Cámara Arquitectura y Sociedad

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TEXTOS UNIVEDélTADIOá

ediciones
ARQUITECTURA Y SOCIEDAD
EN EL SIGLO DE ORO

Idea, traza y edificio


TEXTOS UNIVERSITARIOS
ALICIA CÁMARA MUÑOZ

Arquitectura y sociedad
en el Siglo de Oro

Idea, traza y edificio

ediciones«rKelí
t^ el arquero
Esta obra ha sido editada con la cola-
boración del Instituto de Conserva-
ción y Restauración de Bienes Cultu-
rales del Ministerio de Cultura

Diseño de cubierta: Raíz de dos

© Alicia Cámara
© Fundación José Ortega y Gasset
D Oran, S. A. Ediciones El Arquero, 1990
Josefa Valcárcel, 27. 28027-Madrid
Depósito legal: M. 21.337-1990
ISBN: 84-86902-07-X
Printed in Spain
Impreso en Lavel
Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid)
A mis padres
Prólogo

Este libro constituye, frente a la monotonía de los estudios que no


superan la condición de un mero ejercicio académico, un lúcido, suge-
rente y renovador análisis de la arquitectura española de finales del si-
glo XVI y principios del xvii. A diferencia del carácter de mero ejercicio
que tienen la mayor parte de las investigaciones de este tipo, Alicia Cá-
mara emprende en este libro un estudio del fenómeno artístico inser-
tándolo en el marco del gusto, la historia, la cultura y la sociedad de la
época. Y, en este sentido, su autora ha logrado sortear los riesgos que
planteaba un enfoque de este tipo. La consideración de unas determi-
nadas premisas «sociológicas» no la ha conducido a derivar hacia los
supuestos de un sociologismo mecanicista. En todo momento, a lo lar-
go de su investigación, Alicia Cámara ha demostrado una gran preocu-
pación por acometer su estudio salvando éste y otros riesgos que este
enfoque comportaba.
He hablado de «riesgos» jxjrque este trabajo surgió en un momento
en el que estos «riesgos» fueron un aliciente y un condicionante meto-
dológico. En un momento en el que la huida del sociologismo condujo
a no fXKOs a proponer paradógicamente una historia del arte al margen
de la historia, Alicia Cámara se plantea el estudio del arte no como un
elemento condicionado, sino conformador de la Historia; y en un mo-
mento en el que, por un prejuicio antiformalista, se detectan los brotes
de una historia «avisual» del arte, la autora de este trabajo profundiza en
el variado panorama de los componentes formales de las obras.
La relación de la arquitectura con la Historia, y el valor de sus for-
mas son estudiados de manera muy distinta a lo que con frecuencia se
hace, pues Alicia Cámara en ningún momento se aparta del valor, sig-
nificado y función de las obras en su contexto histórico originario. De
esta manera, el lector encontrará en este libro el estudio de un periodo
de nuestra arquitectura que, desde un punto de vista simbólico y fun-
cional, se mantiene en relación con el pasado, p)ero que desde un punto
de vista formal comporta una serie de novedades importantes. En reía-
ción con el lenguaje preexistente, esta arquitectura alcanza nuevas in-
flexiones ahistoricistas y críticas que han llevado a la autora a analizar
la consideración y estima que tuvieron los hombres de este periodo de
las formulaciones arquitectónicas anteriores, desde las actitudes que
niegan todo valor a la arquitectura anterior a El Escorial —paradigma
y modelo insuperable al que se recurre constantemente— a las que
plantean una valoración de obras góticas o musulmanas.
En este contexto la formación de los arquitectos desempeñó un pa-
pel decisivo, al igual que su conocimiento de las fuentes teóricas y el es-
tudio de los tratados. Alicia Cámara, en ese sentido, presta una especial
atención a este aspecto —que ella denomina «la tiranía de la imprenta
sobre el gusto»— al igual que a los inicios prácticos de la labor de los
arquitectos, a sus relaciones con los ingenieros o a la organización del
taller y del trabajo. Todo ello es estudiado en relación con los diversos
aspectos artísticos e ideas relacionadas con el gusto, que confluían en la
actividad arquitectónica. Sin que falte el estudio, en un momento en el
que la arquitectura española comienza a convertirse en modelo de sí
misma, del problema de «La curiosidad jX)r lo exótico y el paradigma
de Roma», conocidos muchas veces solamente a través de los modelos
suministrados por una arquitectura literaria.
En el estudio de Alicia Cámara, el fenómeno de la arquitectura se
entiende como expresión plástica de unos determinados comporta-
mientos sociales. O, lo que es más imp)ortante, como una reconstrucción,
en el contexto histórico de su tiemjx), de su funcionamiento y de su
apreciación formal. En Arquitectura y sociedad en el Siglo de oro se muestra,
desde una {Derspectiva histórica ensamblada en los valores de percep-
ción y función que alcanzaron en su momento, la memoria histórica, la
estimación de la propia Historia, y el gusto que los arquitectos, teóricos
y mecenas tuvieron de la arquitectura. En relación con esto, la autora
presta una especial atención al paf>el representado p)or la nobleza y por
la Iglesia, a través de las distintas órdenes religiosas, así como a las fun-
ciones desemp)eñadas por los edificios, a las exigencias de las formas de
religiosidad, y al simbolismo espacial de los «ámbitos religiosos».
Este libro de Alicia Cámara supone, además de una aportación im-
portante a la historia de la arquitectura española de este periodo, la su-
gerencia válida de un nuevo modelo metodológico.

VÍCTOR N I E T O ALCAIDE.
Presentación

El concepto de Siglo de Oro, que se ha utilizado sobre todo para la


literatura y la pintura del siglo xvii, lo empleamos en este libro para
acotar la arquitectura de un periodo que se abriría con las grandes reali-
zaciones de Felipe II, y que se cerraría antes que el gran siglo de la pin-
tura, con las últimas huellas de lo escurialense, en el primer tercio del
siglo XVII. Sobre la legitimidad del uso del concepto de Siglo de Oro, a
veces cuestionada, cabe aquí recordar las palabras de López de Hoyos
en su relato de la Entrada Triunfal de la reina Ana de Austria en Ma-
drid, en 1570. El primer arco triunfal que la recibió se remataba con la
figura de España acompañada por la Justicia y la Fortaleza. La Justicia
es llamada «Astrea» por Lóp)ez de Hoyos, y se identifica con la nueva
Edad de Oro': había regresado en el reinado de Felipe II, volviéndose
así a un «tiempo de gran felicidad», como aquel en el que Astrea gober-
nó la tierra, un tiempo comparable f)or ello «al más precioso metal que
la tierra produze por particular influencia y vigor del sol, que es el
oro»2. Se apunta aquí claramente, en esa gran representación del poder
que fueron las fiestas en el Renacimiento y el Barroco, la conciencia de
estar viviendo una nueva Edad de Oro. Por lo demás, el periodo estu-
diado coincide en gran medida con lo que la historiografía ha venido
llamando Siglo de Oro.
Si el reinado de Felipe II fue para la arquitectura una época de es-
plendor, y a ese reinado pertenece el texto citado, también nuestro es-
tudio parte de ese momento, para acabar centrándose en el reinado de
Felipe III, cuando otras artes llegaron a su perfección, mientras la ar-
quitectura seguía anclada, en gran medida, en la continuidad de unas
formas que tienen su punto de partida en el clasicismo escurialense.
El hablar de arquitectura y sociedad en el Siglo de Oro no pretende

' Sobre el tema, F. A. Yates, Astraea, The Imperial Theme in the Sixieentb Cen-
tury, Harmondsworth, 1977.
2 Simón Diaz (1964), pág. 92.

11
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inscribirse en la línea de un sociologismo algo trasncx:hado, sino que


trata de adentrarse, en la medida de lo posible, en cómo la arquitectura
se imbricó en unos determinados comportamientos sociales a la vez
que reflejaba una mentalidad tanto por parte de los artifices como por
parte de los clientes. Aunque sea imposible saber cómo vieron la arqui-
tectura los contemjxjráneos, el manejo de textos de la éfxxra no sólo so-
bre arquitectura, sino sobre otras muchas materias, ha permitido una
cierta aproximación a lo que la arquitectura del pasado y del presente
significó para ellos, o al menos para los que escribieron.
Estudiar las ideas, la teoría, las reglas de varia índole, en la arqui-
tectura del Siglo de Oro, ha sido uno de los objetivos. El cómo, por
quiénes, y a instancia de quién esas ideas fueron plasmadas, sería otro
de los temas propuestos. Finalmente la concreción en unos resultados
materiales a través de los edificios construidos sería un punto de llega-
da en este estudio que por ello lleva el subtitulo de «Idea, traza y edifi-
cio». Se trata de una aportación al estudio de la arquitectura en ese pe-
riodo, y ésa es su única pretensión.
No se hace aquí un análisis formal de la arquitectura, salvo en el
sentido de lo que esas formas significaron para los contemporáneos, y
tamfxxro se trata de un manual en el que por fuerza debiera aparecer re-
señada «toda» la arquitectura de esa éfxxra. El lector puede encontrar
una información exhaustiva y rigurosa sobre distintas zonas de la pe-
nínsula en los libros que se recogen en la bibliografía.
Este trabajo no hubiera sido posible sin la ayuda de Víctor Nieto
Alcaide, pues sin duda la huella de su magisterio en la Universidad se
encuentra en algunos de los enfoques dados al tema, que no en los de-
fectos que se puedan encontrar, responsabilidad únicamente de la auto-
ra. A él, f)or lo tanto, la gratitud que debe al maestro aquel que tiene la
rara suerte de poder llamar a alguien con ese nombre.
Quiero agradecer también a Fernando Checa, Miguel Ángpl Casti-
llo y Virginia Tovar las conversaciones que, sobre distintos aspectos
que se plantean, tuvimos a lo largo de la investigación y redacción del
texto. Por otra parte, no puedo dejar de citar a Julián Gallego, de quien
siempre recibí ánimos para culminar este trabajo. A los archiveros y bi-
bliotecarios sin cuyas facilidades este trabajo no se habría podido reali-
zar, desde aquí, mi más sincero agradecimiento.
PARTE I

