2-El Mensaje de La Catequesis y Su Transmisión
2-El Mensaje de La Catequesis y Su Transmisión
2-El Mensaje de La Catequesis y Su Transmisión
Materia: Catequesis I
Profesor: Diego Pesich
Curso: 1º año
Unidad 2
“El mensaje de la Catequesis y su transmisión”
Antes de abordar un tema tan importante, me parece oportuno hacer una salvedad: la mejor definición
de “catequista” la ofrece el mismo catequista con su vida. Es por eso por lo que no vamos a intentar de
definir qué es un catequista a la manera de diccionario, sino que intentaremos descubrir lo que tiene de esencial
el mandato que Cristo nos hace de anunciar el evangelio y enseñarlo, para poder descubrir también cómo
debemos ser.
Jesús nos esboza la figura del catequista en sus mismas palabras:
▪ “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes” (Jn. 20, 21).
▪ “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes y los destiné para
que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero” (Jn. 15, 16)
▪ “Serán mis testigos… hasta los confines de la tierra” (Hech. 1, 8)
El catequista es enviado, así como el Padre envió al Hijo para manifestar su amor al mundo. El
catequista es enviado a manifestar con obras y palabras el amor de Dios Padre que envía a su Hijo, el amor del
Hijo que da la vida por la humanidad y el amor del Espíritu Santo que nos congrega como Iglesia para que
siendo “uno” el mundo crea. El que envía no es otro que el mismo Jesús y es por eso por lo que el catequista
va en nombre de Cristo, con su fuerza, proveniente del mismo Espíritu por el que fue movido Nuestro Señor.
El catequista es elegido por Dios para esta tarea. En esto consiste la vocación, en el llamado que Dios
hace sobre su persona. Dios no elige lo mejor, elige lo que quiere y porque lo quiere es lo mejor. Dios tiene
para realizar su elección, criterios muy diferentes a los nuestros. Por lo tanto, con profunda humildad el
catequista debe sentirse elegido, no como un privilegio que recae sobre él, sino como una responsabilidad. El
privilegio está en el poder mostrar a Dios y trabajar por su obra. El fundamento de la elección será para el
catequista siempre un misterio que debe aceptar con sencillez y humildad de corazón.
El catequista es destinado a dar fruto duradero y para dar fruto es necesario ser como el grano de
trigo que muere. Es decir que el mejor fruto lo logra el catequista por la imitación de Cristo, que muere para
darnos vida. El catequista debe imitar a Cristo en todas sus actitudes, muriendo a sí mismo con Cristo y
resucitando con Él. Este fruto será duradero en la medida en que sea bueno el testimonio que demos de Cristo,
pero también en la medida en que el terreno donde se siembra sea bueno. Quien prepara el terreno es Dios y
por eso es importante la oración del catequista por los destinatarios del mensaje.
“Serán mis testigos” nos dice el Señor en el libro de los Hechos, y quizá sea esta una verdad fundamental
sobre el catequista. El catequista es testigo (Apóstol), que habla en primera persona de lo que vio y oyó, de lo
que experimentó en su vida. Fruto de esta experiencia es su vocación por la que dedica su actividad al servicio
de la Iglesia que a través de él se manifiesta, vive y se desarrolla.
Es un maestro y educador llamado a explicar la profunda riqueza del misterio de Cristo, a hacer
percibir y comprender, en cuanto es posible, la realidad de Dios que se revela y comunica. Es un discípulo del
único Maestro, Jesucristo, que trata de lograr el desarrollo integral de la personalidad cristiana de los fieles.
Más que con las palabras, educa presentando el modelo de su propia vida. El catequista debería poder decir
con San Pablo: “Sean imitadores míos, así como yo lo soy de Cristo” (1Cor 11, 1).
El catequista es un hombre de Dios. No puede comunicar a Dios quien no vive del Espíritu de Dios.
El catequista no pronuncia grandes discursos, sino que comunica la vida del Espíritu, y la vida sólo se transmite
mediante la vida. Es indispensable para el catequista hacer la experiencia de Cristo. Como Pablo, para quien
“la vida es Cristo y la muerte, una ganancia”; como Juan, que, en contacto con Jesús, conoció y creyó en el
amor de Dios hacia nosotros; como Pedro, que pudo decirle al Señor “Tú sabes que te amo”.
