Dossier Escuela Frankfurt 2023
Dossier Escuela Frankfurt 2023
Dossier Escuela Frankfurt 2023
Darío Montero
La historia sobre los orígenes de la Escuela de Frankfurt, que este año 2023 cumple cien años
de existencia, está inextricablemente unida a la de Felix Weil, nacido en Buenos Aires, Argen-
tina. Su padre era un gran comerciante y exportador de cereales afincado en ese país, quien
tuvo que, a causa de una enfermedad, retornar a Alemania, de donde era oriundo. Se establece
junto a su familia en la ciudad de Frankfurt –antiguo centro europeo de transporte y de co-
mercio— y, como al finalizar la Primera Guerra Mundial se retomaron los vínculos de amistad
entre Argentina y Alemania redundando esto en beneficio del negocio importador familiar,
Weil padre eventualmente se pudo convertir en un poderoso mecenas de la Universidad de
Frankfurt. Al hijo no le interesaba seguir la vida de comerciante: cautivado como estaba por las
ideas y los movimientos políticos del día –la guerra acababa de terminar y la Revolución de no-
viembre estaba en curso— Felix se dedica más bien al estudio de las teorías socialistas en boga,
como preparación para poder incidir con mayor conocimiento de causa en los acontecimientos
políticos que se desarrollaban ante su mirada. Estrechó lazos de amistad con Clara Zetkin y
financió una editorial bajo la cual vio la luz Historia y consciencia de clase de Georg Lukács.
En la primavera del año 1923, Weil junto a Karl Korsch –un profesor asociado en Jena— orga-
nizan una Semana de Trabajo Marxista, cerca de Weimar, a la que asistieron, entre otros, el ya
mencionado Lukács, Karl August Wittfogel y Friedrich Pollock – la que, vista con perspectiva,
se convertiría en algo así como el primer seminario teórico del aún no inaugurado Instituto de
Investigación Social: muchos de los asistentes presentes durante aquella Semana devendrían
en miembros activos de lo que se conocería posteriormente como la Escuela de Frankfurt. En
colaboración con Kurt Albert Gerlach, quien muriera justo antes de concretarse el proyecto,
Felix Weil funda el Instituto como anexo a la Universidad, el cual, si bien de inspiración he-
geliana-marxista, busca en forma explícita el desarrollo de una investigación social de amplio
alcance. Su primer director fue Carl Grünberg quien, luego de sufrir un ataque de apoplejía en
1928, dejará el cargo disponible para que lo asumiera, una par de año después, Max Horkhei-
mer.
De hecho, durante las últimas dos décadas del siglo XX la discusión académica en par-
ticular y pública en general se vio fuertemente influida por las ideas del máximo repre-
sentante de la así llamada segunda generación de la Escuela de Franfurt: Jürgen Ha-
bermas. En este dossier, Paulina Morales disecta al Habermas de la Teoría de la acción
comunicativa pero también al de Facticidad y validez, mostrando algunos límites de su
teorización social y política. Para ello, Morales reconstruye algunos aspectos centrales
del pensamiento habermasiano: su dicotomía sistema/mundo de la vida, su concep-
ción ternaria del orden social (Estado, mercado, sociedad civil), así como su ética del
discurso y su propuesta de democracia radical. En el camino, el artículo revisa la recep-
ción latinoamericana de la obra habermasiana, a partir de algunos tópicos relevantes y
prevalentes en la región, los que son abordados desde una perspectiva crítica y situada.
En efecto, desde Latinoamérica ha emergido un conjunto de críticas e interpelaciones
al pensamiento de Habermas, ya sea desde lo que se conoce como filosofía de la libe-
ración, ética intercultural o el pensamiento decolonial. Las refutaciones de un Enrique
Dussel, entre otros intelectuales latinoamericanos, figuran como representativas de una
forma de impugnación a las ideas de Habermas característica de nuestra región.
Como se ve, estos trabajos reflexionan sobre los modos en que la Teoría Crítica alemana
ha sido recibida e interpretada en América Latina.
hasta el día de hoy. Así, Camilo Sembler reconstruye el cómo se ha abordado el fenóme-
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no de la familia desde la década de 1930 –cuando la primera generación de la Escuela
buscaba desvelar las condiciones culturales y psíquicas del autoritarismo político que
se manifestaba tan grotescamente en la Europa de aquellos años— hasta fines del siglo
pasado por intermedio de teóricos críticos como Jürgen Habermas, Nancy Fraser y Axel
Honneth. Si entonces los intelectuales de Frankfurt veían a la familia nuclear moderna
(dominada por la figura del padre) desde el punto de vista de su capacidad generadora
de determinados tipos de carácter autoritarios, posteriormente el foco de la atención
estará puesto en el vínculo entre familia –entendida, aunque no exclusivamente, como
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esfera de relaciones de reconocimiento recíproco— y democracia. Actualmente, los rá-
pidos cambios en la estructura familiar, el auge de los autoritarismos políticos y la crisis
de las democracias parecieran refrendar la importancia que la Escuela de Frankfurt le
ha concedido al intentar comprender la interrelación entre estos fenómenos.
Como nos recuerda Gianfranco Casuso en su contribución a este dossier, también Al-
thusser habló de los potenciales efectos nocivos de determinados procesos de socia-
lización y reconocimiento para la autorrealización y el desarrollo de la personalidad.
Hablar de ‘reconocimiento’ no debe, por lo tanto, ser identificado sin más con un tipo de
vinculación humana favorable al despliegue de una vida humana autónoma o realizada,
sino que se puede también encontrar formas patológicas de reconocimiento que solo re-
fuerzan actitudes y roles sociales conformistas. Esta ambivalencia es ciertamente tenida
en cuenta por Axel Honneth, como destacado representante de la a veces llamada ter-
cera generación de teóricos críticos, y la mira, de hecho, sin fatalismos ni incompatibili-
dades. O dicho de otro modo: a pesar de su dimensión ineludiblemente reproductiva de
normas sociales heredadas que refuerzan el status quo, el reconocimiento puede cum-
plir también un rol emancipador que apele, no a un adiestramiento, sino que a la capa-
cidad de los agentes de generar conocimiento y autodeterminarse. El complejo vínculo
entre los elementos reproductivos y productivos del reconocimiento y la posibilidad de
una ‘superación de la inmediatez’ de un orden normativo vigente son temas explorados
con gran originalidad por Casuso, siguiendo las huellas de Honneth, pero también de
otros autores como Wilfrid Sellars, Robert Brandom o Miranda Fricker.
Nuestra conmemoración concluye con una entrevista realizada el año pasado en San-
tiago de Chile a Hartmut Rosa, quien reflexiona de un modo cándido y sincero sobre
el estado actual de la teoría social en el mundo, destacando la perdurable vigencia y
vitalidad de la Escuela de Frankfurt desde sus comienzos hasta el día de hoy. Pensando
en el estudiante deseoso de introducirse a esta corriente de pensamiento social de un
modo más amplio (y quizás por primera vez), escribí el artículo con que se abre el pre-
sente dossier y que busca ofrecer una gran panorámica sobre el desarrollo de las ‘cuatro
generaciones’ –desde Horkheimer hasta Rosa.
Dario Montero1
Resumen | En este escrito de ocasión que conmemora los cien años de la Escuela de Frank-
furt se ofrece una introducción histórico-conceptual a la Teoría Crítica como corriente inte-
lectual dentro de la sociología y de la filosofía social en general, desde sus inicios en la década
de 1920 hasta el presente, pasando revista a cuatro generaciones de pensadores, con especial
énfasis en la última.
Palabras clave | Escuela de Frankfurt, Teoría Crítica, Filosofía Social, Sociología, Historia
Abstract | This article commemorates the hundred years of the Frankfurt School by offering a
historical-conceptual introduction to Critical Theory as an intellectual current within sociolo-
gy and social philosophy in general, from its beginnings in the 1920s to the present, reviewing
four generations of thinkers, with special emphasis on the last one.
1 Doctor en Sociología por la Universidad de Jena y académico del Departamento de Sociología de la Universidad
de Chile. Email: [email protected]
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Al terminar la Primera Guerra Mundial circulaba en Europa un clamor general sobre
la necesidad de un cambio radical del orden social existente que había conducido a
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la conflagración más sangrienta conocida hasta ese momento. Bajo ese clima, surge
en 1923, un movimiento intelectual en Alemania que se conocería posteriormente
como Teoría Crítica, liderado por Max Horkheimer y Theodore Wiesengrund Adorno.
Reunidos en torno al Institut für Sozialforschung, perteneciente a la Universidad de
Frankfurt, un grupo de filósofos, sociólogos, psicólogos e historiadores del arte pro-
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pusieron un nuevo programa de investigación para las ciencias sociales que haría épo-
ca. En aquellos años, el estudio de la sociedad, tanto en Europa como en Norteamé-
rica, estaba dominado por un paradigma positivista o cientificista. Era el apogeo del
Círculo de Viena de Moritz Schlick, también llamado Empirismo Lógico, de la filosofía
analítica anglosajona y del pragmatismo norteamericano. Una de las ideas centrales
de la Escuela de Frankfurt2 consistirá en que la sociología y en general las ciencias
sociales no deben restringirse a solo describir y explicar los fenómenos sociales sino
que, dando un paso adicional, han de poder atreverse a evaluarlos y criticarlos. El
correlato práctico de esta crítica social constituye la posibilidad de una emancipación
social, una liberación por parte de los actores sociales de las situaciones de opresión
y sufrimiento en las que se encuentran. Esta primera generación de teóricos críticos
entendió que su labor se debía apegar a un estudio contextual de las sociedades en
consideración. En esto, ellos conectan con una larga tradición filosófica que se remon-
ta a Hegel.
Según esta tradición, planteada por primera vez en la Fenomenología, pero que se
retoma en los escritos de Feuerbach y Marx, el conocimiento del ser humano y la so-
ciedad debe ser entendido como crítica inmanente. No podemos asumir dogmática-
mente desde el comienzo estar en posesión de una supuesta verdad universal, de un
criterio a-histórico, de una naturaleza humana invariante. Nuestro conocimiento del
ser humano o de la sociedad que estudiamos no puede partir sin presuposiciones; por
ende partimos de lo dado históricamente. Pero inmediatamente debemos desafiar y
cuestionar las concepciones heredadas o presupuestas, en tanto las experimentemos
como inadecuadas, hasta que éstas puedan resistir con efectividad a la crítica que
ejercemos. En sus reflexiones sobre el conocimiento, Hegel partió de la teoría del
sujeto de Kant y solo desde allí, al mostrar sus contradicciones internas, arriba a su
propia concepción; lo mismo se puede afirmar respecto a la crítica de Feuerbach so-
bre la noción hegeliana de un Espíritu supra-humano, o frente a lo que hace Marx y
Engels con Feuerbach en la Ideología Alemana. La crítica inmanente de estos autores
postula además, como ya adelantábamos, que descubrir la verdad en el plano del co-
nocimiento va de la mano con la tarea de liberar al ser humano en la práctica, y ambas
cosas se entienden como un proceso en el tiempo y en la historia. Avanzamos desde
el punto particular en que nos encontramos hacia uno mejor, en relación al anterior.
Vamos, por decirlo así, descartando formas sociales distorsionadas y opresivas bajo
las que vivimos, al tiempo que vamos destruyendo ilusiones y proyecciones ilegítimas.
Pero es un lento proceso de auto-transformación: no existe una solución directa, un
atajo que permita saltarse este camino dialéctico. Como se ve, detrás de esta crítica
inmanente hay una noción historizada de la libertad, muy influyente durante los úl-
timos dos siglos: el moverse, vía crítica social y revolución, desde formas de vida y de
pensamiento más distorsionadas a otras que se experimentan como más adecuadas.
Movimientos de liberación, en este sentido, los ha habido, de hecho, por montones
dentro del mundo moderno: movimiento de clase, anti-colonialistas, que buscan rees-
tructurar la relación entre los sexos, etc., y lo hacen removiendo estructuras de poder
2 Para un detallado recuento histórico sobre los orígenes de esta escuela, ver: Wiggershaus, 2011.
Cien años de Teoría Crítica: de Horkheimer a Rosa.
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condenados de la Tierra, provee un ejemplo en el siglo XX de este tipo de crítica;
aunque en su caso también se observa la influencia de Nietzsche y del existencialismo.
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componente normativo arraigado en la cultura de la cual provienen. En última ins-
tancia, sin embargo, estos autores suscriben a una filosofía materialista de la historia.
Siguiendo a Marx, ellos creen que es la misma expansión de las fuerzas productivas,
de los medios racionales para dominar la naturaleza los que poseerían un potencial li-
berador. Horkheimer arranca su carrera como intelectual subrayando esta tesis opti-
mista, la que mantiene hasta bien entrado los años treinta. Aquí, pues, teoría crítica y
su contenido doctrinal han de entenderse como situados en un contexto histórico-eco-
nómico concreto, que la constituye (Horkheimer, 2000). ¿Pero qué garantiza que este
conocimiento vaya efectivamente más allá de explicar y predecir procesos empíricos?
¿Cómo es capaz de tomar esa necesaria distancia reflexiva para criticar un estado
de cosas? Aquí Horkheimer tiene que introducir un segundo elemento: existiría una
actividad humana de tipo transformativa más ligada a una lucha social a través de la
historia que a una dominación societal de la naturaleza. ¿Pero es en verdad separable
la lucha social de los procesos productivos sobre la naturaleza? Desde el materialismo
histórico eso no puede ser: más bien, se debe hablar de un potencial racional encarna-
do en las fuerzas productivas, potencial que se libera ocasionalmente en los conflictos
sociales. ¿Pero cómo finalmente puede la libertad surgir de la necesidad? Son estos
viejos problemas filosóficos con los que, naturalmente, ya se tuvo que enfrentar Marx.
Visto desde otro ángulo, el programa de investigación que lanzan Horkheimer y sus co-
legas se afirma en el objetivo de superar la extrema dicotomía en la que estaba sumida
la vida académica de aquellos años, luego de la entrada triunfal del positivismo hacia
la segunda mitad del siglo XIX, entre el trabajo empírico de las ciencias especiales, por
un lado, y la especulación filosófica, por el otro. “En el positivismo, el conocimiento em-
pírico de la realidad se reduce a una mera búsqueda de hechos, ya que un conocimien-
to tal se encuentra separado de cualquier autoconfirmación filosófica; en la metafísica
contemporánea de proyectos filosóficos como los de Max Scheler y Nicolai Hartmann,
la reflexión de la razón se atrofia en una mera especulación sobre esencias, en cuanto
reflexión independiente de cualquier referencia teórica a la realidad histórico-empíri-
ca.” (Honneth, 1987, p. 350, mi traducción). El programa de la Escuela de Frankfurt se
posiciona, pues, en estos dos frentes: contra la metafísica y contra el cientificismo de
la época, ambos desvinculados entre sí y carentes de un entronque socio-histórico. La
manera de resolver la dicotomía tiene que pasar por el planteamiento de un enfoque
epistemológico-metodológico que logre volver a pensar en términos de una filosofía de
la historia (materialista) pero en el contexto de una investigación interdisciplinaria em-
píricamente orientada hacia el estudio de la sociedad. La ‘teoría tradicional’ a la que se
refiere Horkheimer hace alusión a la tradición cientificista que, si bien solo hoy en boga,
hundiría sus raíces en Descartes. Por contraste, se presenta a la nueva ‘teoría crítica’
como teoría consciente de su contexto social de emergencia, así como de su ámbito de
aplicación práctica. A su vez, el trabajo interdisciplinario requerido no puede estar limi-
tado a un análisis de las fuerzas y relaciones de producción que subyacen a la sociedad
Revista de Sociología, 38(1)
moderna tan solo desde el punto de vista de la economía política, como en Marx, sino
que debe incluir a todas las disciplinas de las ciencias sociales. Marcuse avalaría luego
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tos sociales, la liberación de ese potencial de la razón al que hacíamos antes alusión.
Una respuesta central a esta interrogante, en el contexto de la Europa de los años
1930, apuntó al exitoso proceso de integración de la clase trabajadora al sistema so-
cial-capitalista de esos años (definido por Pollock como ‘capitalismo de Estado’), con
la consiguiente pacificación de las tensiones de clase. Pero ¿por qué los trabajadores
se habían dejado someter con tan poca resistencia al nuevo sistema de dominación
centralizadamente administrado? Así, junto al análisis económico, la psicología de
Freud combinada por una teoría de la cultura y de la socialización resultaba a los ojos
de Horkheimer una útil herramienta disciplinaria para desvelar las fuerzas irraciona-
les que obnubilan la mirada del proletariado, impidiéndole captar sus verdaderos in-
tereses y anestesiando su voluntad de revolución. Como sabemos, los trabajos que se
fueron publicando de aquí en adelante efectivamente tuvieron un sesgo socio-psico-
logizante, como en los análisis Erich Fromm sobre la ‘personalidad autoritaria’, y cul-
turalista, enfocando la crítica social hacia la cultura de masas y del entretenimiento.3
3 En su conferencia de 1931 titulada “La situación actual de la filosofía social y las tareas de un
instituto de investigación social” Horkheimer (2015) expone el carácter interdisciplinario de esta agen-
da de investigación y que, como vemos, está dirigido al estudio de la vida económica, psíquica y cultu-
ral.
Cien años de Teoría Crítica: de Horkheimer a Rosa.
lista no trajeron la revolución anticipada por Marx, sino que el fascismo.La hiperra-
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cionalización que trae la Ilustración lleva finalmente a una servidumbre a las tecno-
cracias, a la aparición del positivismo en la filosofía y la ciencia, a la industria del
entretenimiento –radio, películas y revistas- que adormecen las capacidades críticas
de la población, haciéndola dócil frente a los poderes fácticos.
Hay muchos problemas con esta primera Teoría Crítica. Aparte del dogmatismo y aprio-
rismo que reflejan muchas de sus reflexiones, el marcado énfasis sobre una filosofía de
la historia como la expuesta, así como el economicismo y psicologismo exhibido por
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este período ‘clásico’ de la Teoría Crítica, impide un acceso productivo hacia las ciencias
sociales, es decir, hacia un análisis de la acción social que tome en serio lo irreductible y
único de lo social (Honneth, 1991). El giro desde los años 1930 hacia los 1940 aleja nue-
vamente a Horkheimer y Adorno de las ciencias sociales especiales y sus contribuciones
por considerarlas expresiones del largo proceso de reificación civilizatorio descrito en
la Dialéctica, con lo cual la Teoría Crítica se vuelve a aislar en el dominio exclusivo de la
filosofía. Este escepticismo ante la razón (técnica) llega al paroxismo en obras posterio-
res (Adorno, 2005; Horkheimer, 2013). Los logros creativos humanos y toda la esfera
de las prácticas comunicativas cotidianas son devaluadas, lo mismo que los avances
civilizatorios modernos en pos de una libertad espiritual, científica, artística o de pren-
sa, jurídicamente consagrada. El reduccionismo es radical, aunque hay que decir que
no todos los frankfurtianos adhirieron a este funcionalismo cerrado. Walter Benjamin,
por ejemplo, le concede a la actividad imaginativa humana una cierta independencia
respecto a las necesidades funcionales socioeconómicas de la época. Las luchas cultura-
les entre grupos humanos cumplen un rol importante, codeterminante, en la evolución
histórica de las sociedades. Menos pesimista que Adorno, Benjamin confiaba en una
creatividad de los grupos oprimidos y esperaba que, ante la aparición del arte masivo
(técnicamente reproducido) y la industria del entretenimiento, se pudiera generar un
movimiento crítico, contracultural. En los años sesenta y setenta aparecen dos enfoques
que, a pesar de buscar develar los modos de dominación propios de las sociedades ca-
pitalistas de aquella época, abandonan el modelo histórico-filosófico de la dominación
de la naturaleza. Nos referimos a Jürgen Habermas y Michele Foucault, aunque por
motivos de espacio solo revisaremos la teoría del primero.
Jürgen Habermas, como el más destacado representante de la así llamada segunda ge-
neración de la Escuela de Frankfurt, realza aún más el valor de la autonomía que sus
antecesores, ligándolo a las conquistas históricas en Occidente de una esfera pública, la
democracia y el liberalismo moderno. Habermas –siguiendo a Kant en esto— se inclina
hacia una crítica universalista, basada en una supuesta capacidad racional comunicati-
va presente en toda persona. Las pretensiones (cognitivas) de validez aplicarían a todo
el mundo. En el modelo habermasiano, sin embargo, la normatividad que se defiende
no depende de un sujeto aislado dándose leyes a sí mismo, sino que ella surge de prác-
ticas sociales de reconocimiento mutuo entre individuos que se adscriben unos a otros
el estatus de agentes que pueden dar razones. El legislador kantiano está situado en la
realidad social y depende de un movimiento dialógico entre seres humanos racionales
que se esfuerzan por deliberar y llegar así a acuerdos válidos. Con todo, la expectativa
consiste aquí en generar de esta manera (siguiendo procedimientos y deliberando) cri-
terios universalmente válidos para fundamentar la evaluación y crítica social. Nótese
que esta Teoría Crítica no pretende abolir de un plumazo las instituciones y sistemas
(político-capitalistas) de la sociedad moderna, como en el marxismo tradicional, sino
que en mostrando la evolución del derecho trasnacional y la instauración de acuerdos
entre las naciones, y apostando por la capacidad de persuasión y entendimiento entre
las personas, Habermas confía en que sería posible contrarrestar las tendencias des-
tructivas que el sistema capitalista contiene.
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importantes consecuencias: “la teoría social de Habermas está elaborada de tal forma
que ignora sistemáticamente todas las formas de crítica social que no sean reconoci-
das por el espacio político-hegemónico” (Honneth, 2011, p. 57). La consciencia de in-
justicia entre las clases bajas, por ejemplo, puede ser muy real y nítida, pero mientras
no estén articuladas discursivamente de un modo coherente –y en muchos casos, la
justicia que reclaman se mantiene a un nivel implícito, incorporado a sus acciones—
estas experiencias de injusticia quedan fuera del espacio de comunicación en el que
se desenvuelve el discurso político. Honneth señala consecuentemente la necesidad
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de trabajar más de cerca con la sociología y el estudio empírico de los mecanismos
de exclusión cultural que impiden la articulación lingüística de los sentimientos de
injusticia.
Lo anterior no debería dar pie para pensar que Honneth esté exclusivamente preocupa-
do de los conflictos de clase, en sentido estricto, ya que su foco es mucho más amplio:
no se trata tan solo de investigar las desigualdades económicas o materiales, sino que
también las asimetrías culturales y psicológicas. Por lo demás, la invisibilización es una
experiencia que puede ocurrir en todos los nichos de la sociedad y en todas las regiones
del mundo: no solo entre trabajadores asalariados de bajos recursos, sino que también
en las clases altas; no solo dentro del capitalismo neoliberal, sino también del socialde-
mócrata; en fin, no solo en el mundo desarrollado, sino que también en países menos
desarrollados o donde el capitalismo funciona bajo condiciones sociohistóricas del todo
diferentes, periféricas al lugar de origen del industrialismo moderno y culturalmente
diversas a la mentalidad noratlántica, como ocurre en Latinoamérica. Bajos salarios,
informalidad económica, débiles garantías jurídicas (derechos), violencia intrafamiliar,
clasismo o discriminación por apariencia son algunos elementos que se encuentran en
sociedades menos desarrolladas como las latinoamericanas y que las podría hacer quizá
en mayor medida ‘sociedades del desprecio’. Uno bien podría estar tentado de sacar esta
conclusión. Y sin embargo, dada la amplia variedad posible de experiencias de menos-
precio que se busca subrayar, su irreductible heterogeneidad, es posible que Honneth
sería más cauteloso y evitaría identificar sociedades en mayor (o menor) medida afecta-
das por situaciones de menosprecio.4
Como es conocido, para analizar las dinámicas de las luchas por el reconocimiento
de los grupos sociales, Honneth recurre a una interpretación de la filosofía de Hegel.
Ya no la comunicación, sino que el reconocimiento se alza como criterio normativo
central sobre el cual se ha de apoyar la crítica social. La dominación y las patologías
sociales toman la forma del desprecio, mientras que a partir de las luchas humanas
para enfrentar y superar estas formas de exclusión y sufrimiento social se abre la po-
sibilidad de imaginar un camino de emancipación; aparece allí un potencial de tras-
cendencia siempre inherente a las prácticas sociales mismas bajo estudio. La ‘tras-
cendencia intramundana’ honnethiana apunta precisamente a esta fuerza subjetiva
de cambio social, históricamente situada y precientífica. Luego, el investigador social
puede teorizar esta fuerza y articular las consecuencias normativas y prácticas que se
siguen de ella. El pesimismo que mostraron Horkheimer y Adorno durante y después
de la Segunda Guerra Mundial se puede comprender como una incapacidad de identi-
ficar esta trascendencia intramundana, el potencial moral o subjetivo del movimiento
proletario bajo el capitalismo de Estado, las políticas del bienestar de esos años y/o
la sociedad del consumo. Marcuse, por su lado, apuesta por los nuevos movimientos
4 Agradezco a Camilo Sembler por esta última precisión.
Revista de Sociología, 38(1)
sociales (feministas, ecologistas, estudiantiles, derechos civiles o minorías étnicas),
que se tomaron la arena política a partir de la década de los 1960, al constatar famosa-
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Desde los inicios de nuestro siglo XXI, la aparición de una serie de monografías acadé-
micas por parte una nueva generación de sociólogos y filósofos sociales de habla ale-
mana parecieron renovar esa importante tradición teórico-social que se conoce como
Escuela de Frankfurt o Teoría Crítica y que hemos estado trazando aquí en líneas gene-
rales. Estoy pensando en obras como Entfremdung de Rahel Jaeggi, Beschleunigung
de Hartmut Rosa o Kritik als soziale Praxis de Robin Celikates. Esta renovación no
tuvo un espíritu dogmático ni sectario por cuanto lo que estos nuevos autores le deben
a dicha tradición lo entienden como un modo de pertenencia intelectual que, si bien
significativo, en modo alguno los limita en la tarea de pensar con libertad y creatividad
la sociedad contemporánea, sus nuevos problemas y desafíos. La crisis financiera global
de 2008 no hizo sino más evidente la necesidad de contar con una renovada crítica de la
sociedad tardomoderna, una más fina comprensión de las formas que ha ido adoptando
el capitalismo y la democracia, un diagnóstico actualizado de nuevas patologías sociales
y los modos más recientes de imaginar un camino de emancipación. Por restricciones de
espacio aquí solo puedo ofrecer un botón de muestra de lo que algunos han identificado
como la ‘cuarta generación’ de teóricos críticos, centrándome en la teoría que considero
la más importante –ciertamente la más influyente fuera de Alemania— de las últimas
dos décadas. Tomando en consideración su relativa novedad, y el hecho de que nos he-
mos propuesto en este artículo describir y ponderar la evolución de la Escuela de Frank-
furt desde el punto de vista actual, a cien años de sus orígenes, me permito presentarla
con mayor detalle.
