Hermosas Cicatrices - Kristel Ralston
Hermosas Cicatrices - Kristel Ralston
Hermosas Cicatrices - Kristel Ralston
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Kristel Ralston
Hermosas cicatrices
ePub r1.0
Titivillus 27.09.2022
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Título original: Hermosas cicatrices
Kristel Ralston, 2022
Diseño de cubierta: H. Kramer
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Índice de contenido
Cubierta
Hermosas cicatrices
Dedicatoria
Agradecimientos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
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Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Epílogo
Sobre la autora
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«Si tú me recuerdas no me importa que el resto del
mundo me olvide.»
Haruki Murakami
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AGRADECIMIENTOS
Escribir una novela jamás es una tarea sencilla. No importa que lleves 20,
30 ó 40 libros publicados y casi una década de ejercicio profesional a tiempo
completo. Cada trama y personaje contiene un detalle diferente y especial, a
los escritos anteriormente; siempre es una nueva aventura, un reto complejo.
Las aventuras implican miedos, dudas, alegrías, euforia, sonrisa, lágrimas,
frustración y a veces, un trago de tequila para celebrar o acompañar la
frustración. ¿El té sirve? Sí, claro, también.
Los escritores tenemos que aprender a dividir nuestra vida cotidiana de
aquella que plasmamos, como fantasía o mundo paralelo, en cada página que
se transforma en un libro, pero, a veces, la realidad del día a día se cruza
fuertemente y retrasa nuestros procesos creativos. La única opción es seguir,
siempre. El camino es empinado, jamás plano, jamás fácil, pero el que ama
escribir, entiende que esta carrera es de resistencia. Una carrera que se vuelve
más llevadera cuando tienes lectoras maravillosas a lo largo del camino.
Por estas lectoras, ustedes, me siento profundamente agradecida.
No importa si el libro que publico es considerado un top ventas o uno de
aquellos que se ha quedado guardado en alguna empolvada estantería. La
historia fue contada y es lo primordial. Lectores, sean empáticos con los
autores; somos seres humanos: sentimos, pensamos, tenemos familias,
necesidades como en cualquier otra profesión, en especial si vivimos de esto;
ponemos algo más que solo talento en cada página: dejamos nuestras
ilusiones, así como el tiempo que dejamos de compartir con nuestras familias;
y amor.
No lograrían comprender, porque es imposible, lo existe tras estas
pantallitas de acceso con un «clic», ni en las realidades que cada autor
atraviesa, pero tratar de ser empáticos es un gran paso. Si no les gusta un
libro, no lo destruyan con opiniones nefastas o maliciosas; simplemente, no lo
comentan y listo. Los escritores tenemos emociones que, a diferencia de otras
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profesiones no-artísticas, están enlazadas en las redes de la ficción que
ustedes tienen en sus manos; un hilo emocional de nosotros, muy personal,
siempre se va en cada libro.
Existe un acuerdo implícito embargado de calidez y emociones cuando se
publica una historia. Un libro no es un objeto frío; un libro tiene magia. Si esa
magia no llegó con un autor, siempre esperará, porque sé que llegará con otro
o con el mismo, en otro libro.
Me ha sucedido, muchas veces.
Necesitamos un mundo solidario y no destructivo. La novela romántica
existe para entretener, hacer soñar, lograr sonrisas y crear una sensación de
bienestar. Es una bonita fantasía de palabras entrelazadas que, puede o no,
recoger acontecimientos reales.
Gracias por elegir mis novelas, disfrutarlas y recomendarlas. Han sido
años increíbles. No sé cuándo todo esto llegue a su fin, pero hasta entonces, lo
disfrutaré al máximo. ¡Las espero a mi lado como ha sido siempre en
próximas aventuras! Vamos juntas, riéndonos, enamorándonos de las letras y
bosquejando teorías de cómo, cuándo y dónde, acabarán los personajes de
estas historias de universos infinitos.
Quiero agradecer especialmente a mis lectoras beta, por su paciencia,
cariño y apoyo, para llevar Hermosas Cicatrices a concluir su viaje, hasta
quedar en la forma ideal para ser leída. Chicas, sus invaluables comentarios y
sugerencias han sido importantes para mí. Gracias, gracias, gracias. Espero
algún día abrazarlas en persona, a pesar de la distancia geográfica: Liz (Libros
Que Dejan Huellas, USA). Andrea P. (Argentina). Jonaria C. (Venezuela-
Argentina). Claudia C. (Perú), y Sonia P. (Centroamérica).
A mis Maestros, aquellos que transcienden las dimensiones y ponen
pruebas constantes para mi evolución, pero a pesar de la complejidad, hallo
recompensas. Gracias, gracias, gracias.
El agradecimiento desde mi corazón hasta el cielo para la que me hace
falta cada día, pero la que me dio siempre alegrías con sus cuatro patitas,
ladridos e incondicional amor, Sookie. Seguro cuando el mundo deje de girar
para mí, nos volveremos a ver, te abrazaré y te daré todas las golosinas que te
gustaban. Te extraño, infinito, compañerita de desvelos.
Finalmente, no por eso las menos importantes, ustedes, mis lectoras de
todo el mundo. Gracias por hacer posible que escribir sea un placer, una
alegría constante y pueda continuar bosquejando ideas que se transforman en
libros con un final esperanzador. El amor es la fuerza más poderosa que
mueve al mundo y para mí, como escritora de novela romántica
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contemporánea, es un privilegio narrar historias que puedan marcar una
diferencia.
Con amor,
Kristel
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CAPÍTULO 1
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expectativas intangibles creadas por la fantasía de estar rodeados de
multimillonarios y empresas que jugaban a crear sueños o recrear historias
con un giro fantasioso. La fama o la promesa de esta era un veneno que, en la
meca del cine, se consumía a raudales como opiáceos.
Kristy, la mejor amiga de Brooke, solía estar siempre apoyándola en los
momentos difíciles y también en aquellos llenos de irreverencias, pero llevaba
una semana filmando en un set en Estambul y no podía regresar a California
de inmediato. Al menos, por teléfono y cuando la diferencia horaria lo
permitía, lograban hablar un rato.
Sin embargo, la única persona que debería estar, sin excusas válidas o no,
cruzando ese arduo puente con Brooke era Miles Laurentis, el padre del bebé
que ella acababa de perder a causa de un aborto espontáneo a las once
semanas de gestación. El insensible hijo de perra le había dicho, cuarenta y
ocho horas atrás con absoluta frialdad, que estaba en las últimas
conversaciones para firmar el contrato musical del año para su compañía
productora y si la de ella era una operación sin riesgos, entonces él podría
enviar a su asistente personal para que la acompañara de regreso a casa. Le
aseguró que al ser ella tan joven la vida continuaba y que juntos tratarían de
tener otro hijo, agregando que este embarazo había sido un accidente,
entonces los siguientes serían un poco menos traumáticos si sabía a qué
atenerse.
—Nena, el mundo no puede detenerse y tú eres fuerte —le había
comentado Miles en tono condescendiente, mientras de fondo se escuchaban
voces que lo instaban a darse prisa para entrar a una reunión de negocios—.
En menos de lo que crees te habrás recuperado, volveremos a disfrutar de la
vida y tendremos otros bebés. Te olvidarás de este episodio…
—¡Mira qué imbécil eres, Miles! Es un ser vivo ¡no un accesorio que si se
extravía se recupera o se puede comprar o reemplazar! —le había gritado,
ante la mirada preocupada de las enfermeras que iban a prepararla para
retirarle los restos del feto que no habían sido expulsados del todo—. Es
nuestro bebé… era… nuestro bebé… Su vida era importante, aunque no
hubiera llegado a concretarse del todo hasta su proceso final… Dios… —
había susurrado rompiendo a llorar, porque fue inevitable.
—Considera la factura del hospital pagada. Ahora no puedo seguir
hablando, cariño. Sé que debes estar triste, pero nada más salir de esta reunión
te llamaré. Quiero casarme contigo, no lo dudes, nena. Seremos la próxima
pareja de élite de esta ciudad.
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—Vete a la mierda —había dicho cerrando la llamada con profunda
decepción.
Qué ingenua fue al creer que un anillo de compromiso, un año y medio de
relación, y decenas de románticas fotografías esparcidas en los medios
sociales de Los Ángeles serían suficientes para garantizar que Miles sería el
ancla emocional que sus padres jamás le ofrecieron. La encandiló con su
experiencia y sembró la certeza de que podía confiar en él.
Jamás pensó que Miles fuese capaz de abandonarla a su suerte, en especial
cuando más lo necesitaba. Prefirió anteponer una negociación, en lugar de
velar por la mujer a la que le había puesto un anillo en el dedo con la promesa
de casarse y cuidarse mutuamente.
Después de esa llamada, Brooke entendió que había dado más de lo que
recibió, obnubilada por la fantasía del amor. Fue incapaz de ver la realidad sin
los filtros propios de las expectativas, pero no porque hubiera sido imposible
quitarse la venda de los ojos, sino porque su vanidad romántica no la dejó
entender. Las veces en que quiso hacer algo por su carrera como ingeniera en
desarrollo de software, Miles le dijo que era muy joven para estresarse y que
sacaría más provecho yendo con él a eventos corporativos como su
prometida.
Qué idiota había sido al creerle, entregar sus ilusiones, y apostar por el
amor. «Jamás volveré a cometer ese grave error». Se limpió las lágrimas con
el dorso de la mano, en el preciso instante en el que la enfermera se aclaraba
la garganta. El leve sonido trajo a Brooke de nuevo al presente, instándola a
ignorar sus tristes reflexiones.
—Déjeme sola, por favor… Gracias por todo… No creo que por ahora me
haga bien conversar con otras mujeres o grupos… —susurró en un hilillo de
voz, mientras escuchaba el «clic» que daba cuenta de que su única compañía
volvía a ser el tono blanco de las paredes, el aroma a desinfectante, la ventana
que daba la vista hacia un cielo que empezaba a adormecerse al ocaso y el
sonido de la máquina que controlaba sus signos vitales.
Brooke colocó ambas manos sobre su abdomen y contuvo un sollozo.
El ginecólogo le había asegurado que, a pesar de que existía la posibilidad
de un nuevo aborto espontáneo, lo importante era que ella se mantuviese
saludable y monitoreándose con más frecuencia cuando volviese a quedar
embarazada. Brooke no sentía que estuviera preparada para tener otro bebé en
un futuro, porque el trauma emocional de perder al primero había sido
doloroso y el temor de atravesar otro episodio similar era más grande todavía.
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Siete meses después…
Los meses posteriores a la pérdida de su bebé, Brooke había logrado
sobreponerse poco a poco a la sensación de culpa, gracias a la terapia
psicológica; el vacío y la ansiedad también fueron desapareciendo. Después
de abandonar la casa que compartió con Miles, a pesar de los ruegos de él
para que le diera otra oportunidad y mantuviesen el compromiso matrimonial,
ella optó por alquilar un pequeño estudio en Santa Mónica y llevarse todas sus
pertenencias. Con la venta del anillo de compromiso hizo una donación a la
clínica de rehabilitación que, incontables ocasiones, había sido el refugio para
su hermano Raffe.
Los Sherwood no siempre fueron una familia acaudalada, pero cuando el
dinero empezó a llegar a raudales, Vera y Nicholas cambiaron por completo y
su naturaleza sencilla se vio trastocada por los incontables accesos
privilegiados que su nuevo estatus de millonarios les concedió. Raffe pagó el
precio de los beneficios ilimitados y el libertinaje desmedido. Sus padres
empezaron a tener affaires y peleas monumentales. Brooke intentó mantener
un equilibrio, porque los desastres familiares habían calado profundo en sus
emociones. Quizá por esto último, a pesar de ser ella la menor de la casa,
llevaba claro que no quería repetir la historia de otros ni contaminarse con esa
clase de toxicidad.
Por lo general, ni Vera ni Nicholas tenían tiempo para Brooke, pero este
año habían insistido en organizar la fiesta de su cumpleaños veinticinco. La
fecha coincidía con el lanzamiento de la nueva tienda de ropa de la compañía
familiar, LuxTrend. Dos celebraciones juntas que implicaban un guiño a la
prensa, aumento de reputación empresarial, el aplauso de la gente, la llegada
de personajes famosos y bebidas a raudales. Sus intenciones no eran
maliciosas, pero sí calculadoras y enfocadas en asuntos financieros.
—Veeenga ¡a menear el cuerpo que hoy cumples veinticinco años y hay
que celebrarlo, bailando, a lo grande y no solo por esta noche! Tus padres, al
menos tienen un poco de conciencia y han organizado esta fiesta para ti —
dijo Kristy acomodándose las sandalias de tacón. Llevaba un vestido negro
cortito que resaltaba su figura esbelta—. Suma a ello que el idiota de Miles
tiene prohibida la entrada a esta propiedad, así que podrás pasarla bien y
quién sabe, tal vez encuentres al hombre de tu vida entre los modelos tan
guapos que trabajan para la firma de ropa de tu familia —esbozó una sonrisa
—. Ten en consideración que uno se parece a Jamie Dornan. Nunca se sabe
cuándo será el momento de comprar sábanas nuevas.
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Brooke soltó una carcajada y meneó la cabeza. El sonido de su propia risa
parecía haber empezado a resurgir con más frecuencia y tenía la intención de
habituarse a él. En esos momentos estaban en el cuarto de baño, que más bien
parecía un vestidor debido a la amplitud y el excelente sistema de
iluminación. Se habían tomado un break de la fiesta para retocarse.
Ella y Kristy se habían conocido en clases de ballet cuando eran muy
pequeñas. Ambas eran muy distintas en todo aspecto, pero su compás moral
era alto. Mientras Brooke tenía el cabello rubio, piel blanca y los ojos verdes,
Kristy tenía el cabello y ojos negros, así como la piel canela herencia de su
madre armenia; una disfrutaba las comedias románticas, la otra prefería las
películas de terror; Brooke optaba por los enredos matemáticos y lógicos,
Kristy disfrutaba encarnando personajes diversos a través de sus roles como
actriz.
—El amor está vetado por el resto de mis veintes —replicó con seriedad y
acomodándose el broche en forma de mariposa que recogía sus cabellos
dorados hacia un lado—. Sobre el sexo, la verdad no sé todavía cómo
asumirlo. Durante año y medio, el único hombre en mi cama fue Miles. —Se
retocó el labial rojo—. La idea de estar con otra persona no me desagrada,
pero soy incapaz de lograr visualizar algo así ahora mismo.
Kristy ladeó la cabeza, mirándola.
—Eso es un asunto de química, compartir fluidos, divertirse y luego
olvidarse. No necesitas estar enamorada ni hacer ejercicios de visualización,
lo sabes bien, porque sí has tenido un par de amoríos de ese estilo. Es solo
ceder a la atracción mutua. Al menos el idiota de Miles no fue tu primer amor.
Será un borrón en tu memoria con los años.
Brooke se tocó el pendiente de zafiros que le había regalado, muchos años
atrás, su abuelo paterno, Charlie. Lo echaba en falta a él y a Melody, su
abuela, porque los recuerdos creados en esa mansión con ellos eran todos de
amor y risas. Fue de las épocas más felices de los Sherwood. Su reticencia a
visitar con frecuencia a sus padres no solo se debía a la superficialidad de la
que ahora hacían gala, sino porque en la casa estaban las memorias de su
hermano, los años con sus abuelos, las risas que jamás volverían.
Enfrentar esos recuerdos cada tanto no era fácil. En esta ocasión había
aceptado celebrar su cumpleaños en la casa y dejar de lado los
sentimentalismos, porque estaría rodeada de gente y no existía ese opresivo
silencio de las paredes que guardaban historias.
—No soy tan aventurera o quizá sea que la persona que puede lograr
captar mi interés es de otro planeta y no ha llegado a la Tierra.
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Kristy se rio y le dio un empujón suave con el hombro.
—Si volvieses a ser consciente de lo guapa que eres, en plenitud, te darías
cuenta la cantidad de hombres que te devoran con la mirada, Brooke. Si les
prestaras atención, entonces sabrías si hay o no química, pero pasas de ellos.
El sexo es carnal y tiene que haber una mirada o un roce o una sensación
intensa; si miras a otro lado, pues obviamente no encontrarás química con
nadie, tontita. Esta noche, antes de venir a retocarnos, durante las horas que
hemos pasado bailando y disfrutando, yo te podría señalar cuántos hombres
estuvieron a punto de invitarte a la pista, pero desistieron, porque los
ignoraste. —Brooke la miró con curiosidad, porque quizá era cierto, no se
había fijado—. Es momento de quebrar todas las murallas que te resistes a
romper en ese aspecto. Deja a Miles de lado de una vez por todas.
Brooke suspiró con resignación.
Miles había sembrado una huella de inseguridad sobre su capacidad de
elegir a los hombres correctos. No se negaba a la posibilidad de un affaire,
pero tampoco había encontrado en ese tiempo a una persona que consiguiera
despertar una llama que lograse consumirla de anhelo sexual. ¿Era esa
sensación algo real o una proyección propia de las aspiraciones que creaba el
marketing sobre la atracción? Debía reconocer que Miles había sido un
amante decente, pero su piel no ardía con sus toques. Quizá la llama nunca se
encendió del todo y ella tan solo se aferró a la idea de hacer funcionar esa
relación por el miedo al fracaso, a la ruptura. Sin embargo, su relación
terminó siendo una casa de naipes.
—Quizá necesite un poco más de tiempo —replicó Brooke con tono
suave.
—Es un buen inicio: reconocer una posibilidad, sin rechazarla, y abrir un
espacio.
—Por cierto, Kristy —dijo bajando la voz, aunque no era necesario
porque estaban solo las dos, poniéndose más guapas, antes de regresar al patio
principal para que cantaran el cumpleaños feliz—, he visto a mi padre
escabullirse en su estudio con un grupo de hombres que parecían ir de pocas
pulgas. No me dio la impresión de que fuese una reunión muy amistosa.
¿Crees que debería acercarme? Mi madre parece distraída en otras cosas.
Sus ojos verdes refulgían con el delineador negro, pero eran sus labios y
curvas los que conseguían darle la apariencia de aquellas bellezas de
Hollywood de los años 60´s, al estilo de Anita Ekberg. Incontables ocasiones
su mejor amiga le sugirió que hiciera casting de cine, pero Brooke amaba más
los desafíos que implicaba conectar sistemas de redes y software.
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El sueño de Brooke consistía en abrir su propia oficina de consultoría en
seguridad informática y desarrollar softwares personalizados para mejorar
procesos en entornos corporativos. Iría gestando todo poco a poco, pues lo
primero que tenía que hacer era adquirir práctica profesional más profunda.
Al menos poseía, gracias al círculo social en el que se desenvolvía, una red de
contactos amplia con la que podría contar para encontrar un sitio de trabajo
que le pudiera dar experiencia y posibilidades de expansión.
—Esta también es la celebración de la apertura de una nueva tienda y
colección. Entonces tu padre debe estar recibiendo consultas, aunque prefiera
no hacerlo, en la oficina como algo de última hora. De seguro no es nada
inquietante.
Brooke soltó una exhalación.
Ella presentía que algo no iba bien y la incomodaba no ser capaz de
quitarse esa sensación. Sin embargo, no quería abrumarse por simples
sospechas que, tal como decía Kristy, no tenían razón de existir. Además,
quería empezar un nuevo año de vida diferente para trazar un nuevo capítulo;
las hipótesis fatalistas no formaban parte de esa intención.
—Quizá estar rodeada de tanta gente, después de estar meses evitándolo
por todo lo que me ocurrió, me ha hecho sentir un poco agobiada —acordó
Brooke.
—Ya estás preparada para emprender tu retorno al ruedo social —dijo
Kristy riéndose—, así que sigamos aprovechando tu cumpleaños como la
excusa y motivo perfecto.
Las dos empezaron a caminar hacia el patio.
La decoración de la fiesta era increíble, pues mezclaba el concepto del
libro favorito de Brooke, Alicia en el País de las Maravillas, con elementos
de la ropa de LuxTrend para los camareros y demás personal. El resultado era
atractivo y fascinante. Los asistentes no estaban llamados a seguir ese
concepto, pero algunos optaron por unirse a la tendencia.
Vera le hacía señas a su hija para que se acercara rápido y soplara las
velitas. A ella le gustaba usar el dinero, pero no le importaba cómo se lograba
amasarlo, así que estaba satisfecha con los resultados de esa noche. Adoraba
las fotografías y lucir sus alhajas.
Brooke, a medida que avanzaba a lo largo del patio, hacia el lugar en el
que Vera esperaba, también buscó con la mirada a su padre. Este no estaba
por ningún lado. Le fue imposible no preguntarse quiénes serían esos
hombres de expresión críptica, así como el por qué estaban tardando tanto en
salir del estudio de Nicholas.
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—Querida amiga, te prometí que mi obsequio para ti sería uno especial —
dijo Kristy en tono divertido—, así que después de que toda esta
muchedumbre se marche de este fiestón, nos quedarán cinco horas para ir al
aeropuerto. —Brooke la miró intrigada—. ¡Tengo boletos para Las Vegas!
Nos iremos a ver Magic Mike en primera fila. ¿Qué tal con eso?
Brooke se echó a reír y luego empezó a dar saltitos de alegría, ante la
mirada risueña de los invitados que creían que a ella le hacía ilusión compartir
ese día con ellos. Tontos. Los boletos al espectáculo de Channing Tatum
solían agotarse al instante, así que el hecho de que Kristy los hubiera
conseguido era increíble. Ambas se abrazaron, eufóricas.
—¡Eres la mejor, oh por Dios, veré a esos bombonazos en vivo!
—Lo sé, lo sé, hoy se acaba toda la mala racha —replicó, terminándose
por completo la copa de champán. Un camarero llegó al instante para darle
otra—. ¡A tu salud!
Brooke estaba exultante como no lo había estado en meses. Sus padres
parecían incluso más generosos que de costumbre y le entregaron semanas
atrás, como obsequio anticipado de cumpleaños y como parte de su herencia,
el cinco por ciento de las acciones en LuxTrend. Desde entonces, ella
intentaba tomar una decisión profesional: trabajar un año para la empresa
familiar o lanzarse de lleno a la aventura de buscar empleo en otras
compañías.
—Brindo por un nuevo inicio —dijo Brooke con la certeza de que,
finalmente, el universo había dejado de castigarla con lecciones de vida
demasiado complejas y dolorosas. Todos se merecían un respiro y ahora tenía
el suyo—. ¡Y por Magic Mike!
Kristy soltó una carcajada, mientras Vera detenía la cháchara de ambas al
golpear la copa de cristal para pedir la atención de los presentes. Los
murmullos se apagaron de a poco.
Los invitados pertenecían a los usuales círculos sociales que frecuentaban
los Sherwood, a excepción de Brooke que prefería mezclarse con ellos solo si
era indispensable o para mantener vivos los lazos de amistad. Vera sabía que
esa fiesta sería la ocasión social de la que se hablaría durante los próximos
días, así que había calculado muy bien quiénes eran sus invitados. Entre los
asistentes constaban populares columnistas de espectáculo, reconocidos
empresarios, un par de personajes famosos y también inversores. Vera quería
que ellos recordaran y replicaran el mensaje de que LuxTrend estaba para
quedarse.
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—Quiero celebrar a mi hija en su cumpleaños, agradecerles por estar aquí
para festejar a Brooke, así como a la nueva tienda de LuxTrend que abrimos
esta mañana en Rodeo Drive. Gracias por estar aquí y compartir un momento
tan especial para los Sherwood y sus socios corporativos. ¡Por más años y
más éxitos! —dijo levantando la copa. Llevaba un vestido crema de Valentino
que resaltaban la belleza que continuaba luciendo con aplomo a sus sesenta
años—. Ahora, señores —miró a los músicos y al DJ—, vamos a cantar el
cumpleaños feliz.
Los invitados empezaron a corear las primeras notas. Brooke sonreía de
corazón y miraba a su mejor amiga, emocionada, porque pronto irían a Las
Vegas. ¡Sería épico!
A los pocos segundos, Nicholas llegó al patio y le dio un abrazo
inesperado a su hija que ella, por acto reflejo y también sorpresa, devolvió. Él
empezó a cantar siguiendo el buen ánimo de todos, pero Brooke lo sintió un
poco tenso. Ella no le dio importancia y pretendió que todo iba bien, hasta
que no lo estuvo y su vida se desmoronó para siempre.
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CAPÍTULO 2
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álbumes e incluso gran parte de sus cosas. Compró todo nuevo. Nunca hizo
un esfuerzo por recuperarlos, porque sabía que siempre podría encontrarlos en
casa cuando estuviera lista para abrirlos de nuevo.
Sin embargo, el día en que el infierno le dio la bienvenida a su familia,
aparte de tratar de sobrevivir al caos, lo último en lo que pensaba eran
álbumes o cualquier otro aspecto distinto a equilibrar su frágil economía. Si
no hubiera sido por la llamada del abogado, esa mañana, ella habría perdido la
única oportunidad de buscar esos recuerdos tangibles.
—Lo sé, no es mi intención interrumpir esta diligencia, solo…
—¿Qué es lo que quiere entonces, señorita? —interrumpió, cruzado de
brazos. Le quedaban varias diligencias por delante y no le apetecía perder el
tiempo.
—Saber si es posible revisar, entre lo que ha quedado de las habitaciones
o el sótano inclusive, si hay unos álbumes de fotos que son importantes para
mí. No tuve opción de buscarlos antes por razones que le aburriría escuchar
—murmuró—. Esta es mi última oportunidad. Necesito encontrarlos antes de
que los destruyan o comprobar que todavía no lo hayan hecho —replicó con
inquietud al considerar que esto último fuese un hecho.
Ella entendía que los tesoros en la vida no brillaban ni tenían seguros
contra robos. Su madre solía decirle que carecía de ambición y perspectiva,
pero a ella no le importaba. Vera se hubiera enfurecido si hubiese visto a su
hija yendo a pedir un favor por algo que, a sus ojos, era simplemente basura.
Brooke ya no tenía que soportar las opiniones de sus padres en especial desde
el día en que, por culpa de ellos, se convirtió en una paria social.
Después de que terminaron de cantar la última nota de su cumpleaños 25,
los hombres que estuvieron reunidos en el estudio con Nicholas irrumpieron
en el patio, entre la exclamación consternada de Vera y las fotografías que
captaban los invitados, para esposar al accionista mayoritario de LuxTrend:
Nicholas James Sherwood. Brook supo después, durante el proceso legal, que
esos individuos eran agentes encubiertos y que arrestaron a su padre bajo la
acusación de lavado de activos por más de ochenta millones de dólares. Lo
que habría sido una memorable ocasión de celebración se convirtió para
Brooke en caos y vergüenza.
A partir de ese momento sintió que ya no existía un puerto seguro, más
que aquel invisible al mundo: su espíritu de supervivencia.
No hubo Magic Mike, sueños renovados o posibilidades de tener días
medianamente serenos. Todos sus planes profesionales se anularon. Nadie
quería contratarla. Brooke era el daño colateral de su padre. Incluso la dueña
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del estudio le pidió que desalojara la propiedad, argumentando que la prensa
había empezado a perturbar a los vecinos con preguntas.
Los titulares en los periódicos machacaron a los Sherwood, en especial
cuando se anunció que no habría opción a fianza para Nicholas. Todas las
sucursales de LuxTrend cerraron y los empleados iniciaron juicios laborales.
Los bienes fueron sometidos a un proceso de embargo: casas de verano, yates,
la residencia secundaria en Seattle, además de congelar todas las cuentas
bancarias. Gracias a un amigo de Vera, la mansión en Los Ángeles fue dejada
para embargarse de última, pero no se logró impedir la pérdida.
Brooke tenía una tarjeta de crédito, que no estaba asociada a un banco
norteamericano, y con la que estaba subsistiendo. El cupo ya rozaba el límite
permitido. Ella tenía usados varios miles de dólares, porque su madre había
rehusado quedarse en un hotel sencillo o ajustarse a un presupuesto. Vera era
manipuladora cuando quería salirse con la suya y Brooke, al verla llorar como
nunca desde la muerte de Raffe, no se sentía capaz de negarle algo.
Necesitaba trabajar con urgencia, pero nadie quería contratarla. «¿Cómo
diablos iba a salir de esta?». Kristy estuvo a su lado manteniendo un perfil
bajo y la ayudó en lo que pudo, pero a las tres semanas de que hubiera
empezado el juicio a Nicholas, se mudó a Phoenix, Arizona, porque le dieron
un papel secundario para una serie de Netflix. Aparte de ella, un amigo con el
que la unía un lazo agridulce, Matteo Sarconni, la había contactado para
ofrecerle su ayuda, incontables ocasiones. Cuando Brooke no respondió las
llamadas, él le envió varios mensajes de texto diciéndole que contara con su
apoyo para lo que hiciera falta.
Matteo había sido el mejor amigo de Raffe, pero ya no vivía en L. A.
desde hacía años. Sin embargo, antes de marcharse de la ciudad le aseguró
que siempre estaría en deuda con ella por el pasado que compartían. Llamarlo
cuando estuvo sola en la clínica, además de que el tema era privado y
doloroso, habría sido absurdo y por completo incómodo, porque la relación de
amistad entre los dos no iba de contar intimidades. Además, vivían en
ciudades diferentes y, aparte del mensaje usual de Navidad, poco hablaban.
No la sorprendía que la hubiera buscado para ofrecerle su ayuda, pero
tampoco quería ser el caso de caridad de nadie. Sabía que Matteo tan solo
estaba movido por la culpa o el deber de una promesa. No era soberbia de
Brooke, pero el torbellino tan doloroso de esos meses, no necesitaba traer otro
ingrediente adicional que removiese momentos que, a pesar de haber sido
bonitos, habían sido empañados por la decepción.
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Nicholas Sherwood no solo había estado involucrado con la mafia
irlandesa, sino con la italiana, lavando dinero para unos y otros. LuxTrend fue
la tapadera perfecta y exitosa durante años. Brooke y su madre testificaron en
el juicio, a favor de Nicholas, aunque lo hicieron reacias. Las dos fueron
investigadas, por supuesto, pero no recibieron cargos en su contra al no hallar
pruebas que dieran cuenta de que tenían conocimiento de los negocios o
asociaciones del acusado. El jurado deliberó y la condena impuesta fue de
cuarenta años de prisión, sin opción a apelar, para el patriarca Sherwood.
Vera, mientras Brooke buscaba desesperadamente un empleo sin éxito,
había tenido suficiente tiempo para encontrar un amante: un incauto con
dinero que la invitó de vacaciones a Oriente Medio. No dudó en abandonar a
su hija, a las pocas semanas de que se dictara la sentencia contra Nicholas, y
desentenderse de todo. Su despedida y explicación fueron un escueto mensaje
de texto impregnado de indiferencia: Hija, he encontrado el amor de nuevo y
estaré viajando por Emiratos Árabes Unidos. Buena suerte, aunque seguro
no la necesitas.
Para Brooke, encontrar que en su madre existía una vena pérfida al punto
de dejarla sin mirar atrás, fue un golpe más a la lacerada armadura que
intentaba por todos los medios de mantener en pie en medio de esa batalla de
supervivencia. Quería olvidar todos esos capítulos turbulentos, y también
necesitaba con desesperación algo que le devolviese las ganas de vivir y la
confianza en la humanidad. No sabía qué era peor: que te fallaran tus padres o
la persona que creíste amar o perder a un bebé. ¿Todo junto? Sí, todo junto
era la respuesta correcta.
Después de una larga lucha consigo misma, entre aceptar la realidad y
pretender que solo vivía una pesadilla, finalmente logró organizar sus
mínimas pertenencias en una maleta y abandonar esa mañana el motel en el
que llevaba viviendo desde hacía varias semanas a base de comida china
barata y promociones de 2x1 en McDonald’s, café, té y agua.
Claro, cualquiera diría que era una reina porque, en medio de su tirante
presupuesto, tenía la posibilidad de comer. Ella no se quejaba, tampoco podía
decir que estaba deshidratada, eso seguro, pero necesitaba una alimentación
más saludable. Lo que se ahorraba en comida o transporte ¿iba a gastárselo en
ir al médico por si pescaba una anemia o gastritis? Obvio, no.
Los anuncios de empleos que encontró más tentadores llegaron a ser de
escort e incluso stripper. Cuando empezó a considerar seriamente quitarse la
ropa para ganar dinero, Brooke supo que tenía que recoger sus piezas rotas y
reconstruirse lejos de esa ciudad en la que el precio de beber agua equivalía,
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en otros países, a una comida personal completa. Así que había tomado la
resolución de elegir un nuevo destino fuera de Los Ángeles ese mismo día. Lo
incierto y desconocido la asustaba un poco, sin embargo, ya no tenía otra
salida.
Durante la llamada de esa mañana, el abogado de la familia, Yves, no solo
le mencionó sobre el cierre definitivo de la mansión, sino que le pidió
mantener el contacto. Según él, todavía quedaban algunos temas de Nicholas
por resolver, para la familia, pero ella replicó que no quería saber nada de eso
y que buscara el modo de hablar con Vera.
Brooke había sido despojada de todo, menos de su dignidad, y no podía
ponerla al servicio de la desesperación. Al terminar con esta visita en la
mansión necesitaba echar la suerte y elegir una ciudad para sembrar nuevos
caminos lejos de todo lo que había conocido.
—Le doy treinta minutos para buscar esos álbumes de los que habla,
señorita —dijo el hombre, mientras daba órdenes a sus subalternos y hacía
gestos con las manos regordetas.
—¡Gracias! —exclamó Brooke. No perdió tiempo y se adentró en la casa.
Fue corriendo escaleras arriba, hasta la que había sido su habitación. Entre
todas las cajas amontonadas con objetos sin valor, sábanas, lámparas,
encontró un álbum de fotos. Le tembló la mano al abrirlo, porque solo en uno
de los dos álbumes guardaba las cartas de Raffe. Cuando vio las últimas
páginas con los pocos papeles, escritos a mano, contuvo un sollozo.
Si consideraba que su madre era reacia a guardar cosas de las épocas en
las que el dinero no fluía a raudales, al menos apreciaba que no hubiera hecho
una redecoración exhaustiva y enviara todo a la basura. Vera se había
convertido en una persona casi indolente.
Ahora, la mansión estaba libre de objetos de valor, pues eran parte de lo
que se consideraba como parte del pago de Nicholas a las autoridades. Ya
solo quedaban bagatelas o cosillas sin importancia alrededor. La suciedad
opacaba el brillo de las lámparas de cristal, además de algunas superficies, en
un panorama que provocaba pesar por todo lo que alguna vez fue esa casa,
indistintamente de los acontecimientos en su interior.
Brooke bajó las escaleras.
Estaba lista para marcharse cuando reparó en un detalle. Se aclaró la
garganta para hacerse notar ante Giles. Él la miró con actitud de pocas pulgas
y tan solo enarcó una ceja, porque incluso hablar parecía demasiado generoso
ahora.
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—¿Esa muñeca de porcelana? —preguntó con un hilillo de voz, señalando
el adorno revestido de vibrantes colores que estaba sobre una preciosa consola
de madera. La pequeña estatua fue un obsequio de su abuelo cuando ella tenía
nueve años y era un milagro que Vera no la hubiera botado—. No forma parte
de los bienes declarados por mi padre y…
—Si la quiere, llévesela —zanjó con impaciencia—. Hemos terminado
aquí, así que es momento de que usted también se marche.
El último de los hombres a cargo del embargo, que ya llevaba cuatro
horas retirando cada objeto de la casa de Los Ángeles, salió por la gran puerta
de madera oscura. Solo quedaron en el interior Brooke y Giles. El silencio de
la inmensa propiedad, que otrora fue el escenario de risas y grandes fiestas
que incluyeron a la realeza de Hollywood, tan solo era interrumpido por los
ruidos lejanos de los automóviles.
—Sí, gracias, por esto —agitó la estatuilla con una sonrisa triste. Con un
suspiro de resignación, Brooke dio media vuelta y salió a la calle.
El clima de Los Ángeles era perfecto todo el año. No necesitaba los
grandes abrigos que hacían falta en otras ciudades durante el invierno. Esto
quizá era una gran ventaja para poder ir de un lado a otro con su equipaje sin
que pesara o estorbara demasiado.
Brooke caminó por las calles amplias de Beverly Hills, aquellas que
conocía de toda la vida. Ahora, le parecían insípidas y tan lejanas de su
realidad. A medida que avanzaba con su maleta de 23 kg y un pequeño
carry-on, la tristeza empezaba a apoderarse de ella como la tinta negra que se
vertía en un vaso de prístina agua de manantial.
La risa de unos niños jugando despreocupadamente, en el jardín de una
mansión, le hizo recordar aquellos días en que fue feliz, porque sí que lo fue.
Días en que ignoraba lo que era la carencia, la destrucción, la incertidumbre y
también la traición y la soledad. Poco a poco, Brooke aprendió a ser discreta
con los sueños o planes que tenía en mente, no los conversaba con otros,
porque entendió que los demás se regocijaban con la desgracia ajena y
disfrutaban hablando mal del soldado herido en combate. La experiencia de
su familia, a partir del juicio de Nicholas y la pérdida de todos los bienes,
ratificó ese aprendizaje sobre la bajeza humana.
Ahora, mientras le dolían los pies con la caminata, porque tomar un taxi a
la estación de buses era un lujo, lo que menos tenía era esperanza.
Brooke solo contaba con cuatrocientos dólares americanos en efectivo y
debía usarlos sabiamente. Sus posesiones consistían en un teléfono, un iPad,
prendas de vestir de diseñador pasadas de temporada, la estatuilla de su
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abuelo, el certificado de sus estudios, su récord médico, el álbum de fotos, la
licencia de conducir caducada y su identificación. No era una rubia tonta y
frívola como algunas publicaciones quisieron exhibir. Sin embargo, entendía
que su buen nombre fue usurpado y reemplazado por la reputación de su
padre: corrupción.
Desconocía el alcance real de los crímenes de Nicholas, en especial
porque involucraban a la mafia, pero al menos consideraba que la justicia
había sido ejecutada. En su caso, el precio de la libre conciencia era el
despojo absoluto de lo material.
Brooke quería empezar de cero y eso solo podría conseguirlo en una
ciudad en la que no la conocían, una como San Diego. Le daba igual si tenía
que limpiar pisos. Pero, antes de optar por subirse al bus que la llevaría a la
terminal de transporte tomó una decisión de último momento. Kristy le había
insistido en incontables ocasiones que llamara de regreso a Matteo, Sarconni,
pero Brooke se resistía a hacerlo porque estaba abrumada por todo lo que le
ocurrió. Ahora entendía que él era el único amigo que quizá tendría los
recursos para apoyarla.
Sus opciones eran quedarse en Los Ángeles y empezar a vivir de cupones
de descuento, optar por aventurarse en San Diego a la buena del destino o
preguntarle a Matteo si, después de ignorarlo, la opción de obtener ayuda de
él seguía siendo viable.
Tomó una larga respiración y marcó el número.
Al cabo de cuatro timbrazos respondió Matteo.
—La mujer más bella de California —contestó la voz varonil a modo de
saludo y con un innegable acento italiano—. ¿A qué debo el honor de esta
llamada, al fin, Brooke?
Ella sonrió de manera inevitable. Que no hubiera borrado su número era
buena señal. Su historia con Matteo tenía pasajes algo complicados de por
medio, pero no existían resentimientos, aunque no por eso llamarlo costaba
menos.
—Hola, Matt —replicó un poco inquieta, y usando el apodo de toda la
vida—. Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última ocasión que
hablamos y también que no he devuelto ni tus mensajes ni llamadas, así
que…
—El tiempo es relativo —interrumpió con suavidad—. Me alegra mucho
saber de ti y lamento lo ocurrido con tu familia… Supe de todo esto por
amigos de Los Ángeles. Apenas me enteré, no pude dejar de ofrecerte mi
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ayuda, pero entiendo que hayas decidido excluirte un poco del mundo y no
responder. ¿Cómo estás con respecto a todo esto?
Brooke soltó una leve exhalación. Fuera de California, su familia no era
popular, entonces no existía riesgo de que las grandes cadenas de medios de
comunicación se hubiesen interesado por darles un titular. Por este motivo
sabía que podría optar por un nuevo inicio, al menos eso era a lo que aspiraba.
—Hoy se ejecutó el último embargo por completo —susurró, observando
cómo pasaban los automóviles de marcas lujosas en la calle—. El de la
residencia principal.
—Oh, mierda, lo siento —replicó pasándose los dedos entre los cabellos.
Se recostó contra el respaldo de su silla de cuero en su oficina en Austin—.
¿Te quedarás en L. A.?
—No. Y no quiero que tomes esto como un favor a cambio de otro favor
ni tampoco como una deuda a pagar… Solo una ayuda…
Matteo soltó una carcajada despreocupada.
—Eres la hermana del que fue mi mejor amigo. Sé que Raffe habría
querido que estuviera cerca de ti en el caso de que me necesitaras, pero ya
sabes que después de todo… —Se hizo un ligero silencio en ambos lados de
la línea. Matteo carraspeó y agregó—: Por favor, dime ¿puedo ayudarte en
algo?
Ella miró su reflejo en la publicidad, que consistía en un espejo y
purpurina de colores con el eslogan «Los colores que tú eliges son los que
definen tu vida» en el marco, y frunció el ceño. Se trataba de una marca de
maquillaje. Su cabello estaba recogido en una coleta, sus pómulos altos
destacaban en un rostro de brillantes ojos verdes, pero cuyo fulgor había
disminuido en los últimos tiempos. Brooke consideraba que en su vida el
color predominante era el gris. ¿Muy dramática? Solo cuando alguien viviese
los meses de angustia, acoso de la prensa y demás, entonces podrían coincidir
con su elección.
—La última ocasión que nos vimos, antes de que regresaras a tu natal
Texas, me dijiste que ibas a ejercer como corredor de bienes raíces, porque
recibiste en herencia un surtido portafolio al que podías sacar partido. Me
preguntaba si tal vez existe alguna posibilidad de que pudieras ayudarme
dándome un empleo. Cualquiera, la verdad —susurró.
La risa explotó del otro lado del teléfono.
—¿Cualquiera? Brooke, con ese cerebro para los algoritmos y sistemas de
información creo que tu llamada me beneficia más a mí que a ti —dijo—.
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Estoy a punto de vender una propiedad en las afueras de Austin, pero quizá tú
puedas evitar que eso suceda.
—¿Sí? Te escucho —dijo agarrando con fuerza el teléfono.
—Se trata de un rancho que lleva tiempo desatendido, pero tiene un gran
potencial. Tú puedes ser la persona llamada a devolverle la funcionalidad,
porque es un caos administrativo. Necesito una persona que lo administre
bien. Gran parte de la tierra ha sido bastante abandonada a su suerte. Las
áreas en pie son productivas en una medida que permite que los sueldos se
paguen sin generar que yo saque dinero de mis cuentas provenientes de otros
rubros. En conclusión, lo que genera el rancho sirve para reinvertirse en sí
mismo y el personal que trabaja ahí desde hace años.
—Oh, comprendo. Dime ¿sería muy complicado encontrar un sitio de
alquiler alrededor de la propiedad? —preguntó en un tono curioso.
—El rancho tiene una casa. No es lujosa, pero está limpia y puedes usarla
el tiempo que decidas trabajar para mí. Claro, si es que aceptas la propuesta.
Brooke tenía ganas de llorar de la emoción.
—¿Aunque no tenga ni la más mínima idea sobre ranchos? —preguntó en
un susurro.
—No necesito que seas una cowgirl y hagas tareas de campo, no te vayas
a confundir —se rio—, tan solo requeriría que organices la administración
para que todo vuelva a funcionar de manera fluida. El administrador anterior
era de la localidad, así que no vivía en Blue Oaks. Recibió una mejor oferta
laboral y la tomó, así que no he abierto una convocatoria para el puesto
porque, como te comenté, tenía en mente ponerlo a la venta. La señora
Mildred Ferguson es el ama de llaves y vive a pocos minutos del rancho. Ella
se encarga también de coordinar un equipo de limpieza para la casa.
—Entiendo —sonrió—. ¿La casa sería para mí…?
—Sí, correcto. La casona es sencilla y está diseñada para una estancia de
campo propiamente. Nunca me he quedado en ella, te soy sincero, porque
siempre tuve en mente vender el rancho, así que la idea de rediseñarla era
inexistente. Estás en la libertad de decorarla. Los hombres del rancho pueden
transportarte si hace falta. Son buenas personas. Aunque, si lo prefieres,
también está la camioneta que usaba el administrador anterior…
—Mi licencia está expirada —farfulló.
—Blue Oaks queda en la zona de Lago Vista, a menos de una hora del
centro de Austin, alrededor hay tiendas, así que no estarías lejos de los
principales comercios. Puedes optar por un Uber. Hasta que tengas la licencia
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en regla, entonces mi empresa, Wild Homes, cubriría ese rubro de
transportación por temas de trabajo.
—Todo suena estupendo, Matt —replicó con sinceridad—, pero siento
que estás dándome demasiados beneficios cuando no tengo experiencia. Y no
quisiera…
—Si no fuera por ti, yo habría terminado en prisión la noche en que Raffe
murió. Te debo mi libertad —interrumpió—. Lo menos que puedo hacer es
ayudarte. El dinero para mí es una bagatela. Te ofrezco esta oportunidad,
tómala.
Cuando él le dijo el salario, Brooke se quedó un instante en silencio. La
cantidad era suficiente para, en unos dieciocho meses, pagar casi toda la
tarjeta de crédito, el préstamo que le hizo Kristy, la cuenta que la
desconsiderada de Vera había abierto a su nombre en Bloomingdale’s y
Cartier, y luego pensar en crear su propio negocio.
—Eres la primera persona, además de Kristy, que me ofrece su confianza
a pesar de todas las idioteces que han plasmado en la prensa —soltó una
exhalación sonora controlando un sollozo—, en especial cuando llevamos
tanto tiempo sin hablarnos.
Matteo bebió lo que quedaba de su taza de café. Él y Brooke tenían una
conversación pendiente, pero había sido cobarde y evitó llamarla durante
todos esos años. Al parecer, las circunstancias nuevamente los ponían en
contacto. En esta ocasión no iba a fallarle.
—Las personas que importan en la vida no tienen tiempo de llegada o
partida o regreso, sino tan solo dejan huellas. Tú dejaste una en mí —dijo,
solemne.
—Matt… —murmuró cerrando los ojos.
—Esta no es una contratación porque sienta que te deba un favor, aunque
te debo mucho más que eso, sino que estoy honrando una promesa a Raffe —
dijo con honestidad—. Brooke, los asuntos de Blue Oaks no son lo mío y
apenas tengo tiempo de visitarlo para supervisar, pero ahora tú necesitas un
trabajo y el rancho requiere de alguien de mi confianza para que lo
administre. Es un acuerdo idóneo.
—Soy muy persistente si de tener éxito se trata —dijo Brooke con una
sonrisa.
—Sé que eres una mujer recursiva, sin duda. ¿Debo asumir que aceptas
mi oferta?
—Totalmente y puedo empezar hoy mismo —expresó con alegría,
mientras mentalmente intentaba pensar en la aerolínea que sería menos
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costosa para llegar desde California a Texas—. Dame la dirección, por favor.
Muchísimas gracias. No sabes… Gracias.
—Mi asistente, Georgia, te llamará y coordinará tu traslado desde el
aeropuerto de Los Ángeles hacia Austin. Antes de que cambies de opinión, el
boleto de avión estará esperando por ti. —Brooke soltó una risa suave. Si él
supiera lo difícil que había sido su vida más allá del juicio de su padre,
entonces entendería que ni loca se retractaría—. Salvo que tengas algún
pendiente que prefieras resolver en Los Ángeles y requieras más días, claro.
Brooke sintió un nudo en la garganta similar al que anticipaba un sollozo,
lo contuvo.
—No hay nada por resolver para mí —susurró. Quería huir lo antes
posible de esa ciudad, no le importaba ya nada—. ¿Te veré en tu oficina
mañana?
—Me marcho a Miami esta noche, pero estaré al pendiente de ti.
Tendremos tiempo de vernos a mi regreso, así como hablar de temas que no
son necesariamente de trabajo —dijo en un tono relajado, aunque ambos
sabían que aquello implicaría reabrir viejas heridas.
—Eso me gustaría —murmuró con gratitud, aunque también algo de
nerviosismo por lo que sería cuando hablaran sobre los temas que habían
tocado fibras sensibles cuando él vivió en California—. Espero que no creas
que te llamaré «jefe» ¿eh? —dijo en tono ligero.
—Recuerdo que tienes poca tolerancia por la autoridad, así que no se me
ocurriría —dijo riéndose—. Brooke, tengo un cliente esperando. Estaremos
hablando. ¿Vale?
—Sí… Gracias —replicó con sinceridad.
—Bienvenida a Texas.
Cuando cerró la comunicación, ella tomó una gran bocanada de aire y se
puso de pie. Estaba en la quiebra, pero su espíritu de lucha no tenía fracturas.
Esta era una vida que ella pretendía remontar desde las cenizas.
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CAPÍTULO 3
Austin, Texas
Lincoln
Nada detestaba más que ponerse una jodida corbata y pasar la semana en
una oficina atendiendo reuniones ejecutivas o frente al ordenador analizando
hojas de cálculo con esquemas de proyecciones financieras. A sus treinta y
cuatro años, Lincoln Kravath manejaba con pericia el negocio familiar de
distribución de productos agrícolas y ganaderos. De hecho, su apellido era
legendario entre los criadores de reses en Austin.
El éxito que acompañaba las gestiones empresariales que él ejecutaba
también venía de la mano con serios problemas por resolver a diario, además
de una vida social dinámica que consumía tiempo. Este último era un recurso
que él necesitaba administrar con precisión, porque su agenda era siempre
bastante agitada. De hecho, las fiestas o cenas por negocios eran algo que él
aborrecía, sin embargo, no podía eludirlas.
A pesar de la eficiencia con la que se movían los hilos en el conglomerado
Golden Enterprises, que abarcaba el rancho Golden Ties y el resort Golden
Light, la rutina en el despacho amplio y elegante con vistas al casco comercial
de Austin no entusiasmaba a Lincoln. Él estaba habituado a la aventura y
adrenalina de las tareas en el rancho, a la interacción con los animales, y a
pasar horas trabajando la tierra con su plantilla de obreros; permanecer
demasiado tiempo en las oficinas centrales lo hacía sentir como un animal
enjaulado. Menos mal contaba con un equipo de colaboradores muy eficientes
en los que podía delegar y, en los días que tenía suerte, trabajaba desde la
oficina que había habilitado en su casa del rancho.
Golden Ties había estado con los Kravath por generaciones y era
legendario entre empresarios. El alcance financiero que le había dado
Lincoln, cuando a raíz de un accidente que dejó paralítico a su padre fue
nombrado como CEO de Golden Enterprises, no tenía precedentes. La forma
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de conducir la producción y su ética profesional le habían conferido el respeto
de sus pares. Su palabra era garantía de honor en ámbitos de negociaciones,
pero, así como podía construir alianzas, también podía destruirlas. Esto último
lo había hecho con la competencia desleal que trató de arruinar su reputación
con calumnias pensando que, al ser joven, iba a equivocarse y aceptar
acuerdos dudosos.
Incluso hubo un juicio por difamación, que Lincoln interpuso por un
millón de dólares y que posteriormente ganó, contra un tabloide local. La nota
se había publicado basándose en el testimonio de un empresario, que luego se
descubrió que pagó al periodista para que sacara el reportaje, en la que se
aseveraba que Golden Ties vendía carnes de reses enfermas a los
supermercados y saltaba los procesos con coimas. Limpiar el daño causado
por la nota le tomó tiempo a Lincoln y a su equipo. El juez había obligado al
tabloide a escribir un artículo en la portada, física y digital, rectificando los
hechos y disculpándose con la familia Kravath.
Lincoln y sus hermanos habían sido criados con estándares morales altos.
La infancia de los Kravath había transcurrido entre el fulgor de los
caballos, el ajetreo de las tardes soleadas a campo traviesa realizando trabajos
bajo el mando de los capataces, el arreglo de cercas hasta que los dedos no
soportaban más, ayudando a cargar mercadería y materiales, además de
aprender administración financiera y de negocios para que el rancho Golden
Ties mantuviera el éxito del que gozaba. Sin embargo, Samuel y Tristán, los
hermanos de Lincoln, al final optaron por la carrera de medicina. De todas
formas, no todo fue preparación profesional o trabajo, porque Lincoln
también disfrutó de los amoríos de verano con las chicas guapas que se
desvivían por llamar su atención. Llevarse a la cama a una mujer representaba
un viaje exploratorio, desde su adolescencia, que había disfrutado a raudales.
Aquellas fueron las épocas en las que no conocía el nivel de perfidia al
que podía llegar una mujer por ambición o rencor. Ahora elegía ser distante y
le bastaba con alguien que fuese inteligente y emocionalmente desapegada. Él
era un amante generoso, pero una vez que acababa el placer también era el
primero en abrir la puerta y largarse sin mirar atrás. En el pasado cometió
errores que le habían costado demasiado. No tenía tiempo para dramas. Su
familia, amigos, y los negocios eran la única prioridad para Lincoln.
De hecho, esa tarde había hecho un espacio en su agenda para quedar con
su mejor amigo en Jeffrey’s, un famoso restaurante de carnes en la calle
Lynn. Estaba intrigado, porque generalmente se reunían con otros amigos a
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tomar unas copas, al menos una vez por mes, así que la llamada de Jonathan
para verse en persona, a mitad de la semana, era inusual.
—¿Cómo va el tema de la compra de Blue Oaks? —preguntó el hombre
de ojos negros y cabello café, después de que el camarero llevó el plato
principal. Él tenía una consultora de inversiones y solía asesorar a Lincoln
para que tuviese mejores rendimientos de los bienes que poseía—. Si
adquieres ese rancho vas a triplicar en seis años tu inversión. Será brutal.
El proyecto más ambicioso de Lincoln, para afianzar su poder e influencia
en Texas, era sembrar un viñedo. No se trataba de un proyecto netamente
profesional, sino también personal. La posibilidad de tener botellas de vino
con el emblema de su familia, distribuido a nivel nacional, era su anhelo
desde que podía recordarlo, y para cumplirlo necesitaba expandir Golden
Ties. Lo anterior solo sería posible si compraba el rancho contiguo al suyo.
Blue Oaks llevaba años en un aparente abandono y era poco rentable.
Ahora que estaba a la venta, Lincoln sabía que era la oportunidad idónea para
ser el nuevo propietario y remontar su rentabilidad, pero enfocado tan solo en
temas vinícolas. Él había estudiado los puntos fuertes y débiles de esas tierras
con bastante anterioridad y por eso tenía la convicción de que su plan del
viñedo era posible. Blue Oaks había sido de su abuelo materno, pero este lo
había perdido, décadas atrás, en una partida de BlackJack con el abuelo del
actual propietario. Lincoln sentía rechazo por cualquier actividad que
implicara juegos de azar.
—Estoy dando un nueve por ciento más de lo se pide como valor final
para vender —dijo convencido—, así que veo este tiempo de espera como un
proceso a punto de consolidarse. Estoy haciéndole al dueño un favor con mi
oferta.
—¿No crees que sería más beneficioso si vas a hablar personalmente con
Matteo? De seguro pueden ser civilizados sin intermediarios —dijo en tono
bromista.
Lincoln hizo una mueca, porque Matteo Sarconni no le agradaba. Le
parecía un bocazas y no creía que hubiese cambiado en el tiempo que
llevaban sin verse: años. Aunque tampoco estaba interesado en comprobarlo.
Él y Matteo habían sido rivales en el equipo de fútbol de la secundaria, se
robaban las novias, se liaban a puñetazos y competían por lo más mínimo, por
ejemplo, quién lograba beber más cervezas o ganar carreras ilegales de
motocicletas. Durante esos años habían sido osados e irresponsables. La
competencia entre los dos duró hasta que Matteo se fue, cuando tenía quince
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años, de Texas, y Lincoln siguió siendo el rompecorazones de la secundaria y
también el quarterback con más partidos ganados.
—Los abogados son los que están gestionando la negociación de mi lado
para llegar a un acuerdo, para eso les pago. Así que veré a Matteo cuando
tenga que dar la rúbrica como nuevo propietario —replicó bebiendo su pinot
noir sancerre. Le gustaban los buenos vinos y le daba igual el precio—. No
tengo tiempo para intercambiar cordialidades innecesarias.
Jonathan se rio recostándose contra el respaldo de la silla. Ese restaurante
estaba a tope siempre. Él había ordenado un bone-in ribeye, mientras Lincoln,
un porterhouse. Cada plato costaba casi doscientos dólares, pero valía cada
centavo y para ambos eso era una bagatela.
—Curioso cómo el círculo de la vida te pone en contacto con tu
archienemigo de la secundaria y es, nada menos, quien tiene el título de la
propiedad que puede cambiar el rumbo de tu negocio a un nivel mucho más
elitista y exclusivo —dijo en tono bromista.
—Son asuntos del pasado —replicó llevándose un pedazo de carne a la
boca—. De hecho, no he visto a ese tarado desde que Sussy-Jane decidió
hacerle una mamada cuando todavía era mi novia, en secundaria. —Jonathan
soltó una carcajada—. Se quedó con ella, pero también con la nariz rota del
puñetazo que le di —dijo con suficiencia.
Si de algo se jactaba Lincoln, en su versión juvenil y ahora de adulto, era
de no tener reparos en reclamar lo suyo o pelear por una causa en la que creía.
En esa época de la secundaria su causa era que Sussy-Jane le debía lealtad y
que Sarconni nunca debió abrirse la bragueta en un territorio carnal que no le
correspondía.
—Lo recuerdo, sí. En temas de mujeres, si contamos esa última ocasión,
entonces podría decir que Matteo te lleva la delantera —dijo para tomarle el
pelo a Lincoln, pues parecía no reaccionar a nada ajeno a los negocios. Le
apenaba que las circunstancias lo hubiesen instado a ser cínico y negar el
beneficio de la duda a las mujeres concretamente; su amigo era terco como
una mula cuando tenía una idea preconcebida y, considerando los meses de
devastación que vivió años atrás, no creía que eso fuese a cambiar—. Qué
mal, eh.
—No sé si te has dado cuenta de un detalle —dijo con sarcasmo—, pero
es que ya pasamos los treinta años como para seguir con esas pendejadas de
llevar registro de las mujeres que follamos. ¿Las competencias idiotas con
Sarconni? Pasaron hace más de una década —dijo con irritación por las
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bobadas de Jonathan—. Además, las mujeres me dan igual siempre que no
busquen un compromiso que implique exigencias no sexuales.
Jonathan sonrió por el cinismo de Lincoln, pero al cabo de un instante se
puso serio.
—Ese es el motivo por el que quería quedar a comer hoy contigo, Linc —
dijo llamándolo por el apodo que la gente cercana solía usar con su amigo—.
Una mujer.
Lincoln se pasó los dedos entre los espesos cabellos castaños. Cuando
posó brevemente su mirada en la barra del restaurante, una pelirroja que
vestía un bonito traje ejecutivo lo observaba con frontal interés. Ella levantó
el cóctel que estaba tomando con una media sonrisa, pero él tan solo enarcó
una ceja. Le parecía una mujer bonita, aunque no generó la curiosidad para
pensar en acercarse al terminar de comer con su amigo.
Devolvió su atención a Jonathan.
—¿Problemas con Renatta? —preguntó frunciendo el ceño—. Porque si
es así, entonces te aseguro que no existe una mujer única o especial. Todas
están hechas del mismo patrón. Solo procura que la próxima conquista no te
convenza de que es diferente.
La cicatriz que llevaba Lincoln a cuestas certificaba la validez de su
discurso de precaución ante las imbecilidades que conseguía, en un hombre,
el supuesto amor de una mujer. Lo acusaban de hostil y obcecado, todo lo
opuesto a la persona que él era cinco años atrás, pero la opinión de los cotillas
de la alta sociedad en esos temas, le daba lo mismo.
—No, Linc, no tengo problemas con Renatta —dijo soltando una
exhalación ante la obvia crítica velada—, todo lo contrario. Ella sí que es
diferente y me hace feliz. ¿Sabes cuál fue el secreto? —Lincoln tan solo lo
miró con impaciencia—. Que, a pesar de que mis relaciones por lo general
terminan en decepción, no juzgué a Renatta bajo los estándares previos. Si me
hubiese dejado guiar por ellos, entonces habría perdido una gran mujer. La
vida no da opción a recuperar las oportunidades que dejas pasar, y no quería
unirme a las estadísticas de tontos que se arrepentían de haber dejado marchar
al amor de su vida.
—No sabía que estabas tomando un curso para reemplazar a Oprah —
replicó ante el comentario de Jonathan—. En todo caso, explícame a qué se
debe todo este discurso. ¿Qué demonios es lo que pasa? Siempre has sido
como esas viejas cotillas que les gusta tardar en hablar. Suelta de una buena
vez lo que tienes en la cabeza.
Jonathan se rio de buena gana.
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—Le he pedido a Renatta que se case conmigo —dijo en tono convencido,
ante la expresión incrédula de Lincoln—. Sé lo que opinas del matrimonio o
las relaciones a largo plazo, pero eres mi mejor amigo. Entiendo que
preferirías cambiarle las herraduras a un caballo e incluso limpiar la mierda
de un granero antes de ir a una ceremonia o fiesta de compromiso, pero
quisiera que fueras el padrino el día de mi boda. No era algo que podía
decírtelo como cualquier noticia, porque el paso que voy a dar con Renatta es
muy importante.
Lincoln era de los que creía que los amigos se apoyaban en los errores no
forzados y también en aquellos cometidos a conciencia, en este último caso
era el matrimonio. Sabía que Jonathan sonreía más cuando estaba con Renatta
e incluso había dejado de fumar en esos dos años que llevaba con ella.
Suponía que en ese aspecto la mujer era buena influencia, aunque si algo
podría recomendarle sería que jamás dejara la guardia baja, porque en el
momento menos pensado todo se torcía y entonces las consecuencias se
volvían irreversibles.
Por otra parte, Jonathan era como parte de la familia Kravath. El hecho de
que sus convicciones sobre las relaciones sentimentales estuviesen marcadas
por vivencias diametralmente opuestas no implicaba que Lincoln se iba a
comportar como un imbécil. Sus formas de pensar no tenían por qué ser las de
otros.
En el caso de sus hermanos, mayores a él por tres años, Tristán, y dos
años, Samuel, estaban casados ya desde hacía tiempo. Sus cuñadas eran unas
mujeres encantadoras, pero Lincoln imaginaba que jamás podría tener algo
similar a esas uniones de confianza y amor sincero. Suponía que pocos
entraban a ese club privilegiado.
Él era la excepción en la familia y no tenía problemas con esa certeza. El
tema de los hijos era un camino que no pretendía recorrer. Además, tenía tres
sobrinos que eran su debilidad y podía verlos cuando se reunían en familia.
En la vida se podían contar los puntos positivos y hacer un balance. Lincoln
ya había hecho el suyo y aceptaba el resultado.
—Será un honor acompañarte como padrino en tu boda, Jonathan —dijo
con sinceridad—. Prometo no hacer un discurso que te avergüence
demasiado.
—Esa es una promesa que necesito que cumplas, porque vendrá toda la
familia de Renatta desde Georgia —dijo riéndose. Pagaron la cuenta y
salieron del restaurante—. Ella se quedó fascinada con tu mansión del rancho,
desde que nos invitaste a la fiesta de cumpleaños que organizaste para tu
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padre el año pasado. Linc, quiero saber si podrías alquilarnos las
inmediaciones de Golden Ties para la recepción —dijo, mientras esperaban a
que los valet parking les llevaran el automóvil a cada uno—. Ese era el otro
motivo por el que quería conversar contigo, aunque hubieras rechazado la
invitación a ser mi padrino.
Lincoln le dio una palmada en el hombro, riéndose.
La casa del rancho la ocupaba solo él, pues sus padres se mudaron al
centro. Lincoln remodeló la propiedad que tenía dos pisos, seis habitaciones,
cinco baños, dos salas de estar, un salón de cine en casa, un patio amplísimo y
piscina. Le dio toques modernos, la pintó de nuevo, cambió los muebles y
sofás, puertas y techo. La casa había salido en la reconocida revista
Architectural Digest por su magnífico aspecto y ubicación en torno al río
Colorado.
—No seas idiota, Jonathan, eres como uno de mis latosos hermanos, así
que no habría rechazado tu petición para ser tu padrino. Que yo no crea en el
romanticismo no implica que pueda convencerte de lo opuesto y rehusé
apoyarte. Sería una imbecilidad de mi parte —dijo con una sonrisa—. Cuenta
con Golden Ties para que Renatta organice lo que necesite. Solo dime la
fecha exacta cuando la hayan decidido y así mi equipo coordinará que cierren
las operaciones no esenciales para que tengas un entorno libre de
interrupciones. Puedes decirle a tu futura esposa y a sus amigas que tienen un
fin de semana gratis en el Golden Light por si quieren hacerse tratamientos y
esas chorradas estéticas. Ya sabes que mi madre es la encargada de esa área
del negocio, así que de seguro estará encantada de recibir a Renatta.
—Vaya, hombre, gracias. Lo aprecio mucho.
—Serán mis regalos de boda para ustedes —dijo dándole un abrazo
fraterno—. Ahora, ya vete a trabajar que tienes que hacer rendir mis
inversiones personales.
Jonathan soltó una risotada y asintió, luego ambos se despidieron.
El reporte del clima había anunciado que se avecinaba una tormenta
eléctrica y no sería nada bonito estar en la calle cuando el cielo quisiera
expulsar toda su furia. Mayo era uno de los meses más húmedos en Austin,
así como también el más peligroso porque podía traer consigo inundaciones
que desembocarían en la pérdida de animales o cosechas. Lincoln subió a su
camioneta cuando las primeras gotas de lluvia empezaron a caer.
Maldijo en silencio, porque eso implicaba que habría jaleo en el rancho y
él no podía hacer nada para contribuir en los protocolos establecidos para
salvaguardar los animales con rapidez. Siempre se tomaban medidas, pero
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para él nada era suficiente cuando se trataba de la seguridad de su gente, sus
animales y su rancho. No podía ser imprudente al conducir. Llamó a Candace,
su asistente personal, y le pidió que postergara los pendientes.
Lincoln puso rumbo a Golden Ties, pero a medida que avanzaba en la
carretera, la visibilidad disminuía debido a la densa cortina de agua, así que
tuvo que desacelerar. Encendió la radio y pronto la voz de Tim McGraw lo
acompañó en el trayecto.
—¿Qué novedades hay en el rancho, Ben? —le preguntó al administrador
cuando este lo llamó. Encendió la opción de manos libres.
Lincoln ejercía como supervisor y heredero del rancho, pero no era
Superman para estar en dos sitios al mismo tiempo. Debido a su ajetreado
ritmo de gestiones, él se apoyaba en el trabajo diario de campo con su hombre
de confianza que era Ben Price.
Ben tenía a cargo tres coadministradores que ya no manejaban la parte
numérica o financiera, sino la concerniente a la cadena de mando: capataces y
jefes de operaciones en diferentes áreas. Lincoln admiraba a su padre, Osteen,
por haber sido capaz de llevar el negocio familiar durante tantas décadas, al
igual que su abuelo y bisabuelo, cuando no existía tecnología que agilizara los
trabajos o permitiera ganar tiempo con una comunicación digitalizada.
—Ya ha empezado a llover —dijo Ben—. No esperábamos un temporal
como este, la verdad. Hemos cancelado la visita de los estudiantes de
agronomía de la Universidad Concordia Texas. Dos pagos a proveedores no
se lograron completar, porque hubo una caída en el sistema. Hay un faltante
considerado en el envío de carnes a los supermercados en San Antonio, ya
estoy investigando la línea de logística con los repartidores.
—Mierda. Necesitamos cambiar esa empresa, porque no puede ser que
estos hijos de puta que tienen como empleados roben. Hay que cortar de raíz
el problema, a la primera.
—Bien. Los despediré ahora mismo y mañana encontraré otra compañía
de repartición y logística. ¿Quieres que le diga al abogado que entable una
demanda o exija un pago?
Un relámpago en el horizonte llegó seguido de un trueno.
—No, tan solo haz un análisis del total del faltante y descuéntalo del valor
total de la factura de los servicios del mes. Asegúrate de que sepan que, si
intentan jodernos por terminar el contrato antes de tiempo, les enviaré a
Elister Reynolds y el resto de sus abogados para que arreglen la
inconformidad o queja que pudieran tener. ¿Algo adicional?
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—Espero que sea todo, aunque hay que ver cómo se presenta la situación
cuando llegues. La plantilla está al corriente que debe recorrer el rancho en
busca de animales que puedan extraviarse o áreas que pudieran inundarse
debido a la lluvia y obstruir la circulación de los tractores mañana. Los
cultivos sensibles están protegidos.
—Okey, gracias por actualizarme. Nos vemos al rato.
Si Lincoln creía que el informe de Ben y la lluvia serían el mayor
problema, lo que estaba por llegar iba a demostrarle que estaba equivocado.
Los pocos días que llevaba en Texas, le habían servido a Brooke para
acoplarse a la dinámica de un sitio que era muy diferente a California.
Después de meses de desesperación y angustia, al fin podía sentir un poco de
calma e ilusión. Las personas parecían más amables en Austin. El clima era
una locura eso seguro, pero lo que más le gustó fue tener un propósito: como
administradora evitar que fuese vendido Blue Oaks.
La casa del rancho era limpia, tenía dos plantas y contaba con todos los
implementos necesarios para habitarla. El internet funcionaba estupendo,
según había comprobado. La cocina, el saloncito y el comedor eran modestos,
pero funcionales. No había nada lujoso, tal como Matteo le aseguró, y la casa
estaba un poco descuidada. Nada irreparable.
En la máster suite había una cama king-size, un ropero amplio de madera,
un escritorio pequeñito y funcional con su silla giratoria, así como una
ventana que daba al amplio terreno trasero lleno de trigo. El cuarto de baño
ofrecía una preciosa tina blanca, además de suficiente espacio para maniobrar
cómodamente. Sin embargo, las sábanas tenían agujeros, las almohadas
estaban viejas y no había cortina de baño alrededor de la tina.
—El último administrador se marchó un mes atrás, señorita Sherwood, y
por eso la asistente del señor Sarconni, Georgia, asumió a distancia las
funciones básicas. Sin embargo, no es lo mismo que tener una persona aquí en
el rancho y nos alegra tenerla a usted en Blue Oaks como nueva
administradora —le había dicho Mildred Ferguson, al darle la bienvenida.
La mujer era pelirroja, bajita y regordeta con una sonrisa brillante. El
esposo, Pete, era el capataz agrícola y ya se había acercado a saludar a
Brooke, además le hizo un recorrido rápido por una parte del rancho. El lugar
robaba el aliento y, sí, estaba descuidado, porque las áreas sin sembrar, que
eran muchas, estaban secas y con maleza. El aspecto de los cuatro graneros
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era un poco desaliñado, en ellos no había animales, sino tan solo heno. Todo
podría corregirse, pero sería preciso hacer un inventario concienzudo.
—Estoy contenta de empezar este empleo.
—Es refrescante que una mujer tome el mando para organizar a esta
panda de tontos. Por favor, llámeme Mildred. ¿Sí?
Brooke había sonreído por la franqueza y calidez de la señora.
—Muchas gracias, lo aprecio de verdad. Mi trabajo aquí es administrar las
cuentas y procesos. No tengo experiencia, lo confieso, pero sí muchas ganas
de que salga todo bien.
—Eso es muy válido. Por cierto, mi esposo y yo vivimos a pocos minutos
de distancia, no dude en llamarnos —dijo extendiéndole la tarjeta de
presentación—. El grupo de limpieza viene tres veces por semana, pero no
son invasivos, así que no se preocupe por su privacidad. Siempre tendrá
comida disponible, porque ese es mi trabajo. Si prefiere ordenar a domicilio,
le he dejado en el corcho de la cocina una lista de buenos restaurantes. La
zona es muy tranquila gracias al encargado de seguridad, Philip. Lo único que
le recomiendo es no deambular hasta muy tarde en los alrededores sin una
linterna y una escopeta.
Brooke se había echado a reír, pero su risa murió pronto al darse cuenta de
que Mildred estaba hablando muy en serio. De hecho, abrió la puerta del
cuartito del hall en el que se guardaban las chaquetas y botas de trabajo, le
mostró tres armas de diferentes calibres. Agarró una de ellas y le dio breves
instrucciones de uso como toda una experta.
—Errr, señora Ferguson, en Los Ángeles jamás usé un arma —había
replicado con expresión inquieta, mientras la mujer sacaba las municiones y
ajustaba el gatillo como si se tratara de un simple llavero o un rompecabezas
de cinco partecitas—. No soy partidaria…
—Tiene que aprender, porque si algún animal salvaje llegase a aparecer,
entonces deberá defenderse —había sonreído—. El rancho más cercano es
Golden Ties y está conectado con el nuestro, a través de un camino común
que empieza a pocos metros del patio trasero de la casa, pero no lo hemos
cruzado desde que el nuevo dueño asumió el control, seis años atrás. Una
persona encantadora y solidaria al igual que sus padres y hermanos, pero
disfruta su privacidad y nosotros no tenemos por costumbre ir hacia allá.
Brooke se había sentido intrigada, pero no hizo más preguntas.
A medida que se fuese adaptando al trabajo también lo haría a su vida
social. No iba a quedarse en el rancho todo el tiempo, porque había escuchado
que Austin era genial y quería experimentar la ciudad en todo su esplendor.
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Pretendía dejar sus temores de lado en lo referente a crear nuevos lazos de
amistad.
Intentaría recordarse que, si bien las personas de su círculo social en Los
Ángeles le habían fallado colosalmente, no sería justo aplicar la misma
referencia en otra ciudad. Se inscribiría en actividades grupales para irse
integrando en la comunidad. Poco a poco crearía pequeños cimientos e iría
asentándose en Austin para echar raíces. Esto último era un clamor de su
corazón. Necesitaba sentir que pertenecía a un lugar y experimentar la
sensación de cobijo y conexión de un sitio al que podría llamar como suyo.
—Lo del arma lo dejaré para más adelante, pero le agradezco la
sugerencia, Mildred. Por cierto, noté que no hay lavadora ni secadora. ¿Se
limpia todo a la vieja usanza?
La mujer se había reído y meneado la cabeza.
—Se averiaron, así que a más tardar en veinticuatro horas tendrá un nuevo
juego de implementos de lavado y secado, además de un nuevo frigorífico. La
asistente del señor Sarconni envió esta tarjeta de crédito —le había entregado
el plástico— para que usted haga las compras de lo que requiera la casa.
Llenar la alacena y alimentar a todos en el rancho sigue siendo mi trabajo.
Aquí hay veinte empleados rotativos que hacen diferentes tareas de tierra, y
fijos somos solo cinco. Pete es quien supervisa, junto a la plantilla de
hombres, el trigo y el maíz, porque es lo único que se está cosechando desde
hace años. Joseph, el encargado de las caballerizas, se dedica por completo a
la escuela infantil de equitación que es el área de Blue Oaks que tiene más
éxito. Él tiene dos asistentes: Douglas y Malcolm. Phillip es el de seguridad.
—Oh, suena muy bien que haya clases de equitación. Quizá pueda
practicar un poco, pues hace muchísimos años que anduve por última vez a
caballo.
—Claro que sí. Los niños vienen dos veces por semana a clases y se les
ofrece un refrigerio. Las áreas sin usar, que son muchas lastimosamente,
solían ser criaderos de cerdos y aves. Los establos están vacíos y se utilizan
solo para guardar heno, herramientas de trabajo o para guardar maquinaria. Al
tener tantas áreas abandonadas, el trabajo de seguridad que hace Phillip con
su equipo es importante. A veces hay ladronzuelos de la zona, pero jamás
hemos tenido problemas. Haremos todo lo posible para ayudarla, señorita
Sherwood.
—Gracias —había contestado. Lo más probable era que la mujer no
supiera que, si Brooke fallaba como administradora, entonces todos se
quedarían sin empleo porque el rancho sería vendido—. Mi licencia de
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conducir está expirada, así que no puedo usar la camioneta destinada a la
persona que hace de administradora en Blue Oaks. ¿Es muy costoso ir a la
tienda de abastos más cercana o un Lowe’s Home, inclusive?
—No, salvo que vaya al centro de Austin, y hasta allá son casi cuarenta y
cinco minutos de trayecto. Aunque claro, el coste lo puede cargar a la tarjeta
de crédito. Todos tenemos una con cupo limitado para esta clase de
situaciones. El dueño es generoso. O, si prefiere, avísele a Joseph con
antelación que necesita un aventón. Si no está entrenando a los caballos, la
llevará con gusto, en especial porque aprovecha para comprar suplementos.
—Gracias, me alegra que Matteo sea un buen jefe —había dicho con
sinceridad.
—Ah, un detalle importante —había comentado con una sonrisa, antes de
dirigirse a la cocina para empezar a preparar la comida—, le sugiero que
compre unas botas, porque los zapatos de tacón o las sandalias le van a
dificultar caminar en exteriores.
Brooke decidió ir al centro de la ciudad.
No contaba con demasiado tiempo para explorar el centro de Austin, así
que recorrió lo que más pudo para hacerse una idea. Joseph se ofreció a
acompañarla a hacer las compras, porque tenía que llevar unos documentos a
la Notaría y le quedaba de camino.
El jefe de las caballerizas era un hombre barbudo, calvo, corpulento y
muy alto, que parecía intimidante, pero bastaba que empezara a gastar bromas
para que dejara entrever su personalidad bonachona. Llevaba nueve años en
Blue Oaks; la esposa era dueña de una pastelería artesanal en los alrededores
de Lago Vista, la zona en la que estaba el rancho.
—Señorita Sherwood —dijo Joseph, mientras cargaba en el asiento del
pasajero los suplementos que Brooke compró esa tarde: almohadas,
cubrecamas y cubre almohadas nuevas, edredones, cortina de plástico para la
tina de baño, jabón, champú, una alfombra para su habitación y un bote de
basura pequeño, así como una silla de escritorio y un surtido grupo de útiles
de oficina para trabajar—, tengo que nivelar unas monturas para los niños que
vendrán a la clase de equitación pasado mañana. Mi esposa acababa de
escribirme que quiere que la ayude con unas entregas. ¿Va a necesitar algo
más aquí o nos marchamos?
Brooke miró sus sandalias de tacón y recordó que todavía le quedaba
pendiente comprar las botas. Esa tarde, su ropa consistía en unos jeans de
diseñador, una camiseta blanca de Gucci y bolsa de Versace; estaba vestida
para deambular en las tiendas o restaurantes bonitos de Austin, pero no para
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caminar en la tierra, en especial si sentía curiosidad por recorrer el resto del
rancho y que Pete no alcanzó a mostrarle.
Ella había decidido que iba a ser la mejor versión de sí misma y por eso
quería que mirarse al espejo implicara un motivo para sonreír, en lugar de
observar sus ojeras y la expresión de derrota que la habían acompañado,
desde la pérdida de su bebé y el juicio de su padre, como un estandarte de
miseria. El proceso de recuperación personal, al menos el que le sugirió la
psicóloga en una de sus últimas consultas, fue mimarse un poco y no
machacarse sin razón. Dejar de lado el autosabotaje era una tarea de
conciencia diaria. Complicada.
Brooke resolvió que se maquillaría con cariño, se arreglaría el cabello con
esmero, aunque no saliera del rancho y usaría vestidos o jeans, según le
apeteciera. La resolución más importante era que disfrutaría cada paso. En
estos momentos también era consciente de que necesitaba calzado apropiado
e iba a utilizar un poco del escaso dinero que tenía en su cuenta, porque sabía
que a final de mes recibiría su primera paga.
Matt había extendido su viaje de negocios desde Miami a Europa y
volvería dentro de unas semanas a Texas. Entre ambos quedaba una
conversación pendiente, el elefante en la habitación. Pronto sería imposible
continuar ignorándolo. Su amigo no le había dado una fecha de retorno, pero
Brooke asumía que no sería tan lejana, después de todo necesitaba supervisar
que la inversión que había hecho al contratarla estaba dando resultados.
—La verdad es que debo comprar un par de cosillas todavía. El jardín está
descuidado y quisiera intentar cultivar mis flores favoritas —sonrió—. Los
guantes que me probé estaban bastante desgastados y no me quedaban, así
que buscaré un par. No quiero detenerlo, así que puedo regresar al rancho en
un Uber. Gracias.
Joseph elevó la mirada al firmamento. No pintaba nada bien. Frunció el
ceño.
—Se ha anunciado mal clima para hoy, señorita —miró el reloj— y
todavía son las cuatro de la tarde. Yo llevaré estos suplementos a la casa y se
los dejaré a buen recaudo en el hall. No tarde demasiado que aquí no llueve
como en otras ciudades. En Austin una tormenta es como el diluvio universal:
sin parangón —dijo tocándose el sombrero café.
Brooke se despidió con un gesto de la mano y cuando vio que la
camioneta desaparecía en el tráfico, ella se adentró en un centro comercial.
Después de probarse varios pares de botas, al fin encontró unas que le
gustaron. En el espejo, agregando el detalle de un bonito sombrero azul,
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parecía una mujer nacida en Texas, en lugar de California. Quizá algo tenía
que ver el color de sus ojos y el cabello rubio. Cuando encontró un Home
Depot fue directo a la isla de utensilios de jardín y compró los guantes.
Cuando subió al Uber, llevaba la bolsa de plástico de las compras que no
solo incluían las botas, sino también una caja de bombones y unas funditas de
semillas para empezar a plantar flores en el jardín delantero. El único detalle
fue que olvidó cargar la batería del móvil, y ya le quedaba muy poca. El
conductor, se llamaba Gorik, era un anciano parlanchín que la mantuvo
entretenida con la conversación un buen rato; aprovechó para darle consejos
sobre cómo evitar las picadas de mosquitos, las mejores técnicas para cultivar
un rancho ecológico y luego pasó a hablar de sus aventuras de sus días como
soldado en el ejército.
Hicieron una parada en un invernadero, porque Brooke quería comprar
semillas de girasol. Esa era su flor preferida. En Los Ángeles era muy costoso
tener flores todos los días, así que iba a aprovechar que tenía un jardín a
disposición para hacer lo que quisiera en él. Después de pagar regresó al
Uber, no sin que antes la sorprendiera un relámpago en el cielo.
Quedaban quince minutos para llegar a su destino cuando el firmamento
se oscureció por completo. La lluvia empezó a caer. Los primeros segundos,
las gotas eran gruesas, pero en un instante se convirtieron en una cortina de
agua tan densa que el conductor disminuyó la velocidad. No era posible tener
buena visibilidad y Brooke empezó a inquietarse, porque el tarifario
aumentaría sin importar que hubiera o no lluvia.
No quería abusar de la tarjeta de crédito e iba a pedirle a la asistente de
Matteo que le descontara el valor de esa salida, pues al haber rehusado volver
al rancho con Joseph, la compra de zapatos, guantes y semillas, implicaba que
era una visita personal. Ella no tenía idea de dónde se encontraba, pues era la
primera vez, desde que había llegado al rancho, que lo abandonaba.
Necesitaba salir más seguido para familiarizarse mejor con la zona.
—Lo siento, señorita —dijo el hombre mirándola por el espejo retrovisor
cuando el automóvil se detuvo de pronto—, pero creo que no puedo avanzar
más.
Brooke elevó ambas cejas.
—¿Qué ocurre? —preguntó retóricamente, porque era obvio que el coche
no encendía. Gorik trató de devolverle la vida al motor varias veces, pero no
dio resultados.
—El motor de mi coche no arranca y bajarme a revisarlo será infructuoso.
Si intento llamar a alguien que venga a chequearlo sería en vano. La lluvia no
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va a detenerse al menos en las próximas dos horas y nadie se va a aventurar a
pasar por aquí. Me queda encender las luces de parqueo y rogar que no me
choquen. Acabo de apagar el taxímetro, así que no se preocupe, tan solo se le
cargará el importe hasta ahorita. ¿De acuerdo? No se vaya a preocupar.
Brooke soltó un suspiro de alivio ante el comentario.
—Gracias, señor Gorik.
El anciano se tocó ligeramente la frente con un leve asentimiento.
—Supongo que los otros conductores comprenderán que no haya logrado
ubicar el coche más cerca de la orilla… —murmuró, contrito, porque él se
consideraba un buen chofer—. Qué pesar. La lluvia en Austin es un problema.
—Oh, sí, ya lo veo —murmuró. Miró a ambos lados o al menos lo intentó,
porque era complicado divisar algo más allá de dos metros—. Mmm, ¿cuánto
queda para llegar al rancho?
—Unos ocho minutos en coche, lo que serían quince caminando o un
poco más, pero la verdad, señorita, le pediría que se quede. No creo que sea
seguro que salga. Así incluso podría contarle los secretos para tener un buen
jardín. ¿Qué opina? —preguntó. Él tenía dos nietas jovencitas y le sabría fatal
que, si estuviesen en esas circunstancias, tuvieran que salir a la densa lluvia
para caminar hasta su destino—. Me apena que se averiara mi coche.
Brooke esbozó una sonrisa. Se observaban desde el espejo retrovisor.
—Lo aprecio, en verdad, pero quedarme aquí, hasta quién sabe cuánto
tiempo, va a ser más bien una molestia. Usted me dice que solo son unos
quince minutos hasta el rancho, entonces quizá me haga bien respirar aire
fresco. No será trágico mojarme —dijo con humor.
Ella necesitaba ir pronto a Blue Oaks, porque quería continuar depurando
la lista de clientes que tenían pagos pendientes con el rancho, por el trigo y
maíz que habían recibido en los últimos meses. El anterior administrador
nunca llegó a cobrar esos rubros. No le sorprendía a Brooke que el balance de
ganancias estuviese bajo.
Quería tener el monto exacto adeudado por cada cliente, los tiempos de
mora, y luego proceder a idear una forma de cobro efectiva. Este era el
principio de un montón de tareas que debía organizar, al tiempo que iba
aprendiendo. Le parecía un camino fascinante, aunque al ignorar casi todo lo
que se hacía en un rancho, salvo por el manejo del ordenador, los números y
tareas lógicas, la ponía en una posición en la que tenía que estar dudando
constantemente de sus decisiones por temor a equivocarse.
—Para nada, señorita, pero puede pescar una gripe —dijo mientras
escribía un mensaje—. Le acabo de enviar un WhatsApp a mi hijo para que
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venga a auxiliarme. Le puedo obsequiar mi sombrilla, al fin y al cabo, yo me
quedaré aquí dentro —dijo con amabilidad.
—Acepto la sombrilla, gracias —dijo tomándola con una sonrisa—. Se la
pagaré agregando la propina en la aplicación.
—¡Vaya con cuidado, señorita!
Ella asintió y se quitó el sombrero, lo guardó en la bolsa de plástico. Al
menos sus nuevas botas no iban a estropearse, porque estaba usando las
sandalias todavía. Gorik le dijo que tenía que avanzar derecho, luego girar a la
izquierda y después de nuevo a la derecha si quería cortar camino al Blue
Oaks. Ella le agradeció y bajó del coche.
Nada más abrir la puerta, el agua la recibió con fuerza y también el viento
a modo de compañía. Brooke soltó una carcajada y abrió la sombrilla. No iba
a quejarse.
Procuró apearse a la orilla por seguridad y empezó a caminar.
El jean lo tenía bastante húmedo, porque con el movimiento al caminar
era imposible que fuera de otro modo. Al menos su cabello no estaba hecho
un desastre y su camiseta blanca seguía seca. «Pequeños triunfos», pensó,
mientras tarareaba la letra de una canción de Amy Winehouse. Le apetecía
una taza de café bien caliente, así que era lo primero que prepararía nada más
abrir la puerta de la casa de Blue Oaks.
Seguir direcciones no era su mejor talento, pero se las ingenió para
encontrar la señalética que indicaba la curva de la izquierda que Gorik le
sugirió utilizar. En el camino se habían formado charcos de lodo, así que los
evitó al rodearlos. Los coches pasaban bastante cerca de ella, pero al hacerlo
disminuían la velocidad.
La lluvia, en lugar de disminuir su fuerza, aumentó.
Brooke vio un tramo alternativo. Imaginaba que llevaría al rancho de sus
vecinos. No había recorrido la zona aún, así que no tenía una idea acertada de
las distancias con otras propiedades rancheras. Le causaba alivio saber que
podría solicitar ayuda, que le dieran la posibilidad de secarse, y cargar el
teléfono hasta que lograra hablar con Mildred.
Desde que bajó del Uber ya llevaba dos kilómetros recorridos.
Decidió adentrarse por la vía desconocida y que se abría hacia otro
camino, uno interno y largo, paralelo al de la carretera principal. La velocidad
de sus pasos era la que le permitían sus pies mojados y resbaladizos. Si sacaba
las botas en ese momento se echaría a perder el resto de cosas que había
dentro de esas bolsas. Prefería aguantar la lluvia.
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Brooke procuraba mantenerse en la orilla del camino y buscar una
señalética o una curva que le diera a entender en qué momento debía cambiar
de dirección para entrar al rancho vecino. Todo el trayecto estaba flanqueado
por árboles de gran follaje. Ella apretó los dedos alrededor de la sombrilla
procurando ponerla contra la dirección del viento.
Lo que ocurrió a continuación no lo vio venir, menos pudo haberlo
imaginado.
Una camioneta inmensa color negro, seguramente como el alma del
imbécil conductor al que no alcanzó a ver bien, pasó justo sobre un gran
charco que ella estaba tratando de evitar. La mojó por completo. Por acto
reflejo Brooke soltó las bolsas y estas cayeron, pero de inmediato las recogió
y, al hacerlo, la sombrilla agarró un poco de viento del lado equivocado y
salió volando. El agua descendió sobre ella como cascada.
—¡Cretino, hijo de la lluvia! —le gritó a todo pulmón, consciente de que
no la escuchaba y, probablemente, ni siquiera le importaba lo que acababa de
sucederle. La camioneta se alejó y se perdió en el camino—.
¡Desconsiderado, bastardo y salvaje!
Con los pies mojados y resbaladizos, la ropa empapada con lodo, el
cabello también sucio, pegado al rostro, y las compras en mano, Brooke
continuó maldiciendo todo el trayecto. Casi se cae de bruces cuando se le
enredó la sandalia en un trozo de tierra hundida, pero siguió caminando.
Estaba furiosa. ¿Cómo era posible que la gente fuese tan hija de puta para no
detenerse si veía a alguien en el camino, en especial si llovía como si el cielo
estuviese clamando que construyesen una nueva Arca de Noé?
Como al final no siguió las instrucciones de Gorik, sino las propias,
empezaba a creer que quizá fue una terrible idea hacerlo. Soltó una
exhalación y levantó la cabeza. Quiso echarse a llorar de impotencia. Casi
arrastrando los pies llegó hasta una entrada inmensa de metal con un letrero
elegante, a su izquierda, que decía Rancho Golden Ties. Soltó una larga
exhalación. La puerta estaba abierta de par en par. Brooke avanzó por el
caminillo largo de grava, flanqueado por césped recortado a la perfección. Se
sorprendió por la inmensidad del terreno. No se parecía en nada a Blue Oaks.
Este rancho lucía señorial y soberbio.
El ruido de la tormenta se sumó a la de varios trabajadores de alrededor
que se hablaban a gritos e iban de un lado a otro, pero lejos de ella. Alguno la
vio, pero en lugar de cuestionar los motivos por los que estaba en una
propiedad privada, le hizo un saludo tocándose el sombrero y siguió su
camino. Brooke suponía que era usual que desconocidos entraran y salieran
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de Golden Ties a pie; quizá si fuese un coche, entonces la habrían
cuestionado. Daba igual, pensó, mientras avanzaba hasta la preciosa mansión
de dos pisos que estaba iluminada y parecía acogedora. La angustia, ante la
posibilidad de haberse perdido en un entorno tan ajeno a ella, empezó a
disminuir poco a poco.
No recordaba haber visto una propiedad más bonita en un ambiente que
parecía sacado de una postal de Hollywood moderno. Se veían las
caballerizas amplísimas, varios graneros, y ella suponía que todo el terreno
que se extendía en el horizonte, ya imposible de dilucidar para sus ojos
bañados de gotas de agua, pertenecería a los cultivos. Tampoco es que sintiera
particular interés por hacer mayores análisis cuando tenía prisas por algo más
importante: su cuerpo necesitaba calor. Llamó con insistencia a la puerta
principal, tiritando.
No recibió respuesta. Así que volvió a llamar. Pasaron un par de minutos.
Nada.
Abrazándose a sí misma, sintiéndose un poco osada, rodeó la casa para
ver si existía quizá una puerta adyacente, y así hacerse notar. Los truenos y
relámpagos eran estridentes. Ella no había experimentado esa clase de
tormenta en Los Ángeles. Le parecía inquietante y hermoso cómo la
naturaleza era capaz de proveer tantos sonidos disímiles a la humanidad.
Al cabo de un momento vio la puerta que parecía ser la entrada a la
cocina, a juzgar por lo poco que podía observarse, a través de las ventanas.
Tocó con los nudillos varias veces. Al instante notó una sombra en
movimiento en el interior, y soltó un suspiro quedo de alivio.
—¡Hey! ¿Puede ayudarme? ¿Hola? —preguntó en tono firme y
esperanzado.
Con el rabillo del ojo notó algo que, hasta hacía solo unos segundos, no
había visto. La camioneta gigante color negro, cuyo conductor le echó lodo al
pasar, estaba aparcada de forma descuidada. Si ella no hubiera rodeado la
casa hasta llegar al patio trasero, entonces no se habría enterado que la
persona infame, culpable de su estado actual, vivía en ese rancho.
—Buenas tardes —dijo la voz profunda, contrariada, y masculina. El
dueño de esa deliciosa voz la miró con intensidad al abrir la puerta con
firmeza—. ¿No tiene reloj?
Ella apartó la mirada de la camioneta Ford y la enfocó en el hombre que
estaba enfrente. Le habría gustado estar preparada para una contestación
ingeniosa, pero su boca no fue capaz de articularla. Se quedó de pie, las
bolsas de plástico con las compras a cada lado, chorreando agua y con frío,
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mientras observaba al espécimen masculino más atractivo que recordaba
haber visto en mucho tiempo. Ella no se sorprendía con facilidad, en especial
porque había vivido en una ciudad que tenía hombres guapos por doquier
como marca registrada y parecía lo más común del día a día toparse con algún
actor de cine o televisión.
—Buenas tardes —dijo con sarcasmo—. ¿Cómo se atreve a…?
El hombre se pasó los dedos entre los cabellos.
—Tiene diez minutos de retraso y el doctor Tarah está esperándola las
caballerizas, luego debe recorrer el establo con él para hacer control de daños,
en el caso de que los hubiese —interrumpió sin dejarla explicarse, mientras le
entregaba apresuradamente una toalla gruesa—. Séquese y cámbiese de ropa
en el baño, por favor, al final del pasillo —espetó.
—¿El doctor? —farfulló confundida y también enfadada por el tono
mandón. Se quedó con la toalla en la mano como si no fuese capaz de
entender para qué servía.
Él tenía la camisa gris desbotonada, como si hubiera dejado de hacer algo
a toda prisa, y las firmes abdominales estaban a la vista, además de que las
mangas daban cuenta de bíceps definidos. La fuerza que de él emanaba no
tenía parangón e iba más allá del físico imponente.
La quijada masculina estaba cubierta de una barba de tres días y la boca
era sensual. El pantalón negro se ajustaba a las piernas como si estuviese
hecho a medida; probablemente así era. Lo que menos hubiese esperado
Brooke era ver un hombre de rancho con traje de Armani, menos a uno tan
atractivo de ojos azules y que esperaba una contestación. Brooke no tenía idea
de qué podría responderle, porque ignoraba el tema sobre el cual él
preguntaba.
—Señorita, no me gusta repetirme. Sé que es novata, pero debe saber que
esta no es una pasarela de camisetas mojadas. Bajaré dentro de pocos minutos
y nos iremos. Así que dese prisa con su indumentaria —dijo él señalando las
bolsas de plástico—. Mi tiempo es dinero y el del doctor también. Pídale algo
caliente de tomar a mi ama de llaves que yo tengo que cambiarme de ropa
todavía. —Después le dio la espalda y desapareció por el pasillo.
Brooke se quedó sin saber qué hacer por unos segundos, pero nada más
escuchar un portazo en la planta superior pareció reaccionar. «Qué hombre
tan insufrible». No vio a ninguna ama de llaves alrededor, así que fue directo
a buscar el cuarto de baño.
No tenía idea de por quién la habría tomado ese hombre, pero no perdería
el tiempo preguntándolo ahora que tenía la posibilidad de secarse y entrar en
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una casa con calefacción. Cuando encendió la luz del baño abrió los ojos de
par en par, horrorizada, ante su reflejo. La camiseta blanca era prácticamente
transparente, sus pezones sobresalían del sujetador de seda blanco y el jean
parecía tallado sobre su piel. Si hubiese salido de su letargo y utilizado la
toalla que él le dio al abrir la puerta, entonces se habría evitado un bochorno.
«No podía culpar a ese ranchero de haberle dicho que parecía salida de un
concurso de camisetas mojadas. Dios».
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CAPÍTULO 4
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Cuando al fin tomó el camino alternativo a la carretera, el que llevaba al
rancho, aceleró el motor a toda máquina. Por esa zona solo pasaban los
coches de los trabajadores y, en algunas ocasiones, alguno que otro
propietario de otros ranchos que tomaban el camino para ganar tiempo, pero
no era algo recurrente. La vía era un lodazal por el clima, a pesar de que él
solía pagar para que rellenaran esa parte durante los meses de mayor lluvia,
casualmente para evitar estas situaciones. Si disminuía la velocidad podía
quedarse atascado.
La siguiente llamada fue de Gerry, el jefe de operaciones, para reportar el
segundo asunto: el techo de uno de los graneros se rompió de un lado y estaba
inundando el área. Algunos sacos de maíz habían sido perjudicados, pero ya
estaban trabajando en hacer un traslado de la mercadería a otro de los seis
graneros. El gallinero también sufrió una filtración de agua y los trabajadores
intentaban llevar a las aves a un sitio seco, pero la logística no era fácil por el
clima. Los establos en los que se hallaban los cerdos y algunas vacas todavía
no presentaban ninguna novedad, le aseguró Gerry antes de cerrar la llamada.
Lincoln avanzó con la camioneta a toda velocidad apenas llegó a la
entrada de Golden Ties. El agua corría como hebras de riachuelo en las
inmediaciones creando dificultad de movimiento. Los cultivos no tendrían
problemas, pero el siguiente día sería un desmadre.
El tercer inconveniente era que uno de los camiones que transportaba los
yogures que se producían en el rancho se había quedado a medio trayecto en
la autopista hacia Houston. El conductor no tenía gasolina de repuesto. El
sistema de enfriamiento del camión duraría pocas horas, a menos que uno de
los empleados de Golden Ties llegase pronto a auxiliar al chofer y se
asegurase de que no se echara a perder la mercadería.
Lincoln estaba a tope y por eso le dio igual dejar la camioneta parqueada
en el patio trasero del rancho, en lugar del garaje. Coordinó con Ben,
hablando a través de la radio con la que se comunicaban dentro de Golden
Ties, para que resolviera la logística en relación al camión con los yogures,
luego entró a la casa. Subió las escaleras que daban a la máster suite de dos en
dos. Ni siquiera se detuvo a quitarse los zapatos, porque lo que menos tenía
era tiempo para perder. Le pagaba muy bien a Willa Pageant, su ama de
llaves, para que coordinara la limpieza constante de la casa, en especial,
porque al ser un rancho siempre había tierra que se llevaba en las suelas. En
esta ocasión, no era solo tierra, sino lodo.
Cuando estaba cambiándose de ropa para ir al campo, porque era evidente
que no podría hacer los trabajos con traje de oficina, escuchó que llamaban a
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la puerta de la cocina con insistencia. La voz femenina parecía inquieta. Él
supuso que era la asistente del doctor Tarah que acababa de llegar. Lo enfadó
que la mujer hubiera tardado, porque tenía entendido que le avisaron con
bastante anticipación que sus servicios profesionales eran requeridos
urgentemente en Golden Ties. Lincoln no toleraba la tardanza.
Bajó de la máster suite bastante ofuscado por tanto conflicto alrededor.
Odiaba la temporada de lluvia cuando sus consecuencias implicaban redoblar
esfuerzos y recursos.
Lo que menos esperó al abrir la puerta fue que la practicante del doctor
Tarah fuese tan bella, tampoco que tuviera un cuerpo hecho para devorar con
las manos y boca, menos que llevara la ropa mojada dejando entrever unos
pechos llenos y con pezones fruncidos que presionaban la tela blanca
haciéndose notar. El jean se le pegaba como una segunda piel. A pesar de
tener el cabello rubio enmarañado, sucio, ella era impresionante. Sin
embargo, él tenía muchas cosas importantes por resolver que no incluían
prestar atención a la lujuria.
Después de decirle a la mujer que se diera prisa, cambiándose a un
atuendo más óptimo para el campo, por seguridad y coherencia con la clase
de trabajo que iba a realizar, Lincoln regresó a su habitación para terminar de
vestirse. Lo hizo con movimientos eficaces y después se aseguró de que la
radio, con la que se comunicaba con sus empleados en el rancho, estuviera en
el canal correcto y con carga suficiente. Luego regresó a la planta baja con
celeridad y se detuvo abruptamente, en el umbral del salón principal, con una
expresión de incredulidad.
La asistente del doctor Tarah estaba muy a gustito sentada en uno de los
sillones de cuero negro, cerca de la chimenea revestida de piedra, como si
tuviera derecho a ello. Además, se había quitado las sandalias y tenía
recogidas las piernas sobre el asiento. Lincoln se puso furioso. «¿Es que acaso
pensaba que estaba invitada a tomar el té y charlar naderías?».
En pocos pasos estuvo frente a ella. Se cruzó de brazos.
La mujer levantó poco a poco el rostro, ya no había rastro de lodo, y el
cabello estaba recogido en un moño bajo. No tenía maquillaje y parecía más
guapa que las chicas que solían aplicarse incontables capas de colores y
chorradas en la cara.
—¿Por qué no está lista? —preguntó apretando la mandíbula. A través de
la radio escuchaba a sus hombres dando órdenes entre sí y actualizando sobre
la situación en las inmediaciones—. Levántese, señorita, que tiene trabajo
pendiente las caballerizas —señaló la taza de té que ya estaba vacía y las
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galletitas a medio comer—, eso fue una cortesía, pero no una invitación a
quedarse. ¿Qué rayos cree que está haciendo ahí sentada tan impávida?
