podía pasar si seguía siendo testaruda. Ella
tenía la habilidad de invocar eventos pasados. No podíamos
volver atrás, pero ella podía traerlos a una habitación si se
concentraba en ellos. Vi algunas de las guerras que se libraron
porque una bruja no aprendió. La gente que mató. Desde
entonces, cada día me concentro, controlo y aprendo.

—Y por eso pudiste invocar a la Tierra —dijo.

—Sí, pero todo tiene un precio. Verás, la magia buena tiene


un precio personal: el agotamiento, posiblemente incluso la
muerte. Con la magia mala, el precio es mayor para el alma.
Cuanto más la usas, más carcome lo que eres, hasta que te
vuelves malvado. —Se encogió de hombros. —Como Olivia y
Greta.

—¿Quiénes?

—Las brujas gemelas que vimos en el bosque. Estuvieron


más que dispuestas a pagar el precio de sus almas, y se las
considera dos de las brujas más oscuras. También creo que se
originaron en mi aquelarre, pero una vez que pasaron a la
oscuridad, cambiaron y mataron a ese aquelarre, ya que no eran
lo suficientemente poderosas como para tomar mi aquelarre. Así
que, yay.

Él rió entre dientes.

Llegó su comida y él esperó a probar un solo bocado hasta


que la vio comer varios bocados grandes. Quería que estuviera
bien. Killian odiaba verla tan pálida. Después de que ella
terminara un gran plato de patatas fritas y una hamburguesa, él
empezó a comer su propia comida.

Sabía que esta misión no estaría exenta de peligros. Incluso


estar con los humanos conllevaba riesgos, ya que a los enemigos
les gustaba llevar muchos disfraces.

—Tu misión no será fácil, Killian. La mayoría quiere a Leah


viva o muerta. Ella es poderosa. Si llevas a nuestra hija allí, debes
prometer que la mantendrás a salvo. Ella debe volver a nosotros.

Leah era amada.

Sabía que el aquelarre había sido duro con ella, ya que había
conocido a Lucinda antes, muchas lunas atrás. Lucinda había
sido quizás su única amiga bruja. Era la hermana de Olivia y
Greta.

Killian no había hablado con Lucinda desde que rechazó a


Leah. Durante años, se habían reunido para simplemente
disfrutar de algo de compañía, dos líderes, alfas por derecho
propio. Ella había hablado de Leah, la niña con tanto potencial,
y de lo preocupada que estaba. Cuando él finalmente conoció a
Leah durante el hechizo de protección que había solicitado a
Lucinda, había sabido que su rechazo pondría en tensión su
amistad con ella.

Terminaron de comer, pagó la cuenta y siguió a Leah a la


salida.

—¿Qué tal si tomamos un coche? —preguntó Leah.

Atrapado en un automóvil de metal con Leah. Eso no era lo


suficientemente bueno.

—No, necesito que vayamos a pie.

Sus hombros se desplomaron.

Extendió la mano, agarrando la de ella y entrelazando sus


dedos. Su lobo se calmó en su mente mientras hacía eso. Killian
y su lobo no estaban en términos amistosos. Su lobo quería a su
compañera. Killian quería a su compañera, pero no a costa de lo
que eso significaría. Alejó esos pensamientos y preocupaciones
de su mente. Sabía lo que era mejor para él, para ambos y para
su manada.

Comenzaron a caminar fuera del pueblo. Una vez que


salieron del pueblo, no tuvo otra opción que llevarlos al borde del
bosque una vez más.

—Ves, no puedes resistirte. Te encanta el bosque —dijo ella.

Él negó con la cabeza, pero se mantuvo alerta mientras


seguían caminando. Leah seguía tarareando y él estaba tan
concentrado en lo que lo rodeaba que no vio lo que ella hacía
hasta que la luz se hizo demasiado intensa.

—¡Qué demonios! —gruñó.

Ella apagó la luz. —Lo siento, sólo estaba, ya sabes,


concentrándome. Es una cosa de control.

La empujó al árbol más cercano. —¡Casi te matas invocando


a la Madre Naturaleza, y ahora crees que tienes que seguir
usando tu energía!

—Era un hechizo de protección —dijo Leah. Tenía los ojos


muy abiertos. —Para ti. Esa flecha que apenas detuve estaba
dirigida a ti. Ahora, ningún arma penetrará el campo que te
rodea.

Killian respiró hondo y vio lágrimas brillar en sus ojos. La


había asustado.

—Sólo estaba arreglando mi error —dijo ella.

—La magia se lleva tu energía, Leah. A partir de ahora, no


lances ni un solo hechizo a menos que yo te lo diga.

La dejó ir, aunque lo único que quería era frotar su cuerpo


contra el de ella, besarla y desnudarla. Killian la quería
completamente desnuda, sentir su carne desnuda contra la suya.
Cada segundo que pasaba con ella, ese impulso se hacía más
fuerte. Él era más fuerte que ese impulso. Tomándola de la mano,
la vio dudar.
—Puedo cuidarme solo —le dijo.

—Estabas profundamente dormido. Yo te salvé.

Él gruñó y esta vez, Leah se rió.

—Eres un hombre miserable, ¿verdad?

Killian hizo caso omiso y continuaron su viaje. Tenían que


concentrarse y dejar de hacer paradas innecesarias. Cuanto más
tiempo pasaba en su compañía, más difícil le resultaba.

Podía rechazarla, negar que fuera su compañera, pero eso no


impedía que los sentimientos inundaran su cuerpo al estar cerca
de ella. Killian quería estar cerca de ella. Tocarla era un jodido
sueño. Respirarla era exquisito.

Leah era una tentación que no quería negarse a sí mismo.


Pero iba a seguir negándose. Al final de este viaje, ambos serían
libres. Una vez que eso sucediera, él no tendría ninguno de estos
deseos. Leah dejaría de ser una tentación para él.

—Estás cometiendo un gran error.

No, no lo estaba. Lucinda se había dado cuenta de sus planes


y le había aconsejado que se llevara a Leah a su manada y la
dejara vivir con él, para que viera que era perfecta para él. Él le
contó a Lucinda de la profecía. De la perdición de una bruja. No
iba a arriesgarse. No habría bruja para él.

No habría felices para siempre.


Capítulo 3
Dos días después

Killian era un lobo malhumorado. Era un hombre


malhumorado.

Leah sabía que prefería el silencio.

Habían pasado otra noche en el suelo del bosque. Esta vez,


nadie había estado allí para despertarlos bruscamente. Esta
noche, habían tropezado con otro pequeño pueblo humano. En
lugar de arriesgarse a ir al bosque, Killian los había alojado en
un hotel.

Mirando la cama, Leah se preguntó si otras parejas habían


dormido en ella. No es que Killian y ella fueran pareja. No. No en
los últimos dos días. Él había vuelto a ser el tipo melancólico y
silencioso que no hablaba mucho.

Miró por la ventana mientras su estómago gruñía. Killian le


había ordenado que se quedara dentro, y de eso hacía casi una
hora.

—¿Aburrida?
Leah se giró y vio una versión teletransportada de Lucinda
en la esquina. Lucinda era una de sus mejores amigas y
mentoras, y la había ayudado mucho mientras crecía.

—Sí, mega-aburrida.

—¿Dónde está Killian? —preguntó.

—Fue a buscar comida. —Se sentó en el borde de la cama. —


¿Cómo sabías dónde estábamos?

—Tu collar. Le puse un hechizo localizador antes de dártelo


de niña.

Leah miró el pequeño collar. Era un corazón con una única


gema en el centro. De niña le encantaba el collar y nunca se lo
había quitado.

—Debería haberlo sabido.

Lucinda sonrió. —Pareces preocupada, niña.

Leah frunció el ceño. —Es difícil, supongo. Killian me odia.

—No te odia.

—¿No? Créeme, no has salido con él en los últimos tres días.


No puede soportar el hecho de que soy una bruja. ¿Sabes siquiera
en qué consiste esta misión?

Lucinda apartó la mirada.

—¿Lo sabes? —preguntó Leah.

—Lo sé, pero no puedo decirte de qué se trata.


Leah suspiró. —Claro que no.

—¿Qué tienes en mente, Leah?

—¿Qué no tengo en mente? Estoy en una misión secreta con


mi compañero. Ya sabes, el mismo compañero que me rechazó,
que no me soporta y que preferiría que fuera un monstruo
carnívoro antes que una bruja.

—Eso no es verdad.

—¿No lo es? Viste cómo me trató delante de su manada.


Todos se rieron.

Lucinda se rió. —Ninguno de ellos se rió, Leah. La manada


de Killian estaba horrorizada por su rechazo.

Leah exhaló un suspiro. —Tal vez sólo escuché la risa en mi


cabeza o algo así. —Ella envolvió sus brazos alrededor de su
cuerpo, queriendo algo de consuelo.

—Te abrazaría si pudiera.

Lucinda sólo podía comunicarse así. Si tocaba algo, se


evaporaba.

—Está bien.

—Sabes, Killian no es un hombre complicado.

—Podría haberme engañado.


—Él siente esos lazos tanto como tú. Sé que esto te está
lastimando. Estar cerca de tu compañero y no saber qué hacer.
Deja de luchar contra ellos, Leah. Confía en mí en esto.

—No puedo ceder ante él primero —dijo Leah. —Eso me


convertiría en el felpudo débil.

—Siempre me has escuchado en el pasado —dijo Lucinda. —


Tienes que dejar de luchar contra estos sentimientos hacia
Killian. Sé que esto va a ser difícil para ti, porque eres una niña
testaruda.

—Ya tengo veinticinco años. No soy una niña —dijo Leah.

Lucinda se rió entre dientes. —Siempre serás una niña


pequeña para mí. Killian es testarudo, como tú, pero estoy segura
de que ha demostrado una y otra vez que te valora. ¿Te ha
protegido? ¿Te ha tomado de la mano? ¿Te ha abrazado? ¿Te ha
alimentado? ¿Te ha cuidado?

Leah pensó en los últimos tres días y él había hecho eso. —


Sí, tuvimos un pequeño encuentro con Olivia y Greta, así como
con un tipo alfa grande y peludo y su manada.

—¿Olivia y Greta? ¿Estás bien?

—Sigo viva. Creo que ellas también.

—¿Usaste magia oscura?

—No. Pedí ayuda a la Madre Naturaleza y ella acudió —dijo


Leah. Le contó a Lucinda exactamente lo que había pasado.
—No debes caer nunca en la tentación de usar magia oscura
—dijo Lucinda.

—No lo haré.

—Así es como Olivia y Greta intentarán que te conviertas. Si


pueden llevarte, llenarte de magia oscura, te usarán como arma.

Leah había oído hablar de esas pesadillas antes. Ella no iba


a ser el arma de nadie.

—Lo sé, Lucinda.

—Debo irme, Killian se acerca. Piensa en lo que te he dicho.

La puerta de la habitación del hotel se abrió y Lucinda se


había ido.

—¿Con quién estabas hablando? —preguntó Killian.

—Con la pared. —Leah se levantó de la cama y se acercó a


él. —Me preguntaba si habrías ido a construir un drive-thru
entero ya que tardabas tanto.

Resopló, luego cerró y trabó la puerta. —Tenía que


asegurarme de que no me seguían.

Se sentaron a los pies de la cama y él le tendió una bolsa de


papel marrón. Estaba caliente y los olores le hicieron agua la boca
y gruñir el estómago.

—Siento haber tardado tanto —dijo él.


Abrió la bolsa y vio varios paquetes envueltos. Leah se moría
de hambre. Desenvolvió una hamburguesa y después de sólo tres
bocados, se la había comido. Usar magia siempre le daba
hambre. Killian no se lo había pedido, pero ella había puesto otro
hechizo de protección alrededor de su habitación mientras él no
estaba. Además, para que no lo rastrearan, había ocultado su
olor, incluso lo había enmascarado. Nadie podría detectarlo. Lo
miró mientras comía sus hamburguesas.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Ahora mismo, odiaba a


Lucinda. Su molesta amiga y guía, siempre entrometiéndose,
siempre despertando su curiosidad.

—¿Puedo impedírtelo?

—No, te lo preguntaría de todos modos.

—Bien —dijo Killian.

—Si no fuera bruja, ¿me habrías rechazado?

Killian se llevó una patata frita a los labios, pero no se la


comió.

Ella esperó.

Él dirigió su mirada hacia ella.

—Es una pregunta perfectamente razonable. ¿Me habrías


rechazado igualmente si hubiera sido... una vampiro? ¿Una loba?
¿Una humana?
Él comió la patata frita, pero ella vio que la masticaba
lentamente.

—La respuesta no importa.

—En realidad, para mí sí importa. Tuve que lidiar con tu


rechazo público delante de toda tu manada. Me preguntaba si es
mi brujería lo que te echó para atrás. —Se encogió de hombros.
No iba a llorar.

—Sí —dijo Killian.

—¿A qué? ¿A mi brujería? ¿O a que yo sea otra cosa?

—Tu brujería me echó para atrás. Si hubieras sido una loba


o una humana, no te habría rechazado. Habrías sido mía al final
de la noche.

De acuerdo, eso no picó. No, jodidamente dolió.

Su apetito se desvaneció. Ya no tenía hambre.

—Oh. ¿Me habrías rechazado si hubiera sido una vampiro?


—preguntó.

—Los vampiros y los lobos no se llevan bien. Habría sido una


receta para el desastre.

Ella asintió con la cabeza, mirando al frente.

—Sabes, estoy bastante llena y viendo que no me he bañado


en más de dos días, viendo que nos dimos esa agradable y larga
zambullida en el lago o río, o lo que sea, voy a darme una ducha.
—¿Leah?

—No te preocupes por eso —dijo Leah.

—No quiero hacerte daño.

—Lo sé, y prefiero saber la verdad de todos modos.

Entró en el cuarto de baño, cerró y trabó la puerta. Abriendo


el grifo, Leah cerró los ojos y apretó las manos en un puño
mientras oía el primer trueno.

Está bien. Estoy bien. Está bien. Vamos, Leah, contrólate. Está
bien. Estaba siendo honesto y eso es lo que querías oír. Completa
y absoluta honestidad.

Eso había tenido un precio. Se había sentido como si le


hubieran dado una patada en el estómago. No, se había sentido
como si él le hubiera sacado el corazón y lo hubiera pisoteado
repetidamente.

—Si hubieras sido una loba o una humana, no te habría


rechazado. Habrías sido mía al final de la noche.

Eso había sido cruel. Ella no era lo suficientemente buena


para aparearse. Su brujería lo había echado para atrás.

Otro aullido de trueno, y a través del cuarto de baño, vio el


relámpago. No había forma de que ella estuviera controlando eso.
Ella estaba bien. Sus emociones estaban bajo control.

Se quitó la ropa, segura de que el hedor la estaba haciendo


enfermar.
Al entrar en la ducha, oyó el golpeteo de la lluvia. Esa no era
ella.

***
—¡Tienes que ir con ella!

Killian tiró la comida que tenía en las manos, sobresaltado al


ver aparecer a Lucinda en la esquina.

—¿Qué demonios? Te he dicho que no hagas eso.

—Y yo no te hago caso. No cuando has hecho daño a una de


las mujeres más buenas, amables y dulces que conozco. Leah no
merece estar unida a ti.

Otro gruñido de trueno, junto con un relámpago, pudo oírse


y verse, incluso a través de las cortinas. Oyó la lluvia al caer.

Lucinda gimió. —¡Tienes que ir y arreglarlo!

—¿Por qué?

—Leah está provocando el mal tiempo.

Killian sacudió la cabeza. —No, eso no es posible.

—Maldita sea, Killian, ¿qué le has dicho?

Le contó a Lucinda, con reticencia, lo que Leah le había


preguntado. Su vieja amiga parecía querer asesinarlo.
—¿Has olvidado todo lo que te he dicho? —preguntó Lucinda.
—Leah siente dolor, siente ira, y en el aquelarre nos dimos cuenta
de que afecta a los elementos que la rodean. El tiempo cambia.
Está tan en sintonía con la naturaleza que sentimos que puede
pedirle ayuda tan fácilmente. Leah está herida. Tu honestidad la
ha herido. Si no vas a ayudarla, a calmarla, esto empeorará.

Otro relámpago, seguido inmediatamente por un trueno.

—Leah siente con toda su alma. Sé que no entiendes lo que


eso significa. Ella no ha estado cerca de alguien como tú, y es
joven. Sólo sabe lo que siente y mientras sigas rechazándola, una
parte de ella querrá estar cerca de ti. Ese es el punto del vínculo
de apareamiento.

—El cual voy a eliminar.

Lucinda chasqueó la lengua. —Entonces lo menos que


puedes hacer es ayudarla ahora. Tienes la oportunidad de
disfrutar del sabor de una compañera, algo que llevas décadas
deseando y nunca se te ha concedido. Ahora que la tienes, mira
cómo la tratas. Imagino que el destino te está deseando todo tipo
de karma incalculable.

Con eso, Lucinda se había ido, pero el trueno y el relámpago


no.

Se puso en pie y se dirigió al cuarto de baño. Tenía un oído


magnífico y sabía que Leah estaba llorando. Intentó ignorarlo,
pero con cada segundo que pasaba y el tiempo que hacía, no
podía hacerlo.

—Leah, déjame entrar. Hablemos.

Otro fuerte estruendo. La lluvia parecía arreciar. Gruñó e


intentó abrir la puerta. Estaba trabada. Cerró los ojos y sintió la
tentación de dejarla, pero sabía que no podía.

Fue fácil forzar la cerradura y entró en el cuarto de baño.


Leah no estaba por ninguna parte. Su ropa estaba en el suelo y
él dio un paso hacia la ducha. Ella permanecía de pie bajo el
agua.

—Fuera —dijo Leah.

—Me pediste la verdad —dijo él.

—Y la tengo, ahora lárgate.

—Tienes que poner tu mierda en orden.

Ella giró la cabeza y él trató de no mirar a lo largo de su


espalda, pero era jodidamente difícil. Sobre todo porque su culo
se veía tan tentador. Regordete y jugoso, diseñado para estar en
la palma de su mano y para que él lo sostuviera mientras se la
follaba duro, rápido y profundo. Por eso quería evitar estar cerca
de ella. Era una tentación. Y cada minuto que pasaba con ella,
más difícil era para él querer romper su vínculo.
Lucinda tenía razón. Durante décadas había estado
esperando, rezando por su compañera. Ahora que la tenía, iba a
renunciar a ella por la seguridad de su manada.

—Fuera —dijo Leah.

Se metió en la ducha, sin importarle que su ropa se estuviera


mojando.

—Sé que te estoy haciendo daño, pero tienes que ver que es
por tu propio bien —dijo.

—Rechazarme es por mi propio bien. ¿Qué clase de mierda


es esa?

Se dio cuenta de que cuando ella estaba dolida, maldecía


mucho más. Le parecía bonito.

—Soy viejo, Leah. Tú aún eres joven y sé que los lobos y las
brujas sólo se mezclan bien en pequeñas dosis. Tú y yo nos
haríamos infelices mutuamente en poco tiempo.

—Eso no lo sabes. Es imposible que lo sepas —dijo ella,


sorbiendo. —Ni siquiera nos diste una oportunidad.

La rodeó con el brazo después de que otro estruendo llenara


el aire. En cuanto la tocó, se sintió jodidamente liberado. Apretó
la cara contra su cuello y la respiró. El lobo que llevaba dentro se
calmó.
Durante tres días su lobo se había negado a calmarse.
Siempre tenso, listo para atacar. Era agotador, y sabía que era
parte de su castigo por el viaje que estaban haciendo.

—¿Por qué darnos algo que no podemos tener? —dijo Killian.

—¿Quién dice que no podemos tenerlo? —preguntó Leah. —


¿Por qué no darnos esta oportunidad?

Se giró en sus brazos. Sus tetas se apretaron contra su


pecho. Sus manos estaban cerca de la base de su espalda. Unos
pocos centímetros le permitirían tocar ese precioso culo, y él lo
deseaba con todas sus fuerzas. Pero no lo hizo.

Acariciándole la cara, ella lo obligó a mirarla.

Él no quería apartar la mirada. Tenía los ojos enrojecidos por


el llanto y él se odió por haberlo provocado. Lo único que quería
era protegerla a ella y a su manada. No había manera de que él
tuviera ambas cosas.