Hartmut Rosa inicia sus reflexiones siguiendo de cerca a Honneth, quien fuera su Dok-
torvater, pero también bajo la impronta del pensamiento del filósofo político Charles
Taylor, a cuya obra le dedicó su tesis doctoral. Así pues, Rosa entiende la tarea del teó-
rico crítico como la evaluación históricamente situada de prácticas sociales desde las
concepciones de la vida buena que profesan los actores mismos. Necesitamos entender
primero qué motiva a las personas que estamos estudiando, cuáles son las narrativas o
historias que elaboran y se cuentan. Muchas veces estas concepciones del bien, motivos
y narrativas no se muestran explícitamente, y deviene imperioso complementar esta
labor reconstructiva con un análisis de estructuras y condiciones sociológicas bajo las
cuales los sujetos actuales viven; es decir, no basta con hacer entrevistas y escuchar lo
que la gente directamente reporta sobre sí misma. Con respecto al punto de partida de
la investigación social-crítica, éste ha de ser la experiencia siempre concreta y vivida de
los actores sociales, en particular las experiencias de sufrimiento y alienación humanas,
aún cuando no se trate de experiencias conscientes y reflexionadas. En síntesis, cuando
las estructuras sociales impiden que las personas alcancen una vida realizada y signifi-
cativa, con el consiguiente dolor o frustración que esta falta de plenitud acarrea, en ese
momento nos encontramos ante un blanco de la crítica social.
Cien años de Teoría Crítica: de Horkheimer a Rosa.
DOSSIER
tituciones centrales que nos gobiernan hasta el día de hoy (como el Estado nacional
burocrático, la esfera pública, el capitalismo mercantil e industrial, etcétera) son ex-
plicadas por Rosa desde el punto de vista de un continuo proceso de aceleración social
que ha ido transformando la sociedad por etapas –temprana, clásica o desarrollada,
tardía. 5 No se está negando la síntesis social habermasiana o honnethiana en base a
interacciones comunicativas o del reconocimiento, sino que se está postulando que sin
tomar en cuenta la dinámica propulsora de la aceleración social, la sociedad moder-
na sería difícilmente comprensible. Si suponemos que las patologías sociales surgen
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para Habermas de distorsiones sistemáticas de la comunicación impidiendo que se
imponga una convicción basada en ‘la fuerza del mejor argumento’, Rosa complemen-
taría observando que debido a la aceleración de la vida social hay menos tiempo para
elaborar y ponderar argumentos. No solo la ciencia toma tiempo para desarrollarse
y madurar; también la democracia deliberativa y la estabilización de normas jurídi-
cas se legitiman en el curso de amplios ciclos temporales. No es de extrañarse que
en la actualidad sean imágenes y frases cortas, fácilmente asimilables y difundidas
instantáneamente vía redes sociales, las piezas de (des)información que mueven con
mayor fuerza la opinión pública. Pero también la lucha por el reconocimiento se ha
convertido en un juego de velocidad, en tanto y en cuento –bajo condiciones moder-
nas— ganamos reconocimiento social a través de la competencia. “Tenemos que ser
rápidos y flexibles para conquistar (y preservar) el reconocimiento social pero, al mis-
mo tiempo, nuestra lucha por el reconocimiento impele constantemente las ruedas de
la aceleración.” (Rosa, 2016, pp. 100-101). El ideal meritocrático moderno invita a la
reinvención y la innovación incesante, a mostrar un desempeño o rendimiento diario
o semanal, en marcado contraste con las condiciones premodernas, estamentarias,
fijas. El desprestigio o el desprecio van ahora de la mano con un estar rezagado por ir
demasiado lento, o por el hecho de haber comenzado la ‘carrera’ de la vida desde un
lugar de desventaja (por ejemplo, al nacer en un contexto social precario, con pocas
oportunidades). Incluso el tomarse un descanso en la vorágine de crecer, producir y
reinventarse contantemente conlleva ya algún grado de menoscabo en la competencia
por el reconocimiento.
realizada, y por ende también el estudio de las condiciones que llevan a su opuesto, la
vida alienada. En lo que respecta a la orientación de este proyecto crítico, Rosa toma
distancia de Habermas y se acerca a Taylor. En resumen, y para evitar malos entendi-
dos: sin negar la importancia de la crítica funcionalista a las contradicciones de clase,
característica de la primera generación de la Escuela de Frankfurt, y de la crítica moral
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a las injusticias, más propia de la segunda generación, Rosa procura rehabilitar “una
crítica ética (que se originó con el primer Marx) a la vida alienada y las necesidades
falsas.” (Rosa, 2016, pp. 118-119).
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autonomía es estrecho: solo dentro de una sociedad dinámica, competitiva, merito-
crática y capitalista, es que el ideal de autonomía cobra sentido y verosimilitud. La
narrativa del progreso –que vinculaba un avance veloz de tipo científico, técnico y
material a una mejora en la calidad de vida de individuos liberados de la miseria y la
necesidad— tuvo un gran poder de persuasión incluso hasta después de las Segunda
Guerra Mundial (a pesar de los horrores vividos). Pero esta narrativa o promesa mo-
derna, cree Rosa, ya no es sostenible ni creíble en nuestros días: la aceleración no es
vivida como una fuerza liberadora sino esclavizadora.
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La aceleración social hoy en día se tragó el proyecto de la modernidad. El individuo
tiende a constituirse como un engranaje de una gran maquina que se autopropulsa y
funciona por sí misma. Rosa evoca la imagen del hámster en su rueda. No dirigimos
nuestras vidas hacia una meta significativa, no hay ‘plan’ propio. Competimos y corre-
mos solo para no quedarnos atrás. Generacionalmente ya no cunde la sensación de que
los jóvenes tendrán una mejor vida que sus padres, sino más bien lo contrario. Las per-
sonas y las sociedades ya no experimentan la eficacia de la autodeterminación –ética o
política— sino su contrario: la heteronomía, la existencia determinada desde presiones
exteriores. Se trata de una inversión de las premisas modernas. No es que el ideal de
autonomía haya dejado de apelar al ser humano, pero sí que se siente la enorme distan-
cia entre este ideal y la realidad efectiva. El grado de alienación tardomoderna de la que
habla Rosa se puede medir precisamente en términos de esta distancia. Esta distancia
entre el ideal y la práctica es también el foco del crítico social: su diagnóstico depende
de la comparación de ambos elementos. Pero como la ‘presión exterior’ que nos lleva a
la heteronomía no pareciera ser una persona (digamos un rey) o una institución cono-
cida (digamos la Iglesia), sino que tomaría la forma de una fuerza impersonal (la ace-
leración), entonces Rosa puede definir la alienación como ese hacer “‘voluntariamente’
lo que en realidad no queremos hacer” (Rosa, 2016, p. 147). Es la heteronomía sin un
agente supresor. Con estas reflexiones Rosa se adentra en una crítica, ya no funciona-
lista ni moral, sino que ética.
La teoría social-crítica de Hartmut Rosa parte de un diagnóstico que, por todo lo di-
DOSSIER
cho, se podría resumir del siguiente modo: la crisis de la sociedad tardomoderna se
explica, desde un ángulo estructural o institucional, como la expresión de una crisis
de la estabilización dinámica en tanto la lógica del incremento choca con los límites
psíquicos, políticos y naturales – agudizando año a año los problemas de salud men-
tal, las crisis de legitimidad de la democracia y los desequilibrios ecológicos. Esto
se traduce, ahora hablando en términos culturales, en una crisis de resonancia, un
silenciamiento o una pérdida del mundo. Demos un ejemplo. El dominio humano
sobre la naturaleza no solo ha desencadenado olas de calor o contaminación del aire,
17
sino que se expresa más finamente en que la naturaleza ya no nos habla: al hacerla
disponible hemos dejado de resonar con ella. Es decir, junto a los efectos materiales
de la crisis ecológica, la teoría crítica de Rosa diagnostica al mismo tiempo una crisis
de alienación. Lo mismo con la historia como corriente que traspasa a mi propia gene-
ración y la conecta con las que me antecedieron y a las que me sucederán: al vivir solo
preocupado de correr y mantener mi posición, no puedo preocuparme genuinamente
del otro en un sentido largoplacista, de los efectos por ejemplo que mi estilo de vida
tendrá para los que aún no nacen: ahora la alienación no es con respecto a la natura-
leza, sino con respecto a la historia y sus proyecciones futuras. Una alienación insti-
tucionalizada también se verifica frente a la política y cada uno ante sí mismo. Esta
situación es en sí paradójica: mientras las prácticas de las personas responden a los
incentivos sistémicos (imperativos al incremento) de una acción instrumental-reifi-
cante, sus ‘valoraciones fuertes’ apuntan en la dirección de una consciencia medioam-
biental, sustentable, ‘bio’ o ‘verde’, un sentido de justicia y solidaridad, un anhelo de
arte y de cultivo de la amistad.
La sociedad del crecimiento hoy en día opera con tanta fuerza que el individuo no pue-
de tomar en serio sus ideales y convicciones más sentidas, llevarlos a la práctica. La
resonancia se ve bloqueada por el volver el mundo disponible, al alcance y bajo nuestro
control. ¿Qué hacer? ¿Cómo superar estructuralmente la lógica acelerada incremen-
tal, el ‘silencio’ del mundo y la experiencia de alienación? Incluso la máxima política
de conseguir más bienestar se inscribe en última instancia dentro de la misma lógica
hegemónica. Rosa aboga en cambio por un cambio cultural que reinvindica la calidad
de nuestros vínculos humanos y con el mundo, como signo distintivo de la buena vida:
no el incremento, el crecimiento, el control sobre las cosas y las personas. Se trata de
un cambio de paradigma hacia una sociedad de poscrecimiento. Pero no se puede con-
tar solo con un ‘cambio de conciencia’. Según Rosa, “sin una domesticación o, mejor
aún, sin el reemplazo de la ‘ciega’ maquinaria capitalista de creación de valor por ins-
tituciones económico-democráticas que vuelvan a vincular las decisiones –en torno a
los objetivos, la formas y los medios de producción— con los criterios de la vida bue-
na, no podrá lograr la institucionalización de una forma resonante de relación con el
mundo.” (Rosa, 2019, p. 559). Esta idea de una democracia económica la comparte
Rosa con algunos de sus colegas en Alemania como Klaus Dörre o Tilo Wesche. No
quiere frenar todo crecimiento o incremento en la sociedad (el cambio de paradigma
no tiene que ver con tasas de crecimiento económico), sino que más matizadamen-
te ir más allá del modo plano de la estabilización dinámica: ahora se puede acelerar
e innovar para generar consciente y deliberadamente cambios, sin estar obligados a
correr para simplemente no caer.Tampoco se pretende cortar las alas de las personas
con un plan político autoritario: la emancipación individual –sostiene Rosa— “bus-
ca hacer posible la capacidad individual de vibración y constituye por tanto un pre-
supuesto de la capacidad de resonancia de los sujetos.” (Rosa, 2019, pp. 560-561).
Revista de Sociología, 38(1)
Una sociedad poscrecimiento es liberal, democrática y pluralista. En lo concreto, Rosa
se compromete con la idea de un ingreso básico garantizado e incondicional, que ha
18
estado dando vueltas en los debates intelectuales centroeuropeos desde por lo menos
la década de 1980, idea que no es fácilmente posicionable en el debate ideológico entre
la izquierda y la derecha, y que actuaría como el correlato estatal y social del cambio
económico ante señalado.
DOSSIER
7 Mattias Desmet elabora su teoría psicosocial crítica retomando los estudios de Hannah Aren-
dt sobre la sociedad de masas y el totalitarismo.
Referencias
DOSSIER
Adorno, T. (2005). Dialéctica negativa. La jerga de la autenticidad. Madrid: Akal.
19
Honneth, A. (2011). La sociedad del desprecio. Madrid: Trotta.
--- (1987). “Critical Theory”, en: A. Giddens & J. Turner (eds.), Social Theory To-
day, Stanford University Press, 1987.
--- (2015). “La situación actual de la filosofía social y las tareas de un instituto de
investigación social”, Cuadernos de Filosofía Latinoamericana, 36, 211-224.
--- (2019). Resonancia. Una sociología de la relación con el mundo, Buenos Aires:
Katz.
Mauro Basaure1
Resumen | En este artículo reconstruyo la recepción en Chile de algunos textos clave de la primera
generación de la tradición de la Escuela de Frankfurt. Considero textos de la década de los 30, 40 y 50
del siglo pasado, en lo que respecta al contexto de la producción, y el Chile de la década del 60 hasta
nuestros días, en lo que concierne al contexto de recepción. Cada texto es recepcionado de modo dis-
tinto, pero no solo por su contenido sino también por la selección del contexto en que se lee. Siendo
así una metodología bottom-up es decir, que considere, en principio, la recepción de cada texto por
separado se hace ineludible. Solo una vez hecha esa reconstrucción individual se puede comenzar un
trabajo de agregación que nos permita sacar ciertas conclusiones y hablar de la recepción de la Escuela
de Frankfurt. De este modo hacia el final del artículo arribamos a ciertas conclusiones provisorias sobre
cómo los textos de esta Escuela han jugado un rol en los procesos de reflexión de la sociedad chilena, y
su recepción se ha visto influída también por lo que ocurre en ella.
Abstract | In this article, I reconstruct the reception in Chile of some key texts of the first genera-
tion of the Frankfurt School tradition. I consider texts from the 30s, 40s and 50s of the last century,
regarding the context of production; and Chile from the 60s to the present day, regarding the context
in which these texts are read and discussed. Each text is received differently, not only because of its
content but also because of the selection of the context in which it is read. Thus, a bottom-up method
(i.e., one that considers the reception of each text separately) is unavoidable. Only once this bottom-up
reconstruction has been carried out is it possible to draw certain conclusions and to speak of the recep-
tion of the Frankfurt School in more general terms. Therefore, only towards the end of the article we
arrive at some provisional conclusions on how, on the one hand, the texts of this School have played a
role in the processes of critical reflection of Chilean society and, on the other hand, how the reception
of these texts has been influenced by what is happening in that society.
1 Profesor de Sociología, Universidad Andrés Bello (UNAB); Investigador del Centro de Conflicto y Cohesión Social
(COES), Chile; [email protected]
Revista de Sociología, 38, (1)
Introducción
21
Textos publicados en los años 30, 40 y 50 del siglo pasado, que reviso en este artículo
como parte de la primera generación de la Escuela de Frankfurt, son, en su gran ma-
yoría, utilizados profusamente hasta el día de hoy. No me atrevería a llamarles textos
clásicos o canónicos de las humanidades y ciencias sociales, pero es innegable el po-
der de atracción que han ejercido en varias generaciones de intelectuales en muchas
partes del mundo, también en Chile. Podría pensarse que esa atracción se deba a un
“efecto de tradición”; es decir, a una suerte de efecto aurático que la propia noción
de tradición le traspasa a cada uno de los objetos literarios que se inscriben en ella.
Este estudio muestra que no es el caso, o que dicho efecto es de un alcance explica-
tivo muy limitado. La razón de ello es que cada estudio revisado aquí desarrolla su
propio relato de recepción, y ello no solo producto de sus contenidos sino también
del contexto en el que ellos son recibidos y leídos. Este contexto es a su vez dinámico
y contiene y genera sus propios modos de lectura, intereses y procesos de selección.
Bajo una lógica bottom-up que busca aportar, de modo concreto pero delimita-
do, al tratamiento de aquella complejidad, presento la recepción de una selección
de textos relevantes de la mencionada tradición. Para hacer manejable el estudio
reduzco el corpus de análisis a dos o tres de ellos por década (los 30, 40 y 50) y
analizo su recepción considerando los últimos sesenta años de la producción inte-
lectual; es decir, desde el Chile anterior a la Unidad Popular hasta nuestros días.
Dado el espacio que entrega el formato paper no puedo ser exhaustivo, de manera que
este mismo trabajo también supone una selección, aunque no necesariamente un ses-
go. Me disculpo desde ya si algún/a colega o alguno de sus textos quedó fuera de esta
Teoría Crítica en Chile. Primera Generación.
Una reconstrucción bottom-up desde los 60s hasta nuestros días
DOSSIER
considerar ideal o asintóticamente no solo todos los textos del lugar de recepción,
sino que además todos los textos de la tradición en estudio (y no solo siete como en
este artículo). De esos últimos se deben incluir aquellos pobremente leídos y citados,
en algunos casos por el simple hecho de que no han sido traducidos al castellano, o
lo han sido solo muy recientemente. Ello hace parte de la selectividad y de los lími-
tes de un contexto de recepción y contribuye al conocimiento que, bajo dicha lógica
bottom-up, puede permitir a la postre alcanzar paulatinamente, y en un punto deter-
minado del proceso histórico (en este caso, los años veinte del presente siglo), una
22
visión global (aunque siempre inconclusa) de la recepción de la Escuela de Frankfurt
en Chile. Efectivamente, más allá de solamente abrir y reconocer la multiplicidad y
complejidad de trayectorias y narrativas de recepción (por autor y por texto), se va
generando paso a paso una traza mayor, una suerte de patrón oculto, que nos habla
de tal recepción en mayúscula o en general. Por parcial que sea, aquí reside el aporte
científico de este texto a la historia de las ideas en Chile.
Partiré con tres textos de los años 30: Los estudios sobre autoridad y familia de 1936
(ESAF) [a] y Teoría Tradicional y Teoría Crítica de 1937 (TTC)[b], el primero di-
rigido y el segundo escrito directamente por Max Horkheimer. Por último, La obra
de arte en la época de su reproductibilidad técnica (OAERT) de Walter Benjamin,
publicado originalmente en 1936 [c].
primer lugar, ha sido en el trabajo de Kathya Araujo (Araujo, 2017), sobre autori-
dad en las relaciones sociales, políticas y culturales chilenas, donde ha encontrado
lugar dicha recepción, aun cuando de manera marginal; sobre todo para detectar
la dualidad de la autoridad según la que tanto su ausencia como su presencia exa-
cerbada (producto de que debe ejercerse ahí donde no tiene sustento real) resul-
DOSSIER
La traducción del texto en 1974 coincide en Chile con los inicios de la dictadura militar.
Será solo a finales de la década de los 90 a casi diez años de terminada la dictadura que
este texto comienza a ser citado en trabajos como los de Teresa Matus (1999), en el con-
texto de una reflexión crítica sobre la disciplina del trabajo social en Chile. Una recep-
ción, aún bastante tímida, comienza recién con el cambio de siglo. En el mismo perio-
do, Ricardo Salas publica el texto Pensamiento crítico latinoamericano (Salas, 2005),
estableciendo con ello uno de los modos de recepción del texto de Horkheimer: la pre-
gunta por la producción y especificidad del pensamiento crítico generado en América
Latina. Para Salas, una figura rectora de este pensamiento es Franz Hinkelammert.
Muchos de los sociólogos más importantes de Chile tanto de fin del siglo XX como de
la actualidad, reconocen en Hinkelammert una deuda intelectual muy importante.
Este argumento se puede llevar más allá en la línea de Horkheimer y decir que con
DOSSIER
esta nueva forma de producción industrializada de conocimiento no solo se estudia la
realidad, sino que se refuerza una concepción y perspectiva sobre ella; se transforma
su propia “naturaleza”.
Junto a lo anterior, la recepción en este periodo se caracteriza por una reflexión con-
ceptual sobre la lógica de la observación, y de ahí un posible vínculo con la teoría lu-
hmanniana de sistemas, y sobre categorías básicas de la teoría social como progreso,
modernidad o crisis (Cordero, Mascareño, & Chernilo, 2017).
24
c. El texto de Walter Benjamin, OAERT, fue traducido al castellano en 1973; el año
del golpe de Estado en Chile. El texto tiene un fuerte impacto en el ámbito de la crí-
tica cultural y en los debates sobre arte y política. Varios datan sus primeras lecturas
en Chile en este ámbito y lo hacen muy tempranamente, alrededor de 1976; es decir,
en los albores de la dictadura. Nelly Richard ubica como responsable directo de esta
lectura a la interpretación que hace el artista visual formado en filosofía, Ronald Kay,
sobre la obra de Eugenio Dittborn (Galende, 2009; Valderrama, 2008). En la misma
escena y en el mismo sentido habría tenido lugar la contribución del escritor Enrique
Lihn (Galende, 2009).
Valderrama (2018) se pregunta de modo retórico, es decir, sin dar una respuesta si
Benjamin no es en realidad el verdadero filósofo de dicho proceso.
Con el correr de la segunda década del actual siglo, no solo aumenta el recurso a la
obra de Benjamin, sino que las interpretaciones de esta se diversifican y especializan.
DOSSIER
Los temas del vínculo directo entre arte, política, imagen y memoria, que había mar-
cado la primera recepción benjaminiana en Chile, tiende a desdibujarse para dar paso
a una serie de estudios más diversos temáticamente y más específicos y académicos
en el sentido de las prácticas de producción y reproducción universitaria. Se eviden-
cia ahí cierta domesticación, pérdida del aguijón crítico y pertinencia respecto de los
procesos de autorreflexión de la sociedad chilena. Ese es el precio a pagar, visto desde
otra perspectiva, por haberse transformado en una obra canónica para una multiplici-
dad de estudios en diferentes campos, relativamente inconexos entre sí.
Paso a revisar ahora muy brevemente dos textos de la década de los 40: El miedo a la
libertad (ML) de Erich Fromm, publicado en 1941 [d] y La dialéctica de la ilustración
(DI), de Theodor Adorno y Max Horkheimer, publicado originalmente en 1944 [e].
La traducción ML tiene lugar en 1947. Ello se debió al gran interés de Gino Germani
por la sociologización del psicoanálisis que operó Fromm, al punto de promover di-
cha traducción castellana. En 1950, el filósofo, sociólogo y epistemólogo chileno, Félix
Schwartzmann (1950), publicó El Sentimiento de lo humano en América, libro en
que refiere a la postura heterodoxa y sociológica de Fromm respecto de Freud. Entre
los 50 y los 70, Fromm y ML en particular gozan de mucho renombre, al punto de ser
propuesto como referencia clave en los planes de estudio del trabajo social, y en con-
textos extra-universitarios como la enseñanza secundaria, la formación humanista en
los partidos políticos como la Democracia Cristiana.
Como ocurrió con todos los textos de la Teoría Crítica, en la década de los 80 poco o
nada se discutió la obra de Fromm en Chile, cuestión que contrasta con la recepción
que tuvo en América Latina, sobre todo en el ámbito de la educación (donde se esta-
blecen conexiones con Paulo Freire e Iván Ilich) y el trabajo social.
Teoría Crítica en Chile. Primera Generación.
Una reconstrucción bottom-up desde los 60s hasta nuestros días
Una diferencia con otros textos de la tradición crítica de Frankfurt es que la falta de
DOSSIER
recepción continuó incluso después de la vuelta a la democracia. La relevancia de
Fromm antes del golpe no se reeditó después de este. En los 90 hubo algunas discusio-
nes aisladas en el área de la educación y, en los 2000, solo unos pocos estudios reto-
man la cuestión de las bases y fuentes psicosociales del autoritarismo. Esta tendencia
no se ha modificado hasta ahora.
e. Un libro cuya amplia recepción en Chile no solo es diversa en función de las distin-
tas décadas, sino que principalmente producto de los múltiples temas de que tratan
26
sus fragmentos es DI. Con este libro la teoría crítica se vuelca hacia una filosofía de la
historia crítica del predominio de la razón instrumental no solo en el capitalismo, sino
que en el propio proceso de civilización occidental y del progreso tecnocientífico. Esta
mirada crítica sobre los ideales ilustrados y modernos, pone a Adorno y Horkheimer
en la línea de Nietzsche y Foucault (Basaure, 2009). La noción de fragmentos filosó-
ficos, presente en el subtítulo, refiere a los diferentes textos y temas del libro, en que
dicha tesis general es tratada e ilustrada. Esos temas son: el concepto de ilustración;
la relación entre ilustración y mito; una interpretación del mito de Odiseo; la crítica de
la cultura industrial y la sociedad de masas; el antisemitismo. Esta unidad y, al mismo
tiempo, diversidad temática se expresa naturalmente en la compleja historia de la re-
cepción de este libro emblemático de la teoría crítica.
Dado que la traducción tiene lugar en 1970, la recepción anterior solo pudo ser reali-
zada por quienes conocían el original. Es el caso de Norbert Lechner, quién refiere a
DI (así como a los de Marcuse) en el contexto de los hechos de mayo 68. Durante el
corto periodo en que tuvo lugar la discusión intelectual en Chile, antes del golpe, la DI
no fue discutida. La efervescencia del Chile de la revolución marxista, de fines de los
60 e inicios de los 70 no tenía espacio intelectual para las sombrías tesis de DI.
Muy tímidamente, las lecturas de este libro comienzan hacia finales de la década del
70, en el contexto de la dictadura, y ello en publicaciones internas y de muy baja difu-
sión e impacto. Durante la dictadura, la investigación social se desarrolla fuera de las
universidades, en centros de investigación como FLACSO o CEPAL (Brunner, 1985).
Es precisamente en el primero de ellos donde intelectuales muy importantes del pe-
riodo, como Lechner (1983) y José Joaquín Bruner (1982), introducen DI dentro de
sus referencias.
Lo ocurrido a fines del siglo XX se prolonga a la primera década del siglo XXI. Fernan-
do Robles (2000) aplica el diagnóstico de la sociedad del riesgo a nuestro contexto,
Eduardo Sabrovsky (2001) aporta con un análisis filosófico de la modernidad. Hay
trabajos más sociológicos relativos a los problemas sociales de cara a la globalización,
como los de Hopenhayn (2005), o de los problemas de integración en una sociedad
neoliberal de mercado que deja de crecer económicamente, como el libro de Eugenio
Revista de Sociología, 38, (1)
Tironi (2005), El Sueño chileno. En el mismo año, Jorge Larraín (2005) publicaba
¿América Latina Moderna? Globalización e identidad, donde discutía brevemente
27
La década siguiente fue mucho más profusa en estudios que referían a la DI. Como
había ocurrido en la década anterior, esos estudios responden temáticamente, en gran
medida, a los fragmentos del libro. Existen presentaciones y discusiones sobre la críti-
ca de la ilustración y de la idea de progreso, conectando esa crítica incluso con la idea
de malestar y los hechos de protesta que marcaron la década en Chile (Alvear, 2020).
Se discute también el concepto ilustrado de autonomía subjetiva, y en paralelo con Ho-
bbes, el cómo la autoafirmación del sujeto se paga con autonegación (Basaure, 2015).
En esta línea se realizan paralelos en temas más o menos específicos con diferentes
autores: Zygmunt Bauman; Reihnard Koselleck y Michel Foucault. Un aspecto muy
tratado en este marco de crítica del ideal ilustrado refiere a la ciencia y la tecnología
como expresión y mecanismo de dominación y, en ciertos casos, esa crítica se asocia a
una perspectiva ecológica que acusa el modo de conocer la naturaleza e intervenirla,
en otros casos, apunta a una reflexión de los métodos de investigación social; todos
temas que Horkheimer ya había avanzado en su texto fundacional sobre teoría crítica.
