Iglesias Castillo, Alvaro
Iglesias Castillo, Alvaro
Iglesias Castillo, Alvaro
Práctica 2
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1. Introducción.
Esto enlaza con el desarrollo de las distintas corrientes de pensamiento, en especial la filosofía y la
teología, cuyas preocupaciones antropológicas, ontológicas y éticas les han llevado a desarrollar
distintas concepciones acerca de la naturaleza del ser humano, de su relación con la propia naturaleza,
y las leyes que rigen a la misma a fin de actuar y organizarnos de forma óptima.
Es por ello que es preciso entender el pensamiento de tales autores a fin de comprender la política
como forma de gestión del conflicto social a través del ejercicio del poder a raíz del estudio de la
historia y de los principales conflictos que se dieron en la época como motores de tal pensamiento.
Esclavos y patricios, señores feudales y siervos o vasallos. La caída y auge de dichas formas de
organización se basa en el antagonismo de intereses antitéticos dentro del mismo, creando con cada
una de ellas soluciones a los problemas previos, y engendrando nuevos, que traen consigo otras
concepciones acerca del mejor modelo de Estado, de gobierno, o de simplemente acción.
No hay que caer en conclusiones deterministas, pero si bien es cierto que el conflicto de clase siempre
ha supuesto un factor determinante en tanto que distintas condiciones materiales, engendran distintas
perspectivas acerca del pensamiento de la época y las formas de organización social, y por tanto,
constituyen por sí mismos un germen revolucionario.
Estas clases se ven determinadas por la posición de dichas personas en el modelo productivo. La
política es aquella que trata de gestionar los conflictos surgidos en el seno del mismo a través de su
institucionalización, manifestándose como forma de poder sobre el resto. Es, por tanto, la producción,
sobre la que se construye la política, las leyes y las instituciones. Además, de ser el trabajo aquel que
moldea el pensamiento a través de la acción práctica, la cual brinda experiencia capaz de ser
organizada a través del pensamiento y por tanto, reflexionada. Es por tanto, la práctica, motor de
cambio, a través de la cual se manifiesta la experiencia mediada por el pensamiento. Un pensamiento
despojado de toda exterioridad es irracional, abstracto, no está determinado por nada. No somos
vasijas, recipientes, con un pensamiento externo a nosotros, sino que este es un atributo inherente al
ser, y por tanto, somos tanto agentes como sujetos del mismo, de ahí su carácter contingente y nunca
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absoluto. La objetividad del pensamiento radica en la práctica, en la demostración de la verdad, a
través de la subjetividad del mismo moldeada por las condiciones materiales de vida.
Para este capítulo he escogido a Aristóteles, por su enfoque en la práctica, pero aún así
equívoco, alejado de toda transformación y limitándolo a ‘’llevar una vida buena’’, a alcanzar la
virtud. No obstante, es destacable que en una época y con maestros puramente idealistas como Platón,
enfocados en desarrollo espiritual como método de alcance la virtud, Aristóteles detecte que este es
únicamente una forma de organización de la experiencia, y es a través de la misma como se puede
alcanzar dicha virtud.
Otro aspecto destacable es su concepción del hombre como animal político –zoon politikon–. La
naturaleza comunitaria del hombre es una de las tesis que muchos autores mantendrán a lo largo del
desarrollo del pensamiento. No obstante, es él quien desarrollaría tal cuestión en primer lugar de
forma extensa. En esto coincido con él también. La Ilustración trajo consigo al ciudadano como sujeto
político, al individuo, y un régimen económico basado en la competición de los mismos. Ver al
individuo aislado, ajeno al colectivo, como una simple diferencia cuantitativa es sesgado. Sesgado en
tanto que la producción es naturalmente social, aún en el capitalismo donde las mercancías no dejan
de ser producto de un agregado de trabajo por personas, y no dinero. Un régimen político que
contradiga tal cuestión es contradictorio con la propia naturaleza del ser.
No obstante, estoy en desacuerdo en como Aristóteles desarrolla tal cuestión. Al final, concibe como
fin último de la política un Estado que gobierne de forma buena, a través de constituirse conforme a la
ley natural descubierta mediante la práctica y la razón en simbiosis. No obstante, es una libertad
incompleta. No contempla a los esclavos, si no a los ciudadanos. Un buen gobierno, que gobierne a
través las leyes naturales descubiertas en la práctica, no lo es si esto solo aplica para el ciudadano de
la polis y no al esclavo. Tampoco estoy de acuerdo por tanto, con su forma de gobierno mixto, en
tanto que el ciudadano (propietario de esclavos) es el único que expresa la ‘’voluntad general’’ y la
aristocracia gobernante conforma una élite política con intereses ajenos también a los esclavos.
