Seb Damon. Vix (Martin McCoy)
Seb Damon. Vix (Martin McCoy)
Seb Damon. Vix (Martin McCoy)
VIX
Martin McCoy
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cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros), sin autorización
previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede
constituir un delito contra la propiedad intelectual y… ¿Otra vez? Que os estáis leyendo
esto solo por el chiste, ¿verdad? Pues ahí va. Un tío va a New Jersey y no le dejan entrar
porque lleva un suéter viejo. Lo sé, es malo. Oye, no haberlo leído. No es mi culpa. Los
buenos se me olvidan. Pero vamos, que no me copies ni me plagies, por favor. ¿Sí? El
siguiente será mejor… Espero.
A ama, por darme la vida
A mi chica de ojos bonitos, por seguir
soñando
A Sir Terry Pratchett, por la literatura
A esa gatita sevillana adoptada por una
parisina que, gracias a la magia de la
literatura, se ha acabado llamando Ilarki.
ÍNDICE
ACLARACIONES PREVIAS
PRÓLOGO
DE DÓNDE VENIMOS
DONDE HAY CONFIANZA, DA ASCO
NO QUIERO IR A CASA ESTA NOCHE
¿TE HE DICHO ÚLTIMAMENTE QUE TE QUIERO?
LA MISMA CARA DE DOS MONEDAS DIFERENTES
ESTÁN LLOVIENDO MARRONES
UNA ROSA PARA OTRA ROSA
CAZADORES Y PRESAS
LA DIOSA
EL SEÑOR JONES
AMIGOS HASTA EN EL INFIERNO
CASI EN LA CIMA
EL PAPEL DE ALUMINIO
TODO VALE
HOMBRES DE PAZ
RINDIENDO CUENTAS
VIRTUALMENTE POSIBLE
DAÑOS COLATERALES
Y TE DIRÉ QUIÉN ERES
BIENVENIDO AL EQUIPO
COMO FUERA DE CASA, EN NINGÚN SITIO
CUANTOS MÁS SEAMOS, MÁS NOS REIREMOS
DEMASIADOS INVITADOS
EL ROSTRO DE LA DIOSA
EL GOLPE MÁS DURO
TRAIDORES TODOS
NI UN CLAVO ARDIENDO
EL PRECIO DEL SILENCIO
CONTIGO O SIN TI
UNA HORMA PARA CADA ZAPATO
SIN CABOS SUELTOS
SEMBRANDO PARA RECOGER
LA PIEDRA EMPIEZA A RODAR
ME ENCANTA QUE LOS PLANES SALGAN BIEN
MAL DE MUCHOS, CONSUELO DE TONTOS
HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO
LAS RATAS ABANDONAN EL BARCO
ALLÍ DONDE NACEN LOS SUEÑOS
NO VA MÁS
NO, NO, NO EN MI CASA
POR NARICES
AFERRARSE A LO QUE IMPORTA
MUCHO POR DELANTE
UNA BREVE EXPLICACIÓN DE LA EXISTENCIA DE UNA CIUDAD
EN LA LUNA
AGRADECIMIENTO
OTRAS OBRAS DEL AUTOR
ACLARACIONES PREVIAS
Me bajé del maglev público que había alquilado para poder seguir a
Kurt. Él detuvo el suyo un poco más adelante y no quería que me
viese. Pasó cerca de una hora en aquel cuarto de la limpieza y salió
un minuto antes que la tipa que se había trajinado. Porque se la
había tirado. Fijo. El pelo revuelto, la ropa mal puesta y la cara roja.
Era una apuesta segura. En aquel tiempo, no fui capaz de encontrar
a Korsak a solas. Era el puto rey de la fiesta. Iba, venía, hablaba con
uno, bromeaba con otro… Estaba muy lejos de lo que me habían
contado de él. Me lo habían descrito como un chaval formal y
apocado. Los cojones apocado. Guava le había señalado a Kurt a
quién debía tirarse y se había metido en la primera habitación en la
que habían estado los tres. Salió un buen rato después y también
tenía pinta de haber echado un polvo. Todo el mundo estaba
follando en aquella fiesta menos yo.
Me resultaba difícil de creer que Kurt se relacionase con aquella
gente, pero tenía la demostración delante de mis putas narices.
Cuando acabó de cepillarse a la ricachona, Guava le dio un maletín,
le dijo algo al oído y mi amigo se largó de la fiesta. Obviamente, yo
hice lo mismo y alquilé aquel maglev para seguirle. Él había
aparcado a las afueras de Check, así que allí estaba yo, vestido de
niño rico y dispuesto a meterme en el peor barrio de la ciudad como
todos los turistas idiotas que buscaban emociones fuertes.
Kurt fue callejeando sin dudar. Tenía el objetivo claro. Se plantó
delante de un tipo con tanta pinta de camello que solo le faltaba el
letrero en la cabeza. Apoyado en una pared, manos en los bolsillos
de la cazadora, gorra calada hasta las cejas… Como si se hubiera
leído un manual el gilipollas de él. Cuando abrió el maletín, no me
costó distinguir unas ampollas de Vix que pasaron directamente al
bolsillo del camello. Por lo visto, aparte de puto era mula. Cojonudo.
Estaba pringado hasta las cejas.
Saqué el pad como si tal cosa y fui sacando fotos de cada
entrega, porque hubo más. Cuatro en total. En Check. Yo creía que
solo movían aquella droga por Ritz, pero parecía ser que no. Al
terminar, se dirigió a un edificio destartalado y se metió dentro.
Esperé un cuarto de hora, pero no dio señales de vida. No pensaba
poner un pie allí. Seguro que estaba lleno de drogatas, camellos o
una mezcla de ambos. Me largué de Check por donde había venido
y fui a casa caminando y pensando.
