Los Cimientos de La Felicidad - James Allen

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Deber, economía, honestidad, libertad y autocontrol.

Estos son los bloques


para la construcción de la prosperidad y una vida feliz, de acuerdo con james
Allen, uno de los escritores más populares en los campos de la inspiración
del siglo 20, y aquí, en este pequeño y sabio libro, él comparte unos simples
métodos prácticos para ponerlas en acción. La orientación suave de Allen y
sus consejos sensatos han estado moviendo y motivando a los lectores
durante un siglo, según sus palabras siguen siendo hoy tan perspicaz y útil
como lo fueron cuando se publicaron por primera vez en 1913.

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James Allen

Los cimientos de la felicidad


ePub r1.0
Castii114 07.12.15

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Título original: Foundation Stones to Happiness and Success
James Allen, 1913
Traducción: Margarita Díaz Mora & Martha Escalona de la Vega
Diseño: Castii114

Editor digital: Castii114


ePub base r1.2

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PREFACIO DEL EDITOR INGLÉS
Este es uno de los últimos manuscritos de James Allen. Como todas sus obras, se
trata de un libro especialmente práctico. Él nunca escribió teorías, o solo por el placer
de escribir o por añadir un libro más a su extensa bibliografía; Allen escribía cuando
tenía un mensaje. Y únicamente cuando él lo había vivido en su propia vida y sabía
que era provechoso, se convertía en un mensaje que debía transmitir. De modo que
escribía sobre hechos de los que había probado su eficacia con la práctica.
Vivir las enseñanzas de este libro con fidelidad en todos los pormenores de la
vida te conducirá a algo más que la felicidad y el éxito: te llevará hasta la
santificación, la plenitud y la paz.

LILY L. ALLEN
«Bryngoleu»,
Ilfracombe, Inglaterra

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PRÓLOGO
¿Cómo se comienza la construcción de un edificio? En primer lugar, con la
planificación de la obra; luego, se procede a edificar de acuerdo con los planos
diseñados: el constructor se ajusta de modo estricto a estos en todos los detalles,
empezando por los cimientos. Si el que construye descuidara el comienzo (el
comienzo en un diseño matemático), su trabajo sería en vano y su edificación, si la
llegara a terminar sin que se viniera abajo, resultaría insegura e inservible. La misma
ley rige para cualquier trabajo importante: lo fundamental para un buen comienzo es
tener en la mente un plan bien definido de lo que hay que hacer.
La naturaleza no hace trabajos imperfectos ni toscos y evita la confusión o, mejor
dicho, la confusión queda automáticamente eliminada. El orden, la claridad y el fin
están siempre presentes, y quien ignore en su modo de proceder estos aspectos tan
precisos se privará, en consecuencia, de lo esencial, de la plenitud, de la felicidad y
del éxito en la vida.

JAMES ALLEN

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1
PRINCIPIOS SÓLIDOS

Es lógico saber qué es lo que está en primer lugar y qué es lo que hay que hacer al
comienzo. Empezar algo por la mitad o por el final no logra sino crear confusión. El
atleta que comienza la carrera cortando la cinta no ganará la competición. Primero
debe observar y escuchar a quien da la señal de salida, y tener los pies en la línea de
inicio; aun así, un buen comienzo es necesario para ganar. Un alumno no estudia
álgebra y lengua desde el inicio, sino que comienza con los números y el abecedario.
De igual manera, en la vida, el hombre de negocios que empieza desde abajo
consigue el éxito más duradero. Así también los hombres que alcanzan las alturas
más excelsas del conocimiento y sabiduría espirituales, son aquellos que se doblegan
para cumplir, con un paciente aprendizaje, las tareas más humildes y no desdeñan las
experiencias ordinarias de los seres humanos ni pasan por alto las lecciones que ellos
nos enseñan.
Lo primero en una vida plena y, por tanto, en una vida auténticamente feliz y de
éxito, es tener principios sólidos. Sin estos se seguirán comportamientos erróneos
para terminar con una existencia echada a perder y desdichada. Toda la infinita
variedad de cómputos que calculan el comercio y la ciencia mundiales provienen de
diez números. Todos los centenares de miles de libros que constituyen lo publicado
en el mundo, cuyo valor e ideas se perpetúan en el tiempo, son el resultado de
veintitantas letras. El más grande astrónomo no puede ignorar los diez simples
guarismos. El genio literario más eminente no puede prescindir de los veintitantos
caracteres. Los fundamentos de todas las cosas son pocos y sencillos; sin embargo,
sin ellos no existe el conocimiento ni es posible lograr algo. Los fundamentos, es
decir, los principios básicos de la vida, de la verdadera vida, son también pocos y
sencillos. Aprender a usarlos con mucho cuidado y estudiar cómo aplicarlos a los
pormenores de nuestra vida es evitar la confusión y asegurar los cimientos básicos
para la construcción ordenada de una personalidad invencible y la obtención de un
éxito perdurable. Para llegar a ser un Maestro hay que lograr la comprensión de estos
principios en todas las enmarañadas ramificaciones de la conducta humana.