—No sé cuánto tiempo vamos a estar en esta misión, pero


¿por qué no permitirnos el lujo de ser compañeros? Tú no estás
cerca de tu manada. Yo no estoy cerca de mi aquelarre. Sólo
somos nosotros dos, Killian. Nadie necesita saberlo y cuando
hayamos hecho lo que necesitas, podemos volver a nuestras
vidas. Al menos nos habríamos dado una oportunidad.

Maldita sea, era tan tentador.

Su mirada se dirigió a sus labios y él vio cómo hundía los


dientes en su labio inferior.
—¿Sería tan difícil pensar en ello? —preguntó ella. —Esta
noche.

Se separó de él y salió de la ducha. Él no se giró pero supo


que ella había agarrado una toalla y había salido del cuarto de
baño.

Cerró el grifo del agua caliente y se quitó la ropa en el baño,


ya que estaba empapada. Al salir, intentó no pensar en el cuerpo
de ella contra el suyo ni en la tentación que sentía.

El viaje había durado más de lo que él había planeado. No


sabía cuánto tiempo iban a tardar en encontrar lo que estaba
buscando. Los detalles del camino estaban grabados en su
mente. El vidente le había dado a beber un brebaje, y sólo él tenía
las indicaciones para llegar a la bruja que lo ayudaría.

Pensó en Leah. Tenerla sólo para él, hacerla su compañera


sólo por esta vez, y luego, una vez que encontrara a la bruja,
cortar los lazos que los unían. Podría tener lo mejor de ambos
mundos, aunque sólo fuera por un tiempo. Leah, su compañera,
así como la seguridad de su manada. Por el tiempo que durara,
se empaparía de ello.

Con una toalla alrededor de la cintura, entró en la habitación


principal del hotel. Leah tenía una toalla alrededor del cuerpo y
usaba otra para secarse el pelo.

Los truenos y relámpagos habían cesado. Sólo quedaba un


poco de lluvia, y no caía tan feroz como antes.
—¿Te ha besado algún hombre alguna vez? —preguntó.

Leah se giró, con la boca ligeramente abierta por la sorpresa.


—¿Qué?

Él dio un paso hacia ella. —¿Te ha besado alguien alguna


vez? —preguntó.

Ella negó con la cabeza, lamiéndose los labios. —No.

Redujo la distancia que los separaba. Ahora estaban muy


cerca, uno al lado del otro. Leah no intentó escapar. Inclinó la
cabeza hacia atrás para mirarlo y, al hacerlo, se mordisqueó la
comisura de los labios.

Le puso una mano en la cintura y la otra en la nuca. —


Entonces vamos a rectificar eso.

Killian no le dio oportunidad de discutir. Atrayéndola hacia


sí, apretó los labios contra los suyos y le dio el beso que había
estado deseando. Al pasarle la lengua por los labios, ella gimió y
jadeó, y él se metió dentro, tragándose los sonidos de placer. No
podía saciarse.

Movió la mano que tenía en su cintura alrededor de su


espalda, bajó hasta su culo, agarró la carne llena y regordeta y la
acercó. Esta vez no ocultó su excitación. No tenía sentido hacerlo.

La maldita toalla estorbaba, así que se la quitó rápidamente


del cuerpo y por fin la sintió piel con piel. Al romper el beso,
ambos jadearon. El cuerpo de él ardía.
Leah se quitó la toalla y su polla se apretó contra su
estómago.

Pasó las manos por su espalda, bajó hacia su culo y volvió a


subir hasta su cara, la miró fijamente a los ojos y se apoderó de
sus labios una vez más. La deseaba. Killian no podía negarlo.
Rechazarla había sido una de las cosas más difíciles que había
hecho nunca. Todo lo que siempre había querido era a su
compañera.

Podría tenerla, si ella estuviera dispuesta a renunciar a ser


quien era, y él se negaba a pedirle eso. Killian nunca se separaría
de su lobo, ni siquiera cuando su lobo se comportara como un
jodido bebé.

Tendrían este tiempo juntos, y luego al final de su viaje, él


eliminaría el vínculo.
Capítulo 4
Tenía que ser una de las ideas más locas que se le habían
ocurrido. No tenía ninguna lógica. Ni una pizca. Aunque Leah
sabía que debía poner fin a esto de una vez, no podía apartarse,
ni abofetearlo. Esta había sido su idea, y los labios de él, oh Dios
mío.

No podía pensar. Bueno, técnicamente, podía pensar, pero el


beso era algo fuera de lo común: asombroso, bueno, loco,
increíble y tantas otras palabras. Su cuerpo ardía con un simple
beso. La unión de los labios. El roce de las bocas. Leah apartó de
su mente todas las palabras descriptivas que encontró, ya que
este beso era algo especial.

No sólo su boca era maravillosa, sino que sus manos también


la estaban volviendo un poco loca. Una de ellas le apretaba el
culo, mientras que la otra le agarraba la nuca, no demasiado
fuerte, pero lo suficiente para que supiera que hablaba en serio.
No le importaba. Con sus manos sobre ella, apoyó las palmas
contra su pecho y empezó a recorrer su cuerpo.

Aunque la había rechazado públicamente delante de su


manada, eso no le había impedido seguir deseándolo. Esas
molestas hormonas. Además, todo el asunto de los compañeros
unidos. Le habían advertido que cuando se tratara de Killian,
sería una tonta para él, y sí, realmente lo era. Y si esto era todo
lo que podía conseguir por ahora, entonces lo tomaría.

Es cierto que no sabía exactamente lo que quería. Olvida eso,


lo sabía. Quería tener sexo con Killian. Cada vez que lo veía,
siempre tenía ganas de desnudarse y frotar su cuerpo sobre el de
él. Por lo que ella sabía, especialmente de sus padres, se trataba
de una cosa de compañeros. Había visto a sus padres varias veces
y había intentado borrar las imágenes de sus retinas, pero
seguían ahí.

Deslizó la mano por su estómago, ya que no llevaba toalla, y


nada detuvo su camino. Su piel era tan suave y a la vez tan dura
como una roca, y bajó hacia su polla.

Killian soltó un gruñido y rompió el beso.

—Prepárate para las consecuencias si me tocas —dijo.

—¿Qué tipo de consecuencias? —preguntó ella.

—Tendrás que encargarte de ello. —Le dio un beso en el


cuello.

Le encantaba esta faceta de Killian. En el fondo de su mente,


no podía evitar preguntarse por qué él no podía ser más así. Esto
era divertido. El sexy Killian era irresistible.

Tuvo que preguntarse si debía rendirse a él o hacerlo trabajar


para conseguirlo. De repente, él la hizo girar, y su espalda quedó
presionada contra su frente, y la palma de su mano contra su
estómago. Ella jadeó cuando él no se quedó allí mucho tiempo.
Una de sus manos se desplazó hacia arriba, envolviendo un
pecho en su gran palma. La otra se deslizó hacia abajo, en
dirección a su coño, donde la acarició.

Leah seguía desnuda, y sentir su cálida palma contra su


carne caliente le hacía aún más difícil concentrarse.

—¿Estás mojada para mí? —le preguntó.

—Acaríciame y averígualo. —No tenía ni idea de dónde venían


esas palabras.

Su dedo se deslizó por su coño, rozando su clítoris, y Leah


lanzó un gemido. No podía hacer nada más. El placer fue
instantáneo y casi chocante en su intensidad. Nunca se había
sentido así, nunca. Se había tocado a sí misma, llevando su
cuerpo a múltiples orgasmos por sí sola, pero nunca su toque se
había sentido tan... en llamas.

Llevando la mano a su espalda, le acarició desde el estómago


hacia abajo, deseando tocarlo, darle placer, exactamente de la
misma forma que él lo estaba haciendo por ella. Encontró su
longitud y la rodeó con los dedos, totalmente sorprendida por su
enorme tamaño. Era imposible que cupiera. Era largo, grueso y
casi demasiado ancho. Subió los dedos hasta la punta de la polla
y descubrió que ya tenía abundante pre-semen. Trabajando en
su longitud, ella comenzó a frotarlo, deslizando sus manos hacia
arriba y hacia abajo.
Al mismo tiempo, Killian ya había empezado a trabajar en su
clítoris, deslizando un dedo por su hendidura. Empezó con uno,
pero pronto cambió a dos mientras trabajaba su cuerpo. Ella no
se sentía para nada en control.

A los pocos segundos de que él la tocara, estaba muy cerca


del orgasmo. De hecho, sintió que el clímax empezaba a crecer,
pero demasiado pronto, Killian dejó de tocarla y pensó que había
cambiado de opinión. Estaba a punto de dejar que la decepción
se instalara en su interior, pero él no le dio la oportunidad. Killian
no había terminado con ella.

La empujó hacia la cama, abriéndole las piernas de par en


par, y antes de que pudiera preguntarle qué demonios estaba
haciendo, no tuvo necesidad de hacerlo. Sus labios hambrientos
estaban en su centro, deslizándose por su clítoris, acariciando su
protuberancia, y luego deslizándose hacia abajo, rodeando su
coño.

—¿Eres virgen? —le preguntó. Su voz ronca atravesó la


bruma de placer que la envolvía.

—Sí. —Ni siquiera pensó en mentirle. ¿Qué sentido tenía?

El gruñido que él emitió hizo que una oleada de placer


recorriera su cuerpo. Era como si todo su ser estuviera en
sintonía con él.

Deslizó las manos por debajo de su cuerpo, agarrándola por


el culo, y luego volvió a meter la lengua entre sus piernas
abiertas. Empezó a darse un festín con ella, y cada caricia hacía
que su orgasmo subiera más y más. Ella sabía que no estaba lejos
de la liberación, pero Killian parecía tener otras ideas, ya que la
mantenía inmóvil en el precipicio, sin permitir que cayera por el
borde, pero manteniéndola en equilibrio sobre él.

Se deleitaba con cada caricia, cada lametón, cada chupada.


Sabía que llegaría un momento en que esto no volvería a suceder.
No estarían juntos. Killian no tenía en mente un para siempre. Él
sólo tenía el ahora, y Leah estaba más que feliz por el ahora. Era
mejor que nada.

Killian siempre sería su compañero, y ella había decidido que


no iba a dejarlo ir. Podía rechazarla todo lo que quisiera, pero eso
no cambiaba el hecho de que estaban destinados a estar juntos.
Los dioses del destino los habían unido, y ella iba a hacer que se
sintieran orgullosos.

Otro gemido salió de sus labios cuando él se metió el clítoris


en la boca.

No había forma de que pudiera pensar.

Le apretó el culo con más fuerza y luego su lengua se deslizó


hacia delante y hacia atrás por su clítoris, y ella gimió. Esta vez
era diferente. Ella sabía que él no pensaba detenerse hasta que
ella hubiera llegado al orgasmo. Leah intentó contenerse, pero le
fue imposible. Su boca y su lengua eran totalmente perversas y
ella se merecía esto. Se corrió con fuerza, gritando su nombre. El
eco resonó en las paredes, como si rebotara por todas partes.
Nunca había sentido algo tan increíble, y sabía que era gracias a
Killian. Él hizo que se sintiera aún mejor de lo que probablemente
debía, pero a ella no le importaba.

Antes de que las réplicas de su liberación se hubieran


desvanecido, sorprendió a Killian empujándolo hacia la cama. Si
no hubiera sido por la conmoción de su ataque, habría tenido que
utilizar la magia para conseguir que él hiciera lo que ella deseaba.
Ahora lo tenía a su merced. Sonriéndole, se metió entre sus
piernas.

—Leah, ¿qué estás haciendo? —le preguntó.

—Dijiste que si te la ponía dura, tendría que encargarme de


ello. —Ella envolvió sus dedos alrededor de la longitud, no es que
necesitara tocarlo. Ya había visto que estaba duro como una
piedra. —Y eso es lo que voy a hacer.

Ella nunca antes había chupado la polla de un hombre, pero


a medida que se acercaba, Killian comenzó a darle instrucciones.
Sin dientes, chupar fuerte, y luego tomarlo profundamente. El
pre-semen se deslizó por su lengua mientras lo metía en su boca,
y ella gimió alrededor de su polla.

Él gruñó y luego apretó el pelo de ella con el puño,


rodeándolo. Empezó a mecerse dentro de su boca y Leah lo tomó,
centímetro a centímetro. Cuando llegó al fondo de su garganta,
profirió otro gruñido ronco, y a ella le encantó verlo retorcerse.
Esta vez se lo metió hasta el fondo de la boca, llegando hasta
el fondo de la garganta, y no se detuvo, sino que trató de chupar
más. Consiguió un poco más, pero sintió arcadas y se detuvo.

—Oh, joder, nena, eso es. Toma mi polla. Tu boca se ve tan


jodidamente bonita alrededor de mi polla.

Ella movió la cabeza, marcando el ritmo, y Killian la ayudó,


mostrándole exactamente lo que quería que hiciera. Le encantaba
ver el placer en su cara, en sus ojos.

Leah sintió que su polla se endurecía y lo supo. Él le advirtió


que si no quería que le llenara la boca de semen, tenía que
detenerse, pero ella no iba a hacerlo. Killian no había hecho eso
con ella, y mientras él se corría, ella se tragó hasta la última gota.

***
Killian sabía que debía poner fin a esta familiaridad, al día
siguiente, cuando emprendieron de nuevo el viaje. Habían pasado
la noche en el hotel, durmiendo hasta bien entrada la mañana.
Se había despertado varias veces con Leah entre sus brazos, y no
había querido dejarla marchar.

No se la había follado, aunque lo deseaba. Ella era virgen. Su


compañera. Pero con este viaje, él sabía lo que estaban buscando,
y no podía hacerle eso a Leah.
Esta mañana, había estado a punto de decirle que la noche
anterior había sido el único momento en que se habían explorado
mutuamente como compañeros. Pero ella había echado la cabeza
hacia atrás y lo había mirado con esos grandes ojos marrones, y
él no había sido capaz de decir las palabras que la lastimarían.

Era un bastardo. Leah no tenía ni idea de lo que iba a pasar.


Además, estaba siendo un imbécil egoísta porque no quería
detenerse. Le encantaba tenerla entre sus brazos, oler su pelo,
saber que su olor la rodeaba.

También estaba la otra pequeña ventaja de verla desnuda,


mirarla, desearla, anhelarla y tocarle las tetas y el coño, por no
mencionar la libertad de tocarle el culo.

Hasta entonces, había podido resistirse, pero a medida que


avanzaban por el linde del bosque, le resultaba más difícil
resistirse a ella. Ella lo tomó de la mano mientras avanzaban por
la ruta más segura, pero él sabía que los estaban siguiendo.

—¿Nos pueden oler? —preguntó.

—No. Saben que hay algo aquí, pero no pueden detectarlo


realmente. La magia tiene su propio olor, por eso nos siguen.

—¿Pueden oírnos?

—No —dijo Leah. —¿Qué quieres que haga?

—Quédate aquí.
Soltó a Leah y se dio la vuelta. La noche había empezado a
caer, pero su visión seguía siendo perfecta. Lentamente,
escudriñó el bosque y entonces los vio: dos vampiros. Casi sin
sol, podían aventurarse en la noche. El hechizo de protección de
Leah no sólo había evitado que lo olieran, sino que también había
evitado que él los oliera a ellos. Empezó a dar varios pasos y Leah
extendió la mano hacia él.

—¿Qué haces? —le preguntó en un susurro.

—Voy a hablar con nuestros pequeños acosadores.

—Deberíamos seguir avanzando.

—No. Van a poner nuestras vidas en peligro. No permitiré que


eso ocurra. ¡Quédate aquí! —Esperaba que ella escuchara
razones.

Los vampiros no eran muy bonitos. No cuando tenían su cara


de caza. Colmillos, carne que parecía ondularse. Incluso
asustaban a Killian, y él había matado a su parte justa de ellos.
Eso no impedía que se asustara. Carne facial ondulante, sin
mencionar que la lengua parecía cobrar vida propia.

Killian sabía que dondequiera que fuera, el hechizo de


protección se quedaría con él. Avanzó por el bosque y los vio.
Estaban juntos, con las manos extendidas, como si trataran de
tocar lo que los ayudaba a protegerse a él y a Leah.
No le costó mucho rodearlos, y entonces los tuvo en su punto
de mira. Sus manos se transformaron en las del lobo, las garras
afiladas, listas para arrancar cualquier carne.

Giraron sobre sí mismos, y fue entonces cuando se fijó en los


medallones que ambos llevaban. En su mente, vio el mapa que
se había grabado en su mente. Tenía que avanzar hasta
encontrar ese mismo medallón.

El vampiro de su izquierda siseó.

—¿Por qué nos siguen? —dijo Killian.

—No somos nosotros los que los seguimos, sino ustedes los
que nos siguen a nosotros. —Esto vino del que estaba a su
derecha, y parecía hablar casi como una serpiente.

—¿Qué tienen para decirme? —preguntó Killian.

El vampiro de la izquierda respondió. —Debemos darte el


precio de lo que buscas. Debes estar completamente apareado
con aquello que esperas rechazar.

—¿Qué? —preguntó Killian.

—Tu búsqueda no viene sin un precio. Debes conocer el más


puro placer y el apareamiento completo, antes de que esperes
encontrar a aquella que le pondrá fin. Siempre hay un precio para
que lo que es natural, se convierta en ... truncado. —Esto vino de
la derecha.
Killian sacudió la cabeza. —No se me habló de esto. Todo lo
que tenía que hacer era traerla. Eso fue todo, ese fue el trato.

Ambos vampiros sonrieron. —Te advirtieron que en el camino


habría que pagar un precio más alto. No es tan simple como un
viaje para conseguir lo que quieres. Siempre hay un sacrificio, y
cuanto más grande es, mayor es el precio.

—Estoy planeando romper nuestro vínculo de apareamiento


—dijo Killian. —Eso no es un gran sacrificio.

Cada vampiro hizo una mueca y siseó a su vez. Estaba claro


que los había hecho enojar. Se giraron el uno hacia el otro y luego
lo miraron fijamente.

Algo se disparó a través de un medallón, haciendo estallar su


mente, y no tuvo oportunidad de combatirlo. No era aterrador ni
peligroso. En cambio, era una visión de un futuro, su futuro y el
de Leah.

—Muchas criaturas transitan por este mundo, perdidas y


solas, sin encontrar nunca a sus compañeros, su vida, su razón
para respirar. Tener a una persona así es un verdadero don y una
bendición. Muchos lo sacrificarían todo para encontrar a la
persona que les traería paz, amor, una vida digna de ser vivida.
Romper el vínculo que te fue dado, por el destino mismo, es un
gran sacrificio. Debes sentir el verdadero dolor de lo que estás
haciendo.
La visión se evaporó, pero Killian la había visto. Él y Leah,
viviendo juntos, haciendo el amor, follando, teniendo hijos. Él
corriendo por el bosque mientras Leah lo esperaba, usando su
magia para rastrearlo, sabiendo cuándo iba a atacar. A ella le
encantaba ser perseguida, y a él le encantaba correr tras ella.

—¿Es... es este el futuro? —preguntó Killian. —Porque esto


es crueldad. He leído la profecía sobre que será mi perdición y la
de mi manada. Ella es una bruja.

Los vampiros tintinearon.

—Te hemos mostrado lo que podría suceder. Nunca nada


está predicho. Siempre hay una posibilidad de cambio. Estás tan
decidido a eliminar tu vínculo, pero el futuro siempre cambia. En
cuanto a las profecías, nunca son seguras. —Los vampiros
siseaban mientras hablaban juntos. —Nuestra parte aquí está
hecha. El resto depende de ti. Sigue adelante hasta que veas la
estrella plateada.

Sin más, desaparecieron.

¿Qué demonios...? El cielo estaba lleno de estrellas


plateadas. ¿Cómo iba a entender eso?

—¿Killian?

Levantó la vista y vio a Leah deambulando por el bosque.


Sostenía una luz gigante en la palma de su mano. En cuanto lo
vio, la apagó.

—Estaba empezando a preocuparme.


—¿Por qué? Iba a volver contigo. Te lo dije —dijo, más
molesto por haberse distraído con los vampiros.

No le gustaba el precio que le estaban imponiendo.

Te lo estás imponiendo a ti mismo. Nadie más te está pidiendo


que lo hagas.

No podía quitarse esa visión de la cabeza. ¿Cómo era posible


si Leah iba a ser su perdición? Tenían una familia en la visión.
Niños. Él siempre había querido una familia.