El caso estaba resuelto. Solo tenía que ir donde mamá Korsak y
decirle que su querido niño era un capo de la droga lunar. Pan
comido. Héctor había sacado fotos del tipo con su camiseta blanca
con una piña fiestera en ella. Las tenía bebiendo, besando a alguna
chica, drogándose… El paquete completo. Seguro que la buena
mujer se negaba a creerlo. Seguro que se negaba a pagarme. Me
daba igual. Lo que había descubierto era mucho más gordo. Una
red de narcotráfico que operaba en Ilarki. Seguro que había más,
pero aquella apestaba. También había descubierto que Kurt no era
el buen hombre por el que siempre le había tenido.
Mi padre solía decir que un poli tiene que ser el mejor entre los
suyos. El resto no pueden llevar la pistola a la cintura y si te dicen
que levantes las manos, no haces ni caso. Un poli lo puede hacer y
eso es peligroso. El poder hay que dárselo a gente buena. Los polis
son los mejores de entre nosotros. Eso decía siempre el viejo. Yo
creía que Kurt era el segundo mejor poli que había conocido en la
vida. Detrás de mi padre, claro. Sin embargo, ahí le tenía, traficando
con drogas, siendo el hombre para todo de los nuevos capos de la
ciudad y, probablemente, su sicario también. Si algo se le daba bien
a Kurt era repartir hostias. Imposible que lo hubieran
desaprovechado.
Debía pensar en cómo hacerlo. Si había un poli en el ajo, seguro
que no era el único. Ir a comisaría a denunciar a mi antiguo amigo
solo habría valido para que estuviesen alerta y a mí me abriesen un
tercer ojo en la cara. Tal vez debería hablar con la alcaldesa, pero
me rompía por dentro pensar en denunciar a Kurt. Mi amigo. Mi
único amigo.
Estaba tan absorto en aquellos pensamientos, que entré en mi
piso en piloto automático. Saludé a Lucy desganado y fui a la sala
sin haber saludado siquiera. Allí me esperaba un espectáculo que
me dio una bofetada tal, que Kurt quedó olvidado al instante. Bianca
estaba tumbada en el sofá conectada a través de las gafas de
realidad virtual. No había usado el implante para tener plena
consciencia de su cuerpo. Tenía los pantalones cortos que usaba de
pijama en los tobillos y la camiseta subida hasta dejar uno de sus
pechos al descubierto. Con una mano lo masajeaba mientras la otra
estaba bien encajada entre sus muslos abiertos. Se estaba
masturbando y no tenía ni idea de que yo la estaba viendo. Más de
una vez, una mujer se había masturbado delante de mí, pero
siempre para que yo la viese. Nunca había podido verlo cara a cara
sin que ella supiese que estaba disfrutando del espectáculo. Usé mi
pad para poner en la pantalla lo mismo que ella estuviese viendo y
nuestros cuerpos aparecieron a tamaño real. Era un polvo que
echamos en la cocina, un día que ella estaba preparando café. Me
acerqué para darle un beso en el cuello y en cuestión de veinte
segundos habíamos apartado la suficiente ropa como para poder
follar. Ella tenía las manos en la encimera y yo las mías en sus
caderas. La verdad era que hacíamos una pareja cojonuda, joder.
Dejé de mirar la pantalla para volver a disfrutar del cuerpo de Bianca
retorciéndose de placer en el tramo final hacia el orgasmo. Me
arrodillé a los pies del sofá y me contuve, porque todo mi cuerpo me
urgía a tocarla. No quería joderle el orgasmo por nada del mundo.
Llegó al mismo tiempo que yo me corría en nuestra pantalla.
Empezó a convulsionar como siempre hacía y cerró los muslos con
fuerza sin sacar la mano. En lugar de gritar, se limitó a jadear muy
fuerte. Supongo que, sin compañía, se corría de otra manera. Se fue
calmando poco a poco y se quitó las gafas para encontrarse con mi
sonriente cara de idiota.
—¡Seb! —gritó bajándose la camiseta con una mano mientras
luchaba por subirse los pantalones con la otra—. No te esperaba tan
pronto.
—Yo también me alegro de verte, cariño —susurré acariciando
su muslo. Miré a la pantalla—. Fue un polvazo. No sabía que lo
tenías grabado.
—La casa lo graba todo —explicó cohibida—. Ya lo sabes.
No me miraba. Estaba muy avergonzada. Una mujer capaz de
bailar desnuda delante de docenas de hombres que se venía abajo
si la veías correrse. Ni que fuera la primera vez que la veía.
—Si necesitabas ayuda, podías habérmelo dicho. —La mano en
su muslo iba atreviéndose a ir cada vez más arriba—. Te habría
echado una mano de mil amores.
—Nunca sé si vas a estar —contraatacó—. Nunca sueles estar y,
además, el sexo bien entendido, empieza por uno mismo.
—Creo que eso es la caridad —repliqué frunciendo el ceño.
—El sexo es caridad, cielo —aseguró ya más segura de sí
misma—. Le regalas a otro lo que podrías tener tú solo. Me voy a la
cama.
Se levantó y me esquivó para dirigirse al dormitorio.
—¿Estás enfadada? —pregunté en un último intento por
retenerla.
—Estoy cansada —respondió—. He trabajado un montón, he
sacado a Lucy y he tenido el mejor orgasmo de toda la semana.
Creo que me he ganado unas horas de sueño. Hasta mañana, cielo.