HISTORICISMO Y ANTIHISTORICISMO
En una época como la nuestra, en la que la reflexión históri-
ca está invadiendo en gran medida el terreno arquitectónico, no
podemos dejar de plantearnos la visión que de la arquitectura del
pasado tuvo la España del Siglo de Oro, pues en el verse distinta,
o continuadora, de ese pasado, se pueden rastrear actitudes que
acabarían por plasmarse en las obras construidas.
Desde un punto de vista cultural, la España de fines del si-
glo XVI y comienzos del xvii conoció una verdadera eclosión de
la investigación histórica. Fue incorporada a esa investigación
tanto la nueva ciencia de la arqueología como ciertas visiones
cuasi románticas, pero en todo caso con el deseo de lograr un au-
téntico rigor histórico. En lo referente a la arquitectura se apre-
ciarán las obras medievales de la España cristiana, y de la misma
manera se apreciarán y restaurarán las obras dejadas por los ára-
bes en la península, pero será sobre todo la valencia histórica de
su antigüedad (es beneficioso para la monarquía su conserva-
ción) la que prime sobre los planteamientos estéticos.
El manierismo clasicista que imperó en la arquitectura en
esta época tuvo su raíz en El Escorial, y queda perfectamente di-
ferenciado por los mismos contemporáneos tanto de la arquitec-
tura del primer renacimiento como del barroco. La arquitectura
que parte del reinado de Felipe II —con el hito de El Escorial—
es nueva desde el punto de vista formal, aunque funcional y sim-
bólicamente pueda no existir ruptura con el pasado.
La voluntad de superar históricamente un sistema construc-
tivo mediante un nuevo sistema, ahistórico en su codificación
clasicista, encontró su reflejo en críticas a obras del pasado re-
ciente, como la de Lázaro de Velasco en 1581 al palacio de Car-

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16

los V en la Alhambra. Sin embargo, otras obras renacentistas an-


teriores fueron valoradas por su belleza, y así por ejemplo Diego
de Guzmán, en 1617, alababa el palacio de los Guzmanes de
León, casa que «en lo material» era «de las más grandes y de me-
jor fábrica que se veen en este Reyno»'; pero lo frecuente fue que
tanto los testigos del reinado de Felipe II como los que escribie-
ron en el reinado de su hijo vieran en la arquitectura clasicista (o
«greco-romana» como decía Torres Balbás, o «trentina» como la
llamó Camón Aznar), una cesura con respecto a la arquitectura
del pasado, un nuevo punto de partida y una nueva imagen del
Imperio español. En ese sentido es posible hablar del «antihisto-
ricismo» de esa arquitectura, elaborada en gran medida a partir
de los préstamos del manierismo italiano.
Un historiador en 1596 escribía que España había sido rica,
entre otras cosas, «en sumptuosidad de edificios»^, y la misma
antigüedad de éstos los convertía en argumento de grandeza para
la monarquía. Otro testigo del tiempo, Francisco de Pisa, escri-
bía hacia 1612 grandes alabanzas de las obras de Toledo, y entre
ellas, San Juan de los Reyes, edificio «digno de príncipes»; pero
este mismo autor (que no fue arquitecto) nos confirma que la ar-
quitecura de su tiempo era vista como algo nuevo con respecto a
la del pasado inmediato, cuando sobre un edificio escribe que
parecía «en la forma... ser de pocos años a esta parte, reedificada
y renovada en todo o en parte»'. La nueva arquitectura era, pues,
identificada en su novedad por los hombres de aquel tiempo,
que no por ello dejaban de admirar obras anteriores.
Los arquitectos Juan Bautista de Toledo, Juan de Herrera,
Francisco de Mora y Juan Gómez de Mora marcaron la evolu-
ción de la arquitectura del Siglo de Oro. Lo que comenzó siendo
nuevo —«antihistórico» para algunos— al prolongarse en el
tiempo, será la consecuencia de un pasado que a comienzos del
siglo xvii era ya historia. El clasicismo manierista será asumido
como parte de la propia historia —asociado a los años más glo-
riosos de la monarquía española—, pero si en el reinado de Feli-

' D. de Guzmán: Reyna Católica, Vidaj muerte de D.' Margarita de Austria Rey-
na de Espantm... Madrid, 1617, f. 131.
2 Lobera (1596), Prólogo al lector.
' F. de Pisa, Apuntamientos... (ed. de 1976), págs. 69 y 80.
17

pe II el «antihistoricismo» de la arquitectura respondía a una


consciente reflexión y asunción del presente histórico, en el rei-
nado de su hijo, el «historicismo» de la arquitectura (con respec-
to al pasado inmediato) quizá a lo que respondió fue a la imposi-
bilidad de asumir un presente histórico lastrado por ese pasado
glorioso.
CAPÍTULO PRIMERO

La visión de la arquitectura medieval

1. «LA MEMORIA DE LOS SIGLOS PASSADOS»

La reflexión que sobre el presente lleva implícita toda mira-


da al pasado constituye uno de los capítulos más significativos de
toda época histórica. En ese sentido la época que nos ocupa es
extraordinariamente rica, pues a fines de siglo xvi, y sobre todo
ya en el xvii, se imprimirán en España gran cantidad de libros de
historia: historias generales de la península —a veces limitadas a
uno de sus reinos—, historias de la institución eclesiástica, de
santos, de ciudades...
Estas últimas conocieron una floración asombrosa a co-
mienzos del siglo XVI I; los orígenes de las ciudades se vinculaban
en ellas a Hércules míticos, sus edificios a la Antigüedad, su salu-
bridad a su ubicación según las reglas de Vitruvio, su prosperi-
dad al ingenio e industria de sus habitantes, y —muy frecuente-
mente— como colofón, gozaban de la protección en exclusiva
de determinados santos. A través de estos lugares comunes a casi
todas las historias de ciudades, y que parecen constituir un pa-
trón aplicable a toda ciudad próspera, podemos conocer lo que
los hombres sabían de la historia de su ciudad. Esto proporciona
determinadas claves para comprender la mentalidad histórica
que se da en centros que, aunque importantes, resultaban aleja-
dos de la corte. Son estas historias de ciudades una fuente inago-
table de noticias, y nos permiten ser testigos de la importancia
conferida a esa «memoria de los siglos passados» de que habla
Argote de Molina en su obra Noblnyt de la Andalucía, publicada
en 1588.
Ese autor investigó sobre los linajes, y quizá lo más útil de su
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obra es que no desdeña ninguna fuente a la hora de recoger in-


formación: los libros de cabildo, libros de bautismo, «libro del
Bczerro», papeles del Archivo de Simancas, inscripciones de pie-
dras y monedas, todos los «Autores impressos» y —sorprenden-
temente para una época como la nuestra que tantas veces se ha
olvidado de esa fuente— la historia oral y la memoria que se
conserva en los cantares y romances populares:

Romances, y cantares viejos, y Refranes antiguos, que han


quedado de nuestros padres, que son una buena parte desta
historia... La qual manera de cantar las historias públicas, y la
memoria de los siglos passados... pudiera dezir q la hereda-
mos de los godos..., sino entendiera, que esta fue costumbre
de todas las gentes. Y tales devían ser las Rapsodias de
los Griegos, los Areytos de los Indios, las Zambras de los Mo-
ros, las Endechas de los Canarios, y los Cantares de los
Etiopes'.

