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Su nombre era
Issicha Puytu. Llegó su turno de la mita, del servicio en la casa del señor de la región, del curaca.
Fue a cumplir su turno y no volvió. El curaca la hizo quedar, no quiso soltarla, le dijo: —Vivirás
conmigo —Bien —dijo ella. Y se quedó en la casa del señor. Vivió con él. El curaca mandó que le
quitaran toda la ropa a su nueva amante, a Issicha Puytu. La hizo vestir con la ropa de las
matronas, de las principales. Ella tenía trenzas. Y sus trenzas las mandó peinar como se peina la
cabellera de las soberanas. Con grandes prendedores de plata le hizo adornar la cabeza; extremó
su amor el curaca en estas cosas. La hizo vestir con ropas de finísimo hilado, la hizo calzar de
sandalias. Toda ella la adornó y vistió como a las señoras principales. En las llikllas, en las mantas
que debían cubrirle la espalda, mandó tejer palomas. Todas sus vestiduras estaban tejidas con
franjas anchas en las que se había retratado a las flores de la tierra. Así la cargó de adornos como a
una planta florecida, y la transformó. De este modo vivían y pasaba el tiempo. Ella no se ocupaba
de nada, su señor no la hacía trabajar. Pasaban el día entregados a la 10 Incluido en Canciones y
cuentos del pueblo quechua (1949). Fue recogido en Cusco por el padre Jorge A. Lira y traducido al
castellano en colaboración con José María Arguedas. 31 diversión y el juego, encerrándose en el
dormitorio. Comían juntos. Él la tenía en sus brazos, sobre sus rodillas, mientras comía. El señor
tenía muchos criados jóvenes. Todos odiaban a Issicha Puytu y hablaban mal de ella, a escondidas.
Y cuando la servían y le llevaban las comidas, refunfuñaban. Al señor no le importaba eso, ni nada.
Pero la gente del pueblo sabía, y también ellos murmuraban. Pero tampoco eso importaba al
curaca, ni temía el juicio del pueblo. Día y noche estaba con ella, con su amada. Con ella comía,
con ella dormía, con ella esperaba el anochecer. Issicha Puytu sabía tocar una quena hecha de
hueso humano. (Esas quenas se tocan bajo un cántaro alargado). Ella tocaba intensa y bellamente
la quena. Y por eso se llamaba Issicha Puytu. El curaca le compró una quena y un cántaro. Ella
pone las manos dentro del cántaro y toca la quena. El canta. Es el curaca quien canta. Así vivían
todos los días. Mientras tanto, los padres de ella la esperaban. Y como pasaba el tiempo y no
volvía, la madre dijo a los hermanos de Issicha Puytu: —¿Dónde estará mi hija? ¿Qué será de ella?
No ha vuelto desde que fue a cumplir su turno. O es que a han retenido para que sirva en la mita
para siempre. Id a preguntar por vuestra hermana. Luego prepararon un fiambre abundante y
enviaron a dos de los hermanos hacia el pueblo. Llegaron ambos a la casa del señor y preguntaron
a los jóvenes sirvientes. Uno de los hermanos dijo: —Issicha Puytu, mi hermana, vino a cumplir su
turno en la mita. Y no ha vuelto. ¿Qué es lo que hace en la casa del señor? Los jóvenes le
contestaron: —Tu hermana es ahora la Wayru (Señora). Se ha tornado en la Matrona. —Decidle
que han venido sus hermanos a averiguar de ella. Los sirvientes entraron a la casa a cumplir el
encargo. Dijeron a la señora: —Issicha Puytu, han venido tus hermanos a preguntar por ti. —
¿Quién puede ser mi hermano? —contestó ella. —Allí están en la puerta tus dos hermanos. Dicen
que han venido por orden de tus padres. 32 Issicha Puytu contestó: —Yo no tengo padre ni madre.
