Pelear Por Ti - Aldana Torres
Pelear Por Ti - Aldana Torres
Pelear Por Ti - Aldana Torres
(***)
Al despertar, estiro mi cuerpo como si estuviera haciendo yoga, pero
siento como si un camión me hubiera atropellado mientras dormía: dolor de
cabeza y de garganta, es lo que tenía.
Fantástico, parece que me estoy resfriando.
Cruzo los dedos para que el dolor de cabeza se tome un descanso
antes de mi salida con Duncan. No quiero cancelarle, porque no quiero que
piense que lo estoy esquivando, ¡ni de broma!
— ¡Ni se te ocurra acercarte a mí, por el amor de Dios! —Selene
suelta un grito apenas pongo un pie en la cocina.
— ¿Qué pasa?
—Anoche parecías una orquesta de tos. —Ella toma su taza de café
y la deja en el fregadero.
— ¡Eso no cierto! —me defiendo.
—Deberías probar dormir con ese ruido de fondo. —Selene me
lanza una mirada asesina—. ¡No me dejaste dormir de tanto que tosías!
— ¿En serio? —frunzo el entrecejo.
—Mamá, dile. —Selene busca apoyo en Melissa, quien asiente
mientras saborea un jugo verde.
—Cariño, deberías considerar una visita al médico. Honestamente,
no te ves nada bien, y estuviste tosiendo toda la noche, es verdad —Melissa
me aconseja con una expresión preocupada.
¿Estuve tosiendo toda la noche?
¡Vaya, esta gripe me ha golpeado con todo esta vez!
Pero no es tan malo como suena ahora mismo, no me siento como si
me estuviera muriendo. Rara vez caigo enferma, no es que tenga algún
superpoder inmunológico ni nada, pero cuando algún virus intenta hacer de
las suyas, generalmente se va en unos pocos días. No suelo preocuparme ni
perder el tiempo yendo al médico. Seguramente, después de un té con
limón, un paracetamol y un poco de reposo hasta la tarde, estoy segura de
que me sentiré mil veces mejor y como nueva.
Decido prepararme una taza de té y regresarme a la cama.
Y al mediodía, Melissa me sorprende con una sopa calentita, y le
agradezco un montón. Selene, en cambio, ha hecho su gran escape a no sé
dónde. Es una locura cómo se las ingenia siempre para esquivar a los
enfermos, ¡y ahora me incluye en la lista por estar tosiendo como loca!
Duermo unas cuatro horas seguidas y, aunque no me siento
completamente mejor, hago un esfuerzo por salir de la cama, y al menos, el
paracetamol ha aliviado un poco el dolor muscular que me torturaba.
No puedo creer que este resfriado haya decidido atacarme justo
cuando iba a salir con Duncan. Quizás sea una señal para que no vaya a
correr, porque no es lo mío. Aunque, pensándolo bien, puede que eso último
sea solo una excusa mía para evitar precisamente correr.
Me doy una ducha larga y reconfortante que se extiende por unos
buenos cuarenta minutos, no quería salir de debajo de la regadera, casi que
me duermo allí mismo.
En fin, a las cinco menos cuarto, Melissa intenta convencerme de
quedarme en casa, pero le aseguro que no tiene por qué preocuparse, que ya
me siento un poco mejor, aunque no sea del todo cierto.
Me visto con una ropa cómoda para hacer ejercicios: unos
pantalones de yoga negros y una blusa blanca sin mangas. Y quince
minutos después, Duncan llega y toca la bocina.
— ¿Todo bien, Iris? —pregunta Duncan al ver mi expresión
demacrada.
Respondo con una sonrisa forzada.
—Como las palomitas de maíz en el cine.
— ¿Y eso lo dices con esa cara que no se ha enterado
aparentemente? —se burla mientras arranca su auto.
Le respondo con otra sonrisa, esta vez un poco más convincente.
Cuando empezamos a correr, estábamos sobre un puente de madera.
Seguirle el ritmo a Duncan era todo un reto, ¡el chico parece que puede
correr diez kilómetros sin ningún problema! Mientras yo, con suerte,
aguanto dos. Pero, para mi sorpresa, corrimos mucho más de lo que
imaginaba, recorriendo todos los rincones posibles.
Duncan se encontraba a unos metros de distancia. Mientras que yo
me detengo a mitad de camino cuando siento dificultades para respirar. No
he nacido para esto, eso es definitivo, y me lo voy a pensar dos veces antes
de volver a aceptar este tipo de cosillas.
¡Necesito un tanque de oxígeno, señor!
Duncan me echa un vistazo desde la distancia, sigue corriendo, pero
parece que se mantiene en un solo lugar, animándome a seguir. Mientras
tanto, unas chicas que también estaban haciendo ejercicio no dejan de
mirarlo embobadas, y no las culpo. Está ahí con el torso al desnudo, esta en
forma, con un bronceado que parece sacado de una revista y una sonrisa
deslumbrante. Cualquiera se quedaría mirándolo durante horas y horas.
De repente, mi móvil empieza a vibrar en mi brazo, donde lo llevo
en el brazalete. Lo quito tomándome todo el tiempo del mundo; es una
llamada de Jayden.
Le respondo rápidamente
— ¡Hola! ¿Cómo andas? —mi voz se desliza entre un estornudo al
tomar la llamada.
— ¿Qué sucede contigo? —me pregunta sin titubear.
—Ah, pues, aquí estoy, radiante como siempre. Gracias por
preguntarme —mi sarcasmo fluye tan natural como el café por las mañanas.
Un nuevo estornudo se me escapa sin piedad.
—No suenas muy bien, Bonita —ignora mi tono.
—Solo tengo un pequeño resfriado, nada grave —respondo, segura
de mis palabras.
Aunque la verdad dudo que sea un pequeño resfriado nada más.
Me había olvidado de respirar cuando cogí el teléfono y escuché la
voz de Jayden. No pude evitar sonreírme como una boba. Este chico tiene el
poder de hacerme olvidar hasta de lo más insignificante. ¿Cómo lo hace?
—Corre al médico ahora mismo —su voz resonó con la urgencia de
una orden imperativa.
—No puedo —respondo, desviando la mirada hacia adelante
mientras Duncan se acerca a mí con paso rápido.
— ¿Por qué no?
—Estoy cumpliendo con mi sesión de actividad cardiovascular, tal
como me aconsejaste, ¿recuerdas?
—Olvida de esa mierda y ve al médico, Iris —su tono autoritario me
toma por sorpresa, resonando con una intensidad que no esperaba.
¡Vaya, vaya, nunca pensé que él me pudiera hablar de esa forma!
¿Qué pasó con el chico tranquilo? ¿Está preocupado por mí? ¿Es eso? Se
pone nervioso por cualquier cosa, no es para tanto. Solo es un resfriado,
nada del otro mundo.
— ¿Dónde estás? —exige saber él, su tono es cortante.
—Ahora estoy en el paseo marítimo.
—Voy por ti —me suelta, pero antes de poder protestar, Duncan
aparece a mi lado con una energía contagiosa.
— ¡Vamos, pequeña, una carrera nos espera!
No tengo dudas de que Jayden ha escuchado cada palabra.
—Definitivamente iré por ti. No te atrevas a moverte de ahí —y sin
más, cuelga bruscamente.
No puede estar hablando en serio.
¿Qué diablos hago ahora?
Me frustre cuando mi mente da mil vueltas sin la menor idea de qué
hacer con Jayden. Así que me resigno, y finalmente, decido decirle a
Duncan que sería mejor caminar. Por un lado, quiero mantenerme en el
paseo marítimo para que Jayden pueda encontrarme fácilmente cuando
llegue, y por otro lado, mi cuerpo ya no quiere que lo torture a seguir
corriendo.
Mientras tanto, ruego en mi interior no provocar una catástrofe en el
momento en que los dos boxeadores se vean después de lo que sucedió en
el club la otra noche. Hay alguna rivalidad entre ellos solo porque quieren
ser mejores que el otro en el boxeo, eso lo sospecho desde hace varios días.
Aunque la primera vez que los vi intercambiar palabras no noté ninguna
tensión, comencé a notarla después.
También debo mencionar que Duncan estaba decepcionado consigo
mismo por perder su pelea contra Jayden. Tal vez se ha formado algunos
roces entre ellos dos debido a eso, no lo sé. Siempre me la paso imaginando
cosas; debería detenerme por un momento.
Duncan se fue a comprar unas botellas de agua mientras yo observo
las aguas del mar con atención.
De repente, siento escalofríos en mi espalda. Me doy la vuelta por
instinto y ahí lo veo. Unos anteojos oscuros cubren sus ojos esmeraldas,
lleva un pantalón corto blanco hasta las rodillas y una camiseta del mismo
color. Si no supiera quién es, pensaría que es un ángel caído del cielo con
ese atuendo.
No está muy lejos, camina hacia mí a pasos normales.
Lo observo sin disimulo.
Está aquí.
No tardó nada en llegar.
Vuelvo mi vista al frente y Duncan ya está de regreso.
¡Carajo!
Me pongo de pie.
—Te traje agua con gas, un toque de burbujeante frescura para
acompañar esta tarde —sonríe, ondeando la botella en el aire con estilo—.
Espero que te guste.
No ha visto a Jayden por el momento al parecer.
—Te lo agradezco —cojo la botella nerviosamente.
—Estaba pensando algo, pequeña…. ¿Por qué no nos quedamos un
rato más y disfrutamos del atardecer? —me propone Duncan.
— ¡No lo creo! —la voz de Jayden estalla, cortando el ambiente
como un trueno.
Trago saliva nerviosa y me giro para enfrentar el torbellino que
acaba de llegar.
Jayden se quita las gafas de sol con superioridad, y Duncan lo mira
con ceño fruncido.
— ¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Duncan suelta su enojo
como una ráfaga de viento.
—Te ves fatal —Jayden responde, ignorando completamente la
pregunta de Duncan.
¡Vaya sinceridad de su parte!
— ¡Vámonos! —me sujeta de la mano, tirando de mí para dar media
vuelta e irnos.
— ¿A dónde? —Duncan se queda anonadado, deteniéndonos.
—Por si no te has dado cuenta, mal perdedor, esta chica se está
muriendo —dice Jayden, plantándose frente a Duncan sin soltar mi mano ni
un segundo.
—Creo que 'muriendo' es una exageración —intervengo
rápidamente.
— ¿Mal perdedor? —Duncan ríe, desafiante—. ¿Lo dices tú? Tú no
sabes pelear limpio en un ring, Scott, ya me lo has demostrado.
—Yo no fui quien dio el primer golpe en los testículos —Jayden
responde con calma, clavando sus ojos verdes en la furia desbordante en los
ojos de Duncan.
¡Vaya lío he armado!
Estos dos son como perros y gatos cuando de boxeo se trata. Si tan
solo hubiera insistido en que Duncan me llevara de vuelta a casa de Selene
o que nos fuéramos a otro lugar antes de que apareciera Jayden. Pero parece
que siempre elijo el camino más complicado sin pensar en las
consecuencias.
¡Qué desastre!
—Te he repetido hasta el cansancio que fue un error, no tenía la
intención de golpearte en los testículos —Duncan se justifica, pero Jayden
no está dispuesto a dejarlo ir tan fácilmente.
—Y una mierda —Jayden golpea el hombro de Duncan con su dedo
índice—. Lo hiciste a propósito, querías ser el vencedor y demostrar que
eres superior a mí.
—No a base de trampas —insiste Duncan—. Además, tú también
peleaste sucio.
—Yo solo me defendí.
— ¡El grandioso Jayden Scott jugando sucio, qué sorpresa! —
Duncan utiliza un tono que no me gusta en absoluto.
— ¿Qué estás insinuando? —le grita Jayden, soltando mi mano que
apretaba sin darse cuenta.
—Sobre los rumores que se dicen de ti —declara Duncan.
—Come mierda, idiota —escupe Jayden, apretando los puños con
tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos.
La tensión entre los dos está alcanzando su punto álgido, y el aire se
carga con electricidad.
En la playa, la gente nota la discusión entre estos dos boxeadores,
pero solo unos pocos se detienen brevemente para echar un vistazo antes de
seguir su camino, sin dedicarle más atención de la necesaria.
¡Gracias al cielo!
— ¡Vamos! —me insta Jayden con un resoplido.
—Iris, ¿por qué te vas con él? —Duncan suaviza su voz, buscando
respuestas que ni siquiera yo tengo.
¡Porque no lo sé!
Mi cuerpo actúa como un huracán sin la dirección de mi mente,
llevándome automáticamente hacia Jayden.
— ¿Eres imbécil o qué? —gruñe Jayden.
—No te metas, Scott. No te estoy hablando contigo
—Me vale mierda. Está enferma y necesita un médico.
— ¿Es cierto? —me pregunta Duncan.
—Yo… yo estuve tosiendo toda la noche —confieso nerviosa.
—Me dijiste que estabas de diez —Duncan me observa con sus ojos
entrecerrados.
—Ya ves que no. Ahora vámonos, bonita —interviene Jayden,
alejándome de Duncan.
Pero Duncan no se queda atrás. Viene corriendo detrás de nosotros.
—Yo puedo llevarla —nos detiene.
—No, vete al carajo —le responde Jayden.
—Vete tú al carajo. Ella estaba conmigo, no contigo.
—No me provoques, lo digo en serio —Jayden aprieta la mandíbula,
y el aire se llena de la tensión creciente entre ambos.
La situación está a punto de explotar, y yo estoy atrapada en el ojo
del huracán.
Duncan y Jayden intercambian miradas intensas. Si pudieran
encender fuego con la mirada, necesitaríamos al menos cien bomberos para
apagarlo. Me siento impotente en medio de este escándalo, generado por un
enfrentamiento donde ambos reclaman la disputa anterior.
En mi interior, debato entre irme de una vez con Jayden o hacerlo
con Duncan.
Ninguno de los dos logra convencerme realmente.
Pero vamos, es solamente un resfriado lo que tengo.
Aunque creo que nunca debí salir de la cama en primer lugar.
— ¿Qué harás de lo contrario, Scott? —lo desafía Duncan.
¡Oh, no!
Una alerta de emergencia se enciende en mi mente.
Debo detener esto antes de que llegue a mayores.
— ¡Me voy con Jayden! —anuncio, y ambos me miran,
sorprendidos—. Otro día repetimos la carrera, Duncan —le comunico a
Duncan.
Duncan no esperaba escucharme decir eso. Puedo notarlo en su
expresión.
—Nos vemos pronto, Powell —dice Jayden, dándole por completo
la espalda.
Espero estar haciendo lo correcto mientras me dejo llevar por
Jayden, dejando atrás la confrontación que amenazaba con estallar.
Capítulo 21
Trasteo con mis dedos mientras Jayden me lleva de vuelta a su
departamento después de salir del médico, quien básicamente me recetó
descanso, líquidos y vitaminas.
El trayecto en el Jeep transcurre en un silencio completo
— ¡El sábado pasado desapareciste por completo! —exclama Jayden
de repente—. Habría jurado que la policía te tenía acorralado junto a unos
cuantos.
Cambio mi postura, cruzando las piernas y dejando de juguetear
nerviosamente con mis dedos.
— ¡No! Duncan me sacó por una puerta trasera justo a tiempo —
respondo, apoyando mi cabeza contra el respaldo del asiento.
Jayden me observa con una mirada perspicaz y, con un gesto apenas
perceptible de los labios, comenta:
—Tienes una relación bastante estrecha con él, ¿verdad?
— ¿A qué viene esa pregunta? —inquiero.
Jayden se encoge de hombros y, con una expresión apenas
perceptible en los labios, añade:
—Ten cuidado, ese chico no goza de la mejor reputación.
—Tú tampoco tienes precisamente una buena fama —recuerdo las
palabras de Selene mientras le replico.
¡Selene!
Recuerdo que debo hablarle.
Tomo mi móvil y marco su número con rapidez. Aunque este suena
varias veces, ella no responde. Espero que Duncan no le haya contado que
me fui con Jayden; estaría furiosa conmigo.
Me muerdo los labios solo de pensarlo.
— ¡Vamos, bonita, no te pongas tensa! ¿Qué pasa por esa linda
cabeza tuya ahora? —me suelta Jayden con una calma que casi irrita.
— ¿Perdón?
—Pareces nerviosa o preocupada. ¿Me equivoco?
— ¿Cómo lo sabes?
—No suelo prestarle atención a la gente, me aburren rápido, pero he
hecho una excepción contigo. He notado que te muerdes el labio superior
cuando estás inquieta —agrega con desenfado.
¿Me ha estado observando? ¿En serio? Eso no me lo esperaba.
No le doy respuesta.
— ¿Tienes miedo a que te devore en cuanto lleguemos a mi
departamento? —dice con un tono pícaro.
Ruedo los ojos y niego con la cabeza.
—Mi universo no gira a tu alrededor —espeto.
—Por supuesto que no, bonita —responde con una sonrisa—, pero el
mío sí gira a tu alrededor.
De repente, sus palabras logran atrapar toda mi atención. Pero
cuando se da cuenta de lo que acababa de decir, en un abrir y cerrar de ojos,
cambia de tema como si nada.
Me dice que tiene algunos antibióticos para mí, aunque en realidad
yo podría haberlos conseguido fácilmente en una farmacia. Después, sin
más, me dice que me llevará de vuelta a casa de Selene.
Y pensando en ella de nuevo, le mando un par de mensajes a mi
amiga para avisarle que llegaré tarde y que no se preocupe por mí. Su
respuesta, es una carita enfadada, lo cual me hace suponer que ya sabe con
quién estoy. No quiero pensar en eso para no morderme la uñas, y su lugar,
me concentro en la persona que parece tener un extraño poder sobre mi
mente, porque siempre termino a su lado sin darme cuenta.
Me recuesto en el asiento, lo miro descaradamente. Parece tan
tranquilo mientras maneja, nada que ver con la imagen de él en un ring. Y
entonces, aquello me lleva a recordar nuestro beso y mis mejillas se
sonrojan automáticamente.
Al llegar a su edificio, subimos en el ascensor y entramos a su
departamento.
Me quedo cerca de la puerta principal, y Jayden lo nota,
comentando:
—Aunque me muero de ganas de devorarte como el depredador que
soy, me voy a contener. Puedes entrar sin miedo, bonita.
No sé si lo dice en tono de broma o tal vez no, pero elijo creer en la
primera opción y me obligo a ignorar como sus palabras me han atravesado
por todo el cuerpo.
Observo a mi alrededor y, al volver la mirada hacia Jayden, se quita
la camiseta, dejando al descubierto la parte superior de su cuerpo.
— ¿Qué estás haciendo? —le pregunto de inmediato.
—Voy a darme un baño —levanta la mano en el aire y arquea las
cejas.
— ¿Por qué?
—Bueno, normalmente, los seres humanos se bañan para estar
limpios y oler bien. ¿No lo haces tú? Si quieres, puedo enseñarte cómo
hacerlo —se burla.
Revuelvo los ojos.
—Vaya manía de poner los ojos en blanco, bonita.
— ¿Y los analgésicos que me prometiste? —ignoro su comentario.
—En cuanto salga del baño, te los voy a dar.
—Apuesto a que solo fue una excusa para que viniera a tu
departamento, con quién sabe qué intenciones —me cruzo de brazos,
entrecerrando los ojos.
— ¡Oh, pillaste mis maquiavélicos planes! —se ríe, y desaparece en
el baño como un mago que se esfuma.
Cuando estornudo más de cuatro veces, me tapo la nariz como si eso
fuera a detener el resfriado. Odio ponerme enferma, y además, aquí estoy,
en casa de Jayden, no haciendo caso a las órdenes del médico.
Mientras él se ducha, me acomodo en el sofá con las piernas
cruzadas y una fina manta. Debería seguir las indicaciones del médico, pero
la comodidad de este sofá es demasiado tentadora. Jayden insistió en
llevarme al médico, para asegurarse que yo me encuentre bien, él era el más
interesado en eso, y quería que siguiera las órdenes del médico, sin
embargo, me ha traído a su casa en vez de llevarme a la mía.
Bostezando y cerrando los ojos sin darme cuenta de la hora, me voy
quedando dormida.
Escucho susurros intensos entre sueños, abro los ojos lentamente y
los entrecierro al instante.
Me froto los ojos con las manos y observo por la ventana que el
cielo está más oscuro que antes. Estoy tendida en el sofá y me incorporo.
¿Me quedé dormida? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Por qué Jayden no me
despertó?
Los susurros fuertes vuelven a llenar el aire. El living está sumido en
una oscuridad similar a la noche, con solo la luz tenue de la puerta de la
cocina.
Me acerco sigilosamente, tratando de hacer el menor ruido posible.
—Si mamá se entera, estarás en serios aprietos, hermano —intenté
descifrar esa voz, pero me resultaba imposible.
— ¿Para qué has venido? —ese era Jayden.
—Ya te lo dije —esta vez la otra persona habló con más claridad, y
reconocí esa voz; pertenecía a Tobías, el hermano de Jayden. Lo recordaba
—. Mamá quiere hablar con los dos, ya sabes por qué.
—Dile que lo deje para mañana o el año que viene —sugirió Jayden,
manteniendo su voz en un susurro.
—Como quieras —respondió Tobías—. Y, ¿cómo te las arreglas con
todo esto?
Silencio.
No hay respuesta a la pregunta de Tobías.
¿Debería avisarles que ya estoy despierta? No, lo mejor sería
irrumpir en la charla de los hermanos y exigirle a Jayden que me lleve
directo a la casa de Selene.
Abro la puerta y los dos me miran de inmediato.
— ¡Ey! —saludo efusivamente a Tobías.
Tobías me observa por un breve momento.
—Te vi en el centro comercial, ¿no? —me suelta.
— ¡Exactamente! —Asiento con la cabeza—. Por eso te recuerdo.
—Quería que te despertaras hasta mañana —dice Jayden, trazando
una sonrisa traviesa en sus labios—. Pero la próxima vez será, estoy seguro
—me lanza un guiño.
Sacudo la cabeza, alzando los ojos al techo.
— ¿Me haces el favor de llevarme a casa, Jayden?
— ¿A dónde dijiste? —pregunta Tobías con una expresión curiosa
—. No importa, puedo encargarme yo si quieres.
Antes de que pueda responder, Jayden interviene.
—Tú ya estás de salida, hermanito.
Jayden saca a Tobías de la cocina y este se despide de mí con una
sonrisa encantadora. Minutos después, Jayden regresa con el pelo húmedo.
Si su cabello sigue mojado, es probable que yo apenas haya dormido unas
dos horas.
—Bien, ¿me vas a llevar o no?
— ¿Quieres que te lleve?
—Te lo estoy diciendo, ¿no?
El dueño de los ojos esmeraldas, me mira extrañamente.
—Voy por unas chaquetas y regreso —dice finalmente.
Asiento cuando este ya se ha ido.
Mientras espero a Jayden, mi mirada se posa en un retrato familiar.