Ella ladeó la cabeza, ahora entendía que él la había confundido con otra
persona. Así que decidió que iba a seguirle el juego. Además, después de
enlodarla, y ni siquiera reconocer ese hecho y disculparse, se sentía en el
derecho de fastidiarlo.
Momentos atrás, el ama de llaves se le había acercado para presentarse y
luego preguntarle en qué podía ayudarla. No solo eso, sino que se disculpó
por no haber estado alerta a su llegada, le explicó a Brooke que estuvo
atendiendo una llamada de la madre del propietario por una reunión que iba a
llevarse a cabo pronto en la casa. Brooke tan solo la dejó hablar, porque Willa
parecía realmente amable. Suponía que las visitas inesperadas de mujeres, a
juzgar por el atractivo hombre que le abrió la puerta momentos atrás, era algo
usual.
Willa también le ofreció una taza de té caliente y le sugirió que tuviera
paciencia, porque el dueño del rancho tenía algunas emergencias por resolver.
Le señaló en dónde quedaba el salón principal, invitándola a entrar. Por eso,
Brooke se encontraba muy a gusto en esa acogedora estancia de ventanas
grandes, altas repisas con libros, y una pantalla gigante montada sobre la
espectacular chimenea. Años atrás visitó Montana, con algunos amigos que
poseían ranchos inmensos, pero ninguna de las casas tenía el encanto de
Golden Ties. Imaginaba que, a plena luz del día, las tierras debían ser
soberbias.
—¿Qué hago? Pues esperando a que se cargue mi móvil para poder ir a
casa —replicó, fingiendo apatía. En realidad, estaba impresionada por el
hecho de que, usando vaqueros desgastados, una camisa de cuadros negra con
rojo, botas para el rancho y una expresión enfadada, él representaba a la
perfección el concepto de virilidad. Su aura de energía era casi salvaje, muy
lejos del sofisticado hombre en traje de Armani, ¿cómo era eso posible?—.
Además, creía que la hospitalidad era una de las características en Texas. Qué
pesar darme cuenta de que no es así. De hecho, ni siquiera ha tenido la
decencia de decirme su nombre.
Su ropa continuaba algo húmeda, aunque con la toalla que el ranchero le
dio pudo secarse, así como con las toallitas del baño. Además, el calor del
fuego la confortó.
—La decencia… —meneó la cabeza cortando la réplica ácida—. No sé de
qué universo salió usted para no tener idea del nombre de la persona que va a
pagarle por unas horas que, a juzgar por su tendencia a perder el tiempo y
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falta de profesionalismo, no merece. ¿De dónde demonios es que la sacó el
doctor Tarah? —preguntó exasperado.
En medio de su estrés y agobio, él tuvo que reprimir el impulso de agarrar
a esa mujer en volandas y llevarla hasta la camioneta, luego conducir hacia
las caballerizas y asegurarse de que la pobre Sterling tuviera la asistencia que
requería. Sin embargo, su madre lo había educado como un hombre
respetuoso, no como un cavernícola.
Claro, Rosalie también le inculcó la calidez y hospitalidad, pero esto poco
le apetecía en esos momentos. Menos mal para eso estaba Willa.
—No merezco. Huh. Ya veo que es de los hombres que juzgan con
rapidez —replicó, irritada, dándose golpecitos con el dedo en la mejilla—.
Soy de Los Ángeles —dijo Brooke con simpleza y sin ningún ápice de
disculpa en su tono de voz. ¿Por qué habría de tenerlo?
Él se pasó los dedos entre los cabellos, desordenándoselos. Lincoln no era
bueno definiendo de dónde eran las personas, según los acentos que tenían al
hablar. Ahora entendía por qué el tono de esta mujer en particular sonaba
distinto, así como también comprendía que alguien de Los Ángeles era más
proclive a no entender la dinámica de la vida del rancho. Lo decía por
experiencia, no prejuicio, pues ya había tenido empleados de metrópolis como
L. A. e incluso de Houston, y creían que el campo tenía la misma dinámica de
la ciudad o que la marca de ropa iba de la mano con la productividad y
resultados. Diablos.
—Aquí en Golden Ties, princesita, no estamos haciendo desfiles de
modas, así que cálcese rápido los zapatos que el doctor la está esperando. Si
quiere que el lodo se incruste en sus pies y también caerse de narices, pues no
es mi problema —dijo con acidez—. Si se rompe una uña y causa algún
problema, la demandaré. Me da lo mismo si es una estudiante recién graduada
o si es practicante. No sé cómo el doctor Tarah pudo haberla elegido para
trabajar en la clínica y aparte recomendarla para esta faena de emergencia.
Brooke se puso de pie, como si un resorte la hubiese expulsado del sofá, y
cruzó los brazos imitando la expresión del cowboy. Ya había tenido suficiente
con este tonto. Él debía medir al menos un metro con ochenta y tantos
centímetros de estatura. Ella era más bajita.
—Insisto en que ni siquiera sé su nombre, ¿pero asume que soy una
«princesita» solo porque vengo de Los Ángeles? Eso es un poco esnob.
¿Acaso cree que estaría aquí si mi Uber no se hubiera quedado en el camino y
no me hubiese perdido en una zona que me es desconocida, sumado a ello que
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un conductor cretino —le hizo un gesto señalándolo con la mano—, me
echara agua con lodo, arruinando mi ropa y mi buen humor?
Él le miró los pies desnudos y delicados de uñas pintadas de laca roja. La
desquiciante mujer era una tentación húmeda, en el sentido literal de la
palabra. ¿A quién se le ocurría llevar sandalias para trabajar en un rancho, en
especial con esa lluvia?
—Soy Lincoln Kravath —dijo apretando los dientes. Llevaba semanas
desde que tuvo sexo por última vez, así que esa sería la única explicación para
desear morderle la boca a la belleza impertinente de ojos verdes y escuchar
gemidos, en lugar de palabras. Su respuesta visceral a ella no era comparable
a nada. En la próxima salida a un pub seguro hallaría el alivio que necesitaba
—. Quizá pueda hacerle una presentación de mis credenciales, ya que parece
interesada en chácharas banales, ¿saciaría su interés de información? —
preguntó, sarcástico.
Le hablaron en ese instante y escuchó con atención, a través de la radio,
que dos vacas se habían extraviado, pero que lo más probable era que se
hubieran caído en las aguas corrientosas del río Colorado que quedaba a unos
kilómetros de donde solían pastar las reses. Lincoln maldijo, porque las
pérdidas de los animales eran un inconveniente.
Les ordenó a sus hombres que patrullaran hacia el norte para así constatar
que no había más animales extraviados. Dejó la radio y agarró el móvil.
Llamó al conductor que viajaba por la autopista y que iba camino a encontrar
al chofer que tenía que despachar los yogures en la central de reparto de
Houston, dándole instrucciones. En el rancho tenían experiencia plena con
esta clase de días caóticos por el mal clima, pero no por eso resultaban más
fáciles.
Lincoln cerró la llamada, pero en ningún momento dejó de mirarla a los
ojos. Ella tampoco parecía dada a romper el contacto. Como si fuera un reto
que no tuviese la intención de perder. «¿Actuaría de esa manera en todos los
aspectos de su vida?», se preguntó él.
—Ah, qué encanto conocerlo, señor Kravath —replicó en tono burlón
cuando Lincoln guardó el teléfono—. Que me haga un resumen de su árbol
genealógico, no me interesa, no. Aunque quizá pueda practicar a refinar un
poco más sus modales con las personas desconocidas que tienen la mala
suerte de cruzarse con usted en el camino. ¿Qué tal eso?
Él dio dos pasos hasta quedar más cerca de ella. Quería quitarle la maldita
camiseta blanca y después arrancarle el sujetador, porque anhelaba probar con
su lengua los pezones que parecían llamarlo con un canto sutil. Un trueno
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retumbó en la distancia y quizá lo consideraba un reflejo de cuán excitado se
sentía de repente. ¿Es que acaso el enfado y el deseo eran una combinación
letal en él o solo tenía que ver con la presencia de la princesita?
Brooke sintió acelerársele el pulso cuando aspiró el aroma masculino con
toques de sándalo. Su cuerpo reaccionó sensualmente y no podía controlarlo.
Había en ese cowboy algo más que su aspecto devastador y la autoridad que
irradiaba por los poros. En él existía una sensualidad indómita que parecía
haber conectado con la suya en un nivel sutil, pero no menos contundente.
Como si él tuviese el lado del imán que enlazaría perfecto con el suyo,
impulsándola a querer ceder a la curiosidad de tocarlo y probar qué tan duro,
fuerte, y viril sería bajo su contacto. Brooke se sentía tan fascinada como
enfadada con Lincoln.
El deseo en ella, que había permanecido todos esos meses en un
irremediable letargo, había decidido despertar con tal fuerza que la tomó
desprevenida. Lincoln Kravath parecía haber activado un botón de deshielo,
sin ni siquiera tocarla. De hecho, casi podía sentir las pulsaciones de ligeros
lengüetazos de fuego recorriéndole la piel y anidándose en su sexo. Estaba
perdiendo la cabeza, porque no hallaba forma de explicarse lo que le ocurría.
—Su opinión es irrelevante —dijo poniendo el dedo bajo el mentón
femenino, sorprendiéndolos a ambos por el impulso. Ella abrió ligeramente
los labios y él notó cómo su propio interés sexual se veía reflejado en esos
ojos de tupidas pestañas—. Ahora, tengo mucho por hacer y usted me ha
retrasado. Así que, señorita Fairchield, ¿puede hacerme el honor de mover el
culo y seguirme para ir a las caballerizas?
Brooke se apartó de inmediato y, sin poder evitarlo, soltó una carcajada.
—No, no puedo hacerle ese favor, cretino del demonio —dijo, dejando la
sonrisa de lado, mirándolo con desafío. Sus sentidos parecían excitados y no
podía hacer mucho para apaciguarlos, pero estaba en control de su cerebro—.
Me da igual si es el dueño del rancho o el dueño de la colección en oro de
funkos de Game of Thrones. Es su culpa que esté en esta casa, después de que
me hubiera echado lodo encima, así que se aguanta hasta que mi teléfono esté
cargado, mi ropa se haya secado y pueda irme. Solo, por si tiene curiosidad,
mi nombre es Brooke Sherwood —enfatizó con sarcasmo.
Lincoln la quedó mirando breves segundos. Se apretó el puente de la nariz
con los dedos y después soltó una exhalación imperceptible.
—Mierda —farfulló con incredulidad meneando la cabeza, ante la sonrisa
impertinente de Brooke, que lo observaba con suficiencia. Se detuvo en el
umbral de la puerta y exclamó hacia el corredor, algo impropio de su carácter,
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pero no tenía otra salida—: ¡Willa, por favor, trae otra taza de té a la señorita
que está en el salón y llámale un taxi!
—¡Sí, ahora voy! —replicó a lo lejos. Sabía que ningún taxi iba a salir a
ayudar a nadie con esa tormenta, menos habría alguien en el rancho que
estuviera desocupado para ejercer de chofer, porque había otras prioridades.
Se calló su réplica, porque no venía al caso.
Ella llevaba veinte años sirviendo a esa amable familia y, a petición de
Rosalie y Osteen, los padres de los chicos Kravath, había permanecido en la
mansión cuando el joven Lincoln se convirtió en el dueño principal, mientras
el matrimonio optó por una vida en la ciudad. Los otros hijos, Samuel y
Tristan, residían lejos de Austin y de la zona de Lago Vista.
—Yo esperaré a que se cargue mi móvil. No hace falta que continúe
intentando ofrecerme su hospitalidad —dijo Brooke con sarcasmo—.
Supongo que la palabra «disculpa» no forma parte de su vocabulario.
Lincoln quiso decirle algo a la princesita, pero no tenía tiempo para hacer
preguntas o disculparse por su equivocación. Ya se había tardado suficiente
en ese ridículo intercambio. Además, su cuerpo necesitaba concentrarse en
algo más que no fuese dejarse acicatear con la posibilidad de fusionarse con
las curvas de la tal Brooke Sherwood de Los Ángeles.
No tenía idea qué rayos hacía una mujer como esa perdida en un rancho
de Texas, ni le importaba. Cuando antes se fuese de su propiedad, más
tranquilo estaría él.
Salió de la casa dando un portazo.
Nada más poner un pie en el porche de la entrada principal, una mujer
vestida de veterinaria, llevando protector de lluvia y botas para andar en el
campo, se acercó con una sonrisa. Él se pateó mentalmente por haber asumido
la identidad de la princesita, en lugar de utilizar dos dedos de frente y hacer
una simple pregunta. La única justificación era que su plato de
responsabilidad estaba lleno por el día y fue incapaz de mirar más allá de sus
narices.
«Al menos no había sido tan patán y le entregó una toalla a Brooke para
que se secara». En esos instantes tampoco tenía tiempo para buscar un jodido
paño y dárselo a la estudiante de veterinaria. Menos mal, la mujer que estaba
ante él sí llevaba protección contra la lluvia.
La radio volvió a emitir las voces de sus hombres recordándole su
responsabilidad. A juzgar por cómo se presentaba el horizonte iba a tener
muchas horas de jaleo por delante.
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—¿Señor Kravath? Soy Ingrid Fairchield, la practicante de veterinaria.
Lamento la demora, ha sido una odisea transitar los alrededores y tuve
problemas con el GPS —expresó, preocupada—. No he recibido más
mensajes sobre el proceso de parto de la yegua. En el trayecto la señal se iba a
cortando, así que a duras penas he podido obtener una actualización. ¿Hay
novedades sobre Sterling?
—Soy Lincoln Kravath, sí —dijo estrechando la mano de la mujer—. La
estaba esperando ya hace bastante rato. Sígame, por favor, nos iremos en mi
camioneta a las caballerizas y hablaremos en el trayecto.
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—Los Kravath son de las mejores familias de Texas. Si acaso se siente
insegura por alguna razón, entonces recuerde mi enseñanza con la escopeta.
Brooke había soltado una carcajada. No quería imaginarse la cara del
insufrible de Lincoln si ella aparecía con una puesta en escena de esa clase.
Estaba segura de que la desarmaría en un dos por tres. Daba la impresión de
que Lincoln Kravath apuntaba a un objetivo y conseguía lo que se proponía.
El pensamiento de que, así como parecía enfocado en temas de trabajo, lo
sería también en la cama, le provocó un cosquilleo en la piel.
—¿Hay algo que deba hacer como administradora de Blue Oaks? —le
había preguntado al recordar que Matteo le aseguró que Mildred era su punto
de apoyo.
—No, señorita Sherwood. El administrador no tiene trabajo de campo,
pero debe estar al corriente de los incidentes, procesos de trabajo, así como
flujos de dinero proveniente de los negocios de la siembra y, en el caso
específico de Blue Oaks, la escuela de equitación. Ya estamos habituados a
esta clase de temporal. Aunque hoy ha sido bastante inusual la fuerza y
densidad. Joseph vino para quedarse en las caballerizas, así como sus dos
asistentes, Douglas y Malcolm. Por los sembríos no se inquiete, Pete siempre
tiene precaución cuando hay anuncios sobre el clima. La casa, aunque no es
sofisticada, está protegida y no tiene goteras.
—¿Las maquinarias…?
—Son máquinas de campo. Los aparatos más sensibles están a buen
recaudo. Llámeme si necesita algo más, pero de momento Blue Oaks no tiene
inconvenientes. Mañana podremos saber si hace falta algo por comprar,
reparar, mejorar o reportar con usted.
Brooke soltó un suspiro, aliviada.
No quería que sus primeros días de trabajo fuesen una pérdida de tiempo y
por eso, al siguiente día de haber llegado, había hecho un inventario de toda la
documentación digital, pero que después tendría que corroborarla con la
física. El software que recolectaba los datos y resultados de cada gestión no
era el más sofisticado, así que iba a invertir bastantes horas haciendo
comparaciones de datos. Ella asumía que Matteo, a pesar de que no mostrara
interés en involucrarse en la gestión del rancho o visitarlo con frecuencia, era
un buen jefe. Lo anterior podía deducirlo porque ningún empleado tenía
quejas o comentarios negativos sobre él, además que las prestaciones
salariales y beneficios eran muy buenos. Brooke iba a devolverle el esplendor
a Blue Oaks, porque ahora era su casa y forma de ingresos durante un buen
rato.
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—Sí, gracias, señora Ferguson.
—Ha tenido usted suerte de haberse perdido, pero no muy lejos —había
dicho de buen humor—. Está en buenas manos, no se preocupe. Willa es una
persona muy diligente, y el joven propietario encantador, tal como le dejé
saber el otro día.
Brooke había soltado una leve exhalación. «¿Encantador? ¡Já!».
Después de aceptar un sándwich, una taza de leche caliente con chocolate
y un delicioso cake de naranja como postre, cortesía de Willa, se sintió más a
gusto y menos ansiosa. La comida siempre conseguía sosegarla, aunque
procuraba controlar el impulso porque sabía que, a largo plazo, no era un
modo saludable de tener confort. Imaginaba que una vez que empezara a
sembrar flores, lavanda y girasoles en la entrada de la casa, eso la ayudaría a
relajarse y continuar su intención de mantener muy bajos los niveles de
ansiedad.
Se apartó de la mesa y se dirigió al interior de la casa.
El aroma ligero a canela en el ambiente era agradable y se mezclaba con
toques tenues de pino. La estructura de la planta baja estaba revestida de
madera oscura y la decoración era esmerada. Los muebles eran grandes, los
cuadros imponentes, el reloj cucú en una esquina resultaba señorial; el techo
era alto y la sensación de amplitud era reconfortante. Había algunas estancias
alrededor, pero ella no entró a ninguna, sino que las observó desde el umbral.
Brooke tenía facilidad para notar la buena calidad de los objetos en una
decoración, así que podía asegurar que esta casa era una obra arquitectónica
de primera categoría. Después de tantos años rodeándose de millonarios, el
hacer esta clase de observaciones provenía de un conocimiento que, si bien no
servía para mucho o para nada realmente, le parecía entretenido de utilizar
cuando entraba a lugares tan bonitos como este.
El sonido de las gotas de lluvia, golpeando con braveza los vidrios y el
techo abovedado de la casa, creaba una sensación de estar en otra línea de
tiempo en la que todo era fluido, consistente y real. A Brooke le gustó el
silencio roto tan solo por la música de la naturaleza. En Los Ángeles, para
lograr esa conexión, era preciso ir a un parque, porque la ciudad resultaba un
caos que no permitía escuchar ni el canto de los pájaros.
Sintió súbita curiosidad por subir las escaleras y conocer qué clase de
hombre era Lincoln, pero se contuvo y optó por deambular en el largo pasillo.
Una gran consola de roble tenía encima varias fotografías. Los retratos eran
casi todos de los Kravath en diferentes etapas de la vida, a juzgar por los
rasgos físicos similares.
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Toda la familia era muy guapa, pero entre los hermanos destacaba
Lincoln. En algunas fotos estaba sonriendo, despreocupado, montando a
caballo. En otras tomas aparecía serio y concentrado en el horizonte, mientras
sus hermanos sonreían de forma cómplice. Ella imaginaba que, si las
circunstancias hubieran sido distintas, la relación de ambos habría empezado
de un modo menos hostil. «Da igual».
A juzgar por otra fotografía, esta vez con el logo de la prestigiosa
publicación Architectural Digest, era evidente que las revistas sabían que con
Lincoln en una portada no solo lograba resaltar la belleza del rancho que
estaba de fondo, sino atraer miradas femeninas que comprarían la edición.
«Una lástima que además de guapo, fuese idiota y grosero».
Brooke ya contaba un par de horas desde que llegó a Golden Ties. De
hecho, ya iban a ser las diez de la noche. Fue al cuarto de lavado y sacó su
ropa para dejarla en la secadora; la programó para el ciclo rápido. Willa
insistió en encargarse de esa tarea, pero Brooke rehusó, porque no se sentía
cómoda y tampoco era una invitada, sino alguien que había llegado a ese
rancho por simple accidente. No veía la hora de ir a Blue Oaks y estar en
cama.
Los siguientes días para ella iban a ser muy duros, porque tendría que
recorrer todo el perímetro del terreno, aprender la función de cada empleado,
comprender lo que era un rancho agrícola, informarse de los presupuestos por
áreas, hallar la forma de contratar nuevos obreros para limpiar las zonas que
estaban abandonadas. Incluso tendría que revisar si los permisos comerciales
estaban al día, en especial el vinculado a la escuela de equitación para niños.
Necesitaba supervisar el sistema computarizado de riego para el huerto
orgánico. La lista solo aumentaba, pero estaba satisfecha con este cambio de
vida. Apenas le quedaba tiempo para pensar en el bebé que perdió, la debacle
de su familia y el inmerecido repudio social en L. A.
El teléfono vibró en su mano y se alegró de que no fuera el abogado de su
padre.
No entendía qué otros asuntos podría querer tratar con ella Yves, en
especial ahora que Nicholas ya estaba tras las rejas, y por eso continuaba
ignorando sus llamadas. Salvo Kristy, nadie más sabía que estaba en Texas.
Ni siquiera le avisó a Vera que se había marchado. ¿Por qué molestarse si su
madre la dejó abandonada sin pensárselo ni un segundo?
Kristy: ¡Hey! ¿Cómo va todo en tu vida de ranchera? =)
Ella sonrió al ver el mensaje y fue a sentarse en el sofá de cuero del salón
principal. Se arrebujó en la cómoda tela de la salida de baño y soltó una
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exhalación. Con la calefacción se estaba muy a gusto. Recostó la cabeza
contra el acolchado brazo del diván.
Brooke: Accidentada. Estoy en Golden Ties, un rancho que
colinda con el de Matt (te manda saludos, aunque ahora está por
Europa). Mi Uber se averió y mientras yo caminaba hacia Blue
Oaks, un cretino pasó con la camioneta y me echó lodo. Me perdí
y terminé aquí.
Kristy: ¿De quién es el rancho Golden Ties? *emoticón boca
abierta*
Soltó una risa y bostezó. Le parecía que había tenido un largo día, en
especial porque las labores del rancho empezaban al alba. Ella se despertaba a
las cinco y media, algo inaudito, pero necesitaba demostrarle a Matt que no se
había equivocado en darle esa oportunidad.
Brooke: Del cretino. Aunque todo está oscuro alrededor, el interior
de la casa es bellísimo.
Kristy: Ese cretino, cuéntame: ¿es guapo, soltero y tiene nombre?
*emoticón de guiño*
Brooke: Pudiste preguntarme si yo estaba bien y sin pulmonía
*emoticón ojos en blanco*. Creía que te preocupabas por mi
bienestar.
Kristy: ¿Tienes pulmonía? *emoticón con boca elevada de un
solo lado*
Brooke: Jaja. No, tan solo cansancio, los horarios de trabajo aquí
son muy diferentes a L. A.
Kristy: Entonces no nos desviemos del tema principal *emotición
cejas elevadas*. Responde: nombre, estatus, apariencia, y si es
posible, fotografía.
Brooke: Se llama Lincoln Kravath. Desconsiderado. Mal
humorado. No veo la hora de largarme de aquí. Sin embargo, el
riesgo de cruzar desde esta propiedad hacia el rancho de Matt,
que es muy grande, no merece la pena el riesgo, menos con este
diluvio *emoticón sombrilla*.
Pasaron varios minutos hasta que Kristy respondiera de regreso, así que
Brooke aprovechó para agarrar uno de los cojines y abrazarlo, después
recogió las piernas.
Kristy: ¡OMG! Lo acabo de mirar en Google. Ese hombre es hijo
de una dinastía de rancheros texanos. Soltero. Treinta y cuatro
años. ¡Imagina que te mire con esos ojos azules llenos de deseo!
Ufff, ¡Brooke, él es justo lo que necesitas para olvidarte de los
hombres tarados que han pasado por tu vida! ¿Recuerdas eso
que hablamos de dejarte llevar y abrir un poco las posibilidades?
Brooke: No puedo creer que me hayas dejado de hablar para
buscarlo online *risa con lágrimas* Lo que dicen las revistas no es
cierto. El tipo no tiene ni un ápice de encanto.
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Kristy: ¡Ya te he dicho que el encanto no te da orgasmos, sino un
miembro viril que se sabe usar! Me da la impresión de que Lincoln
Kravath es de los que sabe cómo usar su cuerpo, ¡wow, Brooke,
en serio, está para devorarlo! Ahora estoy convencida de que él es
la medicina que tus partecitas femeninas necesitan con urgencia.
Y son vecinos ahora ¿no es genial?
Brooke: Jajaja. No, no es genial. Prefiero conocer a alguien en
otro sitio, pero ya sabes que no es mi prioridad. En todo caso,
espero que puedas venir a visitarme pronto.
Kristy: Lo tenemos que organizar y no voy a permitir que te
conviertas en una tipa aburrida. Ni lo sueñes *emoticón berenjena*
*emoticón ojitos superabiertos*. Ahora ya debo volver al set. Es
una serie de terror y, spoiler alert, soy la asesina. Si te acuestas
con ese Adonis, disfrútalo al máximo ¡varias veces! ;)
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de uno de los graneros, esta se resbaló de los dedos del hombre que estaba a
su lado y la punta le hizo un corte en la pierna. El metal rompió la tela del
jean, pero también esa barrera evitó que la herida hubiera sido más profunda,
aunque no detuvo el constante sangrado y el dolor de mierda.
Con la lluvia, el ajetreo de los obreros trabajando, el veterinario con la
asistente intentando traer al mundo al potrillo, Lincoln no podía convertirse
en un estorbo, así que aceptó a regañadientes regresar a la casa. Sabía que
necesitaba puntos de sutura, pero no quería ir a una clínica. No era un quejica,
así que podía resistir sin anestesia local. No era la primera ocasión en que
sufría un accidente laboral ni sería la última.
—Vaya, la cortesía rebosa en su lista de cualidades —replicó ella. Miró al
hombre que iba con Lincoln, y que parecía agobiado—: ¿Puedo ayudar de
algún modo?
—Necesitamos un médico con rapidez, la herida está contenida con una
pañoleta, pero requiere asistencia y hay que revisar que no se infecte. El señor
Lincoln insistió en quedarse más tiempo del necesario afuera y ha perdido
sangre. Voy a llevarlo arriba.
—Qué alarmista eres Kevin, joder. No pasa nada —farfulló Lincoln al
obrero. Estaba sucio, mojado, la camisa pegada como adhesivo a su piel y la
herida puñetera lo fastidiaba.
—Ah, el señor es un mal paciente —dijo Brooke, antes de ir a buscar a
Willa. La encontró apagando el fuego de la hornilla, mientras terminaba de
hervir el agua en la tetera.
Cuando le dijo lo que estaba sucediendo, la mujer se puso en marcha
como si le hubiese puesto un chute de cafeína. Contactó al médico, después a
una enfermera auxiliar, y finalmente llamó al capataz del rancho para que le
diera más detalles de la situación. Brooke admiró el temple de Willa, pero
creía que estaba exagerando, aunque, al tratarse del propietario de quien
dependían los salarios, ningún esfuerzo era en saco roto.
—Señorita Sherwood estaré ocupada, pero siéntase en su casa —dijo
Willa—. Esperemos que pronto amaine la tormenta para que uno de los
choferes del rancho la acerque al Blue Oaks. Si el clima no mejora, entonces
le prepararé la habitación de invitados.
—No especulemos sobre medidas extremas —dijo con ligero humor
pensando en Lincoln y su hostilidad—. Usted se ha portado bien conmigo, me
ha dicho que casi todos los colaboradores de la casa están en el campo, así
que déjeme ayudarla.
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—El doctor Hutchinson llegará rápido, pero el joven Lincoln se vuelve
cascarrabias cuando no puede hacer lo que le gusta.
—¿Mandar a los demás y actuar como un neandertal? —preguntó Brooke,
sin poder evitarlo. Para su sorpresa, Willa se rio—. Lo lamento, no quise ser
grosera.
—La vida de él no es fácil —replicó con una sonrisa que marcó las
arruguitas en los contornos de los ojos—, porque lleva todo el peso de las
empresas familiares, pero es una buena persona. Hoy ha sido un día
complicado para usted, por lo que me contó, aunque también lo ha sido para
el señor Kravath. Si me quiere ayudar, tome varias toallas de la lavandería y
súbalas a la recámara que está al llegar al segundo piso, a la derecha. No se
perderá, porque seguro va a escuchar al joven Lincoln maldiciendo —dijo con
un tono conspirador.
Brooke esbozó una sonrisa y miró la hora. Su ropa ya debería estar seca.
—Subiré las toallas —replicó con rapidez. Había notado cuán manchado
estaba el jean de Lincoln con sangre, así que no tenía tiempo para perder.
—Gracias, señorita. ¿Sabe? Quizá el señor Kravath necesite una amiga y
esta tormenta la ha puesto a usted en el camino por alguna razón —dijo
dándole una palmadita en el hombro.
Brooke quiso replicar que lo último que quería era ser amiga de un salvaje
texano sin modales ni sentido de la cortesía, pero la mujer ya estaba
alejándose por el pasillo. «No puedo seguir sin ropa», se dijo, mientras
avanzaba hasta la lavandería.
Abrió la tapa de la secadora. El jean y la blusa estaban secos, pero no al
punto como a ella le gustaba. Quizá habría puesto menos tiempo del que en
verdad necesitaba. Las bragas y el sujetador sí estaban listos, así que optó por
ponerse las prendas que ya tenía secas. Programó treinta minutos más la
secadora y puso un adicional de suavizante. Se cubrió de nuevo con el
albornoz y ahora se sentía menos consciente de su desnudez, aunque fuese
imposible saberlo para otros por el grosor de la tela. Fue hasta los gabinetes
de madera ubicados en la pared, opuesta a la lavadora y secadora, donde
estaban las toallas organizadas perfectamente por tamaños; agarró varias.
Después aceleró el paso y recorrió el pasillo para ir a la máster suite.
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CAPÍTULO 5
Brooke subió con rapidez las escaleras y se detuvo al ver al ama de llaves,
agitada, hablando por teléfono. Sosteniendo las toallas, ella procuró no
interrumpir lo que parecía una conversación con el doctor. La escuchó
preguntar si existía alguna manera alternativa de que pudiera llegar al rancho
con la enfermera. Al notarla contrariada y preocupada, le supo mal. Así que
tomó una decisión impulsiva, porque, aunque el ridículo de Lincoln se había
portado como un idiota, Brooke no iba a dejar de ayudar a una persona con
una herida. Esperaba que no fuese una laceración tan grave o profunda,
porque, sino, no podría hacer mucho.
Cuando su hermano estaba vivo, ella tuvo que cubrirle las espaldas las
noches en que se iba a de juerga. En algunas de esas salidas, Raffe, solía
meterse en peleas callejeras bajo los efectos de la heroína y terminaba con
cortes o heridas que requerían atención médica. Él nunca quiso ir a un
hospital para recibir ayuda, porque temía que los médicos involucraran a la
policía. A veces era un poco paranoico. Por él, Brooke aprendió a suturar
heridas y curarlas. Ella adoraba a Raffe, así que hacía cualquier cosa por su
hermano, incluso tomar un curso de primeros auxilios y falsificar una licencia
de conducir para irlo a buscar a la calle si pasaban horas sin que respondiera
el teléfono o si el mejor amigo de Raffe tampoco contestaba.
—Willa —dijo con suavidad cuando la mujer cerró la llamada y notó su
presencia—, yo puedo ayudar. Sé un poco de enfermería, digamos de modo
empírico. La lesión no puede dejarse desatendida. Vi la cantidad de sangre
impregnada en el pantalón cuando Lincoln entró en la casa hace un momento.
Si me trae desinfectante, un botiquín de primeros auxilios, hilo y aguja
quirúrgicos, podré revisar la herida. Le prometo que haré lo mejor que pueda.
La mujer se frotó el puente de la nariz, miró el teléfono como si fuese a
obtener alguna posible respuesta, y después posó su atención en Brooke; hizo
un asentimiento.
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—El doctor no va a poder llegar hasta mañana temprano —dijo en tono
angustiado. Soltó un suspiro—. A mí, la sangre me da repelús, pero puedo
asistirla llevándole implementos o alguna cosilla que haga falta. —Brooke
asintió—. Dice el doctor Hutchinson que se le ponchó una llanta y no tiene las
herramientas para cambiarla. Está esperando al mecánico que, seguramente,
tardará una eternidad. Si usted puede ayudar, lo agradezco.
—Lo haré. Por favor, Willa, tráigame lo que he solicitado para desinfectar
la herida —replicó con una expresión de resolución. Después entró en la
habitación.
El espacio era amplio, pintado de blanco, y en el techo había un ventilador
de madera. Los ductos pequeños del sistema central de aire acondicionado
estaban sobre el lado derecho. La cama era de tamaño king-size y tenía cuatro
postes altos de madera oscura sin techo; en otras palabras, la impresión era la
de una cama señorial y moderna. Hermosa. El suelo tenía parqué oscuro y las
cortinas del ventanal estaban abiertas. El agua golpeaba contra el vidrio que
daba a un balcón. En la simpleza de la estancia radicaba una plácida
comodidad.
Brooke se sintió un poco inquieta, porque estaba con un albornoz, en
sandalias, sin una gota de maquillaje que pudiera ejercer de escudo protector,
en la guarida de un león herido y desconocido. No sabía cómo aproximarse,
aunque tampoco contaba con demasiado tiempo.
Acostado sobre el edredón azul, armando jaleo al discutir con Kevin,
Lincoln no parecía haber perdido ni un ápice de su fuerza. Llevaba el cabello
despeinado, el rostro un poco sucio y el jean húmedo de sangre. Seguía
siendo hermoso. Esta apreciación personal jamás saldría de la boca de
Brooke, porque tenía plena conciencia de que un hombre tan guapo como ese
cowboy, no necesitaba aumentar su vanidad.
—¡No necesito un puñetero doctor! —exclamó Lincoln, mientras Kevin le
pasaba un vaso de whiskey, porque decía que el licor le ayudaba a disminuir el
dolor—. Tráeme un hilo y una aguja que yo mismo puedo coserme la herida
—intentó levantarse, pero sintió que la zona de piel lastimada se tensaba.
Hizo una mueca y soltó una maldición—. Por la gran puta.
Brooke eligió ese momento para hacerse notar.
—Qué suerte que tus plegarias hayan sido escuchadas y el doctor no
pueda llegar al rancho a tiempo —dijo, tuteándolo para romper el hielo. De
inmediato la penetrante mirada verde se posó sobre ella erizándole los vellos
de la piel y acelerándole el pulso. Carraspeó y agregó—: Resulta que yo sé
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algo de enfermería, así que voy a curar tu herida. Me ofrecí a ayudar en
agradecimiento, porque me has permitido resguardarme aquí por el temporal.
Willa apareció en la puerta y le dio todo lo que Brooke había solicitado.
—Digamos que no he tenido otro remedio —dijo enarcando una ceja.
Después miró a Willa—: ¿Por qué sigue ella en la casa? —preguntó haciendo
una mueca de dolor.
—Porque usted me ha dicho que siempre que podamos dar cobijo a otras
personas, lo haremos —intervino el ama de llaves mirándolo con una
expresión de preocupación, porque no quería enfadar a la amable señorita que
se había ofrecido a colaborar. Esta era la primera vez que veía a su jefe
reaccionar así con una muchacha. No tenía idea de qué bicho le habría picado,
porque seguro que no se trataba del accidente con plancha de metal.
—Ah, ya veo —farfulló. Al reparar en el hecho de que Brooke estaba
vestida tan solo con un albornoz, frunció el ceño—: ¿Dónde está su ropa,
señorita? Damos un cobijo de vez en cuando, pero no fungimos como hotel de
larga estancia para las personas extraviadas.
Brooke tan solo se echó a reír. Meneó la cabeza, mientras sacaba las
tijeras de la cajita y se acercaba a la cama. Miró a Kevin y le hizo una seña
para que quitara la pañoleta del jean.
—Por favor, coopere, señor Lincoln —dijo Willa, después, mirando a
Brooke con una expresión de disculpa murmuró—: Él no es tan gruñón,
créame. Solo está lastimado.
—Sí, como un animal salvaje incapacitado temporalmente —replicó con
ironía.
La cercanía de Lincoln tenía sus sentidos en máxima alerta. Parecía ser
consciente de cada pequeño movimiento de él y por eso procuraba no mirarlo
a la cara. La energía que irradiaba era potente y no quería dejarse envolver en
esa tormenta.
—Estoy aquí, así que no hace falta referirse a mí como si estuviese
ausente —replicó con acidez, mientras terminaba el segundo vaso de whiskey.
La mujer que estaba junto a la cama, procurando no conectar la mirada
con la suya, lo tentaba. No se trataba de esa clase de tentación que le
provocaban las mujeres guapas que podía conocer en un bar o en una fiesta,
no. Esta sensación era tan carnal que parecía reptar visceralmente en sus
sentidos hasta hacerlos prisioneros. Al no ser capaz de comprender este
impacto, su primer instinto era de reaccionar en modo supervivencia, como si
Brooke lo hubiese expuesto a algo peligroso. Ninguna mujer había tenido esa
capacidad de influencia, en especial sin ni siquiera intentar flirtear con él. De
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hecho, en este caso era todo lo contrario, porque Brooke parecía más bien
querer clavarle la tijera en el ojo. No la podría culpar, sin duda. Si los papeles
fuesen invertidos, él habría querido hacer lo mismo.
—Si gruñes tanto —dijo Brooke en tono burlón—, entonces podría
confundirse tu presencia como la de alguna criatura no-humana. No puedes
culparnos por hablar de ti como si, tal como dices, no estuvieras presente.
Lincoln elevó la comisura de la boca.
—¿Qué experiencia tiene usted curando heridas? —preguntó con tono
hosco.
No le gustaba estar postrado en una cama sin poder desenvolverse por sí
mismo. Estaba siendo injusto con la mujer de cabellos rubios, pero al notar
que se sonrojaba, sintió un perverso interés en fastidiarla un poco. Esta no era
su usual forma de comportarse.
Brooke soltó una exhalación, finalmente, lo miró.
—Tomé un curso de primeros auxilios y desde que lo hice he practicado
un par de veces suturando heridas. Me habría gustado hacer un curso para
lidiar con idiotas, pero no alcancé. Ahora, cállate por el amor del universo,
que voy a cortar la tela del pantalón. Puedes empezar a tutearme como lo
hago yo. No es una concesión especial, lo aclaro por si tu ego se confunde,
sino que prefiero comunicarme de ese modo —dijo, mientras se inclinaba
hacia adelante para introducir la tijera en la basta y empezar a hacer el
recorrido hacia arriba.
Lincoln apretó la mandíbula al notar que la parte frontal del albornoz se
abrió ligeramente dándole un vistazo del valle de unos pechos turgentes
cubiertos por la tela del sujetador blanco. Si algo le dolió en ese momento no
fue la herida, sino su miembro. Ella estaba demasiado cerca de su alcance.
Solo necesitaría extender la mano y tirar del cinturón de tela para descubrir si,
además de sujetador, llevaba o no bragas. Imaginaba que Willa le habría
sugerido que lavase la ropa o la pusiera a secar.
—Ah, una aficionada —replicó con acritud, mientras sentía el frío metal
recorrer la piel—. Imagino que puedo aceptar tu petición de que te tutee, así
como puedo permitir los experimentos que planeas poner en práctica en la
herida, porque no hay médico y es una emergencia. Gracias —murmuró esto
último en un tono menos combativo.
Ella hizo un asentimiento breve.
—Una aficionada con experiencia. Si tengo suerte, no volveré a sufrir el
desagrado de escuchar las bobadas que salen de tu boca —zanjó Brooke. De
repente dejó la tijera de lado y se irguió, no sin antes darse cuenta de que
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Lincoln no había estado hablándole al perfil de su rostro, sino al valle de sus
pechos. Se sintió abochornada y con ganas de clavarle la tijera en la pierna, a
propósito, para que se le quitara esa expresión de arrogancia—. Voy a tener
que pedirte que te quites el pantalón, porque la tijera no va avanzar hasta
descubrir la zona del muslo que tienes lastimada, no sin crear una fricción
dolorosa y que quizá provoque que sangres. No podré trabajar así —se cruzó
de brazos—. Sería bueno un poco de dolor, sin duda —comentó con perfidia
—, pero no quiero extender mi tiempo en esta habitación.
Lincoln sonrió de medio lado.
—Es refrescante que una mujer me pida que me desnude frente a otras
personas. Ahora descubro que tienes un fetiche por tener público y por el
dolor. Interesante la información que se aprende en momentos inesperados,
huh —replicó haciéndole un guiño. Cruzó los brazos sobre los pectorales y le
sonrió de medio lado. No entendía qué poseía esa mujer porque, en lugar de
mostrarse distante y amable, lo cierto era que disfrutaba enfrentándose con
ella verbalmente y hacerla enfadar. «Dios, necesito unas vacaciones».
Brooke no pudo evitar sentir el ardor en las mejillas. Detestaba sonrojarse,
porque su piel blanca lo dejaba traslucir con vergonzosa intensidad.
—Eres un idi…
—Señor Kravath —intervino Willa con incredulidad—, entienda que ella
es la única ayuda que tenemos en medio de este clima que no permite a nadie
movilizarse, así que procure no espantarla. —Miró a Kevin—: Ayúdalo a
quitarse las botas, por favor, después dale unos minutos de privacidad para
que se quite el jean a su propio ritmo, porque estoy segura de que no querrá
que nadie lo ayude en esa tarea específica.
—La señorita Sherwood quizá tenga alguna objeción al hecho de no
supervisar ella misma esta tarea —dijo Lincoln en tono burlón, mientras se
quitaba primero el cinturón.
—Mi única objeción es contra la buena voluntad que tengo de ayudarte,
Lincoln.
—Como quieras —replicó él riéndose por lo bajo.
Brooke puso los ojos en blanco y le dio la espalda. Aprovechó para abrir
el alcohol y empapar varias bolas de algodón, después pasó el hilo
reabsorbible por el ojo de la aguja.
—Ya estoy listo, Brooke —dijo, después de haberse quitado el jean con
cautela, pero se tardó unos minutos adicionales, porque la sangre seca, en
algunas partes alrededor del muslo, halaron la carne sensible de la herida
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causada por el metal—. Tengo una sábana para no causar que te distraigas.
Entiendo que no eres médico y yo no soy tu paciente.
Esta era la primera vez que él la llamaba por su nombre directamente. Ella
se giró hacia la cama. La sábana cubría la pelvis masculina. Dos piernas
musculosas y definidas quedaban a la vista. Ella quiso trazar con el dedo cada
parte. Se ajustó bien el cinturón del albornoz, porque no quería volver a dar
un espectáculo visual. No porque le incomodara cómo las pupilas de Lincoln
brillaban con interés al mirarla, sino lo contrario; le gustaba más de lo que
podía expresar. No sabía si esas pullas verbales mutuas empezaban a afectar
sus pobres conectores neuronales o si quizá era solo el exceso de adrenalina
por un día.
—Exacto y por ese mismo motivo deberías estar agradecido, en lugar de
ser un mal paciente y un pésimo anfitrión —replicó ella aplicando alcohol
para empezar a limpiar la herida. Él dio un respingo y Brooke echó, tan solo
para darle una lección, más alcohol.
Lincoln apretó los dientes y no reclamó ante la reprimenda. La merecía.
—Lo estoy —dijo al cabo de un rato en tono quedo, mientras la observaba
proceder con pasmosa agilidad para alguien que no era ni siquiera enfermera
—. ¿Qué profesión tienes?
Ella consideró responderle con sarcasmo, pero quizá, el hacer preguntas
súbitamente, era la manera de Lincoln de ignorar la incomodidad del dolor.
—Soy ingeniera en programación informática —murmuró, mientras
dejaba en una bandejita que le había llevado Willa, los algodones sucios—.
Estoy en Texas por trabajo.
—Imagino que la propuesta fue imposible de rechazar, ¿ya llevas tiempo
en Austin? —preguntó mirando cómo las manos delicadas se movían con
destreza sobre su piel herida.
Llevaba consumidos cuatro vasos de whiskey, pero sus palabras
continuaban siendo claras. Necesitaba una botella completa para perder el
conocimiento y esa era una estupidez que no repetía desde que el monstruo
que tenía por exnovia, Heidi, acabó con la fe que tenía en las mujeres. Pensar
en ella, por más breve que fuese el recuerdo, implicaba un dolor similar al que
estaba aplicándole Brooke, aunque sin los efectos emocionales devastadores.
—No, no mucho tiempo. Llegué hace unos días —replicó sin mirarlo,
concentrada en la piel que iba cosiendo. La herida era alargada y algo
profunda, pero no tanto como para declarar que era incompetente para
terminar el pequeño procedimiento. Su hermano había sufrido una laceración
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similar a causa de un cuchillo, así que estaba familiarizada—. Todavía tengo
pendiente recorrer la ciudad y empezar a echar raíces.
—Asumo que, gracias a mí, tu impresión de los texanos no ha de ser muy
buena —dijo con ligereza. Que le cosieran la piel en carne viva y sin anestesia
era un puto dolor, al menos en el botiquín del rancho había tópicos
anestésicos, en este caso Lidocaína. No era tan potente como la anestesia
líquida, pero al menos consiguió adormecer la zona que requería sutura.
—He conocido otras personas amables, así que te consideraré la
excepción de la regla hasta que seas capaz de probar lo contrario. Si es que,
después de hoy, te vuelvo a ver —replicó con una sonrisa burlona, pero sin
apartar la mirada de la piel que cosía.
Intentaba fingir que era inmune al hombre que yacía en la cama a su
completa merced, así como también pretendía no fijarse en la forma que los
músculos reaccionaban a su toque inocente. Era imposible no sentir ganas de
acariciarlo, en especial cuando su mano izquierda necesitaba apoyarse para
equilibrar su quehacer con la derecha, al estar de pie.
—¿Es un reto, porque no podrías con tu conciencia si mi pierna queda
como el personaje de Frankenstein? —preguntó en tono calmo, apretando los
dientes cuando la aguja volvió a introducirse en un lado de la piel para luego
salir por el otro.
Con la suciedad en el rostro, el cabello despeinado, la camisa con tres
botones abiertos y ajada, las manos manchadas de pinceladas de barro, en
lugar de lucir desaliñado, Lincoln parecía como si un equipo de fotografía lo
hubiese puesto en ese estado para una sesión. Brooke no lograba comprender
cómo unas personas, hombres o mujeres, poseían ese appeal de lucir bellas
indistintamente del momento del día o lo que llevaran encima.
Lo miró por un instante breve.
—No soy cirujana plástica, pero cicatrizará bien —murmuró.
La radio de comunicación de Kevin interrumpió con la voz de Ben,
preguntando por el estado de Lincoln. El obrero reportó que ya estaba siendo
atendido. El administrador le pidió a Kevin que regresara al campo, porque se
necesitaba reforzar el personal de patrulla en los límites de la propiedad, pues
al parecer había un par de reses adicionales extraviadas y se temían que
hubiera, al igual que las primeras, terminado en el río.
—Maldita sea —dijo Lincoln enfadado por las noticias—. Kevin, procura
que se resuelva esto. No puede ser que cada puñetero principio de verano
ocurra esta mierda.
El obrero tan solo hizo un asentimiento y se marchó.
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Willa, al notar que Brooke estaba manejando el procedimiento con más
pericia de la que le hubiera dado crédito, recogió las toallas sucias y los restos
ensangrentados del jean para ponerlo en una bolsa plástica, después bajó a
buscar botellas de agua y Gatorade para que Lincoln se hidratara, además de
algunos analgésicos. No tardó en volver y organizarlo todo sobre la mesita de
noche de su jefe que, para su sorpresa, había dejado de quejarse.
—Señorita Sherwood, ¿hace falta algo adicional? —preguntó el ama de
llaves. Brooke la miró con una sonrisa e hizo una negación—. La lluvia no va
a cesar y es muy peligroso intentar salir de aquí, además de que es casi
imposible que alguien se arriesgue a entrar a Golden Ties con los caminos
enlodados. —Miró a Lincoln—: ¿Está de acuerdo en que le demos hospedaje
a la señorita? —preguntó tan solo por cortesía, porque tenía toda la intención
de que esa jovencita pasara la noche bajo el resguardo del rancho—. Al fin y
al cabo, es lo que su madre hubiera hecho sin dudar. Su padre la habría
apoyado.
Lincoln, ante la amenaza velada de Willa que diría a sus padres que él
había sido un mal anfitrión, se rio por lo bajo. El ama de llaves era una
persona magnífica, a pesar de que a veces creía que ni él ni sus hermanos
habían alcanzado la mayoría de edad, pues continuaba haciendo esa clase de
amenazas cuando algo no le parecía correcto.
—Prepárale una de las recámaras para invitados, Willa, por supuesto.
Mañana personalmente llevaré a nuestro huésped a su casa. Quizá de ese
modo pierda la idea de que no soy encantador —replicó sin mirar a su ama de
llaves, sino a Brooke—. Porque lo soy.
Willa tan solo puso los ojos en blanco.
—La habitación está al final del pasillo, señorita. Le llevaré toallas
limpias, un set nuevo de jabón y champú, también sacaré el resto de su ropa
de la secadora.
—Gracias… Este ha sido uno de los días más extraños de mi vida —
murmuró Brooke—. Estoy a punto de terminar la curación. Le aplicaré gasa y
el adhesivo resistente al agua. Mañana el doctor puede dar su veredicto.
Menos mal, la pérdida de sangre no era continua, sino momentánea, porque
de lo contrario mi ayuda no hubiera servido.
El ama de llaves esbozó una sonrisa, asintió y se marchó.
Lincoln observó a la mujer de ojos verdes tal como lo haría un estudiante
de arte: concienzudamente. La nariz era respingona, pequeña; las pestañas
negras, densas; pero lo que más llamaba su atención era la boca, porque se
trataba de aquellas que eran rojas de manera natural, como una fresa madura.
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Cuando ella le había sonreído, los labios sensuales se extendieron de una
manera bonita que consiguieron iluminar todo el rostro femenino, no solo eso,
sino que conjuraban ideas sobre lo que podría hacer él con esa boca.
Peligroso.
—¿Tienes alguien que espere por ti? —preguntó él. La escena entre los
dos era de lo más inusual, en especial la parte en que ella terminaba suturando
una herida sin ser enfermera—. A estas horas ya podrías comunicarte con tu
familia, tu pareja o tu oficial de custodia para asegurar que no eres fugitiva de
la ley —dijo esto último con ironía.
Brooke se rio con incredulidad. Antes de responder fue hasta el cuarto de
baño y se lavó las manos, después regresó y se cruzó de brazos, mirándolo.
—Deduzco que es una forma de preguntarme si estoy casada o vivo con
mi pareja aquí en Austin —expresó, en tono burlón y enarcando una ceja—.
Sobre la idea de ser una criminal en fuga y llamar a mi oficial a notificarle
que me arrepiento de haber violado la ley, la verdad es que difícilmente se
ajustaría a alguien como yo. No optaría por recorrer miles de acres sin
conocer bien la zona con el fin de escapar, menos si voy a estar a ciegas y en
peligro.
—Ah, porque eres una princesita que jamás ha vivido la salvaje vida del
campo.
—No, cretino, sino porque tengo sentido común —dijo achicando la
mirada.
Lincoln esbozó una sonrisa de medio lado. Su labio inferior, ligeramente
más lleno que el superior, mezclado con los ángulos de sus pómulos, lograban
suavizar las líneas duras de su rostro. Él tenía esa expresión que pocos
lograban perfeccionar sin saberlo, aquella que daba cuenta de un dominio de
los conceptos vinculados a la sensualidad y, sin duda, su práctica.
Para él, por absurdo que pareciera, la posibilidad de que ella tuviera
pareja, lo fastidió. Aquello era un sin sentido, así como también era
inexplicable el súbito instinto de querer rodearla con sus brazos y probar su
boca. Quería descubrir el cuerpo que se escondía bajo el albornoz y del que
apenas había tenido leves e insuficientes vistazos. Deseaba conocer los
gemidos de placer de Brooke y hallar los puntos que derretían su
determinación.
Los últimos treinta minutos con ella, rodeada de ese halo de aparente
sosiego y casi inalcanzable belleza, lo llevaban loco. El hecho de que lo
hubiese tocado tan cerca, a solo centímetros de distancia de su sexo, fue una
tortura. Daba igual si fue un toque inocente. Si Brooke hubiera notado el
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efecto visceral que provocaba en él, si hubiese removido la sábana que cubría
la pelvis y parte de la pierna sana, se habría quedado perpleja.
—Mi interés no es hacer conversación sobre tu estado civil o sentimental,
Brooke, pero si quieres proporcionarme esos datos, escucho.
Ella puso los ojos en blanco. El hombre era presumido.
—Los que deben saber si estoy a salvo, ya lo saben. Ahora, si quieres que
te dé información específica sobre mi estatus, entonces tendrás que
corresponderla. ¿Qué tal eso?
Lincoln la sorprendió con una carcajada profunda que reverberó en su
piel, erizándola. Brooke consideró que llevar una tela tan gruesa cubriendo su
cuerpo era una ventaja, porque si no, él habría notado la forma en que sus
pezones se volvían dos botones duros.
—No confío en las mujeres, así que las relaciones sentimentales están en
el escalafón más bajo de mis consideraciones. Me gusta pasarla bien y soy
frontal al respecto. Por ahora, mi única amante es la ambición de cumplir mis
metas con Golden Ties.
—Metas ambiciosas, imagino —replicó con suavidad. No sabía por qué,
el hecho de que Lincoln no estuviera con nadie le provocaba ganas de sonreír.
«Quizá la que necesitaba un poco de ese whiskey que estaba a la mano era
ella, y no él».
No pudo dejar de notar el ligero toque de amargura de Lincoln, al
comentar sobre las mujeres. No porque se creyera psíquica, sino porque era
exactamente la clase de tono de voz que ella misma solía utilizar cuando se
refería a los hombres. Sintió interés por indagar un poco, pero apenas se
conocían. Si hacía preguntas, entonces dejaría la puerta abierta a la
posibilidad de que Lincoln también pudiera hacerlas. No quería que eso
sucediera.
La calefacción de la habitación era perfecta y el ambiente conservaba el
ligero toque de sándalo que era parte de la colonia de Lincoln. En el silencio,
tan solo roto por las voces de ambos, la sensación de intimidad era potente,
aun al estar vestidos. La tensión resultaba tan intensa que, si ellos fuesen
cerillos y el suelo de parqué, carburante, ya todo hubiese sido devorado por el
ardor de las llamaradas.
—Brooke —dijo borrando todo rastro de burla o sarcasmo en su voz—,
gracias por curarme. Si no hubieras estado por aquí, lo más probable es que
habría terminado con el veterinario de las caballerizas, utilizando una de esas
agujas que parecen ganzúas.
Ella esbozó una sonrisa.
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—Me he quedado en tu casa y he recibido hospitalidad… de Willa —dijo
retrasando la frase a propósito. Él soltó una carcajada que la hizo sonreír al
mismo tiempo—. Cuando encuentro la posibilidad de ayudar, lo hago. El
doctor no iba a llegar, así que de alguna manera ambos hemos tenido suerte
de encontrarnos en este caos y tener un poco de ayuda.
Lincoln hubiera querido estar de pie, pues al ver a Brooke sin la vena
combativa ni las réplicas mordaces, nada le apetecía más que devorarle la
boca. Se pasó la mano por el rostro, recordando lo sucio que debía estar,
porque al llegar con el lodo y la sangre encima, lo primero que hizo Kevin fue
ayudarlo a recostarse sobre el edredón en la cama. No hubo tiempo para un
proceso concienzudo de limpieza, porque estaba sangrando.
—Si hubiera visto que alguien estaba en el camino que conduce a mi
rancho, entonces habría disminuido la velocidad e incluso ofrecido un
aventón. No te vi. Llegaste en un momento en el que tenía demasiados frentes
por atender y te confundí con la practicante de veterinaria. Debí preguntarte
quién eras, en lugar de asumir tu identidad.
Ella lo quedó mirando un instante, sin saber qué decir. Al parecer, las
disculpas no eran las frases más recurrentes en el vocabulario de Lincoln.
Interesante descubrir cómo podía pedirlas, sin mencionar las palabras exactas.
De algún modo, y a pesar de haber empezado con mal pie, Brooke
consideraba loable cuando alguien aceptaba sus errores.
—Vale, gracias por comentarlo —murmuró, consciente de que continuaba
al pie de la cama. Demasiado cerca. Él hizo un asentimiento y apoyó las
manos sobre el colchón para sentarse erguido—. ¿Qué crees que haces,
Lincoln? —preguntó apoyando su mano en el hombro de él—. Es importante
que descanses.
Él hizo una negación suave.
—Necesito bañarme —replicó con un gruñido. Con el movimiento de su
cuerpo, la mueca de dolor fue inevitable. No era patán, así que procuró que la
sábana que cubría su sexo estuviera bien ajustada. Brooke no necesitaba que
le diera un espectáculo de su desnudez, por ahora… Se sentía ridículamente
intrigado por esa mujer. Solo necesitaba averiguar en dónde vivía, pero no
tardaría en saberlo, pues iba a llevarla al siguiente día—. Estoy lleno de la
suciedad producto del trabajo en el terreno, luego la herida y los rastros de
lodo. Imposible que pueda dormir en este estado. Me pone de mal humor.
Ella meneó la cabeza. En esa posición, los rostros de ambos estaban a
centímetros de distancia. Sus miradas se enlazaron como aquellas conexiones
eléctricas de alto voltaje.
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—¿Eso quiere decir que he presenciado esta noche tu mejor estado de
ánimo, y recién ahora estoy siendo testigo de tu peor humor? Wow,
sorprendente —preguntó en un sarcástico susurro—. No puedes moverte tanto
—dijo con enfado—. Suturar me ha tomado un tiempo, estoy cansada, y no
me apetece regresar a suturar de nuevo, porque has sido terco. Cuando
amanezca, ya la herida estará menos fresca. Mañana puedes bañarte.
—Fue solo un rasguño profundo y al que aplicaste unos puntos. Puedo
bañarme sin problemas —replicó incorporándose, no sin dificultad. Al
hacerlo, Brooke se vio obligada a retroceder un poco—. Salvo que, lo que en
verdad quieras preguntar es si puedes bañarte conmigo, ¿es eso? Ahorramos
recursos, así que no es una mala idea.
—Necio —farfulló dando la vuelta con la intención de marcharse, pero la
mano de Lincoln agarró su muñeca. Ella levantó la mirada y esta chocó con el
fulgor que burbujeaba en la de él. El aire se llenó de partículas de fuego—.
¿Qué?
Él soltó una exhalación leve. No la soltó. Su dedo pulgar jugueteaba
distraídamente sobre el punto en el que vibraba el pulso acelerado de Brooke.
—La herida no va a abrirse. Seré cuidadoso. Aprecio el trabajo que hiciste
y estoy seguro de que, mañana, el doctor Hutchinson dirá que mi pierna está
bien —dijo con suavidad—. ¿De acuerdo? —murmuró subiendo la mano
hasta agarrarle el mentón, instándola a no apartar la mirada. Ella asintió—.
Un detalle más, Brooke Sherwood de California —dijo en tono profundo y
con notas ligeras de humor—, mañana no solo pienso llevarte a tu casa, sino
que también tengo la intención de besarte. ¿Crees que sea una buena idea?
—No lo sé… —susurró, porque era la verdad.
La química sexual entre los dos era indiscutible, pero Brooke no
consideraba sus antecedentes emocionales como un récord de aciertos. No
quería anticiparse, porque tenía el presentimiento de que Lincoln no sería
como aquellos hombres, cuyos besos disfrutaba y olvidaba al rato. No sabía si
estaba preparada para comprobar esa hipótesis, pues si resultaba cierta,
entonces su estancia en Austin iba a complicarse. Mucho.
Lincoln la soltó con lentitud e hizo un asentimiento.
—Buenas noches y que descanses —dijo antes de entrar al cuarto de baño.
Brooke no tenía idea de qué clase de universo paralelo era en el que se
encontraba. La única certeza, que no sabía cómo asumir, consistía en que
Lincoln Kravath iba a ser un gran problema para su intención de mantener un
affaire, sin complicaciones, en Austin.
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CAPÍTULO 10
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Retractarse de dicho acuerdo solo implicaría una situación incómoda, porque
tendría que explicarle a Lincoln los motivos reales. Y tenía la seguridad de
que no era él de personas que dejaría pasar una mentira.
Se miró en el espejo y se acomodó el cabello en una coleta. Ya eran las
seis de la tarde, así que su jornada de trabajo había concluido; se puso una
blusa azul de mangas cortas y un jean, además de zapatillas deportivas. Bajó
las escaleras cuando llamaron a la puerta. Apoyó la mano en el pomo y tomó
una ligera respiración antes de abrir con suavidad.
Elevó su rostro y se encontró con los ojos de Lincoln. El azul cobalto de
las pupilas eran hoy el de una persona que parecía haberla pasado mal la
noche anterior. ¿Bebiendo? ¿Con una mujer? Ufff, no le gustaba el curso de
sus pensamientos. La energía indómita que parecía rodearlo era difícil de
ignorar, porque parecía abarcar todo el porche de la casa.
—Brooke —dijo Lincoln con seriedad, quitándose el sombrero Stetson
color negro. Había tenido una noche de mierda, en especial porque se quedó
dormido en el sofá y amaneció con dolor muscular. La molestia se desvaneció
al meterse en el jacuzzi del patio trasero. Los chorros potentes de agua
caliente hicieron su trabajo. Ese día optó por hacer oficina desde la casa—,
me habría gustado venir un poco más temprano, pero mis responsabilidades
me retuvieron. ¿Prefieres ir a pie o en coche para que yo pueda inspeccionar
los establos?
Ella notó que estaba tenso, casi enfadado. Además del gesto de saludo con
el toque de los dedos sobre el sombrero, no le preguntó nada adicional. No lo
tomaba como algo personal, por supuesto. Algo había sucedido, pues el usual
tono de ligero flirteo o sarcasmo que solía emplear para hablarle estaba
ausente. Brooke compuso una sonrisa y pretendió indiferencia.
—Hola, gracias por venir. —Él hizo un asentimiento breve—. No hay
problema, sí, los establos quedan a cinco minutos en coche —replicó,
mientras él le sostenía la puerta para que saliera de la casa—. Hay algunos
puntos que quiero preguntarte, como te comenté, y creo que es mejor que veas
el estado de algunas zonas por ti mismo, en lugar de recibir fotografías o
videos. Después quería repasar las estadísticas de crecimiento. He hecho una
correlación. El tema de números es parte de mi habilidad, aunque aplicarlo a
un rancho es algo nuevo.
Lincoln podía ser un caballero al momento de tener gestos con las
mujeres, pero no cuando se trataba de apartar la mirada del trasero de Brooke.
Ni siquiera la noche atroz que tuvo, le parecía impedimento para apreciar ese
cuerpo. Iba a ser una tortura concentrarse en las consultas y tratar de
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responderlas. Ella le había comentado que quería agilizar los procesos y ser
eficiente con el dinero, para eso requería asesoramiento. Esa información
sería útil para empezar a sabotear el rancho y retrasar el progreso del mismo.
—Okey —replicó, mientras se acomodaban en la camioneta y encendía el
motor.
—¿Cuánto tiempo crees que me pueda tomar poner este rancho en
óptimas condiciones? —preguntó con interés, porque sus cálculos personales
quizá no eran los más acertados por su inexperiencia—. Una aproximación
me vendría muy bien.
—Si sigues mis sugerencias e inviertes bien el dinero, unos treinta o
cuarenta días.
—¿Contratando personal adicional? —preguntó, mirando el perfil de
Lincoln, mientras el coche recorría el camino a lo largo del rancho hacia los
establos.
—Entre otras cosas que tendré que comentarte poco a poco. Sigue mis
sugerencias. Eso es lo que conseguirá que alcances tus metas con más rapidez
—replicó.
—De acuerdo, por lo pronto he empezado a acostumbrarme al silencio de
vivir en un rancho. Me parecía un panorama muy ajeno al que he estado
habituada, pero…
—Para ser una princesita de la ciudad no has huido tan rápido —
interrumpió con burla.
No estaba en su mejor día. El único motivo por el que no dejó plantada a
Brooke era porque su interés consistía en ganarse su confianza, algo que no
ocurriría si empezaba a faltar a su palabra, y terminar cuanto antes con toda
esta situación que le impedía tener Blue Oaks.
Ella lo miró con fastidio.
—No tengo ningún problema en ensuciarme las manos para cumplir mis
objetivos —replicó—. Si tu mal humor de hoy tiene que ver con la noche de
juerga que de seguro pasaste, entonces quizá necesitas gotas para hidratar los
ojos y ver mejor la realidad. Como soy una buena vecina te puedo ofrecer el
botiquín del rancho que tiene diferentes productos.
Él apartó la vista del camino y la observó de reojo.
A pesar del número de chicas que habían estado en su cama, Lincoln
podía afirmar que por ninguna de ellas se sintió tan atraído como lo hacía
ahora por Brooke. Antes de que ella se atravesara en su camino nadie más
había conseguido distraerlo de sus objetivos, incluso cuando estos estaban
muy bien trazados. De hecho, con la víbora de Heidi, él había mantenido muy
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clara su línea laboral, pero su error fue darle la confianza y creer en una mujer
que, bajo la fachada de autosuficiencia, escondía su naturaleza celosa,
dependiente emocional y vil.
Lo cabreaba que Brooke fuese una tentación y al mismo tiempo el
obstáculo para sus metas. Esto solo aguijoneaba su convulso estado de ánimo
del día.
Su necesidad de dejar salir la frustración y dar rienda suelta al deseo por
ella, lo instaba a querer desnudarla para luego enrojecer ese trasero
perfectamente redondeado con su mano, hasta que Brooke rogara que la
penetrase y le diera placer. Quería devorarla y castigarla, porque, a pesar de
que encontraría una mujer más que dispuesta a acostarse con él, no iba a
valerle. Su miembro viril parecía tener especial interés en explorar los
secretos de Brooke.
Él previó que podría retrasar el efecto de la química que tenía con ella, lo
que no se le cruzó por la cabeza fue que, una vez puesto en marcha el plan, la
cercanía constante iba a convertirse en una tortura, a menos que lograra
robarle un beso. Mierda.
—¿Parte de la asesoría que necesitas implica saber qué tal ha ido mi día o
hacer conjeturas sobre el aspecto de mis ojos? —preguntó, sarcástico—.
Aunque, si lo que de verdad te interesa saber es si anoche follé con alguna
mujer y por eso no fui capaz de dormir, entonces quizá podrías hacer la
pregunta de forma directa. —La miró brevemente y le hizo un guiño.
Ella puso los ojos en blanco.
—Me da igual lo que hagas con tu día o tu noche siempre que cumplas
dándome tu opinión en relación a Blue Oaks —replicó cruzándose de brazos.
Él apretó los dedos alrededor del volante.
—Procura mantenerlo de ese modo, entonces —dijo Lincoln con
indiferencia.
Estaba en un conflicto interno entre el deseo por ella y la rabia hacia sí
mismo, después de ver a Heidi. Le atormentaba reconocer que lo sucedido
con su ex fue culpa de sus propias decisiones al elegir a la mujer errónea.
Heidi había destrozado su confianza robándole, por venganza y resentimiento,
la oportunidad de ser padre. Jamás la perdonaría. Ese dicho popular: «Sé una
mejor persona», no se aplicaba. Le importaba una mierda.
Todas las cosas horrendas que podían surgir de un aparente flirteo, cuando
se llevaba a un campo más serio y se involucraban emociones, ya las había
vivido. No tenía intención de volver a pasar por algo similar con nadie; por
más extraordinaria que pareciera una mujer.
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—Mira qué encantador con tus respuestas —replicó con un bufido—.
Seguro eres el alma de las fiestas y las reuniones sociales.
Él sonrió de medio lado.
—Al menos, ya han hecho un buen trabajo de limpieza con la tierra
alrededor —dijo a cambio, porque no le apetecía enzarzarse en una discusión
que terminaría con él callándole la boca con un beso. Su atención se fijó en
que no había maleza o suciedad en las zonas que no se ocupaban para cultivo
—. Este lugar tiene un potencial increíble que ha sido desatendido por años.
Los otros rancheros lo han comentado bastante, no tu trabajo porque apenas
empiezas, sino el asunto del descuido. Has iniciado un cambio, paulatino, se
nota.
—¿Cuándo fue la última vez que viniste aquí?
—Le vendí al anterior administrador un par de herramientas para las
caballerizas y como este sitio me queda cerca, entonces vine a dejar el pedido.
El año pasado.
—No entiendo por qué no hizo un mejor trabajo —murmuró—. Quizá yo
sea algo novata en temas de ranchos, pero es notorio el descuido que tuvo.
Solo hace falta un poco de sentido común para darse cuenta y observar el
estado del rancho en general.
Él hizo un leve asentimiento.
—Si inviertes en mano de obra extra, en menos de una semana, tienes esto
regio y listo para que las renovaciones de las estructuras vayan acordes con
los demás avances que vas a realizar. Los porcentajes de inversión jamás
deben superar el quince por ciento de la ganancia anual esperada, porque los
factores de riesgo, por el clima y las enfermedades que pueden surgir en
animales y cultivos, son altos. Lo anterior, te llevaría a incurrir en un error
que desembocaría en la pérdida, no solo el dinero invertido inicialmente, sino
en la considerable disminución de las utilidades y eso daría lugar a que inicies
un año nuevo inestable. Blue Oaks es un rancho que posee cualidades
particulares en la tierra —dijo pensando en el viñedo, pero eso no iba a
aclararlo—. El personal que reclutes para trabajos temporales no puede ser
cualquiera. Te daré una lista de características que deberías exigir.
—Gracias —murmuró. Esta versión profesional de Lincoln le parecía
menos intimidante—. Por cierto, he organizado un archivo con presupuestos,
comparaciones estadísticas y proyecciones. Te las mostraré cuando salgamos
del campo.
—De acuerdo, así sabré los puntos débiles y fuertes para guiarte con más
seguridad.
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—¿Cómo sabes tanto sobre Blue Oaks? —dijo frunciendo el ceño y
observándolo con un interés que no tenía que ver con la atracción.
Siempre le había fascinado escuchar a un hombre, que tenía seguridad en
sí mismo y dominaba un tema de negocios, trabajo o arte, exponer sus
opiniones o dar su punto de vista. Cuando el conocimiento provenía de la
experiencia y no de repetir datos de un libro de texto o provenientes de
terceros, a ella le parecía muy estimulante.
La capacidad de condensar información compleja en palabras simples no
lo conseguía cualquiera. Lo anterior en Lincoln parecía natural. Ese era un
punto que convertía a este hombre en alguien que podía empezar a colarse
bajo su piel, porque un tipo guapo que no tenía neuronas funcionales, no le
valía; Lincoln, ella empezaba a descubrir, era más que un rostro atractivo y un
físico imponente. La inquietaba y excitaba al mismo tiempo la posibilidad de
adentrarse, discretamente, en esas capas que podría descubrir. Él había
despertado anhelos físicos que ella dejó adormecer durante meses, eso era
cierto, pero Brooke estaba siempre alerta para no perder de vista que Blue
Oaks era su prioridad.
—Soy la voz experta en asuntos de negocios agrícolas y ganaderos —
replicó en tono burlón—, por si no lo recuerdas. Además, también te
comprometiste a echarle un vistazo al sistema informático que lleva las
gestiones en Golden Ties.
Ella soltó una risa de incredulidad.
—Tengo excelente memoria. Gracias por señalar lo obvio, Einstein —dijo
poniendo los ojos en blanco—. ¿Trabajaste en este rancho a modo de
entrenamiento adicional, quizá? —preguntó, consciente de que ya habían
llegado al destino, pero continuaban en el coche.
Él había apagado el motor y tenía el cuerpo ligeramente girado hacia ella.
Estaba mirándola con aquella expresión que parecía estar absorbiendo sus
secretos. Brooke intentaba ignorar la colonia varonil, mezclada con el sutil
aroma de cuero y de campo limpio, en el interior del vehículo. Si él hubiera
llegado vestido de Armani o Tom Ford o alguna de esas marcas que se
ajustaban a la sólida figura masculina, no habría logrado concentrarse.
Cruzó las piernas y miró hacia el exterior.
En el cielo seguía brillando el sol del final de la tarde, próximo a
desvanecerse.
La mayor parte de la plantilla de empleados se había marchado, salvo los
que tenían que hacer la guardia nocturna. Brooke era consciente de que los
trabajadores aún la miraban con suspicacia, porque era inusual que una mujer
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llevara las riendas administrativas y tomara decisiones importantes de un
negocio que, por lo general, estaba bajo el mando masculino. No sentía
resentimiento al respecto, porque lograba comprenderlo. No se podía cambiar
el mundo repentinamente, aunque podría tratar de marcar una diferencia en su
propio estilo. Apreciaba que Matteo fuese uno de esos hombres con
mentalidad progresista y de equidad. Él había creído en ella, así que no podía
defraudar esa confianza.
—Este rancho perteneció a mi abuelo, hace unas tres décadas —dijo con
simpleza—. Mis hermanos y yo crecimos entre estos dos ranchos. La casa en
la que ahora vives era la residencia de mis abuelos. Mis padres y mis
hermanos siempre vivimos en el Golden Ties, pero nos gustaba venir a
bañarnos en el riachuelo y hacer pillerías —sonrió por los recuerdos de esas
tardes donde solo divertirse importaba; el nado en el agua y las carreras a
caballo cuando sus padres les daban permiso y cumplían con las medidas de
seguridad que imponían los capataces—. Para que no cruzáramos por la
carretera y evitar que nos pusiéramos en peligro, mi padre habilitó un camino
que conecta ambos ranchos. No lo he cruzado en años.
—Oh, esa es una historia interesante —replicó con una sonrisa consciente
del tono de añoranza en él—. Ahora tiene sentido ese sendero que mencionas.
Pete lo hizo limpiar, pero no he pasado por ahí todavía. ¿Qué función
desempeñan tus hermanos en Golden Ties?
Lincoln se quitó el cinturón de seguridad y salió de la camioneta. Rodeó
el vehículo y ayudó a Brooke a bajar. No mantuvo su mano sobre la de ella ni
tampoco invadió el espacio personal, porque no quería cometer una tontería
cuando necesitaba empezar su proceso para que la despidieran. Blue Oaks
sería un viñedo prominente y encumbraría el apellido Kravath.
Follaría con Brooke, sí, y la pasarían muy bien, pero jamás volvería a
darle el poder a una mujer de hacerle una jugarreta. Prefería anticiparse y ser
quien diera la primera estocada. Después se alejaría, recogería los frutos de su
inversión de tiempo y esfuerzo, y olvidaría todo aquello que no implicara la
satisfacción de tener su mayor ambición hecha realidad.
—Mis hermanos son doctores —se rio, caminando hacia el primer establo
—, no tienen ningún tipo de función. Uno vive en Dallas y otro en Austin,
con sus mujeres e hijos. Y qué hay de ti ¿no tienes una familia a la cual
extrañes en California?
Ella abrió las puertas del establo, que eran de metal y madera, con
facilidad. Presionó el interruptor interior que iluminó el espacio. Tenía un
buen fondo y quedaban en él los vestigios de corrales que fueron utilizados
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para cerdos y vacas. Los alrededores estaban llenos de heno, sacos de trigo y
maíz. Este establo y los otros dos se habían convertido en un sitio de
almacenamiento. Brooke quería darles el uso para el que se concebían los
establos.
Miró a Lincoln por sobre el hombro, mientras él avanzaba.
—Una familia como la de todos, aunque supongo que no tan bonita como
pintas a la tuya —murmuró evitando dar respuestas concretas. Él había
respondido cándidamente a sus preguntas, pero eso no implicaba que tuviera
que dar información en igual medida—. En todo caso, enfoquémonos en
temas de trabajo. Siento haber abierto la puerta con mis preguntas a creer que
estoy interesada en conocer algo más personal de ti.
Él soltó una risa suave y meneó la cabeza con incredulidad.
—Esa es una respuesta evasiva —replicó Lincoln observando con ojo
crítico el entorno—, pero entiendo que todos tenemos derecho a ello.
Lincoln reparó en que los daños a la madera no eran severos y, de hecho,
esos establos estaban en la zona en la que él pretendía construir un minisalón
de bienvenida y eventos especiales. Así que debía pensar en ahorrar tiempo y
allanar el camino con anticipación.
—Estoy aquí para hablar del rancho —replicó, cruzándose de brazos y
mirándolo caminar de un lado a otro, evaluando todo con expresión pensativa.
Abrió los corrales, la bodega interior, y pareció medir mentalmente el espacio
—. Eso es todo…
Al ser un espacio abierto, en soledad y silencio, sus voces resonaban más
fuertes.
—Ah, entonces es un tema complicado —murmuró al cabo de un rato
cuando ya habían pasado cinco minutos sin hablar, porque él estaba
inspeccionando el establo.
Brooke se encogió de hombros.
—Puedes decir algo así, sí.
—De acuerdo —dijo Lincoln deteniéndose en la mitad del espacio—,
procederé a decirte mi diagnóstico de este sitio: no tiene sentido gastar en
mantenimiento.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Si los otros dos establos se encuentran en igualdad de condiciones que
este —dijo haciendo un gesto con ambas manos abarcando el sitio y pensando
en el viñedo que pretendía crear en esa propiedad—, te sugiero demolerlos y
construir solo uno grande. Adicional a ello, sería bueno construir un sitio
mediano solo para almacenamiento.
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—Eso es radical —protestó preocupada. Derribar para reconstruir era un
asunto, pero destruir tres establos para solo construir uno ya era un poco
agresivo—. No creo que sea prudente derribar —dijo mordiéndose el labio
inferior.
—El excedente se vende a menor precio, pero jamás se queda en stock,
porque es absurdo, así que, en este punto, construir es indispensable. Todo
esto —señaló los sacos de maíz y trigo, además del heno—, es una pérdida.
Tres establos, en lugar de uno, cuando tu capacidad apenas empieza a
replantearse es un riesgo. ¿Acaso no querías mi opinión profesional? Pues es
esa, señorita Sherwood —dijo en tono burlón—. Salvo que, de repente,
quieras rebatir a un experto, entonces puedes seguir tu camino a ciegas. Tú
eliges.
Ella soltó una exhalación.
—No me gustan los ultimátums, Lincoln —dijo con una mueca—. Quiero
comprar vacas y cerdos, así que necesito un sitio para ellos. Por eso, derribar
los tres establos me parece algo contraproducente. Eso es todo.
Él consideró que, indistintamente si ella compraba o no animales en el
rancho, estos podrían trasladarse a Golden Ties, una vez que se empezara a
construir el viñedo. El beneficio seguiría siendo para su gestión empresarial.
Le daba igual.
—Los puedes llevar al nuevo y gran establo, no necesitas tres. Al lado del
nuevo establo puedes construir una bodega, lo que conocemos como granero,
con mejores medidas de prevención de filtración de humedad, para el heno y
lo que haga falta guardar. Cuando estás empezando no puedes abarcarlo todo,
además tienes otros frentes para administrar. ¿O no?
Ella sopesó un segundo la explicación. Asintió.
—Necesito los mejores proveedores de vacas y cerdos —replicó, mientras
salían del establo. Fueron hacia los otros dos establos y Lincoln le dio
exactamente el mismo diagnóstico del primero—. ¿Puedes recomendarme un
rancho, que no sea el tuyo porque sería conflicto de intereses a mi modo de
ver, que tenga buenos precios y calidad?
—Sí, te los enviaré por mensaje, porque no los tengo en agenda —replicó
ocultando una sonrisa de suficiencia. Si ella supiera que estaba cavando su
propio fracaso, al seguir los consejos que él le daba, lo habría mandado al
demonio. Pero él ya había estado en el infierno y ningún fuego posible podría
llegar a quemarlo.
No existía peor conflicto de intereses que darle a la persona que quería
arrebatarle la propiedad, por la que estaba trabajando, autorización para
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opinar y sugerir, además de pronto darle información numérica. «Eso, no lo
sabía Brooke», pensó Lincoln con satisfacción.
—Bien —murmuró, mientras subían a la camioneta y se dirigían hacia los
graneros.
Brooke escuchó a Lincoln darle una cátedra de quince minutos sobre los
criaderos de gallinas, así como los motivos para considerar que ese rubro de
negocio, por ahora, no le convenía. De hecho, le sugirió también que
derribara los dos graneros e hiciera uno solo para ahorrar espacio. Después,
cuando ella le contó la idea de que Rainbow Blue fuese además una
oportunidad para que los adultos pudieran aprender a montar a caballo,
Lincoln le dio nombres de algunos entrenadores de caballos que podrían
contribuir al propósito.
Durante al menos una hora y media mantuvieron charlas consistentes
vinculadas al trabajo. Él le contó que su abuelo también había fundado
Rainbow Blue. De hecho, cuando vio a Joseph lo saludó con entusiasmo y
ambos se quedaron charlando un rato.
Brooke notó que Lincoln tenía maneras amables para tratar con los
empleados de Blue Oaks y estos le hablaban con la clase de respeto que se
ganaba con trabajo honrado. Lo que más llamó su atención era que él parecía
genuinamente interesado en lo que otros tenían que decir. Notar otros
aspectos de Lincoln lo hacía parecer menos arrogante a sus ojos, porque
parecía como si de un momento a otro se olvidara que ella estaba alrededor y
se permitiera ser más abierto. ¿Por qué actuaba de modo esquivo a ratos, y
luego podía ser pícaro o ameno?
También reparó en que las contestaciones abruptas o sarcásticas, Lincoln
parecía tenerlas guardadas para ella. No sabía si sentirse ofendida o intrigada.
Después de despedirse de los trabajadores de las caballerizas, Lincoln y
ella subieron al coche. El camino de regreso a la casa principal fue rápido. Le
habría gustado mostrarle cómo estaba quedando la zona del riachuelo, pero ya
estaba casi oscuro y quedaba todavía un poco de limpieza por hacer para
marcar bien el camino. No quería arriesgarse.
Brooke imaginaba que Matteo nunca les habló a sus empleados que ese
rancho había estado a punto de venderse y que, con ello, habrían podido
perder sus puestos de trabajo. Se alegraba de que ignorasen ese aspecto. La
inseguridad laboral no habría contribuido en nada.
El asunto sobre la venta del rancho, que pendía como una guadaña, no
quería comentárselo a Lincoln todavía, porque imaginaba que él sentiría cierta
presión si comprendía que uno de los motivos por el cual era importante no
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fallar en devolverle el esplendor a Blue Oaks era por los empleados. Ahora
que conocía que él sentía aprecio por esa propiedad, no le parecía justo
provocar en él inquietud. Demasiada carga para alguien.
Una vez que entraron en la casa, ella le ofreció a Lincoln té frío, pero él
rehusó. La expresión amena y desenfadada que tenía en las caballerizas se
había esfumado de repente. Parecía que el estado de tensión con el que había
llegado, casi dos horas atrás, estaba de regreso Brooke ignoró el asunto y
procedió a explicarle los procedimientos que ella estaba llevando a cabo. Él,
en un tono remoto y aburrido, le explicó los errores del presupuesto.
—Creo que es todo por hoy… Ya me queda suficiente material para
empezar a trabajar con otra perspectiva, gracias, Lincoln —dijo Brooke
consciente de la soledad que los rodeaba. Los sonidos del campo que llegaban
muy tenues eran los únicos acompañantes, además del compás del pequeño
reloj cucú junto a la consola afuera de la oficina—. Puedo pasar dentro de
unos días por Golden Ties, para que me expliques en dónde tienen los
servidores y así revisar cómo puedo conseguir que el sistema funcione con
más rapidez.
—No tengo urgencia al respecto —replicó apartándose del escritorio en el
que, al tener que acercarse para mirar los datos en la portátil, tuvo que tolerar
varios minutos de tortura. Ella olía a promesas de placer envueltas en naranja
y miel. Necesitaba largarse de ahí.
—Tan solo quería dejar claro que pienso cumplir mi parte, así como tú, la
tuya —dijo, apartándose de la silla y apagando la laptop.
—Okey —dijo con las manos en los bolsillos—. Puedes ir directamente al
rancho y preguntar por Ben, mi administrador, y decirle que te he autorizado a
revisar nuestro software. Él es ingeniero en sistemas, así que comprenderá lo
que puedas decirle.
—¿No estarás presente…? —preguntó frunciendo el ceño—. Creía que
algo así implicaría que querrías estar al momento de que yo te explique qué…
—No hace falta —zanjó—. Hay muchos aspectos de mis negocios que
tengo que controlar, no puedo modificar la agenda para algo que mi
administrador puede atender.
A ella le pareció una grosería que la delegara con otra persona cuando el
acuerdo era entre los dos, así que tan solo hizo un asentimiento, porque no iba
a discutir.
—Entonces me pasaré pronto y preguntaré por Ben. No hay problema.
—No es nada personal —murmuró más para sí mismo. Su voz salió como
un gruñido—. ¿Cuál es el siguiente sitio que necesitas que revise?
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Ella soltó una exhalación.
—Primero, déjame devolverte el favor. Después voy a ejecutar los
cambios que me has sugerido y cuando haga un nuevo análisis, te comunicaré
mi siguiente paso. ¿Conforme? —preguntó retóricamente—. Además del
trabajo, Lincoln, también tengo otras actividades, pero haré un tiempo para
cubrir mi promesa de ayudarte a la par de no dejar que el trabajo me sepulte
—esbozó una sonrisa para alivianar la tensión.
Lincoln la miró tratando de pensar en estadísticas y no en el hecho de que
estaban solos en la silenciosa casa de dos pisos. El tiempo había mantenido
las estructuras, tal como él las recordaba, pero la decoración era,
evidentemente, diferente; en este caso diría que frugal, pero sabía que no tenía
que ver con Brooke, porque ella acababa de llegar.
Él había tenido una recurrente curiosidad sobre este trabajo de
administradora. No le parecía congruente, y no porque ella fuese una mujer,
que le ofrecieran un puesto tan complejo a alguien que apenas tenía
experiencia. Considerando lo hermosa que era Brooke y lo imbécil que era
Matteo, lo irritaba la posibilidad de que hubiera algo más que solo trabajo
entre ellos. ¿Le habría devuelto ella el beso, días atrás, si estuviera en una
relación con Matteo? Su lado posesivo surgió de repente con una fuerza que
lo sorprendió a sí mismo y que lo arrastró a pensamientos que eran
incoherentes e innecesarios. Sabía que ese idiota había vivido en Los Ángeles.
«Si ataba cabos…». Apretó los puños a los costados.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella, mientras salían de la oficina y salían al
pasillo, al darse cuenta de la expresión ceñuda de Lincoln—. De repente estás
de un humor extraño… Si tienes que marcharte, entonces vete. Te agradezco
toda tu ayuda hoy. No necesitas quedar…
—Es un poco inusual que hayan contratado a una persona que no conoce
de ranchos para venir a Texas y asumir una responsabilidad tan grande.
¿Cómo conseguiste este empleo? —preguntó apoyando la mano sobre el
pasamanos de las escaleras—. ¿Favores especiales?
Ella frunció el ceño por el tono de Lincoln. No le gustó el matiz de
sospecha en su voz.
—Mostrándome muy entusiasta ante la idea de aprender y asumir esa
responsabilidad que acabas de mencionar —dijo con enfado—. Ya puedes
marcharte de mi casa. La puerta está abierta, puedes salir y cerrar sin
problemas.
Pasó junto a Lincoln con la intención de subir las escaleras para ir a hacer
cualquier cosa que no fuera escuchar preguntas con intenciones que no eran
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en absoluto de sana curiosidad, sino de inapropiado recelo. «Idiota». Él la
agarró del brazo deteniendo su huida.
—Son dos preguntas válidas —dijo mirándola.
Brooke estaba en un escalón que la dejaba casi a la misma altura que él.
—¿Es válida porque así lo crees tú? —preguntó con sarcasmo—. No
conoces absolutamente nada de mí y empiezas a hacer preguntas con
trasfondos condescendientes.
Él hizo una negación y se quitó el sombrero. Lo lanzó sobre una butaca
cercana.
—Solo es inusual, porque los propietarios de un negocio como este
solemos exigir mucha experiencia. Los empleos de muchas personas
dependen de una gestión como la tuya. Eso es todo. No estaba tratando de
ofenderte o dudando de que posees la capacidad de aprender o desarrollar lo
que quieras emprender —dijo mirándola a los ojos. ¿Cómo le decía que lo
cabreaba la posibilidad de que tuviera algo con Sarconni?
Brooke se aflojó de su agarre. El toque breve de Lincoln, por más
inocente que hubiera sido, se sintió como una marca en la piel y que su necio
cuerpo quería sentir en otras partes. «Quizá debí optar por una videollamada
de asesoría».
—El dueño es mi amigo desde hace años y conoce mi capacidad de
compromiso en el trabajo, así como mi habilidad para organizar procesos. Yo
quería un empleo diferente lejos de California, así que cuando me lo propuso,
acepté —dijo con simpleza, porque las causas reales eran mucho más
complicadas de explicar y no le debía nada a Lincoln en ese aspecto.
—¿Qué tan amiga eres de Sarconni? —preguntó en un tono neutral—. Tal
como comprobaste el domingo aquí nos conocemos entre todos. Él ha estado
siempre ausente de los eventos de fraternidad entre los rancheros, pero
sabemos quién es.
Brooke notó un ligerísimo toque de acidez en Lincoln.
—Los amigos no se miden en niveles —dijo elevando el mentón.
Lincoln sabía que existía algo más detrás de esa aparente simpleza. Ni
siquiera debería interesarle, pero bastaba la mención «amistad» de Brooke
asociada con Matteo para cabrearlo.
—Amigos ¿eh? —preguntó en tono burlón, pero también irritado—. Hay
muchas personas que consiguen grandes empleos con «amigos», en especial
si implican un par de noches con sexo de por medio. ¿Eres tú una de esas
personas?
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Él no vio venir la bofetada, pero el sonido explotó con el eco del silencio.
Apretó la mandíbula y agarró a Brooke de la cintura, apegándola a su cuerpo.
Ella no se movió ni un centímetro, porque en esa posición en la escalera
estaba cautiva entre sus brazos. Las emociones que se detonaron en su cuerpo
eran muy, muy, diferentes.
—No vuelvas, jamás, a insultarme velada o directamente, Lincoln. Esta
vez fue una bofetada, a la siguiente puede ser peor si tengo algo que lanzarte
por la cabeza —le dijo dándole un puñetazo contra el pectoral derecho. La
dureza de los músculos le dejaron claro que no lo había afectado en lo más
mínimo. Los ojos de Lincoln chispearon de rabia por la bofetada, eso era
claro, pero Brooke no se sentía en absoluto culpable; se la mereció—. Para
conseguir este empleo no necesité acostarme con nadie. Matteo es mi amigo.
Punto.
—¿Lo ha sido siempre? ¿Solo tu amigo? —preguntó respirando con la
misma dificultad que notaba en ella. Sabía que la bofetada se la merecía.
Los torsos de ambos subían y bajaban con rapidez, tan cerca, que Brooke
no pudo evitar que, a pesar de que la fricción leve de sus cuerpos estaba
protegida por la ropa, sus pezones se endurecieran. No entendía esta inusual
reacción, porque con otros amantes las chispas jamás habían amenazado en
transformarse en fuego vivo.
—Mi pasado no es de tu interés ni beneficio —murmuró entre dientes.
—Quizá lo sea, Brooke —dijo antes de perder la última fibra de sensatez.
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CAPÍTULO 6
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era una empresa familiar de pequeña escala y tenía interés en que Golden Ties
fuese el rancho proveedor de la materia prima.
Antes de marcharse de la oficina, él solía coordinar con su asistente si,
después de la agenda del día, asistía o no, a los eventos sociales personales o
por negocios. En esta ocasión tenía que revisar sus horarios, porque dentro de
dos días iba a llevarse a cabo la apertura de una nueva sucursal de venta de
accesorios de equitación en el centro de Austin.
No le gustaba particularmente este asunto, pero era importante para
conocer a otras personas de ese mundillo de la equitación y mantener las
relaciones sociales que ayudaban a expandir el alcance de su red de contactos.
La propietaria de la cadena de tiendas House Horse se llamaba Alina Marcs y
era la heredera de una familia con un linaje antiquísimo en Texas. Los Marcs
eran amigos de los Kravath. El inconveniente era que Alina tenía interés en
llevar un anillo de matrimonio que uniera a ambas familias.
Para Lincoln no representaba ningún problema acostarse con ella, pues no
solo era guapa, sino también inteligente. Lo que solía hacer para que la
situación no fuese incómoda era pretender que no escuchaba o no comprendía
el doble sentido de las insinuaciones sutiles de Alina. Él no tenía la intención
de llevar un affaire al altar, tal como su amiga esperaba.
Bajó las escaleras de la casa y fue hasta el comedor. El aroma a café y pan
recién horneado se filtró por sus fosas nasales instándolo a esbozar una
sonrisa. Uno de los aspectos que más disfrutaba era que los productos que se
obtenían del rancho se utilizaban para hacer el desayuno americano en casa,
así como las frutas de temporada. Se acomodó en la silla y sincronizó las
noticias financieras en el teléfono.
La noche anterior, después de acostarse, Lincoln se había quedado
pensando en Brooke. Más allá de la obvia atracción, lo que despertó su interés
fue el hecho de que, a pesar de que había respondido a sus preguntas,
procuraba no dar más información de la necesaria. Claro, se lo podía atribuir a
la prudencia o al hecho de que eran extraños, pero sospechaba que el traslado
de California a Texas implicaba una razón más allá de un trabajo.
Ahora, él no solo tenía curiosidad por explorar la química entre los dos,
sino también por conocer las motivaciones de Brooke para estar en Austin.
¿Si acaso era un interés inusual en él hacia una mujer? Por supuesto, pero
también eran inusuales las circunstancias en las que se habían conocido. «No
creía que ella fuera distinta o especial, sino que lo intrigaba», se dijo, mientras
agarraba un cruasán tostado.
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Notó un movimiento en la periferia de su campo de visión y apartó la
atención de las noticias en el móvil, para posarla en la catalizadora de sus
hipótesis de deseo e interés.
—Buenos días —dijo Lincoln tamborileando los dedos de la mano
izquierda sobre la madera. Brooke llevaba la ropa del día anterior, seca, y el
cabello recogido en un moño alto y descuidado. El aspecto era delicioso. La
hubiera preferido a ella de desayuno, pero por ahora tenía que conformarse
con otra cosa—. ¿A dónde vas? —le preguntó retóricamente, ceñudo, al notar
que ella tenía la bolsa sobre el hombro y toda la intención de decir adiós.
—Buenos días, Lincoln. Creo que, tal como comentaste anoche, he
extendido mi visita más de lo necesario —replicó con una sonrisa y en tono
desenfadado—. Pasaba tan solo a decirte adiós y también a Willa, pero
imagino que ella está ocupada con los quehaceres.
—¿Decirme adiós? —preguntó—. Eso es demasiado apresurado. Aunque
no solemos tener invitados muy seguido, mi ama de llaves se preocupa mucho
por atender a las personas que vienen… incluso inesperadamente —dijo en
tono sarcástico, pero sin malicia—. Así que espero que, al menos, hayas
descansado. La vida en el campo inicia temprano.
Ella hizo un asentimiento leve.
—Sí, la verdad es que pude dormir bastante bien. Willa es una gran
anfitriona, seguro no lo aprendió de ti. —Lincoln se rio por lo bajo, por la
réplica ácida—. Si algún día decides vender este rancho, lo más probable es
que se convierta en un hotel estupendo.
—Jamás venderé Golden Ties, porque es el legado de mi familia. Todos
los recuerdos que están grabados en esta casa se pasan de generación en
generación, no se regalan o se ponen a consideración del mejor postor. Los
texanos pensamos en afianzar siempre las raíces.
«Eso es una novedad para mí, seguro, considerando los antecedentes de
mi familia», pensó Brooke. Le parecía un comentario que dejaba entrever que
Lincoln era un hombre de todo o nada, cuando la gente que le importaba
estaba de por medio. Se preguntaba cómo sería sentirse protegida,
implícitamente, y tener la convicción de que un hombre, fuese Lincoln o no,
estuviera a su lado contra viento y marea. Ella solo había tenido decepciones.
—California quizá sea algo diferente en ese aspecto, porque el mercado
inmobiliario se mueve muy rápido de forma constante, pero no representa
algo que yo haría. Creo que, si tuviera una propiedad que de verdad me
importara, la cuidaría para arraigar mi vida en ella —dijo sin saber por qué
carajos, tan temprano en la mañana, estaba creando una conversación como
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aquella o por qué empezaba a sentir la curiosidad de ahondar en las ideas de
Lincoln. «Quizá se deba a que mis neuronas tuvieron un descanso
inmejorable la noche anterior».
Para Brooke no había sido nada difícil conciliar el sueño, en especial
después de darse una ducha caliente. Nada más poner la cabeza sobre la
almohada, Morfeo la secuestró y tan solo la dejó libre a las siete de la
mañana. Cuando se dio cuenta de la hora, consciente de que en los ranchos y
granjas todos se despertaban al alba, no quiso ser la clásica huésped que se
quedaba dormida, mientras los dueños de casa ya estaban en pie. Además,
también era momento de regresar a Blue Oaks. De hecho, Mildred le dijo por
mensaje de texto que Joseph iría a por ella en unos veinte minutos, porque
estaba terminando de cambiar una herradura.
Recogió sus pertenencias, pero no quiso dejar el rancho sin despedirse.
Fue a la habitación de Lincoln, y solo encontró a una señora que estaba
arreglando la recámara. La mujer se presentó como Sarah, encargada de la
limpieza, y le indicó que el dueño de Golden Ties estaba desayunando o
quizás que ya se habría marchado al centro como era habitual a esa hora.
Brooke bajó las escaleras y siguió el sonido de la voz profunda y masculina.
Encontró a Lincoln en el comedor terminando una llamada telefónica.
Tan temprano en la mañana, según Brooke, no debería ser posible tener
fantasías sexuales tan vívidas sobre cómo sería estar con Lincoln, desnudos,
piel con piel, mientras él le hablaba al oído diciéndole los detalles de lo que
haría con su cuerpo para que vibrara de placer. Imaginaba las manos fuertes
agarrando sus curvas y esa boca, devorándola. «Necesito comprarme un
vibrador nuevo en el próximo viaje al centro».
El encanto de la escena que tenía ante ella no era lo bien arreglada que
estaba la mesa, sino el hombre a la cabecera, tan regio y dueño de sí mismo.
Con el traje de oficina parecía que el arisco cowboy había sido domado por
los requerimientos de la civilización. Una ilusión óptica. Brooke se
preguntaba en qué momento alguien diría «corte», porque a la luz del día,
peinado con el cabello hacia atrás, la corbata a punto, el reloj que se atisbaba
bajo la manga de la camisa blanca, la imagen daba para un comercial de
televisión. Y haría miles de dólares.
—En todo caso —dijo él cortando la posibilidad de ahondar en temas que
no le interesaba discutir de momento—, hemos establecido que ayer fue una
situación complicada, así que, por favor, desayuna conmigo. —Se levantó y
haló la silla a su izquierda. Le hizo un gesto a Brooke—. Recuerda que esta es
parte de la hospitalidad de los texanos. Por cierto, el doctor Hutchinson se
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marchó hace una hora. Parece que, en una próxima emergencia, tus servicios
de aprendiz de primeros auxilios podrían servir bastante.
Brooke soltó una risa suave, y él elevó la comisura de los labios.
—Ah, una validación médica, pues qué bien —sonrió—. Gracias por la
invitación, Lincoln —dijo aún desde el umbral de la entrada—, pero me
espera mi trabajo. Además de que también —le hizo un gesto con la mano
señalándolo— es evidente que pronto te marcharás a tu oficina y es mejor no
extender más la hospitalidad de Golden Ties.
Se escuchaba el ruido leve de los utensilios de cocina a lo lejos y también
llegaban trinos de pájaros, gracias a la ventana del comedor. Los sonidos de
las herramientas de trabajo de los obreros, que iban pasando en exteriores
yendo en diferentes direcciones en el rancho, se entremezclaban con el
traqueteo sutil al pasar las maquinarias y coches de trabajo.
Desde la ventana de la habitación de huéspedes, Brooke había notado lo
hermoso que era Golden Ties. El cielo azul y soleado disentía de la oscuridad
y truenos. Las huellas dejadas por la lluvia se habían evaporado. Las partes
que ella logró observar, porque sería imposible conocerlo todo desde un
balconcito, ya que la casa quedaba algo lejos de las zonas de trabajo, estaban
en actividad. La sorprendió que el terreno se extendiese hasta un horizonte
que parecía no tener fin. Los vestigios de las estructuras de las caballerizas,
establos y graneros, estaban bien mantenidos. El panorama redobló la
intención de hacer que Blue Oaks también brillara de nuevo, así como su
determinación de tener éxito.
—Soy un hombre muy ocupado, sí, pero quedé en que te llevaría a tu casa
y pretendo hacerlo —zanjó con determinación—. Todavía tengo un rato hasta
mi primera reunión, así que puedes comer algo sin prisas. Reitero mi
invitación a que desayunes conmigo.
Brooke ladeó la cabeza. Ella no era de comer mucho en las mañanas, así
que, con un cruasán y el café, le bastaría. Luego iría a casa. Pensar en Blue
Oaks como su hogar le parecía irreal todavía, pero empezaba a habituarse a la
idea.
—Ya he llamado para que pasen por mí… —dijo mordiéndose
ligeramente el labio inferior. No estaba tratando de ser combativa ni difícil,
pero no sabía muy bien cómo manejar esta versión menos hostil y en traje de
oficina de Lincoln. Cuando una circunstancia era desconocida, ella prefería la
retirada. Además, tenía un montón de pendientes por resolver en Blue Oaks y
no le tomaría horas, sino días. Entre más pronto empezara a cumplir sus
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objetivos, mejor. Sin embargo, necesitaba comer, claro—. Con el desayuno es
suficiente, gracias.
Ella se acercó hasta la silla, cuyo respaldo de madera él mantenía sujeto
con una mano. Le gustó rodearse del aroma de la colonia masculina; primitiva
y magnética como su dueño. Además, le pareció un agradable acto de
caballerosidad que le hubiera apartado la silla antes de que se sentara. Esta
clase de gestos no solían ocurrir con frecuencia, últimamente.