No, incluso los vampiros habían dicho que nada era seguro.
Él y Leah no iban a seguir siendo compañeros. Iban a poner fin a
su unión. Tenía que hacerlo por el bien de la manada.

—Te fuiste por casi una hora —dijo Leah. —Lo siento. Estaba
preocupada.

—¿Qué? ¿Cuánto tiempo?

—Una hora. —Levantó la muñeca para mostrarle la hora. —


Perdóname por preocuparme. No sabía si había pasado algo. ¿Lo
hizo?

—No —dijo él.

—Entonces, ¿los vampiros no nos estaban siguiendo?

—No, nosotros los seguíamos a ellos. —Caminó hacia ella, le


sujetó el rostro y le inclinó la cabeza hacia atrás para mirarla
fijamente a los ojos.
—Eso no tiene sentido.

—Lo sé. —Apretó los labios contra los suyos. —Vamos,


tenemos que seguir avanzando.
Capítulo 5
Está bien.

Está bien, está bien.

Está bien.

Leah amaba sus besos. No sólo un poco, sino un infierno de


mucho. Ella amaba la sensación de su boca, por no hablar de
cuando ahuecó su rostro y la besó. No quería que se detuviera.
Amaba todo eso. Pero algo no estaba bien.

Esos vampiros no se veían por ningún lado. Killian no estaba


cubierto de sangre. Él no los había matado, pero ella había
sentido la amenaza. ¿Por qué no habían atacado? En cuclillas,
miró al otro lado del río.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Killian.

—Ninguno. ¿Estás seguro de que tenemos que cruzar este


río? —preguntó ella. Era un río bastante ancho y tenía un mal
presentimiento.

—Sí.
—¿Qué tipo de mapa estás leyendo? ¿Es el mapa de 'hagamos
esta misión supersecreta tan difícil como sea posible'? ¿Por qué
no podemos encontrar algún lugar con un bote? —preguntó.

—¿Entonces eso haría la vida más fácil?

—Diablos, sí. Eso es un montón de agua —dijo ella.

—No parece demasiado profundo.

—Desde aquí, pero hay... sí —dijo ella, deteniéndose para


exhalar un suspiro.

—¿Te da miedo el agua? —preguntó él.

—No, no me da miedo el agua. Lo que me da miedo son las


cosas que acechan debajo.

—No creo que haya tiburones o cocodrilos esperando para


comernos —dijo Killian. —Además, yo soy un lobo y sabré a
tendones, y tú eres una bruja.

—Pero yo soy más que un bocado. Créeme, sé lo que valgo.


—Sacudió la cabeza. —Prefiero enfrentarme a tiburones y
cocodrilos que a sirenas y nereidas1.

—¿Sirenas y nereidas? Creo que viven en el océano, no en un


río.

Leah exhaló otro suspiro. —Eso no es cierto. —Frunció los


labios. —Las que no están desterradas viven en el océano, ya que

1 Ninfas del mar.


se les permite. Las que están en ríos y lagos, bueno, son las
desterradas por ser traviesas y tienden a alimentarse de carne
humana.

—¿Qué?

—He conocido a unas cuantas —dijo Leah. —Créeme, son


despiadadas. —Ella había estado en algunas reuniones con
Lucinda. Las sirenas y nereidas eran hermosas. Sin duda alguna.
Completamente de admirar con el cuerpo perfecto, por no hablar
de las tetas llenas y todo eso. Pero, sirenas y nereidas
desterradas, sí, como que, er, se volvían feas cuando no
conseguían lo que querían.

Esto no iba a ser fácil. Ya podía sentir los pelos en la nuca, y


sabía que estaba siendo observada. Respiró hondo de nuevo y oyó
la risa de Killian.

—Has visto demasiadas películas de terror, Leah. Yo iré


delante, y así sabrás que no hay nada de qué preocuparse.

Sí, eso no iba a hacerla más feliz. Ella no discutió con él, pero
siguió de cerca detrás.

El agua no tardó en llegarles a la cintura. —¿Como decías?


—preguntó, —¿acerca de que no es profundo?

Killian no tuvo oportunidad de responder, ya que desapareció


rápidamente bajo la superficie, y ella entró en pánico.
—¡Killian! —gritó su nombre, encogiéndose al hacerlo. Si
había sirenas y nereidas en el río, ahora estaban jodidamente
despiertas.

Él rompió la superficie y se rió entre dientes. —De acuerdo,


culpa mía, me caí de la cornisa. Es bastante profundo, tendremos
que nadar.

—Nada de esto tiene gracia. ¿Por qué te ríes? —preguntó ella.

—Vamos. —Le tendió la mano para que la tomara. —No voy


a dejar que te pase nada. Se lo prometí a tus padres y a tu
aquelarre.

Ella le agarró la mano y entrelazaron los dedos. Leah odió


cómo se le aceleraba el corazón. Empezaron a cruzar el río.

—¿Qué tan profundo crees que es? —preguntó Killian.

—Profundo.

Se encogió al estar segura de haber sentido que alguien le


arrastraba un dedo por el estómago.

—¿Killian? —preguntó.

—Sí. Hay algo en el agua.

—Lo estamos.

Gritó al estar segura de que alguien le había agarrado el


tobillo.

—Leah, deja de entrar en pánico, estás bien.


Estaba a punto de responder, de decirle que se tomara esto
en serio, pero no tuvo la oportunidad al sentirse arrastrada bajo
el agua. Su grito fue tragado por el agua. Cerró los ojos, tratando
de pensar en lo que Lucinda le había dicho.

Sirenas y nereidas habían sido desterradas porque


rompieron el código del mar. No se les permitía tomar vidas
humanas. Si un humano moría bajo su cuidado, ellas eran las
responsables.

Ella era humana. Ellas eran asesinas.

Cerró los ojos e invocó los elementos que la rodeaban. Seguía


sin poder respirar, pero al hacer la llamada, sabía que algo más
iba a escucharla.

Algo la agarró de las muñecas y abrió los ojos para ver que
Killian la había seguido.

El silbido detrás de ella le dijo que la sirena o nereida no


estaba contenta. Más allá de su hombro, vio a otra acercándose
a él. Había más de una, joder. En serio. No tenía tiempo para
esperar a que una de los suyas acudiera en su ayuda.

El instinto se apoderó de ella y extrajo la energía de la palma


de la mano, un tornado de agua arremolinada, y lo lanzó más allá
del hombro de Killian, haciendo estallar a la criatura marina con
el rayo. A continuación, se ocupó de la que tenía en el tobillo.
Estaban rodeados. Ella siguió haciendo esto, pero no las
eliminaba por mucho tiempo.
Leah sabía que se estaba quedando sin aire. Se estaba
debilitando. Y entonces, ella lo oyó-el sonido mágico de una
auténtica sirena.

No vio lo que hicieron, pero de repente ella y Killian ya no


estaban en el agua, sino en el lado opuesto del río, donde su
destino estaba previsto.

Leah jadeó y tomó grandes bocanadas de aire con la boca,


llevándoselo directamente al pecho. Estaba muy agradecida.

Killian la rodeó con los brazos y Leah abrió los ojos, girándose
hacia el río, donde había una nereida posada en la orilla. Tenía
gemas delineando sus ojos y una sonrisa en los labios.

—Hola, Leah —dijo.

—Rachel. —Exhaló un suspiro de alivio.

La nereida se rió.

—Te has tomado tu tiempo. —Leah se incorporó y se apartó


el pelo de la cara.

—Por eso, lo siento —dijo Rachel. —Me sorprendió oír tu


llamada.

—Sirenas y nereidas, ¿conviviendo en un mismo río? —


preguntó Leah.

—Sí, es inusual, pero deben estar cazando juntas. La


próxima vez busca un camino más seguro. Te lo he dicho muchas
veces, los ríos y lagos no son lugar para humanos, ni para
pequeñas brujas. —Rachel le guiñó un ojo y desapareció.

—¿Qué fue eso? —preguntó Killian.

—Era una nereida. Se llama Rachel.

—¿Y ahora te tuteas con una nereida? —preguntó.

—La conozco desde hace años. Rachel y yo nos conocimos


cuando éramos niñas. El aquelarre tuvo que hacer trabajos con
sirenas y nereidas varias veces. Intercambiamos magia por
oscuros regalos del océano que ellas pueden localizar. Rachel era
una nereida joven y congeniamos. Nos vemos de vez en cuando,
pero para quedar tengo que ir a la playa o tomar un barco hasta
el océano. Ella fue la que me advirtió sobre las nereidas
desterradas y las sirenas, y dónde localizarlas.

—¿Cómo supo ella que tenía que venir? —preguntó Killian.

—Cuando éramos niñas, ella me dijo cómo usar la señal bajo


el océano, para enviar una llamada de socorro localizadora. Eso
es lo que hice, y ella respondió. —Exhaló un suspiro de alivio. —
¿Podemos irnos ya? Las sirenas y las nereidas todavía están en
el agua, y, bueno, no quiero correr el riesgo de que descubran
cómo caminar sobre la tierra.

—¿Pueden hacerlo?

—Todavía no, pero no voy a poner nada más allá de ellas. Son
asesinas. Así es como fueron desterradas.
—Eres una sorpresa, Leah.

Ella le guiñó un ojo. —Estoy llena de muchas sorpresas


diferentes. —Estaba agotada.

Poniéndose de pie, Killian la tomó de la mano y salieron del


río, manteniéndolo muy atrás. Leah no pudo evitar mirar hacia
atrás y, al hacerlo, vio la cabeza de la sirena o de la nereida
balanceándose en el agua.

Jodidamente raro.

***
El suelo del bosque no era el lugar ideal para acampar, pero
ya estaba oscuro y hacía frío. Llevaban dos días caminando y él
había esperado encontrar un hotel humano o incluso una cabaña
destartalada. Algo que pudiera servirles de refugio. En lugar de
eso, sólo tenía su calor corporal y algunos restos de comida para
mantenerlos alimentados. Metió a Leah en su saco de dormir y
colocó el suyo sobre los dos. Ella temblaba mucho.

—Te tengo —le dijo.

—Hace mucho frío. —Ella puso los ojos en blanco. —Lo sé, lo
sé. Tú no lo sientes —gimió ella.

—Estoy bien.

—No me voy a ir.


—Será mejor que no —gimió. —Tengo mucho frío.

Él soltó una risita.

—¿Por qué es gracioso?

—Porque yo estoy caliente. —Le guiñó un ojo.

—Ha sido un chiste malo. Un chiste muy malo.

Él volvió a reírse. No pudo evitarlo. —Cuéntame más sobre


tu infancia. ¿Trabajabas con tu aquelarre?

Oyó suspirar a Leah. —A mis padres no les gustaba, pero


para formar parte del aquelarre tienes que aceptar el trabajo.
Ellos querían que creciera, que tuviera una vida normal, pero eso
no iba a suceder sin todos los problemas que causaba mi molesta
magia.

—¿Tú querías una vida normal? —preguntó.

—No lo sé. No tengo nada con lo que comparar mi vida. —


Ella se encogió de hombros.

—Estoy bastante seguro de que lo normal no implica hacerse


amiga de nereidas.

—Y sirenas. También tengo un par de esas.

Él sonrió.

—Háblame de tu vida cuando eras niño —dijo. —Trataré de


ver si mi vida era tan diferente.
—Mi vida no fue exactamente normal, ya que tuve que
entrenarme para tomar el relevo como alfa. Mi padre sabía que
su tiempo se acababa y no quería pasarlo lejos de mi madre.

—¿Dónde están tus padres?

—Ahora forman parte de los ancianos.

—¿Pasaron?

—Sí, lo hicieron. Era su momento, y llevaban un par de


cientos de años, así que estaban listos para cruzar. —Eso era lo
que hacían en su mundo. Envejecían lentamente y tenían la
capacidad de vivir eternamente, pero algunos, como sus padres,
llenos de sabiduría, elegían el camino para ofrecer orientación a
los jóvenes.

—¿Los echas de menos?

—Sí. —Ellos no estaban de acuerdo con lo que estaba


haciendo. Creían que estaba tomando una decisión precipitada
basada en una interpretación de una profecía.

—¿Qué hiciste? —preguntó Leah. —Tu vida. ¿Tu infancia?

—Viví dentro de mi manada. Teníamos una escuela, así que


fui allí. No nos convertimos hasta los dieciocho años, así que
nuestras vidas son normales. Hacía las cosas habituales de los
niños: trepar a los árboles, ir de aventuras por el bosque, ese tipo
de cosas. Cuando mi padre necesitaba que me concentrara en mi
entrenamiento alfa, lo hacía. Siempre estaba bajo algún tipo de
prueba.
—Eso suena bien. Yo siempre tenía que concentrarme,
controlarme. Mis emociones, cuando se intensifican, parecen
afectar el clima.

—Sí, quería preguntarte sobre eso. ¿Por qué no afectó el


clima cuando yo... te llevé al orgasmo?

Leah se rió. —Sólo ocurre durante la ira o la tristeza en mi


caso. Mi alegría no trae el sol ni nada parecido. Es decir, puede
que sí, pero quizá lo controlo. No lo sé. Mi aquelarre cree que mis
poderes están conectados con los elementos, por eso me resulta
más fácil invocar a la Madre Naturaleza.

—¿Alguna vez has tenido la tentación de invocar la magia


mala? —preguntó.

—No. Soy consciente de que es más fácil, pero incluso de niña


no creo que me gustara hacer las cosas fáciles. No, me gustaban
las cosas que me desafiaban, que me hacían trabajar. —Soltó una
risita.

—Entonces, además de nereidas y sirenas, ¿qué más has


conocido? —preguntó.

—He conocido muchos lobos, otras brujas, hechiceros,


nigromantes, vampiros, osos, casi todo.

—¿Alguno que te haya asustado?

—Algunos. ¿A ti te ha asustado algo? —preguntó.


—No me asustan muchas cosas, pero mi mayor miedo es
joder mi manada hasta dejarla irreconocible. Mi padre hizo todo
lo que pudo para mantener a todos a salvo, para proporcionar un
lugar seguro, y yo no quiero arruinarlo.

—¿Y por eso has venido en esta búsqueda?

—Sí —habló en voz baja. Ella no sabía lo que él planeaba


hacer.

—Mi aquelarre y mis padres me dijeron que era importante.


Sugerí que Lucinda fuera contigo, pero insistieron en que era yo
quien tenía que venir a esta misión. Empiezo a ver por qué.

—¿En serio?

—Sí. Toda mi vida he tenido el aquelarre cuidando mi


espalda. Han sido como una manta de seguridad. Sé que mi vida
está bajo amenaza constante, pero siento que están demostrando
una gran confianza.

Ella sonrió y él se odió a sí mismo en ese momento. El


aquelarre no estaba haciendo tal cosa. No tenía ninguna duda de
que seguían allí, acechando en las sombras, listos para salir y
ayudarla si era necesario. El aquelarre la adoraba.

Leah bostezó. Desde el río con las nereidas, la había notado


cansada. No tenía suficiente comida para alimentarla. Mañana,
eso cambiaría.

—Estoy muy cansada.


—Duérmete —le dijo. Le dio un beso en la frente.

Ella sonrió. —Eso está bien, Killian. Creo que habrías sido
un compañero increíble.

Leah se durmió y él la observó, incapaz de apartar la mirada


de ella.

—En cualquier momento, puedes detener esto —dijo


Lucinda, apareciendo detrás del hombro de Leah.

—Por el amor de Dios, Lucinda. ¿Estás, como, mirando?

—No, tengo otras cosas que hacer, pero todos sentimos la


energía de Leah. Se está debilitando... ¿por qué?

—¿No viste el ataque de las nereidas? —preguntó.

Lucinda abrió mucho los ojos.

—No. Cuéntamelo.

Él se lo contó todo. Todos los detalles que tenía, que no eran


muchos, pero esperaba que fueran suficientes.

Ella empezó a negar con la cabeza. —¿Hace dos días?

—Sí, me imagino que mañana encontraré algún lugar y la


alimentaré. Recuperará la energía.

—No —dijo Lucinda. —Ese tipo de cosas funcionan para los


lobos. Leah no sobrevive con comida, Killian. Ella no funciona de
esa manera. Algo está mal.

—Ella está perfectamente bien.


Lucinda se acercó y miró a Leah. —Está demasiado pálida.

Antes de que pudiera detenerla, Lucinda ya había retirado


las mantas.

—Maldita sea, Lucinda. Siente frío.

—Lo sé, pero no es eso lo que la está debilitando. —Lucinda


extendió la palma de la mano y él vio cómo un rayo de luz
golpeaba la cara de Leah.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó, ahora


enojado.

—No quiero que Leah se despierte ni que sepa que estoy aquí.

—Ah, ¿quieres que crea que el aquelarre tiene confianza en


su capacidad para cuidar de sí misma?

—¡Esto no es asunto tuyo, lobo!

—Lobo. Ahora soy lobo.

—¿Quieres que le diga qué misión es la que pretendes? —


preguntó. —¿El precio que va a tener?

—Sí, vamos a entrar en eso. Debo aparearme con ella. No me


dijiste que ése iba a ser el mayor precio.

Lucinda lo miró con furia. —Te advertí que al final iba a haber
un gran sacrificio. Tu soledad. Te dije que el viaje que buscabas
no vendría sin un mayor precio. Te lo advertí lo mejor que pude,
e hice mi parte. Cada búsqueda como esta viene con un precio
mayor. Tú lo sabes, Killian. No eres estúpido, aunque tus
acciones lo sean. —Apoyó sus manos en la cara de Leah, luego
bajó por su cuerpo. —Nada. Nada.

—Porque no hay nada.

Ella se puso de pie, presionó las palmas de las manos y


comenzó a disparar luz sobre el cuerpo de Leah.

—¡Maldita sea, bruja, detente de una jodida vez! —Estaba a


punto de herir a Lucinda cuando se detuvo y lo vio. Un remolino
negro bailaba alrededor del tobillo de Leah.

—Maldita zorra —dijo Lucinda.

Subiendo los vaqueros de Leah, Lucinda le quitó la zapatilla


y el calcetín y, por fuera, parecía normal. Lucinda le pasó la mano
por el tobillo, y fue entonces cuando vio la única uña negra
incrustada en su carne.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó.

—La nereida está intentando matarla. Es raro que esto


ocurra. La mayoría de las nereidas son buenas y solo buscan
proteger a los humanos, pero esta es ella intentando matar a
Leah. —Lucinda apretó los dientes. —Tengo que despertar a
Leah. Esto no va a ser bonito. Esa uña está hundida
profundamente, intentando envenenarla.

—No tenía ni idea.

—Killian, tienes que sostenerla. Esto va a doler.


Él asintió, envolviendo a Leah con sus brazos.

—¿Estás listo? —preguntó Lucinda.

—Sí.

Agitó la mano y en cuestión de segundos Leah estaba


despierta.

—¿Qué está pasando...? —Dejó de hablar y empezó a gritar.

Lucinda había expuesto la zona.

—Tienes una uña de nereida en tu carne, Leah. Por eso te


sientes débil. Tengo que sacártela, de lo contrario vas a morir.

—Esa zorra —dijo Leah.

—Voy a empezar.

Leah gimoteó y el lobo de Killian salió a la superficie,


gruñendo a Lucinda.

—Pon tu mierda en orden —dijo Lucinda. —Voy a tener que


hacer esto, y tú no puedes.

—Hazlo. Sólo hazlo —dijo Leah.

Killian no sabía exactamente qué estaba haciendo Lucinda,


pero fuera lo que fuera, tuvo que sujetar a Leah, mientras el grito
que desgarraba sus labios llenaba sus sentidos, y no en el buen
sentido. Tuvo que luchar contra su lobo, que quería eliminar a
Lucinda por herir a su compañera.

Las manos de Leah comenzaron a brillar.


—¡Sujétala! —gritó Lucinda.

No tuvo otra opción que sentarse a horcajadas sobre el pecho


de Leah, inmovilizándole las manos por encima de la cabeza. Ella
se retorcía de dolor, gritando que se detuviera, que terminara, y
el zumbido de sus oídos le hizo preguntarse si volvería a oír.
Capítulo 6
—¿No vas a deshacerte de eso? —preguntó Killian.

Leah sostenía la fea uña en sus manos. Era larga y se había


incrustado en su carne, conectando con el hueso y matándola
lentamente. Ni siquiera se le había ocurrido revisar su cuerpo en
busca de posibles daños.