Por último, cabe decir que respecto del tema del antisemitismo la recepción es muy
DOSSIER
pobre. Ello no es raro si se considera que en Chile no abundan investigaciones en esta
área. Caro (2015) y Chernilo (2020) cuentan dentro de las pocas referencias que mar-
can la excepción.
Por último, reviso la recepción de los libros Minima Moralia (MM) de Adorno, publi-
28
cado en 1951; y la de Eros y Civilización (EC) de Herbert Marcuse, de 1955.
f. Una recepción mucho menor y bastante diferente, aunque en cierto punto conectada
con DI, es la del libro MM de Adorno. Se trata de fragmentos que dan pistas sobre la
inhumanidad en cuestiones cotidianas, sobre cómo cuestiones pequeñas del día a día
expresan o están en relación con los hechos catastróficos del siglo XX. En este marco
se entiende la conocida reflexión de Adorno de que escribir poesía después Auschwitz
era un acto de barbarie. No solo lo interdisciplinario, sino además lo micro y lo macro
se cruzan en este libro.
Su recepción es relativamente poco importante, tiene lugar solo en el siglo XXI, y re-
sulta muy coherente con las características del texto. Sin haber notorias diferencias
de recepción de esta obra entre una década y otra en Chile, esa recepción responde al
menos a tres modos. En primer lugar, el libro se ha usado como fuente de citas sueltas
e incluso epígrafes, del tipo la “totalidad es lo falso”, y ello en libros de diferente tipo,
es decir, no necesariamente asociables a la teoría crítica. Se trata de un uso alusivo,
fragmentario y no sistemático del texto. Hay, en segundo lugar, una recepción, de
orden más sistemático, que usa los aforismos del libro en el contexto de temas clave
de esta obra como, por ejemplo, la cotidianidad, los modos de pensar y los productos
culturales de la memoria de las víctimas del genocidio y la representación de los cam-
pos de concentración. La reflexión a partir de la experiencia de una vida dañada fue
terreno también para reflexiones críticas desde el cruce entre psicología y filosofía.
Las reflexiones de Adorno iluminan también estudios sobre arte y política (Oyarzún,
2005); de música; de literatura ya sea como expresión en sí misma, o en la descripción
de la obra de autores y autoras, de personajes y experiencias (Ette & Nitschack, 2010).
Hay, por último, varios textos en que lo que resalta son aquellas cuestiones que vin-
culan MM con DI. Ello se expresa, por ejemplo, ahí donde la referencia al libro se usa
para conceptualizar el esoterismo en Chile (Vicuña, 2019), para relevar el carácter
ideológico del rechazo anti-mítico y anti-religioso de la modernidad ilustrada, o para
fundamentar la crítica según la que la idea de liberación de la modernidad ilustrada
termina en la impotencia del sujeto y la esterilidad destructiva de lo siempre igual.
g. Muy por el contrario, casi tanto como DI, EC, de Marcuse, cuenta en Chile con
una recepción muy amplia y diversa. Publicado en español en 1965, este libro puede
entenderse en continuidad crítica con el libro El malestar en la cultura, de Sigmund
Freud y con las tesis de Wilhelm Reich. Para Marcuse el capitalismo exige un exceso
de renuncia erótica, es decir, un extra de represión respecto de aquella que demanda
Revista de Sociología, 38, (1)
necesariamente y de por sí la cultura, la vida en sociedad y su reproducción. Se trata
de un sobre ajuste instintivo, de una deserotización, ocasionada por las exigencias de
29
Marcuse fue recepcionado en Chile desde muy temprano, en paralelo, se puede decir,
a la traducción de su obra en los años 60. Ello se refleja en recensiones y comentarios
aparecidos en revistas de la época. Esto se prolonga a inicios de los 70 y hasta el golpe
de Estado, en 1973. Hay discusiones incipientes sobre cómo Marcuse presenta nocio-
nes alternativas de emancipación a las del marxismo en uso en el perímetro histórico
de la UP. También se discute sobre el significado e influencia de mayo 68, en que
Marcuse fue figura principal. Un texto relevante en ese contexto es el de Hinkelam-
mert (1970), Ideologías del Desarrollo y Dialéctica de la Historia, en el que trataba
ampliamente la crítica de Marcuse en términos de la “agresividad tecnológica”. La
tecnología, dice ahí, opera de modo civilizador y como un factor de verdadero pro-
greso solo en la medida que está sometida a los intereses de la vida, a las necesidades
de eros y de la energía erótica. Ello expresa una idea adelantada al contexto chileno
en todo caso y que, bajo formas distintas, Hinkelammert seguirá defendiendo en los
próximos decenios.
Las cosas cambian en los 90, con la vuelta a la democracia. Marcos García de la Huer-
ta (1990) refiere ampliamente a Marcuse en su libro Crítica de la razón tecnocrática.
Se inaugura en el periodo un tipo de recepción que se hará cada vez más relevante: los
estudios literarios en clave de erotismo y sexualidad. Otro tipo de discusión de orden
filosófico histórico pone en el centro la cuestión del progreso y la utopía en la sociedad
del siglo XXI. En su libro, La comunidad Perdida, José Bengoa (1996), compara las
culturas ancestrales, como la mapuche, capaz de integrar con fluidez el ocio y el pla-
cer, con la cultura capitalista moderna, que -al no saber lidiar con la indeterminación,
la falta de límites, pues detrás de ello está el temor al caos- recurre a la exacerbación
del orden y el rigor represivo de la vida. Bengoa se acerca con ello a discusiones que
se harán relevantes en el contexto de la cuarta generación de la Escuela de Frankfurt;
en especial, de la obra de Hartmut Rosa (Basaure, 2021; Mauro Basaure & Montero,
2018).
Con el inicio del nuevo siglo, la recepción se dio incluso con mayor profusón y diver-
sidad. En el terreno de la historia, citando a Marcuse, María Angélica Illanes (2002)
lee parte de la historia de Chile en términos de la imposición de la lógica económico
productivista por sobre los momentos en que se hizo ver la lógica de la rebeldía y de
la fiesta, es decir, de aquella que rompe con la cotidianeidad del orden político econó-
mico y social. Contrario a este diagnóstico, la recepción de Marcuse insiste en mostrar
que en el terreno del arte sigue hablando el principio del placer, porfiando más allá de
Teoría Crítica en Chile. Primera Generación.
Una reconstrucción bottom-up desde los 60s hasta nuestros días
todo esfuerzo represivo. El arte aparece aquí como ámbito de resistencia. Carlos Pérez
DOSSIER
Soto (2008) realiza un estudio sobre la historia de la danza, en que describe el hoy
aclamado movimiento vanguardista japonés de danza, Ankoku Butoh, como deudor
originalmente de Marcuse, entre otros críticos de la sociedad americana de masas. La
década siguiente continuó y reforzó estas tendencias en la recepción de EC.
30
(Sánchez, 2005). Arte, cuerpo y sexualidad se conjugan en este espacio de recepción.
En el ámbito de la literatura ello se manifiesta en las relaciones entre sexualidad,
poder y transgresión. Hay efectivamente análisis, en clave de erotismo y sexualidad,
de la obra de diferentes autores chilenos como Roberto Bolaño o Alberto Fuguet. La
cuestión del cuerpo y el significado de la sexualidad, el erotismo, la masculinidad lo
mismo que la homosexualidad y la transexualidad, está presente también en varios
estudios que refieren a Marcuse.
Conclusiones
31
Los textos presentados fueron publicados originalmente en los años 30, 40 y 50 del
siglo pasado. Ellos pertenecen a autores de lo que se llama la primera generación de la
Escuela de Frankfurt. Varios textos de estos mismos autores, y de otros de esta misma
generación -como Friedrich Pollock, Leo Löwenthal o Siegfried Kracauer- no pudie-
DOSSIER
Con este estudio he dado inicio a ese trabajo pues no existía nada parecido hasta aho-
ra; se ha realizado con ello un avance científico importante pero limitado y que debe
ser continuado. Este estudio hace visible un delgado hilo que teje una relación entre
autores nacionales, para quienes los autores de la primera Escuela de Frankfurt han
sido una referencia más o menos importante.
Me atrevo a decir que todos los siete textos considerados están unidos por una misma
temática: la tematización crítica de la construcción de subjetividades en las sociedades
modernas. Sea como una subjetividad tendiente al sometimiento a la autoridad y que
encuentra satisfacción libidinal en ello (ESAF, ML), sea sobre los modos subjetivos de
aprehensión y actuación sobre el mundo (TTC), o sobre las formas con que la sociedad
logra producir modos serializados y acríticos de subjetividad (OAERT, DI), sujetos
parcializados en sus capacidades (EC) o incapaces completamente de crítica (DI); en
todos estos casos se trata de la pérdidas de las capacidades críticas del sujeto gracias
a los modos sociales de construcción de subjetividades en las sociedades modernas.
Este es y sigue siendo un aporte clave de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt.
Salvo estas excepciones, solo bien avanzado el periodo del retorno a la democracia, a
DOSSIER
finales de la década de los 90 del siglo pasado y principios del actual, se activó la re-
cepción de los textos considerados en este estudio. Varios de ellos fueron tratados en
relación con la tematización de la memoria de los crímenes de la dictadura. Destaca
por su ausencia, sin embargo, el clásico texto de Adorno ¿Qué significa superar el
pasado?, cuya recepción es casi inexistente; ello a diferencia de lo que ocurre en otros
contextos post-dictatoriales en América Latina, como el de Brasil y Argentina. Varios
de los textos seleccionados apoyaron, en varios sentidos, los procesos de democrati-
zación y acompañaron las reflexiones sobre la sociedad chilena que se reinsertaba en
32
el mundo global y proyectaba al nuevo siglo.
Por último, sin querer reducir la amplitud temática, que por cierto es grande y varia-
da, la reconstrucción realizada permite concluir que los campos de reflexión que, por
lejos, se ven más nutridos por esos textos son los siguientes: la relación entre estética
y política; la cuestión del cuerpo y la sexualidad y; por último, la discusión sobre la
modernidad en Chile y América Latina. De nuestra selección, los textos, por lejos, más
Revista de Sociología, 38, (1)
citados en Chile son OAERT, DI y EC, que refieren precisamente a estos campos. Si
cuestiones de estética y política, de cuerpo, sexualidad y política, así como de los mo-
33
Reconocimientos
Agradezco a Miguel Valderrama por sus invaluables comentarios a este texto. Tam-
bién a Andrés Díaz por su apoyo en el proceso de investigación.
Financiamiento
Referencias
DOSSIER
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Camilo Sembler2
Resumen | La familia ha sido tratada a menudo como una institución más bien distante
del tipo de preocupaciones propias de una teoría de la democracia. En el presente artículo
elaboro la idea de que un importante legado de la Teoría Crítica consiste en situar la pre-
gunta por la familia en relación con fenómenos como el autoritarismo y la democracia. En
un primer momento reconstruyo algunos rasgos claves de la aproximación a la familia que
se desarrolla tempranamente en los Estudios sobre autoridad y familia. Enseguida exa-
mino el modo en que la familia es abordada en importantes exponentes contemporáneos
de esta tradición (Jürgen Habermas, Nancy Fraser y Axel Honneth). Para finalizar, reto-
mo brevemente la pregunta por la actualidad del legado de la Teoría Crítica en este ámbito.
Abstract | The family has often been treated as an institution that is rather distant from the
concerns that are proper to a theory of democracy. In this article, I elaborate on the idea that an
important legacy of Critical Theory consists of situating the question of the family in relation
to phenomena such as authoritarianism and democracy. First, I reconstruct some key features
of the approach to the family that were developed early on in Studies on Authority and the Fa-
mily. Next, I examine the way in which the family is approached by important contemporary
exponents of this tradition, such as Jürgen Habermas, Nancy Fraser, and Axel Honneth. Fina-
lly, I briefly return to the question of the relevance of the legacy of Critical Theory in this field.
Introducción
39
Durante las últimas décadas, la vida familiar parece haber experimentado importan-
tes transformaciones. Si hace algún tiempo ciertas visiones pronosticaban su debilita-
miento ante el avance de fuerzas propias de la modernización social y cultural (Lasch,
1995), la “desinstitucionalización” del modelo tradicional de familia parece haber ido
DOSSIER
Los “Estudios sobre autoridad y familia” (Studien über Autorität und Familie) re-
presentan una pieza clave en la historia de la Teoría Crítica. Con participación de
la mayoría de quienes entonces colaboraban en el Instituto de Investigación Social
de Frankfurt, representó uno de los primeros esfuerzos colectivos de investigación
filosófica y empírica interdisciplinaria llevado a cabo bajo el programa de una Teoría
Crítica de la sociedad. Publicados en 1936, pero iniciados en la etapa previa al exilio,
su propia estructura expresa con claridad el tipo de motivaciones que resultará ca-
racterístico de esta tradición intelectual. Mientras la primera parte (a cargo de Max
Horkheimer, Herbert Marcuse y Erich Fromm) aborda los fundamentos teóricos para
Familia, autoridad y democracia:
Un legado de la Teoría Crítica
DOSSIER
provenientes del campo de la filosofía, la historia de las ideas y la psicología social,
la segunda está dedicada a presentar reportes de investigaciones empíricas llevadas
a cabo entonces por el Instituto en torno a esta preocupación. Finalmente, la terce-
ra sección reúne una serie de estudios sobre aspectos más particulares relativos a la
familia, tales como la evolución histórica de sus regulaciones jurídicas, las formas de
educación, las políticas sociales o el estudio de la sexualidad.
40
de explorar sus condiciones culturales y psíquicas más profundas. El programa de
investigación originario de la Teoría Crítica, especialmente atento al estudio de los
fenómenos culturales propios de las sociedades capitalistas, encuentra así aquí una
clara expresión. La tesis que sirve de hilo conductor a las distintas contribuciones es
la relación existente entre el tipo de relaciones que caracterizan a la moderna familia
nuclear y el desarrollo de una disposición pasiva frente a la autoridad (esto es, un
“carácter autoritario”).
De igual manera, no es difícil advertir que los Estudios también ofrecen una explica-
ción empírica al no cumplimiento del destino revolucionario de la clase obrera pre-
visto por las filosofías marxistas de la historia. En tal sentido, representan también un
ejercicio de revisión crítica de la propia tradición marxista, tal como resultará caracte-
rístico del denominado “marxismo occidental”. En efecto, los Estudios sobre autori-
dad y familia pretendían mostrar que la disposición autoritaria también era cultivada
en el seno de las familias de clase obrera, ofreciendo así una explicación más profunda
del fracaso de la revolución en las sociedades capitalistas europeas y las disposiciones
conformistas entre la clase trabajadora (Fromm, 1983). La familia obrera debía ser
considerada, en suma, como parte de la misma estructura de dominación caracte-
rística de la sociedad capitalista, no inmune al influjo de una formación del carácter
marcada por los “poderes formativos culturales” propios de su tiempo (Horkheimer,
1987, p. 10)
De esta manera, los Estudios sobre autoridad y familia pretendían renovar esta pre
ocupación por la forma en que las instituciones sociales se entrelazan con las condi-
ciones materiales de producción propias de una época histórica. Al mismo tiempo, sin
embargo, bien sabido es que el programa de la Teoría Crítica estaba a su vez guiado
DOSSIER
por el interés de elaborar una comprensión más integral acerca de la cultura y las ins-
tituciones sociales, la cual permitiera ir más allá de visiones deterministas a propósito
de los imperativos económicos de la dominación. Este aspecto adquiere especial rele-
vancia en su tratamiento de la familia.
Así, los Estudios se orientan a descifrar el modo en que las exigencias de la domina-
ción social atraviesan y moldean a la estructura de la familia moderna. La “eficacia
sugestiva” de la socialización familiar consiste en producir en sus miembros una pre-
disposición a aceptar la realidad de la autoridad sin mayor examen, más aún, a buscar
“el error en sí mismos” (Horkheimer 1987, p. 59). La moderna familia nuclear, carac-
terizada por la figura predominante del padre, expresa y reproduce de esta manera la
naturalización de la dominación en la vida cotidiana, al mismo tiempo que prepara a
los individuos para aceptar y perpetuar la realidad de la dominación externa.
Este rol de la familia respecto a la dominación social es explicado en los Estudios so-
bre todo como consecuencia de algunos rasgos decisivos que caracterizan a la autori-
dad del padre. En primer lugar, el hecho de que su ejercicio de autoridad en la familia
se asocia de manera estrecha con la posibilidad del uso de la violencia física. La obe-
diencia a la autoridad paterna no descansa así sobre razones morales, sino más bien el
padre “se manifiesta como digno porque es el más fuerte” (Horkheimer, 1987, p. 52).
Y en segundo lugar, por el hecho de que la autoridad del padre descansa de manera
importante sobre otro atributo arbitrario: su posición privilegiada en tanto proveedor
del sustento material de la familia.
a la figura del padre. La autoridad del padre resulta así cosificada. Ya el inte-
DOSSIER
rior mismo de la realidad de la familia opera de manera cotidiana, en suma, aquel
proceso de naturalización de la dominación social cuya denuncia la crítica de la
ideología de inspiración marxista asume como uno de sus objetivos principales.
Estas ideas muestran, a su vez, el lugar particular que asume la familia como ins-
titución dentro del horizonte normativo propio de una legitimación moderna de la
autoridad. Los Estudios prefiguran, en efecto, un argumento cuya elaboración más
42
acabada será posible encontrar posteriormente en el clásico The Sexual Contract de
Carole Pateman (2018). Pues mientras la época moderna hace descansar la legitimi-
dad de la autoridad en el ejercicio de la autonomía y el uso de la razón, tal como trae
a consideración la metáfora del “contrato social”, la familia aparece paradójicamente
sustraída de tal pretensión. La familia es una institución social, argumentará en tal
sentido Pateman (2018), pero cuyo destino permanece sin embargo anclado en el es-
tado de naturaleza.
Ahora bien, los Estudios también perfilan otra idea de suma importancia para la com-
prensión de la Teoría Crítica acerca de la familia. En este caso, se trata de intentar
descifrar el contenido de verdad o momento utópico (Benhabib, 1986) que albergan
las instituciones sociales de una época y que empujan hacia su transformación. En el
caso de la familia moderna, los Estudios —y otros escritos de la primera generación
de la Teoría Crítica— identifican así distintas tendencias que empujan en sentido con-
trario a una mera reproducción de la dominación social.
Por una parte, la vida familiar se situaría más allá de la racionalidad instrumental y el
afán de dominio que permea a la sociedad capitalista. En la familia, escribe en tal sen-
tido Horkheimer (1987), “el individuo siempre ha poseído (…) la posibilidad de actuar
no meramente como función, sino como un ser humano” (p. 63). Desde este punto de
vista, la vida familiar aparece como un ámbito de realización de las tendencias eman-
cipadoras que caracterizan al individualismo moderno, en especial a propósito de sus
componentes asociados a una búsqueda de autenticidad afectiva.
A su vez, la familia también es descrita en los Estudios como una institución cuyas
prácticas, al descansar sobre lazos afectivos, resulta ajena a consideraciones pura-
mente egoístas o utilitarias. Por el contrario, en la familia la satisfacción de necesi-
dades personales se orienta de manera importante por la búsqueda de la “felicidad
del otro” (Horkheimer, 1987, p. 63). Ciertamente aún en los marcos estrechos de una
comprensión naturalizada acerca de los roles de género (Benjamin, 1978), la primera
Teoría Crítica identifica tales rasgos, por ejemplo, a propósito del cuidado materno.
En tal sentido escribe Adorno (1984) en Minima Moralia: “La felicidad no es más que
un estar envuelto, reflejo de la seguridad del seno materno” (p. 143).
Revista de Sociología, 38, (1)
En definitiva, a través de los Estudios es posible advertir distintos motivos por los
cuales la Teoría Crítica prestó especial atención a la familia. El diálogo entre filosofía
43
Ahora bien, si este punto de vista es coincidente con otras visiones críticas que han
denunciado los rasgos opresivos de la familia moderna, otra motivación parece esta-
blecer una particularidad importante de subrayar. En los Estudios, como se sugirió, la
vida familiar también es reconstruida con el objetivo de encontrar en ella el punto de
vista utópico que una Teoría Crítica debe lograr identificar de manera inmanente al
mundo social (Benhabib, 1986). El legado de los Estudios sobre autoridad y familia
se sitúa, en suma, en torno a esta tensión inherente a la vida familiar: si su existencia
cotidiana es clave para comprender la reproducción cosificada de la autoridad, tam-
bién lo es para mantener vivo el “presentimiento de una mejor condición humana”
(Horkheimer, 1987, p. 64).
2. El problema de la democracia
En efecto, durante la segunda mitad del siglo XX, y desde el interior mismo de la tra-
dición de la Teoría Crítica, se formulará con fuerza una objeción que apunta a un des-
cuido de la “cuestión democrática” por parte de la primera generación de la Escuela
de Frankfurt. Lejos de un olvido circunstancial, tal descuido encontraría sus raíces en
una convicción profunda –heredada del marxismo clásico– que veía en la democracia
nada más que una expresión ideológica de la dominación burguesa (Dubiel, 2000). A
pesar de sus intenciones, así se formulará también esta crítica, el programa originario
de la Teoría Crítica no habría logrado trascender un marco epistemológico ligado a
una suerte de funcionalismo marxista que reduce, a fin de cuentas, el contenido de las
instituciones políticas y sociales a las exigencias de la dominación (Honneth, 1999).
En efecto, ya en los escritos de Habermas que perfilan una crítica de la tradición mar-
DOSSIER
xista a partir de su subordinación de la esfera de la interacción social al dominio del
trabajo, la familia aparece como una referencia importante en distintas ocasiones. En
su relectura de la filosofía hegeliana del período de Jena, por ejemplo, identifica una
comprensión del desarrollo del espíritu en las dimensiones respectivas del trabajo, el
lenguaje y la familia (Habermas, 1986). Siguiendo a Hegel, la familia es descrita aquí
como un ámbito clave en tanto lugar de expresión de aquellas relaciones de recono-
cimiento recíproco que hacen posible la formación de la autoconciencia individual
(Habermas, 1986).
44
De manera coincidente, en La reconstrucción del materialismo histórico (1976), la
familia aparece como una institución muy relevante desde la perspectiva de una teoría
de la evolución social orientada a superar una visión ligada solo al desarrollo de las
fuerzas productivas: “Podemos comenzar a hablar de la producción de la vida humana
alcanzada por el homo sapiens una vez que la economía de la caza es complementada
por la estructura social familiar” (Habermas, 1976, p. 156). Desde una perspectiva
evolutiva, el sistema de roles y expectativas complementarias que caracteriza a la vida
en sociedad estaría así posibilitado por la “familiarización” del trabajo social. Por lo
mismo, una Teoría Crítica que pretenda reconstruir la pretensión del materialismo
histórico de representar una teoría de la evolución social, debiese prestar una especial
atención —subraya entonces Habermas— al desarrollo de aquellas estructuras nor-
mativas e identidades del yo que son posibilitadas por los procesos de socialización.
En suma, la teoría social de Habermas tendría el riesgo de replicar “al menos un as-
pecto de lo que las feministas llaman «la separación entre lo público y lo privado»,
esto es, la separación entre la esfera económica oficial y la esfera doméstica, y el aco-
tamiento de la crianza de los niños respecto al resto del trabajo social” (Fraser, 2013a,
p.31). Por el contrario, la teoría de Fraser apunta a mostrar que la posibilidad efec-
tiva de participar como un igual en la vida social depende de garantizar un conjunto
de condiciones (reconocimiento, redistribución y representación) a propósito de las
distintas dimensiones o esferas de la vida social (economía, familia, cultura, política).
DOSSIER
que es posible identificar la especificidad de fenómenos de injusticia o menosprecio
habitualmente desatendidos por las teorías liberales de la justicia. En torno a este
principio de reconocimiento tienen lugar experiencias de menosprecio a través de las
cuales se niega a un sujeto la libre disposición sobre su cuerpo o el reconocimiento
de sus necesidades, ya sean estas corporales, afectivas o psíquicas. Junto con el dolor
corporal o psíquico, experiencias tales como el maltrato físico o el abuso conllevan así
un contenido moral en la medida que implican permanecer invisible en las propias
necesidades, lesionando aquella elemental “confianza de sí”.
46
En escritos posteriores a La lucha por el reconocimiento, es posible advertir que Hon-
neth realiza algunas precisiones de importancia para su comprensión de la familia.
Por una parte, intentando evitar el posible malentendido de una lectura naturalista,
interpreta el “amor” como un principio de reconocimiento ligado a las condiciones
históricas de la sociedad moderna (Honneth, 2003). Estas condiciones se refieren, en
primer lugar, al surgimiento del amor romántico en tanto ideal de pareja basado ex-
clusivamente en la inclinación afectiva de los individuos. Y, en segundo lugar, aluden
al surgimiento histórico de una representación sobre la infancia en tanto momento
específico y diferenciado dentro del ciclo de vida, tal como se recoge en el clásico estu-
dio de Philippe Ariès (1992).
Una nueva versión sobre el lugar de la familia en la teoría del reconocimiento se en-
cuentra en El derecho de la libertad (Honneth, 2011). En este contexto, Honneth
aborda a la familia de manera explícita en relación con el problema de la democracia,
pues su existencia como institución es leída aquí a propósito de las condiciones que
hacen posible la existencia de aquello que propone entender como una “eticidad de-
mocrática”.
Para Honneth, las relaciones de reconocimiento que tiene lugar en la familia deben
ser consideradas como relevantes para una sociedad democrática por distintos moti-
vos. Por una parte, es en la familia donde los individuos desarrollan primariamente
una forma de “individualismo cooperativo”, es decir, aprenden a través de cooperar
DOSSIER
con otros a dar forma a sus “intereses egocéntricos” a la luz de las necesidades de
“ayuda y apoyo” de sus pares de interacción (Honneth, 2011, p. 316). Tal disposición
ética resulta clave para las posibilidades de participar en los procesos de formación de
la voluntad común que caracterizan a la democracia.
Ahora bien, la familia no solo sería relevante en tanto momento preparatorio para el
ejercicio de otras libertades. Por el contrario, Honneth (2011) busca resaltar que la fa-
milia en sí misma representa una institución ética en la medida que permite a los indi-
viduos realizar distintas dimensiones de su libertad. A través de las prácticas propias
de una intimidad afectiva los individuos dan forma y realizan necesidades y deseos,
lo cual no solo se expresaría en las dimensiones de la sexualidad, sino también —por
ejemplo— en las prácticas de juego entre padres e hijos.
DOSSIER
Conclusiones
A partir de la reconstrucción hasta aquí realizada, es posible precisar por último algunos
aspectos que resultan especialmente distintivos en la aproximación de la Teoría Crítica
a la familia, los cuales además aún hoy pueden ser asumidos como desafíos importantes
para un programa de investigación inspirado en su legado.