La cercanía de ambos empezó a tejer una tensión que amenazaba con
volverse peligrosa. Sus miradas se fusionaron. La vibración entre los dos
pareció resonar en el aire como un zumbido ligero, lleno de posibilidades,
muy parecido al que anticipaba un huracán. Lincoln le miró la boca y Brooke
se pasó la lengua por los labios de manera instintiva. En ese momento, a ella
no le importaban sus miedos o reflexiones de la noche anterior, sobre lo
complicado que sería olvidarse de Lincoln si llegaba a besarlo. Sin embargo,
sus instintos parecían haber tomado las riendas esa mañana; cuando estos
mandaban, la razón perdía la partida.
Con la mano libre, Lincoln le acarició la mejilla.
—Ninguna taza de café o potente energizante lograría estimularme tanto
como la posibilidad de cumplir mi intención de descubrir el sabor de tu boca
—murmuró con voz ronca. La sintió temblar, y sus sentidos se agudizaron—,
recorrer los secretos que ocultas bajo la ropa, quemar tu piel con la mía, hasta
que lo único que quede en tu memoria sean mi nombre y mi huella. ¿He leído
mal las señales entre los dos o tú también deseas lo mismo?
Continuaban de pie, mirándose.
Si ella no estaba experimentando un ataque de nervios era un milagro. La
corriente erótica la hacía vibrar al tocar las partículas más sensibles de su ser.
Su sexo palpitaba ante la posibilidad de que Lincoln la tocara íntimamente.
Quería saborearlo tanto como él a ella. Aunque la voz de la razón se intentó
interponer, Brooke la envió de paseo.
—Las señales son correctas…
—Un beso entonces —murmuró bajando la cabeza hasta que sus labios
estuvieron a solo milímetros de los de Brooke—, como aperitivo.
Ella sonrió de medio lado, y enarcó una ceja. Ambos sabían que, en esos
instantes, no tenían tiempo para más. Así como también que la logística para
volver a verse era inexistente.
—¿Es que haces promesas sin saber si podrás cumplirlas? —preguntó
conteniendo la respiración de forma súbita cuando él la tomó de la cintura,
sujetándola contra su cuerpo, haciéndola consciente de cuánto lo afectaba. Si
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él deslizara la mano bajo la tela del jean y las bragas, entonces descubriría
que el deseo líquido estaba humedeciéndola.
—En el sexo cumplo todas las promesas que hago —dijo mordiéndole el
labio inferior—. Y hasta que no hayan sido satisfechas en su máximo punto,
no me detengo.
Lo escuchó ronronear cuando ella empezó a mover sus caderas de modo
muy sutil.
—¿Y las promesas que no tienen que ver con el placer, también las
cumples?
—Fuera de ese ámbito, simplemente, no las hago —replicó con franqueza
—. Puedo perder los siguientes minutos hablando o…
—Un beso —interrumpió, en un susurro, rodeándole la nuca con sus
manos, mientras él la envolvió entre sus brazos fuertes—, Lincoln.
Ella experimentó la inequívoca sensación de que dentro de esa muralla de
músculos que la rodeaban estaba protegida. Al menos, si no consideraba el
hecho de que el mayor peligro estaba representado por el dueño de ese físico
imponente, cuya erección presionaba contra ella y que parecía poseer la
capacidad de borrar sus resoluciones con poca dificultad.
—Por ahora —dijo, antes de cubrir los labios de Brooke con los suyos,
soltando un gruñido profundo de satisfacción.
Los labios femeninos le supieron a ambrosía. Él la besó con hambre y
posesión. Sentía que cada roce de sus lenguas aceleraba sus pulsaciones. Le
gustaba escuchar el leve ronroneo que salía de la garganta de Brooke. Ella era
suave entre sus brazos y se amoldaba como si sus cuerpos hubiesen estado
alineados en las medidas idóneas para encajar con el otro.
Brooke confirmó su teoría de que un beso con Lincoln sería la
redimensión de cualquiera que hubiese tenido antes. No existía amor, ni
promesas, ni compromisos. Esto era fogosidad surgida de las entrañas más
básicas del ser humano. Se sentía increíble percibir esta mezcla de curiosidad
y lujuria tan nueva en su experiencia con los hombres, porque la vibra de su
beso se extendía por todo su cuerpo lleno de plata y oro fluidos; los colores de
la creación femenina y masculina. Quería agarrarlo y quitarle la ropa sin que
nada importase, montarlo a horcajadas y besarlo hasta que sus labios fuesen
incapaces de moverse.
—Brooke, joder —farfulló cuando ella deslizó las manos hasta sus nalgas
y después le acarició el miembro sobre la tela del pantalón. Sabía que la mujer
no tenía reparos en decir lo que pensaba, pero comprobar que tampoco los
tenía al momento de tomar y dar lo que deseaba era brutal—. Si tuviera más
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tiempo —dijo subiendo las palmas hasta ahuecarle los senos y pellizcar los
pezones—. Me muero por desnudarte y probar tus pechos…
Ella también deseaba lo mismo, pero antes de poder decírselo, el beso se
volvió más y más duro, casi enloquecedor. Parecía como si él fuese incapaz
de saciarse, a juzgar por los gemidos que soltaba mientras le devoraba la
boca; Brooke sentía igual. Que las manos grandes y fuertes le recorrieran el
cuerpo, tratando de aprovechar el poco tiempo que tenían maximizando las
sensaciones, era una experiencia explosiva.
Lincoln sujetó la cabeza de Brooke, reclamando y consumiendo la pasión
que reverberaba como agua en ebullición. No sentía que tuviese suficiente y
sabía que a ella le ocurría lo mismo por el modo en que se aferraba a las
solapas de su traje.
—¡Señor Lincoln, tengo un mensaje rápido e importante para usted! —
interrumpió súbitamente la voz agitada de Willa desde el pasillo.
De inmediato Brooke y Lincoln se separaron respirando agitadamente. Se
miraron. Los labios de ambos estaban inflamados y la expresión de
frustración era evidente. Él le recorrió el labio inferior con el pulgar. Le dio
un último beso fugaz y fue a sentarse en su silla para que, cuando entrara
Willa, no notara su erección. Brooke hizo lo propio, además de que sus
piernas se sentían como gelatinas de la emoción, y se sentó, al fin. Se sirvió té
con la mano un poco temblorosa, pero era lo único que podría darle algo en
qué ocuparse, pues su cerebro estaba tratando de recuperarse de ese beso.
—Mierda —murmuró él—, esto no se puede quedar así. Cena conmigo
esta noche.
Ella se rio con suavidad y meneó la cabeza.
—Apenas he desayunado —dijo con una sonrisa levantando un cruasán
—. ¿Ves?
Él no tuvo tiempo de rebatir, porque Willa entró en el comedor con una
expresión de urgencia. Al notar que Lincoln y Brooke estaban mirándose
como si se les hubiese olvidado que el desayuno era el que estaba servido en
la mesa, murmuró algo sobre las incongruencias de Lincoln y sus actitudes
del día anterior con la guapa muchacha.
—Lo siento, señor, no quise ser inoportuna, pero…
Lincoln esbozó una sonrisa para su ama de llaves, aunque en realidad le
habría gustado tener una puerta de hierro en ese comedor para no dar opción a
ser interrumpido. No recordaba haber estado más sexualmente frustrado como
en los últimos cinco minutos.
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—No pasa nada, Willa. ¿Qué mensaje tienes que darme? —preguntó,
mientras Brooke empezaba a comer en silencio. Las fuentes de frutas, las
bandejitas con tocino ahumado, salchichas y quesos, el platillo con cruasanes,
los potecitos de mantequilla, estaban ordenados en el centro. Además, estaba
disponible una tetera, cafetera y una jarra de leche.
—Kevin vino apresurado por la puerta de la cocina para comunicarme que
no alcanzó a cargar la radio y por eso no pudo hablar con usted, señor. Al
parecer ya llegaron los repuestos de las dos máquinas abonadoras y de la
segadora que estaban esperando hace días. El proveedor de esas máquinas,
según Kevin, necesita hablar con usted directamente, no con Ben, a pesar de
que es el administrador. El proveedor quiere tratar algo sobre unos precios
especiales y una donación. Esto último me lo dijo Kevin con prisas, así que
no explicó bien.
Lincoln acabó el café con sorbos mesurados, pero rápidos.
—Menos mal estoy todavía en la casa —dijo incorporándose, mientras
Willa se marchaba. Lincoln le extendió el teléfono a Brooke—: Por favor,
guarda tu número. —Ella lo hizo. Lincoln la llamó para que, con eso, la guapa
rubia registrara su número de móvil también—. Esto no se ha terminado. Nos
volveremos a ver.
Brooke tan solo lo miró, mientras él se alejaba. No sabía si era una
promesa o una sentencia, pero daba igual. Los besos de Lincoln deberían
tener una categoría propia.
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Crossover, un tipo de carro descapotable 4x4 exclusivo para utilizar en
terrenos extremos.
Pasaron por el granero, los establos y el huerto orgánico. Le apenó ver que
Matteo hubiera dejado tan descuidado el potencial de esa propiedad,
limitando la inversión a solo unas zonas. Daba igual si pagaba un dineral a los
empleados, porque no se trataba de eso, sino de que los acres de terreno
merecían tratarse mejor.
Sabía que su amigo poseía suficientes recursos económicos sin necesidad
de contar con el rancho, pero esto era distinto, pues demostraba la soberbia
del ser humano cuando la naturaleza estaba a su servicio y la maltrataba o
descuidaba. A ella, habituada a una ciudad con playa y montañas como Los
Ángeles, Austin y alrededores le parecían un contraste envidiable. De hecho,
consideraba un privilegio tener inclusive el más pequeño trozo de tierra.
La última parada fueron las caballerizas, casi al atardecer. Brooke estaba
drenada y no veía la hora de darse un baño con sales en la tina de su
habitación. En las cuadras había seis caballos, preciosos, y tres ponis. La zona
en la que los niños aprendían a montar a caballo o hacían terapias
especializadas, si tenían asperger o autismo, estaba bien mantenida. La
pintura lucía nueva, la zona limpia —dentro de lo posible considerando que
había animales—, los caballos tenían comida y agua: la cerca que cubría el
perímetro de práctica estaba a punto.
—Es increíble que esta escuela se mantenga tan bien. Lo felicito, Joseph
—dijo Brooke con sinceridad, mientras le acariciaba el cuello a Muletas, un
caballo negro.
—Gracias, señorita, dentro de unos días vendrán dos alumnos nuevos, así
que eso implicará un ingreso adicional —sonrió el hombre.
—Rainbow Blue, el nombre de la escuela, fue fundada mucho antes de
que el abuelo del joven Matteo lo tuviera en sus manos, por el anterior
propietario —dijo Pete, limpiándose la frente con un pañuelo—. Así que ya es
una tradición de hace décadas por la zona. Si alguien conoce el Blue Oaks es
en referencia a esta escuela. A veces, también vienen adultos a aprender a
montar a caballo, entonces coordinamos una excursión por todo el terreno.
—Oh, podríamos promocionar excursiones por el terreno y que incluyan
una comida por el riachuelo —dijo Brooke con entusiasmo—. Echaré
números con todo lo que he recabado hoy y empezaré a buscar proveedores
con buenos precios.
—Eso suena bien —dijo Pete con un asentimiento.
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—Volveremos a llenar los establos, no solo con cerdos, sino con vacas.
Creo que el granero podría expandirse un poco para agregar un gallinero.
Quizá poner una línea de productos lácteos que se vendan en un mercadillo
para recabar un dinero extra para gastos básicos. Claro son solo planes, pero
tendré que aprender todos los procesos de compras y tal. Espero que puedan
ayudarme —sonrió un poco nerviosa, porque aceptar la vulnerabilidad ante
otras personas, en especial si estas eran subalternos y ella sin experiencia en
un campo en el que ellos eran versados, no era fácil.
Joseph se rascó la barba, mientras los caballos comían.
—Me gusta la idea, señorita —dijo Joseph—. Si tiene amistad con el
joven Kravath de Golden Ties, él es uno de los rancheros más respetados de
Austin. Su familia también tiene lazos fuertes con la comunidad y patrocinan
muchas causas sociales. Le podría solicitar que le diera un par de directrices.
No me parece alguien egoísta, además de que este rancho no sería para nada
competencia del conglomerado que los Kravath poseen.
Brooke sabía que se lo comentaba, porque la fue a recoger al rancho
vecino.
Apenas Lincoln se marchó a atender los asuntos que mencionó Willa,
Joseph la llamó para decirle que estaba esperándola en el exterior de la casa
principal. El ama de llaves se despidió diciéndole que, siempre que hiciera
falta, podía contar con el equipo de Golden Ties para ayudarla. Brooke tan
solo sonrió y agradeció.
No estaba segura de qué clase de vínculo tenía ahora con Lincoln después
de un beso, ¡el beso! Claro, eran vecinos, pero no estaba segura de que él lo
supiera pues, ahora caía en la cuenta, no se lo había mencionado. Imaginaba
que, si volvían a encontrarse tal como él aseguró que ocurriría, le haría gracia
saberlo y quizá, tan solo por el interés de la conquista, la ayudaría. Solo eran
ideas, aunque no podría estar segura de nada porque no lo conocía en realidad
más allá de las reacciones físicas o el sabor de su boca. Un sabor que mejor
olvidaba si quería mantener la concentración y hacer un buen trabajo en Blue
Oaks.
—Apenas lo conocí ayer por el temporal, que me obligó a pedir refugio,
pero sí, quizá sea alguien a quien podría consultar, Joseph —dijo con una
sonrisa.
—Pete, por cierto, ¿cree que pueda mostrarme el camino que conecta con
el Golden Ties? Tan solo por curiosidad. No para alertar a los residentes del
rancho contiguo, sino para yo tener una idea al respecto. —Pete hizo un
asentimiento tocándose el sombrero, y luego guio a Brooke, después de que
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ella se despidiera de Joseph y sus asistentes, hasta el 4x4—. Después quisiera
que analizáramos un presupuesto para quitar toda la maleza y suciedad de las
áreas que han estado abandonadas. La plantilla rotativa puede hacerlo
¿verdad?
—Ciertamente, señorita. Nos pondremos manos a la obra.
—Gracias, me alegra contar con ustedes.
A Brooke no le había pasado desapercibido que Lincoln manejaba con
autoridad el rancho, como si tuviera décadas de experiencia en su manera de
comandar a los empleados y dar directrices, aunque no lucía como alguien de
más de treinta y cuatro años. Quizá él podría ser un aliado en su misión de
recuperar Blue Oaks, devolverle la fuerza y potencial, para evitar que lo
vendieran. Le podría pagar como consultor externo, inclusive, porque había
visto en la tabla de rubros que esa clase de contrataciones sí se habían hecho
en el rancho.
¿Qué podría salir mal si los eventos, fatídicos o no, parecían haberse
alineado para que esta larga gestión que acababa de emprender en Austin
tuviera éxito?
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CAPÍTULO 7
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encanto o pretendían alargar los momentos juntos con demandas innecesarias.
A él no le gustaba el drama.
—¿Señor, le sirvo otra copa de champán? —preguntó un camarero.
Lincoln apartó sus pensamientos de Brooke y regresó su atención al sitio
en el que se encontraba: House Horse. Esta noche era la inauguración de la
tienda de implementos de alta gama para equitación y suplementos para
caballos. El menú de bocaditos era de lujo, porque mezclaba bocadillos y
antipastos de la cocina francesa, española y japonesa.
—No, pero apreciaría que me trajera queso manchego y jamón serrano.
—¿Para compartir? —preguntó el camarero mirando a las otras personas
de la mesa.
—Sí, claro —dijo Lincoln con amabilidad—. Suficiente para todos.
Él tenía por costumbre dar buenas propinas si estaba en un restaurante, y
jamás era imbécil con las personas de servicio. Claro, si eran incompetentes y
trabajaban para él, los despedía; no era condescendiente ni admitía mierdas de
nadie. Sus padres se encargaron de que él, Tristán y Samuel, aprendieran los
trabajos que hacían los obreros para que jamás creyeran que por ser chicos
con dinero eran mejores que otros que tenían menos.
Lincoln consideró que era una suerte que esa noche no estuviera
lloviendo, lo que implicaba que todo en el rancho estaría en aparente calma.
Si no hubiera hecho buen clima, entonces habría tenido que declinar la
invitación a la apertura de House Horse, pues su prioridad era el buen
funcionamiento de Golden Ties. Aunque ausentarse de este evento, sin
importar la excusa, habría generado un antecedente incómodo con la familia
Marcs.
Chuck Marcs, el padre de la anfitriona, era el actual alcalde de Austin y
estaba postulándose para ser gobernador de Texas. La asistencia de Lincoln a
House Horse era más bien estratégica. El rumor entre los grandes ganaderos
de la ciudad era que Chuck tenía la intención de abrir una línea de negocios
en la que requeriría trabajar con uno o dos ranchos como proveedores. No se
sabía con exactitud cuál era esa línea comercial, pero el alcalde era un hombre
influyente, así que cualquier proyecto con él implicaría grandes ganancias y
aumento de nuevos clientes. Lincoln, por supuesto, estaba interesado.
Su mejor amigo también estaba en esa reunión con su prometida, Renatta.
—Jamás creí que una tienda sobre cuestiones de caballos tuviera tantos
ítems para vender —dijo Renatta. La muchacha era bonita. Pelirroja, pecosa y
con gran sentido del humor. Su profesión era de maquilladora profesional y
poco sabía de temas agrícolas, sin embargo, apreciaba la belleza de los
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espacios de la naturaleza—. ¿Has comprado algo? —le preguntó a Lincoln
con una sonrisa, mientras bebía de la copa de champán. Se llevaban y caían
bien, y era una suerte porque estaba de por medio la relación con Jonathan.
Lincoln podía mostrarse extrovertido en algunos ámbitos, siempre que
estuvieran relacionados al trabajo, pero por lo general era distante cuando se
trataba de aceptar a nuevas personas en su círculo personal. De hecho, no eran
muchos los que accedían al grupo cercano del menor de los Kravath, porque
él prefería ser selectivo ya que, con el tiempo, había comprendido que la
mayor parte de las personas que se acercaban a él era por su dinero o
conexiones. En el caso de Renatta, le dio la bienvenida a su círculo personal
por Jonathan.
Los tres estaban de pie en una de las mesas altas de madera en la que se
servían bocaditos y bebidas. El sitio tenía mucha concurrencia, no solo porque
era novedoso, sino porque la dueña era la hija de un personaje público. Las
cámaras de los medios de comunicación estaban alrededor, entrevistando y
registrando notas.
—Sí, aproveché para hacer una orden de seis sillas de montar y tres
ajustadores de montura —replicó. Después miró el dedo en el que brillaba un
diamante solitario y dijo—: Por cierto, mucha suerte, porque con este idiota la
vas a necesitar. —Renatta se rio y apoyó la cabeza en el hombro de su
prometido—. Felicitaciones por tu compromiso.
—Gracias, Linc —sonrió—. Me comentó Jonathan que habías sido muy
generoso en cedernos el rancho para la ceremonia. Lo aprecio mucho. Mis
amigas se van a alegrar de pasar unos días en el resort de tu familia. Por
cierto, les envié la página web de Golden Ties, en la que aparecen fotografías
de los alrededores, y están encantadas.
—No es nada, este zopenco es como un hermano, así que es lo mínimo
que podría hacer —sonrió—. A mi madre, que es la que seguro coordinará
que tengas una bienvenida VIP al resort, le encantan estos asuntos de las
novias y amigas.
Renatta esbozó una sonrisa, complacida.
—Linc, por cierto, si no tienes pareja para acompañarnos ese día, me
gustaría presentarte a mi mejor amiga, Selina. Es ingeniera en marketing,
además guapísima.
—Renatta, cariño —dijo Jonathan en tono de advertencia—, no intentes
hacer de Cupido, porque Lincoln prefiere darse un tiro en el pie, antes de
aceptar una cita, salvo que sea él mismo quien la elija. Mejor no pierdas tu
tiempo ni el de Selina.
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Lincoln se rio y se terminó de masticar el trozo de jamón serrano.
—Por ahora no estoy interesado en otra persona —expresó, pero al
instante se dio cuenta de que había cometido un error táctico, así que agregó
—: Mi atención está solo dedicada al rancho y mis negocios, Renatta.
—Qué interesante, Linc —dijo Jonathan con una sonrisa cómplice—. En
pocos días algo ha cambiado en tu panorama, claro, que no es extraño porque
las actividades de trabajo son bastante complejas, pero esta vez tu situación
parece tener tintes más —hizo un gesto como si le costara encontrar las
palabras, pero tan solo para fastidiar a Lincoln—, personales. Eso es,
personales. ¿No tienes interés «en otra», porque ya estás enfocado en
conseguir o mantener la atención en una mujer en específico? Los que
manejamos inversiones solemos estar muy atentos a las palabras de otros para
conseguir respuestas que, en otro caso, no lograríamos. Una estrategia que
siempre nos funciona.
—Puedes usar tus estrategias para limpiar retretes. —Miró a la prometida
de Jonathan que sonreía, meneando la cabeza por el intercambio. Le dijo—:
Seguro que tu amiga es encantadora, pero si las cosas se complican no quiero
tener esa clase de conflicto entre nosotros, en especial cuando tú vas a estar
alrededor con este tonto. ¿De acuerdo?
Jonathan no creía ni una sola palabra de lo que decía Lincoln y tenía
curiosidad por el comentario de él, era evidente, pero también sabía cuándo
cerrar la boca. O casi siempre.
—Muy comprensible —replicó Renatta—. No insistiré, aunque si cambias
de opinión, la verdad es que Selina y tú podrían tener química. Ella ama hacer
hiking y los animales, pero no tiene mucho interés en casarse. Quizá necesita
encontrar la persona perfecta, como tú —dijo haciendo alusión a las
conversaciones que ya había tenido con Lincoln, en las que él mencionó,
porque no era un secreto, que no tenía interés en el matrimonio.
Jonathan meneó la cabeza porque, a pesar de que no tenía secretos con su
prometida, eso no implicaba que podía compartir los de otras personas. Claro,
salvo que esto último afectara directamente su relación de pareja, pero, en
este caso, no era así. No le había contado las verdaderas razones de Lincoln
para preferir la vida descomplicada de la soltería.
—¿Tienen una idea si se casarán entrado el verano o será en otoño? —
preguntó Lincoln cambiando el tema. Su amigo parecía haber encontrado las
respuestas del cosmos en la mujer con la que iba a casarse. Solo esperaba que
la pelirroja no terminase siendo una arpía.
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—Definiremos el día concreto en estos días. Mi hermana nos acaba de
decir que está esperando a su primer bebé, así que hay que analizar todo con
ella, pues parece que será un embarazo delicado. ¡Estamos felices! Jonathan y
yo esperamos tener al menos cuatro nenes —sonrió sin mirar a Lincoln, por lo
que se perdió la expresión súbitamente sombría de él.
—Por supuesto, me dejan saber —replicó con neutralidad. Miró a
Jonathan—: Te veo para ir a remar el sábado. Esta vez será mejor ir al Lady
Bird Lake.
—Seguro —dijo abrazando a Renatta con la intención de marcharse,
porque ya llevaban suficiente tiempo en el evento—. Por cierto, Ernest,
Lenox y Billy están en la ciudad. Les diré para que se unan y luego ir a por
unas cervezas.
—Veremos si se presentan —replicó Lincoln. Sus tres amigos de la
secundaria competían profesionalmente en rodeos de toros en Texas y a nivel
nacional; pasaban viajando. Le parecía una novedad que estuvieran en Austin
al mismo tiempo, así que esperaba verlos.
Renatta y Jonathan se despidieron, pero Lincoln aprovechó para saludar a
Tyron Remis, un viejo conocido de la zona que entrenaba caballos de carreras
y que había sido profesor de equitación de los hermanos Kravath. El hombre
tenía gran habilidad con los animales para enseñarles en poco tiempo las
movidas correctas y era buen instructor con jinetes jóvenes.
Al cabo de un rato se despidió de Tyron, con la intención de marcharse de
la tienda, y empezó a moverse entre la gente con rumbo a la salida. Antes de
alcanzar la manilla de metal de la puerta de vidrio, una mano femenina lo
detuvo del brazo. Él giró el rostro para encontrarse con los ojos grises de
Alina y una sonrisa de labios rojos.
—¿Te marchas tan pronto, Linc? Apenas empezó todo hace una hora —
preguntó. Llevaba un vestido negro cóctel de una sola manga, los zapatos de
tacón de aguja en tono escarlata, y el cabello en un corte que llegaba a la
altura de la barbilla. Era muy guapa y chic, sin duda—. Además, hace un rato
no pudimos charlar bien, porque recién estaban llegando los primeros
invitados, pero ahora está todo menos agitado. No nos hemos visto en meses y
tú pareces haberte recluido en Golden Ties —se rio con suavidad—. Así que
aprovecho la ocasión para decirte que hay un tema importante que quiero
tratar contigo. Si no tienes tiempo en este instante, le puedo pedir a mi chef
que nos prepare algo para cenar mañana.
Lincoln estaba habituado a que las mujeres se le insinuaran, pero Alina
era de las pocas que decía exactamente lo que pensaba si el escenario era
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apropiado, caso contrario, sí, sus intenciones solían ser un poco más sutiles.
Esta no era la ocasión de las sutilezas, pensó con humor. Sin embargo, daba
igual, porque Alina no conseguía poner su sangre en ebullición.
—He estado ajustado de tiempo, eso es cierto. Ya que estamos aquí,
entonces podemos aprovechar para conversar de ese tema pendiente que
mencionas. Además, con tu ajetreada vida social, lo más seguro es que tu chef
envenene mi comida por darle trabajo extra en la noche —dijo con una
sonrisa, rechazando la posibilidad de cenar a solas con ella.
—Qué ocurrencias tienes, Linc. ¿Qué te ha parecido la tienda ahora que
has tenido tiempo para recorrer los dos pisos?
Alina le dedicó una sonrisa resplandeciente y le hizo un gesto con la mano
para guiarlo hasta la zona en la que menos personas tenía alrededor en ese
momento. A medida que iban pasando entre los invitados, los detenían para
saludar. Lincoln detestaba esa clase de circo social, aunque sabía que era
parte del trabajo. La situación solo era tolerable si se encontraba con amigos
con los que compartía puntos de vista o tenía experiencias en común.
—Primero, sumar diez tiendas en total de House Horse es todo un logro
—dijo—. Y ya dejé mi apoyo de la mejor forma para un empresario —le hizo
un guiño—, al comprar varios implementos. Me parece una buena estrategia
que esta tienda, por la ubicación, oferte artículos para ranchos, en lugar de
solo para competencias de equitación. La tienda, te reitero, es estupenda.
Aunque de seguro ya te lo han dicho varias veces esta noche.
Ella hizo un asentimiento y su mirada bajó a la boca de Lincoln.
—Que te lo haya parecido a ti es un gran halago considerando lo exigente
que eres como empresario —replicó—. Lo que te quería comentar era que mi
padre va a organizar una barbacoa entre amigos para hablar de sus planes
como candidato a Gobernador. Sé, confidencialmente, que tiene en mente
abrir una cadena de restaurantes propia, y el chef es uno de los aprendices
más destacados del famoso chef José Andrés. Sé que estás muy liado con la
parte corporativa del negocio y también la agrícola, pero quizá podrías
considerar venir. Mi padre respeta a tu familia y su ética de trabajo, así que de
seguro podría contarte al respecto, porque necesitará proveedores de cortes de
carne de res. ¿Qué opinas?
Lincoln podría jugar al Póker si se lo propusiera y ganaría, pues su cara
podía ocultar sus emociones cuando así él lo quería, sin caer en error.
—Suena prometedor, aprecio que me invites —replicó, complacido de
haber conseguido su propósito de esa noche de una manera natural—.
Avísame con antelación, porque tengo varios viajes de trabajo programados.
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Ella asintió y esbozó una sonrisa, miró por sobre el hombro e hizo un
gesto. Él siguió la mirada y se dio cuenta de que eran fotógrafos de varios
medios. Frunció el ceño.
—Linc, acompáñame a esa sección de la tienda —dijo señalando una
esquina que mostraba una gama de accesorios para jinetes—, y vamos a
hacernos una fotografía. Creo que será una estupenda publicidad que nos vean
como empresarios jóvenes que se apoyan. En el pie de foto irá la información
de cada uno.
Él no quería hacerse ninguna puñetera fotografía, pero sabía que era parte
del show.
Al menos cinco fotógrafos estuvieron al instante calibrando el mejor
ángulo. Alina apoyó la mano en el brazo de Lincoln, apegándose a él,
mientras sonreía. Su lenguaje corporal era el de una mujer que tenía confianza
en sí misma en todos los aspectos y se sentía en su elemento posando junto a
un hombre guapo y exitoso. Su igual. Lincoln apoyó la mano en la cintura de
Alina, tal como haría con cualquier amiga, y sonrió para la cámara.
Los fotógrafos anotaron los datos que les dio ella para el pie de foto, al
finalizar.
—¿Cuándo tiempo llevan saliendo juntos? —preguntó el periodista de una
revista que cubría eventos sociales, pero siempre con enfoque al cotilleo.
—Somos amigos —zanjó Lincoln con seriedad. Iba a decir algo más, pero
su móvil empezó a vibrar. Cuando lo sacó para ver de quién se trataba,
frunció el ceño. Estas no eran horas usuales de su abogado, Elister Reynolds,
para llamarlo. Miró a su amiga con una sonrisa un poco tensa—: Debo
responder esta llamada, guapa. Nos vemos pronto.
Ella le dio un beso a Lincoln en la mejilla, aunque se tardó un poco más
en apartar sus labios, y él se marchó de la tienda. No era el mejor lugar para
hablar por teléfono, así que esperó a estar en la camioneta para devolver la
llamada.
Al tercer timbrazo respondió el abogado.
—Señor Kravath recién termino una junta con mis colegas por un caso
extremadamente complejo y no pude llamarlo antes.
Lincoln encendió el motor y después el acondicionador de aire.
—¿Hay algún problema con mis contratos? —preguntó con inquietud.
La parte legal era siempre una pesadilla complicada de lidiar, porque se
trataba de terminologías estúpidas que al final confundían a la gente. Lincoln
prefería los números, porque con ellos era blanco o negro, así que no existía
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opción a malas interpretaciones. Su equipo de abogados de planta era muy
ágil para trabajar, además, él les pagaba un buen sueldo.
—Me temo que sí, aunque no es un contrato como tal. En la mañana hice
un seguimiento con el abogado del señor Sarconni, Félix Falcon, porque no
teníamos comentarios o una actualización a la propuesta que hicimos, a pesar
de la insistencia. Se me hacía un poco extraño, considerando que nuestra
oferta era alta. —Lincoln apretó los dedos alrededor del teléfono—. Me dijo
el abogado que se ha suspendido la venta.
Lincoln sintió una rabia descomunal, porque esto implicaba el cese de los
procedimientos que ya había puesto en marcha, como la búsqueda local e
internacional de los mejores enólogos, viticultores y trabajadores con
experiencia en vides, para ofrecerles un empleo. Incluso tenía los planos de lo
que iba a construir, no solo en materia de la bodega per se, sino que crearía un
salón para catar vinos. El proyecto era a cinco años plazo, por eso empezar
cuanto antes era imprescindible. Y ahora, Elister, le decía que estaba
suspendida la venta del rancho, cuando la firma de cambio de propietario ya
era casi un hecho.
—¿Qué rayos pasó? —preguntó con incredulidad. Si no necesitara el
teléfono, entonces lo habría hecho añicos contra el pavimento—. Revisaste
los requisitos con mi contador y después con el gestor de proyectos de Golden
Enterprises, luego nos sentamos a discutir la mejor propuesta que pudiéramos
hacerle a Sarconni. ¿Y ahora ha suspendido la venta? No va a recibir un mejor
ofrecimiento por ese rancho maltrecho que tiene, y que ya estaría casi en
pedazos si no fuera por la escuela de equitación, creada por mí abuelo
décadas atrás nada menos, y lo poco que consiguen los actuales empleados
producir.
—Como usted sabe la única novedad fue que el señor Sarconni estaba
bastante inclinado a aceptar nuestra oferta, porque las otras no incluían un
plan de pagos con unas condiciones tan competitivas. Al menos fue la
información que me dio Félix. Me quedé intrigado de que no hubiera recibido
más noticias desde entonces…
Elister se ajustó el cuello de la camisa azul, algo inquieto. En este caso era
un asunto que se salía de sus manos o capacidad de gestión, pero comprendía
la frustración de su jefe.
—¿Acaso quiere más dinero? —preguntó apretando los dientes, porque
estaba dando más de lo que en verdad valía el rancho que había sido de su
abuelo en esas condiciones.
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—No. El abogado me explicó que ha sido una decisión de hace unos
pocos días e incluso ya tenían listo el contrato borrador para empezar esa
parte del proceso, pero se detuvo. El señor Sarconni está en Europa por temas
de negocios y dejó la orden antes de marcharse. Al parecer es una decisión
temporal, más no definitiva.
Lincoln se frotó el puente de la nariz y cerró los ojos. No concebía posible
que el sueño de tener su viñedo estuviese en el limbo, porque Sarconni no
había aprendido, ni con el paso de los jodidos años, a tener un ápice de
seriedad en sus palabras. No la tuvo como adolescente, y ahora tampoco la
tenía como empresario. En estos casos, lo más usual era enviar un correo o
notificación a los interesados, por cortesía y respeto. «Jodido imbécil».
—No sé si te gusten los rompecabezas, pero a mí me desquician, Elister.
Así que, haz el favor, explícate con claridad ¿cómo es eso de que la decisión
es temporal?
—Claro, lo siento. Mi colega me comentó que hay una nueva persona a
cargo de la administración y su trabajo es devolverle la funcionalidad a Blue
Oaks; mejorarlo y darle un aspecto como en sus buenos tiempos. Si consigue
mejorías en menos de cuatro meses, la venta queda suspendida de forma
indefinida. Si no lo consigue, aunque al parecer el señor Sarconni tiene mucha
confianza en esta persona, podría replantearse la venta. Los otros ofertantes,
que eran aproximadamente cinco, fueron retirando su interés. Solo estábamos
nosotros y la familia McLein, los terratenientes de Montana que llegaron hace
dos años a Austin para criar reses.
Lincoln dio puñetazo sobre el volante con la mano libre.
—¿Quién es el prodigioso administrador? Quizá pueda hacerle una visita
y ofrecerle un sueldo en Golden Ties para que abandone Blue Oaks y trabaje
conmigo.
—Errr, señor Kravath, no es un administrador.
—Me acabas de decir…
—Es una mujer, una administradora. Al parecer el asunto de los ranchos
no es su especialidad como tal, pero es ágil con los números y la
organización. Esa es la referencia que le dio el señor Sarconni a Félix cuando
la contrataron. Señor Kravath, no tengo más información sobre la suspensión
de la venta. Aunque estaré al corriente, por supuesto.
Lincoln soltó una exhalación. Ni todo el alcohol del mundo iba a hacerlo
olvidar el enfado. Lo que hacía falta en ese momento era subir a Silver, su
caballo, hasta que el contacto con la naturaleza se llevara sus emociones en
conflicto. Siempre funcionaba.
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Necesitaba hallar un modo de conocer a esa administradora y, al igual que
hizo con el administrador anterior, hacerle una mejor propuesta de trabajo o
conseguirle un empleo en otro sitio con mejor salario, a través de sus
contactos. Él quería Blue Oaks e iba a conseguirlo de cualquier manera. En
esas tierras había recuerdos de su infancia, su familia, pero, en especial, el
espacio idóneo para hacer realidad su más preciado anhelo personal.
—¿Y quién es el dechado de virtudes al que tengo que visitar y hacer la
contraoferta para que se largue de Blue Oaks?
Elister removió sus papeles del escritorio.
—Sí, apunté el nombre. Un segundo… ¡Aquí está! Se llama Brooke
Isabelle Sherwood.
Lincoln cerró la llamada y recostó la cabeza contra el respaldo del asiento.
Soltó una carcajada amarga e irónica. No podía creer su suerte.
La única mujer que había conseguido captar su genuino interés en varios
meses, ahora era también el obstáculo para cumplir sus ambiciones. ¿Acaso
Brooke sabía que él estaba interesado en comprar Blue Oaks, y tan solo fingió
estar extraviada en medio de la lluvia para extraer alguna clase de
información en beneficio de la gestión que iba a emprender, como
administradora? Ella se había quedado en la casa, sola con Willa, varias horas
e incluso durmió en el rancho. ¿Habría entrado en su oficina? Dios, las
posibilidades que empezaban a rodar por su cabeza eran incontables y
ninguna le daba el beneficio de la duda a Brooke.
Estaba furioso, porque había dejado, por primera vez desde Heidi, que su
deseo estuviese primero que la razón. No le sorprendía que las mujeres
utilizaran trucos para obtener algo, información o dinero o influencia, a su
costa; aunque debía concederle a su «nueva vecina» que esta estrategia de la
damisela inclinada a ayudar, en apuros por la lluvia y perdida en el camino,
era toda una novedad. Ahora comprendía que el misterio de Brooke para él,
en realidad tenía que ver con su rol en Blue Oaks, pero no por nada en
especial.
La princesita no tenía pinta de conocer cómo administrar un rancho. Si
acaso era así, entonces él iba a encargarse de trastocar los resultados que ella
esperaría obtener. Idearía la forma de que fracasara en su intento de recuperar
Blue Oaks, y así la echaran por incompetente. La mujer era tozuda, eso lo
había notado y era indiscutible, así que no creía que ofreciéndole dinero se
fuera a marchar. La mejor estrategia sería sabotear las gestiones que
emprendiera, hasta que acabara destruyendo lo poco salvable que había en ese
rancho.
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El deseo solía tener el propósito de satisfacer a ambos amantes, el detalle
aquí era que Brooke todavía no era su amante, pero cuando eso ocurriese,
porque ocurriría, iba a utilizar el placer a su favor. Se divertiría un poco, la
abocaría a fallar como administradora y luego, cuando Blue Oaks no fuese
recuperable, Matteo no tendría otra opción que reanudar la venta. Aunque,
por supuesto, Lincoln siempre podría recurrir a algún artificio legal para
hacerle la vida imposible a su excompañero de secundaria si, aún con el
rancho venido a menos, se negaba a poner la propiedad a disposición del
mejor ofertante.
Estaba dispuesto a jugar sucio si eso era lo que le garantizaba quedarse
con la propiedad que fue de su abuelo. Una vez que el rancho estuviera en sus
manos iba a transformarlo.
Confiar en una mujer era una apuesta que terminaba con las posibilidades
arruinadas. Lincoln solo acababa de reafirmar lo que la experiencia ya le
había enseñado, al menos no era tan imbécil para enamorarse o creer, como el
ingenuo de su mejor amigo, que existía alguien distinta. Lincoln presionó el
acelerador del coche cuando su rabia disminuyó… un poco.
Lincoln
Seis años atrás
Estaba con casi una hora de retraso para ir a la fiesta de ese sábado
en un local a las orillas del Lago Travis, porque uno de los tractores del
rancho se había averiado y él se quedó más de lo previsto ajustando las
tuercas junto con el mecánico. Lincoln vivía en el barrio Zilker, un área
lejos del bullicio del centro de Austin. El viaje diario desde Golden Ties
era siempre de casi cuarenta y cinco minutos. Después de ducharse y
vestirse fue hasta el garaje para subirse al Porsche. Disfrutaba de la
velocidad y los automóviles.
Los horarios que tenía Lincoln no eran regulares, porque el negocio
ranchero era muy diferente al de una oficina por más que se programara
con precisión. Las ocupaciones de sus hermanos eran diferentes; ambos
tenían su consulta médica establecida y también estaban casados, así que
contribuían en Golden Ties. Eso sí, ellos preferían las tareas
administrativas o todo lo que no implicara estar bajo un tractor,
llenándose de mierda en los establos o ayudando en el gallinero o los
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graneros. Las esposas de ambos aprovechaban las visitas a la zona de
Lago Vista para organizar con Rosalie visitas al resort de la familia, y
pasar «tiempo de chicas», como solían llamar a las horas que disfrutaban
de un masaje, el sauna y tratamientos faciales.
Osteen y Rosalie, a pesar de que sus tres hijos ya eran todos unos
hombres, no toleraban tonterías y esperaban que, en retribución a la
buena vida que llevaban gracias a que no tuvieron deudas estudiantiles ni
que pasar penurias económicas, monitorearan o trabajaran cada cierto
tiempo en las oficinas de Austin o en el rancho. Lincoln siempre elegía el
campo, además de que ahora era el encargado oficial. Osteen había
optado por ceder casi toda la responsabilidad a su hijo menor, para así
enfocarse más en la gestión corporativa, porque a su edad ya no tenía la
misma agilidad que Lincoln. Todos estaban conforme con ese arreglo
familiar.
Lincoln condujo por las calles de Austin con rapidez. Le tomó
veinticinco minutos sortear el tráfico de viernes y otros diez minutos
encontrar parqueo. El área de la reunión era una de las más concurridas,
porque había muchos pubs, restaurantes, además de que, durante el día,
la gente disfrutaba haciendo deportes o paseando en bote.
Insomniac era el local en el que iba a celebrarse el cumpleaños
número veintiocho de Lenox Branson que, junto a Ernest Tadheo, Billy
Morris y Jonathan Martin eran los mejores amigos de Lincoln. Acólitos de
juergas. La noche prometía desmadre, pero siempre serían anécdotas que
iban a resultar memorables para unas carcajadas. Al menos había sido
así desde que estaban en la secundaria y hacían imbecilidades.
El sitio estaba a tope, la música a todo motor, los tragos iban y venían.
Hacerse un espacio entre la marea de cuerpos que se meneaban al
compás de las canciones que soltaban los altoparlantes, no era fácil.
Cuando Lincoln llegó a la mesa de sus amigos, estos ya tenían varias
botellas de Johnny Walker Azul comenzadas. Ese fin de semana Ernest,
Billy y Lenox estaban libres de sus usuales entrenamientos y viajes
interestatales. Los tres habían optado por dedicarse a las competencias de
rodeo y eran bastante famosos en sus categorías y circuitos. Les quedaba
un largo tramo por recorrer, pero ellos habían invertido mucho en el
proceso. Las mujeres que eran fans, como estaba notando Lincoln,
parecían seguirlos por donde iban.
—Oye, Linc, ¿vendrás a Las Vegas con nosotros el próximo mes? —
preguntó Billy, después de anotar el número de teléfono de una de sus fans
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—. Será épico.
Quizá habría unas diez chicas en la mesa con ellos. Ernest había
sugerido cubrir todos los gastos por el cumpleaños de Lenox, así que esa
cuenta no iba a salir menor a dos mil dólares. A ninguno le importaba
siempre que la pasaran bien. Algunas de las mujeres que parecían
fascinadas con los intercambios de los cinco amigos eran fan de rodeos,
otras simplemente habían captado el interés de alguno de los amigos y
este las invitó a celebrar.
—Ahora es temporada de cosecha —dijo Lincoln—. No puedo dejar a
mi padre con toda la carga, porque ya sabes que tengo más
responsabilidad en Golden Ties. Además, mis hermanos no podrían
cubrirme las espaldas porque me da ganas de irme de juerga —se echó a
reír pensando en la expresión de Tristán y Samuel—, y ellos están a punto
de irse a vivir, a Houston uno, y el otro a Dallas, con sus esposas.
—Pfff, es cierto. En todo caso, aquí hay algo interesante que ver —
replicó señalando a una mujer de vestido azul—, ¿qué te parece la rubia
que está aproximándose hacia acá? Se ve que tiene intenciones de hablar
contigo. Está buenísima.
Lincoln la miró, que sí era guapa, pero no le interesó.
—Nah, las rubias no me van, ya sabes que prefiero las morenas de
ojos claros.
—En la variedad está el gusto ¡salud! —dijo Billy riéndose, mientras
bebía de su vaso.
Lo secundaron los demás y pronto la conversación fue girando en
torno a los últimos viajes y las guarradas que había hecho Lenox cuando
ganó su última competición; después llegaron las anécdotas de Ernest,
que tenía un sentido de orientación fatal, y cómo solía perder los aviones
por tonto; Jonathan habló de su intoxicación alimenticia en la casa de su
jefe y cómo estuvo a punto de cagarse en los pantalones; Lincoln les contó
que había roto con su última novia, Melanie, porque ella le confesó que
también le gustaban las mujeres. La historia arrancó algunas risotadas,
acompañadas de varios vasos de whiskey.
—Bueno, a mí los tríos me van mucho, pero siempre que mi novia
prefiera una relación emocional solo conmigo y no con la tercera
integrante —dijo Ernest carcajeándose.
—Linc es el que tiene fama de seductor, así que las páginas de
sociedad lo han retratado como el soltero favorito de Austin —dijo
Jonathan dándole una palmada en el hombro.
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—El encanto requiere práctica —replicó Lincoln, riéndose.
Lincoln no se resistía a la idea de tener una relación exclusiva, y las
había tenido. La fobia al compromiso no era parte de su vocabulario, en
especial después de ver el ejemplo de las relaciones en su familia. Quería
tener algo como lo que habían encontrado sus hermanos o la clase de
vínculo incondicional que tenían sus padres. No sabía cuándo iba a
ocurrir, pero estaba seguro de que ser papá estaba dentro de los planes en
un futuro próximo. La posibilidad de tener unos chiquillos que pudieran
juguetear por el rancho y vivir las experiencias que implicaba convivir
con la naturaleza, le parecía atractiva.
—Sin duda —dijo Lenox, mientras los instaba a todos a ir a la pista de
baile.
Lincoln se terminó el único vaso de whiskey que pensaba tomar en la
noche, porque estaba conduciendo y de seguro le tocaría llevar a sus
amigotes borrachos a casa. Siguió al grupo, que sumaban con las chicas
unas quince personas, con entusiasmo. Una de las fans de sus amigotes,
rubia claro, se colgó de su brazo meneándose. No le parecía guapa, pero
él no era un hombre hostil ni distante, además estaba para pasarla bien.
Antes de que acabara la primera canción, Lincoln miró hacia la barra
y se quedó inmóvil.
El perfil de una morena llamó su atención. Sin pensarlo demasiado
murmuró una disculpa a su compañera de baile y se apartó de la pista con
la intención de ir a hablar con la desconocida. Él no era tímido y cuando
algo le interesaba iba a por ello.
¿Quién podría haberle advertido que ese sería el principio de un error
que lo cambiaría para siempre?
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CAPÍTULO 8
Brooke tuvo unos días frustrantes, porque los frentes que debía
reestructurar eran muchos. Se llevó dos días completos desglosando un
inventario con las herramientas que hacían falta y las que estaban en desuso.
Aprendió el mapa del terreno para saber en dónde se encontraba cada zona
con sus límites. En lo referente al huerto orgánico se requerían nuevos
monitores automatizados para mantener la temperatura controlada en
conexión con los puntos de irrigación. El punto fuerte de ingresos del rancho
seguía siendo Rainbow Blue, la escuela infantil de equitación, así que iba a
poner más inversión en comprar más caballos, contratar otro instructor y
también a una persona que hiciera publicidad.
Las cotizaciones en línea de todos los productos, incluidos fertilizantes,
herbicidas, pesticidas, abonos, y demás ítems en una lista larguísima, ya las
había empezado a hacer utilizando el catálogo de proveedores que estaba en
los registros. Su interés primordial era encontrar nuevos distribuidores y crear
alianzas con empresas que pudieran ser confiables.
Las horas en que Brooke no estaba atrapada en la oficina batallando con
los números y algoritmos para el nuevo software de procesamiento de datos
de Blue Oaks, les pedía a los empleados que le permitieran ayudar en las
faenas que no implicaban peligro. Sabía que jamás se ganaría el respeto o la
colaboración genuina de la plantilla si permanecía encerrada con un
ordenador. Necesitaba ensuciarse las manos, poner el hombro y apoyar en
presencia si quería que la consideraran parte de un equipo que podía mejorar
Blue Oaks. Incluso convocó una reunión general en el patio trasero de la casa,
Mildred sirvió unos refrigerios, para presentarse con la plantilla rotativa que
era de veinte personas.
—¿Más té helado, señorita Sherwood? —preguntó el ama de llaves.
—No, gracias, es suficiente. La cena ha estado deliciosa, aunque no
necesitaba quedarse para ayudarme a plantar los girasoles en el jardín, lo
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agradezco.
—El asunto de las plantas es uno de mis pasatiempos, y ya que esta es su
casa, pues quise ayudarla a que la pusiera bonita —dijo con una sonrisa—.
Por cierto, el fin de semana es el Festival de Verano, se sirve comida
tradicional texana. Se celebra cada año.
—¿De qué se trata? —preguntó interesada.
—Le toca a uno de los propietarios de la zona ser el anfitrión o anfitriona
del evento y va rotando anualmente. Todos llevan productos para vender y lo
que se recolecte al final de la jornada se sortea para un ganador, entre los
asistentes. Es una manera de crear comunidad, ahora que es administradora,
creo que sería un buen momento para que asista.
—Oh, me parece estupendo —dijo con ilusión—. ¿Cómo me inscribo?
—No necesita inscribirse —se rio—, porque no es un evento de gala,
señorita Sherwood. En esta área de Lago Vista somos informales, nos
conocemos todos, entonces cuando se anuncia el evento ya sabemos quiénes
estarán presentes.
—Pero yo soy nueva…
—Exacto, así que será la oportunidad idónea para que sepan que hay una
mujer al mando de Blue Oaks. Los ranchos, salvo el Golden Ties, están a diez
o veinte millas de distancia entre sí, pero nunca se sabe cuándo pueda
necesitar una ayuda. Como usted quiere conocer el verdadero espíritu texano,
pues esta sería una muestra para su experiencia.
Brooke se había inscrito en un grupo de hiking. Su siguiente actividad
todavía estaba por verse, pero no corría prisas. Poco a poco iba adaptándose a
su nueva ciudad.
—Llevas razón, Mildred, esta es una bonita ocasión. Solo hay un pequeño
detalle —murmuró—. No sé cocinar más que patatas al horno, arroz, pollo en
microondas, y ensaladas, porque es solo mezclar ingredientes.
La expresión de horror del ama de llaves hizo reír a Brooke.
—No se preocupe. Si está dispuesta a aprender, entonces yo me encargo
de enseñarle a hacer el adobo para costillas a la barbacoa, así como hacer
maíz asado.
—Estoy dispuesta, claro que sí —replicó—. Los ingredientes se
comprarán del presupuesto del rancho, porque sería injusto permitir que
ustedes paguen por algo así. No es parte de sus obligaciones y de seguro
Matteo lo querría de este modo.
—Oh, claro, el joven es generoso y nosotros pasamos los recibos de lo
que se utiliza para el festival. Apenas reciben los papeles, nos reembolsan el
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dinero.
Brooke hizo un asentimiento.
—¿En qué rancho se llevará a cabo el festival? Matteo está de viaje, qué
pena.
—El joven Sarconni no ha asistido nunca a un festival de estos, porque no
le gustan mucho. A los empleados de tantos años ya nos conocen —sonrió—.
Inicialmente el rancho anfitrión iba a ser el de la familia Anderssen, Rugrats
Woods, pero hubo un cambio y será en el Golden Ties. El anfitrión de este
año es el joven Kravath.
—Oh, pues… Olvidé mencionarle que soy la administradora —murmuró.
Ya habían pasado tres días desde su encuentro con el ranchero
cascarrabias, pero no tenía noticias de él. El hecho le parecía un poco extraño
si tomaba en cuenta cómo la mirada azul la había quemado con su intensidad,
antes de que él se marchara. Que la besaran, como lo hizo Lincoln, debería ser
la aspiración de las mujeres que querían saber lo que era un beso de verdad. O
quizá lo que ella necesitaba en realidad era solo abrir un perfil en Tinder.
Después de Miles, su vida romántica era lo más parecida a un día en la
Antártida. No confiaba en los hombres con facilidad, pero tal como le dijo
Kristy, quizá solo necesitaba dejarse llevar un poco sin pensar si eran o no
potenciales parejas. No se sentía con las ganas de arriesgar de nuevo su
corazón, aunque tampoco quería condenarse al exilio romántico. Todavía
estaba decidiendo si abrir sus emociones sería demasiado arriesgado.
En la mente de Brooke continuaba rondando la sugerencia de Joseph de
pedirle ayuda a Lincoln en relación al rancho. Ella quería contarle que eran
vecinos y preguntarle si estaría dispuesto a considerar ser su asesor para las
tareas de renovar Blue Oaks. La noticia que le acababa de dar Mildred sobre
el festival llegaba en el momento oportuno.
Las reformas alrededor del rancho iban a ser complicadas e iba a necesitar
personas más especializadas en construcción, cableo, nuevo sistema de
irrigación, readecuación de espacios verdes, y equipo de nivelación de
terreno. No existía nada mejor que alguien con experiencia que ofreciera un
punto de vista empresarial mezclado con el de campo.
—Bueno, señorita Sherwood, entre quedarse en un rancho que no conoce,
pidiendo ayuda a un extraño y en plena tormenta, era imposible que se
hubiera detenido a pensar en decirle sobre sus credenciales —sonrió con
amabilidad—. ¡Esta es la oportunidad perfecta!
—Seguro será algo memorable.
—Ya me marcho —dijo apartándose—, que pase buena noche.
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Brooke subió a su habitación para darse un baño.
La muñeca de porcelana que le había dado su abuelo descansaba en la
consola del pasillo del piso superior. Eso y el álbum de fotos era todo lo que
consideraba importante. Sus récords médicos estaban en el único cajón del
escritorio pequeño, el cual había ubicado frente a la ventana para tener vista
hacia el patio trasero. Poco a poco, ella tenía pensado decorar la casa con
pequeños detalles que la hicieran lucir más acogedora. Daba igual la cantidad
de tiempo que pudiera estar alrededor de Blue Oaks, un año o dos.
Abrió el grifo y calibró la temperatura del agua. Soltó una exhalación.
En la mañana había salido en el 4x4 para llegar al riachuelo. Tres de los
empleados ya habían empezado el trabajo de limpiar la maleza. Ella
aprovechó para echar las semillas de lavanda, que había comprado, en la zona
lateral del camino. Le parecía una buena idea que, cuando crecieran las flores,
el aroma se esparciera en ese espacio tan bello y especial. Después visitó el
área de los cultivos y pasó unas horas aprendiendo lo que Pete iba
mostrándole, así como los cuatro hombres que trabajaban a su mando.
Ahora le dolía el trasero, porque no estaba habituada a esa clase de faena.
Después de lavarse el cabello se aplicó jabón líquido en las manos y
empezó a frotarse el cuerpo, mientras el agua caliente empezaba a relajar sus
músculos.
Aunque en esos tres días estuvo ocupada, a ratos recordaba la forma en
que Lincoln la había acariciado sobre la ropa y besado hasta perder la noción
del tiempo. Le habría gustado quedarse entre sus brazos, sentir cómo le
quitaba la ropa y descubrirse mutuamente. Jamás había tenido sexo sobre la
mesa del comedor, pero estaba segura de que lo habría vivido por primera vez
si Willa no hubiese interrumpido. Experimentar las caricias de los dedos
masculinos en su sexo sería glorioso, aunque no tanto como descubrir la
dureza del miembro viril penetrándola, hasta que sus cuerpos se movieran en
un vals de lujuria.
Brooke cerró los ojos, imaginándose que Lincoln la acariciaba toda, con
ardor y abandono. Se apretó los pezones, jugueteó con ellos, mientras con los
dedos de su mano libre abría los pliegues de la vagina. Estaba húmeda y no
tenía que ver el agua ni el jabón. Sus fantasías sexuales jamás habían tenido
un rostro tan claro como ahora. Quería conocer el cuerpo de Lincoln Kravath
como un mapa. No sabía si la oportunidad volvería a darse, pero en esos
momentos le era indiferente. El sonido del agua amortiguaba sus leves
gemidos.
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Ella empezó a mover los dedos en su interior, penetrando su sexo con uno
de ellos, después jugueteando con el clítoris, mordiéndose el labio inferior y
la cabeza echada hacia atrás. Contoneó las caderas ligeramente. Se apretó el
pezón izquierdo con dureza, mientras los dedos en su sexo aceleraban las
caricias. Sus jadeos se volvieron intensos, la idea de que Lincoln penetrara su
vagina desde atrás, en esta misma ducha con ella a su merced, la llevó al
éxtasis con un grito que sabía que nadie podría escuchar.
Se quedó un instante en silencio, terminándose de bañar, luego agarró una
toalla grande para secarse. Después de ponerse el pijama abrió el iPad que
tenía sobre el escritorio de su habitación. Casi eran las nueve de la noche,
pero ya había terminado su trabajo del día.
A través de la ventana de la habitación se filtraban los sonidos del campo.
Al mirar el horizonte, en el que se extendían cientos de acres, se veía un cielo
oscuro salpicado de estrellas. El viento de la noche era fresco y no existía
nueva alerta de tormenta por el momento. Brooke sentía que la naturaleza y el
contacto con ella, en esos días, había empezado a convertirse en un bálsamo
suave que prometía sanar sus heridas poco a poco.
Brooke abrió el navegador en pestañas con los principales diarios locales
online.
Ahora se instruía sobre los precios de los productos, las tendencias en el
mercado, a esa hora necesitaba algo liviano, porque con tantos números iba a
saturarse. Así que buscó las actividades sociales con la intención de buscar
algunas a las que podría inscribirse. Pasó de una publicación a otra, hasta que
encontró una que tenía en la portada la inauguración de una tienda de
productos de equitación. A ella le interesaban los caballos. Dio clic.
Las fotografías le habrían parecido simpáticas si no hubiese encontrado en
ellas al sujeto de su más reciente fantasía sexual, abrazando a una mujer
hermosa. La sonrisa de Lincoln daba a entender que estaba muy cómodo con
su acompañante, que era nada menos que la propietaria de la tienda, House
Horse e hija del alcalde de Austin.
La otra fotografía con esa tal Alina, plantándole un beso en la mejilla a
Lincoln, dejaba entrever que la relación no era nueva y que estaban muy
compenetrados. No pudo evitar enfadarse consigo misma por sentir celos,
aunque el ligero ramalazo de decepción fue el que removió más sus
emociones. ¿Es que no existían hombres decentes?
Lincoln le dijo que no había una amante en su vida en esos momentos y
ella lo creyó. Su interés por él no era romántico, pero si la intención mutua era
divertirse un poco, pues también era necesaria la honestidad. «Las fantasías
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sexuales no tienen repercusiones emocionales una vez que acaba el orgasmo»,
pensó, recordando su clímax momentos atrás.
El pie de foto en el reportaje era bastante elocuente, en las dos tomas, la
fecha era de la noche anterior. Lincoln Kravath, CEO del conglomerado
Golden Enterprises, junto a la propietaria de la cadena House Horse, Alina
Marcs. Dos herederos que buscan el éxito y el amor.
«Cretino insufrible», pensó Brooke con enojo y cerró la página. Dejó a un
lado el iPad y se apartó del escritorio. ¿Cómo se atrevía a besarla cuando
estaba interesado en otra? «Quizá esa Alina era su pareja oficial y Lincoln era
tan descarado que mentía a conveniencia».
Brooke tenía ahora la explicación de por qué él no la había llamado ni
escrito como dijo que haría. No era nada agradable saber que le mentían, pero
más valía enterarse antes de cometer un error irreparable. Agradecía haber
encontrado esa publicación porque, al menos con su vecino, ya sabía a qué
atenerse. El único interés con él sería profesional. Claro que sí.
Se acostó y dio dos puñetazos a la almohada pensando que era el brazo de
Lincoln. Después se quedó profundamente dormida.
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un par de llamadas y redirigió todo a su asistente, quien coordinó el resto.
Para eso le pagaba y muy bien. ¿Si a él le importaba el ridículo costo de ese
evento? No, porque siempre se fijaba en el objetivo mayor: Blue Oaks.
Ya eran las doce del mediodía de ese domingo, y las familias estaban
llegando.
—Me parece que tu plan podría funcionar, pero perjudicar a esta nueva
administradora, haciendo que pierda su trabajo, no me parece propio de ti —
dijo Jonathan, ahora que conocía el tema con el rancho que era de Matteo y la
tal Brooke. Sentía curiosidad por conocerla.
Estaban caminando entre la gente, Lincoln dando la bienvenida y
haciendo charlas breves con cada persona, a la par que conversaba con su
mejor amigo. Renatta tenía un trabajo maquillando para un matrimonio, así
que Jonathan se invitó a sí mismo al rancho cuando supo que habría comida
hasta el hartazgo y la oportunidad de respirar aire fresco del campo.
—Que pierda el empleo en Blue Oaks como administradora, no implica
que no vaya a recibir una nueva oferta en algún puesto del conglomerado,
porque de vinos y ranchos, ella no sabe nada. Su especialidad es el desarrollo
de aplicaciones y temas de software o algo en esa línea. —Jonathan soltó una
carcajada—. ¿Tengo cara de payaso o tú te tragaste alguno? No veo el chiste.
—A veces me da la impresión de que estás demasiado pagado de ti
mismo, Linc —dijo de buen humor, palmeando el hombro de su amigo—.
Nadie en su sano juicio, si ha recibido una campaña de sistemático sabotaje,
aceptaría trabajar para el perpetrador de la misma.
—Siempre hay una solución para todo —replicó con severidad—. Ella no
se quedará sin trabajo, porque soy ambicioso más no desalmado para dejar a
una persona sin sustento.
—¿Y qué harás entonces? —preguntó, mientras saludaba de la mano a un
conocido.
El clima estaba ideal. No solo había viento fresco, sino un cielo soleado.
Caminar sobre el césped, recién cortado, daba gusto. Los usuales aromas de
un rancho en el que se criaban animales diversos, aromas nada agradables,
estaban lejos de la zona en que se desarrollaba el festival. La pequeña noria
estaba girando, las ocho cabinas estaban llenas, y los niños esperaban su turno
junto a sus niñeras o sus madres. Para los adultos había la posibilidad de
cabalgar hasta la zona anterior al límite con el río Colorado, guiados por el
equipo de las caballerizas de Golden Ties. El resto de las zonas, propias de
trabajo y cosechas, estaban vetadas, porque no eran aptas para esa clase de
visitas ni estaban abiertas al público.
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—En este caso tan solo habría una reubicación cuando Blue Oaks entre de
nuevo bajo el portafolio de propiedades y tierras de los Kravath. Además, ya
te comenté, ella es de Los Ángeles. Si se aburre de jugar a ser la ranchera de
la temporada, entonces regresará al sitio que le corresponde. Incluso he
pensado que, si se marcha, yo tengo contactos que pueden darle un empleo en
California. ¿Te das cuenta? Lo tengo todo calculado.
—Hasta que te explote en la cara —replicó Jonathan meneando la cabeza,
porque la ambición de Lincoln no tenía límites y utilizaba todos sus recursos
para obtener lo que buscaba, bajo las regulaciones estrictas de los procesos.
Sin embargo, en el caso de Blue Oaks, entendía el cabreo por la falta de
seriedad de Sarconni cuando, prácticamente, el contrato había estado a punto
de pulirse y alistarse para las firmas.
—No existe motivo para que algo salga mal —dijo con seguridad.
Jonathan optó por no responder y tan solo se encogió de hombros.
—El otro día vi las fotografías del evento de Alina. Los rumores dicen
que hay posibilidades de romance. Se te veía muy cómodo posando y el beso
en la mejilla —dijo riéndose—. ¿Ella es la mujer que te interesa y por la que
no quieres conocer otra?
Lincoln se ajustó el sombrero Stetson. Esa jornada llevaba la clase de ropa
que prefería: vaqueros, botas y una camisa, en este caso era color azul.
—Esas publicaciones del demonio son un problema —masculló. No sabía
cómo habían captado el beso de Alina, si los fotógrafos ya estaban
aparentemente de retirada cuando eso ocurrió. El pie de foto era una mentira,
por supuesto, pero su queja o aclaración no serviría de nada; tampoco iba a
perder el tiempo en chorradas—. Y no, Jonathan, deja de fastidiar que pareces
adolescente. Que tú hayas encontrado encantadora la ridícula idea de creer en
el amor, no implica que el resto de tus amigos tengamos que tener las mismas
ideas suicidas.
Jonathan se carcajeó, pero súbitamente su risa se detuvo.
—Estoy a punto de casarme con la mujer de mi vida, pero sigo teniendo
dos ojos en la cara y sentido de la estética. ¿Quién es esa visión de vestido
amarillo? No me suena de ninguna parte y eso que tengo buena memoria para
asociar rostros, a pesar del paso del tiempo.
Lincoln frunció el ceño y siguió la mirada de su amigo.
—Mierda —farfulló al ver a Brooke, caminando con una sonrisa, junto a
un grupo de acompañantes que tenían las manos con bandejas de comida. En
esos días sin verla, la tentación de llamarla había sido grande, pero prefería
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seguir su plan—. La administradora de Blue Oaks, Brooke Sherwood —dijo
esto enfadado por su reacción hacia ella.
No le gustó sentir como si, al verla, hubiese bebido el vaso de agua que
calmaría la sed más grande en un día de sol. El vestido amarillo pastel que
llevaba Brooke se ajustaba a unos pechos que Lincoln quería paladear y
mordisquear. Después de haber palpado con sus manos las curvas de ese
cuerpo cuando se besaron, las imágenes de cómo sería arrancarle la ropa para
probarla toda sin ningún obstáculo habían sido sus acompañantes al
masturbarse. La deseaba como a ninguna otra mujer. Saber que ella era el
impedimento para lograr sus planes personales, lo cabreaba.
El vestido de Brooke, corte en A y con tirantes, le llegaba hasta las
rodillas. Las botas cafés completaban el atuendo que la hacían lucir como
alguien nacida en los alrededores: una chica de rancho y ciudad al unísono.
Ella era la estampa de una mujer que conjuraba fantasías sensuales con un
rostro de ángel y un toque de misterio. El disimulado interés que los hombres
que estaban en Golden Ties le dedicaron no fue una sorpresa.
Lo anterior no le gustó a Lincoln para nada. Cuando se dio cuenta de que
estaba apretando los puños a los costados, los relajó de inmediato.
—Al parecer ya ha hecho buenas migas con la gente del rancho de Matteo
y, por lo que veo, también hay interés por aquí en acercarse a ella.
La nueva administradora era deslumbrante, notó Jonathan. Según lo que le
comentó su mejor amigo, ella le había ocultado que trabajaba en Blue Oaks
en la noche de la tormenta y fingió ignorar su identidad. Lincoln consideraba
las mentiras o artimañas de una mujer, con intenciones de aprovecharse o
sacar ventaja deshonestamente de él, como una declaración de guerra
personal. El hecho de que ese rancho fuese importante para los planes de
Lincoln, implicaba que la determinación de deshacerse de Brooke era más
fuerte. Claro, Jonathan también acababa de entender que la guapa californiana
era la mujer que había instado a que su amigo rechazara la posibilidad de
tener una cita con la mejor amiga de Renatta. «Interesante».
—Bueno, pues no le va a durar mucho tiempo la fraternización —replicó
alejándose para empezar de una buena vez su plan de echarla del que sería el
terreno para el viñedo.
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castaños y les daba un toque más claro, casi rubio. En conjunto, la fuerza
masculina parecía fortalecida con la del entorno de Golden Ties.
No podía evitar las reacciones de su cuerpo, pero podía tratar de controlar
sus pensamientos. Así que recordó dos temas que eran importantes. Primero,
que él era un mentiroso porque la besó cuando ya había otra mujer que le
interesaba. Segundo, el único propósito para estar en ese rancho de nuevo, a
plena luz del día en esta ocasión, consistía en buscar el bienestar de Blue
Oaks y mezclarse entre la comunidad.
—Creía que mis ojos estaban haciéndome una jugarreta y confundí a otra
persona contigo, así que decidí acercarme —dijo Lincoln cuando estuvieron
frente a frente. Le habría gustado probar de nuevo esos labios rojos, pero
descartó la posibilidad. No solo estaban rodeados de gente, sino que con un
beso no le bastaría. No confiaba en ella, aunque tal vez no sería del todo malo
explorar la lujuria con una oponente si se podía sacar alguna ventaja
estratégica—. Me alegra comprobar que mi cordura está intacta. ¿Te has
extraviado de nuevo?
Brooke se rio con suavidad. Sentía la inquietud de buscar con la mirada a
la tal Alina Marcs, porque si era la mujer con la que él estaba saliendo, lo más
probable era que estuviese alrededor. No quería ser la clásica idiota interesada
en un hombre que ya tenía dueña; un hombre que, a conveniencia y proceder
usual de un cretino, había olvidado mencionárselo.
—Hola, Lincoln —replicó—, pues quizá te alegre saber que no estoy
extraviada. Mi presencia aquí tiene que ver con que trabajo en Blue Oaks. Me
habría gustado mencionarlo el día en que te conocí, pero no se dio la
oportunidad —dijo con una sonrisa—. Somos vecinos. La noche de la
tormenta, eso sí que te conté, el Uber se averió, así que Golden Ties era lo
más rápido y cercano que había para protegerme de la lluvia.
Él enarcó una ceja.
—¿No sabías que mi rancho era el que colindaba con el tuyo? —preguntó
con un toque de sarcasmo que Brooke no logró captar.
—Llevo menos de dos semanas alrededor —se encogió de hombros—, y
sí sabía que Golden Ties era el rancho vecino, pero ignoraba tu identidad o
más bien, sin ofender, no tuve interés en conocer esa clase de detalles.
Necesitaba ponerme al corriente de otras cosas.
Lincoln pensó en que debía concederle el mérito de que era buena con las
excusas.
—¿Qué cargo tienes en Blue Oaks? —preguntó fingiendo ignorancia.
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—Soy la nueva administradora —sonrió con orgullo, porque los pasos que
iba dando eran pocos, pero estaban llenos de determinación. No venía al caso
comentarle que, después de mucho tiempo, esta era la primera oportunidad
que tenía de recuperar el control de su vida y alejarse de aquellos que la
habían convertido en un daño colateral de sus errores. En Blue Oaks era libre
de las decepciones que podían destruirla como ocurrió en Los Ángeles—. El
tema de los ranchos no ha sido nunca mi especialidad —replicó con
sinceridad—, pero mi habilidad con los números y la tecnología es buena.
—El trabajo de un administrador no es nada fácil —dijo cruzándose de
brazos. Sus músculos presionaron contra la tela de la camisa. Ese detalle no le
pasó desapercibido a Brooke, pero desvió la mirada—. Dicen que la situación
en Blue Oaks es complicada —expresó eligiendo las palabras correctas—. En
la zona conocemos lo que ocurre en los ranchos, superficialmente, así que no
me mires con esa expresión de desconcierto.
—Entonces quizá sea una buena oportunidad para hacerte una propuesta.
En esta ocasión, Lincoln sonrió con sinceridad. Ladeó la cabeza y la
observó con una inequívoca chispa de intriga sexual. Ella, al notarlo,
carraspeó.
—¿Sí, qué clase de propuesta?
El acento texano era sureño con una mezcla de otros acentos del interior,
la costa y mitad sur de Estados Unidos, muy particular y agradable al oído. Si
a eso le sumaba que el tono de voz de Lincoln era similar al de un barítono, el
hombre podría abrir un negocio de narrar libros románticos eróticos para
audio y, sin duda, sería muy cotizado.
Brooke se sonrojó e hizo una negación, más para sí misma.
—Mi experiencia como ranchera, más allá de lo que estoy estudiando
sobre el campo y los procesos, es limitada. Sé administrar a nivel numérico u
organizar funciones, pero no poseo información de proveedores de servicios
que sean de confianza para empezar a renovar el rancho y devolverle el
esplendor. Puedo usar parte de los recursos que tengo asignados para
contratar a los profesionales que estime necesario para cumplir mis objetivos.
Entonces, Lincoln, querría saber si estarías interesado en ayudarme.
—¿Es esa tu propuesta? —indagó con una sonrisa. Su plan estaba
saliendo mejor de lo que esperaba, porque ni siquiera tenía que ofrecerle su
ayuda, como pensó en un inicio, sino que era ella quién estaba abriendo el
abanico de posibilidades. Todo sería más fácil.
En un acto reflejo extendió la mano para acomodar un mechón de cabello
rubio que se había soltado y lo acomodó detrás de la oreja pequeña. Ella lo
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miró con sorpresa, pero él no hizo ningún comentario. Por la forma en que
Lincoln apretó la mandíbula y Brooke se humedeció los labios era obvio que
la corriente eléctrica de ese toque los afectó a ambos.
—Sí —se apartó ligeramente, porque preservar la distancia era importante
para mantener la concentración. Además ¿qué hacía él acercándose tanto
cuando tenía una pareja? Dios, tenía ganas de decírselo a la cara, pero su
prioridad era el rancho y discutir con él no iba a beneficiarla. Además, no
tenía sentido perder el tiempo reclamando algo que no tenía interés en hacer
su problema—. Requiero tu ayuda para mejorar el rancho y que mi jefe sepa
que no se ha equivocado con la contratación —sonrió—. Por lo poco que he
podido notar, tú eres una persona muy ocupada, así que me gustaría pagarte
por hora de asesoría.
Lincoln no necesitaba el dinero, así que iba a jugar la carta del altruismo.
—En Lago Vista, los vecinos —dijo haciendo un gesto breve abarcando a
las decenas de personas que caminaban alrededor, sin fijarse demasiado en
ellos pues ya se habían saludado—, nos encargamos de ayudar a otros si hace
falta. No te cobraré nada.
Ella lo quedó mirando con el ceño fruncido.
—Me gusta trabajar para conseguir lo que es mío o en lo que tengo
interés, así que, por favor, acepta que te pague por tu asesoría, Lincoln. No
me gusta recibir favores. Además, tampoco somos amigos para creer que es
un asunto con esa clase de solidaridad.
—Eso se puede remediar —replicó sonriendo de medio lado.
«Así que la princesita era orgullosa». Heidi había sido exactamente igual
al inicio de la relación: pretendía ser independiente, querer ganarlo todo por
su propio esfuerzo, pero a medida que pasaron los meses sacó a relucir sus
verdaderos colores. Él se dio cuenta tarde. Con Brooke no iba a dejarse llevar
por esta aparente muestra de autonomía.
Detestaba que la comparación de su ex con Brooke pareciera ser un
ejercicio demasiado ágil de practicar. No le gustaba pensar en la víbora
aquella, pero la presencia de su nueva vecina parecía crear en él la constante
necesidad de mantenerse en alerta de sus instintos y emociones.
—¿El qué se puede remediar? —preguntó, confusa.
Brooke escuchó que Mildred llamaba su nombre. Miró por sobre el
hombro, hacia atrás, y la mujer le señalaba la caseta en la que iban a vender la
comida que habían hecho en la casa. Claro, debía ir a aprender cómo
funcionaba la dinámica del festival y, de paso, conocer a sus vecinos, porque
el que tenía enfrente era una tentación a la que no podía sucumbir de nuevo.
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Le hizo un gesto de regreso a Mildred dándole a entender que en un momento
iría a la caseta de madera con techo del mismo material. Una línea de árboles,
bajo las que estaban todas las doce casetas, cubría con sombra natural todos
los puestos.
No tenía idea de cuánto habría costado esa puesta en escena tan increíble
que había transformado esa área del rancho en algo espectacular. No se
habían escatimado gastos y eso era notorio. Los hijos de los propietarios, los
pequeños, parecían estar en la quinta nube, en especial los que esperaban para
subir a la noria. Brooke tenía pensado subirse a una de esas cabinas, porque
quería ver el cielo tintarse de colores diferentes al final del ocaso. Sabía que
era distinto a las veces que iba a Santa Mónica, y por eso quería aprovechar la
oportunidad.
Por ahora debía apresurarse con Lincoln a quien, por supuesto, le
hablaban, interrumpiendo esta conversación, cada tanto, porque era el
anfitrión.
—La amistad, Brooke, podemos ser amigos. —«Los que se besan como lo
hicimos nosotros no pueden ser amigos», quiso decirle a Lincoln, pero se
quedó callada. En ocasiones pretender olvidar era el mejor remedio para salir
adelante—. Por cada ocasión en que recibas mi ayuda con el rancho, me
puedes contar algo sobre ti o pasar tiempo conmigo.
Ella no estaba preparada para contarle sus secretos a nadie, y sus
anécdotas de vida tampoco había sido especialmente notables. Pasar tiempo
con él a solas, más allá de que la pudiera acompañar a mirar aspectos del
rancho para arreglar o cambiar, era peligroso.
—Podemos ser amigos, aunque yo puedo ayudarte con los sistemas de
redes de tu rancho. A mejorarlos. Creo que sería justo.
Lincoln esbozó una sonrisa.
—Suena bien, Brooke —replicó—. Eso implica que pasaremos más
tiempo juntos.
—¿A tu pareja, o la mujer con la que estás saliendo ahora, le parecerá
bien? —preguntó cruzándose de brazos y mirando hacia otro lado. La
pregunta era sincera y no surgía de los celos, porque era ridículo sentirlos y
tampoco tenía ningún derecho a hacer cuestionamientos.
En esta ocasión era un tema moral de corte muy personal. Necesitaba de
verdad la ayuda de alguien que supiera cómo diablos sacar adelante un
rancho, pero no quería problemas si «este alguien» tenía por costumbre
flirtear o seducir otras mujeres cuando estaba con una pareja. No le gustaba
que la tomaran por boba o que podían jugar con ella.
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Lincoln frunció el ceño. Se quitó brevemente el Stetson para acomodarse
los cabellos y luego volvió a ponérselo. El gesto inocente, en él parecía algo
sensual.
—Te dije que no había nadie y no tengo novias. Tampoco salgo con
princesitas. —Brooke puso los ojos en blanco—. Tan solo me divierto con lo
que me parece menos complicado: aventuras sexuales esporádicas…
—No me digas —dijo en tono burlón—. Tan solo lleva claro que
cualquier amistad empieza por la sinceridad, Lincoln. En esta ocasión, yo te
llamaré.
Antes de que pudiera marcharse, él la agarró de la muñeca con suavidad,
pero firme.
—Explícate, porque no me gustan las acusaciones veladas —dijo
enarcando una ceja.
Ella se soltó con facilidad y cruzó los brazos. Soltó una exhalación. Dios.
—El otro día estaba revisando las noticias de la ciudad y vi el reportaje de
una nueva tienda. Algo para caballos. Unas fotografías eran tuyas con la
propietaria. El pie de foto fue muy informativo. Tus palabras de hoy
contradicen las imágenes, muy claras, por cierto.
La respuesta de Lincoln fue soltar una carcajada y meneó la cabeza.
—¿Estás celosa, Brooke? —preguntó, secretamente complacido.
Ahora validaba su idea inicial de que no sería tan mal acuerdo explorar el
placer con Brooke, mientras destruía Blue Oaks. Sería mucho más fácil
acceder a la información que, de forma voluntaria, ella le daría para que así
pudiera ayudarla. Él conocía el terreno de Blue Oaks, desde un punto de vista
de trabajo, pero necesitaba estadísticas internas; conocer datos precisos para
saber qué áreas eran más vulnerables para terminar de liquidarlas con más
rapidez. La idea era no retrasarse demasiado. Entre más rápido, mejor.
Cuando Matteo no tuviera otra salida más que vender el rancho, entonces
Lincoln ya no necesitaría preocuparse de nada. El deseo por Brooke, lo
saciaría. El viñedo, al fin sería una realidad. No existía pérdida en su método
desde ningún punto de vista.
Él tenía la mano ganadora en esta partida que había empezado el día en
que la princesita puso un pie en Golden Ties.
—No estás captando el punto y…
La sonrisa de Lincoln se borró por completo.
—Alina y yo somos amigos desde hace años. Unas fotos y sus datos en un
medio social sensacionalista no representan una verdad —dijo interrumpiendo
y con una expresión totalmente seria—. No te habría besado si hubiese otra
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persona que me interesara. Nunca engañaría así a alguien. Si acaso crees que
no te llamé porque estaba con otra, entonces…
—Me da igual, Lincoln, lo que hagas, porque solo seremos amigos.
¿Recuerdas? —interrumpió ella en esta ocasión. No quería transitar esa clase
de conversación con él, porque sabía que la temperatura empezaría a subir y
no estaba en posición de tener autocontrol cuando estaban tan cerca. Que le
hubiera dicho que esa Alina solo era una amiga, le gustó más de lo que
debería, pero no implicaba que iba a dejar de mantenerse alerta—. Te
contactaré para coordinar tu asesoría. Intenta mirar lo que hace falta en
relación a tus sistemas de software. Soy muy buena con temas informáticos.
Intercambiaremos conocimientos por experiencias y viceversa. ¿Tenemos un
acuerdo, entonces? —preguntó extendiendo la mano.
Lincoln sonrió de medio lado.
Le gustaba el lado combativo de Brooke y eso no estaba en discusión. Por
lo general, las personas que conocía, salvo aquellas en su círculo familiar,
tenían cierto temor de enfrentarse a él diciéndole lo que de verdad pensaban.
Desde que se conocieron, esta mujer rebelde, no tenía reparo en ir directo al
punto o replicarle. Había descubierto que eso lo cabreaba y excitaba a partes
iguales. Probablemente, el estrés empezaba a desorganizarle las neuronas,
porque no encontraba otra explicación.
Quiso sellar el acuerdo con algo más que un simple apretón de manos,
pero iría poco a poco conociendo quién era en verdad Brooke Sherwood.
Descubriría cada trozo de piel y los sonidos que emitiría ella bajo su toque.
Iban a tener el acuerdo perfecto. Extendió la mano y estrechó la de Brooke,
más pequeña y delicada.
—Tenemos un acuerdo —replicó.
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CAPÍTULO 9
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Hay una fuga de agua. No conozco a ningún plomero en la zona. ¿Me puedes
recomendar a alguien, por favor?
Él sabía que era cuestión de pocos días hasta que llegara esa llamada. Se
recostó en el respaldo de su silla de oficina y esbozó una sonrisa, mientras con
la mano libre giraba una esferográfica Montblanc entre los dedos. Después de
la charla que tuvieron en Golden Ties no la volvió a ver, porque él acompañó
a sus pares rancheros a hacer el recorrido planeado hasta la zona del río
Colorado. Cuando regresaron, ya era bastante entrado el ocaso, las familias
estaban despidiéndose y la compañía encargada de la limpieza había
empezado su tarea con discreción. No hubo señales de Brooke ni el personal
de Blue Oaks.
—Brooke, mi nueva aliada —dijo en un tono con toques burlones. El reloj
marcaba las cinco de la tarde—. ¿Te has inundado o has podido controlar la
fuga?
Ella intentó no replicar con un sarcasmo, porque no tenía tiempo para
perder.
—He cubierto la zona con toallas y papel higiénico, pero está
empapándose todo y me quedaré, a este paso, sin toallas para amortiguar la
salida de agua. Necesito ayuda o el suelo de madera va a empezar a hincharse
y me saldrá muy costoso repararlo.
—J&J Pipes —dijo, y le dictó la información de contacto. Su interés no
era arruinar la casa, porque iba a servirle a largo plazo para convertirla en el
área para catar sus vinos—. Sus precios son elevados, pero atienden
emergencias a cualquier hora del día. Son eficientes.
Ella soltó una exhalación de alivio y guardó los datos.
—Gracias, Lincoln. —Contempló su alrededor. No sabía cuánto iba a
tardar en resolver ese asunto, pero ya no podía postergar más tiempo los
arreglos del rancho—. Por cierto, la madera de los establos tiene grietas por el
tiempo, manchas de los químicos y fibras rotas. Mi segunda consulta es saber
si debo derribarlos o solo cambiar las partes afectadas.
«Lo que genere más pérdidas de recursos y cabree a Sarconni», pensó él.
—Segunda consulta en menos de cinco minutos, ¿eh? —preguntó
riéndose con suavidad—. Quizá tenga que pedir una compensación adicional
al respecto.
Brooke sintió enchinársele la piel. Casi podía imaginárselo sonriendo. Ella
se miró en el reflejo del espejo del baño y notó las mejillas sonrojadas.
Carraspeó.
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—No sabía que existía un límite de preguntas por día —replicó
procurando mantener un tono indiferente. La voz de Lincoln era estimulante y
erótica—. En todo caso, te puedo compensar con trabajo. Te he dicho que soy
muy buena en temas de tecnología.
Él soltó una carcajada. Si ella supiera las imágenes que tenía en esos
instantes sobre el «trabajo» que le gustaría realizar, piel con piel, seguro la
conversación tomaría otro rumbo.
—Necesito ver personalmente el alcance de los daños para decirte con
certeza. —Su última reunión era fuera de la oficina, así que sería otra de esas
noches en las que llegar temprano a casa iba a ser imposible. Su principal
cliente en la compra de maíz, Tyrone Müller, quería analizar la posibilidad de
una alianza más exclusiva. Esto no le gustaba a Lincoln, porque prefería
mantener un abanico de opciones, aunque el precio que pagara Müller fuese
mejor que el del resto. Jamás consideraba buena estrategia poner todo el
esfuerzo en un solo postor. Así que pretendía conversarlo, aunque sin poner
en riesgo el contrato usual que ya tenían en pie—. Mañana pasaré por Blue
Oaks y te doy una opinión más certera —se incorporó, agarró la chaqueta azul
y empezó a salir con dirección al elevador—. ¿De acuerdo?
—Sí, gracias —dijo cerrando esa llamada para contactar a los plomeros.
Esa noche, Brooke acabó la jornada a la medianoche. Que hubieran
cambiado la parte de la tubería dañada no bastó, pues la zona de la pared no
quedó estética. Los mismos empleados le dijeron que, por un precio adicional,
se encargaban de lijar y pintar el área reparada. Una vez que se arregló el
baño de visitas, ella les pidió que revisaran todo el sistema de tuberías, porque
no quería tener otra sorpresita caótica. El diagnóstico no era tan malo como
esperaba, pero le recomendaron que hiciera una renovación en el menor
tiempo posible para evitar que, en otras habitaciones, ocurriera un accidente
similar.
El resultado fue tres horas de trabajo y una factura elevadísima.
Cuando estuvo a solas, Brooke subió las escaleras prácticamente
arrastrando los pies. El móvil empezó a sonar y cuando vio de quién se trataba
esbozó una sonrisa.
—Imagino que en Europa son las seis o siete de la mañana —dijo
acostándose en la cama y soltando una exhalación. Miró el techo—. Creía que
te había tragado el Mediterráneo.
La risa de Matteo resonó del otro lado de la línea.
—Hola, guapa. Sí, acá ya es hora de empezar la jornada. Algún día
deberías considerar explorar Italia, un país divino. Me sabe mal no poder estar
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alrededor, pero han surgido oportunidades para expandir mi compañía por
este lado del mundo, entonces estoy explorando las opciones. Sin embargo,
quería saber cómo estaba yéndote en el rancho.
—Hay muchos sitios bellos por esa parte del mundo —replicó. Entre los
viajes a Europa con sus padres, uno de los destinos pendientes fue siempre
Italia—. Sobre el rancho, la verdad es que hay bastante trabajo por hacer,
aunque he avanzado bastante. Contraté una compañía para que apoye en la
limpieza del terreno. Les ha tomado algunos días porque en verdad, Matt, las
áreas sin uso estaban hechas un desastre. He decidido ampliar el alcance de
Rainbow Blue para que los adultos también vengan a cabalgar. Los hombres
de la plantilla terminaron de quitar la maleza y plantas innecesarias en la zona
del riachuelo, mi parte favorita, así que ahora se trabaja en acondicionarla
como área de relajamiento o para bañarse. El gasto de renovación va a ser
alto, aunque trataré de ser cautelosa.
—Blue Oaks está en buenas manos, entonces, me alegra. En temas de
dinero, ya sabes que no me preocupo, utiliza los recursos que creas precisos.
Mi asistente está al corriente de que el rancho necesita bastante presupuesto
para sacarse adelante.
—Creo que, en un lapso de dos meses, las nuevas bases del rancho estarán
firmes para empezar a recuperar de a poco su fuerza.
—Me gusta escuchar el entusiasmo de regreso en tu voz, Brooke —dijo
con sinceridad—. ¿Has sabido algo de tus padres?
Ella hizo una mueca que nadie podía observar.
—Mi madre me escribió esta mañana para decirme que los amigos de su
pareja la habían invitado a un safari por África y que iban a recorrer el
continente. Me aseguró que no sabía cuándo volvería a contactarme. ¿Y mi
padre? No acepto llamadas desde la cárcel ni tampoco respondo a los intentos
del abogado de la familia por contactarme —murmuró.
—Espero que en Blue Oaks encuentres ese espacio que te haga sentir en
casa —replicó, mientras el mayordomo de la villa que había alquilado en la
Costa Amalfitana le servía café.
—Gracias, Matt —murmuró.
No quería mencionarle que iba a recibir ayuda de Lincoln, porque no
sabía si eran amigos o si acaso se conocían. Además, no quería que el crédito
de su trabajo pudiera atribuírselo a la ayuda de otros. El esfuerzo lo estaba
haciendo ella, al completo, Lincoln era tan solo una guía para tener resultados
más rápido.
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—Cuando regrese a Texas me pasaré por el rancho para hacer un
recorrido contigo y luego iremos a cenar al centro de Austin. ¿Qué te parece
la idea?
Ella sabía que iba a ser todo un reto revivir eventos pasados, sin embargo,
era necesario. Solo eso podría devolverles la oportunidad de empezar esa
amistad, de verdad, desde cero.
—Suena muy bien. Seguro cuando vengas verás Blue Oaks con otra
impresión.
—Me interesa más verte a ti que al rancho, pues ya han pasado años sin
poder mirarte a los ojos y abrazarte —replicó—. Le pondré remedio a eso.
Brooke se rio con suavidad.
—Siempre que no me dejes sin aire con tus abrazos, como cuando
vivíamos en Los Ángeles, todo está bien. —Él sonrió, mientras observaba el
mar azul en el horizonte. Le debía una gran explicación a su amiga e iba a
dársela. Sería de las cosas más difíciles—. Que vaya genial en Europa —
replicó Brooke cerrando la llamada.
No era capaz de sostenerse y fue todo un esfuerzo desnudarse para luego
ponerse el pijama. Aunque su cabeza intentaba recuperar los recuerdos de la
noche que lo cambió todo para ella, Matteo y su hermano, no fue capaz de
organizar sus neuronas. Se quedó dormida.
Lincoln creía que estaba viendo alucinaciones, pero solo había bebido
Coca-Cola.
Sus ojos no estaban jugándole una mala pasada, no. Conocía muy bien a
la mujer que estaba cenando con un grupo de amigos, en el mismo restaurante
en el que él ya terminaba su reunión de negocios. Ahora llevaba el cabello a
la altura de los hombros, peinado a un lado y parecía haber perdido peso, pues
los pómulos del rostro lucían más prominentes, pero esa sonrisa continuaba
siendo misteriosa como siempre. Ese era un misterio que esperaba que ningún
hombre tuviera la desgracia de querer descubrir.
Sin embargo, a juzgar por el modo en que el incauto de cabellos rubios le
rodeaba los hombros con el brazo, ya parecía muy tarde. El hombre estaba
evidentemente encandilado con ella. El tiempo no había sido benévolo con
Heidi, sino lo contrario. Le pareció justicia del destino que los años no
hubieran pasado por ella como los buenos vinos. Siempre fue vanidosa, y en
nombre de esa vanidad había actuado siempre de forma pérfida y egoísta.
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Lo recorrió un escalofrío impregnado de un nivel brutal de rabia. Su
primer instinto fue levantarse y acercarse para increpar el motivo por el que
ella se creía en el derecho de reír o estar feliz. Sin embargo, al hacerlo estaría
rompiendo con la promesa que se hizo cinco años atrás de no volver, jamás, a
dirigirle la palabra o dar atención a Heidi Acheron.
Necesitaba largarse de una buena vez si no quería terminar en la cárcel.
—Aunque nos hubiera gustado tener exclusividad en la distribución de
toda tu producción agrícola, la contrapropuesta también funciona muy bien —
dijo Tyron atrayendo la atención de Lincoln a la mesa en la que se hallaba
junto a otros dos ejecutivos—. Como siempre, ha sido un placer hacer
negocios contigo.
—Le diré a mi equipo de trabajo que contacte al tuyo para hacer la
modificación al contrato que solemos mantener —dijo incorporándose. Su
capacidad de autocontrol, por lo general, solía ser bastante buena. Esta noche
era diferente.
—Por cierto, nos gustaría, a mis socios y a mí, que participaras en una
convención local que estará enfocada en jóvenes empresarios. La idea es
invitar a cinco CEO prominentes, como tú, para compartir sobre los desafíos
de la industria ganadera y agrícola en Austin para estos años pos-pandemia.
Sería de gran beneficio exponer experiencias.
Lincoln hizo un leve asentimiento.
—Me espera una jornada de análisis de datos de Golden Ties, así que no
puedo quedarme más tiempo a charlar, aunque me gustaría —replicó con su
habitual sonrisa dedicada para los negocios: distante y amable—. ¿Qué te
parece, Tyron, si coordinamos con nuestras asistentes? Si mi calendario está
libre, entonces le diré a Candace que incluya mi participación en la agenda
del evento. Ella se encargará también del tema de mis honorarios
profesionales.
—Suena estupendo, gracias —dijo estrechando la mano del ranchero.
Se despidieron y Lincoln salió con paso rápido del restaurante.
Estaba seguro que Heidi no lo había visto, porque de lo contrario se habría
acercado a saludar a la mesa donde él estaba haciendo negocios. Lo más
probable es que ella hubiera hecho algún comentario estúpido, como si
tuviera el derecho de mencionar su nombre; como si la destrucción emocional
que dejó a su paso cuando fueron novios nunca hubiera ocurrido.
Si ella se hubiese acercado a él, la situación se habría convertido en un
completo desastre. No la odiaba, porque para hacerlo se requeriría que sintiera
todavía alguna emoción genuina o incluso la esperanza de que ella resarciera
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las heridas causadas. No. Lincoln la despreciaba, porque era una escoria de
persona y una excusa de mujer. Lo único que había dejado en él eran
cicatrices que no solo eran emocionales. Sabía que otras mujeres no deberían
pagar por los pecados de Heidi, pero confiar en una mujer era un paso incapaz
de dar.
Lincoln condujo con tal nivel de tensión en los hombros que sentía la
espalda arder de dolor. Llegó a las diez de la noche a la casa y entró dando un
portazo. Caminó directo al surtido bar que estaba en la biblioteca, agarró un
vaso, y abrió una botella de Glenfiddich. Se sentó en el sillón recubierto de
cuero azul y sirvió una generosa cantidad. La bebió completa.
—¿Señor Lincoln? —dijo Willa a modo de saludo desde la abertura de la
puerta que estaba semiabierta. Algunas noches a la semana solía quedarse a
dormir en la habitación que tenía en la planta baja de la casa, en especial si el
dueño estaba fuera por trabajo. Ella tenía un apartamento que compartía con
su esposo, a quince minutos en automóvil desde Golden Ties, pero su hija iba
a acompañarlo si Willa decidía que era importante ayudar en el rancho de la
familia Kravath. Gracias a ellos había comprado su propia vivienda y había
podido darles una buena educación a sus hijos—. Su cena está lista por si
desea que se la traiga.
Él volvió a servir otro vaso. Miró a su ama de llaves.
—No es buen momento y ya cené, pero gracias.
A ella no le gustó la expresión de contrariedad en Lincoln. Esta era la
primera ocasión, en años, que lo veía con una botella de whiskey tan decidido
a bebérsela. No era su estilo meterse en la vida privada del dueño de la casa,
pero quería a los chicos Kravath como si fueran parte de su familia y sabía
que el aprecio era correspondido.
—¿Qué le parece si me da esa botella, la guardo, y viene a tomarse un té
caliente con limón? Creo que ya ha pasado esa etapa de su vida en la que el
alcohol era un buen alimento —dijo en un tono que pretendía ser gracioso.
Fue recompensada con una mirada hostil—. Le prepararé una tablita de frutas
y quesos. Seguro que son buenas para el paladar ahora mismo.
—No. Buenas noches, Willa —zanjó, mientras la mujer bajaba los
hombros, asentía, y salía cerrando la puerta tras de sí. Él continuó sirviéndose
vaso tras vaso.
Cuando estuvo en el punto exacto en que bordeaba la inconsciencia y los
últimos vestigios de un estado de alerta, Lincoln dejó la botella casi vacía a un
lado. El vaso de cristal cayó en el suelo y se hizo trizas. Intentó levantarse
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para subir a su habitación, pero no fue capaz de mantener el equilibrio, así
que regresó con todo el peso de nuevo en el sillón.
El ardor de sus ojos en ese instante no tenía que ver con el tiempo que
pasó frente al ordenador trabajando con números, respondiendo correos, o
cuando tuvo que dialogar con fumadores activos en una de sus salidas del día.
No. Esto tenía que ver con las lágrimas de impotencia que pugnaban por salir,
pero que su cuerpo era incapaz de liberar, porque Heidi no merecía más de
ellas. No la amaba, no estaba ya enamorado de esa bruja endemoniada, pero
verla esta noche había traído recuerdos amargos que marcaron su vida de
dolor.
Lincoln dejó escapar una larga exhalación y echó la cabeza hacia atrás.
Lincoln
Seis años atrás
Él avanzó con determinación entre la gente. La morena que lo había
intrigado como nadie continuaba en la barra, como si tuviese todo el
tiempo del mundo para deleitarse con un cóctel, en lugar de menear el
cuerpo en la pista o conversar con amigos. Las otras mujeres que estaban
interesadas en ligar con él, le parecían simples borrones. Se acomodó en
el asiento junto a la pelinegra y apoyó el codo izquierdo en la superficie
de la barra.
—Este sitio está muy animado, pero te he visto desde la pista y no
bailas. ¿Esperas a alguien o mi compañía es bienvenida? —preguntó
Lincoln, acercándose lo suficiente para hacerse escuchar. Las notas de
vainilla con toques de algo también dulce invadieron sus fosas nasales. Él
podía acercarse a una mujer, flirtear, aunque no tenía por costumbre
convertirse en una compañía incómoda, así que era ese el motivo de
hacerle esa pregunta a esta preciosidad.
Ella giró el rostro para mirarlo y Lincoln sintió que se le cortaba la
respiración. Los ojos celestes, delineados de negro; la boca generosa con
labial rojo; la nariz respingona; el cabello como cortina de seda negra
que le llegaba debajo de los hombros eran un conjunto bellísimo. La
atracción inmediata que experimentó se redobló. Quizá algo tenía que ver
el parecido de la mujer con la famosa actriz Megan Fox, pero estaba
atrapado en la súbita lujuria.
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—Soy la propietaria de este lugar —replicó con una sonrisa—, lo
único que espero son muchos clientes, además de que estés divirtiéndote y
consideres que recibes una atención impecable. Me esfuerzo mucho por
contratar un personal eficiente.
Lincoln enarcó una ceja y sonrió lentamente.
—Mis amigos y yo la estamos pasando bien y claro, ahora que estoy
hablando contigo, la experiencia solo acaba de mejorar —extendió la
mano—: Me llamo Lincoln. Te diría que te invito un trago, pero al ser tu
pub, no tiene sentido —le hizo un guiño—. ¿Qué te parece si mejor te
invito a cenar mañana?
Ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Ah, un hombre que busca lo que quiere y no teme el rechazo —
replicó—. Dame una razón por la que debería aceptar salir contigo
cuando acabo de conocerte hace menos de dos minutos. Me llamo Heidi
—dijo apretando la mano de Lincoln para luego soltarla.
—Después de salir conmigo te va a interesar repetir, varias veces, y
no necesariamente me estoy refiriendo a mi interesante conversación ni a
los sitios increíbles a los que te llevaría a cenar, por supuesto —replicó
con una deslumbrante sonrisa.
Ella volvió a reírse de forma desenfadada. Extendió la mano y la posó
sobre el brazo masculino. Ladeó la cabeza y enarcó una ceja. El vestido
que llevaba era corto, además de que tenía un escote en V que dejaba
entrever unos pechos pequeños bien formados.
—¿Cuántos años tienes, Lincoln?
—Veintiocho.
—¿Te seguiría interesando salir con una mujer de treinta y siete? —
preguntó con una sonrisa de medio lado, mientras bebía otro sorbo del
Manhattan.
—Si esa mujer eres tú, por supuesto —replicó con toda la confianza de
un hombre acostumbrado a seducir con encanto y disfrutar la vida—. La
pregunta es si a ti te interesaría salir con un hombre nueve años menor a
ti.
—Me gusta la adrenalina, la aventura y la edad es solo un número
más en la lista.
—Entonces nos entenderemos muy bien. —Miró por sobre el hombro y
le hizo una seña a Jonathan—. Creo que podemos seguir esta
conversación en otro lugar.
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Heidi tomó el rostro de Lincoln entre las manos y lo besó con pasión.
Él le devolvió el beso con la misma intensidad, mordiéndole la boca, no le
importaba nada que no fuese dejarse consumir por ese beso que sabía a
pecado. Los pecadores iban al infierno, decían, pero en ese momento él
iría de buena gana. Ambos estaban arropados por la oscuridad, el
estruendo de la música, los gritos de la gente, rodeados por las
conversaciones quedas y también de aquellas charlas que estridentes.
Salieron del pub con las prisas de dos amantes que no pueden esperar.
Cuatro horas después de haberse recorrido por completo, utilizando
las superficies que encontraban disponibles en la casa de Lincoln, yacían
desnudos en la cama. Ella dormía boca abajo, con el culo al aire,
mientras él le recorría la curva de la espalda con la yema de los dedos
sobre el tatuaje mediano de una mariposa con una clave de Sol.
Él aprendió un par de trucos esa noche y había puesto en práctica
otros, entre las sábanas. La mujer era deliciosa y desinhibida. El misterio
que ocultaba esa boca lo había descubierto: sabía muy bien cómo hacer
una felación en toda regla. Quería más de Heidi.
—¿Qué significan tus tatuajes? —le preguntó mordiéndole el hombro.
Ella se giró con pereza y lo miró con una sonrisa.
—Siempre nos transformamos y las notas musicales que elegimos
tocar se convierten en nuestra sinfonía de vida —replicó, apartándose de
la cama para empezar a vestirse.
—Quiero verte de nuevo —dijo Lincoln.
Heidi se terminó de vestir en silencio. Se acercó a la cama y besó a su
amante.
—No es mi estilo, aunque quizá pueda hacer una excepción en mi
regla —replicó.
Él la agarró de la cintura hasta tenerla bajo su cuerpo de nuevo.
—Quizá no hemos terminado todavía —dijo Lincoln, antes de besarla
y volver a quitarle la ropa. Lo último que hicieron la siguiente hora fue
hablar.