Argote de Molina se sirvió de textos antiguos, como el Fuero


Juzgo, o historias de los árabes, pero es de historiadores como
Zurita o Morales de los que él se considera continuador, hom-
bres eruditos vinculados a la monarquía que, desde que acabó la
Reconquista, había levantado «edificios» literarios destinados a
investigar e interpretar nuestra historia. La asunción del Renaci-
miento como una nueva época de la que estos hombres de fines
del xvi, y del xvii, se consideraban continuadores, no supuso
una valoración negativa de los siglos medievales.
Sin embargo, la ignorancia en que había estado sumido el
hombre durante la Edad Media, era un tópico a fines del si-
glo XVI, a pesar de la labor de historiadores y literatos, sabedores
de las riquezas de todo tipo que encerraba su aparente «oscuri-
dad». El tópico era, por otra parte, utilizado en ocasiones sólo
para referirse a la España dominada por los árabes: en estos casos
el elemento de comparación con respecto a las «tinieblas» medie-
vales no era la nueva cultura, sino la luz de la fe. Se podía incluso
llegar a tergiversar la historia en un afán de convencer acerca de
la ignorancia de los árabes, y no deja de extrañar, por ejemplo,
que un autor tan culto como Gil González Dávila afirme en su

Argote de Molina (1588), dedicatoria al lector.


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Teatro Eclesiástico, del año 1647, que en la España árabe «no avía
estudios, ni se profesavan letras, porque el Moro en ningún
tiempo ha hecho aprecio de ciencias ni estudios públicos»^; uno
de los autores más eruditos del pleno barroco contrarreformista
quizá pensara que atribuir a «los Moros» inteligencia, industria,
sabiduría, etc., supondría conferirles unos tan altos valores del
espíritu que podía resultar poco conveniente.
En el mismo sentido podemos recordar cómo la fe católica,
que tenía en los monarcas españoles sus más fieros paladines,
festejó periódica y tradicionalmente, en las ciudades, los triunfos
habidos sobre los moros'. Y a pesar de que, como veremos más
adelante, la belleza de las obras árabes fue reconocida y conser-
vada, para algunos fue la dominación árabe la catástrofe más
grande de la historia de España, y no se pueden dejar de anotar
aquí unas líneas escritas por el holandés Cock en tiempos de Fe-
lipe II: al ser de tierras lejanas, hubo de reflejar aquello escucha-
do durante su viaje, y sus palabras pueden ser el eco de la época
cuando describe cómo «El Moro se ensañaba devastándolo todo
con sus feroces armas, hasta el punto de que Castilla, desgarrada
por las leonas africanas lloraba dolorida su perdición»''.
No es generalizada esa visión negativa, sobre todo si se trata
de referencias a las obras de aquellos tiempos, que fueron restau-
radas y conservadas por los monarcas españoles y alabadas por
los cronistas. Por otra parte, a lo largo del xvi, se produjo una in-
teresante asimilación de lo árabe, que llegará incluso a definir al-
gunas de las experiencias artísticas que con propiedad pueden ser
calificadas de manieristas. De cualquier manera, cuando los his-
toriadores se refieren a los grandes edificios de una ciudad, en
ningún momento los medievales resultarán menospreciados en
la relación: ni los góticos, ni los árabes.

- González Dávila (1647), pig. 32.


' Lobera (1596), f. 215 y ss.
* Hernández Vista (1960), pág. 27.
22

2. . . . Y DE s u ARQUITECTURA

Lo mismo que se decía en 1595 que «la vida de los hombres


sin historia es verdaderamente como una vida de niños»5, así
también la arquitectura del pasado eran las etapas de un proceso
de «crecimiento» y progreso que culminaría en el reinado de Fe-
lipe II.
La conciencia de la superación de ese pasado con la obra de
El Escorial, hizo que en algún momento se pretendiera negar el
valor de todo lo anterior. Ese es el caso del padre Sigüenza, que
afirma que cuando se entra en el atrio de la iglesia del Monaste-
rio de El Escorial «se comienza a descubrir una majestad grande
y desusada en los edificios de España, que había tantos siglos que
estaba sepultada en la barbarie o grosería de los godos y árabes,
que, enseñoreándose de ella por nuestros pecados, apenas nos
dejaron luz de cosa buena ni de primor ni en las letras ni en las
artes»''. Para entender esta afirmación hay que tener en cuenta lo
que significó la construcción del Monasterio: política y artística-
mente —el mayor empeño artístico del más poderoso monarca
del orbe católico— resultó ser el punto culminante del proceso
iniciado al dar fin los monarcas católicos a la «barbarie» medie-
val. Las palabras del padre Sigüenza están escritas desde la sober-
bia de la perspectiva histórica que se traduce en piedra en el atrio
de la iglesia del Monasterio, edificio que por sus valores univer-
sales será comparado al Templo de Salomón y al Panteón de
Roma, y considerado como la octava maravilla del mundo.
Hay otros casos en los que parece negarse también esa valo-
ración de las obras del pasado, pero es algo tan viejo como el
mundo; se derriban edificios antiguos y funcionalmente inope-
rantes, para ser sustituidos por otros modernos. La lista de obras
menores que, por abandono o por el pico, vinieron al suelo sería
enorme. Muchas iglesias fueron derribadas a golpe de liturgia
postridentina, por ser inadecuadas para las nuevas necesidades
de la Iglesia. En Galicia, por ejemplo, a la vez que se derribaban
las iglesias románicas de Santa María de Monfero (entre 1620
y 1623 para comenzar una iglesia de una nave y planta de cruz la-

5 Pedro de Medina (1595), prólogo al lector.


'• Fray José de Sigüenza (1605) (ed. de 1963), pág. 202.
23

tina) y de Sobrado dos Monxes (en 1620 para comenzar una igle-
sia de tres naves y planta de cruz latina, con claustro, dormito-
rios...), se escribían historias en las que las abadías cistercienses
eran objeto de estudio y de investigación. N o era, pues, en este
caso un planteamiento estético, sino funcional, el que llevaba a
acabar con pequeños edificios medievales, y en cambio cuando
éstos tenían más categoría pasaban de inmediato a formar parte
de ese patrimonio histórico del que toda comunidad se sentía or-
gullosa, porque era cimiento de su grandeza.
En España hay además, y de todos es sabido, muchos ejem-
plos de «gótico del xvi», y lo más espectacular son las catedrales,
pues esta tradición constructiva venía avalada con frecuencia
por la misma institución eclesiástica, y por la tradición histórica
que identificaba a un pueblo con la obra colectiva de una cate-
dral. Arquitectos como Rodrigo Gil trabajaron indistintamente
en las catedrales góticas, y en obras configuradas con los nuevos
repertorios formales, y por ejemplo el modelo de la catedral de
Salamanca está presente cuando a comienzos del siglo xvii pro-
ponga Pérez de Herrera la construcción de una catedral en Ma-
drid. Con estas actitudes, lo que se estaría planteando sería un
problema de historia, que de cualquier manera liga los resultados
al factor del mecenazgo, diferenciándose claramente en ese sen-
tido la nobleza de la Iglesia.
Ante las obras del pasado las consideraciones fueron por lo
general más de índole histórica que estética: no es otro el caso de
Ambrosio de Morales (1575) interesándose por las iglesias pre-
rrománicas asturianas, en el origen de la monarquía hispana y en
la cuna de la Reconquista. La historia y el arte aparecen normal-
mente como un todo único en la reflexión sobre el pasado. Sólo
en contadas ocasiones la valoración estética se genera con inde-
pendencia de la significación histórica de un edificio. Valgan
dos ejemplos del siglo xvi: un mecenas y un tratadista, uno a co-
mienzos y otro a finales de siglo.
El primero es don Fadrique Enríquez de Ribera, que viajó a
Jerusalén entre 1518 y 1520. A su paso por Italia quedó admira-
do por la catedral de Milán, que, según él, superaba a la de Sevi-
lla en el exterior por sus «muchos remates e imágenes de vulto»,
siendo superada, en cambio, por ésta en lo que al interior se re-
fiere. La sensibilidad de este hombre para el arte se pone de ma-
24

nifiesto en varios pasajes de su libro. En uno de ellos va a sinteti-


zar lapidariamente lo que todavía hoy convierte a Venecia en
una ciudad inolvidable: son las fachadas de sus casas «de jaspe, y
de pórfidos, y mármoles: esto es, lo que responde al agua»^. El se-
gundo es Juan de Arfe (1587), que valorará así la obra de las
grandes catedrales españolas: «obra Bárbara llamada masonería,
o crestería, e según otros: obra moderna, con la qual edificaron,
la Iglesia mayor de Toledo, la de León, la de Salamanca, Burgos,
Falencia, Ávila y Segovia y Sevilla, que aunque en la labor y or-
den no son artificiosas, duran firmes y en aquella traga vistosas».
Por una parte hay que tener en cuenta que Arfe se había formado
en una España en la que se seguía construyendo según el sistema
gótico —es decir, que para él esa «poética de la contaminación»
estudiada por Tafuri, era algo cotidiano—, así que no podía ser
negativo su juicio. Por otra parte, este tratadista es consciente de
la pervivencia de elementos medievales en la arquitectura del
Renacimiento de España, pues, escribe, tanto Covarrubias como
Siloé, que construyeron según «la obra antigua de los Griegos y
Romanos», lo hicieron «aunque siempre con alguna mezcla de la
obra moderna, que nunca la pudieron olvidar del todo»'.
Es de notar la utilización que hace Arfe del término «moder-
no», aplicado a las obras góticas. En Italia también Filarete y
Manetti lo habían utilizado en el sentido de «medieval», pero
Vasari, en su sistematización de la terminología denominaría
«moderno» a «la buona maniera greca antica» restaurada'. En
España, sin embargo, el término se siguió aplicando a obras góti-
cas, prolongándose su uso hasta el siglo xvii. Pero pasando del
término que las define a la valoración estética que de las catedra-
les hace Arfe, hay que notar que las encuentra carentes de «artifi-
cio», palabra que viene a significar en la época belleza artística, o
si se quiere «arte», pues éste último fue un término apenas em-
pleado, y era en cambio el de «artificio» el utilizado para alabar la
obra en la que se había alcanzado la perfección. Por supuesto, ta-
les observaciones se pueden relacionar con el hecho de que tam-

^ F. Enríquez de Ribera (1606).