48
En primer lugar, un legado importante de la Teoría Crítica radica en su pretensión de
situar a la familia como una esfera de relevancia para la comprensión de la sociedad.
Esta idea puede parecer en suma evidente, pero no lo es si se atiende a asuntos como
el hecho antes advertido de que buena parte de las teorías contemporáneas acerca de
la democracia no incluyen de manera sistemática o explícita a la familia dentro de sus
principales preocupaciones. En algunos casos, la realidad de la vida familiar parece dar-
se por sentada y, como tal, no necesitada de un mayor examen; en otros, la relevancia
de la familia se asocia exclusivamente con un momento biográfico inicial que prepara a
los individuos para futuras y más relevantes instancias de participación en la vida social.
Por el contrario, y a pesar de los importantes cambios acontecidos en las relaciones fa-
miliares, es posible identificar un hilo que recorre desde sus orígenes a la Teoría Crítica
a propósito de la preocupación por la familia. Ya sea a partir del problema del autori-
tarismo o la pregunta por la democracia, la Teoría Crítica asume que su comprensión
integral exige ampliar la mirada y el vocabulario propio de un análisis exclusivamente
centrado en su tratamiento en tanto fenómenos “políticos”, dando cuenta de sus con-
diciones de posibilidad en la vida social. La realidad cotidiana de la vida familiar, con
sus cambios y tensiones, aparece desde esta perspectiva como un tema muy relevante
de explorar, más aún hoy que la pregunta por los nuevos autoritarismos y la crisis de la
democracia ha cobrado una renovada actualidad.
Un último aspecto para destacar se asocia con el objetivo de la Teoría Crítica de exami-
nar a la familia como una realidad histórica. No solo se trata aquí de traer a conside-
ración su carácter dinámico a lo largo de la historia, lo cual representa ciertamente un
rasgo común con varias otras posiciones en las ciencias sociales o en la historiografía.
Considerar a la familia desde una perspectiva histórica implica, más bien, explorar tam-
bién las tensiones y ambivalencias que caracterizan su cotidiana experiencia, precisa-
mente en tanto son parte y expresión de las contradicciones que la Teoría Crítica preten-
de identificar en el conjunto del desarrollo histórico social. Así, desde los Estudios hasta
Revista de Sociología, 38, (1)
el presente, la aproximación de la Teoría Crítica se distingue de posiciones que (a partir
de identificar sus rasgos opresivos) enjuician íntegramente a la familia de modo ne-
49
gativo, así como (en el otro extremo) de aquellas posiciones que acentúan de manera
idealizada su oposición a la vida social en tanto espacio de armonía o espontaneidad
basada en los afectos.
En definitiva, también aquí la Teoría Crítica parece guiarse por un supuesto filosófico,
DOSSIER
necesario siempre de ser explorado empíricamente, cuyo origen se remonta —en últi-
ma instancia— a Hegel y Marx, a saber, el supuesto de que el progreso en la libertad
humana (en este caso, en la familia) se realiza también de manera importante a través
de tensiones, conflictos y luchas.
Familia, autoridad y democracia:
Un legado de la Teoría Crítica
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ta de Sociología, 38 (1), 52–65. https://doi.org/10.5354/0719-529X.2023.71134
Paulina Morales1
Resumen | Los cien años del nacimiento de la llamada Escuela de Fráncfort resultan un mo-
mento propicio para reflexionar acerca de la relevancia y aportes de sus miembros, agrupados
en sus distintas generaciones. Jürgen Habermas, muy probablemente la figura más destacada
de la segunda generación, continua la senda de los primeros francfortianos en cuanto a ciertas
ideas transversales como la crítica a la razón instrumental, la compleja relación entre teoría
y praxis, el rechazo a toda forma de totalitarismo, entre otras. Esto puede verse reflejado en
algunos de los tópicos habermasianos identitarios que se abordan en el presente texto, a saber,
racionalidad comunicativa, sistema y mundo de la vida, política deliberativa, ética del discur-
so. Dicha lectura tiene como punzante ingrediente un conjunto de reflexiones -no exhaustivas
ni excluyentes, por cierto- desde Latinoamérica respecto del pensamiento del germano.
Abstract | The hundredth anniversary of the birth of the so-called Frankfurt School provides
an opportune moment to reflect on the relevance and contributions of its members, grouped
in their different generations. Jürgen Habermas, most likely the most prominent figure of the
second generation, continues the path of the early Frankfurt thinkers in certain overarching
ideas such as the critique of instrumental reason, the complex relationship between theory and
practice, the rejection of all forms of totalitarianism, among others. This can be seen reflected
in some of the distinctive Habermasian topics addressed in this text, namely communicati-
ve rationality, system and lifeworld, deliberative politics, discoursive ethics. This reading is
punctuated by a set of reflections -not exhaustive or exclusive, certainly- from Latin America
regarding the German thought’s.
1 Doctora en filosofía por la Universidad de Valencia, España. Filiación institucional actual: Universidad Diego Por-
tales, Vicerrectoría Académica, Departamento de Estudios Generales, en calidad de Coordinadora de la Línea Humanidades.
Revista de Sociología, 38, (1)
Introducción
53
“no es menos cierto que si esa crítica nació para transformar el mundo desde su función
negativa, sustituyendo a las utopías positivas que en una sociedad deformada sólo sirven
para conformarse con lo dado, al hilo del tiempo, la utopía ha ido recuperando su función
crítica en el seno de la Escuela, y uno de sus últimos representantes –Jürgen Habermas-,
en colaboración con K.-O. Apel, recurre de nuevo a una utopía –la situación ideal del habla-
que funciona, more kantiano, como idea regulativa y como canon para la crítica.” (Cortina,
2008: 28).
En efecto, Habermas retoma dicha idea regulativa basada ahora en presupuestos dis-
cursivos para conformar así una nueva perspectiva en torno a una racionalidad comu-
nicativa que ya no se ciñe a la lógica de una racionalidad instrumental, sino que busca
establecer nuevas formas de interacción, al modo de lo que Cortina (2008) certeramen-
te ha denominado «una razón íntegramente humana».
“la esfera pública como el espacio del trato comunicativo racional de unos con otros es el
tema del que me he ocupado a lo largo de toda una vida. De hecho, la tríada conceptual de
esfera pública, discurso y razón ha dominado mi trabajo científico y mi vida política. Toda
obsesión tiene raíces biográficas.” (Habermas, 2006: 20)2.
Sin duda, este pasaje refleja de manera nítida las preocupaciones que han guiado la
producción filosófica y sociológica de Habermas, las cuales cristalizan y se asientan de
manera notable en Facticidad y validez, ya en 1992, en cuyo marco las nociones de es-
fera pública, discurso y razón encuentran nuevos bríos que dan pie a una reflexión aún
más extensa y a la vez profunda. Como se conoce, esta obra marca un punto de inflexión
en el devenir del pensamiento habermasiano de las últimas dos décadas, tal como an-
teriormente lo representara su primera obra magna, Teoría de la acción comunicativa
(1981).
2 La conferencia presentada en dicha ocasión se titula «Espacio público y esfera pública política.
Raíces biográficas de dos motivos intelectuales». Dicho texto fue recogido posteriormente como capítu-
lo inicial de la obra Entre naturalismo y religión.
Jürgen Habermas:
Algunas puntualizaciones desde Latinoamérica
DOSSIER
son elementos que destacan y que atrapan a quienes se adentran en la lectura de Ha-
bermas. Gráficas a este respecto son las palabras de Vallespín en el siguiente relato:
“Según nos narra Gadamer, los discípulos de Heidegger fletaron un neologismo para
referirse al estado de ánimo y la sacudida psicológica que sufrían tras acudir a las clases
del maestro. El término elegido era verheideggert, «heideggerizados». Algo similar cabe
decir de la lectura de Faktizität und Geltung de J. Habermas, que deja al lector –a mí
al menos- completamente verhabermast, «habermasizado». En este caso concreto, y a
54
pesar de la tensión implícita en el título del libro, se trata de la sensación derivada de con-
templar en pensamientos algo a lo que generalmente se accede sólo de forma fragmen-
taria y parcial: el perfil completo de la sociedad contemporánea.” (Vallespín, 1997: 199).
No obstante, resulta interesante completar dicha referencia con lo que sigue a con-
tinuación: “Detrás de ese asombroso paseo por todas las avenidas del pensamiento
contemporáneo, el lector escéptico se encuentra ante una situación similar a la
de quien asiste a un número de magia: intuye que en algún lugar hay truco, pero es
incapaz de señalar cómo ni dónde se ha introducido” (Vallespín, 1997: 200).
“Yo sostengo que la filosofía europea no es universal porque es europea […] en estricto ri-
gor es la pretensión de universalidad de una particularidad Europa […] Y América Latina,
claro, es una particularidad como lo son las demás, pero es una particularidad que acepta
la universalidad europea. En definitiva, si pensamos a Europa como una particularidad
entonces sí se establecería un diálogo horizontal y no vertical como ha sido hasta el pre-
sente” (Dussel, 2018: 169).
Sobre algunos de esos cuestionamientos tratarán las líneas que siguen, entremezclán-
dolos con ciertos tópicos propios e identitarios de la obra de Habermas que lo han
llevado a convertirse en un pensador de talla mundial.
hacia una razón comunicativa, entonces, “es algo más que un cambio de etiqueta.”
(Habermas, 2008: 65).
En concordancia con ello, la propuesta de este autor apuntará a una teoría de la argu-
mentación orientada a la reconstrucción de las presuposiciones y condiciones pragmáti-
co-formales del comportamiento explícitamente racional, evidenciando inmediatamen-
te el carácter dialogante de su propuesta al sostener que lo que actualmente se pueda
adjetivar como racional requiere de una discusión previa en torno a las circunstancias
por las cuales se desemboca en ello. Nociones como el ordenamiento sociopolítico, por
ejemplo, o la consagración de ciertos derechos podrían caber también en este escrutinio
o test de racionalidad. Pero entonces es preciso ampliar, como lo hace Habermas, la
noción misma de racionalidad, ya sea en relación con las personas o con ciertas mani-
festaciones de éstas a las cuales se pueda adscribir dicho adjetivo.
DOSSIER
despliegan dos tipos diferentes de racionalidad que responden a consideraciones
también divergentes, de manera que junto con la acción comunicativa orientada al
entendimiento cobra relevancia la acción estratégica orientada hacia la consecución
del éxito individual y regida por un cálculo entre medios y fines. A su vez, a estos dos
tipos de racionalidad subyacen dos actitudes epistemológicas distintas según se trate
de los ámbitos vital o sistémico, de forma que desde el mundo de la vida se remite a
la perspectiva del participante, de unos individuos implicados en el devenir de dicho
espacio en actitud realizativa, mientras que desde el plano sistémico se trataría de una
56
perspectiva del observador, esto es, de unos individuos no implicados y amparados en
una actitud objetivante respecto de la realidad sistémica.
Y, sin embargo, desde América latina no es opción el rendirse, sino por el contrario
desplegar una rotunda crítica hacia el capitalismo y la modernidad. Como bien lo se-
ñala Dussel, “si no superamos el capitalismo, no es que simplemente entremos en una
etapa crítica, no: tenemos que transitar a un nuevo tipo de civilización transcapitalista
pero también transmoderna, es decir, hay que transformar las relaciones con la na-
turaleza porque esa naturaleza es parte de la biosfera y destruyéndola el ser humano
desaparece […] Es el fin de la vida humana” (Dussel, 2018: 173).
Empero, a la vez que Habermas denuncia la paradojal situación del desbalance entre
sistema y mundo de la vida, parece posteriormente rendirse ante ella. La fuerza de la
facticidad como criterio de verificación es evidente en su lectura sobre el ámbito te-
leológico, de forma que la aludida paradoja se expresa por medio de una constatación:
3 Mas como bien se precisa, la tarea a emprender desde el prisma de la Teoría Crítica erra su ca-
mino si se circunscribe a “analizar la sociedad existente como un puro objeto externo, como un dato cuyo
mecanismo de funcionamiento hubiera que descubrir y describir. Se trata de perforar esa costra exterior
de funcionamiento para llegar hasta la visión de una sociedad que va produciendo ella misma sus formas
de vida, que va transformando las condiciones reales bajo las que los hombres se van configurando a sí
mismos.” (Ureña, 1978: 24).
4 El énfasis es mío.
Jürgen Habermas:
Algunas puntualizaciones desde Latinoamérica
DOSSIER
temas cuyos imperativos autonomizados reobran destructivamente sobre ese mismo
mundo de la vida.” (Habermas, 2010: 677) 5 . Late aquí lo que podría denominarse
una visión «hipersistémica» de ámbitos como la economía y la política, guiados por
una lógica «cuasimecánica» ante la cual sólo quedaría buscar caminos de defensa. Se
trataría, aunque pueda parecer contradictorio, de una lectura más weberiana o más
sistémica que las del propio Weber o Luhmann. Lo preocupante frente a esto es la
estrategia de abordaje de tal prisma, dado que “si el sistema no puede ser transfor-
mado, el objetivo político-moral de Habermas y de la tradición a la que pertenece, se
58
desplaza de un objetivo de transformación a un objetivo de contención.” (Pérez-Díaz,
1997: 52) 6 . En un sentido similar se expresará Honneth, quien llegará incluso a cues-
tionar “el recurso a hablar de las esferas del trabajo social o de la dominación política
como «subsistemas de la acción racional con arreglo a fines».” (Honneth, 2009: 376).
Asimismo, sostendrá que la existencia de ámbitos exentos de sustancia normativa es
claramente una «ficción».
En los inicios de Facticidad y validez, Habermas alude a las dificultades para la pervi-
vencia de la democracia en el contexto de sociedades altamente complejas en las cuales
la tensión entre los elementos que dan título a dicha obra, justamente facticidad y vali-
dez, emerge como distintiva e inexorable. En dicho escenario, sin embargo, vislumbra
no un camino de renuncia a la democracia, sino una reconceptualización de la misma
desde una mirada procedimental, desistiendo de paso a una configuración sustancial de
la democracia. A su juicio, lo que se requiere es una democracia radical capaz de brindar
respuestas a nuevas interrogantes y/o problemáticas que emergen en las sociedades
actuales y que han llevado a ciertos déficits en el ámbito político que a la vez debilitan
también a la democracia misma. En este esfuerzo, el autor visualiza y desarrolla con
nitidez los aportes que a dicha reflexión puede brindar el campo del derecho, especial-
mente desde un papel mediador entre facticidad y validez.
5 Ejemplo de ello podría ser la siguiente referencia: “Tan pronto como la organización del tra-
bajo social pierde su conexión con las relaciones de parentesco, los recursos pueden movilizarse con más
facilidad y combinarse con más eficiencia. [Empero…] Lo que bajo aspectos sistémicos se presenta como
una integración de la sociedad en el nivel de la reproducción material ampliada, desde el punto de vista
de la integración social significa un aumento de la desigualdad social, de la explotación económica ma-
siva y de la represión jurídicamente encubierta de las clases dependientes.” (Habermas, 2010c: 679).
6 Añadirá Pérez-Díaz líneas adelante una pertinente consideración acerca de esa visión «hiper-
sistémica» que identifica en Habermas, la cual “consiste en que suscribe demasiado fácilmente el enten-
dimiento que tiene Weber de las burocracias modernas como sistemas impersonales y cuasimecánicos.
Como tipo ideal, la teoría weberiana de la burocracia puede ser útil. No es útil, sin embargo, si es enten-
dida como una caracterización de las burocracias modernas realmente existentes, puesto que la mayor
parte de éstas no son ni funcionan de esta manera.” (Pérez-Díaz, 1997: 53).
Revista de Sociología, 38, (1)
la génesis democrática del derecho, por otro. Así, el sello reconstructivo 7 de la perspec-
tiva sobre democracia es claro, y se basa tanto en la facticidad de una razón existente
59
que en su dimensión externa refleja una tracción entre el desarrollo de procesos polí-
ticos al amparo del Estado de derecho y la autocomprensión propia de dicho Estado,
expresada como teoría discursiva.
DOSSIER
puente entre sistema y mundo de la vida con miras al logro de ciertas tareas propias de
las sociedades modernas, a saber, la integración por una parte, y la regulación y el con-
trol por la otra. Como se conoce, tres son los mecanismos con que se ha respondido a
tales afanes: el dinero, el poder administrativo y la solidaridad. De lo que se trata ahora
es de relevar el papel de este último mecanismo, pero entendiendo a la sociedad civil
como «base social de los espacios públicos autónomos», claramente diferenciada tanto
del sistema económico como de la administración pública.
60
Mas los resultados de tales afanes no son del todo comprensibles, debido a las difi-
cultades de articulación entre las perspectivas sistémica y del mundo vital, como se
señaló anteriormente. En efecto, dicho prisma termina brindando la imagen de una
democracia reducida o relegada a los espacios que no competen ni a la economía ni
a la sociedad civil. Cierto es que respecto de esta última hay una vinculación innega-
ble, pero también se trata de una configuración que desde la óptica habermasiana se
encuentra marcada por restricciones que no le permiten jugar un papel protagónico
en el entramado societal. Más aún, las aparentes y posibles vías de solución a dicha
situación terminan extrayéndose a partir de la referencia al derecho, con lo cual lo que
se configura es una democracia que bien puede llamarse juridificada. Como el propio
Habermas lo reconoce, la solidaridad en tanto «fuerza sociointegradora» no puede
ya extraerse sólo de la acción comunicativa, sino que debe también desarrollarse a
través de espacios públicos autónomos diversos y de procedimientos de formación
democrática de la opinión y la voluntad debidamente institucionalizados en términos
de Estado de derecho. Asimismo, habrá de ser capaz de poder «afirmarse» frente a los
otros dos mecanismos de integración por medio del derecho.
Desde este otro lado del Atlántico, Fornet-Betancourt hablará de «democratizar la de-
mocracia», en términos de “culturizar la idea de la democracia, para no verla solo desde
el marco de los estados nacionales y sus constituciones, sino precisamente desde las di-
ferentes matrices culturales y sus exigencias para el ordenamiento de la convivencia po-
lítico-social” (Fornet-Betancourt, 2002: 12). Esto indudablemente remite a la crítica al
eurocentrismo de los planteamientos de Habermas y en general de la filosofía europea,
donde la democracia aparece como obra de Occidente separada de el resto del mundo,
de lo otro.
en la componente del mundo de la vida que […] es la sociedad. La sociedad civil se com-
pone de esas asociaciones, organizaciones y movimientos surgidos de forma más o menos
espontánea que recogen la resonancia que las constelaciones de problemas de la sociedad
encuentran en los ámbitos de la vida privada, la condensan y […] la transmiten al espa-
cio de la opinión pública-política. El núcleo de la sociedad civil lo constituye una trama
asociativa que institucionaliza los discursos solucionadores de problemas, concernientes
DOSSIER
“el dualismo metodológico se conserva respecto a la ‘lógica’ de las tres esferas institucio-
nales. Los dos medios/subsistemas participan en la misma función social fundamental,
la de integración de sistemas, que hace referencia a las interdependencias funcionales
no intencionales de los efectos de la acción coordinada, sin referirse a las orientaciones o
normas de los actores. No obstante, el dualismo metodológico lleva a una estructura de
tres partes.” (Cohen y Arato, 2000: 481).
8 En torno a los orígenes de esta separación en tres sectores o actores, ver: Cohen y Arato
(2000), Sociedad civil y teoría política, pág. 478 y ss. Sobre el particular, estos autores comienzan refi-
riéndose a “[l]a superioridad de una estructura en tres partes para entender a la sociedad civil” (Cohen
y Arato, 2000: 479). Ver también –desde una óptica opuesta- el artículo de J. Keane «Once tesis sobre
el mercado y la sociedad civil». Aquí el autor expone algunas explicaciones posibles ante la separación
entre mercado y sociedad civil, entre ellas, por una parte, “el colapso de la economía política y el ascenso
de los economistas neoliberales”. Por otra, el que “numerosas llamativas iniciativas cívicas de las pasadas
dos décadas, tales como Greenpeace, Emergency, Transparencia Internacional o el Foro Social Mundial,
han buscado, evidentemente, no sólo frenar la violencia de los estados, los ejércitos y los gánsters sino
también publicar malas conductas corporativas e injusticias del mercado.” (Keane, 2008: 14).
Jürgen Habermas:
Algunas puntualizaciones desde Latinoamérica
DOSSIER
Como se conoce, la ética del discurso, dialógica o comunicativa, nace en los años se-
tenta del pasado siglo, de la mano de Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas, cuando
ambos trabajaban en la Universidad de Frankfurt. Se trata de una propuesta ético-fi-
losófica que, desde sus orígenes, pretende superar el universalismo monológico-for-
mal de Kant por medio de un universalismo dialógico-formal, reconstruyendo el
imperativo kantiano con medios de la teoría de la comunicación, cobrando así
centralidad la noción de «acción comunicativa» que hace posible la producción y re-
62
producción del mundo de la vida. Estos autores propondrán entonces que, si la razón
humana es dialógica, para decidir qué normas son o no morales –y por ende válidas–,
debe realizarse un diálogo entre los distintos afectados por ellas, a fin de llegar a una
convicción colectiva de que tales o cuales normas son correctas. Esto sería en base a
una racionalidad comunicativa, es decir, a aquella que considera a los involucra-
dos en el diálogo como interlocutores válidos, legítimos para estar allí exponiendo
–en condiciones de simetría– sus puntos de vista, los que serán tenidos en cuenta de
manera significativa al momento de la decisión final, pues se aspira a que este acuerdo
satisfaga los intereses de todos los participantes. Se persigue el logro de un consenso,
pues la adecuación a la ley como consideración de normas válidas y universalizables
ya no es tarea del individuo como ser aislado (en su fuero interno), sino que aflora
de todos los individuos afectados por ellas. (Apel, 1985, 1992; Cortina, 1992).
Así, la ética discursiva pretende dejar atrás la idea kantiana de una voluntad indivi-
dual que quiere lo universal, para dar paso a la comprensión de individuos do-
tados de competencia comunicativa, con derecho a participar en pie de igualdad en la
deliberación y decisión de las normas a las que han de someterse. De esta for-
ma, “el peso se traslada, desde aquello que cada uno puede querer sin contradicción
alguna como ley general, a lo que todos de común acuerdo quieren reconocer como
norma universal” (Habermas, 2008: 88). Emerge así la figura de una comunidad ideal
de comunicación y de una comunidad real de comunicación, en donde la primera se
ubica como una especie de estándar hacia el cual orientarse en las interacciones co-
municativas para la fundamentación de normas. Ahora, “¿es esto siempre posible?
¿Es posible para todos? No siempre es posible. No siempre se da para todos [aun-
que…] la competencia comunicativa está allí” (Salvat, 2003: 224).
Con el paso de los años la ética del discurso ha debido hacer frente a numerosos cues-
tionamientos, frente a los cuales bien vale tener en cuenta la siguiente afirmación de
Apel respecto de dicho constructo: “no se trata de un juego que encuentra su satisfac-
ción en sí mismo, sino de la única posibilidad existente para nosotros, en tanto seres
humanos, de resolver de manera no violenta conflictos acerca de las pretensiones de
validez” (Apel, 1992, p.18), partiendo del supuesto de que todos los participantes en
un discurso se encuentran, ya desde el inicio, interesados en tal resolución. Pero, ¿qué
sucede cuando la violencia se ha vuelto parte de la vida cotidiana de las personas,
como ocurre en buena parte de Latinoamérica? ¿O cuando los conflictos no giran en
torno a la pretensión de validez de las normas, sino a la sobrevivencia misma? Como
bien se señala, “el punto de apoyo de la crítica es situarse en el lugar de las víctimas de
la dominación de un sistema […] eso es un problema ético-político que se hace teórico,
pero la teoría está inserta en una ética y no es una crítica puramente teórica, sino que
ética, política e histórica a partir de las víctimas de la historia” (Dussel, 2018: 174).
Revista de Sociología, 38, (1)
Sumado a ello, y poniendo énfasis en la dimensión vital de la ética, sostendrá Dussel:
63
“La cuestión de la vida está detrás de todo lo que he dicho […] Lo que está en juego hoy
no es el mal, la injusticia, ni siquiera el sacrificio, no: lo que está detrás de todo esto es la
muerte de la humanidad, su desaparición. Hay que afirmar la vida como primer principio
ético […] Claro, en el consenso de que hay que afirmarla, haciendo factible que se haga y
siendo crítico con lo que se hace. Sobre esta ética de la vida, yo diría: la vida será el centro
y no el aumento en la tasa de ganancia como en el capitalismo contemporáneo” (Dussel,
DOSSIER
2018: 178).
Corolario
Las presentes líneas han ilustrado no solo acerca de algunas de las limitaciones que hoy
encontramos en las aguas habermasianas en torno a los tópicos referidos, sino también
sobre la enorme riqueza de las reflexiones filosóficas latinoamericanas. Aspectos como
la ‘rendición’ ante los imperativos sistémicos, la menoscaba concepción del mundo de
la vida frente al ámbito sistémico, la debilidad de la comprensión de sociedad civil, la
primacía del derecho por sobre la moral o un concepto de moral y de democracia pu-
ramente procedimentalizada, exigen pensar a Habermas indefectiblemente en la lógica
de recoger sus aportes e ir más allá, en virtud de sus déficits como marco de referencia
frente a las necesidades del contexto presente, ya sea en términos de acción política, de
reflexión teórico-conceptual, o de ambos.
Jürgen Habermas:
Algunas puntualizaciones desde Latinoamérica
Referencias
DOSSIER
Apel, K.-O. (1985). La transformación de la filosofía. Madrid: Taurus.
--- (1992). La ética del discurso como ética de la responsabilidad: una transfor-
mación posmetafísica de la ética de Kant. En K-O. Apel, E. Dussel y R. Fornet-Betan-
court, Fundamentación de la ética y filosofía de la liberación (pp. 11-44). México:
Siglo XXI
64
Cohen, J. L. y Arato, A. (2000). Sociedad civil y teoría política. Madrid: Fondo de
Cultura Económica.
Fornet- Betancourt, R. (2002). Las nuevas condiciones del Diálogo Norte-Sur. Re-
vista de Filosofía, 40, 9-14.
Cordero, R., Mascareño, A., & Chernilo, D. (2017). On the reflexivity of crises: Les-
sons from critical theory and systems theory. European Journal of Social Theory, 20,
511-530.
Salvat, P. (2002). Una lectura de Jürgen Habermas desde América Latina. Revista
de Filosofía, 12, 219-233.