Dos chicos, de unos diez tal vez, y otro quince años, abrazados por un
hombre con gafas oscuras y una expresión seria. Me acerco al marco
movida por la curiosidad. Están frente a una casa nueva con un letrero que
dice "Vendido". Pero lo que realmente me atrapa no es solo la seriedad del
hombre, sino las expresiones de los chicos, como si preferirían estar en
cualquier otro lugar que allí.
Mi atención se centra en uno de ellos, probablemente Jayden, quien
parece especialmente incómodo.
— ¿Nadie te advirtió que es de mala educación fisgonear en las
casas ajenas? —mi corazón da un salto y apenas logro sostener el retrato.
—Lo siento mucho, de verdad —balbuceo, devolviendo el retrato a
su lugar con torpeza.
—Está bien.
—Bonita foto —comento con poca convicción.
—Sí, la imagen perfecta de una familia feliz —me suelta Jayden con
ironía, ajustándose la chaqueta de cuero negro y ofreciéndome una de
mezclilla.
—No la necesito —declaro.
—Póntela. Allá afuera hace un poco de frío —su actitud amigable da
un giro inesperado.
La misma actitud de la otra noche.
Finalmente, me coloqué la chaqueta en total silencio.
Supongo que la actitud le ha cambiado debido a su padre, recordarlo
no debe ser algo sencillo. No juzgo, lo comprendo
Una vez lista, me giro hacia la puerta y tomo la perilla, pero antes de
abrirla, me detengo. Recuerdo que dejé mi móvil en el sofá, y además él me
debe los analgésicos. Me vuelvo rápidamente y, al dar dos pasos, choco de
frente con el fornido pecho de Jayden.
Me siento diminuta cuando lo tengo tan cerca. Una sensación de
vulnerabilidad se apodera de mí, y me pregunto por qué. Es algo ilógico,
nunca antes había experimentado esto con alguien con quien apenas llevo
conociendo hace menos de un mes. Ni siquiera con Liam.
— ¿Te corres tú o me corro yo? —pregunta Jayden, acercándose
aún más a mí, a pesar de que ya no es posible hacerlo más.
Pero esa pregunta…
¿Fue doble sentido?
Capítulo 22
¿Alguna vez te has sentido tan atraída por alguien que ni siquiera
quieres que se atreva a alejarse un centímetro? Así es como me siento en
este preciso instante. Su aliento, su aroma embriagador, su calor... todo en él
me está haciendo perder la cabeza. Y sé que si no tengo cuidado, perderé
todo control. No puedo dejar que eso suceda tan rápido, pero la verdad es
que sé que va a pasar si no me pongo un límite, y voy a perder el poco
control que me queda por él.
Me encantaría rendirme y dejarme caer a sus brazos como la última
vez, realmente lo deseo. Sin embargo, esta noche, mis hormonas no van a
decidir por mí.
—Lo… lo siento, olvidé mi móvil —digo, sin apartar la mirada de
la suya.
Jayden se desliza la lengua por los labios con una sugerente sonrisa.
— ¿Y si simplemente finges haberlo olvidado para que yo pueda
tener una excusa válida para verte de nuevo pronto? —su voz provoca un
escalofrío que recorre mi piel.
Me esfuerzo por mantener la compostura, resistiéndome a la
tentación de perderme entre sus fuertes brazos.
—No necesitas mi móvil para volver a verme —digo, soltando
inadvertidamente palabras que ni yo misma esperaba.
Una de sus manos se desliza suavemente por mi cintura,
atrayéndome hacia su cuerpo, mientras la otra acaricia con delicadeza mi
mejilla derecha.
Cierro los ojos instintivamente, pero esta vez decido ser fuerte,
resistir la tentación que se avecinaba. Aunque mi deseo sea intenso, sé que
necesito alejarme, apenas lo conozco. Y esta atracción palpable amenaza
con vencerme en cualquier instante.
— ¿Quieres irte? —susurra en mi oído, su aliento suave acariciando
mi piel.
¡Definitivamente no quiero!
—Yo... sí… quiero irme —carraspeo, titubeante.
—No poseo un sexto sentido, pero hay algo en el aire que me dice
que estás mintiendo —susurra, con su boca todavía junto a mi oreja—. No
tengo ganas de dejarte ir, no tengo ganas de alejarte de mí.
—Si no te apetece, no me importa en absoluto —tomo sus manos y
las aparto de mí—. Si prefieres, puedo tomar un taxi.
No le muestro la intensa atracción que siento por él, ni tampoco dejo
ver el dolor que me causó alejarlo de mí. Sin embargo, era necesario para
mantener mi cordura, o de lo contrario, ¿Qué iba a ocurrir? ¿Tendría sexo
con él?
¡No!
En este peculiar juego, nadie podría interrumpirnos; fácilmente
puedo apagar mi móvil. Estamos en su departamento, con ganas de
arrancarnos la ropa, lo mismo que quería hacer aquella otra noche en la cita
en medio del ring.
Trago saliva y aparto la mirada.
Con una fuerza de voluntad increíble, me dirijo hacia el living para
coger mi móvil.
Ya de vuelta, le digo a Jayden que es hora de irnos. Él se muestra
renuente, lo percibo, me lo confirma, pero no tiene otra opción.
— ¿De quién es esta chaqueta? —le pregunto mientras me acomodo
en el asiento del Jeep.
Él se abrocha el cinturón de seguridad y, tras asegurarse de que hice
lo mismo, responde con una sonrisa enigmática:
—Es de mi prima.
—No sabía que tenías una prima —respondo.
—Hay un millón de cosas que aún no sabes —sus manos aferran el
volante mientras echa un vistazo hacia atrás para comenzar a conducir.
Estornudo dos veces y, sin taparme la nariz, me muerdo los labios.
—Lo siento —me disculpo, sintiéndome avergonzada.
Jayden suelta una risa relajada.
— ¿Por estornudar? No seas tonta, no pasa nada —más tarde, ya en
la carretera me pregunta—: ¿Tienes hambre?
— ¿Qué?
— ¿Si tienes hambre? ¿Te gustarían unos Hot Dogs? Hay un carrito
de comida donde los hacen deliciosos.
— ¿Te gustan los Hot Dogs?
—Sí —me responde.
—Pensé que solo comías cosas saludables, no comida chatarra.
—Unos días al año me doy el gusto —sonríe de lado—. Es mi placer
culposo.
Me lo pienso dos veces.
—Para ser sincera, no tengo mucha hambre. Pero podemos pasar por
uno para ti, y luego me llevas a casa. Te recuerdo que necesito reposo.
Jayden parece acordarse de que necesito descansar. Así que asiente
con la cabeza, pero no suelta palabra.
Continuamos en la carretera.
De pronto, la pantalla de mi móvil se ilumina en el jeep.
Lo desbloqueo y me encuentro con un mensaje de mi padre. Es corto
y justo como él. Me avisa que estará aquí el primero de noviembre.
¡Oh, no!
¡No puede ser!
Solo faltan un par de semanas.
¡Se me había borrado completamente de la cabeza que iba a venir a
Miami!
¡Mierda!
Tengo que prepararme para las inminentes discusiones que
tendremos cuando descubra mi situación actual. Ya puedo anticipar sus
reproches, llamándome estúpida e inútil por creerme independiente y todas
esas críticas que sé que vendrán. Solo de pensar en las innumerables
reprimendas que recibiré, siento ganas de desaparecer.
Además, necesito llamar a mi madre y pedirle consejo sobre cómo
lidiar y controlar a papá. Aunque mi padre puede ser bastante difícil, en
ocasiones mamá sabe cómo mantenerlo calmado.
—Parece que acabas de cruzarte con un espectro —comenta Jayden
con una sonrisa juguetona—. ¿Quién te ha enviado un mensaje?
—Mi padre —respondo con un gesto de resignación.
Jayden asiente en silencio, esperando a que revele más.
— ¿Problemas? —inquiere con curiosidad.
Me debato internamente sobre si contarle o no la verdad. Pero,
después de todo, no es un secreto de estado.
—Resulta que él no tiene ni idea de que dejé la universidad —
confieso.
— ¿Padre estricto cuando se trata de estudios?
—Como la mayoría, supongo.
— ¿Y cuándo viene?
—En noviembre.
¡Viene en noviembre!
Me distraigo de mi padre, absorta en las luces destellantes de la
ciudad, aunque, sinceramente, no puedo escapar por completo de su
imagen.
Mi padre, sin importar cuántos años tenga, siempre se empeñará en
tratarme como una niña, y de vez en cuando como si fuera una mujer
adulta, que es lo que soy, pero lo olvida a veces. Domina a la perfección el
arte de decidir cuándo y cómo hacerlo, lo hace cuando le conviene. Soy una
adulta a veces y una niña que no sabe nada del mundo en otras muchas
ocasiones.
En la secundaria, me insistía constantemente en que debía superarlo
en mi adolescencia, ejercía presión sobre mí día tras día, incluso los fines de
semana, con la esperanza de que me sumergiera completamente en los
libros y que esa fuera mi única vida social. Y aunque nunca me permitía
salir con mis amigas, yo lograba escabullirme a escondidas, y hasta el día
de hoy, él aún desconoce mis pequeñas escapadas. A pesar de todo, no me
consideraba una chica rebelde.
A menudo, si cometía algún error, él se encargaba de recordármelo
hasta el cansancio. Y cuando lograba hacer algo bien, siempre esperaba que
lo hiciera aún mejor. Por otro lado, mi madre nunca fue así. Aunque
deseaba que completara la escuela sin complicaciones, me brindaba el
espacio para respirar que mi padre nunca me daba. A pesar de ser un
abogado ocupado, mi padre encontraba la forma de estar siempre presente
en mi vida, sin concederme un respiro, a pesar de sus frecuentes viajes.
— ¡Bonita! —Jayden chasquea los dedos con una sonrisa—. Sal de
esa galaxia en la que estabas perdida y aterriza de nuevo en la realidad.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando.
—Oh, lo sabes.
Le lanzo una mirada irritada.
—Te fuiste por unos cuantos minutos.
¡Qué agudo observador!
—Cuando algo me preocupa demasiado, me desahogo golpeando un
saco de boxeo hasta que mis nudillos sangran —confiesa, esperando mi
reacción.
Nos detenemos en un semáforo en rojo, y aparta la vista de la
carretera.
—No estoy preocupada.
—Te has mordido los labios de manera poco convincente —asegura.
¡Demonios!
¡Tengo que dejar de hacer eso!
¡Me delato muy fácilmente!
—Bueno, ¿alguna sugerencia para aliviar mi mente? ¿Debería
desahogarme golpeando el saco de boxeo, quieres que le dé duro? —
descanso mi mano derecha en mi cabeza y el codo en la ventanilla bajada.
— ¡Preferiría que me des duro a mí! —disfruta al soltar esas
palabras con picardía.
—Te crees el rey de los chistes, ¿verdad?
—Oh, no soy un rey, solo un poco con contigo.
El semáforo se pone verde de nuevo y Jayden avanza
tranquilamente, mientras algunos autos le tocan bocina y otros le lanzan
comentarios groseros, tildándolo de abuelita por la forma que ha
comenzado a conducir, al menos eso he escuchado.
—Dudo mucho de que desahogarme golpeando un saco de boxeo
alivie mis preocupaciones. Lo único seguro es que me dejará las manos
adoloridas, y la verdad, no me apetece en absoluto —comento mientras los
bocinazos disminuyen.
Esta vez, es Jayden quien rueda los ojos.
Le lanzo una sonrisa disimulada.
—Entonces, inténtalo y descubre si realmente alivia o no tus
preocupaciones —afirma—. Además, estaré allí contigo para asegurarme de
que no te hagas daño. Recuerda que soy boxeador.
— ¿Vas a enseñarme como la primera vez? —pregunto, con una ceja
alzada.
—Y mejor —me sonríe sin mostrar los dientes, me sonríe como si
fuéramos cómplices de algo y sé bien de qué.
No tengo una certeza de ni siquiera un ochenta por ciento, pero me
parece que está recordando el ardiente beso que nos dimos en el ring.
—Tienes razón —concedo, añadiendo—: No pierdo nada con
probar.
—En realidad, ganas mucho —afirma Jayden, conduciendo a paso
lento mientras los bocinazos vuelven a hacerse presentes.
— ¿Por qué conduces tan despacio? —pregunto al notar la irritación
de otros conductores.
Jayden no está bloqueando la autopista, pero de todos modos está
molestando a los demás.
—Porque si lo hago rápido, significaría que dejaré de verte pronto, y
prefiero prolongar el viaje —responde.
Le echo un vistazo de reojo. No está bromeando, al menos no lo
parece. Y si por casualidad lo está haciendo, lo disimula con maestría.
¿Debería tomarlo como un halago?
A pesar de que Jayden había planeado que nuestro trayecto fuera
largo, llegamos a nuestro destino en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando salgo al exterior, tengo la intención de quitarme la chaqueta,
pero Jayden me detiene con rapidez.
—Esto es solo una estratagema para garantizar que nos volvamos a
ver pronto —deja la insinuación flotando en el aire sin añadir más.
Lo cierto, es que no necesita decir nada.
Yo estaba de acuerdo con él, y ya contaba las horas o días para
volver a verlo.
—Gracias por haberme traído —respondo, girándome para alejarme.
— ¿Eso es todo?
— ¿Qué esperas?
— ¿Un simple beso en la mejilla para alimentar mis sueños? —abre
sus brazos.
Observo a mi alrededor, confirmando que no hay ni una sola alma
merodeando por el vecindario.
Y mis pies se encaminan hacia él, pero antes de que pueda
reaccionar, me atrapa, dejando mi cuerpo pegado al jeep.
Me siento acorralada y entusiasmada, mi pecho se eleva y desciende
con cada respiración.
—Deja de jugar conmigo a tu antojo —le digo, intentando mantener
la seriedad.
—Estás cautivándome demasiado, y eso no me gusta para nada —
murmura, ignorando mis palabras recientes.
—No estoy haciendo nada para cautivarte.
—Lo sé.
Después de esas palabras, sus labios encuentran los míos.
Tardo un momento en responder, pero finalmente lo hago.
Extrañamente, su cercanía me provoca una oleada de calor, a pesar
de que el clima no esté a favor.
Me doy cuenta de que estoy cayendo rápidamente en su juego, y eso
me asusta.
Me asusta mucho.
Mi fuerza de voluntad se desvanece… otra vez por él.
Capítulo 23
—En serio, no entiendo qué se te pasa por la cabeza, Iris —Selene
me lanza una mirada enojada mientras se pasea de un lado a otro por toda la
habitación.
Estaba preparándome para ir a trabajar, y como me lo imaginaba de
antemano, mi amiga se enteró de mi escapada con Jayden gracias a la
llamada que le hizo Duncan en el momento justo en que me fui. Me molestó
bastante que le haya ido con el chisme, pero supongo que estaba
preocupado.
—No es la bestia que piensas que es —trato de tranquilizarla, pero
su expresión ceñuda no me da tregua.
—Permíteme decirte lo que pienso —me interrumpe, deteniéndose
para fijar sus ojos en los míos—. Ese chico solo te está utilizando para sacar
de quicio a Duncan
— ¿Qué? —frunzo el ceño.
—Iris, no eres para nada tonta, pero cuando se trata de chicos, parece
que tus neuronas se toman unas vacaciones —escupe sus palabras—.
¿Sabes lo que va a hacer? Meterse en tus bragas solamente para luego
frotárselo en la cara a Duncan, que mostró un poco de interés por ti y
Jayden ya se zambulló en el océano para pescarte antes que él, porque así es
de competidor.
Lo que Selene me acaba de soltar suena completamente
descabellado. Pero, ¡vaya!, me ha dejado con un mal sabor en el paladar. No
tengo ni idea de dónde se ha sacado eso. Habla con tanta seguridad que
cualquiera podría comprarle la historia, incluso yo misma si no conociera a
Jayden. Bueno, en realidad no lo conozco del todo, pero lo poco que sé de
él, me hace pensar que no es así en lo absoluto.
Al notar mi silencio, su semblante cambia repentinamente a una
mezcla de sorpresa y horror, y me suelta con urgencia:
— ¡Ay, por el amor de todo lo sagrado! —Exclama, cubriéndose la
boca con las dos manos—. ¿Ya lo hicieron, verdad? ¿Jayden y tú ya han
tenido sexo? Iris, ¿qué diablos está pasando contigo?
—No, no, no —respondo apresuradamente—. ¡Claro que no! No ha
pasado absolutamente nada entre Jayden y yo. ¡Y no soy un trofeo para que
andes soltando que uno me quiere presumir a otro!
Aunque, bueno, sí ha habido unos cuantos besos con Jayden Scott,
pero eso no se lo voy a contar. Decirle eso sería como darle un billete de
primera clase en el tren de la paranoia.
—Cuando te dije que necesitabas encontrar un nuevo amor, no me
refería para nada a ese depredador envidioso —me dice un poco más
calmada.
—No estoy buscando un nuevo amor —respondo, resoplando.
Me coloco un poco de perfume, aunque las fragancias me duran
menos de lo que canta un gallo.
—Quizás no, pero ese capullo te hará creer que sí —se cruza de
brazos.
—Puedo decidir y pensar por mi misma, sabes eso, ¿verdad? —
Digo, y una vez que estoy lista, salgo de la habitación con ella detrás de mí.
Y con esas últimas palabras, decidimos dejar esa discusión, que
estaba volviéndose un campo de batalla verbal, y nos dirigimos juntas a
desayunar con Melissa.
Ayer, mientras Jayden me acompañó hasta las últimas calles antes de
llegar a casa de Selene, me sorprendió con otro beso, más largo y
apasionado que el anterior. No pude resistirme; era como succión de un
imán irresistible. Jayden, con esa astucia que lo caracteriza, parece saberlo
y lo aprovecha cada vez que decide besarme. Es como caer en la tentación
de algo adictivo, una sensación que simplemente no quieres soltar.
(***)
El camino hacia el restaurante me pesaba más que ayer. Anhelaba
que el resfriado desapareciera como por arte de magia.
Saqué unos pañuelos de mi bolso para aliviar mi nariz. Mis pasos se
volvían cada vez más lentos, y si continuaba así, llegaría como unos veinte
minutos tarde. Sé perfectamente el reposo que debo tomar, pero no me
explico porque no hago el suficiente reposo que el médico me recomendó,
soy cabeza dura.
Mientras avanzaba hacia mi destino, consideraba la posibilidad de
decirle a Maggie que hoy no podría trabajar. Me asaltaba la duda de si era el
momento adecuado, recordando lo que mencionó la última vez sobre el
recorte de personal que habría. Me debatía internamente de qué hacer.
Finalmente, me encontré de pie frente a la entrada del restaurante,
aún cerrado al público. Tras unos estornudos repetidos, decidí entrar y
buscar a Maggie, quien disfrutaba de un café con crema recién hecho en
una de las mesas vacías.
—Necesito hablar contigo, Maggie —digo, pero la mujer ni
parpadea.
— ¡Tienes el día libre! —me suelta—. No quiero a una enferma
atendiendo a los clientes esta noche.
De acuerdo, que más fácil de lo que esperaba.
— ¿No me vas a despedir?
—Quisiera decirte que sí, pero ya resolví mis rollos de dinero y,
admito, eres una empleada decente —sigue sin mirarme—. Tómate el resto
de la semana, nos vemos el lunes.
No sé ni qué decir.
—Nada más te aviso que te voy a descontar una semana de
vacaciones —levanta la cabeza de su café y me lanza una sonrisa de
superioridad—. Y un pedazo de tu sueldo, aquí nadie cobra extra por
holgazanear.
Quiero protestar, pero me quedo callada.
De todos modos, no sé en realidad cuando me toca las vacaciones.
Maggie da por finalizada nuestra conversación al dirigirse hacia la
cocina, e inmediatamente me voy del restaurante. Seguramente estará
Connor allí dentro y no necesito escucharlos.
Antes de regresar a la casa de Selene, me hago un pit stop en la
farmacia para comprar unos paracetamoles. Y justo en ese momento, pillo
un anuncio en una tiendita que dice que hay un apartamento en alquiler a un
precio que suena razonable, aunque hay una cifra exacta, solamente dice
que es completamente accesible. Así que saco el móvil, anoto el número,
¿quién sabe? Igual me saco la lotería con este chollo.
Bueno, voy a probar suerte luego.
— ¡Iris, hola! —me giro para encontrarme con Sophie, quien se
acerca velozmente con una sonrisa resplandeciente en el rostro y dos bolsas
balanceándose en sus manos.
Toma un poco de aire antes de soltar:
—Eres como el flash, ¡cuando intenté alcanzarte, ya te habías
esfumado de mi vista!
La miro sin entender nada.
—Te vi salir de la farmacia, yo estaba comprando cosas para la fiesta
del sábado —me dice, señalando las bolsas que deja caer al suelo. Luego,
coloca una mano en mi hombro y lanza la pregunta: — ¿Te unes? Estás
invitada.
— ¿A dónde? ¿Qué estamos celebrando? —le inquiero, sumida en la
confusión.
—Es el cumpleaños de Duncan.
—Oh... Ummm... ¿Es una fiesta sorpresa?
— ¡Oh no! Duncan aborrece las fiestas sorpresas —declara mientras
retomamos la marcha—. A sus dieciocho años le organizamos una fiesta a
sus espaldas y por poco nos fusila; lanzó el pastel por la ventana.
Ella me cuenta algunos detalles sobre aquel día, riéndose ahora, pero
en ese momento, las lágrimas brotaron y Duncan corrió a consolarla,
pidiéndole perdón. Desde entonces, no hay más fiestas sorpresa para su
hermano mayor. Aunque, según ella, Duncan estaba de mal humor sin razón
aparente ese día.
— ¿Te unes entonces a la fiesta? —pregunta Sophie.
La duda me asalta: ¿Duncan querrá verme después del desplante que
le hice? Pero al ver la expresión suplicante de Sophie, respondo con un
entusiasta:
— ¡Claro!
— ¡Estupendo! ¡Te veo el sábado! —nos despedimos, y ella sigue su
camino para comprar algunas cosas más que le faltan.
(***)
(***)
Cuando siento la luz del sol filtrarse con fuerza por la ventana, me
obligo a abrir los ojos. Reviso la hora y salto de la cama como si estuviera
cubierta de clavos. Sorprendentemente, he dormido hasta la una de la tarde.
Me he quedado despierta hasta tarde y, como resultado, me he despertado
tarde.
Tomo una ducha reconfortante con agua tibia, cepillo mis dientes y
noto sombras oscuras debajo de mis ojos, como señales de fatiga. Las
disimulo hábilmente con corrector.
Hoy me siento un poco mejor que ayer. Parece que el resfriado se
está yendo tan rápido como vino. Al menos, eso quiero creer.
Salgo de la habitación y recorro toda la casa en busca de Selene o
Melissa, pero no hay rastro de ninguna de las dos.
Me resulta un tanto extraño.
Luego, me doy cuenta de que he pasado por alto una nota que está
pegada en la puerta del refrigerador.