El catequista es asiduo a la meditación de la Palabra de Dios, donde busca el diálogo con el Señor,
donde aprende a dedicar los días y horas a los demás como Jesús, a preferir a los más pequeños y pobres, a ir
en busca de los no evangelizados, a referir, a ejemplo de María, las maravillas obradas en él por el Señor, donde
toma conciencia de que está llamado a ser “Sal de la tierra y luz del mundo”.
El catequista se siente iglesia en la vida de fe, por la que la comunidad vive la Palabra de Dios
escuchada, meditada, rezada, predicada; en la vida de caridad y servicio, por la que los creyentes forman un
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solo corazón y una sola alma; en la celebración de la fe y de la caridad, donde los creyentes participan de la
Cena del Señor anunciando su muerte, proclamando su resurrección y aguardando su regreso.
El catequista busca conocer el misterio de Cristo. La ciencia del catequista es la vida de Cristo a quien
debe conocer en profundidad. Jesús es el centro de la catequesis y el conocimiento doctrinario que el catequista
ha de poseer, debe ser un desarrollo de la fundamental experiencia de fe que tiene a Jesucristo por objeto. Pero
no puede limitarse a hablar sólo de Jesucristo ya que la fe contiene otros misterios que deben darse a conocer:
el misterio trinitario, la Iglesia, los sacramentos, la ley del amor, etc.
Sabiendo que la fuente única de la catequesis es la Palabra de Dios en sus diversas expresiones, debemos
comunicar el mensaje siendo fieles a él y a quien lo recibe. Los criterios para tener en cuenta en la transmisión
del mensaje son:
- El cristocentrismo: Jesucristo no sólo transmite la Palabra de Dios, sino que Él es la Palabra de Dios.
Por eso toda la catequesis está referida a Él. La catequesis debe mostrar a Cristo y todo lo demás en referencia
a Él. Cristo, por otro lado, es el centro de la historia de la salvación, en quien el plan de Dios llega a su
cumplimiento. Por último, el cristocentrismo significa que el mensaje proviene de Él y no del catequista.
- El cristocentrismo trinitario: Jesucristo es la Palabra del Padre que habla al mundo por medio del
Espíritu Santo. El misterio de la Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, y Cristo es centro
del misterio trinitario, por ende, centro de la catequesis.
- La salvación: Jesucristo vino a anunciar la Buena Noticia y núcleo de ésta es la salvación de todo lo
que oprime al hombre (el pecado, el maligno, la naturaleza dañada, etc.). Jesús nos redime, nos compra al
precio de su sangre divina y se ofrece en el único sacrificio digno de agradar a Dios.
- La liberación: El mensaje de la catequesis debe anunciar la liberación obrada por Cristo. Él ha liberado
al mundo y continúa liberándolo. Esta liberación no debemos entenderla en un plano puramente terrenal
(social, político, económico, etc.). La verdadera libertad es la propia de los hijos de Dios que llega a su
realización máxima en la práctica del amor.
- La eclesialidad: La catequesis no es otra cosa que el proceso de transmisión del Evangelio tal y como
la comunidad cristiana lo ha recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y lo comunica de múltiples formas.
Cuando la catequesis transmite el Misterio de Cristo, en su mensaje resuena la fe de todo el pueblo de Dios a
lo largo de la historia.
- La inculturación: Así como Cristo al hacerse hombre se unió a las concretas condiciones sociales y
culturales de los hombres con quienes convivió, el Evangelio debe penetrar en lo más profundo de las culturas,
asumiendo aquellas riquezas culturales que sean compatibles con la fe y sanando o transformando los criterios,
pensamientos o estilos de vida que estén en contraste con el Reino de Dios.
- La integridad: Debemos presentar el mensaje evangélico íntegramente, sin silenciar ningún aspecto
fundamental, ni realizar una selección en el depósito de la fe. Sin embargo, la transmisión del misterio debe
ser de manera progresiva, siguiendo el ejemplo de la pedagogía de Dios, que se ha ido revelando de manera
progresiva y gradual, atendiendo a la capacidad de entendimiento del hombre.