Gianfranco Casuso1
Resumen | Como afirmara Althusser y recapitulara Axel Honneth años más tarde, a toda relación
de reconocimiento le es intrínseco un lado reproductivo, puesto que esta debe darse sobre el trasfondo
de valores existentes que sean comunes a quien reconoce y a quien es reconocido. Tomando en cuenta
esto, la pregunta no es si puede haber en general relaciones de reconocimiento sin un propósito repro-
ductivo. El problema radica, más bien, en averiguar si, a pesar de su dimensión reproductiva, el reco-
nocimiento puede cumplir también un rol constitutivo que responda a la capacidad de los agentes de
generar conocimiento. Mientras lo común es abordar el problema desde una crítica a la ideología, mi
punto de partida será directamente la pregunta acerca de bajo qué condiciones es positiva una relación
tan claramente orientada a mantener la obediencia por medio de la autosatisfacción. En la primera
sección, distinguiré dos órdenes de normatividad asociados a las prácticas de reconocimiento, donde
el primero se refiere al sistema de valores y creencias vigente y el segundo, a las reglas que definen el
status de agente epistémico. En la segunda sección analizaré el rol que cumplen ambos órdenes des-
de una aproximación inferencialista-expresivista con la cual evitar el problema de la autoridad de la
conciencia individual como fuente de legitimación de las luchas por el reconocimiento. En la tercera
sección, finalmente, me centraré en la función de dichas luchas y responderé a la pregunta central del
trabajo mostrando, con Hegel, que el camino para superar la dimensión puramente reproductiva del
reconocimiento replica el movimiento que permite superar la escasa relevancia epistémico-práctica
que posee el saber inmediato, propio de la certeza subjetiva.
Abstract | As Althusser argued and Axel Honneth recapitulated years later, a reproductive side is
intrinsic to every recognition relationship, since it must occur against the background of existing values
that are common to who recognizes and who is recognized. Taking this into account, the question of
critical-theoretical relevance is not whether there can be recognition relations without a reproductive
purpose. The problem lies, rather, in finding out if, despite its reproductive dimension, recognition can
also fulfill a constitutive role that responds to the ability of the agents to generate knowledge. While it is
common to address the problem from a critique of ideology, my starting point will be the question un-
der what conditions a relationship so clearly oriented towards maintaining obedience through self-sa-
tisfaction can be positive. In the first section, I will distinguish two orders of normativity associated
with recognition practices, where the first refers to the current system of values and beliefs and the se-
cond, to the rules that define the status of epistemic agents. In the second section I will analyze the role
played by both orders from an inferentialist-expressive approach with which to avoid the problem of
the authority of the individual conscience as a source of legitimization of the struggles for recognition.
In the third section, finally, I will focus on the function of these struggles and answer the central ques-
tion of the paper by showing, with Hegel, that the way to overcome the purely reproductive dimension
of recognition replicates the movement that allows to overcome the little epistemic-practical relevance
that immediate knowledge of the subjective certainty possesses.
Es conocida la tesis de Althusser acerca de los potenciales efectos nocivos del recono-
67
De este modo, lo cierto es que más allá del rol netamente reproductivo que Althusser
confiere al reconocimiento, este concepto –como ya Axel Honneth ha señalado– man-
tiene una significativa ambivalencia que dificulta que pueda distinguirse con claridad
entre una forma favorable a la autorrealización individual y una forma patológica que,
incluso sin ser esa la intención, suele terminar condenando a individuos y grupos a ser
piezas intercambiables y funcionales al sistema (Honneth 2010: 327-328). Individuos
-podemos agregar- que son gratificados según su grado de observancia a expectativas
que responden a espacios preestablecidos de razones, a cuya estructura interna y re-
glas de funcionamiento ellos rara vez tienen acceso.
2 En “Reconocimiento como ideología”, Honneth utiliza tres ejemplos que ilustran bien el modo
en que la ideología opera de modo no represivo a través de distintas formas de reconocimiento y re-
compensas sociales. El primero es el del personaje del tío Tom, de la novela del mismo nombre, quien
es reconocido por su sumisión y virtudes de buen sirviente en una sociedad esclavista; el segundo, es el
del soldado alabado como ejemplo de heroísmo en la defensa de su nación; y el tercero, es el de la buena
esposa que se entrega por completo al cuidado de su hogar, sirviendo al sostenimiento del “núcleo de la
sociedad” (Honneth 2010: 325-326).
3 Honneth toma en cuenta este desafío para la teoría crítica, el cual está representado por la res-
tricción impuesta por una normatividad vigente u objetividad a la luz de la cual se actúa (Honneth 2010).
Una aproximación inferencialista-expresivista al reconocimiento patológico.
Nuevas luces sobre un viejo problema.
DOSSIER
de los agentes de generar conocimiento. Muchas aproximaciones normativas al pro-
blema del reconocimiento -notablemente, la del propio Honneth- parten del rol de las
relaciones de reconocimiento en el desarrollo de la autonomía, el respeto y la autoes-
tima para, desde ahí, preguntarse por el criterio que permitirá determinar cuándo y
en qué medida tales relaciones pueden contener elementos ideológicos o perjudiciales
para el desarrollo autónomo de la personalidad. 4 Pero mientras que lo común es abor-
dar el problema desde una tal crítica a la ideología, mi punto de partida será otro: en
el presente trabajo afrontaré directamente la pregunta acerca de bajo qué condiciones
68
puede ser positivo un tipo de relación tan claramente orientado a mantener la obe-
diencia por medio de la gratificación y la satisfacción personal. Con esto quiero tomar
más en serio el escepticismo de Althusser y de buena parte de la teoría crítica, pero
trabajándolo desde una aproximación inferencialista-expresivista.
Como hemos visto, distinguir entre una forma ideológico-reproductiva y una eman-
cipadora-constitutiva se dificulta porque, en las experiencias cotidianas de reconoci-
miento, ambos aspectos suelen darse simultáneamente. En efecto, en la medida en
que alguien reconoce y alguien es reconocido, a primera vista se produce una relación
afirmativa que genera beneficios para ambas partes. Por lo general, es cuando adop-
tamos una cierta distancia histórica que resulta que, a pesar de producir satisfac-
ción y garantizar un equilibrio que favorece a la integración social, el reconocimiento
4 En el caso de Honneth, tal distinción se logra cuando el individuo detecta una discrepancia en-
tre las promesas evaluativas y su cumplimiento material. Matthew Congdon ha defendido recientemente
una aproximación aristotélica que busca superar algunos de los problemas de la aproximación de Honne-
th. El autor afirma que la reflexión crítica sólo es posible usando recursos presentes en la forma de vida a
la que pertenecen el reconocido y el recognoscente, pero resalta el rol crítico, ciertamente privilegiado, de
los contrapúblicos alternativos, a los que dota de una mayor sensibilidad para detectar la carga ideológica
de las formas de vida. Congdon afirma que el subalterno tiene una phrónesis que le permite reconocer
cuando el reconocimiento sólo mantiene estereotipos de manera sospechosa y que ese sentimiento única-
mente lo puede desarrollar en virtud de su pertenencia a esa forma de vida. Este análisis lo realiza sobre
la base de tres criterios que afirma que debe cumplir toda teoría del reconocimiento: (i) distinguir entre
formas correctas y fallidas de reconocimiento (criterio crítico), (ii) aceptar el rol mediador de la subjetivi-
dad en la receptividad a valores (criterio mínimamente idealista), (iii) asumir el carácter histórico de ta-
les valores (criterio historicista) (Congdon 2020). Si bien concuerdo con varios de los puntos abordados
por Congdon, en este trabajo voy a adoptar una estrategia argumentativa distinta.
Revista de Sociología, 38, (1)
aparece como un dispositivo orientado al mantenimiento del statu quo a través de la
construcción de sujetos adiestrados para querer ser aceptados por realizar lo que la so-
69
ciedad considera valioso o útil en un momento dado (Honneth 2010: 326). No obstan-
te, asumir que sus posibles efectos nocivos solo pueden revelarse retrospectivamente
y ser criticados a posteriori, es claramente insuficiente a efectos de explicar las luchas
y procesos orientados a mejorar la situación presente de las personas. En esta sección
quiero comenzar a examinar cómo puede desarrollarse el potencial crítico desde un
DOSSIER
3
pueden darse relaciones de reconocimiento (1.1) y examinaré la validez del muchas
veces planteado problema de la autoridad normativa de la conciencia subjetiva (1.2).
Ahora bien, las mismas normas que garantizan el reconocimiento pueden ser utiliza-
das por el sujeto para reclamar en caso considere que no está recibiendo lo que le co-
rresponde. Según esto, el sujeto afectado puede basar su reclamo en la creencia de que
el individuo o la instancia encargada de reconocer sus virtudes efectúa un juicio erró-
neo al no poder identificar sus acciones como un caso particular ajustado al contenido
de la norma válida. Esto último adquiere, así, un aspecto similar al que Kant confiere
al juicio determinante (Kant 1974: B XXVI), ya que aquí también se trata de evaluar
si la conducta particular de un agente es susceptible de ser subsumida bajo normas
cuya validez se da por descontada, dotándolos, de este modo, de la apariencia de uni-
versalidad y objetividad que bien puede corresponder a una “segunda naturaleza”. 5
5 Sobre el rol que la teoría kantiana del juicio ha tenido para la crítica de la sociedad, ver: Ferrara
2012. Para una lectura de las tesis de Ferrara en el contexto de una aproximación sellarsiana-brandomia-
na a la crítica social, ver: Stahl 2022.
Una aproximación inferencialista-expresivista al reconocimiento patológico.
Nuevas luces sobre un viejo problema.
Considerando sólo este primer orden es, pues, imposible realizar una distinción en-
DOSSIER
tre los dos aspectos del reconocimiento, ya que, si bien el reconocimiento cumple
6
aquí una función social reproductiva, no por ello necesariamente afecta de manera
negativa la vida del sujeto reconocido, al menos no de una manera que él mismo
perciba como dañina. La pregunta es, entonces, si hay algo más en la estructura del
reclamo por falta de reconocimiento que permita identificar una dimensión adicional
de normatividad que, a su vez, posibilite identificar y superar el nivel reproductivo o
ideológico del reconocimiento, considerando que el reconocimiento parece funcionar
perfectamente al nivel de las normas existentes que configuran el mundo de la vida.
70
Sostengo que un posible segundo orden de normatividad sólo puede revelarse vía nega-
tiva, a partir de la experiencia del que reclama por una falta de reconocimiento.7 Esto
ocurre cuando, volviendo a nuestro ejemplo, en el sujeto se desarrolla el sentimiento de
ser una víctima de menosprecio no tanto porque considera que las normas que definen
el rol de académico han sido mal aplicadas, sino porque sus actividades no correspon-
den a la creencia aceptada según la cual publicar los resultados de sus investigaciones
en revistas indizadas se infiere naturalmente de la función productora de conocimiento
asociada a la actividad científica. Contra esto, el sujeto puede priorizar, más bien, la
labor pedagógica y considerar que la rica experiencia formativa que él impulsa en sus
estudiantes es injustamente desdeñada en beneficio de criterios más propios de una
lógica mercantil basada en la acumulación de una producción cuantificable en rankings
administrados por intereses privados. Lo que este segundo tipo de reclamo consigue, en
ese sentido, es comenzar a desnaturalizar la rígida estructura inferencial que mantiene
unidos a los distintos componentes involucrados en la definición de la categoría de aca-
démico, abriendo la posibilidad de que pueda ser eventualmente reconfigurada.
Así, en este segundo caso, el reclamo del sujeto no está dirigido a denunciar la inhabi-
lidad evaluativa de quien realiza el juicio moral manteniendo intacta la normatividad
de primer orden.7 Su reclamo todavía se manifiesta como una reacción derivada de la
conciencia de un trato social injusto –esto es, de la experiencia negativa de aquel que
considera que se le impide injustificadamente satisfacer su necesidad de reconocimien-
to–, pero ya no por un defecto en la facultad judicativa del agente evaluador, sino por
alguna deficiencia en el patrón evaluativo al resultar insuficiente para la obtención de
reconocimiento en relación a experiencias que no calzan con los patrones existentes.
En este caso parece haber un desplazamiento de la fuente de normatividad que lleva de
la vigencia fáctica del orden social en cuestión a la autoridad procedente de la subjeti-
vidad del que experimenta la falta de reconocimiento. Es este desafío resultante de tal
sentimiento de menosprecio lo que revela una dimensión de orden superior que puede
representar un punto de fuga para considerar la posibilidad del cambio social. Así, el
reclamo se proyecta más allá del primer orden de normatividad, pero siempre continúa
estando referido a este, ya que no solo es aquello sin lo cual el reclamo no hubiera podi-
do surgir, sino que, además, en nuestro ejemplo, este último no deja de estar orientado
a obtener el reconocimiento como un académico respetable, ya sea aceptando su signi-
ficado presente o buscando reconfigurarlo.
6 A la base de esta afirmación se halla, por supuesto, la tesis adorniana adaptada por Honneth
para su teoría del reconocimiento (Honneth 2007).
7 Christopher Zurn y otros autores, en un largo y conocido debate que gira en torno a las nocio-
nes de patología y sufrimiento social en Honneth, han abordado el problema de los distintos órdenes en
que se manifiesta y ocultan las relaciones sociales patológicas. A respecto puede consultarse: Zurn (2011),
Freyenhagen (2018, 2019), Laitinen (2019).
Revista de Sociología, 38, (1)
Pero a partir de este desplazamiento normativo que ahora se dirige hacia la reflexi-
vidad crítica del sujeto, puede surgir aún una forma adicional de no reconocimiento.
71
académico por encarnar un tipo de experiencia divergente, sino que su voz es ignorada
al buscar articular y transmitir su descontento ante tal situación y generar un espacio
que le dé cabida.
(a) al agente que aplica erróneamente una norma, con lo cual l anormatividad de
primer orden se refuerza;
(c) a las estructuras que imposibilitan la crítica del tipo (b), es decir, que impiden
que el sujeto sea reconocido como un cocreador de órdenes normativos.
DOSSIER
1.2 El (pseudo)problema de la autoridad de la conciencia sub-
jetiva
Por regla general, la condición para que alguien sea escuchado y sus reclamos aten-
didos es que estos se adecúen a categorías vigentes destinadas a tipificar las diversas
clases de malestares que alguien puede padecer. El dilema es que la utilización de
medios existentes para transmitir su malestar obliga al sujeto a traducir y adaptar
72
sus experiencias, con grandes posibilidades de pérdida de su riqueza y capacidad in-
novadora. No obstante, ensayar la vía opuesta y apelar a la supuesta infalibilidad de
la experiencia moral particular como vía de validación podría conducir a múltiples
consecuencias patológicas, entre las cuales quizás la más notoria es el dogmatismo de
la certeza subjetiva (Stahl 2022: 5). Como enseña Hegel en su crítica al punto de vista
moral, la conciencia moral individual que se repliega sobre sí por encontrar que el
mundo no le hace justicia no es, pues, por sí sola, una garantía absoluta de validez, ya
que, sin la referencia a un orden objetivo, termina usando su propio arbitrio o certeza
(Gewissen) como patrón universal (Hegel 1986c: §137-138). Aquella conciencia pue-
de, ciertamente, ser una señal de que es necesario generar un cambio en los criterios
sociales de valoración, pero no puede ser considerada como una fuente exclusiva de
normatividad.
9 Sobre esta noción de agente epistémico o, simplemente, “knower”, ver: Sellars 1997, Fricker
2007, Congdon 2018.
Revista de Sociología, 38, (1)
Como veremos más adelante, desde esta aproximación deja de ser problemática la
pregunta por aquel “fundamento” de la normatividad que parece provenir de la sub-
73
mentada. En lo que sigue, tomaré los elementos expuestos en esta primera sección y
los abordaré desde una perspectiva inferencialista-expresivista.
DOSSIER
racionalidad permite, por su parte, que los involucrados puedan realizar inferencias
correctas en dicho espacio de las razones y orientarse debidamente en un mundo nor-
mativamente estructurado, lo cual, a su vez, les permite recibir una recompensa en
forma de reconocimiento (Brandom 2001: 89-92). 10
Así las cosas, esta lectura inferencialista puede ayudarnos a detectar con mayor preci-
sión en qué consiste el problema con esta forma de reconocimiento y sus potenciales
efectos ideológicos o puramente reproductivos. Así pues, no sólo es perfectamente
74
posible que existan relaciones de reconocimiento compatibles con la conservación del
statu quo, sino que estas relaciones son precisamente la condición para que sistemas
de creencias y significados sociales se refuercen ideológicamente. La consistencia o
racionalidad fáctica es lo que garantiza esa estabilidad, de modo que mientras el orden
social es percibido como más consistente o racional, la necesidad de cambio disminu-
ye. Esta forma de dogmatismo refuerza la creencia en una perfecta consistencia que se
asume como ya alcanzada. Por eso el reclamo por falta de reconocimiento a este nivel
puede verse como el incumplimiento de ciertas expectativas existentes procedentes de
un orden cuya validez, por considerarse como racional, rara vez es puesto en cuestión.
Pero si bien el inferencialismo permite entender lo que ocurre con la dimensión re-
productiva del reconocimiento, me interesa ver también si puede echar luces sobre
la dimensión constitutiva, así como sobre la tensión que se produce entre ambas. En
otras palabras, vale la pena preguntarse cómo puede lograrse que las demandas por
reconocimiento no se restrinjan a un conjunto tipificado de malestares sociales im-
pidiendo, con ello, la visibilización de experiencias divergentes y nuevos problemas.
Como hemos visto, es la experiencia de falta de reconocimiento de los afectados lo que
mejor puede orientarnos en esta dirección. Para ello debemos volver a la pregunta,
planteada en la sección anterior, acerca de qué es lo que ocurre cuando B no es reco-
nocido por A. Tal como se adelantó, la experiencia de B de un trato injusto o injustifi-
cado puede llevar a tres posibles consecuencias.
(a) B puede acusar a A de ser un “mal jugador”, es decir, de no estar realizando las
inferencias correctas en el espacio de las razones compartido. Con esto, B continúa
afirmando el valor de la actual configuración de tal espacio; o
(b) B puede cuestionar la configuración de tal espacio. Esta última alternativa pue-
de, a su vez, llevar a dos posibilidades:
(b.1) B cuestiona la validez de tal orden basado en su propio juicio y en sus propias
experiencias; o
(b.2) B sospecha de posibles inconsistencias dentro del espacio de las razones, lo cual
lo lleva a buscar reconfigurarlo.
10 Brandom se refiere a las prácticas sociales de los individuos en un espacio de razones que
genera expectativas de comportamiento sobre la base del dominio de conceptos inferencialmente rela-
cionados. Al actuar buscando reconocimiento, lo que hacemos es aplicar un razonamiento prudencial
que nos lleva a realizar inferencias correctas de acuerdo al status social con el que nos hemos compro-
metido (y no respondiendo a deseos o preferencias arbitrarios).
Revista de Sociología, 38, (1)
DOSSIER
de nuevas determinaciones y reconfiguraciones del mundo puedan ser admitidas en
lugar de aceptar la consistencia vigente como única configuración racional posible
(Hegel 1986a: 72-75).
76
3. Reconocimiento y expresivismo
Hay una gran diferencia entre padecer una injusticia determinada, la cual niega cri-
terios valorativos que ya se han hecho visibles (como la discriminación racial o de
género) y padecer lo que, siguiendo a Marx, podríamos llamar injusticia “como tal” o
“en general” (schlechthin). En el primer caso se trata de incumplir parámetros socia-
les vigentes. En el segundo, de impedir a alguien participar en la determinación de
lo aceptable e inaceptable considerando su propia experiencia; experiencia que, no
obstante, no puede ser considerada sólo como un capricho o una arbitrariedad, sino
que debe poseer un carácter “universal” (Marx 1976: 390). En efecto, cuando Marx se
refiere al proletariado como sujeto revolucionario, afirma que su sufrimiento no tiene
un carácter puramente particular, puesto que no representa a ninguna parte ya reco-
nocida por el sistema político liberal. Ya que el proletariado es “la clase que no es una
clase en la sociedad” (Marx 1976: ibid), su padecimiento es universal en la medida en
que, a través de sus experiencias, hace posible que la sociedad llegue a ser consciente
de sus propias contradicciones.
La teoría crítica, en esta misma línea, para no ser solo una forma más de activismo o de
teoría comprometida exclusivamente con ciertos tipos de luchas sociales previamente
tipificados, ha debido también asumir esta perspectiva y surgir allí donde algo que
parece ser solo un padecimiento para unos pocos, puede revelarse como un problema
de y para la sociedad. Es clara, por ejemplo, la gravedad que comportan los problemas
asociados con la migración o el medio ambiente, como también con la discriminación
de comunidades LGBTIQ o de minorías étnicas. Estos problemas afectan en la ac-
tualidad a millones de personas, pero comprometen también a una gran cantidad de
activistas en todo el mundo, y son objeto de investigaciones que reciben importantes
financiamientos, las cuales ven la luz en artículos y libros de prestigiosas editoriales.
Y esto es así porque han logrado ser visibilizados como social y académicamente rele-
vantes. Hoy en día no se trata de demostrar que el racismo, la violencia de género, la
esclavitud, etc. son malos –todo esto ya se sabe y genera el repudio mayoritario–. Se
trata, más bien, de encontrar las maneras de erradicarlos. Y a este objetivo las ciencias
sociales y el activismo político sirven bastante bien. Podemos, además, legítimamente
llamar “patológicas” a las conductas asociadas con aquellas prácticas. No obstante, la
teoría crítica no solamente tiene como objeto el estudio de estas patologías sociales
más o menos visibles, sino de una forma de patología que consiste en impedir que
una situación que afecta o puede afectar a un conjunto de individuos sea considerada
como un problema social. La teoría crítica suele hacerse presente cuando se trata de
explicar la naturaleza de las patologías sociales que obstaculizan o distorsionan la
Revista de Sociología, 38, (1)
visibilización de distintas formas de sufrimiento. 11 Y esta tarea se ha llevado a cabo en
conjunto con el trabajo de individuos y colectivos que permitieron, en algún momen-
77
to, romper con la inmediatez y la normalidad que impedía que ciertos asuntos fueran
considerados como problemáticos. En esta sección voy a desarrollar esta lectura rela-
tiva a la ruptura con esta inmediatez como el principio de las demandas por reconoci-
miento (3.1) y referirme a la necesaria escisión como condición del surgimiento de la
conciencia crítica (3.2).
DOSSIER
11 Sobre esta concepción de patología social como “desorden de segundo orden” y el debate
generado en torno a ella, pueden consultarse los ya mencionados textos de: Zurn (2011), Freyenhagen
(2018, 2019), Laitinen (2019), entre otros.
12 Dice Kant: “Toda certeza es o inmediata o mediada, es decir, o requiere una prueba, o no
es capaz de ello y no requiere ninguna prueba. Incluso si tanto en nuestro conocimiento es cierto sólo
mediatamente, es decir, a través de una prueba, todavía debe haber algo indemostrable o inmediata-
mente cierto, y todo nuestro conocimiento debe proceder de proposiciones inmediatamente ciertas.”
(Kant 1992: 575).
Una aproximación inferencialista-expresivista al reconocimiento patológico.
Nuevas luces sobre un viejo problema.
DOSSIER
el cual no hace sino escindirlo en sus momentos constituyentes, sujeto y predicado,
posibilitando su revisión. 13
Ahora bien, ¿qué nos dicen estas reflexiones sobre nuestro tema? Cuando se produce
el reclamo por reconocimiento y B asume una estrategia no-inferencialista, él está
basando su demanda en otra representación inmediata: opone a un contenido no de-
mostrado otro contenido no demostrado que él poseía previamente. Por el contrario,
si asumiera la estrategia inferencialista-expresivista, B estaría reclamando por el tér-
78
mino medio aún no visible, por la prueba que demuestre que a la definición de acadé-
mico le pertenecen, efectivamente, las propiedades inicialmente atribuidas. En otras
palabras, cuando B cuestiona que no se le considere como un buen académico porque
su significado actual no abarca sus experiencias particulares, no está simplemente
oponiendo una certeza inmediata a otra, ni tampoco es el caso que tal demanda proce-
da de la pura arbitrariedad o que la experiencia particular subjetiva por sí sola pueda
considerarse como fuente de normatividad. B está, más bien, reclamando un tipo de
reconocimiento diferente, asociado con la capacidad de intervenir en la justificación
y eventual reconstrucción de las categorías a partir de las cuales se definen y valoran
sus acciones, y se forma su identidad.
13 Hegel afirma, a este respecto, que el contenido determinado de P es solo una de las mu-
chas determinaciones posibles de S. Con Brandom podemos ver, en este sentido, que esta forma lógica
que adquiere el lenguaje “has the expressive role of making explicit, in the form of logically compound
assertible sentential contents, the implicit material commitments in virtue of which logically atomic
sentences have the contents that they do.” (Brandom 2001: 153). Podemos decir, entonces, que la di-
mensión expresiva hace referencia a la capacidad de explicitar tales determinaciones y sus vínculos y,
de este modo, permite detectar posibles contradicciones en la comprensión actual de los conceptos.
Revista de Sociología, 38, (1)
esta se duplica al abrirse una posibilidad que antes no existía, el sujeto puede recono-
cer que el mundo puede ser de otra manera (Hegel 1986a: 23-25, 72-75). En ese senti-
79
adscribirle ciertos roles sociales casi de inmediato-, el dominio o uso genuino de tal
concepto requiere algo más: la conciencia de estos vínculos y la demostración de su
validez. 14 El genuino usuario de conceptos -afirma Brandom- debe poder situarlos
en un espacio de implicaciones: en nuestro ejemplo, se debe saber qué se sigue de
clasificar a alguien como académico, tanto en lo relativo a entender otros conceptos
relacionados como a actuar según tales creencias (Brandom 2019: 113). Solo en esta
etapa, con la demostración que se articula sobre la base de juicios, la posibilidad de
desafiar la validez puede aparecer.
Llegados a este punto, podemos preguntarnos cómo surge en la práctica esta conciencia
con potencial crítico. La respuesta ya ha sido anticipada. Es la posibilidad de articula-
ción y expresión de las experiencias negativas de menosprecio lo que origina esta necesi-
dad de revisión de una situación que aparece como normal en virtud de su constitución
asumida inmediatamente como internamente consistente, esto es, racional. No obstan-
te, esta expresividad no es el resultado de una conciencia individual, sino de la acción
conjunta en espacios de interacción que intentan dar sentido a experiencias que pugnan
por convertirse en conocimiento. En este sentido se habla, por ejemplo, de fenómenos
como el de la concientización (consciousness raising), aquella forma de autoconcien-
cia reflexiva generada por el activismo político surgida, principalmente, en el contexto
de los movimientos feministas de la década de 1960. 15 Esta manera de agruparse en
colectivos con la finalidad de hacer visible un problema para otros (además de para los
directamente afectados), está orientada a recuperar la consistencia perdida, pero incor-
porando y dando sentido a las múltiples experiencias de los afectados, los cuales, con su
conocimiento situado y perspectivas singulares, pueden contribuir a comprender una
situación de una manera más completa. Esto tiene, además, el carácter de una crítica de
la ideología, si entendemos por ideología -con Rahel Jaeggi- al bloqueo de la posibilidad
de acumulación de experiencias (Erfahrungsprozess), es decir, al bloqueo de la capaci-
dad expresiva de los agentes para definir y determinar una situación que compromete
sus posibilidades de autocomprensión y autorrealización (Jaeggi 2014: 407-411). En ese
sentido, la ideología es un bloqueo epistémico, pero también moral, porque impide re-
conocer al otro como alguien capaz de constituir el espacio compartido desde el cual se
dan las valoraciones, es decir, de reconocerlo como lo que hemos llamado, con Fricker y
otros, un agente epistémico o “knower”.