Naturaliza la familia y esclavitud como relaciones beneficiosas, pero sí que está en lo correcto al
afirmar el sometimiento del poder político como conveniencia, aunque ignora que las primeras
también lo son, y muchas veces, no beneficiosas. En todo caso, el verdadero orden, el verdadero buen
gobierno, no es justo ni libre abstractamente, como defiende, sino cuando tales conceptos se
manifiestan materialmente en la vida social de las personas, sin ataduras o privilegios.
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En lo que respecta a otros autores en comparación al mismo, considero necesario comenzar por
Confucio. La diferencia primordial que encuentro es en el concepto de autoridad. Confucio ensalza al
gobernante, al junzi, como una persona que a través de su virtuosismo, gobierna de forma que la
sociedad será también virtuosa. Para Platón, la virtud no pasa por la tradición o el respeto a los
antepasados (aunque sí concibe dichas relaciones como beneficiosas) sino que emana de la
experiencia organizada por la razón, en tanto que nos permite desentrañar las leyes naturales. Además,
Confucio defiende órdenes jerárquicos estrictos y rígidos, además de la sustitución hereditaria del
gobernante, mientras que Aristórteles concibe un modelo de gobierno basado en la participación y una
élite capaz. Lo cual, si bien esto último es necesario, no debe ser el fin político último.
En contraste a los sofistas, es destacable una diferencia clara: la virtud no permite alcanzar el buen
gobierno sino que esta es, en esencia la capacidad de imponerse sobre el otro a través de la retórica, de
la persuasión con la razón como medio. Entienden la comunidad como convención, al igual que el
resto de instituciones sociales, con un carácter contingente y nunca absoluto, como sí que afirma
Aristóteles en tanto que considera una progresión moral, teleológica, de la organización social en
función de cuán virtuosa es. Son, por tanto, relativistas, y entienden la participación política como una
farsa en la que se impone el más capaz, y no lo mejor para la comunidad, pues nunca hay consenso
real.
Los cínicos también guardan diferencias importantes ante Aristóteles, siendo bajo mi juicio lo más
destacable, su individualismo. La autarquía del hombre echa por tierra cualquier tipo de organización
social o relación social de poder, cuestiones que Aristóteles considera fundamentales ante la
naturaleza política del hombre. Es por ello que afirman la igualdad de los hombres más allá de las
clases sociales, de esclavos y propietarios, pues son convenciones sociales, y no expresiones de una
ley natural, racional, que permita un gobierno moralmente bueno (algo que niegan, ante su nihilismo)
y armonioso. No entienden instituciones rectoras de la convivencia, sino que el individuo en base a su
sabiduría rija su comportamiento.
En cambio, con Chanakia, apenas son apreciables algunas semejanzas más allá de la necesidad de una
aristocracia de gobierno (ante la cual, Aristóteles considera que debe acompañarla un determinado
grado de participación ciudadana) y la falta de moralidad en política al actuar, que Aristóteles
considera erróneo al ser su gobierno virtuoso, y por tanto moralmente bueno.
He reservado para el último lugar tanto a Sócrates como a Platón, en tanto que por así decirlo, siguen
una misma línea. Los tres conciben la razón como medio de alcanzar la virtud, la sabiduría, a fin de
alcanzar un objetivo moral determinado por la ley natural, a la cual debe someterse el gobierno. El
Estado debe de ser virtuoso, y que el mal, indica falta de conocimiento, ignorancia. No obstante.
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Aristóteles reconocería su parte práctica, la necesidad de la experiencia y no sólo el diálogo interno
–mayéutico– en el proceso. La importancia del método científico en la producción de conocimiento.
También comparten su rechazo a la democracia, no obstante, mientras que Platón concibe la
existencia de un rey-filósofo en la línea confucionista y una sociedad organizada de forma organicista,
Aristóteles aboga por un gobierno mixto con cierta participación, aunque coinciden en la necesidad de
una clase media.
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3. Capítulo II. Ley y naturaleza.
Para este capítulo he escogido a Epicuro de Samos, fundador del epicureísmo. Lo he elegido
por su perspectiva materialista, en tanto que con el resto de autores del tema me es difícil estar de
acuerdo por el panteísmo que conllevan. Por un lado, los estoicos y el Logos y por otro Tomás de
Aquino y Dios. En cambio, Epicuro opta por un punto de vista materialista. El materialismo
epicureísta concibe la naturaleza como fruto del azar, de relaciones causales aleatorias que
desencadenaron un proceso que nos ha llevado a donde estamos hoy en día. Esto rompe con el
concepto de Logos y Dios. Niega cualquier tipo de estructura racional o creación ideal de la
naturaleza. Esta es, simplemente, fruto de la casualidad, al igual que todo lo que nos rodea. No
obstante, no niega la existencia de dioses, sino que niega su intervención en el hombre. El hombre no
es capaz de acceder a un conocimiento absoluto acerca de la naturaleza o cuestiones metafísicas, pues
simplemente, estos no intervienen en nosotros. Por tanto, la política, es una convención, necesaria
porque debemos organizarnos y desarrollarnos.
