Poesía de 1940 A La Actualidad
Poesía de 1940 A La Actualidad
Poesía de 1940 A La Actualidad
EN ESPAÑA
Los autores más destacados de esta tendencia son Luis Rosales, autor de La casa
encendida (1949), y José García Nieto, aunque dentro de la poesía arraigada
también se puede incluir parte de la obra de Gerardo Diego, Leopoldo Panero,
Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo o José Antonio Muñoz Rojas.
Junto a estas dos principales tendencias, en los años cuarenta se desarrollan otras
corrientes poéticas, como la que surge en torno a la revista CÁNTICO, influenciada por
la obra de San Juan y por los poetas del 27, especialmente por Cernuda. Se caracterizan
por el refinamiento formal, el intimismo y un gusto por la expresión barroca.
Así también, destaca en estos años la poesía del POSTISMO (postsurrealismo), que se
centra en el poder creador de la imaginación y en la importancia del humor en la obra
literaria. Su mayor representante es Carlos Edmundo de Ory, y en relación con este
movimiento se encuentra también parte de la obra de Gloria Fuertes, Juan Eduardo
Cirlot o Ángel Crespo.
POESÍA EN LOS AÑOS 60
Como reacción a la poesía anterior, en los años sesenta del siglo XX se consolida una
lírica concebida como medio de conocimiento o como forma de ahondar en la propia
experiencia.
A pesar de la peculiaridad de los autores que conforman este grupo, se pueden apreciar
en ellos una serie de tendencias comunes:
Los poetas de la promoción poética de los sesenta (llamada también generación de los
cincuenta) reaccionan contra la concepción instrumental de la poesía anterior y
entienden el poema como un medio de conocimiento y una forma de indagar en la
experiencia personal: el poeta recrea sus emociones, lo que le ayuda a comprenderlas en
profundidad.
Su poesía acude con frecuencia a la IRONÍA, uno de los rasgos más característicos del
grupo. Con ella se manifiesta su sentimiento de inseguridad ante la vida, al tiempo que
constituye un modo de combatirlo.
La lírica de estos autores se abre hacia la literatura extranjera, aunque también vuelve su
mirada hacia el barroco español o hacia algunos poetas del 27, como Aleixandre y
Cernuda.
La poesía de estos años está protagonizada por autores nacidos, aproximadamente, entre
1925 y la Guerra Civil. Entre ellos destacan Ángel González, José Manuel Caballero
Bonald, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, José Agustín Goytisolo, Francisco
Brines y Claudio Rodríguez. Se incluyen en esta generación, además, otros poetas,
como Carlos Barral, Félix Grande, Agustín García Calvo o Antonio Gamoneda. Hay
que tener en cuenta que, aunque se presente a estos autores en el marco de esta década
(momento en el que su poesía se consolida), su actividad poética posterior es muy
significativa y dará como resultado algunas de sus más altas creaciones.
Jaime Gil de Biedma (Barcelona 1929-íd. 1990) es el principal representante de la
concepción de la poesía como experiencia y explora lo cotidiano con un punto de ironía
que ejerce una enorme influencia en su generación y en los poetas posteriores. Sus
poemas tienen frecuentemente un tono confesional y narrativo en el que se combina el
lenguaje conversacional con la expresión poética.
La obra poética de Gil de Biedma está recogida en el libro Las personas del verbo.
Algunos de sus títulos más significativos son Compañeros de viaje (1959), Moralidades
(1966) y Poemas póstumos (1968).
José Ángel Valente (Orense 1929-Ginebra 2000) entiende la creación poética como un
medio para descubrir la esencia de la realidad porque la poesía es, ante todo,
conocimiento. Su lírica es muy reflexiva y en su estilo se otorga gran valor al silencio,
es decir, a lo que se encuentra únicamente sugerido. Su producción evoluciona desde un
realismo inicial a la posterior reflexión sobre la esencia y la función de la propia poesía.