14 Siguiendo a Sellars, Brandom diferencia entre etiquetar o realizar un simple reporte des-
criptivo basado en la observación y un auténtico conocimiento procedente de la capacidad de realizar
inferencias (Brandom 2019: 113). Así, la atribución de una categoría o concepto como “académico” pue-
de darse de manera inmediata, pero también pueden hacerse explícitos los vínculos inferenciales que
la conectan con otros muchos conceptos. Esto último es lo que constituye su justificación y fundamen-
tación, y lo que abre la posibilidad de revisar la validez de tales vínculos, y con ello, de los conceptos
mismos.
15 Sobre la función de este fenómeno para la crítica y la transformación social, ver Haslanger
2021. Fricker se refiere a esto mismo al explicar los modos de superar la injusticia hermenéutica: “The
Una aproximación inferencialista-expresivista al reconocimiento patológico.
Nuevas luces sobre un viejo problema.
Lo que he querido sugerir es que la demanda por reconocimiento asociada a este segun-
DOSSIER
do orden acompaña a cualquier otra forma de reconocimiento que se da en los órdenes
fácticos en el siguiente sentido. Mientras que, en este primer nivel, el reconocimiento
requiere los recursos preexistentes en la sociedad como criterio de valoración, superar
este tipo de relación orientado a la mera reproducción social exige salir de aquella esfera
de lo dado, esto es, superar la inmediatez. Al primer nivel, el reconocimiento funciona
aún como dispositivo ideológico y puede llamarse patológico cuando, en virtud de la
satisfacción que genera, impide la eventual revisión de los criterios de valoración. Por
tal motivo, ampliar este aspecto puramente reproductivo sigue el camino de una supe-
80
ración de la inmediatez. Como he esperado mostrar, la tesis y principal aporte de este
trabajo es la defensa de la idea de que una aproximación inferencialista-expresivista,
como la presentada aquí en sus líneas básicas, puede servir para explicar el proceso de
ruptura con la inmediatez que conduce a entender al reconocimiento más allá de su
función socio-reproductiva.
Consideraciones finales
Sobre esta base, en la primera sección, mostré la dificultad de distinguir a priori en-
tre la forma patológica de reconocimiento y una forma positiva orientada al fomen-
to del ejercicio de la autonomía. Para lograr este fin, comencé distinguiendo dos ór-
denes de normatividad. El primero constituye la referencia necesaria de toda relación
de reconocimiento, ya que este representa el conjunto de valores que tanto la perso-
na o instancia reconocedora como el sujeto reconocido comparten y del cual obtie-
nen los patrones para otorgar y demandar reconocimiento. De esto se concluyó que
es la experiencia de falta de reconocimiento lo que abre la posibilidad de identificar
una segunda forma del mismo que favorezca la autonomía y la capacidad creado-
ra de los agentes sociales y no solamente reproduzca el orden social fáctico. De esta
manera, las expectativas no cumplidas originan un reclamo que puede abrir el ca-
mino hacia un segundo orden de normatividad, el cual, inicialmente, parece fun-
damentar su legitimidad en la autoridad que emana de la subjetividad del afectado.
sense of dissonance, then, is the starting point for both the critical thinking and the moral-intellectual
courage that rebellion requires. That, I take it, is part of the mechanism of consciousness raising. Put a
number of people together who have felt a certain dissonance about an area of social experience, and
factor in that each of them will have a different profile of immunity and susceptibility to different autho-
ritative discourses, and it is not surprising that the sense of dissonance can increase and become critically
emboldened.” (Fricker 2007: 167-168).
Revista de Sociología, 38, (1)
Con el propósito de evitar este giro hacia la conciencia subjetiva que fácilmente con-
duciría a la imposibilidad de distinguir entre demandas legítimas e ilegítimas, sobre la
81
base de la distinción previa entre dos órdenes de normatividad, consideré tres posibles
modos que puede adquirir el reclamo por falta de reconocimiento. Estos se refieren,
respectivamente, a una mala aplicación de criterios sociales, a un defecto en los crite-
rios mismos determinado por la subjetividad del individuo, y a un defecto en los crite-
rios procedentes de la propia estructura en que se sustentan. Partiendo de una lectura
DOSSIER
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DOSSIER
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Felipe Torres1
Palabras clave | Aceleración social – Teoría Crítica – Teoría Social – Teorización – Escuela
de Frankfurt
Abstract | This paper seeks to expose the background, approaches, and central criticisms of
the social acceleration thesis. It is proposed that the fundamental aspects of this theorization
on social time correspond to a model of special interest for the contemporary world given its
capacity to articulate theory and empirical studies. It is postulated that this articulation repre-
sents an axis of special interest for current critical theory.
Introducción
85
Este no es un escrito tanto sobre el pasado de la teoría crítica, sino más bien sobre su
futuro. Siguiendo el pathos abierto por los primeros autores de esta tradición, este es-
crito irá más allá de su marco de inscripción histórica (la primera mitad del siglo 20)
y su localización geográfica (Europa occidental, en particular Alemania), para abordar
DOSSIER
lo que bajo ciertos criterios que pretendo especificar a lo largo del escrito, suponen
lo que constituye la teoría crítica para lo que viene. A menudo, una de las mejores
maneras de conmemorar algo es esclareciendo las líneas que contribuyen a su conti-
nuidad. Siguiendo este ímpetu, en lo que sigue se abordará la teoría de la aceleración
social como una propuesta de alta originalidad dentro de la actual tradición de teoría
crítica, aunque, desde luego, no exenta de puntos débiles. Para cumplir este propósito
procederé en tres pasos: 1) dedicaré un primer momento a realizar una breve recons-
trucción de los principales conceptos que la componen y que provienen de diferentes
tradiciones de pensamiento (filosofía, historia y sociología principalmente); 2) en un
segundo momento se analizará y evaluará su impacto y recepción tanto en discusiones
dadas en el viejo continente como en otras latitudes, especialmente Latinoamérica.
A la luz de lo anterior, en un último apartado 3) se expondrán algunas de las críticas
que ha recibido esta aproximación, enfatizando a la vez límites y posibilidades de la
tesis de la aceleración social en perspectiva comparada. Se espera con esto culminar
evaluando los potenciales críticos de esta perspectiva para la crítica social del siglo 21.
DOSSIER
atenta a las diferencias entre sociedades y al interior de estas. Tomando esto en con-
sideración, lo primero que me gustaría destacar es por tanto que la tesis de la acelera-
ción cabe dentro de la definición de una teorización sobre la sociedad actual antes que
en el cierre de una teoría general en sentido estricto.
Sin embargo, también es posible realizar una teoría de base amplia sin caer en las pre-
tensiones de una ‘teoría general de la sociedad’ o una ‘ontología de lo social’, al tiempo
que tampoco se somete al escrutinio de largo alcance bajo el cerco del dato específico.
86
Más adelante veremos que existen diversas y justificadas críticas a la teoría de la ace-
leración, pero sin duda una de sus ventajas descansa en que puede rendir de buena
forma en varios de los niveles antes expuestos: puede ser considerada una teorización
de la vida temporal contemporánea; busca estar fundada empíricamente; y, desde
allí, pretende dar cuenta de las estructuras generales que subyacen a la temporalidad
de las sociedades actuales. Todo lo anterior, podemos constatarlo ya, no es poco.
Vemos así que la crítica del tiempo social no es una teorización que provenga propia-
mente de la Escuela de Frankfurt. Varios de sus exponentes no tienen una relación
directa con el Institut für Sozialforschung (IfS). Para decirlo entonces claramente: la
teoría de la aceleración no ha sido desarrollada propiamente en el marco de lo que es
definido habitualmente como la Escuela de Frankfurt (Jay, 1988; Jeffries, 2016). Hart-
mut Rosa, seguramente uno de sus máximos exponentes, tiene una relación ambigua
con la tradición frankfurtiana. En ocasiones ha puesto en tensión su pertenencia a esta
tradición y en otras ha sido poco claro (Schiermer & Rosa, 2017; Torres & Rosa 2021).
La pregunta obvia a continuación es ¿qué hace entonces la teoría de la aceleración
Revista de Sociología, 38(1)
en un dossier dedicado a los 100 años de la Escuela de Frankfurt? Aquí es necesario
tener en cuenta qué significa heredar un espíritu crítico y cómo este puede trascender
87
tico epocal de las grandes tendencias, por un lado, y los potenciales alienantes y pato-
lógicos de dichas fuerzas, por otro. Sin pretender agotar los criterios que permitirían
definir una teoría como “crítica” al estilo frankfurtiano, me parece que esos dos pará-
metros fungen transversalmente en la obra de emblemáticos autores de la tradición
como Adorno, Marcuse, Pollock, Horkheimer o Benjamin. Incluso esos criterios son
patentes en autores de otras tradiciones de pensamiento, del mismo modo que diver-
sas obras no serían condicionadas en su potencial crítico por la no pertenencia de sus
autores/as al Institut, como las de Nancy Fraser o Franz Fanon, por nombrar un par.
Entonces, la aceleración es una teoría crítica, pero antes que todo es una teorización
sobre la sociedad. Esto quiere decir que lo que intenta escrutar, en primer término,
son las condiciones temporales que marcan de manera transversal a las sociedades
así llamadas modernas. Las líneas estructurantes de la vida social son aquellas que se
presentan al observador/a después de un trabajo que pone en relación diversas fuen-
tes teóricas y empíricas. Este proceso requiere discriminaciones y selecciones de todo
tipo, que enlazan la evidencia empírica y teórica con las intuiciones del/a autor/a. Es
así como se puede notar que las alteraciones de la vida productiva y emocional de los/
as sujetos/as influyen en la formación de la identidad, o los bien documentados tra-
bajos sobre la influencia de las nuevas tecnologías para el desarrollo del transporte y
telecomunicaciones. Todo ello contribuye a configurar algunas de las tesis principales
de la aceleración que se encuentran en Beschleunigung (Rosa, 2005), pero también
en otros libros que abordan la cuestión como Empires of Speed (Hassan, 2008) o
Speed and Politics (Glezos, 2012). Pasaré entonces ahora a relatar algunos de los an-
tecedentes centrales de la tesis de aceleración desde diferentes perspectivas.
Entre los antecedentes filosóficos podemos contar a Hans Blumenberg (2007) y Her-
mann Lübbe (1992). Más que detallar las propuestas de ambos autores, las que de por
sí son lo suficientemente densas, a ratos áridas, haciendo imposible reducirlas a dos o
tres párrafos en este escrito, lo que me interesa es destacar dos cuestiones. La primera
de ellas es la escisión entre, tiempo del mundo, y, tiempo de la vida, de Blumenberg y la
segunda es la tesis del presentismo de Lübbe. La primera ayuda a crear las condiciones
para una permanente búsqueda por maximizar las opciones de vida, que a su vez son
también crecientes. Las perspectivas de mundo se amplían en los campos científicos y
técnicos, permitiendo una significativa apertura de las posibilidades sobre el mundo.
Sin embargo, el tiempo de la vida resulta siempre insuficiente para la materialización de
todas las posibilidades, para lo cual parece ser una solución plausible aumentar la velo-
cidad. Blumenberg detecta que la temporalidad se altera en esta escisión tornando a la
Teorizando la aceleración social.
Crítica para la sociedad actual
DOSSIER
podemos hacer justicia al mundo si se aumenta la velocidad para consumar las posibi-
lidades que se encuentran en este, ya sea de forma explícita o por descubrir (Blumen-
berg, 2007). En síntesis, la aceleración sería una respuesta de época al crecimiento de
las posibilidades en el mundo y la emergente necesidad de consumación de estas. En
otra línea, la noción de una ‘contracción del presente’ [Gegenwartsschrumpfung] en
Lübbe (1992) refiere a la incapacidad de proyectar la historia más allá de lo urgente.
Siguiendo la estela de la tesis de Blumenberg, Lübbe sugiere que la emergencia de las
posibilidades abiertas por la ciencia y técnica modernas promueve la premura de sus
88
propios desarrollos, afectando a la dimensión política que se ve supeditada y subsu-
mida a tiempos ajenos. En ese contexto no hay horizonte de expectativa que pueda
trascender la tiranía del presente, impidiendo a la política abocarse a dirigir los desti-
nos de la sociedad, forzándola a volcar a la resolución de lo inmediato en los mejores
casos, y sucumbiendo a la irrelevancia en los peores.
Entre los antecedentes históricos por su parte, hay que situar a Koselleck y la tesis de
la temporalización de la historia (Koselleck, 2000). La propuesta koselleckiana busca
explicar la creciente conciencia de una historia sin un telos fijo ni extemporáneo. Las
olas de secularización junto a las revoluciones científicas y políticas alteran los rela-
tos atemporales sobre el sentido de la historia, el saber y la organización social res-
pectivamente, situando en el tiempo los sentidos, conocimientos y normas. En otras
palabras, no hay significados atemporales, leyes universales o normas naturales que
deban ser seguidas sin una consideración de su época de emergencia. De esta manera
tanto las atrocidades y lastres, como los logros posibles en las diferentes esferas antes
mencionadas, también se vuelven posibles de superar o alcanzar respectivamente, en
base a la velocidad definida. Acelerar en este caso es otro modo de buscar la consuma-
ción del máximo de ideales posibles en ámbitos diferentes como la ciencia o la justi-
cia. Esto permite la emergencia de una conciencia histórica de los límites temporales
de cada proceso, pero a la vez la misma posibilidad de superarlos en el tiempo.
Llegados a este punto, podría decirse que la teoría de la aceleración propone una ver-
sión más concreta de teoría y crítica. O al menos altamente visible para investigadores
y público general. Se trata de abordar fenómenos que ocurren en un nivel de observa-
ción directo, y que, desde allí, sin embargo, pueden ser tratados con mayor abstracción.
Desde la experiencia personal por premura de tiempo hasta desarrollos en comunica-
ciones, transporte, electricidad (alteración de horas de sueño), y mediciones de tasas
de cambio, innovaciones, etc. así como también ejemplos de procesos sociales más
amplios como la expansión del virus COVID-19, dan cuenta de las condiciones para
la expansión rápida, en algunos casos frenética, de fenómenos a escala planetaria. La
aceleración por tanto no responde a una ontología social que pretenda captar aspectos
invariantes de la vida en sociedad al estilo de una fenomenología, o a un tipo de confi-
guración emergente de la sociedad al modo de una teoría general. En cambio, se ancla
en la observación de aspectos contingentes que sin embargo marcan transversalmente
y de modo estructural diversas dimensiones de la sociedad. El fenómeno de acelera-
ción, por tanto, no es una realidad que se sustente de por sí en la teoría, sino que basa
sus presupuestos en la evidencia actual de vastos grupos de la población, así como de
procesos sociales y materiales amplios. Es así como la evidencia internacional com-
parada muestra de qué maneras se percibe la presión del tiempo en diversos contex-
tos. Por ejemplo, en Estados Unidos, Southerton & Tomlinson (2005) han mostrado
diversas fuentes de premura de tiempo que conducen a diversos grupos estudiados a
sentirse ‘acosados’ [harried] por el tiempo. En Alemania también se han estudiado las
consecuencias de jornadas de trabajo cambiantes (Garhammer, 1992), con impactos
en las percepciones del tiempo personal y de ocio. En Chile existen variados estudios
que demuestran la premura por el tiempo desde perspectivas de diferentes segmentos
de la población desde trabajo, grupos etarios hasta el género (Carrasco et al., 2005;
Teorizando la aceleración social.
Crítica para la sociedad actual
Basaure et al., 2018; Barriga & Sato, 2021). Estos estudios dan cuenta de diversas aris-
DOSSIER
tas que el fenómeno temporal supone para diversos grupos sociales. Este aterrizaje
no es superficial ni secundario, sino que responde a la demanda por hacer visible la
explicación de la aceleración en sus más cotidianos ámbitos. Esto da cuenta tanto de
una base de justificación sustentada en datos, a la vez que demuestra su potencial de
aplicación en diversas regiones y contextos.
Críticas
90
Como toda aproximación a la sociedad que busque captar fenómenos transversales, ya
sea en el plano de la teoría o de los estudios aplicados, la teorización sobre la acelera-
ción no está exenta de límites. Por cuestiones de extensión me detendré en dos de los
más recurrentes y, a mí modo de ver, mejor fundamentados puntos problemáticos de
la propuesta. Me refiero en un nivel descriptivo a la pretensión de universalidad del
fenómeno aceleratorio; y, en un nivel normativo, a su reparo en considerar por sobre
todo las consecuencias alienantes de la aceleración. El primer punto es un desafío
epistemológico, el segundo es más bien una corrección política.
Por otro lado, una segunda crítica apunta a que resulta un tanto reduccionista poner
excesivo acento en las características alienantes de la aceleración. Sin negar la im-
portancia y realidad de los efectos perversos de la vida frenética, en el último tiempo
la literatura ha puesto de relieve los potenciales críticos de acelerar tanto procesos
sociopolíticos como demandas operacionales (Vostal 2021; Torres y Gros 2022). Des-
de un punto de vista comparativo, existen, por ejemplo, al menos dos niveles, donde
por un lado se encuentra una crítica culturalista de la aceleración que enfatiza la falta
de tiempo y la vida alienante vinculada a la (im)posibilidad del consumo. De otro,
en América Latina sin ir más lejos, se critica a la aceleración en clave expansionista
(imperialista) y extractivista, al tiempo que se ve la necesidad de acelerar procesos
políticos por justicia social. Así, la primera sería fundamentalmente una aceleración
propia de la realidad europea, desde una crítica culturalista de la misma; mientras que
Revista de Sociología, 38(1)
la segunda es una situación característica de las ambigüedades de la realidad latinoa-
mericana, donde convive una crítica materialista de la expansión/extracción capita-
91
lista, con una crítica política por derechos de justicia social en clave aceleracionista.
Adicionalmente, en América Latina el trabajo sobre la aceleración también ya cuenta
con una recepción crítica en distintas esferas académicas (Álvarez-Cienfuegos, 2016;
Cristiano, 2020, 2021; Montero, 2021; Basaure, 2022), en donde se esbozan, de algu-
na u otra manera, las críticas anteriormente señaladas a la pretendida universalidad
DOSSIER
del fenómeno, así como las bases culturales o materiales que se encontrarían en su
origen.
Más que buscar una respuesta a estas críticas, me interesa llegar hasta aquí con la
exposición de tales problemas. Me parece que ambas objeciones puntualizan debili-
dades serias de la teorización sobre la aceleración. No obstante, el valor de esta no es-
triba en su infalibilidad, sino en la capacidad de abrir nuevas comprensiones sobre la
realidad temporal de las sociedades tardo-capitalistas, materializadas en programas
de investigación y reflexiones críticas que tomen en cuenta los potenciales de la teoría,
así como sus necesarias adaptaciones, ajustes, límites y errores.
Reflexiones finales
Llegados a este punto podemos reconocer sin mayor esfuerzo que la crítica social en
el mundo contemporáneo posee fuerte raigambre empírica. No deja de ser esto un co-
rrelato de la desafección generalizada por políticas teóricas con limitado fundamento
empírico. Dicho de otra manera, si algo hubiese que estudiar en el porvenir es hasta
qué punto la crítica teórica excesivamente ‘teórica’, a ratos ensayística, ha contribui-
do a la falta de formulación de vías políticas concretas de acción, por un lado, y al
desprestigio y hasta confinamiento de la misma crítica de tendencias generales a los
pasillos de las universidades y los encuentros académicos, por otro. Afortunadamen-
te, esto sin duda ha ido cambiando en el contexto chileno durante el último tiempo
(también es posible verlo en centros de investigación en Alemania y Estados Unidos),
pudiéndose constatar un mayor compromiso de los/as teóricos/as con el mundo con-
creto, así como de sus investigaciones con el espacio público. Cabe entonces esperar
más teorizaciones, así como una mejor conexión con la realidad local e internacional.
Teorizando la aceleración social.
Crítica para la sociedad actual
El pensamiento crítico ha tenido frutos en el pasado, ha sido un gran motor para de-
DOSSIER
tectar problemas sociales y eventualmente contribuir a movilizar fuerzas colectivas.
No basta hoy entonces solo con leer y comparar, legítimamente, por ejemplo, el con-
cepto de ‘industria cultural’ en Marcuse y Horkheimer, o la noción de ‘dialéctica’ en
Adorno y Benjamin, si esto no se acompaña de una mirada a la sociedad actual y su
realidad más próxima. Las teorizaciones sobre la aceleración me parece que son un
buen ejemplo de ello.
92
Agradecimientos
Agradezco a Javier Cristiano sus precisos comentarios a una versión inicial de este escri-
to. Los errores y faltas, desde luego, son de mi completa responsabilidad.
Revista de Sociología, 38(1)
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93
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Alexis Gros1
Palabras clave | Teoría de la relación con el mundo; Teoría de las formas de vida; Ontolo-
gía social; Latinoamérica; Hartmut Rosa.
Abstract | The publication of Resonanz, by Hartmut Rosa, and Kritik von Lebensformen, by
Rahel Jaeggi, mark a “social-ontological turn” in contemporary Critical Theory. Despite the
great resonance of both authors, in the secondary literature there are no detailed treatments
of their social ontologies: the theory of world-relations (TWR) and the theory of life-forms
(TLF). The aim of the present paper is twofold. First (1), it aims to systematically reconstruct
Rosa’s TWR as an illustration of the social-ontological turn in current Critical Theory. Second
(2), it intends to offer some reflections on the epistemological dilemmas involved in attempts
to “apply” social ontologies of this kind to the analysis of Latin American realities.
Keywords | Theory of World-Relations; Theory of Life Forms; Social Ontology; Latin Ame-
rica; Hartmut Rosa.
Introducción
97
La “ontología social” puede definirse como un esfuerzo teórico por definir la natura-
leza, propiedades fundamentales y elementos constitutivos de la realidad social en
cuanto tal (Schatzki 2010; Epstein 2021).2 Dicho de otro modo, mediante la ela-
boración de un vocabulario conceptual general, la reflexión ontológico-social busca
DOSSIER
especificar qué es la realidad social y qué hay en ella. Ejemplos clásicos de desarrollos
de este tipo son la definición durkheimiana de los “hechos sociales” (Durkheim 1986)
y las disquisiciones de Weber (1984) sobre la “acción social”; mientras que la teoría
giddensiana de la “estructuración social” (Giddens 1986), la teoría social anticonfla-
cionista del realismo crítico (Archer 1995) y las reflexiones de Searle (2006) sobre las
“instituciones sociales” constituyen propuestas más cercanas a nuestros días.
Pero las convergencias entre Rosa y Jaeggi no terminan aquí. Los autores no solo con-
fluyen en su interés en cuestiones ontológico-sociales, sino también en el modo de abor-
darlas. La TRM y la TFV ven la esfera informal de la vida cotidiana, aquello que los
fenomenólogos denominan Lebenswelt, como el escenario principal de operaciones de
la realidad social (Jaeggi 2014, pp. 69-70; Rosa 2016, pp. 61-65). Y no temen enfrentar
los desafíos planteados por los “giros” teóricos actuales del mainstream de las ciencias
sociales: los turns “interpretativo”, “práctico”, “material”, “corporal”, “somático”, etc.
(Reckwitz 2016, pp. 98-99; Backmann-Medick 2019). En este sentido, ambas propues-
tas subrayan no solo el carácter esencialmente material y corporizado de lo social, sino
también su significatividad y normatividad inmanentes.
Vista bajo este prisma, la socialidad aparece como una realidad necesariamente em-
bodied y embedded, encarnada y corpóreo-artefactualmente emplazada, que se en-
cuentra siempre ya estructurada en términos de interpretaciones y evaluaciones dóxi-
cas del mundo (ver Jaeggi 2018, pp. 67, 73; Rosa 2016, p. 214). Debe enfatizarse, sin
2 La “ontología social” así definida se identifica con aquello que autores como Reckwitz (2021, pp.
30-31) y Lindemann (2009, p. 21) definen como “teoría social” [Sozialtheorie].
3 Utilizo el concepto de “teoría de la relación con el mundo” solo para referirme a la ontología
social de Rosa. Creo que la noción de “sociología de la relación con el mundo”, que funge como subtítulo
de Resonanz, es más amplia. Además de la teoría de la relación con el mundo, incluye las consideraciones
teórico-societales del autor acerca de la especificidad de las sociedades (tardo)modernas. No me ocuparé
aquí de la teoría de la sociedad de Rosa, sino solo de su ontología social.
Las nuevas ontologías sociales de la Escuela de Frankfurt y los dilemas de su “aplicación” en Latinoamérica:
El caso de la teoría de la relación con el mundo de Hartmut Rosa
DOSSIER
de la clásica preocupación frankfurtiana por la totalidad de las relaciones sociales
bajo el capitalismo moderno (ver Rosa 2012, p. 273). Tanto Rosa (2016) como Jaeggi
(2013) entienden sus infinitesimales reflexiones ontológico-sociales como un instru-
mento para formular una crítica inmanente de las sociedades contemporáneas qua
entidades macrosociales de largo alcance.
98
neraciones anteriores de la Escuela de Frankfurt. 4 Me refiero a un conjunto de aborda-
jes teóricos hermenéutica y pragmáticamente orientados que suelen englobarse bajo
el llamado “paradigma interpretativo” en ciencias sociales (Keller 2012): la fenomeno-
logía, la etnometodología, la hermenéutica, el pragmatismo y la teoría de las prácticas
sociales (Gros 2020; 2021; ver Jaeggi 2014, pp. 95, 109; Rosa 2016, pp. 61-62, 214).
Más precisamente, mientras que la TFV es decididamente praxiológica (Gros 2021; ver
Jaeggi 2018, p. 67; 2015, p. 15), la TRM puede entenderse como una ontología social
fenomenológicamente inspirada (Gros 2019, 2020; ver Rosa 2016, p. 65).
La resonancia actual de las Teorías Críticas de Jaeggi y Rosa es inmensa. En los últi-
mos años, sus perspectivas han sido discutidas y problematizadas en múltiples libros,
compilaciones y artículos (ver, por ejemplo, Wils 2019; Peters & Schulz 2017; Allen &
Mendieta 2018). Hasta donde llega mi conocimiento, sin embargo, no existen análisis
exhaustivos de la TRM y la TFV en su calidad de ontologías sociales. Esto se observa
con más claridad en el caso de la TRM, la cual será el foco principal de las páginas que
siguen. Si bien ocupa un lugar protagónico en la obra fundamental de Rosa, Resonanz,
la TRM qua ontología social tiene un papel accesorio en la literatura secundaria sobre
el autor, la cual suele centrarse en sus concepciones de la “aceleración social” (por ejem-
plo, Montero 2020; Torres y Gros 2021) y la “resonancia” (por ejemplo, Peters & Majid
2023; Susen 2020).
