La Guerra Perdida

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 La guerra perdida 

H abía una vez


un vetusto general
que había perdido su guerra
y por más que la buscaba
no la encontraba.

Buscaba y buscaba el general,


pero la guerra, caprichosa,
había desaparecido.

Trató el general de fabricar una,


pero los hombres a los que les propuso hacerla
no entendían la idea.

¿Para qué?, decían unos;


¿Por qué?, decían otros.
El general les explicó sobre la gloria,
los héroes, el recuerdo de las batallas ganadas.
Los hombres seguían sin entender.

Pasó casi todo el día el general


explicando la necesidad
de su guerra y los hombres,
por más que lo intentaban,
no conseguían entender sus ideas.

El general, una vez más,


se marchó derrotado, buscando
y buscando su guerra perdida.

—¡Vámonos, Bucéfalo!
—le dijo a su caballo (que así se llamaba)—,
aquí no nos entienden.
Cruzó montañas, desiertos y valles
hasta que un día llegó al mar.
—Tal vez la guerra se fue a otra parte
—dijo, y galopó con su caballo mar adentro,
tan convencido estaba de sus palabras.

A la mañana siguiente,
el general divisó la silueta
de un barco de guerra.
Desde el barco,
el almirante, único tripulante
a bordo, sintió curiosidad
y enfiló la proa para acercarse.
—¿Qué hacéis, tú y tu caballo en el medio del mar? —preguntó.
—Cruzo el océano —dijo el general
sin detener su paso—. Estoy buscando una guerra perdida.

El almirante navegó al lado del general durante un rato.

—¿De veras? ¡Yo también busco una guerra!


—exclamó el almirante—. Mis hombres
me han abandonado, hartos de no encontrarla.

—¿Cómo era tu guerra? —preguntó.

—Gloriosa. Con muchos cañones, sables y banderas —respondió el general.


—La mía tenía enormes barcos de hierro que disparaban sus cañones sin
cesar —dijo el almirante mirando el horizonte.

El general continuó su camino inexorable, alejándose del barco.


El almirante detuvo su nave en el medio del mar.
—¡Que tengas suerte y encuentres tu guerra!
—le gritó el general sin darse vuelta.
Durante un rato, el almirante llevó su barco de guerra
en dirección opuesta a la del general. De pronto,
detuvo su navegar y buscó en el horizonte con su catalejo.
Estaba de suerte.
A lo lejos, el general, sable en mano,
se acercaba a su encuentro.
El almirante pensó que, al fin,
había encontrado lo que buscaba.

Subió por una escalera hacia el puente de mando y comenzó a hacer


los cálculos para disparar todos los cañones del barco.
Mientras, el general se aproximaba.
Su caballo galopaba furioso subiendo y bajando las olas,
desparramando espuma hacia todas partes.
Al fin, llegó al lado del barco
y comenzó a golpearlo con su sable.

—¡Al ataque! —se ordenó a sí mismo.


El almirante abrió fuego y todos
sus cañones dispararon al mismo tiempo.
Las balas subieron muy alto, atravesaron
las nubes y comenzaron a bajar.
Como el enemigo estaba exactamente pegado al barco,
las balas lo destrozaron todo.

—¡He ganado! ¡He ganado! —dijo el almirante victorioso.


—¡NO, no! ¡He ganado yo! —respondió el general lleno de orgullo—.
¡He hundido tu barco!

De esta manera, heroicos, invencibles, cada uno con su razón,


el general y el almirante terminaron en el fondo del mar.

Al fin habían encontrado su guerra perdida


y la habían ganado...

... o perdido, según como se mire.

Agustín Comotto
La guerra perdida
Barcelona: Thule, 2008

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