—Pues, mira, mira allí. Pero ella no quiso mirar. Muy tranquila, sentada sobre el lecho del curaca,
tocaba su quena, hacía gemir al instrumento. Nada más. Los jóvenes sirvientes volvieron donde los
hermanos y les dijeron: —Dice ella que no sois sus hermanos. Dice que no reconoce tener padre ni
madre. No quiere salir. Ha dicho de vosotros: “¿Qué ricos en excremento son los que quieren
reconocerme por hermanos?”. Sin embargo, los hermanos esperaron afuera, sentados,
conversando con la servidumbre. —Ella está con el Señor, vive con él —dijeron los sirvientes. Y les
contaron la historia de Issicha Puytu. Todo lo que ocurrió con ella, desde el principio. Y cuando los
hermanos estaban sentados entre los sirvientes, Issicha Puytu salió, por su propia voluntad. Los
hermanos se levantaron, fueron hacia ella y le dijeron: —¿Cómo te encuentras, hermana? ¿Dónde
estás? No volviste a nuestra casa. Cualquiera que haya sido tu suerte, debiste avisar, hermana.
Nuestros padres te enviaron con nosotros este fiambre. —Tú, mozo mugriento, tú no eres mi
hermano —contestó ella—. ¿De dónde, y por qué queréis ser mis hermanos? —Nuestra madre
está llorando por ti —contestaron ellos. —¿Y quién había sido mi madre? —volvió a preguntar
Issicha Puytu. —¿No te acuerdas de nuestros padres? —preguntaron los hermanos. —¿De dónde y
por qué pretendéis reconocerme? ¿Acaso soy de vuestra clase? Por qué me veis en alta condición
queréis haceros pasar como mis parientes —dijo ella con gran altivez. Recibió el fiambre que le
habían enviado sus padres y lo arrojó a la cara de sus hermanos. — ¿Cómo me habéis traído esto?
¿Soy acaso de las que comen esas cosas? —les gritó con el mayor desprecio. 33 Al oír estas
palabras, los hermanos se marcharon; volvieron a su casa. Llegaron donde estaban sus padres. —
Me enviasteis a preguntar por vuestra hija —habló el mayor de los hermanos—. Nos ha recibido
con desprecio. No quiso reconocernos. “¿Mozos tan mugrientos pretendéis haceros pasar por mis
hermanos?”, nos dijo. —No es posible que mi hija haya hablado de ese modo —contestaron el
padre y la madre. —Aún la comida que le enviaste nos arrojó a la cara. No se acuerda de nuestra
casa. Y así, minuciosamente, hicieron el relato de la visita a Issicha Puytu. —Vuestra hija vive con el
curaca —dijeron. Pero los padres no quisieron creer lo que oían. —No. No es posible que mi hija
sea de tal índole -respondieron—. Vosotros odiáis a mi hija. No queréis que ella vuelva, y por eso
inventáis esos cuentos. No creyeron en las palabras de los hermanos. Y así fue. * * * Pasó mucho
tiempo en la vida de Issicha Puytu. Concibió un hijo; estaba embarazada. Entonces, nuevamente,
los de su casa quisieron saber de ella. Y la madre envió al padre. Como en la primera vez,
prepararon un fiambre. —Si será verdad que nuestra hija es como sus hermanos cuentan de ella.
Anda y ve por ti mismo —dijo la madre a su marido. El padre llegó a la casa del curaca. Preguntó
por su hija. Los criados contaron al padre la historia de Issicha Puytu, como habían contado a los
hermanos. —Hacedme el favor de llamarla —dijo el anciano—. Decidle que ha venido su padre.