8 J. de Arfe (1587), libro IV, título I.
' E. Panofsky, Renacimiento j Renacimientos en el arte occidental, Madrid, 1975,
págs. 72-74.
25

poco los artistas eran llamados «artistas», sino «artífices», es de-


cir, los que eran capaces de crear obras artificiosas, o de maravi-
lloso artificio, etc.
A comienzos del siglo xvn se puede advertir una cierta fre-
cuencia de comentarios críticos sobre la arquitectura gótica, en
los que se manifiesta la complacencia con que el gusto artístico
de la época era capaz de contemplar los edificios del pasado. La
arquitectura gótica inspiraba «curiosidad», una cualidad del espí-
ritu que el arte manierista cultivará, y los «curiosos» se multipli-
caron, admiradores del «artificio» allí donde lo hubiera. Ejemplo
de esa visión admirada de la arquitectura gótica, tan distinta de
la del presente, es Mantuano, que, en el año 1618 escribía que los
arquitectos, al mirar en la catedral de Burgos «las agujas de la
portada, crucero y cimborio, se espantan, siendo cosas donde
llegó lo último del primor de la arquitectura», y la capilla del
Condestable de la misma catedral, realizada a fines del siglo xv y
decorada ya en el xvi, le parecía bella, aunque estuviera hecha
«sin esquadria, ni correspondencia»'", es decir, sin aquello que
definía la belleza en las obras de su propio tiempo. Recordemos
que los mismos aspectos de esta catedral —torres, cimborrio y
capilla del Condestable— habían admirado af'os atrás a Lhermi-
te". Son varios los ejemplos de otros lugares de España que se
pueden traer a colación en ese sentido, y así también Cáscales, en
1622, considerará igualmente «digna de ser visitada de curiosos i
linceos ojos» tanto la gótica capilla de los Vélez de la catedral de
Murcia, como la torre renacentista, la sacristía «con tal sutil i cu-
riosa escultura», o la capilla de los Junterones, «cuya fábrica, i es-
cultura es por todo extremo buena»'2.
En otro tipo de fuente, como es un documento del Archivo
de Simancas, se pueden encontrar también apreciaciones como
la que sigue: en 1612, en un informe sobre las obras que es nece-
sario realizar en Toledo, se dice que «a los lados del altar que está
en la bóbeda que fue cárcel de Sancta leocadia ay dos nichos con
unas letras antiguas que se leen mal y la tradición es que son en-
tierros de dos reyes vbamba y sisebuto y siendo el gasto tan poco

1" Mantuano (1618), págs. 85-86.


11 Lhermite, tomo I (ed. de 1890), pág. 118.
12 Cáscales (1622), ff. 267 v.o, 341 y 342.
26

paresce muy puesto en Razón que su Magd mande conservar una


antigüedad como esta»". No es la belleaa en este caso, sino su
tiempo histórico lo que adquiere un valor: «artificio» y antigüe-
dad serán las dos categorías manejadas generalmente para refe-
rirse a las obras medievales. Quizá sea en las historias de ciuda-
des en las que mejor se aprecie cómo el pasado medieval cristia-
no no desmerece por comparación —en el desarrollo pretendi-
damente cronológico de la historia de la ciudad— ante el asenta-
miento romano del que surgió, o ante una mítica fundación a
cargo de Hércules. Ruinas arqueológicas, iglesias góticas o pala-
cios renacentistas eran, a la par, orgullo para las ciudades y ex-
presión de su grandeza.
Pasando ya a referirnos a la arquitectura que «el Moro» dejó
en la península, cabe decir que el tópico que suponía el conside-
rar los siglos de dominio árabe como un periodo de tinieblas e
ignorancia —a pesar del conocimiento que se tenía de su ciencia
y su cultura— no se hace extensivo a su arte. Dejando aparte las
connotaciones políticas que cargan semánticamente los valores
artísticos del palacio de Carlos V —la «casa Real nueva», o «a lo
castellano» frente a «las casas reales viejas» de los moros '*•— ha
sido ya estudiado cómo la misma monarquía llevó a cabo un
proceso de asimilación y recreación de determinadas soluciones
del arte árabe'5. La idea de lo que significaron los monumentos
cristianos superpuestos a los árabes, la expresa, para el caso de la
Alhambra, Bermúdez de Pedraza cuando escribe que «el empera-
dor Carlos V... la ilustró con su presencia»"*, pero no destruyó ni
abandonó una antigüedad tan notable. De hecho, el arte árabe
será admirado, y las historias que se escriben de las ciudades de
Andalucía hacen una continua alabanza de los edificios de esa ci-
vilización. Por su parte, la Junta de Obras y Bosques se ocupó de
conservar esos edificios.
En un informe de Simancas del año 1602 se pide dinero para
«reparos», y es la antigüedad de la Alhambra lo que la convierte

" A. G. S., C. y S. R., leg. 302, f. 200; sobre estas tumbas, véase también
K de Pisa (1612) (ed. de 1976), pág. 88.
i" Bermúdez de Pedraza (1638), f. 33 v.".
15 L. Olivato (1976), y F. Checa (1984).
!'• Bermúdez de Pedraza (1638), f. 30 v.°.
¿I

en algo único, digno de ser conservado: «que siendo las cassas


viejas del tpó de los moros y, tan antiguas tienen para su conser-
vación precissa necessidad de continuos reparos y que no se ha-
ziendo se caerán en el suelo»'^. A lo largo del siglo xvi había sido
reparada en varias ocasiones, con un criterio de «restauración»
en el que se respetaba el estilo artístico y la decoración propia de
ese arte. En ese sentido un informe de 1617, en el que se hace
una relación de cuáles son los edificios y posesiones de la Al-
hambra, afirma que «Las Casas Reales Viejas de los Reyes Moros
que se hallaron hechas quando se ganó esta ciudad y se han ydo
conserbando y reparando con ymitación de la obra mosaica de
mocárabes de que están labradas»'".
Tan «cristianizada» estuvo la Alhambra, a pesar de su «obra
mosaica» y sus mocárabes que cuando se cayó la iglesia parro-
quial, el Santísimo Sacramento se llevó al «quarto rreal de la cas-
sa de los Leones», y aunque en principio se llevó allí sólo por un
año mientras se arreglaba la iglesia, el hecho es que llevaba unos
veinte años así a comienzos del siglo xvii (tanto en 1602 como
en 1605 se habla de veinte años). Pero es que entonces lo que
hizo falta fue sacarlo del cuarto de los Leones porque era ese
cuarto el que se estaba cayendo y para arreglarlo había que sacar
antes el Santísimo Sacramento, lo cual tuvo como resultado en
definitiva que se acelerara la construcción de la iglesia''.
La Alhambra mereció una privilegiada atención por parte de
la monarquía, pero no se puede decir lo mismo de otros edifi-
cios, y así, por ejemplo, se explica en un documento cómo «las
Cassas Reales que llaman de generalife que son de recreación de
tiempo de los Reyes moros donde demás del edificio que tienen
hay muchas fuentes y jardines guertas y algunas tierras adehesa-
das... de ordinario no se reparan por quenta de la fábrica Real...
Por no tener orden Particular de V.M.D. para ello». Sigue di-
ciendo este informe del año 1617 que sólo en una ocasión, haría
unos veinte años más o menos, se repararon los edificios del Ge-