Y me dejó allí, de rodillas, intentando saber si la había vuelto a
cagar o, sencillamente, había aprendido a vivir sin mí. Si ya ni
siquiera me quería para el sexo, estaba jodido. Se nos daba de puta
madre y a ella le encantaba. No solo me lo había dicho, sino que lo
había sentido de primera mano. Ver cómo hacía todo por su cuenta
me dolió, pero supe que gran parte de la culpa era mía por no haber
estado a su lado. Ni siquiera había sacado a la perra, joder. Me
quedé tan hecho polvo, que ni pregunté si podía dormir con ella. Me
fui a mi cama y me desnudé, sin fijarme siquiera en que mi pad y mi
reloj insistían en que tenía un nuevo mensaje de Héctor con el
asunto “importante”.
TRAIDORES TODOS
Seb
Iba a la oficina sin ganas de ir. Sin ganas de vivir. Sin ganas y punto.
Me había levantado muy pronto porque había sido imposible dormir.
Entre Bianca y Kurt, no tenía la cabeza como para poder descansar.
Puta mierda de vida. Cuando todo parecía que empezaba a ir bien,
se iba al carajo. Me puse en contacto con el tipo de Asuntos
Internos que llevó el caso de mi expulsión: Herman Brubaker.
Solemos pensar que los de Asuntos Internos son unos hijos de puta
que solo buscan joder a sus compañeros. Polis de polis. La verdad
era que, sencillamente, vivían la parte más jodida de la puta
ecuación. Ellos eran los que descubrían las miserias del cuerpo de
policía y su trabajo consistía en destaparlo y hacer que alguien, a
quien todo el mundo consideraba un buen poli, perdiese su placa.
Ellos no se inventaban las cosas, tan solo las sacaban a la luz. No le
guardaba rencor por haberme puesto en la calle. Bueno, en el
talego.
Le extrañó recibir mi llamada y nos reunimos en una cafetería
para que yo le pasase la información. Tenía la mosca detrás de la
oreja e incluso parecía un poco acojonado. Igual pensaba que
quería darle una paliza por lo que hizo. Cuando vio mi cara de
derrota, se le pasó. Le expliqué que Kurt estaba trabajando para una
organización criminal y le di los datos de Korsak, Dancevic y el sitio
en el que se reunían dentro de Check. A Brubaker solo le interesaba
el tema de Kurt. Aseguró que pasaría la información a antidroga y
quedó en avisarme aquella misma mañana. Por lo visto, iba a ser
todo muy rápido.
Y lo fue. En dos horas habían montado un dispositivo de la
hostia. Se metieron en Check por sus santos cojones, con los
maglevs irrumpiendo a saco en el barrio donde la poli no se atrevía
a entrar. Lo hicieron temprano porque en Check todo sucede de
noche y las mañanas no existen. Son momentos en que los tipos
chungos están durmiendo. Se plantaron en el edificio donde había
visto a Kurt meterse la noche anterior y los sacaron a todos.
Brubaker me trajo a Kurt esposado para que le confirmase que era
él y solo pude cabecear en asentimiento. Se lo llevaron detenido y
yo me sentí el mayor hijo de puta que ha parido madre. La cara de
Kurt no era la de un culpable, pero yo había visto lo que había visto.
A tomar por culo. Mi vida acababa de volverse mucho más absurda
aquella mañana.
Antes de que la gente de Check se organizase para hinchar a
hostias a la policía, los maglevs salieron de allí perdiendo el culo
con una docena de detenidos. No sabía si a Korsak, Dancevic y el
resto los estarían enchironando en aquel mismo momento, pero me
daba igual. Ya no era mi problema. Tenía que ir a la oficina para
hablar con la señora Korsak y contarle lo que había pasado.
También tenía que hablar con Héctor, que me había enviado un
mensaje la noche anterior diciéndome que había conseguido
información muy importante sobre los servidores de Vixio. Ni lo uno
ni lo otro me apetecía una mierda, pero había que hacerlo.
Saludé a Rashia con un brusco cabeceo y entré en mi despacho.
Héctor estaba sentado en una esquina de mi escritorio observando
su pad. En mi silla estaba retrepado Carlo Fenucci, con una sonrisa
beatífica en su cara de espagueti resabiado. En mi silla.
—Mueve tu seco culo de mi sitio, Fenucci —solté dirigiéndome
hacia él.
—Buenos días, Seb —contestó él sin hacer amago de moverse
—. Yo también me alegro de verte.
—Yo a ti no —gruñí a un paso de él—. Quita de mi puta silla.
Enseñó las palmas y frunció los labios antes de levantarse
jodidamente despacio y hacer un gesto señalando el asiento libre.
Puse la cazadora en el respaldo y me dejé caer.
—Veo que hoy tampoco vienes de buen humor al trabajo —dijo
caminando hasta situarse al lado de Héctor.
—Vengo de hacer que detengan a un amigo, Carlo —expliqué
sintiéndome hundido. Y gilipollas. No tenía sentido tratar así a aquel
hombre—. Ahora mismo, me siento una mierda con patas. ¿Qué es
eso tan importante que teníais que decirme?
—¿A qué amigo? —preguntó Héctor dejando de lado su pad.
Hice un gesto con la mano para indicarle que aquello podía esperar
y que había hecho una pregunta—. En fin. Hemos descubierto el
origen de Vixio, jefe.
—¿Cómo que lo habéis descubierto? —Hasta donde sabía,
necesitaban que yo me conectase a aquella mierda para poder
rastrearme. Mi ayudante sacó de su bolsillo una de las dos ampollas
que le había dado y me la tendió.
—Anoche, como no había manera de descubrir nada, usé una de
las ampollas y me conecté en uno de los sillones que había en la
fiesta —explicó. ¿Héctor drogándose? Aquello tenía que haberle
costado un mundo y el bajo volumen de voz que usaba así lo dejaba
ver—. Carlo, que estaba al tanto, rastreó mi conexión y vio que los
ordenadores que están usando son los de la alcaldía.