Esto último enlaza con otra cosa que no comparto: la naturaleza egoísta del hombre. Si bien Epicúreo
se caracteriza por su materialismo, este es incompleto, recae en el esencialismo al afirmar un
individualismo inherente al pensamiento, como si este no fuese producto de las condiciones materiales
de vida objetivas. Afirmar que el hombre es egoísta por naturaleza es idealista, Epicuro se contradice
al separarla del contexto en el que este se socializa. Es por ello que recae en el más puro
individualismo y limita todo a la búsqueda pragmática del placer, de forma racional, como medio
hacia la felicidad. Tal hedonismo no lleva sino a una pasividad política y desmovilización que hoy en
día es palpable en la sociedad.
Por último, querría también criticar el utilitarismo. El utilitarismo juzga en función de la utilidad.
Utilidad de la cual Epicuro ignora su subjetividad, pues esta no es objetiva fuera de sus condiciones
materiales, no puede ser demostrada en la práctica. La utilidad es contingente tanto históricamente
como socialmente, es, por tanto, absurdo utilizarla como criterio según el cual vivir. No todos van a
percibir de igual forma la utilidad de, por ejemplo, el Estado o las leyes. Y mucho menos entendiendo
que la neutralidad de estos no existe, sino que cumplen un propósito a la hora de mantener a raya los
antagonismos de clase a través de medios como el monopolio de la violencia. Por tanto, si bien para
Epicuro la justicia y la ley era útil, para un esclavo era forma de opresión. Es una contradicción. El
hombre egoísta usa la ley de forma pragmática, si le da placer, es buena, pero esa misma ley es la que
permite que el esclavo sienta dolor, ni tampoco le brinda seguridad.
Aún así, y pese a estas críticas, considero que su materialismo es lo que lo diferencia del resto de
ideas, mucho más ajenas a la realidad y con preocupaciones metafísicas en base a las cuales justificar
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formas de organización. Comenzando por los estoicos, ya hemos mencionado antes su carácter
panteista y el concepto de Logos como principio rector de la naturaleza, dotándola de una
composición racional, descubierta a través de la propia razón. El descubrimiento del Logos permite
actuar de forma virtuosa, buena, en tanto que permite vivir conforme a la naturaleza. Destaco, por
ello, el inherente sentido comunitario que lleva en sí mismo al entender la idea de totalidad. Todo está
inmerso en el Logos, mas a este se le es atribuida una identidad metafísica y no material. La
concepción de animal político aristotélica está presente en ellos, al contraste de lo que afirma Epicuro,
pues este es egoísta. En cambio, los estoicos entienden la importancia de la comunidad política y de la
contribución al bien común. El individualismo estoico va más en camino de la autodisciplina, de ser
racional y no someterse a las pasiones, para vivir conforme la naturaleza y esto trasladarlo a la
participación en la comunidad, mientras que Epicuro lo orienta hacia el placer.
Otra cuestión a destacar es la idea de justicia. En base a lo anterior, podemos entender que los estoicos
entienden que la justicia es aquella que emana de la naturaleza a través del descubrimiento de la ley
natural mediante la razón y por tanto, legítima. Es por ello que lo justo es aquello conforme a la
naturaleza, mientras que Epicuro la concibe como una convención, con carácter pragmático y
utilitario, No obstante, es destacable el hecho de que ambos conciben la monarquía como mejor forma
de gobierno, con un rey sabio y moralizante, que actuase por y para la colectividad, mientras que
Epicuro lo entendía en el sentido de seguridad pragmática. También, posteriormente, admitirían
ciertas ‘pasiones nobles’. Este desarrollo es aplicable al resto de autores estoicos que aparecen en el
temario como Polibio, Cicerón o Séneca. No obstante, considero necesario tratar el concepto de
Derecho Humano, el cual pone en relieve las deficiencias de la estructura social y de las condiciones
materiales de vida, que los estoicos ignoran en virtud de la igualdad interior de los hombres, como si
pensamiento y ser fuesen dos sustancias distintas y no ambos atributos de una misma sustancia.
Por último cabe considerar el cristianismo y a su máximo exponente, Agustín de Hipona. La primera
diferencia a recalcar también fue comentada previamente, y hace referencia al hecho de la creencia en
Dios –postura idealista— frente al materialismo epicúreo. Mientras que este último concibe la
realidad a través del azar y formada por convenciones egoístas, carente de intencionalidad y en cierto
tono nihilista más allá de la búsqueda del placer, para Tomás de Aquino todo ello tiene un propósito.
Heredando el monoteísmo basado en el Logos, este es sustituido por la idea de Dios. La ley natural
viene, por tanto, de Dios, de la esencia de la divinidad. Además, la interpretación ontológica del
cristianismo es profundamente metafísica. Separa la realidad en dos esferas: la divina, y la humana.
