La Ruta de La Seda

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LA RUTA DE LA SEDA

LA ZAFRA

El gallo comenzó a cantar y Jorge Rafael Arrieta se despertó. De reojo miró el reloj que
colgando de la pared del rancho le gritaba, - ¡te dormiste vago¡

Apurado se calza el pantalón y las alpargatas, sale buscando la pileta donde lo espera el
jabón blanco y la toalla, se enjabona cara y axilas, se tira agua y con la toalla termina de alistarse
antes de ponerse la camisa de trabajo.

Saca la bicicleta, cierra la puerta y allá se va, como todos los días, a la zafra.

Su ranchito está al borde del pueblo en un caserío donde viven más de cien familias, todas
dependientes del ingenio. Se sumerge en el rio de gente que está pasando sin saludar ni ser
saludado, quizás porque tanto el como los demás aún no se despertaron totalmente y tampoco
tienen ganas de hablar.

Al rio lo forman varios cientos de personas porque en cada familia hay entre tres a cuatro
trabajadores de la zafra y el ingenio, ya sean madres, padres, hijos y hasta nietos.

En el torrente de compañeros que lo envuelve hay bicicletas, motos y también un par de


camiones que esperan en las esquinas a que la gente suba y luego parten raudos.

En pocos kilómetros y a medida que van entrando al campo la gente se va repartiendo y el


rio se seca porque todos terminan siendo devorados por el rey de este mundo, el cañaveral.

El capataz que los espera al lado del camino con una camioneta llena de herramientas las va
repartiendo según la tarea de cada zafrero, al Jorge le da un machete para que se meta en el surco
mientras le grita <Metele Arrieta, ponele ganas que la producción esta floja>.

Aquí empieza la ruta, es la etapa inicial, la del machete y el sudor con la cabeza envuelta
bajo el sombrero para poder soportar los tábanos y mosquitos. También hay que tener el ojo atento
para no pisar la yarará que zafó de la quema previa.

Y comienzan las diez horas como todos los días del año.

Ya son treinta y tres los años dedicados al azúcar amargo de la paga escasa, sin obra social,
sin aguinaldo, sin vacaciones y sin jubilación.

El Jorge comenzó de zafrero a la edad de catorce cuando murió su padre y la alternativa era
ocupar su lugar o irse del pueblo toda la familia. Había deudas en el almacén, y el rancho era
prestado. No había entonces otra salida que poner el lomo y lo hizo.

EL BAGAZO

Esa misma mañana Eduardo Emilio Arrieta ve pasar a su hermano Jorge que montado en la
bicicleta va rumbo a la zafra mientras el con sus dos hijos en el camión se van para el ingenio.

<Chau Jorge> es el grito que le sale sin pensarlo, y el hermano le contesta con la mano y una
sonrisa.

Emilio ya lleva veinticinco años de trabajo, Roberto su hijo mayor suma doce.

También quedaron en casa otros tres niños que son muy menores aun, pero en poco tiempo
más comenzarán a sumarse al trabajo a menos que un milagro los lleve lejos.
La familia de Eduardo Arrieta trabaja en el sector del bagazo cargando los camiones con el
desecho que queda después de extraer el azúcar, y que será llevado luego a la papelera de Entre
Ríos.

Se calzan los guantes y comienzan a cargar la cinta transportadora que lleva la materia hasta
el playón donde esperan los camiones. El galpón es caluroso, sofocante. Por un costado entran los
carretones llenos de bagazo tirados por un tractor. En el medio la gente los recibe y los acomoda
como puede en la cinta que va subiendo hasta la altura del semirremolque. Cuando está completo
de la carga el capataz pega el grito < ¡paren de cargar!>. entonces el camión con el semirremolque
completo de bagazo se va y deja su lugar al camión que sigue.

Para ellos igual que para Jorge, serán otras diez horas como los trescientos doce días
laborables al año. Los Arrieta cargan diariamente dos camiones semirremolque, o sea ochenta
toneladas de bagazo.

Y así se les va pasando la jornada.

Emilio y sus hijos, y también Jorge, vuelven a sus casas cuando baja el sol.