Estaba agradecida por Lucinda.

—No. Esto se puede usar en un hechizo. Podría ser útil algún


día.

—¿Una uña de nereida desterrada?

—Sí. Confía en mí. Una bruja puede usar un montón de


ingredientes para inventar hechizos y conjuros. Siempre estamos
aprendiendo.

Envolvió la uña en una gasa y la metió en su bolso.

—Te ves triste, cariño —dijo.

Leah sonrió. —Cariño.

Puso los ojos en blanco. —Es un término cariñoso, y pensé


que tú y yo teníamos este acuerdo de darle una oportunidad a
esto del apareamiento mientras estamos en nuestra búsqueda.
—Cierto. —Ella suspiró.

—Así que dime lo que te preocupa —dijo.

—Es Lucinda.

—¿Qué pasa con ella?

—Ella estaba aquí, vigilándome. El aquelarre no confía en mí


en absoluto. No entiendo por qué me obligaron a venir si no me
creen capaz de hacer esto.

—Yo la llamé —dijo Killian. —Lucinda y yo nos conocemos


desde hace mucho. Está enojada conmigo por lo que te hice, pero
somos buenos amigos. Escuchó mi llamada.

—¿Por qué la llamaste?

—Estabas débil, Leah, y no eres un lobo. Te debilitas sin


comida.

—Cierto. —Ella sonrió. —No tenía ni idea de que lo supieras.


—Frunció el ceño. —¿Te has ruborizado?

—No.

—¿Estabas preocupado por mí?

—Sí, lo estaba. No tenía ni idea de que eso pudiera pasar.


¿Tú lo sabías?

—Sí, he leído sobre ello. Es raro que una nereida deje escapar
a sus prisioneros, pero la muerte es larga y dolorosa. Como has
visto, nadie tiene forma de saber cómo ocurrió, ni cómo detenerla.
Es mortal.

—Siento no haberlo visto.

—Killian, sólo la magia puede mostrar lo que no se puede ver.

—Y yo te he prohibido usar la magia.

—Eso no me ha impedido usarla.

—Lo sé, Leah, pero la has usado para protegerte. —Sacudió


la cabeza. —Retiro mi orden de prohibirte usar magia.

—¿Quieres que use magia? —preguntó Leah.

—No contra mí. Te agradecería que no me convirtieras en


sapo, cachorro o lo que sea.

—Apuesto a que serías un cachorro muy lindo.

—Mi lobo no está de acuerdo. Los dos somos bastante


grandes.

Ella soltó una risita. —Siempre quise un perro.

—¿Me estás faltando al respeto?

—¿No es eso lo que es un lobo? ¿Un perro gigante?

Dio un paso hacia ella. —Un día, puede que te lo muestre.

Ella apretó los labios. —Me gustaría.

Él hablaba de un día, en el futuro. Ella no sabía cuándo sería


la próxima luna llena.
—Entonces, ¿vas a mostrarme algo de magia? —preguntó.

—¿Quieres ver algo de magia? ¿Así como así?

—A menos que no seas tan poderosa como dices.

—En primer lugar, no fui yo quien afirmó ser la bruja más


poderosa. Eso me lo dijeron. Y segundo, nunca he tratado mi
magia como un juego. No sé qué considerarías genial... —Levantó
las manos hacia los árboles y empezó a invocar a la naturaleza.
No tardaron en crecer más plantas en los árboles, y ella enroscó
un rosal alrededor de uno de los troncos.

—Haces flores.

—Lo que hago es usar la magia para traer más belleza. Ser
destructivo forma parte de la magia oscura.

Agitó la mano sobre el cielo, oscureciéndolo, al menos para


ellos. No tenía la capacidad de hacer que se hiciera de noche
cuando en realidad era de día. Aunque pudiera, no quería
arriesgarse a las consecuencias, ya que eso era magia negra.
Enviando ondas de fuegos artificiales, les permitió elevarse hacia
su cielo.

—Mierda —dijo.

—Sé que no es genial, pero es muy divertido.

—No, esto es genial, Leah.

—No hace exactamente nada ni ayuda a nadie, pero esto es


lo que mi familia y mi aquelarre me enseñaron a hacer.
—Para enfocar tu magia.

—Sí.

—Y la magia destructiva.

—Es magia oscura.

—Entonces, dime cómo ganan las brujas buenas en una


pelea. —preguntó Killian.

Leah agitó las manos y la escena mágica se evaporó. —


Tenemos nuestros medios. No siempre son fáciles. La magia mala
es más fácil. Dibujar una bola de fuego con intención de matar,
llamar a la naturaleza e intentar usar magia buena lleva tiempo
y práctica.

Killian extendió la mano y le acomodó parte del cabello detrás


de las orejas. —Creo que lo que haces está muy bien.

Ella no pudo evitar sonreír. —Gracias. ¿Cómo ganas tú en


una pelea?

—Con garras y dientes, fuerza bruta, contundencia.

—¿Y has estado en muchas peleas?

—He visto guerras. No son bonitas.

Ella estuvo de acuerdo. No había visto guerras


personalmente, pero Lucinda la había obligado a presenciarlas,
usando magia para ello.

—Será mejor que nos pongamos en marcha —dijo.


Killian tomó su mano y entrelazó sus dedos, moviéndose a
través del bosque. No tardaron en oír los ruidos procedentes del
pueblo. Esta vez, Killian salió del bosque y evaluó el pueblo.

—Osos —dijo.

Leah se puso tensa.

Los osos y los lobos no eran conocidos por llevarse bien.

—Deberíamos seguir moviéndonos —dijo.

Un hombre salió de la cafetería. Llevaba traje y tenía el pelo


largo, negro y espeso. Era un oso. Y era alguien que Leah conocía.

—¡Mystic! —gritó sorprendida y corrió hacia él, echándole los


brazos al cuello y abrazándolo con fuerza.

—Leah, ¿cómo estás? ¡Ha pasado una eternidad!

Hacía un par de años que no veía a Mystic. —Estuve allí para


tu transición, y desde entonces, ha sido un no parar de trabajo
para ti.

—¿Ustedes dos se conocen? —preguntó Killian.

Mystic fulminó a Killian con la mirada.

—Leah, sabes que te quiero y todo eso, pero ¿por qué trajiste
un lobo a mi pueblo?

—Este lobo es su compañero —dijo Killian, gruñendo.

Mystic jadeó. —Mierda, este es el tipo que te rechazó.


—¿Cómo sabes eso? —preguntó Leah.

—¿Le contaste sobre eso? —preguntó Killian al mismo


tiempo.

Ella miró a Killian y frunció el ceño. —No, no le dije nada. —


Se giró hacia Mystic. —¿Cómo lo supiste?

—Se corrió la voz. Es un cotilleo para nosotros.

—Nadie debería difundir cotilleos —dijo Killian.

Ella levantó la mano. —Espera un segundo. ¿Sabías de eso y


aún así no llamaste? Creía que éramos amigos.

—Somos amigos y he estado intentando llamarte, pero cada


vez que lo hacía no sabía exactamente qué decir. ¿Qué le dices a
alguien que acaba de ser rechazado muy públicamente? —
preguntó.

Leah hizo una mueca de dolor. —Entiendo lo que quieres


decir.

—¿Qué me habrías dicho tú? —preguntó Mystic.

—No lo sé. Estoy aquí.

Mystic levantó las cejas. —¿En serio?

Ella arrugó la nariz. —Tienes razón. No tendría ni idea de qué


decirte. —Se encogió de hombros. —Bueno, Mystic, este es
Killian. Estamos en una especie de misión secreta. No sé lo que
estamos haciendo. Pero involucra a su manada. Killian, este es
mi buen amigo, Mystic. Es un oso, y este es su pueblo. Sabía que
reconocía este lugar.

Killian y Mystic se dieron la mano, y no fue una bonita vista.

—Mejor te llevo con mi padre. Va a querer verte —dijo Mystic.

No había visto al padre de Mystic en mucho tiempo.

***
A Killian no le gustaba que el oso estuviera familiarizado con
su compañera. No le gustaba que el oso tocara a su mujer, la
abrazara o estuviera cerca de ella.

—Son como hermano y hermana —dijo Charlie.

—¿Qué? —Killian apartó la mirada de los dos que estaban


sentados juntos, hablando.

Leah lo había dejado a solas con Charlie, mientras iba a


ponerse al día con Mystic y algunos de sus otros amigos. Pudo
ver que todos eran jóvenes.

—Mystic y Leah. No me malinterpretes, me hubiera


encantado que fuera la compañera de mi hijo, pero no estaba
destinado a ser así. Esperé hasta que Mystic fuera mayor de edad
y transicionara. Ella se quedó a petición mía, pero yo sabía que
los dos eran sólo buenos amigos.

—A él le gusta tocarla.
—Es un oso. A los osos nos gusta tocar y abrazar. Leah
siempre venía a dormir a casa. No queremos cosechar su magia,
ni sacrificarla. Nos preocupamos por ella, y por su aquelarre. Nos
han ayudado a lo largo de los años.

Killian desvió la mirada y miró a Charlie. —Necesitamos un


lugar donde pasar la noche.

—Hay una cabaña en las afueras del pueblo. Mystic los


llevará a ambos. He oído que los rumores son ciertos.

—¿Cómo se enteran de los cotilleos? —preguntó Killian,


odiando que la gente supiera lo que le había hecho a Leah.

—Cuando un alfa muy respetado por fin encuentra a su


compañera, y en lugar de aparearse con ella esa misma noche, la
rechaza y la envía a hacer las maletas, es imposible que la noticia
no corra.

Killian se pasó una mano por la cara. —Es joven.

—Pero eso no es todo lo que te molesta.

Mirando fijamente a Charlie, vio la tristeza en sus ojos, y al


mirarlos más de cerca, la luz que brillaba en ellos parecía
parecerse a una estrella plateada.

Killian apartó la mirada y se giró hacia Charlie.

—¿Trabajas para la bruja? —preguntó Killian.

—No trabajo para nadie.


—Estoy en una búsqueda —dijo Killian, intentando bajar la
voz.

—¿Y?

—Bueno, olvídalo.

—Soy un hombre viejo, Killian. He visto muchas cosas, he


vivido mucho, y sé que no todas las búsquedas son fáciles. Lo
que sea que busques, viene con la dirección para tu viaje, así
como lo que necesitas aprender dentro de tu corazón.

¿Es eso lo que necesitaba? ¿La sabiduría de un oso anciano?


No, no podía ser. Llevaba días buscando la estrella de plata, y el
único lugar al que se había acercado era mirándolo fijamente.

—Dime qué te molesta —dijo Charlie.

—No me molesta nada.

—Que Leah sea joven no es lo único que te detiene. Ella es


una bruja.

—Lo sé. Ella no me asusta.

—Lo sé. Las palabras y los acertijos son lo que te molestan.

—Una profecía.

—De lo que supuestamente está predicho.

—¿No crees en las profecías? —preguntó Killian.

—Creo que nada es seguro en este mundo. No somos


marionetas esperando a que jueguen con nosotros. Las profecías
son cosas mortales. Pueden ser escritas por cualquiera que
interprete el futuro de diferentes maneras. Bueno, malo, feo.
Puede significar lo mismo y a la vez algo completamente diferente.

No tenía sentido.

—Leah es joven. Es amable. Es buena. Ella es todo lo que


has estado buscando en una compañera, y sin embargo estás
dispuesto a eliminar ese vínculo por el bien de tu manada. Por
acertijos y palabras.

Killian se pasó una mano por la cara. —Sé lo importante que


es Leah para mí y no quiero hacer esto.

—Entonces, ¿por qué hacerlo? ¿Por qué no probar cómo se


siente la libertad? —preguntó Charlie. —Leah es tu compañera.
Estás unido a ella, a menos que estés dispuesto a hacer el último
sacrificio. —Charlie se detuvo y levantó la cabeza hacia el cielo.
No estaban fuera. —La luna se siente fuerte esta noche.

La luna no estaba llena, pero Killian sabía lo que quería decir.


No pasaría mucho tiempo hasta que la luna estuviera llena. Era
un riesgo estar cerca de su compañera cuando llegara ese
momento. Lucharía por controlarse. Con Leah tan cerca, querría
aparearse con ella, y su lobo sería el dominante. No habría
manera de que pudiera detenerlo.

—¿Qué harías tú? —preguntó Killian. Nunca en todos sus


años había esperado pedirle consejo a un oso.
—Tengo un hijo. Estoy felizmente apareado, Killian. Para mí,
esa decisión es fácil. Somos más fuertes con nuestros
compañeros que separados. Tu miedo te está cegando.

—No le temo a nada.

—Entonces dime por qué estás en esta búsqueda.

—Ella arruinará mi manada —dijo Killian.

—¿Lo hará? O será la salvación de tu manada. Me estoy


empezando a cansar en mi vejez. Las palabras de sabiduría no
vienen sin un precio.

Killian se puso de pie primero. Estaba cansado de ver a


Mystic tocando constantemente a Leah. Necesitaban descansar e
irse con las primeras luces del día.

—Me iré. Gracias por tu hospitalidad. —Killian extendió la


mano y Charlie la tomó.

Sintió la firmeza del agarre del hombre. La amenaza era real.


Charlie era viejo, pero podía cuidarse solo, eso era seguro.

Poniéndose en pie, se acercó a la mesa donde Leah se reía de


algo que había dicho Mystic. Ella no debería estar tan dispuesta
a soltar su risa o su alegría. En el momento en que ella lo vio,
todas las sonrisas se desvanecieron.

—¿Killian?

—Tenemos que irnos por esta noche —dijo, mirando por


encima de su hombro a Mystic que le hizo un gesto con la cabeza,
y estaba bastante seguro de que había una sonrisa de
satisfacción en sus labios, pero la ignoró.

—Lo hacemos.

—Sí, nuestro trabajo no ha terminado.

—Sí, claro, cierto. Tienes razón. —Leah se puso de pie y se


giró hacia Mystic. —No podemos seguir siendo extraños por
mucho tiempo. He echado de menos esto. —Le dio un abrazo a
Mystic.

Killian apretó las manos en puños, queriendo arrancarla de


los brazos del otro hombre. Tenía que repetirse constantemente
que no pasaba nada. Sólo eran amigos. El lobo que llevaba dentro
no estaba contento.

—Tienes razón. No deberías seguir siendo una extraña.


Killian, fue un placer conocer finalmente al hombre detrás del
rumor.

Mystic estaba haciendo eso para molestarlo, estaba seguro


de ello.

Agarró la mano del joven oso y se aseguró de poner toda su


fuerza detrás del agarre.

—Un placer —dijo.

Leah se despidió de algunos de sus otros amigos y luego


siguieron su camino. Le puso una mano en la base de la espalda
mientras abandonaban la compañía de los osos y se dirigían
hacia la cabaña.

—Sabes, has sido bastante grosero esta noche —dijo Leah.

—¿Y crees que tú has sido educada?

—Bueno, sí, la gente educada entabla conversación, disfruta


de la compañía de su anfitrión. Charlie podría habernos echado
y mandado a paseo. No tenían por qué invitarnos a entrar, darnos
comida y cobijo —espetó Leah.

—¿Y crees que debería estar de acuerdo con que otro hombre
te toque? —Caminó varios metros antes de darse cuenta de que
Leah no lo había seguido.

—¿Estás celoso? —preguntó ella.

—No estoy celoso.

—Oh, mi ... sí lo estás. Estás muy celoso. Es por eso que


tienes un problema con Mystic. Eres el lobo celoso. No lo
entiendo, no quieres ser mi compañero, así que no deberías sentir
celos.

—Y pensé que ambos habíamos acordado darle una


oportunidad a esto del apareamiento.

Los labios de Leah formaron una O perfecta.

—¿O te habías olvidado de nuestro acuerdo? —preguntó. Ni


siquiera sabía por qué estaba sacando el tema. No le gustaba lo
que tenía que hacer. La sola idea de probar a su compañera, de
hacer suya a Leah, y luego terminar con ello iba a jodidamente
destruirlo. Ni siquiera sabía lo que le haría a Leah. Intentó no
pensar en cómo se sentiría ella al final. Se consoló con el
conocimiento de que ella sería capaz de encontrar otro
compañero. Esa era la diferencia entre ellos.

Leah extendió la mano y lo agarró del brazo. —Lo siento.

Él miró hacia abajo, donde ella lo había tocado, e incluso


sintió la calma del lobo dentro de él. Era la primera vez que su
lobo se sentía en paz en las últimas horas.

—No pensé. Mystic y yo somos mejores amigos. O, tan amigos


como pueden serlo los amigos cuando uno es una bruja y el otro
es un oso. Lo conozco de casi toda la vida. —Se encogió de
hombros.

—Y los padres de ambos esperaban que fueran compañeros.

—Charlie te lo dijo —dijo ella.

—Sí.

—Lo siento.

Él sacudió la cabeza. —No deberías disculparte. La verdad es


que no tengo derecho a reclamarte como mía, ¿verdad? —
preguntó.

—No hagas eso —dijo ella.

—¿Cómo podría no hacerlo? Es verdad. Todo el mundo lo


sabe. —Se pasó los dedos por el pelo. —Vamos a la cabaña.
Leah lo siguió a su lado y a él no le gustó que estuviera cerca
sin tocarla. Olía a oso, cosa que él odiaba, y la agarró de la mano,
acercándola, esperando que su olor la bañara y enmascarara la
repugnante huella de oso.

—Sé lo que estás haciendo.

—Entonces cállate y permíteme hacerlo.


Capítulo 7
Leah sabía que no debería alegrarse de que Killian estuviera
celoso, pero lo estaba. No había nada por lo que estar celoso.
Mystic era como un hermano para ella, y se preocupaba por él
profundamente, pero eso era todo. No había amor no
correspondido, ni anhelo, nada. Habían sido los mejores amigos
de toda la vida. Incluso habían admitido que la idea de aparearse
era repugnante.

Killian no lo sabía. Estaba celoso. Un compañero que la


rechazaba estaba celoso. Ella amaba eso.

—Sabes que me odia porque te estoy tocando. —Mystic le


había susurrado esas palabras, pero ella no le había creído. Por
qué iba a hacerlo si Killian le había dejado muy claro que después
de su misión supersecreta ella volvería a su aquelarre y él
regresaría a su manada, sin aparearse.

Se frotó el pecho, odiando la chispa de dolor del constante


sentimiento abrumador de rechazo. Leah sabía que ya debería
haberlo superado, pero parecía que hiciera lo que hiciera,
siempre iba a sentir ese escozor.

—Aquí está —dijo Killian, irrumpiendo en sus pensamientos.


Sus padres se habían quedado en la cabaña muchas veces.
Los osos la reservaban para los visitantes.

Entraron en la cabaña y Killian extendió la mano para


encender la luz. Sabía que Charlie contrataba personal de
limpieza cada semana para mantenerla limpia y ordenada. No
había telarañas ni rastro de polvo.

—Bonita —dijo Killian.

Ella se rió entre dientes. —A Charlie le gusta mantener las


cosas ordenadas y limpias.

—Ya lo veo.

—¿No habías conocido a Charlie hasta esta noche? —


preguntó Leah.

—No tengo motivos para cruzarme con un grupo de osos.

—¿Te mantienes encerrado dentro de tu manada?

—Cuando te has enfrentado cara a cara con la muerte, has


sobrevivido y has tratado en guerras, llegas a darte cuenta del
valor de pegarte a tu trozo de tierra y no abandonarlo. —Killian
se encogió de hombros. —Te cambia, y cuando tienes una
manada que mantener viva, la seguridad se vuelve más
importante que probarse a uno mismo.

—Sé que ya te has probado a ti mismo, Killian —dijo ella. —


He leído muchas historias de tus batallas.
Y también había ido a Lucinda y le había exigido que le
contara todo lo que había que saber sobre él. Sí, rechazada por
el mismísimo hombre, y todavía queriendo aprender cada detalle
sobre él. Era una jodida nenaza. Al menos cuando se trataba de
él.

No permitiría que nadie más la tratara así. Sólo Killian. Su


compañero. Un hombre por el que tenía una pequeña obsesión.
Todo el aquelarre lo sabía. Incluso Mystic podía decir que la tenía.

—Hice lo que tenía que hacer por mi manada.

Leah lo miró fijamente a los ojos, mientras él le devolvía la


mirada. Ella no sabía lo que estaba pasando, pero le ofreció una
sonrisa.

