Trastorno Depresivo Mayor
Trastorno Depresivo Mayor
Trastorno Depresivo Mayor
Datos de prevalencia
Por su parte, la depresión es uno de los trastornos psiquiátricos con más alta prevalencia y
con un nivel alto de gravedad a nivel mundial en cuanto a enfermedades invalidantes en
personas adultas desde hace tiempo (Murray & Lopez, 1996). Según recientes
investigaciones (Stagnaro, 2018) la prevalencia de vida de cualquier trastorno mental en la
población general de la Argentina en mayores de 18 años de edad fue de 29,1% y el riesgo
proyectado de vida hasta los 75 años de edad fue de 37,1%. Asimismo dentro de los
trastornos con prevalencia de vida más elevada se ubica al Trastorno depresivo mayor con
un 8,7%, seguido del Trastorno por abuso de alcohol con un 8,1% y la Fobia específica con
un 6,8%. Los estudios epidemiológicos demuestran que los trastornos depresivos tienen
una alta prevalencia: muestran altas tasas de incidencia a lo largo de la vida, inicio a edad
temprana, alta cronicidad y deterioro (Richards, 2011).
Curso y evolución
El curso del trastorno depresivo mayor es bastante variable, ya que algunos pacientes
apenas presentan remisiones (períodos de 2 o más meses sin síntomas o con sólo uno o
dos síntomas leves), si es que las presentan, mientras que otros permanecen durante
muchos años con pocos o ningún síntoma entre los episodios. Puede comenzar por primera
vez a cualquier edad, pero la probabilidad de que se inicie se incrementa notablemente en
la pubertad.
La duración de un episodio depresivo puede variar desde varias semanas a varios meses o
incluso años. La mayoría de las personas suelen estar completamente bien entre 4 y 6
meses. Sin tratamiento puede durar semanas, meses e incluso años. Lo habitual, es la
desaparición de todos los síntomas con el tratamiento, aunque existe el riesgo de
desarrollar otro episodio depresivo después de la recuperación total. Las recaídas son más
frecuentes en personas cuyos síntomas no desaparecen del todo entre episodios. Sin
embargo, cuando la persona se encuentra recibiendo tratamiento y realiza un seguimiento
adecuado, el riesgo de que los síntomas y el sufrimiento vuelvan a aparecer se reduce
notablemente. De ahí el interés en la atención temprana de la enfermedad así como en
mantener el tratamiento todo el tiempo necesario (como mínimo varios meses después de la
mejoría).
Factores de riesgo
Algunos de los factores que parecen aumentar el riesgo de que se manifieste algún
trastorno depresivo son:
Si bien existen distintas hipótesis y teorías acerca de la etiología del Trastorno Depresivo
Mayor, hoy en día los investigadores acuerdan que existen distintos factores, tanto
biológicos como ambientales que interactúan en su desarrollo y mantenimiento. Si bien no
existe un total acuerdo, ya que las causas de los trastornos mentales son sumamente
complejas, durante las últimas décadas se han formulado distintas teorías o hipótesis que
intentan dar cuenta de la etiología del trastorno y que revisaremos de manera breve a
continuación.
Teorías biológicas
El foco de este modelo está puesto en los tres principales sistemas de neurotransmisión: la
serotonina, noradrenalina y dopamina. Estudios post-mortem de neuroimagen en personas
con depresión han hallado una reducción en los sitios de unión del transportador de
serotonina (SERT) y en algunos de los receptores de la serotonina (5HT) en áreas como la
amígdala, en el cerebro medio y en el cortex mesial temporal (Saveanu & Nemeroff, 2012).