Me quedé boquiabierto mirando a Héctor. Lo que estaba diciendo
era demasiado gordo como para ser cierto. Al menos, como para ser
manejable. Él señaló mi pad, que había pitado en la cazadora, y
eché un vistazo. Entre un montón de datos que no comprendía, se
podía leer la dirección de la alcaldía. Volví a mirarles.
—Alguien de la alcaldía está metido en el ajo —resumí
viniéndome abajo—. Creo que no podemos arreglar esto por
nosotros mismos. Habrá que informar a la alcaldesa.
—No tan rápido, amigo —interrumpió Carlo—. El permiso de
acceso a los ordenadores es de nivel cero. Hasta donde he podido
ver, solo hay dos personas que tienen esa acreditación: el alcalde y
la alcaldesa. Podría estar metida en todo esto y tú ponerte una soga
al cuello diciéndole que lo sabes.
Rose Mary Reginald metida en tráfico de drogas. Era demencial,
pero tenía sentido. Permitía que Check existiese solo para que los
turistas tuviesen entretenimiento en su ciudad al margen de la ley.
Era fácil pensar que también les querría dar droga de calidad para
que se matasen por visitarnos. Aquella mujer era, ante todo, una
empresaria. No tenía vocación de servicio público ni ninguna mierda
por el estilo. Era la gerente de una empresa que tenía que dar
beneficios. Yo creía haber visto algo más en ella, algo que me hacía
pensar que era una persona de fiar. Y en Kurt. Mi puto instinto no
valía ni para tomar por culo.
—La alcaldesa está pringada —resumí—. Su marido es
demasiado idiota como para que se le ocurra algo así. Kurt también
está de mierda hasta el cuello. Todo el mundo está en esto y no hay
manera de meterles mano, porque nos la cortarían. Pero qué puto
asco, joder.
Apoyé los codos en la mesa y dejé que mi cabeza cayese hacia
delante. Todo se estaba viniendo abajo a marchas forzadas. Mi vida
era cojonuda dos días antes, pero aquello se había acabado. En mi
mente empezó a tomar forma un pensamiento: tenía que largarme
de aquella ciudad podrida. En ella había muerto mi padre, pero pude
superarlo. Ahora perdía a las tres únicas personas en las que podía
confiar. La alcaldesa, narcotraficante. Kurt, sicario de los narcos.
Bianca, hasta los huevos de mí. Cuando la vida se empieza a venir
abajo suele ser demasiado tarde para arreglarlo. Se viene abajo del
todo y en todos los putos sentidos. No me quedaba ningún asidero
para poder engañarme creyendo que podía ser feliz en aquella puta
roca helada.
—¿Seb? —preguntó Carlo ante mi silencio—. ¿Estás bien?
—No, Carlo. No estoy bien —negué echándome atrás en el sillón
—. Estoy de puta pena y creo que peor voy a estar en breve.
Gracias por todo. A los dos. Sois unos hachas. Ahora voy a cerrar
este caso y luego ya veré qué coño hago con mi vida. Mándame los
datos completos al pad, por favor. Luego hablamos. Ah, y no
aceptéis más clientes hasta que vuelva yo por aquí.
Se quedaron mirando cómo me levantaba, me ponía la cazadora
y salía de allí. Debieron ver algo en mi cara que les hizo pensar que
no era buena idea hablar, así que se quedaron callados hasta que
desaparecí de su vista. Necesitaba ir a casa. Lo único que todavía
podía arreglar de todo aquello era mi vida con Bianca. Tal vez no
fuese demasiado tarde para convencerla de volver a la Tierra y
construir algo allí. Algo que no estuviese podrido desde los
cimientos.
NI UN CLAVO ARDIENDO
Seb
Ruzz
Héctor
Bianca
Ella era la única que no tenía una misión asignada. ¿La razón?, muy
sencillo: no tenía ninguna aptitud especial. No sabía pelear como
Seb y Kurt, no tenía contactos en la alta sociedad como Ruzz, no
tenía ni idea de programación como Carlo y, cuando propuso ser
ella la que se conectase a Vixio en lugar de Héctor, este se negó.
Dio igual que explicase que Héctor podía ser más útil desconectado.
Le adjudicaron el puesto de comodín y le tocó seguir a los chicos
hasta su lugar de reunión con Mr. Pineapple.
Comprobó su pad. Nadie había dicho nada. Ella tecleó que Kurt
y Seb habían llegado a destino y esperó. Nadie lo leyó. Todos
estaban muy ocupados. Se preguntó qué demonios estaría pasando
allí arriba. También se preguntó, por enésima vez aquellos días, qué
demonios se les había perdido en aquel caso. Que la policía se
encargase de ello, aunque fueran corruptos. Si se acababan
librando de lo que les correspondía, daba igual. El mundo estaba
lleno de cabrones y la Luna también. Uno más o uno menos, no se
iba a notar. Sin embargo, para ella cada una de las personas que se
la estaban jugando aquella noche era insustituible. Si algo salía mal,
le daría igual a cuantos hijos de puta metiesen en prisión.
La alcaldesa vio el mensaje. Alguien seguía activo. Esperó por si
escribía algo, pero no lo hizo. ¿Tanto costaba decir un simple “OK”?
Se secó las manos en los pantalones y sacudió el pad como si de
aquella manera pudiese hacer que algo cambiase. Algo cambió.
Carlo acababa de ver el mensaje. Esperó hasta ver si decía algo.
CF: El conejo ha entrado en la madriguera.