¿Esta noche?
¿Eh?
¿Tiene los días distorsionados o qué?
Pero no habíamos quedado para esta noche, sino para mañana.
Capítulo 25
Alrededor de las diez y media de la noche, ya estábamos en la casa
de Duncan, esperando con un toquecito de ansias que Duncan apareciera, y
lo haría luego de que terminara su entrenamiento en el club.
La sala estaba hasta las chanclas con más de cien almas,
amontonadas y listas para la fiesta. Algunos ya estaban dándole al trago de
todas las formas y colores posibles que decoraban la mesa gigante. Eché un
vistazo y me vino a la mente esa vez en la que me pasé de copas,
definitivamente no fue nada lindo al día siguiente, y no quiero volver a
pasar por ello. Ni de chiste iba a probar ni una gota de alcohol, solo sodas
para mí, gracias.
Yo observaba mi vestido, que se aferraba a la línea de mi muslo,
generándome cierta incomodidad. A pesar de mis esfuerzos por mantenerlo
en su lugar, parecía tener vida propia, empeñándose en subirse una y otra
vez. En ese momento, agradecí tener mi chaqueta de mezclilla a mano. La
enrolle alrededor de mi cintura, y eso me da una solución rápida para cubrir
lo que no debía ser visible.
Selene estaba a mi lado, entablando conversaciones con las personas
a nuestro alrededor. Y ella lucía un deslumbrante vestido rojo con volantes
en la parte superior y ajustado en la parte inferior.
Mientras esperamos ansiosamente a Duncan, no podía quitarme de la
cabeza el mensaje de Jayden. Me repetía una y otra vez que tal vez se había
equivocado, pero la emoción de volver a verlo era innegable, algo extraño.
Me forzaba a recordar la razón detrás de este impulso. Sabía que se trataba
simplemente de una atracción física intensa, lo que me hacía sentir y
anhelar su cercanía. Era la primera vez que alguien provocaba en mí estas
sensaciones en tan poco tiempo, y la idea me atemorizaba un poco.
— ¡Miren quién ya ha llegado! Duncan está haciendo malabares
para aparcar afuera —anuncia Sophie, asomándose con un dejo de emoción
en su voz, como si estuviera a punto de revelar el secreto del siglo. Las
cortinas apenas dejan entrever su rostro—. Observa con cara de confusión
los autos en la acera. ¿En serio, chicos? ¿Son idiotas? Le he repetido a cada
uno de ustedes que no dejaran sus coches a plena vista. Seguro ya se está
haciendo una película mental sobre lo que está pasando dentro.
No puedo evitar reírme.
Cuando llegamos con Selene, la tarea de encontrar un
estacionamiento libre y cerca de la casa resultó toda una odisea. Los autos
de los demás invitados ocupaban cada rincón disponible, dejándonos con
casi ninguna opción. Lo curioso es que ninguno de los presentes parecía
percatarse de que Duncan, al ver el caos de coches alrededor de su casa
cuando llegará, comenzaría a sospechar que algo estaba ocurriendo y pues,
se daría cuenta de que hay una posible fiesta sorpresa para él.
— ¡Se está acercando! —Susurra Sophie, no pudiendo contener la
emoción—. A la cuenta de tres ya saben qué hacer. Uno…Dos…Tres…
Cuando llegó al tres, Duncan un tanto dubitativo, entró finalmente, y
los cuatro chicos que estaban al lado preparado ya, le lanzaron una lluvia
de espuma algo desabrida. El suelo de la sala quedó hecho un mar de
burbujas por todas partes gracias a eso.
— ¡Feliz cumpleaños! —gritamos todos juntos, y a todo volumen.
Después, nos quedamos en silencio, aguardando la reacción de
Duncan. Esperábamos con ansias una sonrisa o algún signo de emoción,
pero nada de eso sucedió. En cambio, soltó un gruñido bastante
desagradable.
El silencio se instaló en la sala.
Lo de que a Duncan no le gustan las fiestas sorpresa, tal como me
contó Sophie, no era ninguna exageración. De verdad, parece que las
detesta.
¿Y ahora qué? Echo un vistazo a mi alrededor y veo que la mayoría
de los invitados se rascan la nuca, algo incómodos. Entendible. Justo
cuando la incomodidad amenaza con llegar hasta la luna, un chico enciende
la música a todo volumen en los parlantes, dando inicio a la diversión y
desatando bailes desenfrenados entre todos.
¡Que comience la fiesta!
Selene y yo nos dirigimos hacia Duncan para saludarlo, abriéndonos
paso entre la gran multitud. A pesar de las luces de colores y la espuma que
cubre tanto la sala como el rostro de Duncan, puedo ver claramente que está
teniendo una discusión con Sophie. Ella cruza los brazos y gira la cabeza a
un lado, evitando la mirada de su hermano enfadado.
— ¡Felicidades, abuelito! —se burla Selene, intentando aligerar el
ambiente.
—No soy un abuelo —responde él con una sonrisa muy ligera.
—Sí lo eres —suelto yo.
Duncan niega con la cabeza, rodando los ojos.
—Deberías alegrarte de tener una fiesta con todos tus amigos —
añadí.
—No conozco al setenta por ciento de la gente aquí —me responde
señalando con el dedo—. Son amigos de Sophie. Te pedí que no lo hicieras,
que no organizaras una fiesta, y me prometiste que no lo harías, Sophie —le
echa la bronca a su hermana.
—Te equivocas, hermanito —replica Sophie—. Solo dije que lo
pensaría, así que no pongas palabras en mi boca.
—Da igual, me iré a cambiar y bajaré. Porque no me has dejado otra
opción.
Duncan se abre paso entre nosotras y se encamina escaleras arriba,
soltando maldiciones.
—Le encanta ser un aguafiestas —Sophie frunce la nariz y sacude la
cabeza—. Pero vamos, chicas, ¡a divertirnos!
Selene me hace señas y se encamina hacia la pista de baile en el
centro de la sala, que ahora parece salida de una película. Los muebles de la
última vez ya no están, todo ha sido reemplazado para armar la fiesta
perfecta.
Y yo, en cambio, me paseo por ahí, tratando de encontrar algo que
hacer que no implique bailar, porque la verdad es que no me apetece
demasiado. Y de la nada, ¡zas!, alguien choca de lleno contra mi espalda y
me pega un susto de muerte.
—Oye, había olvidado lo bien que te ves con esos vestidos
ajustaditos. ¡Dios, es tan... sexy! —aquella voz tan asquerosa me hizo girar
para enfrentarme a Liam.
¡Vaya porquería!
— ¡Hola y Adiós! —le solté, intentando escapar de su vista.
Sin embargo, Liam agarró mi muñeca para atraerme hacia él,
apretujándome de manera brutal contra su cuerpo, el olor a alcohol era
demasiado intoxicante, no podía ni siquiera respirar cerca de él porque me
ahogaría.
— ¿Podemos hablar? Tú y yo terminamos de una manera un poco
dramática y creo que nos merecemos una charla de amigos, al menos. Eso
me lo merezco. ¿No crees?
El alcohol le está afectando al cerebro tempranamente.
—Ni siquiera somos amigos.
—Podemos intentarlo.
—No, lo dudo mucho —le espeté fuerte para que quedara claro.
—Esto solo confirma lo que ya sospechaba —hizo una pausa—. Aún
me amas.
—Deja de inventarte cosas, eso es pura mentira.
—Entonces hablemos como dos personas maduras. Necesitamos una
charla sin gritos para ponerle un fin a nuestra etapa, Iris…
Bueno…
Si acepto, pondré ponerle un punto final a toda la mierda que viví
con él, así que asiento con la cabeza a regañadientes.
Liam suelta mi muñeca con una sonrisa triunfante, consciente de que
ha logrado que ceda. Aunque dejemos claro que nunca seremos "amigos".
Al menos al aceptar hablar con él, significa también a que
finalmente me deje en paz de una vez por todas. Y eso es justo lo que
necesito.
—A ver, dime lo que tengas que decir —suelto un suspiro
exagerado.
—Aquí no vamos a hablar—me dice señalando la puerta detrás de
mí—. Vamos al patio trasero, nadie nos va a interrumpir.
— ¿En serio? Puedo escucharte perfectamente desde aquí.
—La música está a todo trapo, y no voy a permitir que los gilipollas
borrachos escuchen lo que tengo para decirte.
¡El único gilipollas borracho aquí eres tú!
Lo pienso para mis adentros, pero me contengo de decírselo en sus
narices.
—Bueno, vámonos afuera —le respondo, dándole la espalda.
—Espera allí, voy por unas birras.
—No, gracias. No quiero beber alcohol.
—Ya lo sé, chiquitita. Todavía recuerdo tus preferencias. Te traeré
una Coca-Cola —me dice, caminando hacia la mesa llena de botellas y
vasos desechables.
Revuelvo los ojos y me escabullo hacia el patio trasero.
Al abrir la puerta, una ráfaga de frío eriza la piel descubierta de mis
brazos y piernas. Cruzando los dedos para que ni a Sophie ni a Duncan les
importe que esté aquí fuera sin su permiso y más con Liam como
acompañante. Desagradable, por cierto.
Si Liam se encuentra en la fiesta, es casi seguro que Danielle
también esté presente. Por supuesto, pues es la prima de los hermanos
Powell, ¿no?
La noche no será un completo desastre siempre y cuando no me
cruce con ella de la misma manera que lo hice con Liam.
De repente, el claro gruñido de un perro rompe el silencio del patio
trasero. Como en una escena de película de terror, giro lentamente mi
cabeza hacia un lado, rezando para no toparme con algún monstruo o
fantasma. Mis puños se tensan nerviosos al encontrarme con la mirada fija y
los dientes amenazantes de un pastor alemán, listo para atacar.
No, no, no.
¡Mierda!
Mi corazón late tan fuerte que parece querer escapar de mi pecho. El
pastor alemán se acerca lentamente, y yo retrocedo hasta chocar contra la
puerta cerrada. En un intento frenético por escapar, trato de abrirla, solo
para descubrir que alguien la ha cerrado desde dentro.
¡Mil veces mierda!
Golpeo la puerta con los puños cerrados.
No me gusta para nada como me está mirando.
¿Me va a morder?
Un grito ahogado escapa de mis labios cuando el perro me gruñe
intensamente, sintiéndolo a escasos centímetros de distancia. Cierro mis
ojos, anticipando su salto, porque sé que está a punto de suceder.
¡Caray, que si el perro va a morder, que lo haga rápido y sin tanto
sufrimiento!
¡Ay, madre mía!
Esto me pasa por haber accedido a hablar Liam. Es como si el
universo me estuviera gritando que fue una pésima idea.
De golpe, la puerta se abre y, al estar apoyada contra ella, me
desplomo hacia atrás. Afortunadamente, alguien me atrapa, sosteniéndome
con firmeza en sus brazos. Al abrir los ojos, me encuentro con unos ojos
esmeralda llenos de turbación.
¡Jayden!
Capítulo 26
Sin perder tiempo, le señalo el perro justo delante de nosotros.
Jayden alza la mirada, pasa unos segundos antes de captar mi problema y
niega con la cabeza y parece que la situación le causa cierta gracia. Luego,
me pone de pie con suavidad, levantándome con cuidado para que vuelva a
estar de pie.
— ¿Le tienes miedo a los perros? —pregunta, y me pongo detrás de
él como si fuera un escudo.
Mi escudo humano.
No necesito articular palabra frente a su pregunta; simplemente al
esconderme tras él he dejado que mi reacción hablara por sí misma. Sin
duda, los perros me dan miedo. Jayden, por otro lado, se acerca al pastor
alemán con una confianza desbordante. Parece que el problema soy yo,
porque a él no le muestra ni el más mínimo gruñido.
—Tranquila, este perro no va a morderte. ¿Cómo le vas a temer a
semejante bolita de pelusa? —bromea él, aterrizando una rodilla en el suelo
junto al perro.
Luego inclina la cabeza de lado y me devora con la mirada.
Jayden me observa fijamente, abre la boca apenas un poquito
mientras acaricia al perro, que está más feliz que una lombriz. ¿Qué pasa
detrás de esa mirada tan intensa? ¿Por qué me mira de esa forma? Sus ojos
recorren mi figura de arriba a abajo, como si estuviera haciendo una
inspección detallada. En la comisura de sus labios empieza a esbozar una
sonrisa medio diabólica.
—Ese vestido tuyo es un espectáculo aparte —comenta,
levantándose. Después, echa un vistazo alrededor, localiza una pelotita y la
lanza muy lejos. El perro sale disparado detrás de ella, más feliz que un
niño en una tienda de caramelos.
No puedo creer que me suelte eso justo después de casi ser atacada
por otro perro. Automáticamente, mi mano izquierda se desliza hacia mi
hombro, rozando la cicatriz bajo la tela del vestido.
¡Casi me muero de un infarto!
—Luces increíble —me dice, guiñándome un ojo con coquetería—.
Más allá de lo habitual, definitivamente.
Intento articular una respuesta, pero mis mejillas se encienden ante
sus palabras, dejándome sin el habla por un momento.
—Hmm... ¿Y… qué haces aquí? —pregunto, ahora más relajada que
hace unos minutos.
— ¡Gracias por el cumplido sobre que me veo muy bien también! —
responde con sarcasmo, aparentemente se encuentra de muy buen humor.
—Oye, no creo que a Duncan le agrade mucho verte en su fiesta de
cumpleaños —digo, encogiéndome de hombros—. Podrías arruinarle la
noche.
Él arruga la nariz, sin importarle la posible opinión de su rival en el
ring.
—Tobías está aquí, y como el hermano mayor responsable que soy,
debo vigilarlo.
No puedo evitar soltar una risa ante su afirmación. Dudo mucho de
lo que dice, pero no veo la necesidad de cuestionarlo si no vale la pena en
realidad.
— ¿Cómo supiste que estaba aquí afuera? —pregunto, intrigada.
Antes de que pueda darme una respuesta, el perro regresa con la
pelota en la boca, la deja junto al pie derecho de Jayden, quien la recoge
con una gracia innata. Y nuevamente arroja la pelotita lejos, y el perro, otra
vez, se lanza a buscarla con entusiasmo.
Y mientras tanto, lo miro cuando esta distraído momentáneamente…
¡qué decir de su atractivo! Ya sea que la ropa realce su encanto o que éste
emane de su ser, resulta imposible no notar su irresistible magnetismo. Viste
algo sencillo: una playera blanca que resalta su figura, una chaqueta de
cuero negra desabrochada, pantalones vaqueros de un tono mostazo opaco y
unos tenis negros que añaden un toque casual. Su apariencia es tan
impactante que podría abandonar el cuadrilátero para conquistar una
pasarela, si así lo deseara.
—Vas a hechizarme —suelta de repente, esbozando una sonrisa
pícara, y yo dejo de contemplar su perfil.
— ¿Cómo dices?
—Si sigues mirándome así, me tendrás completamente embrujado,
preciosa —se gira para encararme, recorriendo la distancia que nos separa.
—No te estaba mirando —me defiendo, cruzando los brazos en
actitud defensiva.
—Lo estabas haciendo.
— ¿Cómo lo sabes? —interrogo.
Él se ríe.
—Un sexto sentido, supongo —dice encogiéndose de hombros.
—Bueno, piensa lo que quieras, tu "sexto sentido" te ha fallado —
miento, esbozando una sonrisa inocente—. En serio, Jayden, ¿cómo sabías
que me encontraba aquí afuera? —repito la pregunta de hace unos minutos.
—No lo sabía —me responde—. Te buscaba, no te encontraba, y ya
me estaba por largar de este lugar, pero antes decidí echar un vistazo al
patio trasero. Y ahí estabas. ¿Suerte, no?
— ¿Te ibas a ir? ¿No que te quedarías por tu hermano, "como el
buen hermano mayor que eres"? ¿O fue solo una excusa tuya?
—Soy un mentiroso, cúlpame y demándame, ¿de acuerdo? —dice,
eliminando la distancia entre nosotros al rodear mi cintura con sus brazos.
Presiento cuánto disfruta haciendo eso, y yo intuyo cuánto me enloquece, y
me encanta al mismo tiempo—. ¿Te he dicho lo excitante y hermosa que
luces? —murmura, acariciando mis mejillas con la yema de su pulgar con
una delicadeza embriagadora.
Mi corazón comienza a latir cada vez más rápido, tomando más
fuerza a cada segundo que pasa ceñido a mi cuerpo.
—Anhelo con intensidad volver a sentir la suavidad de esos carnosos
labios... —susurra, y un estremecimiento delicioso recorre mi espina dorsal.
Y de pronto, me encuentro siendo sumisa de sus deseos, de una
manera que jamás que pensé que sucedería con alguien más. Por lo general,
requiero meses, o al menos unas cuantas semanas, para permitir que
cualquier otra persona me bese a su pleno antojo.
Pero con Jayden, todo es diferente. Despierta en mí sensaciones que
escapan a mi comprensión. Deseo que me bese sin necesidad de pedírmelo,
sin preguntar, sin siquiera decírmelo…
Su boca se aproxima a la mía, pero en el último instante, se desvía
sutilmente. Jayden, sin previo aviso, deposita un beso en el lóbulo de mi
oreja, desatando una oleada de excitación en mi ser. Mis brazos se enroscan
alrededor de su cuello con firmeza. Ha encontrado un punto vulnerable en
la condición humana. Al notar que me tiene cautiva, abandona mi oreja y
recorre con besos cálidos mi rostro, hasta llegar a mi boca, donde me besa
pausadamente, avivando el deseo de nuestras lenguas por encontrarse y
bailar juntas.
Aunque debería importarme que nos encontremos en la casa de
Duncan, la verdad es que no me importa en lo absoluto. Jayden tiene la
habilidad de hacer a un lado cualquier atisbo de sentido común que pueda
quedar en mí, si es que existe, apenas cruzo su mirada penetrante y esos
ojos verdes fascinantes.
Un gruñido ronco escapa de su garganta, y me deja sin aliento por
más tiempo del que puedo contar.
Me siento como si estuviera flotando en las nubes mientras beso a
Jayden Scott. Nunca imaginé que aquel chico que vi por primera vez en un
ring sería la persona que más desearía tener tan cerca de mí, casi deseando
arrancarnos la ropa sin más. Sin embargo, por ahora, nos sumergimos en el
beso, aunque secretamente anhelo algo más profundo.
Y como si Jayden pudiera robarme los pensamientos, envuelve una
mano en mi nuca, la otra permanece firmemente en mi cintura,
acercándome más a él. Aunque físicamente ya no es posible.
Su boca se apodera completamente de la mía. Su lengua sigue
invadiendo la mía con otro gruñido caliente, y un pequeño gemido se
escapa de mi propia garganta, eso me hace ruborizarme, sintiéndome un
poco tonta y avergonzada, pero, a él parece avivarlo más aun.
Me estoy perdiéndome completamente en el beso cuando la puerta
detrás de nosotros se abre de par en par. La música se intensifica,
alertándome, y me veo obligada a separarme de Jayden de inmediato
¡Rayos, nos han pillado!
Ruego internamente para que no sea ni Selene ni Duncan. ¿Cómo
diablos voy a explicar esto?
Trago saliva y me giro para encontrarme con Liam, quien nos
observa con los ojos desmesuradamente abiertos, claramente impactado por
la escena.
Mantengo la calma.
De repente, recuerdo que hay asuntos pendientes que debo discutir
con él. Pero ahora no es el momento. Desearía que se hubiera demorado un
poco más para que yo pudiera disfrutar plenamente de Jayden.
—Vaya, vaya —Liam aprieta los dos vasos rojos descartables sin
darse cuenta, haciendo que estos chorreen el líquido que contienen por los
bordes—. Parece que este tipo será parte de nuestra conversación de nuevo,
¿eh, Iris?
Liam señala con una mano a Jayden con desdén.
Jayden lo fulmina con la mirada, tiene los puños cerrados y está listo
para lanzarse contra Liam si es necesario. Tengo la sensación de que lo hará
si este llega a decir algo que no sea total de su agrado.
¿Otra pelea?
¿Cuál es la manía de arreglar todo a golpes?
¡Más vale que no ocurra!
—Toma, Iris —suspira Liam, y extiende el brazo para darme uno de
los vasos que trajo, sin dejar de mirar a Jayden con asco en el rostro.
Antes de que pueda tomarlo, Jayden se lo arrebata con violencia.
Lo miro sin entender, él le da un sorbo y tras saborearlo un poco, lo
escupe, tira el vaso a cualquier parte sin importarle dónde caiga. Y
posteriormente, Jayden sujeta a Liam por el cuello de la camiseta que lleva,
y lo golpea contra la pared haciendo que Liam gima de dolor. Jayden vuelve
a golpearlo una segunda vez.
— ¿Qué coño pretendías haciendo eso, colocándole drogas en su
vaso? —grita, con ganas de sacarle los ojos a mi ex novio, y dárselos de
comer luego.
¡Oh, señor!
Capítulo 27
Liam deja caer su vaso con estrépito, tratando de contrarrestar a
Jayden, pero este lo sujeta con una fuerza tan implacable que resulta inútil.
Me niego a aceptar las acusaciones de Jayden contra Liam. Sí, puede
ser un imbécil infiel y descarado, pero jamás se rebajaría a poner drogas en
una bebida.
Es absurdo, por el amor de Dios.
— ¡Suéltalo ya, Jayden! —le exijo, colocando mis manos en sus
brazos antes de que prive a Liam de todo el oxígeno—. ¿Qué te pasa? ¿Te
volviste loco?
Jayden me ignora por completo, estaba verdaderamente en un estado
de cólera.
—Respóndeme, o juro que terminarás en el hospital en coma. Esta
vez, no seré benevolente contigo —le exige a Liam.
—No puse nada en su maldita bebida. Hazle caso a Iris y déjame en
paz de una vez, maldito gilipollas —gruñe Liam.
—Y yo soy Blancanieves. Tienes dos segundos para responderme.
Mira que estoy ansioso por golpear un rostro repugnante, ¿y sabes qué? Tú
eres perfecto.
La amenaza de Jayden no parece tener ningún tipo de efecto sobre
Liam, lo cual me demuestra con total seguridad cd que él dice la verdad. No
debería estar defendiéndolo ni confiando en él como si fuera un santo,
porque sé que sabe engañar bastante bien y no suda agua bendita en lo
absoluto. Ya me lo demostró una vez y de forma bastante cruel. Pero meter
cualquier sustancia en mi vaso ya es cruzar una línea que, y sinceramente,
yo no creo que Liam esté dispuesto a cruzar esa línea, jamás.
No estoy siendo ingenua, simplemente realista y justa.
A diferencia de mí, Jayden no se traga ni una palabra de lo que dice
Liam. Lo sigue acorralando contra la pared con una mirada asesina, como si
estuviera a punto de soltar un derechazo que pintaría el suelo de rojo y que
también arruinaría la fiesta de Duncan por completo.