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El día del cumpleaños de un empleado del rancho, Heidi llegó enfadada
porque Lincoln no fue a recogerla al estudio de pilates en el que ella solía
ejercitarse. Él le explicó que era imposible dejar Golden Ties para hacer
un viaje de noventa minutos cuando tenía un colaborador que estaba de
cumpleaños y que también era su último día de trabajo con la familia. Ella
no atendió razones y se mostró hostil durante toda la velada haciendo
sentir incómodos a los empleados.
Osteen y Rosalie, que jamás se metían en las relaciones sentimentales
de sus hijos, le pidieron a Lincoln que pensara bien si quería que Heidi
continuara siendo su novia, porque no encajaba en absoluto con la
familia. No era un tema de estatus, sino de educación.
—La muchacha es una persona descortés y desconsiderada —le había
dicho Rosalie a su hijo una tarde—. Mario era uno de nuestros más
apreciados empleados. Le festejamos su cumpleaños y el retiro de la
compañía, después de dedicar veinticinco años a nuestro servicio. Heidi
hizo un berrinche, se mostró hostil, y cuando tú y ella se marcharon a
Austin, Mario se me acercó porque creía que quizá habría dicho algo
equivocado en su discurso de despedida.
—Piensa bien lo que estás haciendo, hijo —había expresado Osteen.
—Es la mujer que quiero —había replicado a sus padres con
determinación—. Hablaré con ella y llamaré a Mario para disculparme.
Está muy agobiada con el negocio. Eso es todo.
Pronto, disculpar o excusar el comportamiento de Heidi se convirtió
en algo recurrente. Ella quería que él dejara de frecuentar a sus amigos,
porque argumentaba que no se sentía aceptada lo suficiente por ellos y
también porque creía que se aprovechaban de su generosidad en el bar,
porque les daba el cincuenta por ciento de descuento.
Él, tan idiota, porque estaba embobado, empezó a marcar distancia
con ellos, a pesar de que Jonathan, Lenox, Ernest y Billy le decían que
Heidi no les gustaba y que tuviera cuidado, que no les daba confianza.
Esa clase de comentarios incitaron a Lincoln a creer las acusaciones de
Heidi de no sentirse aceptada, y mandó por un tubo a sus mejores amigos
diciendo que no tenían argumentos para hablar así de la que era su
pareja.
Los meses transcurrieron entre discusiones, sexo de reconciliación,
viajes cortos debido al trabajo de ambos, salidas a cenar y reclamos de
Heidi por querer más atención.
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—¿Por qué miras tanto a esa mujer? ¿Es que quieres acostarte con
ella? —le había preguntado una noche, mientras estaban bailando en un
pub en Las Vegas.
Lincoln la había mirado con el ceño fruncido. Ninguno de los dos
estaba pasado de tragos, así que no podía atribuir el comentario tan sin
sentido al licor. Siguió la mirada de Heidi hacia una muchacha rubia que
usaba un vestido cortito y rojo. Ni siquiera habría reparado en ella si
Heidi no se la hubiera hecho notar.
—No la conozco. Además ¿por qué querría acostarme con otra si tú
eres mi pareja? —le preguntó con enfado, porque detestaba que
cuestionase su lealtad.
—Porque es más joven y los vestidos le lucen mejor —había replicado
—. Ni siquiera notaste hoy que he bajado más de peso. Acabo de cumplir
treinta y ocho años, Linc. Que te fijes en mujeres más jóvenes,
considerando que soy casi una década mayor a ti, me aflige.
Él se había pasado los dedos entre los cabellos, cabreado y frustrado.
—Desde un inicio establecimos que la edad era lo de menos, Heidi, no
sé por qué de pronto empiezas a fijarte en esta clase de tonterías.
—Porque estoy enamorada de ti y siento que no tengo un lugar más
importante en tu vida. Quiero establecerme, pero creo que estamos en una
página diferente de este libro —le había reclamado, dejándolo solo en la
pista de baile.
Él hizo acopio de la poca paciencia que le quedaba y la siguió hasta el
hotel. Cuando llegaron, ella cerró de un portazo y empezó a destrozar la
habitación. Lincoln la agarró de los brazos para detenerla, pero Heidi
continuó debatiéndose, insultándolo por tratarla como si no valiese nada y
acusándolo porque había dejado de quererla. Él no tenía ganas de
aguantar esa clase de tonterías, así que agarró sus maletas y se marchó
de Las Vegas dejándola sola.
Dos días más tarde, ella regresó a la casa y le pidió disculpas. Pareció
regresar a la Heidi de siempre: chispeante, divertida y seductora. Las
siguientes semanas la Luna de Miel que les hacía falta en la relación hizo
su aparición con toda la fuerza posible.
Sus hermanos, Tristán y Samuel, organizaron un viaje familiar a las
Cataratas del Niágara, pero Heidi tenía que trabajar con unos asuntos
administrativos impostergables en el pub, así que no pudo ir a ese viaje.
Durante el viaje, ella no le respondía el teléfono o le contestaba de forma
cortante y trataba de hacerlo sentir culpable por haberse marchado sin
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ella. Lincoln simplemente pretendió que ella no existía durante esa
semana y disfrutó el paseo.
—Los lazos que tengo con las personas con las que comparto mi ADN,
mi familia, son un punto medular de mi existencia. Mi interés más
profundo es construir la mía algún día, tener hijos y verlos crecer en el
rancho. Esa es mi vida, Heidi, mi aspiración. No podría alejarme de Texas
ni de los míos. El campo es lo que me hace vibrar de alegría. La mujer
que esté conmigo es para compartir todas esas vivencias y aprender
juntos.
—Los hijos son una complicación, Linc —le había respondido—.
¿Acaso crees que tener este cuerpo es fácil? —se había señalado a sí
misma—. Disfrutas de él, follamos fantásticamente, pero ¿me desearías si
me engordara, tuviera estrías y empezara a envejecer con más rapidez a
causa del desgaste que implica un embarazo? Piénsalo bien, los niños son
un problema. Deja esa tarea a tus hermanos, cariño.
—La mujer que elija como la madre de mis hijos será porque me
parece interesante más allá de lo atractiva que pueda ser. Que sí, la
belleza es un megaplus, pero el paso del tiempo y las necesidades
emocionales no se llenan con belleza, sino con corazón y nobleza.
Ella se había reído y meneado la cabeza.
—Creo que a veces eres demasiado idealista, mi vida.
Él la había mirado con furia por el tono condescendiente. Detestaba
cuando Heidi sacaba ese lado irascible, posesivo y condescendiente, que
no eran excluyentes entre sí, porque estaba lejos de la mujer encantadora,
graciosa, inteligente y aventurera que solía ser la mayor parte del tiempo.
Lo cabreaba que la parte negativa empezara a opacar la positiva.
—No puedes decirme lo que quiero o no, no puedes condicionar mi
existencia según tus propios estándares o aspiraciones o miedos Heidi.
Quiero tener hijos. Lo hemos hablado anteriormente y me dejaste saber
que estabas de acuerdo en que, si nuestra relación avanzaba un poco más,
entonces tener hijos sería también importante para ti. ¿Tu opinión de los
hijos ahora ha cambiado y está basada solo en temas estéticos? ¿Qué es
lo que está ocurriendo?
—¡Antes no sabía que le dabas tanto tiempo a los demás! Amo las
cosas que aprendemos, los viajes, las fiestas, el sexo y los planes que
hacemos los fines de semana. Te he dicho que mis padres me abandonaron
cuando era pequeña y me dejaron al cuidado de mis tíos, por eso saber
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que te tengo solo para mí, que estás conmigo, es tan importante. Eres mi
puerto seguro y no quiero perderte…
Él había elevado los brazos en señal de incredulidad.
—El amor de pareja no tiene que ver con el amor de padres. Siento
que poco a poco descubro que tenemos menos en común. Quizá sea tiempo
de marcar distancia, Heidi.
Ella, desesperada porque creía que él iba a dejarla o terminar la
relación, le había prometido que reconsideraría el tema de los hijos.
Lincoln le dijo que lo dejara estar, porque él ni siquiera pensaba en
casarse, porque estaba demasiado joven y no quería jugar a las hipótesis,
menos cuando se trataba de temas importantes a largo plazo.
Cuando Heidi le dijo que su familia le exigía demasiado en el rancho,
él se enfadó y amenazó con dejarla porque Golden Ties era lo que lo
apasionaba y también el legado de su familia. Le aseguró que, si él tenía
que escoger entre su familia y ella, entonces más le valía ir pensando
quién saldría perdiendo. Heidi se disculpó, pero le aseguró que a veces
sentía que no la quería lo suficiente como para poner un anillo en su dedo
y hacerla parte de esa familia.
Lincoln jamás le dijo que la amaba, eso era verdad, aunque sí la
quería.
—Llevamos saliendo diez meses, he dejado gran parte de mi vida
social por ti, Linc —le había dicho una noche, después de discutir. Ella se
había mudado a vivir con él—. Ahora que convivimos siento que estás más
distante que antes.
Él había empezado a hostigarse, porque la mujer que en un inicio
parecía muy segura de sí misma se transformó en una persona celosa,
exigente, controladora y lo acusaba de coquetear con mujeres más
jóvenes. Lincoln jamás le había dado motivos para que hiciera esa clase
de suposiciones, porque cuando él estaba con alguien no miraba a otro
lado. Si no tenía compromisos sentimentales, entonces, claro, dejaba que
su libido tomase las riendas. No era este el caso y Heidi conocía muy bien
su rutina de trabajo, incluso aquella que incluía eventos como
representante de la familia debido a su trabajo en el rancho.
—¿Qué dices, Heidi? —le había preguntado, mientras se ajustaba la
corbata. Tenía una cena con unos editores que querían hacer una
biografía de su familia. Obviamente, su novia no era parte de la familia
como tal, menos tenía derecho a estar en una reunión como aquella—.
Todo mi tiempo libre es para ti. Vives en mi casa —había dicho
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abarcando con las manos el espacio en el que se encontraban—, y
conoces a las personas que son importantes para mí. No sé qué es lo que
quieres, porque eres la primera mujer con la que convivo.
—Quiero un anillo en el dedo, Lincoln. Nos queremos lo suficiente y
somos igual de ambiciosos con nuestros proyectos personales.
—Ahora tengo que marcharme, nena, por favor, no hagas de esto un
asunto gigante. El matrimonio no está en mis planes todavía. Vamos paso
a paso ¿sí? —le había dicho, dándole un beso largo y afectuoso, antes de
marcharse.
Los padres de Lincoln estaban preocupados, porque le decían que
estaba más irritable como nunca antes lo habían visto y que se había
alejado de sus amigos. Jonathan le pedía que se diera un tiempo para
pensar lejos de Heidi, porque no creía que tuvieran un futuro. Él tan solo
les dijo que estaba enamorado de ella y que las partes buenas
sobrepasaban las negativas. Al menos ese pensamiento le duró hasta que
la paz con Heidi se rompió un mes después de su última pelea porque él
no le proponía matrimonio.
Lincoln tuvo un evento al que no pudo faltar. Claro, hubo fotografías
en la prensa y cuando Heidi las vio, enloqueció de celos. Esta era la
primera ocasión que actuaba de este modo. Y él no tenía intención de
permitir que existiera una segunda.
—¡Me estás engañando! ¿Quién es esa mujer de cabello rojizo que te
tiene abrazado de la cintura? —le había gritado, mientras le lanzaba un
florero, pero se rompió contra la pared. Él acababa de salir de la ducha y
llevaba tan solo una toalla anudada a la cintura; sus pies desnudos,
menos mal, no pisaron los trozos de cerámica—. ¿Y esa otra que te mira
como si ya te la hubieras follado? —le había lanzado un portarretratos
que él esquivó.
—Te voy a pedir que te marches de aquí, porque tus arrebatos y
locura tóxica está acabando conmigo y la violencia no me va, Heidi —
había dicho con seriedad—. Hemos terminado. Saca tus pertenencias de
mi propiedad a más tardar esta noche. Me iré a un hotel para que hagas
la mudanza sin volver a enfrentarnos. Detesto el drama y es todo lo que
traes a mi vida, además de inseguridades, reclamos, celos. No puedo
seguir contigo. He dejado de quererte.
Ella, cegada por la ira y los celos, se había abalanzado contra él y
empezó a golpearle el torso. Él intentaba apartarla, pero la mujer parecía
fuera de sí. No sabía en qué momento se descuidó en ese forcejeo, pero
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sintió cómo algo laceraba su espalda de arriba abajo. Lincoln gritó de
dolor y con la fuerza de la reacción, Heidi cayó de culo en el piso. Él fue
hasta el cuarto de baño y se miró la espalda desde el reflejo del espejo. La
loca de mierda le había hecho un corte que sangraba profusamente y
dolía como un demonio.
No quería más altercados, así que cerró la puerta del baño, mientras
ella golpeaba la puerta gritándole que la perdonara; que jamás había
hecho algo así y que se arrepentía, que creía en su fidelidad. Una y otra y
otra vez. Lincoln llamó a un médico y a la policía. Después llamó a
Jonathan para decirle que necesitaba que contactara de inmediato a un
abogado para poner una orden de alejamiento de Heidi y le informó del
ataque.
Se llenaron reportes policiales, evidencias y con abogados de por
medio, Heidi recibió una orden de alejamiento. Si la quebrantaba,
entonces él le dijo que iba a hablar con sus abogados para demandarla
por acoso y violencia, además de daño a la propiedad.
Durante los siguientes treinta días, Lincoln recuperó la paz mental.
Contrató un nuevo decorador para su casa, porque no quería nada que le
recordara al tiempo compartido con Heidi. La herida de la espalda
requirió un par de puntos de sutura y quedó una cicatriz. La estética le
daba igual. Poco a poco, el torbellino emocional empezó a perderse en el
horizonte. Su familia se mostró aliviada de que ya no estuviera con esa
mujer y sus amigos decidieron que era tiempo de ir a un bar a pasarla
bien; Lincoln se sentía libre y feliz por fin.
Él no era una persona pesimista, pero cuando recibió la llamada de
una clínica privada de Austin conoció el infierno. Lincoln dejó todo lo que
estaba haciendo en el rancho y le pidió a Jonathan que pasara por él,
porque no se sentía capaz de conducir. Heidi estaba en la clínica y su
estado no era muy alentador, pero no podían darle más información por
teléfono, tan solo que lo llamaron porque él seguía registrado como
primer contacto en caso de emergencia.
Lincoln pudo haberse desentendido de la situación, pero no era esa
clase de persona.
Él y Jonathan entraron en el centro médico. Su mejor amigo no tenía
autorización a pasar, así que Lincoln tuvo que ir solo hasta el cuarto piso.
Se identificó con la enfermera de turno y esta lo hizo entrar a la
habitación. Heidi estaba con intravenosa y con una expresión serena. Se
acercó, pero no la tocó. La máquina que controlaba los signos vitales era
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el único sonido y afuera llovía a cántaros. Ratificó que fue una excelente
decisión ir con Jonathan.
No sabía qué era lo que había ocurrido, al menos hasta que el doctor
entró y le pidió que tomara asiento. Lincoln se acomodó en uno de los dos
sillones que estaban frente a la cama de Heidi. Ella continuaba dormida o
al menos no daba indicios de saber que él estaba alrededor. El doctor
miró a Lincoln apretando los labios y luego exhaló meneando la cabeza.
—Señor Kravath —dijo con calma—, mi nombre es Andrew Loyd y soy
gineco-obstetra. —Lincoln sentía el corazón acelerado, el pulso agitado y
un ligero sudor en la frente. No era estúpido, aunque su cerebro se negaba
a querer sumar dos más dos. Tan solo dejó que el doctor continuara con
su comentario o explicación o lo que fuera—. Si me permite preguntarle,
dígame, por favor ¿qué relación tenía usted con la señorita Acheron?
—Fuimos novios hasta hace dos meses. ¿Por qué me llamaron?
—La trajeron en un estado muy delicado, había perdido mucha
sangre, y creíamos que no iba a resistir los procedimientos. La operamos
y la situación era demasiado delicada, pero recibió transfusiones de
sangre. Usted estaba en la lista de contactos de emergencia por eso lo
llamamos. La señorita Acheron se sometió a un aborto en otra clínica,
pero la operación salió terriblemente. Hemos controlado la…
—¡No! —exclamó Lincoln, desesperado, angustiado y sintiendo el
mundo colapsar sobre él—. ¡Hija de puta! —le gritó a Heidi haciendo un
esfuerzo gigantesco para no matarla en ese mismo instante. Se acuclilló
con la cabeza gacha y los dedos entre los cabellos, impotente y
desesperado—. ¡Maldito sea el día en que te conocí!
Ella abrió los ojos poco a poco, algo desorientada, pero recuperó el
sentido de orientación. Tomó una respiración lenta y parpadeó.
—Señor Kravath, si no se calma voy a tener…
—Lo sé —dijo Lincoln bajando la voz, las lágrimas corriendo por sus
mejillas. Se las limpió con furia, mientras intentaba que su respiración
recuperara el ritmo normal.
Incorporándose le dio la espalda a la cama y observó a través de la
ventana los relámpagos a lo lejos. Estaba tratando de llevar aire a sus
pulmones, porque sentía como si alguien hubiese agarrado un mazo y le
hubiera dado varios golpes en el plexo solar. Se giró y miró a Heidi justo
cuando ella hacía una mueca de incomodidad. Giró el rostro y lo miró a
él. Se removió, aparentemente dolorida, a Lincoln no le importó.
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—¿Por qué? —preguntó, pero su tono era el equivalente a una
sentencia de muerte.
Ella se tomó un rato antes de responder, pero cuando lo hizo su
expresión no era de arrepentimiento, sino que esbozó una ligerísima, casi
imperceptible, sonrisa que se entremezcló con una mueca de malestar. El
doctor se acercó para comprobar sus signos vitales, miró a Lincoln como
si quisiera cerciorarse de que no iba a cometer una locura y luego se
marchó, pidiéndole al recién llegado que no hiciera algo de lo que
pudiera arrepentirse.
—Linc… —dijo ella en un murmullo. Su respiración era pausada. La
intravenosa tenía suero y también analgésicos—. Casi me muero… Fue un
procedimiento terrible… Una carnicería… Nunca pensé que algo que
parecía tan rápido…
—Ojalá te hubieras muerto. Dime, hija de perra, ¿era mío? —espetó
en un tono acerado y tan fiero como el látigo de un torturador capaz de
cortar a una persona hasta abrirle la piel—. ¿Era mío el bebé que
abortaste? —preguntó apretando los puños a los costados.
La sangre recorría sus venas con el brío de un tifón. Si alguien le
hubiera dicho que los instintos asesinos eran solo una metáfora, él estaba
preparado para desmentirla.
—Sí… —replicó sin remordimiento—. No me quisiste a mí, entonces
tampoco tenías derecho a querer a otro ser humano. Me quitaste lo que
más quería… Tú eras lo que más quería… —tosió y se retorció de dolor—.
Te quité lo que más anhelabas y lo que nunca quise… Un bebé…
—Te mataría ahora mismo, pero la mierda no vale más que para
evitarse, recogerla y echarla a la basura. Maldigo el día en que posé mis
ojos en ti —se inclinó sobre ella y le dijo al oído—: No mereces el
privilegio de llevar un ser humano en tu vientre. Vas a pagarlo caro.
Lincoln salió destrozado de un modo que no creía posible. Esa hija de
puta le había ocultado el embarazo. A pesar de ya no estar juntos era su
derecho saber que iba a ser padre, así como era su derecho saber si la
decisión de ella era tener o no tener ese hijo o hija y hablarlo.
Heidi le había arrebatado uno de sus deseos personales: ser papá y
formar una familia. Había tomado la decisión egoísta y unilateral de
terminar una vida que apenas empezaba, ni siquiera fue una decisión de
vida o muerte porque ella hubiera estado en riesgo, no. Lo hizo para
vengarse porque otra persona decidió que no quería estar a su lado;
porque necesitó ver dolor en otro y utilizó una vía ruin para ello.
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Cuando Jonathan lo vio salir del elevador de la clínica, se acercó con
inquietud. Lincoln no fue capaz de guardarse lo que llevaba dentro y se lo
contó todo. Su amigo le dio un abrazo y lo llevó a casa.
Si regresaba esa noche al rancho, entonces sus padres pondrían un
grito en el cielo al verlo en ese estado de shock y desconsuelo, y exigirían
saber el motivo. Lincoln no era capaz de conciliar lo que Heidi había
hecho, menos contárselo a su familia. Los destrozaría.
—Jamás voy a perdonarme haber puesto mi atención en ella…
Ninguna mujer merece la pena mi confianza ni mi cariño… Malditas sean
todas —había dicho, mientras entraba a la sala de su casa en el centro de
Austin y abría una botella de whiskey.
—No fue tu culpa, Lincoln.
—Ustedes me lo advirtieron… No quise escuchar —replicó
acabándose el contenido del vaso por completo en cuatro largos tragos—.
Ningún coño es lo suficientemente bueno para arriesgar mis sentimientos
o buenas intenciones. Quiero ver a Heidi destruida y solo hay una forma:
le quitaré todo lo que posee. Todo.
Jonathan lo había visto con preocupación, pero tan solo asintió.
Lincoln no recordaba cuánto bebió esa noche y las que le siguieron.
Tampoco recordaba cómo había sido capaz de continuar trabajando sin
revelarles a sus padres lo ocurrido o cometer una estupidez que incurriera
en un accidente laboral. Contrató abogados y un equipo de relaciones
públicas con el exclusivo fin de destruir lo más mínimo que tuviera valor
para Heidi: el negocio, el apartamento que había comprado recientemente
y su reputación. Lincoln no escatimó en gastos y sintió gran satisfacción
cuando le reportaron que Heidi había perdido el pub, su nivel de deuda
parecía impagable, nadie quería contratarla y el amante de turno la dejó.
Jamás recuperaría lo que ella le había arrebatado, pero, al menos, sentía
que hizo justicia de la única forma en que era posible sin ir a la cárcel o
volver a verla.
La única forma de mitigar el dolor era extenuarse en el rancho, salir a
cabalgar en las noches, sin importarle nada, hasta que su cuerpo no podía
más del agotamiento; otras veces, cabalgaba al amanecer mientras sentía
que la naturaleza y él eran uno solo. Aunque también empezó a tener
amantes que iban y venían, pero sus rostros eran borrones en su memoria.
Cuando su padre sufrió un accidente con una de las maquinarias del
rancho que lo dejó en silla de ruedas, Lincoln fue designado como CEO
del Conglomerado Golden Enterprises y supervisor, el cargo máximo, de
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Golden Ties. Sus hermanos ayudaron en todo el proceso, pero ya estaban
residiendo en otras ciudades, así que casi todo el peso de la transición
recayó en el menor de todos. Tristán y Samuel conocían la verdad de lo
que había hecho Heidi, incluida la orden de alejamiento, pero acordaron
no hablarlo nunca con Osteen ni Rosalie. Lincoln vendió su casa de
soltero y se trasladó al rancho.
Los siguientes años los vivó como un autómata: trabajando, follando
con mujeres cuando le apetecía, cerrando negocios, cabalgando, inmerso
en todo lo que fuese hacer dinero, aumentar la reputación de su familia y
alejarse de cualquier vínculo emocional con una mujer. Lincoln remodeló
la casa de Golden Ties, le dio los toques necesarios para cambiar por
completo el aspecto y dejarla como nueva, como si nunca hubiera sido
utilizada por alguien más que él. Sus padres, que se mudaron al centro de
Austin para estar más cerca de los médicos de cabecera de Osteen,
cuando visitaron la casa del rancho se quedaron encantados, así como lo
estuvieron sus hermanos y sus cuñadas. Sus sobrinos eran un consuelo y
alegría, los adoraba, pero no creía ser capaz de encontrar a una mujer en
la que pudiera volver a confiar lo suficiente para considerar formar una
familia. El dolor de saber que la opción de ser padre le fue arrebatada tan
egoísta y cruelmente permanecía.
Lincoln decidió que lo único que valía la pena era el trabajo y todos
los anhelos personales que estuvieran ligados a él. Las emociones del
corazón eran un lujo, cuyo precio jamás volvería a pagar. Demasiado alto
e innecesario. Él decidió poner todo su empeño en algo más satisfactorio:
expandir el legado Kravath.
Su anhelo más personal era comprar el rancho que había sido de su
abuelo y colindaba con Golden Ties, el Blue Oaks, para convertirlo en un
viñedo. Sabía que era solo un asunto de espera, porque el actual
propietario, Matteo Sarconni, se terminaría de cansar de mantener una
propiedad que había heredado, pero no tenía la capacidad de trabajar. La
venta sería inevitable y ocurriría tarde o temprano. Hasta entonces,
Lincoln continuaría amasando una fortuna, puliendo sus habilidades de
negocios y disfrutando su perenne soltería.
No volvería a ser el Lincoln encantador, desenfadado y galante,
porque ninguna mujer merecía sus atenciones más allá de los gestos
usuales de cortesía. Jamás volvería a enamorarse. Jamás volvería a creer
en una mujer. La lección aprendida de su experiencia con Heidi lo había
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cambiado para siempre. Él había pagado un alto precio por haberse
atrevido a confiar.
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CAPÍTULO 11
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—. No me gusta Sarconni.
Ella enarcó una ceja, porque no entendía qué tenía que ver Matteo. Quizá
la necesidad de ser acariciada y besada por él era más fuerte que la
posibilidad de mantener el cerebro en alerta. Era patético. No recordaba que
algo así le hubiese ocurrido nunca con otro.
—¿Y? —preguntó con fastidio.
—Él y yo tenemos ciertos puntos en conflicto, pero ofenderte no fue
correcto.
—Si son tensas las relaciones laborales entre rancheros, me da igual. No
es correcto hacer comentarios como los de hace un rato. No los voy a tolerar.
Mi pasado es mío, salvo que quieras empezar a compartir el tuyo. —Él hizo
un gesto de rechazo a la sugerencia—. Entonces estamos de acuerdo. El deseo
no está por encima del respeto. Además ¿es muy difícil decir, explícitamente,
«discúlpame»? —preguntó haciendo una mueca. Él negó con la cabeza, pero
siguió sin expresar las palabras exactas, porque se había disculpado sin
necesidad de expresar exactamente lo que ella quería escuchar. ¿Estaba mal?
No—. Si me acuesto contigo, no estaría haciéndolo porque estás ayudándome
en el rancho, sino porque quiero.
Lincoln soltó una exhalación y apoyó la frente contra la de Brooke.
—Hemos establecido que nuestro acuerdo no tiene tintes sexuales, sino
intelectuales, Brooke. Lo que estamos a punto de hacer es un asunto
totalmente diferente. Está claro —replicó. Apretando el agarre sobre las
nalgas femeninas, agregó con determinación y tensión—: Nunca es tarde para
preguntar, así que, si tú tienes una relación con otra persona…
—Lincoln, si tuviera una relación abierta, te lo diría. Si no la tuviera,
entonces no te habría devuelto ni siquiera el primer beso el día en que me
quedé en Golden Ties. ¿Y tú?
—No hay nadie, te lo dije el primer día, te lo repito ahora.
Ella hizo un asentimiento breve.
—Hemos aclarado todo ¿entonces?
—Para lo que tenemos en mente —replicó él haciéndole un guiño.
Brooke se rio, porque el hombre parecía bromear, pero también
sospechaba que tenía muchas capas debajo de esa armadura que llevaba tan
bien… así como ella llevaba la suya. Ambos eran conscientes de que Brooke
continuaba con las piernas rodeando la cintura masculina y la fricción de sus
pelvis era muy sugestiva. Esa era una conversación súbita y bastante
ortodoxa, aunque no por eso menos estimulante.
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Por simple instinto, Brooke le enredó los brazos al cuello, enterró los
dedos entre los cabellos con fuerza, y Lincoln la elevó un poco más del
trasero para acomodarla y sujetarla mejor contra su cuerpo. La llevó escaleras
arriba.
A pesar de los años transcurridos, desde la última vez que estuvo en la
casa del rancho, él no necesitaba mirar alrededor, porque llevaba grabado en
la memoria cuántos escalones tenía esa escalera con exactitud. Se alegraba de
que la propiedad, en la que tantos momentos bonitos vivió con su familia,
continuara en pie. Y ahora estaba a punto de crear otro instante que, estaba
muy seguro, difícilmente podría olvidar. Al menos durante un par de días.
Ninguna mujer tenía la capacidad de dejar grabado su recuerdo por tanto
tiempo en él.
—¿Estás durmiendo en la máster suite o en otra habitación? —le preguntó
mordisqueando la boca de Brooke, quien devolvía las caricias con igual
ímpetu.
Los labios de ella eran suaves, sensuales y respondían perfectamente a él.
Su necesidad de absorber todo de Brooke, empezando por ese beso, no era
algo que pudiera frenar. Su único interés era el placer y así pretendía
mantenerlo. Al menos, esta vez, lo tenía muy claro.
—Máster suite —dijo con la respiración entrecortada. Sentía la humedad
entre sus pliegues íntimos. Le gustaba sentir la dureza masculina a través del
jean y se frotó contra él, a propósito. Los gruñidos que emitía la garganta
masculina eran una caricia—. Lincoln…
Él se detuvo en la mitad de la recámara y Brooke apoyó los pies de nuevo
en el piso.
Lincoln deslizó las manos por debajo de la blusa femenina, subiendo por
la espalda de piel tersa y abrió los broches del sujetador, mientras la besaba
con una pasión que rayaba en la demencia. Le quitó la blusa, apartó el
sujetador, y cubrió ambos pechos con las manos. Le pellizcó los pezones,
duro, y en respuesta Brooke agarró su erección sobre el jean.
Gimieron.
—Había fantaseado con probar tus pechos y deleitarme en ellos —dijo
apartando la boca de la de ella, frotando el pulgar sobre los picos de esas
deliciosas tetas, mientras la observaba con expresión hambrienta. Le gustó
notar las mejillas sonrojadas y los labios inflamados por sus besos, pero en
especial cómo las pupilas de Brooke estaban pinceladas con notas de
necesidad sexual. El peso de los pechos en sus manos era exquisito; la piel
blanca y las areolas rosadas afianzaban su intención de dejar una huella;
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marcarla. Resultaba ridículo, sin embargo, tan coherente para sus instintos en
esos momentos.
Brooke le desabotonó la camisa con prisas, la apartó de su camino para
recorrer con los dedos el torso de músculos fuertes, después abrió el jean e
introdujo la mano hasta agarrar el miembro. Lo acarició, maravillada por la
textura y firmeza; él soltó un gruñido.
—¿Acaso no dicen que algunas fantasías pueden hacerse realidad? —
preguntó Brooke con un ronroneo, porque le parecía erótico hablarle tan
cerca, mirarse a los ojos, al tiempo que sentía las caricias de esas manos en
ella.
El líquido tibio que recubría su vagina necesitaba mezclarse con el placer
que solo Lincoln podría estimular y darle en esos instantes. Quería sentirlo en
lo más profundo, olvidar todo aquello que no fuesen las sensaciones
placenteras y abandonarse a sus caricias. El razonamiento no tenía cabida,
porque su cuerpo estaba ávido de encontrarse con el de otro ser humano en un
plano carnal, profundo y lleno de pulsaciones excitantes.
Él bajó la cabeza y tomó un pezón con la boca, lo succionó, y ella echó la
cabeza hacia atrás, mientras la mano de Lincoln agarraba el otro pecho
apretándolo con lujuria. Las caricias fueron alternándose; la presión y
mordiscos ligeros en la carne tersa, aumentaron, y Brooke creía que solo
bastaría que él tocara su clítoris en ese preciso momento para explotar. La
estimulación de esa boca, manos y el roce de la barba de tres días contra su
piel, era demasiado.
—Eres deliciosa… Mejor de lo que pude haber imaginado.
—Lincoln… —murmuró.
Él la quería ver toda, por completo desnuda, saborear cada rincón hasta
que quedara saciado, luego volver a empezar. La tomó en brazos y la dejó
rápidamente encima del edredón. Ella se apoyó sobre los codos y esbozó una
sonrisa de medio lado. No era una mujer vergonzosa, aunque había pasado
bastante tiempo desde Miles y cualquier encuentro sexual. No podía explicar
el motivo por el que, con Lincoln, la perspectiva de tener sexo resultaba muy
natural, a pesar de ser, más allá del conocimiento del deseo mutuo, dos
desconocidos.
—¿Lincoln detente o Lincoln quiero tener sexo contigo? —replicó con
una arrogante sonrisa. Se quitó los zapatos y el resto de la ropa hasta quedar
desnudo. Él no tenía restricción en el sexo, más allá de aquello que necesitaba
consentimiento, su pasión desbordaba y conquistaba. Miró a Brooke
sosteniéndole la mirada.
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Se acercó muy seguro de sí mismo y sonrió de medio lado por la mirada
ávida que ella le dedicó a su miembro; a su cuerpo. Sabía que era un hombre
atractivo y bien dotado, pero lo más importante era que tenía experiencia en
cómo utilizar su cuerpo para crear placer.
—Lincoln… tú —carraspeó—. La verdad es que no estás nada mal —dijo
en un murmullo lleno de apreciación, mirándolo de arriba abajo. Lincoln soltó
una carcajada ronca que agitó la erección con el movimiento. Ella se
humedeció los labios.
—¿Es tu mejor forma de decir que estás muy húmeda y me deseas? —
preguntó.
Brooke podría jurar que un espécimen masculino como Lincoln era difícil
de encontrar como amante. Ella había tenido cinco compañeros de cama,
incluido el estúpido de su exprometido, y ninguno cubría la talla para
considerarse una fantasía sexual femenina. Este cowboy iba a dejar el listón
visual muy alto. Cada músculo parecía tallado en mármol; el cabello lo tenía
alborotado, porque ella había jugueteado mucho con él; la piel estaba besada
por el sol; los pectorales estaban moderadamente salpicados de vellos; sus
piernas eran fuertes y de músculos firmes; el miembro viril era grueso y
portentoso. Notó el brillo húmedo sobre el glande. Su primer instinto fue
acercarse y lamerlo, pero iba a esperar.
—Sí… —murmuró—, por ahora.
—Confía en que estás segura conmigo en esta cama o en cualquier otra
superficie en la que te posea esta noche —dijo en tono gutural. Una promesa.
—Sé que lo estoy —expresó con anhelo—. Quiero probarte…
—Lo harás cuando sea el momento.
—Muy mandón, Lincoln —replicó enarcando una ceja.
—Solo quéjate si no te doy placer o cuando quieras exigir más, Brooke.
—Bésame…
Él sonrió de medio lado y la terminó de desnudar en un frenesí que
compartieron hasta quedar piel con piel. La cubrió con su cuerpo y bajó la
cabeza hasta agarrar uno de los pezones en su boca, lo succionó con fuerza y
ella tembló por el placer eléctrico que tocó sus fibras sensibles. Lincoln aplicó
la misma caricia al otro pecho. Por supuesto que la estaba besando, pero no en
la boca, sino en esas tetas deliciosas que había anhelado saquear y disfrutar.
Brooke le acarició el cabello con fuerza, un cabello sorprendentemente suave
entre sus dedos, arqueando la espalda y sintiendo el calor palpitante, mojado y
frenético en su sexo. El pene estaba presionando contra su cadera, y ella se
removió en un intento de darle a entender dónde lo quería con exactitud, sin
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embargo, él se tomó su tiempo acariciando esos montes deliciosos firmes y
suculentos. La lengua de Lincoln era caliente y salvaje.
—Eres tan bella, Brooke —dijo en un tono reverente, mirándola a los
ojos. Después le besó el cuello, el valle de los pechos y descendió hasta el
vientre. Le separó los muslos y acomodó cada pierna en uno de sus hombros,
abriéndola, exponiéndola para él. Los labios vaginales estaban brillantes—.
Dios, qué coño tan delicioso —dijo sujetándole una cadera con la mano,
mientras con la otra le agarraba el pecho izquierdo—. Devorarte —le lamió el
sexo—, es un verdadero placer. Abrió su boca y succionó justo en el vértice
que se abría al deseo, abarcando el clítoris y sujetándola con firmeza en esa
posición. La quería delirante de anhelo.
—Lincoln… Oh…
Brooke estaba apoyada contra las almohadas, sintiendo los dedos de
Lincoln apretándole el pezón, mientras esa lengua la exploraba íntimamente.
Las sensaciones eran tan fuertes que no creía posible resistir demasiado
tiempo esa tortura. Agarró las sábanas a los costados, entre los dedos, con
fuerza; echó la cabeza hacia atrás, gimiendo. Ninguno de sus amantes parecía
ser capaz de haber encontrado la fricción y el ritmo que ella necesitaba. Hasta
Lincoln. La lengua caliente creaba círculos y succionaba su clítoris,
instándola a elevar las caderas del colchón, pero la mano firme sobre la
cadera la sostuvo en su sitio, apretando su carne. Le gustaba lo posesivo que
era con ella al momento de tocarla y probarla.
Cuando sintió que dos dedos la penetraban en su canal húmedo, mientras
la lengua de Lincoln la paladeaba como el más exquisito manjar, su cuerpo
estuvo al borde del colapso, como si cada nervio hubiera sido estimulado
hasta un punto imposible de controlar. Ella cerró los ojos para disfrutar de las
sensaciones únicas.
Él sintió el momento exacto en el que ella estuvo más que lista para
correrse. No lo quería de ese modo; deseaba que lo hiciera con su miembro
enterrado en lo más profundo de la carne tierna y mojada. A regañadientes
apartó los dedos, dio una última succión y lametazo a los pliegues delicados,
y apartó el rostro de ese paraíso de sensaciones.
Se relamió la boca como un león satisfecho de haber catado el primer
bocado de su leona, a la que estaba a punto de aislar de otros posibles
intrusos, sellando su terreno. El nivel de posesión era tan animal y salvaje que
se sorprendía a sí mismo ante la visceral necesidad de hacerle saber que solo
con él podría alcanzar la cúspide de sensaciones que, con esta antesala de
caricias, iban a llevarla al nirvana.
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—Jodidamente deliciosa —dijo acomodándose sobre las rodillas y
posicionando su miembro justo en el vértice en el que convergían los muslos
de Brooke.
—No es por elevar tu ego —se aclaró la garganta y señalando con un
gesto de la barbilla el miembro grueso y tenso ante la necesidad de aliviarse
—, pero mucho tiempo que no me acuesto con nadie y creo que eres un poco
grande…
Él sonrió, complacido por la información de que era el primero en mucho
tiempo. Claro, el comentario sobre el tamaño de su sexo era un cumplido que
aumentaba su libido.
—Tu cuerpo es perfecto —dijo en tono vehemente—, y estás mojada —le
recorrió el sexo con el dedo, creando fricción, penetrándola y luego sacando
el dedo, para finalmente lamerlo—, y sabes a pecado, Brooke. —Ella lo miró
boquiabierta—. ¿Quieres pecar conmigo?
Ella lo observaba con la respiración agitada, los pechos tenían las marcas
de sus succiones y huellas de su barba de tres días, la boca inflamada por sus
besos… Si él pudiera capturar esa imagen, lo más probable era que pudieran
utilizarla en un museo de lo que representaba de verdad el erotismo.
—Sí… —declaró excitada—. Te necesito dentro de mí —gimió
extendiendo las manos para atraer el rostro de rasgos cincelados por los
caprichos de los Dioses del Olimpo y besarlo con demencia. Le mordió el
labio inferior con fuerza—. Tómame. Ahora. Estoy tomando la píldora… No
hay riesgo… Lincoln, tómame. Ahora —insistió.
Él sonrió de medio lado, haciendo un titánico esfuerzo para retrasar esa
angustia previa propia a la necesidad de desahogo sexual. La llevaba
conociendo poco tiempo, pero sus instintos le gritaban dos cosas. Primero,
que se diera prisa en acabar esa necesidad de poseerla. Segundo, que la
belleza de ojos verdes no le mentiría sobre estar tomando la píldora. No era
usual en él guiarse por la palabra de una mujer, no confiaba en Brooke
abiertamente, en este aspecto, al menos, sorprendentemente, lo hacía.
Se agarró el miembro con la mano derecha y lo frotó de arriba abajo entre
los pliegues hinchados y mojados, humedeciéndolo. Ella soltó un gemido,
moviendo la pelvis, tratando de instarlo a que se diera prisa.
—La paciencia es una virtud, nena —replicó tan demente como Brooke
ante el deseo.
—No la tengo… Si me continúas haciendo esperar… ¡Dios! —exclamó
cuando la forma de Lincoln para callarla fue penetrarla con una firme y fuerte
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embestida hasta lo más profundo de su sexo. Ella arqueó el cuerpo y soltó un
gemido roto.
—Estás tan apretada, diablos, como si hubieras sido diseñada para mí…
—Quizá lo estoy y esa es una maldición… —farfulló, rodeándole la
cadera a Lincoln con la pierna, abriendo más sus muslos, para darle mejor
acceso a su interior.
—¿Por qué te puedes volver adicta a mí? —preguntó deteniéndose, a
propósito, para enloquecerla y porque, maldita fuera, necesitaba esa respuesta.
—Tanto como tú a mí —replicó, atrayéndolo para morderle la boca—.
Lincoln…
—¿Sí?
—No te atrevas a hacerme esperar.
Él hizo un asentimiento y luego no hubo más palabras.
Las manos de Brooke se afianzaron en los hombros masculinos, mientras
él embestía con ímpetu, arrancándose mutuos jadeo y palabras burdas
impregnadas de necesidad sexual. Ella se sentía ciega de deseo, acompasando
su cuerpo el ritmo de Lincoln. Le acarició los músculos de los brazos, clavó
sus uñas, meneó las caderas y salió al encuentro de cada penetración como si
su vida dependiera de ello. Lo abrazó, mientras él le devoraba la boca; sus
pectorales friccionándose contra sus pechos; el ligero cosquilleo de los vellos
masculinos lograban acrecentar la sensibilidad de su piel y enardecer las
sensaciones.
Lincoln no recordaba una sensación más plácida, erótica, adictiva y
estimulante como esta; todo su cuerpo estaba en consonancia con las
necesidades de su amante. El cuerpo de Brooke era exquisito, voluptuoso,
terso, caliente y receptivo. Salió del interior tan solo un poco para embestir de
nuevo con más brío. El sonido de sus testículos golpeando suavemente al
compás de sus penetraciones, unido a los gemidos de Brooke, así como a sus
propios gruñidos, era la mejor composición sinfónica del erotismo. El placer
aumentó su ritmo in-crescendo. Se inclinó y le chupó un pezón, luego lo haló
con los dientes. Ella gritó de dolor y gusto.
—Más… Muerde mi otro pezón… Sí… Oh, Dios, sí —gimoteó cuando él
la complació con un gruñido leve.
—Me enciende una mujer que pide lo que quiere —farfulló con la boca
llena de sus pechos, antes de apartarse para besarle los labios y embriagarse
de su sabor.
Le separó un poco más los muslos. No había delicadeza, sino cruda
necesidad de agarrar, morder, paladear, besar, gritar, penetrar y destruirse de
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deseo. El nivel primario y básico de cómo sus cuerpos se movían,
entrelazados, era una lucha por lograr que el otro alcanzara primero el
orgasmo; la victoria era el placer. Le gustaba ver cómo sus cuerpos se unían
en ese frenesí, le parecía delicioso. Nunca una mujer lo había afectado en el
sexo como Brooke estaba consiguiéndolo en estos momentos.
Los pechos de ella se bamboleaban al ritmo de sus movimientos, las
manos femeninas le acariciaban los brazos y, en última instancia, le rodeó las
caderas con ambas piernas atrayéndolo más profundamente para además
abrazarlo, mientras se mecían el uno dentro del otro. Lincoln le mordisqueó el
cuello, elevó el rostro para mirarla a los ojos y conocer cómo se cocía el
fuego del color del musgo cuando los hechiceros conjuraban placeres que
estaban prohibidos para los mortales, pero en este momento ambos era dos
piezas perfectas unidas en un universo en el que solo el delirio sexual era
permitido.
—Brooke… —dijo apretando los dientes, cuando ella se atrevió a cerrar
los ojos—. Mírame… ¡Mírame cuando te corras y recuerdes quién te hizo
llegar al orgasmo!
Ella jadeó y conectó su mirada con la de Lincoln. Jamás un par de ojos
azules habían reflejado la furia del océano embravecido antes de arrasar con
todo a su paso, porque era esto último lo que estaba provocando este hombre
sensual, libre de cualquier confinamiento que impidiera explayar el salvaje
deseo que la devoraba en esos instantes.
Él sintió cuando el cuerpo femenino empezó a temblar bajo el suyo, fue
entonces que sus caderas empezaron a moverse a mayor velocidad, girándolas
y cambiando el ángulo en el que su miembro abarcaba los recodos del
húmedo canal. Ella se movió con urgencia y desesperación, le arañó la
espalda, bañada con una pátina de sudor; lo besaba con desenfreno.
—Linc… Lincoln… —murmuró, pero sus palabras las consumió él,
besándola profundamente, mientras se sujetaba del cuello masculino. Eran
una sola persona ahora.
Las oleadas del orgasmo barrieron con los sentidos de Lincoln, una tras
otra, mientras se vertía en ella, dejándolo suspendido en un mundo que no
había conocido nunca. Un mundo en el que ese paraíso bañado de júbilo
sexual no tenía comparación. Podía sentir sus cuerpos todavía moviéndose,
mientras los pezones erectos de Brooke rozaban su piel, tan duros como
perdigones. Incluso era capaz de escuchar el bombeo de sus corazones,
inestables, a toda prisa.
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—Hasta el final, Brooke… Sigue hasta el final —le dijo al oído,
mordiéndole el lóbulo de la oreja, jadeando.
—¡Lincoln…! —gimió arqueando la espalda, después de que él hubiera
frotado con el dedo el clítoris, mientras seguía moviéndose en su interior.
No dejó de moverse en ella, rápido y profundo, ni siquiera cuando Brooke
gritó su nombre como una petición de clemencia, exigencia y suplicio; ni
siquiera cuando las paredes íntimas dejaron de succionar su miembro hasta la
última gota.
Él se dejó caer con cuidado junto a ella, cubriéndola parcialmente con su
cuerpo, y enterrando el rostro en los cabellos femeninos. Ambos
permanecieron estáticos hasta que las respiraciones fueron recuperando el
ritmo normal. Ella apoyó la mano sobre el brazo que le rodeaba la cintura, y
jugueteó con sus dedos acariciándolo distraídamente. Esa era una quietud
poco usual para ella. Por lo general, la mayor parte de veces, cuando sus
novios o amantes terminaban, ella solía apartarse e ir a darse una ducha o bien
lo hacían ellos; en ocasiones iban juntos a bañarse y tenían sexo de nuevo,
pero jamás, esta clase de calma que experimentaba con Lincoln sobre ella,
había sido parte de su repertorio sexual.
El silencio solo fue roto cuando él apartó el rostro para quitarle los
cabellos a Brooke de las mejillas, y procedió a besárselas lentamente. Ella
abrió los ojos, lo miró con una sonrisa.
—¿Cómo estás, hermosa? —le preguntó subiendo la mano hasta agarrarle
un pecho para acariciárselo distraídamente; jugueteó con el pezón hasta que
se puso erecto. Le gustaba las tetas de una mujer y las de Brooke eran una
tentación a la que podría sucumbir sin fin.
—Saciada —dijo con una risa suave—, y a juzgar por tus caricias, no creo
que tengas pensado marcharte pronto.
—¿Es lo que quieres? —indagó incorporándose un poco más para mirarla
con más detenimiento. Le gustaba esta versión de Brooke: desenfadada,
sonriente y juguetona, pero en especial, abierta a las caricias y provocaciones
sexuales—. ¿Quieres que me marche?
Ella hizo una negación. Lo empujó con suavidad hasta que fue ella quien
quedó a horcajadas sobre Lincoln. Elevó las manos para acomodarse el
cabello con la liga maltrecha y se rehízo la coleta; con el movimiento sus
pechos se elevaron ligeramente y Lincoln aprovechó para agarrarlos con
ambas manos.
—Creo que podría dedicarme un largo rato a disfrutar tus pechos. Son
perfectos —dijo, mientras su erección crecía debido al movimiento del sexo
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de Brooke sobre el miembro.
—Por ahora lo único que vas a hacer es disfrutar lo que tengo previsto —
dijo inclinándose para besarlo, larga y sensualmente. Él le agarró el rostro y
profundizó la caricia, mientras Brooke elevaba las caderas para introducirse el
miembro en su interior. Lo sintió morderle el labio inferior con fuerza y
seguido por un gruñido de gusto—, y es cabalgarte.
—Ah, una cowgirl ¿eh, señorita Sherwood? —preguntó haciéndole un
guiño, antes de darle una nalgada que resonó en la silenciosa habitación. Ella
se rio por lo bajo.
—Solo una mujer que busca lo que desea, y en este momento eres tú y un
orgasmo.
Lincoln soltó una carcajada ronca y profunda. Pronto, ella empezó a
mover las caderas y él siguió el ritmo lento, luego agitado, que Brooke
marcaba. Le gustaba que no se contuviera ni tuviese remilgos en la cama. Le
encantaba ese lado pícaro de ella.
Se movieron al compás de un ritmo distinto, mientras se besaban y
saqueaban sus bocas entre gemidos. Lincoln deslizó la mano hasta el vértice
mojado de Brooke y empezó a masturbarlo, al tiempo que ella no dejaba de
menear su pelvis en la búsqueda del placer que el miembro anclado
firmemente en su interior podía ofrecerle. Ella se inclinó hacia adelante,
poniendo sus pechos a la altura de la boca masculina, y le sonrió con osadía.
—Tómalos…
—Joder, Brooke, me encantas —murmuró devorándole los pezones, que
ella le ofrecía alternándolos uno a uno. La sintió agitarse cada vez más,
moviéndose con más rapidez e ímpetu—, pero ya has tenido suficiente
control.
—¿De qué…?
Él simplemente los giró a ambos hasta que ella estuvo bajo su cuerpo.
Depositó besos húmedos por toda su piel y cuando llegó a las caderas se
detuvo, la miró, y esbozó media sonrisa. Brooke fue a reclamarle, pero
Lincoln se rio, la agarró de la cintura y la acomodó bocabajo. Ella lo miró por
sobre el hombro.
—Trasero arriba, nena —le susurró al oído.
Brooke se rio, pero no protestó, porque le gustaba por dónde iban los
tiros. Apoyó el rostro sobre la sábana y elevó las nalgas. Él le separó las
piernas lo suficiente para acomodarse.
—El sexo anal no…
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—Algún día, si tengo tu consentimiento, nena, por ahora estoy interesado
en entrar más profundamente en ti desde esta postura —le dio una nalgada en
un cachete, y luego hizo lo mismo con el otro—, porque he querido dejar mi
marca en tu trasero desde que empezaste a responder con tu descaro.
¿Conforme?
—Ufff… Sí… —siseó cuando él volvió a nalguearla, para después
acariciarle la parte que quedó sonrosada—. Lincoln… —murmuró mirándolo
por sobre el hombro.
Él se agarró el miembro, lo ubicó justo en la rosada abertura, y empujó
poco a poco, ensanchándola, porque sabía que, en esa postura, ella lo sentiría
más duramente. La mujer estaba muy húmeda; lo enloquecía. Tal como
sospechó, la fricción de su mano contra el trasero y la excitación del acto en
sí, la estimularon más allá de lo creíble. A él, la erección le dolía ferozmente
y la única manera de amansar a la bestia que Brooke había despertado era
impulsándose en ese delicioso interior con determinación hasta alcanzar el
clímax.
Ella soltó un quejido y empezó a mover las caderas y empujar hacia atrás.
Que hubiera nalgueado su trasero fue inesperado y lejos de parecerle
incómodo o inadecuado, debía aceptar que le pediría que lo repitiera sin
pensárselo dos veces. Estaba loca de deseo, loca por él, en un modo en el que
no se reconocía a sí misma. Se hallaba en un estado febril de placer.
Le gustaba cómo él llegaba hasta su punto más profundo; le gustaba
escuchar el choque de sus cuerpos; las caricias codiciosas de las manos
grandes y ligeramente callosas. Esas eran las manos de un hombre que
trabajaba en el campo, que sabía manejar una corporación, que vestía de
Brioni y ropa de faena en la tierra; un hombre que tenía la pericia de un
amante experimentado capaz de enloquecerla.
—Mujer, me fascina tu cuerpo —dijo entre dientes, mientras empezaba a
embestir más rápido. Se inclinó hasta agarrar el pecho derecho y
acariciárselo; apretárselo. Le pellizcó el pezón y Brooke gimió con abandono.
Los movimientos de Lincoln fueron rudos, rápidos y consistentes. Ella
giró las caderas uniéndose al ritmo que buscaba el alivio. En ambos existía
furia, pasión y desenfreno. Al cabo de un instante, la afianzó de la cintura,
apretando la mano con firmeza sobre la carne de terciopelo. Ella nunca
imaginó en sus fantasías más locas que un hombre como él la poseyera con
salvaje pasión. Esto iba más allá de cualquier sueño erótico posible. Lincoln
estaba anclado en ella, sin dejar un solo espacio sin conquistar con sus
penetraciones y movimientos; mientras sus testículos golpeaban contra su
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sexo en cada impulso. No creía posible continuar sosteniéndose en brazos. Su
orgasmo empezó a formarse como el vaticinio de una tormenta inminente.
—Linc… Voy…
—Córrete, Brooke… Conmigo… —masculló con una última embestida y
un grito que tenía el nombre de la mejor amante que había tenido en años.
Brooke soltó un gemido agarrando con fuerza las sábanas con los puños,
escuchando las maldiciones fieras de Lincoln, mientras salía de su interior y
se corría sobre sus nalgas. Sintió el calor líquido del placer masculino y luego
cómo él se apartó de la cama, para regresar al cabo de uno segundos con una
toalla con agua tibia para limpiarle la piel. En todo ese proceso ella se
mantuvo acostada, bocabajo, recuperando el resuello.
Cuando sintió el peso sobre el otro lado del colchón, Brooke se dio la
vuelta y lo encontró acostado de espaldas. Tan desnudo como ella. Le gustaba
que Lincoln fuese un hombre que disfrutara su desnudez; era algo que
compartían.
Parecía pensativo y algo enfadado a juzgar por cómo apretaba la
mandíbula. Ella se movió hasta acomodarse sobre él. Apoyó ambas manos
sobre los pectorales y la barbilla sobre el dorso de la mano derecha. Lo miró
con una sonrisa.
—No suelo ser tan rudo en el sexo ¿te lastimé? —preguntó en tono
preocupado.
Sabía que había perdido el control con ella. No solía ocurrirle. La
posibilidad de haberla lastimado, lo sacó de quicio. Su vida sexual era
variada, sí, pero con sus amantes procuraba no dejarse llevar demasiado;
como si, de esa forma, no les entregase todo de él. En esta ocasión era distinto
e inquietante para su zona de confort.
Ella soltó una risa suave. Extendió la mano y le acarició la mejilla.
—Me gustó lo que hicimos. Si no hubiera sido así, entonces habría
protestado.
Él soltó el aire que no recordaba haber estado conteniendo, la miró con
alivio. Le tomó el rostro y la besó con suavidad. Después hizo un
asentimiento.
—Me tengo que marchar —dijo él a regañadientes—. Necesito enviar
unos documentos a Inglaterra por un negocio personal y ya pronto amanece
allá.
Brooke no quería decirle que estaba decepcionada, así que tan solo asintió
con una sonrisa y se apartó. No iba a convertirse en la mujer que se volvía
insistente si su amante de una noche tenía que marcharse. No esperaba repetir,
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aunque si la ocasión se daba, tampoco iba a negarse. Sí, así de espectacular
había sido el sexo con Lincoln Kravath y no creía que, al siguiente día, fuese
capaz de caminar a derechas. Esta vez sí agarró la sábana y se cubrió hasta los
pechos. Lincoln se incorporó dándole la espalda y ella soltó una ligera
exclamación.
—Lincoln —dijo con suavidad extendiendo la mano y pasándola sobre la
fea cicatriz informe que estaba en el lado izquierdo de la espalda musculosa.
Esa marca era lo único que quitaba la perfecta estructura de piel firme; era
algo larga y parecía haber sido profunda. Durante los instantes en que ella se
aferró a él, lo acarició, tan solo fue consciente de la sensación de sus besos y
embestidas; no tuvo tiempo para reparar en más detalles, hasta ahora.
Tampoco es que hubiera visto la espalda desnuda de Lincoln a plena luz como
estaba haciéndolo ahora mismo—. ¿Qué te ocurrió?
Él apretó los dientes y se apartó de Brooke como si le hubiera echado sal
en una herida que llevaba muchos años cerrada. Acababa de tener la mejor
noche de sexo en mucho tiempo, sin duda. No quería hablar del pasado e
intoxicar lo que acababa de ocurrir con Brooke. En esta ocasión, él ya era un
hombre con la cabeza bien puesta sobre los hombros y sabía a qué atenerse.
El romanticismo o ilusiones estúpidas no estaban en el menú y Brooke era un
medio para un fin. No iba a lastimarla como hizo Heidi con él, pero tampoco
pretendía empatizar hasta el punto de perder de vista el motivo por el que
estaba en Blue Oaks esa noche.
Otras amantes, le habían tocado la herida, pero él se burlaba diciéndoles
que era parte del trabajo como ranchero. Ninguna parecía haber conseguido
que una simple pregunta cobrara un sentido diferente; ninguna parecía de
verdad interesarse por el motivo subyacente, en lugar de solo saciar la
curiosidad. Notaba que Brooke pertenecía a esos unicornios, cuyas preguntas
estaban orientadas a conocer con sincero interés lo que ocurría en otros;
cuando ella hacía un cuestionamiento era genuino. Eso le escoció, porque
implicaba que podría empezar a cruzar una línea si se dejaba llevar por la
calidez que escuchaba en esa voz suave.
Sí, la mujer era una delicia en la cama, sus besos iban a convertirse en el
referente si volvía a besarse con otra, y la forma en que ese cuerpo femenino
se amoldaba a sus caricias, iban a dejar un listón muy alto para sus próximas
amantes. Sin embargo, no era prudente dejarse comer la cabeza con
reflexiones en las que Brooke quedaba en una posición especial a las otras.
Porque no lo era, sino que se trataba de una novedad y más le valía
recordarlo.
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—Una mala decisión —replicó borrando todo rastro de plácida calma de
su tono de voz. Se incorporó y empezó a recoger su ropa, vistiéndose con
prisa.
—¿Tuviste un accidente en el rancho? —se aventuró a preguntar cuando
él, finalmente, la miró, mientras terminaba de abotonarse la camisa. Notaba
cómo los movimientos de Lincoln eran casi robóticos. Todo rastro de calidez
se había perdido. No creía que fuese por su culpa, pero sí por la pregunta que
había realizado.
—No —zanjó cruzándose de brazos, sin ofrecer más explicaciones.
Ella ladeó la cabeza y lo miró con una ceja enarcada. Dejó pasar el tema,
por ahora.
—Lincoln, terminaste sobre la piel de mis nalgas… —murmuró,
consciente de la reiterada estupidez de ambos de solo usar protección de una
de las partes. Imaginaba que este podría ser el motivo de que él estuviera
súbitamente tenso—. Solo te recuerdo que estoy tomando la píldora, si acaso
es lo que de repente te preocupó.
—No, no me preocupa. Y si intentas embaucarme, en el caso de existir
una consecuencia inesperada, entonces tendrás a mis abogados y médicos
rodeando esta casa.
En la expresión de Lincoln no había rastro de humor, arrepentimiento o
inquietud. Ella soltó un suspiro. No entendía el súbito cambio en él. ¿Cómo
era posible que un hombre pudiera ser encantador, diestro amante y capaz de
robarle la razón con sus besos un instante, para convertirse en un cretino al
cabo de un momento?
Se ajustó la sábana bajo los brazos para que no se deslizara y la dejara
desnuda. De pronto se sentía vulnerable, porque comprendía que, tras esa
expresión, ahora tan distante en Lincoln, existía un dolor que él estaba
disfrazando de sarcasmo e indiferencia.
—El comentario que acabas de hacer es insultante —dijo abrazándose a sí
misma—. Fuimos dos participantes activos y entusiastas esta noche. Soy
responsable con mi cuerpo, además de seguir rigurosamente el consumo de
las píldoras.
Él hizo un asentimiento breve y rápido. No quería que la paranoia se
apoderara de él.
—Siempre estoy haciéndome chequeos médicos para comprobar que
estoy limpio; y lo estoy —se frotó el puente de la nariz. Esta era la primera
vez que tenía un descuido de esta naturaleza, porque siempre utilizaba
protección; también era la primera vez que confiaba en la palabra de una
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mujer—. Si no me hubieras dicho que tomabas la píldora, y no hubiera estado
tan estúpidamente excitado, me habría largado sin mirar atrás. Fue un
descuido dejarme llevar de este modo, lo acepto. Ninguna mujer va a
atraparme con el viejo truco del embarazo.
Ella lo quedó mirando con el ceño fruncido, sorprendida por completo y
ofendida. ¿Es que acaso otras ya lo habrían intentado y el resultado habría
sido nefasto?
—Jamás haría algo así —dijo en un susurro.
Lincoln se pasó los dedos entre los cabellos. Lo que más le apetecía en
esos instantes era borrar la expresión de inquietud de Brooke, a besos, pero
sabía que eso implicaría empezar a cruzar un límite que se prometió a sí
mismo no volver a transgredir por una mujer.
Él tan solo apretó los labios brevemente.
—Gracias por esta noche, Brooke. Mañana puedes ir a hablar con Ben al
rancho —replicó con frialdad. No tenía interés en permanecer más tiempo con
esa mujer, porque acababa de confundirlo a un punto en que lo ponía de
nervios. Requería cabeza fría y no iba a conseguir ese propósito quedándose
con ella o haciéndole el amor de nuevo.
—Lincoln… —dijo cuando él estaba a punto de salir de la habitación—.
No sé qué ocurrió en tus experiencias pasadas con otras mujeres, pero no me
juzgues bajo el mismo parámetro. Estarías cometiendo un grave error.
Él se pasó los dedos entre los cabellos, no estaba de humor para hablar al
respecto. No tenía interés en darle explicaciones a Brooke.
—Seré yo quien juzgue si cometo errores —replicó.
Ella no quería terminar con esa vibra hostil, así que decidió ser una mejor
persona.
—No es mi interés aleccionarte —esbozó una sonrisa triste, consciente de
que, a pesar de haber compartido algo tan íntimo y sensual, la distancia entre
los dos continuaba siendo amplia. Se preguntaba si acaso sería posible
acortarla—. Me gustaría si pudiéramos ser amigos.
Él esbozó una sonrisa triste.
—Soy tu aliado de negocios y ahora tu amante —replicó con frontalidad y
sin matices—, pero no estoy seguro de que pueda compartir más allá de eso
contigo.
Ella bajó la mirada e hizo un asentimiento.
—Como prefieras… Ya sabes dónde está la puerta.
La confesión de Lincoln le generó muchas interrogantes y sabía que no
estaba siendo hiriente, sino sincero. Esto era algo que apreciaba, sí, aunque no
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en este instante.
Brooke, sin darle más importancia de la necesaria se incorporó de la cama
y entró en el cuarto de baño. Decidió que no iba a arruinar su posibilidad de
continuar recuperando Blue Oaks, por haber cedido a la tentación que implicó
Lincoln. No iba a mentir diciéndose que no le dolía el rechazo, gentil o no, a
su oferta de amistad. Pero era una mujer adulta y podía lidiar con una relación
de amantes, además de aliados de negocios.
Lincoln permaneció un instante más en la habitación, aun cuando escuchó
el agua de la ducha del baño cayendo copiosamente. No sabía cómo manejar
esta situación, porque era la primera ocasión en que una mujer había logrado
crear una ligera ruptura en su armadura, después de la nefasta experiencia con
Heidi.
Bajó las escaleras de la casa, no sin antes reparar en la muñeca de
porcelana, una delicada bailarina. La tomó y giró para leer la inscripción.
Para mi pequeña y dulce nieta. Que la música de la vida nunca te falte. Con
amor, el abuelo, Charlie. Lincoln esbozó una sonrisa y dejó el adorno en su
sitio. «Al menos tenía una pista sobre la infancia de Brooke y su familia».
Salió de la casa con la certeza de que continuaba muy firme su objetivo
principal: arruinar la gestión de Brooke en el rancho para que a Sarconni no le
quedara otra opción que venderlo. Además, ahora tenía otra meta adicional:
disfrutar el sexo con esa preciosa mujer, hasta que los días de ella en Austin
llegaran al final. Esto último sería en poco tiempo, por supuesto, y dependía
de qué tan caótico quedara Blue Oaks.
Lincoln se dio una larga ducha cuando llegó a su rancho y sintió especial
satisfacción al notar que tenía ligeras marcas de las uñas de Brooke en la
espalda, además la tenue huella de los dientes femeninos en su hombro
derecho. El mejor sexo de su vida, sin duda.
Una vez en la cama, el recuerdo del cuerpo de Brooke moviéndose con el
suyo fue la última imagen que ocupó su memoria. Antes de reprocharse su
debilidad, Morfeo le dio un puñetazo que lo dejó dormido.
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CAPÍTULO 12
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apenas tuviera otra oportunidad de despejar su agenda volvería para revisar
esos detalles.
—Estas galletas están deliciosas, gracias —dijo con una sonrisa cuando
terminó de comer. No estaba con mucho tiempo disponible, pero no podía
desairar a Willa.
Brooke ya había coordinado la demolición de los establos con la empresa
que le recomendó Lincoln. No solo eso, sino que también contrató a los
expertos en estudio de suelo para que edificaran un solo establo grande.
También solicitó un plano para construir un granero en mejores condiciones,
después de derribar también los preexistentes, con el fin de que pudiera
albergar la cosecha que, al no venderse de inmediato, necesitaría almacenarse.
Ya todo empezaba a fluir en su plan de trabajo, y estaba muy emocionada.
Su siguiente punto era pautar una reunión con un empresario ganadero
que iba a venderle diez cabezas de reses y quince cerdos. Según Lincoln,
Archibal Jones, daba los mejores precios del mercado y era un hombre que
podría dar un buen descuento. Todos estos procedimientos, le tomaron unos
días, tiempo en el cual Lincoln estuvo también bastante liado con sus asuntos
y se limitó a responder a sus preguntas.
En esos mensajes de texto hubo comentarios velados o sugerentes que
dejaron claro, de parte y parte, que no tardaría en repetirse un encuentro piel
con piel. De hecho, una de esas noches, Brooke y Lincoln tuvieron sexo
telefónico usando videollamada. Aquella fue una experiencia que la excitó, al
tener que tocarse dónde y cuándo él se lo decía; no antes ni después. Disfrutó
también dándole órdenes y viéndolo masturbarse, hasta eyacular sobre el
abdomen. Le pareció una locura que, al final, la hizo sonrojar; esa reacción
arrancó una carcajada de Lincoln. Después de esa jornada, Brooke se fue a
dormir con la sensación de que, con ese hombre, podría redescubrirse
sexualmente y encontrar diversión en situaciones que para otros parecían
usuales, pero para ella eran una deliciosa novedad.
Ella deseaba a Lincoln con una intensidad que la sorprendía, pero que
disfrutaba porque sabía que era mutua. Aunque necesitaba priorizar su
trabajo, y era precisamente esto lo que estaba haciendo ahora. Brooke le había
dado la batuta de mando a su cerebro y al mismo tiempo equilibraba sus
instintos. No era fácil. Quizá ayudaba un poco, para mantener su enfoque
claro, que Lincoln hubiera tenido juntas en la oficina hasta tarde y no hubiese
podido sorprenderla yendo a Blue Oaks para concretar, cuerpo a cuerpo, lo
que ambos se contaban telefónicamente como fantasías o anhelos. Detrás de
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esa fachada de hostilidad, Brooke empezaba a descubrir a un hombre
apasionado y cuyo sentido del humor compartía.
Aunque sus conversaciones eran ahora una mezcla de sugerencias y
flirteos sexuales, cuando hablaban de asuntos de negocios resultaba muy
estimulante. La experiencia de Lincoln, que él utilizaba para ejemplificar
cuando le explicaba algo a Brooke, era interesante. El hombre podría escribir
un manual de trabajo agrícola, por cada sector que conocía, si lo quisiera.
A pesar de sus largas conversaciones nocturnas de esos días, ella
continuaba percibiendo que él mantenía una férrea barrera sobre sí mismo; no
revelaba o daba a entender información que dejara entrever sus motivaciones
o emociones más profundas. Eso la apenaba. Sin embargo, como estaba tan
acostumbrada a sortear complejidades, su determinación de destruir, con
sutileza y empatía, esas capas de autoprotección que mantenía erigidas ese
sensual y mandón cowboy, era firme. Sabía que, tarde o temprano, tendría ella
misma que exponerse, pero algo en su interior le decía que merecería la pena.
Por otra parte, ella le dejó saber que, cuando necesitara dar el siguiente
paso en Blue Oaks, le pediría que recorriera, en esta ocasión, la zona de las
cosechas. Si bien Pete mantenía todo a punto, Brooke quería saber qué otras
maquinarias modernas podrían ayudar y, de ese modo, hacer una inversión
que mereciera la pena. Solo Lincoln podría darle ese punto de vista experto,
no solo porque era joven y estaba a la vanguardia, sino porque trataba día a
día con fieros competidores, y debido a ello de seguro estaba siempre un paso
delante de ellos.
—Siempre que le apetezca venir, está en su casa, señorita Sherwood —
replicó la mujer, mientras volvía a llenar al vaso de té fresco—. Por cierto, el
aire del campo le sienta muy bien. Incluso sus mejillas están un poco más
bronceadas.
—Es el trabajo duro de despertar cada mañana antes del alba —se rio—.
Qué silenciosa está la casa pasado el mediodía, pero me ha permitido notar
que este lugar es bellísimo.
Willa hizo un leve asentimiento.
—En el patio de atrás hay un jacuzzi y una piscina. Si le apetece nadar, en
el clóset del exterior, hay disponibles varios trajes de baño nuevos que a veces
trae la señora Kravath, porque algunas marcas conocidas le hacen obsequios
debido al negocio del SPA. Estoy segura de que al joven Lincoln no le va a
importar, total, está en Austin trabajando y si usted necesita un poco de
relajamiento, entonces le vendrá estupendo, más con este sol.
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—Oh, no, gracias —miró el reloj—, ya debo ir al centro a hacer algunas
diligencias. Seguro la piscina está deliciosa a esta hora, pero no me parece
adecuado.
Willa hizo un leve asentimiento.
—Si está aquí es porque se lleva mejor con el joven Lincoln ¿verdad que
no es tan ogro como parece? —preguntó retirando los platillos de la mesa—.
Es a la primera mujer a la que le permite venir, en un plan laboral o personal,
sin que él esté presente. Usted tiene algo especial, la verdad. Estoy segura de
eso, lo noté el primer día que vino aquí.
Brooke se echó a reír.
—Somos tan solo aliados estratégicos —dijo de buen humor—. Lo único
especial que tengo por ahora, en ámbitos rancheros, es mi habilidad para la
tecnología.
—Bah —sonrió—, a este muchachito lo conozco desde que andaba en
pañales. Le puedo asegurar que ninguna mujer ha venido a esta casa en años,
sin que él estuviera presente.
—Él me está ayudando a implementar mejoras en Blue Oaks y yo me
ofrecí a analizar el software del rancho. Que ya lo he hecho hoy.
Intercambiamos un favor por otro.
El ama de llaves se sentó frente a Brooke sin perder el buen humor.
—Con el mayor respeto, señorita Sherwood, estoy vieja, pero tengo una
gran capacidad de intuición. Sé que estoy siendo un poco infidente, sin
embargo, creo necesario decirle que el señor Lincoln, aunque a veces es
gruñón, es un jefe justo y un buen hombre.
Brooke ladeó ligeramente la cabeza.
—Entiendo que sienta la necesidad de protegerlo, pero no se preocupe,
somos solo amigos, Willa. Quizá sea tan solo que le gusta discutir conmigo
—replicó incorporándose con una sonrisa, no iba a hablarle a nadie de sus
aventuras sexuales o intenciones de aprovechar a su espectacular amante el
tiempo que durara—. Gracias por el té. Espero verla pronto.
—Señorita Sherwood… —dijo cuando la vio a punto de salir.
—¿Sí?
—El joven Lincoln es un gran ser humano, pero si necesita que le ajusten
las tuercas, entonces puede contar conmigo para que eso suceda. Es decir, ya
que son amigos, ¿verdad?
Brooke soltó una carcajada.
—Lo tomaré en consideración.
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Después de salir de HomeDepot, una tienda que vendía materiales de
pintura e implementos para casas o construcción, y pedir que le hicieran el
envío de la compra a la dirección de Blue Oaks, Brooke visitó las oficinas
principales de Wild Homes para hablar con la asistente de Matteo y entregarle
las facturas de la compra. El casco empresarial de Austin era muy simpático,
en especial porque tenía varias zonas de parques o pequeñas plazas para
sentarse a descansar. En general, la vibra de la ciudad era calmada, salvo la
hora punta, como en toda ciudad del mundo, en que las personas iban más a
prisa.
Georgia la recibió con la usual sonrisa y amabilidad. El personal que
trabajaba para Matteo no sumaba más de diez personas. El piso estaba en el
número veinte de un edificio inmenso y había suficiente espacio para andar en
un scooter sin tropezar. La decoración era fantástica y provocaba ganas de
quedarse alrededor; quizá era intencional para los potenciales clientes que
utilizaban Wild Homes para compra y venta de bienes inmuebles.
Una vez que le aprobaron el reembolso y charló brevemente con Georgia,
esta le dejó saber que el pago de todos los salarios de ese mes ya había sido
realizado antes de lo previsto, para todos los empleados. Le sugirió revisar su
cuenta bancaria cuando le apeteciera, porque estaba incluida la bonificación
de bienvenida que, por regla prestablecida desde la creación de Wild Homes,
era política empresarial. Esto era una novedad fabulosa para Brooke.
—Esa es una gran noticia —dijo con entusiasmo—, gracias.
Georgia siempre tenía una sonrisa amable.
—Matteo me comentó que eras una persona muy diligente, Brooke, y noto
que, en estas semanas, has empezado a darle a Blue Oaks el cuidado que su
dueño no ha podido. Me alegra que tomes a cargo ese rancho, pues siempre le
sugerí a Matteo que no lo vendiese.
—Quizá pueda cumplir mi propósito y ningún comprador tendrá acceso a
él —replicó Brooke con optimismo, pues al fin y al cabo ese era el motivo por
el cual había sido contratada—. Mi buen amigo Matteo no querrá venderlo
cuando vea lo increíble que va a quedar en unos meses más, Georgia. ¡Incluso
te invitaré a pasarte por él!
Ella soltó una risa.
—Uno de los compradores es muy persistente y recursivo, pero ya
veremos —replicó. Brooke quiso indagar al respecto, porque estaba segura de
que tendría éxito en su gestión y daba igual el comprador interesado—. Hasta
que actualices tu licencia de conducir tienes a disposición el uso de Uber o
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Lyft. Por favor, úsalos sin remordimiento, que nuestro jefe sabe que tus
traslados son largos y necesarios.
—¿Comentó contigo el tema de los costos del Uber o Lyft? —preguntó,
porque antes de pasar por Wild Homes ya había llenado las formas y pagado
la documentación para renovar su licencia de conducir. Tan solo era cuestión
de días y verificación para tenerla.
—Brooke, Matteo y yo hemos trabajado juntos durante cinco años. Casi
tenemos una comunicación telepática —dijo riéndose—. No hace falta que lo
comente conmigo.
—Ohhh —murmuró, al comprender que detrás de ese comentario existía
información sobre la clase de relación laboral que, quizá, trascendía las horas
de oficina—. Entiendo.
Georgia hizo una ligera negación.
—No te equivoques, porque veo que tus conjeturas van por el camino
equivocado —dijo Georgia al notar la expresión de Brooke—. Matteo es más
bien como un hermano mayor —le hizo un guiño—. Si existe algo entre
ustedes, pasado o presente, no es de mi incumbencia. Tan solo hago mi
trabajo. Lo que necesites, aquí estoy.
Brooke soltó una carcajada y meneó la cabeza.
—Vale, gracias —replicó.
—Envíame todos los justificantes de gastos que hagas. Recuerda también,
por favor, poner en copia a Matteo, los correos que me envíes de temas
administrativos, para agilizar los procesos internos de finanzas. ¿Sí?
Brooke hizo un asentimiento y se marchó.
Llevaba en un bolso la ropa de ejercicio, porque esa tarde tenía clase de
zumba. Se había inscrito para practicar dos veces por semana, pues no podía
permanecer enclaustrada trabajando en el rancho por más maravilloso que
este fuera. Así, de paso, empezaba a crear un nuevo círculo de conocidos en
Austin. Eligió zumba, porque la ida a hacer hiking había sido todo un
desastre; casi se desmaya por el exceso de calor y tuvo que detenerse a medio
camino, retrasando con ello a las otras diez personas que estaban inscritas.
Para no volver a pasar por el mismo suplicio optó por cancelar esa actividad
como posible aventura para repetir.
Aunque la buena noticia era que había intercambiado contactos con esos
aficionados del hiking, así que podía ir sumando otras personas que conocía
alrededor. No porque fuera idiota y creyera que serían amigos, pero, si se
llegaban a topar en la ciudad, podrían saludarse.
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Le parecía curioso cómo las personas minimizaban lo importante que a
veces resultaba poder, simplemente, saludar a alguien de la mano; saber que
conocías a otra persona, en especial si era un entorno nuevo, daba una
sensación de ser parte de algo. Los pequeños detalles eran los que lograban
construir o cambiar perspectivas.
Una hora más tarde, con los músculos agotados, Brooke terminó la clase
de zumba.
El saldo era un cuerpo más relajado, sesenta minutos en los que se olvidó
de todo y aparte hizo dos amigas: Jennie y Lola. Quedaron en ir a tomar algo,
después de la siguiente clase. Aunque no era una promesa, al menos tenía dos
personas adicionales en su lista de conocidos. En un mundo que estaba en
construcción constante esto era una ganancia.
El gimnasio tenía duchas, así que aprovechó para utilizarlas y quitarse el
sudor del ejercicio. Cambió la ropa sucia por la que tenía en su bolsa: un jean,
botines y una blusa de tono palo de rosa. Consideraba que había sido un buen
día. Fue al salón de belleza para que le cortaran el cabello. Le aplicaron
reflejos color caramelo a su melena rubia. Las capas suaves le dieron mejor
movimiento a su cabellera y dejó un resultado espectacular. Se miró en el
espejo y se echó a reír. Casi parecía haber recuperado a la Brooke de meses
atrás: segura de sí, sin ataques de ansiedad y con la ilusión de construir un
mejor presente para disfrutar el futuro.
Aún le quedaba tiempo para deambular alrededor, así que se tomó un rato
para caminar por el casco empresarial de Austin, entrar en algunas tiendas
bonitas y disfrutar un poco, después de haber tenido largos e intensos días de
trabajo. Cuando sintió que era momento de volver a casa solicitó un Uber. El
tiempo de llegada sería de veinte minutos, así que optó por cruzar la calle y
sentarse a esperar en una de las banquetas del parque cercano.
Empezó a revisar sus mensajes de texto. Ninguno de su madre. Tres del
abogado de la familia que le pedía, por favor, llamarlo de regreso por un tema
que no podía mencionar por mensaje de texto. Ella ignoró esa petición de
Yves Janison. Otro mensaje era de Kristy. Con una sonrisa deslizó el dedo
sobre la pantalla, pero en lugar de escribirle optó por llamarla. Su amiga
respondió al instante.
—¡Hola, mujer ranchera yiiija! —dijo Kristy entre risas—. Eso sonó
horrible.
Brooke esbozó una sonrisa.
—Hey, te he echado en falta. ¿Ya tienes definido cuándo podrás venir a
visitarme?
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—¡Sí! Por eso te escribí, pero como sufres de desesperación —se rio—,
no leíste. El próximo fin de semana tengo un break. Iré con cinco amigos a
Austin y ya hemos reservado un hotel. Será estupendo vernos. ¡Te tengo que
hablar de este camarógrafo con el que estoy acostándome! Que no irá a
Austin, por cierto, así no me quita la posibilidad de divertirme a gusto con
otro, ya que es solo una aventurilla. Pero, Dios, este hombre es fenomenal. No
sabes las maravillas que sabe hacer con su boca. El gustillo me durará lo que
tarde en finalizar el rodaje de esta serie. ¿Quién dijo Bridgerton? —se
carcajeó.
Brooke soltó una risa suave. Le gustaba lo genuina y alocada que era
Kristy.
—Puedo acomodarlos a todos en Blue Oaks —replicó—, en
sleeping-bags, claro. ¡Qué gran ilusión me hace verte, en serio! Un rostro
conocido y querido.
—Y a mí, no creas que esta vida de celebridad en progreso al éxito es
fácil —sonrió, mientras bebía de su vaso de sangría; estas eran pequeños
privilegios cuando se rodaba en un set con alto presupuesto—. Con respecto a
que mis amigos se queden en Blue Oaks, pues estamos hablando de
celebridades que tienen alergia a lo rústico. Al ser mis compañeros de reparto
no puedo hacerles el feo y dejarlos de lado, en especial cuando sugerir Austin
como destino fue mi gran idea. Nos quedaremos en un hotel, pero aprecio
muchísimo tu oferta. Aparte de todo esto, ¿cómo estás? ¿Novedades con el
vecino?
Brooke sonrió para sí.
—Estoy muy bien, la verdad es que este empleo me cayó como un regalo.
Lo único que me preocupa es la conversación con Matteo. Imagino que no
tardará en volver de Europa dentro de unos días… Después de ese episodio
que nos alejó, no quise hablar con él al respecto, ya lo sabes, pero ahora será
inevitable.
—Al menos, al marcharse de California, ustedes quedaron en buenos
términos. Ya lo resolverás. Aparte de eso ¿te acostumbras a vivir en Blue
Oaks? De lo último que hablamos fue que estabas empezando a habituarte a
los horarios raros de despertar al alba, el funcionamiento de un rancho, lidiar
con capataces y plantilla de empleados de campo…
—Curiosamente, sí. Esto es muy diferente a Los Ángeles. Me encanta.
Siento que estoy reconstruyendo algo increíble, a través de mí trabajo. Es
agotador, pero me apasiona aprender. Dormir con el silencio y compañía de la
naturaleza es algo que jamás creí que pudiera valorar, pero lo hago. Ahora
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tengo dinero para empezar a pagar mis deudas y poco a poco seré libre de
toda la debacle financiera en la que me dejaron mis padres. Por cierto, ya te
he enviado el primer depósito como parte de los cinco mil dólares que me
prestaste.
Kristy soltó una exhalación.
—Ya te dije que no tienes que pagarme nada, eres necia, en verdad —
replicó—. Aparte de esto, por favor, recuerda siempre que tienes una gran
fortaleza interior, Brooke, no hay nada que pueda destruir tu espíritu. Y si
acaso existe una amenaza de ello, no des un pie atrás. Nada más llegar a
Austin tendremos tiempo de emborracharnos a gusto e ir de fiesta. Por cierto,
me acompañará Robbie Darmot y está tan soltero como tú ¿qué tal eso? ¿Eh?
Para que notes que siempre estoy pensando en tu bienestar y el de tus
abandonadas partes femeninas.
Robbie era una mezcla de Johnny Depp con Brad Pitt en sus años
juveniles. Alto, rubio, ojos verdes, con tatuajes increíbles en los brazos y un
cuerpo diseñado para enloquecer a las mujeres de todas las edades. No solo
eso, sino que era el clásico actor con actitud rebelde y desafiante que
conseguía salirse siempre con la suya y llenar salas de cines en todo el
mundo. Además, claro, Robbie era un Don Juan. Si estaba soltero, no sería
por mucho tiempo, porque el actor neoyorkino y radicado en California
cambiaba de pareja como de pijama.
—Kristy —Brooke soltó una carcajada—, ni loca me pongo en el radar de
uno de los hombres más fotografiados de Hollywood. Me encantaría
conocerlo, pero no quiero aparecer, después del escándalo de mi familia, en la
prensa. Sería horrible.
—Eso es comprensible, llevas razón —dijo en tono meditabundo—. ¡Hey!
Entonces mudamos la fiesta del pub y la organizamos en la habitación del
hotel al que vamos ¡será épico! Como en los viejos tiempos, Brooke. No
habrá cámaras. Estoy segura de que vas a gustarle a Robbie, y una noche con
él en la cama será perfecta y todo lo que necesitas para…
—Me acosté con Lincoln —interrumpió para que Kristy dejara de
balbucear sobre sus planes con Robbie—, hace pocos días.
—¡Oh, por Dios! ¡Ohhh, por Diosss! —exclamó Kristy dando saltitos de
un lado a otro en el tráiler que le había asignado durante el rodaje—. Un
vaquero, sexi y todo salvaje, roaaarrr. Envidia absoluta la mía. Entiendo ahora
tus reparos con el pobre Robbie. —Brooke se carcajeó—. ¿Cómo estuvo el
señor Kravath, oh, amo de Texas y ahora de tu cuerpo?
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Brooke se limpió las lágrimas de la risa, si alguien la escuchaba seguro
pensaba que había perdido la cabeza. Reír era tan liberador. Su amiga, en
serio, era única.
—Kristy —rio—, cállate, no puedo hablar si me haces llorar de la risa —
carraspeó y tomó una respiración—. Fue una de las experiencias sexuales más
increíbles que he tenido nunca. Lincoln es generoso y sus besos son otro
nivel.
—¡Te acostaste con ese buenorro y te olvidaste de Miles, el pendejo! —se
rio—. Me desmayo de la emoción —exclamó con su habitual teatralidad.
—Sí, aunque noté que hay algo en él que no lo deja confiar por
completo… No sé… Le ofrecí ser amigos, pero me dijo que éramos amantes
y aliados profesionales.
—Ouch. ¿Qué vas a hacer al respecto?
—Aprovechar su conocimiento para sacar adelante Blue Oaks y si no se
comporta de nuevo como el cretino de la primera ocasión que nos vimos,
entonces quizá pueda considerar acostarme con él de nuevo… varias veces —
dijo soltando una risa queda—. Me encanta cómo me hace sentir. No sé, tiene
una magia con su cuerpo y la forma en que me toca. Me sentí tan deseada y
aumentó la seguridad en mí misma. Además, cuando conversamos, el hombre
tiene un cerebro privilegiado y si a ello le sumas que sabe usar su cuerpo
muy, pero que muy, bien, el resultado es apabullante. Creo que todas las
mujeres deberían tener un amante tan concienzudo y generoso como Lincoln
Kravath.
—Shhhh, no lo digas tan alto que lo luego alguna zorra te lo querrá quitar.
Brooke meneó la cabeza, porque Kristy tenía unas ocurrencias fuera de
este mundo.
—Okey, lo tomaré en consideración.
Kristy se echó a reír. Uno de sus compañeros le hizo una seña de que era
momento de regresar al escenario para filmar, así que le respondió con otra
seña diciéndole que pronto iría.
—Disfruta el sexo, querida amiga. Nos vemos prontito y la pasaremos
genial. ¡Te quiero! Recuerda que ¡cero arrepentimientos! —dijo, antes de
cerrar la llamada.
Brooke se quedó con una sonrisa en el rostro.
Ahora que había tenido una catarsis física con Lincoln, también podría
considerar una más personal sin esperar algo a cambio. Las expectativas eran
las que siempre terminaban arruinando las relaciones de todo tipo. Tal vez
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podrían crear una amistad sin necesidad de imponerlo como un tema sobre el
tablero; algo que fluyera paulatinamente.
La risa de una pareja la instó a quedarse sentada en la banqueta, en lugar
de incorporarse para ir a buscar un dulce o algo de comer como era su
intención. La mujer era negra, alta y llevaba un vestido celeste que le sentaba
como un guante, entre sus brazos cargaba un bultito que lloraba. El hombre a
su lado, blanco y de cabellos negros, le acariciaba la cabecita al bebé. Brooke
no supo que había estado llorando hasta que su visión se nubló. Casi de forma
instintiva posó la mano sobre su abdomen y bajó la mirada.
Se preguntó cómo habría sido si su embarazo hubiera llegado hasta el
final, y la enfermera le hubiese entregado una niña o un niño, pequeñito y tan
suyo, en brazos, en lugar de disculparse por no poder hacer nada al haber
tenido un aborto espontáneo. Brooke sabía que no le habría importado si el
nene lloraba o si el imbécil de Miles decidía largarse y dejarla. Ser madre
soltera le hubiese dado igual, porque habría amado a su bebé con locura. La
vida le arrebató a esa pequeña vida de su vientre antes de que hubiera sido
posible conocerlo. Cada vez que veía un bebé su corazón se agitaba de
emoción y añoraba, con una pasión que era inexplicable, tener uno propio
para amarlo.
Soltó una larga exhalación. Esperaba algún día formar una familia.
La alarma del teléfono le notificó que el Uber acababa de cancelar.
Brooke maldijo en silencio, pero no tuvo otro remedio que pedir otro
transporte, en esta ocasión Lyft. La aplicación señalaba que tendría que
esperar, hasta que fuera posible ubicar un coche, porque no había ninguno en
la zona disponible debido a la alta demanda.
La panza le rugió, porque ya eran las cuatro de la tarde, y no había
comido. Además, después de quemar tantas calorías, necesitaba alimentarse.
Guardó el móvil y empezó a deambular por los alrededores. Los restaurantes
tenían precios ridículamente altos, pero quizá era momento de darse un
pequeño gusto. Optó por entrar en un restaurante italiano que se veía muy
bien, además que no parecía tan atiborrado de gente.
La guiaron hacia una mesa para dos personas. Ella dejó su bolso de
gimnasio en la silla contigua y el móvil sobre la superficie. Apenas terminara
de comer pediría otro transporte.
—¿Qué le sirvo, señorita? —preguntó el camarero con una sonrisa
amable, al notar que ella pasaba las páginas del menú—. Le puedo decir la
especialidad de nuestro chef.
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El local estaba decorado con piedra y madera. La música de fondo era
muy tenue. Le pareció a Brooke identificar la voz de Andrea Bocelli. Los
comensales que estaban en la mesa contigua lucían ropa bastante chic. Ella no
se sentía fuera de lugar, porque con su nuevo corte de cabello, la tarde de
zumba y su reciente paga en el banco, tenía más cosas que celebrar. No quería
permitir que lo ocurrido en el parque, al ver a esa pareja joven, la
entristeciera.
—Oh, gracias, creo que comeré espagueti carbonara y una taza de té.
—El vino de la casa es muy bueno —dijo mostrándole la carta.
—De acuerdo, gracias, lo dejo a su elección. Una copa de vino, entonces.
—Ahora mismo, señorita.
Mientras esperaba la comida, Brooke empezó a trabajar respondiendo
correos electrónicos de proveedores. Después llamó a Mildred para pedirle un
informe, porque ese día ella iba a quedarse en la casa. Le preguntó si ya se
habían derribado los establos antiguos y si los encargados de analizar el suelo,
para construir el área de almacenamiento, hicieron su parte con el granero. El
ama de llaves le aseguró que todo se llevó a cabo de la forma esperada, pero
que no comprendía por qué decidió echar abajo los establos y graneros, pues
eran una parte importante de los ranchos y que, aunque ignoraba temas de
negocios de esta naturaleza, la idea era tener más espacios o compartimentos
para maniobrar mejor. Brooke tan solo le dijo que era parte de una nueva
estrategia, y el ama de llaves no replicó al respecto.
Una vez que le sirvieron el espagueti, ella empezó a degustar con
entusiasmo.
Se detuvo para beber el vino, que estaba muy bueno tal como prometió el
camarero, y observar alrededor. Lo cierto es que hubiera sido mejor mantener
la atención enfocada en su comida o el trabajo, en lugar de andar de curiosa.
En una de las mesas, a varios metros, estaba Lincoln, muy sonriente, con una
mujer que Brooke ya había visto anteriormente. Alina.
—Me alegra haber llegado a un acuerdo con tu padre, Alina, y espero que
nuestros equipos de trabajo se pongan a delimitar los aspectos legales —dijo
Lincoln riéndose, después de que ella soltara una broma sobre lo complicado
que era conseguir un espacio para hablar con él—. Una lástima que Chuck
haya decidido marcharse, en lugar de comer con nosotros.
Alina lo había ido a buscar a la oficina con su padre, el alcalde de Austin,
porque la barbacoa prevista para hablar con amigos sobre el plan de trabajo
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político y demás, debido a un evento importante de Chuck fuera de Austin, se
había cancelado. Sin embargo, Alina le aseguró a Lincoln que su padre quería
hacer negocios con Golden Enterprises y que esa tarde era el momento ideal
para poder concretar algo.
Ella había decidido visitarlo en la corporación de los Kravath. Por
supuesto, él ¿cómo iba a negarse a hablar con el alcalde de la ciudad y amigo
de su familia? Habría sido un gran error táctico, además de que ser la primera
opción como proveedor de un negocio de alto rango, como el que pretendía
desarrollar dentro de tres meses Chuck, era un privilegio.
El acuerdo al que llegaron ambos hombres fue muy interesante para
Golden Ties. Los restaurantes que el alcalde pretendía abrir se considerarían
operar también en otras ciudades, para ello necesitaría las cabezas de ganado
del rancho Kravath. Aunque, concretar esos puntos, ya sería con abogados
presentes que generarían un contrato en firme.
Lincoln sabía que Chuck era un hombre de palabra, así que podría
considerar ese negocio millonario para su empresa como un hecho. Tan solo
por lo anterior no le reprochó a Alina, quien siempre fue consciente de que su
padre no podría comer con ellos en ese restaurante, que prácticamente lo
dejara sin opción y accediera a comer juntos. Ella estaba actuando como si
esta fuera una cita, en lugar de un común encuentro de amigos.
Lincoln no había alcanzado a almorzar debido a la cantidad de trabajo y
no le vino mal la posibilidad de tener un receso. Sin embargo, no le gustaban
las tácticas de su amiga para pasar tiempo con él y no encontraba forma de
hacerle entender que lo de ambos jamás llegaría a algo más que lo que tenían
desde hacía varios años: amistad. Necesitaba ser, por primera vez con ella, lo
más tajante posible, pero sin lastimarla. La mujer era una buena persona.
—Lincoln, me gustaría pedirte un favor adicional —dijo sonriéndole,
mientras extendía la mano para agarrar la de él.
—Alina, sabes que eres una amiga a la que aprecio mucho, pero no me
agradan las muestras públicas de afecto —replicó con suavidad, aunque era
una excusa, porque el toque de ella no le gustaba en absoluto, en especial
cuando sabía que estaba interesada en él, pero no podía corresponderle. De
inmediato, ella apartó la mano y murmuró una disculpa—. ¿En qué puedo
ayudarte? —preguntó solícito.
Ella esbozó una sonrisa. Esa tarde llevaba un vestido en tono menta, un
maquillaje impecable y el cabello recogido en una coleta alta que destacaba
sus pómulos y labios.
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—Sabes que me gusta cuidar de los intereses financieros y emocionales de
mis amigos cercanos, y también de aquellos amigos que me gustaría que
fueran algo más —se rio bajito, sonrojada—, en todo caso, Lincoln, el fin de
semana hay una fiesta a la que asistirán empresarios extranjeros, será algo
privado, pero han venido a Texas porque quieren comprar tierras y también
asociarse en negocios ganaderos de alto perfil. Por ser hija del alcalde tengo
acceso a información privilegiada y a eventos de esta categoría, en especial si
son privados. ¿Te gustaría acompañarme? —preguntó con una sonrisa—. Es
en el Hotel W Austin.
Lincoln ya había tenido suficiente de Alina, sus favores, aunque fuesen de
buena fe. Su tolerancia tenía un límite y, a pesar de los buenos tiempos y
experiencias juveniles en grupo de amigos, no quería que ella continuara con
esa clase de insinuaciones directas e indirectas.
—La verdad estoy bastante ocupado, pero gracias. Aprecio que tengas
gestos de generosidad conmigo y me gusta poder apoyarte con tu tienda o tus
emprendimientos. Lo único que quiero dejar claro, sin lastimarte o que te
puedas ofender porque no es lo que pretendo, es que da igual cuántas
ocasiones tengamos para encontrarnos, hablar, ir a pubs o vernos en casas de
nuestras familias. Jamás voy a verte como algo más que solo una amiga. No
me siento atraído por ti de ese modo, no es algo que vaya a cambiar y no
quiero arruinar nuestra amistad. Lo último en lo que pienso es en darle un
anillo de compromiso a una mujer. Solo busco entretenerme y conocer
posibilidades; ninguno de esos escenarios es contigo. —Ella bajó la mirada y
se mordió el labio inferior nerviosamente, él hizo una mueca, pero no
extendió la mano para tomar la de ella, pues quitaría el sentido a lo que estaba
hablando—. Alina, te mereces a alguien que esté dispuesto a todo por alguien
tan valiosa como tú. Ese alguien, no soy yo, no quiero ser yo, no puedo ser yo
—expresó con sinceridad. Lo dijo en un tono que dejaba claro que había
llegado a su límite—. No quiero volver a tocar esta clase de temas, ni que
nuestra amistad se vuelva incómoda. ¿Queda claro?
Ella apretó los labios e hizo un asentimiento breve.
—Lo entiendo… —murmuró elevando la mirada—. Esto no cambiará que
procure velar por ti o tu bienestar. ¿Estás de acuerdo con eso? Me preocupo
por mis amigos…
Lincoln soltó una exhalación.
—Es lo que haría cualquier buen amigo, Alina, ver por el otro. Gracias —
miró el reloj—, ahora ya tengo que marcharme. La cuenta, por supuesto, la
cubriré yo.
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Ella tan solo murmuró un agradecimiento. No estaba dolida, porque él no
estaba lastimándola, pero le habría gustado que, después de tantos años,
Lincoln la viese diferente.
—Lo aprecio… Gracias por ser honesto conmigo.
—Es lo que mereces, Alina, no podría seguir así contigo —replicó con
amabilidad.
—Por cierto, ¿vas a considerar la sugerencia de mi padre de empezar a
considerar una carrera política a su lado si es elegido gobernador? El cargo de
asesor financiero te vendría increíble y los Kravath tienen muchísimos lazos
en la sociedad texana. Serías un éxito, Linc.
Lincoln meneó la cabeza.
—Esa clase de asuntos convierten la vida personal de alguien, en un circo
mediático. No estoy dispuesto a someter a mi familia a ese tipo de escrutinio.
—Sí, es algo a lo que he estado habituada desde hace muchos años.
Comprendo lo que dices, pero, si te animas a mi padre le haría ilusión. El
estudio de antecedentes, récords financieros y tal sería superrápido, porque la
reputación de tu familia es intachable. El resto involucraría tan solo al equipo
de publicistas, politólogos, sociólogos, estrategas…
—No me voy a animar, Alina —interrumpió—, y te agradecería que no
menciones el tema a Chuck. Quiero mi vida lejos de los periodistas y
chismosos.
Ella tan solo asintió levemente.
Lincoln elevó la mano para señalar al camarero, pero al hacerlo sus ojos
se cruzaron con un rostro en el que había pensado todo el día; todos esos días.
La expresión que notó en Brooke no le gustó en absoluto. Ella tan solo elevó
la copa que tenía en la mano y bebió un trago. Después esbozó una sonrisa,
que no tenía nada de alegre y sí mucho de desdeñosa, y le habló al camarero.
Lincoln imaginaba que estaba haciendo conjeturas que, probablemente, no
eran las adecuadas. Él se sintió terrible, porque era la segunda ocasión en que
ella podría llegar a pensar, con justa razón, que le había mentido sobre Alina
o el hecho de que él no estaba saliendo con ninguna otra mujer. La posibilidad
no le gustaba para nada.
¿Por qué carajos empezaba a importarle lo que sintiera o pensara Brooke
Sherwood, la princesita de Los Ángeles, la piedra en su camino, pero la única
capaz de cautivarlo en la cama de una forma sublime? Joder.
Que no tuviera intenciones de formalizar una relación amorosa, sino
mantenerla como algo pasajero, no implicaba que él fuese alguien que le
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gustara mentir para estar con varias mujeres al mismo tiempo. Ya no, al
menos. Esa etapa había quedado atrás hacía años.
El Lincoln de ahora era más maduro y responsable. Si estaba con una
mujer o le interesaba una en particular, entonces antes de pensar en otra, lo
decía claro y de frente. No se andaba con rodeos ni medias tintas. «¿Y qué se
había hecho Brooke en el cabello? Estaba preciosa». Al parecer no era el
único que lo notaba, porque unos imbéciles la estaban mirando como si
quisieran que ella fuese el postre al final de la comida. «Hijos de puta».
Solo recordar sus besos y la forma en que su cuerpo había respondido al
suyo, lo excitaba. Esa mañana, Ben le había informado que el software del
rancho funcionaba a la perfección gracias a ella. Lincoln quiso llamarla para
agradecerle, por cumplir su palabra y mantener la integridad del acuerdo, pero
entre una y otra reunión, lo tuvo que dejar pendiente para más tarde en el día.
Su único cargo de conciencia era que ella estaba ayudándolo por los motivos
correctos, pero él, lo hacía por razones egoístas. Si su viñedo estaba de por
medio, entonces, la verdad, es que no quería ahondar en reflexiones
circulares.
Por otra parte, no le parecía bien que Brooke se llevara la impresión de
que era un mentiroso sobre este asunto con Alina. La opinión de las mujeres
sobre él no le importaba, porque se acostaba con ellas un par de noches y
luego pasaba la página. Sin embargo, con Brooke era distinto de modos que
no podía explicar. Él estaba harto de las mujeres que intentaban complacerlo
sin dar su verdadera opinión por temor a que él las dejara o se enfadara o
quién sabría qué tonterías. En el caso de Brooke, la mujer sabía guiar una
conversación, además de mandarlo al carajo cuando era preciso. Ella era su
equivalente en femenino.
A medida que fuese encontrando más aspectos de Brooke, porque sería
inevitable al pasar tiempo en Blue Oaks, y ella, en Golden Ties, resultaría más
difícil, aunque no imposible, continuar su cruzada para que se marchara del
rancho de Sarconni y le dejara el campo libre para continuar el proceso de
adquisición de Blue Oaks. Quería su viñedo.
—Veo que tu rechazo hacia mí, en realidad se debe a alguien en
específico ¿tiene un nombre esa mujer? —preguntó Alina, trayendo la
atención de Lincoln hacia ella.
Por un instante, él se olvidó de que estaba comiendo con otra persona.
«Dios».
—No sé de qué hablas —replicó, mientras le daba la tarjeta de crédito al
camarero y notaba que Brooke también recibía su recibo de pago.
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Alina se echó de reír, mirando de soslayo a la chica rubia.