Por tanto, el propósito de la Iglesia es hacer al cristiano llevar una vida buena acorde a Dios para
alcanzar la expiación
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Agustín de Hipona entiende que la segunda debe subordinarse a la primera, a fin de corregir el pecado
en tanto que este corrompe la razón y no permite llevar una vida buena sin seguir la ley divina. Es por
ello que entiende que la organización política sí contiene significado, no es una mera convención
social, esta debe en última instancia pugnar entre el mundo terrenal y el divino, favoreciendo llevar
una vida acorde a este último a través de leyes sin llegar a fusionarse ambas, con el fin de ir al cielo.
Mientras que Epicuro, por otro lado, ni siquiera concibe la intervención de Dios en el hombre. Aquí
también se recalca su carácter materialista. Mientras que la justicia es una conveniencia para Epicuro,
para Agustín de Hipona la entiende como forma de vivir en orden, bajo lo que Dios –ley divina–
establece a fin de llegar a su ciudad.
En este capítulo he escogido a Ibn Jaldun como autor. Aunque a simple vista, haya autores
que podrían ofrecer un mayor desarrollo, me parecen destacables algunos aspectos de su filosofía.
Previamente en la historia del pensamiento autores como Heráclito ya hablaron acerca del papel del
cambio. Ibn Jaldún también posee una concepción ciertamente dialéctica de la historia, en tanto que
afirma que “cualquiera que sea la forma de gobierno, contiene las semillas de su propia destrucción”.
Esto es, una de las leyes fundamentales de la dialéctica, la de unidad de contrarios, que, en su
contradicción, surge el desarrollo. Esto es, la lucha de clases en la historia. Obviamente, resulta
anacrónico decir que Ibn Jaldún seguía el materialismo dialéctico, no obstante, las similitudes en la
forma están presentes. Más allá de, que habría que sustituir gobierno por formación económica. Y,
porque concibe tal transformación de forma mecánica, teleológica, pues la corrupción es inevitable y
pasará independientemente de las condiciones subjetivas y objetivas de gobierno. Bajo el
materialismo dialéctico, no obstante, los modos de producción terminan obsoletos, pero sin una clase
revolucionaria consciente, estos no terminan, sino que degeneran. La fase imperialista del capitalismo,
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alcanzado el grado de desarrollo actual donde el mundo está ya repartido, el desarrollo del capital
financiero está en su punto más álgido y la exportación del mismo está tan extendida síntoma de la
globalización, terminan por centralizar el capital al mismo tiempo que la producción se vuelve más
social, donde la composición orgánica del capital no deja de aumentar en pos de abaratar costes de
una tasa de ganancia en decrecimiento constante. Es curioso que Ibn Jaldún detecte esto. Menciona
que el Estado, ingresará menos en estos momentos de crisis, pues sus propias contradicciones internas
–interés particular en la gestión pública– lo llevarán a perecer. Aún así, no es, sin el reconocimiento de
la necesidad de nuestra acción práctica, objetiva, como podremos reconducir el cambio social hacia
algún fin en concreto, el cambio es superior, constante, una ley dialéctica que, como dice Ibn Jaldún
provocará un ciclo constante de ascensos y descensos de civilizaciones.
Aquí cabe destacar que Ibn Jaldún concibe el gobierno como un ente egoísta. El gobernante ante el
poder gobierna en su interés puramente individual. Esto es, si solo existen conflictos, antagonismos de
intereses en el seno de la sociedad. Y es este el motor del conflicto, no la corrupción del gobernante, y
por tanto, es la propia existencia del gobierno la que es necesaria ante la gestión del propio conflicto a
fin de evitarlo, y no la corrupción causante del conflicto.
Aún así, me parece interesante su concepto del cambio, aunque no llega a entender al gobierno como
un agente activo y reaccionario en la lucha de clases, entiende que mientras este exista el ciclo de
conflicto continuará, en una tensión continua entre privilegiados y desfavorecidos.
En lo que respecta a su pensamiento ante otros autores, comenzando por Al Farabi, podemos detectar
que la idea de corrupción es semejante en ambos. No obstante, mientras que Ibn Jaldún atribuye, de
forma determinista, la responsabilidad de corromperse por su propio interés y por tanto de romper la
cohesión social al gobernante, Al Farabi culpa a la estupidez de la sociedad, pues no son capaces de
elegir a un gobernante virtuoso a raíz de esto. Y mientras que Ibn Jaldún adopta un carácter más
pragmático al asumir la preferencia de una monarquía, con sus defectos, Al Farabi es idealista al
asumir que nadie será feliz, y que solo lo serán una vez muertos y ascendidas sus almas.