— ¡Yo le creo a Liam! —declaro, y en ese momento ambos me
miran como si hubiera soltado la bomba del siglo.
— ¿Estás hablando en serio? —pregunta Jayden frunciendo el ceño.
Asiento con la cabeza, seriamente.
—No me jodas, Iris. Yo mismo sentí la jodida droga en el vaso que
él te iba a dar, maldición —Jayden aprieta la mandíbula—. ¿No confías en
mí?
—Mira, Jayden, seguro te confundiste, ¿vale? —Digo con total
seguridad—. Déjalo ir, por favor. No quiero más peleas innecesarias, de
verdad.
— ¡Quería drogarte, y quién sabe qué malditas intenciones tenía! —
Jayden grita al ver que no creo en lo que me dice.
—Jayden, déjalo ya, ¿vale? —Suspiro, frotándome la sien.
La expresión de Jayden es pura decepción.
Y parece que está sopesando si hacerme caso o no. Finalmente, retira
lentamente sus manos de Liam, quien a su vez se deshace bruscamente de
él. Ajusta el cuello de su camisa y se coloca a mi lado.
—Tu nuevo novio está completamente fuera de si —me susurra
Liam al oído—. ¿Podrías hacer el favor, querido boxeador, de desaparecer?
La chica bonita y yo tenemos algunas cosas que discutir —le dice a Jayden
con un tono de voz fanfarrón.
Jayden rueda los ojos.
— ¡No me voy a ninguna parte! —le responde.
—Iris, dile que se largue —me pide Liam.
Abro la boca para soltar alguna respuesta aunque no se me ocurre
que responder exactamente, pero justo a tiempo, alguien abre la puerta
trasera, salvándome de esta incómoda situación.
Y ahí está Selene.
Ella se detiene en seco en el umbral de la puerta, observándonos a
los tres y captando al instante la peculiar situación en el patio trasero. Lleva
consigo un vaso rojo, pero no parece estar ebria ni nada por el estilo;
simplemente da unos pasos hacia afuera un tanto confundida.
— ¿Qué está pasando aquí? —pregunta, tomándome del brazo para
apartarme de los dos chicos.
—Hola, Selene. Un placer volver a verte —dice Liam, esbozando
una sonrisa.
—Vete a la porra, Liam —le responde ella, arrugando la nariz—.
Estuve buscándote como una loca. Pensé que te habías ido sin avisarme, Iris
—me dice a mí, mirando de manera despectiva luego a Jayden.
Y el ambiente se llena de tensión.
— ¿Y qué tal va la fiesta? —pregunto algo nerviosa.
—Bien. Muchos chicos con los que coquetear y algunos a los que
mandar de paseo. Lo sabrías si estuvieras dentro conmigo —me dice ella, y
luego susurra en mi oído—: Se te ha juntado el ganado con estos dos, ¿no?
Solo falta Duncan en la ecuación, y se arma un duelo para ver quién se va
con la chica.
Revuelvo los ojos y le doy un codazo en el estómago.
—Bueno, da igual. Vamos adentro, Iris.
—De hecho, aquí mi EX –Novia y yo tenemos algunos asuntos
pendientes —interviene Liam.
Observo a Liam y luego desvío la mirada hacia Jayden. En este
preciso instante, desearía no haber accedido nunca a hablar con Liam. Aún
estoy a tiempo de retractarme. Ya no tengo ganas de lidiar con ninguno de
los dos en realidad.
Porque por un lado está Liam. Quizás es cierto que debemos cerrar
de una vez por todas nuestro capítulo con una última conversación, pero no
me apetece abordarlo en este momento, ya no quiero hacerlo. Las escasas
ganas que tenía de hablar con él se han esfumado.
Y por otro lado está Jayden, visiblemente molesto por haber
defendido a Liam a pesar de que este es un capullo.
Jayden y yo pasamos de un beso ardiente a una tensión ardiente.
Y de verdad que agradezco internamente a mi amiga por salir al
afuera y liberarme de estos dos chicos cuyas miradas parecen querer
matarse mutuamente. Aunque al principio hubiera preferido que no fuera
ella quien saliera, sino cualquier otra persona desconocida.
Finalmente, Selene y yo regresamos al interior para sumergirnos de
nuevo en la fiesta de cumpleaños, que, después de todo, es la razón por la
que vinimos.
Dejamos atrás a Jayden y a Liam. Me preocupa que estén a solas,
pero a los cinco minutos noto que Liam también ha entrado. Al que no
encuentro en ningún lugar es a Jayden, a pesar de haberlo buscado con la
mirada.
Y ahora me encuentro en medio de la abarrotada sala, tratando de
divertirme un poco bailando, por obligación de Selene, pero con
movimientos limitados debido a la creciente multitud.
Diez minutos después, Selene volvió a esfumarse de mi vista. Fue
suficiente con que desviara mi atención por unos breves instantes para que
se esfumara de nuevo.
En este momento, me encuentro sola una vez más.
Trato de abrirme paso entre la multitud para salir a cualquier lugar;
ya no tengo porque seguir bailando, pero la cosa se me vuelve misión
imposible debido a las personas que no me dejan ni un centímetro para que
pueda pasar.
Una ola de calor me envuelve, tan intensa que unas pequeñas gotas
de sudor resbalan por mi frente.
— ¿Bailas conmigo? —una voz fuerte, que reconocí de inmediato,
me habló por detrás.
La música retumbaba a todo volumen.
Con bastante esfuerzo, me doy la vuelta y me encuentro frente a
frente con Duncan.
Ya se ha bañado, pues esta empapado y listo para celebrar su
cumpleaños, aunque no conoce a la mitad de las personas que han venido a
festejarlo.
Mi mirada se desliza por su atuendo: pantalones cortos de mezclilla
negra, zapatillas deportivas y una camisa blanca que lo hace destacar aún
más, incluso entre la multitud.
—Me parece que no podemos bailar —le dedico una sonrisa,
señalando el apretado espacio a nuestro alrededor.
—Dame un minuto —me dice, sacando su móvil del bolsillo trasero
de sus vaqueros.
La pantalla ilumina su rostro en medio de la oscuridad y las luces de
colores parpadeantes. Rápidamente, teclea algo. Menos de un minuto
después, la música cambia por completo. Ahora es más animada, y la
multitud estalla en gritos y movimientos agitadísimos, como si de pronto
estuviera a mitad de un concierto.
Y alguien con un megáfono ordena a todo pulmón que se haga
espacio para que dejen bailar a otros y que se vayan al patio trasero, la
fiesta sigue allí también. La gente se dispersa en todas direcciones,
dándonos el espacio que necesitábamos para no sentirnos sofocados.
Al menos, así es como me siento yo.
Miro a Duncan, quien me guiña un ojo.
Ha resuelto el problema con un simple mensaje.
— ¿Ahora sí bailamos, pequeña?
Antes de contestar, echo otro vistazo al lugar, buscando a Jayden con
la mirada, pero parece que se ha desaparecido. Ni siquiera localizo a su
hermano.
Eso me baja lo ánimos hasta por lo suelos.
Y entonces dirijo mi atención a Duncan.
—Por supuesto —le respondo.
Calvin Harris está sonando con 'Summer'. Me encanta tanto que me
dan ganas de soltar la voz, como si estuviera sola o bajo una ducha, pero
por respeto a los oídos de todos, me abstengo de hacerlo. No vaya a ser que
después me demanden por destruirles los tímpanos.
And we could be together baby
As long as skies are blue
You act so innocent now
But you lied so soon
When I met you in the summer…
Nos movemos al ritmo de la música como todos los demás.
Una de las ventajas de haber bailado danza desde pequeña es la
flexibilidad y resistencia que te brinda para moverte al compás de cualquier
cosa. Aunque dejé la danza hace un buen tiempo, estoy pensando en
retomarla. Solo necesito encontrar la oportunidad adecuada, un lugar donde
pueda hacer lo que tanto me gusta.
Escucho la risa contagiosa de Duncan, tan genuina que me hace reír
con él, olvidándome momentáneamente de Jayden. Pero al recordarlo, me
pregunto si se habrá enfadado mucho por dejarlo plantado y defender a
Liam. Bueno, en realidad, no debería importarme tanto, ¿verdad? No somos
novios, ni amigos, ni absolutamente nada. Solo dos personas que se besaron
un par de veces y ya está. Él no debería enojarse porque he saltado a
defender a mi exnovio, y yo no debería estar aquí pensándolo y
preocupándome por dónde está y cuánto enojado pueda estar conmigo.
Aunque, sinceramente, aquí estoy, pensándolo como una verdadera tonta.
— ¡Iris! —Duncan me saca de mis pensamientos con su voz, la
música ya ha terminado y suena otra canción—. Estabas bailando genial
conmigo, y de repente, te perdiste en el espacio.
—Lo siento —me apresuro a decir.
—No tienes que disculparte —me sonríe mientras sus ojos brillan
con algo especial. A medida que el brillo aumenta, su cabeza se inclina
hacia la mía, y antes de que pase algo que no debería pasar, me apuro a
hablar para distraerlo.
—Oye, no te enojes con Sophie por la fiesta sorpresa. Solo quería
ser una buena hermana.
—Ah, no estoy enojado —responde, forzando otra sonrisa, pero
desilusionado, como si no esperara que yo lo apartara—. No me gustan las
fiestas y además estoy agotado gracias al entrenamiento, ¿sabes?
—Te matas haciendo ejercicio, ¿no? —arqueo una ceja.
Él se ríe y mueve la cabeza mientras seguimos bailando, esta vez
separados pero disfrutando igual.
—El boxeo requiere mucho entrenamiento —explica—. Y los
holgazanes no ganan peleas. Yo no soy holgazán, me gusta ganar, y quiero
que tú me veas pelear.
—Pero ya te he visto pelear, y lo haces muy bien, Duncan.
—Me has visto pelear, pero quiero que me veas ganar —dice,
acariciando mi mejilla derecha con el dorso de su mano—. Y cuando lo
haga, te lo dedicaré.
—Creo que deberías dedicárselo a tu familia, ¿no?
—Pero tú me motivas más —susurra en mi oído.
Espero que no sea alguna especie de declaración. Porque somos
amigos, y así quiero que sigamos siendo.
Instantáneamente, me siento inquieta, y él lo nota. Avergonzado,
aparta su mano y siento que con la mirada me pide disculpas discretamente,
pero no estoy segura.
—Oye, ¿vamos por algunos tragos? Estoy seguro de que mueres de
sed, ¿verdad?
—Mmm… sí… creo —respondo, y avanzamos hacia la mesa de las
bebidas—. Aunque yo prefiero agua, ¿puedo ir a la cocina?
—Sí, espera un segundo que te acompaño.
Esperaba tranquilamente a que Duncan se sirviera un vaso de
cerveza. Una vez que terminó, nos abrimos paso hacia la cocina. Al abrir la
puerta, solo encontramos a unas cinco personas, dos de ellas entregadas a
un apasionado beso junto a la cocina, otra a punto de quedarse dormida de
pie, y al final, dos caras familiares: Danielle y Jayden.
Ahí estaban, charlando como si fueran dos amigos de toda la vida,
muy juntitos para hablar.
Y yo, casi sin poder reaccionar, me quedé paralizada.
¡Vaya sorpresa!
No tenía ni idea de que se conocieran.
De hecho, no tengo ni idea de nada.
Capítulo 28
Mis ojos se clavan en su dirección, no puedo evitarlo. No voy a
mentir, en este preciso momento, me pica un poco verlos charlar tan
cerquita. No debería estar molesta, lo sé, pero la curiosidad me carcome
también. ¿De dónde se conocen?
Duncan, al igual que yo, nota su presencia en la cocina. Aunque, a
diferencia de mí, guarda silencio total. Ni una pizca de descontento, ni una
ceja fruncida. Tal vez ya se topó con Jayden antes y ya sabía que andaba por
aquí, por eso no hay sorpresa en su rostro. Quién sabe.
Danielle suelta una risita chillona y, sin más, planta una mano en el
pecho de Jayden, quien parece no tener ningún problema con eso.
—Date un momento, te traeré un vaso de agua y nos largamos de
este lugar —me susurra Duncan al oído.
Es entonces cuando tanto Jayden como Danielle nos descubren en la
cocina. Bajo la mirada mientras ambos me observan sin disimulo.
Y entonces, unos tacones retumban en el suelo y de un segundo a
otro, me encuentro cara a cara con Danielle.
De ella emana un perfume cargado de alcohol.
Desde que la vi por última vez aquí en la casa de Duncan y luego en
el centro comercial con Liam, he evitado cruzarme con ella. Habría
preferido que las cosas siguieran así, pero parece que el destino disfruta
jugando. Con unos tacones de siete centímetros y un vestido ajustado color
rubí que, para ser honesta muy a mi pesar, pues le sienta increíblemente
bien, no me sorprende que Jayden se embobara con ella, igual que lo hizo
Liam. Las cosas como son.
Intento disimular que no me afecta verla. Y la encaro con la mirada,
con la frente en alto.
— ¡Hola, Iris! —me dice socarrona.
— ¡Hola! —respondo perezosamente
—Bonito vestido el tuyo.
Puedo deducir que está siendo sarcástica.
No respondo a su comentario, no lo vale.
¡Eché un vistazo por encima del hombro de Danielle para ver a
Duncan! Necesitaba que se apurara, así podríamos salir de la cocina de una
vez. Odiaba la presencia de Danielle, y eso se debía a que disfrutaba
mirarme como si fuera una cucaracha inútil. Pero, oh, sorpresa, ¿Duncan
está... hablando con alguien? Con Jayden, nada menos. Sus caras son de
pura seriedad, intercambiando palabras que ni puedo oír gracias a la música
a todo volumen. Aparentemente, están teniendo una conversación de lo más
madura. Me sorprende, porque la última vez que estuvieron cerca, parecía
que iban a matarse mutuamente. No podían ni mirarse sin desatarse el caos
entre los dos. De todos modos, al menos me alegra que no estén matándose
ahora.
—No me digas que ya estás cazando a uno de esos dos titanes —
Danielle suelta una risita irónica—. Para ser honesta contigo, pensaba que
eras la chica buena que le cuesta volver a confiar en otro chico, pero parece
que me equivoqué. Ahora no me siento tan mal por haberme liado con
Liam.
Arrugo la frente al escuchar todas esas tonterías, y la miro de nuevo,
riéndome amargamente.
— ¿Cuál fue la razón para meterte justo con mi ex? —no hace falta
mencionar su nombre, ella sabe muy bien a quién me refiero, no tengo otro.
Ella suelta un suspiro pesado.
— ¿Lo has visto? Es tan terriblemente atractivo que, si no te estaba
siendo infiel a ti conmigo, en cualquier momento lo haría con otra —dice, y
ruedo los ojos ante su respuesta—. Deberías agradecerme, Iris.
Me río atónita.
— ¿Agradecerte por qué?
—Si no fuera por mi ayuda, seguirías lamiéndole los pies a Liam, y
seamos sinceras, él no es para nada un santito. Como ya te dije, iba a
engañarte en cualquier momento antes de mí, si es que no lo hizo antes.
¡Seguro ya tenías los cuernos más grandes que los de un toro!
—Me engañó contigo —me esfuerzo por mantenerme serena, pero
es casi tan difícil como no recordar la escena asquerosa de ella y Liam en la
cama, desnudos y follando como dos conejos.
—Ya, ya… me refiero a antes de mí, Iris. Deja tu ingenuidad a un
lado y ponte a pensar. Todos los hombres están cortados con la misma
tijera, todos son infieles y mentirosos. Te lo digo por experiencia propia, he
conocido a decenas, y son una basura, aunque estén tan buenos y calientes.
No sé qué pensar. ¿Liam ya me había puesto los cuernos antes de
Danielle? ¿Cada vez que me besaba después de clases o cuando llegaba a
casa sonriente, es porqué había estado con otra chica? La inseguridad me
invade solo de pensar en él con otras. Dios, se supone que ya no debería
importarme nada de lo que haya hecho antes. No siento nada por él, estoy
segura, aunque sea un poco contradictoria a veces mi mente, pero de eso no
tengo la menor duda. Y encima, hablar con Danielle no me ayuda en nada.
—Entre tú y yo —Danielle se inclina hacia adelante para
murmurarme cerca del oído—: No es tan bueno en la cama como le gusta
alardear. Pero no tengo que decírtelo, ¿verdad?
Me guiña un ojo y vuelve a su postura normal.
Quisiera poder decirle que tiene razón pero también tengo
muchísimas ganas de contradecirla solo para verla soltar chispas.
— ¿Deberíamos ser amigas de nuevo? —me suelta Danielle de la
nada.
¿En serio está tirando esa propuesta?
— ¡No, gracias!
—Después de haberte hecho un favor, ¿te quedaste resentida?
Supéralo, Iris. No eres una cría.
—No me interesa seguir hablando contigo —trato de esquivarla y
apurar a Duncan, pero ella no se mueve ni con agua caliente.
—Ohhhh… entonces, ¿te interesa alguno de esos dos chicos, eh? —
lanza ella.
— ¿Y a ti por qué tanto te importa?
—No me importa, corazón. Pero, ¿te puedo dar un consejo?
—Prefiero que me lo dé Pinocho, muchas gracias.
—Mi consejo es… —revuelvo los ojos mientras me ignora—, que te
cuides de Jayden Scott.
¿Ella también?
¿Cuál es el problema de las persona con él?
¿Danielle diciéndome que me cuide? ¿Ella precisamente? ¿Ella
quien me ha jugado chueco junto con mi ex? ¡Suena hasta ridículo!
No sé exactamente como tomarlo.
— ¿De dónde lo conoces? —pregunté.
Ella arruga la nariz y se encoge de hombros.
—No te lo puedo decir. Pero ya estás advertida, querida. Si quieres
que te lo quite de encima, solo dímelo. No me importaría acercarme a él y
sacrificarme por ti —se burla—. Después de todo, no sería la primera vez,
¿cierto?
Vuelvo a rodar los ojos, resoplando.
Un minuto más tarde, Duncan finalmente se acerca a nosotras.
— ¿Te gustaría jugar? —me pregunta, y yo frunzo el ceño.
— ¿A qué?
—El juego del hielo.
¿El juego del hielo? Nunca había escuchado hablar de eso. Bueno,
dado que mi historial de asistencia a fiestas es corto, es comprensible.
— ¿Y eso cómo se juega? —pregunto, y Danielle estalla en risas.
La fulmino con la mirada.
—Yo también quiero jugar —Danielle levanta un brazo hacia arriba.
Duncan la ignora.
—Ven —me toma de la mano para sacarme de la cocina.
Aprovecho la ocasión para girar la cabeza ligeramente y echar un
vistazo atrás.
Jayden y Danielle nos siguen, ella con una mano descansando bajo
su brazo.
Duncan no se toma la molestia de explicarme nada cuando llegamos
a la sala. La mitad de la gente allí está más que pasada, tirada en el suelo
entre botellas y vasos.
Duncan les pregunta a algunos de los invitados que pueden
mantenerse al menos en pie si quieren sumarse al juego, y lo aceptan como
si fuera la mejor idea del mundo. Pero, sinceramente, aún no tengo ni idea
de qué diablos es el juego del hielo, y eso me preocupa un poco.
De repente, Jayden aparece a mi lado con la mirada perdida en quién
sabe dónde.
— ¿Qué onda con el juego del hielo? —le pregunto, un poco tímida
por todo lo que pasó antes.
Estoy esperando que me hable para descifrar qué tan molesto está
conmigo.
Él, sin mirarme, suelta un:
—Solo un estúpido juego de niños.
Oh.
Bueno, no tiene un tono de voz desagradable.
Es más, el juego no parece ser de su agrado.
De repente, una parte de la sala se despeja, casi quedando vacía.
Poco a poco, se forma un círculo de personas ansiosas, soltando risitas y
borrachas. Duncan vuelve a tomar mi mano y me une al círculo junto con
él. Danielle deja su vaso en el suelo y se frota las manos, mientras Liam ríe
a su lado.
Pero noto que Jayden no está en el círculo.
También me sorprende ver a Selene allí también, aunque no logro
ubicar a Sophie ni al hermano menor de Jayden. Y aparte de mi amiga
Selene, Duncan y el mismísimo Jayden, son las únicas personas que
conozco en esta fiesta. Bueno, también a Liam y Danielle, pero no es lindo
verlos.
— ¿A nadie más le interesa unirse al juego? Nos falta un chico
guapote —exclama Selene, sorprendiéndome.
O nadie escucha o a nadie más le interesa el juego, aunque éramos
bastantes en el círculo, según mi parecer.
Cuando estaban a punto de comenzar el juego y Duncan estaba a
punto de explicármelo, alguien se ofrece para unirse.
Jayden.
—Solamente juego porque esto es tan aburrido que no hay nada
interesante que hacer aquí —dice, metiéndose entre dos chicas.
No sé por qué estoy tan nerviosa.
—Bien, para ponerte en contexto, el juego consiste en pasar un cubo
de hielo de boca en boca mientras te mueves al ritmo de la música. La
gracia está en que el hielo se derrita lo más lento posible. Si el cubito cae,
pues, prepárate para despojarte de alguna prenda o enfrentar un desafío
candente. Y así, la rueda sigue girando —me susurra Duncan al oído, como
si estuviera revelándome el secreto mejor guardado del planeta.
Oh.
No suena tan complicado.
Aunque lo de desvestirse parece un poco extremo dado que la
mayoría de las chicas solamente traemos un vestido nada más. En serio,
Duncan definitivamente tiene ideas más locas que una montaña rusa.
¿Cómo se le ocurrió semejante propuesta?
Dirijo mis ojos hacia Jayden, quien parece absorto en sus zapatos,
como si intuyera que lo estoy observando. Levanta la cabeza y sostiene mi
mirada. Esos ojos esmeralda suyos son genuinamente fascinantes.
¡Y que comience el juego!
Capítulo 29
El juego del hielo ya había comenzado, la primera ronda ya se
había jugado y nadie había perdido. El hielo se derritió entre dos bocas de
desconocidos, no es quienes eran, aunque sinceramente, tampoco me
importaba mucho saberlo.
La segunda ronda estaba a punto de comenzar, y yo solo quería ya
irme de ahí.
El juego me parecía un tanto aburrido, pues todos estábamos de pie y
la mayoría más ebrios que unos camioneros en un bar a medianoche. Pero,
aparentemente, nadie más parecía pensar igual que yo, excepto, tal vez,
Jayden, que lucía una cara de pocos amigos.
Y el hielo empezó precisamente en los dientes de Jayden, rozando
los labios de una chica. Y justo en ese momento, sentí como una especie de
nudo en el estómago, sin saber por qué, así que traté de desviar la vista y
centrarme en el resto de los jugadores que estaban ansiosos por tener el
hielo en su boca.
Eso no suena muy higiénico, ¿cierto?
Luego, el cubo se trasladó la boca de otras personas, hasta que el
cubo de hielo llegó a Dylan, el chico a mi lado. Este estaba temblando de lo
pasado de alcohol que estaba, y eso me dio muy mala espina, y cuando me
acerqué rápidamente para tomar el hielo con los dientes, ¡zas!, se me
resbaló justo a mis pies.