—Vamos, Linc, esta es de las pocas veces que te noto tan distraído por
una mujer. Debería ofenderme el haber perdido tu atención, pero ahora
entiendo. Ella es muy bonita y tiene unos pómulos envidiables. ¿Me dirás
quién es…?
Lincoln miró brevemente a Alina.
—Se llama Brooke y no es de Texas —replicó—. Me tengo que marchar.
Ha sido un placer hablar contigo y gracias por llevar a tu padre a la oficina.
Ella lo miró con una sonrisa.
—Te gusta mucho esta Brooke, por lo que veo —dijo—. Espero que
merezca la pena.
Lincoln le dio un beso en la mejilla, pero no respondió el comentario. No
tenía ningún sentido hacerlo. No le gustaba ventilar sus asuntos personales, en
especial uno que estaba saliendo por esa puerta con la probable errónea
impresión de que él era un embustero.
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hubiera entrado a ese restaurante, no hubiera decidido hacer sus diligencias en
Austin, entonces habría permanecido ciega. Ahora tenía la prueba vívida de
que Lincoln era un mentiroso.
Menos mal Kristy llegaría dentro de poco a Austin. ¿Robbie Darmot? Por
supuesto que iba a tomarse el tiempo de pasársela bien con ese hombre que, a
diferencia de otros, era de aquellos que se veía solo una vez en la vida. No
porque fuese especial, sino porque se trataba de un actor de Hollywood con
un mundo aparte al suyo. Aquí te pillo y luego me olvido. Aquella clase de
experiencias, anécdotas, se guardaban para contar hasta la vejez.
Continuó su camino, atravesó la verja del parque, y anduvo por el
caminillo de piedras. La mano de Lincoln la agarró con rapidez y con un
impulso gentil, pero no por eso menos contundente, la giró para que lo
mirase.
—Brooke —dijo con firmeza—, escúchame.
Ella intentó soltarse sin éxito. Apartó la mirada.
—Estoy ocupada, alejándome de ti, porque tengo cosas por hacer.
Suéltame.
—Por favor, mírame —pidió con suavidad, mientras le tomaba ambas
manos entre las suyas, tirando ligeramente de ellas—. Existe una explicación
para lo que viste.
—Lincoln —expresó mirándolo con altivez—, me dijiste que no tienes
interés en ser mi amigo. Lo acepté y comprendí. Me dijiste que somos
amantes y aliados estratégicos. Esto lo llevo claro. Sin embargo, me afirmaste
que no estabas con otra mujer, porque te dije que jamás haría algo para
lastimar en una relación y tampoco me gusta ser la tercera en discordia. Creí
en tu palabra, aunque ahora veo que fue un error.
Él hizo una negación y le tomó el rostro entre las manos. La miró con
fiereza.
—Te equivocas. —Brooke puso los ojos en blanco y fue a apartarle las
manos a Lincoln, pero él parecía decidido a hacerse escuchar—. Lo que viste
fue a Alina y yo teniendo una conversación. Su padre, el alcalde, vino a
verme por negocios y ella sugirió comer juntos. El alcalde no pudo venir al
almuerzo, entonces quedamos solos. Fue un truco de su parte, sin embargo,
no podía negarme, primero, porque los Marcs son amigos de mi familia desde
hace muchos años; segundo, porque acababa de conseguirme un contrato
millonario para Golden Ties con su padre; tercero, le dejé claro que no estoy
interesado en ser algo más que amigos con ella. Siempre ha sido así: Alina
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Marcs es una amiga, ella es la que ha intentado ser algo distinto, pero no le he
dado motivos para pensar que existe una posibilidad.
—No te he pedido explicaciones, Lincoln —replicó complacida con la
explicación, por supuesto, pero no iba a decírselo. ¿Una inmadurez? Quizá.
Él apartó las manos de las mejillas y le tomó las manos de nuevo.
—Yo tampoco suelo darlas, pero quiero dártelas a ti. Alina se dio cuenta
de que estaba mirándote y comprendió el motivo de que no tuviera interés
sexual o atracción hacia ella o con otra mujer. Somos amantes, Brooke, y
cuando tengo una amante no follo con otra. Mi relación en ese aspecto es
exclusiva. Si no te respetara, entonces no me habría acercado a buscarte para
darte una explicación que, jamás, doy a nadie. Esta es la verdad.
Ella bajó la mirada, no tenía ganas de discutir, y maldito fuera, porque
estaba diciéndole la verdad. Lo notaba en la manera en que no tartamudeaba o
elaboraba información sacada de una chistera. Sus datos eran concretos y
directos. Lo notaba porque sus ojos azules eran diáfanos y observaban los
suyos con una potencia devastadora; una potencia como aquella de quien
llevaba un estandarte en la guerra para decir que eran los buenos.
—¿Qué crees que ganas explicándome? —preguntó consciente de que sus
manos continuaban entrelazadas. Le gustaba sentir los dedos fuertes de
Lincoln sujetando los suyos.
—Que confíes en mi palabra.
Ella soltó una exhalación y desconectó sus dedos de los de él.
—Me tengo que marchar al rancho, ya he tenido mucho tiempo en el
centro de Austin con mis asuntos —dijo, apartándose para solicitar un coche
en el móvil.
Él posó con suavidad la mano sobre la pantalla del iPhone de Brooke.
—Yo he terminado mi jornada de trabajo, te llevo a Blue Oaks —mintió,
porque todavía le quedaba un montón de correos por responder y llamadas
por atender. Le diría a Candace que las postergara para el día siguiente. No
quería que Brooke se fuera sola al rancho y tampoco que tuviera tiempo para
hacer más conjeturas equivocadas sobre este incidente.
Ella bajó el teléfono y frunció el ceño.
—Puedo entender que el acuerdo que tenemos, en este particular asunto
—se señaló a sí misma y luego a él—, no tiene lazos de promesas. Sin
embargo, aunque tenga un amante, Lincoln, solo tengo uno. No me ando
pavoneando con otros ni yendo de cama en cama. Lo anterior no está
vinculado a asuntos emocionales o románticos, simplemente es mi manera de
vivir la vida, porque es mi estándar personal. Ahora, si es lo que tú quieres, es
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decir, tener otras mujeres en tu cama, entonces hazlo, pero no serás
bienvenido a la mía. ¿Está claro?
Lincoln extendió la mano y le agarró la nuca, masajeando con sus dedos
el cuero cabelludo. Ella cerró los ojos, mientras él le dio un beso suave en la
punta de la nariz.
—No quiero a ninguna otra mujer en mi cama o en alguna otra superficie,
Brooke. Te deseo a ti, en todas las posturas posibles. La situación que
presenciaste se prestaba para malas interpretaciones, lo sé. Sin embargo, te he
dicho la verdad sobre el incidente.
Ella hizo una mueca.
—Aceptaré que me lleves al rancho —dijo, porque no le apetecía batallar
con las condenadas aplicaciones de transporte rápido que, notaba, no eran
nada rápidas en realidad.
Él hizo un asentimiento, aliviado. Al menos le había creído o eso parecía,
pues no estaba soltándole un discurso que destruyera ese vínculo.
—No sé qué te has hecho en el cabello —dijo acariciándoselo—, pero
estás hermosa.
—Lo sé, pero gracias por reiterarlo —replicó.
Él agarró la bolsa del gimnasio con una sonrisa pícara por la contestación
de Brooke.
—¿Y qué es esto?
—Me inscribí en clases de zumba, así que aproveché mi tarde para hacer
también otras diligencias. Pronto tendré mi licencia de conducir renovada —
dijo con un encogimiento de hombros—. Así no soportaré depender de otros.
—Siempre puedes pedir mi ayuda, Brooke, aunque estés fuera del rancho.
—Ella tan solo hizo un asentimiento—. Acompáñame a mis oficinas, no
quedan lejos. Te haré un recorrido y luego recogeré mi automóvil para
marcharnos a Lago Vista. ¿Te parece bien?
—De acuerdo, quizá sea interesante conocer la cueva del ogro y cretino
que parece vivir solucionando malos entendidos —murmuró.
Lincoln dejó escapar una carcajada.
—Princesita, el ogro puede hacerte cambiar de opinión sobre muchos
aspectos —replicó acariciándole la mejilla en tono sugerente y le gustó
sentirla temblar—, y de muchas formas.
—Ya veremos —dijo a cambio.
Él soltó una exhalación y sintió que la presión que tenía sobre los
hombros se desvaneció. Esperaba que, en el camino a Lago Vista, ella
asimilara sus palabras; su verdad. Lincoln posó la mano sobre la espalda de
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Brooke y empezó a caminar con ella para guiarla hasta el edificio de Golden
Enterprises. Se sentía orgulloso del legado de su familia y, ahora que tenía la
oportunidad de mostrárselo, le parecía que era la movida perfecta. Descubrió
que la opinión de Brooke sobre las instalaciones y movimiento de su
compañía, le importaba. Su cabeza era un hervidero de conjeturas, aunque la
única certeza era que no estaba interesado en compartir su cuerpo ni su
tiempo con otra mujer.
Quizá Brooke lo habría embrujado. Ignoraba cuándo podría liberarse del
hechizo, pero ahora estaba disfrutándolo con la certeza de que, como todo en
su jodida vida, tenía fecha de caducidad. El amor y el romance eran conceptos
muertos; no creía en ellos, porque cuando se atrevió a hacerlo, el mundo le
escupió en la cara.
—¡Linc! ¡Hey, Linc!
Brooke y él se giraron al mismo tiempo; vieron a Alina acercándose a
ambos. Una vez que la mujer llegó hasta ellos, le extendió el móvil a su
amigo de toda la vida.
—Te dejaste el teléfono en la mesa —dijo entregándoselo—. Te fuiste tan
de prisa que te olvidaste de recogerlo. Menos mal salí a tiempo o me hubiese
tocado ir hasta Golden Ties. —Miró a la rubia despampanante—: Tú debes
ser Brooke —extendió la mano—, mi nombre es Alina Marcs. Un encanto
conocer a la mujer que ha logrado capturar la atención de este soltero
empedernido —dijo bromeando—. Linc me comentó que no eres de Texas,
aunque no logró elaborar demasiado. ¿De dónde eres?
Brooke no tuvo otra opción que esbozar una sonrisa leve y estrechar la
mano de la mujer. Se sentía muy guapa ese día, en especial con su nuevo
corte de cabello, así que le daba igual si, de cerca, Alina era o no preciosa.
Podía apartarse y marcharse sin más, pero la amiga de Lincoln no estaba
siendo grosera. Era notorio que la empresaria bebía los vientos por él, aunque
por el modo en que Lincoln no le prestaba atención, más allá de la que podría
darle a cualquier otra persona, resultaba evidente que no sentía atracción por
ella. Lo anterior servía a Brooke para validar como verdadera, la explicación
que Lincoln le había dado segundos atrás.
—Hola, Alina —replicó Brooke—, encantada de conocerte. Vi en la
prensa información de tu tienda, muy bonita. Enhorabuena. Y soy de Los
Ángeles, pero ahora trabajo en Blue Oaks. Me gustaría quedarme a charlar,
pero tengo que volver a mi trabajo.
—Ah, entonces trabajas en el rancho de Matteo Sarconni y eres vecina de
Linc. Me parece una forma bastante interesante de haberse conocido.
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—Gracias por traerme el móvil —interrumpió Lincoln, agarrando el
aparato y guardándolo en el bolsillo. Empezaba a creer que el universo tenía
modos de ponerlo en aprietos. ¿Por qué de todos los restaurantes, plazas y
calles de Austin, tenía que ocurrir esto aquí?—. Nos vemos en alguna otra
ocasión por temas de negocios o entre amigos, Alina.
La hija del alcalde soltó una risa suave captando el mensaje de Lincoln e
hizo un asentimiento, antes de dar media vuelta y regresar al sitio en el que su
chofer la esperaba.
Brooke y Lincoln caminaron en silencio las pocas cuadras hasta la
corporación de la familia Kravath. No comentaron el hecho de que él llevaba
agarrados sutilmente los dedos de ella con los suyos. Este era un gesto que
desdecía lo que ambos compartían: una aventura. El mencionarlo habría roto
por completo la inusual y peculiar situación mutua.
Lincoln cumplió con hacer con Brooke un recorrido por las oficinas de
Golden Enterprises, la presentó con su asistente y con algunos gerentes. No le
gustó que un par de idiotas la quedasen mirando con abierto interés, pero él
era el CEO y no podía liarse a puñetazos como un salvaje por una simple
mirada. Brooke hacía preguntas bastante agudas sobre los procedimientos que
ligaban las empresas de la corporación familiar, y Lincoln se sintió a gusto
respondiéndolas. Brooke era una de las pocas personas que entendía de
números con una facilidad que rivalizaba con la propia. Le pareció
estimulante.
—Me gustan tus oficinas. Se percibe un ambiente de trabajo tranquilo. Me
da la impresión de que tus empleados de verdad están a gusto. Bajo presión
—rio—, pero a gusto —dijo ella al cabo de un rato, mientras observaba,
desde el despacho de Lincoln, el casco comercial de Austin. Iba a dejar el
asunto de Alina atrás, porque estaba aclarado—. Mi familia tenía una
compañía de ropa. La cerraron, pero el ambiente era diferente, existía mucha
tensión. No creo que hubiera durado mucho tiempo si me hubiese atrevido a
ejercer mi derecho a trabajar en ella —comentó. Quizá la quietud de esa
oficina, con todo aclarado entre ellos, la impulsó a compartir algo de su
pasado. No era nada importante de todas maneras.
Lincoln recogió el borrador de un contrato, que era uno de los motivos por
el cual necesitó regresar a su despacho, y lo guardó en su maletín de cuero
italiano. Esta era la primera ocasión en la que ella, voluntariamente, le
hablaba de algo personal.
—¿Entonces eres una heredera en fuga? —preguntó con una sonrisa.
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—No, para nada —replicó Brooke, apartándose de la ventana para mirarlo
—, la compañía de mi familia quebró y cerraron todas las filiales. Así que
tuve que encontrar la manera de hallar un nuevo camino lejos de California, y
ese camino ha sido Texas.
Él hizo un leve asentimiento.
—Me apena saber lo ocurrido con tu familia. A veces, en el mundo de los
negocios la quiebra, por cualquier motivo, es inevitable. Así que estás aquí en
la construcción de un nuevo inicio, ¿verdad? —preguntó con suavidad.
—Sí y por eso Blue Oaks es importante para mí. Aprecio que hayas
decidido ayudarme —dijo con sinceridad, ignorando que a Lincoln le llegaba
esa confesión como un mazazo al plexo solar, porque implicaba que Brooke
estaba haciendo mucho más que solo jugar a ser una ranchera, ella, en verdad,
necesitaba evitar esa venta como parte de su nuevo comienzo. Necesitaba
cimientos para remontar. No era un tema comercial, sino personal.
«Maldición».
Se sintió como un idiota, aunque la sensación le duró poco, pues también
había dejado la guardia baja con Heidi ¿y qué obtuvo a cambio? Desgracias.
No iba a ahondar en esos caminos escapados de las posibilidades de confianza
a ciegas o altos beneficios de duda a una mujer. Por más sensual que Brooke
fuera o por más inteligente o interesante que resultara.
—¿Cómo han ido los trabajos en el rancho? —preguntó él, cuando
bajaban en el elevador privado. Iban al garaje para subirse al automóvil de
Lincoln, en esta ocasión estaba usando el Maserati Levante de cuatro puertas
color gris. Su favorito.
—Los pintores que me recomendaste llegarán mañana y ya pedí una
cotización al señor Jones para comprar los animales —dijo, mientras se
abrochaba el cinturón de seguridad y Lincoln encendía el motor—. Pronto
acaba la jornada en Blue Oaks, así que no habrá muchos empleados alrededor
que crean que estoy espiándolos y usando tu punto de vista para juzgar sus
trabajos. ¿Crees que puedas pasar a revisar la zona de las cosechas? Quizá
necesite nueva maquinaria que pueda ayudar a Pete. Tú debes estar más al
corriente de nuevas tecnologías ¿verdad? —Lincoln hizo un asentimiento—.
Además, he estado haciendo algunas readecuaciones en la zona del riachuelo,
me gustaría que también pudieras echarle una mirada a lo que han empezado
a construir.
—No hay problema, nena, puedo ir a la zona de cosechas. De todas
formas, sobre el riachuelo, ¿cuál es el plan? —indagó sorteando el tráfico del
final de la tarde.
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—Construir un pequeño bungaló para rentarlo. Ya se ha quitado la
maleza, los montes y he echado unas semillas de flores bonitas para que
crezcan silvestremente. Envié a podar los árboles para crear en esa zona una
pequeña burbuja de naturaleza. Con eso generaría más ingresos que
reinvertiría en pequeñas mejoras.
Lincoln sonrió, mientras conducía.
—La zona del riachuelo era mi favorita y la de mis hermanos. Solíamos
hacer fogatas e invitábamos a amigos que se quedaban a pasar en casa de mis
abuelos. Allí aprendí a pescar y también me di algunos golpes por idiota, al
lanzarme en el lado menos hondo del agua desde la rueda de hule que
habíamos colgado en uno de los árboles más altos.
Ella se rio con suavidad. Sí, el riachuelo no era superprofundo ni tan
corrientoso, pero tenía zonas en las que el agua podía llegar hasta los
hombros. Pete se lo había advertido. Claro que había visto la rueda de hule
colgada, le pareció algo pintoresco y, en lugar de echarla abajo, solicitó que la
pintaran y acomodaran en el gigantesco árbol. Ahora que conocía la historia
de la llanta, se alegró de no haberla echado a la basura.
—¿Por qué decidió vender el rancho tu abuelo? —preguntó Brooke,
mientras entraban en el terreno de Blue Oaks, después de casi una hora de
recorrido.
Lincoln hizo una mueca.
—No lo vendió, lo perdió en una apuesta con el abuelo de tu amigo
Sarconni. BlackJack —dijo con acidez—. Por eso, me jode que este idiota lo
haya dejado tan descuidado. Ha dejado perder la posibilidad de tener un lugar
espectacular por imbécil, por supuesto.
—Ya no más —dijo Brooke con entusiasmo—, yo estoy aquí para
recuperarlo y podrás visitarlo y notar los cambios. Además, tú estás
contribuyendo a su mejora y seguro Matteo lo apreciará —sonrió—.
Entonces, ¿Matteo y tú son amigos desde la infancia?
Esperó a que él bajara del coche, lo rodeara y le abriera la puerta. Lincoln
la tomó de la mano hasta que ella puso los zapatos en el suelo. Al hacerlo, sus
cuerpos quedaron muy cerca el uno del otro. Ninguno de los dos se apartó del
otro.
Ella elevó el rostro. Se le cortó la respiración, porque tener a Lincoln tan
cerca era muy similar a aspirar el delicioso aroma de lo prohibido y desear
envolverte en él.
—Más bien enemigos —replicó con franqueza—. Competíamos por todo
y liarnos a puñetazos no era algo anormal, entre los dos, durante nuestros años
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como compañeros de secundaria. Cuando se largó a California, gracias al
cielo, dejó de fastidiar. No es que Sarconni hubiera sido un rival digno, pero
dejó de entrometerse donde no lo llamaban.
Brooke soltó una risa suave. Ahora comprendía mejor el por qué Matteo
no le caía bien a Lincoln. Quizá, cuando ella viera a su amigo de nuevo,
ahondaría en esos detalles.
—Matteo nunca me habló de su vida en Texas, salvo que su familia era
muy demandante y él no quería responsabilidades que no estuvieran a la
altura de sus deseos profesionales más profundos. Imagino que fue a tratar de
reencontrarse consigo mismo en Los Ángeles y se quedó varios años con su
madre por allá. Una señora muy amable. Además de su búsqueda personal,
nos encontró a los Sherwood. Fue el mejor amigo de mi hermano.
Lincoln le acarició la mejilla, porque creía que estaba aclarado el motivo
por el que Brooke trabajaba ahí. Un asunto de amistad; seguía sin gustarle,
por supuesto, porque Sarconni era un idiota, además de que, como
empresario, parecía no entender las reglas de los ganaderos que, una vez dada
la palabra, no se retractaba como lo hizo con la venta de Blue Oaks.
—Entonces no supiste quién era yo el día de la tormenta cuando llegaste a
Golden Ties… —dijo más bien en una afirmación.
—¿Por qué habría de saberlo? —preguntó frunciendo el ceño—. Matteo
me dio este empleo, los nombres de las personas de la plantilla y los apoyos
que pudiera tener en Wild Homes, pero no los vecinos ni esas cosas. No creo
que tuviera relevancia.
Lincoln hizo un leve asentimiento.
«Entonces, ella nunca tuvo una agenda oculta, porque no tuvo idea de
quién era él». Meneó ligeramente la cabeza. Quizá esto de desconfiar en
demasía empezaba a crearle ideas en la cabeza que podían llevar a cometer
errores no forzados, al menos, en esta única y específica ocasión, lo aceptaba.
Lo anterior no borraba su interés en que Brooke encontrara un empleo lejos
de Lago Vista.
—¿Tiene tu hermano planeado venir a visitarte? —preguntó—. Imagino
que debe echarte en falta si estás tan lejos. Aunque los idiotas de Samuel y
Tristán, mis hermanos, me hacen la vida de cuadritos cuando vienen de visita,
no creo que pudiéramos vivir en estados diferentes. Nuestra familia es de
aquellas muy compenetradas —sonrió.
Ella apartó la mirada con tristeza. Hizo una negación.
—Raffe falleció hace algunos años de sobredosis. Los pocos recuerdos de
él, los tengo en un pequeño álbum que traje conmigo a Blue Oaks. Cuando mi
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hermano murió, después de unos meses, Matteo regresó a Texas, pero
mantuvimos contacto esporádico. Por eso fue que, cuando quebró la empresa
de mi familia, lo llamé a pedirle un empleo. Así que aquí estoy —sonrió
tratando de mostrarse fuerte—, en un Estado en el que no conozco a nadie, en
un trabajo del que estoy aprendiendo a palos, aunque me guste; y remontando
desde las cenizas para darle a Blue Oaks la misma nueva oportunidad que me
han dado a mí.
Lincoln tragó saliva, porque cada pequeña capa que iba descubriendo en
ella, lo hacía sentir más inquieto sobre el siguiente parte del plan.
—Oh, nena, lo siento —dijo, abrazándola.
Rozó sus labios con los de ella suavemente. Ella le devolvió el beso en un
gesto ligero, mordisqueándolo con lentitud. Fue un beso que supo a algodón
de azúcar, gotas de sal y tintes de añoranza de consuelo. Estuvieron
besándose de ese modo un largo rato, mientras Brooke lo abrazaba de la
cintura para después apoyar el rostro contra los pectorales. Se quedó entre
esos brazos que parecían un refugio contra las tormentas del pasado.
—Gracias, pero intento pensar siempre en los momentos bonitos…
—Lamento que hayas vivido algo así —le acarició la espalda—. Aunque
ya no puedes decir que no conoces a nadie. Sin importar lo que ocurra entre
los dos o con este rancho, Brooke, e incluso aunque llegues a odiarme, puedes
recurrir a mí. Te ayudaré sin cuestionar ni juzgar —dijo con total sinceridad.
Al cabo de unos instantes, ella se apartó para mirarlo.
—Ese es un compromiso demasiado grande para alguien que no se
envuelve fuera de la cama ni hace promesas fuera de las sábanas —dijo
ladeando la cabeza.
—Mi familia me ha enseñado que el mayor valor es la capacidad de
entregar a otros, sin importar los sentimientos de por medio y si de verdad lo
merecen, una ayuda. Tú estás sola en Texas, lejos de los tuyos y tus raíces.
—Lo estoy, pero soy fuerte —replicó, agradecida de que Lincoln no
hiciera preguntas más profundas o buscara detalles sobre Raffe, porque tal
como estaban en esos instantes, en esta amplia brecha de absoluta sinceridad,
se lo habría contado.
—Jamás creería lo contrario. ¿Sabes? Mi padre se peleó en alguna ocasión
con el que fue el inicial socio para un negocio. Se odiaban a muerte desde
entonces, pero este hombre, Vanonni, enfermó de neumonía y lo perdió todo
en el casino y mujeres. Mi padre le dijo lo mismo que estoy diciéndote ahora,
antes de que Vanonni cayera en desgracia y se peleara con papá. Cuando este
hombre no tuvo en dónde dormir, ni qué comer, ni quién lo ayudara con su
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enfermedad, fue mi padre quien se encargó de que nada le faltara hasta el
último de sus días. Es un compromiso de solidaridad. Lo hago contigo y es lo
que haría por otra persona a quien considere que ha guerreado para salir
adelante. Como tú.
Ella bajó la mirada y no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus
mejillas. Este era el comentario más noble que jamás había escuchado. Si
conociera al padre de Lincoln, al verlo, lo abrazaría por haber criado a un
hombre con esta clase de pensamientos.
—Yo… Lincoln… —murmuró—. Yo… —dijo sobrepasada de la
emoción, porque él no era su familia, ni siquiera su amigo, pero estaba
dándole ese apoyo incondicional por el simple hecho de que era capaz de
otorgarlo—. Si continúas haciendo esta clase de comentarios me seguirás
confundiendo y llegaré a pensar que somos amigos —procuró utilizar un tono
bromista—. Yo… Dios, no sé qué decirte…
—Primera vez que la princesita se queda sin palabras, eso me gusta —
dijo en tono bromista y eso arrancó una leve sonrisa en Brooke—. Puedes
probar a decir algo así como: Gracias, Lincoln, acepto tu sugerencia de apoyo
—dijo él limpiándole las lágrimas.
Ella hizo un asentimiento.
—Tal vez, has dejado de ser un poco cretino —murmuró.
—Mis amigos me dicen Linc —dijo mirándola a los ojos—, no me
molestaría habituarme a que me llames de esa manera.
Brooke lo observó con sorpresa.
—¿Es esta otra pequeña abertura en tu armadura de gladiador? —
preguntó con una sonrisa. Él se rio e hizo una negación—. Ah, ya veo, una
pequeñísima concesión hasta que decidas si la retiras. ¿Eh?
—El que cuentes conmigo, sin importar lo que ocurra entre nosotros o
este rancho o cualquier circunstancia, no es apta de retiro. Una vez dicha,
mantengo mi palabra —dijo con firmeza—. Sobre esto de llamarme Linc, ya
veremos —agregó haciéndole un guiño.
Brooke esbozó una sonrisa. Empezaba a descubrir destellos de un Lincoln
más profundo y eso la preocupaba, porque dichos chispazos eran potentes. La
afectaban.
—De acuerdo. Gracias, Linc —murmuró con suavidad y atrayéndolo para
besarlo.
Sus bocas colisionaron, en una exploración sensual, pero sin prisas. Él la
abrazó de la cintura, apegándola contra su cuerpo, mientras Brooke le sostenía
las mejillas acariciándole la barba que tenía cuatro días sin afeitarse. Se
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deleitaron en el sabor de sus labios, en la textura de sus bocas, en los gemidos
que emanaban de sus gargantas.
Brooke recordó por qué estaban allí: Blue Oaks. Con renuencia se apartó.
—Ya que es verano, anochecerá algo tarde —miró el cielo—. Ganemos
tiempo y vamos a hacer las inspecciones que te pedí hace rato, aprovechando
la luz natural.
—Vale —replicó.
La sonrisa de Brooke se iluminó.
—Estupendo, entonces volveré dentro de poco. Voy a dejar esta bolsa de
ropa sucia —dijo señalando la bolsa que llevaba en el hombro—, y luego nos
marchamos en el 4x4. Te anticipo que he plantado algunas semillas de
girasol, así que quizá puedas comentarme sobre algún fertilizante para que
crezcan sanas —dijo con ilusión en su voz.
—¿Son tus preferidos? Los girasoles, digo —preguntó con las manos en
los bolsillos. Notaba que, cada que ella mencionaba algo que la entusiasmaba,
sus ojos brillaban.
—Sí, me encantan, no creo que ningún rancho esté completo sin girasoles.
Lincoln se rio, porque esa era tan solo una proyección sobre las fantasías
que solía tener la gente en relación a los ranchos, las casas en ellos, así como
la vida que implicaba mantenerlos. No era una vida glamurosa, pero él se
sentía afortunado de tener millones de dólares en el banco para utilizarlos
sabiamente y, a la vez, poder emplear un poco de su tiempo para asuntos
personales. Él trataba de ser agradecido y contribuir en organizaciones sin
fines de lucro: donando dinero a proyectos agrícolas de pequeños empresarios
o también aceptaba dar una máster class en la Universidad de Austin sobre
proyectos empresariales agrícolas. Quizá había nacido en cuna de oro, pero
trabajaba arduamente para mantener su legado.
—Te puedo dar sugerencias, secretos de jardinería de mi madre, pero
igual tomará un tiempo hasta verlos florecer. En el patio trasero de la casa,
mamá plantó girasoles. Quedan muy bien como entorno para la piscina y el
jacuzzi. Aunque seguro no los has visto.
—No, tan solo fui a hacer los ajustes del software, aunque Willa me
sugirió que usara la piscina —se rio—, como si hubiera tenido tiempo para
dedicarme a nadar.
—Podríamos acordar un día para que vengas a la piscina conmigo —dijo
—. Por cierto, Ben habló muy bien de ti. Él no es un hombre que suela decir
halagos con facilidad, así que debiste impresionarlo. Agradezco que hayas
cumplido tu palabra yendo a Golden Ties.
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Ella esbozó una sonrisa.
—He quedado en realizar otros pendientes, ya que tú continúas
ayudándome, así que de seguro Ben y yo volveremos a vernos —sonrió.
—Quizá la próxima ocasión esté yo en casa para recibirte —dijo
acariciándole el labio inferior—, y te muestre otras partes de la casa.
Ella ladeó la cabeza, apartándose de Lincoln, a pesar de que lo que más
quería era abrazarse a él, pero el tiempo apremiaba y los cultivos, y su
proyecto en el riachuelo le parecía más importante que dar rienda suelta a sus
instintos personales.
—Imagino que querrías hacer algo más que mostrarme esa clase de trucos
de floricultor hábil, ¿verdad? —preguntó riéndose.
Lincoln deslizó las manos hasta agarrarla de las nalgas y apegarla contra
su cuerpo para que sintiera su deseo. La observó con intenso fervor e hizo un
asentimiento.
—Todo lleva su tiempo, Brooke, y seducirte es uno de los aspectos más
placenteros.
Ella se sonrojó y soltó una risa muy bajita.
—¿No es hermoso ver el fruto de tu esfuerzo surgir poco a poco? Se
disfruta mejor. Creo que así será con las semillas que he dispersado en este
rancho y también con esta «no-amistad» que tenemos, Linc —dijo haciéndole
un guiño antes de ir al interior de la casa.
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los bebedores de agua, caballerizas, la pequeña tiendita abandonada y demás
áreas de uso público, eran de la peor calaña.
No solo eran vagos y holgazanes, sino que cobraban una barbaridad y
hacían mal su trabajo; lo anterior implicaría que Sarconni reprendería a
Brooke y empezaría a darse cuenta de que, quizá, no era tan buena para tomar
decisiones simples como contratar pintores que supieran qué carajos estaban
haciendo. Lincoln solo hacía sugerencias, pero no era su problema si Brooke
las tomaba al pie de la letra.
Con esos pequeños detalles en proceso, Lincoln no dudaba de que las
arcas de Blue Oaks disminuirían, Sarconni iba a cabrearse y Brooke decidiría
que este no era el trabajo para ella. Bien podría iniciar una nueva vida, claro,
en otra parte. El rancho entraría en una severa crisis, así que Lincoln elegiría
ese momento para hacer una última e irrefutable oferta económica para
comprar las tierras. Él movería sus contactos para que Brooke no se quedara
sin trabajo, pues el que estuviera desempleada no era un propósito de su plan;
no quería perjudicarla de ese modo. Tan solo la quería lejos de su objetivo: el
viñedo a construir.
La verdad era que, si lo pensaba mejor, tal como se lo mencionó a
Jonathan en algún momento, lo más acertado sería dejar los sentimentalismos
de lado y echar abajo todo Blue Oaks para construir desde cero. Incluyendo la
casa que fue de sus abuelos.
Sabía que Brooke estaba invirtiendo sus ilusiones y esfuerzos, pero el plan
que él tenía era mucho mayor, ambicioso y visionario. A veces, en la vida, se
necesitaban sacrificios para obtener mejores resultados, en su caso, sueños
cumplidos para el legado Kravath.
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CAPÍTULO 13
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Por ahora, lo que menos le interesaba era continuar hablando del rancho o
las jodidas situaciones que ello implicaba. Lo excitaba dolorosamente estar a
solas con Brooke, lejos de todo, en esa pequeña burbuja natural, y se moría de
deseo al imaginársela, como todas las noches desde la primera vez que se
acostaron juntos, desnuda bajo su cuerpo para poder saborearla otra vez.
Quería perderse en el gusto de su boca y ver su expresión de éxtasis.
Brooke notó que la claridad del cielo, de repente, empezó a cerrarse. Miró
a Lincoln con expresión preocupada cuando las primeras gotas de lluvia
empezaron a caer, porque antes de que regresaran a la casa estarían
empapados. Además, él seguía vestido con el traje de oficina y ella pensó que
sería una pena que se echara a perder. No creía conocer otro hombre que
luciera bien con o sin ropa, en especial desnudo, sí. Sin embargo, reparó en
que Lincoln no compartía su inquietud por la lluvia que empezaba a
agudizarse.
—Será mejor que nos marchemos pronto —dijo Brooke, pero lo que hizo
él fue devolverle una sonrisa pícara—. ¿Lincoln? —preguntó en un susurro,
cuando él avanzó hasta ella, mientras la lluvia se desataba con toda la fuerza.
—¿Sabes que puedo ver todo de ti, a través de la blusa que llevas? Esa
seda se pega a tus tetas y con ello al sujetador; tus pezones están delineados y
erectos ¿qué me dice eso? ¿Eh, Brooke? —dijo extendiendo las manos para
acariciarle los pezones con los dedos por encima de la prenda; los pellizcó
con dureza y ella gimió.
—Que te deseo —murmuró, quitándole la corbata.
—Como yo a ti —replicó Lincoln, abriendo la blusa, mientras ella se
quitaba el sujetador y las prendas caían al suelo—. Esta sí que es una vista
sensacional —dijo, cuando el aire fresco y el agua bañaron esa piel desnuda.
Los pechos de Brooke estaban llenos, los picos rosados sabían a gloria,
pensó Lincoln, mientras los chupaba y ella se aferraba a sus cabellos para que
no cesara esas caricias que, él sabía, a ella tanto le fascinaban. El hombre era
experto en consentir esos pechos, enloquecerla haciéndole sexo oral y llevarla
al borde de la locura con su miembro viril.
—Linc… Sí…
—Eres tan sexi —dijo besando una punta, ella arqueó la espalda, llevando
de ese modo la carne que él deseaba hacia el interior de su boca. Tomó ese
trozo de carne con gula, apretándolo entre sus labios; giró su lengua alrededor
de la areola para luego concentrarla en el pezón, mientras su otra mano
amasaba el pecho libre. Le gustó escuchar el gemido de Brooke; mordisqueó
suavemente uno y otro pico, alternando sus atenciones con las manos, la
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lengua y dientes; succionando. Chupó y haló hasta dejar los pezones rosados,
rojos; después suavizó la dureza de su boca con lamidas—. Pero esto no es
suficiente —dijo apartándose para quitarle el resto de ropa que estorbaba en
su camino.
—¿Bajo esta lluvia…? —preguntó en un susurro, mientras lo veía
desvestirse con pasmosa rapidez y ella también lo ayudaba. Pronto quedaron
como Adán y Eva en el paraíso. En este caso, el pecado estaba permitido y
tenían la intención de cometerlo hasta saciarse.
—No, cariño, mejor —replicó tomándola de la mano y guiándola hasta el
riachuelo.
La lluvia caía incesante, salpicando sobre el agua ligeramente corrientosa.
Había pocas rocas en el fondo, las únicas que sobresalían eran grandes y
Lincoln tenía un plan. Aunque no contaba con la picardía de Brooke que,
antes de llegar a la orilla, se acuclilló frente a él.
—Hoy, empiezo yo esta locura —dijo agarrando el miembro erecto con la
mano, ante la expresión enardecida de lujuria de Lincoln—. Cuando acabe,
entonces haremos a tu modo —murmuró llevándose el pene a la boca bañada
por la lluvia, como si la madre naturaleza hubiera decidido aprobar esas
caricias en su modo más evidente.
—Joder… —masculló Lincoln apretando los dientes cuando ella le
succionó el glande. Le tomó los cabellos rubios-caramelo entre los dedos,
asiéndolos con firmeza, porque quería ver cómo lo engullía con esa boca
pecaminosa. Jadeó al sentir la lengua, lamiéndolo. Ella podía ser físicamente
más frágil, pero la mujer tenía unas formas pícaras de enloquecerlo. Lo tenía
fascinado por sus respuestas, su belleza, sensualidad y descaro.
La suave mano de Brooke podía sentir el pálpito del miembro por la
forma que estaba masturbándolo, mientras lo chupaba y lamía, en su grosor y
longitud. La piel suave y satinada se movía en el duro sexo; ella apenas podía
cerrar por completo la mano alrededor del pene. Dándole placer a Lincoln
también sentía cómo sus propios pliegues se humedecían, porque las
reacciones de él a su toque, la excitaban. Lo recorrió con la lengua como si se
tratase de una paleta, pero este sabor era especial y erótico; no tenía parangón.
Chupó el glande mirando a Lincoln y haciéndole un guiño, primero
succionó con suavidad, después con contundente intensidad. Le agarró los
testículos, acariciándolos levemente y después llevó ambas manos hacia las
nalgas duras por el ejercicio diario.
—Nena… Si sigues haciendo eso voy a correrme en tu boca… —
masculló cuando ella le amasó las nalgas y lo impulsó para llevarlo más al
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fondo de la garganta.
—Bien —murmuró ella soltando un instante el miembro con un sonido,
«pop», al sacarlo—, quiero paladear todo de ti —dijo, antes de volver sus
atenciones.
La velocidad de su boca empezó a incrementarse, clavándole las uñas en
el trasero duro. Le gustaba un hombre que tenía los músculos bien puestos, y
Dios mío, Lincoln era un agasajo a la anatomía masculina en toda regla. Le
arañó la piel, succionó el pene con rapidez. Él se inclinó para agarrarle un
pezón, pero ella se movió para que se apartara, porque ese era su show y era
la única que estaba supuesta a dictar las normas.
—Brooke… Voy a correrme…
Lo que ella hizo a continuación fue succionar con determinación y pronto
sintió el miembro vibrando en lo más profundo de su garganta, dejando en
ella la muestra de que había hecho más que darle placer; lo había devastado
sexualmente. Brooke lamió hasta la última gota. Elevó la mirada y esbozó una
sonrisa similar a la de una persona que conseguía salirse con la suya, y vaya
que acababa de hacerlo. Lincoln soltó una exhalación.
—Jamás he tenido sexo al aire libre —dijo Brooke—, pero creo que
podría habituarme a esta idea de dejar mis instintos primitivos salir a flote.
Él soltó una carcajada, la agarró de los hombros para incorporarla.
—Me gusta ser tu primera vez —replicó aferrándola con una mano de la
cintura y la otra de la nuca para atraerla hacia su boca y besarla—. La forma
en que me acabas de dar placer es lo más sensual e increíble que recuerdo —
dijo mordisqueándole el labio inferior.
—Me gusta ser tu primera vez —repitió las palabras de él. Lincoln se rio,
pero pronto la risa se convirtió en un gruñido al besarla.
El contacto de los labios de ambos fue hambriento a medida que se
profundizaba el beso y las manos de ambos recorrían el cuerpo del otro con
libertad absoluta. En un punto, ella le rodeó el cuello con los brazos,
pegándose lo más posible a él y sintiendo cómo cobraba vida nuevamente la
erección; le permitió explorar su boca, aprendiendo de nuevo su sabor,
saliendo al encuentro de esa lengua cálida y versada en el deleite de los
sentidos. Poco a poco, Lincoln ralentizó el beso y apoyó la frente contra la de
ella.
—Vamos —dijo agarrándola de la mano y guiándola hacia el interior del
riachuelo.
—Está fría —tiritó, mientras caminaba con él hasta que tuvieron el agua a
la cintura. Miró hacia el cielo y sonrió—. Hacer el amor bajo la lluvia…
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—Con una mujer como tú es casi tocar el cielo con las manos —replicó
besándola, presionando su boca contra la de ella. Sus manos apretaron la
carne del cuerpo curvilíneo. Lamió y acarició cada recodo de piel que estaba a
su disposición: toda ella. Deslizó los dedos hasta el vértice donde convergían
los muslos femeninos y la sintió húmeda, a pesar del agua. Le gustó que
Brooke era de aquellas mujeres que podían lubricarse sin problema en
circunstancias como esta. Fascinante como toda ella; empezaba a volverse
adicto.
Brooke tembló como si hubiese sido atravesada por un rayo, una descarga
de millones de voltios, y él era la corriente a la que estaban enchufadas sus
venas. Le gustaba Lincoln mucho más de lo que hubiera esperado. Esas pocas
semanas que parecían meses, desde que se conocieron, la intensidad de las
sensaciones y emociones con él eran incomparables; parecía como si cada vez
que estuviese a su lado, la experiencia sensorial se triplicara. No tenía idea
cómo era eso posible en el día a día, aunque, en este riachuelo bajo la mirada
de los guardianes de la naturaleza, quizá podría atribuírselo a la calma y la
química de los dos que era colosal.
Ambos se sumergieron al mismo tiempo en el agua. Al salir, ella soltó una
carcajada, temblorosa, mientras él la agarraba en volandas y la dejaba sobre
una gran roca plana.
—Aceptar zambullirme contigo fue un error, me muero más de frío —dijo
con él posicionado entre sus piernas. La roca no era incómoda ni tenía
elevaciones que pudieran lastimarla, sino que era más bien algo lisa y el agua
alrededor corría con brío. Se sentía estar en una fantasía erótica, pero no
existía nada imaginario en estos instantes; todo era muy real.
—Déjame darte calor entonces —murmuró inclinándose para chuparle los
pechos. Ella gimió con abandono, porque sus únicos testigos eran los
elementos de la naturaleza—. Qué deliciosos —dijo agarrándola de las nalgas
para que el peso de ella estuviera en sus manos y no se sintiera incómoda con
la superficie—. Llévame hasta ti, cariño —murmuró acercándose lo más
posible hasta que su pelvis estuvo cerca de la de Brooke. Ella le agarró el
miembro, primero lo masturbó dos veces y luego lo ubicó en su entrada.
—Tómame, Linc…
Entonces, él empujó. Ella lo abrazó y se besaron con delirio, mientras sus
cuerpos empezaban a danzar aquellos pasos guardados en el ADN de la
humanidad desde hacía centurias. Las embestidas de Lincoln eran firmes,
rudas y sin contención. Le gustaba notar cómo los pechos de Brooke se
agitaba al compás de sus movimientos.
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Por lo general, le fascinaba el trasero de una mujer, pero Brooke lo tenía
embobado desde cualquier ángulo físico imaginable. Quería devorarla,
consumirla y ser el único jodido recuerdo en su repertorio sexual.
—¿Te estoy lastimando? —preguntó entre jadeos.
—No… Sigue… Sí, más profundo… Oh, Dios, Linc… Sí…
Mientras penetraba la carne suave, la lluvia caía sobre ellos, sus besos se
volvían urgentes y él entendía que no iba a ser fácil olvidarse de esta mujer.
Lo más importante: no quería olvidarla. Esta realización lo llevó a embestir
con más rapidez; casi con desesperación.
—Linc —dijo mordiéndole la boca con dureza, sus cuerpos resbaladizos,
húmedos y anhelantes—, voy a… ¡Sí…! —exclamó cuando el orgasmo barrió
con todos sus sentidos, al mismo tiempo que él soltó un largo quejido similar
al rugir de un león satisfecho con su faena de cortejo y conquista. Eran dos
animales salvajes apareándose en medio de la naturaleza.
Él siguió moviéndose dentro de ella con menos intensidad, suavemente,
hasta que el ritmo fue tenue y los gemidos de Brooke se volvieron ronroneos.
Se miraron con un fervor inesperado entre llamas verdes y azules que creaban
un elíxir color turquesa. Ese era el color de la pasión desmedida, la definición
de cómo se fundían sus cuerpos, cómo dos amantes lograban sincronizarse
para exhalar un hálito del nirvana compartido.
—Brooke —jadeó, recuperando la respiración.
La levantó y quedaron nuevamente en el agua, en pie.
Ella le dedicó una sonrisa deslumbrante y él la abrazó con fuerza.
Permanecieron incontables minutos bañados por la fuerte lluvia, rodeados de
la corriente de agua, y dejando que el bramar de sus venas empezaran a
amainar. Lincoln le acarició la espalda y las nalgas con lentitud sosegadora;
ella hizo lo mismo. Sus bocas empezaron a besarse, pero era más bien el
toque de un ángel que redimía y causaba paz al término de un intercambio
que tenía un significado que iba más allá de la réplica de la lujuria.
Lo que acababan de hacer era más que sexo. Se trataba de la sublimación
de un sentimiento que no tenía tiempo, espacio, calificación ni forma de
medirse; un sentimiento que el entorno que los rodeaba podría nombrar con
facilidad, pero ellos, incautos humanos, aún lo ignoraban. Todo siempre
llegaba en el instante correcto, en especial el reconocimiento.
—Eso fue increíble, Linc… Wow… Jamás… —meneó la cabeza—.
Nunca me he aventurado a nada como lo acabo de hacer contigo —dijo con
franqueza.
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—Un privilegio inmerecido, pero que de todas formas voy a aprovechar
—replicó mordiéndole el labio inferior. Ella sonrió contra su boca.
—Quiero repetirlo en una próxima ocasión.
Lincoln soltó una risa suave.
—Lo que la señorita desee —replicó dándole una nalgada y ella se rio.
Al cabo de un largo rato, cuando tiritar empezó a convertirse en algo
incómodo, él la tomó de la mano y guio el camino hacia la orilla, procurando
que ninguno pisara alguna roca que pudiera lastimarles los pies desnudos.
Con dedos temblorosos, por el frío y la noche que había caído, llevando un
poco de viento apenas contenido por los árboles de alrededor, se vistieron.
Lincoln le dio la espalda a Brooke para agarrar la camisa que estaba de un
lado del camino, mojada, claro, dándole nuevamente la vista de la cicatriz.
Ambos, ya vestidos, se miraron con una sonrisa.
Algo había cambiado esa tarde y noche, pero ninguno se atrevía a analizar
la forma correcta para describirlo. Él la tomó de la mano, enlazando los
dedos, llevándolos hasta el 4x4.
Una vez que entraron en la casa, dejaron la ropa mojada en la entrada de
la máster suite, y entraron juntos en la ducha. Abrieron el grifo de agua
caliente y se bañaron. Sí, hicieron algo más que bañarse, de nuevo. En esta
ocasión, Brooke cumplió la fantasía que tuvo la primera vez que se masturbó,
en esa misma tina, pensando en cómo le habría gustado que Lincoln la
poseyera desde atrás. Y esta vez, él lo hizo.
Cuando ella le enjabonó la espalda se inclinó para besar la fea cicatriz de
Lincoln, con dulzura y cariño, y él no dijo o hizo algo al respecto, la dejó
hacer. Envalentonada por la ligerísima concesión silenciosa, Brooke delineó
la cicatriz con sus dedos, después, lo giró para mirarlo, le tomó el rostro entre
las manos y lo besó con fervor. Con sus besos le dejó saber que cualquiera
que fuese ese pasado, ella estaría esperando por conocerlo; que no juzgaría. Él
le devolvió el beso, la apoyó contra la pared.
—Te necesito de nuevo —murmuró.
—Sí, Linc, sí —jadeó cuando él la penetró con impetuosa pasión.
Dos orgasmos después, la ducha se llevó todo rastro de sus fluidos,
dejándolos exhaustos y también colmados. Esta era la mejor tarde y noche de
sexo, ninguno iba a verbalizarlo, pero no hacía falta, porque las ganas de
tocarse, rozarse o besarse, estaban ahí.
Al cabo de un rato, acostados en la cama de Brooke, con la lluvia todavía
golpeando el vidrio de la ventana de la habitación, mientras la ropa de
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Lincoln estaba en la secadora, ella se colocó de lado y apoyó la mejilla en la
mano para mirarlo.
Él le devolvió la mirada con una sonrisa. Enarcó una ceja, porque ya
empezaba a aprender que esa expresión implicaba que quería hacer preguntas
o reflexionar o conversar.
—¿Por qué es tan difícil acceder a ti? —le preguntó con suavidad,
acariciándole la mejilla—. Jamás había tenido un amante tan increíble o
generoso, pero el hombre detrás de esa pasión parece rehusar compartir más
allá que sexo. Lo entiendo, aunque…
—No confío en las mujeres y la razón es esa cicatriz —dijo perdiendo la
sonrisa.
Ella hizo un asentimiento y se preparó para girarse y dormir, pero Lincoln
la sorprendió instándola a acomodarse sobre él. Después los cubrió con la
sábana. Estaban en una pequeña burbuja dentro de otra creada a modo de
refugio para una confesión. Ella apoyó la barbilla sobre el dorso de las manos,
que estaban una sobre la otra, sobre los pectorales. Asintió.
—Las cicatrices son hermosas cuando representan las batallas que hemos
ganado o superado. Nos hacen valientes y asertivos para no volver a cometer
los mismos errores.
—Eso es lo que temo —dijo mirándola a los ojos. Tenía un brazo tras la
cabeza y con la mano libre le acarició la mejilla—, cometer el mismo error.
Brooke lo miró con pesar.
—¿Conmigo? —preguntó con suavidad. Sabía que estaba pisando un
terreno minado y un paso en falso explotaría ese endeble puente trazado entre
los dos.
Lincoln odiaba admitir que sus entrañas le gritaban que podía confiar en
Brooke. Y si podía confiar en ella, entonces no querría dejarla marchar; la
querría para siempre a su lado y eso era tremendamente peligroso para su
habitual armadura. Esto ponía de cabeza su plan sobre Blue Oaks, aunque no
iba a retractarse. Así era su nivel de testarudez. ¿Por qué no podía tenerlo
todo? Ella nunca sospecharía que, cuando todo empezara a ir cuesta abajo, él
había tenido injerencia alguna, pues, al final, él solo hacía sugerencias. El
libre albedrío consistía en tomar o no dicha sugerencia y aplicarla o
descartarla. Sí, era un cínico hijo de puta que creía que podía tener las cosas a
su modo y salir ganando, pero es que ¿qué podría perder?
Era irónico que dudara si confiar en ella o no, pues la que debería
desconfiar era Brooke, en especial si supiera que él era el que tenía intención
de comprar ese rancho y el que estaba saboteándolo de a poco con sus
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«consejos expertos». Por eso, ahora tenía puntos encontrados. Para Lincoln,
convertir ese rancho en un viñedo representaba la consolidación de un sueño
y un brillo adicional al legado Kravath. Para ella, implicaba una segunda
oportunidad y demostrar su valía lejos de lo que sea que hubiera ocurrido con
su familia en California. Si él se quedaba con Blue Oaks, entonces Brooke
perdería esta posibilidad.
Jamás sus planes profesionales habían estado en un casi jaque-mate con
sus intereses personales, en especial, porque ninguna mujer de verdad le
importó más allá de un tiempo de diversión, luego de Heidi. Brooke, maldita
fuese, le importaba y se sentía posesivo con ella. No le gustaban para nada los
giros que estaban tomando los vientos en su vida.
Esto iba más allá del sexo, porque durante el tiempo que habían
interactuado, vio en Brooke cualidades como la determinación, carisma,
compasión por el modo en que cuidaba los animales de ese rancho, empatía
por cómo trataba a sus empleados e incluso cuando estuvo en Golden Ties
aquella única noche, inteligencia. Además, cumplía su parte del acuerdo con
integridad y sin esperar a que se lo recordara. Ella podía reírse de las cosas
más tontas y también de las más puntillosas; en la cama era aventurera y él no
había tenido una amante más receptiva y sensual. Sin embargo, su pasado
podía catapultarlos a ambos a un punto crítico; solo bastaría una pequeña,
levísima sospecha, para que él mandara todo el carajo con Brooke.
Quizá ni siquiera era temor de ella, sino de sí mismo.
Tal vez, hablar con ella, ahora, la haría comprender por qué él no tenía
relaciones a largo plazo o hacía promesas. No era un asunto de intercambiar
un recuerdo por otro con Brooke. Mucho se temía que ella no era una amante
cuyo rostro pudiera olvidar o borrar con la simple determinación de
intentarlo. Esta era la clase de mujer unicornio, la que se metía bajo tu piel y,
aún si no estabas ya con ella, su recuerdo te acompañaba hasta el último
suspiro de vida haciéndote sonreír como un imbécil si la tenías o querer
incendiar el mundo si la perdías. Una mujer peligrosa y única. No sabía cómo
transitar esta situación que agitaba unas emociones oxidadas y recubiertas de
cinismo.
Si existía una era del deshielo, en la forma humana, él la estaba viviendo.
Resultaba doloroso volver a sentir, porque despertar de nuevo, luego de estar
sumido en una nube de indiferencia y ceguera de la conciencia de lo que lo
rodeaba, adormecido, se asemejaba a darse de bruces súbitamente contra una
poderosa roca. O sobrevivías y aprendías; o morías de nuevo, en esta ocasión
sin la posibilidad de retroceder. Una vez que el conocimiento o la certeza de
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algo llegaba a ti, ya no era posible desconocerlo. Por eso, jodidamente por
eso, el primer beso de Brooke había sido el catalizador de un deshielo que
jamás pensó que pudiera vivir, en especial cuando se propuso siempre rehusar
a quitarse la anestesia emocional.
—No es algo personal, cariño —dijo llamándola por ese apelativo, porque
no había otra manera en que pudiera entender la manera con la que ella estaba
mirándolo en ese momento—. Va mucho más allá y no fue nada agradable.
Fue un período que me alteró hasta el punto de casi tener que encargar el
rancho a otra persona, porque bebía demasiado, me extenuaba a más no
poder, las mujeres pasaban por la puerta de mi casa como simples borrones, y
el único sosiego que hallaba eran las largas cabalgatas en el campo.
Ella sintió tristeza al escucharlo, pero él estaba abriendo para ella una
compuerta que, era notorio, llevaba tiempo cerrada. Apreciaba el regalo de
una confesión como aquella.
—No voy a juzgarte, Linc —dijo con sinceridad, delineando los labios
masculinos en una caricia que no tenía nada de sexual—. Puedes hablar
conmigo.
—Tampoco espero que me cuentes algo tuyo en retorno —expresó.
—Sé que no es la motivación, pero cuando me sienta lista para hablar de
mí, entonces, también podría hacerlo —sonrió con suavidad.
Él tomó una profunda respiración e hizo un asentimiento.
—De esto, solo saben mis mejores amigos, mis hermanos, pero mis
padres, no.
—Gracias por la confianza que depositas en mí, Linc… —susurró.
Lincoln le apartó un mechón de cabello de la mejilla y lo ubicó detrás de
la oreja.
—En este aspecto particular, lo hago, sí —dijo en tono críptico que la
llevó a fruncir el ceño, pero Brooke no interrumpió—. Hace varios años
conocí a una mujer que creía que era sincera. Me llevaba casi una década de
diferencia. Duramos varios meses —empezó a relatar en un tono monótono.
En la expresión de ella solo había absoluta apertura para escucharlo sin juzgar
y eso lo hizo sentir envalentonado, pero también como un gusano, porque ella
estaba entregándole algo que él no merecía—. En un inicio me comentó que
el hecho de que fuese mayor a mí, pues le daba igual y que la edad era solo un
número. Nos mudamos juntos. La mujer que conocí cambió por completo en
pocas semanas. Se volvió celosa, posesiva, insegura, violenta inclusive en las
peleas, lanzaba objetos contra mí, aunque sin llegar a golpearme propiamente.
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Me alejé de mis amigos, porque decía que no la aceptaban, entonces opté por
priorizarla.
—¿Jonathan o alguno de tus amigos te advirtió sobre ella? —preguntó
Brooke con cautela. Él hizo un asentimiento.
—Fui un imbécil al cegarme. El punto detonante fue cuando ella me
reclamaba el tiempo que pasaba con mi familia. No existe nada más
importante para mí que mis padres, mis hermanos, mis sobrinos —dijo con
fervor—. Le dije a Heidi que mi familia no tiene competencia y por ellos doy
todo, así que dejarla no era ningún problema. Me pidió disculpas y me
prometió cambiar. —Brooke suponía que ese nombre era el equivalente a
tomar veneno para Lincoln—. Al final, en una última pelea me atacó, porque
se puso celosa por unas fotografías. Destrozó la habitación que compartíamos
y en un descuido me hizo un corte profundo en la espalda. Hubo un proceso
legal, médicos de por medio y orden de alejamiento. Esa es la cicatriz que ves
en mi espalda. Un recordatorio de por qué confiar en una mujer fue el peor
error que cometí en mi vida… Aunque fue ese solo el principio.
Ella elevó ambas cejas. «¿Algo peor que una relación agresiva como
esa?».
—Oh, Lincoln, cuánto lo siento —dijo acariciándole la mejilla,
mirándolo.
—Lo que ocurrió después estuvo a punto de destruirme —dijo tragando
saliva—. Ella nunca me dijo que estaba esperando un hijo mío, pero como yo
terminé la relación, entonces ella, en venganza, decidió abortar. —Brooke
abrió y cerró los labios—. No sabía que estaba embarazada hasta que me
llamaron de la clínica, porque ella me tenía entre sus contactos de
emergencia. El aborto que se aplicó salió mal y la llevaron a emergencias.
—Oh, Lincoln, oh, Dios —susurró, consternada por él. Enfurecida con esa
mujer.
—Mató al ser que habíamos concebido porque no quise seguir con ella,
porque siempre supo que ser padre y tener una familia era mi más preciado
anhelo personal; me destrozó el corazón, no por ella, sino por esa vida que me
arrebató. Me dijo que, si no podía tener lo que ella deseaba, que era yo,
entonces tampoco me iba a permitir tener lo que anhelaba: un hijo, una
familia —dijo apretando los labios—. Cometí un error al elegirla como mi
pareja, cometí un error al darle una oportunidad, cometí un error al haber
confiado en una mujer.
Brooke no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas. El dolor
que él trataba de enmascarar con esa voz remota, no se reflejaba en la mirada
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decepcionada. Como si, a pesar de los años continuara sintiéndose culpable de
la monstruosidad de otra persona. Sintió el dolor de Lincoln como si fuese el
suyo propio, como si al escucharlo sus propias heridas se hubieran abierto. Él
había sido física y emocionalmente abusado por esa mujer. Al menos, ahora
era libre de ella, pero Brooke podía comprender que las secuelas de esa
toxicidad pudieran retornar a ratos. ¿Cómo era posible que una mujer de esa
calaña pudiera concebir? Y ella, Dios, y ella, que añoró tanto su bebé, lo
perdió.
—Lo siento tanto, Linc —dijo acomodándose más hasta que su rostro
estuvo muy cerca del de él, para que la mirara a los ojos—. Lo siento de todo
corazón. No merecías lo que te sucedió, pero tampoco tienes la culpa de las
acciones de otra persona. Esa mujer no puede convertirse en la balanza para
medirnos a todas, porque estarías dándole más poder en tu vida. ¿Cuántas
posibilidades de amar y querer has dejado pasar por creer que eres culpable de
la vileza de otra persona? —preguntó sin esperar respuesta—. Mereces amar
y ser amado. Mereces tener esa familia que añoras y esos hijos que sueñas. La
elección es tuya, Linc.
Él la quedó mirando y le rodeó la espalda, cubierta por la sábana, con el
brazo libre.
—El otro día que llegué aquí con los ojos irritados fue porque, después de
muchos años, vi a Heidi —dijo sin responder el último comentario sobre tener
hijos. Dios, lo aterraba pasar por un suplicio similar al que lo había sometido
su ex—. Me emborraché y amanecí con una jaqueca de mierda. Me tocó
trabajar desde la oficina del rancho.
—¿Hablaste con ella? —preguntó recorriéndole las cejas pobladas con la
yema del dedo—. Quizá habría sido interesante decirle…
Él la interrumpió con una carcajada sardónica.
—Yo estaba en una junta de negocios en un restaurante. Si ella se hubiese
percatado de mi presencia, entonces se hubiera acercado, porque la mujer no
tiene vergüenza ni moral. Entonces, Brooke, si eso hubiese sucedido, tú
habrías visto mi fotografía en la sección de crónica roja detenido por
homicidio premeditado. No siento nada por esa mujer, sino desprecio
absoluto. Me revuelve el estómago la simpleza con la que se deshizo de una
vida por venganza. Dios, ni siquiera estaba enferma, no corría peligro, nada;
lo sé, porque contraté un investigador privado para que me diera todos los
datos que me ocultó.
Ella podría decir cosas peores de la tal Heidi, pero no era su batalla.
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—Linc —dijo con dulzura, mientras él le secaba las lágrimas a ella—, ¿y
si sueltas todo eso y lo dejas marchar para siempre? Da igual si tienes una
pareja o no, pero ¿renunciarías a la posibilidad de tener una familia, porque
tienes miedo de que una mujer repita lo de tu ex? ¿Crees que es justo para ti
seguir viviendo acorazado emocionalmente y desconfiando?
Él permaneció un largo rato en silencio. La compañía de Brooke era un
sedante potente para sus recuerdos dolorosos. Escucharla casi equivalía a
echar una jalea de rosas, cubriendo la tierra marchita con color y dulzura,
sanándola.
Las palabras eran capaces de destruir, pero en este caso, la capacidad de
empatía de Brooke parecía estar cerrando metafóricamente esa cicatriz que él
tenía en la espalda y que había llevado a acuestas durante cinco largos años
como un recordatorio de una batalla perdida. Jamás vio esa cicatriz como la
huella de una cruzada emocional a la que sobrevivió y ahora necesitaba dejar
para siempre atrás. Era necesario.
—Nunca me he puesto a reflexionar desde tu perspectiva —murmuró.
Brooke esbozó una sonrisa.
—Esto de ser amigos está funcionando entonces —replicó con ligereza
para borrar el ceño fruncido en él. Lo consiguió—, Linc.
Él soltó una risa suave, una risa que no tenía el peso del pasado.
—Me interesa seguir siendo algo más que tu amigo, Brooke —dijo
girándolos a ambos hasta que él la cubrió con su imponente anatomía, pero no
existía ninguna intención sexual de por medio. En ese momento quería solo
abrazarla, sujetarla contra su cuerpo, aspirar su aroma y regodearse con su
calidez; esto no era común en él—. Por cierto, no necesitaba gotas hidratantes
para mis ojos, el primer día que vine a inspeccionar el rancho —gruñó, ella
sonrió ante el recuerdo de ese día y la discusión que tuvieron.
—¿Y qué era lo que necesitabas?
Lincoln la observó como si pudiera mirar su alma, pero en realidad sentía
que estaba observando el reflejo de la suya.
—Un refugio —dijo besándola con suavidad.
Brooke le devolvió el beso, consciente de que sería imposible volver a
juzgar a Lincoln como un cretino, después de lo que le había confesado y los
momentos íntimos compartidos, en especial, la apasionada experiencia en el
riachuelo. No volvería a ver con los mismos ojos esa parte de Blue Oaks, al
menos no sin recordarlo. Tal vez, solo tal vez, ella había logrado romper la
tendencia de creer en los hombres equivocados.
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CAPÍTULO 14
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en su interior—, quizá… Mmm, creo que estoy empezando a despertar —
ronroneó y sintió la sonrisa de Lincoln al besarle el cuello, después le
mordisqueó el lóbulo de la oreja.
—Es importante que estés alerta —replicó riéndose cuando ella gimió al
penetrarla con los dedos, entrando y saliendo de ella con deliberada lentitud
—. Tan temprano y ya estás húmeda… Brooke —murmuró tocándola—.
¿Pensando en repetir lo de anoche?
Ella hizo un asentimiento con un gemido.
—Linc… —susurró cuando él apartó los dedos para agarrar su pierna
derecha y colocarla sobre la de él. En esa postura, la expuso, abriéndola para
poder ubicar su miembro en el vértice mojado, luego la penetró desde atrás,
hundiéndose entre los pliegues resbaladizos—. Oh, sí… —farfulló, llevando
la mano hacia atrás para sostenerse del cuello de Lincoln, moviendo sus
caderas ligeramente para seguir el compás de las acometidas. Era una postura
en la que, por la ubicación de sus cuerpos, Lincoln llevaba la voz cantante.
Podía entrar y salir de ella, pero si Brooke se movía a gusto, entonces él se
saldría de su interior. Esto último era algo que ni loca permitiría, así que se
acoplaba al ritmo cadencioso.
Él le agarró el pecho derecho, acariciándolo con dureza, tal como a ella le
gustaba; tal como él disfrutaba. Sus gemidos se entremezclaron en una danza
rápida y acelerada.
—Brooke —dijo con los dedos masturbando la zona del clítoris, entrando
y saliendo del interior delicado—. Qué estrecha estás siempre que te
penetro… Como si tu cuerpo necesitara ensancharse cada vez que te hago
mía.
—Porque lo haces… y me encanta la sensación de tu tamaño en mi
interior… Lincoln, más rápido, más… —pidió en tono agitado—. ¡Lincoln!
—gritó cuando, con una última embestida y los ágiles dedos en su sexo, la
realidad se nubló para dar paso al placer absoluto. Él gruñó contra su oído,
diciéndole todas las cosas que aún tenía pensado hacer con ella, se hundió
más en su sexo, hasta que en pocas penetraciones más, eyaculó.
Otro voto de inusual confianza de Lincoln, en acuerdo tácito con Brooke,
era aceptar que ella estaba tomando la píldora. Él usaba protección y si no
alcanzaba por las prisas del deseo, entonces procuraba contenerse hasta que
los espasmos de ella concluían para así correrse fuera de ella. Sin embargo,
había ocasiones, como esta, en las que no sucedía tal como lo planeaba,
porque sus sentidos perdían el Norte.
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—La mujer más sexi que conozco —dijo al cabo de un rato, saliendo de
ella e instándola a girarse para mirarla—. Eres increíble —le acarició la
mejilla—, lo digo en serio.
—Tan bueno es el sexo conmigo ¿eh? —preguntó, bromeando.
Él soltó una risa gutural y varonil que fue una caricia para la piel de
Brooke.
—Espectacular, más bien —replicó con seriedad—, y puede ser adictivo.
—Una excelente adicción si vamos a despertar, cuando sea posible, de
este modo —dijo Brooke apartándose para empezar a alistarse para el día. A
regañadientes, Lincoln la dejó salir de la cama, pero porque planeaba
recrearse la vista con la expresión de una mujer satisfecha sexualmente, por
él, y un cuerpo diseñado para seducirlo. De pie, desnuda y sonrojada por el
rápido y satisfactorio interludio la miró—. Báñate conmigo.
Una carcajada ronca vibró en la garganta de Lincoln.
—Si entro contigo, lo último que haré será bañarme —replicó sentándose
y en la cama, y apartando la sábana para empezar a vestirse—. Tengo que ir al
gimnasio y luego organizar algunas reuniones pendientes por atender que dejé
en pausa ayer, así que debo marcharme. Aunque me encantaría quedarme en
la cama contigo —dijo con sinceridad. Ninguna mujer había conseguido que
él empezara a preferir divertirse, en pleno inicio del día, entre las sábanas,
cuando tenía contratos por miles de dólares esperando su atención.
Brooke rodeó la cama. Se acercó a él, contoneando las caderas con
suavidad, mientras sus curvas se agitaban imperceptiblemente. Tan solo se
detuvo cuando sus pechos estuvieron al alcance de la boca masculina. Lincoln
sonrió de medio lado y atrapó un pezón en la boca, mordiéndolo. Después
llevó la mano a la vagina de Brooke, estaba mojada, y no había duda de que
su miembro empezó a reaccionar de nuevo. Maldijo por lo bajo.
—¿Estás seguro de que quieres ir al gimnasio? —preguntó apartando los
pechos de él para luego darle la espalda y empezar a caminar hacia el cuarto
de baño. Lo miró por sobre el hombro—: Podrías hacer otra clase de
ejercicios más estimulantes si quisieras…
—Hechicera —murmuró con un gruñido, yendo hasta ella, atrapándola de
la cintura, entre risas, mientras entraban en la tina y abrían el grifo de agua
caliente.
Lincoln llegó tarde a la oficina por primera ocasión en… Por primera
ocasión, simplemente. Sin embargo, antes de marcharse le dijo a Brooke que
quería invitarla a cenar a un sitio de comida árabe en Austin, el día siguiente,
porque esta noche debía asistir a la apertura de un nuevo rancho de un amigo
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en Kentucky. Ella le dijo que, si estaba disponible su agenda, entonces podría
hacer un espacio para él. La respuesta de Lincoln fue besarla hasta que
Brooke, entre murmullos quedos, no pudo si no aceptar que cenaría con él.
Ella se sentía en una nube de sensualidad y calma. Sentía que la faena
laboral que tenía por delante sería más llevadera, porque Lincoln no solo era
su aliado, su amante, sino porque la brecha de hostilidad se había cerrado para
dar paso al inicio de una amistad.
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pintura que estaban utilizando para retocar el rancho, en menos de dos días,
empezaba a reventarse. ¡Les había comprado pintura impermeable y
antihumedad!
—Están utilizando materiales inadecuados, pero yo compré los mejores.
Los infames me están robando material —había expresado con frustración.
—Será mejor que los despidas, cariño. Anota este nuevo contacto.
—Gracias, no sé qué haría sin tu apoyo.
Este era, por ejemplo, el séptimo día en que ella recibía otra mala noticia
de sus empleados: había una fuga de agua en la zona donde funcionaban las
máquinas de riego. ¡El motor principal que hacía funcionar todo el sistema era
nuevo! La situación empezaba a hacerla dudar de su capacidad de enfrentar
ese reto de levantar Blue Oaks. La estresaba.
No podía llamar a Lincoln por el tema de las máquinas, porque no era ni
su salvador ni tampoco trabajaba para este rancho. Además, él tenía sus
propias obligaciones. De hecho, ya había aportado bastante con sus
sugerencias. Brooke no quería aprovecharse de la generosidad de nadie,
aparte Lincoln no tenía la culpa de que los proveedores, a pesar de que
hubieran funcionado con Golden Ties u otros empresarios rancheros, ahora no
fuesen tan eficientes como antes. Ella podía salir adelante, sola. «Claro que
sí».
Brooke le aseguró a Pete que compraría lo antes posible otro motor,
porque el agua estaba destruyendo el área y eso era pérdida económica.
Realizó varias llamadas y consiguió que, en menos de dos horas, llegara una
compañía, elegida por ella, para solucionar el caos. Estuvo yendo de un lado a
otro, supervisando, pero finalmente, se solucionó el tema.
No quería pensar en el costo total que iba a reportar por dos motores,
comprados en menos de cinco días. Georgia iba a poner el grito en el cielo,
porque las facturas no dejaban de sumar y sumar, pero los ingresos bajaban y
bajaban. Parecía como si, en menos de diez días, se hubiera hecho una
operación financiera propia de dos meses de trabajo e inversión, pero en este
caso no era inversión, sino gasto. Esperaba que Matteo, cuando su asistente le
informara del enorme gasto que había en Blue Oaks en esos días, no le quitara
la confianza de que tenía las aptitudes para remontar el rancho y evitar su
venta.
Su único escape era ir a zumba, conocer Austin, retomar el manejo en
coche en la camioneta para hacer diligencias, disfrutar de la conversación y el
humor de Lincoln, hacer el amor con él, para después amanecer entre sus
brazos; en la casa de él o en la suya. Si Willa la veía desayunar muy temprano
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con Lincoln, le dedicaba una sonrisa amable y le decía que esperaba verla
pronto. Sus ratos con el sexi cowboy le daban ánimos para continuar esa
difícil tarea que había asumido en Texas. Siempre fue consciente de que
reconstruir su vida desde cero no sería sencillo. Ella había reajustado sus
horas de trabajo, ahora empezaban a las cinco de la madrugada, porque era el
único modo de tratar de abarcar sus objetivos planeados.
Brooke estaba saliendo de la zona de los cultivos cuando un empleado se
acercó, corriendo, evidentemente preocupado. Ella detuvo el 4x4.
—¿Qué ocurre? —preguntó, sin querer saber la respuesta.
—Se acaba de morir otro cerdo —dijo Patrick, el hombre que había
contratado para que se encargara de los animales del establo, junto con dos
personas adicionales, Kirk y Otto—. El veterinario nos ha sugerido
sacrificarlos. El sesenta por ciento de los cerdos que compró vino con un
virus. Será imposible que sirvan para comercializarlos, menos reproducirse.
Brooke apoyó la frente contra el volante un breve instante y tomó una
larga respiración, antes de mirar a Patrick de nuevo. Esta situación era
inaudita. Ella había pagado buen dinero a Archibald Jones por los animales:
vacas y cerdos. Estaba enfadada y desconcertada.
—Todo está salubre e invertí en lo necesario en implementos para que
puedan estar cómodos en la bodega grande que readecuamos para ellos, hasta
hacer el traslado final al terminar de construir el establo principal. ¿Es que
esto suele ocurrir?
La única justificación al tomar esa acción rápida de compra era que Jones
le ofreció un quince por ciento de descuento, una ganga a juicio personal. Al
menos eso pensó hasta que empezó a recibir los reportes de los animales
enfermos o muriéndose y comparó los precios de Jones con el mercado que,
sumados impuestos y demás, seguían siendo altos.
El bastardo aquel, al ver que era una mujer sin experiencia, en un mundo
de hombres, quizá la consideró como un blanco fácil. Vaya que había caído
en la trampa. Se lo iba a decir a Lincoln para que no comprara, nunca más,
animales a este imbécil.
—No, señorita, porque jamás se compran animales enfermos… —dijo sin
tratar de insultar la inteligencia de la mujer, pero era evidente que no tenía
idea de dónde diablos estaba parada en asuntos de negocios ganaderos—.
Disculpe, la pregunta, ¿no pidió usted un certificado médico de cada animal
que compró? Es uno de los requisitos.
Ella apretó los labios, decepcionada consigo misma.
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—No tenía idea de que eso era necesario —dijo maldiciendo su
ignorancia. Debió preguntarle a Lincoln los procedimientos, en lugar de
asumir que solo se trataba de hacer un acuerdo, firmar, pagar y recibir a los
animales. Dejó caer los hombros, derrotada—. Eso significa que no existe
manera de reclamarle al señor Jones ¿verdad?
—Exacto, señorita Sherwood. Aunque tenga la factura de la compra, no es
útil. Si él le hubiera dado el certificado médico de cada animal, entonces
podría haber corroborado si era un documento falsificado o verídico, con eso
ya negociar o desistir. Al menos las vacas están sanas… Podemos
considerarlo una ganancia.
Brooke soltó una exhalación. Quería echarse a llorar.
—¿Existe otro modo para no tener que sacrificar a los cerdos? —preguntó
con pesar.
—Sí, pero el tratamiento es demasiado costoso —dijo—, y no creo que
merezca la pena hacer un gasto como aquel. No son mascotas, si me permite
decírselo con el mayor respeto —dijo tocándose el sombrero y en tono
amable—, se sacrifican si no son útiles.
La idea de matar animales, le causaba arcadas a Brooke.
—Dígale al veterinario que empiece a tratarlos. Una vez que estén
curados pueden servir al menos como mascotas o deambular sin problema de
contagiar a otros cerdos ¿verdad? —El hombre asintió con lentitud, mirándola
como si tuviera cinco cabezas—. Bien, entonces haga eso, Patrick. Se
quedarán en Blue Oaks de huéspedes perennes.
—Como usted ordene, señorita, solo le recomiendo que supervise a los
constructores de las zonas de los animales —murmuró, alejándose al sitio
donde lo esperaban sus compañeros de trabajo y los hombres que estaban
construyendo el nuevo establo. Esos tarados parecían usar el pie izquierdo
para caminar, porque el ensamblaje era un desastre. Sin embargo, quizá
estaba apresurándose a juzgarlos. Este era su primer empleo como jefe de
establos y la paga resultaba bastante decente. Iba a darles un margen de
tiempo o si no, lo reportaría.
—¡Gracias por avisarme, Patrick! —exclamó Brooke.
Ella se acomodó en la silla y echó la cabeza hacia atrás. Soltó una larga
exhalación y puso en marcha el 4x4 para ir a la casa. Subió las escaleras con
rapidez y se dio una ducha. El agua le ayudó a relajar los músculos, a pesar de
que su cabeza iba a mil. Bajó a almorzar, le agradeció a Mildred por su ayuda
en la casa antes de que ella se marchara.
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Brooke se detuvo para apreciar el buqué de girasoles que Lincoln le había
enviado esa mañana, sonrió. Uno de los aspectos que le gustaba de él era que
parecía recordar cada pequeño detalle que ella le conversaba. Lincoln, en
verdad, prestaba atención.
Su siguiente parada fueron las caballerizas para hablar con Joseph sobre la
promoción que estaba circulando en internet de un descuento en las clases de
equitación, si los alumnos recomendaban a otras personas que se inscribieran.
Quería preguntar qué tal iba el asunto. La mujer que contrató para publicidad
era muy buena en su trabajo, la encontró haciendo un análisis de varias
personas freelance en internet, mirando reseñas y constatando resultados.
Al salir de la casa se encontró con una visita inesperada: dos extraños, en
traje de oficina municipal, se bajaban de un automóvil que tenía el sello de la
salubridad pública de Lago Vista. Ella se quedó de pie en la entrada del
porche y esperó a que ellos se acercaran. No corría peligro, eso lo sabía, pero
también recordaba dónde estaban las armas en la casa del rancho.
—Buenas tardes, señorita, ¿es usted Brooke Amelie Sherwood? —
preguntó el hombre de bigote y ojos azules, leyendo un documento que tenía
en la mano regordeta, acercándose hasta el caminillo que daba paso al porche.
—Buenas tardes, sí. ¿Y ustedes quiénes son y qué hacen aquí?
—Mi nombre es Oswald Jenkin y mi compañero, Solomon Faster, somos
inspectores de sanidad y tenemos una denuncia de que este rancho no cumple
con las normativas de salubridad que se exigen en la zona.
—¿Qué dice? —preguntó consternada—. ¿Quién puso la queja?
—Esa no es información que podemos compartir, lo único que hacemos
es cumplir nuestro trabajo. Aquí tenemos una orden —se la entregó, y ella la
leyó de mala gana—, para acceder a las instalaciones de trabajo y constatar
que la denuncia es cierta o descartarla.
—Puedo hablar con mi abogado —dijo echándose un farol, porque tendría
que llamar a Georgia y así se enteraría de otro desastre.
—Claro, aunque le dirá que esta orden es válida y la hará cumplirla. Le
dirá también que inspeccionar el terreno no está contraviniendo ningún
derecho cuando existe un respaldo de la autoridad pertinente como es este el
caso. Le podemos dejar una multa por rebeldía, si lo prefiere, la verdad es que
tenemos bastante trabajo, señorita, y no perdemos el tiempo —dijo el otro
hombre de cabello castaño, joven, y que la miraba con un interés que la
incomodó.
Ella se cruzó de brazos, agarró la radio que llevaba siempre a la mano, y
le pidió a Phillip, el hombre de seguridad de Blue Oaks, que se acercara para
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acompañar a los inspectores. Al cabo de cinco minutos, en un coche, llegó
Phillip con su imponente figura.
—Caballeros ¿harán la inspección en automóvil o a pie? —preguntó en
tono sarcástico—. Porque tendrán mucho terreno por recorrer.
—El tiempo que nos tome, en coche —replicó el inspector Jenkin,
mientras Solomon le hacía un guiño a Brooke, antes de marcharse.
Ella quiso estamparle el macetero más cercano en la cabeza por insolente,
porque no se necesitaban palabras. Los gestos eran suficientes para comunicar
y expresar. «Estúpido».
Inquieta por esa visita e incapaz de pensar en una persona capaz de
denunciar el rancho por algo tan ridículo, ella fue a ocuparse de otra cosa
hasta que llegaran los resultados de la inspección. Sesenta minutos después
tenía en la mano una lista de requisitos que debía cumplir, porque algunas
zonas aledañas a los sitios en los que se trabajaban, aunque no había animales
u ocupantes humanos, se prestaban a convertirse en sitios insalubres y si era
un sitio en el que se tenían reses, con finalidades de venta de productos,
entonces si no se tomaban acciones inmediatas iban a poner en una lista de
observación constante a Blue Oaks.
—Señorita —dijo Solomon—, aunque esta vez no vamos a multarla, si en
una próxima inspección esas zonas donde llegan las aguas residuales propias
del rancho no tienen un nuevo sistema de cuidados, entonces clausuraremos
este sitio hasta que esté en óptimas condiciones. Le damos una semana.
—¡Una semana es poco tiempo! —exclamó ella, perdiendo la paciencia.
—Es lo que hay, señorita —intervino Oswald con amabilidad—.
Volveremos nosotros u otros compañeros de trabajo para constatar que se ha
cumplido la sugerencia.
—Sugerencia una mierda —dijo Brooke por lo bajo.
«¿Quién diablos estaba tan desocupado para fastidiar de este modo las
gestiones de trabajo en el rancho?», se preguntó, mientras veía a los
inspectores saliendo de Blue Oaks.
Lo que estaba viviendo era una pesadilla que, aunque reorganizara el
presupuesto para los siguientes meses, no saldría con saldo a favor. Imaginaba
que de pronto alguno de los empleados rotativos que creía que, al no aceptar
ella elevar ocho por ciento la paga por hora, podían fastidiarla. «No era
justo», pensó preocupada.
Eran casi dos meses en los que, el poco dinero generado, seguía siendo el
de Rainbow Blue y, ahora, ese mismo dinero lo estaba usando en repagar
arreglos y errores. Y, cuando creía que todo empezaba a cobrar sentido
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¡kaboom! empezaban a ocurrir una serie de desastres. El punto de ser buen
administrador no consistía en derrochar el dinero de un millonario que era
propietario de la tierra, sino utilizar sabiamente los recursos y poder
aumentarlos.
Al terminar ese día, Brooke se sentó en la cama y se echó de espaldas en
un gesto de absoluto cansancio. Soltó una larga exhalación. Menos mal, ya
este fin de semana llegaría Kristy. ¡Sería fabuloso! De momento, iba a
ponerse guapa porque Lincoln la había invitado a una fiesta. Aunque tenía
poca energía, la perspectiva de verlo la hacía feliz.
Se maquilló con tono dorado en los párpados y delineador negro, destacó
sus pómulos, y aplicó labial rojo profesional, aquellos que Kristy alguna vez
le sugirió que, tan solo con un desmaquillador especial, se quitaba. Utilizó el
secador de cabello para crear un estilo descuidado, aunque resaltando su
nuevo color caramelo y rubio. Sacó un vestido de tono vino tinto, corto, y con
mangas pequeñas y escote en forma de corazón; se calzó sandalias de tres
tiras finas que hacían ver sus pies muy bonitos con la laca roja de uñas.
Si algo podía elevarle el ánimo en ese momento era su aspecto.
Leyó el mensaje de Lincoln en su móvil y sonrió, porque se le acababa de
ocurrir una gran idea. Ella había notado un cambio muy notable en Lincoln
desde la noche en que le confesó de su amarga experiencia con su exnovia.
Sin embargo, parecía cauteloso, como si a ratos estuviese a punto de hablarle
de algo en específico, pero súbitamente cambiara de opinión y empezara a
referirse a otro tema. Brooke imaginaba que estaba haciendo un esfuerzo por
confiar en ella, así que trataba de ser consciente de eso y no presionar. Le
gustaba la relación que ambos tenían ahora dejando que todo fluyera.
Lincoln: Estoy esperándote en el automóvil, porque si subo, sé
que no iremos a esa fiesta.
Brooke: Siempre puedo arreglarme otra vez ;) Además, merezco
un orgasmo, especialmente después del día terrible que he tenido
en el rancho. ¿Te ofreces o tendré que encargarme yo misma?
Lincoln: Quiero saber más sobre lo que ha ocurrido sobre tu día,
guapa.
Brooke: Es bastante aburrido y tedioso… ;(
Lincoln: Lo hablaremos de camino al centro. De momento, baja,
por favor, no me tientes que anoche no pude pasar contigo por la
inauguración de esa chocolatería, así que mi autocontrol es
escaso.
Brooke: ¿Acaso no te gusta ser tentado?
Lincoln: Por ti, siempre.
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Brooke: Mmm, entonces creo que he hecho bien utilizando unas
bragas de seda negra. Debería agradecer a la persona que diseñó
este vestido, porque tiene suficiente soporte y no necesito
sujetador…
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el clímax.
—Creo que…
—Córrete, Brooke —dijo y a los pocos segundos las paredes vaginales se
contrajeron alrededor de sus dedos—. Eres impaciente… —le besó el cuello
—. Sonrosada por el orgasmo te ves realmente apetitosa, como una fruta
prohibida, pero que es solo mía.
Ella esbozó una sonrisa e hizo un leve asentimiento tratando de recuperar
el aliento.
—Me encanta que hayas subido, Linc —dijo cuando él le acomodó la
ropa con suavidad y después, con la mano que no usó para masturbarla, le
agarró el cuello.
—Me gustaría terminar este preámbulo sexual, pero no quiero escuchar
las sandeces de Jonathan si no voy a su cumpleaños —replicó, no sin antes
darle un beso largo y apasionado. Después fue hasta el cuarto de baño para
lavarse las manos. Cuando regresó, Brooke se había acomodado la ropa y
parecía como si nunca la hubiera tocado—. ¿Más relajada ahora, cariño? —
preguntó con un guiño que la hizo reír. Había descubierto que le gustaba el
sonido de esa risa y la expresión de placer más que ninguna otra en ella.
—Mucho —dijo sonrojándose, mientras él la tomaba de la mano para
bajar las escaleras—. ¿Sabes? Yo también soy muy rápida y podría…
Él se detuvo en la escalera, un escalón más abajo que ella, hizo una
negación.
—Aunque me encanta tu boca en mi pene, Brooke, no te imaginas el gran
esfuerzo que estoy haciendo para no destrozar ese vestido y tomarte en esta
escalera sin importar nada.
Ella esbozó una sonrisa leve de medio lado.
—¿Cómo casi todas las noches que nos acostamos juntos, cuando no
importa nada? —preguntó haciéndole un guiño. Lincoln se rio y notó cuán
fácil era estar con ella.
—Exactamente —replicó de buen humor, mientras se acomodaban en el
interior del Maserati y él encendió el motor para dirigirse a la casa de
Jonathan y Renatta.
Disfrutaba de la simpleza en los gestos de Brooke, porque en ellos había
siempre generosidad; sin trucos. Le gustaba la forma en que se había hecho
una selfie, con el buqué de girasoles que le envió, con una expresión como si
le hubiese dado una gargantilla de zafiros, en lugar de solo flores. Es que,
empezaba a descubrir, bajo esos prejuicios iniciales que tuvo de Brooke, que
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en realidad ella era una mujer cálida, sincera, apasionada y que conocía el
valor del tiempo y apreciaba la opinión de otras personas.
Él sabía muy bien el porqué del día ajetreado de Brooke, así como los
problemas en el rancho de los últimos días. Después de todo lo que había
compartido, ahora íntima y cercanamente, estaba en una constante
contradicción entre lo que era correcto para su sueño como empresario y
heredero del legado Kravath, y lo que era correcto con una mujer que se
empezaba a colar bajo su piel sin opción a olvido.
Lo más preocupante era que, ahora que se había quitado el peso de Heidi
de encima; ahora que había dejado ir la culpa ridícula que cargó sobre sus
hombros por años, utilizándola como excusa para alejarse de cualquier
posibilidad de entablar una relación exclusiva con otra mujer; ahora que todo
parecía empezar a cobrar sentido y veía Blue Oaks más próximo a quedar a la
merced de su oferta económica; ahora que experimentaba la sinceridad a
raudales en Brooke, entendía que el amor nunca fue un concepto muerto para
él. El amor había estado agazapado, protegido ante la posibilidad de ser
destruido por otra persona, pero ahora encontraba esas defensas deshechas por
completo. Estaba enamorándose de Brooke.
El plan para acabar con la gestión de Blue Oaks, le sabía amargo y no a la
gloria esperada. En el caso de los inspectores de salubridad, la queja había
sido interpuesta antes de la primera noche que se acostaron, porque Lincoln
sabía que los operadores públicos eran lerdos e incompetentes y tardarían en
atender esa queja. La otra denuncia había sido interpuesta con los inspectores
de construcción civil de la ciudad y de seguro estarían próximos a visitar
también Blue Oaks. No eran gestiones que pudiera ya detener, en especial
porque fue su abogado quien lo coordinó todo. Lincoln le dijo a Elister que se
encargara de forma discreta de esas gestiones, porque él no tenía tiempo para
llenar formularios ni quejas.
Ahora, por supuesto, Lincoln no podía rehacer los establos y graneros que
Brooke había echado abajo. Sabía que Jones le vendió, por un precio
estúpidamente alto, quince cerdos que estaban en su mayoría enfermos; al
menos, las vacas, que no fueron diez, sino seis las que ella compró, estaban en
buenas condiciones. La idea de Brooke, según le comentó en una de sus
conversaciones, era elaborar productos lácteos de consumo inmediato, algo
artesanal, y venderlo en la zona en un estilo de mercadillo para crear otra
fuente de ingreso.
Lincoln no podía detener el plan en marcha, porque este ya se había
ejecutado en gran parte, caos tras caos de modo seguido, con bastante éxito.
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Claro, ahora que conocía mejor a Brooke en la forma más carnal y en su
personalidad, este éxito sabía a abrojos.
Todos los contratiempos de Brooke implicaban una gran pérdida
económica, paulatina, aunque constante. Él lo sabía, porque fue siempre la
intención de trasfondo de su estrategia de sabotaje. Además, tenía pleno
conocimiento de los números exactos porque ella, tan ingenua en un inicio, le
mostró los balances para que le indicara qué rubros era preciso priorizar. En
los días más recientes, Brooke le había comunicado, alarmada, que las
pérdidas por todos los accidentes, maquinarias defectuosas, sistemas que, a
pesar de ser nuevos, colapsaban de repente, empezaban a sumar miles de
dólares.
Si ese fuese Golden Ties, y Brooke su administradora, él ya la habría
despedido tan solo con los primeros ocho mil dólares en pérdidas en menos de
dos meses. Ella, haciendo cálculos aproximados, llevaba más de veinte mil
dólares y la cifra seguirían destrozando el balance. Lincoln no creía que,
cuando Sarconni recibiera la información de los números, estaría feliz de
continuar manteniendo a Brooke en el cargo que le había asignado.
Lo que un principio le pareció la mejor idea: que ella se marchara de Blue
Oaks, ya no le causaba el más mínimo gusto. De hecho, la posibilidad de no
volver a verla, saborear su boca o escuchar su voz, lo ponía de pésimo humor.
Le provocaba un tirón extraño en el pecho.
Él, que creía que tenía ética, estaba recibiendo una bofetada y una lección
de Brooke, sin que ella fuese consciente del modo en que influenciaba ahora
su vida. A pesar de todo el caos en Blue Oaks, Brooke continuó ayudando a
Ben en Golden Ties, mejorando significativamente la estructura interna de las
aplicaciones encadenadas al software principal y que sintetizaba procesos de
trabajo muy importantes en el rancho. Ella tenía integridad y eso era algo
admirable. Por esa integridad incondicional de Brooke, Lincoln se sentía un
gusano.
Disfrutaba de una mujer que no merecía, mientras su plan para destruir lo
que tanto se esforzaba por conseguir con Blue Oaks empezaba a tener los
resultados esperados. ¿Cómo iba a reparar el daño causado, quedamente, sin
que ella sospechara de su sabotaje? ¿Qué iba a hacer para hallar otra manera
de que Sarconni pusiera a la venta el rancho de nuevo sin que Brooke se
marchara? ¿Necesitaría utilizar a sus abogados y orquestar alguna querella
civil coherente contra su rival de secundaria y obligarlo a venderle el rancho,
garantizando el puesto de trabajo de Brooke? Las preguntas no tenían
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respuesta, aunque esperaba encontrarlas, porque empezaba a enamorarse cada
día más de Brooke.
Lo anterior no solo era una situación inesperada, sino que era lo mejor que
le había ocurrido nunca, además de que también todo podría desvanecerse,
como si fuera arena entre sus dedos, si ella llegaba a sospechar de la
influencia de Lincoln en los problemas que la habían mantenido estresada y
agobiada. Si Brooke se enteraba del rol que el cabezota cowboy tuvo en la
debacle diaria de Blue Oaks ¿podría perdonarlo o la decepción sería
demasiado grande para darle una oportunidad?
Darse cuenta de que, después de tantos años se había enamorado, en
verdad enamorado, hasta un punto en el que solo saber de ella le brindaba
calma, pasión y alegría, lo agarraba desprevenido. Lincoln no era un hombre
usualmente celoso, no le gustaba compartir sus parejas durante el tiempo que
estaba con ellas, eso era cierto, pero con Brooke el nivel de posesividad no
tenía comparación. Pensar en otro tocándola, captando sus sonrisas, siendo el
receptor de sus comentarios pícaros, le provocaban un instinto irracional de
celos y hallar un modo de marcarla de alguna manera como suya. «Dios,
estaba perdiendo la cabeza».
Necesitaba reflexionar con claridad, asimilar la magnitud de sus
emociones, y cuando estas se hubieran definido por completo, y asentado,
entonces hallaría una forma de cambiar los efectos de lo ocurrido en Blue
Oaks. De momento, le hacía falta controlar el modo en que su corazón latía
con más brío que nunca a causa de la mujer que estaba a su lado.
—Linc —dijo ella, al notarlo pensativo, mientras conducía. Por lo
general, solían ir charlando. De hecho, Brooke acababa de relatarle su caos
del día—. ¿Escuchaste?
Él aparcó fuera de la casa de su mejor amigo. Sí, la había escuchado
hablar sobre el caótico día que, menos mal, ya terminó. Aunque mañana no
iba a cambiar con la presencia de los inspectores civiles para preguntarle por
los permisos de construcción que, claro, no tenía.
—Sí, cariño —replicó mirándola con una sonrisa—, pero solo sigue las
reglas de inspección y todo irá bien. Te lo aseguro.
—¿Alguna vez te ha ocurrido algo así? Es que no entiendo quién pudo
haber hecho una denuncia anónima quejándose de un simple rancho —meneó
la cabeza—. En todo caso —compuso una sonrisa—, será mejor que
aproveche esta fiesta para olvidarme de todo.
—Menos de la parte más importante —dijo Lincoln, antes de rodear el
coche y abrir la puerta para ayudarla a bajar—. ¿Sabes cuál es?
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Ella sonrió y le hizo un guiño.
—Lo llevo muy claro y no puedo esperar a regresar a Lago Vista —dijo
riéndose.
Él la guio con la mano en la espalda baja. Esta era otra de aquellas
primeras veces con Brooke, en que la llevaba a un entorno que era muy
personal. En esta fiesta estarían sus hermanos y sus cuñadas. No era una fiesta
grande, pero Jonathan era muy apreciado por su familia, así que no solían
faltar a esta clase de reuniones. Samuel y Tristán, porque llegaron con sus
hijos también, por supuesto, decidieron complacer a sus padres y hospedarse
en casa con ellos, en lugar de hacerlo en Golden Ties, tal como Lincoln les
ofreció.
Lincoln estaba dando un paso que juró que jamás repetiría: involucrar a
una mujer en su círculo más cercano. ¿Lo más importante de ese juramento?
No empezar a enamorarse. Y esta era una ocasión en la que estaba rompiendo
esa promesa, pero no se arrepentía de ello.
No tenía idea de cómo iba a conducirse durante las próximas semanas
para tratar de arreglar el asunto con Blue Oaks; quizá podría hallar un punto
medio con Sarconni. Sabía que todavía tenía tiempo y no existía riesgo de que
Brooke se enterase de nada.
Cuando dejaron la tarjeta de regalo, cortesía de Lincoln, aunque él puso el
nombre de Brooke también en el sobrecito, para un viaje a la Riviera Maya
para dos personas, en la mesita en la que estaban colocándose todos los
obsequios del cumpleañero, se adentraron en la casa.
—Qué lugar tan bonito y acogedor —dijo Brooke, con el brazo enlazado
alrededor del de Lincoln. Le gustaba que era fuerte y podía apoyarse
físicamente en él sintiendo confort.
Estaban rodeados de una decoración divina de madera con toques
sofisticados, techos altos y una gran chimenea, que creaba un ambiente
cálido. Además, había globos con el número 35, que era la edad que cumplía
Jonathan y detalles que Brooke sabía que eran costosos, pero estaban
ubicados estratégicamente que todo lucía increíble.
Avanzaron un poco más, y el homenajeado se acercó a ellos con una
sonrisa amplia.
—¡Hey, gracias, por venir! —exclamó Jonathan, que tenía a Renatta de la
mano, saludando a sus invitados—. Pensé que, como es un día entre semana,
no llegarías. Y me alegro de que haya decidido traer esta grata compañía que,
seguramente, sabe la tortura que implica soportarte —dijo de buen humor—.
Bienvenida a mi casa, Brooke.
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—Gracias por invitarme, ¡feliz cumpleaños! —dijo sonriéndole.
—Creo que, si solo hubieras venido tú, mi prometida y yo estaríamos
felices, no hacía falta que trajeras a Lincoln contigo —replicó encogiéndose
de hombros. Brooke se rio.
Jonathan notaba algo distinto en su mejor amigo, como si un peso hubiera
sido removido de sus hombros; lo notaba muy relajado con la guapa chica
californiana. Le gustó, porque ya era tiempo. No iba a conversarlo o intentar
hacer comentarios incisivos, porque conocía que Lincoln era la clase de
persona que necesitaba resolver sus rompecabezas mentales y luego, si lo
creía preciso, entonces lo buscaría para decirle alguna cosa. O no.
—No me perdonarías que me perdiera tu cumpleaños, pedazo de idiota —
comentó Lincoln riéndose y dándole un apretón de manos. Después miró a
Renatta—: Qué gusto verte. Jonathan ya conoce a Brooke, porque anduvo de
metomentodo, como es usual, una tarde en Golden Ties. Renatta, te presento a
mi novia: Brooke Sherwood.
En el momento en que pronunció esas palabras, que salieron tan
naturalmente de su boca, Lincoln, en lugar de sentirse horrorizado por
semejante desliz, creyó que lo que acababa de decir era lo correcto. Así era
como quería que fuese con Brooke; quería tener una relación con ella. Si
habían pasado cuatro, seis u ocho semanas, desde que la conoció, eso daba
igual. Él sabía que el tiempo, en realidad, era solo una estúpida invención de
la humanidad para tratar de racionalizar aquello que era imposible de
explicar: el cambio. Así que, en lugar de continuar resistiéndose —además de
que era agotador— iba a dejarse llevar por la certeza que tenía en este preciso
instante: quería a Brooke, como su pareja. ¿Blue Oaks? Eso lo arreglaría
luego.
Lincoln apartó la mirada de la expresión sorprendida de Renatta, que
pronto la cambió por una amplia sonrisa, y la de Jonathan, que elevó ambas
cejas y luego hizo un asentimiento elevando la copa de champán, para posarla
en la mujer que estaba a su lado. La mujer de ojos verdes que dejaban
entrever sus emociones en ese momento: sorpresa, confusión y aceptación.
Dios, esta última certeza hizo que el corazón oxidado de Lincoln bombeara
mejor.
Brooke estaba sin palabras.
Nunca consideró que, después de lo que le sucedió con Heidi, él pensara
en tener una relación. De hecho, Lincoln le dijo a bocajarro desde un inicio, el
mismo día en que lo conoció, que no se comprometía con ninguna mujer y no
tenía relaciones románticas. Sin embargo, ahora estaba declarando, abierta y
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públicamente, frente a su mejor amigo y la prometida de este nada menos, que
eran novios. ¿Qué había cambiado entonces…?
Las posibilidades, le provocaron mariposas en la panza. Sí, esas de las que
todo el mundo hablaba y las que ella había matado en su mente, después de lo
horrible que pasó con Miles. Sin embargo, los aleteos estaban de regreso con
gran fuerza. Por Lincoln.
Por primera vez, en muchísimos meses, sentía que su vitalidad emocional
se fortalecía. Después de todo, ella había estado en lo correcto: acostarse
juntos jamás fue solo sexo, la ocasión en el riachuelo cambió mucho en
ambos. No se atrevía a dar calificativos a sus emociones, porque, en otras
situaciones también se había apresurado y terminó decepcionada, así que iba a
navegar por estas aguas con cautela, pero disfrutándolas.
—¡Qué gran noticia! Estoy encantada de conocerte en persona, porque ya
sabes, los hombres son cotillas, y Jonathan mencionó que administras Blue
Oaks —dijo haciéndole un guiño cómplice a Brooke—. Pues, nada, hoy
celebramos el doble, a mi querido prometido, y el hecho de que Lincoln tenga
una novia tan guapa. Por cierto —miró a Brooke, quien mantenía una
expresión única de incredulidad y alegría al mismo tiempo—, Jonathan y yo
nos casaremos en Golden Ties, así que espero que puedas acompañarnos.
Lincoln, muy generosamente, nos cedió el rancho para la ceremonia y
recepción.
—Oh, muchas gracias, Renatta. Me encantará estar en ese día tan especial.
—No te aburriré con los detalles, me encargaré de que mi coordinadora de
bodas te contacte porque sé que Linc es más de número que de eventos —dijo
en tono bromista. Miró a Lincoln—: Espero que no lo hayas olvidado.
Lincoln soltó una carcajada.
—Por supuesto que estaré ahí, Renatta, con Brooke. —Miró a Jonathan—:
No voy a monopolizar tu atención, aunque sé que dependes de mi aprobación
para hacer las cosas bien —dijo bromeando—. Iré a saludar a mis hermanos
que deben estar por aquí.
—Oh, sí, y también tus cuñadas. Ya están, como siempre, en la pista de
baile del patio trasero. Imagino que quieren recuperar el tiempo que no
pueden con los niños —sonrió, antes de levantar la mano al ver a otro grupo
de amigos que llegaban—. Los veo alrededor, disfruten.
Una vez que estuvieron a solas, Lincoln agarró a Brooke de la mano. No
quería presentarle todavía a sus hermanos, porque primero necesitaba hablar
con ella sobre el pequeño detalle que acababa de soltar con Jonathan y
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Renatta. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, Brooke entrelazó los
dedos con los suyos.