—Yo, eh, me voy a dar una ducha. Apesto un poco.

Pasó junto a él y ella quiso detenerse, alcanzarlo, tocarlo,


simplemente sentirlo, pero no lo hizo. Siguió avanzando hacia la
ducha. Cerró la puerta, apoyó las manos en el borde del
mostrador y cerró los ojos.

—¿Qué te preocupa?

Leah jadeó y se dio la vuelta para encontrar allí a Lucinda.

—¿Podrías no hacer eso?

—Percibo tu disgusto, niña.

Puso los ojos en blanco. —No soy una niña. Tenemos que
establecer algunos límites para cuando se puede simplemente
deambular en mi vida como ahora. Habrá un momento en que
esté siendo traviesa, o sucia, con un hombre, y tú no puedes estar
presente.

Lucinda sonrió. —Respetaré tus deseos cuando llegue el


momento. Dime qué ocurre.

Leah se quitó la pinza del pelo y se encogió de hombros. —


No me pasa nada. Estoy bien.

—¿Pero?

Se mordisqueó el labio y trató de mirar a todas partes y a


ninguna. —Estar con él, está bien, es difícil. —No le veía sentido
mentirle a su amiga, su guía.

—Lo sé.

—No quería venir a esta misión super-secreta en primer


lugar, y ahora yo...

—¿No quieres que termine?

Leah se encogió de hombros. —Cuando no está siendo un


imbécil o tratando de proteger a su manada, es increíble. Sería
un compañero maravilloso. —Lucinda dio un paso hacia ella. —
No puedes consolarme, ¿recuerdas?

—Lo sé. ¿Por qué no intentas demostrarle que puedes ser


todo lo que necesita? Killian ha conocido muchas pérdidas. Ha
pasado toda su vida buscando a su compañera.
Leah resopló. —Sí, y cuando ella llega, él la rechaza. El muy
imbécil. —Se apoyó en el lavabo. —No puede oírnos, ¿verdad?

—No, me he asegurado de ello. ¿Lo amas? —preguntó


Lucinda.

—¿Cómo podría no hacerlo? —preguntó Leah. —No sé si


estos sentimientos son reales o algo que el destino ha instalado.

—El apareamiento es un sentimiento. Te sientes atraída por


Killian, y no hay nada que puedas hacer al respecto, pero el amor
puede llevar tiempo. Es algo que no siempre surge naturalmente.
Confía en mí, he visto mi parte justa de compañeros luchando.

—¿Algún compañero en el pasado rechazó al otro?

Lucinda arrugó la nariz.

—Sí, me lo imaginaba. Será mejor que te vayas. Quiero


ducharme. No estás aquí, pero créeme, te quejarías mucho.

Su amiga se rió entre dientes. —Todo irá bien, Leah. Ya verás.

—Espero que tengas razón.

—Nunca me equivoco.

Lucinda desapareció antes de que Leah pudiera rebatirla.


Hubo veces en que la otra mujer se equivocó, pero no quería
causar problemas. No tenía sentido.

Quitándose la ropa, Leah se metió en la ducha y abrió el grifo


de agua fría. Le encantaba el mordisco helado del agua cuando
golpeaba su piel. Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y sus
pensamientos se centraron en Killian. Sus manos ásperas, se
preguntó cómo se sentirían sobre su piel. La sensación de su
cuerpo duro contra el suyo.

Había sentido el contacto de sus labios, pero ahora quería


más. Era más fácil no saber. Ahora sabía que besaba de maravilla
y que su lengua le gustaba tanto. Sería increíble en todo lo
demás.

Se lavó el cuerpo, consciente del tiempo que ya se había


tomado. Estúpida Lucinda. Cerró el grifo, salió y se envolvió el
cuerpo con una toalla. No se quedó en el baño y salió para
encontrar a Killian sentado en el borde de la cama.

La miró y se aclaró la garganta.

—Está, um, despejado —dijo ella.

Se puso en pie, pasó junto a ella y entró en el cuarto de baño.


No cerró la puerta y Leah no supo qué hacer.

Estaban solos, una vez más. No es que no lo hubieran estado


los últimos días, pero ésta era la primera vez en un dormitorio de
verdad. En una cabaña bastante sensual. Una que parecía
diseñada para parejas que querían crear un poco más de
romance y misterio.

Leah miró a su alrededor, pero todo parecía gritar sexo para


ella.
Estar cerca de Killian estaba resultando bastante difícil.
Quería estar cerca de él en todo momento. Sus sentimientos no
se desvanecían, ni siquiera cuando pensaba en el rechazo al que
la había sometido. En todo caso, lo quería más. Esa era una parte
de su vida que no parecía querer desaparecer: su necesidad de
él.

Su cuerpo ardía. Estaba desesperada por sentir sus manos


en su cuerpo. Sus labios en los suyos. Estar completamente
envuelta por él.

Se puso en pie y se paseó por el dormitorio. Esto era un gran


error. Killian le había dicho que no había forma de que estuvieran
juntos. No tenían futuro. Nunca lo tendrían.

No quería ser el pobre felpudo que seguía al tipo como un


cachorrito perdido. Diablos, no. Después de haber completado
esta misión, ella no tendría que volver a verlo. Nunca más.

Eso no significaba que no pudieran disfrutar el uno del otro.


Lucinda tenía razón, debía poder tomarse este tiempo para
disfrutar de estar a solas con su compañero. De sentirlo sobre
ella, rodeándola, dentro de ella. Nunca iba a haber nadie más.
Sólo ellos dos.

La puerta del baño se abrió.

—¿Pasa algo? —preguntó Killian. Salió con una toalla


alrededor de la cintura y con un aspecto irresistible. Las palabras
le fallaron y eso fue realmente un shock, ya que ella siempre
encontraba algo de qué hablar, pero él se veía tan... apetitoso. No
era justo. No era justo en absoluto.

Pero una vez más, las palabras eran difíciles. Muy, muy
difíciles. Ella lo miró, y luego, vómito palabras.

—Creo que tú y yo deberíamos tener sexo. No sexo agradable


ni mucho menos. Creo que deberíamos tener sexo frío y duro,
para que al menos sepamos lo que es hacerlo entre compañeros.

***
Al principio, Killian no estaba seguro de haber oído bien.

Leah se veía tan tentadora. La toalla no ocultaba


exactamente su cuerpo. En todo caso, parecía amoldarse a ella
como una segunda piel. Sus tetas llenas, sus muslos jugosos,
incluso sus caderas parecían pedirle a gritos que las tocara, que
las abrazara. Tenía una erección constante y luchaba por
mantenerla oculta, incluso ahora.

—¿Qué? —preguntó.

—Ya me has oído —dijo Leah. —Sé que no va a cambiar nada


y que va a llevar esto al siguiente nivel, pero ¿a quién le importa?
No tenemos a nadie más ante quien responder. Estamos
destinados a ser compañeros y acepto tu rechazo, pero podríamos
hacer lo de 'mientras estamos en una misión supersecreta, todo
lo que hacemos se queda en la misión supersecreta'.
—Leah, no creo... que estés... esto...

Ella lo fulminó con la mirada. —¿No crees qué? ¿Que después


de que tú y yo tengamos sexo, lo veré como que somos
compañeros? Créeme, sé que no somos compañeros. Bueno, lo
somos, pero tú no quieres serlo. Soy demasiado bruja para ti y
todas esas cosas sin sentido. Conozco el procedimiento, de
acuerdo. Lo entiendo.

—Leah.

—Si no quieres, entonces dilo. Di que no te atraigo, y que la


sola idea de tocarme o incluso tener sexo conmigo te repugna.

Killian redujo la distancia entre ellos, le agarró la mano y


luego la apretó alrededor de su polla desnuda.

—Así de desesperado estoy por ti. Te deseo, Leah. Te he


deseado desde el momento en que me di cuenta de que eras mi
compañera. Estoy siendo amable contigo.

—Entonces no lo seas —dijo Leah, sin esperar ni un segundo.

—Leah...

—No me digas Leah. Quiero esto. —En cuestión de segundos


ella tenía la toalla y su cuerpo presionado contra el suyo. —Y te
quiero a ti. Siempre te querré. —Ella presionó una mano en su
pecho, e incluso eso se sintió bien.

Su lobo la deseaba.
Killian sabía que probar a Leah sería una tortura. También
sabía que tenía que hacerlo. Para eliminar su vínculo de
apareamiento, tenía que aparearse con ella. Un gran sacrificio.
Lo había pospuesto a propósito, porque sabía que corría el riesgo
de no poder decirle que no. Que la desearía y sería incapaz de
hacer lo que planeaba.

Apretando sus labios contra los de ella, supo que después de


esto, iría al infierno. Su aquelarre querría su sangre. Buscarían
su alma con la esperanza de destruirlo.

Ignoró sus instintos de supervivencia, y en su lugar permitió


que su propia necesidad personal tomara el control. Todo lo que
siempre había querido era su compañera, y ahora, después de
esperar eones, finalmente iba a tenerla. Leah era suya. El destino
había tomado su decisión. Ella iba a pertenecerle. Sería toda
suya.

La toalla de su cintura cayó al suelo.

Leah era virgen. Iba a tener que ser cuidadoso, pero una vez
que tomara ese precioso trozo de carne, ella sería suya.

Para nunca dejarla ir.

Para conservarla.

Para tener una familia.

Para ser feliz.

Una bruja será tu perdición.


No.

Él nunca tendría a Leah como parte de su manada. Ella era


una bruja. Nunca sería una loba.

Alejando esos pensamientos de su mente, se centró en la


necesidad, pura y sin adulterar. La empujó hacia la cama y Leah
no se resistió. Ella cayó sobre la cama, él rompió el beso y empezó
a bajar los labios hacia su cuello. Le pasó la lengua por el pulso
y oyó su súbita respiración entrecortada.

Olió su excitación, tan dulce, que se le hizo agua la boca.


Killian quería probarla de nuevo. Le mordió el cuello con los
dientes, sin romper la piel ni causarle dolor. Otro gemido salió de
sus labios, más fuerte, y resonó en la habitación.

Puso las manos en las caderas de ella, las agarró con fuerza
entre las palmas, y luego se deslizó hacia arriba, yendo hacia sus
tetas. Las ahuecó en sus palmas, y fueron mucho más que un
bocado. Bajando por su cuerpo, llegó hasta aquellos preciosos
montículos y besó cada pezón, uno tras otro. Deslizó la lengua de
un lado a otro por cada uno de ellos y luego usó los dientes.

Leah se retorció debajo de él, su cuerpo tan sensible.

Soltando una de sus tetas, Killian deslizó la mano entre los


muslos de Leah, subiendo hasta acariciarle el coño. Deslizó un
dedo por su coño y lo encontró empapado. No tocó su agujero, la
tomaría con su polla en un rato. Cuando por fin tomara su polla,
iba a doler. Se deslizó hacia arriba, yendo hacia su clítoris,
tocándola. Los gemidos se hicieron más profundos y erráticos, su
nombre brotó de sus labios, y él amó el sonido.

Mi nombre será el único que salga de esos labios. No podía


soportar la idea de que otra persona supiera lo que ella sentía,
los sonidos que emitía cuando estaba a punto de llegar al
orgasmo.

Bajó los labios hacia su coño, dejó de tocarla con los dedos y
empezó a lamer y chupar su clítoris. Puso las manos en el interior
de sus muslos, abriéndolos y sujetándola firmemente para que
no pudiera escapar. Se dio un festín con su coño. Estaba tan
húmedo y sabía tan bien.

Killian la llevó al borde de la liberación varias veces, pero


nunca le permitió sobrepasar la cima. La mantenía en el
pináculo, aguantando, y él la miraba, hambriento de verla
explotar, pero no la dejaba. Se tomó su tiempo, esperando hasta
que ella estuvo cerca del borde, sin sentido, empapada, y
entonces la dejó caer en el abismo.

Antes de que su orgasmo llegara a su fin, él subió por su


cuerpo, buscó su polla dolorida y la deslizó por su abertura,
rozando su clítoris. Ella seguía abrumada por las réplicas de su
liberación.

Killian sabía que era un imbécil de primera magnitud, pero


no quería no sentir cómo ella rodeaba su polla y, con una última
embestida, la penetró hasta la empuñadura. Sintió que su
virginidad se desgarraba, y ella estaba tan apretada. Su gruñido
estalló en la noche y, antes de poder contenerse, entrelazó sus
dedos, la empujó contra la cama y, con los dientes, le perforó la
carne del cuello, uniéndola a él. Saboreó su sangre y, con la polla
dentro de ella, sintió el calor del apareamiento brotando de él.

Esto era cruel. Leah sabría y sentiría lo que había hecho.


Estaba unida a él, así que ahora podría sentirlo y, en cierto modo,
también entender a su lobo. Había hecho lo que había jurado no
hacer.

Los llantos de dolor de Leah llenaban la habitación, y él


odiaba esos sonidos. Por eso había intentado tenerla al borde de
la liberación, a punto de salir de ella, para que estuviera
demasiado inconsciente para sentir el dolor. Todo lo que Killian
había querido hacer era quitarle el dolor.

Mía. Pero ella no seguiría siendo suya. Él tenía un objetivo, y


Leah iba a ser liberada.

Alejándose de la mordedura, vio su carne sanar casi al


instante. Estaban unidos. Compartían una conexión. Miró
fijamente sus ojos marrones y supo que amaba a esta mujer. Era
una pena que fuera una bruja y que fuera su perdición.

—Tú... me apareaste —dijo Leah.

Killian no tenía palabras que quisiera compartir. Tuve que


hacerlo no es lo que una compañera quiere oír.

Echó hacia atrás las caderas y empezó a mecerse contra ella,


sabiendo que para completar su unión necesitaba derramar su
semilla en lo más profundo de su ser. No quería ser cruel. Era lo
último que quería hacer, pero no tenía elección. Un día, ella lo
entendería, sería lo suficientemente mayor y lo suficientemente
sabia para saber que no era algo personal.

Killian dejó de preocuparse por el futuro, y se centró en el


ahora. En hacer el amor con su compañera, quitarle el dolor y
hacer que por fin se sintiera bien. Eso era todo lo que quería
hacer.

Lentamente, comenzó a trabajar su polla profundamente


dentro de ella, escuchando sus gemidos sutiles mientras lo hacía.
Su coño estaba increíblemente estrecho y ella lo apretaba. Se
levantó de la cama, soltando sus manos pero manteniendo su
polla dentro de ella. Metiendo la mano entre los dos, empezó a
acariciarle el clítoris, tomándose su tiempo, sintiendo cómo su
coño respondía a la llamada de sus dedos.

Killian finalmente la llenaría de semen, pero sólo cuando ella


se hubiera corrido. Necesitaba sustituir esos horribles sonidos de
dolor por otros de placer.

—¿Killian?

—Córrete para mí, hermosa. Déjame oír cómo te corres.

—Yo... no...

—¡Lo harás! —Él no encontraría su propia liberación hasta


que ella lo hiciera.
Le encantaba mirarla. Sus tetas rebotaban con cada toque y
su coño era jodidamente perfecto. Todo en esta mujer era un
sueño hecho realidad para él.

Sólo ese molesto problema de ser bruja.


Capítulo 8
Leah miró a su compañero a través de la bañera.

Killian se había apareado con ella. Le resultaba difícil pensar


en otra cosa. Desde el mordisco en el cuello, se sentía diferente.
No sabía cómo describirlo exactamente, pero era como si ya no
estuviera sola. No es que hubiera estado sola mucho tiempo.

Claro, tenía el horrible problema de ser una bruja poderosa,


que adquirió sus poderes demasiado pronto para controlarlos, así
que en lugar de crecer rodeada de gente, creció rodeada de un
aquelarre. Se convirtió en normal.

—¿Qué está pasando en esa bonita cabeza, Leah? —preguntó


Killian.

—Nada, supongo que estoy un poco sorprendida. —Ella se


detuvo cuando él le puso las manos en las rodillas. Cada vez que
él la tocaba, su cuerpo parecía entrar en un nuevo tipo de
sobrecarga. Lo único en lo que podía pensar era en lo dolorosa
que había sido su primera entrada en su cuerpo, pero luego los
recuerdos eran reemplazados fácilmente por lo que vino poco
después. El dolor no duró. No era más que un parpadeo en su
radar.
—¿De qué te sorprendes?

—Me apareaste.

Le dedicó una sonrisa que no le llegó a los ojos.

—¿No estás contento de haberme apareado? —preguntó. —


¿Tu lobo se hizo cargo de todo el asunto del apareamiento? —No
iba a pensar en el dolor que le recorría el pecho al pensar que él
no la quería. Se estaba acostumbrando a su constante rechazo.
Podía soportar cualquier cosa.

—Estoy contento, Leah, muy, muy contento.

—¿Pero sigues preocupado por esa profecía que te contaron?

—¿No te preocuparía que el destino de tu aquelarre


dependiera del de un lobo?

Arrugó la nariz. —En realidad no, verás, lo que pasa con las
profecías es que son subjetivas para quien las hace.

—¿Qué quieres decir?

—Simple, algunas profecías son dichas por brujas


rencorosas. Yo las he visto. No tienen ninguna habilidad para ver
el futuro, pero han convencido a la gente de que pueden, y ta-da,
miran en el ojo de su mente y ven el futuro. Un futuro que puede
desarrollarse simplemente porque alguien cree cada palabra y se
desvive por recrear todo el escenario.

—¿Y qué pasa con los que son sinceros? —preguntó.


Leah gimió. —De nuevo, el futuro siempre está cambiando.
Pasamos por muchos desafíos diferentes en nuestra vida, y puede
haber múltiples resultados para exactamente el mismo evento.

—Explícate.

—Nada está escrito en piedra. Llegas a una encrucijada en


tu vida, y puedes ir en cuatro direcciones. Izquierda, derecha,
adelante, o incluso hacia atrás. Los cuatro resultados podrían
tener cuatro destinos diferentes. —Se encogió de hombros.

—Pero, ¿y si sólo hay dos resultados? —preguntó Killian. —


¿Y si izquierda y derecha tienen el mismo resultado que atrás y
adelante?

—Sí, y la probabilidad de que eso ocurra es escasa, pero lo


que también debes tener en cuenta son los retos potenciales a los
que se enfrenta cada elemento. Si vas hacia atrás, puede que
alcances el mismo objetivo que hacia delante, pero como has
dado un paso atrás, puede que tardes el doble en lograr el mismo
objetivo, a menos que des un gran salto de fe. Entonces, por
supuesto, podría ser que ir hacia atrás y hacia delante te llevara
por zonas arriesgadas y a veces peligrosas, y si hubieras salido
del cruce, girado a la derecha, habrías encontrado un camino
más agradable y lleno de diversión. —Volvió a encogerse de
hombros. —La vida es un lío, Killian. No es tan fácil como pensar
que todos tenemos un camino fijo.

Ella jadeó cuando su mano subió por su muslo y luego tocó


su coño.
—¿Lo que estás diciendo es que si me arriesgo con nuestro
apareamiento, dándonos a ti y a mí una oportunidad de luchar,
entonces podría elegir el camino de la felicidad? —preguntó.

—Podrías olvidarte de la profecía. No sabes qué bruja será tu


perdición. Rechazándome, posiblemente pongas a tu manada en
peligro, porque yo no estoy ahí para protegerte.

La atrajo hacia su regazo y Leah perdió la concentración.


Sintió la dura cresta de su polla presionando contra su núcleo.
Killian le acarició el culo, y a ella ya ni siquiera le importaban las
profecías o las brujas. No, todo lo que quería era a su compañero,
dentro de ella.

—¿De qué estábamos hablando? —preguntó.

—No tengo ni idea.

Pasó la lengua por uno de sus pezones. —No me estás


mintiendo, ¿verdad, Leah?

—No miento.

Tal vez sobre esto. Ella no quería que él dejara de hacer lo


que estaba haciendo porque se sentía tan bien y su boca era una
tentación. Hundiendo los dientes en su labio inferior, soltó un
gemido, desesperada por que él la follara de nuevo. Quería sentir
su polla dura como una roca llenándola.

¿Estaba tan mal que deseara que se aparease con ella y la


llenase de su semen para quedarse embarazada? Era una locura,
pero eso era lo que quería.
Le agarró el culo con tanta fuerza que su excitación se
disparó. No quería que la soltara. Otro gemido salió de sus labios
cuando él se llevó el pezón a la boca y lo chupó con fuerza. No
era justo. No quería que se detuviera ni un segundo. Su boca era
tan agradable.