Entonces, escuché un coro de "Ahhhhhhh".
¡No!
¡Diablos!
— ¡Que se quite el vestido! ¡Que se quite el vestido! ¡Que se quite el
vestido! ¡Que se quite el vestido! —comenzaron los gritos.
El alboroto no se hizo esperar.
Yo negaba con la cabeza como si fuera un resorte.
Todos estaban completamente locos si pensaban que iba a quitarme
lo único traía puesto.
— ¡Que se quite el vestido! ¡Que se quite el vestido! ¡Que se quite el
vestido!
Otra vez las mismas palabras, y otra vez yo sacudiendo la cabeza
con vehemencia.
—No voy a hacerlo, malditos pervertidos —les echo una mirada de
horror y furia a todos, esperando que capten el mensaje y dejen de insistir.
— ¡Eso es trampa! —grita uno. Pero ni le presto atención.
Y entonces, un chico, apenas mayor de veinte años y con unas
cuantas copas de más, se me acerca con las manos agitándose
amenazadoramente, para encargarse él mismo de hacerme cumplir con las
reglas del tonto juego.
Justo cuando pensaba que las cosas se pondrían feas, alguien se
interpone en medio como una muralla impenetrable.
Jayden.
Y parece que una sola mirada intensa de Jayden, acompañada de un
gruñido apenas audible, es suficiente para que el chico se encoja los
hombros y de media vuelta, regresando a su lugar tambaleándose.
Jayden suelta alguna palabra que no alcanzo a entender y
posteriormente se voltea para mirarme.
— ¿Y si mejor nos largamos? —Suelta, más como una afirmación
que como una pregunta—. Esto no va con nosotros, creo.
—Por favor, no quiero más juegos. —imploro, resoplando.
Ya no me provocaba jugar de nuevo.
— ¡Ni lo pienses! —le grita Duncan a Jayden.
—Tú quédate al margen —interviene Jayden, y ambos quedan frente
a frente, cruzando sus miradas que quemarían un campo entero, lo juro—.
¿Por qué la hiciste jugar este estúpido juego? Ve a un club de striptease si te
mueres por ver chicas medio desnudas, imbécil.
—Iris, te prometo que no es así —Duncan desvía su mirada hacia a
mí, y noto que es sincero.
—Lo sé —lo tranquilizo—. Pero ya estoy un poco cansada, ¿sabes?
Jayden me agarra de la mano y me arrastra entre la multitud que
baila y se divierte. Voy pidiendo perdón a cada persona a la que choca con
su cuerpo bien formado. Por un momento, me cuestiono qué diablos estoy
haciendo. Debería regresar con Duncan y con Selene, que probablemente
esté furiosa conmigo en este momento.
Me sorprende lo rápido que Jayden cambia de actitud, como si de
repente le importara un bledo todo. Antes ni siquiera quería hablar conmigo
cuando defendí a Liam, lo cual es comprensible, pero ahora me lleva quién
sabe a dónde.
Al salir, una ráfaga de aire gélido me eriza por completo los brazos.
—La camioneta está por allí —señala Jayden con su dedo índice a
unos metros de distancia, apenas visible entre la oscuridad.
Se encuentra entre un arbusto lejano y varios autos mal estacionados.
— ¿A dónde vamos?
No responde, ocupado buscando algo en sus vaqueros.
— ¡Mierda! —murmura para sí mismo.
— ¿Qué pasa? —pregunto.
—No tengo mis llaves encima. Espérame aquí, creo saber dónde
están.
—Okey.
Doy unos pasitos alejándome de la fiesta y de la música a tope.
Me humedezco un poco los labios resecos y luego decido esperarlo
cerquita de su Jeep. Quiero irme de aquí ya, y con Jayden precisamente. Es
como si tuviera un imán que tira más fuerte que yo. Es inexplicable cómo,
en tan poco tiempo, ha logrado que haga cosas que ni en mis sueños más
locos imaginé hacer, como besarlo de sorpresa, aunque él fue el que empezó
todo. O lanzarme a una aventura en su moto sin tener la menor idea de a
dónde íbamos. Y ahora me dice que nos vamos, y yo simplemente asiento
sin chistar. Algo anda mal en mi cabeza, pero me niego a enfrentarlo.
Cuando llego al Jeep, me apoyo relajada en la puerta del conductor y
me quito la chaqueta que llevaba en la cintura. Y me arrepiento mil veces
de haberme enfundado este vestidito tan corto.
Me pongo la chaqueta, y ahora que mis brazos están calentitos, son
mis piernas las que tiemblan como gelatina.
De repente, siento algo duro apretándome en el costado derecho de
mi estómago. Giro la cabeza despacito, con miedo. Y me quedo helada al
ver a un tipo con el pelo alborotado, ojos que podrían asustar hasta a un
vampiro, y un cigarrito colgando de sus labios.
Mis ojos bajan a mi costado y ahí está, un arma apuntándome. Mi
corazón late con una fuerza que no creí posible.
¡Ay, no!
Se me cierra la garganta.
Nunca pensé que tendría un cañón tan cerca de mí.
—Ey, cosita linda —su aliento a puro vodka y tabaco me provoca
una arcada al instante—. Ni una palabra, y solo camina conmigo —aprieta
aún más el arma contra mi estómago.
Y sin pensarlo, empiezo a gritar con todas mis fuerzas, instinto puro.
Mis gritos salen disparados como si no hubiera un mañana, como si
mi vida dependiera de ello. Y, en realidad, así es.
Atraigo la atención de un par de personas que estaban más allá, y
corren hacia nosotros. El tipo asqueroso maldice, me pega un golpe en las
costillas con el arma antes de escapar, justo antes de que lleguen las otras
dos personas.
Caigo al suelo, retorciéndome de dolor.
—Iris, Iris, Iris… ¿Estás bien? —llegan la chica y el chico.
Y de forma inmediata, me doy cuenta de que son Sophie y Tobías.
—Carajo… S-sí —tartamudeo, gimiendo por el dolor causado por
ese desgraciado.
Ni siquiera me di cuenta de que estaba llorando. Las lágrimas
calientes ruedan por mis mejillas. Intento contenerlas, pero es inútil. No
puedo evitarlo. Mi corazón sigue latiendo con fuerza. Sophie me ayuda a
levantarme, agradecida de tenerla cerca. Mientras tanto, Tobías sale
corriendo detrás del tipo después de asegurarse de que estoy bien.
— ¿Qué estabas haciendo aquí sola? ¿Estás de cabeza o qué? —
Sophie me pregunta, moviendo la cabeza de un lado a otro tratando de
entender.
—No pensé que iba a aparecer un fulano intentando robarme —me
coloco la mano en las costillas, aunque eso no me quita ni un ápice del
dolor.
—Dudo que su único plan fuera robarte, Iris —susurra ella,
dejándome entrever que era todavía peor—. Se aprovechó de que la
mayoría de los invitados estaban borrachos y quiso hacer de las suyas, pero
tranqui, ya se esfumó, ¿Vale? No era más que un vagabundo, hay muchos
de esos en la ciudad.
Pero yo nunca me topé con uno.
Maldición.
El dolor persiste.
¿Cómo iba a saber que había alguien rondando la casa?
La mala suerte me persigue, carajo.
—No te pongas a llorar, ya pasó todo —Sophie me consuela.
Tener un arma tan cerca me aterrorizó por completo.
Respiro hondo y suelto el aire por la nariz para calmarme. Soy una
imbécil, en serio. Si no fuera por Sophie y Tobías, ni quiero pensar qué
hubiera pasado.
— ¿Qué diablos sucedió? —la voz de Jayden me reconforta al
segundo en que la escuchó.
Me lanzo a sus brazos y lloro a mares.
— ¿Qué pasó, bonita? —susurra él, acariciándome el pelo.
—Nada. Un tipo quiso hacerle daño a Iris, eso es todo —responde
Sophie—. Pero afortunadamente no hay nada que lamentar.
—Y aquí tengo al campeón —de repente suelta Tobías.
Me separo de Jayden.
Efectivamente, Tobías tiene al tipo agarrado con los brazos hacia
atrás, inmovilizándolo.
Pero… ¿en qué momento lo ha atrapado?
— ¿Quién va a enseñarle a esta basura a no meterse con las chicas?
¿Tú o yo, hermano? —le suelta Tobías, con un toque de diversión y ansioso
por repartir puños y sangre.
Jayden no dijo una palabra, simplemente se lanzó sobre el tipo,
propinándole golpes uno tras otro.
Tobías se alejó tranquilamente, como si no le importara en absoluto
que su hermano estuviera desatado.
Pero a mí sí me importa.
No quiero que Jayden tenga problemas legales por dejar a ese tipo en
estado crítico, y como siga así, lo hará.
—Tobías, por favor, detén a tu hermano. Puede matarlo —le ruego,
mirando como Jayden sigue siendo una bestia que no logro reconocer.
Tobías, por otro lado, sonríe satisfecho de ver como le dan su
merecido a aquel sujeto.
—Tobías, páralo ya —grito de nuevo.
—Sí, hazlo, Tobías. Detenlo, esto se está saliendo de control, ¿no te
das cuenta? —le ordena Sophie, casi desesperándose al igual que yo.
Tobías revuelve los ojos, pero al ver nuestras caras suplicantes,
accede.
—Jayden, ya está bien —le grita Tobías, agarrando a su hermano por
los brazos.
Jayden usa toda su fuerza para intentar liberarse de su hermano que
lo ha interrumpido.
Jayden parece estar completamente fuera de sí. Es como si estuviera
desquitándose con el tipo por algo que no tiene nada que ver con lo que
acaba de pasar.
—No otra vez, Jayden. Recuerda lo que pasó la última vez —las
palabras de Tobías hacen que Jayden se detenga de golpe.
¿La última vez? ¿A qué se refiere?
El dolor en mis costillas volvió.
Me sostengo con fuerza, Jayden al verme y al soltar al tipo. Camina
en mi dirección con su pecho subiendo y bajando, sudoroso y frenético, la
adrenalina está corriendo por su sistema.
— ¿Estás bien? —Pregunta él, mirando mi mano en mis costillas—.
Te dije dónde esperarme, Iris —ahora suena molesto.
—Lo sé, lo siento, pero, ¿yo qué sabía? —gruño.
—Ya, ya, no te disculpes, perdóname tú a mí por haberte culpado.
Ven. Vamos —dice Jayden, sosteniendo mi mano libre y llevándome al lado
del copiloto del Jeep. Lo abre y me indica que entre, así que lo hago.
— ¿Qué hago con él? —oigo que le pregunta Tobías a su hermano.
—No sé, no me importa. Si quieres, quítale los dientes y haz que se
los trague por puerco —responde Jayden, metiéndose al lado del conductor,
dándole un fuerte portazo a la puerta una vez que la cierra.
Enciende la camioneta y, tras maniobrar un poco para salir sin
chocar con otros autos, aunque parecía tener ganas pues sigue con la
adrenalina, finalmente nos ponemos en marcha sin causar daños.
— ¿Estás bien, bonita?
—Sí, solo fue un susto —le sonrío, apoyándome contra el respaldo
del asiento, ya un poco más tranquila.
Jayden asiente, aunque no muy convencido.
Me observa fijamente durante unos largos segundos.
—Estoy bien, de verdad. Simplemente me impactó tener un arma tan
cerca de mí —le aseguro.
O al menos creo ya estar bien.
—Debí arrancarle la cabeza a ese imbécil —masculla entre dientes
mientras sigue conduciendo por las calles de Miami.
Siento en mis huesos que Jayden podría dar la vuelta en cualquier
momento y volver a la fiesta solo para hacer eso, desatar sus habilidades de
boxeo y convertir al tipo en un saco de boxeo humano. No tengo dudas al
respecto. Así que necesito mantenerlo ocupado.
—Eres mi héroe del ring, ¿sabes? —dibujo una sonrisa,
mordiéndome ligeramente los labios.
Me mira, arquea una ceja, y después deja a un lado las ganas de
asesinar a alguien. Eso es un buen signo.
Ya paré de llorar.
Uso la manga de mi chaqueta para secarme la cara, me veo en el
espejo retrovisor y me sobresalto al ver que tengo los ojos negros. Olvidé
que llevaba maquillaje y ahora parece que me hice la guerra en la cara. No
me extraña que Jayden me estuviera mirando así. Qué vergüenza.
Trato de limpiarme como puedo y, cuando finalmente lo logro, me
acomodo en mi asiento. No tengo ni idea de cuánto tiempo llevamos en la
carretera. Pero de repente, la conversación con Danielle me viene a la
mente. Puede que sea una pregunta estúpida, pero necesito saberlo.
Me aclaro la garganta.
— ¿Cómo conoces a Danielle? —pregunto.
Él aparta la vista de la carretera y me mira con confusión. Me
pregunto si sabe que fue con esa tal Danielle con la que Liam me engañó.
Recuerdo haberle mencionado su nombre, pero claro, hay millones de
Danielle en el mundo, ¿él cómo lo sabría?
— ¿Y? —pregunto, cruzándome de brazos, expectante y algo
recelosa.
Capítulo 30
¿Tengo derecho para preguntarle eso? Ni idea, ya la solté, y ahora
es cosa suya decidir si contesta o si se cabrea hasta el infinito.
Juego con mis dedos mientras avanzamos, sin tener ni idea de
adónde nos dirigimos.
Jayden parece estar sopesando mi pregunta, moviendo sus ojos de la
carretera a mí, una y otra vez.
— ¿Por qué te interesa tanto saberlo? —y aquí vamos otra vez,
respondiéndome con otra pregunta.
Me responde con otra pregunta, el típico movimiento Jayden.
Yo también puedo jugar así.
— ¿Recuerdas a mi ex, Liam, el infiel? —Jayden asiente, frunciendo
el ceño.
—Claro. ¿Y qué?
¡Dios!
—Pues resulta que fue con ella, con Danielle, con quien me puso los
cuernos —le suelto despacito.
No sé por qué le dije eso. Quizás no quería que se acercara a ella,
sabiendo lo que sé. Tal vez quería protegerlo. ¿No? No es por celos ni nada
de eso.
No me atrevo a mirar su expresión, pero escucho un gruñido que
suelta, como si se estuviera conteniendo.
—Vaya —es lo único que suelta al respecto y luego se queda
callado.
Bueno, honestamente me esperaba algo más que un simple "vaya",
pero está bien.
— ¿Y cómo la conoces a Danielle? —insisto con la misma pregunta.
Me regaño a mí misma por ser tan pesada. Pero mi boca no va a
parar hasta que me responda.
— ¿Te molesta que haya hablado con ella? —me pregunta él.
Revuelvo los ojos, mostrándole mi exasperación. Esa manía de
responderme con otra pregunta me estaba agotando. Jayden lo nota y dice:
—Lo siento. La conocí en el instituto.
Giro la cabeza hacia un lado, sorprendida y confundida al mismo
tiempo. Eso sí que no me lo esperaba para nada. Me quedo unos segundos
analizando lentamente lo que acaba de soltarme. Entonces, resulta que
Danielle y él se conocen desde hace años. O sea, que cuando Danielle me
advirtió que tuviera cuidado con él, lo decía en serio. Sin embargo, debo
recordarme a mí misma que estamos hablando de Danielle, así que no es
precisamente la fuente más confiable. Pero, ¿entonces por qué ella no quiso
decirme de dónde lo conocía cuando le pregunté? No era tan complicado
hacerlo.
— ¡Oh! —consigo pronunciar.
— ¿He saciado tu curiosidad, bonita? —pregunta él, con un tono que
me da a entender que tal vez algo le susurra en su cabeza que quizás estoy
un poco celosa, lo cual no es así, claro que no. No tengo razón para estar
celosa.
¡No lo estoy!
¡En lo absoluto!
No hablamos más palabras durante más de veinte minutos. Todo es
puro silencio.
Y como no quiero pensar en nada relacionado con Danielle y Jayden
juntos, me concentro en otra cosa, y mientras estoy mirando por el espejo
retrovisor, no puedo evitar notar que, desde hace unos quince minutos, un
auto negro con los cristales oscuros nos viene siguiendo. Aunque mantiene
su distancia, siempre está detrás de nosotros. No quiero decirle nada a
Jayden, porque tal vez sea mi imaginación y me esté montando una
película. Pero, cuando Jayden dobla en cualquier esquina, el auto negro
hace lo mismo.
—Me voy, Melissa. Nos vemos otro día —le digo, abriendo la
puerta.
Antes de dar el paso afuera, diviso un auto estacionándose en la
acera: es el de Duncan. ¿Qué hace aquí?
—Espera, ¿tu padre está en la ciudad? —pregunta Melissa,
sorprendida.
Asiento con la cabeza, observando cómo Duncan baja de su auto con
unas gafas de sol negras.
—Eso es genial, me encantaría conocerlo.
Desvío la mirada de Duncan y, con una sonrisa para Melissa, le
respondo:
—Créeme, en realidad no quieres hacerlo —le guiño un ojo y salgo
de la casa.
Caminando hacia Duncan.
—Hey, hola.
—Hola, pequeña. Qué suerte encontrarte, quería invitarte a tomar
algo en Starbucks y charlar un rato —me dice con una sonrisa—. Porque
creo que no terminamos muy bien la última vez que nos vimos y...
—Me encantaría, pero ahora mismo estoy apurada, Duncan —no me
detengo a prolongar la conversación.
— ¿Apurada para qué? ¿A dónde vas?
—Tengo que ir al aeropuerto, mi padre ha venido a Miami y se
supone que lo estaría esperando —respondo, caminando sin detenerme.
—Oh, espera, puedo llevarte al aeropuerto si quieres —me detengo
antes de cruzar la calle.
Es una propuesta tentadora.
— ¿En serio?
—Por supuesto. Vamos —me dice, asintiendo.
Me indica la puerta del copiloto con un gesto. Me acerco, Duncan
abre la puerta para que pueda subir al auto.
—Gracias —expreso, ajustándome el cinturón de seguridad.
—No hay de qué, pequeña.
Duncan se desliza en el asiento del conductor y arranca hacia el
aeropuerto.
Pasan unos diez minutos en un silencio incómodo. Para aligerar el
ambiente, decido romper el hielo.
— ¿Y para que querías hablar conmigo? —pregunto.
—Necesito disculparme —dice Duncan, soltando el aire que estaba
conteniendo.
Arrugo la frente.
— ¿Por qué?
—Por comportarme como un gilipollas.
—No eres ningún gilipollas, Duncan.
—Te hice jugar al juego del hielo y te obligué a irte con Jayden por
consiguiente.
<< ¡No me obligaste a nada en realidad!>>, pienso para mis
adentros.
—Agua pasada no mueve molino—me rio—. En serio, no te
preocupes por eso.
—Me comporté como un adolescente estúpido.
¿Está enojado consigo mismo?
—No te tortures con eso, no fue para tanto.
—También necesito disculparme por no llamarte estos últimos días.
Estaba enfadado.
Ya lo sospechaba.
— ¿Por qué?
—No me gustó cuando accediste a irte con Jayden por mi culpa. Me
enojé contigo y, al mismo tiempo, conmigo mismo por obligarte a irte.
—Mira, ¿Y si cambiamos de tema? Esto ya quedó atrás, ¿vale? —
digo, rogando que esté de acuerdo.
—Te atrae, ¿verdad? ¿Te gusta?
No puede ser.
No sé qué decir exactamente. A su hermana le dije la verdad, y
ahora, ¿qué le digo a él?
No me enredo más.
No importa lo que diga, es mi vida después de todo.
Mi silencio parece confirmárselo.
Duncan aprieta el volante con fuerza, sus nudillos se vuelven
blancos.
—Pues espero que sepas lo que haces, Iris.
— ¿Y eso por qué lo dices?
—Jayden Scott no es precisamente un santo. No has lidiado lo
suficiente con él. No es alguien de fiar.
¡Otra vez con lo mismo!
Primero Selene y ahora Duncan. ¿Por qué todos insisten en pintarlo
tan mal?
—En serio, Duncan, prefiero cambiar de tema —aprieto los dientes,
porque ya estaba harta de este asunto.
Él resopla al notar que mi paciencia tiene un límite.
—Como quieras.
Ese cambio de tema se transforma en un silencio total. Mejor así. Ya
no me apetece hablar más. Los siguientes treinta minutos los paso mirando
por la ventanilla, observando edificios, tiendas y autos que pasan.
Finalmente, llegamos al aeropuerto. Estaba a punto de despedirme
de Duncan, pero para mi sorpresa, se ofreció a acompañarme hasta el
interior. Y comencé a buscar a mi padre a través de la multitud de personas
que iban y venían con sus respectivos equipajes.
Después de buscar a mi padre entre el caos de maletas y estruendos,
finalmente lo encontré. Estaba sentado junto a su "asistente", carcajeando
como si ambos hubieran escuchado el chiste más gracioso del mundo.
Le señalé a Duncan la ubicación de mi padre y nos dirigimos hacia
allí.
A medida que avanzábamos, Claire y él notaron mi presencia,
poniéndose de pie de inmediato.
Mi padre me miró con ceño fruncido.
—Ya era hora, Iris —me espetó—. Me estaba fastidiando estar aquí.
—Lo siento, no quiero arruinar tu fiesta —respondí sarcástica,
echando un vistazo a su asistente.
Mi padre notó mi tono, pero decidió no comentar al respecto.
Cambió su atención de mí a Duncan.
— ¿Tu novio? —preguntó.
—Amigo —aclaré.
—Seguro —dijo Claire, riendo y lanzando una mirada coqueta a
Duncan.
Rodé los ojos, optando por no responder a su comentario.
—Drew —dijo él, estrechando la mano de Duncan
Mi padre se presenta a Duncan por el apellido, una costumbre que
siempre seguía.
—Un placer, señor Drew. Mi nombre es Duncan Powell.
— ¿Powell? —Inquirió mi padre, entrecerrando los ojos con
curiosidad—. Tengo un amigo con un hijo que lleva tu mismo nombre…
pero no puede ser, ¿verdad?
En un instante, la expresión de mi padre se volvió intrigante, como si
algo le hubiera sorprendido.
— ¿Soy quién? —Duncan no dejó espacio para la incertidumbre.
La verdad es que yo también estaba ansiosa por saber qué tenía que
decir mi padre.
— ¿Eres, por casualidad, el hijo de Alexander Powell? —lanzó la
gran pregunta mi padre.
—Sí —respondió Duncan—. Mi padre se llama así, aunque no estoy
seguro si hablamos del mismo hombre.
—Oh, creo que sí, muchacho. Alexander es un amigo cercano; no lo
veo desde hace años —comentó mi padre—. ¿Cómo está tu madre Luisa?
En ese momento, Duncan se dio cuenta de que mi padre y él estaban
hablando de la misma persona, ya no cabía duda alguna.