¿Qué demonios significaba aquello? Decidió preguntar.
BK: ¿Qué demonios es eso?
CF: Mi chico está conectado. Empiezo a trabajar.
Mucho mejor. Héctor estaba en Vixio. Bien. Algo se movía. Volvió
a preguntarse qué demonios estarían haciendo allí arriba Seb y
Kurt. Pensó en rezar por ellos, pero Dios nunca había sido muy
dado a escuchar sus oraciones.
ME ENCANTA QUE LOS
PLANES SALGAN BIEN
Seb
Kurt
Salí de allí tecleando a toda prisa en mi pad que abandonaba la
habitación con Dancevic y dejaba a Seb solo. No podía dar más
detalles. Milos estaba esperando frente al ascensor sin mirarme
siquiera.
—Se le ha ido un poco, ¿no? —pregunté cuando llegué a su
altura.
—Cada vez pierde más el norte —contestó él—. Toma
demasiadas drogas y se siente una especie de semidiós. Espero
que ese tío no le quite el arma y le pegue un tiro. O sí. Tal vez sea lo
mejor.
Sopesé sus palabras. Sonaba a que estaba cansado de todo
aquello o, tal vez, de su socio. Tomé nota mental de que podía
sernos de ayuda para encerrar a Korsak. Parecía la clase de
persona dispuesta a aceptar un trato.
—¿Dónde vamos? —pregunté ya en el ascensor.
—Al garaje —respondió sin siquiera mirarme.
—¿Para ir adónde? —insistí empezando a estar harto de tener
que sacarle la información con fórceps.
—Haces demasiadas preguntas, Stillson —respondió posando
por fin su mirada en mí—. Vas dónde yo diga, ¿de acuerdo? Ahora
vamos a comprobar que la producción sigue adelante sin
problemas, recogemos el producto del día y lo llevamos a Check.
Por fin iba a conocer la ubicación de la puta fábrica de Vix. Aquel
dato era crucial para la investigación y, seguramente, pudiese
identificar a los responsables de crearla. Todo un golpe de suerte.
—Perfecto, jefe —respondí intentando no sonar demasiado
entusiasmado.
—No hace falta que me des la razón —sentenció más serio a
cada momento que pasaba—. Solo que hagas tu trabajo y, a poder
ser, mantengas la boca cerrada.
Entramos en el maglev en el que habíamos llegado. Pensé que
era una putada no llevar a Seb conmigo. Me estaba empezando a
dar mala espina todo aquello y, sobre todo, dejar a mi colega a solas
con un tipo drogado y armado. Mala combinación.
No recorrimos mucho camino. Ni siquiera salimos del barrio de
Ritz. Llegamos a una casa unifamiliar y nos bajamos del maglev.
—Pero esta no es la casa de… —empecé, pero me di cuenta de
que no tenía manera de explicar que sabía quién vivía en aquella
casa.
—La casa del alcalde, sí —contestó sin darle importancia—. Muy
observador leyendo el nombre en la entrada. Vamos al sótano. No
perdamos más tiempo.
Héctor
Korsak se había sentado frente a mí. Cruzaba las piernas como las
mujeres. Siempre me ha chocado eso en un hombre. Seguía
llevando la pistola en la mano, pero la tenía apoyada sobre la rodilla
y no apuntaba a nada en particular.
—Quiero saber quién te ha contratado para investigarme —dijo
yendo al grano. Solté un bufido.
—¿Por qué coño te iba a decir eso si me vas a matar
igualmente? —solté a su cara cruzando yo las piernas también, pero
apoyando el tobillo en la rodilla.
—No tengo que matarte, Damon —corrigió Korsak—. Si me
dices para quién trabajas, puedo encargarme de comprar su
silencio. Tú cobras, él cobra y yo sigo tranquilo con lo mío. —Me
señaló con el cañón para recordarme quién tenía el arma—. Sin
embargo, si te callas, tendré que matarte para estar seguro de que
no me joden el negocio. Capisci?
No pude aguantar la carcajada.
—¿Te has creído un mafioso o algo así? —pregunté todavía
descojonándome—. No eres más que un mierdas, Eddie.
—Soy el mierdas que tiene la pistola, tío —replicó sin perder la
sonrisa—. Seguro que estás acostumbrado a acojonar a todo el
mundo con tu chulería, ¿verdad? A mí no me impresionas. Yo puedo
pagar cien tokens a diez tíos y que te partan la cara. Seguro que
eras el que se ligaba a todas las tías buenas en el instituto. Yo no.
Yo no llamaba la atención de nadie. Sin embargo, tengo pasta.
Mucha pasta. Con la pasta puedes llamar la atención de quien
quieras y el fanfarrón con músculos será un guiñapo en el suelo si
pagas a unos cuantos pringados. Ese mierdas soy yo, Damon. El
que tiene la pasta y la pistola, pero casi nada de paciencia. ¿Quién
te ha contratado?
Medí mis posibilidades. Aquel capullo estaba acostumbrado a
ganar por las buenas o por las malas y no parecía tener escrúpulos
para llevarse el gato al agua. Lo que había dicho me retrataba
demasiado bien como para que no me hubiese tocado dentro. Yo
había sido un tipo que lo llevó muy bien en el instituto. Incluso le
daba alguna paliza a tipos como Korsak solo por pasar el rato.
Probé a bajar sus defensas.
—Pero llamaste la atención de Coreen Pickles —señalé con una
sonrisa torcida. Su cara no cambió de expresión.
—Exacto —coincidió—. Mi pasta llamó su atención. Puta Coreen
de los cojones. No sé cómo te has enterado de eso, pero me da
igual. Última oportunidad. ¿Quién te ha contratado?