Común a toda su trayectoria es la exigencia de rigor expresivo, que da lugar a un estilo
escueto y preciso. Algunas de sus principales obras son Poemas a Lázaro (1960), La
memoria y los signos (1966) o El inocente (1970).
José Agustín Goytisolo (Barcelona 1928 - 1999). La poesía de este autor se caracteriza
por la atención a las propias emociones y el frecuente empleo de la ironía, que se
combina con una posición crítica hacia la realidad contemporánea. De este modo, su
producción enlaza las nuevas tendencias de la poesía de su generación con la poesía de
los años cincuenta. Junto con Gil de Biedma y Carlos Barral, entre otros, conformó la
que se ha denominado Escuela de Barcelona. Asimismo, realizó una importante labor
en la traducción de la obra de poetas italianos, como Cesare Pavese, y, sobre todo,
catalanes. Entre sus obras destacan Salmos al viento (1958), Claridad (1960), Algo
sucede (1968), Bajo tolerancia (1977), Del tiempo y del olvido (1977) o Palabras para
Julia y otras canciones (1980). Murió trágicamente al precipitarse desde la ventana de
su casa.
NUEVAS TENDENCIAS: POESÍA DE LOS LOS 70 Y 80
Los NOVÍSIMOS, poetas nacidos tras la Guerra Civil, fueron llamados de esta forma
por su pretendida ruptura radical con la poesía precedente. Su lírica se caracteriza por el
esteticismo y la presencia de numerosas referencias culturales. Esta poesía manifiesta
una voluntad provocadora e irónica y una frecuente reflexión sobre la propia actividad
poética. Se trata, en definitiva, de creaciones de lenguaje artificioso, dirigidas a un
público minoritario capaz de apreciar sus filigranas formales.
Pertenecen a esta corriente Pere Gimferrer, Félix de Azúa, Guillermo Carnero, Ana
María Moix, Leopoldo María Panero, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez,
Vicente Molina Foix y Manuel Vázquez Montalbán. Todos ellos presentes en Nueve
novísimos poetas españoles, antología realizada por Castellet en 1970.
La poesía inmediatamente posterior a 1975 sigue marcada por los novísimos y por los
poetas de su entorno. Merecen una mención especial entre ellos Leopoldo María Panero
y su hermano Juan Luis, Antonio Carvajal, José Miguel Ullán, Jenaro Talens y Antonio
Colinas. Aníbal Núñez, contemporáneo de todos ellos, seguirá, sin embargo, una
trayectoria muy personal. Asimismo, surgen en la línea de los novísimos autores
nacidos una década más tarde, como Luis Alberto de Cuenca (1950), Luis Antonio de
Villena (1951), Jaime Siles (1951) o Andrés Sánchez Robayna (1952). Sin embargo,
durante esta nueva etapa los poetas inauguran caminos personales que marcarán su
producción posterior.
Desde los años ochenta, la poesía se caracteriza por una enorme diversidad. Sin
embargo, de un modo general, puede decirse que la presentación de motivos urbanos, la
adaptación de la tradición a la sensibilidad actual y la revitalización de lo irónico, lo
anecdótico y lo coloquial son algunos de sus rasgos. Así también, la preocupación
estética se manifiesta mediante el experimentalismo o la depuración.
Entre las principales líneas poéticas (algunas nacidas a finales de la década anterior)
destacan las siguientes:
• Pero, sin duda, una de las líneas más importantes y generales en estos años, que
se funde en ciertos autores con algunas de las tendencias anteriores, ha sido la
poesía de la experiencia, basada en el magisterio de Gil de Biedma o de Brines.
Esta se caracteriza por la expresión de las vivencias personales y cotidianas
mediante un lenguaje coloquial, una actitud escéptica y, a menudo, un tono
desengañado e irónico. Los autores más significativos de la nueva poesía de la
experiencia son Luis García Montero y Felipe Benítez Reyes. También se
incluye en ella parte de la obra de Luis Alberto de Cuenca, así como los autores
José Gutiérrez, Carlos Marzal, Javier Egea, Aurora Luque, Benjamín Prado,
Álvaro García o Luis Muñoz.