' A.
A. G.
ü . S.,
S., C.y
C. y S.
S. R.,
R., leg.
leg. 322,
J22, f.t. 178,
1 /»,año
ano 1602.
louz.
'" ídem, leg. 327, f. 6; en noviembre de 1603, por ejemplo, se había pedido
dinero otra vez, y no fue sólo para continuar las obras de la Casa Real Nueva,
sino para reparar las viejas (leg. 304, f. 207).
'•' A. G. S., C.y S. R., leg. 304, f. 207; leg. 322, ff. 181 y 429.
28

neralife «por Cédula Particular de V. Md. despachada por la Jun-


ta de Vosques y obras en que se mandó por una vez y cantidad
precisa se reparase y levantase un quarto de las dhas casas que se
avía caído acrezentando algo el como se hizo en conformidad de
la dha orden»^'. Sabemos de obras que, al no ser de la Corona,
llegaron a perderse, y ello lo recoge la misma literatura: uno de
los personajes de El viaje entretenido dice acerca del Albaicín que
«algunos de sus edificios he visto muy arruinados; porque me di-
cen que era un paraíso en tiempo de los moros»^'.
En determinados casos la nobleza cristiana utilizó los edifi-
cios dejados por los árabes. Un claro ejemplo serían los mismos
«cármenes» de Granada —palabra árabe que, según Bermúdez
de Pedraza, quiere decir jardín o viña (en esto sigue el dicciona-
rio de Covarrubias del año 1611) y que sería la traducción que
los árabes dieron a «Paraíso»—, pero también lo eran en la mis-
ma ciudad los jardines y casas de placer del barrio del Darro,
donde los nobles cristianos disfrutaban del lugar igual que lo ha-
bían hecho tiempo atrás los «quarenta Alcaydes Moros» en sus
casas de «recreación y deleyte»^^. La sabiduría árabe fue por lo
tanto, muy deleitosamente aprovechada por los nobles cristianos
en lo que a formas de vida se refiere.
Todo lo negativo que se pudo querer ver en el dominio islá-
mico, parece esfumarse cuando de lo que se trata es de su arte. La
sensibilidad de Bermúdez de Pedraza volverá a expresarlo a la
perfección cuando escriba que en la Alhambra se habían juntado
«lo útil de la Fortaleza, con lo dulce de las delicias, que si bien
bárbaros, eran sabios en esto». Pero no sólo las formas de vida
plasmadas en su arquitectura admiraron, pues también las obras
públicas y los cultivos fueron parte del rico patrimonio heredado
de los moros: del famoso «Axarafe» de Sevilla, recuerda Morga-
do en 1587 las «cien mil alearías» que en él había2^. Considerados
maestros en el arte de cultivar la tierra, cuando el holandés Cock

2<i ídem, leg. 327, f. 6.


21 A. de Rojas (1604), libro II (ed. de 1964), pág. 192.
22 Bermúdez de Pedraza (1638), ff. 30 y 33 v.°. Sobre la palabra «carmen»,
el diccionario de Covarrubias dice: «En el reyno de Granada, vale tanto como
huerta o jardín, que en Roma llaman viña, lugar de recreación, donde se retiran
los señores.»
2' A. Morgado (1587), f. 28 v.".
29

llegó a Daroca en 1585 pensó que su muralla era obra árabe por-
que «confirman también ser edificio de moros los huertos culti-
vados que tiene, porque en muchas partes de España he visto
que esta gente es más inclinada a cultivar y plantar que otra algu-
na» 2". Pero también las obras públicas fueron alabadas, pues «En
ninguna cosa pusieron... mayor rigor de penas, que en la limpie-
za del agua y buen uso della», y en Sevilla no podrá por menos de
preguntarse un viajero «¿que mayor que estos caños que vienen
de Carmona, que fabricaron los moros? ¿No son por excelen-
cia?» ^^
Si por un lado todas estas antigüedades fueron apreciadas
bien por su artificio, bien por su utilidad, nuestro personaje del
Siglo de Oro también diferenciaba desde un punto de vista tipo-
lógico los diferentes estilos artísticos. Permítasenos poner algu-
nos ejemplos: en EJQuijote se habla de las «ventanas de la casa de
un moro rico y principal, las cuales como de ordinario son las de
los moros, más eran agujeros que ventanas, y aun éstas se cubrían
con celosías muy espesas y apretadas» 2''. Fueron sobre todo aque-
llos aspectos más diferenciados con respecto a la arquitectura
cristiana los resaltados, y tal es el caso de las puertas de las ciuda-
des, tan distintas tipológicamente en uno y otro caso, lo que hace
que Morgado escriba, al enumerar las puertas de Sevilla, que
unas habían sido «renovadas, y labradas al uso, modelo y tra^a de
nuestro tiempo... sin verse ya en ninguna de todas ellas, excepto
en la del sol, y en la de Córdova, aquellos rebelines, y rebueltas
del tiempo antiguo de Moros»". Un tercer ejemplo puede ser el
de F. de Pisa, que, refiriéndose al trazado urbano de la ciudad de
Toledo, afirma que «el aver quedado algunas calles angostas, tor-
cidas y con veynte rebueltas, es uno de los daños que los moros
causaron en aver tantos años posseydo y habitado esta insigne
ciudad»2». Si pensamos que la cuestión del urbanismo de Toledo
fue una de las posibles causas que incidieron en el traslado de la
corte a Madrid, comprenderemos por qué se habla como de un

2" Hernández Vista (1960). pág. 24.


25 Bermúdez de Pedraza (1638), f. 30 v.", y A. de Rojas (ed. de 1964),
pág. 90.
2'' M. de Cervantes, primera parte (1605) (ed. de 1975), pág. 235.
27 Morgado (1587), f. 44 v.°,
2» F. de Pisa (1605), f. 26. v.°.
«daño» de esa herencia islámica que dificultaba enormemente la
modernización de la imagen de la ciudad.
La curiosidad filológica fue en muchos casos pareja con la ar-
tística, y así, la Alhambra era «cosa bermeja», su belleza era algo
«peregrino» (según el diccionario de Covarrubias, «cosa peregri-
na» quiere decir «cosa rara»), y en ella había «admirable artificio
e industria». Términos en los que nosotros ahora indagamos
acerca de sus posibles significados referidos al arte, aplicados a
una obra cuyo nombre fue también descompuesto en sus signifi-
cados en el siglo xvii. Pero fue en el caso del Generalife en el que
la indagación filológica sobre el significado de la palabra se con-
virtió casi en categoría estética. Ese lugar de recreación para re-
yes, lo que significaba según el diccionario de Covarrubias era la
«huerta del músico o del copleador o poeta; y si se pone el acento
en la última significa la huerta del architecto o del sabio», y en el
mismo sentido, años más tarde Bermúdez de Pedraza escribirá
que su significado es el de la «casa del artificio», encontrándose
pues, una correspondencia armónica entre significado y signifi-
cante.
La investigación histórica, cualquiera que fuera su camino
—arqueología, filología, viajes, curiosidad...—, puso a estos
hombres ante esa «memoria de siglos» que se traducía en obras
en las que podían encontrar auténticos tesoros en los que inspi-
rarse para la construcción de un nuevo universo cultural. Los es-
critores, historiadores, tratadistas, artistas o mecenas supieron
apreciar la arquitectura del pasado. Hay que hacer notar, no obs-
tante, que los estilos artísticos anteriores al gótico tuvieron me-
nos incidencia en el gusto de este «otoño del Renacimiento». El
interés, una vez traspasado el sistema constructivo gótico en la
visión retrospectiva, era atraído como un imán por la Antigüe-
dad clásica, de la que España conservaba además admirables edi-
ficios. El arte árabe, en cambio, fue un aspecto más de la fuerte
atracción por lo exótico que sentía esta élite de «curiosos» que
leían, viajaban y escribían. De todas manera, una vez «ilustradas»
las obras árabes —escudos, azulejos con motivos cristianos o de
la monarquía, nuevas construcciones...— por los reyes cristia-
nos, éstas pasaron a formar parte del patrimonio histórico de es-
tos mismos monarcas que, si grandes fueron por su victoriosa re-
conquista, también lo fueron por la belleza de lo conquistado; lo
31

conservaron con respeto de formas y materiales, y se lo apropia-


ron en espíritu.
En lo que se refiere a las «contaminaciones» de la arquitectu-
ra f)or parte de estos estilos del pasado, cabe decir que, en caso de
considerar al manierismo como un estilo artistico (con sus ver-
siones clasicista, o fantástica) — l o que cuestionan algunos auto-
res—, se podría afirmar que en él persisten, con respecto al Me-
dioevo, inflexiones de coyuntura que, independientemente de la
espacialidad en que se manifiestan, confieren al arte nuevos sig-
nificados. El hecho es que en el Siglo de Oro se imprimieron en
España multitud de obras que en forma de historias —de reinos,
ciudades, santos, fiestas...—, tratados, novelas u otros géneros li-
terarios dieron noticia de lo que la historia de la España medie-
val y su arquitectura significaron entonces. Algo que no había
dejado de ser objeto de estudio y de reflexión, será contemplado
ahora por una mentalidad que encuentra en la indagación histó-
rica un medio de explicar el presente, y en la arquitectura bajo-
medieval uno de los más ricos repertorios de sugerencias forma-
les con que revisar no sólo el clasicismo del Renacimiento, sino
incluso la codificada teoría de la arquitectura manierista, impor-
tada de Italia.
Es ésta una época en la que la conciencia del cambio históri-
co y cultural se reconoce en el mudar de lo cotidiano, de todo lo
que afecta al hombre. Ya lo decía Damasio de Frías hacia 1579:
«... pues como con el tiempo parece que aun la misma natura to-
das las cosas trueca y muda... también las cosas guardadas en el
artificio, o, razón humana se alteran y differencian de sí mismas
con el tiempo, como vemos en los tragps, en las lenguas, en las
costumbres, y assí también en los edificios...»2'. Era ésta, sin
duda, una nueva época que como tantas otras se afirmaba en su
modernidad volviendo los ojos al pasado.