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Los primeros principios vitales son reglas de conducta, y es muy fácil
nombrarlos. Como meras palabras están en boca de todos, pero pocos son quienes los
aceptan como fuente segura de acción, sin componendas de ninguna clase. En esta
breve exposición solo trataré cinco de ellos, que se encuentran entre los principios
más básicos de la vida y son los que están más próximos a nuestra cotidianidad
porque atañen al obrero, al hombre de negocios, al dueño de casa y al ciudadano
común en todos sus aspectos. Ninguno puede ignorarlos, si no es con serios
perjuicios. Y quienquiera que perfeccione su aplicación superará muchos de los
problemas y fracasos de la vida, y llegará a las fuentes y corrientes de pensamiento
que fluyen con armonía hacia los campos del éxito perdurable.

Estos principios son:

EL DEBER, palabra muy trillada pero que se convierte en una joya valiosa para
quien la emplea con asiduidad. El principio del deber significa dedicarse
estrictamente a las obligaciones propias y, de igual modo, a no interferir en las
obligaciones de los demás. La persona que está, continuamente y sin motivo,
aconsejando a los otros cómo tienen que manejar sus asuntos es quien maneja peor
los suyos propios. El deber también significa una atención incesante a lo que se tiene
entre manos y una concentración mental inteligente en la tarea que se ha de realizar.
Incluye todo lo que se refiere a cuidado, exactitud y eficiencia. Los aspectos del
deber son diferentes para cada persona. Cada cual tendría que conocer sus propias
obligaciones mejor que las de su vecino, y tendría, también, que conocer las suyas
mejor que su vecino; el principio es siempre el mismo. ¿Quién ha superado las
exigencias del deber?
LA HONESTIDAD es el siguiente principio. Significa que no hay que estafar a nadie
ni sobrecargar costes. Supone la ausencia de triquiñuelas, mentiras y engaños con
palabras, gestos o miradas. Implica sinceridad, decir lo que se quiere decir y con el
significado con el que se dice. Desdeña actitudes serviles y halagos deslumbrantes.
Construye una buena reputación y esta produce buenos negocios; el éxito ganado a
pulso trae consigo una enorme alegría. ¿Quién ha alcanzado la cima de la honestidad?
EL AHORRO es el tercer principio. Conservar los recursos financieros es solo la
entrada que conduce a las cámaras más espaciosas de la verdadera economía.
Significa, también, administrar la propia vitalidad física y las habilidades mentales.
Exige conservar la energía y evitar el libertinaje y los hábitos indulgentes con los
sentidos. A los que lo practican les procura fuerza, resistencia, la capacidad de ser
cuidadosos y la habilidad para obtener logros. Otorga un gran poder a quien aprende
a usarlo bien. ¿Quién ha logrado el dominio óptimo del ahorro?
LA GENEROSIDAD sigue al ahorro. No se opone a él. Solo el hombre ahorrativo
puede encarar ser generoso. El derrochador, sea de dinero, vitalidad o energía mental,
gasta tanto en sus propios placeres despreciables que no le queda nada para ofrecer a

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los demás. Dar dinero es la ínfima parte de la generosidad. Se puede también proveer
de ideas, así como ser amable, comprensivo y generoso con los calumniadores y los
adversarios. Se trata de un principio que confiere una digna y trascendente influencia.
Lleva aparejado el amar a los amigos y retener camaradas, y es enemigo de la soledad
y de la desesperación. ¿Quién ha podido medir la amplitud de la generosidad?
EL AUTOCONTROL es el último de los cinco principios y, sin embargo, el más
importante. Su olvido es causa de gran infelicidad, innumerables fracasos y miles de
quiebras financieras, físicas y espirituales. Muéstrame a un hombre de negocios que,
por cualquier asunto sin importancia, no sepa controlar su carácter frente a un cliente,
y te enseñaré a un hombre que, por ese estado anímico, está condenado al fracaso. Si
todos practicaran simplemente las etapas iniciales del autocontrol, la ira, con su fuego
que todo lo devora y destruye, no existiría más. Las lecciones de la paciencia, la
pureza, la amabilidad, la benevolencia y la perseverancia, contenidas en el principio
del autocontrol, se aprenden muy lentamente, y hasta que están asimiladas del todo,
el carácter de una persona y su éxito son inciertos y poco seguros. ¿Dónde está el ser
humano que ha llegado a la perfección del autocontrol? Donde se encuentre, allí hay,
por cierto, un maestro.
Los cinco principios son cinco ejercicios, cinco vías para la propia realización y
cinco fuentes de conocimiento. Hay un viejo dicho que encierra una gran enseñanza:
«La práctica hace al maestro». Quien logra hacer propia la sabiduría inherente a estos
principios no los tendrá solamente en los labios, sino que permanecerán en su
corazón. Para conocerlos y recibir lo que ellos solos pueden brindar, debes hacerlos
tuyos y ponerlos en armonía con los hechos.