La principal diferencia, con el resto de autores del tema, es que es musulmán, y por tanto, rechaza las
tesis de la Iglesia, y cualquier tipo de ley divina y teoría teológica. Su método, es más histórico y
sociológico. Por otro lado, comparte la concepción del gobierno como un mal menor, o mal necesario.
No obstante, Juan de Salisbury, considera que esto se debe a que, a raíz del pecado original, la Iglesia
debía regir sobre el primero delegándole el poder y por tanto, pudiéndose quitar legítimamente, en
función de si este sigue la ley divina a fin de facilitar una vida que permita la expiación, incluso
derrocando al tirano. Ibn Jaldún, simplemente, entiende que tal mal menor se debe a que el gobernante
es corrupto por naturaleza, y que por tanto tal corrupción termina por acabar con la cohesión social.
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Yendo hacia los escolásticos, cabe distinguir entre las posturas de ambos autores. Comenzando con
Tomás de Aquino, me gustaría destacar un párrafo del libro acerca del mismo. Entiende la ciencia
como formas universales construidas a partir de la experiencia. Cuando esto no es sino, el principio, a
raíz de las cuales obtener las distintas determinaciones del objeto que nos permitirán exponerlo en su
objetividad, sin quedarnos en el simple fenómeno analizado racionalmente. Dejando de lado esto,
podemos ver la primera diferencia en su idea de justicia. Para Ibn Jaldún, un gobernante siempre, al
comenzar a gobernar en pos de su interés particular, será injusto. No obstante, Tomás de Aquino
entiende una justicia absoluta en tanto que si la ley humana, está acorde a la ley natural que proviene
de la divina, el gobierno será justo, pues el gobernante será virtuoso y gobernará en pos de la
comunidad. Por otro lado, Guillermo de Occam es más radical que Tomás de Aquino en tanto que
disocia completamente a la razón de la fe como dos esferas que no se tocan, al igual que, por tanto, la
Iglesia y el gobierno, y esto se debe a que similarmente a Ibn Jaldún, concibe que el Papa es
susceptible a corrupción, y por tanto, no gobernar según Dios sino según su interés.
Por último, respecto a Marsilio de Padua, poco podríamos destacar más allá de que tiene un carácter
materialista, entiende que el Estado es un producto histórico y contingente, sin fundamento ético,
separando completamente ambas esferas, aunque sin dejar de creer a nivel ontológico en un mundo
ideal, y respetando la soberanía propia de cada una y sus especificidades. Su principal punto de
conflicto con Ibn Jaldún es que mientras que este prefiere una monarquía que cohesione a la sociedad,
Marsilio aboga por un alto grado de participación política en la que las leyes sean fruto del consenso y
la legitimidad esté dada por la ciudadanía.
En relación a la actualidad política, hay algunas cuestiones que podemos destacar su concepción de
que un gobernante tiende a corromperse. Hoy en día, los sistemas democráticos rotan entre distintos
partidos políticos a fin de evitar el poder absoluto de un individuo o grupo. Es debatible la cuestión de
la partitocracia en la práctica, pero en teoría, constituye uno de sus fundamentos, la separación de
poderes y la soberanía popular. Aunque Ibn Jaldún no hablase de una solución específica, es esta la
que hemos dado a su problema planteado acerca del interés particular y la corrupción, y como esto
degenera en la inestabilidad de los regímenes. En la esfera social, en la cultura política, es destacable
también el pensamiento escéptico español hacia la política, identificada con la corrupción y las malas
praxis claramente, y también la idea de cohesión social, a la cual se busca apelar desde distintos
grupos políticos a la hora de apelar a la sociedad y atraer votantes. Prometen cuestiones idealistas o
que muchas veces no cumplirán, en pos de abstracciones como libertad, soberanía o igualdad, las
cuales a efectos prácticos no consiguen. Esto también se relaciona con la corrupción, la corrupción de
una clase política que busca mantenerse a toda costa en el poder, por muy decadente que sea su
estado. Eso es lo que identificó Ibn Jaldún en 1377, y se repite hoy en día.
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5. Capítulo IV. El humanismo.
Para este capítulo mi elección ha sido Nicolás Maquiavelo, precisamente, por abandonar las
perspectivas éticas acerca de cómo debería ser el gobierno idealmente, tratándolo de forma pragmática
y realista, de forma materialista. No cree en progresiones teleológicas de la sociedad como los
utópicos franceses, absortos en sus ideas de sociedad ideal que llegará, como si no fuese
responsabilidad del hombre conducir el curso de la historia en una dirección u otra. En cambio,
Maquiavelo comprende esto bien. De ahí la importancia que dota a la acción en política, a la práctica,
a saber cómo actuar. También considero relevante el hecho de que entiende el antagonismo de
intereses que existe, y que impide el desarrollo colectivo por los distintos intereses individuales. No
obstante, considera que el papel del Estado es mantener un consenso entre ambos a fin de preservar el
orden de forma acrítica. En cambio, para mí, ese mismo argumento es un germen de crítica hacia el
Estado. El de gobernar en favor de unos en detrimento de otros, pues el consenso, a efectos
materiales, sólo es jurídico, y el equilibrio, la igualdad, no se refleja en las condiciones materiales
objetivas de vida. No obstante, cabe pensar, ¿a quién defiende dicho Estado?. En caso de ser un
Estado que combate la reacción, encargado de evitar que una vez conquistado por la clase con
potencial revolucionario, cuyos intereses abogan por la colectividad y no el individuo, se vea
derrocada por aquellos que buscan volver a su estado de privilegio anterior, considero su utilidad. Y
es esto lo que me lleva a otra máxima que sostiene Maquiavelo, y es que el fin justifica los medios.