Sucios y malolientes, ametrallados por tábanos y mosquitos, muertos en vida por el


cansancio. Adelina los espera en la puerta, los abraza, los besa. Con dos baldes de agua y jabón se
bañan en el galponcito al lado del aljibe. Luego de secarse se visten con alguna ropa limpia y se
sientan a la mesa de la galería para disfrutar del yerbeado con tortilla de grasa cubierta con quesillo
de cabra y dulce de cayote que prepara la Adelina para agasajarlos y mimarlos.

El Emilio sentado en la banqueta mira caer el sol y siente que desde atrás las dos manos de
su compañera se apoyan en sus hombros y le dan un masaje suave. Después viene un beso en la
mejilla y juntos miran caer el sol mientras el manjar dulce le llena el paladar y un hilo de cayote
cuelga de su boca.

El Emilio se pregunta, ¿cómo sería el gusto si al final no lo invadiera la sal de las lágrimas?

LA PAPELERA

El recorrido de la ruta ya tiene dos etapas tan necesarias e imprescindibles una como la otra.
La zafra donde Jorge endurece sus brazos y su alma empuñando el machete mientras espanta los
mosquitos que le chupan la sangre. Chupan la sangre como el patrón, pero mucho menos.

Su vida es un transcurrir doloroso entre las paredes del cañaveral que se elevan el doble de
su estatura y muchas veces siente que pelea contra un monstruo verde e invencible, y que con sus
machetazos solo logra atrasar el día en el cual será inevitablemente devorado.

Y la etapa del ingenio cuando después de extraer el azúcar, Emilio y su hijo cargan con
bagazo las cintas que luego llenarán los camiones.

Emilio se pregunta si Jorge nunca dejará de zafrar con el machete permitiendo que ellos
puedan descansar un par de días. Para poder ir a pescar al rio y tomar yerbeado con tortilla bajo la
galería al atardecer.

Difícil que eso pase piensa porque el Jorge tiene brazos fuertes y mucha hambre, no puede
dejar de zafrar.

La tercera etapa empieza con los camioneros cuando salen de la yunga buscando el Paraná
en cuyas orillas esta la fábrica del papel. Camino largo y sinuoso al comienzo, casi dos mil kilómetros
de ruta compartida con otros camiones que llevan granos y traen arena. Y al llegar encuentran el
mismo calor, la humedad y los mosquitos, como si hubieran trasladado también el clima además del
bagazo.

Lo que cambia es el paisaje porque a la selva en lugar de abrazarla las montañas, ahora la
abraza el rio.

Pero hay otro cambio, y es más importante que el paisaje y el clima.

Las condiciones de trabajo son distintas. Aquí hay horario fijo de salida, comedor al
mediodía, ropa de trabajo, solo cinco días laborables a la semana, consultorio médico, vacaciones y
una escala salarial que cada tanto es modificada acompañando los precios de lo que cuesta vivir
dignamente.

Nada se consiguió gratuita ni rápidamente. Fueron años de hablar, organizarse, tenerse


confianza y al final, luchar por condiciones dignas y humanas de trabajo.

Hubo despedidos, amenazados, encarcelados y también desaparecidos. El patrón se sintió


siempre seguro porque el juez y la policía estaban de su lado. Él siempre tenía razón en cada
conflicto, así lo decía el juez y así lo imponía el comisario porque “estos negros holgazanes quieren
cobrar el salario sin trabajar”.

Muchos años de agachar la cabeza y preparar el lomo para el lonjazo con tal de llevar algo
de comida al rancho donde esperaban las Adelinas y los hijos.

Pero un día algo pasó.

Por fin se ganó un conflicto porque desde el estado nacional hubo leyes que los protegieron,
y hubo inspectores que los visitaron, y hubo esperanza.

La diferencia tiene un nombre, buscado, luchado y conseguido, se llama SINDICATO. Y se


llaman DELEGADOS OBREROS.

Y hoy el papel ya no tiene olor a sangre, ni ruido de garrotes, ni gritos de rabia y humillación.

< Hoy se puede pelear con mejores posibilidades de ganar cuanta más organización haya
entre los compañeros. > Les dice el delegado cuando por algún motivo se viene el conflicto.

< Es cierto que injusticias y privilegios sobran. Pero estamos en el camino y dar marcha atrás
es regalar lo conseguido con sacrificio y lucha. >

¿Porque es la ruta de la seda? Porque la vida será suave cuando desaparezcan los
chupasangres. Porque si no somos iguales, al menos tengamos las mismas posibilidades. Porque la
materia prima no es el bagazo, es el trabajo digno.

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