Apartó una de sus manos del culo de ella y le acarició el coño,


deslizando los dedos por su abertura. Le tocó el clítoris y ella no
pudo contener el ruido que salió de sus labios. Le resultaba tan
natural.

Sin embargo, Killian no se detuvo en su clítoris. Bajó y deslizó


un dedo dentro de ella hasta el nudillo.

—¿Te duele, nena? —le preguntó.

—No.

Le metió un segundo dedo.

Le ardía un poco, pero no le dolía nada y, desde luego, no


había razón para que él dejara de tocarla. Quería arder con sus
caricias. Lo ansiaba.

Killian bombeó los dos dedos dentro de ella y ella apretó los
labios, intentando no hacer ruido. Cuando sus labios se cerraron
en torno a su teta y succionaron con fuerza, ella no pudo evitarlo.

Él giró las manos y, cuando su pulgar bailó sobre su clítoris,


otro grito salió de sus labios. Estaba tan cerca. Él se movió entre
el valle de sus tetas, yendo a la siguiente y dándole a su pecho el
mismo tipo de atención, o al menos a su pezón. Esta vez, soltó
un gruñido que pareció recorrer todo su cuerpo y ella sintió que
se excitaba aún más a cada segundo que pasaba.

—Eres tan jodidamente hermosa —dijo él, mordiendo y


mordisqueando su carne.

Ella cerró los ojos y cabalgó sobre sus dedos, sintiendo el


comienzo de su orgasmo.

—Eso es, nena, cabalga mis dedos. Muéstrame cuánto me


deseas.

—¿Killian?

—Te tengo.

Ella se arqueó, echando la cabeza hacia atrás, y un gemido


gutural salió de sus labios mientras su orgasmo se apoderaba de
ella. No había forma de controlarlo.

Killian no esperó a que terminara su orgasmo. Retiró las


manos y la movió rápidamente sobre su cuerpo, hundiéndola en
su polla dura. Sus dedos volvieron rápidamente a su clítoris, y su
orgasmo se prolongó mientras apretaba su polla dentro de ella.
Él parecía palpitar.

—Eso es, hermosa, suéltate.

Ella se desplomó contra él, incapaz de aguantar más, y él


dejó de tocarle el clítoris. Sus manos volvieron a las caderas de
ella y tomó el control, empujando en su interior. Ella se agarró a
sus hombros, meciéndose contra él, sin querer detenerse. Gimió
su nombre.

Y Killian la folló duro y rápido, y ella lo miró fijamente a los


ojos, y se sintió tan diferente. Se sentía real. Esto era real. Era
maravilloso. No podía creer que él le hubiera dado la oportunidad.

Leah tenía miedo de preguntarle lo que significaba por temor


a lo que significaría más de su rechazo. No sabía si sería capaz
de soportarlo. Por ahora, estaban apareados, estaban juntos, y
ella iba a disfrutar de cada segundo que tuviera con este hombre.

***
—Sabes que puedes echarte atrás.

Killian dio un respingo cuando Lucinda apareció en la cocina.


Estaba preparando el desayuno para Leah. Quería que ella
tuviera fuerzas para el resto de su viaje.

—Tienes que dejar de hacer eso.

Lucinda se encogió de hombros. —Eso siguen diciendo Leah


y tú, pero lo hago por tu propio bien.

—¿Mi propio bien? No sé si te acuerdas, bruja, pero sé cuidar


de mí mismo. —Intentó bajar la voz.

Leah no era estúpida y no haría falta un milagro para darse


cuenta de con quién estaba hablando.
—¿Lo sabes? ¿O crees que sabes cuidar de ti mismo? —
preguntó Lucinda.

—Vete —dijo él.

—No, me iré cuando esté bien y preparada. ¿Crees que no


sabemos lo que está pasando? ¿Que no sentimos una diferencia
dentro de Leah? Te has apareado con ella, pero te conozco. Eres
un imbécil testarudo, y estás decidido a seguir con esto, ¿no?

—Lucinda, no me conoces en absoluto.

—¡Entonces sorpréndeme, dime que vuelves a casa y que


planeas vivir feliz para siempre con tu compañera!

Killian quería decirle que eso era exactamente lo que estaba


haciendo.

—¡Ves! —Ella apuntó un dedo hacia él, la acusación en su


tono y la mirada en su expresión.

—No tengo que responder ante ti —dijo.

—Oh, Dios mío, eres un gran dolor en mi culo —dijo ella. —


Leah está justo ahí. Una oportunidad de ser feliz está justo
delante de ti. Antes de que yo apareciera, eras feliz.

—Así que vete, antes de que arruines toda mi felicidad y me


porte mal con Leah.

Lucinda negó con la cabeza. —No harás eso.

—No me pongas a prueba.


Lucinda dio un paso hacia él. —¿No lo entiendes? Al
aparearte con ella, al abrirte a ella, te has puesto en una
situación horrible. ¿Crees que no sé cómo se aparean los lobos,
lo que eso significa? Ese vínculo especial. Lo conectados y
compenetrados que están el uno con el otro. ¿Cómo ahora mismo,
incluso mientras estoy hablando, en el momento en que digo que
la rechazaste, eso te causa un gran dolor?

Odiaba a Lucinda. En ese mismo momento, no sabía cómo


se habían hecho amigos.

—Tienes que irte.

Lucinda negó con la cabeza. —Tienes razón. Tengo que irme.


Presiento que algo se acerca, algo grande, y necesito estar con el
aquelarre para prepararme.

Quiso preguntarle de qué estaba hablando, pero en cuestión


de segundos se había ido, y se había llevado su felicidad con ella.
Perra.

Sin embargo, no estaba equivocada. Pensar en cómo había


rechazado a Leah, en los rumores y cotilleos que los seguían, lo
enfurecía. Leah se merecía algo mejor de él, y él estaba enojado
consigo mismo por ser tan bastardo con ella.

Le encantaba tenerla en su cama. Sentirla entre sus brazos.


Esta misión había sido una tortura. Y todo por su culpa. Si no
hubiera estado tan decidido a cortar este vínculo entre ellos, no
estarían aquí ahora. Podrían estar de regreso en su manada, en
casa, Leah ya embarazada de él. Los lobos no eran conocidos por
esperar cuando se trataba de sexo. Incluso ahora, la deseaba de
nuevo, y ya la había tomado cuatro veces a lo largo de la noche.

Puso las tostadas y los cereales que había encontrado en la


cabaña en una bandeja y la llevó al dormitorio, donde Leah ya se
estaba despertando. Se había quitado las sábanas de encima.
Pura tentación.

—Aún no te has levantado de la cama —le dijo.

Leah levantó la vista. —¿Killian?

Se rió entre dientes. —¿Esperando a alguien que no sea tu


compañero? —Intentó no hacer una mueca de dolor. Iban a
completar esta misión. Planeaba cortar su apareamiento, sacar a
Leah de su vida y proteger a su manada. Era todo lo que veía para
su futuro. Un día, ella lo entendería.

Ella también tendría otro compañero. No quería pensar en eso,


ya que parecía darle ganas de matar. No es una buena sensación
cuando estaba en una misión secreta para poner fin a su
apareamiento. No tenía ningún derecho sobre ella.

—¿Te he oído hablar con alguien? —preguntó Leah.

—¿Es eso lo que te despertó?

Ella se encogió de hombros.

—Estaba cantando para mí mismo.

—¿Con voz hablada?


—No sé cantar, nena. Créeme, cantar hablando es lo mejor.
—Odiaba mentirle. —Te hice el desayuno. —Como si nada, su
estómago rugió.

Vio cómo se le ponía la cara roja y se rió.

—Parece que tengo hambre. —Ella se recostó en la cama y


levantó la manta para que le cubriera el cuerpo, lo que fue una
verdadera lástima, ya que él disfrutaba de la vista de sus tetas, y
le habría encantado ver más de ellas.

Le puso la bandeja en el regazo, tomó una pieza de fruta que


había cortado en dados y se la acercó a los labios. Ella le dio un
mordisco y luego gimió. Él se llevó la otra mitad a su boca.

—Sabroso —dijo.

—¿Así que esto es lo que se siente cuando tienes un


compañero atento? —preguntó ella.

Él le guiñó un ojo.

—Oh, me gusta. Tengo la sensación de que podría


acostumbrarme a esto.

Killian no sabía cómo debía reaccionar el vínculo de


apareamiento entre ellos. ¿Necesitaba ella sentirse apareada a él?
¿O saber la verdad de que un día, no iban a estar apareados? Él
todavía seguía con su misión. Su lobo estaba enojado.

—¿Qué pasa? —preguntó Leah.

—Nada.
—Te has quedado callado.

—No me he quedado callado. Anoche no dormí mucho.

De nuevo, había ese rojo intenso en sus mejillas. —Me


encanta verte sonrojarte —dijo él.

—Basta ya. ¿Crees que le gustaré a tu manada? —preguntó


ella.

Ahí estaban esas molestas preguntas.

—No hablemos de lo que va a sentir la manada. Se trata de


nosotros, recuerda.

—Cierto. —Ella suspiró. —Entonces, ¿a dónde vamos hoy?

—Tenemos que seguir en esa dirección. —Señaló hacia la


puerta.

Ella arrugó la nariz. —¿Cómo es que sabes exactamente


adónde tienes que ir y nunca tienes un mapa?

Él se llevó un dedo a la sien. —Está todo aquí.

Leah levantó la bandeja, aunque sólo había comido unas


pocas piezas de fruta, y se arrastró fuera de la cama. Killian no
la detuvo, pues le encantaba verla arrastrarse hacia él. La forma
en que sus tetas colgaban era tan jodidamente tentadora de ver.
Se subió a su regazo, le pasó los dedos por el pelo y le dio un beso
en la sien.

—¿Aquí?
—Sí, aquí.

Él agarró su culo regordete, y ella apretó su coño contra su


regazo. Se había puesto un pantalón de chándal que encontró,
pero no ocultaba su erección. Esto era una distracción.

Vas a renunciar a ella.

Ya no la vas a tener.

Disfrútala mientras puedas.

Estaba siendo egoísta, lo sabía. Killian sabía en el fondo de


su corazón que debía detener esto. Que debía poner fin a esta
tontería. Su manada debía ser lo primero. Había hecho esa
promesa a su padre, pero cuando los labios de Leah se apretaron
contra los suyos, perdió toda lógica y pensamiento.

Esta era su compañera. La mujer que había estado


buscando, durante mucho tiempo. Y él iba a renunciar a ella por
su manada. Por la seguridad de todos ellos. No sabía exactamente
los riesgos que corría al rechazar a Leah, al vivir sin una
compañera, pero tenía que valer la pena. Su padre le había dicho
que la manada siempre tenía que ser lo primero. Era su
responsabilidad mantenerlos a salvo.

Enredando los dedos en el pelo de Leah, la acercó y la besó.


Por última vez, y después no volvería a probarla. No la tendría.

Le metió la lengua en la boca y la oyó gemir. Killian rompió


el beso y la llevó a la cama, poniéndola de rodillas. Su gruesa
polla salió y él la agarró. La recorrió con la palma de la mano,
soltó un gemido y presionó la cabeza contra el coño de ella. No
apartó la mirada, sino que vio cómo ella se abría alrededor de su
polla y, centímetro a centímetro, él empezaba a llenarla.

—¡Killian! —su nombre era un gemido brotando de sus


labios.

No quería que dejara de pronunciar su nombre, pero sabía


que llegaría un momento en que no tendría elección. Él iba a
acabar con lo que había entre ellos.

Una vez que ella había recibido la mayor parte de su longitud,


la agarró por las caderas y la penetró hasta la empuñadura. Ella
gritó y él empezó a embestirla. Era la última vez que sentiría su
calor, lo apretada y húmeda que era. Él iba a tomarlo todo, y
luego salvaría a su manada.

Metió la mano entre sus piernas abiertas, encontró su clítoris


y colocó su polla hasta la empuñadura dentro de ella, tocando su
clítoris, volviéndola loca, y esperó a que se liberara antes de
encontrar la suya. Esta vez, el orgasmo lo hizo sentir en llamas.
No quería que se detuviera, pero su tiempo como compañeros
estaba llegando a su fin.

Y eso, para Killian, era la mayor crueldad de todas.


Capítulo 9
Dejaron a los osos, y la misión secreta de Killian era
claramente importante. Mystic le había dado una advertencia, y
Leah la había entendido. Desde que se aparearon, tenía la
sensación de que Killian se estaba distanciando. Todavía la
tocaba, la acariciaba o simplemente la tomaba de la mano, pero
algo era diferente. No podía evitar esa sensación molesta en su
interior.

—Háblame de tu manada —le dijo. Quería saberlo todo sobre


su nuevo hogar, a menos que Killian le dijera que eso no iba a
suceder, que no vivirían juntos.

No sabía si el aquelarre estaría contento con Killian


invadiendo su hogar. No solían recibir a nadie que no fuera bruja
o hechicero. Los invitados que tenían sólo se quedaban un par de
horas y luego se iban. Un aquelarre era un refugio seguro para
todas las brujas.

Leah se negaba a romper esa red de seguridad, incluso por


su propio compañero. No dudaba de que él pudiera hacerle daño
a alguien, pero eso seguía siendo algo horrible que pedirle a su
aquelarre.

—Son como cualquier otra manada, Leah.


—Está bien, he conocido, como, cada manada por ahí, pero
vamos, ¿me estás diciendo que tu manada no es especial para ti?

Él se detuvo y la fulminó con la mirada. —¿Cuántas manadas


has conocido?

Ella puso los ojos en blanco. —Estaba siendo sarcástica. Sé


que hay muchas manadas, Killian, y no todas son iguales. ¿Qué
te ocurre?

Él frunció el ceño. —Nada.

—¿Nada? Porque te estás poniendo irritable y está


empezando a enojarme. —Leah frunció el ceño y luego se tapó la
boca con una mano.

—¿Sentiste eso? —preguntó él.

—Sí.

Ella se había puesto enojada a pesar de que no tenía ninguna


razón para estarlo.

—Algo no va bien.

Leah levantó las palmas de las manos.

—¿Qué demonios te he dicho? —preguntó Killian, gruñendo.

—¡Retrocede, Chico Lobo! —dijo ella, gritándole. —Me dijiste


que podía usar mi magia, recuérdalo.

Killian tenía las manos cerradas en puños.


Ella levantó las manos, cerró los ojos y respiró hondo. Al cabo
de unos segundos, lo supo.

—Un hechizo de ira.

—Estamos cerca —dijo Killian.

—En serio, tu misión supersecreta nos llevó a través de un


maldito hechizo de ira. —Ella quería golpear una mano sobre su
boca. Nunca maldecía en voz alta, o al menos intentaba no
hacerlo. —¿Te das cuenta de que un hechizo de ira se lanza para
mantener alejados a los visitantes no deseados, o tu cerebro de
lobo es demasiado lento para comprenderlo?

Estaba diciendo cosas que no quería decir. Ella no creía que


Killian fuera estúpido.

—Es una prueba —dijo Killian.

De nuevo, él todavía tenía ese ceño enojado en su cara, que


ella encontraba tan jodidamente caliente.

—No, imbécil. No es una prueba, ¿de acuerdo? Esto está


diseñado para ver quién es lo suficientemente fuerte como para
atravesar la barrera, ¡pero esta es solo la primera jodida prueba!
—gritó ella. —La gente se mata entre sí, o incluso a sí misma
durante estas estúpidas misiones.

Killian extendió la mano y la agarró, y en el momento en que


lo hizo, ella volvió a sentirse normal.

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó.


—No estamos enojados el uno con el otro. Es el hechizo.
Siempre hay un resquicio en los hechizos. Una forma de
derrotarlos, y tú misma dijiste que la magia mala es más fácil y
tiene un precio. No estamos peleando. No tenemos razón para
pelear.

—En realidad, tenemos todas las razones para pelear, por eso
está funcionando con nosotros. —Leah exhaló un suspiro. Se
sentía bien poder pensar. —Para otras personas, una misión
como en la que hemos estado crea animadversión. Incluso si
comenzaran su aventura juntos en paz, sucederían cosas que
permitirían que se manifestara el hechizo de la ira. Tú y yo
tenemos ese problema del rechazo.

Killian la acercó.

—Va a empeorar, Killian.

—Lo sé, pero si estamos juntos, todo irá bien.

A Leah le encantaba su optimismo. Era agradable que él


fuera el positivo, mientras que ella sabía que todo lo demás que
estaba a punto de sucederles iba a apestar, a lo grande. No dijo
nada.

Salieron del hechizo de ira, y ella supo que lo habían hecho


porque ya no sentía el odio presionando su carne, erizándole la
piel. Pero ahora, ya no sentía a Killian. Él no la tomaba de la
mano.
—¿Qué demonios? —Leah miró su mano y luego a su
alrededor, pero Killian no estaba allí. —¿Killian? —gritó para que
la oyera.

Su corazón empezó a acelerarse. Esto no era bueno. El


hechizo de ira era la primera línea de defensa. ¿Qué era esto?
¿Divide y vencerás?

—¿Es eso lo que esperas hacer? ¿Separarnos para poder


matarnos uno a uno? —Leah respiró hondo. —Killian, estoy bien.
—No tenía ni idea de cómo funcionaba su vínculo de
apareamiento, o si siquiera tenía la oportunidad de enviarle un
mensaje.

Ella se movió hacia adelante, sabiendo en su corazón que


estaban lado a lado. Tenían que estarlo. No la habían convocado.
No había habido ningún movimiento. Ella había estado en el
mismo lugar, pero Killian había desaparecido. Estaban
exactamente donde debían estar, pero se había colocado un muro
de ocultación que permitía a la gente esconderse dentro de la
misma habitación. Aunque no estaban en una habitación, sino
en el bosque. La bruja o hechicero que lo había lanzado era
poderoso. Yay.

No tenía ni idea de lo que Killian esperaba encontrar o


conseguir, pero se trataba de magia oscura. La gente que
sucumbía terminaba causando una oscuridad masiva. Ella tenía
que creer en el bien.
Leah siguió caminando, sintiendo ese agujero gigante en el
pecho, y luego lo sintió a él, y cuando se dio la vuelta, él estaba
allí. La atrajo hacia sus brazos.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó.

—Fue un hechizo de camuflaje.

—Eso no es nada especial.

—Para aquellos que no lo esperan, podría hacer que se maten


entre ellos.

—Te sentí —dijo. —Algo me decía que avanzara. —Le acarició


la cara. —¿Me hablabas a mí?

—Lo intentaba. Al principio me entró el pánico, pero luego


me di cuenta y esperé que nuestro vínculo pudiera ayudar.

Él le acarició la mejilla.

Ella quiso besarlo y se puso de puntillas para hacerlo, pero


entonces algo la rodeó por la cintura y tiró de ella para apartarla
de él. Leah gritó. Eran lianas.

—¡Killian!

—Estoy yendo, Leah.

Intentó liberar sus manos, pero las lianas se enroscaron


alrededor de su cuerpo, atrapando sus brazos a los lados.
Cerrando los ojos, imaginó una espada, como la que había visto
en algunos de los textos que Lucinda le había permitido leer sobre
guerras pasadas.

Abrió los ojos, y había aparecido en las manos de Killian. Él


no dudó y comenzó a acuchillar las enredaderas. Estas no eran
parte de la naturaleza, estas enredaderas habían sido creadas
para hacer maldades. Apretaron su agarre alrededor de ella. Leah
intentó invocar a la Madre Naturaleza, pero ésta era una zona
donde la magia buena no florecía.

Lo que Killian esperaba encontrar o buscar estaba lleno de


oscuridad. Lo sentía presionando su alma.

—Puedo tomar tu alma como pago. Deja que Killian se vaya


libre. —Leah no sabía quién le hablaba.

Se retorció en las lianas, tratando de liberarse. De repente la


soltaron y gritó mientras caía al suelo, sólo para que de repente
la levantaran y la lanzaran de un lado a otro. Iba a vomitar, no
había duda.

—¡Suéltala! —Las lianas se tensaron y luego se


desvanecieron. Estaba en lo alto del cielo.

Leah no tuvo oportunidad de detener su caída, pero Killian


estaba allí para atraparla.

Su corazón se aceleró y su estómago se hinchó. Iba a vomitar.


