Perdon, Culpa y Arrepentimiento

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El perdón y el arrepentimiento son cosas distintas.

Pedir perdón es una relación social, un


convencionalismo, como el que se tropieza con alguien en la calle y le dice ‘perdone’. Y perdonar
tampoco es un acto necesariamente noble. Piensa en aquello de ‘Perdónalos porque no saben
lo que hacen’ de la Biblia. Es el mayor desprecio al individuo que se pueda hacer.
¿Y el arrepentimiento? Hay una frase de Spinoza: «El arrepentimiento no es virtud porque no
sale de la razón. El hombre que se arrepiente es doblemente miserable». El arrepentimiento, en
cierto sentido, es una negación de la libertad, es un no considerar míos mis actos (esquivar el
bulto, vamos). En realidad, y si lo lleváramos al paroxismo, sólo hay un arrepentimiento
coherente que es el suicidio (hipótesis apodíctica de lo estoico pues su protector era Heracles
que como bien sabes se suicidó al igual que Zenón de Citio). Lo demás es rascarse ese ligero
cosquilleo psicológico que sentimos a veces (vanidad pura y dura).

Entonces… ¿qué hacer cuando alguien nos pide perdón? ¿Con nuestra necesidad de pedir, de
vez en cuando, perdón?
El sentimiento de la culpa surge de una preocupación por el otro. Y en ese sentido, sí, es un
sentimiento noble, aunque también puede ser negativo, como ocurre en el caso de los
melancólicos que se culpan por todo. El caso contrario es el de los sociópatas, que no tienen
culpa porque no tienen preocupación por el otro. Lo que pasa es que el arrepentimiento no está
completo si no viene después lo que en la religión se llama el propósito de enmienda. Por
ejemplo, El «Y no volverá a suceder o no lo haré más (no recuerdo qué dijo)» del Rey, que
también es un reconocimiento del otro… Y, al final, el ciclo se tiene que terminar en un tiempo
futuro, cuando, efectivamente, el propósito de enmienda se cumpla. El Rey se habrá ganado el
perdón cuando, en efecto, no vuelva a irse de safari (desconozco si lo ha hecho o no, es un
ejemplo para que lo veas).
Dicho lo cual, el pedir perdón puede que sea un convencionalismo no del todo suficiente, pero
aún necesario. Las sociedades necesitan normas para convivir, incluso las más primitivas; de
hecho, cuanto más primitivas, más normativas. La preocupación por el otro, en realidad, es un
asunto funcional, nos preocupamos por el otro porque, de alguna manera, eso nos conviene. Y
a partir de ahí, surge el afecto, el amor, la solidaridad… Por eso, creamos maneras de hacernos
soportables unos a otros como es pedir perdón.
Luego, las religiones se apropian de esas relaciones y aparece, por ejemplo, la confesión de los
católicos, que es una manera, probablemente buena, de gestionar como sociedad los agravios
que nos hacemos.
El problema del perdón, al final, nos conduce a la religión. El ‘sistema’ católico de la culpa-
arrepentimiento-confesión-penitencia-redención funciona bien cuando conduce a un cambio de
conducta. Pero es como todo, la confesión puede ser una fórmula vacía o puede tener un
propósito de enmienda sincero, depende de la persona.

Para decirlo en palabras aristotélicas no se puede matar la especie por el género. Es decir no se
puede matar el concepto de asesinato por el de violencia (diciendo son unos violentos en vez de
asesinos). Al decir que son violentos se va transigiendo poco a poco hasta uniformar tanto al
que quema un autobús como al que asesina. Es igual al concepto fascista equiparando o
relacionando al fascista con simplemente el que no piense como nosotros. No se puede transigir
con el asesino por medio del eufemismo violencia, al asesino hay que practicarle eutanasia
procesal.
Y, cómo te hablaba no se puede matar a la especie por el género, no es lo mismo abuso que
agresión a pesar de que hayan representado unas palabras (eslogan) programáticas y vengan en
el texto respetado de una Ley porque obras son amores y no buenas razones.
Por eso mismo a Rubiales no se le puede acusar de agresor porque es una ofensa a las víctimas
de agresión.
Siguiendo con la filosofía, toda esta corriente woke (autodenominados libertarios que en
apariencia defienden todo tipo de libertades sin tapujos y que alcanzaron su apogeo en mayo
del 68 francés, en la cultura beatnik y hippie, han quedado en eso, en apariencia y hoy se
muestran más reaccionarios que Joseph de Maistre) encaja en la enantiodromia que si bien
etimológicamente es correr en sentido contrario, Freud y Jung por semántica extensiva la
denominan la transformación de algo en su opuesto. Es decir, pasan del amor libre a la denuncia,
de la ‘liberalización’ de la mujer a su cosificación mediante una sobreprotección holística, de la
mujer trabajadora y madura al infantilismo y el adanismo.
Sin embargo, desde Aristóteles, se ha aceptado que no puede darse, a la vez y del mismo modo,
A y no A. El principio de no contradicción. No obstante, estos apóstoles de la nada haciendo caso
omiso al filósofo de Estagira interpretan de forma torticera otro principio aristotélico, el mesotés
o punto medio. Con todo, estos diletantes que hablan mucho y no dicen nada que toda su
verborrea carece de significado se mueven con maestría en el arte de disfrazarse (o no) de
tontos. Son los que apuestan a 1 cosa y la contraria (verdadera doctrina socialista) para de esta
forma poderse “llevar bien o contentar” a todo el mundo, ¡cómo si fuera posible bilocarse!. Pero
¿por qué aparecen con tanta frecuencia estos maestros del ‘bienquedismo' hodierno? Sería
necesario acudir a la corta pero maravillosa obra de Cipolla ‘las leyes de la estupidez humana".
Dentro de estas 5 leyes destellan contundentemente por empíricas la primera ‘siempre e
inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que
circulan por el mundo’. Y la cuarta ‘las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial
nocivo de las personas estúpidas’.
Estos analfabetos, estos ignorantes, estos psicopompos del ‘buenismo’ más extravagante y
obtuso viven en el a priori (y lo que verdaderamente provocan es alipori) sin embargo, ya decía
Hegel que a lo que hay que atender es al resultado y, el resultado, no puede ser más
desalentador.