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2
ORDEN IDÓNEO

De estos cinco principios básicos, cuando se comprenden y practican de verdad,


fluirá el orden idóneo. Los principios sólidos operan en actividad armoniosa; el orden
es a la vida lo que la ley es al universo. En todo el universo hay acoplamiento
armonioso de partes, y esta simetría y armonía revelan el cosmos, algo muy diferente
del caos. Así, también, en la vida humana el orden es lo que diferencia una vida
auténtica de una falsa, una vida definida y eficiente de una sin objetivos y débil. La
falsa es una mezcolanza incoherente de pensamientos, pasiones y acciones; la
auténtica, por el contrario, es un ajuste ordenado de todas las partes. No se trata de
otra cosa sino de la diferencia que existe entre un montón de chatarra y una máquina
que funciona bien y sin problemas. La pieza de un aparato que funciona de modo
perfecto es útil, algo bueno e interesante; pero cuando se sale de su engranaje, y no
hay manera de ponerla en su lugar, esta pieza no sirve para nada, deja de interesarnos
y se tira al cubo de la basura. De igual modo, una vida perfectamente ajustada en
todas sus partes como para alcanzar el más alto grado de eficiencia no solo es algo
dinámico, sino también excelente y magnífico; por otro lado, una vida confusa,
incoherente y discordante es una muestra deplorable de energía desperdiciada.
Si la vida hay que vivirla de verdad, el orden tiene que ser una parte integrante de
ella y debe regular cada detalle, del mismo modo que integra y regula todos los
detalles del maravilloso mundo del que formamos parte. Una clara diferencia entre un
hombre inteligente y un hombre necio reside en que el primero presta una atención
muy cuidadosa a las cosas más pequeñas, mientras que el necio pasa superficialmente
por ellas o las descuida del todo. La sabiduría consiste en mantenerlo todo con sus
relaciones adecuadas, en mantener lo más pequeño y lo más grande en los lugares y
tiempos apropiados. Violar el orden es engendrar confusión y desacuerdo; la
infelicidad no es más que otro nombre de la discordia.
El buen comerciante sabe que tener un sistema equivale a dos terceras partes del
éxito y que el desorden lleva al fracaso. El hombre inteligente sabe que una vida
disciplinada y metódica supone dos tercios de la felicidad y que el fracaso significa

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desdicha. ¿Quién es el necio, sino el que piensa con descuido, actúa con precipitación
y vive sin asumir responsabilidades? ¿Quién es inteligente, sino el que piensa con
cuidado, actúa con calma y vive de una manera coherente?
El verdadero orden no termina con el arreglo sistemático de las cosas materiales y
las relaciones vitales externas: eso es el principio. Penetra también en el ajuste
mental, es decir, en el control de las pasiones, la eliminación o la elección de las
palabras al hablar, el acomodo lógico de los pensamientos y la selección de las
acciones adecuadas.
Para lograr que una vida sea apropiada, exitosa y agradable mediante el uso de un
orden idóneo, se debe empezar por no descuidar los pequeños detalles diarios y
prestarles atención constante. Para ello, la hora de levantarse es importante y
mantener esta rutina resulta de suma relevancia; también lo es la hora de acostarse y
la cantidad de tiempo dedicado al sueño. Con la regularidad o la irregularidad en las
comidas y con el cuidado o el descuido con que se coma, surgirán las diferencias
entre una buena o una mala digestión (con todo lo que esto implica) y entre un
placentero o un irritable estado mental, con su sucesión de buenas o malas
consecuencias. En realidad, junto con estos hábitos en lo que a la alimentación se
refiere, existen temas significativos tanto fisiológicos como psicológicos. La debida
división de horas para el trabajo y para el entretenimiento, sin confundir ambos, el
hecho de poner en orden todos los detalles laborales, los tiempos para el
recogimiento, para meditar en silencio y para actuar con eficiencia, para comer y para
abstenerse de comer, todo esto debe tener su legítimo lugar en la vida de aquel cuya
«rutina diaria» consiste en desempeñarse con el menor grado de fricción, de quien
quiera obtener de la vida la mayor utilidad, el mejor ascendiente y la mayor
satisfacción.
Sin embargo, todo esto es solo el principio de este orden inclusivo que abarca
toda la vida y a la totalidad de la persona. Cuando ese delicado orden y lógica
coherencia se extienden a las palabras y a los hechos, a los pensamientos y a los
deseos, la prudencia desborda a la insensatez, y donde había debilidad surge una
fuerza sublime. Cuando un ser humano ordena de tal modo su mente que puede
producir una excelente armonía que funciona entre todas sus partes, ha alcanzado la
más excelsa sabiduría, la más extraordinaria eficiencia y la más grande felicidad.
No obstante, esto es el final, y quien busque alcanzar el final debe comenzar por
el principio; ha de sistematizar y volver lógicos y fáciles los menores detalles de su
vida, y proceder paso a paso hacia el logro final. Cada pequeño avance brindará su
propia medida de fortaleza y alegría.
Resumiendo, el orden provee la facilidad que acompañan a la fuerza y a la
eficiencia; la disciplina es el orden aplicado a la mente: suministra la tranquilidad que
acompañan al poder y a la felicidad. El orden funciona de acuerdo con normas; la
disciplina se vive de acuerdo con normas. Pero funcionar y vivir no están separados:
son solo dos aspectos de la personalidad, de la misma vida.

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Por lo tanto, sé ordenado en tu trabajo, medido con tus palabras y lógico en tu
pensamiento. La diferencia entre estas cualidades y la negligencia, la imprecisión y la
confusión es la diferencia que existe entre el éxito y el fracaso, la música y la
disonancia, la felicidad y la desdicha.
Adoptar un orden idóneo para trabajar, tener actividad y pensar, en una palabra,
para vivir, es la base más segura y sana para gozar de una buena salud, éxito y paz del
espíritu. La cimentación con un orden inapropiado resultará inestable y dará lugar al
temor y al descontento, aun cuando parezca que todo va bien; y cuando llegue el
momento del fracaso, este resultará, por cierto, muy doloroso.