Arrastrándose fuera de sus brazos, sintió el suelo bajo ella, su
frialdad, la muerte. Por eso no podía llamar fácilmente a la Madre
Naturaleza. Quienquiera que buscara a Killian había destruido
todo lo natural y bueno.

La risa repentina hizo que Leah se tensara.

No estaban solos.

—Podría hacerte pasar por más pruebas, pero creo que


estamos perdiendo el tiempo. —Era una voz femenina y cuando
Leah levantó la vista, la frialdad la invadió.

***
La bruja era hermosa, pero Killian sabía que era malvada.
Pura maldad. Tenía el pelo largo y negro, con vetas doradas.
Tenía imágenes de enredaderas trepando por su cara y a través
de su frente. Llevaba un sujetador negro y una falda envolvente
que dejaba ver más de las enredaderas que cubrían su cuerpo.

Killian no sabía su nombre. Ella había dejado de tener


nombre hacía mucho tiempo.

La bruja miró a Leah y luego a él.

—Rose —dijo Leah.

La bruja la fulminó con la mirada.

—Así te llamabas antes, ¿verdad? Rose, de ahí todas las


enredaderas.
—Ah, así que veo que la gran Lucinda y el gran aquelarre te
hacen investigar.

—Killian, ¿qué demonios es lo que quieres? —preguntó Leah.

Él vio lo tensa que estaba Leah mientras se ponía de pie. De


repente fue volteada y enviada al suelo.

—La gran y poderosa Leah no es rival aquí. Puede que hayas


superado algunas de mis pruebas con éxito y que estés viva y
respires, pero puedo rectificar eso.

—Detente —dijo Killian.

—Traes una gran amenaza a mi tierra, Killian. Debo


asegurarme de que no me mate. ¿Sabe ella lo que buscas?

—No —dijo, tras varios segundos de vacilación.

Eso hizo reír a Rose.

No creía que 'Rose' le quedara bien.

Leah se puso de pie. —Tenemos que irnos —dijo. —Aquí no


puede pasar nada bueno.

—¡Suficiente! —Algo cubrió la boca de Leah, silenciándola.

—¡Detente!

—Te concederé lo que buscas —dijo Rose. —Ya sabes el


precio de lo que quieres.

Él asintió.
—Bien, pero verás, siempre hay un precio más alto que exijo.
Necesito que me digas exactamente qué esperas encontrar.

Él apretó los dientes.

Ella sentía un gran placer con esto.

—Quiero que elimines el vínculo de apareamiento que nos


une a Leah y a mí. Conozco el precio. Leah y yo ya no seremos
compañeros. Nunca tendré la oportunidad de aparearme de
nuevo, pero Leah encontrará un compañero.

Rose rió entre dientes.

—Y dile lo que tuviste que hacer para que esto se completara.

Esto era cruel. Él no sabía si esto era parte del precio, o


simplemente Rose siendo una perra. Él nunca había conocido a
esta bruja antes, ni había oído hablar de ella.

—Tuve que aparearme con ella primero.

Rose chasqueó los dedos.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Leah.

Se giró para mirar a Leah y vio las lágrimas brillar en sus


ojos. Ese vínculo de apareamiento lo hacía odiar lo que estaba
haciendo. No quería hacerle daño, pero era lo único que podía
hacer.

—Lo siento mucho, Leah.

—¿Estás loco? —preguntó ella, mirando a Rose y luego a él.


—No puedo arriesgarme a que esto le pase a la manada. Eres
un riesgo, Leah, y le juré a mi padre que haría lo que fuera
necesario para mantenerlos a salvo.

—Maldito idiota, ¿no lo ves? Que sigas adelante con esto


podría ser todo el punto de la profecía. Los compañeros son
fuertes juntos. Están unidos. Ella es una bruja -una mala- y
podría quitarte lo que te hace fuerte. Cada profecía está sujeta a
interpretación.

—Oh, suficiente. —Rose chasqueó los dedos y Killian vio


cómo Leah desaparecía y luego estaba en brazos de Rose. —Él no
te quiere. Prefiere ir por la vida miserable y solo, y yo estoy más
que feliz de concederle su deseo. Después de todo, me dijeron que
un día un lobo idiota me traería lo que más busco.

Había sido engañado.

—Y tú, dulce pequeña Leah, tienes un precio por tu cabeza,


que no puedo dejar ir.

Vio como Leah era levantada con algo alrededor de su cuello.


Magia.

Killian tenía la espada en la mano, y cargó hacia adelante,


sólo para ser arrojado hacia atrás. Se puso de pie e intentó atacar,
pero se encontró con dos brujas más en su camino: Greta y
Olivia.

—Lo siento, chico lobo. Deberías habernos matado cuando


tuviste la oportunidad.
Killian no tuvo tiempo de pensar, ni de cuestionar. Cargó
contra las dos brujas. Una de ellas se desvaneció, mientras la
otra se reía de él. Agitó su espada contra ellas, pero lograron
esquivarla. Siempre que había luchado contra brujas en el
pasado, en forma humana, había sido inútil.

Saltando por los aires, abrió su piel, convirtiéndose en el lobo


alfa gigante que sabía que era. Vio el miedo en los ojos de Greta
y Olivia. Killian también sabía que eran las hermanas de Lucinda.
No sabía si matarlas lastimaría a su amiga, pero no podía
permitir que lastimaran a su compañera.

Killian la había cagado. Sabía eso.

Greta y Olivia estaban llenas de magia oscura, pero ninguna


de ellas era rival para su habilidad. Olivia cayó primero, él le
partió el cuello, acabando con la amenaza, y enviándola sobre las
llamas que danzaban a su alrededor. Se podía matar a las brujas,
incluso a las oscuras. De hecho, había llegado a la conclusión de
que las brujas más oscuras eran a veces las más frágiles. Greta
se quedó, y giró sobre sus talones a punto de correr, pero él la
capturó.

—Va a matar a Leah. Va a convertir su magia en oscura y


luego extraerá sus poderes.

Giró la cabeza para ver que Rose había soltado a Leah, y


ahora, debido a que estaban en el terreno más oscuro, Leah podía
ser la más débil de ellas. No tenía ninguna Madre Naturaleza a la
que invocar. Estaba perdida y sola.
Rose seguía enviando llamas y atacándola con las lianas de
su cuerpo. Vio que Leah tenía cortes en varios lugares. Las lianas
no sólo estaban cortando su carne, sino también a ella. La magia
que ella poseía luchaba.

¿Qué demonios había hecho?

—Sabes lo que tienes que hacer —dijo Rose. —Para


destruirme, debes sucumbir a la oscuridad. Únete a mí, Leah. Tú
y yo podemos hacer que tu compañero desee no haber nacido.
Podemos torturarlo juntas. Convertirlo en nuestro pequeño
perro.

Killian había oído suficiente. Cargó, empujando a Rose al


suelo, y cuando iba por el tiro de gracia, ella lo arrojó lejos. Él
sintió que trató de volverlo a su forma de lobo, pero ella no era
rival para él. Nadie podía quitarle a su alfa, ni siquiera una bruja.

—Esa no es una buena manera de tratar a la bruja que te va


a ayudar —dijo Rose, volviendo su atención hacia él.

Leah estaba en el suelo. Él sentía lo débil que estaba.

Joder.

Mierda.

Joder.

Killian gruñó.
—¿Crees que puedes derrotarme? Pobre alfa —le espetó. —
Tu único problema es que eres pésimo entendiendo profecías.
Verás, Leah es tu salvación. Yo soy tu perdición.

—¡Oye! —gritó Leah y él se giró. Rose salió volando.

Leah estaba rodeada de hojas verdes, ramas, vida, Madre


Naturaleza. Con cada segundo que pasaba, él sentía que la tierra
debajo suyo se extendía. El suelo muerto cobraba vida, fructífero
y lleno de hierba. El aroma llenó sus sentidos y sintió el poder
que provenía de Leah. El mismo poder que también la estaba
drenando.

—Esta no es su lucha —dijo Leah. —Yo soy lo que quieres,


ven a buscarme.

Rose cargó hacia adelante, y un muro de hojas la cubrió. Algo


golpeó a Rose por la espalda, y se giró para ver a Lucinda, Vivian
y Ryan, así como a muchas otras brujas del aquelarre. Estaban
saliendo del bosque. Lucinda llevaba la delantera y vio cómo el
muro que rodeaba a Leah se desvanecía y su compañera salía, se
adelantaba y se unía al aquelarre.

Rose gritó y él vio cómo la oscuridad era despojada de ella.


Cada partícula, cada alma que había tomado huyó de su cuerpo,
y entonces una ráfaga de luz atravesó su cuerpo, y sus cenizas
cayeron al suelo. La tierra que había corrompido empezó a
temblar cuando la Madre Naturaleza volvió a surgir, ya no dejada
de lado.
Al hacerlo, Leah se hundió en el suelo y se desplomó en un
montón. Killian corrió hacia ella.

—Leah, cariño, Leah. ¿Qué ocurre? —preguntó, girándose


hacia Lucinda.

—Está débil. Lo que acaba de hacer, enfrentarse a Rose sin


recurrir a la magia oscura, nunca había visto tanta fuerza en mi
vida.

—¿Se va a despertar? —preguntó.

—Sí, se despertará, pero ahora mismo, tenemos que llevarla


de vuelta a nuestro aquelarre, Killian —dijo Lucinda.

Ryan se adelantó y le quitó a Leah de los brazos.

—¿Qué estás haciendo? —dijo Killian. —Es mi compañera.

Lucinda se adelantó y le tendió un simple vial. —Si tomas


esto, tu habilidad para cesar como compañeros tendrá lugar.

—¿Podrías haberme dado esto?

—Tómalo. Leah estará protegida, Killian. De eso, no tengas


duda.

Se llevaron a Leah, dejándolo solo en el brillante bosque


rodeado de tierra, y Killian no pudo sentirse más perdido.
Capítulo 10
Leah sabía que no tenía su mejor aspecto. Estar a punto de
morir a manos de una de las brujas más malvadas del mundo
puede tener ese efecto.

Había sobrevivido, con la ayuda del aquelarre. Y ahora estaba


sola. Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras se frotaba el
pecho.

Lucinda había hecho los arreglos para que viera a Killian por
última vez. No estaba segura de que se hubiera tomado la poción
que le habían preparado. Lucinda había encontrado el hechizo
oscuro que crearía la poción para separarlos como compañeros.
Leah tenía el mismo vial. Todo lo que tenía que hacer era tomarlo
y ya no sentiría este dolor. Se secó las lágrimas.

Los jardines a su alrededor florecieron. Las flores que antes


la llenaban de felicidad ahora sólo le causaban dolor. Por un corto
tiempo, había pensado que Killian la aceptaría, que podría
amarla, o aprender a amarla, si aún no lo hacía. Pero eso era
mentira.

La apareó para crear un sacrificio gigante. Rose podría haber


hecho lo que Killian quería. Podría haber eliminado su vínculo de
apareamiento. Lucinda había esperado que Killian entrara en
razón y se diera cuenta de que aparearse con ella sería terrible.
Cuando Lucinda se dio cuenta de que Killian no iba a dar marcha
atrás, no tuvo otra opción que recurrir a la magia oscura para
crear la poción. Si se la tomaban, Lucinda estaba un paso más
cerca de sucumbir a la magia oscura. Tendría que ser vigilada y
su alta posición dentro del aquelarre sería revocada. Leah no
podía hacerle eso a su amiga.

Rose siempre había planeado eliminar el vínculo de


apareamiento, pero había esperado tomar a Leah, volverla oscura
y luego matarla, extrayendo sus poderes y haciéndola imparable.
Una vez más, Leah había encontrado un camino. Ni una sola vez
había sentido la tentación de recurrir a la magia oscura.

Lo único que había intentado era devolver la vida a la tierra


muerta. Había agotado su energía, y por eso Rose había sido
capaz de usar esas enredaderas contra ella. Nunca volvería a
mirar a las rosas de la misma manera.

El aquelarre no había usado magia oscura contra Rose.


Habían despojado a Rose de las almas que había reclamado a lo
largo de los años, liberándolas, y luego, debido al peaje que Rose
había puesto en la tierra, como su antiguo aquelarre,
simplemente habían reemplazado lo que ella había tomado
devolviéndoselo. Era una pena que Rose no hubiera muerto de
dolor.

Se secó las lágrimas, odiando llorar.


—No llores —dijo Killian, acercándose a ella. Se arrodilló ante
ella y le puso la mano encima. —Me alegro mucho de que estés
bien.

Ella apartó las manos y lo empujó de sus rodillas.

—Leah, por favor.

Ella negó con la cabeza. —No me interesa oír nada de lo que


tengas que decir. ¿Tomaste la poción? —Odiaba seguir llorando.

—Por favor, escúchame.

—No. No tengo que escucharte. Te dije en detalle lo que las


profecías podían hacer. La bruja que causaría la mayor perdición
de tu manada, no tenía nada que ver conmigo. Esa misión
supersecreta, tratando de eliminarme como tu compañera, sería
tu mayor perdición. —Se puso de pie. —Sé que no quieres ser mi
compañero, y está bien. Voy a pedirte que no tomes esa poción y
que me des tiempo para encontrar la forma adecuada de cortar
todos los lazos que nos unen.

—Leah, por favor escúchame.

—Si tomas esa poción, Lucinda pagará el precio y no se


merece eso. Quieres ser libre, bueno, considérate libre. No voy a
oscurecer tu puerta. Intentaré encontrar la manera de que
encuentres una compañera diferente. Una que no tenga esos
horribles poderes de bruja.

—¡Pensé que estaba haciendo lo que tenía que hacer por mi


manada!
—No escuchaste. —Leah empujó con sus manos en su pecho.
Su fuerza no era rival para Killian. Él no se movió. Ni un solo
centímetro. —¿Sabes siquiera lo que podrías haber hecho? ¿Lo
que podría haberle hecho a tu manada?

Killian le acarició la cara, pero Leah no quería que la tocara.


Se apartó de él.

—Leah, sé que ahora mismo estás enojada conmigo, y sé que


la cagué.

—Oh, sólo sabes que has hecho eso. —Ella seguía llorando.
No quería llorar, pero las lágrimas seguían cayendo.

—Te amo —dijo Killian.

Leah disparó un rayo de magia de sus manos y Killian cayó


hacia atrás a varios metros de ella. Era la primera vez que usaba
su magia con ira. Odiaba cómo la hacía sentir.

—No me mientas, Killian. No necesito oírlo.

—No estoy mintiendo.

—Creo que deberías irte —dijo Lucinda, apareciendo en el


jardín.

—No me voy a ir.

—Killian, ahora mismo, no eres bienvenido aquí, y creo que


lo mejor es que te vayas.
Leah se frotó las manos, odiando haber usado su magia
contra él. Se sentía mal del estómago. Incluso luchando contra
Rose, nunca se sintió tentada a usar magia oscura. No es que se
sintiera tentada a usar magia oscura, pero había querido alejar a
Killian de ella.

Decir esas preciosas palabras había sido cruel. Ella no quería


escucharlas. En realidad, sí quería escucharlas, pero viniendo de
él en ese momento le dolía mucho.

—Volveré mañana —dijo Killian.

—Killian, ¿en serio? —preguntó Lucinda.

—Seguiré viniendo, Leah. —Levantó el vial de poción. —Y


nunca tomaré esto. No necesito que me busques una cura. No la
quiero.

La poción fue arrojada hacia ella y Leah se quedó mirándola


en el suelo. Se agachó, la levantó y luego le entregó la de él y la
de ella a Lucinda.

—¿Leah?

—No quiero hablar contigo.

—No puedes seguir ignorándome a mí o a tus padres.

Leah había empezado a caminar en dirección contraria. —


¿No puedo? Dime por qué no.

—Sé que estás enojada.


—Oh, sabes que estoy enojada. Estoy bastante segura de que
habrías estado más que feliz si tu aquelarre hubiera estado al
tanto de la misión en la que estaba tu compañero, pero te hubiera
enviado de todos modos. Dándote falsas esperanzas de que
durante esa misión se convertirían en compañeros, que se
enamorarían.

Leah odiaba lo inestable que sonaba, pero por eso se había


ido con Killian. Había esperado que su cercanía le demostrara a
él que no había nada que temer en estar apareado con ella. No
había sido así.

Leah no sabía qué le dolía más, si la traición de su aquelarre


y sus padres, o el hecho de que Killian se hubiera apareado a
propósito con ella para ponerle fin.

—Lo siento —dijo Lucinda.

—Y esperas que todo esté bien.

—Estás herida y este es un momento peligroso para ti.

—Detente. Sólo detente. No voy a volverme malvada. Te lo he


demostrado una y otra vez. Donde otros sucumbirían a la
oscuridad, yo nunca lo he hecho.

—Acabas de atacar a Killian en un ataque de ira.

—Necesitaba que no me tocara —dijo Leah. Odiaba las


malditas lágrimas que seguían cayendo de sus ojos. —Y me odio
por ello. No quiero que me toque, pero no quiero que toque a
nadie más. Lo amo y escucharlo decir que me amaba, eso dolió.
Si me amara, no habría buscado la forma de terminar este
apareamiento entre nosotros. Él no tiene que preocuparse. Yo lo
haré.

Esta vez, se alejó. Leah no sabía a dónde iba, pero tenía que
alejarse. Tenía que permitir que sus lágrimas y su dolor fueran
privados.

Se alegraba de que el tiempo no se viera afectado por su


dolor. Al menos, derrotar a Rose le había permitido controlar sus
emociones y evitar que afectaran al tiempo.

***
Killian se mantuvo fiel a su promesa.

Todos los días iba a ver a Leah. Su manada no lo vio durante


un mes, hasta que le pidieron que bendijera a quiénes habían
hecho la transición. Así que viajó de vuelta a su manada, y luego
regresó a Leah.

Pasó un mes y un segundo. Su lobo la extrañaba. Al igual


que él.

Ella no lo veía, pero él la sentía. Sus padres después del


quinto mes dejaron de mirarlo como si fuera basura. Lucinda
empezó a hablarle de nuevo, y él supo que estaba preocupada.
Leah no se había unido al aquelarre y ella estaba empezando a
preocuparse. Leah no hacía nada con el aquelarre, ni con sus
padres. Se sentía traicionada por ellos. Al final del sexto mes,
Lucinda esperaba fuera del aquelarre.

—Leah se ha ido —dijo Lucinda.

—¿Qué quieres decir con que se ha ido? Estaba aquí ayer


mismo.

—Lo sé, pero se fue anoche. No ha empacado ninguna de sus


pertenencias. No sabemos dónde está. Ni siquiera puedo
rastrearla, así que ha descubierto cómo impedir que la localice.

Killian le entregó las flores que había comprado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Lucinda.

—Voy a encontrarla.

—Killian, esto es inútil. Tienes que volver a tu manada y


seguir con tu vida. Leah necesita encontrar paz.

—La única paz que va a encontrar es conmigo. He sido un


jodido idiota, no exigiendo que me viera. Guardando las
distancias. Dándole tiempo porque eso es lo que pensaba que
necesitaba, pero no es así. Leah es mi compañera y voy a por ella.

—Killian, espera...

—No, me cansé de esperar. He terminado con esta mierda.


Ella es mía como yo soy suyo. —Había cometido un error y haría
todo lo posible para arreglarlo.

—¿Qué ha cambiado? Leah sigue siendo una bruja.


—No me importa que sea una bruja. Las brujas nunca me
han molestado, de lo contrario nunca habría hablado contigo. Era
esa maldita profecía. Se me metió en la cabeza, y ahora he
ordenado que todas las profecías sean destruidas. Son
demasiado peligrosas y no me arriesgaré a que nadie más las lea
mal. Están eliminadas de la manada. Hacemos nuestro propio
destino, y ahora mismo voy a reclamar a mi compañera.

—No tienes ni idea de dónde buscar —dijo Lucinda.

—Ahí es donde te equivocas.

Él no había tomado la poción, tampoco Leah. Estaban


apareados, unidos. Seis meses separados no habían cambiado
eso. Todavía estaban destinados a estar juntos.

Dejando el aquelarre, se adentró en el bosque. Con Leah


desapareciendo por la noche, no podía haber ido muy lejos.

Una vez dentro del bosque, inclinó la cabeza hacia el cielo e


inhaló profundamente. La tierra tenía un aroma tan tentador. Al
principio, no la detectó. Leah era tan parte de la Madre
Naturaleza que su olor se enmascaraba fácilmente, pero era tan
tenue que supo que no estaba demasiado lejos.