El problema social ha calado tan hondo, es tan amplio porque todos los instrumentos normales
de defensa han sido minados concienzudamente por los mismos que anhelan el golpe a los
principios que rigen Occidente. Años aprovechados en triturar conciencias a través de la
educación, en carcomer de comunistas y adanistas la máquina del Estado, en socavar con
propagandas marxistas (Laclau y Gramsci) el ánimo de los llamados a cabalgar el futuro. En
España, las cosas esenciales están indefensas, porque temen que el defenderlas demasiado
resulte antiliberal. Nuestros políticos vivían y viven en la constante zozobra de pasar por
bárbaros si se desvían de los figurines liberales, de petimetres de elegante salón. Así, como
catetos invitados a una fiesta, se ponen en ridículo a fuerza de exagerar la finura de los modales.
Nuestra sociedad se ha contagiado de ese mismo espíritu. Por miedo a aparecer inquisitoriales,
todos nos hemos pasado de europeos. Nadie se atreve a invocar las cosas profundas y
elementales, como la Religión, el Derecho, la Educación, la Filosofía o la Patria (Matria para los
morados), por temor de parecer vulgar. Ni a manifestarse inflexible contra las fuerzas enemigas
de lo Común. La tolerancia ha llegado a ser nuestra virtud. De la Santa Inquisición y aquéllos
maridos de Calderón de la Barca vinimos a dar en la más ejemplar mansedumbre. En Francia por
ejemplo, no se falta el respeto a la Policía (de planta napoleónica), ni con la Ley ni con la Patria.
El sentido seno y riguroso de la vida, apto siempre para volver a mirar las cosas –a vuelta de
aparentes frivolidades–, bajo especie de eternidad. España, es hoy, una aporía.

Se coge por la punta de los dedos, entre el índice y el pulgar. Se aplica al objeto de observación.
¿Cabe justamente el objeto en la medida? Entonces está bien. ¿No cabe, o no la completa?
Entonces está mal. La cosa no puede ser más sencilla.

Con tal técnica ha logrado una generación -sustentada en redes sociales- juzgar toda suerte de
acontecimientos. La medida –la que pende entre el índice y el pulgar de cada mano– se contiene
en estas palabras: "Hay que respetar la paridad, el feminismo y la veracidad de la mujer (sin
presunción)." Tal y como se ve, no se trata de ninguna frase cuya aprehensión suponga gran
esfuerzo. Pero tiene una eficacia maravillosa: una vez adquirida, libra a quien la adquiere, para
todo el resto de sus años, de la engorrosa necesidad de pensar. Los persuadidos por la frase
hallan resuelto para siempre el problema de valorar cualquier episodio político. ¿Se han
respetado la paridad, el feminismo y la veracidad de la mujer? El episodio está bien. ¿Se han
olvidado? El episodio está mal. Dictaduras, revoluciones, monarquías, leyes ..., cuanto de más
complejo e intensa da de sí la vida de un pueblo, adquiere transparente simplicidad. (Metáfora
aplicable a casi todo hoy)

¿ atenta un beso en los labios, un pico contra la libertad sexual de una mujer u otra persona?

Conforme a la jurisprudencia, la respuesta no es igual para todas las situaciones. Dependerá del
consentimiento por supuesto, pero más que nada, de si estamos ante un beso de carácter
erótico o ante una simple manifestación de afecto.

Como ejemplo hay no pocas familias que besan a hijos o nietos en la boca sin que sea el carácter
libidinoso el que mueva el acto, más bien como afirma el TS ‘un beso en los labios es en algunos
contextos una forma normalizada de exteriorizar afectos sin tintes eróticos’. Por lo tanto
dependerá de cada caso concreto como la confesión de la que hablaba antes. En el caso habrá
que atender a la cuantiosa prueba videografica existente, al consentimiento que ella niega etc…

Si los hechos suceden en Australia, ¿tiene la justicia española capacidad y jurisdicción para
investigarlos y juzgarlos si así se resolviera?

Simplemente acudir al artículo 23.2 de la Ley Orgánica del Poder Judicial que es muy claro al
respecto

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