Los criados le anunciaron ante Issicha Puytu. Y ella contestó: 34 — ¿Quién puede ser mi padre? Y
como le dijeron: “Es tu padre quien ha venido”, ella salió murmurando: —¡Oh! ¿Quién, quién
había sido mi padre? En cuanto vio a su hija, el anciano fue hacia ella, iluminado de alegría
exclamó: —¡Oh hija mía! ¿Cómo estás? —y con el corazón ardiente de amor prosiguió: —¿Cómo
no has vuelto hasta ahora? ¿Qué es lo que te está pasando? Y ella le contestó: —Oye, perro viejo:
¿cómo puedo ser yo hija tuya? ¿Cómo, de qué modo pudiste ser tú mi padre? Issicha Puytu estaba
encinta. Y el padre contestó dulcemente: —No, hija mía, no me digas eso. No puede ser. No es
posible que me contestes de este modo. Recibe siquiera el regalo que te he traído. Y desatando la
pequeña carga que traía le alcanzó el fiambre que la madre había preparado. Pero ella lo rechazó.
—Oye, perro viejo —le dijo—. ¿Soy acaso de las que comen estas cosas? Fuera de aquí. No
pretendas reconocerme. Y lo arrojó de la casa. Llorando, el padre volvió. Llegó donde su mujer y le
dijo: —Era cierto. Tu hija se ha tornado en otra, a la que ya no es posible reconocer. Está
embarazada. Me ha contestado con desprecio y me ha arrojado de su casa. El viejo habló con voz
lastimera. Pero la madre no quiso creer. —El padre y Ios hermanos, todos la odiáis —dijo. —Tu hija
nos ha negado, a su padre y a su madre —insistió el anciano. Y lloró en presencia de su mujer. Sin
embargo, la madre no daba fe; siguió hablando: —Tú no has llagado, oye anciano, a la casa del
curaca. —Pues, anda tú, anda a saber —contestó el padre. 35 Pero la madre no fue. Y pasó el
tiempo. —Quizá vuelva, despacio, poco a poco —decía. Y no fue. * * * Issicha Puytu dio a luz.
Hicieron bautizar al niño y eligieron padrino a un hombre que vivía en una casa vecina a la del
curaca. Pero el niño murió. El curaca cuidó y curó a Issicha Puytu; la cuidó con todo amor y
esmero. Y siguieron viviendo solos. Y amaron mucho al padrino del niño. Y pasó el tiempo. La
madre seguía esperando. Pero Issicha Puytu no aparecía. Entonces empezó a preparar su fiambre:
hizo galletas de harina de quinua y kkañiwa (k’íspiñu), cocinó mote y chuño hervido. “Estas eran
las comidas que ella prefería. ¡Cuánto deseo tendrá de probarlas!”, decía, mientras preparaba su
atado de fiambre. —Mi hija debe ser la criada del curaca —dijo. Y, llena de pena, se echó el atado
a las espaldas—. Uno con una historia, otro con otra historia vienen donde mí para hablarme de
mi hija. Ahora que yo llegue, veré por mí misma si es como ellos dicen. Y emprendió la marcha
hacia el pueblo. Llegó a la casa del curaca. A esa hora, su hija estaba tomando el sol echada sobre
una alfombra. Tenía en la cabeza hermosos prendedores de plata. Era una matrona soberana.
Imposibe de ser reconocida. Y la anciana dudó, no podía reconocer a su hija. Issicha Puytu estaba
muy engalanada. “¿Es esta mi hija, o no es ella?, se preguntaba y la miraba con asombro.
Entonces, su hija le habló: —Oye, vieja, ¿qué es lo que quieres? La madre la reconoció en el sonido
de la voz. Y le habló presurosa: —Oh, hija mía! ¿Cómo estás? Y corrió a abrazarla. Pero Issicha
Puytu la rechazó. Aun así, la anciana le alcanzó el atado de manjares que había traído. Issicha
Puytu recibió el regalo y dijo: — ¿Por qué venís cada uno de vosotros trayéndome comidas
inmundas y tratando de haceros pasar por mis parientes? ¿Yo acaso os conozco, mujer
maloliente? 36 Y le arrojó el fiambre a la cabeza. Entonces la madre exclamó: —¿Qué te pasa, oh
criatura? ¡No te vuelvas contra el bien, hija mía! Yo te envié a que cumplieras tu turno en la mita,
no te mandamos para que cambiaras de este modo. —¡Fuera de aquí, vieja! ¡No me dirijas más la
palabra! —gritó Issicha Puytu. —¿Ya no recuerdas que soy tu madre? —preguntó la anciana—. ¿Es
verdad que le arrojaste mi regalo al rostro de tu padre, y que hiciste lo mismo con tus hermanos?