Aquel capullo era difícil de descolocar. Solo me quedaba una
carta: la puta verdad.
—Me ha contratado tu madre, Eddie —dije retrepándome en el
sillón y disfrutando de la cara de pasmo que se le había quedado.
—¿Mi madre? —preguntó mirando al infinito—. ¿Mi madre
quiere saber quién es Mr. Pineapple?
—¡No, joder! —exclamé antes de soltar una carcajada—. Tu
madre quiere saber en qué anda metido su niñito que ya no para por
casa.
—No puede ser… —Aproveché el instante en que no me estaba
mirando para sacar el frasco que llevaba en la manga—. ¡Te lo estás
inventando!
—Para nada, tío —contesté—. Si la llamases más a menudo o te
pasases por casa, nada de esto habría pasado. Hay que cuidar la
relación con las madres, Eddie.
Korsak parecía a punto de estallar. Su imperio de la droga se
podía ir a tomar por culo por tener a su madre preocupada. Lo malo
era que el estallido podía llevarme por delante si no jugaba mis
cartas rápido.
—Vete a la mierda, Damon —dijo poniéndose en pie. Le imité y
quedamos cara a cara. Bueno, su cara quedó frente a mi pecho, a
un par de metros de distancia.
—¿Me estás hablando a mí? —repliqué con mi mejor imitación
de De Niro. Apreté el botón del frasco delante de su cara y se echó
hacia atrás.
—¡Hijo de puta! —gritó frotándose la cara—. ¿Qué coño me has
echado? ¿Perfume de mujer?
Efectivamente era el frasco de perfume de Bianca. Cuando se
enterase de que lo había cogido, tendría bronca. Eso si para
entonces no me habían volado la cabeza, claro.
Ruzz
Héctor
Héctor
Ruzz
La sorpresa había sido tremenda, pero Rose Mary Reginald era una
mujer que sabía reaccionar rápido y así lo hizo. Seleccionó en su
pad una cámara cercana que mostrase a sus tres acompañantes y
empezó a trasmitir en directo hacia el de Carlo.
—¿Te parece el mejor momento para contestar mensajes? —
preguntó su marido.
—Perdón —se excusó ella—. Tenía un asunto importante
esperando. Ya tenéis toda mi atención. Estabais diciendo que sois
todos parte de una organización criminal o algo así, ¿verdad?
—Vamos, Ruzz —intervino el comisario Grant—. No seas
dramática. Tan solo ayudamos a alguien a sacar adelante su
negocio, mientras nos llenamos los bolsillos y la ciudad ofrece un
nuevo tipo de diversión a los turistas. ¿Qué hay de malo en eso?
—Estaba convencida de que un policía lo sabría, pero veo que
me equivocaba —explicó ella—. Hay gente muriendo y tenemos una
enorme cantidad de personas con problemas psiquiátricos.
—Daños colaterales —desestimó el alcalde—. Hay demasiada
gente en Ilarki. Si perdemos a unos pocos centenares, pero
obtenemos un gran beneficio, no está mal. Lo que me gustaría
saber es cómo te has enterado de todo esto. ¿Has bajado al sótano
y visto la fábrica que hay instalada o el maldito White ha estado
metiendo las narices donde no le importa?
Una fábrica en el sótano. Aquello era demasiado. Estaban
fabricando la droga en su propia casa. La alcaldesa sintió cómo le
ardía la cara de ira.
—Estás usando nuestra casa para fabricar Vix —dijo levantando
un dedo—. Usas los ordenadores del ayuntamiento para crear la
simulación. —Levantó otro dedo—. Tú, Elliot, te encargas de que la
policía no se entere de nada. —El tercer dedo subió para
acompañar a sus hermanos—. Tú, Sylvia, sacas delincuentes de la
cárcel para acostarte con ellos. —El cuarto dedo hizo acto de
presencia—. ¿Me olvido algo?
—Te olvidas de lo que ha engordado mi cuenta en el banco,
querida —apuntó Walter con una enorme sonrisa—. No eres la
única que sabe hacer negocios en esta casa, ¿sabes?
—¿Con quién te has acostado? —preguntó el comisario Grant
sin hacer caso a su compañero.
—Con nadie más que contigo, mi amor —respondió Sylvia con
vehemencia.
—Bueno… —empezó Ruzz. Tecleó en su pad y la pantalla
grande del salón empezó a ofrecer una película pornográfica de dos
aficionados. Uno era Kurt y el otro la propia señora Grant, que
palideció de inmediato.
ALLÍ DONDE NACEN LOS
SUEÑOS
Seb
Carlo
Ruzz
Los Grant se habían enzarzado en una discusión sobre cuernos. Por
lo visto, el señor Grant había engañado a su esposa en varias
ocasiones y ella lo sabía bien. Lo sabía todo. Las mujeres, muchas
veces, lo saben, pero hacen como que no se enteran de nada para
seguir con sus cómodas vidas. En un abrir y cerrar de ojos, la
infidelidad de Sylvia con Kurt había quedado en un segundo plano
para ser reemplazada por una tal Isabella.
—No entiendo por qué me has dejado al margen de todo esto,
Walter —dijo ella dirigiéndose a su marido. Prefería ignorar la
discusión de los otros dos.
—Quería demostrar que puedo medrar por mí mismo —explicó
él—. Mucha gente piensa que soy lo que soy solamente porque
estoy casado contigo.
—¡Menuda majadería! —exclamó ella haciendo una
interpretación digna de un Óscar. Por supuesto que se lo debía todo
a ella—. Somos un equipo. Siempre lo hemos sido. Yo pongo el
olfato para los negocios y tú las relaciones públicas.