Y es que a veces, a fin de alcanzar el bien colectivo, es precisa la violencia o medios de dudosa
moralidad. Moralidad la cual no podemos tratar como objetiva, pues la moral que rige bajo un mundo
desigual es, en última instancia, inmoral. La historia de la humanidad lleva en sí misma el conflicto.
Todos los distintos regímenes se han sucedido a través de la violencia como motor de cambio, de la
contradicción de clase. Esto no se debe, como afirma Maquiavelo, al egoísmo inherente al hombre,
sino a sus condiciones objetivas de vida que moldean su pensamiento, y por ende, su acción. No
obstante, sí que estoy de acuerdo en la necesidad de una autoridad, de un líder fuerte (que no absoluto)
que sepa dirigir la acción y la haga converger en aquello que permita la pervivencia del régimen, sin
renunciar tampoco a los principios legitimadores del mismo. Y es que Maquiavelo acierta al entender
la política como un medio, un terreno de lucha entre intereses irreconciliables, y al distinguir entre
violencia que construye y destruye como he desarrollado previamente.
Respecto a sus contemporáneos, en concreto a los de su corriente (humanista) cuyo principio estético,
y ético, basado en la belleza inherente a Dios, en tanto que este es perfecto, absoluto, y creador. Por
tanto, se busca la belleza como método de acercamiento a Dios. Esto, sumado al antropocentrismo
propio de la modernidad, que reduce la religión al individuo, derivaría en corrientes, capaces de
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ensalzar las capacidades del hombre, contenedor de conocimiento infinito proporcionado por la razón
y la experiencia. El método científico permitiría reforzar esto frente a la fe como fuente de
conocimiento. Tal optimismo hacia las capacidades del hombre se ve en los tres, no obstante, mientras
que tanto Erasmo de Rotterdam como Tomás Moro defienden una política moralizada a través del
cristianismo y el epicureísmo, respectivamente, Maquiavelo no concibe el uso de una moral en la
política, en tanto que adopta una posición más pragmática la cual apoyo. El ceñirse a unas reglas de
actuación, nos limita frente a la infinidad de situaciones posibles. Nos limita como seres capaces de
moldear nuestro pensamiento y acción a una infinidad de situaciones respecto a las que reflexionar y
extraer conclusiones y experiencia, pues nos ceñimos a un dogma de comportamiento. Esto es lo que
lleva a Erasmo a defender la paz sobre todo, mientras que Maquiavelo admite la violencia. El fin
justifica los medios. Tomás Moro se contradice en esto, pues entiende que el buen gobierno no es
aquel que actúa de forma pragmática, sabia y realista ante cada situación como argumenta
Maquiavelo, sino aquel que permite la mayor cantidad de libertades, pero no obstante, reprimió la
expansión del protestantismo. Por último, cabe mencionar que tanto Erasmo como Tomás Moro
entienden la naturaleza buena del hombre, mientras que para Maquiavelo es egoísta.
Frente a los autores de la Reforma Protestante como Lutero o Calvino, podemos también destacar la
presencia de una moral protestante en la política y vida individual. Como ya hemos mencionado, la
moral de Maquiavelo se rige bajo la máxima de que el fin justifica los medios, siempre que el fin sea
el bienestar del Estado y sus ciudadanos. Por otro lado, mientras que para Lutero el Estado es una
autoridad impuesta por Dios a fin de reprimir la maldad, para Maquiavelo, en un sentido más
materialista, lo percibe como una simple convención que evita el conflicto social. Calvino y
Maquiavelo por otro lado coinciden en la naturaleza egoísta del hombre, pero mientras Maquiavelo
busca explotar lo positivo de tales cuestiones, pues no son negativas esencialmente, sino que pueden
ser útiles en determinadas situaciones y por tanto, buenas, Calvino hace hincapié en la necesidad de
una moral cristiana que corrija el egoísmo inundando toda la vida del individuo.