—Ahora conozco algo más sobre ti, Lincoln Kravath —le susurró al oído
con un tono alegre—. Te gusta poner títulos a ciertos detalles de la vida. Así
que somos novios, ¿eh?
Él le colocó la mano en la cintura, afianzando sus dedos con posesión.
—¿Prefieres que me retracte? —replicó en murmullo, tenso, mirándola.
Ella le dio un beso dulce en la mejilla que duró varios segundos.
—Solo si quieres dormir solo esta noche —dijo bromeando, pero con una
indescriptible emoción llenándole el corazón.
—Decir que eres mi novia fue algo que no estaba entre los temas que
hemos discutido, si crees que crucé una… —Ella le puso los dedos en los
labios e hizo una negación.
—A veces, Linc, en la vida lo que menos se planea es lo que mejor
resultado genera. No es una formalidad que me pidas ser tu novia, pero
tampoco considero que hayas cruzado ninguna línea. ¿Sabes por qué? —
preguntó acariciándole la mejilla con la mano libre.
—No…
—Porque me gusta mucho esa idea —dijo con una sonrisa.
Sin importarle que estaban en una sala con un montón de personas, que
conocían por amistad ya que esta era una fiesta de solo cuarenta personas de
círculos sociales similares, cuán hostil y esquivo era Lincoln con su vida
personal, agarró la nuca de Brooke y la acercó hasta que su boca cubrió la de
ella. Sus labios se movieron con dulzura y reverencia, apretándola más contra
su cuerpo si acaso era eso posible, y profundizó el beso. Ella, se dejó guiar
por el contacto, lo devolvió con entusiasmo, y abrazó a Lincoln de la cintura.
—Creo que esta es una forma diferente de presentarnos a tu novia, Linc
—dijo Samuel Kravath a Lincoln, dándole un codazo a su hermano, Tristán,
que se echó a reír, mientras las esposas de ambos meneaban la cabeza con
desaprobación por instarlas a acompañarlos a interrumpir ese beso tan bonito.
Cuando esos tres se juntaban parecían tener veinte años y ni un poquito de
sentido de la cordialidad, pero eran un trío de hermanos muy unido.
Lincoln se apartó de Brooke con suavidad y miró con fastidio a sus
hermanos.
—Deberías quedarte haciendo guardias nocturnas más seguidas en el
hospital en Houston, Samuel, ya que pareces estar desactualizado con las
nuevas tendencias sociales —replicó, mientras su hermano le daba un abrazo.
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Miró a su cuñada—: Hola, Francesca. Algún día quisiera que me repitas el
motivo por el cual soportas a este tonto.
La despampanante mujer sonrió y apoyó la cabeza contra el hombro de su
esposo.
—Soy Tristán Kravath —dijo el mayor de los hermanos extendiendo la
mano a Brooke, quien estrechó la mano varonil con una amplia sonrisa—. Y
ella —señaló a la preciosa mujer de vibrantes ojos celestes—, es Helena, mi
hermosa esposa.
—Encantada de conocerlos a todos —dijo Brooke, al notar que juntos, los
hermanos Kravath eran un equivalente a los Hemsworth. Cada uno en su
estilo y forma devastadoramente guapos, pero ninguno, según su juicio
parcializado, más que Lincoln.
—Brooke, ellos son mis hermanos, y sus esposas. Todos, les presento a
mi novia, Brooke Sherwood, y no aprecio que hayan interrumpido ese beso.
Sus hermanos soltaron una carcajada y empezaron a charlar, pero no
perdieron la oportunidad, mientras las mujeres cotilleaban de quién sabría
qué, de hablar sobre Brooke. Lincoln les contó brevemente sobre ella, la
forma en que había llegado a Austin. Cuando Tristán le preguntó qué había
ocurrido con Blue Oaks, Lincoln le dijo que estaba tratando de solucionar un
par de detalles y no quería mencionar esos temas esa noche.
—Te veo bien, Linc —dijo Samuel, el que era más reflexivo de los tres,
con sinceridad, compartía los ojos azules de su hermano menor—. Me alegra
que hayas dejado el pasado atrás. Brooke parece una chica muy agradable. Te
has dado la oportunidad de tener una pareja.
—Sí, hermano —dijo Tristán, él era serio, aunque sus destellos de humor
los compartía más con la personalidad de Lincoln que de Samuel—.
Esperamos que, en una próxima visita, no nos recibas teniendo sexo en el
rancho en tu afán de demostrarnos que llevas una vida sexual sana, por favor,
no sería apto para tus sobrinos.
Lincoln soltó una carcajada y le dio un puñetazo a Tristán en el hombro,
mientras Samuel se unía con una risa franca. Después cambiaron de tema y
empezaron a hablar de fútbol, las travesuras de sus sobrinos, la salud de sus
padres.
Brooke se sintió cómoda hablando con Helene y Francesca, pero no
perdió de vista lo contento que se veía Lincoln entre sus hermanos. La
camaradería que existía en el círculo familiar era todo lo que ella había
perdido cuando sus padres empezaron a priorizar el dinero, el estatus social y
los derroches económicos, en lugar de la familia. Le pareció un poco
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embarazoso que tuviera que conocer al clan Kravath, mientras este
presenciaba su beso con Lincoln, pero en ningún momento la hicieron sentir
incómoda. Al contrario, después de reírse y hablar de viajes, proyectos y
demás, con las cuñadas de Lincoln, se sentía rodeada de una extraña
sensación de pertenencia; como si, al fin, hubiera echado raíces en Texas.
Horas después de haber bailado y pasado un buen rato, extenuada, Brooke
le pidió a Lincoln que se marcharan. En lugar de ir a Blue Oaks, él la llevó a
Golden Ties. Quería tenerla a su lado, una vez más, cuando vieran cómo el
cielo se tintaba de luz al alba. Porque si las siguientes mañanas empezaban
con ella, desnuda y junto a él, con ese aspecto tan apetecible, sereno y
hermoso, entonces Lincoln creía ser capaz de dejar su sueño de poseer Blue
Oaks. Podría olvidarse de muchas cosas por esta mujer y eso resultaba
aterrador. El poder que ejercía esta belleza de ojos verdes era demasiado
peligroso.
—Me gusta amanecer contigo —susurró, mientras la desnudaba—. No
importa en dónde estemos, en qué rancho, en qué hotel, es un deleite —le
mordió el labio inferior.
—Dentro de mí, especialmente —replicó riéndose y acariciándole el
miembro.
—Entre otras cosas —dijo antes de besarla con un gruñido de placer.
Esa noche hicieron el amor de una manera lenta, impetuosa, que resumía a
fuego vivo todas las frases no dichas, pero que sus ojos eran incapaces de
guardar, mientras se enlazaban el uno con el otro en un vaivén cimbreante,
posesivo, cálido y emocional. Cuando Brooke se quedó profundamente
dormida, Lincoln la sujetó contra su cuerpo rodeándola con el brazo, como si
temiera que se fuera de su lado. La perspectiva no le gustaba para nada.
Le besó el cuello, a pesar de ser consciente de que Brooke, una vez que
dormía, difícilmente algo la despertaba. Salvo que fuese un sonido estridente
o la alarma del móvil.
Esta noche había sido importante, porque se dio cuenta que sus
sentimientos por ella surgían de la confianza, que no creyó volver a sentir por
una mujer. Entendió que el verdadero motivo por el que las últimas semanas
estuvo en constante contradicción, entre su rol como empresario y el rol de
amante, era porque había más que solo una atracción primitiva o un
enamoramiento temporal por Brooke. El verla con su familia había sido el
catalizador de una claridad que, solo horas atrás, esperó que se diera en el
transcurso de varios días o semanas, sin embargo, esa realización acababa de
ocurrir esta misma noche.
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Soltó una exhalación suave y apoyó la cabeza contra la de ella. No sabía
cómo iba a transitar los próximos días o cómo iba a sincerarse con Brooke,
pero era consciente de que tenía que ser honesto sobre sus motivaciones
cuando supo que ella era la administradora del rancho que él quería convertir
en un viñedo. Después de eso, necesitaría encontrar el momento y el valor
para mirarla a los ojos y decirle lo que acababa de entender.
—Te quiero, Brooke —le susurró, pero ella, por supuesto, no lo escuchó.
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CAPÍTULO 15
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los inconvenientes las retrasaban y no le permitían avanzar como tenía
previsto en su plan.
A las cuatro de la tarde, Brooke tuvo que llamar a los bomberos.
En esa ocasión, uno de los ayudantes novatos de Pete había olvidado la
regla principal en un rancho: no se fumaba. El estúpido niñato lanzó la colilla
al pie de un árbol que colindaba con los primeros vestigios de la cosecha
nueva de trigo.
Al cabo de un rato, el viento llevó una chispa a consumir una parte no tan
grande, aunque eso era lo de menos, de la siembra. Pete, enfadado y cabreado,
intentó aplacar el incendio como pudo, pero debido a que era una imprudencia
laboral, y Brooke iba a necesitar una causal de despido con pruebas para no
ser demandada, ella llamó a los bomberos. Cuando le contó a Lincoln lo
sucedido, él fue hasta Blue Oaks, con sus propios empleados, para ayudar a
restaurar la tierra quemada e incluso con sus materiales. Él le aseguró que no
estaba haciéndolo por Sarconni, sino por ella, porque era su novia y quería
contribuir en que, todo el trabajo que realizaba con esfuerzo, no se retrasara
más por los imprevistos.
En la noche, Brooke, lo invitó a cenar a la casa. Él no hizo comentarios al
hecho de que la comida era precocinada, porque sabía que ella no tenía idea
de cómo cocinar, así que tan solo la besó y le agradeció que se tomara la
molestia de preparar la mesa y la cena. Disfrutaron una conversación sobre
sus preferencias de música e incluso improvisaron una pequeña trivia entre
los dos. Brooke la terminó ganando.
—Gracias por ayudar a Pete, Linc, la verdad es que acepté que contratara
a ese chico porque lo veía a tope con su equipo. Además, al parecer era un
sobrino lejano —meneó la cabeza—. El pobre Pete me pidió disculpas y creía
que iba a despedirlo.
—Ahora está todo solucionado, después de esta trivia, que te he dejado
ganar, por supuesto —dijo y ella se echó a reír—, creo que necesitas bailar
conmigo. —Puso una melodía de Spotify—. Me gusta sentir el vaivén de tu
cuerpo con el mío también fuera de la cama.
Ella se rio con suavidad.
—¿Es así? —preguntó acercándose al centro de la cocina de suelo de
parqué.
Tomó la mano que le ofrecía y apoyó el rostro contra el pecho masculino,
bailando al compás de Say You Won’t Let Go de Arthur James.
—Brooke —le dijo al oído, sosteniendo una mano en la cintura y la otra
en la mano de ella, girando con suavidad con las notas de balada—, eres una
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mujer especial para mí.
—Linc… —susurró—, tú también eres alguien especial para mí…
—Quédate conmigo.
—¿Dónde habría de irme? —preguntó con una sonrisa, apartando el rostro
del pecho para mirarlo, sin dejar de moverse. Le gustaba la melodía que él
había elegido. Le gustaba él.
—Solo quédate —murmuró, besándola.
Ella asintió devolviéndole el gesto.
Para Lincoln hacerle esa petición guardaba un significado más profundo
que el que ella podría interpretar en ese instante. Esa petición estaba ligada a
la necesidad de que, cuando le contara que era el culpable de las pérdidas
económicas y los pésimos proveedores que había contratado en Blue Oaks, lo
escuchara y le diera la oportunidad de explicarse.
No podía decirle que la amaba y luego confesarle la verdad de su rol de
sabotaje en el rancho, porque entonces, creería que estaba manipulándola.
Sería un despropósito actuar apresuradamente. Él no era paciente, pero podía
armar una estrategia coherente para que ambos salieran ganando en todo
aspecto. Hasta que eso ocurriera, que esperaba que fuera pronto, empezaría a
contribuir incluso pagando dinero extra a su propia plantilla para recuperar el
tiempo que ella había perdido resolviendo los problemas que, al menos los
vinculados al sabotaje, nunca debieron suceder.
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cowboy —había dicho en tono orgulloso que instó a Kristy a reírse—. Es la
verdad. Además, es tan raro, pero con Linc me siento posesiva.
—Ufff, Brooke, si yo tuviera a un hombre como el tuyo en mi vida,
créeme, ningún Robbie me llamaría la atención —le había hecho un guiño—.
Por cierto, que se tomara el tiempo, considerando que teníamos solo este fin
de semana en la ciudad, para llevarnos a la zona de Lago Vista, fue genial.
Golden Ties es un rancho precioso y mis amigos estuvieron encantados de
montar a caballo sin tener paparazzi o idiotas persiguiéndolos. Blue Oaks, tal
como comentaste, tiene potencial y sé que, a pesar de todos los desastres que
te han ocurrido, saldrás adelante. Creo es tan solo parte de tu inexperiencia,
que vamos, le ocurre a cualquiera, pero has obrado de buena fe. Sigues
intentándolo y eso es importante.
—Espero que Matteo no se decepcione, porque la buena fe no sirve como
excusa si llevas miles de dólares en pérdidas —había lamentado—. Después
de la visita de esos tarados de sanidad, luego los agentes de permisos de
construcción municipal, tuve unos días de mierda tratando de solucionarlo
todo. Me tocó llamar a la asistente de Matteo que, menos mal, es un sol. Por
ahora, tan solo me queda ser paciente y rogar al firmamento que Blue Oaks
me dé un día de respiro. Kristy, la verdad, es que llegaste en el fin de semana
perfecto.
—¿Me vas a decir que Lincoln no te ha quitado el estrés en la cama? —
había preguntado elevando ambas cejas al mismo tiempo, riéndose.
—¡Eres imposible! No puedes estar seria mucho tiempo —había replicado
sonriendo—. Para responder tu pregunta, sí. Y Lincoln no hace nada a
medias.
—Ufff, es que, de verdad, hija mía, el hombre es el pecado andante. Quizá
pueda considerar mudar mi residencia permanente en Austin ¿eh? Al parecer
el agua aquí tiene efectos interesantes en la especie masculina —había hecho
un guiño, y ambas se carcajearon.
—Matteo sería un idiota si atentara con decepcionarse, porque no tiene la
conciencia para ello —había murmurado con una mueca retomando el tema
de Matteo—. Fue gracias a ti que no terminó en prisión, así que más le vale
recordarlo.
—Sí, pero es su rancho, y una cosa no tiene que ver con la otra…
Kristy se había acercado para abrazarla. Al apartarse le dio una palmadita
en la mano.
—Supongo que no, pero da igual. En todo caso ¿cuándo regresa a Austin?
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—Diez días… Creía que, a este paso, se quedaría viviendo en Europa —
había bromeado—. De todas formas, no solo tenemos asuntos de negocios
para tratar, sino, como ya sabes, los temas personales, finalmente.
—Sí, estoy de acuerdo. Por cierto, cuando se largó de California nos
quedó debiendo varias cenas en restaurantes de moda, así que espero que se lo
recuerdes de mi parte.
Ambas se habían reído, porque si existía una persona que disfrutara ir de
fiesta y conocer sitios nuevos, más que Kristy, era Matteo. No solo era buen
bailarín, sino también alguien que se adaptaba a la gente y esta pasaba
realmente bien a su lado, en cualquier ambiente. Quizá esto último había
hecho clic con Raffe y los llevó a convertirse en tan buenos amigos.
—Se lo recordaré…
—Con respecto a Lincoln —había dicho con total seriedad—, ¿estás
enamorada de él? Lo pregunto, porque jamás te he notado tan contenta con un
hombre como con él. Creo que mi pregunta surge, no solo por todo lo que me
has contado, sino por la forma en que lo miras y cómo, sin que tú te des
cuenta, tu cuerpo parece orbitar hacia el de él y viceversa.
Brooke, a lo largo de esos últimos días, se tomó un tiempo analizando lo
que sentía, porque a medida que pasaba más horas con Lincoln, sus
emociones se volvían más fuertes, como las raíces de un árbol antiquísimo
que estaban sumamente arraigadas a la tierra; sólidas. Este hombre se había
hecho un espacio profundo en su corazón.
Lincoln se mostraba más espontáneo, afectuoso, sin importarle si había
alguien alrededor mirándolos. Incluso una noche en esa semana, antes de que
llegara Kristy desde Phoenix, la llevó a casa de Osteen y Rosalie porque
quería despedirse de sus hermanos, sus cuñadas, aunque no sin antes ver a sus
sobrinos. Le había presentado a su familia, aquel grupo de personas que él
protegía celosamente. Fue un gesto que expresaba su confianza en ella.
Sus ovarios estuvieron a punto de explotar, y su corazón se estrujó,
cuando vio cómo Lincoln jugaba y bromeaba de forma tan natural con los
sobrinos. Sin duda, él había nacido para ser un hombre de familia, pero ella
estaba aterrada ante la posibilidad de tener otro episodio como el ocurrido en
el hospital; otro aborto espontáneo. Sabía que ese era un tema que,
eventualmente, tendría que hablarlo con él. No porque estuviera anticipándose
en la relación o creando expectativas, sino porque era una parte de su vida
que, así como la de él con Heidi, la había marcado y creado ciertos miedos.
Creía justo hacerle esa confesión, porque ahora conocía que uno de los
mayores anhelos de Lincoln era tener hijos.
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Cuando esos ojos azules la observaban, durante el vaivén de sus cuerpos,
parecían dejar ver las emociones más profundas. Cuando la besaba, la tomaba
de la mano o tan solo la abrazaba al anochecer o cuando se iban en la
camioneta, hasta las zonas más lejanas de Golden Ties, a ver las estrellas, ella
sentía que otro trocito de su corazón se iba con él.
—Lo amo —había confesado con franqueza—, y no sabes el terror que
tengo.
—Terror deberías tener si fueses incapaz de sentir de nuevo, pero mírate,
has sanado, cambiado, evolucionado y ¡te has vuelto a enamorar! Eso es un
gran logro, Brooke.
—No sé si seré capaz de decir esas palabras, mirándolo a los ojos un día.
Me preocupa abrirme a él y no ser correspondida o que Lincoln se cierre de
nuevo a mí. No sé —había dicho con un atisbo de frustración en su tono de
voz.
Kristy había ladeado la cabeza con una sonrisa leve.
—Cuando estés lista, quién sabe, tal vez, sea él quien te sorprenda
diciéndote primero que te ama. Por ahora —había bajado la voz en tono
conspirativo—, siéntete feliz, porque si hay algo que tienes seguro es que el
hombre no puede apartar las manos de ti.
—¡Dios, Kristy! ¿Cómo es posible que cambies así de humor y de tema?
Su amiga se había encogido de hombros con una expresión de inocencia.
—¿Qué? Es cierto. Lo tienes, como dirían vulgarmente, agarrado de los
cojones. Oye, y si los sabe utilizar, pues mira, qué suerte la tuya. —Brooke se
había reído tanto que le salieron lágrimas—. Quizá, el secreto de la vida
sexual saludable sea, definitivamente, tener un riachuelo. —Las dos se habían
carcajeado—. Tu sonrisa, ha recuperado el brillo que perdió durante meses.
Me iré contenta a Phoenix sabiendo eso.
Sin embargo, la vida en Austin, para Brooke, estaba a punto de dar un
nuevo giro. Que hubiera lágrimas o sonrisas iba a depender no solo de su
madurez emocional, sino de la capacidad de volver a confiar o aceptar que
llegaba un punto en que era preciso un adiós.
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No le gustaba alejarse de sus responsabilidades en Austin, menos de la
mujer que quería, pero era la despedida de soltero de Jonathan y no podía ser
aguafiestas. Las Vegas era una ciudad en la que, en algunos de sus años
juveniles, se convirtió en el sitio perfecto de perdición durante los veranos.
Una locura, pero ya no estaba para esa clase de boberías, aunque no por eso le
impedía pasársela bien con sus mejores amigos.
Su propósito de revertir, un poco al menos, los problemas que le había
ocasionado a Brooke, así como las pérdidas económicas, rindió frutos. Blue
Oaks empezaba a recobrar la estabilidad. Los nuevos pintores, que sí eran
diligentes y profesionales, ya tenían las fachadas terminadas y con un aspecto
nuevo. No solo pintaron la casa principal, sino el resto de la infraestructura de
la propiedad, especialmente la parte de Rainbow Blue.
Lincoln llevó a su gerente de comercialización de Golden Enterprises para
que se reuniera con Brooke y la asesorara en el proyecto del mercadillo. En el
caso de los cerdos, luego de que el veterinario los sanara, solo iban a quedarse
como mascotas. Ella había elegido que tan solo iba a enfocarse en las vacas
lecheras.
Él no se burló de ese hecho, pues entendía que el corazón de Brooke no
podría con la posibilidad de sacrificar animales, incluso las vacas lecheras no
serían comercializadas por su carne, sino por temas lácteos. Ella lo enternecía
con esa clase de decisiones, muy opuestas a las medidas que él tomaba
basadas en la educación generacional de los Kravath que, desde que gateaban,
entendían la diferencia entre una mascota y un animal que era parte de un
negocio.
En su familia manejaban una política de empatía con los animales, claro,
no eran despiadados o inhumanos, pero se trataba de un negocio. Pasaría su
vida miserablemente si acogía a todos los animales como mascotas, iría a la
quiebra y al psiquiatra.
Su abogado lo llamó tres días atrás para decirle que el estatus del rancho,
en temas de venta, seguía siendo el mismo: Blue Oaks no estaba disponible en
el mercado. En todo caso, por ahora Lincoln había modificado el enfoque: su
prioridad era allanar el camino para decirle la verdad a Brooke. Que no sería
una conversación sencilla. Él sentía curiosidad por saber más de la vida de
ella en California, sin embargo, entendía que cada persona tenía sus tiempos.
—Estás muy meditabundo —dijo Samuel, mirándolo, mientras alrededor
la gente se reía, hablaba a viva voz, apostaba, perdía, ganaba y bebía. Una
fiesta veinticuatro de horas. Esto era Las Vegas, la Ciudad del Pecado, y
donde lo prohibido era, precisamente, no pecar.
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—Tengo algunos planes en mente que he ido desarrollando —dijo
mirando las cartas.
La estancia en Las Vegas era de un día para otro, ya que fue el único
tiempo en el que coincidían las agendas de todos. Tampoco podían retrasar a
Jonathan por andar de borrachera y perdidos por la avenida Strip. El boleto de
regreso lo tenían para el mediodía del sábado, y seis horas después se llevaría
a cabo la ceremonia.
En esos momentos estaban jugando BlackJack en el Bellagio. Tristán, el
cabrón, solía tener siempre buena suerte y ya tenía ganados seis mil dólares
en una hora. Jonathan, que no estaba tan pasado de tragos todavía, había
perdido bastante, pero ninguno quería irse de la mesa. A Lincoln le estaba
yendo bien, aunque no apostaba tanto como sus amigos.
—¿Tiene algo que ver con Brooke? —preguntó. Lincoln hizo un
asentimiento breve—. Mmm, no creo que vaya a ser muy fácil decirle lo que
hiciste. ¿La amas…?
Lincoln soltó una exhalación. Lo sabía muy bien.
—Más que a nada. Sí —dijo con certeza—. Que no me corresponda o que
decida mandarme a la mierda, después de todo el jaleo que he armado en Blue
Oaks…
—Hermano, si no te corresponde, te queda la experiencia de que rompiste
con tu pasado y que volviste a confiar. A amar. A veces la ganancia no es el
objetivo cumplido, sino el viaje que hiciste para tratar de alcanzarlo —le dio
una palmada en la espalda, pues estaban sentados uno al lado del otro en la
mesa de juego—. Francesca me comentó que Brooke le pareció que era la
mujer perfecta para ti. Yo concuerdo con mi esposa.
—Gracias, Samuel.
—¡La siguiente parada es un club de striptease! —exclamó Ernest
interrumpiendo cualquier posible conversación adicional. Él ya tenía varias
copas encima. Lo secundó Billy con un choque de puños en el aire. Jonathan,
al que lo habían vestido de rosado con morado y lo llevaban con una tiara de
princesa de un casino a otro, tan solo se echó a reír; le había prometido a
Renatta que no haría nada de lo que pudiera arrepentirse, pero él no
encontraba nada más estúpido que haberse puesto en manos de los tarados de
Billy y Lenox—. Queremos ver tetas y culos bonitosss —dijo arrastrando las
palabras—, que nuestro amigo Jonathan se casaaa mañana. El pobre no podrá
ver culos y tetas diferentesss por el resto de su vidaaa.
—Joder, cállate —dijo Lincoln meneando la cabeza y murmuró una
disculpa a los otros jugadores que tan solo se rieron—. No estás en el circo.
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—Ahhhh, qué aburrido Linconcitooo —dijo Ernest cuando perdió la
partida. Se tambaleó al apartarse del asiento para ir hasta Linc y abrazarlo—.
¿Es que estás tan enamorado de la rubia californiana que ya ver tetas y
culossss nuevossss no te gustaaa? Buuu. ¡Qué aguafiestasss! —miró alrededor
y preguntó—: ¿A que este tío es aguafiestaassss?
—Ernest —dijo Lenox dándole un rapapolvo en la cabeza con la mano—,
si no te callas, te juro que te llevo yo mismo a la habitación y te encierro hasta
mañana.
Samuel meneó la cabeza, riéndose entre dientes. Tristán se rio por lo bajo.
—Puaj —replicó Ernest, finalmente sentándose y dejando sus fichas para
otra ronda—. Este asunto de los matrimonios son un mal que me está
quitando a mis amigos.
Jonathan puso los ojos en blanco y le extendió una ficha de cincuenta
dólares, a modo de propina, al crupier. Esta iba a ser una larga, aunque para
nada aburrida, noche de fiesta.
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CAPÍTULO 16
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Ella sentía que la situación era irreal, pues tantas veces había imaginado
cómo sería si volviese a ver a Matteo Sarconni en persona. Y ahora, que
estaba ocurriendo, lo sentía tan natural como si no hubiesen pasado años sin
estar frente al otro. Nunca fueron amantes, porque Brooke comprendió, no sin
decepción, que Matteo no tenía un trato especial por ella, sino que, todas las
chicas a su alrededor, recibían las mismas atenciones. Y claro, luego estaba
ese otro incidente sobre el que hacía falta limpiar las asperezas remanentes;
las explicaciones que no se dieron, porque antes de que ocurriese, primero
llegó el resentimiento y la tragedia.
—Tú estás preciosa y te has esforzado mucho con este rancho. Lo
agradezco. Seguro Blue Oaks ha florecido con tu sola presencia —él le hizo
un guiño, porque era muy coqueto. Ella lo atribuía a sus raíces italianas—. Sé
que te comenté que te invitaría a cenar para hablar, pero me apeteció
sorprenderte para que no tuvieras opción a negarte a comer conmigo.
—No has cambiado en ese aspecto, deja de flirtear —sonrió meneando la
cabeza—, y ya sabes que no iba a rechazar esa salida, porque es un asunto que
lleva muy pendiente entre tú y yo. Aunque no hubiera venido a Texas, en
algún momento tú habrías ido a California. —Él asintió con una sonrisa. Le
gustó que, a pesar de todo, la camaradería entre ellos estuviera casi intacta—.
Por cierto —dijo con entusiasmo—, acabo de probar el software que creé para
automatizar los procesos del rancho y va estupendo. Lo dejaré correr unas
semanas así, poco a poco, corregiré si encuentro alguna falla…
—Brooke —dijo en tono suave interrumpiendo—, vamos con calma.
Primero, quiero saber si estás bien y si aquí te han tratado con respeto. Sé que
siempre has sido bastante independiente, pero llevo claro que un rancho es un
trabajo en equipo. Aunque no es que yo haya sido un jugador precisamente
eficiente. En fin, dime sinceramente cómo estás.
Ella soltó una exhalación leve e hizo un asentimiento.
—Aunque ha sido un periodo largo de adaptación, me siento a gusto aquí.
Las personas que trabajan con contratos fijos han sido un inmenso apoyo. No
solo tienen ética, sino que, en verdad, son amables. Lo fueron desde el primer
día que llegué.
Él miró alrededor, ya no lucía como la casa carente de calidez que había
dejado el administrador anterior o los que le precedieron. Le gustó que
Brooke hubiera puesto su toque personal. En verdad, la vibra invitaba a
quedarse.
—Has hecho un buen trabajo en la propiedad, la casa está muy bonita. Le
diré a Georgia que envíe un decorador profesional para que agregue más
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detalles considerando tu opinión. ¿Qué te parece eso? —preguntó
golpeándose con el dedo la barbilla.
—Es tu presupuesto, pero tal como vivo ahora, estoy muy bien.
—Hecho entonces —dijo sacando el móvil y mandándole un mensaje a
Georgia con rapidez—. Listo, ella lo agendará y podrás tener voz y voto.
—¿Acaso esperarías que no diera mi opinión? —preguntó riéndose.
—Oh, absolutamente no. Solo era una reafirmación, mi querida amiga.
—Ven —dijo dándole la espalda con dirección a la escalera—, te
enseñaré cómo he decorado el resto de la casa. Con un presupuesto estándar
he logrado hacer una diferencia.
Estuvieron en el piso superior, a él le gustó ver que ya no había sillas
maltrechas ni habitaciones desocupadas, sino que Brooke las había arreglado.
Lo que alguna vez consideró un sitio agreste, ahora era un espacio muy
agradable. Fueron al patio trasero, en el que ella había sembrado menta,
tomillo, albahaca, a modo de huerto personal. Después, él aceptó el vaso de
limonada fresca que le dio, y se sentó a la mesa con su amiga.
—Me gusta la casa, gracias por devolverle vida a este sitio.
Brooke asintió.
—¿Lograste concretar tus negocios en Europa?
—Una parte, el resto debe continuar en negociación durante un tiempo
hasta que lleguemos a un acuerdo final. Brooke, ¿qué te parece si me llevas a
recorrer el rancho, me explicas todos los problemas que has tenido, los
proyectos, además de las estadísticas acumuladas? Salvo que tengas planes,
porque comprendo que he venido de improviso, entonces lo podemos
coordinar para la próxima semana.
Ella no tenía planes, su clase de zumba la tuvo ya el día anterior, y
Lincoln estaba con sus mejores amigos y sus hermanos en Las Vegas,
celebrando la despedida de soltero de Jonathan. Renatta y Jonathan se
casaban al día siguiente, al atardecer, en Golden Ties. Brooke había
encontrado un vestido divino que le llegaba hasta los tobillos, en seda con
organza, en tono violeta sin mangas. El escote tenía una abertura en V, pero
resultaba soberbio y sensual sin perder lo chic. Lo adquirió gracias a una
oferta que vio en la tienda Neiman Marcus.
—Son horas de trabajo, Matt —dijo incorporándose con una sonrisa—. El
único problema es que estás vestido con traje de oficina. La jornada será larga
y vas a ensuciarte.
—Bah —replicó mirándose a sí mismo—, da igual. No tengo intención de
convertir en un hábito estas visitas. Además, tú estás a cargo. Por cierto, el
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estilo cowgirl, con botas, jean y tal, te quedan bien. En todo caso, el recorrido
es hoy. Cuando terminemos lo que está planeado aquí en Blue Oaks, entonces
regresaré a mi penthouse en la ciudad y me daré una ducha, para cenar
contigo. ¿Qué te parece la idea?
Brooke esbozó una sonrisa. Necesitaba prepararse mentalmente para esa
noche, entonces, porque abrir episodios pasados no siempre era agradable.
—Es lo que acordamos hace mucho, así que está bien. Primero, te
mostraré las estadísticas y gastos, las justificaciones de ellos, y los proyectos
—señaló la oficina—, eso nos tomará al menos dos horas. Después, sí —
agarró las llaves del 4x4 y las agitó—, recorreremos el rancho que, en verdad,
ahora está mucho mejor que si hubieras venido unas semanas antes.
Entraron en la oficina que tenía vista lateral al campo.
—¿Cómo así? —preguntó con curiosidad, mientras ella abría el
documento de Excel y el programa comparativo que había creado para
resultados.
—Estás rodeado, como te comenté, de personas generosas que me han
ayudado —dijo en tono críptico, porque recordaba que Lincoln tenía
diferencias con Matteo—, así que, gracias a eso, he podido iniciar el
crecimiento del rancho. He empezado a reducir los gastos —le señaló las
cantidades—, pero después de la debacle inicial, que ya te explicaré todo el
viacrucis que pasé, tomará un tiempo. Lo conseguiré, eso no lo dudes.
—Brooke, eso no está en discusión —dijo mirándola, mientras ella
continuaba presentándole una hoja de cálculo tras otra.
—Gracias, Matt. He podido incrementar, poco a poco, las ganancias con
las máquinas nuevas en las que invertí para los sembríos. Incluso compré
animales para crear un proyecto de mercadillo diario, con productos locales
lácteos, para generar circulante y no depender de la caja chica de Wild
Homes. ¿Qué tal con eso? —preguntó con una sonrisa.
—Sigue, me encanta lo que escucho y me muestras en pantalla.
—Es que todavía no llego a los números rojos —dijo con un poco de
inquietud.
—Vamos paso a paso —replicó tomándole el rostro entre las manos en un
gesto fraternal, mirándola con sinceridad—, y luego, me llevas a recorrer mi
rancho. ¿Bien?
Ella tan solo hizo un breve asentimiento y él la soltó con suavidad. Luego
empezaron una conversación de números, proyecciones y anécdotas.
Cuando terminaron con la parte administrativa se embarcaron en el 4x4 y
Brooke le habló de todas las situaciones ridículas que había vivido,
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incluyendo las denuncias sobre los permisos de construcción y el asunto de la
sanidad. Matteo tan solo la escuchó con atención. Después fueron
deteniéndose en cada estación de trabajo de Blue Oaks. Matteo saludó a sus
empleados, conversó con ellos, hasta que llegaron al claro donde estaba el
riachuelo y, ahora que tenía Brooke los permisos, se estaba construyendo con
rapidez el bungaló.
Toda la jornada les llevó casi hasta las seis de la tarde.
Antes de que Matteo se marchara a su penthouse, con la intención de
volver a Blue Oaks para llevarla a cenar, porque le daba igual si tenía que
hacer varios viajes desde Lago Vista a Austin y viceversa, con tal de cumplir
su promesa de aclarar el pasado, ella lo detuvo del brazo. Él la miró con
atención. Le gustaba sentir que, a pesar del paso de los años, la relación de
ellos pareciera haberse retomado desde el punto en que la dejaron, claro,
ahora con las grietas propias de las cicatrices de la vida de cada uno.
—Matt —dijo con cautela.
Él ladeó la cabeza.
—¿Sí, guapa?
—Después de todos los gastos que has tenido conmigo como
administradora, las estadísticas que te he mostrado, los proyectos que te he
explicado y el funcionamiento actual de Blue Oaks, necesito que me digas si
consideras que puedo continuar haciendo este trabajo. No con pena, sino
como un empresario sincero.
Matt frunció el ceño.
—Brooke, has hecho un mejor trabajo del que yo habría podido realizar
aún con conocimientos administrativos. Incluso has sido mejor
administradora que la persona que estuvo antes de ti. No voy a despedirte, me
encanta que estés en Austin, pero, sobre todo, me gusta cómo le estás dando a
este rancho, poco a poco, tu toque personal y renovándolo. ¡Le has dado vida!
Las pérdidas son inevitables, en cualquier negocio, sumado a ello, que es algo
que consideré, tu falta de experiencia para un lugar tan grande. Sin embargo,
sí debo ser sincero, hay algo que no me termina de encajar con los incidentes
que me has comentado.
—¿Qué sería? —preguntó, aliviada, más de lo que podría describir, al
saber que Matteo confiaba en que todo iría a mejor, a pesar de los desastres.
No iba a despedirla.
—Mis empleados tienen unas funciones muy específicas y horarios
laborales. Me causa cierta curiosidad un detalle ¿cuál de ellos es el que ha
estado más involucrado últimamente, al punto de que el rancho, a pesar de los
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terribles imprevistos que tuviste, tal como me has dicho hoy, haya podido
estabilizarse? Creo que merece un aumento. Sería lo justo.
Brooke soltó una exhalación. No le gustaba esta parte que estaba
desarrollándose en la conversación. Tampoco había hablado con Lincoln
sobre la llegada de Matteo, porque este no estaba previsto a aterrizar en
Austin, hasta después de la boda de Renatta y Jonathan. Al final de la
ceremonia era cuando tenía pensado conversar con Linc de Matteo, pero en
especial, lo que había ocurrido con ella un año atrás en esa cama de hospital.
—No ha sido un empleado y no ha representado ningún costo.
Matteo se rascó la cabeza, pensativo.
—¿Cómo así, guapa?
—Ha sido un antiguo amigo tuyo que ha estado ayudándome… —Él tan
solo enarcó una ceja—. Matt, sé que tú y él no se llevan particularmente bien.
No sé qué tan reñidas o ridículas fueron sus peleas adolescentes, así que no
quería mencionarlo. No tiene sentido.
—Brooke.
Ella soltó una exhalación.
—Lincoln Kravath.
La respuesta de Matteo la tomó completamente desprevenida, porque fue
una larga y sonora carcajada. Después la miró un instante, le tomó el rostro
entre las manos, y besó su frente tal como había hecho desde que tenían
memoria, cuando ella le daba respuestas que, a juzgar por la expresión de
Matt, a él le parecían o ingenuas o adorables.
Brooke frunció el ceño y se cruzó de brazos.
—No entiendo el motivo de tu risa —dijo.
—Me hace gracia que mi rival de toda la vida esté ayudándote —replicó
con simpleza, pero no era estúpido y estaba atando cabos en su mente, en
especial después del dichoso correo electrónico de una contraoferta. Sí,
Kravath había hecho la propuesta económica más alta y rentable, pero Matteo
recibió la llamada de Brooke y eso lo cambió todo. Conocía cuán ambicioso y
determinado era el pretencioso idiota, así que no le sorprendería la respuesta
que Brooke pudiera darle a su siguiente pregunta—: ¿Guapa, cuéntame, por
qué querría él mejorar Blue Oaks? Lincoln tiene una corporación
multimillonaria que atender. Es muy extraño —dijo rascándose la barba y
fingiendo un tono ingenuo.
Ella soltó una exhalación.
—Porque soy su novia y me está dando su apoyo recomendándome
proveedores, sugerencias, y tal, así que, gracias a su contribución también he
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tenido una línea guía para poder trabajar —dijo poniendo los ojos en blanco
—. Este es un tema irrelevante, porque lo que de verdad cuenta es el rancho.
—¿Y estos desastres desde cuándo empezaron a suceder? ¿Ocurrieron
antes de que fueran novios o después del romance?
—No, desde antes, ¿cuál es tu punto? —preguntó confusa—. Si es el
jet-lag que te tiene un poco atontado, entonces te brindo un café para que
espabiles.
Él soltó una risa y le rodeó los hombros con el brazo apretándola contra sí.
—Quizá debería enviarle una nota de agradecimiento por ayudarte.
—Matteo, en serio, déjalo estar. Si lo vas a hacer para fastidiarlo, mejor
no. Si lo vas a hacer de forma genuina, entonces me parece válido. Ahora
¿podemos dejar de hablar de Linc?
Él hizo un asentimiento. La quedó mirando. Primero, necesitaba aclarar el
pasado con ella, después se encargaría de hacerle el gran favor de quitarle la
venda de los ojos. Brooke no conocía los entresijos de la negociación de Blue
Oaks y, al parecer, tampoco se había dado cuenta de que su «novio» la había
intentado sabotear. ¿Qué habría cambiado la mente de Lincoln a último
minuto para ayudarla? Le parecía sospechoso. El hombre tenía la piel de un
tiburón cuando estaban involucrados los negocios.
—Paso por ti dentro de una hora. El restaurante que tengo en mente te va
a gustar —dijo utilizando el mismo tono despreocupado de siempre—. La
etiqueta es semiformal.
Ella esbozó una sonrisa, al notar que él no ahondó en el tema de Lincoln.
Le parecía absurdo que, dos hombres de treinta y cuatro años, continuaran
manteniendo una riña sin sentido desde la adolescencia. Ya no estaban en
edad de buscar pleitos.
De hecho, consideraba que Matteo debería hacer las paces con Lincoln y
agradecerle que estuviera ayudándolo con el rancho.
—Anotado —sonrió, antes de cerrar la puerta y subir las escaleras.
Eligió unos pendientes de mariposa con cristales Swarovski, después de
dar una larga ducha, porque iba a necesitar que su mente estuviera despejada
para esa conversación con Matt. Fue hasta el sitio en el que reposaba el álbum
de Raffe y se sentó, con el sobre su regazo, en el borde de la cama. Por
primera ocasión, en muchos meses, la abrió. Empezó a leer las pocas cartas en
las que le pedía perdón por no haber sido sincero con ella, por haberla
involucrado en una situación peligrosa de adultos, por haberla abandonado
durante meses al estar en la clínica de rehabilitación; estaban las promesas de
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no recaer y mejorar. Todas eran promesas rotas, pero Brooke nunca dejó de
amar a su hermano. A pesar de todo.
Brooke
Años atrás
Los Ángeles, California
El hombre más guapo del mundo se llamaba Matteo Sarconni y era
compañero de secundaria de su hermano. Acababa de llegar de Texas, así
que hablaba con un acento bastante peculiar. Él tenía quince años de
edad, la misma de Raffe. Pronto, el recién llegado, se convirtió en una
visita frecuente en la casa Sherwood, porque la madre de Matteo prefería
dedicarse a hacer vida social. No era una mala persona, pero parecía que
la influencia de vivir en Los Ángeles había calado en la mujer.
Brooke vio crecer a Matteo a medida que también lo hacía ella. Le
gustaba que él, a pesar de que Raffe invitaba muchos amigos a la casa
durante las fiestas que organizaba, nunca la hacía sentir excluida. Se
llevaba nueve años de diferencia con su hermano y el mejor amigo de este.
Con el paso de los años, cuando cumplió dieciséis años y su hermano
ya tenía veinticinco, Brooke empezó a escabullirse para participar de las
fiestas que se hacían en el patio de la casa, y a la que sus padres le
prohibían asistir. Sin embargo, debido a la cantidad de personas que
estaban invitadas siempre, era complicado darse cuenta si ella había o no
obedecido las órdenes de sus progenitores. A veces, Brooke y Kristy eran
osadas, incluso se escondían en el asiento trasero del coche de Raffe, y él
no se daba cuenta hasta que estaban ya bastante lejos, y en una fiesta, con
Matteo.
Matteo, en lugar de recriminar la rebeldía de Brooke, él se reía y le
decía que no cometiera tonterías, pero si acaso las hacía, él estaba para
cuidarla. En un inicio, empezó a creer que estaba enamorada de él. Le
gustaban sus atenciones, su sentido del humor, cuando le daba un beso en
la frente si algo que ella le decía lo consideraba gracioso o ingenuo o
dulce, pero parecía como si su enamoramiento no fuese en verdad
recíproco. Él no daba señales, al menos, de que así fuera. Entonces, ella
se sentía confusa por su amabilidad y cariño. ¿Estaba enloqueciendo?, se
preguntaba a veces. Aunque daba igual la respuesta, porque su corazón
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tenía otras ideas más interesantes, además de su esbelto cuerpo que
empezaba a mostrar curvas más pronunciadas.
—Quiero que él sea mi primera vez —le dijo una noche a Kristy,
mientras se vestían para ir a una fiesta. Celebraban el cumpleaños de
Raffe en una mansión a casi una hora de Beverly Hills, por supuesto, ellas
no estaban invitadas por la edad. La familia Sherwood ya había hecho
una barbacoa para festejar a Matteo en compañía de la madre de este
que, curiosamente, se llevaba muy bien con Vera y sus usuales modos
petulantes—. Sin embargo, cada vez que intento acercarme o insinuarme
me detiene de un modo que me enfada.
—¿Qué te dice?
—Que preferiría mantener sus cojones en su sitio, porque Raffe lo
mataría y que, además, me quiere como una hermana menor. El muy
idiota. ¿Es que no puede ver el esfuerzo que hago? —le preguntó,
agarrándose los pechos que se veían muy bonitos en una blusa strapless
roja y una falta corta que resaltaba sus caderas y nalgas—. Mira los
Louboutin —movió los pies para que Kristy los notara en detalles—. O
sea, si hoy me rechaza, entonces, créeme, que no volveré a dirigirle la
palabra.
Kristy se echó a reír.
—Lo que ocurre es que Matteo tiene muchas mujeres de su edad a
disposición, Brooke. Si te das cuenta, no está con ninguna en especial.
Flirtea, pero jamás lo he visto hacer más que eso. Quizá está esperando a
la mujer indicada. —Brooke se señaló a sí misma—. Bah, tontuela,
cálmate un poco. ¿Okay? Considera un detalle importantísimo en todo
esto: él va a cumplir veintiséis y tú diecisiete años. No eres mayor de edad.
¿Te imaginas el lío en el que se metería si tiene sexo contigo? —meneó la
cabeza—. Sería imprudente y crearías una situación muy incómoda,
perniciosa, y triste. Puedes aguantar un poco más… ¿No?
Brooke se había reído.
—¡Solo quiero un beso! ¡Que me toque un poco y me haga sentir esas
emociones de las que tanto hablan en la secundaria! —dijo con una
rabieta, mientras se aplicaba labial.
Kristy se levantó de la cama y se detuvo frente a Brooke, cruzada de
brazos.
—Quizá puedas hacerle un striptease, pero en serio, no pongas a
Matteo en una posición difícil. Espera hasta tus dieciocho. Queda poco —
sonrió—. Si le haces un striptease, voluntario, no tiene que tocarte y lo
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habrás iniciado tú. Notarás, cuando se le dilaten las pupilas y se acelere
su respiración, que has conseguido captar su interés. Luego le miras la
bragueta, si la protuberancia está presionando contra el pantalón con
evidente dureza. Al menos con eso te sentirás reivindicada en su interés.
—¿Cómo sabes todo esto? —preguntó riéndose.
—Lo hice hace cuatro días con Craig Burson —dijo haciéndole un
guiño.
—¡Cállateee! OMG y no me habías dicho nada —expresó yendo a
agarrar una almohada y lanzándosela por la cabeza. Kristy se rio—.
¿Cómo fue? ¿Cómo te sentiste?
Kristy se demoró quince minutos dándole todos los detalles de cómo
había perdido la virginidad con el capitán del equipo de fútbol de la
secundaria en uno de los salones vacíos de clase. Al terminar de escuchar,
Brooke solo sonrió, porque quería experimentar lo mismo con Matteo.
«Esta sería la noche».
Después de los últimos meses en que su hermano había estado en
rehabilitación, el llanto de Vera, el enfado de Nicholas, la resolución de
enviarlo, por tercera vez, de internarlo en un centro de desintoxicación,
Brooke sentía que necesitaba un respiro. Saber que Raffe había salido
hacía un mes de la última crisis, y que estaba mejor, la alegraba. Su
hermano era un hombre brillante con un futuro increíble, no entendía a
veces por qué la gente se autolesionaba. Las drogas no eran una
satisfacción, sino hacerse daño a uno mismo y, con ello, a las personas
que estaban alrededor: padres, hermanos, esposos, hijos, amigos. El
placer de esos «viajes» no merecían la pena, porque, en la gran mayoría
de ocasiones, si no se detenían, terminaban en la muerte.
Brooke guardaba las cartas que Raffe solía escribirle cuando estaba
en las clínicas, en las que le decía cuánto la quería y que esperaba que
jamás tuviera la osadía de probar drogas. Le confesaba cómo era el día a
día en general, la clase de pacientes que estaban con él, cómo eran las
sesiones y lo duro que eran los primeros días cuando no había drogas.
Cómo su cuerpo sufría la falta de cocaína o heroína hasta que quedaba
libre de ellas. Brooke sufría con él, pero jamás dejaba de considerarlo el
mejor hermano del mundo.
—Como acabo de decirte, muy memorable. Claro, si quitas de lado el
dolor cuando rompen tu barrera física para llegar hasta el fondo —se
encogió de hombros—, el resto es interesante. En todo caso —hizo un
gesto con la mano—, ¿estás lista para irnos? La casa de Caroline Drover
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queda a veinte minutos. Iremos en taxi, porque si es una sorpresa, no le
podemos pedir a Raffe que nos lleve ¿no te parece? La hermana menor de
Caroline es mi amiga, así que no hay problema con la lista VIP de
invitados que tienen en la entrada.
Brooke dio unas palmaditas de emoción.
—¡Ah, piensas en todo! —exclamó agarrando la mano de su amiga
para bajar las escaleras y empezar esa aventura. Iba a tentar a Matteo.
Sabía que, en esas fiestas en casas privadas, algunas parejas subían a las
habitaciones a tener sexo o se encontraban en sitios un poco alejados
para meterse mano. Todos eran veinteañeros, a diferencia de ambas, pero
averiguaría dónde estaría Matteo y luego lo sorprendería.
Brooke adoraba a Raffe e intentaba aprender de su sofisticado modo
de vivir la vida.
Lo único que no le gustaba era saber que consumía cocaína y era el
motivo por el que, no era un secreto en la casa, solía pasar en un estado
de euforia casi constante, pero sin agresividad, durante sus visitas. Él
compartía un penthouse con Matteo y, cuando le apetecía, pasaban unos
días en la mansión familiar. También sabía que Matteo intentaba sacarlo
de ese mundo de la droga, pero Brooke creía que, en algún modo, ambos
habían sucumbido a él, solo que el texano tenía más fuerza de voluntad.
La fiesta de cumpleaños organizada para Matteo era en una casa de
dos pisos en Laguna Beach. En la planta superior había una piscina y
alrededor la gente bailaba, comía y, claro, flirteaba. Todos vestían muy
chic. Una vez dentro, Brooke se alegró de llevar su ropa de diseñador;
Kristy lucía espectacular con un vestido plateado de Gucci y sandalias a
tono. Su amiga era muy linda.
—¡Feliz cumpleaños! —exclamó Brooke al ver a Matteo, claro,
rodeado de mujeres despampanantes y con vestidos que apenas ocultaban
sus atributos físicos. Él esbozó una sonrisa—. No podía perderme esta
fiesta, gracias por invitarme —dijo con sarcasmo, porque ambos eran
conscientes de que, al ser menor de edad, no había sido invitada a esa
megafiesta.
Él la rodeó con sus brazos y le dio un beso en la mejilla.
—Esta sí es una sorpresa, cariño. Gracias por venir —dijo haciéndole
un guiño. Luego miró a Kristy—: Una mejor amiga no puede ser menos
guapa que la otra. Estás despampanante. Cuando sean más grandes
seguro van a romper muchos corazones.
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—Sarconni, tus halagos son bonitos, pero no me conmueven —replicó
con su usual sarcasmo—, aunque hoy voy a tolerarlos porque es tu
cumpleaños. ¡Felicidades!
Matteo se echó a reír. Buscó con la mirada a Raffe que estaba con un
grupo de amigos. Notó que eran los nuevos proveedores de droga. Le
dolía haber empezado a sugerir la posibilidad de experimentar cosas
nuevas, ya que tenían al alcance el dinero para ello. Creyó que sería un
asunto de un momento y ya. Raffe, con solo una probada, empezó a
consumir más y más cantidades. Todo lo que habían construido juntos
empezaba a desmoronarse cada vez que él iniciaba el camino equivocado.
De hecho, acababa de salir, hacía menos de cuatro semanas de un centro
de rehabilitación, y ahora parecía regresar a la senda de consumo.
Él no podía llevar el peso de la situación, porque había hecho hasta lo
imposible para alejarlo del vicio: retiros espirituales de desintoxicación,
meditación, un viaje al Tibet, consultas con psiquiatras, charlas con otros
adictos que le decían a Raffe que estaba a tiempo de no perderlo todo,
amenazarlo con dejar de verse, pero nada. Nada funcionaba. Aunque
vivían juntos, no podía estar atento todo el tiempo de Raffe, menos cuando
tenían, ambos, trabajos por mantener en oficinas. Sabía que su mejor
amigo salía en horas de la madrugada a buscar, desesperado, una dosis
que aliviara la necesidad y disipara el estrés; lo sabía porque Brooke lo
llamaba para pedirle, desesperada y angustiada, que fuera a buscar a su
hermano porque llevaba dos días sin saber de él. Le pedía que lo sacara
de donde sea que estuviera.
Cuando Raffe estaba sobrio solía combinar su residencia entre la de
sus padres y el penthouse que compartía con Matteo, a veinte minutos en
coche, en Beverly Hills, pero cuando estaba consumiendo, entonces nadie
sabía con certeza si estaba en algún hotel o en casa de otro adicto
inyectándose. Resultaba brutal.
Cuando Brooke y Kristy se dispersaron entre los invitados, Raffe se
acercó a Matteo.
—¿Cómo entraron esas dos?
—Ya sabes que Kristy y Brooke juntas son un peligro. Nadie va a
decirles nada, déjalo estar.
Raffe le dijo que había algo importante que conversar, así que Matteo
tan solo hizo un asentimiento. A medida que caminaban, iba saludando a
amigos y conocidos, porque él era bastante popular. A diferencia de
Austin, en Los Ángeles la gente solía ser más de ir de fiesta, en lugar de
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organizar actividades al aire libre o pasar la noche en alguna cabaña
fuera de la ciudad.
Los Ángeles había sido el sitio que su madre eligió para darle la
oportunidad de descubrir quién era realmente. Y lo había hecho, tres años
después de llegar, al fin. En Texas, con la presión social de su abuelo
tratando de influenciar su elección de carrera como abogado, la intensa
necesidad de demostrar que era muy macho y que disfrutaba yendo de
caza como sus amigos, no lo llevaba muy bien. No le gustaba la presión.
En Austin se sintió siempre fuera de su elemento. La única satisfacción
de castigar al status quo, de alguna manera, era ensañarse con la persona
que representaba, en la secundaria, todo aquello que Matteo odiaba, todo
aquello que su abuelo pretendía que él fuese, pero no podría ser jamás.
Esto fue volverse el constante desafío de cada propósito que tuviera
Lincoln Kravath en el horizonte.
Kravath era el «chico dorado» de la secundaria y el más popular en la
vida social en Austin. También lo eran sus hermanos. Él siempre llevaba
del brazo a las mujeres más guapas, se follaba a las que quería, sacaba
buenas calificaciones y sus destrezas en el campo de fútbol eran brutales.
Matteo, para demostrar a su abuelo y a su padre que era tan macho y
capaz como cualquiera, y que podía asumir los retos que se propusiera,
empezó a competir con Lincoln. Daba igual: rafting, carreras de
motocicletas, kayaking, escalar, quién follaba más mujeres en una fiesta,
quién lograba el mayor puntaje en el campus contra el equipo contrario
de fútbol.
Cuando se encontraban en cualquier sitio, Matteo lo retaba. Lincoln
tenía la misma vena competitiva. Si no estaban de acuerdo se liaban a
puñetazos. Si Kravath tenía una mujer del brazo que llamara la atención
de Matteo, entonces él hallaba la manera de follarla antes o después,
daba igual; y viceversa. El punto era siempre competir, fastidiar al otro y,
en la medida de lo posible, ganar.
Matteo pasó varios años en esas riñas, pero llegó un punto en el que
su confusión emocional era demasiado fuerte; no soportaba mirarse en el
espejo; y llevaba incontables llamadas de atención en la oficina del
director. No llegaría a la universidad si continuaba en Austin. Cuando le
comentó a su madre y a su padre lo que creía que sucedía, los motivos por
los que no sentía que encajaba, los dos decidieron que se marchara de
Texas unos años hasta que se encontrara a sí mismo. Sus padres fueron
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comprensivos, pero no su abuelo. Al cabo de un año de que Matteo se
mudara a California los Sarconni se divorciaron.
Él había encontrado su verdad y también la compartía con Raffe.
Sabía que Brooke estaba prendada de él, pero era consciente no solo de
que era menor de edad, sino que jamás podría lastimarla al no
corresponderle. Le gustaba coquetear con ella, pues le resultaba
entretenido cómo se sonrojaba, pero jamás le pondría un dedo encima.
Matteo ya se había mentido demasiado tiempo a sí mismo, sin embargo,
esa era una conversación o explicación que no podía darle a una chica
como ella: inocente, envuelta en oropeles y con sueños propios de alguien
nueve años menor a él. Quizá, en otro tiempo.
—Matt, la casa está a rebosar de gente, pero Caroline me aseguró que
podíamos utilizar su biblioteca —dijo Raffe—. Lo que tengo que
comentarte no puede esperar.
—¿Tiene que ver con esos tipos que vinieron y estaban contigo? —
preguntó con enfado—. Creía que ya habíamos resuelto el tema de las
sustancias. Has ido dos veces a rehabilitación, Raffe, no le hagas esto a
las personas a quienes nos importas. Detente.
—Sé que hemos navegado momentos difíciles, siempre has estado ahí,
lo agradezco muchísimo, pero no quiero discutir lo que tengo que decirte
en público.
Matteo hizo una mueca y un asentimiento. Le dio una palmada en el
hombro a Raffe. Ambos empezaron a caminar hacia el interior, en un área
a la que no tenían acceso los invitados. Los dos sabían que los amigos
cercanos de Caroline, la anfitriona y organizadora de la fiesta de
cumpleaños, tenían acceso a las siete habitaciones de la mansión, pero ni
Matteo ni Raffe iban a abrir una de esas puertas que podría darles una
sorpresa incómoda. La biblioteca era un territorio más confidencial.
Ninguno de los dos notó que Brooke y Kristy estaban tras ellos. Las dos
chicas se miraron como si el plan de la hermana de Raffe fuese a
funcionar.
Brooke decidió que esperaría a que los dos terminaran de conversar y
cuando viera que su hermano salía de la biblioteca, entonces le diría a
Matteo que no se marchara. Sabía que él accedería, porque rara vez le
negaba algo o la ignoraba, claro, salvo cuando estaban en la piscina de la
mansión Sherwood, entonces él pretendía no fijarse en las posiciones
provocativas que ella utilizaba. Su idea era confesarle que se sentía
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atraída por él, que quería que fuese su primera vez y hasta que tuviera
edad suficiente, se conformaría con un beso.
—¿Crees que ha pasado suficiente rato? —preguntó Kristy en tono
quedo. Estaban agazapadas en una columna, junto a una larga cortina,
esperando a que Raffe saliera, pero llevaban casi cuarenta minutos ahí
dentro sin dar indicios de salir—. ¿Qué tanto conversan? ¡Son
compañeros de piso! A veces los hombres son ridículos.
—Me parece que están discutiendo —murmuró Brooke cuando
escucho unos sonidos subidos de tono—. Quizá algo pasó en el trabajo.
¿Quién sabe?
—Voy a irme hacia la entrada del pasillo, así te hago una señal, pon
atención, si acaso alguno de los amigos cotillas de Caroline tuviera la
ocurrencia de venir por aquí yo te aviso.
—Espera, Kristy —la agarró del antebrazo—, no voy a esperar horas.
¿Qué hago?
—Honestamente, si solo están conversando o discutiendo, quizá les
venga bien una interrupción. Al fin y al cabo, no es la primera vez que
haces lo que te da la gana y entras sin llamar a la puerta de la biblioteca
o estudio de algún lugar —se rio bajito—. Seguro Raffe te mirará con su
habitual expresión de incomprensión, pero cuando le digas que quieres
hacerle una pregunta a Matteo, entonces no le importará y le dirá a su
amigo que charlarán después.
—Lo tienes todo demasiado calculado. A veces me asustas, Kristy.
—Quizá cuando crezca me haga detective —le hizo un guiño antes de
apartarse e ir sigilosamente hacia el inicio del pasillo. Brooke le hizo una
señal de que la veía perfectamente.
Brooke contó hasta diez. Sí, ya no quería esperar más. «Es hora o
nunca».
Cuando abrió la puerta su corazón de partió en dos, su mente empezó
a crear un sinnúmero de preguntas caóticas y quiso salir corriendo. Sin
embargo, sus pies parecían anclados al umbral de la puerta incapaces de
moverse; como si hubiera sido pegados con cemento.
Ante ella estaban su hermano y Matteo, besándose y agarrando el
miembro del otro, sobre el bóxer que, aparte de la camisa abierta, era lo
que tenían a modo de ropa. Ahora comprendía los sonidos altos que había
escuchado. No eran discusiones, sino jodidos gemidos de placer
masculino. «Dios. Dios. Dios».
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Ellos notaron la interrupción por el grito ahogado de Brooke. Se
giraron al mismo tiempo. Matteo se acomodó con rapidez la ropa, luego
lo hizo Raffe, maldiciendo.
—Joder, Matteo, te dije que cerraras la puta puerta con seguro.
—Lo siento, a veces, parece que mi cerebro no puede hacer
malabares, nene —replicó con indiferencia, porque notó la expresión
dolida de Brooke.
La conversación con Matteo tuvo que ver con la necesidad de
prestarle veinte mil dólares, porque estaba en un lío gordo por haber
comprado drogas, antes de la última rehabilitación, y no tenía cómo
pagarlas ahora. Los hombres a los que le debía dinero lo encontraron y
lograron colarse en la fiesta; lo amenazaron con matarlo. Ese no era un
buen signo: lo estaban siguiendo. Su vida ahora estaba en riesgo.
Le dijo a Matteo que le prestara el dinero, que él se lo pagaría, lo
antes posible. Le comentó que prestarle dinero era su única salida, porque
su cuenta bancaria era paupérrima y sería imposible justificar un
préstamo de una cantidad tan alta con Nicholas o Vera, menos hablar con
su jefe en la compañía y pedirle un avance salarial cuando, ya era
bastante, le daban concesiones especiales por ser un Sherwood cuando se
ausentaba meses para ir a rehabilitación. Le aseguró a su novio que le
pagaría con intereses. Matteo, a cambio, le había dicho que, si le
prometía que no volvería a consumir, entonces le daría el dinero sin
esperarlo de regreso. Raffe le hizo la promesa. Después, Matteo lo besó y
la situación se descontroló.
El resultado del descuido de ambos era la expresión dolida y
decepcionada de Brooke.
Raffe miró a su hermana con una gran culpa y desconcierto.
—Brooke, esto no es algo que hubiera podido hablar abiertamente —
dijo con suavidad—. No estaba listo. Lo que menos habría querido era
que te enterases de este modo. Sé que eres un adulto para comprender lo
que has visto, pero nuestros padres jamás lograrían aceptarme. La
sociedad en la que vivimos es muy complicada en este aspecto. La
compañía para la que trabajo no está a favor de los derechos de los
homosexuales ni lesbianas. Mi jefe es homofóbico y esta compañía es una
en la que quiero triunfar, pero tengo que aceptar que socialmente no lo
puedo tener todo siempre a mí manera. Es duro, complicado, entiéndeme.
Brooke se limpió las lágrimas de mala gana.
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—¿Es esto de lo que hablabas en tus cartas? ¿Esta «situación en mi
interior que la sociedad me impide explorar abiertamente y el olvido,
gracias a la cocaína o la heroína, me ayuda a creer que en un mundo
diferente podría ser todo mejor»? ¿Te refieres a que eres gay? —preguntó
con dolor—. Siempre te he apoyado, siempre, y no has sido capaz de
confiar en mí para algo tan importante, pero preferiste confiar en las
drogas. Mira que eres estúpido. ¡Como si a mí me importara si te gustan
los hombres o las mujeres o ambos!
—Te aprendiste mis cartas… —murmuró sorprendido. Saber cuánto lo
adoraba su hermana fue como una puñalada más al corazón—. Brooke…
Ella sintió las lágrimas rodando por sus mejillas de nuevo,
decepcionada porque le hubieran ocultado algo así, mientras los
observaba vestirse a toda prisa. También sentía el corazón
apesadumbrado, y como una idiota por todas las veces que Matteo la
había rechazado con elegancia o flirteaba con ella por bromear, pero
jamás en serio. Ahora comprendía los motivos.
Su mente empezó a reaccionar.
Jamás fue capaz de ver las señales, los gestos o las miradas cómplices
entre ellos dos, porque simplemente, no quería verlas como algo diferente
a una amistad. Aunque, jamás lo fue. Su hermano era homosexual al igual
que el hombre que a ella le gustaba: Matteo. Ni siquiera le molestaba que
fueran gais, sino que, llenándose siempre la boca de jactancias sobre lo
sinceros que eran con ella y la importancia de ser frontales, le habían
mentido. ¿Cuántos años? ¡Cuántos!
—¿Por qué…? ¿Qué es esto? —preguntó, horrorizada, yendo hacia
Matteo y dándole de puñetazos en el pecho. Después se giró hacia su
hermano e hizo lo mismo—: ¿Por qué? Sabes que siempre he estado
enamorada de Matteo. ¿Es que lo hiciste a propósito? —preguntó, en esta
ocasión con un sollozo roto, consciente de que esa pregunta era injusta,
pero estaba tan dolida por la mentira que no le importaba. Volvió a mirar
a Matteo—: Pudiste habérmelo dicho, en lugar de tener que estar como
imbécil ofreciéndome a ti.
—Guapa, por favor, sé que ha sido un gran error que te enteraras así,
tú eres muy preciada para mí y eres una chica especial en todos los
sentidos. Siempre te he dicho que eres más como una hermana. Me gusta
verte sonreír, pero no me gusta que esta situación se haya desarrollado de
este modo. Raffe y yo pensábamos hablarlo cuando nos sintiéramos listos
para compartirlo.
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—¿Y todas esas mujeres con las que te has acostado, Matteo? ¿Es que
también engañaste a mi hermano? ¡No entiendo nada, solo que los
desprecio ahora mismo!
Matteo fue a abrir la boca para explicarse, pero su novio elevó la
mano para que se callara.
—Brooke, lo siento, hermana —dijo Raffe, preocupado por haberla
lastimado—. No ha sido fácil, primero aceptar que soy gay, segundo,
entender cómo podría organizar mis ideas para sentarme, en algún
momento, a hablarlo abiertamente contigo. Tercero, sobre lo que le
preguntaste a Matteo. Él no me ha engañado, lo que sucede con él y yo es
que somos un poco diferentes en nuestras preferencias. Matteo…
—Son unos mentirosos ¿escucharon? ¡Mentirosos! —zanjó en tono
dolido, porque no quería excusas. No quería saber más de ellos por ahora
ni sus explicaciones, ni sus preferencias, ni sus explicaciones. Lo único
que tenía claro era que le mintieron—. No me apetece volverles a ver la
cara en un largo tiempo.
En ese instante llegó Kristy. Al ver la expresión desolada de Brooke,
los rostros apenados de Raffe y Matteo, entendía que quizá la situación no
fue tan bien que digamos. Abrazó a su amiga, murmuró un adiós a los dos
hombres, y salieron de la casa. Durante el camino Brooke solo lloró
desconsolada, pero no mencionó la escena que había presenciado. Quizá
estaba dolida, sin embargo, era consciente de que el tema era delicado y
sacarlo a la luz, porque se sentía traicionada, no sería justo. Daba igual
que se tratase de Kristy.
—¿Se enfadó mucho Raffe cuando notó tus intenciones con Matteo? —
preguntó Kristy, en el taxi de regreso a Beverly Hills—. ¿Es por eso que
tenían expresiones de agobio y confusión, hasta culpa?
—Sí…
—Ay, qué escandalosos son los hombres, pero ya se les pasará la
tontería ya verás. Encontraremos otra manera de conquistar a Matteo
Sarconni —dijo haciéndole un guiño.
Brooke no respondió. Esa noche, le pidió a Kristy que se quedara a
dormir en casa con ella, no le apetecía en absoluto estar sola. Su mejor
amiga aceptó con una sonrisa.
—Ni que lo digas, además, a esta hora me da pereza volver sola en
taxi a casa —le dijo dándole una palmadita en la mano—. Todo estará
bien.
Sin embargo, cuatro días después no lo estuvo en absoluto.
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Brooke había estado en la casa cuando recibió una llamada
absolutamente asquerosa. Ella recién acababa de salir de la ducha y el
teléfono estaba cerca, así que no le costó nada responder, en lugar de
esperar a que lo hiciera el ama de llaves, Marina. Su enfado con Raffe y
Matteo había disminuido, pero no le apetecía todavía hablar con ninguno
de los dos. Quería una aclaración. Una explicación sin prisas, en especial
de Matteo que, durante tantos años desde que se conocían, la hizo sentir
especial, aunque jamás tuvo intenciones mínimas de hacer algo al
respecto, porque prefería los hombres. ¡Prefirió a su hermano! Dios, le
parecía humillante que la persona en la que había depositado sus
ilusiones y afectos, prefirió a otra. Detestaba la mentira.
Al contestar, escuchó del otro lado de la línea una voz gruesa,
profunda y burlona. Le preguntaba si a ella le gustaría terminar con un
grupo de hombres disfrutando de su coñito y pezones, amasándole las
tetitas, mordiéndole el culo sin poder moverse, mientras ella estaba atada
a una cama con cuerdas, mientras le cortaban la piel de a poco y la
azotaban. Le preguntaba si le gustaría estar inmóvil en un colchón,
mientras él y sus amigos se tomaban un turno para penetrarla por el ano,
la boca y la vagina.
Lo peor de todo fue que preguntaron por ella, por su nombre y
apellido.
—¿Quién es usted? —había preguntado en un tono que trataba de ser
firme, pero su pulso estaba histérico y su miedo se elevaba a mil
revoluciones por segundo. Estaba aterrorizada. En la casa estaban los
empleados, pero sus padres, como siempre, estaban fuera en alguna fiesta.
Miró alrededor. Claro, no había nadie, aunque eso no impidió que se
sintiera insegura—. ¿Qué quiere?
Una risa macabra resonó del otro lado.
—Tu hermano está con nosotros ¿quieres escucharlo, Brooke? No ha
sido un buen cliente —había dicho chasqueando la lengua—. Por cierto,
en esa fiesta en Laguna Beach se notaba que tu culo es de aquellos hechos
para destruirlos, verlos sangrar, mientras gritas y yo tengo un orgasmo.
¿Has probado el sexo rudo?
Al instante el grito de Raffe resonó en el fondo. Gritó el nombre de
ella, diciéndole que no les diera nada, pero pronto alguien pareció
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callarlo, porque Brooke escuchó un gemido de dolor. Sintió el corazón
acelerado y contrito.
—¿Raffe? —había preguntado a gritos, en un tono desquiciado, y
sintió que el terror se apropiaba de ella. Ignoró el comentario vulgar y
horroroso del hombre—. ¿Por qué lo tiene? ¿Qué quiere? —exigió saber.
—Anota esta dirección, pequeña putita —le había dictado el sitio y las
instrucciones de entrega. Si ella no estaba equivocada esa zona era una de
las peores de Los Ángeles—. Tu hermano nos debe veinte mil dólares. Y
un adicional por la jeringuilla que utilizó con la mejor heroína que
teníamos. Un bono que suma con intereses un total de veintidós mil
dólares. Si quieres que siga con vida, entonces traerás ese dinero. Tienes
hasta antes de que amanezca, hoy. Sin policías. Aunque también, nuestros
cinco amigos y yo, podríamos aceptar un pago con carne tierna y cuidada,
como la tuya, con los primores de los ricachones. ¿Qué dices, putita?
Brooke había apretado los dientes.
—Deme una prueba de que lo mantendrá con vida —había pretendido
valentía, recordando una frase que había escuchado en una película de un
secuestro tiempo atrás.
—¿De qué tamaño te suelen gustar las vergas, rubita? Porque sé en
dónde vives, tengo fotos tuyas y tu familia adinerada. Así que atente a las
consecuencias si no cumples con lo que te he pedido. No tienes derecho a
pedir nada a cambio. Te toca confiar en nosotros. Recuerda, antes del
amanecer, putita.
Brooke se quedó temblando un largo rato escuchando el sonido de la
línea que ya había cortado la comunicación al otro lado del teléfono. El
reloj marcaba las nueve de la noche. No podía hablar con sus padres.
Llamar a Kristy sería un despropósito, porque su amiga solía dormir
temprano si no había fiesta, y este no era un fin de semana. Así que llamó
a la única persona que, aunque estaba cabreada con él, podría ayudarla.
El teléfono sonó y sonó varias veces en el penthouse que compartía su
hermano con Matteo. Después trató el móvil de Matteo, sin éxito. Nadie
respondía y ella empezaba a enloquecer pensando en Raffe Siguió
llamando como una posesa hasta que, al menos a la novena llamada,
escuchó la voz agitada de Matt.
—Acabo de llegar de correr qué pasó, me dejé el teléfono y el personal
tiene esos dos días libres, cariño, ¿cómo así me has llamado con tanta
insistencia? ¿Pasó algo?
—Matteo —dijo en un sollozo—, te necesito. Raffe…
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—Oh, Brooke, calma. Explícame con tranquilidad. ¿Qué ha ocurrido?
Hazlo respirando primero, eso es, respira. Bien, ahora sí, dulzura, te
escucho. —Ella se lo relató todo al pie de la letra—. Carajo. Le di ese
dinero a tu hermano para que pagara a sus proveedores, pero parece que
se lo gastó en otra cosa. No ha venido aquí hace dos días, pero habíamos
planeado salir a cenar hoy. Te íbamos a invitar de hecho.
—Aquí tampoco ha venido… —murmuró, consciente de que esa noche,
aunque su hermano se lo hubiera pedido no habría ido a tratar de
acompañarlo a donde sea que estuviese. Por primera vez, se arrepentía de
no haber ido en busca de él, tragarse su estúpido resentimiento, y
mostrarle más empatía yéndolo a buscar al penthouse. En lugar de eso, se
había quedado en la casa y tuvo que recibir esa horrible llamada—. No le
dije que lo quería y que lo perdonaba. A ti también te perdono… —sollozó
—. Esto es una pesadilla.
—Gracias, amor, no hace falta, yo sé que la situación fue la menos
apropiada, pero ahora mismo nuestra prioridad es Raffe. Lo que sea que
tengamos que aclarar, lo haremos después de encontrarlo.
—Matteo…
—Necesitamos llamar a la policía, cariño.
—No, Matteo, no. No quieren policías. Tu compañía es de más alto
perfil y si te relacionan con distribuidores de droga será tu ruina; bastará
una foto o una reseña como testigo en el lugar. No. Mi hermano… Mi
hermano renunció a su empleo, después de la fiesta de tu cumpleaños. Eso
fue lo último que supe de él, por mis padres, les dijo que necesitaba un
tiempo para pensar… Dios… ¿Es esto mi culpa?
—No, amor, no. Necesito que vengas al penthouse, te enviaré a mi
chofer que es un ex Navy Seal. No puedes quedar en esa mansión sola,
menos si me has dicho que estos hombres saben dónde vives. ¿Okey?
Guarda ropa en una bolsa. Deja una nota para Marina y para tus padres.
Les dices que te vienes a dormir con Raffe. No los alertes de nada. Yo me
encargo de resolver esto. Llamaré a mi abogado, porque eres una menor
de edad y no puedes hablar, al menos en una situación como esta, sin uno.
—¿No se supone que deberían estar mis padres?
—Un adulto responsable, en el que tú puedes decir que confías, por
ahora bastará. El resto será trabajo de Hugo, mi abogado. Ve a hacer lo
que te he pedido, amor.
Estuvieron hablando varios minutos y finalmente, Brooke accedió.
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Acordaron que ella no podía arriesgar la vida yendo a entregar ese
dinero, así que se pusieron en contacto con la unidad antisecuestro de la
policía. Le dieron todos los datos, hicieron declaraciones, pero como
Brooke era menor de edad no podía constar con su nombre en los récords,
ni declarar, ni atender ciertas diligencias, así que lo hizo todo con el
abogado Hugo Morris presente. Después, le pidieron que, para evitarle
sobresaltos, mientras las unidades trabajan desde el penthouse en
conjunto con los agentes que estaban en la calle trabajando, sería mejor
que fuera a descansar un rato.
Ella eligió quedarse en la biblioteca, mientras Matteo solucionaba con
la policía.
Los especialistas le preguntaron a Matteo si acaso existía algún
indicio adicional que pudiera darles más pistas sobre la identidad de los
posibles implicados: pruebas. Querían libretas de anotaciones, revisar el
ordenador de Raffe, las habitaciones o la misma biblioteca en busca de
algún detalle adicional, aparte de lo que Matteo les comentaba: que tenía
adicción a la heroína y cocaína, que acababa de renunciar a su empleo,
que estaba en un período volátil emocionalmente, pero que no tenía
enemigos. Salvo por estos hombres que estaban pidiendo la paga del costo
de la droga que Raffe había consumido.
Brooke cerró la puerta de la biblioteca tras de sí.
No recordaba haber caminado tanto, de un lado a otro, sobre una
alfombra como en ese momento. Sabía que iban a revisar la casa. Su
hermano no podría consumir, no creía posible, veinte mil dólares de
droga en dos días. Le parecía ridículo, así que la teoría de Matteo de que
se había gastado el dinero en alguna imbecilidad era más probable. Sabía
también que, si su hermano tenía droga, entonces la guardaría en el
penthouse. No solo eso, si la policía antisecuestros y también narcóticos,
que estaba en la sala y revisando las habitaciones, encontraba muestras
de droga en la propiedad, entonces no solo iría bajo arresto por posesión
Raffe, cuando lo rescataran, sino que también cuestionarían a Matteo. Si
ella no tenía la posibilidad de ayudar en ese preciso instante a su
hermano, al menos podía hacerlo con el mejor amigo de este.
Sabía que tanto Matteo con Raffe consumían drogas. El primero, lo
hacía con cautela o muy esporádicamente, pero no era un adicto, a
diferencia de su hermano mayor.
Brooke aprovechó la soledad para empezar a buscar en los cajones
del escritorio por alguna sustancia sospechosa. En este caso, el famoso
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polvo blanco. Su hermano había sido siempre un gran lector. Así que
rebuscó y abrió perchas, silenciosamente, cuando pasó los dedos sobre los
lomos de varios libros de colección notó que uno de ellos estaba ubicado
de manera un poco extraña. Expiación de Ian McEwan.
Ese era el libro favorito de su hermano, lo extrajo con cuidado y lo
abrió. El libro no tenía páginas, sino un fondo falso con una bolsa plástica
llena de cocaína. Asustada, actuó por simple instinto, pensando en
Matteo. Sería una pesadilla para él que empezaran a cuestionarlo o lo
detuvieran o lo condenaran. Dios, todos los escenarios posibles de
tragedias empezaron a fraguarse en su cerebro.
Sacó la bolsa plástica, dejó el libro en su sitio y fue al cuarto de baño
que tenía esa biblioteca. Encendió la luz y abrió la tapa del váter. Una vez
que estuvo segura de que se había vertido toda la droga, entonces haló la
válvula. Echó jabón líquido y se cercioró, como una maniática, de que no
hubiese huellas de nada blanquinoso. Después fue hasta el cajón del
escritorio y sacó unas tijeras. Regresó al cuarto de baño, hizo picadillo la
bolsa plástica y echó los pedacitos también en el váter.
Cuando terminó todo el proceso, Brooke sentió el corazón latiéndole a
mil.
Apoyó las manos en el lavamanos y se miró en el espejo. Sus mejillas
estaban sonrosadas y sus ojos inflamados de tanto llorar. Creía que
acababa de hacer algo bueno, aunque, si su padre fuese parte de la
policía (que jamás podría serlo) pensaría todo lo contrario.
Al cabo de cinco minutos, la puerta de la biblioteca se abrió y
entraron los inspectores, seguidos de Matteo. Este tenía una expresión
preocupada. Brooke sabía, ahora sabía, que en este caso específico la
droga también era de Matteo. Él y Raffe eran culpables de todo este
enredo. La única diferencia, al parecer, era que Matteo parecía ser capaz
de controlar sus impulsos, pero no de dejar de complacer a su ¿novio?, de
que dejara las sustancias. Quizá se peleaban si Matteo no accedía a lo
que Raffe quería. Ella no podía saber a ciencia cierta las circunstancias
entre los dos, pero su cerebro no era capaz de resistir más conjeturas.
—Señorita Sherwood, puede quedarse sentada por ahí, no hay
problema —dijo uno de los agentes, mientras el abogado entraba—.
Vamos a revisar todo esto.
—Tómense el tiempo que haga falta —dijo Matteo.
Sin embargo, Brooke conocía ese tono de voz, aparentemente relajado,
pero la atención visual del mejor amigo y amante de su hermano estaba en
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el sitio en el que se hallaba el libro de Ian McEwan. Ella fingió que estaba
con tos y preguntó si había algún problema si iba a tomar agua. Los
agentes le dijeron que sin problema porque ella era libre de irse si así lo
quería, pero que preferían que se quedara por si las unidades de rescate
tenían noticias de su hermano. Ella tan solo hizo un asentimiento.
—Matteo ¿me acompañas a la cocina? No recuerdo dónde están los
vasos.
Él frunció el ceño, porque ella conocía muy bien la disposición de todo
en ese lugar. Sin embargo, hizo un asentimiento y salió a su lado.
—¿Qué te apetece tomar? —preguntó él, tenso.
—Te diría que un milkshake de vainilla, pero como estoy tan llena,
creo que lo echaría por el váter o el lavadero —dijo con expresión seria
—. Solo quiero agua y quizá leer un libro.
Matteo la quedó mirando un largo rato. El comentario hizo clic y él
bajó la cabeza.
—Están prohibidos los milkshakes en esta casa, pero a veces…
—Sí, sí, la tentación del azúcar —replicó ella con suavidad—. Incluso
los mejores ladronzuelos de cosillas en la noche dejan sus huellas, así que
es importante limpiar bien los envases para que no queden melosos. En
todo caso, Matteo, procura pensar en algo más saludable y así podrás, en
verdad, dejar los dulces para siempre. No son buenos.
En un impulso que fue inevitable, él bajó los labios y la besó. Fue un
beso casto, rápido, casi fraterno, y después la envolvió en un fuerte
abrazo.
—Gracias, me has salvado la vida —murmuró contra la oreja—.
Jamás voy a olvidarlo. Da igual que tu hermano siempre me haga
prometer que cuidaré de ti si algo llegara a pasarle, no tiene que ver con
esa promesa, sino porque te quiero, Brooke. Como mi hermana, mi amiga,
y hoy, con lo que has hecho, más que nunca. Te arriesgaste y fuiste muy
inteligente. Cómo conoces a tu hermano tan bien…
—No hace falta que me devuelvas nada, pero me alegro haber servido
de algo —murmuró con una sonrisa triste—. Solo espero que mi hermano
regrese pronto. Me deben ustedes una larga conversación.
—Lo sé, primor. —Ella esbozó una sonrisa triste, pero era la primera
sonrisa en todas esas horas, así que de algo debería contar—. Lo sé.
El equipo de rescate y antisecuestros de la policía encontró a Raffe
varias horas después de que Matteo los llamara. Lo encontraron tirado en
la calle, justo en el sitio en el que Brooke debió dejar el dinero. No tenía
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signos de tortura, pero sí de algunos golpes bastante duros en el rostro. Al
parecer, él había fallecido durante el secuestro, pero no a causa de armas
o por los golpes recibidos, sino de sobredosis.
La policía contactó a Vera y Nicholas para informarles de lo ocurrido.
Después, llegaron las investigaciones más profundas y detalladas de los
supuestos secuestradores. Se trataba de una banda de poca monta, pero
de gran influencia en las zonas de personas acaudaladas en Los Ángeles;
se hacían amigos, les ofrecían drogas a bajos precios y cuando se
enganchaban, no solo subían los precios, sino también que empezaban a
pedir favores a cambio de no hablar de algún trapo sucio o secreto que
descubrían. Fue así que Vera y Nicholas supieron de la homosexualidad
de su hijo, pues uno de los integrantes de la banda, antes de ser
aprehendido y que no había estado en el secuestro, le dijo que, si no le
pagaban medio millón de dólares, entonces difundiría por todos los
diarios de sociedad la homosexualidad de Raffe y su relación con Matteo.
La policía actuó a tiempo y capturaron al animal aquel. Brooke no
tuvo cómo darle explicaciones al respecto a sus padres, pero tampoco se
las merecían. Ella, sin embargo, releyó una y otra vez las cartas de su
hermano como único consuelo en las noches cuando hablar con él, reírse
o ir a ver películas era todo lo que ansiaba. Durante varios meses, hasta
antes de ir a la universidad, Kristy prácticamente se mudó a su casa; fue
su apoyo, consuelo y trataba, con sus locuras, de darle ánimos. Brooke no
era depresiva ni se autosaboteaba, así que aceptaba cualquier ayuda que
Kristy pudiera darle, además de ir con una psiquiatra que le ayudara a
navegar en las convulsas aguas de la pérdida, la culpa y el dolor. Todo
esto, sin saber, que esas tres emociones las volvería a sentir en su adultez
con un hombre egoísta e imbécil llamado Miles.
Brooke tuvo, durante muchos años desde esa fatídica noche, muchas
sonrisas tristes. Le faltaban unos abrazos que jamás regresarían, en
especial, cuando no solo Raffe no volvería a dárselos, sino Matteo. Él,
meses después del deceso de Raffe, regresó a Texas con su madre para
desarrollar un negocio inmobiliario. Le prometió que siempre estaría
para ella, a pesar de la distancia; que él cumplía sus promesas, en
especial la que le hizo a Raffe de que siempre cuidaría de ella. De todas
formas, Matteo le aseguró a Brooke que su lealtad era inquebrantable,
porque en alguna retorcida forma de eventos, ella garantizó su inocencia
y libertad. Por eso, siempre estaría en perenne deuda con ella y le dijo que
esperaba algún día poder pagarle el gesto.
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Desde entonces, Brooke procuró evitar las llamadas de Matteo; de vez
en cuando le respondía las tarjetas de Navidad o enviaba a agradecerle
por los obsequios de cumpleaños. Pero no era ella la que iniciaba el
contacto, no porque estuviera ya resentida con él, no porque no quisiera
aclarar la escena en la biblioteca de la casa de Caroline, sino porque
hablar con él implicaba recordar a su hermano. El tiempo sanaría las
heridas, pero jamás le devolvería a Raffe. Kristy, como era ignorante
respecto al episodio de la casa de Caroline, le sugería que de seguro
Matteo quería hablar con ella para compartir un poco el peso del dolor,
porque después de todo había sido siempre el mejor amigo de Raffe.
Brooke le replicaba que solo el paso de los años dejaría las piezas del
rompecabezas en los lugares exactos para que encajaran.
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CAPÍTULO 17
—El tono verde musgo de la blusa es perfecto para resaltar tus ojos —dijo
Matteo, mientras guiaba a Brooke al interior del restaurante. Ella llevaba una
blusa de tirantes finos y un jean negro y botas a tono. En sus salidas a hacer
diligencias de trabajo había aprovechado para ir adquiriendo, poco a poco,
prendas nuevas para su armario—. Aunque no debería sorprenderme, porque
todo te queda perfecto. Asumo que heredaste el buen gusto de tanto pasar en
mi compañía en tu adolescencia. ¿Verdad que sí? —preguntó haciéndole un
guiño.
Ella echó la cabeza hacia atrás, riéndose de buena gana. Los acomodaron
en una mesa.
—Te dije que dejaras de flirtear conmigo —replicó riendo, cuando les
trajeron los menús y ambos ordenaron ostras como entradas—. ¿Qué tal te
sentó ver tu rancho?
El lugar era precioso. No tenía las características de un sitio texano, sino
más bien europeo. Brooke comprendía esta clase de elección, porque Matteo
amaba Europa y si el restaurante representaba un poquito de ese continente,
entonces él sería cliente frecuente.
—No creo que, como negocio, me siga gustando. Siempre que estés al
mando, que la verdad me apetece que mantengas ese empleo porque lo haces
de corazón, entonces sé que Blue Oaks está en buenas manos. No hay nada,
incluso cuando te enrabietabas —dijo sonriendo—, que no hubieras hecho
con pasión y con el corazón. Mi rancho no ha sido la excepción, así que me
alegra habértelo confiado. —Ella asintió—. Tu hermano y yo llegamos a
pensar que quien iba a empezar a barajar las opciones de una carrera de actriz
eras tú, en lugar de Kristy. En todo caso, me alegra que Austin sea ahora tu
hogar.
Brooke sonrió con suavidad. Siempre dejaba el corazón en todo lo que
emprendía. Eso era cierto. El problema ocurría cuando las otras personas no
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lo entendían y la defraudaban.
—Gracias, Matt —dijo bebiendo un poco de vino blanco—. ¿Por qué me
ocultaron tantos años que tú y mi hermano tenían una relación? —preguntó a
bocajarro. Ambos sabían cuál era el trasfondo de esa reunión, y ya no tenía
que ver con los números o estadísticas.
Matteo bajó la mirada un instante y tomó una respiración. Después la miró
con una expresión de gran franqueza, extendió la mano y le dio un apretón a
la de Brooke.
—Procuraré abreviar la historia, porque no quiero aburrirte con detalles.
—No me vas a aburrir, Matt, solo dime la verdad. Solo explícame, porque
ya no quiero tener ese capítulo de nuestras vidas pendiendo de mi mente
como una cadena. El resentimiento se desvaneció con el tiempo, pero la falta
de respuestas ha sido lo peor.
Él hizo un leve asentimiento.
—Todo empezó cuando mi abuelo y mi padre me exigían complacer sus
expectativas absurdas, al menos para mí, como los rodeos, para demostrar lo
que era un «macho» texano con ascendencia italiana en formación —hizo una
mueca—. Yo tenía unos diez años más o menos en aquella época. Me sentía
confuso, porque a ratos me gustaba alguna chica y a ratos un chico. Cuando
ocurría esto último me sentía culpable.
—Me apena saber la presión que tuviste que vivir para ser como ellos
querían…
—Sí… —suspiró—. Cuando entré a la secundaria conocí a Lincoln
Kravath.
—Oh… —murmuró creyendo atar cabos—. ¿Lincoln se portó mal
contigo?
—No, amor. Déjame continuar la historia para que lo comprendas —
sonrió. Ella hizo un breve asentimiento—. Mi abuelo y mi padre continuaban
llamándome un despropósito para el apellido Sarconni, porque prefería
ayudar a mi madre en el jardín o aprender cualquier otra cosa de corte
artístico o numérico, pero nunca deportivo. En Lincoln vi todo aquello que mi
abuelo y mi padre hubieran querido que yo fuese; lo odié desde ese instante.
Él representaba lo que yo jamás podría ser: exitoso de forma natural, hábil
con los caballos y tareas de campo, popular por el simple hecho de caminar,
hijo de una de las familias más antiguas de Austin y el único por el que las
mujeres eran capaces de agarrarse a madrazos. No tienes idea la cantidad de
chicas que trataban de llamar su atención —puso los ojos en blanco—,
ridículo.
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—Aunque haya ocurrido en épocas de adolescencia, créeme, no me hace
gracia —dijo Brooke, sintiendo un ligero ramalazo de celos por cualquier
chica que hubiera estado antes que ella—. Cuando salimos a la calle es difícil
que alguna mujer no lo mire con interés —comentó con una ligera mueca—.
Él parece no darse cuenta. No entiendo cómo puede ignorarlo cuando a veces,
al menos para mí, es tan obvio. Lo miran con tal intensidad que incomoda, y
eso que yo no soy la receptora de esas miradas. De verdad, no comprendo
cómo Linc no lo nota —se rio meneando la cabeza—. Es absurdo.
Matteo sí lo entendía. Ahora, con este comentario de Brooke, terminó de
atar los cabos de la ecuación de por qué Lincoln saboteó a su amiga en un
inicio, sin que ella se diera cuenta; y por qué, después, empezó a ayudarla,
genuinamente, hasta restablecer Blue Oaks para que pudiera impulsarse desde
cero sin más contratiempos de los normales en un negocio. Claro, lo suyo
eran conjeturas. Ataba cabos basado en hipótesis, pero no era imbécil y sabía
que un poco de sentido común tenían sus apreciaciones de todo esto. «El
idiota de Kravath tenía sentimientos sinceros por Brooke. Un tiburón de los
negocios no cambiaba de mentalidad tan fácil, menos si la propiedad que
quería era una por la que estaba dispuesto a subir la oferta monetaria». ¿Sería
tan estúpido Lincoln para no habérselo confesado a Brooke?
¿Sentiría ella lo mismo por Kravath? La ceguera emocional no tenía
género.
—Probablemente, les atraiga sus ojos azules que parece que son lo único
agradable en ese idiota —replicó Matteo haciéndole un guiño y ella se rio
meneando la cabeza por el comentario tan tonto de su amigo—. En todo caso,
Brooke, yo intenté emularlo y desafiarlo para que, cada que le ganara en la
más mínima y estúpida competición, pudiera demostrar a mi padre y abuelo
que yo era capaz de hacer lo que quisiera, pero que, si no hacía lo que ellos
pedían o exigían de mí era porque no se me daba la gana. Punto.
Brooke frunció el ceño e hizo una pregunta que consideró incómoda, pero,
bajo estas circunstancias, justificada.
—¿Te sentías atraído por Linc…?
Matteo se echó a reír e hizo una negación.
—No, en esa época lo desafiaba por todos los motivos que te comenté. A
Lincoln lo detestaba porque habría sido el nieto perfecto o el hijo perfecto
para un Sarconni. Cuando lo veía, yo no me sentía suficiente. En cuanto a la
definición de si me gustaban los hombres o las mujeres, aparte de cómo me
sentía con uno o con otro en temas de que me comprendían o no, me tomó un
tiempo. Necesité experimentar. Esto empezó con fuerza a los catorce años:
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con amigos y amigas de mi edad. Todo, por lo general, en actividades o
cursos que hacía yo fuera de la escuela, pero que jamás abrieron la boca al
respecto. Quizá porque todos estábamos experimentando, descubriendo,
buscando, no lo sé.
—Oh… ¿Y eso de que se robaban las novias con Lincoln? —preguntó.
—Parte de fastidiar a Kravath. Me gustaba probar lo que él ya había
probado o tener algo que él quería, y de esto me daba cuenta por cómo miraba
a una chica. Competía con él en las canchas de fútbol para ganarle, me liaba a
puñetazos por la más mínima provocación. Lo detestaba —se rio—, pero
supongo que era parte de la rabia conmigo mismo por no lograr
comprenderme del todo, por no lograr sentirme cómodo en mí piel. No sé…
—Culpaste a Lincoln de tu falta de claridad sobre ti mismo —murmuró
—, eso no estuvo bien, Matteo, pero no te juzgo. Entonces acostarte con una
chica o tener magreos era solo parte de experimentos…
—Sí, reina. Me gustaba la sensación de juguetear con una vagina, me
gustaba también la sensación de tener un pene en mi ano o chuparlo o que me
lo hicieran a mí. Ups ¿muy crudo? —le preguntó al ver que a ella le daba un
acceso de tos con el vino—. Lo siento, amor, a veces pierdo la delicadeza
cuando me refiero a temas que veo muy claros en la vida, como el sexo. —
Ella le hizo un gesto con la mano para que continuara; se limpió la boca con
la servilleta de papel—. Al final, cuando cumplí quince años, lo entendí. Me
gustaban los hombres. Se lo confesé a mi madre.
—Oh, Matteo, eso fue muy valiente.
—Sí, pero ella tan solo creyó que estaba atravesando una etapa de mi vida
y que no era nada serio. Cuando lo supieron mi padre y mi abuelo, entonces
fue diferente. Los dos me dijeron que estaban avergonzados y que era mejor
si me largaba de Texas, hasta que sentara cabeza. Considera que soy hijo y
nieto único —hizo una mueca—. Entonces mi madre, que tenía a su amiga,
Pennie, en Los Ángeles, sugirió que nos marcháramos una temporada.
—Fue entonces que llegaste a la secundaria y conociste a mi hermano…
Y te quedaste durante muchos años en California.
Matteo esbozó una sonrisa.
—Sí… El día en que conocí a tu hermano fue como si todo mi mundo
cobrara sentido. Él parecía estar debatiéndose en la misma lucha que yo, antes
de llegar a Los Ángeles. Aunque era más discreto y meditabundo. Todo
parecía golpearlo más fuerte. Me acerqué, le dije que le quería confesar un
secreto. Le confesé que era gay, así de sopetón. Me miró un largo rato y, sin
decir nada más, me invitó a su casa a comer algo porque, según decía, Marina
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era la mejor cocinera. —Brooke se rio e hizo un asentimiento, porque era
verdad. El ama de llaves era la mejor—. Desde entonces nos hicimos buenos
amigos. Poco a poco eso empezó a cambiar.
—Cuando venías a casa flirteabas conmigo… —dijo con tristeza—. Creo
que fuiste el primer chico por el que me sentí realmente atraída.
—Reina, eras una nena, ¿cómo te podías sentir atraída por alguien tan
mayor? —se rio—. El día que te conocí debías tener apenas nueve o diez años
y estar jugueteando con alguna bobería, no fijándote en mí.
—No lo sé, pero las cosas eran de ese modo —dijo cruzándose de brazos
—. Tampoco es que hice algo al respecto. Se trataba más bien de una
fascinación, porque siempre fuiste muy amable conmigo y me hacías sentir
especial. Al menos hasta que, con el paso del tiempo, se intensificó. En
especial cuando cumplí dieciséis. De hecho —dijo bajando la voz y
sonrojándose—, mi interés era hacer un striptease el día de la fiesta de
Caroline, pero en cambio encontré… —hizo un gesto con la mano—.
Encontré algo que me lastimó.
Matteo extendió la mano y cubrió la de Brooke, le acarició los nudillos
con cariño.
—Siento no haber sido lo suficientemente tajante para evitar todo ese lío.
Siento haber sigo quien sugirió a tu hermano que probáramos una ocasión
cocaína. Yo nunca sospeché que él tuviese una personalidad adictiva, pero se
descontroló. Fue una estupidez.
—No tienes que disculparte por Raffe, ustedes eran adultos, él tenía la
capacidad de decir que no, pero optó por no hacerlo…
—Tuvimos muchas peleas para que dejara la droga. Incluso le dije que no
necesitaba dejarla del todo, sino poco a poco. Por eso… —soltó una
exhalación—, por eso encontraste esa bolsa de cocaína. La idea era
condicionar su consumo, poco a poco, hasta que él la dejara del todo. No sé,
quizá fue una estupidez o parte de la ignorancia.
—No estoy culpándote, Matt —dijo con cariño—. No tengo nada contra
ti, nada en absoluto. Me alegra que mi hermano haya encontrado su verdad y
alguien con quien compartirla, sin ser juzgado o vilipendiado, hasta sus
últimos días.
Él asintió y extendió la mano para acariciarle la mejilla. Ella cerró los ojos
conteniendo las lágrimas. De alguna forma, la cercanía de Matteo la hacía
regresar a esos años en los que Raffe todavía estaba vivo; cuando las risas y
bromas eran lo recurrente entre ellos.
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—Al final, cuando tus coqueteos empezaron a volverse más serios, yo le
dije a Raffe que no era justo que te mantuviéramos en la sombra que, a los
dieciséis años, ya tenías plena capacidad de entender y que eras una chica con
empatía, que no ibas a juzgarnos.
—Nunca lo habría hecho, nunca —dijo con fervor.
—Lo sé, amor, lo sé. Él me hizo prometerle que siempre cuidaría de ti,
aunque nos peleásemos, porque sabía que yo te quería, te quiero, muchísimo.
Antes de que muriera, Raffe y yo habíamos considerado hablarlo contigo…
Coquetear con las mujeres o acariciarlas no era porque me interesaran, sino
porque, en una sociedad hipócrita, el tener una preferencia sexual diferente a
la prestablecida por los cánones usuales, era una forma de desviar la atención
de quién era yo de verdad. Incluso eso incluía proteger a Raffe; protegernos.
Eres una mujer preciosa, espero que, el hecho de que no haya podido
corresponderte como esperabas, te haya instado a pensar lo opuesto. —Ella
hizo una negación suave—. Reina mía, en esa época, «salir del clóset» era
muy doloroso; no creo que en estos tiempos haya cambiado tanto, pero al
menos en la sociedad se percibe un poco más de tolerancia. Esa es la historia.
—Te marchaste y nunca tuvimos esta conversación. Me habría gustado
tenerla antes.
—Quizá no era el tiempo —replicó con una sonrisa—, pero me alegra
haber aclarado todo esto, amor. Me marché de California, porque no
soportaba la idea de recorrer los sitios que conocía con Raffe, vivir en el
penthouse y que él no estuviera. Además, me llamó el abogado de mi abuelo
para decirme que él me había dejado una herencia. El rancho y otras
propiedades estaban en ese portafolio, así que decidí regresar a Austin. Mi
madre ahora vive en la Toscana —sonrió—, así que le comenté que estabas
encargada del rancho. Te mandó saludos. Se volvió a casar y está muy
contenta.
Brooke hizo un leve asentimiento.
—Cuánto gusto me da por ella. Empezar una nueva vida nunca es
sencillo.
—Exactamente, guapa, pero los seres humanos poseemos la capacidad de
reinventarnos. ¿Quieres preguntarme algo más?
Ella hizo una negación suave.
—Creo que los «hubiera» o «hubiese» no tienen cabida. Las situaciones
ocurrieron en la forma en que debieron suceder. Incluso la debacle con mi
familia —bajó la mirada.
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No quería hablarle de Miles, porque ese era un tema que solo lo discutiría
con Lincoln cuando tuvieran la ocasión de hacerlo.
—De acuerdo —dijo sonriéndole—. Por cierto, ¿no has sabido nada de tus
padres?
—Cuando me marché de California, Vera se fue con un nuevo amante a
África y Europa. Ya sabes que la fidelidad jamás fue el plato fuerte de mis
progenitores, además de que la condena de Nicholas es tan larga que saldrá de
la prisión, muerto —dijo con desdén—. Mi padre trató durante meses de
contactarme, a través de su abogado, pero he ignorado sus comunicaciones.
Al menos lo hice hasta antes de que pasaras por mí…
—¿Qué ocurrió? —preguntó, mientras el camarero le servía más vino.
—El abogado que ha tratado los asuntos de los Sherwood desde que tengo
memoria, Yves Janison —se llevó a la boca un trozo de pulpo al ajillo que
estaba exquisito—, me informó que, desde hace años, mi padre tenía abierta
una cuenta con tres millones de dólares en un banco de Las Islas Caimán. A
nombre de Raffe. Legal y todo.
—Joder…
—Si mi hermano fallecía, la persona beneficiaria del dinero era yo. Como
en el juicio jamás se habló de ese detalle, ni se rastreó esa cuenta, porque no
estaba vinculada a papá en absoluto, y yo no estuve acusada o fue sospechosa
en el proceso legal contra Nicholas, entonces soy la legítima heredera de todo
ese dinero —dijo distraídamente.