—¡Exacto! —convino Walter—. Pero quería demostrar que
puedo ser alguien sin ser parte de ese equipo. Por mí mismo.
Aquello le dolió a la alcaldesa. Aunque ya estaba decidida a
divorciarse de aquel imbécil, le dolía ver que él quería saber lo que
se sentía actuando solo. Jugando solo. Sin ella.
—¿Demostrar a quién, cariño? —preguntó para espantar
aquellos pensamientos.
—A todo el mundo. No sé —negó sacudiendo la cabeza—. Tal
vez a mí mismo, Ruzz.
—Pues creo que ya has demostrado todo lo necesario —
murmuró ella con tono meloso, mientras ponía una de sus manos
sobre la de él—. Está más que claro que puedes crear un imperio de
la nada, cariño.
No exactamente de la nada. Había usado la influencia y el poder
que tenía gracias a que ella le había llevado a ser alcalde. Y lo
había usado para poner la carrera de ambos en peligro por un
puñado de tokens.
—Me alegra que lo veas así, mi amor. —Él había abierto mucho
los ojos y sonreía abiertamente—. Temía que te enfadases.
—Me enfada que me hayas dejado al margen —explicó Ruzz—.
Entiendo que tuvieras tus reservas, pero ya sabes que siempre lo
hemos hecho todo juntos. Y sigo sin entender cómo puedes haber
montado una fábrica de droga en mi sótano sin que yo me entere.
—Pasas todo el día fuera, Ruzz —soltó Walter con una mirada
condescendiente. Como quien enseña a sumar a un adulto—. Sería
difícil que te enterases de algo de lo que sucede en esta casa. Con
el aislamiento que le hemos puesto, ni se oye ni se huele nada.
La alcaldesa hervía por dentro. Aquel bastardo había
aprovechado que tenía que trabajar casi todo el día para hundir su
futuro. Lo que hacía por los dos, él lo había aprovechado para
luchar por él mismo. No podía dejar que aquellos pensamientos se
mostrasen en su cara.
—Me encantaría verlo —aseguró cogiendo la mano de él con las
dos suyas.
—¡Por supuesto! —accedió el alcalde poniéndose en pie—.
Vamos todos al sótano a ver la fábrica de dinero.
Los otros dos habían dejado su discusión poco antes.
Seguramente querían aplazarla a un momento más íntimo. Ruzz
paró el vídeo que se estaba proyectando en la pantalla y acompañó
a su marido hasta la puerta del sótano. Cuando este iba a abrir
usando la palma de la mano en el medidor biométrico, sonó el
timbre de la entrada principal.
NO VA MÁS
Kurt
Ruzz
No era fácil saber qué cojones estaba pasando allí abajo. Nos
quedamos los tres pasmados con la boca abierta sin saber qué
hacer. Al final, fue la alcaldesa la primera en reaccionar.
—¡Ya está bien! —bramó bajando las escaleras. En realidad, no
subió mucho el volumen de su voz, pero la mujer sabía cómo hacer
que se la oyese por encima de una pelea de bar—. Primero dañáis
mi ciudad, luego destruís mi carrera y ahora resulta que estáis
destrozando mi sótano. ¡Basta ya!
Se había hecho el silencio. Sylvia Grant bajó de la espalda de su
marido y este soltó el cuello de Kurt. Ambos se pusieron en pie muy
despacio recolocándose la ropa. El alcalde y Dancevic dejaron su
discusión. El primero miraba hacia nosotros, perplejo, y el segundo
con el ceño fruncido.
—Ruzz, cariño —saludó el alcalde con un amago de sonrisa en
la cara—. No tenía ni idea de que nuestro socio estaba aquí.
—Ni tu socio ni un policía atado, claro —escupió la alcaldesa
acercándose a su marido—. ¿Ahora también secuestramos a las
fuerzas del orden? ¿Esta es tu idea de un buen negocio, Walter?
—Cariño, yo… —empezó a contestar él.
—¿Qué hace él aquí? —interrumpió Dancevic señalando a lo
alto de la escalera. Justo donde yo seguía pasmado junto a Bianca.
Aquello era jodidamente surrealista como para saber qué hacer.
—¿Quieres que te lo explique? —preguntó la alcaldesa—. Muy
bien. Te lo explicaré, pero, primero, dime qué haces tú en mi casa y
por qué tienes a uno de mis policías atado.
Milos miró al alcalde esperando que este le diese alguna señal.
No se la dio. Los Grant seguían muy quietos y Kurt había reptado
por el suelo hasta pegar la espalda a una pared. Me miraba
esperando que yo hiciese algo, pero no se me ocurría el qué. Ni
siquiera tenía claro que hiciera falta hacer algo.
—Yo estoy cuidando de mi negocio, señora —contestó Dancevic
—. Un negocio del cual usted no debería saber nada. Un negocio en
el que su marido y, por lo tanto, su futuro, están en juego.
—Iba a delataros a todos —gritó Kurt desde su esquina—. Me
estaba ofreciendo un trato para entregaros si a cambio le dejábamos
el historial limpio.
—Dime que tienes los putos archivos, Carlo —susurré por el
comunicador.
—Ochenta y dos por ciento —contestó—. Falta poco.
—¡Eso es mentira! —gritó Dancevic mientras se acercaba a
grandes zancadas a Kurt. Cuando estuvo cerca, aprovechó el
impulso para darle una patada en la cabeza. No pude ver dónde le
daba, pero Kurt cayó hacia el costado—. ¡Este malnacido miente!
Quería dinero para no delatarnos y le iba a explicar que no estaba
en posición de extorsionarnos. Un policía antidroga corrupto. Casi
parece un cliché.