Bodino, autor absolutista, puede ser considerado como cercano a Maquiavelo, no obstante, es
importante establecer diferencias. Aunque ambos tratan cuestiones acerca de la autoridad y deber del
Estado, el soberano de Maquiavelo no es absoluto, pues aboga por un ciudadano participativo y
virtuoso liderada por alguien por su labor prudente, y no por legitimidad divina. Es decir, es
republicano, no monárquico. El absolutismo es puramente monárquico, un soberano por derecho
divino, que concentra todo el poder y no se somete a ningún otro más que al de Dios. A su vez
también concibe una moral procedente de Dios, alejándose del realismo maquiavelista hacia una
moral cristiana.
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La última de las corrientes humanistas es la neo-escolástica. La principal diferencia, al igual que con
el resto, es la moral. Mientras que el enfoque religioso de Suarez y Vitoria, que busca una moral
cristiana basada en la ley natural, inherente al hombre independientemente de su origen en tanto que
es producto en última instancia de la naturaleza, llegando a desarrollar el derecho humano,
Maquiavelo admite romper este canon moral en pos de la supervivencia del Estado. Es un enfoque
más pragmático que ético de la labor del Estado, y que constituye una de las pocas diferencias en
corrientes políticas tan dispares, otra de las cuales es la concepción de libre albedrío frente a la
naturaleza egoísta de Maquiavelo. Y, también la concepción maquiavelista de una legitimidad del líder
a través de la autoridad, de su virtuosismo y prudencia, frente a una legitimidad contractual que
defiende la neo-escolástica.
Llegando al último punto, considero que el pensamiento de Maquiavelo es algo que está presente en la
política actual, y de lo cual podemos extraer enseñanzas. Esto se debe a que, a diferencia de otros
autores, preocupados en la legitimidad del poder, su fundamento último y otras cuestiones abstractas,
el realismo maquiavelista es una guía de acción práctica en la arena política. No busca la esencia del
poder, de la soberanía, sino que enseña cómo desenvolverse en su ejercicio a fin de mantenerlo a
través de un fuerte liderazgo. Este liderazgo se ve presente en la historia de la democracia española.
Desde sus inicios, fue incluso fraguada por las élites políticas de una forma pragmática a través del
consenso entre oposición y el régimen. Si bien las causas son múltiples, en su contexto, fue una
solución realista que evitó un conflicto que estallaría ya sea por la pervivencia del régimen, por
quienes estaban en el poder, o la ruptura del mismo, por la oposición y una sociedad anacrónica al
régimen, hastiada. Tal autonomía de la política respecto a la sociedad ha concentrado el poder en los
partidos, motivado esto también por nuestro sistema electoral, y ha promovido una sociedad pasiva
políticamente. No obstante, también podemos ver ciertos trazos de su pensamiento en la propia
práctica política actual. Las medidas sanitarias durante el COVID-19, la construcción de la imágen del
líder, las relaciones internacionales y la estabilidad del PSOE en el gobierno, con distintas alianzas
polémicas, son ejemplos de políticas pragmáticas, que se han tomado en función de las circunstancias
y problemas que se planteaban. Los diversos cambios de posición en política, al punto de llegar a
contradecirse, no son más que una expresión de este realismo aplicado a la práctica, que ha
demostrado ser eficaz a la hora de mantener el poder o alcanzarlo. Es importante entender que bajo un
entorno competitivo, ser capaz de adaptarse a toda situación, a todo entorno, y explotarlo en favor de
uno mismo, es una de las claves para sobrevivir y perdurar en el tiempo en la lucha política. Acabar
con aquellos que amenacen tu supervivencia, como Sánchez ganando las primarias o Yolanda Díaz
acabando con el papel de Podemos en gobierno en la constitución de la última legislatura, son
ejemplos de esta guía de acción en política. La mentira, el secreto, la discrecionalidad y el secretismo,
constituyen un papel central en el éxito dentro de esta, como sabemos, y es algo que Maquiavelo
sostiene y refleja en su obra.
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6. Capítulo V. El contractualismo.
Para este capítulo he escogido a Spinoza, por ser un autor revolucionario en el pensamiento de
la época. Spinoza rompe con el dualismo antropológico que se venía repitiendo en la filosofía clásica
y posteriormente a través de la teología. Para Spinoza, pensamiento y ser constituyen atributos de una
misma sustancia. Por tanto, Dios se representa en toda la naturaleza en su conjunto porque son una
misma cosa en sí. No existe en una esfera separada, ni es causa de nuestra existencia, sino que
conforma junto a nosotros una totalidad. Lo mental, no puede entenderse sin un cuerpo que dirija la
acción, y un cuerpo, no puede entenderse sin un pensamiento que desencadene su acción. Frente al
dualismo ontológico de autores previos como Platón o los católicos, protestantes o escolásticos,
Spinoza también acaba con sus tesis mediante este argumento.
Este monismo, no obstante, sigue haciendo referencia a Dios o a la Naturaleza como sustancia última.