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ACCIONES POSITIVAS

Después de los principios y el orden convenientes siguen las acciones positivas.


Quien se esfuerza por comprender los verdaderos principios y trabajar con un orden
apropiado pronto caerá en la cuenta de que no se pueden pasar por alto ciertos
detalles de conducta. Esos detalles, en verdad, son básicamente distintivos o
creativos, según su naturaleza, y tienen, por tanto, un profundo significado y una
importancia absoluta. Esta percepción y conocimiento de la naturaleza y del poder de
las acciones realizadas se descubrirá y crecerá, en forma gradual, dentro de uno
mismo como un punto de vista adicional, como una nueva revelación. A medida que
se adquiera esta comprensión profunda, el progreso será más rápido, el camino en la
vida más seguro, los días transcurrirán con mayor serenidad y paz; en todo se buscará
la verdad y el camino recto, sin perder la orientación ni ser molestado por las fuerzas
externas que se mueven alrededor de uno. Esto no quiere decir que haya que ser
indiferente al bienestar y a la felicidad de los que están cerca, sino a sus opiniones, a
su ignorancia, a sus pasiones incontroladas. Por acciones positivas quiero significar,
por supuesto, las acciones justas hacia los demás, y el que obra el bien sabe que las
acciones, según su autenticidad, sirven para la felicidad de quienes están cerca de él,
y las realizará aunque en alguna ocasión pueda aparecer alguien cercano que le
advierta o implore que haga otra cosa.
Todos los que quieran hacerlo pueden distinguir con facilidad las acciones
negativas de las positivas y pueden, así, evitar unas y llevar a cabo las otras. Como en
el mundo material diferenciamos los objetos por su forma, color, tamaño, etc.,
eligiendo los que necesitamos y dejando de lado los que no nos son útiles, también en
la vida espiritual podemos escoger entre las acciones malas y las buenas por su
índole, su finalidad y sus efectos, y nos es posible optar por las que son buenas e
ignorar las malas.
En toda clase de progreso, el rechazo de lo malo siempre precede al conocimiento
y a la aceptación de lo bueno, como hace el niño que aprende en la escuela a decir
bien sus lecciones tomando conciencia de lo que ha dicho mal. Si alguien no conoce

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qué es lo que está mal y cómo evitarlo, ¿cómo puede saber lo que está bien y hacerlo?
Las acciones malas o negativas son aquellas que surgen de la sola reflexión sobre la
propia felicidad e ignoran la felicidad de otros, las acciones que presentan trastornos
mentales violentos y deseos ilícitos o que intentan ocultarlos para evadir
complicaciones indeseables. Las acciones buenas o positivas son aquellas que surgen
de tomar en consideración a los demás, las que se manifiestan con la mente en calma
y la razón en armonía, encuadradas en principios morales y que no implican
consecuencias vergonzosas para la persona que ha realizado dichas acciones, si
salieran a la luz del día.
Quien obra el bien evitará los actos de placer y satisfacción personales que, por su
propia naturaleza, traen consigo molestias, dolor o sufrimiento para los demás, sin
importar lo insignificantes que puedan ser esas acciones. Comenzará por dejarlas de
lado; obtendrá un conocimiento de la generosidad y de la verdad al sacrificar ante
todo el egoísmo y la falsedad; aprenderá a no hablar ni obrar con ira, envidia o
resentimiento, sino que examinará cómo controlar la mente y cómo corregirla antes
de hacer algo, y, lo más importante, rechazará, como si se tratase de una bebida
ponzoñosa, las acciones realizadas con artimañas, con engaños o con ambigüedades
para obtener así algún provecho o ventaja personal, algo que, más tarde o más
temprano, quedará al descubierto y le cubrirá de vergüenza. Si alguien se está
preparando para hacer algo que necesita ocultar y que, legal y sinceramente, no
podría defender si fuera investigado delante de un testigo, solo por este mismo
motivo debería saber que se trata de una acción delictiva y, por tanto, tendría que
descartarla sin prestarle ni un minuto más de atención.
Llevar adelante este principio de honestidad y sinceridad en las acciones
conducirá también, al que lo practica, hacia un camino reflexivo para obrar el bien;
además, le permitirá evitar hacer cosas que impliquen el empleo de las prácticas
engañosas que otros utilizan. Antes de firmar un documento o hacer tratos verbales o
escritos, o de involucrarse en un asunto con gente que le pide su colaboración, en
especial si se trata de desconocidos, averiguará primero la índole del trabajo que ha
de asumir y, así preparado, sabrá con toda exactitud qué hacer y será completamente
consciente de qué conlleva su acción. Para el que obra el bien, la falta de reflexión es
un delito. Miles de acciones bien intencionadas terminan con consecuencias
desastrosas porque han sido realizadas con descuido. Resulta ahora conveniente
recordar que «el camino del infierno está empedrado con buenas intenciones». Quien
realiza acciones positivas es, de modo especial, una persona reflexiva y respetuosa:
«Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas»[1].
La palabra reflexivo abarca un amplio campo en el terreno de los hechos. Solo
con la reflexión una persona puede llegar a entender la naturaleza de las acciones y,
por tanto, alcanzar la posibilidad de actuar siempre como es correcto. Es imposible
que alguien sea reflexivo y obre de una manera desconsiderada. La reflexión supone
la prudencia.