Kurt se quedó quieto. No sabía si le había noqueado. Decidí
empezar a mover el culo.
—Ya que estamos todos juntos, creo que va siendo hora de
poner las cartas boca arriba —solté bajando las escaleras metálicas
que me llevarían hasta ellos—. Estáis casi todos los capullos que
habéis llenado esta ciudad de una droga que mata a unos y vuelve
locos a otros. El peor puto negocio de la historia.
—No estamos todos —gritó el alcalde—. El que maneja todo
esto se os ha escapado y tiene suficientes recursos como para que
nadie os crea y paséis la noche en un cráter.
Se le veía muy confiado. Era el momento de bajarle los humos.
—Si te refieres a ese que llaman Mr. Pineapple, un tal Eddie
Korsak, está ahí arriba —expliqué muy tranquilo mientras señalaba
con el pulgar sobre mi hombro—. Está atado y ha cantado como un
pajarito. Primero intentó matarme, pero es un puto niño de mamá
que no sabe manejar un arma. —Saqué su pistola y se la enseñé a
todos—. Quería matarme con esto. ¿La reconoces, Milos? Así que
ahora vais a poneros todos contra esa pared y portaros bien, o más
de uno va a salir de aquí con un culo nuevo en medio de la frente.
—Es el arma de Eddie —aseguró Dancevic con un cabeceo—.
Pero no me creo todo lo demás. Es un farol, Damon.
Me acerqué un poco más sin dejar de apuntar a los presentes.
Les fui juntando como un perro haría con las ovejas y acabé a un
par de pasos de él apuntando a su cabeza.
—¿Eres jugador? —pregunté—. Seguro que sí. ¿Qué te
apuestas a que es un farol? ¿Te apuestas tu puta vida?
Fue un placer ver cómo su nuez se movía arriba y abajo cuando
tragó saliva. Casi tan bueno como el ruido que hizo. Se calló de
golpe.
—Podemos arreglar esto como personas civilizadas —intercedió
el alcalde con las manos en alto y poniéndose en primer plano.
Aquel capullo no podía evitar robar planos incluso para recibir un
balazo—. ¿Cuál es tu precio?
—¿Perdona? —pregunté entrecerrando los ojos y apuntando a
su frente. Aquel hijo de puta estaba consiguiendo encabronarme de
verdad.
—Tu precio para olvidar todo esto, largarte de aquí y no volver a
tratar con nosotros jamás —explicó él—. Podrías jubilarte esta
noche, Damon.
—¡No hay dinero en este mundo para pagar por lo que habéis
hecho! —gritó Bianca aún desde lo alto de las escaleras.
—Vamos, Damon —soltó el alcalde con un gesto de comercial
de televisión—. Eres un muerto de hambre. Te partes la espalda
trabajando para llevar unos pocos tokens a casa. Hoy podrías
llevarte medio millón y no volver a trabajar nunca. ¿Qué me dices?
Era una oferta cojonuda, por supuesto. Era una oferta de puta
madre. La mejor que me habían hecho jamás. No podía aceptarla,
claro. No era por vender a Kurt. No era por principios. No era por
dejar a la alcaldesa tirada. Era por algo tan sencillo como que aquel
hijo de puta me había llamado muerto de hambre.
—No necesito tu puto dinero, Walter —gruñí entre dientes—. No
necesito nada de vosotros. Solo quiero veros en un juicio. Ver cómo
todos los informativos abren con vuestra jodida cara en primera
plana, por haber estado vendiendo una droga que mata a la gente a
la que deberíais servir, capullo. No hay dinero para pagar lo que voy
a sentir cuando os humillen. Ahora, aparta a un puto lado o te vuelo
la cabeza. Seguro que la señora Reginald testifica que me atacaste.
—Ya lo creo que te atacó, Seb —convino ella—. Si no llegas a
dispararle, te mata. De hecho, creo que lo mejor será disparar ahora
mismo.
El alcalde tragó saliva con tanto ruido como Dancevic un poco
antes.
—Y tú, capullo —dije apuntando al comisario Grant—. Ni se te
ocurra decir algo de las Naciones Unidas o te juro por mi madre
que…
Antes de que acabase, el tipo ya tenía las manos en alto y
temblaba como un yonqui en un cacheo.
—No tenéis pruebas —soltó Dancevic—. Nada que nos
incrimine. Solo al alcalde y esta fábrica en su sótano.
—Claro que las tenemos —aseguré—. ¿Verdad, Carlo?
Crucé los dedos mentalmente mientras apuntaba a Dancevic.
—Noventa y tres por ciento —respondió el italiano. Me cagué en
su puta madre—. Falta poco.
—No tenéis una mierda —dijo Dancevic acercándose a una
consola—. Todos los datos están en un ordenador del ayuntamiento
y voy a borrarlos ahora mismo. Salvo que me pegues un tiro, claro.
Pero tú no dispararías a un hombre desarmado.
Había dicho aquello mientras empezaba a teclear. No quería
dispararle. Pegarle un tiro a un hombre desarmado es jodidamente
difícil. Pero el muy idiota me miró. Giró la cabeza hacía mí dejando
de teclear y me miró con tal cara de prepotencia que no pude
retener más el dedo del gatillo.
Disparé.
POR NARICES
Seb
FIN
UNA BREVE EXPLICACIÓN DE
LA EXISTENCIA DE UNA
CIUDAD EN LA LUNA
Un abrazo
Martin McCoy
OTRAS OBRAS DEL AUTOR
SEB DAMON 3 14
¿Imaginas vivir una historia digna del cine negro en una ciudad de la
Luna? Tal vez te cueste imaginarlo, pero puedes leerlo.
Fácil, ¿verdad?