¡Vámonos ahora! —ordenó la madre. —¿Dónde puedo ir yo, vieja inmunda? —contestó Issicha
Puytu. —A nuestra casa. ¿O es que ya no recuerdas tu hogar? —¡Fuera de aquí, vieja! ¡Ya no me
hables más! —gritó Issicha Puytu, decidida ya a arrojar de su casa a la madre. La anciana recogió la
comida del suelo. Y así, de rodillas, en medio del patio, lloró. Issicha Puytu la estaba mirando. —
Desde hoy para siempre ya no serás mi hija —dijo la madre— ¡Cuidado con que más tarde quieras
decir: “Fuisteis mi padre y mi madre!”. Ya no podrá ser en ningún tiempo, ¡Nunca podrás
llamarme! Y pronunciando la última frase iba saliendo de la casa. Pero la hija le contestó: —¿Quién
podrá llamarte “Madre” a ti? Entonces la madre se descubrió el seno, hizo como si se ordeñara
hacia el suelo, y pronunció la maldición suprema: — ¡Con esto has de encontrar la vida eterna!
Luego salió de la casa y tomó el camino de su comunidad. Iba llorando en el camino. “¿Cómo ha
podido mi hija hacerme lo que ha hecho? ¡Aun los manjares que hice para ella me los arrojó al
rostro!”, decía. Y sus lágrimas rodaban como grandes gotas de lluvia, como el pesado granizo. “Yo
que no quise creer a mi esposo ni a mis hijos. Sin embargo, ellos decían la verdad. ¡Mi hija es como
ellos decían!”, seguía hablando. Y llegó a su casa, llorando. Y dijo a su esposo y a sus hijos: 37 —Era
verdad. Vuestra hermana se ha pervertido, como dijisteis. Ahora sí creo. Entonces convinieron
entre todos: —Ya no volveremos a su casa. Y aun cuando entremos al pueblo, no iremos donde
ella vive. Y así hay que ser, para siempre. Y la olvidaron. * * * Al día siguiente de haber arrojado
Issicha Puytu a su madre, el curaca tuvo que hacer un viaje repentino y largo. Debía dormir un día
en el sitio adonde iba. Antes de partir, el curaca amonestó muchas veces a sus criados; les dijo: —
Cuidáos de no atender bien a vuestra señora. La serviréis con esmero; tenderéis bien su lecho. Y
partió. Había ordenado antes que los criados acompañaran a dormir a la señora, que cuidaran su
sueño. Pero los criados no obedecieron. Apenas salió el curaca, murmuraron. —¿Quién ha de
cuidar a esa mujer? ¿Quién ha de querer alcanzarle nada? —y se entregaron al juego, a divertirse
entre ellos. Nadie fue a cuidar el sueño de Issicha Puytu. Al día siguiente, en la mañana, fueron de
muy mala gana a servirle el desayuno. Y la encontraron muerta. Estaba muerta sobre su lecho.
Entonces los criados se espantaron. —¿Qué puedo haberle sucedido a esta mujer? ¡Está muerta!
—exclamaron—. El señor nos castigará por no haberla acompañado. Y reflexionaron para
encontrar la forma de justificarse. “¿Cómo hemos de explicar su muerte?”, decían. “¿Por qué no
estrásteis a su dormitorio para cuidar su sueño?”, nos preguntará el señor. Al fin convinieron en
decir que Issicha Puytu había muerto en la mañana, y no en su lecho, sino fuera, ya levantada. Y
vistieron el cadáver de Issicha Puytu. Peinaron su cabellera como solía peinarse ella todos los días.