Alteraciones en los sistemas noradrenérgicos (Ressler & Nemeroff, 2001) también son
hallados en estudios post-mortem de personas con depresión, por ejemplo, una reducción
en los metabolitos para la noradrenalina así como también en estudios de orina. También se
ha hallado un aumento de la actividad de la MAO-A en pacientes con depresión, lo cual
impacta en ambos sistemas de neurotransmisión. En cuanto a la dopamina (Dunlop &
Nemeroff, 2007), tradicionalmente estudiada en la esquizofrenia, también se han hallado
alteraciones relacionadas con la depresión, particularmente ya que la dopamina media los
circuitos del placer, y uno de los síntomas principales de la depresión es la anhedonia. Para
este neurotransmisor también se han hallado reducciones de metabolitos que eliminan a la
dopamina en estudios de orina de pacientes deprimidos, así como una actividad reducida
en los transportadores y un aumento de los sitios de unión postsinápticos del receptor D2 y
D3, indicadores de una reducción de la actividad dopaminérgica. Estos hallazgos si bien
resultan sumamente importantes, han sido criticados por no poder diferenciar si estas
alteraciones serían causas o consecuencias de la depresión.
Alteraciones genéticas
Estas teorías enfatizan la compleja interacción entre una predisposición genética y vivencias
traumáticas estresantes en momentos tempranos y cruciales del desarrollo. Si bien la
mayoría de las personas se encuentran expuestas a eventos vitales estresantes (por
ejemplo, abuso o negligencia) durante su infancia, la manera en que cada individuo
responde a estos eventos y su relación con el riesgo de desarrollo de depresión podrían ser
explicados en parte por variaciones en factores genéticos (Saveanu & Nemeroff, 2012).
Alteraciones neuroanatómicas
Los avances en los estudios por imágenes han permitido identificar distintos circuitos
afectados asociados a la sintomatología depresiva (Saveanu & Nemeroff, 2012). Por
ejemplo, imágenes por resonancia magnética han encontrado alteraciones en los
volúmenes del cerebro en pacientes con depresión, específicamente, reducciones en el
hipocampo y aumentos en la glándula pituitaria y se cree que estos cambios son producto
del impacto de estresores/traumas en periodos críticos del neurodesarrollo. También se ha
estudiado la interconectividad entre las áreas límbicas y corticales en personas con
depresión y se ha observado que existe una hiperactivación de las estructuras límbicas y
una hipoactividad de las estructuras corticales que usualmente regulan la actividad de la
amígdala (Mayberg et al., 1999).
Teoría de la inflamación: esta teoría sugiere que la inflamación crónica sistémica puede
desempeñar un papel en el desarrollo de la depresión. Se ha demostrado que la inflamación
puede afectar los sistemas neurotransmisores y alterar el funcionamiento cerebral, lo que
puede contribuir a la depresión.
Teorías cognitivas
Si bien existen otras teorias de carácter cognitivo de la depresión, las dos teorías cognitivas
más importantes y con mayor apoyo empírico plantean un modelo de diátesis-estrés para el
desarrollo de la sintomatología depresiva. Son la teoría de la desesperanza (Abramson,
Seligman y Teasdale, 1978) y la teoría cognitiva (Beck, 1967).
Otra de las teorías cognitivas de la depresión es la teoría de Beck (1967). Esta teoría
plantea que esquemas negativos disfuncionales, los cuales son desarrollados e
incorporados durante la infancia funcionan como diátesis (vulnerabilidad) y que frente a
eventos vitales negativos/estresantes (estrés) estos esquemas disfuncionales se activarán
dando lugar a un estilo de pensamiento rígido y estable con contenido negativo. Los
esquemas para este modelo serían creencias centrales que podrían surgir como resultado
de una historia de aprendizaje a eventos estresantes, donde tienen un rol importante las
experiencias tempranas y los vínculos significativos con otros. En esta teoría, existen
aspectos cognitivos claves que explican la depresión (Vázquez, Muñoz, & Becoña, 2000), la
llamada triada cognitiva de Beck: una visión negativa de sí mismo (uno es ineficiente o
inadecuado), del mundo, y del futuro (la visión de que las dificultades persistirán en el
futuro) 2) los pensamientos automáticos negativos que se activan frente a situaciones
específicas y desencadenan una marcada reactividad emocional, característica en la
depresión y, 3) los errores en el procesamiento de la información y las distorsiones
cognitivas, que según se plantea, son mantenedores de la triada cognitiva y los esquemas
(Bebbington, 1985).