Increíblemente, esto era demasiada coincidencia. Aún no podía
asimilar lo que estaba sucediendo: mi padre conocía al padre de Duncan. ¿Y
quizás a toda su familia?
—Está muy bien, gracias por preguntar —respondió Duncan con una
sonrisa.
A partir de ahí, ambos intercambiaron palabras como si fueran viejos
amigos.
—Bueno, salgamos ya de este aeropuerto. Estoy agotado y esta
noche tengo una cita con un cliente —dice mi padre, cargando en cada
mano su maleta y la que supongo es de Clarie.
Ella solo lleva un elegante bolso blanco colgando de su muñeca.
Salimos del aeropuerto, mi padre sigue hablando amigablemente con
Duncan. Este último nos ayuda a cargar las maletas en el maletero y luego
los cuatro nos instalamos en el auto. Mi padre y Clarie atrás, Duncan y yo
adelante.
Le doy a Duncan mi dirección actual y nos lleva a mi apartamento
sin ningún problema.
Al llegar, mi padre hace una mueca desaprobadora al examinar el
vecindario.
— ¿No pudiste encontrar un lugar mejor para vivir, Iris? —me
pregunta con desdén.
Lo ignoro.
—Gracias por traernos, Duncan —le digo a Duncan.
—De nada, pequeña —responde—. Nos vemos pronto, señor Drew.
Mi padre lo mira.
— ¿No vas a venir con nosotros? —le pregunta.
—Hmm… yo… —Duncan parece indeciso.
—Entra, chico. A Iris no le importa, ¿verdad, hija?
—No, claro que no —sonrío a Duncan—. Ven, conoce el cuchitril
donde vivo.
Esto último lo digo con un toque de sarcasmo, porque seguía
notando la expresión de disgusto que mi padre sigue manteniendo.
Parece que nada de lo que haga le parecerá bien, pero ya estoy
acostumbrada.
Duncan cierra la puerta del conductor y nos dirigimos al edificio.
Al llegar a mi piso, todos hacen gestos con los labios, como si
estuvieran preguntándose cómo puedo vivir en un lugar así. Pero a mí no
me importa. Todavía tengo mucho por hacer para arreglarlo. Todo lleva su
tiempo.
Estamos en la pequeña sala, descansando del largo viaje. Pero Clarie
no pudo contener su lengua venenosa.
— ¿Así que dejaste la universidad? —inquiere.
Gruño para mis adentros, fulminándola con la mirada.
—Eso no es asunto tuyo —le respondo con el tono de voz más
amable que puedo fingir.
—Hablando de universidad —interviene mi padre—, tú y yo vamos
a tener una conversación seria, niña.
¡Gracias, Clarie!
Ni siquiera a mi padre se le había ocurrido tocar el tema de la
universidad, pero gracias a su asistente, ahora sí.
En ese momento, alguien toca la puerta, y yo respiro aliviada.
¡Salvada por la campana!
¡Gracias al cielo!
Me levanto rápidamente para evitar la mirada de desaprobación de
mi padre.
Cuando abro la puerta, me quedo boquiabierta al ver a Jayden de pie
con una sonrisa seductora en los labios.
Capítulo 34
—Jayden, ¿Cómo es que tú… cómo es que te has enterado de dónde
vivo? — murmuro mientras cierro la puerta con sigilo.
—Solo quería darte una sorpresa — responde con un guiño juguetón.
—Aún no me has contestado.
Él avanza con determinación, cerrando la distancia entre nosotros.
Apoya las manos en la puerta, justo a la altura de mi cabeza, creando un
cerco irresistible.
Me besa.
Intento resistirme.
Pero es como si supiera exactamente cómo hacer que mi mente se
desoriente. Quiere que olvide la pregunta que le hice, pero se equivoca si
piensa que va a ser tan fácil.
Sin embargo, cedo cuando sus labios me envuelven. No tiene
intenciones de soltarme pronto. Me dejo llevar durante unos minutos
porque, admitámoslo, me encanta sentirlo.
Siento un escalofrío cuando una de sus manos desliza por mi espalda
hasta llegar a mi cintura, acercándome más a él, manteniendo la otra mano
firmemente en la puerta.
Mis rodillas casi flaquean cuando su beso enciende cada rincón de
mi cuerpo. Me aferro a sus hombros para mantenerme en pie, mientras su
lengua intenta meterse en mi boca para jugar con la mía. Y estoy a punto de
ceder, de darle lo que quiere, pero sé que este no es el momento.
Finalmente, decido cambiar el juego y muerdo su labio inferior.
Suelta un gruñido, lo cual me resulta divertido. Entonces, se aparta de mí de
inmediato.
—Te hice una pregunta, necesito que me respondas, por favor—no
levanto la voz, porque no debo olvidar quienes se encuentran detrás de la
puerta.
Si Jayden y Duncan se encuentra cara a cara ahora mismo, estamos
hablando de una explosión segura. Y sinceramente, no necesito esa dosis
extra de drama cuando ya tengo a mi padre y su "asistente" en el mismo
paquete.
Las esmeraldas en los ojos de Jayden destellan con un toquecito de
malicia, y yo me pregunto qué diablos le pasa.
Lo observo con una ceja arqueada y la cabeza ladeada.
— ¿Planeas decir algo, o te vas a quedar en modo mimo para
siempre, Jayden?
—Pensé que verme podría alegarte un poquito—dice al fin—. Ahora
que vives sola, podríamos recrear ese momento cachondo donde las chispas
volaron en nuestra última pelea —añade, con un descaro que me deja sin
palabras.
Sacudo la cabeza mientras estoy resoplando, tratando de disimular el
sonrojo que me ha invadido. Mis mejillas deben de parecer tomates en este
momento.
Lo escudriño de arriba a abajo. Ha pasado una eternidad desde la
última vez que lo vi. Bueno, en realidad, un día sin verlo se siente como
semanas sin su presencia, pero hoy parece que ha pasado una eternidad
completa. Lleva una camisa negra increíblemente fresca que se ajusta a su
cuerpo, con los primeros botones desabrochados, dándole ese toque de
chico malo auténtico. También viste unos vaqueros de mezclilla y botas
negras que le quedan como un guante. Es simplemente irresistible, y esos
ojos esmeralda que me están mirando hacen que desee lanzarme sobre él.
Pero me contengo. Su cabello está peinado hacia atrás de manera
impecable. Podría jurar que usa gel, pero desde mi perspectiva, no parece
ser así. Aunque, sinceramente, me gusta aún más cuando tiene ese aspecto
despeinado y rebelde.
—Jayden... —mi voz es lenta y firme—. Te hice una pregunta
directa. ¿Por qué no me estás respondiendo?
Él alza las manos en señal de rendición.
— ¿Me creerías si te digo que Selene me dio tu dirección? —
plantea.
—No.
—Está bien, porque es la verdad.
Eso simplemente no puede ser cierto.
—Selene te odia, no haría algo así. Deja de mentir y dime la verdad.
—Te estoy diciendo la verdad.
—Selene preferiría pegarse los labios con pegamento permanente
antes que darte mi dirección —le respondo—. Pero no importa, lo
resolveremos después...ahora…
— ¿Sí? —Pregunta con otra chispa de malicia en su mirada—. ¿Y de
qué manera?
Pongo los ojos en blanco, reprimiendo una sonrisita bobo, porque
mis mejillas vuelven a arden ante su insinuación, e imaginarme como…
¡Dios!
¡No es momento para fantasear con él!
—No importa. Tengo visitas en este momento, así que te pediré
amablemente que te vayas. Te llamaré cuando puedas volver.
Ahora es él quien entrecierra los ojos.
— ¿Qué clase de visitas?
—Mi padre —murmuro, con los hombros decaídos.
Al mencionar su nombre, su rostro experimenta un cambio
instantáneo. Antes de que Jayden pueda articular palabra alguna, la puerta
se abre de golpe. Me coloco junto a él, y nos encontramos cara a cara frente
a la entrada. Mi padre sale seguido de Clarie y Duncan, absortos en una
conversación que parece más interesante de lo normal. Los tres guardan
silencio al percatarse finalmente de nuestra presencia.
—Tú —Mi padre señala a Jayden con su dedo índice, y con una
frialdad que podría helar el infierno.
Arrugo el ceño, tratando de comprender.
Mis ojos van de Jayden, que mantiene una postura imperturbable con
una mirada intensa.
¿Se conocen?
¿De dónde?
—Maldito bastardo. —Mi padre, quien sostenía las maletas en sus
manos, las deja caer para agarrar a Jayden por el cuello y empujarlo contra
la pared opuesta a la mía—. ¿Qué diablos haces aquí? ¿Y por qué estás con
mi hija?
Jayden lo observa con calma, sin apartar la mirada ni mostrar rastro
de temor. Es digno de destacar que, si quisiera, Jayden podría fácilmente
derribar a mi padre al suelo, pero opta por no hacerlo.
No parece sorprendido por la actuación de mi progenitor.
Mi mente se vuelve un completo vacío; no tengo idea de qué pensar
en este momento ni de qué está sucediendo.
—Tu maldito y desgraciado padre te envió, ¿verdad? —dice mi
padre apretando los dientes.
Mi boca se entreabre ante aquellas palabras, ¿y él de donde se
supone que lo conoce?
La respiración de Jayden se entrecorta, y puedo percibir el dolor en
sus ojos verdes al escuchar mencionar a su padre.
—Papá, déjalo en paz de una vez. —Trato de tomar su brazo, pero él
me ignora por completo—. ¡Papá!
—No te involucres, Iris. —Me responde, con un rojo furioso de ira
en el rostro.
Busco la ayuda de Duncan con la mirada.
—Duncan, por favor, necesito que los separe —le suplico, mientras
sus ojos están fijos en Jayden—. ¡Duncan!
Mi voz se eleva, y finalmente logro captar su atención. Duncan
parece indeciso por un breve instante, pero con una mirada le hago entender
que debe intervenir ya. Con un empujón contundente, logra separar a mi
padre de Jayden. Cabe destacar que mi padre tiene la estatura menudita,
pero su temperamento es todo lo contrario, es alguien de temer.
—Eres solo un desperdicio, al igual que él —espeta mi padre con
veneno en cada palabra.
Y en ese momento, Jayden ya no puede contenerse más, ha
aguantado suficiente. Un golpe certero con su puño impacta en la mejilla
derecha de mi padre, haciéndolo caer de espaldas al suelo.
Lo observo, atónita, y con mi boca.
¿Qué demonios ha cruzado por su cabeza?
—No sabes cuánto tiempo he esperado para hacer esto, James Drew
—declara Jayden, con una mezcla de rabia y satisfacción palpable en sus
palabras.
Con una sonrisa de satisfacción, Jayden se da media vuelta,
mostrando sus músculos tensos bajo la camiseta ajustada. Camina con una
frialdad sorprendente, dejando atrás a mi padre en el suelo y humillado. Su
marcha tiene la seguridad de quien ha liberado una carga pesada y no le
interesa las consecuencias.
La tensión en el aire se disuelve lentamente mientras se aleja,
llevándose consigo la confrontación y dejándome a mí petrificada, con la
adrenalina aún palpable en mis venas.
¿Qué ha sucedido?
¿Quién es Jayden Scott realmente?
Capítulo 35
—Jayden, necesito que esperes, por favor —bajo las escaleras
rápidamente, Jayden iba a unos cuantos metros adelantados.
Él estaba obligado a contarme qué diablos acababa de pasar. ¿Cómo
conocía a mi padre? Le pegó con tanta hostilidad que parece que guardaba
tan bien y estaba escondida, y yo, ciega hasta ahora, ni siquiera la había
notado. No iba a permitirme quedarme con más preguntas, no esta vez. Él
iba a tener que responderlas todas, sin excepción.
Después de dejar a mi padre con un moretón, Jayden se volteó y, sin
mirarme, se largó a caminar como si estuviera escapando. Yo ni lo pensé y
lo seguí. En este momento, no tenía intenciones de dejarlo ir tan fácil.
—Jayden —volví a llamarlo.
Al llegar al último peldaño, veo a Jayden lidiando con la puerta
principal del edificio, pero la suerte no está de su parte, menos mal. Esa
puerta solía atascarse con frecuencia, una molestia habitual que odiaba,
pero hoy le agradecía. Sin éxito, él descarga un puñetazo cerrado contra el
cristal, haciéndolo añicos. Sin pensarlo, corro hacia él con preocupación
mientras sus nudillos comienzan a sangrar rápidamente.
—Oye, ven, vamos a mi apartamento, te curaré —le susurro, pero él
se muestra renuente, evitando mi mirada.
— ¿En serio? ¿Cuántas veces crees que he tenido los nudillos hechos
trizas? —Arquea una ceja con un toque de sarcasmo—. No puedes pelear
sin llevarte unas cuantas heridas.
Pongo los ojos en blanco, y eso en seguida parece divertirle.
—Mira, Jayden, más tarde te bombardearé con preguntas y lo sabes,
pero ahora, en este preciso momento, necesito curarte. Así que subes
conmigo ahora mismo o me apunto para ir contigo a tu departamento,
porque no voy a dejarte escapar, ¿entiendes eso? —le advierto, cruzando los
dedos para que opte por la primera opción.
—Está bien, vámonos a mi departamento —decide finalmente, sin
pensárselo demasiado.
Suspiro mientras sostengo su mano. Luego, desbloqueo la puerta del
edificio, y juntos salimos al exterior, dirigiéndonos directamente hacia el
Jeep de Jayden.
Aunque él insiste en conducir, lo convenzo para que me deje tomar
el volante. Observo sus nudillos, visiblemente maltratados por haber
fracturado el cristal de la puerta. No solo lo rompió en sí, sino que estuvo a
punto de atravesarlo por completo con su puño; su fuerza va más allá de
mis expectativas, y tiene sentido, considerando su historial en el boxeo.
Maniobrar este monstruo de Jeep es un tanto extraño para mí; no lo
percibía como algo imponente hasta que lo conduzco. Sin embargo, me las
arreglo.
Durante el trayecto hacia su departamento, él y yo mantenemos el
silencio. Aunque me encantaría abrir la boca y comenzar con mi
interrogatorio, me contengo. Mi padre, Claire y Duncan probablemente
sigan en mi apartamento, al menos eso creo. Puede que se hayan dado
cuenta de que no voy a volver por el momento, o quizás estén discutiendo
lo que sucedió.
Ni siquiera tengo mi móvil para avisarles que me fui con Jayden,
pero honestamente, no siento muchas ganas de hacerlo. Así que me
preocuparé demasiado por ello. De vez en cuando, le echo un vistazo a ese
hombre, a ese boxeador que está sentado a mi lado, con las manos apretadas
y la mirada perdida en la nada. Parece que el dolor físico no le afecta en
absoluto; porque su mente parece estar ocupada con algo más. A pesar de
ello, siendo un boxeador profesional, dudo que una simple herida lo afecte
demasiado. Aun así, insisto en desinfectarla y colocarse una venda.
Y por fin llegamos.
Bajamos del Jeep, y en un absoluto silencio, nos fuimos directo a su
departamento.
Al entrar, lo primero que noto es el desorden de este.
— ¿Tienes un botiquín por aquí? —le lanzo la pregunta, buscando
algo para aliviar el dolor.
—En el baño —responde de forma breve, soltando un suspiro
profundo mientras se deja caer en el sofá, sus manos sosteniendo su cabeza.
Me mantengo de pie, observándolo con seriedad. La gravedad de la
situación se cierne sobre nosotros, palpable en el aire. Jayden finalmente se
da cuenta de mi presencia y voltea hacia mí, arqueando una ceja.
Resoplo.
Sin decir una palabra, me dirijo al baño.
Localizo el botiquín y, antes de salir, me enfrento al reflejo en el
espejo. Necesito mantener la calma para poder hablar. Aunque tengo mil
preguntas que quiero hacerle, sé que debo ser paciente. Jayden no va a
contar todo de una vez, y también tengo mis dudas de que responda todas
mis preguntas de todos modos.
¡Ojalá pudiera leer la mente!
Sería más fácil.
Regreso junto a Jayden, y lo primero que hago es tratar esas manos
suyas. Desinfecto sus nudillos con una gasa empapada en alcohol, pero el
chico ni siquiera parpadea. Parece como si la idea del dolor fuera algo ajeno
a él. Sus ojos me siguen con cada movimiento. Me siento intranquila bajo
esa mirada intensa; parece que está tratando de meterse en mi propia
cabeza.
Trabajo en silencio, pero él solo tiene ojos para mí, como si pudiera
leer hasta la última línea de mis pensamientos o, al menos, estuviera
dispuesto a intentarlo. Cubro la herida, y suspiro aliviada de finalizar.
Ordeno las cosas en el botiquín y, cuando me dispongo a regresarlo
al baño, me topo con una sonrisa a medias y unos ojos esmeraldas que
podría contemplar por siempre.
— ¿Qué?
— ¡Uff, eres tan hermosa! —susurra.
Trato de contener una sonrisa inmediata por eso. En serio, ¿tenía que
soltar halagos ahora? Esto no es el momento para ponerse cursi.
—Vale, gracias por el cumplido. Pero, necesito que me des las
respuestas que tanto estoy buscando.
Jayden borra su sonrisa.
Era de esperarse.
—Imposible, lo siento —se levanta y empieza a deambular de un
lado a otro, a paso de tortuga.
—Porfa —le suplico.
Él inclina la cabeza.
—No es algo sencillo de explicar ni de entender.
—Haz el intento, no soy ninguna tonta. Demuéstrame que sí lo
entenderé.
—Podría demostrarte otra cosa con mis labios, explorando cada
rincón de tu cuerpo, eso sí puedo hacer, bonita —una sonrisa traviesa se
dibuja en sus labios, que hace un segundo estaban más serios que un
funeral.
— ¡Jayden! —le regaño.
Él rueda los ojos con diversión.
—Solo estoy siendo honesto —afirma.
— ¿Ah, sí? Entonces, comienza a soltar la lengua —exijo.
—Vale —se toma una breve pausa—. Empezaría por esa boquita tan
irresistible, luego bajaría por...
— ¿Sabes qué? —Me levanto. Intenté ser paciente, pero está claro
que no tiene intenciones de tomarse esto en serio—. Si no vas a aclararme
las cosas, estoy segura de que mi padre sí lo hará. ¡Chao!
Mis ojos chocan con los suyos en un enfrentamiento helado mientras
me encamino hacia la puerta posteriormente. Pero antes de que alcance ni
siquiera la mitad del camino, siento cómo me arrastra hacia él con una
fuerza irresistible, deteniendo mis pasos. Estoy a punto de protestar con
furia, pero su boca se apodera de la mía antes de que pueda articular
palabra. Sus manos me aferran con firmeza por la cintura, limitando mi
libertad de movimiento. Intento resistir su beso, manteniendo mi boca
inmóvil en un intento desesperado de liberarme de su agarre.
—Jay...Jayden —digo entre su boca.
No me dice nada, él sigue con el beso a pesar de mi esfuerzo por
apartarlo.
Entonces caigo bajo sus redes.
Me dejo llevar como una adolescente enamorada.
Dejo de forcejear con él y le sigo el beso apasionado y ansioso.
Y antes de que me pudiera dar cuenta ya me estaba dejando llevar
por él hasta la que supongo era su habitación.
Sus labios devoran los míos con incontrolable deseo, su
experimentada lengua se entrelaza con la mía en un duelo apasionado. Con
deslumbrante destreza, abre la puerta de su habitación, y apenas tengo
tiempo de admirar la decoración de esta mientras me guía hacia los enormes
ventanales que tiene y que me impresionan de inmediato. Desde allí, veo
otra perspectiva del mar y como se despliega ante mis ojos, dejándome sin
habla y embriagada de admiración.
Sin embargo, mi atención se desvía rápidamente cuando veo que
Jayden empieza a desnudarse hasta quedar en ropa interior, momento en el
que las vistas de la ciudad pasan a un segundo plano, porque esto era mil
veces mejor, señor mío.
Mi afición se concentra en su torso esculpido, bronceado y poderoso,
deseando fervientemente saborear cada cuadrante de sus abdominales con
mi lengua justo tan codiciosa y sedienta.
De pronto, una fierecilla dentro de mí se ha desatado, y no está
dispuesta a volver a su rinconcito seguro.
—Te veo vestida aún, bonita.
— ¿No me estabas queriendo desgarrar la roba hace unos segundos
tú mismo?
—Así que así quieres jugar, ¿eh?
Cauteloso y con palpable excitación, se acerca a mí con mirada
intensa y sin decir una sola palabra. Con arrebatadora vehemencia, me
arranca forzosamente la ropa, dejándome completamente desnuda y
desorientada. Ansiaba que me lo quitara, pero no había previsto que me
dejara desnuda de un solo tirón.
Antes de que pueda articular una protesta, sus ávidas manos me
arrancan también el sujetador, haciéndome suspirar de placer.
Me siento tan expuesta y, al mismo tiempo, ardientemente deseosa
de experimentar aún más.
—No llevas bragas —clava su mirada en mí, más detenidamente.
— ¿Te supone un problema?
—Sí —me toma entre sus brazos y me devora con otro beso—. ¡Esas
quería arrancártela con los dientes!
—Um… es una pena que no haya predicho el futuro —mordiendo su
labio hasta estirarlo dolorosamente—. Habría usado una que dicen: “Ven y
cómeme entera”.
— ¡Se acabó!
Me pone de cuclillas, mis ojos están en su bóxer.
— ¡Basta de juego!
Con mis pópulos enrojecidos, asiento con la cabeza.
Madre mía.
Esto es más de lo que hubiera imaginado, y hablo cuando me toco
bajar su calzoncillo y ver como su gran erección salta frente a mis ojos.
— ¡Cielos!
Y entonces sucede, cojo su longitud con mi mano y lentamente la
voy empujando hasta el fondo de mi garganta. Para no tener arcadas, relajo
todos mis músculos, voy chupándolo poco a poco hasta que aumento la
velocidad, era demasiado grande, no es que haya visto muchos en mi vida,
así que tampoco puedo comparar demasiado, sin embargo, este si era el más
enorme de todos, de todos, en serio.
Mi cabeza se mueve hacia adelante y hacia atrás, con mis ojos en los
suyos, con sus manos en mi cabello, con mi lengua en su contorno, le doy
lo que yo quiero y él parece disfrutarlo al máximo.
Sus ojos se encienden todavía más mientras me observa dándole lo
mejor que puedo, entonces saca su miembro, la acaricia y me la vuelve a
meter, era algo tan erótico de ver, nunca en mi vida lo había
experimentado, en cuando me vaya de aquí, será difícil que alguien lo
pueda reemplazar, lo juro.
Gimo contra su virilidad, yo voy haciéndolo con más y más ganas
mientras comienza a mover sus caderas a su propio ritmo, y cuando quiero
llevar otra pulgada más adentro, Jayden gruñe, y me obliga a apartarme, me
quejo, evidentemente.
—No…
—Oye, calma, tenemos muchas horas por delante para volver al
principio, —se ríe, y yo lo hago igual, es como si su risa y su voz, fuera mi
propia paz.