- Lo significativo para la persona humana: El misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del
Verbo encarnado, porque Cristo no sólo vino a mostrar al hombre quién es Dios, sino que también vino a
revelar quién es el hombre al propio hombre, y mostrarle su altísima vocación. Cristo vivió plenamente su
humanidad: trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,
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amó con corazón de hombre. Todo lo que Cristo vivió, hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en
nosotros.
Con respecto a esto último, debemos entender que aquel a quien se dirige la catequesis es una persona
y que, por lo tanto, tiene una naturaleza creada a imagen y semejanza de Dios, y que sólo llegando a Él
encuentra su plena felicidad.
Siendo así, el hombre encuentra su felicidad última en la saciedad de sus potencias, es decir, cuando la
inteligencia alcance la verdad plena, cuando la voluntad se deleite en el bien absoluto, y pueda entonces, gozar
del amor pleno. De manera que el hombre está creado por Dios y para Dios, ya que no encontrará reposo para
sus potencias hasta que no descansen en el objeto que sacie a cada una por completo. Verdad, Bien y Amor
absolutos, solamente se encuentran en Dios.
Además, debemos pensar que cuando Dios soñó, pensó al hombre y lo creó, lo hizo en estado de gracia.
Es así como sin este don sobrenatural por el que Dios habita en el hombre, este último se encuentra incompleto.
En palabras de Pablo VI, el hombre sin gracia es un cadáver ambulante.
El mensaje de la catequesis tiene como única fuente la Palabra de Dios. La Catechesi Tradendae en nº
27 nos dice: “La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios, transmitida
mediante la Tradición y la Escritura, dado que la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el único
depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia”.
La Palabra es Jesucristo, el Verbo hecho carne cuya voz sigue resonando en la Iglesia por obra del
Espíritu Santo. Esta Palabra nos llega a nosotros a través de obras y palabras humanas. De la misma manera
que Cristo se hizo hombre para expresarse en palabra humana, para darse a entender a los hombres. No por
ser cercana deja de ser palabra de Dios. Es así como de alguna forma la Palabra de Dios queda velada y la
Iglesia necesita interpretarla continuamente guiada por el Espíritu Santo.
La Sagrada Escritura es Palabra de Dios en cuanto que fue puesta por escrito por inspiración del Espíritu
Santo. La Sagrada Tradición es la Palabra de Dios en cuanto que es transmitida íntegramente a los sucesores
de los apóstoles a quienes había sido confiada por Cristo y por el Espíritu Santo. El Magisterio de la Iglesia
tiene la función de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, guiada por el Espíritu que las inspiró.
Tradición, Escritura y Magisterio son fuentes principales de la catequesis.
Esta Palabra de Dios contenida en la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura tiene sus fuentes
subsidiarias:
Es meditada y comprendida cada vez más profundamente por el sentido de la fe (sensus fidei) de todo
el pueblo de Dios, bajo la guía del Magisterio de la Iglesia que la enseña con autoridad.
Se celebra en la Liturgia, donde constantemente es proclamada, escuchada, interiorizada y
comentada.
Resplandece en la vida de la Iglesia, en sus dos mil años de historia, en el testimonio de los cristianos,
particularmente los santos.
Es profundizada en la investigación teológica, que ayuda a los fieles a avanzar en la inteligencia vital
de los misterios de la fe.
Se manifiesta en los genuinos valores religiosos y morales que, como semillas de la Palabra, están
esparcidos en la sociedad humana en las diversas culturas.
Este ministerio de la Palabra es el que transmite la Revelación por medio de la Iglesia a quien esta
revelación le fue confiada. La Iglesia con su ministerio profético hace que las palabras y las obras del Señor
sigan resonando para los hombres de todos los tiempos.
- La función de iniciación: Busca introducir a la “vida” de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo
de Dios al que, movido por la gracia, decide seguir a Jesús.
- La función litúrgica: Cuando el ministerio de la Palabra se realiza en el interior de una acción litúrgica,
es parte integrante de la misma liturgia. El ejemplo más eminente es el de la homilía de la Misa.
Debemos referirnos también a la preparación para los distintos sacramentos.
- La función teológica: Busca desarrollar la inteligencia de la fe, ya que la fe busca entender. Es una
profundización en la comprensión de los misterios de la fe para una mejor enseñanza de los mismos y
sobre todo para lograr vivirlos mejor.