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No basta que una acción sea inducida por un buen impulso o una buena intención;
para que sea una buena acción debe resultar de una consideración reflexiva; y quien
desee estar siempre feliz consigo mismo y ser una fuerza constante para los demás
debe ocuparse solo en realizar acciones positivas. «Lo hice con la mejor de mis
intenciones» es una excusa deficiente para quien, de modo irreflexivo, ha causado
daño a los demás. La dura experiencia que obtendrá de esto le enseñará a obrar de
modo más reflexivo en el futuro.
Las acciones positivas solo pueden brotar de una mente auténtica y, por tanto,
mientras uno aprende a distinguir y elegir entre lo falso y lo verdadero, corrige y
perfecciona su mente, y así la vuelve más armoniosa y apta, más eficiente y vigorosa.
A medida que ejercita el «ojo interno» para distinguir con claridad lo justo en todos
los detalles de la vida, y adquiere la fe y el conocimiento para hacerlo, caerá en la
cuenta de que está construyendo su carácter y edificando su vida sobre una roca que
los vientos del fracaso y las tormentas de las persecuciones nunca podrán socavar.

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LENGUAJE GENUINO

Solo a través de la experiencia se conoce la verdad. Sin sinceridad no puede haber


conocimiento verdadero; y un lenguaje genuino es el principio de la sinceridad. La
verdad, tomada en su belleza natural y en su sencillez original, consiste en abandonar
y desechar todo aquello que es falso, y aceptar y hacer todo lo que es auténtico.
Hablar con un lenguaje genuino es, por tanto, uno de los comienzos fundamentales
para vivir en la verdad. La falsedad y todo tipo de engaños, la calumnia y toda
maledicencia se deben apartar y abolir por completo para que la mente pueda recibir
aun el más pequeño grado de iluminación espiritual. El mentiroso y el calumniador se
pierden en la oscuridad; tan profundamente se hunden en ese abismo que no pueden
diferenciar el bien del mal y están persuadidos de que la mentira y la maledicencia
son necesarias y buenas, ya que así se protege uno a sí mismo y salvaguarda a los
demás.
¡Ojalá quien va a estudiar las «cuestiones superiores» observe su interior y se
preserve del autoengaño! Si opta por decir palabras engañosas o hablar mal del
prójimo, si habla con hipocresía, envidia o malicia, eso significa que no ha
comenzado todavía a estudiar las cuestiones superiores. Quizás esté estudiando
metafísica, portentosos milagros, fenómenos psíquicos o maravillas astrales; quizás
cómo comunicarse con seres espirituales, cómo viajar de modo incorpóreo durante el
sueño o la manera de hacer prodigios extraordinarios, puede llegar a estudiar la
espiritualidad en forma teórica como un mero libro de estudio, pero si es engañoso y
murmura, la vida superior le permanecerá oculta, pues las cuestiones superiores,
como la rectitud, la inocencia, la pureza, la amabilidad, la gentileza, la lealtad, la
humildad, la paciencia, la misericordia, la compasión, el sacrificio propio, la
benevolencia y el amor son las que debe practicar quien las estudia y conoce, para
hacerlas carne propia; no hay ningún otro camino posible.
La mentira y la maledicencia pertenecen a los niveles más bajos de la ignorancia
espiritual, y mientras se las esté expresando, no podrá surgir nada que se parezca a
una iluminación espiritual. Sus padres son el egoísmo y el odio.

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La calumnia se parece a la mentira, pero es aun más sutil, ya que con frecuencia
se la relaciona con la indignación, y toma la apariencia de algo verdadero: así resulta
más aceptable; toma, entonces, a muchos desprevenidos que no dirían
deliberadamente falsedades. La calumnia tiene dos caras para la misma realidad:
fijarla por medio de la repetición, y escucharla y obrar de acuerdo con ella. El
calumniador no tendría ninguna fuerza si no hubiera alguien que le escuchara. Para
que la maledicencia pueda prosperar necesita antes oídos predispuestos a recibir lo
malo que va a sembrar. Por lo tanto, quien escucha a un calumniador, quien le cree y
permite que le influya contra la persona cuyo carácter y reputación están siendo
difamados, se encuentra en el mismo nivel que quien ha inventado y repetido la
infamia. Quien propaga maledicencias es un calumniador positivo; quien las escucha
es un calumniador pasivo. Los dos colaboran para la difusión del mal.
La calumnia es un vicio frecuente, oscuro y letal. Un relato injurioso empieza por
ignorancia, y sigue un camino ciego y sombrío. En general, se inicia a partir de un
malentendido. Alguien siente que ha sido tratado mal y, lleno de indignación y
resentimiento, se desahoga frente a sus amigos y conocidos con un lenguaje
vehemente, y exagera el despropósito del supuesto agravio por el sentimiento herido
que le embarga. Todos le oyen y se compadecen de él; y los que escuchan sin oír la
versión de la otra persona sobre lo que ha sucedido, sin otra prueba excepto las
palabras violentas de un hombre o una mujer encolerizados, adoptan una actitud fría
y distante hacia el individuo contra el que se está hablando mal, y repiten a otros lo
que les han dicho. Como esa repetición es siempre más o menos inexacta, un relato
distorsionado y falseado pasa muy pronto de boca en boca.
Al ser la calumnia un vicio tan corriente, puede, en verdad, causar el dolor y el
daño que en efecto provoca. Justamente un relato injurioso consigue su cometido letal
porque hay tantos que obran el mal sin pretenderlo y sin ser conscientes del daño en
el que con tanta facilidad caen; ellos son los que permiten que les influyan en contra
de quien hasta ese momento habían considerado una persona honorable. No obstante,
este trabajo de zapa solo ocurre entre quienes no han adquirido por completo la virtud
del decir verdadero, resultado de un alma amante de la verdad. Cuando alguien no se
ha librado por entero de repetir o creer una referencia ofensiva acerca de otro, al oír
algo malo sobre sí mismo, su mente se inflama con un resentimiento vehemente, su
sueño se altera y su paz espiritual queda devastada. Cree, entonces, que el origen de
su malestar reside en el otro y, así, pasa por alto la verdad de que la raíz y causa de su
congoja está en su propia facilidad para creer relatos injuriosos acerca de otras
personas. El virtuoso, que ha logrado hablar con un lenguaje genuino y cuya mente
está sellada contra la más mínima apariencia de maledicencia, no resulta herido ni
perturbado por ninguna historia infamante referida a él. Y, aunque su reputación
quede manchada durante algún tiempo entre las mentes de aquellos que están listos
para escuchar rumores siniestros, su integridad permanece intacta y su personalidad
sin menoscabo, pues nadie puede ser ensuciado por los hechos perversos de otro, sino