—No te lo he preguntado antes, pero, ¿tomas la píldora, bonita?
—Sí… pero igual es mejor que…
—Lo sé —abre uno de sus cajones de su mesita de noche y saca un
preservativo plateado—. ¡No hay fiesta sin esto! Todo por la seguridad,
¿cierto?
Sonrío, conforme espero a que acabe de hacerlo, entonces me toma
de las muñecas y me guía hasta la ventana, dejándome frente a frente al
cristal, luego abre mis piernas con una rodilla, y justos miramos el mar de la
ciudad del sol.
— ¡Impresionantes! —digo, mientras él deja besos sobre mi espalda.
—No tan impresionante como tú —sus senderos de besos me hacen
estremecer y jadear, mientras me siento en el séptimo cielo—. ¿Lista?
—Desde que he tropezado contigo —susurro, mirando por encima
de mi hombro derecho—. ¡Hazlo ya!
Entonces, ante mis palabras y mi insistencia, se va hundiendo con
fervor dentro de mí, lo cual me provoca un grito incontrolable, uno que
llenaba cada rincón de este lugar, y tal vez, algunos vecinos de abajo,
pudieron escucharme también, ¡es buenísimo que yo no viva aquí!
Mis uñas arañan los cristales de las ventanas, estaba comenzando a
moverse, y el placer que me provocaba no era algo ordinario, era algo
proveniente de otra galaxia, se metía y salía, solo para ser más brusco cada
vez, y lo peor de todo, es que me gustaba, no podía negarlo, si lo hacía.
Mientras me va embistiendo, una mano se envuelve alrededor de mi
garganta, mis gritos lo acompañaban y mis gemidos por igual.
Las incontenibles pulsaciones de éxtasis, acompañadas del
magnetismo cargado de erotismo que impregnaba cada centímetro de mi
ser, me arrastraban al precipicio de la lujuria desbocada.
Sus movimientos se volvieron alocados y delirantes, su mano me
aprisionó con mayor intensidad, deleitándome con las sensaciones
intoxicante que me estaba proporcionando. Todo esto sucedía mientras la
vibrante ciudad de Miami seguía su curso, mientras los dos nos
entregábamos entre sí, en la cúspide de su departamento, donde nuestros
cuerpos se fundían en el éxtasis del absoluto goce.
Luego, la otra mano de mi boxeador preferido se desliza por las
curvas de mi cuerpo, hasta llegar a mis pechos, acariciando en círculos mis
pezones, y pellizcando uno para darle atención al otro seguidamente,
endureciéndolos y haciendo que mis piernas flaqueen ante eso, apenas me
puedo sostener, y si él no me sostuviera con su propio cuerpo, ahora estaría
en el suelo, vulnerable pero tan satisfecha.
¡Madre mía!
Jayden gruñe en mi oreja, y su voz es tan caliente que me hace
mojarme más al tiempo que arqueo mi espalda por él, necesitando que me
de cada pulga hasta que no quede ninguna fuera de mí.
—Estás hecha a medida para mí, bonita —murmura, inmerso en el
éxtasis—. Encajamos tan perfectamente, ¿verdad? Solo dime que sí.
Mi voz se niega a salir de mi garganta, cautiva por él. Mi cuerpo
tiembla, pero cuando me azota el trasero, convirtiéndolo en un tomate rojo
ardiente, me veo obligada a soltar algunas palabras.
—Sí... fui hecha para ti... Jayden —jadeo.
—No esperaba menos —gruñe, y en un giro repentino, mi rostro
queda frente al suyo. —No sabes cuánto deseaba escuchar esas palabras de
tus labios —susurra Jayden, su aliento rozando mi piel.
Mis mejillas arden, pero no puedo apartar la mirada de esos ojos
intensos que parecen conocer cada rincón de mi alma.
— ¿Te puedes hacer una idea de cuánto he soñado con este
momento? —pregunta, acariciando mi mejilla con ternura, mientras
lentamente va introduciendo su enorme erección en mi abertura, lo hace tan
despacio que se vuelve una tortura para mí.
El sudor recorre nuestras frentes, y aunque su cuerpo este más duro
que una roca, el mío se ha convertido en una gelatina pura.
—No lo sé, pero ahora no quiero que termine —confieso, atrapada
en la conexión eléctrica entre nosotros.
Jayden sonríe con picardía y su mano baja lentamente por mi
espalda, enviando escalofríos por todo mi cuerpo.
—No tiene por qué terminar, bonita. De hecho, esto es solo el
principio —promete, antes de sellar sus palabras con un beso ardiente que
hace que todo a nuestro alrededor desaparezca, mientras continúa
hundiéndose dentro y fuera mí a su vil antojo.
Cuando separa nuestros labios, pega nuestras frentes, conectando
nuevamente nuestros ojos, mientras sus embestidas se vuelven más y más
fuerte y desesperado. Tiene esa mirada que suele tener en el ring,
hambrienta y furiosa, una combinación que me estaba destrozando, pero de
buena manera.
—Esto se siente tan mal y tan correcto a la vez que no puedo ni
quiero que termine nunca, aunque sé que lo hará —susurro, mientras mis
dedos se enredan en su cabello.
Jayden me mira con intensidad.
—Shhh… bonita…. En este momento, somos nosotros, aquí y ahora
—declara, embistiéndome con una firmeza que casi acaba conmigo.
¡Me encanta!
— ¡Bésame! —pido, casi rogándoselo.
Y lo hace, conecta nuestros labios, chupando mi labio superior y
tironeándolo con sus dientes, y luego, me devora con una pasión
indescriptible, hambrienta y sensual.
Entre tanto, suelo un grito cuando se mueve más rápido dentro de
mí, como estando en celo. Y sé que estoy cerca.
Me embiste más fuerte.
Más profundo...
Me estoy deshaciendo por él como arena mojada entre los dedos,
mientras que él parece loco y fuera de sí mismo.
Y entones ocurre, llegamos al orgasmo casi al mismo tiempo,
explotamos gruñendo nuestros respectivos nombres en consecuencia.
— ¡Mírame, bonita! —sisea, sin haber salido de mí.
Lo hago, lo miro con bastante dificultad, pues el orgasmo todavía
estaba recorriéndome.
— ¡Ha sido increíble! —me besa, esta vez, con suavidad y ternura.
Sonrío, y una vez más, me dejo llevar.
(***)
Un chirrido me arranca de un sueño profundo, y me incorporo
bruscamente, luchando por ubicarme en el espacio. Los ronquidos de
Jayden ha sido la culpable de que me haya despertado, pero al sentir la
cadencia de su respiración una sonrisa se va perfilando en mis labios. Y
entonces, voy apoyando mi cabeza contra su pecho, con mis manos
aferradas a él como si temiera perderme en la oscuridad.
Y antes de quedarme dormida otra vez, quería ver la hora.
Fijo la mirada en la amplia ventana, donde ya todo estaba oscuro De
repente, la realidad me golpea: no he regresado a casa y es muy probable
que mi padre debe estar preocupado, espero que no se le haya ocurrido
llamar a la poli.
Veo el móvil de Jayden reposando en la mesita de luz a su lado.
Estiro mi brazo con cautela, tratando de alcanzarlo sin despertarlo. Me urgía
llamar a mi padre y tranquilizarlo, y justo Jayden se remueve, y me quedo
inmóvil, temiendo que descubra mi intento de apoderarme de su teléfono.
No quiero que se forme ideas equivocadas de mí.
Un minuto más tarde, con la certeza de que aún duerme
profundamente, finalmente lo alcanzo.
No tiene bloqueo. Perfecto.
En la pantalla de su móvil, resalta un mensaje no leído. Sin quererlo,
mis ojos se posan fugazmente sobre las palabras, y mi corazón se
resquebraja de un segundo a otro.
“Si ya te la follaste, convence a Iris de robar esos papeles”
¿Qué?
Capítulo 36
JAYDEN
Mi mano se desliza por las sábanas, anhelando la suavidad de la piel
de esa chica que estaba desmantelando mi mundo desde adentro. Sin
embargo, solo encuentro las sábanas vacías a mi lado. Mis párpados se
abren con pesadez, y el resplandor del sol se cuela traviesamente por la
ventana, obligándome a entrecerrar los ojos. Un gesto de disgusto se dibuja
en mi rostro al percibir el aroma a sol y el calor matutino.
Estiro mis brazos, apoyando mis codos en la cama mientras
escudriño la habitación en busca de alguna señal de su presencia.
— ¡Iris! —llamo. Nada—. ¡Bonita!
Un fugaz pensamiento cruza mi mente: ¿quizás todo lo que ocurrió
ayer fue solo un sueño efímero? La idea me frustra internamente, y siento
cómo esa chica se ha instalado bajo mi piel, una intrusión que no presagia
nada bueno. Sin embargo, la realidad me golpea cuando diviso su sostén de
encaje rosado tirando en el suelo. Una sonrisa se dibuja en mis labios de
manera inconsciente. Entonces, la pregunta es: ¿dónde diablos está ella?
Mi móvil vibra con una llamada entrante y yo, con toda la emoción
de una patata, decido contestar, mientras sigo buscándola con la mirada,
sabiendo que es inútil.
Ni me molesto en revisar la pantalla antes de deslizar el dedo para
responder.
— ¿Qué?
—Hey, hermanito, ¿nos hemos despertado con los testículos
aplastado? —es Tobías.
Se esfuerza por ser el rey de la comedia, pero la verdad es que falla
estrepitosamente en el intento.
Ignoro su intento de hacerme reír y me levanto de la cama decidido a
encontrarla. No puedo aceptar que se haya ido sin más. Abro uno de los
cajones de la cómoda, saco un bóxer, me lo pongo y me dirijo a la sala a
pasos apresurados.
— ¿Qué quieres, Tobías? —inquiero, rascándome la cabeza.
—Mira que haber follado con ella y no contarme es muy feo,
hermano. Lo tenías bajo siete llaves —mi hermano, como es costumbre, a
veces parece que es igual a esas vecinas entrometidas norteamericanas.
— ¿De qué hablas, imbécil? —resoplo, no soy precisamente el rey
de la amabilidad cuando acabo de salir de la cama y no he tomado mi dosis
matutina de café.
No obtengo respuesta de inmediato; se toma un momento antes de
hablar. Por el murmullo que llega a través del auricular, parece que no está
solo.
—Hablo de Danielle —suelta de repente.
— ¿Estás de coña? ¿Andas drogado o qué?
—Me lo contó ella anoche.
Y entonces hago memoria.
Ah.
Claro.
—Eso fue en la preparatoria y fue algo rápido.
—Me dijiste que no te gustaba, maldito capullo. Recuerda que ella
me atraía a mí, no a ti. Pero te perdono por eso.
Revuelvo los ojos. No puedo creer que estemos desempolvando
cosas de hace años. Es absurdo y estúpido.
— ¿Y qué hacías con ella? —interrogo.
—Pues quería información.
— ¿Información sobre qué? —pregunto mientras recorro el
departamento con la mirada, pero no hay señales de Iris, maldita sea.
¿Por qué se fue sin avisarme?
¡Joder!
Enciendo el televisor y verifico la hora. Falta alrededor de
veinticinco minutos antes de que el reloj marque las ocho de la mañana.
Me frustro de nuevo, se tuvo que ir demasiado temprano para que yo
no me despertara.
Estoy decidido a revelarle toda la verdad a Iris. Será mucho más
sencillo si las palabras salen de mi boca en lugar de que su padre se
entrometa en todo esto. Puedo persuadirla para que me ayude, ganarla a mi
favor sin que salga lastimada por esta situación. Ayer, fui un completo
cobarde. Y cuando mencionó que buscaría respuestas con su padre, me
asusté. Conozco demasiado bien lo que él le dirá, y existe el riesgo de que
ella malinterprete las cosas hasta el punto de odiarme.
Mi cuerpo se enciende al instante al evocar el recuerdo de sus labios
en mi polla. La imagen de ella desnuda persiste en mi mente. Su mirada,
traviesa e inocente a la vez, despierta en mí el deseo de reclamarla una vez
más. No fue mi intención ni estaba en mis planes llegar a ese punto con Iris;
simplemente sucedió, y resultó ser lo mejor que me ha ocurrido en años.
No puedo afirmar que lo que siento por ella tenga que ver con el
amor, ya que es difícil de precisar en este momento. Además, es demasiado
pronto para llegar a esa conclusión. Sin embargo, no puedo ignorar que Iris
despierta en mí sensaciones que ninguna otra mujer ha logrado provocar.
—Ella andaba curiosa acerca de por qué estabas investigando a tu
muñequita de trapo —comenta Tobías.
—Vas a necesitar cirugía si vuelve a llamarla así, cara de mierda —
respondo con desdén, escupiendo las palabras.
Una risa escapa de sus labios.
Aprieto el puño, conteniendo la irritación.
—Relájate, Jayden. Solo era una broma, lo sabes.
Sé muy bien que siempre bromea, pero a veces me dan ganas de
enviarlo al otro lado del mundo por eso.
—La próxima "broma" que hagas podría costarte una visita al
quirófano. Ahora ve al grano, ¿qué le dijiste exactamente a Danielle? —
replico mientras me encamino a la cocina, para prepararme unas tostadas y
un poco de jugo de naranja.
—Nada que tú mismo no hubieras dicho. Le solté que tenías una
conexión sentimental con Iris, con un toque de romanticismo que, por
supuesto, no se creyó.
Me tenso.
— ¿Y luego?
—Bueno, fui lo suficientemente astuto como para cambiar el rumbo
de la conversación.
Mi hermano era un maestro en el arte de la tortura emocional.
Siempre soltaba las bombas informativas con cuentagotas, como si
disfrutara del suspenso, esperando a que mi paciencia se desmoronara en
pedazos. A veces, me dan ganas de lanzarme contra él con todo, pero en el
fondo, sé que es de mi misma sangre, aunque a veces eso parezca más una
maldición que una bendición.
—Desembucha de una vez, Tobías. No tengo todo el día para lidiar
contigo —le espeté, impaciente.
Él soltó un resoplido.
—Le pregunté porque de repente le picó la curiosidad sobre por qué
tú, de todas las personas, estabas husmeando en la vida de Iris. Se puso
nerviosa, titubeó como una principiante, y cuando apreté un poco más, soltó
la sopa.
— ¡Tobías! —advertí, sintiendo cómo la paciencia se me escurría
entre los dedos.
—Tranquilo, depredador. Resulta que Duncan Powell la mandó a
pescar información sobre ese interés repentino que tienes por la chica.
¿Contento ahora?
Duncan.
No es del tipo que se rinde fácilmente.
No me preocupa que haya husmeado, estoy seguro de que solo
quería conocer mis verdaderas intenciones con Iris, la chica que también
llama su atención como nadie. Sin embargo, si lo hizo por alguna razón que
involucra a alguien en su círculo, tendré que mantenerme alerta ante ese
idiota.
— ¿Es todo lo que tienes? —suspiro.
— ¡Claro que no! —responde rápidamente—. El reloj avanza, y su
paciencia se agota tan rápido como la nuestra. Jayden, es crucial que te
apresures en obtenerlo. Mamá está preocupada.
—Lo sé. Al principio pensé que sería pan comido, pero ahora...
ahora no estoy tan seguro.
—Solo espero que no te estés enamorando, no es momento para
sentimentalismos, hermano.
—No lo estoy.
—Perfecto. Necesito colgar, hermano, tengo una cita con mi novia
—me dice, casi como si no tuviera una preocupación en el mundo.
—Nos vemos. Diviértete mientras yo hago el trabajo pesado —mi
tono es sarcástico, pero Tobías parece tomárselo a la ligera antes de decir
algo más y colgar abruptamente.
Dejo mi móvil con desgano sobre la encimera y me paso las manos
por el rostro. ¿Por qué se largó sin una palabra? Ni siquiera me despertó
para acompañarla a su apartamento, o al menos para despedirse. Anhelo
verla más de lo que podría admitir.
Respiro hondo mientras mi teléfono vuelve a sonar, pero esta vez, la
notificación me indica que hay un mensaje. Antes de abrirlo, una revelación
me golpea.
Vaya por Dios, ella se topó con el estúpido mensaje de mi hermano.
¡Demonios!
Y también voy a asesinar a Tobías por su manera de decir las cosas.
Capítulo 37
— ¡No, no puede ser verdad! —me paso las manos por el cabello y
luego por el rostro, incrédula.
Las palabras que mi padre acaba de decirme parecen sacadas de una
película, y como si hubiera un malentendido gigante en alguna parte. Pero
su tono de voz, la manera en que las dijo, hace que dude de Jayden.
—Por favor, Iris, dime que no has sido tan estúpida como para
meterte en su cama —mi padre se levanta del sofá, clavándome la mirada
con interrogantes.
Bajo la mirada, incapaz de confesarle que sí fui lo suficientemente
estúpida como para caer en eso.
Esta mañana, al cruzar la puerta de mi apartamento, me encontré con
todos en la sala, despiertos. Mi padre, Duncan e incluso Claire, todos
esperaban a que yo apareciera de una vez, todos con una mezcla de
ansiedad y preocupación. Bueno, al menos eso era evidente en la expresión
de mi padre y Duncan. Claire, en cambio, parecía más en modo
aburrimiento profundo con un toque de somnolencia. No puedo culparla;
después de todo, fui yo quien decidió desaparecer durante horas sin dar
señales de vida. Y conociendo a mi padre, seguramente los mantuvo
despiertos a ambos, a Duncan y a Claire, por cualquier cosa que pudiera
suceder.
La vergüenza me aprieta el pecho cuando pienso en lo que sucedió
entre Jayden y yo. Trago saliva y mi silencio es una confesión silenciosa
que confirma lo que todos temen: sí, me acosté con Jayden Scott, y fue una
experiencia que sigue viva en mi piel, y no es para menos.
Mi padre aprieta los puños y avanza hacia mí. Por instinto, retrocedo
hasta chocar con la pared a mi espalda.
—Oh, Iris, pensé que eras más astuta al elegir a tus chicos —dice
con una sonrisa brava—. Pero está bien, te perdono por enredarte con el
hijo de un traficante.
Lo miro entrecerrando los ojos.
Él no tenía nada que perdonarme. Pero me abstengo de hacérselo
saber, ahora hay muchas más cosas que aclarar.
—Jayden no es como su padre —dije, sin estar del todo segura de
mis propias palabras.
Me sorprendí al escucharme defenderlo después de lo que mi padre
acababa de decir con tanta certeza. Pero las palabras salieron antes de que
pudiera pensármelo dos veces.
—Estoy de acuerdo con Iris —interviene Duncan de repente, lo cual
me sorprendió. Habría jurado que él compartía la misma opinión que mi
padre—. Mire, señor Drew, que el padre de Jayden haya sido una persona
despreciable y de mierda, no significa que su hijo lo sea también.
Ahora Duncan se coloca de pie para posarse a mi lado, los dos
estamos frente a frente contra mi padre.
—Tienes razón, no es igual —mi padre intenta sonar calmado pero
sé que no lo está—. ¡Es peor! —grita.
Quiero protestar, pero este me levanta la mano para que permanezca
callada y sigue hablando.
—Es irónico cómo Jayden Scott te ha utilizado para llegar hasta mí,
es patético —afirma él—. Lo que tu "príncipe" buscaba era colarse en
nuestra casa y hacerse con esos documentos para entregárselos a su jefe. ¿Y
sabes qué más, hija? Cuando me tocó el caso de su padre, lo gané con todas
las leyes a mi favor. Fue un caso complicado, pero lo logré. Convencí al
juez para que esos no papeles fueran quemados o almacenados en un lugar
seguro por precaución, los quería conmigo, y te preguntarás por qué. Pues
bien, sabía que algún día me serían útiles, nada ilegal en este país,
simplemente algo para negociar.
— ¿Negociar? —frunzo el ceño.
—Para empezar, tenía la ligera esperanza de que este día nunca
llegaría dado los años transcurridos. No había ni una maldita posibilidad de
que te cruzaras con el desgraciado de Scott Junior, pero el destino es un
maldito bastardo que lo puso en el camino de mi única hija —hace una
breve pausa para tomar aire y sigue—. Desde el momento en que me quedé
con esos papeles, supe que alguien vendría a reclamarlos. Imaginé que lo
harían dándome un tiro en la sien, pensé que acabaría muerto. Pero
entonces planifiqué: negociaría con esos papeles. Ellos me dejarían vivo,
viviendo tranquilo con mi familia, yo les daría los papeles y ellos
desaparecerían de mi vida para siempre.
»Cuando agarré este caso, tenía claro en qué me estaba metiendo.
Estaba intentando hundir a uno de los capos más grandes del narcotráfico
en Estados Unidos, y seguí adelante sabiendo que ponía mi vida y la de mi
familia en la cuerda floja. Sabía que esto iba a costarme mucho más que
horas y horas tratando de convencer a los jurados de su culpabilidad.
Aunque muchos no estaban al cien por ciento convencidos de que
estábamos lidiando con un narcotraficante, pensaban que solo era un tipo
que se metió en negocios ilegales por error y que terminó arrestado por
error también, que otro debía ser arrestado y sí, es cierto, otro debía ser
arrestado, la cabeza mayor, pero se les escapó a la policía. A Thomas Scott
le darían unos pocos años de prisión si se tragaban esa historia por completo
y todo mi esfuerzo hubiera sido en vano. Fue entonces cuando finalmente se
me ocurrió algo.
»Thomas Scott me entregaba los papeles de buena gana, y entonces
podríamos reducirle la condena hasta el mínimo. Con mis contactos en la
policía, podría hacer desaparecer algunas pruebas en su contra que lo
vinculaban con ciertos carteles. Sin embargo, incluso si él rechazaba mi
propuesta, no tendría más opción que intentar mandarlo a la cárcel a la
cárcel por al menos unos treinta años. Aunque las pruebas no eran
suficientes, pero haría lo que pudiera. Para mi sorpresa, aceptó de
inmediato. No lo pensó mucho, dijo que quería salir de ese enredo, por su
esposa e hijos. Curiosamente, nunca mencionó a Jayden Scott, pero más
tarde tocamos ese tema.
»Una semana después, todo término.
Mi padre estaba revelando más información de los que mi cerebro
podía manejar en ese momento. Me sentía como si estuviera a punto de
estallar, pero aguanté, intentando asimilar todo el bombardeo.
Desesperada por encontrar algo que me mantuviera en pie, agarro la
mano de Duncan y la enlazo con la mía, buscando un atisbo de fortaleza en
medio de este caos. Él me mira directo a los ojos por un instante que parece
eterno, luego desciende su mirada hacia nuestras manos entrelazadas. Me
regala una sonrisa cálida que intenta calar hasta lo más profundo, y yo le
respondo con una sonrisa débil.
Vuelvo a enfocarme en mi padre, preparándome para lo que viene.
—Según tus palabras, no te has ceñido completamente a las reglas
—comento en voz baja, casi como un susurro.
Mi padre carraspea antes de responder.