—Eres millonaria, reina ¡wow! Esto es tan…
—¿Inesperado y aterrador? Sin duda, pero Yves me aseguró que era
dinero limpio y que mi padre lo quiso dejar como un respaldo si algo salía
mal, antes de embarcarse en el negocio con la mafia —meneó la cabeza—.
No entiendo la ambición. Fue estúpido y sin sentido. Lo perdimos
absolutamente todo porque él creyó que lavar dinero no tendría
consecuencias. Se pasó años bordeando la línea de lo legal y criminal, años
jugándose su vida e inclusive la nuestra, porque si uno de los bandos se
enteraba que Nicholas no tenía lealtad, ellos habrían tomado la revancha
contra la familia. Quizá fue una salvación que la DEA y que el FBI hubiera
estado detrás y mi padre hubiese sido arrestado.
—Eso no te lo voy a negar, reina —dijo con pesar—. Ya habrá otros
cumpleaños para celebrar a lo grande y en calma, sin traumas del pasado.
¿Qué vas a hacer con esa herencia?
La noticia la había conmocionado, pero trató durante el trayecto, desde
Blue Oaks hasta el restaurante en el centro de Austin, de mantener la calma,
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porque primero quiso enfocarse en otro asunto que era más importante:
aclarar el pasado. Esto último ya lo había hecho.
Ahora, se sentía en paz con lo ocurrido casi una década atrás.
—Janison me comentó que tengo que comprobar, con toda la
documentación precisa, que mi hermano está muerto, así como comprobar mi
identidad ante los ejecutivos del banco y sus abogados. Es un papeleo
molesto, porque no son cien mil, sino, tal como acabo de decirte, tres millones
de dólares. Si lo hago bien, entonces todo se solucionará pronto. Janison
incluso se ofreció como mi abogado, pero rehusé.
Matt hizo un asentimiento, mientras terminaba el postre.
—Necesitas regresar a California —murmuró Matteo—. Puedo hacer un
rastreo de las mejores firmas de abogados para que elijas.
—Gracias, eso sería estupendo —dijo con una sonrisa—. El regresar a
Los Ángeles, a remover los papeles sobre mi hermano, me causa agobio…
—Brooke, es necesario que te marches a arreglar eso lo antes posible.
Creo que sería el último capítulo de tu vida por cerrar. Ese dinero considéralo
como una compensación por todo lo mal que has pasado, desde el arresto de
tu padre. ¿Yves no te hizo comentarios sobre Nicholas de forma específica,
aparte del dinero?
—Que quería verme, pero rechacé la posibilidad. Mi padre, después de lo
que causó en mi existencia y en la de mi madre, está muerto para mí. Sobre
Vera, asumiré que se ha perdido en los vaivenes de la vida disipada que ahora
lleva con su amante de turno. Desde Raffe no fue la misma, menos desde que
el dinero se convirtió en su Dios y, luego, en su ocaso. Quizá compartimos
ADN, pero no los principios. Estoy mejor sin ellos.
—Te comprendo, amor —dijo, mientras el camarero le traía la cuenta—.
Ha sido una noche maravillosa, gracias por la compañía privilegiada de
tenerte —miró el reloj que marcaba las once de la noche—, pero hay alguien
que está esperándome en casa y primero tengo que ir a dejarte sana y salva al
rancho. —Brooke se rio—. Si se tratase de algo serio te lo presentaría y creo
podrían congeniar. Él fue uno de los motivos de que retrasara un poco más mi
viaje desde Europa. Me costó convencer a Zenetto de que viniera a Texas
unos meses, ufff, no te imaginas —puso los ojos en blanco.
—Siempre que te haga feliz, entonces está bien —sonrió—. ¿Qué haré
con Blue Oaks, durante el tiempo que arregle todos mis asuntos en Los
Ángeles?
—El equipo podrá arreglárselas, porque las bases ya están sentadas para
continuar con el trabajo —dijo guiándola con la mano en la espalda baja—. A
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tu regreso, entonces con más calma, retomarás tu cargo. Millonaria o no, ese
puesto es tuyo. —Ella se rio—. Tómate el tiempo que necesites, hasta que
tengas tu dinero en la cuenta.
—Lo haré, gracias, Matt.
Cuando salieron del local, la ciudad estaba iluminada y el aire era fresco,
pues las horas más calurosas del verano ya habían pasado por el día. No
existía aviso inminente de tormenta, lo cual siempre era de agradecer. El valet
parking tardó un rato en llevar el Audi de Matteo, así que permanecieron un
rato conversando sobre los sitios de moda en Austin, además de escuchar las
anécdotas ridículas de lo que había vivido Matt durante sus noches de juerga a
lo largo de Italia, Francia, España, Alemania y Bélgica.
Ninguno de los dos se percató de que alguien había hecho un par de
fotografías de ellos juntos. Riéndose. Ella apoyando la palma de mano en el
pecho de él, y luego marchándose en el Audi cuando Matteo recibió las llaves
del automóvil.
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—El problema no es lo que yo siento, sino que me corresponda… —
murmuró—. Sobre ese tema no hemos tenido la posibilidad de hablar todavía.
Él ladeó ligeramente la cabeza.
—Oh, ¿estás enamorada de Kravath? Vaya —soltó un silbido cuando ella
asintió—, eso sí no me lo esperaba. Pensé que quizá fuese un amorío
pasajero.
—¿Por qué habrías de pensar algo así? La reputación de mujeriego de la
que me hablabas, que él tenía, fue de hace años, Matt. Era unos críos. Ustedes
no son amigos, así que, si escuchaste rumores, pues todos tenemos derecho a
un pasado. Hay partes de su vida que ignoras y que, por supuesto, jamás
podría comentártelas, pero él es un buen hombre.
—Vaya, sí que estás enamorada de ese zopenco. —Brooke le dio un
puñetazo en el hombro—. Hey, si es así, entonces me alegro por ti —replicó
acariciándole la mejilla—. Si tus sentimientos son genuinos, quizá sea
momento de que se los digas y saber si te corresponde. Porque si no lo hace
tan solo corroboraría mi opinión de que es un estúpido.
Ella soltó una carcajada.
—Él sabía que ibas a venir, aunque pensaba hablarlo mañana que tenemos
una fiesta —sonrió—, pero te me anticipaste al llegar. Así que, ya que hemos
hablado de nuestros asuntos pasados, tal vez sea momento de tomarse un café
conmigo, los tres, y hablar civilizadamente. Lincoln es un hombre
maravilloso y gran conversador. ¿Qué te parece si consideras hacer las paces?
Él se rio y se inclinó para darle un beso en la frente.
—Amor, no va a pasar. Porque ahora él tiene algo que siempre fue parte
de mis mejores recuerdos: tú. Si se atreve a lastimarte, le romperé la cara de
un puñetazo.
—¡Matteo, por Dios, no seas ridículo! —se rio, meneando la cabeza—. Si
Lincoln hace algo para lastimarme, yo tengo mis propias formas de
defenderme. Un puñetazo no estaría mal, pero imagina dañar ese rostro tan
guapo que tiene, no sería justo. —Matteo se cubrió la cara con las manos y
soltó un gruñido de agobio, que hizo reír a Brooke—. Hoy meditaré el tema
de California que, como tú mencionas, quizá sea necesario arreglar lo antes
posible. Aleja tus pensamientos violentos con respecto a Lincoln. ¿Okey?
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Porque lo amo, así de fácil. —Él abrió y cerró la boca—. Dejemos ese
tema, por favor. No llegamos a ningún sitio.
—Bien, guapa, bien —dijo con resignación—. Llámame para lo que sea
que necesites y recuerda mi jet está a tu disposición para donde necesites ir —
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expresó con sinceridad—. Gracias por haber hecho un buen trabajo en Blue
Oaks, a pesar de los desastres —expresó en un tono críptico que ella no
entendió, pero dejó pasar, porque Matteo siempre sería Matteo con sus súbitas
excentricidades—, y por cenar conmigo. En especial —dijo envolviéndola en
un fuerte abrazo fraternal—, por aceptarme.
Los ojos de Brooke se llenaron de lágrimas. Se apartó con suavidad.
—Estoy segura de que Raffe estaría muy contento de vernos ahora.
Él hizo un asentimiento y dio la vuelta para ir a subirse al coche.
Matteo no quería contrariarla, en especial si decía que amaba al tarado de
Kravath. Iba a darle a Brooke unos días para que digiriese todo lo que habían
hablado sobre Raffe y además la súbita herencia. Si Matteo le decía su teoría
del sabotaje de Kravath y se equivocaba, la lastimaría de verdad y crearía una
brecha complicada de salvar. No quería eso para ambos.
Lo mejor que podía hacer era cerrar la boca e ir analizando el terreno y
ver cómo se desarrollaban las circunstancias. Si de verdad estaba juzgando
mal a Kravath, entonces haría de cuenta de que sus sospechas eran tonterías.
No solo eso, sino que reconsideraría venderle el rancho tomando en cuenta la
cláusula que él, por correo electrónico, ofreció agregar al contrato de
compra-venta: ningún empleado de Blue Oaks podía ser despedido.
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traicionado. No atenía a razones y parecía tener todo el interés en mantener su
postura para justificar esa ira ridícula.
—Tal vez —dijo Samuel en su tono serio—, te convenga empezar a
decirle lo que en verdad sientes por ella. Así sales de la duda de si te
corresponde o no, en lugar de estar haciendo el tonto perdiendo el tiempo para
cerciorarte de que algo va a fallar tarde o temprano. ¿Cuándo vas a dejar de
autosabotear tu parte sentimental?
—Brooke es el unicornio que creías que no existía —intervino Jonathan.
—¿Ahora te crees cuenta cuentos? —preguntó Lincoln enarcando una
ceja.
—Linc —dijo Samuel—, deja de creer en páginas amarillistas de
sociedad. Esto es algo que tú nunca habías considerado como digno de tu
tiempo. Considera que en tus veintes tenías una mujer distinta del brazo cada
fin de semana y te conocían por «Linc» en las entradas de los pubs; y te daba
igual. Siempre has sabido que los periodistas de tabloides toman una foto y
hacen historias retorcidas de ellas. Así ganan dinero. Como la ocasión en que
te fotografiaron con nuestras primas, las gemelas, y se inventaron que habías
tenido un trío con ambas. ¿Qué hiciste entonces? Te mataste de risa y pasaste
a otro tema. Haz lo mismo ahora.
Lincoln miró a su hermano con altivez.
Nunca, jamás, una mujer lo había logrado empujar a sentir celos tan
irracionales y que, ahora, parecían expandirse como veneno entre sus poros,
agitándole el corazón, haciéndolo vulnerable y temiendo haber perdido la
razón, todo porque él bajó sus barreras emocionales para dejar entrar a
Brooke. Vaya que lo había hecho. Ella estaba profundamente anclada en su
ser. Cada fibra de su malla neuronal y celular estaba impregnada por su risa,
sus sarcasmos, dulzura, pasión, placer, reflexiones, ocurrencias,
determinación e inteligencia. Brooke era el aire que respiraba, la paz de sus
noches y la ilusión de saber que había una mujer que, al abrazarla, lograba
que su mundo girase en la dirección perfecta.
Se había convertido en aquello que juró jamás ser: vulnerable con una
mujer. Le dio su confianza y ella, en solo una noche en que la que él se
marchó de viaje, lo traicionó.
La idea de que otro hombre, Sarconni de forma específica, ahora, la
hubiera tocado, besado, escuchado sus risas o sentido su cuerpo cálido cerca,
lo desquiciaba. Los celos que experimentaba en esos instantes eran
equivalentes a beber tres botellas de whiskey, una tras otra, sin ser capaz de
ver la realidad debido al efecto. Detestaba esa sensación de impotencia.
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—¿Me has visto a mí con alguna «amiga» en esa posición? ¿Acaso
cuando la stripper, en uno de los clubes en Las Vegas, se acercó a intentar
ofrecerme algo más que un baile, yo reaccioné o la toqué o intenté hacerlo?
—preguntó furioso, a su hermano.
—Linc, no se están besando y, si miras con cabeza fría, los gestos son
completamente inocentes. El problema es ese titular amarillista que te llena la
cabeza de idioteces —irrumpió Tristán con certeza—. «Atractivo agente
inmobiliario parece haber encontrado el amor con una preciosa rubia» —
leyó en voz alta el título, luego dejó a un lado el tabloide que habían
encontrado, entre todos los periódicos de cortesía que solía ofrecer, como de
costumbre, el personal de cabina—. Eso es lo que dicen, luego se montaron
una historia estúpida. ¿Y qué? ¡Es un tabloide de sociedad de poca monta!
Sarconni es uno de los tipos que le gusta hacer obras de filantropía, codearse
con gente influyente como él y siempre tiene algo que decir con su bocaza. Es
casi «normal» que hayan aprovechado, porque es de interés social. No hay
más vueltas que dar.
—No hagas algo de lo que puedas arrepentirte, Linc —dijo Billy, en esta
ocasión en tono serio—. Quizá Ernest, Lenox y yo disfrutemos de la vida de
solteros, pero nunca te habíamos visto rechazar una oferta de diversión con
una mujer, menos en Las Vegas. Tampoco te hemos escuchado, aunque
hubieras estado borracho, pero eso da igual porque los que están borrachos
como una cuba siempre dicen la verdad, gritar en la mitad de la calle Strip
que amas a Brooke Sherwood. Gritaste como si quisieras que hasta el más
lejano habitante de Las Vegas lo supiera. Considera que nosotros te
escuchamos, a pesar de estar igual o más pasados de tragos que tú, eh. Así
que ni intentes poner excusas.
—Sí, bueno, estaba ebrio y no pensaba a derechas —replicó en tono letal.
—Ah, la negación —dijo Billy riéndose—, eres tonto, a veces, Kravath.
Ernest meneó la cabeza. Lenox se encogió de hombros. Ambos eran
conscientes de que su amigo era un caso perdido de enamoramiento y celos
inesperados. Ninguno de ellos tenía intención de dejarse atrapar. Por eso era
que la pasaban bien durante sus giras como competidores de rodeos, entre una
ciudad y otra, no tenían raíces fijas más que Austin. No tenían pensado
convertirse en almas perdidas por el amor como Jonathan ni los Kravath.
—Solo dile lo que sientes. Tú llevas las riendas de un negocio ganadero,
por Dios. Lo haces con un equipo grande de colaboradores, pero eres el
cerebro detrás. Tienes más cojones que Tristán y yo para lidiar con todo ese
menjunje que implica el conglomerado de las compañías Kravath. ¿Cómo
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puede ser posible que no seas capaz de decirle a la mujer que amas, lo que
sientes? ¿Cómo puedes creer un tabloide, antes de hablar con ella? —dijo
Samuel, cuando la azafata pidió que todos se acomodaran los cinturones de
seguridad. Al ser el que estaba sentado junto a Lincoln, bajó la voz y agregó
—: Hermano, tú también le estás ocultando algo muy complicado. La mentira
tiene patas cortas, así que anticípate antes de que te explote en la cara. No
cometas el error de juzgar antes de actuar.
Lincoln se frotó el puente de la nariz y miró, a través de la ventana, cómo
el jet tocaba pista y empezaba a transitar el asfalto. Iba a hablar con Brooke,
vaya que iba a hacerlo.
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CAPÍTULO 18
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Abrió la puerta con la intención de ponerse la ropa interior que estaba
sobre la cama. Se trataba de un juego de lencería muy sexi en tono nude. La
idea era volver loco a Lincoln, algo que le causaba especial satisfacción. Su
siguiente paso sería maquillarse, posteriormente se pondría el vestido y luego
los zapatos de tacón. No podía esperar a ver la cara de Lincoln cuando
estuviera con su atuendo completo. Ella estaba fascinada con su vestido
violeta.
Nada más poner un pie en la habitación vio al hombre más sexi de Texas.
De inmediato, Brooke esbozó una sonrisa y su corazón empezó a bombear
con más rapidez. De pie, con los brazos cruzados, vaqueros azules, camisa
blanca y una expresión que la instó a fruncir el ceño y desvanecer esa sonrisa
inicial, estaba Lincoln. Brooke no recordaba haber visto tanto enfado y
contención al mismo tiempo en él. Al menos, no hacia ella. Nunca.
Imaginaba que habría pasado mala noche, entre fiesta y fiesta, en Las
Vegas. Aunque esa tampoco era una explicación que pudiera utilizar para
intentar entenderlo. Se acercó hasta él para abrazarlo y preguntarle si todo iba
bien, pero Lincoln extendió la mano deteniéndola.
Brooke se quedó en shock por el súbito y tajante rechazo. Esto no era nada
usual en él. ¿Qué estaba ocurriendo? Fue a abrir la boca para cuestionarlo,
pero Lincoln se adelantó.
—¿Estás sola, princesita? —preguntó a bocajarro, mirándola.
Lincoln notó que llevaba el cabello lacio, los pies desnudos y las uñas
pintadas de laca rosa. La toalla difícilmente la cubría lo suficiente. Reiteraba
su apreciación desde la primera vez que la vio: Brooke era el sueño erótico de
cualquier hombre, hecho realidad. Sin embargo, la posibilidad de que otro la
pudiera tocar, como él lo hacía, lo enfurecía mucho.
Él se debatía entre las ganas de agarrarla a besos, desnudarla y penetrarla,
hasta que no se le olvidara quién era el hombre que la amaba o decirle todas
las idioteces que su cabeza había organizado como si Brooke hubiese
preparado un complot emocional en su contra. Aunque, claro, él no le había
confesado que la amaba, así que ella no podría saber hasta qué punto Lincoln
estaba rebasado por los celos. Necesitaba una explicación sobre esas fotos.
Detestó ver la lencería sobre la cama, porque las ideas que su mente
empezó a crear resultaban caóticas, pues se la imaginaba a ella usándola con
Sarconni. «Dios, ¿cómo esta pequeña rubia de temperamento impetuoso había
logrado envolverlo?».
Brooke notó el tono burlón en esa palabra con la que, otras veces, se había
referido a ella. Empezó a enfadarse, porque no comprendía a qué se debía esta
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actitud soberbia y distante.
—Hola, Lincoln, te diría que me da gusto verte, pero tu actitud no ayuda a
que sea así —replicó ajustándose el nudo de la toalla que se sostenía en el
centro de sus pechos—. Si tuviste algún problema en Las Vegas, entonces
debiste quedarte allá para solucionarlo.
Él se sacó el tabloide, que lo había enrollado, del bolsillo trasero del
vaquero y lo lanzó con desprecio sobre la cama. Se tomó la molestia de
arrancar la página en la que salía ella con Sarconni, porque no habría tenido
paciencia de esperar a que ella la buscara.
—Pues a mí no me da gusto verte tampoco —mintió—, pero así es la
vida. Mira la maravilla que llegó a mis manos y, claro, también a la de mis
amigos y mis hermanos.
Ella tragó saliva y apartó la mirada. Esta era la primera ocasión, desde que
se habían hecho amantes, que él la trataba como si fuese su enemiga o tan
solo una desconocida que irrumpía en su camino. La reacción dolida de
Brooke casi doblega la voluntad de Lincoln de no acercarse, hasta obtener una
explicación de la publicación.
Después, él empezó a mirar alrededor, como si estuviera buscando la
huella de algo, una prueba, que le diera la satisfacción de confirmar la
insinuación del tabloide: Brooke y Sarconni se habían acostado juntos.
Parecía necesitar la excusa para aceptar que ella le había mentido, rompiendo
su confianza y ratificando que, jamás, debió ceder al impulso de abrir su
corazón. Incluso, antes de entrar en la casa e ir a la máster suite, él revisó
todas las habitaciones como si fuese a encontrar a su enemigo de adolescencia
en algún lugar escondido.
Por supuesto, no halló nada. Lo único que consiguió fue cabrearse consigo
mismo, porque lo que hizo fue un comportamiento estúpido como si hubiera
regresado a la secundaria, en lugar de ser un hombre pensante de treinta y
cuatro años. Joder.
—¿Qué quieres que haga con ese trozo de papel? —preguntó ella sin
moverse.
—Léelo, por favor, princesita —dijo con sarcasmo.
—Si vuelves a hablarme en ese tono, Lincoln, te voy a echar de aquí, así
que empieza a cuidar la forma en que te diriges a mí. Estás en mí casa. —Él
soltó una carcajada y enarcó una ceja, mirándola con insolente lujuria de la
cabeza a los pies—. Si quiero hacértela pasar mal, la toalla es lo de menos,
porque, gracias a Mildred, aquí en mi habitación, guardo un revólver. ¿Te
imaginas cómo lograrías cabalgar con un pie herido? Complicado.
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Él hizo un gesto con la cabeza dirigida hacia la cama, en donde yacía el
papel e ignoró la amenaza, porque ambos sabían que ella nunca dispararía a
otro ser vivo. Aunque, por supuesto, eso no quitaba la posibilidad de que ella
le diera un golpe en la cabeza con la empuñadura del revólver. Esta última sí
era una opción más real con Brooke.
—Sé que eres curiosa, así que lee ese papel —dijo Lincoln—, por favor
—agregó esto último en un tono neutro, pero casi como si le hubiera tocado
escupir un diente.
Ella estaba enfadada por esa actitud. Agarró el papel de mala gana.
Abrió los ojos de par en par al ver las fotografías de Matteo y ella afuera
del restaurante, la noche anterior. La impresión inicial, claro, sumada al titular
malicioso, daba a entender que ella y Matteo eran una pareja. Sintió enfado
por el texto mal intencionado.
Su relación con Lincoln no era pública, desde un punto de vista social y
ella lo apreciaba, en especial por su mala experiencia en Los Ángeles. Cuando
le confesó todo el desastre que vivió en California, así como la dificultad de
encontrar un empleo cuando su círculo de «amigos» se encargó de darle la
espalda y convertirla en una paria social, Lincoln procuró ser más discreto
con sus salidas. Le mostró su apoyo y le aseguró que él no podría jamás
catalogarla bajo la misma lupa que el resto de los Sherwood.
No solo eso, sino que la escuchó, con paciencia y genuino interés, sobre
sus reflexiones, y la decepción de que su familia la hubiese traicionado.
Lincoln le aseguró que, sin importar las vueltas de la vida, él siempre sería su
apoyo. Ese día se enamoró un poco más de él. Ella sabía que no podía
mantener cautivo a un hombre bajo esa clase de promesa, pero entendía que,
indistintamente de cuán enfadado estuviera él o si la relación que tenían ahora
se rompía, si le pedía ayuda, Lincoln se la brindaría. Esa clase de certeza era
extraña en su mundo volátil en el que la única constante solía ser la amistad
de Kristy y, ahora último, Matteo. Quizá Lincoln era un testarudo, necio y
obcecado ranchero, pero bajo esa coraza de suficiencia, impetuosidad y
altivez existía gran bondad.
Matteo era de los que disfrutaba yendo a eventos sociales, con una chica
diferente del brazo cada ocasión, además de que procuraba involucrarse en
proyectos sin fines de lucro y su compañía inmobiliaria tenía una buena
imagen de cara al público. No fue culpa de Brooke no haber estado alerta, ni
fue su responsabilidad hacerlo, a los posibles paparazzi de sociedad que
solían estar a la caza de personas populares en Austin o cualquier otra ciudad
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de Texas, en las que tuvieran lazos los tabloides. Esta vez, le tocó a Matteo y
a ella. «Vaya suerte».
En su vida personal e íntima, Matteo era muy discreto. De hecho, le había
confesado que las salidas con hombres o parejas, las hacía lejos del ojo
público en clubes élite en los que se pagaba una membresía altísima por
mantener la confidencialidad. Miles de dólares. En ningún momento, ella
pensó en que su foto con Matt aparecería en la prensa, porque su mente estaba
en otros sitios más importantes: aclarar su pasado y agradecer su presente.
Las imágenes publicadas eran de ella riéndose con Matteo. Matteo
abrazándola de la cintura, mientras ella apoyaba la mano sobre sus pectorales.
Matteo y ella entrando en el coche. No era difícil entender el enojo de
Lincoln. Considerando su experiencia con Heidi, y la gran mentira y atrocidad
que cometió, entendía, hasta cierto punto, su enfado.
Brooke arrugó la hoja del tabloide y la lanzó al cesto de basura. Entró sin
problema.
—Después de la fiesta de matrimonio de Jonathan y Renatta iba a decirte
que Matteo estaría de regreso en Austin, pero él se adelantó y pasó ayer por
Blue Oaks. Entre nosotros había temas de nuestro pasado que teníamos que
aclarar. —Lincoln enarcó una ceja—. Además de que, técnicamente, es mi
jefe y necesitaba darle un informe de todo lo que he venido haciendo estos
meses aquí.
—No te vuelvas a acercar demasiado a él —dijo con los ojos furibundos.
El color azul parecía haberse elevado a una tonalidad imposible de describir;
era profunda y oscura.
Ella se cruzó de brazos. El gesto hizo que la toalla se aflojara ligeramente
y sus pechos sobresalieran de la tela, un poco.
—¿Y por qué no, Lincoln?
Él acortó los pasos quedando frente a ella. Se inclinó, hasta que su rostro
quedó a escasos centímetros de los de Brooke.
—Porque eres mía.
Ella soltó una carcajada.
—Te has comportado como un cretino, no me apetece ser tuya ni de
nadie.
Lincoln le agarró el mentón con firmeza.
—¿Ahora sí quieres tocarme? —le preguntó en tono herido—. Hace un
rato parecía que no tenías interés en que mi piel tuviera contacto con la tuya.
Él le acarició el labio inferior con el pulgar.
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—Siempre quiero tocarte, devorarte y marcar tu piel, Brooke. —Ella
controló el ligero temblor que le recorrió el cuerpo por la forma en que la
miraba y el tono de su voz tan profunda y sensual, tan llena de emociones
contradictorias—. Ahora, mencionaste que tenías temas del pasado por hablar
con Sarconni, ¿eh? —preguntó en tono burlón—. ¿Asuntos sexuales, tal vez?
¿Le dijiste que te gusta que te agarren los pechos, cuando te abrazan desde
atrás, te pellizquen los pezones con dureza, mientras con la mano libre te
masturban?
Ella le apartó la mano y le borró la expresión de altanería con una
bofetada. El sonido resonó en la habitación. Lincoln no se movió, porque
sabía que lo tenía más que merecido. Con esta mujer, al parecer, sus
estupideces parecían salir a flote con más frecuencia.
A Brooke no le gustaba la violencia, pero Lincoln parecía sacar su lado
salvaje. La había acorralado con esa pregunta soez y ella, simplemente, había
respondido. En esos instantes ninguno de los dos era mejor que el otro. Lo
sabían.
—Eres un majadero —dijo Brooke. Esos ojos llovidos casi matan a
Lincoln y entendió que había hecho exactamente lo que su hermano le sugirió
no hacer: apresurarse y dejarse guiar por su cabezonería—. No te he engañado
ni faltado a tu confianza. Salí a cenar con Matteo. Lo conozco desde que
tengo nueve años, fue el mejor amigo de mi hermano, por ende, mi única
conexión a Raffe. Matteo fue la persona que me dio la oportunidad de
empezar de nuevo; teníamos asuntos sobre mi hermano sobre los cuales
hablar y también le debía un informe, cara a cara, de lo que he estado
haciendo como administradora —dijo temblando de rabia. Sentía un cabreo
monumental, porque Lilncoln había sido ofensivo. Quería ahorcarlo—. Puedo
comprender que seas desconfiado, pero te he demostrado con creces que
tengo principios y moral. —Él hizo un asentimiento corto, porque esto era
cierto—. No puedes comportarte como un necio y utilizar información de
nuestra vida sexual del modo en que acabas de hacerlo. ¿Si acaso me gusta
que me hagan todo eso que acabas de mencionar?
—Brooke… —dijo interrumpiendo entre dientes, creyendo que estaban
agitando frente a él la pañoleta roja que solían utilizar los toreros en las plazas
de toros.
—Por supuesto, me gusta, me encanta y me excita que me toquen así. Me
encanta que me agarren y echen conmigo un buen polvo —le gritó con rabia,
mientras los ojos de Lincoln relampagueaban—, pero ¿sabes qué? Lo puedo
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hacer contigo o con cualquiera. No necesito de ti para satisfacerme
sexualmente, el único detalle aquí es que no fue Matteo.
—Brooke… —Lincoln apretó tan fuerte la mandíbula que le dolió.
Sabía que la respuesta de ella, que no le gustó en absoluto al pensar que
otros pudieran darle el placer que él tanto disfrutaba prodigándole, era más
que justa, después de su estúpido exabrupto. El arrebato de celos que había
sufrido al ver a Brooke en esas fotografías lo había superado. Jamás
experimentó algo parecido y acababa de proceder erráticamente.
—¿Qué? —preguntó con las manos en las caderas, elevando el mentón.
Desafiante.
Él se pasó los dedos entre los cabellos, frustrado y enfadado consigo
mismo.
—Primero, no soy celoso, excepto a lo que a ti se refiere. Si te veo tan
cerca de otro hombre con un gesto tan cercano y tan personal, me sentará
fatal… —meneó la cabeza, consternado por su salida de tono y por haber sido
un cabrón—. Sabes que me vuelves loco, desde el primer instante en que
apareciste en la puerta de mi casa. Sin embargo, que me digas que disfrutarías
con otro, haciendo lo que yo hago contigo y lo que hacemos juntos, resulta
igual o peor que lo acabo de preguntarte sobre Matteo y su tópico de
conversación del pasado en la salida que tuvieron anoche. No niego que mi
pregunta fue estúpida.
Brooke se acercó y le clavó el dedo en el pecho con fuerza.
—Me importa un demonio, Lincoln —replicó con lágrimas en los ojos,
porque odiaba pelear, porque estaba cansada después de todas las semanas de
mierda en el rancho, porque acababa de cerrar un capítulo difícil de su
pasado, porque todavía le quedaba por revivir la muerte de Raffe para
reclamar esos millones de dólares, porque amaba a este hombre imposible y la
aterraba que no la quisiera de regreso, en especial si parecía dejarse guiar con
facilidad por las dudas sobre ella—. Dime algo, Lincoln: ¿Qué ocurrió cuando
estuviste comiendo en ese restaurante italiano y te vi con Alina? Yo elegí
escucharte y creerte ¿o elegí hacer preguntas ridículas y sin sentido? Porque si
mi memoria no me falla, yo elegí creerte.
Lincoln, la agarró de los hombros y la miró a los ojos.
—Te pido perdón, Brooke —dijo en un tono sincero y contrito. Todos los
celos evaporándose y el arrepentimiento tomando el control—. Me siento
como un imbécil. En lugar de controlar mis celos y escucharte, en lugar de
hacerte una pregunta respetuosa, cometí el error de venir aquí furioso desde el
aeropuerto y predispuesto a emitir un juicio… Lo siento… —murmuró con
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expresión arrepentida—. Sé que no traicionarías mi confianza. Perdí la
perspectiva y te lastimé con mis dudas, cariño —meneó la cabeza—. Soy un
idiota.
Ella hizo un asentimiento, porque claro que él era un idiota. Brooke le
daba crédito a un hombre cuando aceptaba sus errores, en lugar de echarle la
culpa a otros, y pedía disculpas. No era cualquier hombre en este caso, sino
uno muy orgulloso y arrogante. Ella sabía lo difícil que resultaba para Lincoln
admitir errores, pero no existía otro modo de continuar esa conversación o esa
relación si él no hubiera pedido disculpas sinceras.
Tomó una profunda respiración. Cerró los ojos un instante.
—Siento haber dicho que podría hacer lo mismo que disfruto contigo en
el sexo, con otros… No porque sea mentira, sino porque solo estoy interesada
en hacerlo contigo.
Lincoln soltó una inesperada carcajada.
—¿Qué clase de disculpa es esa? —preguntó ladeando la cabeza.
Ella sonrió de medio lado.
—Solo quiero que mis fantasías sexuales sean realidad, contigo. Y no me
interesa meter a otros en la ecuación. Si acaso no estás presente, entonces
puedo complacerme a mí misma como sería lo normal en cualquier mujer que
disfrute de su sexualidad y sepa que darse placer es tan saludable como
compartirlo. Eso era lo que quería decir, tal vez, no me expresé bien —dijo
con tono desafiante, pero ambos sabían que estaba aprovechándose de los
celos de Lincoln para devolverle el coraje que le hizo dar.
Él apretó los labios y meneó la cabeza lentamente. Después le acarició la
mejilla.
—Procuremos que sea yo el único encargado en darte placer ¿de acuerdo,
cariño?
—Creo que tenemos un acuerdo —murmuró, mientras él la abrazaba con
fuerza. Como si temiera que ella se fuera a escapar de un momento a otro.
Ella se dejó abrazar un largo rato, porque le gustaba sentirse abrigada por
la fuerza y vitalidad de Lincoln, porque mientras lo hacía toda la rabia, los
celos, la tristeza y la incredulidad se fueron dispersando. Así, abrazados,
permanecieron largos minutos. Él le acarició el cabello una y otra vez, hasta
que las respiraciones de ambos se calmaron. Los ánimos dejaron de ser
incendiarios y la razón pareció asentarse en los dos.
Al cabo de un instante Brooke se apartó de Lincoln y lo miró a los ojos.
—¿Por qué debería aceptar tus disculpas? —le preguntó de repente.
—Porque son sinceras y las digo de corazón —replicó con franqueza.
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Ella meditó un par de segundos, que a él le parecieron demasiado largos,
luego asintió.
—¿No me vas a preguntar más sobre Matteo?
Lincoln estaba consciente de que, si en esa relación alguien llevaba las de
perder por mentiroso era él, no Brooke. Así que, aparte de sus estúpidos celos,
no tenía ningún derecho a emitir juicios de valor sobre las acciones de ella
pues, en su cabeza, sabía muy bien que jamás serían maliciosas o carentes de
honor. Después de la boda de Jonathan, le hablaría del verdadero motivo por
el que había aceptado ser su aliado para ayudarla en Blue Oaks. Sabía que iba
a ser un trago amargo y se jugaba la confianza de Brooke. No obstante,
prefería, de una vez por todas, romper ese velo de oscuridad que aún se
agitaba entre ellos.
Un consuelo, para él, consistía en tener la intención genuina de ser
honesto con ella y asumir las consecuencias de sus actos. No obstante, lo
único que no podría consentir sería perderla. Esto último era un riesgo
altísimo y también una probabilidad. Sin embargo, era imposible continuar
una relación que pudiera durar el resto de la vida, como él quería que fuese
con Brooke, si no sorteaba primero la gran mentira con la que todo empezó.
Ser macho no implicaba saber usar el miembro, conseguir grandes
contratos o tener fuerza física. No. Ser macho implicaba tener los cojones
para ponerlos en la línea de vida o muerte, para que la mujer de la que estaba
irrevocablemente enamorado decidiera si podía perdonarlo o no cuando
supiera la verdad que él había mantenido oculta.
—Me basta tu palabra de saber que nada ocurrió y fue solo una cena —
replicó con honestidad, mientras le acariciaba las mejillas—. No debí dudar
de ti, cariño. ¿Aceptas mis disculpas, Brooke? —preguntó.
—Sí…
—Gracias —dijo besándola suavemente en los labios. Después apoyó la
frente contra la de ella—. Eres la única mujer capaz de volverme loco de
todas las formas posibles.
Brooke se rio con suavidad, pero cuando su risa murió ella cerró los ojos
un instante. Sabía que Matteo era una persona leal, pero también que, si no
hablaba con Lincoln de este asunto, dos hombres que eran importantes en su
vida continuarían, por uno u otro motivo, manteniendo una riña estúpida. Así
que decidió hacer una confesión por el bien de estos dos primates, porque no
había otro modo de llamarlos.
—Lincoln —dijo sosteniendo la mano con la suya, contra la mejilla—,
Matteo es gay.
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—¿Qué…? —preguntó frunciendo el ceño—. Pero…
—Es una larga historia y no es mía para contártela. Solo quería que lo
supieras. Esta información no puedes replicarla. La he compartido contigo,
porque no puedo permitir que esta ridícula enemistad que tienen ambos, desde
la adolescencia, siga. ¡No tiene sentido y no quiero estar en medio! —expresó
apartándose.
Lincoln la agarró de la muñeca, le acarició el pulso que latía con rapidez
bajo el toque de su pulgar, todavía asimilando lo que acababa de decirle. Ella
tenía razón, la de Matteo no era una historia sobre la que él iba a indagar,
porque le correspondía a Sarconni contarla, si acaso lo hacía algún día. No lo
respetaba menos, ni le caía peor de lo que ya lo hacía. El hombre era
insoportable y detestable, punto. Además, con esas fotografías, le caía aún
peor, porque había tocado algo que era suyo y sobre lo que se sentía muy
territorial: Brooke.
—Todavía quedan casi tres horas hasta la ceremonia —dijo Lincoln
manteniendo las caricias circulares de su pulgar en la piel delicada—. Y te
extrañé.
Ella esbozó una sonrisa.
—Yo también te extrañé, Linc. Sin embargo, hay algo de lo que quiero
hablarte.
—Quisiera poder besarte primero —dijo con fervor, acercándola, ella se
rio—. ¿Puedo o todavía estás enfadada conmigo?
Brooke soltó una risa suave.
—Linc, te he disculpado. Hicimos las paces, así que no, ya no estoy
enfa…
La boca de Lincoln cubrió la suya y se llevó consigo lo que sea que iba a
decir.
La agarró de la cintura, apretándola contra su cuerpo, con fuerza y
vehemencia, porque no creía que pudiera seguir sin decirle lo que sentía por
ella. Todos esos meses, poco a poco, cada día, había empezado a enamorarse
de esa mujer. Una caída al precipicio dura, rápida y enloquecedora, pero el
amor que experimentaba no tenía parangón. Brooke se había convertido en la
razón de sus sonrisas y en una obsesión.
Brooke devoró la boca de Lincoln tal como él estaba haciendo con la
suya; sus labios chocaban con desesperación, como si la intensidad fuese la
llave que abría un portal a otro mundo. Un mundo húmedo, sensual, ardiente
y salvaje en el que solo ellos eran capaces de comprender la magnitud de las
emociones que necesitaban expresarse, sin más demora, con palabras, porque
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sus cuerpos las comprendían a la perfección desde la primera vez que se
encontraron, exploraron y fusionaron en una estela intocable de gozo.
—Adoro tus besos —le dijo mordiéndole los labios, antes de profundizar
la conquista de su lengua, que se encontró con la de ella; ambas se
perseguían, ansiosas, oscilando en una letanía de caricias provocativas que
clamaban por dominar.
—Linc —jadeó, cuando él le apartó la toalla dejándola desnuda.
—Eres la mujer más bella y sensual ¿y sabes qué es lo mejor de todo? —
preguntó, mientras le agarraba ambos pechos con las manos y le apretaba los
pezones.
—¿Qué? —gimió con un quejido agudo y abandonado al deseo.
—Que eres mía y no pienso compartirte con nadie —dijo mirando los
deliciosos montículos con hambre, antes de bajar la cabeza y tomar uno de los
pezones en su boca caliente, succionándolo, mientras ella lo agarraba de los
cabellos.
Brooke sentía las olas de deseo inundándola. Él conocía su cuerpo
femenino como un mapa; sabía cómo recorrerlo de un lado a otro, hasta
encontrar el punto perfecto donde hallarían, juntos, la explosión de intenso
placer. Sintió los dientes mordiéndole el otro pecho para luego apaciguar el
dolor de la caricia con la lengua. Ella gimió.
—Tú también eres mío, Lincoln —replicó, agarrándole el rostro,
apartándolo tan solo un instante de sus pechos para que la mirase—. Solo
mío.
—No pretendo ser de nadie más —murmuró, haciéndole un guiño, antes
de recorrerle los pechos a lametazos, demorándose a propósito, succionando y
mordisqueando, enloqueciéndola. Después apartó la mano de uno de ellos
para llevarla hasta el sur—. Mojada… Tan preparada, cariño, tan sexi —dijo
hundiendo el dedo en la humedad, para luego sacarlo y enderezarse. La miró
con una sonrisa pícara y chupó el dedo—. Mmmm, exquisita.
—Eso fue más que un beso —dijo ella, temblorosa de anhelo, mientras
empezaba a quitarle la ropa a Lincoln. Él se dejó hacer, le dio el control de
ese instante, hasta que ambos quedaron en las mismas condiciones: desnudos
—. Vamos a la cama, Linc —dijo tomándolo de la mano—, quiero hacer algo
más que solo besarte.
—Me gusta que pensemos de la misma forma, cariño —dijo agarrándola
de la cintura y dejándola en el centro de la cama—, no puedo atener a razones
si estás no están relacionadas con penetrar tu cuerpo y anclarme en ti —le
acarició el rostro.
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—Hazme tuya —pidió con una sonrisa pícara.
Le gustaba lo sexi que era ese hombre: la forma en que se movía, hablaba
y manejaba su presencia en cualquier sitio, en especial en la cama, a solas con
ella. Abrió los muslos, poco a poco, para tentarlo, y notó cómo las pupilas de
Lincoln se dilataron y su expresión se volvió fiera, como aquellos guerreros
dispuestos a conquistarlo todo. Le encantaba provocarlo.
—Preciosa —murmuró recorriendo los pliegues sensibles con el pulgar.
Luego, de rodillas en la cama se acomodó mejor, le separó más los muslos,
mientras se ubicaba justo en el vértice mojado. Se agarró el miembro con la
mano y lo posicionó en la entrada resbaladiza. Miró el sitio en el que esos
labios rosados esperaban por ser separados, por su pene grueso y excitado, y
con el glande acarició de arriba abajo la abertura—. Brooke…
—¿Sí? —preguntó jadeando—. Oh… —arqueó la espalda ligeramente en
el momento en que Lincoln se hundió en ella con un gruñido salvaje, mientras
sus paredes abrazaban y apretaban el grosor de acero y seda que la penetraba.
Soltó un gemido agudo. Él estaba anclado en lo más profundo que podía en su
canal de carne suave. Lo miró a los ojos, mientras lo sentía salir lentamente
de ella para luego volver a penetrarla—. Linc… Oh, Linc…
Los músculos del rostro de Lincoln estaban tensos, sus abdominales se
flexionaban y se tensaban por el esfuerzo cuando su miembro entraba y salía
de Brooke. Ella extendió la palma de la mano y le acarició los pectorales,
luego bajó sus dedos hasta aferrarlos a la cadera para instarlo a llegar más
dentro de ella; quería siempre más de Lincoln. Se sentía insaciable.
El ritmo se volvió inquebrantable, pero ninguno miraba hacia otro lado.
Estaban conectados de todos los modos posibles. Él empezó a embestir con
más celeridad y con tanta fuerza que rozaba la ligera línea del placer y el
dolor; una línea exquisita, tan de ellos.
Lincoln gozaba al mirar la expresión de lujuria de Brooke, sus pechos
agitándose con esos pezones erectos y la piel marcada por sus besos;
disfrutaba los gemidos que ella soltaba de forma abandonada y sensual,
porque era su música preferida. Le encantaba cómo sus pelvis se acoplaban
danzando en sincronía. Ella lo apretaba con su estrecha vagina, lo enardecía
saber que era él quien rompía esa estrechez en cada impulso. Brooke era sexi
y audaz en la cama; fuera de ella, lo conmovía y alegraba instantáneamente.
Los dos estaban jadeando, pero Lincoln sabía que no podría contenerse
más tiempo. Porque las palabras quemaban en su pecho tanto más que la
sensación de estar tan unidos.
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—Brooke Sherwood —le dijo contra los labios, mirándola—, esta es la
forma más cruda y carnal en la que puedo estar contigo, desnudo de todas las
maneras posibles. Llevo semanas sin atreverme a decírtelo, pero estoy loca e
irremediablemente enamorado de ti.
—Oh, Dios, Lincoln —expresó en un murmullo, emocionada,
conmocionada y excitada. Una mezcla impresionante de emociones.
—Te amo como jamás podría amar a ninguna mujer —dijo mordiéndole
el labio inferior, mirándola con brutal intensidad.
—No sabía si ibas a corresponderme… —murmuró con lágrimas sin
derramar—, yo te amo a ti, Lincoln, te amo con locura —dijo, besándolo,
antes de que él soltara un suspiro de alivio y le sonriera—. Bésame, Linc.
Él la complació con el corazón lleno de una plenitud que empezaba a
conocer solo con Brooke. El ritmo de sus cuerpos perdió la desesperación y se
transformó en una potente y ardiente pasión bañada de un amor reconocido;
una pasión que poseía una cadencia que marcaba el cuerpo del otro en un
mágico sortilegio del que ninguno podría volver a escapar.
Sus labios se grabaron a fuego con las palabras de placer y amor; sus
cuerpos se devoraron; sus manos se transformaron en herramientas
codiciosas; sus gemidos cantaban al compás de las embestidas de Lincoln,
mientras escalaban el camino hacia la cúspide. Se mordieron y besaron;
lamieron y jadearon; se hundieron en aquel foso delicioso del que solo era
posible experimentar delirio. Eso no era sexo, sino sublime pasión romántica.
—Brooke… Voy a correrme —dijo entre dientes cuando sintió cómo ella
empezaba a apretarse a su alrededor. Su miembro empezó a vibrar con la
necesidad de alivio.
—Estoy tan cerca… Lincoln —gimió elevando las caderas, y con ese
movimiento el orgasmo de ambos llegó al mismo tiempo, sacudiéndolos. No
hubo la posibilidad de pensar en otro asunto que no fueran ellos, el amor
profundo que sentían, y el éxtasis.
Lincoln se derrumbó con cautela sobre ella, pero permaneció en su
interior; ese era su sitio de unión más crudo y genuino. Las emociones de sus
cuerpos no podían inventarse o fingirse; cada orgasmo, gemido, jadeo, clamor
y caricia era el resultado honesto de una pasión arrolladora acompañada de
amor. Por primera vez, en años, Lincoln comprendió lo que era la plenitud de
amar y confiar en la mujer correcta. Se sintió completo.
Al cabo de unos minutos, él apartó el rostro del cuello de Brooke y la
miró con una sonrisa. Frotó su nariz contra la de ella.
—Hola, preciosa Brooke —dijo sonriéndole.
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Ella se rio con suavidad y le acarició la mejilla.
—Estoy enamorada de ti, así que ningún otro hombre me interesa, solo
quería reiterarlo —dijo mordiéndole el labio inferior—. Creo que tengo
suficiente con un vaquero arrogante que quiere acostarse conmigo y
enloquecerme con sus caricias.
Él soltó una carcajada ronca y profunda. Le dio un beso largo y lento.
—Eres la mujer que nunca esperé, pero tengo la fortuna de que me ame de
regreso.
—Oh, Lincoln —dijo con emoción—. Confío en ti y sería imposible no
amarte, porque detrás de esa actitud gruñona…
—Aunque muy sexi, ¿no? —preguntó, interrumpiendo con picardía.
—Un poco, sí —dijo riéndose y dándole una nalgada—. Me gusta tu
trasero.
—Ah, hoy es día de declaraciones importantes —dijo haciéndole un
guiño.
Ella no recordaba haberse sentido tan feliz en muchísimo tiempo: saciada
y amada. Con Lincoln tenía un mundo de posibilidades al alcance y le gustaba
esa certeza. Con sus fallas y aciertos, ella lo quería, locamente. Sin embargo,
existía algo que necesitaba decirle. No podía postergarlo, menos ahora que
acababa de escuchar su sincera declaración de amor.
—Linc…
—¿Sí, mi vida?
—Mmm —susurró jugueteando con el vello de los pectorales,
distraídamente. Él le agarró la mano para detenerla y enarcó una ceja—. No
quiero que consideres que estoy creando expectativas sobre nuestra relación,
pero quiero hablar contigo de algo importante.
—Mi amor, puedes hacerte todas las expectativas que quieras con
respecto a nosotros —dijo sonriéndole—, las podemos conversar. Te quiero
conmigo, a mi lado, así que pregunta todo lo que necesites. No existen
secretos entre nosotros, Brooke. ¿Qué ocurre?
Ella se mordió el labio inferior e hizo un asentimiento. Estaban de
costado, mirándose, desnudos y plácidos. Brooke se apartó y fue hasta el
escritorio. Sacó la carpeta que contenía uno de los instantes más difíciles de
su vida.
—Este es un tema que considero necesario que conozcas. Más que
necesario, Linc, me parece justo —soltó un suspiro. Cuando regresó a la cama
se sentó y él hizo lo mismo.
—¿Qué ocurre, cariño? —preguntó con preocupación.
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—Me hablaste de tu experiencia con Heidi. —Él hizo un asentimiento y
notó que el logotipo de la carpeta era de una clínica privada de California. Se
inquietó—. Quiero hacer una pregunta importante y necesito que seas sincero
conmigo.
—Por supuesto, pero, cariño ¿estás enferma? —preguntó en tono
preocupado, extendiendo la mano y tocándole la mejilla—. No me asustes,
Brooke.
Ella hizo una negación ligera.
—¿Quieres tener hijos algún día o el episodio con Heidi cambió esa
perspectiva?
Lincoln frunció el ceño ligeramente.
—Tener hijos es uno de los objetivos de mi vida más importantes, los he
querido siempre… El asunto con ella me impulsó a desconfiar de las mujeres.
Me causó un dolor muy grande, pero la idea de ser padre jamás me ha
abandonado. ¿La pregunta tiene que ver con lo que hay en esa carpeta? —
preguntó mirándola con inquietud.
Ella tomó una profunda respiración e hizo un breve asentimiento.
Durante los siguientes veinte minutos, le dio detalles superficiales de
cómo había sido su vida en Los Ángeles, luego su relación y compromiso con
Miles. El día en que se enteró que estaba embarazada y el posterior proceso
cuando empezó a sangrar de repente. El tiempo que estuvo en la clínica y lo
doloroso que fue haber perdido a esa vida.
Le comentó del sentimiento de culpa e insuficiencia. Después, le habló de
las terapias psicológicas, lo importante que fueron para que ella se recuperase
de ese foso de depresión y tristeza. La ayuda que le aportó inclusive hacer
yoga y encontrar un trabajo de medio tiempo.
Le explicó que cuando estuvo lista y dispuesta a emprender nuevos retos
fue cuando detuvieron a su padre por lavado de dinero. Se saltó los detalles de
esta última parte, porque ya le había hablado al respecto y finalizó diciéndole
que Blue Oaks salvó su cordura y le dio esperanzas. Que, por lo anterior,
estaba agradecida con Matteo, pero también porque haber llegado a ese
rancho implicó una nueva lección de vida: podía reconstruirse, asumir retos
sin decaer y, lo más importante, amar otra vez, en esta ocasión, de verdad.
—Oh, mi vida —dijo abrazándola contra su pecho—. Siento tanto que
hayas tenido que atravesar unos momentos tan difíciles, sin nadie a tu lado
para darte apoyo. Si alguna vez llego a conocer a ese tal Miles, créeme, va a
aprender que los hombres en Texas sabemos cómo quebrar un par de huesos
de niñatos estúpidos y cobardes como él.
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Ella soltó una risa suave. Le extendió la carpeta a Lincoln, porque quería
que él comprendiera con pruebas lo que en verdad había ocurrido. Que
corroborara su historia.
—No aborté, Linc, fue un…
Él la interrumpió poniendo sus dedos en los labios de Brooke. Dejó la
carpeta de lado. No le interesaba corroborar con pruebas médicas, lo que ella
estaba diciéndole, porque creía en su palabra. Brooke era una mujer de honor.
—Sé que jamás serías capaz de cometer un acto como abortar por el
simple hecho de querer deshacerte de un bebé, Brooke, como lo hizo mi ex:
por venganza y vileza. Sé que antes de haber elegido un aborto, tú habrías
analizado todas las posibilidades para salvarlo, si tu vida o la del bebé
hubieran estado en riesgo, y, aun así, habrías buscado más opiniones médicas
que te dieran alternativas. No es un tema fácil y lamento la tortura física y
emocional que atravesaste. —Ella asintió—. Te amo, Brooke, tu pasado no te
define.
Brooke bajó la mirada y fue incapaz de hablar durante varios segundos.
En ese tiempo de silencio, Lincoln respetó la necesidad de ella de mantenerlo.
—Uno de mis anhelos es ser mamá, pero, Linc…
—¿Sí, mi vida? —preguntó con dulzura.
Jamás había sido así con otra mujer. Con Brooke sentía como si
estuvieran en sincronía perfecta. Le debía una verdad e iba a confesársela. No
era justo que ella le abriera su alma, pero él mantuviese todavía un secreto
ruin entre ambos. Sus entrañas le gritaban que se sincerara y Lincoln sabía
que este era el único día posible para decir su confesión.
—Te hice esa pregunta —dijo Brooke—, porque el doctor me dejó saber
que podría quedar embarazada de nuevo, pero también existían las
probabilidades de tener un nuevo aborto espontáneo… Entonces, si tu
intención es tener una familia, quizá yo no sea la mujer que necesites —dijo
con la voz ligeramente quebrada—. No podría quitarte la oportunidad de
encontrar a la persona con la que no existan esos riesgos en este aspecto,
porque sé que naciste para ser un hombre de familia. Un buen padre, y lo
mereces, Lincoln.
Él sintió un gran dolor por ella. Se sintió un bastardo con suerte, porque
no merecía una mujer con un corazón como el de Brooke. La agarró con
suavidad instándola a que se sentara en su regazo a horcajadas. Ella lo abrazó
del cuello y lo miró con dulzura.
—Brooke —dijo acomodándole el cabello detrás de las orejas con
suavidad—, ¿crees que preferiría ser padre a quedarme sin ti? ¿Crees que
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priorizaría mi deseo de ser padre, antes que tu salud y tu decisión de si quieres
o no ser madre?
Ella apoyó la frente contra la de Lincoln con los ojos llenos de lágrimas.
Esa conversación había sido difícil, pero necesaria para quitar posibles
dudas o malos entendidos o episodios ocultos entre los dos. Brooke no quería
que nada se interpusiera entre ellos. Daba igual si duraban dos meses o dos
años o toda la vida.
Estaba cansada de las mentiras que tanto daño habían hecho a su
existencia. Necesitaba, por eso se confesaba de corazón con Lincoln, que la
de ellos fuese una relación libre de la mayor cantidad de secretos que
pudieran herirlos. No podía ser de otro modo.
—No lo sé…
Él esbozó una sonrisa y le acarició la espalda desnuda con ambas manos.
—Mi vida, tú eres simplemente todo para mí. Un hijo no es solo el que se
concibe con amor, sino también el que se elige con amor. Hay muchas formas
de tener una familia, pero no existe ninguna en la que pueda reemplazar el
amor que siento por ti. Solo por ti.
Ella sintió el corazón aletear con fuerza, las mariposillas regresaron en
volandas en su panza y las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas.
No solía ser llorona, pero remover todas las emociones, episodios,
circunstancias, frustraciones, dolores y alegrías, en menos de cuarenta y ocho
horas, le parecía sobrecogedor. Tenía los sentimientos a flor de piel.
—Oh, Lincoln… Te amo tanto —sonrió, besándolo con dulzura.
Él la observó con emoción.
—Si ya es una arde de confesiones —dijo con seriedad—, hay algo muy
importante que necesito que sepas de mí boca. Sé que vas a enfadarte y pensar
que…
El teléfono de Lincoln empezó a sonar, luego el de Brooke. Se miraron.
—Solo dime lo que necesites decirme, así como acabo de hacer yo, Linc,
hallaremos la manera de resolverlo, juntos —replicó.
«Joder, en verdad no te la mereces», se dijo a sí mismo.
Los teléfonos continuaron sonando.
—¿Qué te parece si contestamos y luego seguimos hablando, Linc? —
preguntó ella—. Les decimos que nos llamen en unos treinta minutos. ¿Eh?
—No, mi amor, ya se cansarán quienes sean que llamen…
No, no se cansaron. Los teléfonos de ambos siguieron y siguieron
sonando. Lincoln maldijo y tumbó a Brooke sobre la cama, le devoró la boca
con un largo beso.
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—Brooke, te amo. No olvides que te amo ¿de acuerdo? —preguntó,
mientras agarraba el teléfono. Ella hizo un asentimiento y le besó la comisura
de los labios.
—Y yo te amo a ti —murmuró, tomando su móvil de la mesita de noche.
Notó que sus bragas y el sujetador color nude estaban dispersos en dos
extremos diferentes de la habitación. Esbozó una sonrisa, porque había sido
uno de los mejores días de su vida.
Lincoln deslizó el dedo sobre la pantalla.
—¿Qué carajos estás haciendo, Lincoln? —preguntó Jonathan a gritos—.
¡Faltan treinta minutos para mi matrimonio y mi padrino no está en ninguna
parte! Necesito que traigas tu culo aquí y dejes de andar lloriqueando por un
jodido tabloide.
Lincoln se echó a reír y miró la hora. Joder, ya casi iba a empezar la
ceremonia.
—Cálmate por todos los cojones. Estaré a tiempo —dijo—. Estoy en Blue
Oaks. Ni si quiera el día de tu matrimonio puedes dejar esta codependencia
tóxica que tienes conmigo. A ver si espabilas y dejas de ser un grano en el
culo. A partir de hoy eres problema de Renatta.
Jonathan se rio por esa imbecilidad.
—¿Arreglaste las cosas con Brooke? Renatta quiere que esté presente y no
puedo tolerar que, por tu idiotez, mi futura esposa se enfade.
Lincoln se carcajeó. Ahora entendía muy bien por qué Renatta era
siempre importante para Jonathan; ahora entendía las miradas cómplices y
cómo parecían comunicarse con solo observarse; ahora entendía, sí, porque él
empezaba a construir la misma clase de relación con Brooke. Ya no le parecía
vomitiva la idea del amor, porque lo que hubo antes de Brooke nunca fue
amor, sino experimentos fallidos, hasta que ella llegó, accidentalmente, a su
camino.
—Sí, tengo el esmoquin allá. Brooke se suele vestir muy rápido, ya sabes
que es guapa y todo le queda bien. —Brooke lo miró y se rio bajito—. Nos
vestiremos allá, así que no te preocupes y dile lo mismo a tu futura esposa.
—¡Date prisa, coño, que Renatta quiere que la iluminación sea perfecta y
acorde al ocaso! No solo eso, sino que…
Lincoln le cerró el teléfono y meneó la cabeza. Jonathan parecía un
chiflado histérico.
Brooke también había respondido el móvil, pero era de esas operadoras
molestas que ofrecían planes de vacaciones, opciones de más ahorros y
boberías.
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—Nena, Jonathan cree que va a casarse sin mí, no quiero que sufra —dijo
riéndose y ella lo secundó—. ¿Te parece si alistas una bolsa y te arreglas en
mi recámara?
—Ups —dijo ella apartándose de la cama, buscando las bragas y el
sujetador—, no quiero llegar tarde a ese matrimonio. Sí, claro, ahora mismo
lo organizo todo.
Lincoln rodeó la cama, la agarró la cintura y la pegó contra su cuerpo.
—El primero, y todos los bailes son míos —dijo contra la boca de Brooke.
—¿No es eso demasiado pretencioso, señor Kravath? —preguntó
riéndose, mientras lo apartaba para agarrar el vestido, sus maquillajes y
alhajas, después los guardó en una bolsa y ella se puso un jean y una blusa a
toda prisa—. Vestirnos será más eficiente, sí. Aunque, espera, Lincoln, ¿qué
era lo que querías decirme?
—Te lo diré después de la fiesta, cuando estemos a solas, ¿está bien?
—Sí, cariño, no hay problema.
Él hizo un asentimiento y salieron con prisas.
—Por cierto, Brooke —dijo, mientras entraban agarrados de la mano por
la puerta de la cocina de Golden Ties, lejos de la mirada de los invitados. La
recepción iba a celebrarse en el patio frontal, no en el interior de la casa, salvo
por la sesión de fotos, pero eso sería después de que Renatta fuera
oficialmente la señora Martin y faltaban al menos sesenta minutos más para
eso—. Contigo, nunca es suficiente. Siempre querré más de ti. Te amo.
—Y yo te amo a ti —sonrió.
Lo último que podría imaginar Brooke era que, en una fiesta destinada
para sonreír y brindar por el amor, representaría para ella todo lo opuesto.
Nunca podría haber concebido la posibilidad de que, después de una tarde
hermosa de confesiones de dulzura, confianza e inimaginable placer con el
hombre de su vida, ella no brindaría por el romance, sino por las ganas de
olvidarse de que había conocido y confiado en Lincoln Kravath.
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CAPÍTULO 19
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oficialmente señor y señora Martin, los vítores llegaron y también una sesión
fotográfica que duró al menos una hora.
Brooke aprovechó que Lincoln estaba haciendo su papel como padrino de
bodas para comer unos bocadillos y saludar a Willa. Después, la madre de
Renatta la presentó con la mayor parte de la familia, que había venido de
otros Estados, como la novia del propietario de Golden Ties y también la
administradora del rancho vecino. Este último dato, imaginó Brooke, se lo
debió proporcionar Renatta. Le gustaba que la reconocieran por su trabajo, en
lugar de hacerlo porque era la pareja de uno de los hombres más adinerados
de Austin. Ella charló un rato, luego fue hasta el salón principal de la casa que
se había organizado y decorado como estudio, y posó para la foto que era
entre amigos y amigas de los novios.
Antes de marcharse, para que entrara el siguiente grupo en la lista para
otra foto, Lincoln pidió al fotógrafo que le hicieron unas tomas solo a él y a
Brooke. Ella, sonrojada, se negó, pero Renatta le dijo que no había problema
y que le encantaría que le hicieran una foto a ellos como pareja. Así que,
finalmente, Lincoln se salió con la suya.
No hubo una, sino tres fotografías, y en una de ellas Lincoln estaba
sujetándola de la cintura y dándole un beso. Claro, los mejores amigos del
novio los aplaudieron y rieron festejándolos, al igual que el resto de personas
que estaban en el salón en ese instante.
—Quisiera largarme ahora mismo de aquí y hacer girones ese vestido que
me ha torturado toda la bendita ceremonia y hacerte el amor —le había dicho
Lincoln al oído, antes de dejarse arrastrar por el fotógrafo para la foto que era
solo entre los mejores amigos de Jonathan junto con Renatta y los padres de
esta.
—Lo tomaré como una promesa —había replicado con una sonrisa,
mientras le daba un beso rápido—. Te espero para bailar. Según recuerdo
querías divertirte conmigo.
—Quiero hacer algo más que divertirme contigo, mi vida —había dicho,
antes de darle la espalda para sentarse en un bonito sofá que la decoradora
había sugerido para el estudio improvisado. Brooke le había hecho a Lincoln
un gesto de despedida con los dedos de la mano, además de sonreírle, y luego
a buscar algo de tomar.
Durante las siguientes tres horas se divirtieron, bailaron, y Brooke
conoció a los padres de Lincoln. Los dos hacían una pareja educada y amable.
Rosalie y Osteen parecían genuinamente interesados en los progresos de Blue
Oaks, aunque se mostraron mucho más curiosos por los gustos que ella había
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desarrollado en su nueva vida en Austin. Se reencontró con las cuñadas de
Lincoln, así como con sus hermanos.
La mayoría de invitados seguía bailando con ánimo al ritmo de las
canciones que iba alternando el DJ, y Brooke lo que hubiera querido, más que
bailar, era haberse cambiado de zapatos, porque sus pies estaban doloridos.
Ahora reconocía que no fue la mejor idea usar tacones, a pesar de que se
había instalado, en toda la zona donde se llevó a cabo la fiesta y la ceremonia,
un piso de madera falsa para que funcionara como pista de baile y a las
mujeres no se les hundiese el zapato en la tierra o el césped. Claro, lo anterior
no impidió el dolor de pies, después de haber bailado tanto, yendo de un lado
a otro.
—Nos robamos un instante a ese tonto —le dijo Lenox a Brooke, mientras
agarraban a Lincoln del brazo y lo apartaban de ella entre risas—, vamos a
recordar los viejos tiempos entre amigos, antes de que Renatta secuestre para
siempre a Jonathan y no lo volvamos a ver. ¡Se van de Luna de Miel a
Irlanda! ¿Qué tal?
—Creo que es un destino magnífico —dijo Brooke con una sonrisa—.
Que la pasen bien y procuren regresarme a Lincoln de una pieza.
Ernest se echó a reír.
—Intentaremos, pero no creo que lo eches en falta.
—Yo sí la echaré en falta a ella —intervino Lincoln que ya había bebido
unos cuantos vasos de whiskey, pero no lo suficiente para perder la conciencia
o el sentido común, tan solo los necesarios para hablar sin tapujos, más de lo
usual.
—¿Qué hechizo le lanzaste? Por favor, no se lo cuentes a mi ligue de esta
noche —dijo Billy en tono bajito, mirando de reojo a una pelirroja
deslumbrante que estaba bailando con uno de los primos de Renatta—,
porque no quiero tener la mala suerte de enamorarme.
Brooke soltó una carcajada, mientras los cinco amigos, más los hermanos
de Lincoln, se marchaban hacia el interior de la casa. Ella se entretuvo
conversando con la mejor amiga de Renatta, Selina. La mujer parecía estar
llena de anécdotas de bodas de sus amigas. Pronto, a la conversación de
ambas se unieron otras muchachas, brindaron con champán junto a la
flamante señora Martin hasta que, sin darse cuenta, ya era pasada la
medianoche.
Brooke buscó con la mirada a Lincoln, porque quería decirle que iría a
darse una ducha antes de dormir y que lo esperaría en la recámara. No iba a ir
a esa hora a Blue Oaks, no tenía sentido. Imaginaba que él estaba pasando un
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buen rato con sus amigos, pero solo quería avisarle. No lo vio por ninguna
parte. Lo llamó por teléfono, pero le saltó el buzón de voz.
Después de despedirse, Brooke entró a la casa. Vio a Willa que estaba
preparando varias tazas de café caliente y cuando le ofreció una, ella rehusó
con educación. Estaba llena, porque la comida había sido deliciosa. No
entraba en el estómago ni una gota más de líquido.
—¿Sabe en dónde está Lincoln, Willa? —le preguntó ahogando un
bostezo.
La mujer la miró con una sonrisa.
—Oh, sí, el joven está con el señor Samuel en la biblioteca. La señora
Francesca está durmiendo en una de las habitaciones de invitados. Los demás
Kravath se marcharon a Austin, y se acaba de perder de despedirse de los
nuevos esposos.
—¿Se fueron también Lenox, Billy y Ernest? —Willa asintió—. Oh, qué
pena, me gusta ese grupo. Bueno, me iré a despedir de Lincoln. Me muero de
sueño.
A Brooke no se le hizo extraño que su novio no la hubiera ido a buscar,
porque era el matrimonio de uno de sus mejores amigos, además de que podía
compartir, en Golden Ties, con sus hermanos. Ella solo quería decirle buenas
noches.
—Que descanse, señorita Sherwood, siempre es un placer tenerla en esta
casa.
—Oh, gracias —replicó con una sonrisa.
Se quitó los zapatos y soltó una exhalación de alivio.
Avanzó por el pasillo, pasando varias estancias, incluyendo el salón que
había sido utilizado como estudio fotográfico y que ya estaba apagado.
Finalmente alcanzó a ver la puerta de la biblioteca que, por dentro, era
preciosa. Un par de veces, ella le pidió prestados algunos libros a Lincoln y él
le dijo que podía entrar ahí y tomar los que quisiera de la estantería, siempre.
Ni bien terminó de decírselo, ella lo devoró a besos. Terminaron teniendo
sexo, en la alfombra, húmedo, salvaje, sensual y muy satisfactorio. ¡Libros
cuando quisiera! Un orgasmo que no solo había disfrutado su cuerpo, sino
también su intelecto.
Brooke esbozó una sonrisa al recordar esa tarde de domingo. La puerta de
la estancia estaba parcialmente abierta, así que puso la palma de la mano en la
madera para abrirla del todo y hacer notar su presencia. Sin embargo, las
palabras que escuchó de Samuel la detuvieron en seco. Lo podía llamar
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intuición o sentido de supervivencia, según cómo se pudiera considerar, así
que decidió mantener silencio y no delatar su presencia.
—¿Y qué te dijo Sarconni cuando le informaste que seguías interesado en
reanudar la transacción? —preguntó Samuel, después de que su hermano le
hubiera comentado sobre el e-mail a Matteo de comprar Blue Oaks.
Lincoln se quitó el corbatín y lo dejó sobre el escritorio. Después se aflojó
tres botones de la camisa y dejó la chaqueta sobre el respaldo de uno de los
sillones. Fue a servirse un poco más de whiskey, pero lo pensó mejor y
regresó a sentarse frente a su hermano.
Esa noche la había pasado muy bien. Saber que Brooke había conocido a
sus padres y a su círculo más cercano, que congeniaba con ellos sin poses ni
artificios, ratificó su decisión de que quería pasar muchos años a su lado. La
adoraba, porque lo había convertido en una mejor versión de sí mismo, y con
ella su vida tenía un sentido especial. Por este último motivo y porque estaba
enamorado de ella necesitaban hablar, a primera hora, sobre el rancho.
—El hijo de puta, para variar, no me dio una respuesta concreta. Las
condiciones que le ofrecí incluían no despedir al personal que ahora trabaja en
Blue Oaks. No me interesa que pierdan sus trabajos, porque eso sería ridículo
—replicó pensando en que le gustaba ser un jefe justo. Lincoln se arremangó
las mangas de la camisa hasta el codo—. Sarconni, debería estar
escribiéndome una carta de agradecimiento por lo bien que se ve el rancho
ahora.
—No seas cínico —se rio con incredulidad—, el plan inicial no te salió
bien. Lo último que esperabas era enamorarte de la persona que tenías la
intención de sabotear para hacer que la despidiesen y así poder conseguir que
Sarconni retomara la operación comercial de compra-venta que dejó
suspendida de repente. No te apoyamos, ni Tristán, peor yo, siempre te dejé
claro que me parecía una pésima movida, Lincoln. Ahora estás en una
encrucijada.
Brooke hizo una mueca de dolor que ninguno de los dos podía notar,
porque ella continuaba en absoluto silencio, escuchando cómo se rompía su
corazón en mil pedazos con cada palabra. Fue como si acabaran de clavarle
un cuchillo profundamente. Sintió el cuerpo temblar, mientras su cerebro
empezaba a atar los cabos que ahora parecían obvios, pero que jamás los notó
ni sospechó en un inicio. «¿Cómo pudo haber tenido su mente clara si había
sido engañada por un maestro del cinismo?», se preguntó con amargura.
¿Y qué pasaba con ellos como pareja? ¿Qué hacía ahora con todas esas
promesas susurradas? ¿Qué hacía con los besos bajo las estrellas? ¿Qué hacía
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con la pasión de sus cuerpos entrelazados? Nada se destrozaba con más
estruendo y brutalidad que un corazón. El suyo.
—Rectifiqué mi error ¿acaso no te he dicho que Blue Oaks está mejor?
Cuando me di cuenta de la estupidez de mi comportamiento, entonces
reaccioné y decidí tratar de enmendarlo. Porque a ella la quiero más que a
nada en el mundo. Arreglé mis errores. Con el tema de los imbéciles de los
inspectores no pude detener la gestión, porque la hizo mi abogado, mucho
antes de que yo me enamorara de Brooke. Esas no son denuncias que se
podían remover a gusto y placer; los inspectores tenían que cerciorarse de qué
estaba sucediendo.
—En especial si las hace un abogado —dijo Samuel con reproche.
—Sí… Mierda, me habría gustado poder tener esa imbecilidad, pero
necesité encargarme de lo que sí podía y fue lo que hice, Samuel. Le di a
Brooke la lista de los proveedores correctos, las indicaciones adecuadas que
iban a ayudarla. Incluso me involucré personalmente con mis hombres del
rancho y con mis propios materiales. Que hubiera echado abajo esas
estructuras viejas sirvieron, aunque claro, no fue la intención inicial. Ahora
hay nuevo establo, granero y está todo pintado. Luce bastante mejor ese
rancho. Por eso, le escribí a ese tarado y le hice una mejor oferta. Entendí
quién era ella, lo importante que era Blue Oaks para retomar su vida de un
modo diferente. Brooke se merece todo, así que he tratado de restaurar todo el
daño material y económico que causé en un principio —dijo, sincero.
Samuel giró el líquido ambarino de su vaso y bebió dos tragos.
—La intención inicial fue destruirlo hasta que Sarconni la declarara
incompetente, Lincoln —dijo meneando la cabeza—. Te diré algo: la familia
le ha tomado cariño a Brooke. Nos ha parecido una mujer estupenda y llena
de calidez. Los Kravath no aceptamos fácilmente a extraños en nuestro
círculo, pero ella se ha ganado un espacio. Hermano, la mentira tiene patas
cortas, no sé cuánto tiempo más vas a guardar ese secreto a esperar «el
momento adecuado», pero no arruines lo que, estoy seguro, es lo mejor que te
ha pasado en años.
—Ella lo es —zanjó plena convicción.
—Entonces debes hallar la forma de hablar con Brooke. Ya no puedes
retrasar esto. Ella tiene derecho a saberlo, en especial si mantienes la idea de
comprar Blue Oaks y luego derribarlo todo para convertirlo en ese jodido
viñedo. Por cierto ¿continúa siendo, esto último, un proyecto si Sarconni te
vende o no el rancho?
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Los dos hermanos eran ajenos a la mujer que, en esos instantes sentía el
mundo desmoronándose a su alrededor, mientras, con dedos temblorosos
escribía en el teléfono.
Brooke: Por favor, dime, que estás despierto.
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Dios, mío. ¡Todo por el mugroso dinero! ¿Es que acaso el destino no
podía obsequiarla con un poco de respeto por sus sentimientos? ¿Cómo se
podía continuar creyendo en la buena voluntad de otros, en un mundo que
solo le lanzaba mierda a modo de respuesta?
—Por supuesto que tiene derecho a saberlo. El punto es que no sé cómo
decírselo —dijo Lincoln y se apretó el puente de la nariz—. ¿Si acaso amo a
Brooke? Sí, más que a nadie. ¿Si voy a comprar el rancho? Todo depende de
que el estúpido de Matteo acepte mi oferta. Derribarlo solo es una opción. Mi
principal objetivo es hablar con ella. Eso es todo.
En ese instante, Brooke abrió la puerta. No le importó tener el rostro lleno
de lágrimas, el cuerpo temblando, al entrar dejó el móvil en una mesilla. Miró
a Lincoln con una mezcla de amor envenenado, decepción profunda,
sufrimiento inmenso, y al mismo tiempo, nada. La polaridad de sus
emociones llegaba a cotas inimaginables, al punto de que anulaban entre sí.
—No necesitas «hablar con ella» —dijo Brooke citando las palabras de
Lincoln. Samuel abrió de par en par los ojos. Lincoln se quedó de una pieza
—. He escuchado, sin querer. Tan solo venía a despedirme —dijo con una
risa hueca y que se fundió con un sollozo; se limpió las lágrimas de mala gana
—, porque me iba a dormir. Sin embargo, me he quedado escuchando cada
frase y confesión, por lo cual me alegro. Quizá era esto, y no dormir, lo que
necesitaba.
Lincoln reaccionó al fin de su estupor, se incorporó con rapidez y fue
hacia ella. Sentía el corazón desgarrándose por el arrepentimiento de haber
dilatado tanto su confesión.
El veneno de su larga omisión le corroía la garganta. Su expresión era la
de un hombre al que acababan de sentenciar a cadena perpetua y el juez era
incapaz de determinar si tendría o no opción a apelar. Sintió su mundo
tambalearse, porque el eje de su mundo estaba ante él.
Si Brooke había escuchado todo, su suerte estaba echada. En ningún
ángulo o perspectiva él tenía un porcentaje de ventaja, todo lo opuesto. No
obstante, Lincoln no temía a los retos y este era el más grande de todos:
empezar de cero con Brooke porque sabía que acababa de perderla. Los
vientos estaban en su contra, pero, aunque fallara, intentaría encontrar la vía
para llegar a Brooke. Aún si lo rechazaba, aún si le decía que no lo amaba
más, aun así, seguiría luchando. Porque, al igual que los navegantes, él solo
podía guiarse por un norte. Ese norte, esa estrella en su vida, era Brooke
Sherwood. Los hombros de ella se sacudían levemente por el llanto silencioso
y las lágrimas; él era el único culpable.
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—Brooke… —dijo con el corazón acelerado, preocupado y dolido por la
devastación que veía en ella—. Me mata verte así, Dios —murmuró—,
cariño, por favor, escúchame.
En esta ocasión fue ella quien levantó la mano para que se detuviera y se
callara.
Samuel, no se movió ni tampoco habló ni una sola palabra, pero al cabo
de un instante murmuró una disculpa diciendo que iba a estar afuera, pero
ninguno lo escuchó o prestó atención. Sí, él pretendía quedarse cerca, pero no
quitándoles la privacidad.
Menos mal esa noche había decidido que sus hijos se quedaran con los
abuelos, y él con Francesca en Golden Ties. Conocía a su hermano menor y
sabía cuánto amaba Lincoln a esta mujer. Si con Heidi estuvo a punto de
perderse en un vaivén de zorras y alcohol, con Brooke podría ser mucho peor
y eso incluía mandar el rancho a la mierda o tomar una decisión que pudiera
implicar un accidente preocupante. Él era el único que podía hacer entrar en
razón a su hermano porque, evidentemente, Brooke no iba a escucharlo esa
noche.
Samuel salió con sigilo y cerró la puerta.
Brooke elevó el mentón. Mirarlo le dolía tanto.
—¿Para que sigas mintiéndome, Lincoln? —preguntó con decepción—.
Pfff. Vas a derribar lo que tanto me costó construir para lograr tu objetivo de
convertirlo en un viñedo. Qué interesante plan. Te habrías ahorrado un gran
esfuerzo si hubieras empezado siendo sincero. Incluso habríamos encontrado
un punto medio con Matteo, porque, aunque no lo creas, tiene más sentido
común que tú. Tomaste tu decisión y ejecutaste el plan a tu gusto. Me dejaste
fuera, a ciegas, durante meses. Me mentiste. Tú, que te ufanabas de necesitar
confianza —se rio sin alegría—, ah, Lincoln. La hipocresía.
Lincoln notó que estaba pálida, se abrazaba a sí misma, como si la
hubieran partido en dos y le costara sostenerse completa. Y él era el culpable.
Él era el carnicero que había sostenido el cuchillo que había causado
semejante herida. Fue hasta el minibar y llenó un vaso con dos dedos de
whiskey, se lo ofreció. Contrario a lo que hubiera esperado, ella lo bebió. Eso
lo calmó un poco, porque al menos empezó a tener color en las mejillas.
—¿Quieres un poco más…?
—No, gracias —farfulló Brooke devolviéndole el vaso. Él asintió
levemente.
Lo que más le preocupaba era la falta de emoción al hablar, en ella.
Brooke se expresaba en tono monótono. Lincoln hubiera preferido una
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bofetada, gritos, que lo mandara al diablo y lo condenara, pero esta falta de
reacción era lo que lo mataba, porque implicaba que ni siquiera tenía ganas o
interés de luchar por saber una razón o tener una explicación adicional o más
argumentos, tal como lo haría hecho la Brooke de siempre. Lo que ocurría era
todo lo contrario y esto lo preocupaba muchísimo, porque parecía como si ella
en ese instante se hubiese desvinculado emocionalmente de él. De ellos.
—Sarconni puede quedarse el rancho y el puto viñedo, me da lo mismo —
dijo con el corazón en la mano y con absoluta sinceridad.
—No me digas, ahora te da lo mismo —replicó enarcando una ceja.
—Brooke, si tú no estás conmigo, no me importa nada. Lo que hice
estuvo fatal, lo sé y lo acepto. Debí hallar el tiempo para sincerarme contigo,
en lugar de dejar pasar los días y semanas. No importa lo que haga o diga
ahora, no puedo rehacer ni deshacer el pasado; no puedo cambiar el tiempo,
pero te amo, eso no lo cambiaría jamás. Te necesito a mi lado, Brooke,
porque sin ti no estoy entero. Aunque ahora sientas rabia por mí, aunque
ahora me veas como el cretino que fui en un inicio, ese hombre ya no soy yo.
Tú me cambiaste.
—Al parecer no hice tan buen trabajo —replicó en tono herido.
Lincoln apretó los labios, sintiéndose miserable, tal como debía ser en este
caso.
—Asumo mi culpa por la omisión voluntaria, por los errores, te pido
perdón por ellos, pero mis sentimientos por ti nunca fueron ni son una
mentira. —Ella sollozó y el corazón de Lincoln se partió todavía un poco
más, porque era responsable de esa tristeza—. De lo que más me arrepiento es
haber roto tu confianza. Yo, mejor que nadie y después de mi propio pasado,
debí valorar lo que me otorgaste, sin embargo, no lo hice y me arrepiento por
haber dañado esa confianza —dijo extendiendo la mano con el temor de que
lo rechazara.
Necesitaba tocarla como el aire para respirar. En esta ocasión, ella no se
alejó, así que Lincoln dejó su mano sobre el brazo de Brooke. El contacto fue
como recibir un rayo de sol, después de una noche de tormenta, pero no duró
demasiado; ella se apartó.
—Lincoln, ahora mismo, estoy tan dolida contigo que soy incapaz de
procesar las emociones que tengo…
Él bajó la mirada, le tomó las manos entre las suyas, pero la calidez que
de ellas emanaba usualmente, ya no estaba. Brooke no hizo amago de
apartarse ni tampoco de mover los dedos. En esos instantes, ella era una reina
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inalcanzable y él, un simple plebeyo que había osado bombardear el bien más
preciado: su confianza y amor.
—Brooke, sé que no tengo derecho a pedirte nada…
—No, no lo tienes —replicó con altivez. Sentir los dedos de Lincoln
frotando los suyos con suavidad y desesperación al mismo tiempo, le dejaba
saber que él estaba sufriendo tanto como ella. Sin embargo, no era su
responsabilidad cargar con las culpas y errores de otros.
Él soltó una exhalación afligida.
—Por favor, encuentra en tu corazón una manera de no odiarme… —
pidió con los ojos tristes y, ella podía jurar, que estaban llenos de lágrimas sin
derramar, pero quizá eran sus propias lágrimas las que la empezaban a
engañar—. Daría lo que fuera por borrar este dolor que te he causado.
Rendirme no está en mi ADN, y tengo fuerzas para luchar por ti, por ambos.
Mi interés, Brooke, es aclarar esto entre tú y yo.
—Lo has dejado todo claro. Muy claro, Lincoln. Intentar dar más
explicaciones sería redundante y aburrido. No tengo ánimos para lo uno ni lo
otro —replicó en tono monótono, soltándose de las manos que tanto amor le
había demostrado. No quería que la tocara, pero al mismo tiempo lo
necesitaba. Esta estúpida contradicción emocional y física la estaba agotando.
Él se pasó los dedos entre los cabellos, despeinándoselos, creando un caos
similar al que tenía ahora en su corazón, su mente, ¡su vida!
—Brooke, iba a hablarte de esto, lo iba a hacer, créeme —dijo intentando
acercarse, pero ella se apartó de inmediato. Él dejó caer las manos a los
costados, porque ya había tentado demasiado a la suerte—. Al menos, dime
que entiendes que te amo; que sabes que es verdad.
Ella tragó saliva y dio dos pasos más, atrás. Le dolía saber que él también
estaba sufriendo, porque no dejaba de amar, aún con el corazón hecho trizas.
No se borraba el amor de un plumazo. El proceso tardaba, pero sabía que
ocurriría.
Ahora necesitaba velar por su bienestar.
—No mereces una respuesta, ya es demasiado tarde, Lincoln.
—Brooke, espera —dijo agarrándola de la mano, ella se zafó—, no te
marches.
Ella le dio la espalda y fue hasta la puerta.
—Adiós, Lincoln —dijo sin mirarlo y salió con la intención de volver a
Blue Oaks.
—Brooke… —susurró, pero sus palabras se perdieron en la soledad de la
estancia.
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Cuando ella salió de la biblioteca tenía la certeza de que habría alrededor
alguien dispuesto a llevarla al rancho, a su casa. No iba a abandonar Blue
Oaks, porque estaba cansada de huir. Ella había decidido echar raíces en
Austin y la persona que podía garantizarle que así sería, Matteo, le confirmó
que el empleo como administradora continuaría siendo suyo.
Los primeros días, Brooke había considerado utilizar Blue Oaks como un
sitio de tránsito hasta restablecerse económicamente, pero ahora era
millonaria, así que lo único que necesitaba era reclamar su dinero para luego
continuar fortaleciendo sus raíces. El rancho iba a quedar más hermoso de lo
que estaba ahora. Ese lugar la curó cuando llegó de California. Ella tenía la
plena certeza de que la naturaleza volvería a abrazarla con su magia sanadora.
—¿Quieres que te lleve a casa? —le preguntó Samuel al verla, él había
estado sentado en una sillita a la salida del pasillo, apartado de la biblioteca.
Respetando la privacidad.
—Eso sería bueno, sí, gracias.
—Por supuesto.
Cuando estaba subiéndose en el Porsche de Samuel vio que Lincoln salía
de la casa con la intención de acercarse al coche, pero se detuvo, cuando ella
le lanzó una mirada de fastidio, guardando las manos en los bolsillos. Le
expresión de desolación que Brooke vio en él era muy similar a la que sentía
en su propio corazón.
Samuel, durante el trayecto, no hizo ningún comentario sobre lo ocurrido.
Él solo le pidió disculpas por haber sido testigo silencioso, pero que esa no
era su batalla para luchar.
—No te culparía. Sé en dónde reside tu lealtad y sería pretencioso de mi
parte considerar que pudieras romper un secreto de hermanos —dijo con
sinceridad—. Además, también escuché la parte en que ni tú ni Tristán
estuvieron de acuerdo con la idea de Lincoln.
Él hizo un breve asentimiento.
Una vez que llegaron a las inmediaciones de Blue Oaks, ella abrió la
puerta.
—Brooke —expresó antes de que ella se bajara del Porsche.
—¿Sí, Samuel?
—Me jode decirte esto, aunque sé que es lo más justo que puedo ser en mi
apreciación: mi hermano te ama, jamás lo había visto tan feliz ni tan
enamorado de una mujer como contigo, pero estás en todo tu derecho de no
volver a verlo.
Ella esbozó una sonrisa leve y triste.
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—Buenas noches, gracias por traerme —murmuró cerrando la puerta del
coche.
Samuel aguardó hasta que ella estuvo dentro de la casa. Luego regresó a
Golden Ties. Sabía que su hermano menor iba a pasarla fatal. Él había creado
este caos, así que rogaba que encontrara la manera de salir, porque el camino
era cuesta arriba. No solo eso, sino que sabía que Lincoln todavía guardaba un
secreto que valía medio millón de dólares.
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CAPÍTULO 20
Con amor,
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L. K.
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—Okeeey, entonces ¿qué vas a hacer con este asunto? Porque no creo que
se te haya pasado el amor en veinticuatro horas. Sé que estás loca por ese
cowboy.
Brooke estaba acostada en la cama. Cerró los ojos. Tan solo quería
continuar con el proceso de convertir Austin en su ciudad de verdad,
conocerla mejor, menos en lo referente a hacer hiking de nuevo, eso estaba
vetado. Sus clases de zumba iban a continuar, así como su inclinación por
aprender lo que hiciera falta para que Blue Oaks siguiera floreciendo. Quería
que no la hubiera herido tanto lo sucedido, pero era imposible, porque amaba
a Lincoln con una profundad que cubría cada célula de su cuerpo.
Sabía que Lincoln estaba tan solo dándole tiempo a que bajara la
intensidad de la rabia, la decepción y el dolor, antes de iniciar la cruzada para
lograr acercarse a ella nuevamente. Le había expresado con claridad que no
iba a darse por vencido, en este caso Brooke le creía.
Las flores y la tarjeta eran tan solo un aviso de que el guerrero que
habitaba en él estaba preparándose. El envío fue un gesto dulce, pero Brooke
se sentía empalagada de mentiras, así que, además de que le gustaran los
girasoles, el resto le daba casi lo mismo. Estos días, en que él organizaría
estrategias para recuperarla, era el lapso que ella requería para fortalecerse.
—Sobre la herencia, pues iré a California, Kristy. Allá es donde debo
empezar todo.
—No vas a ir a ningún hotel, eh, te quedas conmigo. Necesitas terapia de
amiga: salidas, cócteles, paseos por la playa, noche de cine, pelis y helado. ¿A
que sí?
Brooke sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Siempre podría
contar con su mejor amiga para salvar los momentos amargos y celebrar los
especiales.
—Sí, claro que necesito esa terapia de amigas, gracias —susurró.
—Tú siempre has estado para mí ¿cómo no habría yo de ser recíproca
contigo? Brooke, me sabe mal que tengas que remover todo el pasado, pero es
necesario para avanzar.
—Sí —suspiró—, allá están los documentos de defunción de mi hermano,
así que tengo que ir en persona, sí o sí. Después escucharé lo que tengan que
comunicarme los abogados y proceder para que se ejecute la transferencia de
ese dinero a mi cuenta. Estoy esperando a que me respondan a la petición de
una entrevista con ellos para exponerles mi caso. Como les informaré que son
tres millones de dólares, entonces se apresurarán para aceptarme como
cliente, después generar pronta resolución, porque sabrán que sus honorarios
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serán pagados al instante. Matteo me dio una lista de abogados, así que
cualquiera servirá.
—El dinero abre puertas, pero no garantiza que los corazones palpiten con
sinceridad —murmuró Kristy—. Aunque ese dinero debes considerarlo como
una compensación, después de la mierda que te echaron encima tus padres.
En todo caso, una vez que tengas esos millones a tu disposición ¿cuál es el
plan? —preguntó en tono empático.
Ella quería a Brooke como a una hermana. Le afectaba lo que le ocurría,
así que intentaba animarla y no compadecerse como si fuese una víctima,
porque no lo era, tan solo estaba en un período jodido. Okey, muy jodido,
pero de todas se salía en algún momento.
Kristy Dionni creía en el amor que duraba máximo dos semanas e incluía
la mayor cantidad de clímax como objetivo principal. No quedaban heridos ni
muertos en el camino. Sin embargo, ella sabía que Brooke estaba construida
de un material mucho más sensible.
—Saldar todas mis deudas. Lo más importante es iniciar un proyecto para
tener mi compañía virtual en temas de creación y solución de problemas de
software personalizados, lograr más rentabilidad en Blue Oaks y…
—¿Olvidarte de Lincoln? —preguntó interrumpiendo en un tono
sospechoso que Brooke conocía bastante bien, pues su mejor amiga siempre
estaba maquinando alguna ocurrencia—. Porque tengo la solución perfecta.
Brooke soltó una carcajada.
—Apuesto a que la tienes, ¿cuál sería esa solución? —preguntó con una
sonrisa.
—Dejaste pasar la oportunidad con Robbie Dermont, peeero, uno de mis
grandes amigos, director de cine, está soltero. Se llama Xander Bulokov.
¿Qué tal con ese nombre todo exótico? Además, un superplus, tiene un
cuerpazo como el de los salvavidas en Huntington Beach que, en lugar de
nadar, te provoca estar a punto de ahogarte para pedir auxilio. Se acaba el
verano, ¡pero no todavía, señorita!
—Kristy, no seas desalmada —se rio de buena gana—, en serio, eres el
colmo. Hemos estado hablando de una situación dolorosa y tú crees que lo
mejor es ligar con otro hombre.
—Al mal tiempo, un buen polvo. ¿No es ese el dicho popular?
Brooke se echó a reír de nuevo.
—Te quiero, Kristy, nos vemos pronto.
—La llave de repuesto la dejaré en el lugar de siempre y enviaré a un
chofer, aprovechando mi casi estatus de famosa —ambas se carcajearon—,
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para que pase por ti al aeropuerto de LAX. Ah, entonces ¿te arreglo una cita
con Xander? —preguntó en un tono conspirador—. Porque si me das el okey,
entonces hoy mismo…
—Por ahora, prefiero olvidarme por completo de cierto cowboy —
interrumpió—, si cambio de opinión, entonces te lo contaré. ¿Vale?
—Buuu, de acuerdo. ¡Ah, espera! Esta sí va a gustarte, eh. Me contaron el
dato de unos masajes eróticos. Si tus partecitas están tristes, los dedos
mágicos de Paolo, porque así se llama el experto en despertar alegrías, él te
las arregla con resultados comprobados.
Brooke soltó una larga carcajada que le sacó lágrimas, mientras escuchaba
que Kristy también estaba riéndose.
—Estás demente, Kristy, nos vemos en unos días.
—Sí, Capitana —dijo todavía riéndose antes de cerrar la llamada.
Cuando terminó la conversación, Brooke se sintió más liviana. Después
llamó a Matteo para decirle que se marcharía a Los Ángeles en pocos días, no
sin que antes su amigo escuchara, con información muy breve y concreta,
sobre la discusión con Lincoln.
—¿Quieres que lo mate a golpes? —preguntó Matteo, al constatar que sus
hipótesis de Kravath y las motivaciones de él con Brooke no habían sido
descabelladas. Le fastidiaba confirmarlas. Esta era de las pocas ocasiones en
las que hubiera querido equivocarse—. Porque puedo hacerlo sin ningún
inconveniente. El paseo por el campo, un domingo en la noche, creo que el
aire fresco nocturno de verano por Golden Ties me sentaría perfectamente.
—No, no quiero que se líen a golpes, por Dios, Matt —se rio—. En
verdad es necesario que arregle el rollo de este dinero en Los Ángeles. Lo
único que me preocupa es quién se quedará a cargo del rancho. Me he
encariñado mucho con él —soltó un suspiro quedo—, y sé que Lincoln quiere
comprártelo. La idea de que sea el propietario me da lo mismo, el asunto es
que lo derribe todo para hacer un viñedo. Eso sería penoso para lo que se ha
logrado, en estos meses con ilusión, a pesar de los «accidentes». Los
animales, el personal, todo, somos una familia de trabajo —dijo orgullosa por
la camaradería que había creado con los trabajadores—. Además, claro, que
trabajar bajo una nómina en la que Lincoln, a través de su compañía, pague
mi salario no me gustaría para nada. Preferiría que…
—Brooke, calma —interrumpió—, por favor, por unos días, mientras te
encargas de ti, olvídate de los asuntos de titularidad del rancho o lo que esto
pudiera implicar. No se va a derribar nada, porque Blue Oaks es mío. Ya
hablaremos de negocios tú y yo. Por ahora, tesoro mío, yo me encargo de
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solucionar este tema de la propiedad —dijo soltando un silbido—. En tu
ausencia, el personal sabrá qué hacer, porque ya has dejado los lineamientos.
Hay un orden de procesos que antes no existía. Por cierto, el software que me
dijiste que habías creado ¿lo puedes monitorear remotamente?
—Claro, sí. La idea es enseñarte para que tú también puedas hacerlo en
algún momento.
—Excelente, tesoro, déjame a mí resolver los líos en Austin. Cualquier
novedad estaremos en contacto. ¿Usarás mi jet, por favor? —preguntó y pidió
al mismo tiempo.
—Sí, gracias, Matt.
—Qué lástima que no quieras que le parta la cara a Kravath. ¡Disfruta Los
Ángeles!
Brooke soltó una exhalación y se rio.
—Procuraré hacerlo, porque después de todo, estaré con Kristy —sonrió.
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Joseph a entrenar los caballos y colaboraran, gratuitamente, en el proceso de
enseñanza de los pequeños de Rainbow Blue. El resultado fue una fotografía
de todos los niños sobre los caballos, sonriendo, desde el teléfono de Brooke,
aunque no hubo ni una palabra proveniente de ella.
Al menos respondía a alguna cosa. Él apreciaba las victorias, por más
mínimas que fuesen. Sin embargo, no creía que continuara teniendo la misma
suerte.
Esto último lo confirmó pronto.
Ese día miércoles, ya sus ganas de verla empezaban a caer en una
necesidad difícil de controlar, así que optó por llamarla. Cuatro veces. No le
respondió. Quería saber de ella, porque extrañaba escuchar su voz y conocer
de su agenda de trabajo o sus planes. Simplemente necesitaba una parte de esa
preciosa mujer, aunque fuese a través de un puto teléfono, porque sabía que,
si se presentaba en su puerta, Brooke cumpliría su amenaza de sacar un
revólver como si estuvieran en Texas de los años 20´s. Dios. Extrañaba todo
de ella, en especial verla sonreír y cómo conseguía provocarlo. Nunca se
había sentido tan defraudado de sí mismo, ni sus brazos se habían sentido tan
fríos, como ahora, sin el calor de Brooke entre ellos.
Él optó por los mensajes de texto, al parecer era menos reacia a ellos.
Lincoln: Brooke, me haces falta… Necesito verte, aunque sea un
instante. Aunque sea en silencio. ¿Aceptarías salir a cenar
conmigo, hoy? Como amigos. Bajo tus términos.
Brooke: No soy tu amiga, porque eso implica confianza y tú
rompiste la mía. Mis términos son que no quiero tener úlcera y
prefiero comer en otro sitio, sin ti.
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Él buscaría la manera de equilibrar sus responsabilidades empresariales
para hacer sentir su presencia donde sea que estuviera la mujer que quería a
su lado: en clases de zumba, recorriendo el rancho, despachando en la oficina
formularios y organizando facturas digitales, etc. La idea era que en cualquier
instante ella lo tuviera presente con pequeños detalles. La posibilidad de que
Brooke iniciara un proceso de apartarlo de su vida, lo alarmaba.
Lincoln: Te enviaré las direcciones de los sitios al mediodía. Soy
testarudo y sé lo que quiero. A ti.
Brooke: No sé cómo disfrutas gastar datos móviles o abusar del
wifi con tus sinsentidos, Lincoln.
Lincoln: La inversión siempre merece la pena si es volverte a ver.
Brooke: Qué pena que los resultados no serán los esperados.
Lincoln: ¿Quieres apostar?
Brooke: No hago tratos con el Diablo.
Lincoln: ¿Y con el hombre que amas?
Brooke: Ignoro a quién te refieres. Adiós, Lincoln.
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único que sí alcancé a ver fue una reserva de café, arábigo, que podría filtrar
para servirle en esencia con azúcar, como le gusta.
Lincoln se aguantó la risa.
—Qué casualidad, Willa, justo en este momento que mencionas la reserva
de café, yo he pensado que no hay nadie mejor para cuidar el jardín que tú.
—Al menos hemos llegado a un entendimiento, joven Kravath.
—Me alegra, Willa, ahora, por favor, tráeme mi café —replicó mirándola
furioso.
Ella se marchó mascullando algo sobre los hombres idiotas que dejaban ir
a mujeres bonitas, inteligentes y que podían ser unas buenas esposas. Él tan
solo ignoró la perorata.
¿Cómo había llegado la información, solo de la parte superficial que era la
ruptura con Brooke, a su ama de llaves? Fácil. Cuando Samuel se fue con
Brooke a Blue Oaks, Lincoln volvió a la biblioteca y se acabó dos botellas
enteras de whiskey.
Willa se acercó a saber por qué se escuchaban cristales rotos, él tan solo le
dijo que estaba brindando por toda la mierda que creaba y que le explotaba en
la cara. Además, le respondió que, dado que Brooke no quería volver a verlo,
entonces lo más probable era que ni siquiera sus vasos de cristal del
siglo XVIII merecían conservarse; esos eran los vasos que había hecho añicos.
Fue una colección valuada en sesenta mil dólares y que consistía en nueve
piezas. Ahora, hecha trozos.
—Tiene que ver con la marcha súbita de la señorita Sherwood ¿qué le
hizo a la pobre? —le había preguntado, mirándolo con una expresión
reprobatoria.
—Mucho —había contestado riéndose, ebrio, mientras agarraba otro vaso
de otra colección vintage, de la era de Napoléon, y lo estrellaba contra el
interior de la chimenea, que, como era verano, estaba apagada—. Creo que no
estoy hecho para estas sandeces de las relaciones. Lo que sí tengo es buena
puntería con esos vasos —se había reído.
Willa se puso las manos en jarras.
—O quizá esté hecho para aprender de sus errores, levantar el trasero y
hallar la forma de recuperar a esa mujer que, usted no se merece por lo que
veo, porque prefiere usar el alcohol para olvidar, en lugar de utilizar el tiempo
buscando la manera de lograr que lo perdone. ¡Qué barbaridad habría
cometido para que esa muchacha tan noble se marchara así…! Dé gracias que
su madre no estuvo para presenciarlo ni su padre, porque lo habrían
desheredado.
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Lincoln había soltado una carcajada.
—Al parecer soy el enemigo número uno en mi propia casa ¿eh, Willa?
Ella se había encogido de hombros.
—Podría envenenarle el café mañana, joven, pero ya sabe, me gusta
trabajar para su familia —había dicho, antes de dejarlo a solas con sus
demonios en la biblioteca.
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No necesitaba ser un amor romántico, por supuesto que no. Solo hacía
falta amor por algo o alguien. El concepto era tan simple y tan liberador que
la única dificultad era la que interponían las personas al negarlo. Ella soltó un
suspiro y una sonrisa, mientras observaba cómo pasaban comercios, lugares
icónicos, veía a la gente haciéndose fotografías, riendo, caminando,
discutiendo, gritándose, parejas, familias…
—¿Tuvo un buen viaje? —preguntó Federico, un inmigrante argentino. Su
acento era notorio y a Brooke le pareció que tenía una melodía muy simpática
—. Si desea comer algo, no tengo problema en detenerme en el sitio que usted
solicite, señorita Sherwood.
—Oh, no, gracias Federico —replicó sonriendo—. La comida estuvo bien
en el jet.
—La señorita Dionni me sugirió que pasáramos por un Korean BBQ,
porque me comentó que era una de sus comidas preferidas en Los Ángeles.
Brooke se rio con suavidad. Ella adoraba la barbacoa de estilo koreana.
—Podemos hacer un desvío —dijo—, pero tan solo si acepta que también
compre para usted, porque me parecería pésimo comer y saber que usted no
va a llevarle a su familia.
—No, señorita Sherwood, gracias. Si llego a casa con la barriga llena,
entonces tendré un gran lío con mi mujer, porque hoy tocaba asado argentino.
¿Ha probado?
—Suena bien, algún día, seguro probaré.
—Mientras usted espera la orden en el restaurante le voy a anotar los
mejores sitios de asados argentinos aquí en Los Ángeles. ¿Qué le parece?
Brooke soltó una carcajada. El hombre de seguro podría ser buen
vendedor.
—Una estupenda idea, Federico. Gracias.
Cuando tuvo su orden de comida lista, el coche puso rumbo a Los Felices.
Después de instalarse en el bonito piso de dos habitaciones, Brooke se fue
a dar una ducha. Los abogados la recibirían al siguiente día y así podría saber
los procedimientos para iniciar el trámite que le garantizaría tres millones de
dólares.