Luego, tendieron el cadáver sobre el lecho. Al poco rato llegó el curaca y preguntó: 38 — ¿Dónde
está la señora? ¿Dónde está mi paloma? —Ha muerto —le dijeron. — ¿Cómo? ¿Cómo es posible?
¿De qué modo? —Esta mañana se levantó muy temprano. Sentada sobre una alfombra estuvo
viendo un escrito. En la puerta de la casa se calentaba al sol. Y de repente se estremeció, cayó de
espaldas, inmóvil. Entonces hicimos cuanto era posible. Pero no pudo revivir. Y la llevamos,
apenas, hasta su lecho. El curaca había comprado en su viaje los objetos más bellos para Issicha
Puytu. Y llevando los regalos entró al dormitorio y cerró duramente la puerta. Llorando, levantó a
su amante y la hizo sentar sobre el lecho, y empezó a llamarla: —¡Vuelve a la vida, Issicha Puytu!
¡Vuelve a la vida! Se sentó a su lado; y lloraba. Lloró toda la noche, junto a su amada. Al amanecer
la vistió con los trajes nuevos que le había traído, la engalanó y volvió a llamarla: — ¡Issicha Puytu,
toca la quena del cántaro! Cuando entraron los criados encontraron el cadáver sentado,
hermosamente vestido y engalanado, y vieron que el curaca le hablaba como si Issicha Puytu
estuviera viva. Así la estuvo contemplando durante tres noches y tres días. No se acordó siquiera
de que Issicha Puytu debía ser sepultada. Y en ese trance, cuando la estaba contemplando. Issicha
Puytu revivió; levantó la quena y empezó a tocarla. Era como la muerte el canto de la quena; bajo
el cántaro, el instrumento lloraba a torrentes; llamaba al llanto y a la muerte. El curaca era feliz:
“¡Ya revivió Issicha Puytu!”, exclamaba. Estaba viva, pero ya no sabía ni vestirse ni peinarse. No era
ya la misma. Él tenía que peinarla. Y cada vez la vestía con nuevos trajes. Le servía comida en las
manos; pero no comía. Ya no le llegaba el hambre ni la sed. Ya no hablaba como antes. Sólo a
instantes hacía sollozar su quena bajo el cántaro. Y dormía. Y entonces, una noche, el curaca quiso
pecar con ella. Y cuando estaba consumado el pecado, de dentro del lecho se incorporó una
bestia. Issicha Puytu estaba convertida en un asno. Pero el curaca exclamó lleno de alegría:
“¡Ahora sí! Aunque se haya convertido en 39 asno, ella estará conmigo, iré con ella a todas partes.
¡Ya no tendré que enterrarla!”. Amaneció con la bestia en su dormitorio. Al día siguiente, el curaca
llevó el asno a la casa del padrino de su hijo. Y le dijo: —Tú que cargaste a mi hijo en la pila
bautismal, tú, mi prójimo, mi señor, ve que ahora tengo a esta bestia para mí. La he comprado
para mis viajes. Para que esté siempre conmigo. El padrino, este hombre, era entendido en herrar
y arreglar los cascos de la bestia. El curaca le dijo: —Cuida de los cascos de mi asno, hiérralos
ahora. — ¿Por qué no hacerlo, para ti, padre como yo, mi curaca? —contestó: Herraremos a tu
bestia, ahora mismo. Y forjó unos herrajes a medida. Luego tumbaron al animal; le amarraron las
patas; acomodaron los herrajes y empezaron a clavarlos. Pero al primer golpe gritó la bestia: —
¡Ay! ¡Ay, mi señor! ¿Cómo me clavas los pies, tú, tú que fuiste el padrino de mi hijito? Y hablando
así, se levantó, convertida de nuevo en la matrona, en Issicha Puytu, en la señora hermosa. El
hombre, el padrino, se llenó de pavor. —¡Oh, mi curaca! ¡Qué me has mandado hacerl —exclamó,