D. de Frías, Ms de la B. N. M-, 1172, f. 162 v.<


CAPÍTULO II

Después de El Escorial

Todos los adjetivos parecieron quedarse cortos para esta obra


en una época cuya arquitectura vino definida por ser derivación
en gran medida de lo escurialense; segundo templo de Salomón,
«milagro de la idea, de la perfección y de la arquitectura», «extra-
ña máquina», «un cielo en la tierra», «preciosa joya de la corona
de España»'... todo era poco para esta octava maravilla (como
también fue llamada de forma generalizada) que siempre admiró
a los visitantes y provocó la curiosidad fuera de los territorios de
la monarquía.
El Monasterio de El Escorial es mucho más que una simple
obra de arquitectura, a pesar de toda su belleza, pues fueron mu-
chos los significados simbólicos, históricos o políticos que desde
el inicio estuvieron presentes en su construcción. También en
ese sentido dejó sentir su peso en la arquitectura posterior, y así,
por ejemplo, cuando le sea propuesta a Felipe III la construcción
de una catedral en Madrid, se afirmará que por ello será recorda-
do tal como lo había sido su padre por la construcción de El Es-
corial, y sobre todo se llega a apuntar que podría esta obra inclu-
so superar el Monasterio, al plasmarse en ella los valores univer-
sales de la Iglesia católica (en cambio, El Escorial fue sólo para
los Jerónimos, según el autor de la propuesta) 2. Emular la obra
escurialense, o al menos no desmerecer al ser comparadas con
ella, fue lo que intentaron con algunas de las obras emprendidas
los monarcas posteriores, y así, cuando por voluntad de la reina
Margarita fue fundado el Monasterio de la Encamación de Ma-

' Álvarez Turienzo (1963), págs. 76 y 346.


2 Juan de Herrera (h. 1617), Ms. de la B. N. M., núm. 246.

33
34

drid, quiso que en él tuviera «tanto lustre y esplendor el culto di-


vino y veneración de los santos, como en San Lorenzo el
Real» I
Mucho cabría hablar de cómo la historia en el Siglo de Oro
se ocupó de convertir a El Escorial en el símbolo de un monarca
y de toda una época, y es tema sobre el que volveremos, pero en
primer lugar debemos contemplar lo que es su arquitectura, y su
influencia en la arquitectura posterior. Estilo escurialense, clasi-
cista, desornamentado, trentino, herreriano o posherreriano son
algunos de los nombres que ha recibido la arquitectura que tiene
sus raíces en El Escorial. De todas maneras nunca se debe olvi-
dar el peso que tuvo en la arquitectura religiosa posterior por
ejemplo la traza de Juan de Herrera para la catedral de Vallado-
lid, lo que llevaría a algunos a reivindicar el término de «herre-
riano» antes que el de «escurialense» para esa arquitectura.
En las distintas regiones españolas el impacto y difusión de
la arquitectura surgida en torno a la corte de Felipe II fue distin-
to. En Andalucía, la influencia del clasicismo escurialense ven-
drá matizada por la difusión de tratados como el de Serlio o por
la influencia de la obra de Vandelvira. En Madrid, Toledo y Al-
calá de Henares se ha destacado cómo el resultado final de las
construcciones se vio condicionado por los materiales emplea-
dos, y además, en el foco artístico toledano fue muy fuerte la tra-
dición serliana. En el caso de la arquitectura levantina la in-
fluencia herreriana es mucho menor, aunque haya influencia es-
curialense en el patio sur de San Miguel de los Reyes, y en obras
como la cúpula del Colegio del Corpus Christi, de la misma
ciudad de Valencia, sea patente también la huella de El Es-
corial.
La zona artística en la que más arraigó esa arquitectura fue
sin duda la dependiente del foco vallisoletano. Allí la catedral
trazada por Juan de Herrera se convirtió en modelo (aunque más
en sus aspectos parciales que en su conjunto) en una época en la
que la construcción de templos fue principal ocupación de tra-
cistas y maestros de obra. A ello se unió la influencia de Francis-
co de Mora y de los arquitectos de la corte durante los años de es-
tancia de la corte en esa ciudad, así como el conocimiento de la

M. de Novoa, pág. 440.


35

obra de Palladio. Hay en este centro artístico y en sus satélites


una cierta tendencia a quedarse anclados en Palladio y Herrera,
lo cual pronto hará a su arquitectura diferente de la que se levan-
taba en la corte, aunque las fuentes empleadas por los arquitectos
fueran las mismas en un primer momento. Quizá por ello sea
frecuente que al hablar de «posherrerianos» se piense en Valla-
dolid y en la arquitectura de la mitad noroccidental de la pe-
nínsula.
Un ejemplo de cómo estos diferentes momentos de una mis-
ma evolución, detenida en unos sitios, acelerada en otros, se en-
tremezclan, pero ya muy diferenciados, es la obra de Pedro de
Brizuela. En su portada de San Frutos de la catedral de Segovia
se han podido encontrar combinados elementos preherrerianos,
herrerianos y no herrerianos, y se ha podido decir de Brizuela
que está influido por la arquitectura del foco vallisoletano, así
como por la de la corte y sitios reales, lo cual es tan cierto como
que ambas influencias no son sino dos eslabones sucesivos de
una misma cadena: los arquitectos de la corte habían podido es-
tar más al día de lo que se hacía en el resto del mundo, y sobre
todo en Italia, y su «oferta», por lo tanto, había ido enriquecién-
dose y evolucionando para satisfacer unos encargos también mu-
cho más diversificados que los recibidos por los arquitectos de
Valladolid. Precisametite el factor del encargo debe ser tenido en
cuenta para comprender la evolución de la arquitectura del Siglo
de Oro, ya que en muchos casos la semejanza entre obras viene
determinada no por un arquitecto común a todas ellas, sino por
quien las financia, es decir, por un cliente o un tipo de clientela
común a todas.
En el cambio del gusto artístico en la corte, que se irá alejan-
do de esta arquitectura ligada todavía a El Escorial para entrar
en la órbita del barroco, uno de los puntos de inflexión fue la
construcción del Panteón del Monasterio. La influencia de su
decoración contribuirá a difuminar la huella escurialense hasta
que en el siglo xviii ésta sea recreada por los ilustrados que,
como Jovellanos, consideraron la arquitectura de Herrera «noble
y excelente»".
La obra del Panteón de El Escorial fue iniciada por Feli-

" Jovellanos, Diarios (ed. de 1967), pág. 42.


36

pe III, y a su muerte se encontraba bastante avanzada. En 1618


ya se extraían bloques de mármol para t i Panteón, el prior Fray
Juan de Peralta escribía en mayo acerca de la necesidad de sacar
las piedras y traer el bronce para la obra, y en agosto de ese mis-
mo año pedía dinero para ella. En 1619 estaba Crescenzi en Ita-
lia buscando oficiales, para facilitarle lo cual escribió el rey el 6
de abril al gran duque de Toscana, Cosme II, a fin de que diera
orden de que «los oficiales peritos y de más satisfa^ión» que habi-
taran en sus tierras se vinieran con Crescenzi. Por su parte, Cres-
cenzi escribió el 3 de septiembre de 1619 desde Florencia, donde
llevaba una semana, diciendo que ya tenía hombres a su satisfac-
ción, pero que esperaba tenerlos mejores, por lo cual haría la
elección final después de ir a Roma; afirmaba también que lleva-
ría hombres «para más de lo que tenemos entre manos», y decía
que esperaba estar en Madrid a finales de octubre \
Como dice Francisco de los Santos, habían acudido a las
obras «artífices de dibersas partes, en quien se hallaban las pren-
das que son maestros consumados en la Arquitectura», y entre
ellos, en 1617, había venido Crescenzi «persona de mucha obser-
bación, y cuidadoso estudio de las antiguas, y modernas Fábri-
cas, celebradas en Roma, de donde era natural»"*. Aunque ya
hace tiempo que documentalmente se sabe que el autor de la tra-
za del Panteón fue Juan Gómez de Mora, y que Juan Bautista
Crescenzi fue superintendente de la labor de bronces y adornos',
no deja de ser significativo que se haga venir a este hombre de
Italia, y que luego se le envíe allí de nuevo a buscar artistas para
la obra. En ese sentido ya Chueca apuntó cómo la principal no-
vedad del Panteón no estaba en su arquitectura, sino en su deco-
ración, que luego es uno de los ejes en los que se apoyará el cam-