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solo por sus propias malas obras. De modo que, por encima de todas las
deformaciones, malas interpretaciones y afrentas, permanece sereno e indulgente; su
sueño continúa imperturbable y su espíritu está en paz.
Hablar con lenguaje genuino es el comienzo de una vida pura, inteligente y bien
ordenada. Si alguien quiere alcanzar esta integridad, si desea disminuir el mal y el
sufrimiento en el mundo, ¡que abandone la falsedad y la calumnia de pensamiento y
de palabra! ¡Que evite incluso sus apariencias, pues no hay mentiras y calumnias tan
nocivas como las medias verdades! ¡Que no participe en propagar maledicencias
escuchándolas! ¡Que se compadezca también del que difunde las maledicencias,
porque ya sabe cómo este se halla encadenado con la aflicción y la zozobra, pues
ningún mentiroso sabe del gozo de la verdad, ningún calumniador puede ingresar en
el reino de la paz!
La condición espiritual de uno se manifiesta por las palabras que pronuncia. Por
ellas también será final e indefectiblemente juzgado, como lo ha afirmado el Maestro
Divino del mundo cristiano: «Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus
palabras serás condenado»[2].

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5
MENTALIDAD ECUÁNIME

Tener una mentalidad ecuánime es tener una disposición apacible, ya que no se puede
decir de nadie que haya logrado la paz si ha permitido que su espíritu se perturbe y
pierda el control a causa de los acontecimientos.
El hombre prudente es desapasionado y lo resuelve todo con la calma del espíritu
en armonía y libre de prejuicios. Sin apasionarse, es imparcial y está siempre en paz
consigo mismo y con el mundo, no se pone del lado de una parte u otra ni se
autoexcluye, sino que congenia con todos.
Quien ha tomado partido está tan convencido de que su opinión y su lado son los
correctos, y que es erróneo todo lo que está en contra, que no puede ni pensar que hay
algo bueno en la opinión del otro lado. Vive siempre en una continua fiebre de ataque
y defensa, y carece de la paz tranquila de un espíritu ecuánime.
La persona ecuánime está pendiente de sí misma para controlar y superar incluso
las menores apariencias superficiales de pasión y prejuicio; de este modo, progresa en
empatía por los demás, y logra comprender su posición y especial estado anímico. A
medida que los comprende, cae en la cuenta de la insensatez de condenarlos y de una
oposición personal contra ellos. Crece, entonces, en su corazón un amor divino que es
imposible limitar, sino que se extiende a todo lo que vive, lucha y sufre.
Cuando alguien cae bajo el influjo de la pasión y el prejuicio, está espiritualmente
ciego. Ver solo lo bueno del propio lado y únicamente lo malo del otro lado lleva a
que no se pueda percibir nada tal como es en realidad, ni siquiera lo de uno mismo. Si
uno no se entiende a sí mismo, no puede comprender el corazón de los otros, y cree
que es justo condenarlos. Así, crece en su corazón un odio sombrío hacia aquellos
que no ven las cosas como él, quienes, a su vez, lo condenan a él; queda, entonces,
aislado de sus relaciones y se recluye en una angosta cámara de torturas, producto de
su propia invención.
Dulces y tranquilos son los días del hombre de mentalidad ecuánime: fructíferos
en el bien y ricos en múltiples bendiciones. Su sabiduría le lleva a evitar los caminos
que le conducen al odio, a la aflicción y al dolor. Los acontecimientos de la vida no le

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molestan ni se lamenta por aquello que todo el mundo considera grave, pero por lo
que debemos pasar todos en el curso normal de nuestras vidas. No se pone eufórico
con el éxito ni se abate con los fracasos. Valora los hechos que le suceden en la vida
en su justa medida y no deja lugar a los deseos egoístas, a los lamentos inútiles, a las
expectativas superfluas o a los desengaños infantiles.
¿Cómo se adquiere esta mentalidad ecuánime, esta dichosa condición de la mente
y de la vida? Solo con la superación del egoísmo propio, solo con la purificación del
corazón, pues la limpieza de este lleva a una comprensión imparcial, y esta a una
mentalidad ecuánime, la cual conduce a la paz. El individuo impuro es barrido sin
esperanza por las olas de la pasión; el puro navega seguro hasta el puerto para
reposar. El necio dice: «A mí me parece…»; el sensato, por el contrario, lleva
adelante sus objetivos.