• Por último, cabe destacar en estos años las personales voces de Juan Lamillar,
Miguel Casado, Esperanza López Parada, Leopoldo Alas, Vicente Valero,
Vicente Gallego o Almudena Guzmán. Asimismo, entre los poetas más recientes
sobresalen Julieta Valero, Jose Luis Gómez Toré, Eva Chinchilla, Miriam
Reyes, Álvaro Tato, Elena Médel, Carlos Pardo, Julio Reija, Joaquín Pérez
Azaústre o Luis Melgarejo.
LA POESÍA EN LA ACTUALIDAD
Resulta difícil ofrecer una nómina de autores de la estricta actualidad, así como
una serie de características, bien temáticas, bien formales o de estilo, debido a la falta de
perspectiva temporal. La nueva poesía que ha venido a conocerse como “poesía de la
posmodernidad”, radica en exponer, valorar y analizar procesos individuales en relación
con el amor o situaciones políticas y sociales, lo más importante es el vínculo con el
individuo, con lo experiencial.
Por lo que respecta a la forma, en general se busca la sencillez, aunque haya una
complicada estructura de fondo, en ocasiones deshaciéndose de estrofas, métrica, rima,
etc. A esto hay que añadir el uso del ordenador, Internet y las redes sociales que
propician la publicación de manera fácil y rápida. Como resultado de todo esto se
generaliza la sensación de que cualquiera puede escribir y publicar poesía, el espacio
está abierto. Así, la poesía, como casi cualquiera otra manifestación artística cuenta con
un amplio público a través de Twitter, Facebook, etc., y por tanto la tarea de su estudio
es prácticamente inabarcable. En este sentido, la “ciberpoesía” ha contribuido a dar voz
a algunas mujeres que han conseguido llegar al reconocimiento como poetas a través de
la vía digital (Twitter, Instagram y YouTube) como Elvira Sastre (Segovia,1992) quien
finalmente publica en la editorial Visor La soledad de un cuerpo acostumbrado a la
herida (2016) o Aquella orilla nuestra (2018).
Si repasamos algunos de esos nombres, que, con mayor o menor presencia, van
dibujando el paisaje de la lírica española contemporánea, no sorprende la dificultad de
fijar unas coordenadas precisas, no sólo del hecho poético, sino de la propia identidad
tanto del sujeto como del yo lírico, que encuentran cada vez más dificultades para
identificarse entre sí. La precaución contra una visión ingenua del sujeto, y por ende de
la voz poética, no implica que desde la poesía más exigente no sea posible trazar
caminos hacia lo vivido, como prueba, por ejemplo, Jesús Aguado en su
perturbadora Carta al padre (2016), donde, más allá de los ecos kafkianos, hay un
evidente intento de ajustar cuentas con el pasado. Pero, significativamente, Aguado
recurre a un juego de espejos en el que se entremezclan y superponen elementos
ficcionales y biográficos, no siempre fáciles de deslindar entre sí. Por otra parte, aunque
ése no sea el propósito de Aguado, plantear un tema como la paternidad permite
también abrir la reflexión sobre cómo se constituye el yo masculino, dentro y fuera del
poema.
Se insiste en un espacio, el que crea la enfermedad en torno a sí, como si ese cuerpo
dañado —o más bien, el malestar que causa en otros cuerpos— impidiera la misma
posibilidad de compartir un espacio común. La enfermedad es así el origen de una
extraña solidaridad y la constatación de una soledad inevitable, a la vez que funciona de
nuevo como una extraña localización, una suerte de «no lugar» o laberinto cuyas puertas
están selladas.
Ada Salas
https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/el-descendimiento/856d822a-
dd22-4425-bebd-920a1d416aa7
“Lo que pintó Van der Weyden/ es/ la verdad de la muerte. /Y no el lamento. El acto. El
acto/ de morir/el acto/de sufrir.”