' Sobre estas noticias: A. G. S., C. y S. R., leg. 327, ff. 334 y 343; leg.
302(3), ff. 406 y 412, y C. Seco (en la introducción a Pérez Bustamante, 1979),
pág. XXXVI.
'• F. de los Santos, Ms. B. N. M. núm. 888, f. 393, y (1681), f. 111
y lllv.o.
'' Ya Llaguno adjudicaba la autoría de la traza a Gómez de Mora, pero
véanse también: Chueca (1945), Martín González (1959 y 1963), y Taylor
(1979). Taylor es quien afirma que el modelo para el Panteón de Crescenzi fue
el elegido por Felipe 111, y ha sido contestado por Martín González (1981) y
Tovar (1981).
37

bio de gusto en la corte. Pero es que incluso su arquitectura tiene


referencias en la arquitectura italiana de la época, y así, la capilla
de los Médicis, en San Lorenzo de Florencia, octogonal, con in-
crustaciones de mármoles de colores y piedras preciosas, puede
recordar en algo la obra del Panteón. Por otra parte, Crescenzi
había sido supervisor de las empresas artísticas de Paulo V, y
precisamente en 1616, un año antes de la llegada de este artista a
España, se había acabado la decoración de la capilla Paolina en
Santa María Maggiore, construida por decisión de ese Papa entre
1605 y 1611; en ella (y al margen de las grandes diferencias en lo
referente al papel de la escultura, que en la de Roma es funda-
mental y en la de El Escorial brilla por su ausencia) hay una de-
coración a base de mármoles y una policromía que, vía Crescen-
zi, se repetirá en El Escorial.
Las obras del Panteón se paralizaron en 1622 por falta de
fondos, y cuando en 1623 fueron reconocidas por Pedro Lizar-
gárate y el maestro Miguel del Valle, «estaban labrados hasta la
cornisa los zócalos, pilastras de jaspe, arquitrabe, friso y cornisa»,
parte de las urnas y piezas de mármol ya estaban hechas, y de la
cúpula se habían empezado a labrar ya las dovelas». Si en 1622
las obras efectivamente habían estado paradas, habría que con-
cluir que gran parte de lo que se detalla en 1623 estaría ya hecho
en el año 1621, año de la muerte de Felipe IIL De hecho, las
condiciones de la obra habían sido firmadas por Juan Gómez de
Mora y P. de Lizargárate en diciembre de 1619, y el año de 1620
fue de una gran actividad, decidiéndose ese año que los bloques
de mármol fueran más largos y que las pilastras dejaran de hacer-
se de mármol para hacerse «de la piedra de Tortosa de jaspe y de
diferente traza»'.
Las razones que llevaron a Felipe III a emprender con tal ur-
gencia la obra del Panteón son de índole histórica, y están direc-
tamente relacionadas con el problema de la mirada al pasado en
el Siglo de Oro.
Entre las funciones del Monasterio de El Escorial se encon-
traba desde su fundación la de ser panteón de reyes, y para el
panteón se dio incluso el sitio y la traza. Sin embargo, los cuer-

Martín González (1959), págs. 204 y 205.


ídem, págs. 200 y 201.
38

pos reales —incluido el del fundador— no tuvieron digna se-


pultura hasta que se acabó el panteón iniciado por Felipe III. La
coincidencia entre el inicio de las obras del panteón —que res-
cata al monasterio del relativo olvido en que el rey Felipe III lo
había tenido— con la caída del Duque de Lerma obliga a plan-
tearse el problema de la continuación de las obras en el Monaste-
rio como un problema de historia.
Felipe II había dejado dispuesto, en el codicilo de 25 de agos-
to de 1598, cómo habían de resolverse los asuntos pendientes
con el Monasterio: la posesión de las dehesas, las rentas, las villas
de Campillo y Monasterio, los problemas sobre la elección del
Prior (si por el rey o por los frailes), etc. Estos problemas, junto
con los de la caza, o los reparos necesarios para la fábrica (para
los que nunca parece haber dinero) son los que más papeles lle-
nan en los años que siguen a la muerte de Felipe II. Según unos
por la influencia de los ministros, el caso es que Felipe III duran-
te bastantes años pareció dispuesto a olvidar incluso los compro-
misos adquiridos por su padre con el Monasterio, y el mismo Si-
güenza se quejará de las dificultades y retrasos, y dejará caer las si-
guientes palabras en su historia: «ya parece que se va como here-
dando que los testamentos de los reyes son los que más tarde se
cumplen»'".
A pesar de ello, siempre el Monasterio fue mostrado con es-
f)ecial interés por el monarca a los visitantes extranjeros, sobre
todo si eran infieles. Símbolo del catolicismo, estos visitantes
podían ante él asombrarse de la perfección y grandeza de la reli-
gión que lo cimentaba. Recién acabada la obra, en 1584, Felipe II
había mostrado el Monasterio a la embajada japonesa que llegó
a Madrid ese año, pues «quiso el Rey que viesen el Monasterio de
San Lorenzo, fábrica que a cuantos la ven pone admiración»".
Sepúlveda por su parte recuerda que, entre los muchos extranje-
ros que visitaron la casa, en 1600 la visitó el embajador de Fran-
cia, hombre que demostró mucha curiosidad, pues parecía de
«mucho juicio», pero al cual, sin embargo, no se le pudieron
mostrar los relicarios al resultar imposible abrirlos: según Sepúl-
veda fue por deseo divino el que un hereje como él no pudiera

' Fray José De Sigüenza (ed. de 1963), pág. 198.


A. Herrera (1601), II parte, pág. 450.
39

ver las reliquias, que venían a ser el corazón de aquel edificio'-.


La monarquía identificó la belleza artística y la perfección de
todo el conjunto con la perfección de la religión católica, convir-
tiendo al arte también en cuestión política. Así, por ejemplo, sa-
bemos que el embajador persa, después de mirarlo todo con mu-
cha curiosidad, dejó constancia en una carta al rey de que «iba es-
pantado de cosa tan grandiosa», y pidió y se llevó consigo las es-
tampas grabadas de El Escorial para su soberano". Otra embaja-
da persa la visitó en 1608, siendo su guía para la visita el arqui-
tecto Francisco de Mora, y otra más en 1611. Uno de los miem-
bros de esta última se expresa así con respecto a ella: «obra de las
más monstruosas que tiene el mundo y que por sólo verla se pue-
de venir desde las más remotas provincias del... con razón la lla-
man octava maravilla del mundo»'''.
Sin duda El Escorial, «admiración a todos los extrangeros, y
justa vanidad de los naturales», según Contarini, es, de toda la
historia de la arquitectura española, la obra mejor conocida en el
extranjero desde el momento mismo de su finalización. La cos-
tumbre de mostrar el monasterio a los ilustres visitantes, inicia-
da por Felipe II y continuada por su hijo, encontrará en Feli-
pe IV un equilibrado seguidor, consciente de los significados y
valores de ese Sitio Real.
Imagen de la monarquía, imagen de la religión católica y de
su defensa... no podemos dejar de recordar aquí cómo hay una
tercera imagen en la que se pretendió sintetizar ambos poderes,
el terrenal y el divino recurriendo a la Biblia: Felipe II como un
nuevo Salomón construyendo un nuevo templo. En unos años
que conocen la publicación de la obra de los jesuitas Jerónimo de
Prado y Juan Bautista Villalpando In Ezfchielem explanationes tt ap-
paratus urhis ac templi hierosolymitani (Roma, 1596-1605) no es ex-
traño que la imagen del Templo de Salomón sobrevuele cual-
quier visión o interpretación de las grandes obras de arquitectu-
ra emprendidas por la monarquía.

'2 J. de Scpúlveda (ed. de 1924), pág. 251.


'^ ídem, págs. 255 y 256; «Pidió la estampa de la casa, que está en veinte pa-
peles, para llevársela a su rey, y diéronsela muy bien envuelta y llevábala de
muy buena gana y dio muestras de que la precisaba mucho.»
^'•Relaciones de don Juan de Penia, citado por Pérez Bustamante (1979),
pág. 396.
4(1

Reinando todavía Felipe II, el historiador milanés P. Morigi,


en su Historia brieve del'augustissima Casa d'Austria... (Bérgamo,
1593) afirmaba que el Monasterio era un edificio parangonable
con el templo de Salomón en Jerusalén. El padre Sigüenza dedi-
có uno de los capítulos de su libro a comparar el Monasterio con
otros edificios famosos «principalmente con el templo de Salo-
món», considerando que éste había sido superado por El Esco-
rial. Y convertida la imagen en un tópico, ésta aparecerá desde la
novela picaresca hasta en la poesía de Góngora, como en el co-
nocido soneto sobre el Monasterio al que pertenecen estos ver-
sos: «Perdone el tiempo, lisonjee la parca / la verdad de esta oc-
tava maravilla, / Los años deste Salomón segundo».
La lógica identificación de la obra con el fundador se vio
acentuada por el relativo «eclipse» que sufrió el Monasterio en
los años que duró la privanza de Lerma, pero El Escorial salió de
esos años oscuros convertido definitivamente en símbolo de
continuidad política, al ser «recuperado» por Felipe III con el
inicio de las obras del Panteón, después de la caída del valido.
No había dejado el hijo de Felipe II de visitar esta Casa, y algunas
obras se habían ido realizando, pero tampoco se emprendió la
definitiva culminación del conjunto hasta que acabó la privanza
del duque de Lerma.
El traslado de la corte a Valladolid en 1601 se hizo a instan-
cias del valido. Por un lado, probablemente obedeció esta deci-
sión al deseo de alejar a Felipe III de la influencia de la empera-
triz María, retirada en las Descalzas, y por cierto muy interesada
en que se cumpliera la voluntad de su hermano Felipe II con res-
pecto al Monasterio. Por otro lado, alejarse de Madrid y de El
Escorial era una forma de alejarse del reinado anterior, criticado
en panfletos como el que con el nombre de El confuso e ignorante go-
bierno del rey pasado fue difundido a comienzos del reinado de Feli-
pe III; este panfleto fue obra de Iñigo Ibáñez, secretario del du-
que de Lerma, y parece que don Rodrigo Calderón estuvo al tan-
to del asunto. Afirma Cabrera de Córdoba que se creía que tanto
el rey como el duque conocieron el escándalo, y que a todos les
pareció mal que no se dieran por enterados.
El ambicioso Lerma intentó que la ciudad de Valladolid y su
propia ciudad ducal reemplazaran a Madrid y al Monasterio de
El Escorial. El Monasterio no sólo tuvo que soportar el paso de
41