mirando a su amigo. Y preguntó a Issicha Piytu: —¿Qué ha sido de ti? ¿Cómo, de qué suerte
pudiste convertirte en bestia, habiendo sido madre de un hijo de mi curaca, de mi señor? Entonces
habló Issicha Puytu: —A mi madre, a mi padre, a mis hermanos, les hablé con desprecio. Por eso
nuestro Señor me castiga. El haber arrojado al rostro de mi hermano la comida que me trajo de
regalo, no es culpa grande. Culpa grande es haber afrentado a mi padre y a mi madre con el
mismo pecado. —¿Y por qué procediste de esa manera? Issicha Puytu contestó: 40 —Por haber si
do amante de un señor como tú. Por eso ofendí a mi padre y a mi madre. He caído ahora en las
lágrimas de mi padre y de mi madre. Mi madre me maldijo exprimiéndose los pechos Y esa misma
noche me alcanzó la muerte. ¡Ya no podré encontrar mi redención! Y cuando estuve muerta, este
curaca intentó hacerme pecar; y por eso me convertí en bestia. En un pecado horrendo el que
quería que yo cometiera. Y me convertí en bestia. Viendo que estaba muerta, no temió a mi
cuerpo inerte, y me profanó. Impulsado por su alegría demoníaca me acarició, puso sus manos
sobre mí; y después quiso hacerme caer en el horrendo pecado. Pero yo ya no puedo pecar,
porque estoy muerta. Envileció mi cadáver vergonzosamente. Y por eso me convertí en bestia.
Issicha Puytu acabó de decir estas palabras, y cayó de espaldas. Y murió definitivamente; se
convirtió en cadáver. Para el pueblo, Issicha Puytu murió en la casa del padrino. “Aquí murió”, dijo
él. Y empezó a disponer el entierro del cadáver. Pero el curaca se opuso: —La llevaré a mi casa. Allí
la cuidaré —dijo. Pero el padrino contestó: — ¡Qué es eso, curaca mío! ¡No tendría nombre lo que
propones! Tenemos que enterrarla. E impidió que el curaca se llevara el cadáver de Issicha Puytu.
Y la enterraron. Le hicieron un funeral pomposo; como se entierra las matronas respetables, a la
consorte de los que mandan. El curaca asistió a los funerales. Iba cantando junto con las lloronas,
repitiendo el llanto de ellas. Pero no repetía la voz de las plañideras, cantaba con sus propias
palabras: “Issicha Puytu: ¡adelántate, adelántate! —iba diciendo—. Donde quiera que vayas yo
estaré contigo, juntos, siempre juntos”. Y cuando estaba llorando con estas palabras, la
enterraron. Concluido el funeral, todos se fueron. Acompañaron al curaca hasta su casa. Pero, a la
media noche, el curaca se levantó y se encaminó hacia el panteón, llevando las ropas de Issicha
Puytu. Llegó hasta el sitio donde la enterraron, y escarbó la tierra. Entonces Issicha Puytu volvió a
la vida, salió de donde estaba enterrada. El curaca la vistió hermosamente. Y se echaron a andar.
En la puerta del panteón, gritó el curaca: 41 — ¡Issicha Puytu! ¡Ahora sí! ¡Con ella me voy
eternamente! ¡Con Issicha Puytu! Y se fueron, no sabemos dónde. Entonces aullaron los perros, de
pueblo en pueblo. Dicen que vino un carro de fuego, y que el demonio se llevó a los dos. A la
mañana siguiente, los vecinos preguntaron en la casa del curaca. Pero él no estaba; y habían
desaparecido también todos los vestidos de Issicha Puytu. Luego, fueron al panteón, a ver. Y
encontraron escarbada la sepultura de Issicha Puytu. Los dos amantes ya no estaban. Así fue todo.
La casa del curaca se sumió en el silencio. Más tarde se convirtió en ruinas. En desolada pampa.