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RESULTADOS SATISFACTORIOS

Muchos de los sucesos de nuestra vida nos acaecen sin una elección directa de
nuestra parte. Por lo general, se considera que esos sucesos no tienen ninguna
relación con nuestra voluntad ni con nuestro modo de ser, sino que sobrevienen de
modo casual; ocurren sin pretenderlos. Así, se habla de alguien que ha tenido
«suerte» y de otro que ha tenido «mala suerte», conjeturando que ambos han recibido
algo que nunca merecieron ni tampoco buscaron. Sin embargo, si profundizamos más
y tenemos una percepción más aguda sobre los hechos de nuestra vida, nos
convenceremos de que nada sucede sin una causa, y de que causa y efecto se
relacionan siempre con una armonía y precisión perfectas. De esta forma, todo
acontecimiento que nos afecte directamente se relaciona de una manera íntima con
nuestra voluntad y nuestro modo de ser y, por supuesto, es una consecuencia que
tiene que ver con alguna causa asentada en nuestra conciencia. En una palabra, los
acontecimientos involuntarios de nuestra vida son el resultado de nuestros propios
pensamientos y acciones. Reconozco que esto no es evidente a simple vista, pero
¿qué leyes fundamentales, incluso las del universo físico, lo son? Al igual que el
conocimiento, la investigación y la experimentación son necesarios para descubrir los
principios que asocian un átomo de la materia con otro, estos principios son también
imprescindibles para percibir y entender la clase de actividad que relaciona un
aspecto mental con otro; estas diferentes clases de actividad, sus leyes, las conoce
quien hace el bien, el que ha adquirido una mente capaz de comprender mediante el
ejercicio de acciones positivas.
Cosechamos lo que sembramos. Todo lo que nos acontece, aunque no sea por
nuestra propia elección, tiene su causa en nosotros. El alcohólico no ha elegido el
delírium trémens ni la locura que lo acosan, pero los ha producido con sus propias
acciones. En este caso, la ley es sencilla de entender para todos, pero aun cuando no
fuera tan sencilla, seguiría, sin embargo, siendo verdadera. Dentro de nosotros está
asentada la profunda razón de nuestros sufrimientos y la fuente de nuestras alegrías.
Modifica el mundo interno de tus pensamientos, y el otro mundo de los hechos dejará

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de darte aflicciones; ten un corazón puro, y para ti todas las cosas serán puras y todos
los sucesos resultarán venturosos y tendrán un orden idóneo.

Hay que buscar la liberación en nosotros mismos. Cada


hombre se crea su cárcel, cada uno tiene tanto poder como los
más poderosos; porque para todas las potencias que están
encima, alrededor y debajo de nosotros, como para todas las
criaturas de carne y todo lo que vive, el acto es el que hace la
alegría y el sufrimiento[3].

Nuestra vida es buena o mala, esclava o libre, según el origen de nuestros


pensamientos, porque de ellos surgirán nuestras acciones y de estas resultarán
consecuencias equivalentes. No podemos arrancar resultados satisfactorios con
violencia, como un ladrón, y reclamarlos y disfrutarlos, pero sí podemos lograr que se
produzcan si ponemos en movimiento el motor causal dentro de nosotros mismos.
El ser humano se esfuerza por conseguir dinero, anhela felicidad y adora poseer
sabiduría; no obstante, fracasa en asegurarse estas cosas, mientras ve a su alrededor a
otros sobre quienes estas bendiciones parece que descienden en forma espontánea. La
explicación reside en que aquel ha generado las causas que impiden el cumplimiento
de sus deseos y esfuerzos.
Cada vida es un tejido perfecto hecho de causas y efectos, de esfuerzos (o falta de
ellos) y resultados; los resultados satisfactorios solo se alcanzan si ponemos
cimientos de esfuerzos y motivaciones buenas. Quien obra acciones positivas, el que
busca un orden idóneo, fundado en principios sólidos, no se esforzará ni luchará por
buenos resultados, sino que estos estarán presentes como efectos lógicos de su
correcta regla de vida. Cosechará el fruto de sus acciones y esa cosecha la conseguirá
con felicidad y en paz.
Esta verdad de sembrar y cosechar es muy simple en el campo espiritual, pero el
hombre es lento para entenderla y aceptarla. El que es la Sabiduría nos ha indicado
que «los hijos de este mundo son más astutos para sus cosas que los hijos de la
luz»[4], y ¿quién esperará en el mundo material cosechar y comer cuando no ha
sembrado ni plantado? ¿O quién esperará cosechar trigo en un campo donde ha
sembrado cizaña, o llorará y se lamentará si no cosecha nada? Pero esto es
precisamente lo que hacen los hombres en el campo espiritual, en el de la mente y de
las acciones. Obran el mal y esperan obtener por ello cosas buenas; y, cuando llega la
implacable cosecha en toda su plena sazón, se desesperan y se quejan del rigor e
injusticia de su suerte; por lo general, culpan de esta a las acciones ajenas y se niegan
incluso a admitir la posibilidad de que la causa de todo ello esté oculta en sí mismos,
en sus propios pensamientos y acciones. Los hijos de la luz, aquellos que están
buscando los principios fundamentales de una vida digna con vistas a convertirse en