—Claro que sí, no he matado a nadie.
Agito la cabeza con escepticismo; ni él mismo parece convencido.
— ¿Y qué tenían esos documentos de importantes? ¿A quién se
suponía que debías entregárselos?
En mi cabeza se formó un enredo, mi confusión aumentaba segundo
a segundo.
—Esos documentos son cruciales para enviar al capo del
narcotráfico a la silla eléctrica. Con eso, no hace falta más que una
sentencia y ya está.
—Entonces ese jefe suyo, ¿piensa que será atrapado y tiene que
destruir esos documentos?
—Exactamente. Thomas Scott iba a dárselo pero me los he quedado
yo, y ahora, le ha tocado el turno a su primogénito hacer el trabajo sucio
aparentemente.
Observo a mi padre con una confusión aún mayor. No me estaba
contando toda la verdad. Lo sabía.
— ¿Qué es lo que te estás guardando? —inquiero, con una pregunta
que flota en el aire.
Lista para su respuesta, aprieto un poco más la mano de Duncan.
—A veces, Iris, hasta pareces mi digna hija —comenta él con una
sonrisa, recargado casualmente en la pared—. Los papeles que mencioné,
los retuve con la idea de negociar en algún momento, pero también eran mi
carta para atrapar al jefe máximo del narcotráfico. Hice un trato con el juez
cuando me quedé con ellos, prometí devolverlos en cinco años,
asegurándome de que probablemente nunca vendrían a reclamarlos. Sin
embargo, dos años después de ganar el caso, el juez fue asesinado
brutalmente. Me quedé helado cuando me enteré. En ese momento, no sabía
qué hacer, pero mantuve la calma y fingí que nunca ocurrió. Decidí que
nunca devolvería esos papeles; serían mi póliza de seguro. Años después,
me di cuenta de que fui un completo idiota al meterme con un
narcotraficante. Aunque me cueste admitirlo, me sentía más astuto que esos
criminales. Pero necesitas entender algo, Iris —mi padre da unos pasos
hacia mí, clavando su mirada en mis ojos—. Jayden Scott nos destruirá
cuando consiga lo que quiere. Tenemos que largarnos de esta ciudad.
Necesitas alejarte de él.
¡No! ¡No!
¡Hay algo más! ¡Algo no cuadra!
— ¿Mamá lo sabe?
Mi padre niega con la cabeza.
—La mantuve ajena a todo esto.
Mis pensamientos son un torbellino. Anhelo levantar la espada por
Jayden frente a mi padre, repetir incansablemente que él no es una sombra
de su progenitor, que está exento de los pecados de aquel hombre. Sin
embargo, el mensaje de texto de su hermano resuena en mi mente como un
eco inquietante, y entonces me hace volver a dudar.
—En una semana, dejamos Miami y volvemos a Atlanta. Tengo
algunos pendientes por aquí que debo finiquitar primero —dice mi padre.
Ni ganas tengo de discutir. Porque quizás no suene tan mal después
de todo.
—Y ya sabes, mientras tanto, hazte el favor de mantenerte a
kilómetros de ese chico. Él y su padre son los malos en esta historia—me
advierte con tono serio—. Es por nuestro propio bien, hija. En cuanto
Jayden consiga lo que quiere, lo usará como un peón en su juego o seguirá
los pasos de su papá para luego venir por nosotros de la manera más
terrorífica posible.
Repentinamente caigo en cuanta que mi padre no sabe algo.
—El padre de Jayden falleció —digo, dejando a mi padre helado.
— ¿Cómo?
—Sí, fue en un incendio provocado por él mismo —añado.
—Vaya…no me sorprende que se haya quitado la vida, estaba
realmente jodido ese maldito.
— ¡Papá! —Exclamo con indignación—. ¿Podrías al menos ser un
poco más respetuoso?
—A los malos de los cuentos no se les concede ni un ápice de
compasión. Así que deja esa actitud de ingenua —me suelta sin
miramientos. Da media vuelta, recoge su maleta y la de Claire, quien no ha
soltado ni una palabra durante toda la discusión. Mi padre se encamina
hacia la puerta—. Voy a instalarme en un hotel y a relajarme un poco.
Desde que llegué, no has hecho más que darme dolor de cabeza.
Ruedo los ojos resoplando.
—Duncan, dile a tu padre que me pondré en contacto con él para
cenar. Hace tanto que no lo veo que debemos ponernos al corriente —le
dice mi padre a Duncan y este asiente sin decir nada.
Minutos después, estábamos solamente Duncan y yo solos.
— ¿Qué harás ahora? —Pregunta Duncan, haciéndome reaccionar y
soltando su mano de repente—. Por mí, puedes tomar mi mano para
siempre.
—Voy hacer lo que dijo mi padre y me mantendré lejos de Jayden,
pero es muy probable que venga a buscarme aquí —contesto, haciendo caso
omiso a sus últimas palabras.
—No te preocupes por eso, yo voy a protegerte, te llevaré conmigo a
mi casa.
—No, por supuesto que no —respondo—. Solamente te metería en
problemas.
—No hay discusión. Además, tu padre lo aprobaría.
¡Eso es seguro!
—Está bien, me quedaré contigo hasta que sea hora de regresar a
Atlanta.
(***)
Los días transcurrieron a una velocidad vertiginosa, cargados de
emociones intensas. Jayden, como era de esperar, no perdió el tiempo y me
buscó en mi apartamento. Aunque no estaba presente físicamente, Duncan
se encargó de decírmelo porque se había ofrecido a ir a recoger algunas de
mis pertenencias personales. Lo que inicialmente parecía un simple
intercambio de palabras, según Duncan, se transformó en un enfrentamiento
físico. Aunque él insistió en minimizarlo, su labio partido y los ojos
hinchados contaban una historia diferente. Parecía que las chispas de
tensión entre ellos se habían convertido en un incendio descontrolado.
Mientras estaba encerrada en la casa de Duncan, cada minuto parecía
un recordatorio constante de Jayden. La información aún no se asentaba en
mi mente, y una parte de mí deseaba fervientemente que esto fuera solo una
pesadilla, que despertaría en cualquier momento. En una habitación, las
lágrimas fluían como un río de dolor y traición. Creí que Jayden era la
antítesis de Liam, pero qué equivocada estaba. Era mil veces más
destructivo, una tormenta que arrasaba con todo a su paso. A veces deseaba
que Jayden me hubiera hecho lo mismo que Liam en lugar de darme esas
fachadas de sonrisas falsas que me envolvía como un engaño. Me sumergía
en sollozos silenciosos durante toda la noche, recordándolo hasta que el
sueño se convertía en mi única vía de escape.
Lo extrañaba.
A pesar de todo, yo lo extrañaba. No tenía idea que es lo que me
había hecho, pero era algo fuerte.
Otra parte de mí insistía en que no podía lastimarme ya, porque
ahora lo veo claramente... pero me equivoqué.
No me he presentado a trabajar en el restaurante y es probable que
ya haya perdido mi empleo. Sin embargo, en este momento, no me importa.
De todos modos ya volveré a casa.
Hoy no sentía el deseo de hacer nada, excepto lo que he estado
haciendo toda la semana: llorar como magdalena. Sin embargo, mi padre y
Duncan han "convencido" o, más precisamente, "obligado" a ir a cenar a
casa del padre de Duncan.
Me alegraría un montón si Sophie pudiera unirse a nosotros, pero
parece que tiene otros planes. Entonces decidí llamar a Selene, rogándole
disculpas por adelantado. Ella, siendo mi mejor amiga, me tranquilizó de
inmediato, insistiendo en que no tenía nada de qué disculparme. "No tienes
la culpa, simplemente te dejaste llevar por una cara bonita y unas palabras
vacías", soltó con esa franqueza que siempre he admirado y odiado al
mismo tiempo. Con un poco de vergüenza, le propuse la idea de ser mi
compañía en la cena, advirtiéndole que probablemente sería un evento más
aburrido que ver crecer la hierba. Sin titubear, Selene aceptó, agregando que
cualquier cosa sería más emocionante que una noche de Netflix sola o con
su madre, yo no coincidí con ella, pero le agradecí que me acompañara.
— ¿Lista para la acción? —Selene entra en la habitación de Sophie,
luciendo un vestido rojo suelto que destila puro estilo.
— ¡Claro! —Respondo, soltando un suspiro—. Preferiría ir a
cualquier otro lugar, pero gracias por acompañarme, y lamento arrastrarte a
esto.
—No te preocupes por eso, Iris. Por cierto, ese vestido tuyo es una
monada —me elogia, escudriñándome de pies a cabeza—. Definitivamente,
el rosa es tu color.
—Gracias.
Le sonrió.
—Genial, entonces. ¿Lista para la cena? Tu padre y Duncan nos
esperan abajo.
Capítulo 38
Mi padre manejó durante una hora entera hasta llegar a la
impresionante mansión de Duncan. No podía creer lo que veían mis ojos.
¡No sabía que el padre de Duncan fuera millonario!
Antes de adentrarnos, pasamos por el control de seguridad.
El guardia de la entrada, después de dar un vistazo crítico a mi
padre, le preguntó al señor Powell por radio si estábamos en la lista para
ingresar. La respuesta afirmativa resonó en el aire y nos abrieron las puertas
hacia el Edén moderno.
Y unos cinco minutos más tarde, mis pies tocaron el suelo de
mármol pulido mientras entrábamos en la casa, y la primera impresión fue
un impacto visual. La sala, un espacio vasto iluminado como si estuviera
bañado por la luz divina, se desplegó ante mí. Era como si alguien hubiera
destilado la opulencia y la hubiera rociado por toda la estancia.
Mi mente rápidamente asimiló que este era el hogar del padre de
Duncan, compartido ahora con su nueva esposa, Rachel. Mi padre me había
proporcionado esa pequeña chispa de información mientras manejábamos
por la autopista.
Selene, pegada a mi lado, no podía dejar de admirar cada rincón del
lugar.
—Ese desgraciado de Duncan nunca me dijo que su padre era
millonario —exclama mi amiga—. ¡Se lo ha tenido bien guardado!
El padre se adentró con desenvoltura más hacia el centro de la sala,
como si ya hubiera estado aquí anteriormente. Vestía un traje impecable que
gritaba elegancia desde los pies hasta la cabeza. Lo curioso era la ausencia
de Claire a su lado, un giro inesperado en la rutina que me dejó algo
dubitativa, porque por lo general, ella estaba pegada a él como un imán de
alta potencia.
Mi atención fue arrastrada hacia la majestuosidad de las escaleras,
adornadas con una alfombra rojo intenso que parecía absorber la luz. En ese
instante, un hombre de aproximadamente cincuenta y dos años bajaba por
las escaleras con una tableta en mano, su ceño fruncido indicaba que estaba
sumergido en algún asunto laboral, no lo sé. Imaginé que debía ser un
empresario exitoso, aunque en realidad, mi conocimiento sobre él era tan
vasto como mi habilidad para resolver ecuaciones matemáticas avanzadas:
nulo.
Vale, puede que haya exagerado un tantito, dado que conozco a sus
hijos, y que estoy enterada de que se divorció de la madre de Duncan y ya.
El señor Powell irradia una melena negra, un océano de elegancia
peinado hacia atrás. Y al igual que mi padre, ambos están impecables, pero
Powell lleva un traje negro que resplandece con una elegancia magnética,
mientras que mi padre optó por un azul marino.
No entendía por qué había tanta formalidad para una cena entre
amigos que se reencontraban después de años. Además, no entendía la
razón por la cual mi padre me había arrastrado a la reunión, ya que la
verdad es que no me importaba conocer a su amigo.
Dejé de darle vueltas a mis pensamientos cuando la puerta principal
se abrió detrás de Selene y de mí. Nos giramos y nos topamos con Duncan,
quien lucía una expresión seria en el rostro, aunque vestía de forma
relajada. Nuestros ojos se encontraron, y de repente sentí un alivio
instantáneo.
— ¡Ya he terminado de hablar! —me informa.
Antes de bajar del coche, él había recibido una llamada que lo puso
muy tenso de repente.
— ¡Vaya, miren quién aparecido! —una voz ronca y potente nos
obliga a girarnos de nuevo. Era el señor Powell, con una sonrisa un tanto
peculiar en el rostro.
—Ey, papá —saluda Duncan solamente.
—Me alegra que hayas aceptado venir, hijo.
— ¿Qué otra opción tenía? —responde Duncan sin mucha
entusiasmo.
Parece que la relación entre ellos no es precisamente la mejor, a
pesar de que yo juraría que se llevaban bien.
De repente, se siente como si un incómodo viento hubiera invadido
la sala. Nadie dice nada, todos permanecemos en silencio, con la mirada
baja. Y para romper la tensión, mi padre decide tomar la iniciativa con una
alegría que yo desconocía.
—Alexander, mi viejo amigo —dice mi padre, y ambos hombres se
dan un abrazo que parece durar unos treinta segundos, según mi cálculo
mental.
— ¿Cómo está el mejor abogado que ha tenido Estados Unidos? —
me parece una exageración por parte del señor Powell, pero supongo que es
un halago entre amigos.
—Ya sabes, trabajando duro como siempre —responde mi padre.
—Me lo imagino.
—Mira, quiero presentarte a mi hija —mi padre, que estaba a unos
metros de distancia de mí, se acerca, y con él, el señor Powell clava sus ojos
avellanas en mí—. Nunca tuviste la oportunidad de conocerla. Ella es Iris
Drew.
El señor Powell mantiene contacto visual conmigo mientras se
acerca.
—Finalmente nos encontramos, querida —me dice, plantándome un
beso en la mano a la antigua usanza.
Resulta bastante extraño.
—Puede llamarme Iris, simplemente —aclaro.
—Entonces, un gusto conocerte, Iris —repite con una sonrisa.
Asiento tímidamente.
— ¿Cómo va todo, Selene? —le pregunta a mi amiga.
— ¿Recuerda mi nombre, señor? —Selene parece sorprendida—.
Ahhh... quiero decir... ah... estoy muy bien, gracias.
—Me alegra oírlo.
Después de saludarnos, el señor Powell nos guió hacia el comedor
principal. Y vaya que gigantesca, igual que la sala. Bien iluminado, y luego
nos señaló nuestros lugares. Mi padre y Selene ocuparon un lado de la
mesa, mientras que en la cabecera estaba el señor Powell. Enfrente de mi
padre, Duncan y yo nos acomodamos.
Mi padre y el de Duncan se sumergieron en una charla animada.
Honestamente, no les prestaba mucha atención; mi mente estaba más
ocupada absorbiendo la elegancia del comedor, explorando cada detalle con
curiosidad. Mientras tanto, Selene y Duncan se enfrascaron en una
conversación que fluctuaba entre reproches y risas.
Duncan le reprochaba a Selene con algunos comentarios sobre su
decisión de tomarse un año sabático después de dejar la universidad. Ella
hace poco estaba brillando en sus estudios, pero de repente decidió que no
sabía exactamente qué quería estudiar, así que optó por un tiempo fuera.
Abandonó una carrera para, en algún momento futuro, empezar otra. La
charla pasó de la universidad a las peleas que Duncan tenía planeadas en el
club en los próximos días. El club, aparentemente, había vuelto a organizar
combates después de aquel incidente con la policía. Duncan aseguraba que
la interrupción de la policía fue solo una confusión; pensaron que el
presentador había eludido la ley después de que se les retiraran unos cargos
en su contra, pero, según cuenta Duncan, todo se había aclarado desde
entonces.
En cuanto mencionaron la vuelta a las peleas en el ring, mi mente se
proyectó directamente a Jayden. Sus ojos esmeralda, los extrañaba. Aunque
sabía que ya no tendría la oportunidad de verlo más.
Por más descabellado que suene, anhelaba una última oportunidad
de verlo, aunque fuera por un solo segundo, solo para poder besarlo. Sentir
sus labios sobre los míos, saborear ese momento lentamente. Después,
desaparecer de su vida para siempre.
Él me había estado utilizando todo este tiempo, cada encuentro no
fue casualidad, sino parte de sus planes, y solamente al pensar en eso, hace
que algo dentro de mí se quiebre cuando lo recuerdo. Siento como si una
lágrima quisiera escapar, pero no puedo permitirme llorar en medio de la
mesa. Trago saliva y me sumerjo en la conversación de mis dos amigos,
tratando de mantener la compostura.
— ¿Y tú vas a volver a la universidad, Iris? —pregunta Selene de
repente.
—Tal vez. Ya veré qué haré cuando regrese a Alaska —respondo
despreocupada.
—Te voy a extrañar un montón, Iris —Selene pone cara de pena y le
devuelvo una sonrisa.
—Bueno, siempre me puedes hacer una visita, ¿no? —le propongo.
Ella niega con la cabeza como si estuviera completamente chiflada.
— ¿Y cagarme de frío? Ni en sueños. Mejor vente a Miami cuando
tengas tiempo libre.
Rodé los ojos, soltando una risa compartida mientras charlábamos
animadamente en la mesa durante unos buenos veinte minutos, o quizás
más. Después, los habilidosos chefs de Powell nos deleitaron con una cena
exquisita: pechugas de pollo rellenas que provocaron que se me hiciera
agua la boca con solo mirar el plato. ¡Qué manera de tentar al paladar!
La cena transcurrió sin sobresaltos. Una vez que terminamos de
comer, el padre de Duncan nos llevó al jardín trasero de la casa para
disfrutar de la noche. Mientras él y mi padre seguían charlando sobre los
viejos tiempos de su amistad, parecían sumergidos en cada palabra.
Estaba saboreando un refrescante zumo de naranja helado cuando de
repente mi móvil empezó a sonar, capturando la atención de todos en el
jardín. Me disculpé con una sonrisa y me alejé unos pasos para atender la
llamada sin interrumpir el bullicio a mi alrededor.
Al revisar la pantalla de mi móvil y descubrir quién era, decidí dejar
que sonara unos segundos, sopesando si debía contestar o no. Había estado
esquivándolo toda la semana, y en realidad, no debería ni siquiera
cuestionar si debo contestarle o no. Pero considerando que ya no cruzaré
caminos con él, sentí la necesidad de escuchar su voz una última vez,
aunque sea por despedida.
Inhalé profundamente el aire fresco y, finalmente, me lancé a aceptar
la llamada.
No digo nada.
Escucho su respiración al otro lado.
Mi piel se vuelve de gallina.
— ¿Bonita?—titubea al pronunciar la palabra, pero mi piel reacciona
de inmediato; me encantaba cómo sonaba esa palabra saliendo de sus labios
—. Bonita, necesito que me des la oportunidad de explicarte toda esta
mierda. Entiendo que tu padre seguramente te ha contado su versión de los
hechos. No tengo idea de qué historieta te ha endosado, pero por favor,
dame un chance para que escuches la mía.
Me mantengo el silencio.
—Te lo ruego… por favor —susurra casi suplicante.
—No importa lo que me digas. No lograrás poner tus manos en esos
malditos documentos, que fue la razón por la que te acercaste a mí —
respondo de manera firme.
—Sí, es cierto. Esa fue la razón inicial, y mi meta era llegar a tu
padre, te lo admito. Pero algo pasó en el camino, algo que hizo que te fueras
infiltrando bajo mi piel poco a poco. No quiero perderte por mis propios
engaños. Si solo me dieras la oportunidad de contarte la verdad desde el
principio, solo si pudieras...
—Ya no importa —lo interrumpo—. De todas formas, voy a volver a
Atlanta.
Silencio. No esperaba que le soltara eso; lo he pillado por sorpresa.
— ¿Qué?
—Vuelvo a Atlanta, Jayden. Todo esto es demasiado para mí —
susurro.
—No puedes dejarme —responde elevando la voz—. No puedes
hacerlo. Lo que tenemos nosotros...
—No hay un "nosotros". No hay nada entre tú y yo. Todo lo que
sucedió, fue una farsa, una historia que me he tragado gracias a ti.
— ¿Dónde te encuentras? Quiero verte en persona. Esto no se puede
resolver por teléfono —insiste.
—No hay nada que resolver.
— ¡Vamos, Iris! —Exclama con frustración—. Deja de ser tan terca
y dime dónde estás.
Se irrita.
— ¿Estás con el gilipollas de Duncan, verdad? —pregunta sin
dejarme responder—. Iré a buscarte a su casa y no dudaré en derribar la
puerta si es necesario. No me importa nada ya.
—Duncan…
—Jayden y yo estamos buscando la manera de sacarte de allí,
quédate tranquila. Actúa normal. Si Selene está contigo, mantenla a salvo
también. Y no te preocupes, mi padre está a punto de caer, lo prometo.
—Duncan…
—Mantén la calma, Iris. Estamos haciendo todo lo posible por
sacarlas de allí —repite, pero lo interrumpo nerviosa.
—Duncan, ya es tarde.
Capítulo 50
El móvil fue arrancado de mis manos de forma abrupta. No tuve
tiempo para reaccionar en el momento; me llevó unos minutos comprender
completamente lo que estaba sucediendo.
Selene parecía tan desconcertada como yo, ambas fijando la mirada
en Clarie, quien se detuvo en un semáforo en rojo para apoderarse del
móvil.
— ¿Cómo pude ser tan ingenua? —murmuré para mí misma.
Claire, con una voz ahora más inquietante, dice:
—Quería llegar a nuestro destino en paz, pero supongo que eso ya
no será posible, ¿cierto, Iris?
Selene, forcejeando con la puerta trasera que estaba asegurada, gritó:
—Déjanos salir, maldita desquiciada.
—Te dejaría salir, ya que no estabas en los planes, pero dado que te
involucraste sin querer, también te tocará enfrentar el mismo destino que tu
querida amiga —respondió Clarie, adelantándose a los demás autos antes de
que el semáforo siquiera cambiara a verde.
¿Qué debía hacer ahora?
Mientras los desesperados gritos de Selene resonaban en mis oídos,
me planteaba repetidamente cómo podríamos escapar de este maldito
automóvil sin sufrir un grave accidente. Estábamos en plena carretera, y
atacar a Clarie desde atrás mientras conducía sería un suicidio. Descarté esa
idea tan rápido como surgió; definitivamente no era una opción. Las cuatro
puertas estaban aseguradas, y la idea de romper las ventanas cruzó mi
mente. Sin embargo, ¿con qué? Salir por ahí en medio de la carretera sería
igualmente peligroso, especialmente con la velocidad a la que Clarie
superaba los límites permitidos.
Nos encontrábamos en una situación sin salida.
Me preguntaba por qué Alexander no optaba simplemente por acabar
conmigo de manera sutil en lugar de molestarse en orquestar todo esto.
Preferiría mil veces eso; al menos, solo se ocuparía de mí y no involucraría
a Selene en este peligroso juego. La culpa invadía mi cuerpo en cuestión de
segundos.
¡No!
Debía encontrar una manera de liberarnos. No sabía cómo, pero
tenía que hacerlo. Sin embargo, era consciente de que intentar hacerlo
mientras el automóvil estaba en movimiento no era una opción segura.