No entiende la producción, el trabajo como relación humana con la naturaleza, como factor que media
entre el hombre y la naturaleza, y que constituye, a través de la acción, el pensamiento. Es idealista el
pensar en una sustancia absoluta, por única que sea esta, pues deriva en una visión atemporal, estática
de la realidad, la cual puede llegar a alcanzar un absoluto a través del descubrimiento de las leyes de
la naturaleza divina.
En lo que respecta a su relativismo moral, si bien es ‘relativo’ en tanto que es producto del hombre,
Spinoza entiende una moral objetiva a través del uso de la razón para determinar lo correcto en
consonancia a la sustancia. Es útil y no dañino, y por tanto bueno. Esto se relaciona con la concepción
de estado de la naturaleza pasional, donde el hombre actúa en su beneficio. Esta comprensión
individual de la organización social, puede encauzarse hacia una vida racional en comunidad, en
consonancia con la sustancia –Dios–, con la totalidad. A través de la razón, podemos controlar la
pasión, y por tanto desarrollarnos individualmente. Es por ello que el Estado, debe permitir esto
dentro de lo posible, que cada ser humano pueda conocerse en su totalidad y saberse libre.
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En contraste a Spinoza, uno de sus contemporáneos es Baltasar Gracián. Ambos poseen una
concepción distinta de Dios. El Dios de Spinoza, sustancia primera cuyos atributos se manifiestan en
él y componen la realidad, y Gracián, más ortodoxo. Por otro lado, Spinoza entiende el desarrollo
moral de forma individual, a fin de actuar libremente a través de la razón. Para Gracián, la moral y la
política deben acompañarse, pero debe ser una moral en cierta forma maquiavelista, práctica y
prudente. sometida en última instancia a la católica. Otra consideración es el papel de la pasión.
Gracián, al contrario que Spinoza, no busca reprimirla a fin de llevar una vida buena en comunidad.
No es responsabilidad del individuo, sino del Estado.
Por otro lado, encontramos a los autores contractualistas. los cuales Spinoza ratifica al concebir al
Estado como un contrato en renuncia a un estado natural de conflicto, como afirma Hobbes, Altusio y
Grocio. Dentro de las especificidades de estos, podemos destacar la idea de asociacionismo de Altusio
con la de libertad individual. El Estado, debe encontrar su límite en la libertad individual en tanto que
es el ámbito de desarrollo humano, y el único que lo permite. No obstante, Altusio sigue sometiendo
al individuo a la asociación, abogando, no por una democracia encargada de reprimir las pasiones y
garante de libertad individual, sino por un gobierno mixto. Hobbes en cambio, habla de la renuncia a
la libertad en pos del gobierno absoluto, el cual no es natural ni divino, mientras que para Spinoza es
absoluto pero con ciertos límites racionales que permitan el desarrollo individual. Groco también es
defensor de la ley individual como límite del Estado, en tanto que la ley natural que expresa esta
emana del individuo y no de Dios o la Naturaleza, al contraste de lo que afirma Spinoza, quien ve la
libertad individual como acercamiento a Dios y no como derecho humano, aunque ambas sean formas
inherentes al ser.
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sus aspectos, no como creador y creación, sino como uno mismo. Realmente, el debate entre
racionalismo y empirismo es absurdo, pues separar ambos del proceso de conocimiento lo es por sí,
experiencia y razón se retroalimentan y constituyen una sola cosa. El proceso mediante el cual,
reconocemos nuestras determinaciones a través de nuestra subjetividad, para desplegarlas de forma
práctica y denotar su objetividad, es la forma de demostrar la verdad, y requiere tanto razón, como
experiencia, pero sobre todo, de su demostración práctica. Por último, querría destacar a Locke y
cómo este incide en la acumulación de capital a raíz de percibir las relaciones de producción en forma
de valor de cambio, y no como valor de uso –trabajo invertido–, en tanto que la moneda es lo que dota
de esta forma fenomenológica al valor, lo abstrae de sus condiciones materiales objetivas.
Por último, y en lo que respecta al papel del pensamiento de Spinoza en la actualidad, podemos hacer
referencia a él como uno de los promotores de la forma moderna de entender el mundo. Mientras que
antes la preocupación era conocer la esencia, en seguimiento del modelo ptolemaico-aristotélico, el
racionalismo de Spinoza introdujo la necesidad de conocer el funcionamiento de las cosas, sus causas
y efectos y la relación de estos con el resto de la naturaleza. Más allá de esto, en lo que respecta a
Teoría Política, podemos ver hoy en día la defensa de los derechos y libertades individuales a través
de una Constitución, que hace de tope para que no se imponga la mayoría y gobierne en su beneficio,
la necesidad de participación, la constitución de un contrato social racional para vivir en comunidad
de forma que podamos ser libre, y por tanto, legitimando el poder político.
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7. Bibliografía
Palomo, A. (2023). Guía de Estudio. Historia de las Ideas. Editorial Técnica AVICAM.
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