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personas prudentes y felices, se preparan para cumplir esta ley de causa y efecto en el
pensamiento, en las palabras y en los hechos, tan tácita y fielmente como el
campesino obedece la ley de la siembra y la cosecha. Ni siquiera este cuestiona la
ley: la acepta y la cumple; cuando la sensatez que ejerce de modo instintivo en su
sembradío sea practicada por todos los seres humanos en el campo espiritual, cuando
la ley de la siembra de acciones sea por completo aceptada de tal modo que ya no se
ponga en duda ni se cuestione, se seguirá con toda exactitud la siembra de acciones
que aportarán una cosecha de felicidad y bienestar para toda la humanidad. Así como
los hijos de la carne cumplen las leyes de la materia, que también los hijos del
espíritu satisfagan las leyes del espíritu, pues ambas no son más que una sola ley, dos
aspectos de una misma entidad; se trata del trabajo elaborado por un solo principio
con direcciones opuestas.
Si respetamos principios o causas correctos, estos no pueden producir de ningún
modo efectos negativos: ninguna hebra de baja calidad se entrelazará en la red de
nuestras vidas, ningún ladrillo en malas condiciones formará parte del edificio de
nuestro ser para volverlo inseguro. Y si llevamos a cabo acciones positivas, ¿qué otra
cosa nos puede suceder sino que obtengamos buenos resultados? Decir que causas
buenas pueden producir efectos malos es afirmar que se pueden cosechar ortigas
sembrando maíz.
Quien ordene su vida según las líneas morales formuladas brevemente en estas
páginas logrará una condición de comprensión y prudencia que le permitirá estar para
siempre feliz y alegre, pondrá sus energías en el asunto y en el momento adecuado,
todos los aspectos de su vida serán óptimos y, aunque no se haga millonario, lo cual
tampoco entra dentro de sus planes, adquirirá el don de la paz y, como dueño y señor
que rige su destino, el auténtico éxito le saldrá al encuentro.

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James Allen (28 de noviembre de 1864 a 1912) fue un escritor filosófico británico
conocido por sus libros de inspiración y poesía, considerado como un pionero del
movimiento de autoayuda. Su trabajo más conocido, Como un hombre piensa, ha sido
impreso en masa desde su publicación en 1902. Ha sido una fuente de inspiración a
los autores de motivación y autoayuda.
Nacido en Leicester, Inglaterra, en una familia de clase obrera, Allen era el mayor de
dos hermanos. Su madre no sabía leer ni escribir, mientras que su padre, William, era
un tejedor de fábrica. En 1879, tras una caída en el comercio textil de la región
central de Inglaterra, el padre de Allen viajó solo a Estados Unidos para encontrar
trabajo y establecer un nuevo hogar para la familia. A los dos días de haber llegado,
su padre fue declarado muerto en el Hospital de Nueva York, presuntamente por un
caso de robo y asesinato. A los quince años, con la familia enfrentando ahora un
desastre económico, se vio obligado a abandonar la escuela y encontrar trabajo.
Durante gran parte de la década de 1890, trabajó como secretario y oficinista en
varias industrias británicas. En 1893, se trasladó a Londres donde conoció a Lily
Louisa Oram, con quien luego se casó en 1895. En 1898, Allen encontró una
ocupación en la que pudo mostrar sus intereses espirituales y sociales, como escritor
para la revista The Herald of the Golden Age (El Heraldo de la Edad de Oro). En este
momento, Allen entró en un período creativo en el que se publicó su primero de
muchos libros, De la pobreza al poder; o la realización de la prosperidad y la paz
(1901). En 1902, comenzó a publicar su propia revista, Light of Reason, más adelante
retitulado The Epoch.

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En 1902, publicó su tercer y más famoso libro Como un hombre piensa. Basado
libremente en el proverbio bíblico: «Como un hombre piensa en su corazón, así es
él», la pequeña obra llegó a ser leída en todo el mundo y trajo Allen póstuma fama
como uno de los pioneros del pensamiento moderno de autoayuda.
El pequeño público que le granjeó el libro le permitió dejar su trabajo de oficinista y
dedicarse a su carrera de escritor y editor. En 1903, la familia de Allen se retiró a la
ciudad de Ilfracombe donde pasó el resto de su vida. Continuando con la publicación
de The Epoch, él produjo más de un libro por año hasta su muerte en 1912. Allí
escribió durante nueve años un total de 19 obras.

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Notas

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[1]Tomado del Evangelio de San Mateo, Mt 10 16. Traducción de la Biblia de
Jerusalén. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1967. [T]. <<

www.lectulandia.com - Página 27
[2] Mt 12 37. Biblia de Jerusalén, op. cit. [T]. <<

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[3]
Texto tomado de La luz de Asia, de sir Edwin Arnold (1879), en la traducción de
Berbera Ediciones, México, 2005, libro viii, pág. 172. [T]. <<

www.lectulandia.com - Página 29
[4] Lc 16 8. Biblia de Jerusalén, op. cit. [T]. <<

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