Diagnóstico según DSM-5
En la depresión, los síntomas pueden variar mucho de un caso a otro. En ciertos individuos,
se puede presentar como enlentecimiento y ganas de llorar, mientras que en otros puede
darse con la negación de los síntomas de tristeza, pero una pérdida de placer o interés en
actividades usuales, incluso el sexo. También puede haber variaciones en los hábitos de
alimentación (comer mucho o poco) y de sueño (dormir mucho o poco).
Para poder diagnosticar un cuadro según el DSM, se debe observar qué criterios son los
que se deben cumplir, cuáles deben estar presentes siempre y cuáles pueden estarlo como
no, y por cuánto tiempo se deben presentar. El primer criterio descrito siempre se denomina
criterio A, y así sucesivamente. Luego de los mismos, abajo, se presentan los
especificadores.
Para el caso del Trastorno depresivo mayor, debemos comenzar entonces por el criterio A.
En el mismo se listan 9 síntomas. Pero, ¿en todos los casos se deben ubicar los 9? No, lo
que plantea el DSM es que se deben poder identificar 5 síntomas presentes en el individuo
(como mínimo) para poder realizar el diagnóstico. Estos síntomas pueden ser:
1. Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día, casi todos los días, según se
desprende de la información subjetiva (p. ej. se siente triste, vacío, sin esperanza) o de la
observación por parte de otras personas (p. ej. se le ve lloroso).
2. Disminución importante del interés o el placer por todas o casi todas las actividades la
mayor parte del día, casi todos los días (como se desprende de la información subjetiva o
de la observación).
3. Pérdida importante de peso sin hacer dieta o aumento de peso (p. ej., modificación de
más de un 5% del peso corporal en un mes) o disminución o aumento del apetito casi todos
los días.
4. Insomnio o hipersomnia casi todos los días.
5. Agitación o retraso psicomotor casi todos los días (observable por parte de otros, no
simplemente la sensación subjetiva de inquietud o de enlentecimiento).
6. Fatiga o pérdida de energía casi todos los días.
7. Sentimiento de inutilidad o culpabilidad excesiva o inapropiada (que puede ser delirante)
casi todos los días (no simplemente el autorreproche o culpa por estar enfermo).
8. Disminución de la capacidad para pensar o concentrarse, o para tomar decisiones, casi
todos los días (a partir de información subjetiva o de la observación por parte de otras
personas).
9. Pensamientos de muerte recurrentes (no sólo miedo a morir), ideas suicidas recurrentes
sin un plan determinado, intento de suicidio o un pian específico para llevarlo a cabo.
2) Uno de los síntomas debe ser estado de ánimo deprimido (síntoma 1), o disminución del
interés o del placer (síntoma 2).
El segundo criterio, el B, es un criterio que vamos a encontrar en todos los capítulos del
DSM-5. En este se debe cumplir que los síntomas estén causando un malestar clínicamente
significativo al individuo, o un deterioro en lo social, laboral u otras áreas importantes del
funcionamiento. Algo importante a destacar es que el episodio debe representar un cambio
evidente del nivel usual de desempeño de la persona. En algunos casos puede que el
paciente identifique este cambio, o que se requiera de familiares o amigos para informar.
El tercer criterio, el C, indica que el episodio no se puede atribuir a los efectos fisiológicos
de una sustancia o de otra afección médica.
Si hasta acá se pudo identificar todo lo que el manual solicita para hacer el diagnóstico, se
estará frente a un episodio depresivo mayor. Este se va a diferenciar de un Trastorno
depresivo mayor. ¿Cuál es la diferencia? Por ejemplo, podemos diagnosticar un episodio
depresivo mayor en el contexto de un Trastorno bipolar. En el criterio D se indica que el
episodio de depresión mayor no se explica mejor por un trastorno esquizoafectivo,
esquizofrenia, un trastorno esquizofreniforme, un trastorno delirante, u otro trastorno
especificado o no especificado del espectro de la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos.