Dualismo perspectivo
Según Rosa (2021, p. 181), la estructura de una sociedad puede definirse como un “sis-
tema institucional” que garantiza la “reproducción material” de la misma. Por ejemplo,
las sociedades (tardo)modernas están compuestas de un agregado de instituciones de
diferente tipo, como las ligadas a la economía capitalista y aquellas vinculadas a la bu-
rocracia estatal (Rosa 2016, p. 676). En contraste, la cultura de una formación social
consiste en una “relación con el mundo” específica, esto es, en una manera subjetiva de
ser-en-el-mundo que está sociohistóricamente preformada (Rosa 2021, p. 182).
Debido a sus divergencias ontológicas, estos dos costados de lo social deben ser estu-
diados con abordajes metodológicos diferentes. Los factores estructural-institucionales
deben analizarse “desde afuera” o en “perspectiva de tercera persona”, esto es, de mane-
ra similar a como las ciencias naturales investigan los planetas, las plantas o los átomos
(Rosa 2021, p. 171). En cambio, el estudio de los factores cultural-agenciales solo es
posible “desde adentro”, mediante un análisis fenomenológico-culturalista orientado
a reconstruir hermenéuticamente la “perspectiva de primera persona” de los actores
sociales (Rosa 2021, pp. 171, 270).
DOSSIER
por elementos prerreflexivos de carácter “corporal, emocional, sensual y existencial”
(Rosa 2012, p. 11; 2016, p. 56).
Lejos de ser algo meramente subjetivo o individual, la relación con el mundo se en-
cuentra siempre ya social, cultural y económicamente “mediada” y “prefigurada” (Rosa
2016, pp. 20, 54, 68-70). Esto no es solamente válido para sus dimensiones reflexivas
y cognitivas, sino también para sus momentos prerreflexivos, corporales y afectivos; es
100
decir, para aquellos aspectos de la vida subjetiva que a primera vista aparecen como pu-
ramente biológicos y por tanto presociales (Rosa 2016, pp. 70-71). En suma, las condi-
ciones socioculturales en las que viven los sujetos predefinen de cabo a rabo su manera
de ser-en- y hacia-el-mundo.
Por esta razón, no solo existen diferencias significativas entre las relaciones con el mun-
do prevalentes en diferentes sociedades y culturas, sino también entre aquellas domi-
nantes en los grandes grupos que componen una misma sociedad: géneros, generacio-
nes y clases sociales (Rosa 2012, pp. 377-378). Rosa (2019, p. 19; 2016, p. 70) entiende
su proyecto teórico como una sociología de las relaciones con el mundo precisamente
porque se focaliza en el análisis de estas diferencias socioculturales. Más específicamen-
te, como una versión contemporánea de la Teoría Crítica, la posición de Rosa (2016, p.
654) analiza especialmente las relaciones con el mundo prevalentes en las sociedades
(tardo)modernas.
En Resonanz, Rosa (2016, p. 644) distingue tres clases de factores sociales que condi-
cionan las relaciones con el mundo, a saber, “contextuales”, “culturales” e “instituciona-
les”, y señala que los dos últimos tienen primacía por sobre los primeros. Los factores
contextuales refieren principalmente a los escenarios arquitectónicos, climáticos o pai-
sajísticos dentro de los cuales la acción social tiene lugar o, mejor dicho, a la “atmósfe-
ra” afectivo-emocional que ellos irradian (pp. 635-644). Los factores culturales, por su
parte, son las interpretaciones implícitas y explícitas compartidas por un grupo social
particular: una generación, una etnia, un género, una clase social o una religión (pp.
645-662).
A pesar de esto, Rosa (2016, p. 65; 2018, p. 12) se aferra a la distinción entre subjetividad
y mundo como los dos “polos” constitutivos de las relaciones con el mundo porque “son
DOSSIER
En efecto, los sujetos o sí-mismos son las únicas “entidades” capaces de experimentar el
mundo y de actuar sobre él. “Son, en primer lugar, aquellas entidades que tienen expe-
riencias […] y constituyen, en segundo lugar, el lugar donde la energía psíquica se mani-
fiesta motivacionalmente, es decir, donde los impulsos a la acción se vuelven efectivos”
(2016, p. 65). Sin un sujeto de experiencia, entonces, no habría relación con el mundo
posible. Es en este sentido que Rosa (2019, p. 15) sostiene que el sujeto y el mundo son
entidades “cooriginarias”.
De manera similar a Husserl, Rosa (2016, p. 65) define el mundo como el “horizonte
último en el cual las cosas ocurren y los objetos pueden ser encontrados” y, con Blu-
menberg, lo caracteriza como una “metáfora para la totalidad de lo experienciable”.
Además, inspirado en Habermas, sostiene que, al menos en la Modernidad, el Le-
benswelt se escinde en tres regiones diferentes: “el mundo objetivo” de las cosas ma-
Las nuevas ontologías sociales de la Escuela de Frankfurt y los dilemas de su “aplicación” en Latinoamérica:
El caso de la teoría de la relación con el mundo de Hartmut Rosa
DOSSIER
interior subjetivo”, que contiene sentimientos, sensaciones, deseos, etc. (p. 69).
102
Relaciones corporales con el mundo
El análisis del embodiment brindado por Rosa (2016, p. 144) también se inspira en la
idea plessneriana de la “posicionalidad excéntrica” [exzentrische Positionalität] (ver
Plessner 2009). Según esta concepción, los seres humanos experimentan su propia cor-
poralidad de dos maneras diferentes: como un cuerpo subjetivo o vivido [Leib] y como
un cuerpo objetivo [Körper]. Por un lado, “soy un Leib” en la medida en que experimen-
to mi cuerpo como siendo – parte de – mi subjetividad; por otro, “tengo un Körper” en
tanto puedo tomar distancia reflexiva respecto de mí mismo y ver mi cuerpo como un
“objeto en el mundo” (p. 144).
Basado en esta concepción dual de la corporalidad, Rosa (2016, pp. 83-143) ofrece re-
flexiones fenomenológicamente inspiradas sobre algunas funciones corporales funda-
mentales, como la respiración, la alimentación, el habla, la visión, la manipulación, la
locomoción, la risa y el llanto. En este respecto, no solo analiza el rol esencial que cada
una de estas funciones universales cumple en la constitución de las relaciones con el
mundo. También muestra que la relación con el mundo sociocultural y biográficamente
definida de un sujeto “encuentra expresión” en la manera prereflexiva en que performa-
5 Debe señalarse que Rosa (ver 2016, p. 56; 2012, pp. 378, 380) no usa una terminología consis-
tente al distinguir las diferentes dimensiones fenomenales de las relaciones con el mundo. La distinción
tripartita que propongo no sigue tanto la letra, sino más bien el espíritu de lo que se expone en Resonanz.
Revista de Sociología, 38(1)
mos dichas operaciones corporales (p. 123).
103
Muchos filósofos, científicos y actores legos consideran que el acceso primario de los
seres humanos al mundo es de naturaleza puramente cognitiva. Según esta extendida
DOSSIER
visión, primero tomamos conocimiento del mundo circundante de una manera afecti-
vamente neutral para luego, en un segundo paso, desarrollar ciertos sentimientos hacia
él. En línea con la concepción heideggeriana (Heidegger 2006, p. 134) de la disposición
afectiva o Befindlichkeit como un rasgo ontológico de la existencia humana, Rosa (2016,
pp. 187-189) critica esta idea extremadamente cognitivista y sostiene que nuestras rela-
ciones con el mundo están siempre ya afectiva y emocionalmente coloreadas.6
Tanto en sentido onto- como filogenético, las relaciones con el mundo afectivamente
comprometidas preceden a las no-implicadas, como por ejemplo las prevalentes en la
praxis científico-técnica (Rosa 2016, p. 189). Desde el comienzo, los seres humanos
perciben su entorno como algo que les “importa” (p. 187). Las cosas, eventos y entidades
mundanas se manifiestan siempre como teniendo una “significatividad” [Bedeutsam-
keit] afectivo-emocional para nosotros: aparecen como importantes o no, atractivas o
respulsivas, desables o indeseables, peligrosas o inofensivas, inspiradoras o aburridas,
etc. (p. 188).
De manera similar a Heidegger (2006, p. 184), Rosa (2012, p. 384) sugiere que todo
sujeto humano posee un “sentimiento existencial” básico, esto es, una afectividad ba-
sal que colorea todas sus experiencias de vida particulares. Sin embargo, en la TRM la
angustia [Angst] no constituye la “disposición afectiva fundamental” del Dasein. Rosa
identifica dos Stimmungen básicas, cuya prevalencia no está ontológicamente predeter-
minada sino que depende de la circunstancias socioculturales en que viven los sujetos.
Me refiero al sentimiento negativo de “estar a la merced de” o “arrojado en” el mundo
y el positivo de estar “sostenido” o “acarreado” [Getragensein] por él (Rosa 2012, p.
384). Mientras que en el primer caso el mundo aparece como “frío”, “mudo”, “extraño”,
“indiferente” o incluso “hostil”, en el segundo nos encuentra como “cálido”, “benigno”,
“familiar” y “responsivo” (p. 384).
6 A este respecto, Rosa (2016, p. 398) introduce una importante distinción entre “afección” y
“emoción” como los dos costados fundamentales de la afectividad humana. Mientras que la primera es
pasiva o pática (“a<-fección”), la segunda es activa o responsiva (“e->moción”).
Las nuevas ontologías sociales de la Escuela de Frankfurt y los dilemas de su “aplicación” en Latinoamérica:
El caso de la teoría de la relación con el mundo de Hartmut Rosa
DOSSIER
Lo que Rosa (2012, p. 12) denomina relaciones cognitivo-evaluativas con el mundo
puede equipararse con aquello que la sociología del conocimiento usualmente llama
“concepción” o “imagen del mundo” [Weltanschauung/ Weltbild]. Consiste en un co-
nocimiento representacional del mundo mucho más explícito y articulado que aquel
operativo en las relaciones afectivo-emocionales y corporales con el mundo (Rosa 2012,
p. 380; 2016, p. 216). Esta “mentalidad”, configurada socioculturalmente y articulada
104
lingüísticamente, abarca ideas más o menos claras acerca de la complexión, el valor y la
significatividad de los objetos, seres y eventos existentes en el mundo (ver Rosa 2012,
pp. 11, 380).
Siguiendo a Taylor (1985), Rosa (2012, p. 69; 2016, p. 228) emplea metáforas espaciales
y cartográficas para describir la constitución de las concepciones del mundo. Los acto-
res legos experimentan y comprenden el mundo social en el que están situados como
un “espacio” que no es solo “físico” sino también “significativo” y “moral” (Rosa 2012, p.
69; 2016, p. 227). En este sentido, una concepción del mundo puede entenderse como
un “mapa del mundo” sociohistóricamente moldeado, es decir, como una representa-
ción diagramática del mismo que ayuda a los individuos a orientarse en él (Rosa 2012,
p. 380).
Más precisamente, Rosa (2012, p. 380) caracteriza las concepciones del mundo como
“mapas cognitivo-evaluativos” [kognitiv-evaluative Landkarten]. Por un lado, son cog-
nitivos en la medida en que nos dicen “qué es lo que hay en el mundo”; es decir, qué
clase de “cosas” existen – seres humanos, objetos culturales, ideologías, instituciones,
prácticas, modos de vida, etc. – y dónde exactamente están situadas (Rosa 2016, pp.
226, 230). En este respecto, la diferenciación de distintos tipos de entidades – bióticas/
abióticas, humanas/no-humanas, etc. – y la definición de las barreras entre diferentes
esferas sociales – lo sagrado/lo profano, la religión, la política, el arte, la ciencia, la eco-
nomía, etc. – juegan un rol fundamental (p. 226).
Por otro lado, estos mapas son también “evaluativos” porque indican “qué es lo impor-
tante” [worauf es ankommt] en el mundo, esto es, cuáles cosas son “relevantes” y cuáles
no (Rosa 2016, pp. 226-227). Tal como los mapas topográficos, cada cosa es represen-
tada como teniendo una “altura” determinada, la cual indica su grado de importancia
(Rosa 2012, p. 381). Las cosas relevantes aparecen como “montañas” altas, mientras
que las irrelevantes se muestra como “valles” o “depresiones” (2012, pp. 381, 405-406).
En este punto, es importante señalar que Rosa (2012, p. 382; 2016, p. 230) escinde el
momento evaluativo de nuestro mapa del mundo en dos submapas, los cuales tienden
a ser incongruentes entre sí: el “mapa de evaluación ética” y el del “deseo (afectivo)”.
Mientras que el primero designa las ubicaciones de las cosas éticamente “buenas” y
“malas”, el último muestra dónde se encuentran las cosas “deseables” e “indeseables”.
En los mapas cognitivo-evaluativos, entonces las cosas están “doblemente codificadas”:
cada una recibe un “índice de deseo” y otro de “evaluación” ética (Rosa 2012, p. 382).
Siguiendo a Taylor (1989, p. 14), Rosa (2016, pp. 228-230) sostiene que nuestro mapa
de evaluación ético está basado en “evaluaciones fuertes”, mientras que nuestro mapa
de deseo se basa en “evaluaciones débiles”. En las evaluaciones fuertes, una cosa o en-
tidad – Adonai, Alá, el casamiento o el himno nacional argentino – es evaluada como
Revista de Sociología, 38(1)
“buena” per se, esto es, como siendo objetiva e intrínsecamente “valiosa”, con inde-
pendencia de que la deseemos o no (p. 228). En este sentido, los valores fuertes se
105
manifiestan como imperativos que vienen del mundo o, lo que es lo mismo, como
“bienes constitutivos” que nos interpelan y obligan (p. 229). Las evaluaciones débiles,
en contraste, tienen la estructura “yo quiero X” (p. 228). La cosa – una cerveza, un he-
lado o un/a compañero/a sexual – aparece meramente como un objeto de deseo para
mí. Aquí, no el mundo sino el sujeto deseante es la fuente de valor (p. 228).
DOSSIER
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ceptuales de las teorías. Me refiero a cuestiones ligadas a la “colonialidad del saber”
(Lander 2000) y la “geopolítica del conocimiento” (Walsh 2003; ver Connell 2008).
La proliferación del “uso aplicado” de las nuevas ontologías de la Teoría Crítica con-
temporánea solo puede comprenderse cabalmente sobre el trasfondo de la inequi-
tativa “división global del trabajo intelectual en las ciencias sociales” que rige inter-
nacionalmente desde mediados del siglo XX (Alatas 2003). El sentido común del
106
mainstream científico-social internacional da por sentado que el lugar de producción
de las “nuevas” teorías sociológicas generales, u ontologías sociales, no puede ser otro
que las usinas intelectuales del Norte Global. Por su parte, a los investigadores socia-
les del Sur Global en general y de Latinoamérica en particular les correspondería una
tarea bastante más humilde: la “aplicación” de las novedades teórico-conceptuales al
análisis empírico de fenómenos locales (ver Alatas 2003, p. 607; Connell 2008; Beck
2019, p. 104).
Rosa (2016, pp. 86-331) considera que la TRM qua ontología social posee validez
transhistórica y transcultural. En sintonía con esta convicción, Resonanz está repleto
de ejemplos que intentan mostrar la “aplicabilidad” de la teoría al análisis de dife-
rentes constelaciones sociohistóricas: desde la Antigua Grecia hasta la Edad Media,
pasando por realidades contemporáneas del Sur Global como las de India, China o
Latinoamérica. Pero esto no es todo. El autor también fomenta activa, e incluso a
nivel institucional (MWK 2023), la “aplicación empírica” de la SRM al estudio de
fenómenos concretos localizados en los más diversos lugares geográficos y tiempos
históricos (ver, por ejemplo, Rosa 2016, p. 754). Esto se ve reflejado en las múltiples
publicaciones en esta línea que ha apoyado directa o indirectamente en los últimos
años (ver, por ejemplo, Repohl 2019; Keller 2023; Hübner y Weiss 2020).
En este sentido, desde sus orígenes, la teoría social latinoamericana ha llamado la aten-
ción acerca del riesgo epistemológico implicado en programas de “aplicación” como el
propulsado por Rosa. Como sugiere Segato (2015, p. 40), los andamiajes conceptuales
generalistas o universalistas muchas veces terminan convirtiéndose en una inflexible
“cama de Procusto”. Así como aquel personaje mitológico estiraba o cercenaba los cuer-
pos de sus huéspedes para que se adaptaran al tamaño de su lecho de hierro, las onto-
logías sociales “norteñas” fuerzan y deforman la realidad latinoamericana para hacerla
caber dentro de sus estrechos marcos categoriales.
Ahora bien, advertir sobre este riesgo epistémico no implica, de ninguna manera, negar
la importancia de las ontologías o teorías sociales generales para el estudio de realidades
específicas como las de América Latina. Hoy en día nadie, ni siquiera los propulsores de
los giros post- y decolonial (Beck 2019, p. 104), duda que los conceptos formales elabo-
rados por la reflexión ontológico-social son imprescindibles para todo análisis empírico,
cualquiera sea su objeto. Desprovistos de estos “lentes” teóricos-conceptuales, los in-
vestigadores empíricos se encuentran cognitivamente a ciegas. No pueden circunscribir
claramente su objeto de estudio, formular preguntas-problemas relevantes ni orientar-
se en la abrumadora infinitud del material empírico (Reckwitz 2021, p. 30; Kelle y Kluge
1999, p. 28).
Lo que está en cuestión aquí, entonces, no son las ontologías o teorías sociales genera-
les en cuanto tales, sino una determinada manera de formularlas y “aplicarlas” empí-
ricamente que parece ser la dominante en el mainstream internacional de las ciencias
sociales. Este modo de hacer y emplear la teoría, que puede denominarse simplemente
“eurocéntrico”, tiene dos rasgos fundamentales: el silencio acerca de su carácter situa-
do y el uso de la lógica de la subsunción.
DOSSIER
suele operar con la denominada “lógica de la subsunción” (ver Oevermann 2002, p.
23). El investigador empírico debe limitarse a catalogar, clasificar o subsumir el mate-
rial dentro de las categorías ofrecidas por la teoría general (p. 22): “aquí hay ‘resonan-
cia’; allí, ‘alienación’; aquello es una ‘asimilación transformadora’; esto, ‘indisponibili-
dad’...”. Los aspectos del fenómeno que no pueden ser subsumidos bajo ninguno de los
conceptos ontológico-sociales a disposición son simplemente recortados o descartados
como irrelevantes. Una teoría general “aplicada” de esta manera es completamente in-
108
mune a todo tipo de irritación o falsificación por parte de la empiria: solo “deja pasar”
por sus rendijas aquello que se ajusta a ella, deshaciéndose inmediatamente de todo
lo demás (pp. 22). Entendidas y empleadas en este sentido, las ontologías sociales eu-
rocéntricas no impulsan la aprehensión adecuada de realidades empíricas foráneas al
Norte Global, sino que se convierten en una suerte de “corsé” que constriñe y paraliza el
análisis empírico de las mismas (ver Reckwitz 2021 p. 131).
Sobre este trasfondo, y en vista del carácter imprescindible de las ontologías sociales
para la investigación social empírica, vale hacerse dos preguntas fundamentales. En
primer lugar: ¿qué requisitos debería cumplir una teoría social general no-eurocéntri-
ca, esto es, una ontología social que vaya en beneficio del estudio de la(s) realidad(es)
latinoamerican(as), en lugar de bloquearlo sistemáticamente? Y, en segundo término:
¿es realmente la TRM una ontología social eurocéntrica tout court? ¿O puede brindar
aportes en clave no-eurocéntrica a un análisis adecuado de la(s) especificidad(es) de
América Latina?
Según creo, una ontología social no-eurocéntrica tiene que cumplir con cuatro criterios:
(a) mostrar una marcada reflexividad acerca de su carácter situado, (b) ser “aplicada”
siguiendo la lógica de la reconstrucción, (c) entender y emplear sus categorías como
conceptos sensibilizadores y (d) establecer un diálogo de mutua iluminación con la
realidad empírica.
Una ontología social no-eurocéntrica debe ser consciente de que ni siquiera el más
perspicaz de los teóricos puede trascender completamente su “pertenencia” (Ricoeur
1975) al mundo de la vida concreto desde el cual teoriza. Dado que los límites impues-
tos por los sesgos histórico-culturales del pensamiento y el lenguaje son en última
instancia infranqueables, el teórico social tiene que reconocer que sus teoremas están
Revista de Sociología, 38(1)
Pero del reconocimiento del carácter inevitablemente situado y sesgado de toda re-
flexión teórico-social general no se sigue necesariamente la exigencia de abandonar de
cuajo la empresa de la ontología social, como parecen sugerir muchos propulsores de la
postmodernidad filosófica (ver Scavino 2007). Me parece que Merleau-Ponty brinda los
recursos teóricos necesarios para impulsar una ontología social no-eurocéntrica capaz
de reflexionar acerca de su situación de origen.
Por un lado, el fenomenólogo francés resalta que más allá de su ingenuidad innata, los
conceptos generales son instrumentos epistémicos imprescindibles para la compren-
sión de las realidades humanas empíricas. En el trajín de la vida cotidiana estamos tan
absorbidos en el Lebenswelt que no podemos comprenderlo como tal; solo el pasaje por
la idealidad conceptual nos permite tomar cierta distancia, poner el mundo en pers-
pectiva y apresarlo cognitivamente (Merleau-Ponty 1945, p. ix). Por otro lado, y esto es
fundamental, la fenomenología merleau-pontyana sugiere un antídoto para el riesgo
de la hipóstasis de lo histórico-culturalmente contingente como universal: la “reflexión
radical”, entendida como una reflexividad teórica siempre consciente de “su propia de-
pendencia de una vida irreflexiva que es su situación inicial, constante y final” (p. ix).
(c) Los conceptos formulados y empleados por una ontología social no-eurocéntrica no
deben ser un lecho de procusto ni un asfixiante corsé para la realidad empírica. Antes
bien, tienen que operar como conceptos sensibilizadores [sensitizing concepts] orien-
tados a apuntalar el análisis adecuado de la misma (Blumer 1954, pp. 6-7; ver Reckwitz
2021, p. 30; Kelle y Kluge 1999, p. 38). Como lo dice su nombre, los sensitizing concepts
contribuyen a mejorar la receptividad y percepción del investigador para captar matices
de la realidad social que de otra manera serían inaprehensibles o indescriptibles. Este
tipo de conceptos suelen describirse como “heurísticas”, esto es, como “técnicas de in-
dagación y descubrimiento” (Reckwitz 2021, p. 30) que brindan un “sentido general de
referencia y guía en el abordaje de instancias empíricas” (Blumer 1954, p. 7). En este
sentido, lejos de bloquear u obstaculizar el estudio adecuado del mundo empírico, los
sensitizing concepts hacen las veces de “puerta[s] de acceso” al mismo (p. 9), abriendo
perspectivas productivas para su análisis exhaustivo (Reckwitz 2021, p. 30). Es impor-
tante señalar que para cumplir este cometido, los conceptos sensibilizadores deben ser
Las nuevas ontologías sociales de la Escuela de Frankfurt y los dilemas de su “aplicación” en Latinoamérica:
El caso de la teoría de la relación con el mundo de Hartmut Rosa
DOSSIER
(d) Hay una tesis actualmente muy extendida en el campo de la teoría sociológica ale-
mana: las ontologías o teorías sociales generales son axiomáticas e infalsificables empí-
ricamente. Dado que los datos empíricos están pre-estructurados por ellas, se afirma, es
imposible que terminen refutándola (Lindemann 2009, p. 21). Frente a esta posición,
considero que la relación entre ontologías sociales e investigación empírica tiene que
ser la de un diálogo de “iluminación mutua” (ver Gallagher y Zahavi 2008, p. 220).
110
Las teorías sociales generales deben contribuir al encuadre conceptual de los análisis
empíricos; y estos, al testeo, revisión y refinamiento de aquellas (ver Blumer 1954, p. 8;
Kelle y Kluge 1999, p. 30). Más específicamente, como lo sugiere Merleau-Ponty (2010,
p. 1261), la confrontación con diferentes realidades empíricas opera como un útil co-
rrectivo para el universalismo apresurado de la reflexión ontológico-social norteña, en
la medida en que pone de manifiesto el carácter particular y contingente de fenómenos
considerados como universales y necesarios.
Por un lado, a pesar de las repetidas declaraciones de Rosa (2016, p. 753) en favor de
un “diálogo con otras tradiciones extraeuropeas”, la TRM entiende su relación con la
empiria del Sur Global ante todo como un vínculo unilateral de “aplicación” (Beck 2019,
pp. 99-100). De acuerdo con Beck (2019, p. 110), en el pensamiento de Rosa “la perspec-
tiva fundamental desde la que se contempla el mundo es esencialmente una perspectiva
occidental, a la luz de la cual el resto del mundo debe medirse”. Dicho de otro modo, las
realidades sociales extraeuropeas son “leídas a los ojos de la resonancia”, esto es, subsu-
Revista de Sociología, 38(1)
midas mecánicamente bajo las categorías supuestamente universales de la TRM.
111
Contemplados de este modo, los fenómenos del Sur Global aparecen como meros ejem-
plos o “estudios de caso” (p. 99) que se encuentran al servicio de la “validación” de la
teoría general (p. 108). El foco, entonces, no está en el análisis adecuado de las realida-
des sociales empíricas, sino en la ostentación y celebración del poder explicativo-des-
criptivo de la TRM. El resultado de este proceso de “aplicación ingenua”, sugiere Beck,
DOSSIER
Por otro lado, la lectura de Beck (2019, pp. 104-107) pone de manifiesto la escasa re-
flexividad de la TRM acerca de su carácter situado. La Weltbeziehungstheorie parece
sucumbir a las trampas de la “hybris del punto cero” (ver Castro-Gómez 2005, p. 23)
típica de las teorías sociales norteño-metropolitanas. Dicho con más precisión: Rosa no
argumentaría reconociendo su situación histórico-geográfica, sino desde una pretendi-
da “plataforma neutra de observación” (p. 14) que le permitiría contemplar sub specie
aeternitatis las estructuras aprióricas de las relaciones con el mundo. Beck (2019, p.
107) muestra con éxito que muchas de las categorías que la TRM presenta como uni-
versales no son tales, sino más bien el resultado de una operación – inadvertida – de
universalización de condiciones particulares y contingentes.