Yves la había llamado, nuevamente, para decirle que, si le hacía falta
algún documento, entonces él estaría en su oficina esperándola. Brooke
contrataría primero a los abogados, luego les daría una autorización para que
trataran con Yves cualquier requerimiento, antes de eso no iba a mencionarle
al defensor de su mentiroso padre que estaba en suelo californiano.
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Sabía que algunos círculos de la vida no se cerraban nunca. De hecho, ya
había tomado la decisión consciente de que, con sus progenitores, jamás
gastaría su tiempo tratando de cerrarlos u obtener disculpas. Ellos eran su
pasado.
Cuando se terminó de preparar una taza de té se asomó al balcón. El clima
en Los Ángeles era muy agradable a finales de verano. La brisa le agitó los
cabellos rubios, suspiró. Kristy la había contactado para decirle que tuvo un
llamado de último momento para un posible casting en un rol pequeño de una
serie en Amazon Studios, así que llevaba algunas horas de retraso por ese
motivo. Le pidió que descansara, porque ese día tenían una invitación a una
fogata a la medianoche. Brooke no entendió qué rayos se celebraba o a quién
celebraban, pero ir a la playa, poner los pies en la arena, le apetecía un
montón.
La luz del móvil se encendió con la alerta de un mensaje. Ella lo leyó con
un nudo en la garganta. No le había dicho a Lincoln que se marchaba de
Austin, porque la habría seguido. Además, no le debía explicaciones.
Necesitaba este espacio, esta distancia, no solo para organizar los papeles
sobre Raffe, sino para que su cabeza lograra oxigenarse.
Lincoln: Cariño, hoy pasé por el rancho… Ya no soportaba no
poder verte… Te llevaba el plato especial del restaurante al que fui
hoy, comida libanesa, pero las luces estaban apagadas *emoticón
carita triste*. Sentarme solo no ha sido tan buena experiencia,
aunque espero mejorar mañana, hasta que me acompañes. Te
enviaré la dirección. Espero que duermas bien y que hayas tenido
una buena jornada…
Ella no respondió y guardó el teléfono.
Cuando llegaron a la playa con Kristy, su amiga le presentó a un grupo de
veinte personas. Brooke, aparte de Matteo, no conocía a alguien más sociable
y dispuesta a divertirse con extraños como su mejor amiga. Bajaron hasta un
área, apartada y segura, de la playa en Malibú, la música de Dua Lipa y Lizzo
sonaba con volumen moderado, mientras algunos derretían malvaviscos con
galletas. Ella se rio con una pareja que había trabajado en Cirque du Soleil por
las anécdotas de las preguntas ridículas que, a veces, las personas les hacían
por ser contorsionistas. Charlaron de música, los últimos cotilleos de los
famosillos, películas e incluso un poco de filosofías de la vida. Brooke
consideraba que las personas que, como los que eran parte de compañías
circenses o teatrales, llevaban no solo una vida bohemia, sino por completo
enriquecida por experiencias únicas y especiales.
El cielo estaba estrellado, la gente se reía alrededor de la fogata, así que
Brooke decidió apartarse un instante para ir hasta la orilla y mojar los pies en
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el agua salada. No notó que uno de los hombres que estaba alrededor de la
fogata se le acercó, hasta que él le tocó el hombro. Ella apartó la mirada del
horizonte donde brillaban las luces de las mansiones que la instaron a
cuestionar cuántas de esas personas eran realmente felices.
—¿Sí? —preguntó al hombre.
Él era alto, tenía el cabello negro y los ojos verdes. No era muy apuesto,
pero poseía carisma y una sonrisa simpática. Ella se había dado cuenta que él
no había dejado de lanzarle miradas de soslayo cuando creía que no lo notaba.
Kristy, al darse cuenta, porque su amiga parecía tener superpoderes, le había
dicho al oído que el hombre tenía la misma edad de ambas y que era el hijo de
un cantante famoso. Le contó que estaba empezando en ese mundillo de la
música, pero todavía no era conocido y prefería hacerse un espacio con un
seudónimo.
—Kristy, nos dijo que vendría una amiga con ella, pero no sabía que ibas
a ser tan guapa —dijo extendiendo la mano—. Me dicen Time Song, pero me
llamo Taddeus Morgan. Encantado de verte —le hizo un guiño—, y ahora,
empezar a conocerte.
Ella sonrió.
—Esa es una excelente línea para saludar a una mujer, gracias por el
cumplido —dijo estrechando la mano delgada y firme—. ¿Prefieres que te
llame Time o Taddeus?
—Todos me dicen Tad, salvo cuando estoy en la calle o presentándome en
bares, entonces me llaman por mi nombre artístico.
—Soy Brooke, a secas —dijo con una sonrisa—. Esta actividad de
reunirse en la playa la echaba de menos. Sé que está prohibido hacer fogatas
así que ustedes —hizo un gesto señalando al grupo, mientras notaba que
Kristy le haciendo un gesto de pulgares arriba, porque claro, su amiga era
muy madura—, deben tener alguna influencia muy buena.
Él se echó a reír, pero, a pesar de que no era un hombre sensual o
megaatractivo, su risa era contagiosa. Brooke odiaba las comparaciones, pero
había hecho precisamente eso: comparar, a todos los hombres, que veía, con
Lincoln, ¿y cuál era el resultado? Todos perdían.
Cuánto le habría gustado compartir con Linc una noche o tarde en la
playa. Si desnudo era espectacular, en bañador sería perfecto, rociado con las
gotas de agua y bajo el sol. Que hicieran el amor en una playa privada, le
parecía una fantasía que, bien lo sabía, si llegaba a mencionársela, dejaría de
ser una simple aspiración, porque Lincoln la convertiría en realidad.
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Ella tenía marcado a fuego el cuerpo de ese vaquero de ojos azul cobalto
en su piel. Lo extrañaba. La situación era una pesadilla que apenas empezaba,
aunque confiaba que estar con Kristy y cerrar ciclos, con esta próxima gestión
legal, ayudaran a apaciguar un poco el caos.
—Cada persona consigue lo que puede, para ser feliz, siempre que no
afecte a otros. Una fogata con todas las medidas de seguridad no es un
peligro.
—No, no lo es —replicó ella.
Quería marcharse a casa. Estaba muy cansada. En el vuelo desde Texas
pasó durmiendo. Necesitaba recuperar su energía y dejar las malas noches. El
día siguiente era importante y requería sus cinco sentidos alertas para hablar
con los abogados.
—¿Te gustaría salir a tomar algo mañana, conmigo? —preguntó con las
manos en los bolsillos y mirándola con una sonrisa que, seguramente, a otras
mujeres les parecería encantadora. Sin embargo, para ella solo era una
sonrisa, punto. Porque no era aquella que conseguía que su corazón aleteara
de alegría.
—Estoy en una situación emocional un poco —ladeó la cabeza—,
complicada, por expresarlo en simples palabras. Aunque aprecio la invitación
—dijo con amabilidad.
—Espero que el hombre que te tenga en esta situación merezca la pena —
sonrió—. ¿Regresamos a la fogata? Creo que uno de los muchachos va a
cantar.
Los siguientes días fueron bastante agotadores para Brooke.
La firma de abogados la aceptó como clienta, pero tuvieron que recabar
mucha información, porque había rúbricas que necesitaban verificarse, en
especial considerando la posición de Nicholas en términos legales. El proceso
que ella creyó que iba a durar máximo una semana se extendería más días, eso
incluyendo el viaje relámpago que ya había hecho a Las Islas Caimán para
reunirse con el banco que era el tenedor de la cuenta y sus millones.
La próxima visita a las islas ya no sería personal, porque, una vez
verificados los documentos, serían sus abogados los encargados de viajar y
actuar en su nombre.
Cada día, durante esa primera semana, no faltaba un mensaje de Lincoln;
ni la dirección de un restaurante con la fotografía del plato que había
ordenado. Cuando él la llamaba, lo enviaba directo al buzón de voz. En ese
punto no sabía si estaba castigándolo a él o a sí misma, porque la verdad era
que quería escucharlo; su voz poseía un efecto hipnótico y cautivador.
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A Brooke no le bastaba escuchar los mensajes que le dejaba en la
contestadora, diciéndole cuánto la amaba y lo mucho que necesitaba esa
oportunidad con ella, que, por favor, le dijera en dónde estaba, si estaba bien.
Ella quería hablar con él, pero creía que estaría a la defensiva durante un
tiempo más y sería mal gastar el tiempo. Sí, su enfado había disminuido, su
cabeza estaba más serena, pero seguía desconfiando de Lincoln. No sabía
cómo transitar ese puente de cemento entre ellos y que se sostenía solo con
débiles alambres.
Brook notaba que Lincoln trataba de dar un toque de humor a sus
mensajes de voz, pero conocía los tintes de desesperación y tristeza que
traslucían. Aunque no quisiera admitirlo, el dolor de él, también la afectaba.
Mucho. Su corazón era una red complicada de emociones.
Uno de los últimos mensajes de texto de Lincoln, la instó a responderle.
Lincoln: Hola, Brooke… ¿Dónde estás, cariño? Estoy
desesperado. Nadie es capaz de darme razones. Ni siquiera
Mildred o Joseph o Pete. Brooke, ¿estás bien? Solo dime que
estás bien, por favor.
Ella no entendía qué hacía él, yendo al rancho, a hablar con el personal,
cuando tenía un negocio por atender y otro rancho, el que le pertenecía al clan
Kravath, para mantener en la cúspide del éxito. Siendo sincera consigo
misma, sabía que él estaba preocupado de verdad.
Si el caso entre los dos fuese inverso y Lincoln se hubiera marchado de la
ciudad, súbitamente, sin decirle nada, luego de una ruptura o una monumental
pelea, sin nadie que supiera su paradero, más que su más acérrima enemiga a
la que ni loca ella le pediría un favor para llegar a Lincoln, entonces también
se habría sentido desesperada. Utilizó la empatía, en lugar del rencor. No era
en este caso quién se convertía en mejor persona, sino quién encontraba la paz
mental, y ella la necesitaba mucho. Además, no quería ser cruel y mantener a
Lincoln en el limbo, aunque su vena vengativa lo pudiera disfrutar.
Brooke: Hola, Lincoln. Estoy bien. No me ha pasado nada. Estoy
tomándome unos días fuera.
Lincoln: Dios, Brooke, estaba al borde del colapso y llamé a
Kristy, pero no me supo decir nada tampoco en dónde estabas.
Supongo que, aunque lo supiera, no me lo diría… No saber de ti,
si estás bien, casi me destruye… Si has decidido tomarte unos
días fuera de Austin, entonces cenaré solo hasta que vuelvas.
Brooke: ¿Por qué crees que volveré? Me he tomado unos días,
pero los años, tienen días. ¿No?
Lincoln: Porque no dejarías botado Blue Oaks demasiado tiempo
y porque sabes que, a pesar de que no quieras amarme, una parte
de ti todavía cree que tenemos una oportunidad.
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Brooke: No sabía que en esta semana habías desarrollado
poderes psíquicos.
Lincoln: Lo de psíquico quizá sea natural.
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hecho! Brooke consideraba que a él le hacía falta ese contacto con el rancho
para entender el valor real de la propiedad.
Después de la insistencia de su mejor amiga, Brooke aceptó quedarse una
tercera y última semana en Los Ángeles. En esa semana hicieron un viaje a
San Diego e incluso se atrevieron a cruzar la frontera mexicana. Amaba la
comida de México y se dio un festín en un simpático restaurante en el que las
atendieron como reinas.
Al regresar del viaje, Brooke, nada más entrar al piso de Kristy, fue
directo al baño a vomitar. Le cayó pésimo un taco al pastor que se había
comido de gula, así que pasó en cama durante tres días, hasta que recuperó un
poco la sensación de que solo quería vomitar. Kristy estaba preocupada y
decidió llamar a un médico, pero Brooke le dijo que esa clase de
inconveniente solo ocurrió porque le puso mucho chile a su comida.
Cuando volvió a sentirse mejor decidió aprovechar sus últimos días en
California.
Las tardes, si Kristy no podía, Brooke iba a Santa Mónica o Laguna
Beach. Quería disfrutar de la playa, porque en Austin solo tenía lagos o
montañas. Había usado su tiempo para relajarse, pero también para aprender a
cocinar algo que no fuese precocinado. No podría decir que tuvo mucho éxito,
aunque hizo su mejor intento. Por otra parte, echaba de menos el rancho: la
cotidianeidad, visitar las caballerizas, deambular por el riachuelo que lo sentía
tan suyo, y administrarlo. En ella existía una genuina cowgirl y si no hubiera
pedido ayuda a Matteo, entonces jamás lo hubiera descubierto. Extrañaba la
naturaleza salvaje y a Trueno Rebelde. Ese purasangre era un gran compañero
de cabalgatas.
Sin embargo, lo que más extrañaba era Lincoln. A pesar de que él nunca
dejó de escribir o intentar llamarla, el anhelo físico de tenerlo cerca y poder
besarlo, sentirse rodeada de su fuerza, la compañía virtual no era igual a la
presencial. Cada día, le costaba un poco más rechazar sus peticiones de
llamarla. Cada día, le costaba un poco más odiarlo.
Su última tarde de sábado en la ciudad, ella y Kristy fueron a la calle
Rodeo Drive, porque su amiga había recibido una tarjeta de regalo, cortesía
de una influencer, para comprar un bolso en Fendi. ¿Acaso no era increíble?
A Brooke esas banalidades no le importaban, pero le gustaba pasear, así como
mirar ropa y accesorios. Le gustaba vestirse bien, pero también había
aprendido a hacerlo con bajo presupuesto, así que los precios que, otrora le
parecían «normales», ahora los consideraba ridículamente altos. Ella había
crecido en un entorno del negocio de la moda, por eso entendía que no era el
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costo de la prenda lo que valía, sino la combinación de materiales con el corte
adecuado, lo que marcaba la diferencia.
En pocos meses, la gente había olvidado su existencia o el escándalo
Sherwood, porque las mismas personas que le dieron la espalda cuando
sucedió el juicio de su padre, al reconocerla en alguna boutique con Kristy, se
acercaron a saludarla como si fueran grandes amigas. Fue con esos gestos que
Brooke ratificó que vivir en Los Ángeles sería imposible para ella. No era su
lugar, ya no, pero siempre que Kristy se lo pidiera la visitaría.
Cuando Brooke, en su última noche, terminó de hacer la maleta, Kristy se
sentó en la cama, mientras la observaba organizar sus pertenencias, entre las
que se incluían un par de nuevas prendas combinables para cualquier ocasión
del día. Ambas habían compartido mucho tiempo juntas, se habían reído
como nunca, acudieron a shows en vivo, fueron a partidos de la NBA, hockey
sobre hielo, se asolearon, probaron comidas exóticas, aunque la mayoría le
sentó fatal a Brooke, porque se había habituado a comer lo más natural
posible en Austin.
—¿Estás lista para regresar? —preguntó Kristy en un tono meditabundo.
En los últimos días su amiga parecía algo distinta, como si la observara
con más detenimiento o tratara de analizar más sus respuestas o palabras, en
especial a lo relacionado con Lincoln. Brooke no sabía a qué podría atribuirle
esas inusuales actitudes analíticas. Se le hacían extrañas en ella. Sin embargo,
Kristy seguía con sus ocurrencias, como por ejemplo cuando le llevó una
stripper a la casa para que le enseñara nuevos trucos de seducción o cuando la
llevó a un restaurante en el que todo estaba a oscuras; no podía ver. Esa había
sido la experiencia más aterradora de Brooke, porque temía que le dieran un
pedazo de rana frita y la hicieran pasar por salmón. Fue de las peores tonterías
experimentales de su mejor amiga.
—Me siento lista, porque, a pesar de mi ausencia, los números en el
rancho han mejorado. Esto implica que he hecho un buen trabajo de fondo —
sonrió satisfecha—. Salvo que lo preguntes por Lincoln, entonces, no sé qué
decirte.
Kristy se dio unos golpecitos en la barbilla.
—Ya has pasado tres semanas sin él. Ningún día, ni uno solo, has
aceptado responder sus llamadas. ¿A qué le tienes miedo? —preguntó
ladeando la cabeza.
Brooke se apartó de la maleta cuando la hubo cerrado y se sentó junto a
Kristy.
—A creerle —dijo con honestidad—. Porque rompió mi confianza.
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—¿Y tú eres perfecta? —preguntó a bocajarro, muy en su estilo.
Brooke se echó a reír.
—Claro que no, pero siento que hay un trasfondo en todo esto con tus
preguntas. ¿Qué es lo que en realidad quieres decirme?
Kristy se llevó una mano al pecho como si la hubiera ofendido. Brooke se
rio.
—¿Decirte? Oh, yo no quiero decirte nada. Espera aquí —dijo
levantándose de la cama—, lo que sí, es que tengo algo para ti que he estado
guardando para el momento en que decidieras ser honesta contigo misma,
pero veo que no, así que voy a tener que forzarlo.
—No sé…
Brooke no terminó la frase, porque Kristy ya estaba saliendo de la
habitación. Al cabo de pocos instantes regresó con una expresión seria y los
brazos detrás de la espalda. Como si estuviera escondiendo algo. La expresión
era una mezcla de seriedad y conspiración.
—Kristy, yo te quiero, porque eres excéntrica y tienes unas metodologías
extrañas para hacerme sonreír, sentir mejor y saber que cuento contigo, pero
ahora, mismo, no te entiendo.
—Vamos empezar primero, con lo importante. Llevas semanas aquí: has
bailado, reído, disfrutado, salido a pubs conmigo e incluso has recibido un par
de propuestas indecentes. No bebiste alcohol, aunque tú disfrutas un buen
cóctel, ¿por qué rechazabas esa opción?
Brooke frunció el ceño.
—Pues porque, desde que me intoxiqué en México, prefiero no tentar a mi
suerte y estoy esperando un tiempo prudencial a que mi estómago, que es
sensible, se estabilice.
Kristy echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Brooke empezaba
a enfadarse con su mejor amiga, y esto era extremadamente inusual.
—Escucha, Kristy…
—Ah, no, no, señorita, hoy yo hago las preguntas y tú las respondes.
Cuando termine mi análisis y te dé el resultado, entonces vamos a ver quién
es la persona que en realidad está sosteniendo la zanahoria con el hilo y si es
justo, en este punto, el debate. —Brooke se cruzó de brazos, confusa por el
comentario—. Ahora dime, con todas las propuestas para ligar que tuviste
¿por qué no aceptaste ninguna si eres libre de compromisos?
—No he resuelto mi situación con Lincoln.
Kristy sonrió como si hubiera ganado la lotería.
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—¿Entiendes lo que acabas de decirme? —se rio, complacida consigo
misma. Brooke puso los ojos en blanco, porque Kristy era un rompecabezas
—. Todas nuestras conversaciones, estos días, han sido sobre cómo te mintió
Lincoln, cómo traicionó tu confianza, cómo te sentiste dolida, que está muy
bien porque de verdad el cretino se portó de manera reprochable contigo, pero
no has pensado en otras cosas.
—A ver, ilumíname, ya que pareces la nueva Oprah Winfrey.
—Tampoco reflexionas en cómo Lincoln te ha dicho de mil formas que
está arrepentido y que te ama, que le des una oportunidad, pero ¿adivina qué?
No puede demostrarte nada, que es algo que realmente quieres de él, porque
estás lejos de su alcance y no tiene idea en dónde rayos te has venido a
esconder. Me llamó, claro que lo hizo y te conté al respecto, así como te conté
que le dije que aquí en California no estabas. ¿Por qué le mentí? Porque mi
lealtad está contigo. Ahora, eso seguro, tampoco irá donde Sarconni, porque
Matteo le daría un puñetazo y se liaría una buena entre esos dos. Entonces ¿en
qué posición queda Lincoln para tratar de recobrar tu confianza si está atado
de manos? —preguntó enarcando una ceja.
Brooke resopló y elevó las manos al cielo, frustrada.
—No es mi problema, porque yo no causé esta separación.
—Brooke, te ha pedido disculpas más que pecador confeso en plena
Inquisición, te escribe, te intenta llamar, pero tú has rechazado cada contacto
de él. Lo que sucede, en realidad, es que tú no estás pensando en que se
terminó de verdad la relación con él, porque «no he resuelto mi situación con
Lincoln», como acabas de decir, lo ha dejado clarísimo. Estás haciéndolo
pagar su culpa con tu silencio. Lo estás castigando.
—Kristy, lo que dices…
—Shhh, hoy vas a escuchar. —Brooke se enfurruñó—. Ah, y ya sabes que
me da igual si te cabreas, porque la verdad duele, pero ya que no tomas
alcohol —dijo con sarcasmo—, ahorita no hay tequila que te apacigüe. —
Brooke se rio, porque así era siempre con Kristy—. En todo caso, hasta cierto
punto, comprendo que quieras castigarlo y me parece, digamos, justo.
Inclusive podrías quedarte aquí dos meses más y acabar con la cordura de ese
hombre, si te da la gana, y habrás calmado tu necesidad de que exista un
resarcimiento de daños en un nivel, tal como lo veo, bastante destructivo para
alguien que, es tan obvio, está desesperado por saber en dónde carajos te has
metido y cómo hacer para llegar a ti, y tratar de ganarse una nueva
oportunidad. Entonces, si lo que planeas es hacerlo sufrir, pero sin darle una
oportunidad real de redimirse, porque no lo quieres ya cerca de ti y porque no
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crees que la relación tiene esperanza, entonces, salgamos esta última noche y
liga con un hombre guapo para que ratifiques que, en verdad, lo tuyo con
Lincoln no tiene futuro, no te interesa, no confías. Puedes pasar la página sin
problema. Que te da igual. Así que escríbele y dile que lo dejas libre que, por
más intentos que haga él, contigo, no tienes más opciones para lo que
tuvieron. Que no le quieres hacer daño haciéndolo esperar en vano y que
busque la felicidad con otra persona —Kristy señaló el móvil de Brooke—,
vamos, hazlo. Ahora mismo.
Brooke sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos.
—Kristy…
—Es cierto, caramba, ¡date cuenta, Brooke! —dijo con frustración,
porque cuando su amiga se encerraba en sí misma era más difícil de hacerla
entender, que romper una nuez.
—Desde fuera todo te parece fácil, porque no lo viviste…
—Desde fuera, Brooke, todo es más claro. No solo eso, sino que tengo el
privilegio de conocerte desde que somos unas mocosas —replicó—, así que
cuando te digo algo, no me lo invento ni especulo. Yo sé cómo funciona tu
cabeza y tu corazón, amiga. Si funcionara como el mío, pues ya habrías
aceptado el masaje erótico de Paolo, pero claro, siempre desperdiciando las
buenas posibilidades que tu mejor amiga te da.
Brooke, ante el súbito cambio de tema, soltó una carcajada.
—Eres como un remolino, no sé cómo no me enredan tus cambios súbitos
de tema.
—Yadayadayada —dijo riéndose. Luego se puso seria—: Volvemos al
tema principal. O le dices tajantemente que no y empiezas a conocer otros
hombres, para abrir tu abanico de posibilidades y gustos o aceptas que tienen
un futuro, y mañana que regresas tu cuerpito relajado, después del buen trato
en Los Ángeles, a Austin, escuchas a ese cowboy que bebe los vientos por ti.
Si, después de escucharlo, civilizada y honestamente, no te sientes capaz de
darle una oportunidad para que te demuestre que puede ganarse tu confianza
de nuevo, entonces, yo te apoyaré. Saldremos adelante juntas, convertiremos
esta experiencia en otra anécdota y volverás a amar a otro, en algún punto de
esta vida. ¿Qué opinas?
Brooke bajó la mirada y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.
Su mejor amiga acababa de darle una bofetada con sus palabras. Con la
verdad. Este era uno de los efectos de Kristy cuando no estaba dispuesta a
aceptar mierdas o mentiras suyas, porque estaban siendo incoherentes con la
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naturaleza de un problema que podía resolverse, pero su testarudez y orgullo
le impedían pensar a derechas.
Sí, esas semanas había castigado a Lincoln, porque se lo merecía, pero no
podía mantener abierta la expectativa al no ser tajante con él y tenerlo
colgando de una oportunidad que ella no iba a darle jamás, porque entonces
se estaría convirtiendo en la clase de persona que no toleraba. Se estaría
convirtiendo, en algún modo, en el Lincoln que la había engañado con un fin:
echarla para que Matt le vendiese Blue Oaks, pero con otra perspectiva. Bajo
este ángulo, ella lo hacía creer que, entre respuestas vagas a sus mensajes,
podría existir una remota posibilidad de que le diera la oportunidad de
redimirse, cuando en realidad solo quería que se arrastrara y sufriera por lo
que no le confesó a tiempo.
Estaba siendo tan ruin como acusaba a Lincoln de ser, tan solo en un
modo que, aunque era diferente, afectaba con el mismo impacto al corazón y
a la confianza. Joder con Kristy.
—Mi opinión es que te odio cuando sé que tienes razón.
Kristy esbozó una sonrisa.
—Y ahora, no te conviertas en un Lincoln, mintiéndote a ti misma —
extendió la mano y le dio una cajita. Brooke frunció el ceño—. En cinco
minutos tendrás el resultado.
Era una prueba de embarazo.
—No…
—Tú sabes que esas ganas de dormir continuamente, las ganas de vomitar
cuando hueles mariscos en un restaurante, la «intoxicación» en el restaurante
mexicano, ay que me perdonen mis amigas mexicanas si te conocen, y el
«asco» al alcohol por la «sensibilidad de tu estómago», han sido unas excusas
muy de mierda. Te las he aguantado, porque te adoro. Cuando empezaste con
tu «sueño» constante, entonces te pedí que te quedaras una semana más,
porque me encanta tu compañía, te quiero como a la hermana que nunca tuve,
y porque esperaba que te mirases al espejo dándole un reflejo de sinceridad y
verdad. No lo hiciste.
Brooke había estado tratando de aceptar lo inevitable, porque tenía un
retraso de veinte días en su período. No se percató de ello cuando estaba en
Austin, porque todos los síntomas empezaron en Los Ángeles. Incluso había
sentido que los pechos le dolían un poco y todo era un poco extraño con su
cuerpo. Sin embargo, tenía terror de enfrentar la situación y ante cualquier
detalle que la hiciera considerar que estaba embarazada, ella intentaba
justificarla al estrés o al corazón roto. No quería que la historia del aborto
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espontáneo se repitiese y por eso estuvo pretendiendo que nada ocurría; fingió
que todo estaba y seguía «normal», cuando no lo estaba, tal como le acababa
de decir Kristy.
—Kristy, tengo miedo —confesó con franqueza, agarrando la cajita. Su
amiga se acercó y le dio un gran abrazo—. Tengo miedo de perder a este bebé
también…
—¿Acaso la vida es para cobardes? Claro que no, Brooke. En cinco
minutos vas a confirmar lo que tu corazón y tu cabeza ya saben. Este bebé va
a salir fuerte, un poco terco como el padre de seguro, pero guapísimo o
guapísima como la madre. Inteligente como la tía Kristy y hábil con los
números como el tío Raffe. —Brooke se rio—. Así que, nada más salir del
baño, vas a llamar a Lincoln Kravath, le dirás que regresas mañana a Austin y
que quieres conversar con él. Después, tú serás muy valiente y le dirás, cara a
cara a ese vaquero, que estás esperando un bebé suyo. Luego encontrarán el
mejor ginecólogo de Austin e irán juntos. Si eres lo suficientemente honesta,
entonces también le dirás al padre del bebé que estás dispuesta a darle la
oportunidad de ganarse tu confianza otra vez.
—No es algo fácil… Dios, Kristy.
—Sin embargo, cuentas con una ventaja, Brooke. Tú sabes que él te quiso
contar sobre ese sabotaje premeditado, pero fue un tonto y dejó pasar el
tiempo. Ahora, eso ya no importa. Hacen falta dos para volver a danzar.
Entonces, decide si solo quieres que sea el papá de tu hijo o si quieres de
verdad una relación con él con un matiz de sinceridad más frontal.
—Kristy, a veces creo que deberías ser consejera sentimental —dijo
incorporándose para entrar al cuarto de baño.
—Ohhh, ¿no te conté? Me dieron el papel del casting de hoy y es para ser
una psicóloga de parejas. ¡Soy genio de la actuación, y me lo acabas de
confirmar!
Brooke soltó una carcajada.
Cinco minutos después, estaba llorando, iba a ser mamá.
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CAPÍTULO 21
Las tres peores e infernales semanas de su vida. Eso era lo que podía
afirmar Lincoln Kravath que había vivido recientemente. Su estado funcional
solo se sostenía, porque de su gestión dependían cientos de empleados. En el
rancho, Fuego Indomable, uno de sus caballos, había sido su compañero en
largas cabalgatas nocturnas, mientras el cielo fue testigo de su desesperación.
Estaba seguro de que, si se incendiaba Golden Ties, no le dolería tanto como
ahora, al saber que la mujer que amaba se había marchado de Austin y no
tenía idea dónde estaba. La mejor amiga de Brooke, seguramente sí sabía el
destino que había tomado, pero le era leal. Esto último era algo que él podía
respetar, pues sus hermanos y sus mejores amigos mantenían la misma
filosofía entre ellos. Claro, en esta ocasión, lo perjudicaba.
Él, tal como le dijo que haría, visitó cada restaurante de moda en Austin a
las ocho y media todas las noches. Después de cenar, cuando ella no llegaba,
tan solo le enviaba una fotografía del plato que había pedido y le preguntaba
si aceptaría una llamada. La respuesta era la misma cada noche: no. Cuando
Brooke le preguntó cómo estaba él seguro de que ella volvería en días, y no
en años, Lincoln dejó de ir a los restaurantes y adoptó otro plan.
Para tratar de no pensar en ella, porque a medida que pasaban los días su
pesar se incrementaba, se extenuaba en el rancho. Le pedía a su asistente en la
oficina que organizara la mayor cantidad de reuniones seguidas, una tras otra.
Candace lo miraba preocupada, pero accedía a sus órdenes. Willa, con el paso
de los días, no solo empezó a llevarle galletas recién hechas de avena,
mientras él estudiaba los números de Golden Ties, sino que le ofrecía
inscribirlo en algún curso para recuperar la motivación. Él tan solo agradecía
las galletas y le pedía que lo dejara trabajar. No le faltaba motivación, carajo,
le faltaba la mujer que amaba.
Jonathan regresó de Irlanda y coincidieron con el resto de amigos para
tomar unas cervezas, entre todos trataron de convencer a Lincoln que aceptara
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una cita a ciegas, porque quizá Brooke, en verdad, no querría saber nada de
él. Los mandó a la mierda, pero siguió bebiendo con ellos y cambió el tema
de conversación. No estaba viviendo, sino sobreviviendo.
—Oye, has perdido un poco de peso, Linc —dijo Lenox con el ceño
fruncido esa noche—. Podemos entender que tu situación es complicada, pero
agotarte sin cuidar tu salud, no va a salir bien al final del camino.
—¿Al menos te ha respondido los mensajes? —le preguntó Jonathan.
Lincoln hizo un breve asentimiento—. Una pequeña victoria ¿no?
—Todas sus respuestas son cortantes y, básicamente, sostiene sobre mi
cabeza la gran y estúpida omisión que hice de algo tan importante. Soy
culpable, lo sé.
Billy le dio una palmada en el hombro. Acababa de ganar su último rodeo
y el premio había sido cuarenta mil dólares, así que era el que pagaría esas
rondas de cervezas. Esta era la primera noche que Lincoln hacía otra cosa que
no fuese pensar en trabajar.
—Según lo que nos contaste, ella escuchó toda tu conversación con
Samuel, entonces eso incluía que tú dijeras que pensabas en exponerle a
Brooke la verdad. Espero, sinceramente, que puedas recuperarla. Brooke nos
cae muy bien. ¡Salud por Brooke! —dijo Ernest.
—¡Salud por Brooke! —dijeron todos, mientras empezaban a beber.
Al cabo unos instantes, llegaron al bar un grupo de amigas. No debían
pasar los veintidós años o un poco más, tal vez. Nada más entrar, los vieron y
se acercaron entre risitas cómplices, les hicieron un saludo de la mano. Todos
respondieron, menos Lincoln y Jonathan. Sin darles importancia a las chicas
más tiempo del necesario, Ernest empezó a hablarles a sus amigos que estaba
contemplando el retiro, argumentando que la lesión que tenía en la rodilla,
desde hacía dos años, lo fastidiaba demasiado y prefería continuar caminando,
en lugar de cojear o requerir otra operación. Esto último era riesgoso.
—Hola —dijo una chica de cabello negro y luminosos ojos celeste a
Lincoln, tocándole el hombro. Ella era parte del grupo de chicas que acababa
de llegar—, soy Amber. Mis amigas y yo hemos venido de visita desde
Houston —sonrió—. ¿Te gustaría jugar pool? —preguntó, mientras señalaba
con la mano la mesa de superficie verde en una esquina—. Si ganas te dejo
que hagas conmigo lo que te apetezca. Si pierdes —soltó una risita tonta—,
también.
Tenía un cuerpo muy atractivo. Tetas respingonas, con pezones erectos
que sobresalían a través de la blusa de algodón blanca que llevaba; cintura
fina; unos jeans que marcaban sus caderas y un rostro para anuncio de página
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de productos de belleza femeninos. Billy le dio un codazo a Lincoln, dándole
a entender que era su oportunidad para ligar y olvidarse de una mujer que
prefería marcharse sin más y apenas le daba la hora.
—¿La oferta es solo para él? —preguntó Lenox con una sonrisa—. Lo
pregunto, porque a mí me gusta el pool, así que perder o ganar, creo que me
daría igual.
La muchacha ni siquiera lo miró, porque el punto de enfoque era Lincoln.
—No desperdicies tu tiempo, Amber —dijo Lincoln con burla.
Se incorporó y dejó cien dólares sobre la mesa para contribuir a la cuenta.
La muchacha pensaba que él iba a besarla, pues al ponerse de pie, ya que ella
estaba tan cerca, sus cuerpos quedaron bastante juntos. Sus amigos parecieron
pensar igual, porque lo miraron con mucha atención. Lo que hizo Lincoln, sin
embargo, fue despedirse estrechando las manos de todos, luego miró a la tal
Amber, se tocó el sombrero, después de ponérselo, y abandonó el bar.
Esa su única salida, porque tenía mucho trabajo de por medio. No se había
convertido en un adicto al trabajo, pero tenía en mente hallar la forma de
demostrarle a Brooke que su bienestar y emociones estaban entre sus
prioridades.
Sus visitas a Blue Oaks, después de la primera y la segunda vez que
encontró apagada la luz de la casa, se volvieron recurrentes. Poco a poco, dejó
de ir a los restaurantes ante la incertidumbre de cuándo volvería Brooke
realmente, y tomó la decisión de cuidar el rancho por ella. Apenas llegaba de
la oficina, desde Austin, iba a Golden Ties a hacer las gestiones necesarias,
comía alguna cosa, luego se trasladaba a Blue Oaks para ofrecer ayudar a los
empleados de turno. Les brindaba consejos profesionales de campo y negocio,
ponía el hombro para trabajar si hacía falta y se encargaba de que, si se
necesitaba algún material extra, ellos lo tuviesen al siguiente día. Tal como
hubiera hecho Brooke.
Le daba igual si se tardaba meses o años, él iba a esperarla, a menos que
su volatilidad emocional estuviera en riesgo, entonces, no le importaría nada y
contrataría un detective privado que la buscara hasta debajo de la última
piedra. Su jornada física de trabajo diario se extendía hasta las diez de la
noche. Al terminar en Blue Oaks, a veces, en lugar de regresar a montar a
caballo en Golden Ties, él optaba por ir hasta el riachuelo a bañarse; no tenía
miedo a los animales nocturnos, porque se había criado en esas tierras y las
conocía bien.
Él, personalmente, había guiado a los constructores para que dejaran bien
edificado el bungaló. Los servicios básicos fueron mejorados por unos de
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lujo, pero sin perder el toque rústico. Lincoln contrató una decoradora
especializada en hoteles para que pudiera poner los accesorios necesarios que
requeriría una familia que rentase el bungaló durante un fin de semana. Tan
solo cuando llovía a cántaros, Lincoln permanecía en su casa y echaba
números, ya no solo de su negocio, sino que estaba trazando vías alternas para
que Blue Oaks prosperara. No lo hacía por el tarado de Sarconni, por supuesto
que no. Si Brooke no estuviera de por medio, entonces le valdría madres lo
que sucediera en ese rancho. Sarconni era un niñato irresponsable con la
tierra, y esto lo volvía alguien intolerable ante los ojos de Lincoln.
Él le había dado asesoramiento a Joseph, enviándole una experta en redes
sociales para que le mostrara cómo postear buenas fotos y contenido de
Rainbow Blue. Reemplazó las maquinarias que usaba Pete, por unas mejores
y pagadas con su propio dinero, para agilizar la recolección de cosecha.
Contrató un equipo de veterinarios para las vacas lecheras y mandó a
construir una tienda, en el sitio en el que se había derribado uno de los
establos, para el mercadillo que quería Brooke, pero que no arrancaba todavía
por obvias razones.
A medida que transcurrían los días, Pete o Patrick le informaban que
empezaba a subir el número de pedidos, además de que todos los sistemas,
gracias al software que había creado Brooke, recogía la facturación diaria con
más rapidez. Todos estaban agradecidos con Lincoln, pero él no quería el
agradecimiento de nadie, tan solo saber cuándo volvería a ver a Brooke.
Esta última era siempre una respuesta que jamás llegaba.
Él se había preocupado especialmente por los girasoles que ahora lucían
sanos y vibrantes en el jardín delantero de la casa. Mildred le dijo que no
había problema si él quería decorar un cuarto en específico o pintar el interior
de la casca. Tomando la palabra del ama de llaves que, en ausencia de Brooke
era la que tenía el mando de la propiedad de dos pisos, él contrató a otra
decoradora, esta vez de interiores. Le dio instrucciones claras para que
renovara la biblioteca de Blue Oaks con un surtido de libros. Lincoln llamó a
un par de contactos y adquirió una colección impresionante de novelas de
todos los autores más famosos e hizo que se organizaran alfabéticamente.
Después compró e instaló, en una esquina de esa biblioteca, una pequeña
estación para café, té o bocadillos. La habitación era un homenaje a la
literatura del siglo XVIII. Él sabía cuánto le gustaba a Brooke esa época y la
producción literaria que surgió de esos años.
Pagó una suma de dinero altísima para que reforzaran los cimientos de la
casa e instaló cámaras de seguridad, mientras Phillip le aseguraba que no era
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necesario, pero Lincoln le expresó que cualquier animal salvaje podría entrar
en el terreno; que siempre era mejor la precaución. Todos los empleados de
Blue Oaks creían que Lincoln había enloquecido, porque trabajaba fuera de
horas de oficina como si le estuvieran pagando para ello. No solo eso, sino
que sacaba de sus propios fondos para que los proyectos previstos se
ejecutaran con rapidez y sin esperar que hubiera una aprobación de
presupuesto desde la oficina de Sarconni.
Cuando finalizó su cruzada personal, cuando creyó que había dejado el
rancho en las condiciones que Brooke las merecía recibir a su regreso,
Lincoln tomó una decisión importante que podría garantizar un par de
puñetazos, pero que resultaba impostergable para lo que tenía en mente. Casi
al terminar la tercera semana, Lincoln se despidió de los empleados de Blue
Oaks, prometiéndoles que, si llegaban a necesitar algo, entonces podrían
cruzar, con total confianza, hasta Golden Ties y buscarlo a él o a Ben.
—Miren nada más lo que ha traído el clima de final de verano a mi oficina
—dijo Matteo al ver a Lincoln, en la salita de espera de su despacho, en las
oficinas de Wild Homes. Miró a su asistente—: Georgia, por favor, pide que
no nos interrumpan y no me pases ninguna llamada. Salvo que te avise que el
personal de seguridad suba a hacer una visita.
—Eh, claro, Matteo —replicó, confusa, antes de volver a sus tareas en el
ordenador.
Lincoln no pedía citas o reuniones, él simplemente se presentaba y lo
atendían. Eso era normal en Austin con todos los Kravath. Sin embargo, el
hijo de puta de Sarconni lo hizo esperar una hora por el simple hecho de que
tenía un cerebro de hormiga.
—Bienvenido a mi fantástico mundo inmobiliario, Kravath.
—Aprecio que te dignes a atenderme —dijo Lincoln con sarcasmo.
Matteo le hizo un gesto burlón en forma de venia, como en las obras de
teatro cuando los actores finalizaban un acto, para que entrara en su luminoso
despacho.
—¿A qué debo el gigantesco placer de ver tu estúpido rostro, Kravath?
Lincoln no se sentó, mientras sostenía en la mano una carpeta azul.
—Si sabes en dónde está, entonces, dímelo —expresó sin dar vueltas al
asunto.
Matteo soltó una carcajada, pero pronto perdió toda expresión de burla. Se
inclinó sobre el escritorio, apoyando ambos codos en la mesa, mirando a
Lincoln con fastidio.
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—Lastimaste a una persona a quien quiero muchísimo, Lincoln. No te diré
dónde se encuentra, pero sí quiero que entiendas que lo que hiciste fue
repudiable. Ella no se merecía que la hubieses saboteado por un puto rancho
nada menos, en especial, después de la historia de su familia que, si no me
equivoco, habrá conversado al respecto contigo. Brooke es una de las pocas
personas en este mundo que aman de corazón. No sé qué te costaba abrir tu
bocaza y decirle la verdad, en lugar de haber esperado tanto —meneó la
cabeza—. Así que, si has venido para obtener información, no te la voy a dar.
—Escucha bien, Sarconni, los asuntos entre Brooke y yo, son nuestros.
No tengo que darte explicaciones ni argumentos —dijo entre dientes con
muchas ganas de romperle la cara—. ¿Sabes en dónde está Brooke, sí o no?
—Sí —replicó con petulancia, mirándolo con hastío.
—¿Sabes si está bien y no corre peligro?
Matteo frunció el ceño.
—Está a salvo.
Lincoln soltó una exhalación e hizo un asentimiento.
—¿Tienes idea de cuándo va a volver?
—No —replicó, porque era verdad. Su amiga estaba en Los Ángeles, pero
ya había postergado su regreso una ocasión, no dudaba de que volvería a
hacerlo, así que no tenía idea de qué día tenía planeado volver a Austin—. Sin
embargo, reconozco que tengas los cojones de venir a ver a la última persona
a quien le apetece verte…
—Porque es mutuo, Sarconni, eres un despropósito.
—Le dijo la olla al cazo —replicó riéndose—. Después de tantos años,
sigues siendo igual de arrogante. No sé qué habrá visto en ti, mi pobre
Brooke, la próxima le sugeriré que se haga una revisión urgente con el
oftalmólogo. Debe tener una córnea o un iris destrozado.
—Eres tan ridículo, Sarconni, en verdad. Ahora que sé que ella está bien,
entonces vamos a hablar de otros asuntos —dijo, esta vez, sentándose. Le
puso la carpeta azul sobre el escritorio de vidrio—. Lee esos documentos.
Están hechos a prueba de idiotas.
—Oh, tu encanto te llevará lejos —dijo Matteo—, aunque con Brooke, no.
Lincoln apretó los dientes, mientras Matteo leía la propuesta que había
coordinado con su abogado durante un par de horas el día anterior, entre
reuniones, porque la verdad es que iba a tope con la cantidad de trabajo
autoimpuesto. Sin embargo, el consuelo era que, nada más poner la cabeza en
la almohada se olvidaba de todo y podía conciliar el sueño.
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Hasta que amanecía, hasta que recordaba que el sitio de Brooke, a su lado,
estaba vacío. Entonces, empezaba otro día monótono y carente del usual brillo
que ella le daba cuando estaba alrededor. Incluso cuando discutían. No había
otra persona con la prefiriera tener una discusión inteligente y coherente, así
como también una volátil o sin sentido como con ella.
Al cabo de diez minutos, Matteo bajó la carpeta con lentitud y la dejó a un
lado. Ya había visto las cláusulas, además de las impresionantes fotografías.
—Es la mejor propuesta que he hecho en años —dijo Lincoln con
seguridad.
—En verdad la amas —murmuró Matteo perdiendo el tono de burla o
animosidad, y reemplazándolo por uno serio y sincero. Lincoln hizo un
asentimiento—. ¿Estás dispuesto a todo esto, aunque, después de los reportes
de inversión que hiciste con tu propio dinero, no puedas recuperarlo?
¿Aunque no vayas a recuperar esto que estás ofreciendo por Blue Oaks?
—Sí, Matteo —replicó con firmeza.
El hombre soltó un silbido.
—Es mucho más de lo que vale…
—El valor económico es relativo, al menos para Brooke siempre lo fue. Si
rehúsas, entonces estarías perdiendo una gran oportunidad de hacer dinero por
una propiedad que le tomará, al menos, unos seis años en igualarlo, pero lo
logrará, sin duda.
—Ah —expresó Matteo—, además tienes fe en ella como empresaria,
aunque no tenía la más remota idea de cómo carajos funcionaba un rancho,
meses atrás.
—Tengo fe en Brooke, punto. Ahora, deja de divagar tanto, ¿aceptas o no
vender?
—¿Bajo estas condiciones? —preguntó, riéndose—. Sería un imbécil si
yo no lo hiciera, Kravath. Y tú, claro, eres un imbécil por hacerlo. Ah, lo que
el amor consigue —replicó, mientras estampaba su rúbrica en cada una de las
páginas—. Listo, lo enviaré al departamento legal, ellos verificarán todo, y
dentro de un máximo de tres días el rancho dejará de ser mío. Te enviaré una
réplica del documento para tu constancia y tú elegirás qué hacer con él o
cuándo dar la gran noticia o quedártela hasta cuando creas necesario. Tu
asunto.
Matteo se incorporó y se acercó a Lincoln. Extendió la mano.
—Eres un imbécil desde la secundaria, Matteo, pero, al menos, hoy has
tenido un poco de sentido común al firmar ese documento —estrechó la mano
del otro hombre con firmeza.
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Matteo se encogió de hombros, pero antes de que Lincoln se marchara lo
detuvo.
—Kravath. —Él lo miró por sobre el hombro—. No hubiera apostado por
ti, bajo ningún tipo de circunstancia, después de lo que le hiciste. Sin
embargo, creo que el gesto de hoy te redime. Espero que ella pueda
entenderlo de la misma manera.
Lincoln tan solo abandonó la oficina, y después el edificio.
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qué eran unos de sus mejores amigos. Tenían cacahuates en la cabeza si había
una mujer guapa alrededor. Sus amigos, a veces, eran como la peste.
Por simple costumbre tomó el móvil.
El mensaje era de la última persona que habría esperado que lo contactara.
Sintió que se le cortaba la respiración. Esta la primera vez que ella le escribía,
en semanas.
Brooke: Hola, Lincoln. Llegué esta tarde a Austin. Hay algo que
me gustaría que conversáramos. ¿Puedes acercarte a Blue Oaks?
Sé que de seguro tendrás planes, porque es viernes por la noche,
solo déjame saber… Si no, pues será otro día.
Lincoln: Hola, cariño. Voy en camino.
Las palabras que quería decirle eran tantas, pero sus dedos parecían no
alcanzar a escribir lo suficientemente rápido, porque su mente iba a mil. ¡Iba a
verla! La emoción que lo embargó era la suma de un millón de RedBulls
concentrados en un solo trago. A ese nivel.
Se sentía como los presos a los que, de repente, les daban la libertad. Él
había sido preso de la tristeza, el arrepentimiento, la frustración, la culpa. Al
fin, iba a respirar, después de mucho tiempo, el aire puro que le hacía falta; el
único aire que evitaría que su mundo no se tornara gris de nuevo: Brooke
Sherwood.
Él se lavó la cara con rapidez, llamó a sus padres y les dijo que no podría
acompañarlos a cenar, porque tenía que arreglar un asunto impostergable.
Cuando Rosalie le preguntó qué asunto podría ser más importante que probar
el nuevo restaurante hindú, Lincoln simplemente mencionó el nombre de
Brooke. Su madre y su padre se rieron y le desearon buena suerte.
Lincoln no creía que hubiera corrido tan rápido para salir de la casa como
esa noche. Aunque, al menos, su cerebro funcionó a las mil maravillas y no
olvidó el documento que llegó el día anterior, certificado y notariado. ¿Planes
de viernes con sus padres, podrían considerarse los planes de viernes que, de
seguro, ella creía que tenía? Pfff. No se imaginaba Brooke que para él podrían
a atravesarse, en su camino, las mujeres más despampanantes o sugestivas al
vestir o hablar, que de pronto le parecían bonitas porque no era ciego, pero
¿afectarlo hasta el punto de robarle la capacidad de pensar? ¿Afectarlo, en
general, hasta el punto de que él pudiera considerar prestarles la más mínima
atención? No. Eso solo lo conseguía Brooke.
Lincoln no recordaba haberse sentido tan eufórico como lo estuvo el día
en que ella le confesó que también lo amaba, pero este día, hoy, podría
contarse como otro momento importante. Subió a la camioneta y se dirigió de
inmediato a Blue Oaks.
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Estaba absolutamente sorprendida por cómo había encontrado Blue Oaks
a su regreso. La casa estaba pintada de blanco con toques amarillo pastel y
toques ligeros de violeta; la combinación era bellísima porque creaba un
ambiente cálido. Sus girasoles, contrario a lo que hubiera esperado, estaban
más vivos y brillantes. Divinos. Sin embargo, fue cuando subió a dejar la
maleta a su habitación, y pasó por la biblioteca que no pudo contener las
lágrimas.
Sabía que Matteo odiaba la literatura, porque era un hombre más de
cómics, así que la preciosa biblioteca, la que alguna vez le mencionó, muy
superficialmente a Lincoln que le gustaría tener, estaba en Blue Oaks. Lloró,
mientras tocaba los lomos de los libros. Incluso había una estación de café y
té. El escritorio era vintage y también la silla; sobre la superficie de madera
del escritorio estaba un portarretrato con la fotografía que les habían hecho a
ella y a Lincoln, en la que él estaba besándola, en la fiesta de matrimonio de
Jonathan y Renatta.
El pálpito y tirón en el corazón fue inevitable. Dios, cuánto amaba a
Lincoln. Por eso, sus mentiras habían dolido tanto. Entre más se amaba, más
riesgo se tenía de salir destrozado si el otro no era capaz de cuidar el tesoro
que estaba recibiendo: el corazón e ilusión ajenos.
Era evidente que ese testarudo cowboy, no quería que se olvidara de él.
Ahora, toda su casa tenía las huellas de sus sueños, gracias a Lincoln.
Detestaba ser una sensiblera llorona, pero era inevitable. Sus hormonas
estaban alborotadas y estos detalles que había encontrado solo las instaron a
agitarse más todavía. La alfombra de la biblioteca, amplia y abarcadora,
completaba el escenario con sus intricados tejidos en tonalidades cafés.
Además, había una mecedora en la esquina opuesta a la cafetera, con vistas
hacia el jardín trasero. No había duda de quién había convertido esa casa en
un sitio precioso, para ella.
Cuando bajó las escaleras, buscó a Pete. Este le informó, detalle a detalle,
cómo cada día, durante las últimas semanas, Lincoln había ido a ayudar en las
tareas de reconstrucción. Aunque Pete le confesó, como si fuese un
megasecreto, que Lincoln creía que nadie se había dado cuenta que estaba
poniendo de su propio dinero, no usando el del señor Matteo Sarconni, para
implementar nueva tecnología, comprar maquinarias y pagar asesores. Pete y
Patrick la llevaron a la tienda, en la que ella había querido crear su pequeño
mercadillo, que se construyó sobre el sitio en el que se tumbó uno de los
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establos. El letrero del pequeño local pintado de azul decía: «Los sueños de
Brooke». Al leerlo, no pudo aguantar más y se echó a llorar. Pete,
preocupado, llamó por la radio a Mildred, quien a su vez se apresuró a llegar
con una limonada.
Brooke le aseguró a Pete que estaba bien, que tan solo era la emoción de
ver todo ese rancho reluciente, tal como ella lo habría dejado si Lincoln no la
hubiera saboteado en un inicio, si no hubiese perdido tiempo y dinero. Por
supuesto, esta parte del sabotaje no se lo mencionó, porque no eran asuntos
que se compartían.
Después, el esposo de Mildred la guio hasta el riachuelo.
Ella entró en el bungaló y se quedó asombrada por los toques sofisticados
que ahora tenía, pero no había perdido para nada el aspecto rústico que era lo
que Brooke buscaba: mantener el espíritu salvaje, pero incluir también la
tecnología y la comodidad. Le encantó escuchar el sonido leve del agua.
Recordó aquel día en el que se abandonó a las caricias de Lincoln, pero,
porque no quería asustar a Pete llorando de nuevo, se controló.
Cuando regresaron a la casa, Mildred se despidió y Brooke subió para
desempacar.
Horas más tarde, Brooke estaba nerviosa. Muy nerviosa.
Escribirle a Lincoln, ese breve mensaje, le tomó dos horas, entre borrar y
reescribir. Después de desempacar y darse un baño caliente, optó por un
vestido de algodón de corte en A, color palo rosa. Llevaba el cabello suelto,
en ondas ligeras, porque prefería que, ya que no tenía intenciones de salir a
Austin, se secara al natural. Solo se había aplicado delineador negro en la
línea de las pestañas superiores y rimmel. Se calzó unas sandalias bajas de
tiras rojas.
Cuando bajó las escaleras para preparar un té, en el exterior resonó un
trueno. A los pocos minutos se desató una fuerte tormenta. Ella sonrió, porque
había echado de menos el clima del rancho. Todo se sentía tan natural, vivo,
acogedor. Brooke tan solo se dio cuenta de que había cerrado la puerta con
seguro, algo que solía hacer en Los Ángeles y olvidó que en Blue Oaks era
ridículamente innecesario, cuando llamaron con insistencia.
Tomó una respiración profunda y abrió la puerta.
Ante ella, empapado de agua de pies a cabeza, vestido impecablemente
con absoluta elegancia, un rostro que lucía un poco más delgado, pero jamás
menos devastador y atractivo, con esos penetrantes ojos azul cobalto que la
miraban como si intentaran cerciorarse de que ella era real, estaba Lincoln
Kravath. El agua le chorreaba por el rostro, pero nunca lo vio tan sensual
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como en ese instante. Dominaba cada sitio en el que estaba, sin importar en
qué condiciones estuviera su ropa, claro, en especial si no llevaba nada
puesto, eso era cierto.
Se quedaron mirando un largo rato.
—Brooke —dijo en un susurro, como si ese nombre fuese una plegaria.
Le extendió un ramo de girasoles—. Los extraje del jardín de mi rancho. A
modo de bienvenida.
Él quiso caer de rodillas ante esa mujer. Estaba hermosa, más hermosa
desde la última vez en que la había visto. Inclusive percibía que había algo
diferente en ella, pero no lograba identificarlo, porque el cabello continuaba
con los toques color miel, el maquillaje era casi inexistente, pero tampoco es
que lo necesitaba, ella era preciosa sin ningún artificio. ¿Desnuda? Brooke
desnuda era la quintaesencia del erotismo, belleza y feminidad. Y él la
extrañaba a rabiar. La absorbió con la mirada, bebiendo su presencia, de
arriba abajo, con un amor que rebosaba su alma; con una necesidad que
rivalizaba cualquier otra.
—Hola, Linc —susurró con un nudo en la garganta—, pasa, por favor.
Olvidé dejar la puerta abierta. En Los Ángeles solemos siempre poner seguro
—dijo mientras agarraba los girasoles e iba a la cocina para organizarlos en
un florero con agua.
Él la siguió, silencioso, al tiempo que la veía hacer esos simples pasos.
Ella dejó las flores sobre el centro de la mesa.
—Entonces estuviste en California todo este tiempo…
Ella se apartó de la mesa y lo miró.
—Sí, estuve con Kristy. Sé que la llamaste, pero…
—Te debe lealtad a ti —interrumpió Lincoln.
Brooke fue hasta el baño de visita y agarró una toalla y se la dio. Él
murmuró un agradecimiento y se secó el rostro, se quitó la chaqueta y los
zapatos, además de la corbata. Se quedó con el pantalón y la camisa azul.
—Sí… —murmuró, nerviosa.
Él dio un paso hacia ella, le acarició la mejilla. Ambos cerraron los ojos.
El silencio solo estaba roto por la naturaleza que bramaba en el exterior
mensajes incomprensibles.
—Estás hermosa y verte de nuevo, cariño, me ha hecho muy feliz. Gracias
por avisarme que estabas de regreso —dijo Lincoln con sinceridad—. Estar
sin ti, todas estas semanas, ha sido probar el infierno.
Brooke se sonrojó e hizo un asentimiento.
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—Esta tarde, Pete me mostró todo lo que habías hecho, lo que has
trabajado en Blue Oaks, sin que sea este tu rancho. Sin utilizar el dinero de
Matteo, sino el tuyo. Has trabajado horas extras… Has convertido este lugar,
en el sitio que siempre ambicioné. ¿Por qué?
—Lo sé —replicó con humildad. Se moría por besarla y sostenerla contra
su pecho. No dejarla marchar jamás, pero no estaba en sus manos esa decisión
—. Este es el lugar que significaba el inicio que necesitabas, fuera de tu
familia, un modo de probarte a ti misma que eras capaz de asumir cualquier
reto. Yo destruí esa posibilidad, la retrasé, la saboteé. Cuando me enamoré de
ti, me arrepentí; ya nada me importaba y temía perderte si te enterabas de lo
que había hecho premeditadamente. Sin embargo, no encontraba el momento
para decírtelo, para abrirte mi corazón y para no arruinar lo que habíamos
encontrado juntos. No obstante, eso fue exactamente lo que ocurrió: te perdí,
y al perderte, todo dejó de tener sentido. Devolverte el rancho, tal como debió
ser siempre para ti, si yo no hubiera intervenido, era lo mínimo que podía
hacer, Brooke. Fue lo justo.
Ella lo miró a los ojos. El tono más contundente de azul que ella
recordaba haber visto.
—¿Aunque no supieras cuándo iba a regresar? ¿Aunque te costara tanto
tiempo y dinero? —preguntó en un susurro, porque el nudo en la garganta era
el de un sollozo reprimido. Kristy había tenido razón, durante esas semanas,
había castigado a Lincoln, pero también se hizo daño a sí misma. ¿Para qué
servían el rencor y la venganza si con ambos se perdía el rumbo sobre el valor
real: el amor imperfecto, único y correspondido?
—Solo quería que tuvieras lo que merecías, Brooke —replicó mirándola a
los ojos—. No quiero nada a cambio. Ni créditos ni agradecimientos. Solo
que seas feliz.
—¿Lejos de ti? —preguntó ella con suavidad.
Lincoln dejó caer los hombros y tomó una profunda respiración. Si era
este el veredicto para el cual había sido convocado, entonces lo aceptaba. Él
había luchado de la única forma posible: trabajo, constancia, contacto
perenne, hacer transparente sus intenciones de quererla a su lado, confesar
que la amaba y la necesitaba, pedirle una oportunidad. En las batallas, sí
existían formas de ganar; a veces, también se ganaba aceptando la derrota por
un bien más elevado. En este caso era la tranquilidad de Brooke.
Él dio un paso atrás y bajó la cabeza un instante.
—Si es lo que quieres, y para lo que me has llamado, entonces respeto tu
decisión. —Brooke fue a protestar, pero Lincoln le extendió la carpeta con los
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documentos que tenía en mano y que, por algún milagro, habían sobrevivido a
la torrencial lluvia que caía en esos momentos sobre Austin—. No me puedo
ir sin antes entregarte esto. Sarconni debe agradecer que no le di un par de
puñetazos por imbécil, pero al final, llegamos a un acuerdo.
Brooke lo miró con preocupación.
—Por favor, ábrelo, mi vida.
Ella abrió el sobre y extrajo los documentos. Eran papeles de
compra-venta. El detalle de la transacción citaba que fue realizada por nueve
millones de dólares. Lincoln Noah Kravath adquiría el rancho Blue Oaks,
propiedad de Matteo Spiro Sarconni, y cedía la titularidad y propiedad
absoluta, sin opción a devolución, renunciando a cualquier porcentaje de
ganancias o beneficios generados, a nombre de Brooke Amelie Sherwood. A
ella le tembló la mano cuando vio el resto de papeles, notariados, firmados y
legalizados.
Brooke elevó la mirada y notó la expresión atormentada de Lincoln.
—¿Por qué…?
—Porque este es el sitio que te pertenece. Mi sueño de tener un viñedo no
tiene sentido si no estás para compartir mi vida, mis risas, mis metas, para
retarme, para amarme o mandarme al diablo cuando lo merezca. Sin embargo,
Blue Oaks tiene sentido de pertenecerte, porque es el lugar que consideras tu
inicio, tu cura a las hermosas cicatrices que te moldearon en la mujer que
adoro y admiro. Porque ser la propietaria de Blue Oaks es solo una
consecuencia natural de la lógica de lo que es justo. Tú perteneces aquí, te has
dejado, el cuerpo y el corazón en cada rincón. Solo quise devolverle el
esplendor que tú habrías podido darle, pero yo te arrebaté la posibilidad al
pensar de forma egoísta. Es mi forma de decirte que tú importas más que
cualquier sueño. Este sitio siempre fue y será, por derecho, tuyo.
Brooke se echó a llorar y acortó la distancia entre ambos para acercarse y
abrazarlo de la cintura, apoyando su rostro con la camisa húmeda, pero
contenía su perfume, su aroma. Lincoln la rodeó de inmediato con sus brazos,
fuertemente, sintiendo cómo cada molécula de su cuerpo empezaba a girar en
el modo correcto y cómo la energía de Brooke volvía a enlazarse con la suya,
creando un halo brillante, invisible, firme y sólido que los cobijaba.
Estuvieron abrazados un largo rato, escuchando los truenos a lo lejos, el
golpe de las gotas de lluvia contra las ventanas de la casa. Ella se apartó poco
a poco. Lincoln le limpió las mejillas con sus pulgares, le sonrió, trémulo.
—Me tomará toda la vida olvidarte, Brooke, pero siempre serás el amor
de mi vida. Te amo con cada fibra de mi corazón. Quizá algún día, incluso —
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sonrió con tristeza—, podamos ser amigos. Nuestros ranchos son vecinos,
después de todo.
Ella frunció el ceño y dejó los papeles que la avalaban legalmente como la
propietaria de Blue Oaks, sobre la consola de madera que tenía cerca. Ladeó
la cabeza. No entendía a qué se refería Lincoln. Después de todo lo que había
hecho, trabajado en silencio, invertido su dinero, inclusive fue a hablar con
Matteo a pesar de cuán mal le caía, Brooke no podía imaginar una prueba más
grande de amor y desapego.
El sueño de Lincoln, desde hacía años, era tener un viñedo. Estaba
renunciando a un sueño que habría implicado una estrella adicional para el
legado Kravath, la satisfacción de sus propias botellas de vino que llevasen el
emblema de su familia; y todo porque Lincoln consideraba que el sueño de
ella, levantar Blue Oaks, era más importante.
Si esa clase de renuncia, si esa clase de trabajo sin espera de
reconocimiento y amor, si esa falta de ego al hablar abiertamente de sus
sentimientos, sin importar el dinero de por medio, no la hacían comprender la
magnitud del arrepentimiento y la grandeza del amor de Lincoln por ella,
entonces no se lo merecía. Aunque, gracias al cielo, Brooke entendía ese gran
gesto. Lo apreciaba, pero ella también tenía algo que decir.
—¿Es una despedida? —preguntó Brooke, elevando el rostro.
—Es lo que tú desees que ocurra aquí…
Brooke meneó la cabeza.
—No, Lincoln, no es lo que deseo. No te llamé para decirte, en persona,
que no quería volverte a ver. Eso habría sido una vileza, porque pude hacerlo
con una llamada o un mensaje sincero y contundente. Ahora, por favor, ven
conmigo —dijo tomándolo de la mano y guiándolo escaleras arriba. Él
afianzó sus dedos a los de ella; una caricia simple, pero al mismo tiempo tan
significativa. Le acarició los dedos con los suyos a medida que subían los
escalones.
Una vez que estuvieron en la suite, Brooke abrió un cajón y extrajo una
pañoleta violeta. Le hizo un gesto a Lincoln para que se sentara en la cama.
—¿Vas a seducirme? —preguntó con una sonrisa.
Esa era la primera sonrisa que sabía que Lincoln esbozaba genuinamente
desde que ella se marchó a California. Esa certeza le dolió mucho.
—Eso te gustaría mucho ¿verdad? —replicó riéndose, deteniéndose frente
a él.
Lincoln elevó el rostro y se rio.
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—Como un sediento en pleno desierto que tiene al alcance la única fuente
de agua.
Brooke le extendió la pañoleta.
—Antes de que abras lo que contiene, quiero que sepas que tengo miedo
de lo que vaya a ocurrir, tengo miedo de que vuelvas a fallarme, simplemente,
tengo miedo de todo esto —dijo con sinceridad acercándose a él y
acariciándole los cabellos entre sus dedos. Él cerró los ojos y soltó un suspiro
—. La confianza es un puente finísimo. Fácil de romper, difícil de reconstruir
una vez que ha sido resquebrajado.
—Pienso ganarme a pulso la posibilidad de reconstruirlo si me das la
oportunidad, Brooke. Te amo. Cada día, un poco más; cada día, mi corazón
está más henchido por ti.
—Esa oportunidad va a tener que ser ya no solo por mí, sino por los dos.
Porque te sigo amando —dijo finalmente las palabras que, en esta ocasión,
hicieron que los ojos azules se nublaran de lágrimas—. Te amo y estás
anclado en mi piel. Te he castigado estas semanas al no hablarte, al
proporcionarte datos vagos e imprecisos, te he querido ver sufrir. Me ha
sentado fatal, porque al hacerlo, también he sufrido. Quiero que nos demos la
oportunidad de transitar de nuevo este trayecto de la vida que empezamos.
Quiero seguirte amando y aprender en el camino a tu lado a explorar nuestras
debilidades y fortalezas. Las relaciones sentimentales han sido siempre
caóticas para mí, pero a pesar de tus errores, Lincoln, a tu lado me siento
protegida y en calma. Eres el puerto seguro al que necesito volver. Además,
en esa pañoleta hay un motivo más para que mi amor sea tan grande que
puede explotar, pero si no estás a mi lado, en esta inusual y maravillosa
aventura, no creo ser capaz de sobrellevarla con la entereza que se requiere
para semejante reto de la vida.
Lincoln la miró con adoración y abrió la pañoleta. Se quedó varios
segundos. Largos segundos observando la prueba de embarazo. Después
elevó la mirada. Esta vez, por primera ocasión en su vida, Lincoln dejó que
sus lágrimas de alegría rodaran por sus mejillas. Se rio, antes de limpiárselas,
meneando la cabeza.
—Oh, Brooke… ¡Vamos a ser padres! —exclamó levantándose de la
cama y dando vueltas con ella en brazos, besándole las mejillas, riéndose—.
Es la mayor alegría, después de haberte encontrado. Mi amor, qué noticia tan
hermosa. Gracias por este regalo.
Ella soltó una risa entre lágrimas. Él, la bajó con suavidad, hasta que la
sostuvo de pie frente a él. Dejó la prueba de embarazo a un lado y le tomó el
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rostro entre las manos.
—Te amo, Brooke.
—Te amo, Lincoln.
—¿Qué te preocupa? —preguntó al notar la inquietud en sus ojos verdes.
Ella tomó una larga respiración.
—Repetir la experiencia de mi pasado… Perder a este bebé —dijo
cubriéndose el abdomen con ambas manos.
Él cubrió las de ella con las suyas. Hizo una negación.
—No va a suceder —dijo con convicción—, yo voy a cuidarte. ¿Has
hecho cita con un ginecólogo? Si no es así, entonces buscaremos juntos el
mejor e iremos mañana, a primera hora. ¿Estás de acuerdo con ese plan?
Brooke soltó una risa suave e hizo un asentimiento. La certeza y seguridad
en las palabras de Lincoln al recibir la noticia, su expresión de amor y
felicidad, la hacían sentir que, si él estaba a su lado, entonces, sin importar los
avatares del camino en ese embarazo, sería una experiencia que los ayudaría a
ambos a ser mejores personas; una pareja más unida.
—Muy de acuerdo —dijo llevando los brazos al cuello de Lincoln.
—¿Me perdonarás por todo algún día? —preguntó con pesar.
—El corazón es capaz de perdonar cuando el amor rebasa la razón, pero
no el sentido de dignidad. Rompiste mi confianza y te doy la oportunidad de
recuperarla, porque así lo quiero, así lo siento. Porque te amo y, porque ahora,
seremos tres.
Lincoln bajó la cabeza y capturó la boca de Brooke con un gruñido de
éxtasis y placer acumulados durante tres semanas, que parecían tres décadas,
sin ella. Sus labios se amoldaron a los del otro con fiereza y pasión. El
cerebro de Brooke pareció hacer cortocircuito, pero no era nada fuera de lo
común con Lincoln.
Las venas masculinas recibieron una inyección llena de electricidad por la
forma en que se conectaron, en un modo tan febril, sutil y amoroso, en dosis
iguales. Lo que tenían era muy profundo e indescriptible. Los dientes de
Brooke le mordisqueaban los labios, él sonrió contra ellos, porque la mujer de
su vida estaba de regreso, a su lado.
—Quiero hacerte el amor, Brooke, me muero por…
—Nada me haría más feliz hoy —dijo interrumpiéndolo, mientras, entre
besos y risas, caían sobre el colchón—. Te he extrañado tanto.
—Y yo a ti —murmuró, antes de volver a besarla; y entre cada beso le
decía cuánto la quería y que ella no iba a arrepentirse de darle esta
oportunidad.
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La desnudó con reverencia, paulatinamente, a medida que iba besando
cada trozo de piel que quedaba expuesto. Brooke le quitó la camisa. A pesar
de haber perdido peso, algo por lo que ella se sentía culpable, Lincoln
mantenía una masa muscular tersa y fuerte; sus músculos estaban ahora más
definidos. Seguían siendo el hombre más sexi que conocía.
Cuando quedaron desnudo, se sonrieron. Él le apartó los cabellos del
rostro, le acarició la mejilla con el dorso de la mano, mirándola a los ojos.
Después, deslizó las manos y jugueteó con los pezones erectos; los apretó y
ella gimió.
—Mi cuerpo es más sensible, Linc…
—Tu cuerpo me tiene loco y quiero descubrir y vivir contigo todas las
nuevas sensaciones que experimentes en el embarazo —replicó, deslizando su
mano hasta el sexo—. Brooke, cariño, estás tan húmeda, me encantas —dijo
acariciándole los pliegues íntimos, mientras ella gemía. Así acostada boca
arriba y él acostado de lado, la tenía a su disposición para recorrerla a gusto
con la vista y las manos. Eso pretendía hacer: reverenciarla con placer.
Bajó la cabeza para besarla, mientras sus dedos se movían entre los
pliegues de la vagina, ella jadeó contra su boca. Lincoln apartó la boca de la
de ella para chuparle los pezones, al tiempo que aceleraba los movimientos de
sus dedos. Ella separó más los muslos, elevó las caderas, porque quería más,
siempre deseaba todo de él; nada a medias, menos el placer.
Lincoln sonrió y atendió el otro pecho con su boca, y con su lengua.
Lamió los contornos de las areolas, jugueteó con el pezón rosáceo utilizando
la lengua, para después mordérselo en el mismo instante en que la penetraba
con ambos dedos. Ella gritó de placer, arqueó la espalda, pero los dedos de
Lincoln empezaron a moverse con más rapidez.
—¡Lincoln, te quiero dentro de mí, ahora! —exclamó, mirándolo con los
ojos vidriosos de deseo, emocionada, enamorada y dispuesta a empezar de
nuevo.
Él no le hizo caso, porque este orgasmo era para ella. Primero, ella. Siguió
chupándole los pechos, acelerando las caricias en la vagina, penetrándola, y
cuando sintió que los músculos internos femeninos se empezaban a contraer
alrededor de sus dedos, se acomodó sobre ella, y la penetró con suavidad. No
lo hizo con ímpetu, porque recordaba que, le había dicho que su primer
embarazo había sido delicado. Quería ser precavido; darle placer, cuando lo
quisiera, cuando lo necesitaran (que era siempre), pero anteponiendo esa vida
que estaba creciendo en el interior de Brooke. Una vida que habían creado
juntos.
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Se sentía humilde y extasiado. Él podía contenerse y ondular sus caderas,
entrando y saliendo de Brooke sin eyacular. Para él no existía nada más
exquisito que la pasión domada y controlada, como la que pretendía
prodigarle a ella, hasta enloquecerla.
—Mi vida, siempre estás tan estrecha, tan deliciosa para mí —le dijo al
oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja, duro. Ella gimió—. ¿Te gusta este
ritmo?
—Sí, más rápido —exigió, agarrándole el rostro para después guiarlo con
sus manos hasta sus pechos—. Tengo los senos más sensibles, tan solo un
toque tuyo, un roce, triplica las sensaciones… Lincoln, te necesito… Oh,
Diablos, sí —dijo en tono de rendición cuando empezó a chupárselos con la
intensidad y crudeza que ella disfrutaba.
Lincoln se movió en el interior del paraíso que le había sido vetado esas
semanas. Un paraíso que pretendía cuidar para siempre. Se adentró en ella
con su pene grueso y potente, ensanchándola, pausando sus embestidas tan
solo para saber si ella estaba bien, luego retomaba el ritmo apasionado y
profundo. La respuesta de Brooke a sus penetraciones, para dejarle saber que
lo necesita más rápido o más profundo, era gemir, y también clavarle las uñas
en la espalda, rodearle las caderas con las piernas e incitarlo a hundirse más
en su estrecho canal.
—Brooke, tengo que ser cuidadoso…
—Pero no tan despacio, me gusta rápido… Me gusta, oh, así —jadeó,
cuando él contoneó las caderas para que lo sintiera en todas partes. La besó, la
adoró, le dijo lo hermosa que era, lo privilegiado que se sentía porque había
regresado a él, que no la defraudaría.
A él, ella le parecía jodidamente hermosa, expuesta y abierta por
completo, su cabello rubio un manto sedoso sobre las almohadas, sus pezones
hinchados por sus besos, tan generosa, receptiva y dispuesta al placer. Suya.
No volvería a perderla.
—Brooke… Me voy a venir… —dijo mordiéndole el labio inferior con
fuerza, mirándola a los ojos con intensidad, mientras su miembro se vertía en
espasmos continuos en el interior de ella, al tiempo que las paredes íntimas lo
succionaban en el orgasmo que juntos estaban disfrutando.
Al cabo de un rato, Lincoln salió despacio del interior femenino. La besó
largamente, mirándose, hasta que las respiraciones de ambos volvieron a ser
serenas. Él se apartó de la adictiva boca de Brooke con suavidad y bajó el
rostro para besar el abdomen, todavía plano, lo hizo con ternura. Porque tener
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un bebé, que Brooke y él habían creado, le parecía un milagro generoso del
universo y pensaba atesorarlo.
—Espero conocerte pronto —le dijo a su futuro hijo o hija.
Cuando elevó la mirada, Brooke lo miraba con lágrimas en los ojos.
—Lincoln, vas a ser un gran padre.
—¿Y qué tal un gran esposo? —preguntó sonriéndole.
Ella abrió de par en par los ojos.
—No tengo el anillo conmigo, pero lo compré en Las Vegas. Tampoco
planeé nada de esto, pero no quiero estar separado de ti. Cásate conmigo. Por
favor —dijo apoyando la frente contra la de ella. Brooke le acarició la mejilla.
—¿Por el bebé? —preguntó en un susurro.
—Porque te amo desesperada y sinceramente. No puedo pasar más días
sin ti. Quiero amanecer contigo, vivir tu embarazo juntos, los altos y bajos.
Quiero que mi familia también sea la tuya, que compartas mi apellido y mi
orgullo por él. Que los otros Kravath sean también parte de tu grupo de
apoyo. Quiero compartir aficiones, pelearnos y reconciliarnos. Lo quiero
todo, Brooke. Todo, solo contigo.
Ella le sonrió con dulzura y le tomó el rostro, lo acercó al suyo, para
besarlo.
—Quizá podamos tener un acuerdo, señor Kravath —dijo riéndose.
—¿Es ese un sí? —preguntó frunciendo el ceño en tono ilusionado.
Brooke soltó una carcajada.
—Depende…
—Serás pícara, Brooke, ¿de qué depende?
—Si aceptas casarte con una millonaria. —Él la miró con sorpresa—. Fui
a Los Ángeles a arreglar una herencia que me correspondía por derecho. Tres
millones de dólares.
—¿Una millonaria dices? —preguntó con un tono conspirador, mientras
abría los muslos de Brooke y posicionaba su boca en el centro del vértice
femenino.
—Lincoln… ¿Qué haces?
—Quiero que mi futura esposa, que ahora es millonaria, se sienta feliz —
dijo antes de lamerle el sexo—. Porque es necesario que sepa que mis
orgasmos no se consiguen con dinero, sino a cambio de sonrisas, besos y
noches haciendo el amor bajo las estrellas… o en un riachuelo —murmuró,
mientras la enloquecía con sus dedos y su lengua.
Brooke soltó un gemido de éxtasis cuando alcanzó el clímax, jadeó.
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—¿Sería este parte del trato? —preguntó acomodándose sobre el cuerpo
de Lincoln.
—Depende…
Ella soltó una carcajada.
—Mira que eres un negociador complicado, ¿de qué depende?
—Que mi futura esposa millonaria disfrute dándome el mismo placer —
dijo con un guiño. Ella sonrió y empezó a reptar hacia abajo del cuerpo de
Lincoln, dejando un reguero de besos y ligeros mordiscos.
—¿Algo así? —preguntó, antes de llevarle el miembro erecto a la boca y
empezar a dominar el placer de Lincoln a su antojo.
—Joder, Brooke… Sí, así… —gimió cuando ella paladeó su esencia.
Al cabo de un largo rato fueron a ducharse juntos. Él la bañó con dulzura,
ella hizo lo mismo. Fue mimarse, tocarse con reverencia, besarse con todo
aquello que sus cuerpos, exhaustos, ya habían logrado comunicarse a la
perfección.
Cuando volvieron a la cama, Brooke se acurrucó a su lado.
—¿Linc?
—Dime, cariño —dijo acariciándole le espalda, mientras ella tenía
apoyada la palma de la mano en el sitio en el que latía su corazón.
—Me ha gustado negociar contigo. Creo que tenemos un acuerdo. —Él
soltó una carcajada complacida—. Acepto ser tu esposa.
Él los giró a ambos hasta que Brooke quedó de lado, y él la abrazó desde
atrás. Dios, cuánto había extrañado tenerla así, entre sus brazos.
—No vuelvas a dejarme, por favor.
—No vuelvas a herirme como lo hiciste, Linc. Las mentiras entre los dos
serían el declive de nuestra relación y yo no doy terceras oportunidades.
Casados o no. Una segunda oportunidad, como esta, es incluso complicada,
porque me juego todo mi corazón de nuevo, además de que ahora tenemos
esta vida entre nosotros de por medio. Sin embargo, te amo tanto y has
demostrado que me correspondes sinceramente, que darte, darnos, una nueva
oportunidad es algo que no podría negarnos.
Lincoln hizo un asentimiento, agradecido por la mujer con la que iba a
compartir su vida, sus ilusiones, también sus problemas, los momentos de
gloria y caos. Siempre que fuesen un frente unido, el resto dejaría de
importar. La tormenta pasaría por el camino, pero ellos continuarían en pie,
reconstruyendo, juntos.
—Sé que cometeré errores, muchos; seguro la mayoría por tonto, pero te
hago la promesa de que te compensaré siempre y no dejaré nada sin hablar.
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No más huidas, Brooke —le dijo frotándole la nariz con dulzura contra la
oreja, luego le besó el cuello.
—Yo también me equivocaré, pero no habrá más huidas —replicó con un
susurro.
—Te amo y seré siempre honesto contigo —le dijo al oído con seriedad,
cerrando los ojos, mientras en el exterior, la tormenta seguía furiosa
arremetiendo contra los alrededores.
—Y yo contigo —murmuró con suavidad y soltando un suspiro, antes de
quedarse dormida entre los únicos brazos que quería sentir rodeándola por el
resto de sus días.
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EPÍLOGO
Austin, Texas
Brooke y Lincoln
Tres meses después
Los nuevos esposos Kravath se dieron el «sí quiero», en las instalaciones
de Blue Oaks, en la zona del riachuelo. El área había sido engalanada para la
ocasión con lucecitas artificiales, mesas y sillas de madera, además de
calentadores exteriores, porque el aire del otoño era más fresco. El buffet no
incluía mariscos, porque la novia estaba en su cuarto mes de embarazo y,
aunque todavía no mostraba mucha barriguita, sí que tenía arcadas con los
aromas fuertes.
El entorno estaba decorado profesionalmente como los jardines de la obra
de Shakespeare, Sueños de una noche verano. Era magia, amor y seducción,
los tres componentes de la relación de Brooke y Lincoln. Ellos
intercambiaron sus votos con la música del riachuelo golpeando las rocas con
suavidad, mientras las notas del violín se entremezclaban con el viento.
Cuando el oficiante le dijo a Lincoln que podía besar a su esposa, él se tomó
muy en serio la sugerencia y la besó con pasión. Ella le devolvió el gesto, ante
los vítores de los asistentes, y también comentarios de Samuel y Tristán que
le gritaron a Lincoln que no hicieran sonrojar a Rosalie. Solo entonces,
Lincoln reaccionó, complacido de que Brooke era oficialmente suya, para
hacerla feliz, el resto de su vida. También para discutir, retarse y hacer el
amor cuantas veces se les diera la gana. Adoraba a esa rubia. Su princesita.
—Lincoln, me haces sonrojar y olvidar que tenemos gente alrededor —le
dijo ella dándole una palmada en el torso, cuando se apartaron del oficiante.
—Les puedo decir que se vayan y nos quedamos solos, sin problema, mi
amor —replicó con una expresión tan seria en el rostro que Brooke le creyó.
—Pasemos unas horas bonitas con ellos que, nosotros, tenemos muchos
años para estar juntos y solos ¿de acuerdo, cariño?
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—Con tal de que no se acostumbren a que voy a compartirte —contestó,
encogiéndose de hombros y dándole un beso en los labios con suavidad. Bajó
la voz y agregó—: Gracias por hacerme el hombre más feliz del mundo.
Ahora, mi vida está completa contigo como mi esposa. Me rescataste del
cinismo y le devolviste a mi corazón las ganas de latir de nuevo.
Brooke lo miró con los ojos llenos de lágrimas sin derramar.
—Linc, qué cosas más bellas me dices —susurró—, pero me vas a hacer
llorar y estoy muy emocional hoy, cariño.
—¿Puedo ayudarte a estar emocional de otra manera? —preguntó
haciéndole un guiño.
—Eres insoportable, Lincoln —le apartó la mano de un suave manotón
cuando él la posó en sus nalgas—, no puedes estarte quieto.
—Tú me deseas todo el tiempo, así como yo a ti. Además ¿de quién es la
culpa que yo me la pase como un adolescente calenturiento, porque a cierta
mujercita se le ocurre pasearse en lencería sexi o me espera desnuda en la
piscina cuando llego de la oficina? ¿Eh?
Brooke soltó una carcajada. Sí, ella era la culpable. Su cuerpo necesitaba
atención del único que era capaz de calmar su necesidad de amor físico y
erótico. Estaba hormonal, por eso a ratos lloraba, a ratos reía, pero la
constante era estar caliente. A veces era embarazoso, pero Lincoln tan solo
sonreía y la llevaba al cielo con su boca y su cuerpo.
—¡Vivan los novios! —dijo Kristy llegando hasta ellos. Abrazó con
fuerza a su mejor amiga y luego le dio un abrazo a Lincoln—. Me siento feliz
por ustedes. El obsequio que les tengo es un masaje erótico de parejas. —
Brooke soltó una carcajada, porque no esperaría un comentario o un regalo
convencional de ella—. Es lo que está de moda en Hollywood estos días, les
contaría detalles, pero luego alguien va a empezar a hacerme preguntas y hoy
es día de fiesta no de recomendaciones sensuales, ya me entienden —les hizo
un guiño. Los esposos se rieron de buena gana—. En todo caso, la tarjetita
con el obsequio la pueden utilizar cuando quieran en la sucursal de la
compañía aquí en Austin o en la de Houston. ¡Ya quiero conocer a mi
sobrino! —dijo acariciándole la panza a Brooke.
—Quedan todavía cinco meses —replicó Brooke con una sonrisa—.
Todavía no se nota —sonrió—. Por favor, ya que vas a ser su madrina,
procura no corromper a mi hijo.
Kristy la miró, ofendida, y se rio al cabo de un instante.
—Será un niño versado en diferente clase de información. Eso seguro.
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Para la ocasión, Kristy había volado desde Los Ángeles, acompañada de
su nueva conquista, pero no dejó ni un instante de ejercer su rol como la dama
de honor.
El padrino de bodas de Lincoln fue su hermano Samuel, porque, después
de todo el caos, fue quien estuvo más presente en su debacle emocional
posterior al evento con Brooke en la biblioteca, además fue también quien lo
ayudó a elegir el anillo de compromiso en Las Vegas, una compra de último
minuto durante la despedida de soltero de Jonathan; una joya que había
costado medio millón de dólares. Los mejores amigos de Lincoln y sus
hermanos estuvieron entre los invitados, sus cuñadas, padres, sobrinos;
además de algunos empleados de Golden Enterprises y también de Blue Oaks,
incluyendo al imbécil de Sarconni, porque fue una petición de Brooke y
Lincoln, a ella, no podía negarle nada.
El padrino de bodas de Lincoln fue su hermano Samuel, porque, después
de todo el caos, fue quien estuvo más presente en su debacle con Brooke. Sus
mejores amigos y hermanos estuvieron entre los invitados, sus cuñadas, sus
padres, sobrinos; además de algunos empleados de Golden Enterprises y
también de Blue Oaks, incluyendo al imbécil de Sarconni, porque fue una
petición de Brooke y Lincoln, a ella, no podía negarle nada.
El matrimonio era para sesenta personas y todas estaban felices,
conversando, bailando, comiendo y hablando maravillas de la belleza de
rancho que tenía Brooke. Sin embargo, Lincoln solo tenía ojos para su esposa.
Le daba igual lo que otros dijeran o si les caía encima un cohete o los
secuestraba un ovni. Durante la sesión de fotos, al partir el pastel, al bailar, él
estaba muy pendiente de su esposa. A la más mínima incomodidad, él estaba
a su lado.
El ginecólogo, cuando una tarde ella había empezado a sangrar, le
comentó que el embarazo no era de riesgo, pero con sus antecedentes médicos
sí requería estar relajada y tener controles médicos seguidos, además de una
alimentación esmerada. Lincoln estaba presente en todos los controles y citas
médicas, sin importar si las horas chocaban con algún tipo de reunión
importante en su compañía. La prioridad era su hijo por llegar al mundo y
Brooke.
No solo eso, sino que contrató un chef especial, a quien Willa detestaba
porque decía que era un esnob; un chofer, una enfermera y una masajista para
embarazadas. Brooke, cuando supo que todas esas personas empezaron a
llegar a la casa (habían decidido que la residencia principal sería Golden Ties,
y Blue Oaks como secundaria y oficinas operativas), tan solo se rio. Lincoln
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la mimaba. Ante la más mínima molestia debido al embarazo, si ella no lo
detenía, él era capaz de llamar un helicóptero ambulancia.
Estaba nervioso por su estado, porque conocía el pasado, porque era padre
primerizo y tal, ella lo sabía. Sin embargo, en lugar de causar molestias sus
continuas preocupaciones, le provocaban ternura por lo atento que se
comportaba, aunque exagerase a veces. Sabía que lo hacía por amor y no
quería que ella sintiera que estaba sola en esa aventura de la maternidad.
Claro que no lo estaba, no podía haber elegido un mejor compañero de vida.
Entendía que este era un niño muy deseado por ambos.
El doctor tampoco les dio indicaciones especiales sobre el sexo en pareja,
pero les sugirió no ser tan impetuosos. Lincoln, siendo Lincoln, se ingenió
muchas maneras de torturar a Brooke, sin necesidad de penetrarla. Tan solo
cuando ella amenazaba con echarlo de la casa, él se reía, y fundía lentamente
su cuerpo con el de ella. Él estaba fascinado con la sensibilidad física de su
esposa, con cada pequeño cambio de su anatomía; cómo sus pechos se
agrandaron, las caderas se ensancharon y sus hormonas estaban más volubles.
El apetito sexual de su mujer había aumentado considerablemente y Lincoln
no se quejaba, porque su deseo era igual de intenso; disfrutaba
complaciéndola, tentándola y dejándose llevar por la pasión. Le gustaba ser
parte de ese proceso increíble que era traer a otro ser humano al mundo. Con
Brooke.
—¿Me permites bailar con tu esposa? —preguntó Matteo con una sonrisa,
dedicada a Lincoln solo para fastidiarlo—. Ya sabes es parte de la cortesía.
—Pues debes saber que soy muy bruto y no entiendo de esas pendejadas
—replicó agarrando a Brooke de la cintura, mientras ella soltaba una
carcajada.
—Mi vida, no seas así, solo es un baile. ¿Okey? —le dijo Brooke.
Lincoln soltó un gruñido y miró con aburrimiento a Matteo.
—Un solo baile. No te pases, Sarconni. —¿Es que el estúpido ese no tenía
otra que hacer que tocar lo que no le correspondía?, se había preguntado,
fastidiado.
—Menos mal que me gustan los hombres, Kravath, si no, pobre de ti —
replicó riéndose, mientras tomaba a su amiga en brazos y bailaba con ella.
Lincoln se fue, enfurruñado, a hablar con sus hermanos y otros invitados.
—Matt, no deberías molestarlo —dijo Brooke, mientras giraba con su
amigo al compás de la banda de música—. Hizo una gran concesión en
aceptar que siempre vas a estar en mi vida, además de que serás el padrino de
Ryan.
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—¿Ya lo ha aceptado? —preguntó abriendo los ojos de par en par.
Ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Tan solo, porque yo acepté primero que Ryan tendría varios padrinos:
sus dos hermanos, sus mejores amigos, y tú, caso contrario, no habría
accedido.
—Dios, como si Ryan fuera el príncipe de Inglaterra con tanto padrino. La
madrina, imagino, será Kristy. —Ella asintió—. Me alegro por ti, por lo que
has logrado, porque has encontrado tu lugar en el mundo, tu familia. Sé que
Raffe estaría contento si estuviera entre nosotros, porque su única hermana
encontró el camino para ser feliz.
—Lo sé… —dijo sin tristeza de por medio—. He realizado un largo viaje.
Me reinventé, aprendí cosas nuevas, creé mi propia compañía, mi esposo me
regaló un rancho precioso y voy a ser madre. El círculo de la vida es
inesperado, pero siempre une las piezas exactas que a cada persona le
corresponden.
—Me alegra ser parte de ese círculo de tu vida, reina —dijo abrazándola.
—Bueno, bueno, Sarconni, ya pasó el baile —dijo Lincoln, sin ninguna
ceremonia, agarrando a Brooke con dulzura y apartándola de él—. Ve,
piérdete por ahí a comer.
Matteo soltó una carcajada y fue a bailar con Kristy.
Otros invitados se acercaron a felicitarlos, se hicieron selfies, conversaron
con los recién casados. Los padres de Lincoln estuvieron un largo rato
charlando con ambos. Ella en verdad sentía que había encontrado nuevas
raíces, pero, en especial, una familia. Adoraba a los Kravath y ellos la habían
acogido como una más del clan.
—No deberías ponerte celoso por Matteo —le dijo Brooke cuando
terminó de bailar con todos los mejores amigos y hermanos de su esposo—.
Ahora son familia.
—No me importa —replicó, enfurruñado.
Brooke soltó una carcajada y meneó la cabeza con incredulidad.
Para su boda había elegido un vestido blanco, corto y de encaje, con
cuello redondo de mangas cortas. El vestido tenía también un escote en V en
la espalda que llegaba justo a unos centímetros de donde se marcaban los dos
hoyuelos sobre el coxis. Era provocativo y al mismo tiempo chic. Perfecto
para ella. Llevaba el cabello recogido en ondas en una bonita trenza sobre la
cabeza y decorada con flores chiquitas de cristales. Parecía que hubiera salido
de un cuento de fantasía. Además, esos zapatos de tacón hacían que sus
piernas lucieran divinas.
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Lincoln quería que todos se largaran para quedarse a solas con Brooke. Le
daba igual lo que otros pudieran pensar.
El resto de la fiesta continuó siendo divertida, con buena comida, música
y personas que de verdad apreciaban a los nuevos esposos, pero también se
apreciaban entre sí, porque la mayoría eran amigos o empleados de los
Kravath. La celebración duró hasta la una de la madrugada, pues fue la hora
en que los asistentes empezaron a despedirse.
La Luna de Miel iba a llevarse a cabo en la Riviera Francesa, pero Brooke
le pidió a su esposo que postergaran el viaje, hasta que el hijo de ambos
naciera, porque no quería tomar riesgos. Lincoln asintió, pero la llevó a otras
ciudades de Estados Unidos: San Francisco, Seattle, Chicago y terminaron en
Savannah. Fueron unas semanas hermosas.
Cinco meses después, en un parto natural que duró casi seis horas, nació
Ryan Liev Kravath. Un bebé saludable que llenó la vida de sus padres de
alegría y orgullo.
Brooke y Lincoln
Tres años después
Austin, Texas
Después de meditarlo mucho, y luego de largas discusiones, Brooke
aceptó la sugerencia del ginecólogo: decidió ligarse. Luego de Ryan, ella
había quedado embarazada de nuevo y perdió al bebé. El doctor le dijo que
otro embarazo pondría en riesgo su vida.
Aquel episodio fue un período durísimo para ella y Lincoln como
matrimonio, pero él nunca dejó de estar a su lado. Estuvo en la clínica, dejó
encargado el rancho el tiempo que hizo falta, durmió en otra camilla junto a
su esposa; la cuidó al volver a casa, le limpió las lágrimas y trató de animarla,
aunque su corazón también se había roto por esa pérdida.
Lincoln la abrazaba cuando lloraba, y lloraba con ella; la escuchaba
reflexionar o simplemente desahogarse cuando lo necesitaba y Brooke era
recíproca. Entre los dos habían crecido mucho como matrimonio. De hecho,
iban a terapia de pareja, porque él quería entender cómo ayudarla a superar
esa pérdida y hacerle comprender que no era su culpa. Quería también superar
su propio pesar, porque el sufrimiento era de ambos.
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Finalmente, con el paso de los meses, empezaron a superar esa pena,
porque tenían un pequeño diablillo que los necesitaba emocional y
mentalmente estables: Ryan. El niño era la viva imagen de Brooke, pero tenía
los ojos azul cobalto, marca de los Kravath. No solo era listo, sino travieso, y
llevaba a su madre de cabeza. Lincoln y Brooke decidieron inscribirlo en
clases con Joseph, en Rainbow Blue, para que quemara energía y aprendiera a
montar a caballo. Le compraron un pony al que llamaron Melcocha. El
pequeñajo se entretenía y compartía paseos con sus tíos o sus primos, cuando
estos estaban de visita. Al ser el más pequeño del clan Kravath, también era el
más consentido.
Una noche, cuando Ryan estaba ya dormido, Brooke atravesó el pasillo y
entró a la recámara que compartía con Lincoln. Fue hasta donde se encontraba
su esposo y se acomodó en su regazo. Él la recibió con los brazos abiertos,
fuertes y siempre esperando por ella.
Ambos disfrutaban sus ratos en pareja, porque el trabajo de cada uno los
consumía bastante, y se extrañaban. Sin embargo, procuraban darse tiempo y
aprovechar cualquier momento que tuvieran libre para estar junto al otro. El
amor entre los dos crecía. Aunque las discusiones eran una locura, porque el
temperamento de los dos era bastante fuerte, el sexo de reconciliación
siempre era espectacular. La vida sexual de ambos continuaba siendo
fabulosa, porque conocían sus cuerpos al dedillo y sabían cómo provocarse y
hacerse delirar.
Él la tenía abrazada de la cintura y ella descansaba la cabeza en su
hombro.
La conversación que estaban sosteniendo, no por primera vez, después de
la pérdida del bebé, iba a tener finalmente una resolución, porque no podían
continuar en el limbo de las indecisiones en algo tan importante: expandir la
familia. Esto era algo que ambos anhelaban.
—Brooke, no quiero continuar jugando a la ruleta rusa, porque cada que
hacemos el amor, que es bastante frecuente, nos puede llegar un embarazo
inesperado. Por más de que te hayas ligado, mi cielo, y usemos protección, no
existe método por completo seguro. Para mí, la mayor satisfacción es nuestro
hijo, pero más allá de todo, lo es tu bienestar y alegría. Tú eres mi compañera
de vida, mi prioridad, Brooke. No voy a dejar que te arriesgues.
—¿Qué estás diciendo, Linc?
—Tú has pasado la parte más dura: llevar a nuestro hijo nueve meses,
pasar los achaques, los vómitos, el proceso doloroso de dar a luz. Después, la
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pérdida de nuestro bebé. Al final, consentimos que te ligaras. Entonces,
Brooke, yo voy a hacerme la vasectomía.
Ella se apartó del hombro para mirarlo. Seguía siendo tan guapo como
siempre, más inclusive con el paso de los años, pero lo que no cambiaba era
su ética, su pasión, su constancia y el amor férreo que tenía por ella y por
Ryan. Se sentía afortunada y cada día agradecía por haberse dado una nueva
oportunidad con Lincoln.
—Linc —dijo preocupada acariciándole la mejilla—, no. Nos cuidaremos,
como hemos seguido haciendo, no hace falta.
—No es porque haga o no falta, mi amor. Quiero hacerlo. Yo también
tengo que procurar protegerte. Esto también es 50-50, dulzura. Que te ligues
no es seguro al ciento por cien. Hay casos raros de mujeres que se ligan y
quedan embarazadas, no quiero que puedas ser ese uno o dos por ciento de
mujeres. Si unimos dos frentes, entonces anulamos las posibilidades por
completo. Por eso me haré la vasectomía. Por los dos.
Ella se echó a llorar quedamente.
—Linc, ya no podremos tener más hijos… Yo quería solo un bebé más…
Y…
Él le acarició las mejillas con ternura. Amaba a esta mujer como el primer
día en que se dio cuenta de que, sin ella, no podría sentirse completo. A
medida que pasaba el tiempo, ella seguía sorprendiéndolo con sus
ocurrencias, su capacidad de resiliencia, su sensualidad, talento y
generosidad. No pudo haber sido más suertudo, porque Brooke no solo era su
compañera, su amante y confidente, sino la mejor madre que podía tener el
hijo de ambos.
—¿Adoptar te parecería una mala idea? —preguntó con una sonrisa.
La expresión de Brooke cambió por completo. Se iluminó.
—¿En verdad, mi amor? Me encantaría poder darle un hogar a un bebé,
porque sería nuestro. Una hermanita para Ryan. Así sería perfecto, un niño y
una niña.
—Entonces quieres una niña, ¿eh?
—Sí, adoptemos. Nosotros tenemos mucho amor para dar.
—Me alegra pensar de la misma manera, Brooke.
Después de un largo proceso de papeles, pagos, esperas, exámenes y
abogados, durante casi dos años, Camille Kravath llegó a la casa de Golden
Ties para llenar la vida de sus padres y su hermano de alegría. Se convirtió
pronto en la debilidad de Lincoln, su Talón de Aquiles; así como, para
Brooke, su Talón de Aquiles era Ryan. Amaban a esos dos niños con locura y
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esperaban darles la seguridad emocional que necesitaban para crecer bien y
poder sobrevivir al mundo tóxico y obtuso del exterior. Querían que sus hijos
marcaran una diferencia.
Los Kravath estaban orgullosos de la familia que habían formado.
Una tarde, mientras Camille estaba jugando con Ryan a las escondidas,
cuidados ambos por la niñera y supervisados por Willa que estaba orgullosa
de ayudar a otra generación Kravath, Brooke y Lincoln miraban el campo de
girasoles que él había sembrado en honor a su esposa, a lo largo de una
considerable porción de terreno de Golden Ties, años atrás.
En esos instantes, él la tenía abrazada desde atrás, de la cintura, y ella
tenía apoyada la espalda contra los pectorales masculinos. Sentía plenitud.
—Soy feliz, Linc —dijo con franqueza.
Él enlazó sus manos con las de Brooke que estaban sobre ese abdomen
suave. Ella mantenía su cuerpo curvilíneo a base de clases de zumba y
sesiones de yoga. Lincoln continuaba bebiendo los vientos por su esposa
como el primer día en que la besó; no dejaba de desearla, ni de admirar cómo
había convertido Blue Oaks en uno de los mejores ranchos de la zona. No
solo eso, sino que su compañía de asesoramiento y desarrollo de software
industrial era un éxito en Texas y, por los contactos de Kristy, incluía clientes
de California.
—Y yo, cariño. ¿Sabes? Antes de estar contigo no entendía qué era un
hogar o no sabía cómo podía hallar las palabras para definirlo.
Ella se giró entre sus brazos y lo abrazó. Elevó el rostro.
—¿Ahora lo entiendes? —preguntó con suavidad.
—Sí —dijo con una sonrisa, acariciándole la mejilla con amor—, el hogar
es un sentimiento. Es la emoción que tengo al verte a ti y a nuestros hijos. Es
la emoción de amarte en la noche entre las sábanas y pelear contigo cuando
hace falta. —Ella se rio bajito—. Es esa emoción que me da la certeza, donde
quiera que vaya, que siempre voy a regresar a ustedes.
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KRISTEL RALSTON (Guayaquil 1984, Ecuador), es una escritora del género
romántico y ávida lectora a quien le apasionan las historias detrás de los
palacios y castillos de Europa. Le gustaba su profesión como periodista, pero
decidió dar otro enfoque a su carrera e ir al viejo continente para estudiar una
maestría en Relaciones Públicas.
Durante su estancia en Europa leyó varias novelas románticas que la
cautivaron, e impulsaron a escribir su primer manuscrito. Desde entonces, ni
en su variopinta biblioteca personal, ni en su agenda semanal, faltan libros de
este género literario. La autora fue finalista del concurso de novela romántica
Leer y Leer 2013, organizado por Editorial Vestales de Argentina y el blog
literario Escribe Romántica, de este último ahora es coadministradora. Kristel
vive actualmente en Guayaquil, Ecuador, y cree con firmeza que los sueños sí
se hacen realidad.
En su tiempo libre se dedica a escribir novelas que inviten a los lectores a no
dejar de soñar con los finales felices.
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