Además, en el criterio E, se describe que nunca ha habido un episodio maníaco o
hipomaníaco. Si se cumplen estos últimos dos criterios, podemos afirmar que estamos
hablando de un Trastorno depresivo mayor.
Referencias
Caspi, A., Sugden, K., Moffitt, T. E., Taylor, A., Craig, I. W., Harrington, H., ... & Poulton, R.
(2003). Influence of life stress on depression: moderation by a polymorphism in the
5-HTT gene. Science, 301(5631), 386-389.
Dattani, Saloni; Ritchie, Hannah and Roser, Max (2019) Mental Health. Prevalence by
mental and substance use disorder. Published online at OurWorldInData.org.
Retrieved from: 'https://ourworldindata.org/mental-health' [Online Resource]
https://www.psyciencia.com/trastornos-mentales-en-el-mundo-graficos/
Dunlop, B. W., & Nemeroff, C. B. (2007). The role of dopamine in the pathophysiology of
depression. Archives of general psychiatry, 64(3), 327-337.
Kessler, R. C., Berglund P, Demler O, Jin R, Koretz D, Merikangas KR, et al. (2003) The
epidemiology of major depressive disorder. Results from the National Comorbidity
Survey Replication (NCS-R). JAMA. Jun 18; 289 (23): 3095-105. https://doi:
10.1001/jama.289.23.3095. PMID: 12813115.
Lewinsohn, P.M. (1975). The behavioral study and treatment of depression. En M. Hersen,
R.M. Eisler y P.M. Miller (dirs.), Progress in behavior modification, vol. 1 (pp. 19-65).
Nueva York: Academic Press
Mayberg, H. S., Liotti, M., Brannan, S. K., McGinnis, S., Mahurin, R. K., Jerabek, P. A., ... &
Fox, P. T. (1999). Reciprocal limbic-cortical function and negative mood: converging
PET findings in depression and normal sadness. American journal of psychiatry,
156(5), 675-682.
Mineka, S., & Kihlstrom, J. F. (1978). Unpredictable and uncontrollable events: a new
perspective on experimental neurosis. Journal of abnormal psychology, 87(2), 256.
Morrison, J. (2015). DSM-5® Guía para el diagnóstico clínico. Editorial El Manual Moderno.
Murray, C.J.L. & Lopez, A.D. (1996) The Global Burden of Disease: A Comprehensive
Assessment of Mortality and Disability from Diseases, Injuries and Risk Factors in
1990 and Projected to 2020. Harvard School of Public Health, Boston.
National Institute for Health and Care Excellence- NICE (2022) Depression in adults:
treatment and management. London: Jun 29. (NICE Guideline, No. 222.) Disponible
en https://www.ncbi.nlm.nih.gov/books/NBK583074/
Polanczyk, G., Caspi, A., Williams, B., Price, T. S., Danese, A., Sugden, K., ... & Moffitt, T. E.
(2009). Protective effect of CRHR1 gene variants on the development of adult
depression following childhood maltreatment: replication and extension. Archives of
general psychiatry, 66(9), 978-985.
Sadock, B. & Sadock V. (2009) Sinopsis de Psiquiatría. Barcelona: Wolters Kluwer; p. 528.
Sartorius, N. (2001) The economic and social burden of depression. J Clin Psychiatry; 62
(suppl 15): 8-11.
Stagnaro, Juan Carlos; Cía, Alfredo; Vázquez, Nestor R; Vommaro, Horacio; Nemirovsky,
Martín; et al. (2018) Estudio epidemiológico de salud mental en población general de
la República Argentina; Polemos; Vertex; 29; 142; 275-299
Saveanu, R. V., & Nemeroff, C. B. (2012). Etiology of depression: genetic and environmental
factors. Psychiatric clinics, 35(1), 51-71.
World Health Organization (2004) Global burden of disease: 2004 update. Geneve: WHO
Library.