Beck (2019, p. 100) muestra que los ejemplos típico-ideales que abren Resonanz distan
de ser casuales y, por tanto, externos a la teoría del autor. Por el contrario, reflejan sis-
temáticamente el carácter eurocéntrico o, incluso podría decirse, “demasiado alemán”
de la TRM (ver Haker 2019, p. 33). A pesar de presentarse como un concepto formal,
completamente vacío de contenido empírico, la categoría de resonancia lleva de contra-
bando un “excedente conceptual” no problematizado por Rosa (Beck 2019, p. 107). Esta
“carga incontrolada”, que dificulta sobremanera la “aplicación” del concepto al análisis
empírico del Sur Global, se compone de ciertas condiciones particulares de clase, géne-
ro, raza y ubicación geográfica que, bajo la manga, se generalizan como universales (p.
107).
Las nuevas ontologías sociales de la Escuela de Frankfurt y los dilemas de su “aplicación” en Latinoamérica:
El caso de la teoría de la relación con el mundo de Hartmut Rosa
En general, los personajes que toman vida en los ejemplos de Rosa no son migrantes
DOSSIER
refugiados que habitan en el “estado excepción” del refugee camp (Beck 2019, p. 106)
o indigentes viviendo en la marginalidad más abyecta en una villa miseria del Gran
Buenos Aires. Por default, subraya Beck, el sujeto de la TRM es la subjetividad unmar-
ked de la clase media del Norte Global, un sujeto que vive en “condiciones políticas
estables”, es “usuario del Estado de bienestar” y “poseedor de plenos derechos civiles”
(p. 106). Solo este sujeto tiene la “voz” propia necesaria para entablar una relación dia-
lógica de resonancia con el mundo, a diferencia de las subjetividades “subalternas”, las
112
cuales generalmente “‘no pueden hablar’ (ver Spivak 1988) o no son escuchadas” (Beck
2019, pp. 106-107).
(b) A pesar de los déficits atinadamente marcados por Beck, quiero sostener aquí que
la TRM tiene mucho para aportar al análisis empírico de realidades de América Latina.
Para empezar, sería miope considerar que la inmensa repercusión de la perspectiva de
Rosa en regiones periféricas se debe únicamente a la “colonialidad del saber” (Lander
2000) o la “geopolítica del conocimiento” (Walsh 2003). La Weltbeziehungstheorie ja-
más tendría una repercusión tal si no contuviera elementos teórico-conceptuales in-
trínsecos capaces de “resonar” de algún modo con las realidades del Sur Global.
Dicho de otro modo, es claro que la TRM aporta insumos categoriales productivos, y
lo suficientemente plásticos, para aprehender las especificidades regionales de las pe-
riferias globales. Debe senalarse, además, que la apropiación selectiva y creativa, o
“asimilación transformadora” (ver Rosa 2016), de las teorías generales para responder
preguntas-problema específicas constituye una práctica muy común en las ciencias so-
ciales tanto del Norte como del Sur Global. A la hora de investigar fenómenos concre-
tos, no es necesario – ni recomendable – “comprar todo el paquete” de un ontología
social. Basta con apropiarse selectivamente de aquellos segmentos de la misma que
abran perspectivas productivas para el descriframiento del fenómeno en cuestión. En
este sentido, aún si se aceptara totalmente la dura crítica de Beck al programa general
de Rosa, podrían recuperarse elementos parciales de la TRM para análisis empíricos
concretos. De hecho, no la aceptación ciega e irreflexiva sino la apropiación selecti-
vo-pragmática suele ser el modo predominante de “aplicación” de las teorías sociales
generales en Latinoamérica.
Sin embargo, creo que es posible defender la posición de Rosa de manera aún más
enfática. La TRM contiene al menos dos motivos teóricos capaces de contrarrestar in-
manentemente sus propias tendencias eurocéntricas. En primer lugar, en su faceta ne-
tamente descriptiva, brinda una batería de poderosos conceptos sensibilizadores; y, en
segundo término, fomenta activamente un diálogo resonante con los actores precientí-
ficos orientado a precisar, refinar y/o corregir intuiciones teóricas generales.
Por un lado, no es casual que las críticas al eurocentrismo de Rosa (Beck 2019), o a
su inhabilidad para captar realidades empíricas específicas (Reckwitz 2021, p. 131), se
centren fundamentalmente en el aspecto normativo de su ontología social: la contrapo-
sición entre resonancia y alienación. Como lo observa atinadamente Reckwitz (2021, p.
131), existe un tensión irresoluble entre el análisis sociológico de realidades concretas
y perspectivas filosófico-sociales normativas como la de la Teoría Crítica.Las últimas
siempre corren el riesgo de asfixiar al primero en el “corsé de de los propios presupues-
tos normativos” (p. 131). Los Teóricos Críticos como Rosa – se afirma con razón – solo
buscan y encuentran en la empiria aquellos fenómenos que se corresponden con sus
Revista de Sociología, 38(1)
parámetros normativos o que los contradicen: “racionalidad comunicativa” o “distor-
sionada” (Habermas 1981), “reconocimiento” o “desprecio” (Honneth en Boltanski y
113
Indudablemente, los dualismos normativos de esta clase actúan como un lecho de Pro-
custo que binariza ilegitimamente la realidad social, una realidad compleja, multiforme
y polisémica que no se deja reducir sin más en esquemas conceptuales dicotómicos.
DOSSIER
En este sentido, sugerir que existen relaciones con el mundo o bien resonantes, o bien
alienantes (ver 2016, pp. 246-331), es deconocer las ambivalencias inherentes a la exis-
tencia humana y la realidad sociocultural (ver Allen et al 2021).
Sin embargo, críticas como las de Beck y Reckwitz pasan completamente por alto la
faceta netamente descriptiva de la ontología social de Rosa, que es precisamente su
diferencia específica y ventaja comparativa respecto a perspectivas como las de Haber-
mas y Honneth. Me refiero a sus análisis fenomenológicamente inspirados de las tres
“dimensiones fenomenales” de las relaciones con el mundo: los aspectos corporales,
emocional-afectivos y cognitivo-evaluativos. Según creo, estos análisis brindan una ba-
teria de conceptos sensibilizadores en el sentido explicitado más arriba, cuales pueden
ser sumamente productivos para el análisis de realidades concretas en Latinoamérica.
A diferencia de categorías como las de resonancia y alienación, nociones como las de
“relación con el mundo”, “mapas cognitivo-evaluativos”, “deseo” o “cuerpo vivido” se
encuentran relativamente vacías de contenido empírico y sensibilizan la mirada teó-
rica para aprehender los complejos matices de la experiencia social. En este sentido,
constituyen insumos teóricos fructíferos para un análisis reconstructivo de fenómenos
empíricos.
Por otro lado, y para concluir, debe remarcarse que el compromiso de Rosa con la idea
regulativa de un diálogo resonante entre la reflexión teórico-social y la opinión pública,
expresado una y otra vez en sus escritos, puede actuar como un antídoto a las tenden-
cias eurocéntricas de la TRM. Como lo señala en una publicación reciente, la teoría no
debe formularse desde la “torre de marfil” y presentarse al público desde arriba como
una verdad revelada (Rosa 2021, p. 168). Antes bien, los accounts teóricos deben “po-
nerse a prueba”, refinarse y/o corregirse en la confrontación dialógica con los actores
precientíficos: “por ejemplo, en la discusión con mujeres recicladoras o personas sin
tierra en Brasil [...], o con estudiantes y alumnos en la India” (Rosa en Reckwitz & Rosa
2021, p. 295).
Las nuevas ontologías sociales de la Escuela de Frankfurt y los dilemas de su “aplicación” en Latinoamérica:
El caso de la teoría de la relación con el mundo de Hartmut Rosa
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Andreas Reckwitz and you share the motivation of consolidating a theory of society, and
with it a theory of Modernity, as the central task of sociology (Reckwitz & Rosa, 2021). The
public interest in a theory of this type, in all-encompassing analyses and interpretations of
the societies of the present, as well as in the ‘longue durée’ of socio-historical processes, has
intensified in the world over the past decade. Why do you think that the interest in this ‘big
picture’ has grown?
I think because there is so much confusion. I don’t think it’s a new need. I would say it’s some-
thing intrinsic of humanity to have a sense of how we connect to the whole, what we are part of.
This is part of the phenomenological portrait: we are set in a reality which we need to interpret.
Of course, if you live in a stable, ontological picture or religious outlook, we wouldn’t have to
come up with new interpretations all the time. But in our age, when it’s very unclear what is
our position in the universe and even in world history, this generates a lot of disorientation
and perplexity. We constantly interpret our own history: we no longer believe that Modernity
and Enlightenment is the self-evident course humanity should take, the right way, so to speak.
This of course creates the need to reinterpret who are we, where are we going. This explains
why there is this need. And if sociologists don’t do it, then people like Harari and others will do
it, who are not necessarily better equipped.
And at the same time, our academia becomes more and more specialized…
Exactly, sociologists don’t do it. That’s why Andreas and I decided to write this book, precisely
because there is an overwhelming tendency of sociologists to try to become natural scientists.
But this leaves a great void: the interpretation of where do we go and where should we go.
We see these two tendencies on a world-wide scale. On the one hand, what sociologists think
of ‘professionalization’: we are like the hard-core science of physics based on empirical data.
Sometimes I find it funny. For example, when I’m in the World Congress of Sociology, and I
tell people that I work on acceleration and resonance, they would say: “Oh, what’s your set of
data?” The other tendency is an opposite one: students, like the ones who participate in your
group1 , and young researchers – they go back to social theory, and this is why Marx is very
attractive all over the world.
1 Rosa is refering to the Núcleo de Investigación “Teoría Social Hoy” of the Department of Sociology at Universi-
dad de Chile. https://teoriasocialhoy.org/
Revista de Sociología, 38(1)
How do you think this affects the work of theory? Do the so called “paperization” and
the claim of “publish-or-perish” leaves room for theory - or do these tendencies go
193
I am pretty sure that this logic of publishing in high-ranking international journals does
ENTREVISTAS
not produce good theory. It forces you to do empirical stuff, what we call ‘evidence-ba-
sed research’. And I always make this joke: “well, my research is not evidence-based,
but it’s brain-based”. Publish-or-perish means to publish in high-ranking international
journals, but what I find interesting is that when you look at what makes an impact,
what people discuss, what people read all over the world, you realize that it’s not these
journal articles, but essays or books. Think of what we discuss as social theory –works
by Habermas, or by Michel Foucault, or by Bruno Latour: none of this consists of papers
in high-ranking journals. The logic of the academic system is not very helpful for deve-
loping self-interpretation and social theory. There is social theory going on, but it’s not
coming out of the normal academic business.
So, in that regard, would you say that this format of publishing goes against theory?
Yes, I would say so. It’s impossible for two reasons. One, because developing theory
takes a long time and a lot of space. But the second reason is that your colleagues,
your peer-reviewers will kill it. If it’s a new theory, they would say “well, it’s not solidly
grounded, it’s not state-of-the-art”, or so.
Did you say that good theory nowadays comes from outside the academia?
Almost, at least outside of the routinized academic business. Not necessarily outside
of academia, but on the sideways, so to speak. There are many examples. If you think
about the speed-stuff, Paul Virilio was the first to invent the ‘dromology’, the theory of
speed, and he is an autodidact, not coming from academia. If you take Bruno Latour,
you could say that he comes from the STS -Science and Technology Studies— but he
somehow invented it. Actor-Network theory was also a very weird thing. They do not
even fit within disciplines. What was Foucault? A philosopher? By the way, in the US,
Foucault and Derrida were taken up in Cultural Studies, which is not a clear discipli-
ne. Charles Taylor, for example, was in a political science department, but they almost
threw him out. He wasn’t considered a philosopher in the analytic tradition, and he
wasn’t a social scientist. And when he moved from Oxford to the US, he had a hard time
finding a disciplinary home.
Before moving on, how would you explain the difference between social theory [Sozial-
theorie] and theory of society [Gesellschaftstheorie]? And how important is it for your
work? At least in your book with Reckwitz you mention this distinction.
ENTREVISTAS
this distinction is a bit fuzzy, and when I do theory, I’m not much concerned about
this. Theory should not start from this abstract, disciplinary questions: is it really so-
ciology? Is it macrosociology or microsociology? I think this is the wrong way of going
at something. You should start with a problem or a phenomenon, like acceleration or
resonance. And then you realize that in order to really think about it, you have to draw
on philosophical ideas, on psychological insights, on literature. That’s what I call the
‘best account’: try to give the best account of the problem you are dealing with. And
194
don’t worry too much about whether this is ‘social theory’ or ‘theory of society’.
What are the social theories that most interest you today? It would be instructive to
hear the names of its exponents, the core arguments, and an evaluation from you as to
why they deserve attention.
Do you want a sincere and spontaneous answer? The way I think about theory is not
about complete pictures. As I just said, I really start with problems. Right now, I’m
really interested in Randall Collins’ work, but only because I find something useful to
think about social energy. This is my specific interest: I want to think of social energy
not as an individual phenomenon. Then, I looked around and I found Randall Collins,
but that doesn’t mean that I consider him the most important social theorist. During
the past years I also found Bruno Latour. At first, I thought it’s very strange, Actor Ne-
twork Theory appeared to me as kind of mad. But then I realized, “well, I share with
him the interest in reconceptualizing agency”. I wanted to develop a concept of agency
where agency is not my agency or your agency, but something in the middle. In this
respect, I got also interested in the work of Karen Barad, someone connecting physics
with feminism. She talks about ‘intra-action’, a concept which might help to shift the
focus of agency. Dipesh Chakrabarty, with his concept of ‘provincializing Europe’, is
very interesting too. He comes from poscolonialism, but he also tries to connect human
history with natural history – stressing the different forms of temporalities involved.
And although I think he doesn’t get the right answer yet, I find it an interesting ques-
tion. I could also mention Achille Mbembe, although today in Germany he is somehow
contested due to alleged antisemitic remarks (by comparing Palestine to apartheid).
So, some people say that they will no longer invite Achille Mbembe – and I think that’s
rubbish. The French writer, François Jullien, I find interesting, because he draws on
China and has wonderful insights, but I wouldn’t say that for me he is a great social
theorist. I may also include in this list Bachir Diagne. But I come back to my point: don’t
start with theories, start with problems, and then look for inspiration. This pushes me
towards theories, sometimes into philosophy, even to Aristotle. It’s useful to go back to
Aristotle when you think about energy – but I always have this kind of punctual interest
in theories.
We are about to celebrate 100 years since the foundations of German Critical Theory,
also known as the Frankfurt School, were laid. How alive and relevant is this School
of thought today?
I mean, to be quite honest, I think it’s very much alive – along with Marx. I find this
amazing and I see it confirmed wherever I go. Particularly among students, who go
back enthusiastically to Marx. So it’s still relevant. I think there is still interest at all
levels: in the media, with colleagues, and certainly with students. I just saw here in
Revista de Sociología, 38(1)
Santiago 2 a fascination with Walter Benjamin. In my university and in Leipzig, peo-
ple go back to Adorno. Of course, you still see great interest in Frankfurt, and also in
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Berlin with Rahel Jaeggi. She has hundreds of students very much interested in this
tradition. And we too tried to establish Jena as a center for that. My feeling is that
people go rather back to the first generation, like Adorno, Horkheimer, Benjamin,
ENTREVISTAS
even Fromm. Perhaps right now Honneth and Habermas are receiving less attention,
which I find a pity. I think their work are very important contributions to Critical
Theory. But I understand why this happens. For the first generation there was some-
thing essentially wrong about our modern way of living, about our modern form of
existence, whereas for Honneth and Habermas there were just a few flaws in the sys-
tem – they were both kind of boosters of Enlightenment and Modernity. And I think
this is why people rather go back to the first generation, precisely because they feel
that there is something fundamentally wrong going on right now. I must say that I
also go rather to the first generation, but I’ve learnt a lot from Honneth, who raises the
point that we are struggling for recognition all the time, and Habermas, who claims
that the search for justification and agreement is essential for human beings. When I
started as a sociologist –rather late, because I began my career as a philosopher and
political scientist— I had the feeling that Critical Theory was a thing of the past. At
that time systems theory was exploding. And I could really say that in my lifetime I’ve
seen how systems theory is losing relevance. After the heyday of systems theory, the-
re came Latour and Actor-Network-Theory. So, again, I had the feeling that Critical
Theory was no longer a thing of the present. But at the end, I think it’s the most long
living tradition.
Can you comment a bit more on the diagnosis of the first generation and its relevance
for our contemporary society?
If you read Adorno, he would criticize almost the whole project of modernity. Fromm
and specially Marcuse in Eros and Civilization distinguish two forms of existence and
talk about the modern Promethean stance towards the world. I’m very close to them: so-
mething is fundamentally wrong – what I call the aggressive stance towards the world,
which encompasses nature, society and ourselves. I get this sense from Marcuse, Ador-
no, Fromm – but I don’t get it from Habermas and Honneth, because they say that ba-
sically Modernity is a good thing, that we are moving in the right direction. The critical
aspect of these theories gets diluted. For Habermas the modern project is incomplete,
but it’s a good thing. But in our present-day situation, there is the feeling –especially
among the youth— that something has gone very wrong. This experience is very wides-
pread. From generation to generation the sense of moving forward, of creating a better
world, gets lost. So now the younger generation is facing the abyss. Understandably,
they look for a theory which can explain what’s been going wrong.
The great social theory from Hegel till today has always had its focus on Western mo-
dernity. Do you perceive an institutional and spiritual decline of modern society as we
know it? And if it were true that China or other civilizations are seriously contesting
the hegemony of the Anglo-Saxon countries, should we not begin to redirect our ener-
gies as researchers towards a theorization of these other forms of society?
Yes, I think that’s what you should do: think of alternative possibilities. But you have
ENTREVISTAS
to go rather far back in history to find it. The interesting thing is that when you cri-
ticize Modernity or even capitalism, people immediately ask you whether you are a
communist. And this I find really amazing because there have been so many different
forms of organizing society: the Mayas, the Aztecs, the Incas, the old Babylonians, the
Indians, the Egyptians… there have been so many forms. But now we find very hard to
think out of the box. Now, when you talk about Modernity, there are different ways of
thinking about it. One is in geographical terms, and then you can say that now China
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is rising. But in my view what China does right now is clearly within the social forma-
tion of modernity. For me the core of modernity is dynamic stabilization and of course
Chinese society, Chinese economy is living exactly on this model – and so is India.
So, the fact that there is a shift in geographic center from Europe to Asia, if you so
like, doesn’t change much about the modern social formation. I realized recently that
I’m not so much interested in the history of ideas, from what the great philosophers
thought; I’m more interested in the history of mentalities, of what ordinary people
thought, the discourses, the social imaginaries. And I think there’s something going
on at least in Europe: there was this kind of deep conviction that Enlightenment was
a good thing, actually we still use the word “modern” as a positive thing, but this is
changing on a very deep level. People becomes suspicious of our history: we realize
that colonialism and slavery was connected to Enlightenment in a more intimate form
than we thought before. I really think that we lost historical resonance in two ends. On
the one end, we no longer feel that we are moving somehow towards a better world.
‘Better’ in two senses: a more liberal, emancipated society (freeing slaves, giving vo-
ting rights to women, etc.) which provided a sense of justice; but also the idea of a
‘pacification of existence’, that our children will have a better life, that they will not
have to be constantly afraid and struggling for their material conditions. We lost this
sense for the future. No one believes that the future will be better, neither economi-
cally, nor politically.
Yes, now everyone expects the future to become worse. War is coming back, plague is
coming back, piracy is coming back, torture is coming back. Everything we thought was
from the past is coming back. I really think this is important to our contemporary age.
We lost the future but we are also losing our history: today we think that the Enlighten-
ment and their representative figures weren’t that great. Last week we had this discus-
sion in Erfurt of whether we should rename our Max Weber Kolleg because Weber was
a racist. This is really a crisis of contemporary society.
Since you spoke of different forms of society and life, do you think that Rahel Jaeggi’s
concept of ‘forms of life’ is helpful for understanding our current predicate?
I think this is really difficult. Contrary to Reckwitz, who uses ‘forms of life’ too, but
simply utilizes it in the context of many social practices, Jaeggi thinks the concept
philosophically through. The problem is that for her there are very local and embed-
ded forms of life (I think she talks of a fränkische form of life), and then capitalism is
a form of life, Modernity is a form of life, but then there is the Berlin form of life, and
so on. And so, you don’t really know how do they interrelate, where does one form of
life end and where the other one begins. I think we need a concept like this, but it’s
also true that we don’t know what we should talk about—which is part of the crisis of
Revista de Sociología, 38(1)
thinking. In the book with Reckwitz (Reckwitz & Rosa, 2021), I talk –in connection
with this problem— about Formationsbegriffe, formational concepts. Can we talk of
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‘societies’? Is there really a Chilean society? Where does it start, where does it end?
The same with the term ‘culture’: is there a Chilean culture, a Spanish culture or a
Mapuche culture? And something similar occurs with the concept of forms of life. My
ENTREVISTAS
attempt to solve the problem was with the term of ‘social formation’ and my claim was
that we need to identify a structural logic and a cultural logic.
But why do you think that social formation is a more adequate concept than that of
forms of life?
I mean, it’s a similar idea. But I inherited something from Adorno, from the first gene-
ration of Critical Theory, and that is: I want to think of totalities, not just of individual
trends. And when I read about forms of life, for example with Rahel Jaeggi, it can be
very local. Social formation for me is a macro category: we talked about a big picture.
It’s a historical formation with institutional and structural realities which have become
very solid and very encompassing.
The “late modernity in crisis”: is it lived in a different way in Europe than in Latin
America? As an outside observer, what phenomena or processes within Latin Ameri-
can societies attract your attention, or stand in contrast with what you see in Europe?
What I really like about Latin-American thinking is this idea of ‘buen vivir’ – I was fas-
cinated by this attempt in Ecuador and Bolivia and other countries to connect as mo-
dern societies to older traditions, and particularly with indigenous elements of thinking
about life. I’m trying to get at theories of resonance but also at practices of resonance.
And I thought that maybe, over here, there are traditions and resources you can draw on
to really connect with. This seems to me to be something that we don’t have in Europe.
The other point that I would like to make in answering your question is more political.
Today Europe is so much tied to the United States, politically and economically spea-
king, and I think that we need to gain some independence from them. EU and USA are
now kind of a unity. I consider this unity the center of this neoliberal, ultra and ‘turbo’
capitalist brutalism. In Latin America you have that too, particularly in Chile after Pino-
chet, but you also have this raw opposition to it, so maybe social conflicts are stronger
here. Late modernity is in crisis on all levels –on the macrolevel, the environmental
crisis; on the social level, war and declining democracy; on the individual level, burnout
and stress, a psychocrisis. So, what should we do about it? And I would say: the solu-
tion will not come out from Europe, but might rather come from Latin America o Asia.
I think there are other traditions alive here and the social formation has never been so
solidified as in Europe. There was always more conflict, struggle and resistance. There
are deeper cracks. And as Leonard Cohen sings: “There is a crack in everything / that’s
how the light gets in”. Cracks are not a bad thing in this case; they are the sources from
where something new might get born.
So Chinese economic, military and political hegemony is not that clear at this point?
Probably they are the strongest power nowadays in the world. Something that I found
really depressing is that Western countries, like the United States and the EU, seem
to want to go to war with China. That’s my interpretation of the current situation. But
this is so stupid in the face of the global crisis. I don’t expect positive changes from the
Social Theory Today
A Conversation with Harmut R0sa
Chinese government or system. They are really competitive. It’s a wild neoliberal rea-
ENTREVISTAS
lity which they created with surveillance capitalism. This doesn’t sound to me as the
solution to our problems. But it may be that in ancient forms of thinking and tradi-
tions –Chinese, Indian or Japanese— there might be the elements from which we
could come up with a new vision of life. Particularly since they have this notion of
‘mediopassivity’. In Western thinking is subject/object: I do something or something
is done to me. But for the Asian way of thinking, agency is in the middle.
198
After giving these questions so much time and thought, how do you reconcile a macro
theory of modernity with the thesis of multiple modernities or ‘amodernities’, with this
process of creative adaptation (many times imposition) of modern institutions that
perform the various cultures around the globe?
I must say that these theories sometimes frustrate me a bit. I will not make friend by
saying this, but you get a lot of confuse thinking there. If Modernity is a historical epoch,
then of course we find forms of life which are diverse. But for me Modernity is not an
epoch, it’s a social formation, which has become very penetrating all over the world.
With the multiple modernities stuff, I really studied that literature as good as I could,
and I found a lot of authors who insist on difference. “China is very different from Chile,
or from India”, let’s say. Fine, there is difference, we have multiple forms of societies.
But what is the modernity part then? The difference cannot be the modernity. So, if you
insist on multiple or entangled modernities, you somehow have to define the modern
component in it. And you will not find the modern part in difference. I always make this
point. Most of the problems come from putting too much in the term ‘modernity’. My
solution to this is to say: a society is modern when its mode of stabilization is dynamic
(it requires growth, acceleration and innovation in order to reproduce itself) and then
point out that this is the social formation that we see in China, in India, in Latin America,
in Northern America, in Europe, and even in Africa for the most part. But you might find
some Amazon tribes’ forms of life which aren’t stabilized in this form. This definition is
very straightforward. At the same time, it leaves room for huge variety for cultures. Of
course, you have different religions, different self-interpretations, different languages
and not everyone is affected in the same way by the logic of dynamic stabilization.
And then the cultural part of your theory of modernity corresponds to what you call
the triple-A approach to the good life…
Yes, this is an intrinsic part of the project of modernity, in order to distinguish it from
the process of modernization. For me dynamic stabilization is the structural aspect
of modernity, which you find it in most places – in some parts of Africa, let’s say, you
might find some forms of life which resist it but they are always under pressure and
in danger of losing out. But then there is the cultural side of modernity, the triple A
approach: the attempt to enlarge the horizon of the availability, the attainability and
accessibility. When you look at least to official China or India they are doing the same.
They want to progress in science, they are globalizing themselves, they want to be
dominant, they want to have higher income, better living conditions, etc. This means
they are following the triple-A approach. There are cultural differences and traditions,
particularly when it comes to religion. But somehow most of them seem to be capable
of fusing with the triple-A horizon, which provides the motivational energies for the
modern structures to function. I would claim that the triple-A approach colonizes or
fuses with very different cultural traditions. These are very difficult problems, anyway.
Revista de Sociología, 38(1)
By listening to you I got reminded about this small text by Peter Osborne (1992)
where he claims that Modernity is not an epoch but a qualitative category. He not
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only takes distance from the idea of modernity as a historical period, but also tries to
avoid a normative definition in terms of specific features (secularization, industria-
lization, etc.) by which to evaluate how ‘modern’ a society is. He also wants to avoid
ENTREVISTAS
Referencias
ENTREVISTAS
Osborne, P. (1992) “Modernity is a Qualitative, Not a Chronological, Category”
New Left Review Vol. 192, n. 1. pp. 65-84
Reckwitz, A. & Rosa, H. (2021) Spätmoderne in der Krise. Was leistet die Gesells-
chaftstheorie? Frankfurt: Suhrkamp.
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