Despojándose de sus ropas, invocó a su lobo y se adentró en


el bosque, siguiendo su olor. Podría haberlo hecho en su forma
humana, pero era mucho más rápido como lobo. Como su lobo,
sintió el dolor de Leah.
Él le había hecho esto. Le había hecho daño. Le había
mentido, la había traicionado, y le correspondía a él curarla. Seis
meses de intentar arrastrarse no habían funcionado. La había
jodido a lo grande. Killian sabía que debería haberla obligado a
pasar tiempo con él, pero estaba haciendo lo que creía correcto.
Ahora, sabía que había cometido un error aún mayor. Leah sentía
que su aquelarre y su familia la habían traicionado, al igual que
él. Habían intentado hacer lo que era correcto para ella.

Se acercó a un árbol que estaba cubierto de su olor. Leah se


había apoyado contra el árbol.

Voy a por ti, Leah.

No sabía si ella podía oírlo. Los compañeros eran capaces de


conectar y comunicarse a un nivel más profundo. Era lo que
esperaba lograr con Leah, eventualmente. Ella no estaba muy
lejos. Leah no conocía el bosque como él.

Pasando entre los árboles, saltando sobre los caídos, girando


a la izquierda, luego a la derecha, el olor de Leah se hizo aún más
fuerte. Su lobo estaba más que feliz de correr. Ambos querían
hacerlo.

Voy a por ti, Leah.

Te quiero.

Eres mía.

Son todas las palabras que debería haberle dicho cuando la


vio por primera vez. Esa jodida profecía infernal había jugado con
su mente durante demasiado tiempo. Había interferido con su
deseo de una compañera. Nunca más. Leah sería lo primero,
siempre. Estaba deseando formar una familia con ella, mostrarle
cómo podía ser realmente como compañero, no sólo durante unas
horas o unos días, sino durante semanas, meses y años.

La emoción inundaba su cuerpo. Estaba tan cerca. Ya faltaba


poco.

Oyó sus pasos y se abalanzó sobre ella al divisarla,


caminando a paso firme. Al saltar en el aire, volvió a su forma
humana en cuanto la atrapó, llevándolos a ambos al suelo. Giró
en el aire, de modo que recibió toda la fuerza del suelo cuando se
desplomaron juntos.

Envolviéndola con sus brazos, sonrió a una Leah que lo


miraba furiosa.

—Hola, hermosa.

—¿Qué estás haciendo? ¿Intentas provocarme un infarto? —


preguntó ella, empujando su mano contra el pecho de él para
apartarse. Con el agarre que tenía sobre ella, no había ninguna
posibilidad de escapar.

—No voy a dejarte ir.

—¿Y crees que puedes detenerme? —le preguntó.

—¿Quieres que te demuestre que puedo? —Le guiñó un ojo.


—Ahí está mi pequeña bruja ardiente.
—No soy tuya. Renunciaste a ese derecho.

Killian se negó a dejarla ir.

—Maldita sea, Killian, déjame ir.

—No.

Ella siguió fulminándolo con la mirada, pero él vio el brillo en


sus ojos que le hizo saber que estaba a punto de llamar a la Madre
Naturaleza para que la ayudara.

—Adelante, llámala para intentar obligarme a dejarte ir. Ella


entenderá que cometí un error. La jodí bien, pero este es mi
intento de arreglarlo. Llevo seis meses intentando arreglar esto
entre nosotros, pero eres demasiado terca.

—¿Crees que estoy siendo terca? No soy un maldito felpudo,


Killian. Te seguí de buena gana para ayudarte con tu problema
con tu manada, y todo el tiempo, era yo. Yo era tu problema.

—No, yo era el problema —dijo Killian. —No tú. No tenía ni


idea de que tenía que llevarlo tan lejos, y luego cuando llegamos
a la... guarida de Rose, aquelarre, no sé cómo demonios lo
llamarías.

—Yo diría páramo —dijo Leah.

—Muy bien, páramo, yo no quería. Sabía que la había


cagado, y nunca quise ponerte en peligro. —Sabía que guardarse
sus sentimientos no era lo ideal con Leah ahora mismo. La había
jodido a lo grande, y tenía que arreglarlo. —Nunca quise dejarte
ir. Esa profecía se me metió en la cabeza y casi destruye a la
persona más preciada del mundo para mí. Si Rose te hubiera
matado, habría destruido a todas las brujas vivas. Habría tenido
que hacerlo.

Leah sacudió la cabeza. —Por eso es aconsejable que uno no


lea las profecías. Siempre se meten con la cabeza de la gente y
los hacen hacer cosas que no quieren.

—Entonces perdóname. Vuelve conmigo a mi manada, y


dame las próximas semanas o incluso los próximos seis meses
para demostrar que hablo en serio. Que sin esa jodida profecía,
te habría tratado como a una reina. Por favor.

Nunca había suplicado nada a nadie en su vida. No era lo


que él hacía.

—No puedo —dijo Leah, pero él percibió una vacilación en su


interior.

—Leah, no tienes adónde ir. Estás huyendo.

—No estoy huyendo. Simplemente estaba caminando y tengo


planes. —Ella no lo miró a los ojos.

—Entonces haz esos planes conmigo. No tienes que venir a


la manada. Iré contigo.

—Eso no tiene sentido.

—Leah, voy a seguir siguiéndote. Puedes usar toda la magia


del mundo en mí, pero donde estés, voy a estar. Ese es el punto
de ser compañeros. Así es como supe que debía seguirte en ese...
lugar.

Cuando Leah desapareció de su lado, se había enojado


mucho consigo mismo. Por su culpa, los había puesto a ambos
en peligro. No le importaba su propia vida, pero cuando se trataba
de la de Leah, ella era la persona más importante de su mundo.
Sabía que su padre estaría decepcionado de él.

—Puedes seguir enojada conmigo y puedes hacerlo para


siempre, pero tienes que darme una oportunidad, darnos a
nosotros una oportunidad.

—¿Por qué? —preguntó Leah.

—Porque estás llena de bondad. —Le acarició la mejilla. —Y


te gusta mirarme. Piensas que estoy bueno y sabes en el fondo
de tu corazón que es justo aquí donde quieres estar.
Capítulo 11
Leah odiaba lo acertado que estaba Killian.

Ella no debería estar con su manada, pero desde el momento


en que entraron en los muros protectores, la manada la había
recibido con los brazos abiertos. Cada persona que conocía se
refería a ella como la mujer, la compañera y la chica de Killian.
Unos pocos recordaban su nombre. Odiaba que le gustara lo
encantadores que eran todos. Cómo todos le decían que la llevara
a casa.

Ninguno le temía a su magia. Los había conocido cuando fue


a ayudar a Lucinda a poner el hechizo de protección. Después de
conocer a toda la manada, Killian la había llevado a su casa,
donde había muchas más sorpresas. La mayor fue el espacio que
había puesto en su armario. Sí, era un pequeño detalle, pero
también había hecho algunas compras.

—¿Así que aunque planeabas poner fin a nuestro vínculo de


apareamiento, fuiste y gastaste dinero en ropa y espacio para mí?

—Leah, aún te quería como mi compañera. Todavía esperaba


encontrar una manera de tener todo lo que quería.
Pero eso no había sido lo que estuvo a punto de calentar su
corazón. Le había construido una habitación para practicar
magia, con las hierbas y baratijas que Lucinda le había
aconsejado que necesitaría. Su propio espacio. No, eso ni siquiera
era lo más cálido. Lo que más le había impactado era el Jack
Russell que se había pasado la vida imaginando y que él había
puesto entre sus brazos. Killian había dicho que esta dulce chica
se acercó a él mientras estaba en su destacamento de protección.
Había atravesado el hechizo de protección, y él tenía la sensación
de que no era más que un cachorro. Tenía toda la intención de
llevarla a la perrera, pero algo en su interior le dijo que se quedara
con ella. Así que lo hizo. La llamó Witchy. A Leah le encantó el
nombre, y le encantó Witchy, que estaba profundamente
dormida, acurrucada en su regazo. Todo esto había ocurrido
hacía una semana.

Se había puesto en contacto con sus padres y con el


aquelarre para hacerles saber que iba a pasar un tiempo con
Killian. Leah no había esperado quedarse un día en la manada
de Killian y, sin embargo, aquí estaba, una semana después.

Estaba sentada en un gran trozo de hierba en uno de los


parques. Varios miembros ya se habían acercado a hablar con
ella. Algunos niños quisieron acariciar a Witchy, y ella les
permitió hacerlo. Debía de tener a la Jack Russell más perezosa
del mundo, pero no le importaba. Le encantaban los mimos y los
besos.
—Hola de nuevo.

Leah levantó la vista para ver a Morgan, la curandera del


pueblo, que también se dedicaba a las hierbas y los encantos. Le
gustaba incursionar en la magia, pero no tenía ni un hueso
mágico en el cuerpo. Era una mujer encantadora y había
ayudado a Lucinda y Killian a encontrar todas las hierbas que
necesitaba para seguir practicando la magia.

—Hola, Morgan.

—Tengo que preguntarme si la hechizaste —dijo Morgan,


bajando el trasero al suelo. —¿Te importa si me siento?

Se había dado cuenta de que a la mayoría de los lobos les


encantaba la cercanía. Disfrutaban estando allí, cerca. Lo había
notado en Killian. Por ahora, a petición de ella, compartían camas
separadas, pero tenía la sensación de que él se escabullía y la
abrazaba. Leah no tenía pruebas, sólo la sensación de que
durante toda la noche no había estado sola.

Durante seis meses había tenido las peores noches de sueño,


y ahora dormía como un bebé. Le resultaba extraño. No tenía
sentido negarlo. Era Killian.

—Para nada. Toma asiento.

—Killian llegará pronto. Sé que está ayudando a algunos


lobos, y luego planea venir y sentarse contigo.

Él pasaba mucho tiempo en su compañía, aunque no


hablaran. Leah no sabía qué decir. No quería ser un felpudo, pero
sentía la necesidad de hablar con él, de estar con él. El vínculo
de apareamiento no se había desvanecido, y en todo caso, desde
que estaba en su manada, sólo se había hecho más fuerte.

—No hay razón para que venga y se siente conmigo.

Morgan se rió. —Sé que ustedes dos están pasando por una
mala etapa, pero espero que algún día puedas perdonarlo. Es tan
raro que una manada se entregue a un hijo.

—¿Qué quieres decir?

—En la mayoría de las manadas, debe haber una lucha,


donde cada hombre lucha por el título de fuerza. Killian estaba
más que preparado para hacerlo, pero su padre, nuestro anterior
alfa, no quería eso. Todos sabemos que Killian es el más fuerte, y
habría ganado, pero siempre queda esa opción abierta.

—¿Algún hombre de la manada quiso pelear con él?

—No. Nuestra manada nunca ha estado más segura que con


Killian. Él nos pone a todos primero. Somos conscientes de lo que
decía la profecía, y también sabemos lo que pasó. Lo que él hizo.

—¿Cómo? —preguntó Leah.

—Nos lo dijo. Killian no tiene secretos para la manada. Nos


explicó lo que pasó y esa fue una de las razones por las que
destruimos las profecías. Ya no eran importantes. Nuestra
manada era importante: los demás y ver feliz a nuestro alfa.
Killian te ama con todo su corazón. La manada siempre sintió
que él necesitaba ponernos primero, para probar que su padre
tenía razón.

Y por eso tuvo que hacer todo lo posible para mantener la


manada. Por un lado, había sido completamente egoísta porque
la había llevado de viaje. Por otro lado, estaba haciendo algo
completamente desinteresado: anteponer la manada a sus
propios deseos. Se le llenaron los ojos de lágrimas y apartó
rápidamente la mirada.

Ese hombre exasperante. Maldita sea. ¿Cómo podía estar


enojada con él ahora?

Levantando a Witchy en brazos, sonrió a Morgan. —Tengo


que irme. Lo siento mucho.

—No, no te preocupes. Almorzaremos mañana.

—Que sea pasado mañana. —Abrazó a Witchy y le besó la


nuca. Witchy se acomodó en sus brazos.

Saliendo del parque, Leah cruzó el pueblo, pero no había


señales de Killian. Un miembro de la manada le dijo que uno de
los niños había vomitado en su ropa, así que él había ido a casa
a cambiarse.

Leah se fue a casa. Colocó a Witchy en su cama y le puso una


manta alrededor, antes de ir a las escaleras. Oyó el agua de la
ducha. Entró en el baño y esperó.

Killian no tardó mucho. La ducha se cerró, salió de la cabina


y se detuvo. —Leah.
Levantó la mano. —Quiero seguir enojada contigo. Quiero. Lo
que hiciste, llevarme contigo, aparearte conmigo... —Él fue a
decir algo más, pero ella levantó la mano para detenerlo. —No,
ahora estoy hablando yo. Aparearte conmigo, aunque no supieras
que era parte del trato. Estabas dispuesto a hacer ese sacrificio
por tu manada. —Ella se detuvo. —Mucha gente me ha dicho que
tú... has querido una compañera durante mucho tiempo. Que me
has estado buscando, o en nuestro caso, esperándome, y que por
tu manada estabas dispuesto a renunciar a mí para salvarlos.

—Yo no quería.

—Estabas haciendo lo que tenías que hacer. —Ella bajó la


cabeza. —¿Y cómo puedo odiarte cuando pienso en ti así?
Estabas siendo egoísta y desinteresado al mismo tiempo.

—Te amo, Leah. Te he amado desde el primer momento en


que te vi. —Dio un paso hacia ella, y Leah sintió en su cuerpo, en
su corazón, que sus palabras eran ciertas. Él la amaba.

No lo detuvo cuando él le sujetó las mejillas, le inclinó la


cabeza hacia atrás y la miró fijamente a los ojos.

—Te amo más que a nada en el mundo.

Ella apoyó las manos en su pecho. —Y yo... yo también te


amo. Esto no me convierte en un felpudo.

—No eres un felpudo.

—Entonces bésame.
Leah no necesitó pedírselo dos veces cuando él estampó sus
labios contra los suyos. Le rodeó el cuello con los brazos,
apretando su cuerpo contra el suyo. No quería que los besos se
detuvieran. Cuando se trataba de Killian, no quería que nada se
detuviera.

Él estaba desnudo y ella llevaba un endeble vestido de


verano. Hacía calor desde hacía una semana. Sus manos se
apartaron de su cara y se dirigieron a sus hombros. Sintió que el
vestido cedía y se alegró mucho cuando cayó al suelo. Killian se
encargó de quitarle el sujetador y las bragas y, con las manos en
el culo, la levantó. No pudo evitar soltar una risita mientras la
llevaba a la cama.

—Eres mía, Leah —le dijo.

—Entonces demuéstralo. Hazme tuya.

Soltó un gruñido mientras la apretaba contra la cama. Sus


labios eran mágicos. La besó con fuerza, pero no se detuvo
demasiado. Killian empezó a explorar su cuerpo, lamiéndole y
chupándole las tetas, tomándolas una a una antes de pasar a la
otra. Su lengua recorrió el valle de sus pechos y besó su vientre,
dirigiéndose hacia su coño.

Le acarició el exterior de los muslos y luego se dirigió al


interior, hacia el vértice. La mantuvo abierta y otro gemido brotó
de sus labios mientras él la sujetaba.
—Killian. —Su nombre fue un gemido mientras su lengua se
deslizaba por su coño.

Acarició su nódulo, deslizándose hasta su entrada. Jadeó


mientras él saqueaba su coño. Sus caricias se repitieron mientras
él trabajaba con la lengua. Ella se balanceó contra él, lo que era
difícil de hacer cuando él la mantenía en su lugar.

Sin embargo, Killian le dio lo que quería. Trabajó su coño,


acercándola a la cima del orgasmo, pero no se rindió fácilmente.
No, él se tomó su tiempo, haciéndola trabajar para conseguirlo, y
cuando finalmente la empujó al borde de su liberación, ella lo
agradeció.

Él no esperó a llenarla. Su polla la penetró completamente,


con fuerza y profundidad, incluso cuando ella se corrió. Aquella
sensación de plenitud la invadió y Killian le agarró las manos,
apretándolas contra la cama a ambos lados de su cabeza.
Meciéndose dentro de ella, empujó dentro y fuera.

—Te sientes tan bien. Mi compañera. Mi mujer. Mi todo.

Leah sabía que nunca se cansaría de él. Él le pertenecía al


igual que ella le pertenecía a él.

Perdonarlo no era una debilidad. Darse cuenta de lo que hizo,


por qué lo hizo, y saber en el fondo que debía de estar volviéndolo
loco estar con ella todo ese tiempo, sobre todo sabiendo el
resultado final.

—Te amo, Leah —dijo.


—Y yo a ti.

Echó la cabeza hacia atrás y ella sintió la dureza de su polla


mientras se hinchaba, bombeando su semen profundamente
dentro de ella. La sensación de su eyaculación provocó otro
orgasmo que la sorprendió por su ferocidad. Killian se desplomó
a su alrededor, apoderándose de sus labios. Sus manos eran muy
grandes y a ella le encantaba sentirlas sobre su cuerpo.

—Mía —dijo.

—Tuya.

—Para siempre.

—Sí, para siempre.

Ella sintió la dureza de su polla y se rió. —¿Otra vez?

—Te lo dije, no tengo suficiente. No voy a perder más tiempo.

—Entonces no lo hagas. —Ella no tenía planes de irse. Killian


era su compañero. Su manada era su hogar. Finalmente había
vuelto a casa, donde debía estar.
Epilogo
Diez años después

—¿Así que salvaste a mamá de la bruja malvada? —preguntó


Kylie.

Killian se agachó y levantó a su hija menor. —Eso hice. —


Tenía a su familia completamente embelesada. Su hijo mayor,
David, ya había oído la historia muchas veces, pero incluso él
seguía mirando mientras Killian intentaba recrear la mágica
búsqueda de Leah y él.

—No omitas la parte en la que el aquelarre también vino a


salvarnos.

—Por supuesto, el aquelarre necesitaba devolver a la tierra


todo lo que Rose, la bruja malvada, se había llevado... —Hubo
jadeos de asombro y Leah siguió riendo entre dientes.

Leah tenía una manta sobre el pecho, mientras alimentaba a


su última incorporación.

Llevaban diez años apareados y él no había desperdiciado ni


un solo momento. Tenían seis hijos. David era su hijo mayor,
Becky venía después. Después de ella estaba Sophie, luego
Charlie, y Kylie, y luego su último hijo, Benjamin. Seis hijos, y
eran más que un paquete.

Leah se quitó la manta del pecho y sentó a Benjamin. Ella


tenía la camisa ligeramente abierta, pero él alcanzó a su hijo, lo
agarró y lo colocó sobre su pecho, donde lo frotó.

—Mami, tú no usas magia oscura, ¿verdad? —preguntó


Kylie.

—No, no hay razón para usar magia oscura. Siempre es


buena. —Le guiñó un ojo a Kylie.

David mostraba signos de tener magia. Killian no sabía si sus


hijos se convertirían en lobos, si poseerían magia o tendrían
ambas cosas.

Cuando le preguntó a Leah si quería averiguarlo, ella le hizo


saber que descubrir el don mágico de un niño era en esencia
magia oscura. Algunos dones les venían de forma natural y ella
no quería arruinar la sorpresa.

Killian estaba de acuerdo con ella. Esperaba que todos


tuvieran el don mágico y que ninguno se convirtiera en lobo.
Principalmente porque la primera vez de un lobo era jodidamente
dolorosa.

Mirando fijamente a sus hijos, tenía la sensación de que Kylie


iba a ser un lobo, al igual que David. Su lobo sentía algo dentro
de ellos, pero él no iba a presionar.
Diez años de matrimonio. Seis hijos.

Leah lo había perdonado y él se aseguraba cada día de que


ella supiera que la amaba más que a nada.

La búsqueda había sido lo mejor que había hecho. No sólo


tenía a Leah, sino también a su familia. Leah y sus padres, así
como el aquelarre, habían hecho las paces. No había animosidad,
ni odio, sólo amor y aceptación. A menudo eran invitados a la
manada para fiestas especiales. Podía tener a Leah para él solo,
pero se había dado cuenta del error que había cometido. Nunca
más él o su manada serían controlados por una profecía. Ellos
hacían su propio destino.

Y su destino era la mejor mujer y una familia a la que amaba


más que a nada.

Fin

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