la corte camino de Valladolid, apuntando Sepúlveda, muy críti-


co, que muchos de los ministros del rey hasta entonces no lo ha-
bían visto a pesar de estar tan cerca, sino también, y sobre todo,
el abandono. Este abandono llegará incluso a que sus funciones
como panteón real estuvieron a punto de ser perdidas en algún
momento debido a la influencia de Lerma. En este sentido cuen-
ta también Sepúlveda que cuando en 1603 murió una infanta re-
cién nacida en Valladolid, «sabido he no querían que la trujesen
acá algunos y que lo solicitaron harto, sino que la pusieran y en-
terraran en San Pablo»". Si tenemos en cuenta que ésa era la
iglesia del duque, y que a cambio de que los dominicos le cedie-
ran la capilla mayor convirtió en obispo de León al provincial
de esa orden, perjudicando así al prior de San Lorenzo que aspi-
raba a lo mismo, comprenderemos algo del rencor que se fue
acumulando contra el valido por parte de los Jerónimos de El
Escorial.
Sepúlveda, que no deja de dolerse del abandono del Monaste-
rio en su historia, culpa de él a unos ministros, que no nombra
nunca y que son sin duda Lerma y su grupo; así dirá, por ejem-
plo, en el año 1602, que hay quien desea que el rey esté poco
tiempo en El Escorial, y su poca simpatía por el duque la de-
muestra recogiendo la noticia de un pasquín en su contra apare-
cido en 1603. Incluso antes, con ocasión del traslado de la corte
no se había privado de escribir cómo espantaba que el rey «se
deje llevar de un gusto de hombre particular y deje tantas recrea-
ciones y casas de placer como tiene en Madrid y sus alrededores y
se vaya a donde no tiene nada»"'. No nos cabe duda de que al
único a que puede estar refiriéndose, aunque no lo nombre como
tantas veces, es al duque de Lerma. Otro testigo unos años des-
pués, ya de vuelta la corte en Madrid, recuerda cómo se enfrenta-
ron la reina y el valido en julio de 1606, al no agradar a Lerma
que el rey fuera al Monasterio, así que los testimonios son varios
en el mismo sentido, aunque los años peores para la obra de El
Escorial y sus habitantes fueron sin duda los de la estancia de la
corte en Valladolid.
Los intentos de los frailes del Monasterio por atraerse los fa-

" J. de Sepúlveda, pág. 325.


"' ídem, pág. 242.
42

vores del duque fueron vanos, y a todo ello se sumó la rivalidad


entre poderosas órdenes religiosas, siendo el prior del Monaste-
rio, fray Juan de Peralta, parte del grupo que provocó la caída del
valido y quien le comunicó a éste la noticia en 1618. El inicio de
las obras del Panteón fue sólo una más de las medidas tomadas
por el monarca en este momento de su reinado en el que preten-
dió marcar un cambio de rumbo. Hasta entonces, si bien había
disfrutado del Monasterio, sobre todo en verano, muchas veces
para cazar, y a veces coincidiendo con los partos de la reina,
poco se había ocupado de que la gran obra de su padre quedase
por fin acabada en todo su esplendor.
La «recuperación» histórica de la obra de El Escorial, que
saldrá del reinado de Felipe III convertida en símbolo de conti-
nuidad de esta dinastía, llevó implícita una idea de «superación»:
el inicio de las obras del Panteón es un hito histórico-artístico de
este reinado, y un texto sobre las honras fúnebres de este monar-
ca en Salamanca nos hace saber que en el túmulo fue incluida
una reproducción del Panteón, pues el rey hizo de esta fábrica «el
Plus-ultra, que dexó atrás las obras de su padre». Afrontar la his-
toria reciente intentando superarla es a su vez una historia que
podemos leer en el Monasterio de San Lorenzo el Real en los
años posteriores a su construcción. Los últimos años del reinado
de Felipe III serán un intento de recuperar para su tiempo y su
persona la grandeza de la historia reciente, enriqueciendo el sig-
nificado histórico del Monasterio con el abandono y posterior
inicio de unas obras que su hijo continuará.
PARTE II

LA OFERTA Y LA DEMANDA
CAPÍTULO III

El Arquitecto

Cuando Diego de Sagredo escribió sus Medidas del romano


(Toledo, 1526), dejó en letra impresa, por primera vez en nues-
tro ambiente artístico, diferenciado al arquitecto de la figura del
maestro de obras cuyas manos eran sólo la herramienta de la que
se servía el arquitecto. Éste debía saber aquello que Vitruvio ha-
bía dejado establecido: «philosophía y artes liberales» y, sobre
todo, geometría. Había simplificado Sagredo la extensión de los
conocimientos al englobarlos en tan pocos conceptos, pero ha-
bía dejado claro que la arquitectura era un arte liberal y no mecá-
nica, y que el arquitecto-tracista trabajaba con la inteligencia y
no con las manos.
A lo largo del siglo xvi esta diferencia se mantiene, al menos
en el plano teórico, y será definitivamente consagrada —por los
grandes arquitectos— en la España de Felipe II. También hay
que hacer notar que el arquitecto fue tanto más únicamente tra-
cista cuanto más se aproximaba a los centros de poder y a las ins-
tituciones. En los ámbitos alejados de éstas y sobre todo en los
rurales, lo frecuente era que el maestro de obras ejerciese tam-
bién de tracista, aun cuando fuera limitándose a copiar modelos
ya consagrados. A comienzos del siglo xvii la figura del arquitec-
to se destaca con nitidez del resto de los trabajadores de la cons-
trucción. Intentaremos resumir a continuación, por un lado lo
referente a su formación, y, por otro, cómo la realidad modifico
la teoría en la práctica diaria, así como la incidencia de los facto-
res sociales en la evolución de la profesión del arquitecto.
Contarini en 1605 escribía que en España lo mqor era que
había «muchos hombres doctíssimos en todas Letras y faculta-

45
46

des... particularmente de scriptura y Leyes...»'. La España del Si-


glo de Oro estaba en su esplendor. Los arquitectos eran parte
«técnica» de esa élite intelectual, y su profesión estaba impregna-
da de humanismo.
Vitruvio había señalado ya la necesidad de que el arquitecto
careciera de arrogancia y avaricia, a la par que debía pMDseer una
gran calidad humana y grandeza de ánimo, y esto lo destacarán
del texto los comentaristas de Vitruvio, con letras mayúsculas,
como una inscripción. Todo ello, filtrado por el ideal humanista
de Alberti, es fuente teórica para la definición de la figura del ar-
quitecto ideal a lo largo del siglo xvi. Las cualidades humanas
que apunta Alberti: prudencia, dignidad, son de todas maneras
menos repetidas por los teóricos españoles, más atentos a la enu-
meración de los amplios conocimientos científicos que ha de te-
ner el arquitecto, siguiendo en esto a Vitruvio. Este mismo trata-
dista es el punto de referencia cuando de lo que se trata es de las
cualidades humanas del arquitecto, y huellas de ello se encontra-
rán, ya avanzado el siglo xvn, en el libro de Caramuel, Arquitec-
tura civil rectaji oblicua (1678). En esta obra se afirma que el arqui-
tecto, además de la formación científica que ha de tener, que le
diferencia de los maestros de obras, no debe ser arrogante, debe
estimar a los que de su oficio son valiosos, no menospreciar a
ninguno, etc.
Cuando la categoría de la obra/comitente/arquitecto lo per-
mita, la figura del tracista quedará al margen de la realización
material de la obra, limitándose a comprobar en sus visitas que
se va haciendo conforme a sus trazas. Por supuesto, esto es algo
general en todo el ámbito artístico europeo bajo la influencia de
la teoría artística de Italia, país en el que, por ejemplo, Pellegrino
Tibaldi afirmaba en 1574 —en un memorial sobre el Duomo de
Milán— que la atención de un arquitecto sólo debía fijarse en el
trabajo material cuando fuera con fines o técnicas insólitas.
En España la aparición del término «arquitecto» fue tempra-
na y, desde que Sagredo dio a conocer a Vitruvio, se fue produ-
ciendo una reflexión sobre lo que eran y lo que debían ser esos
profesionales.
No debía el arquitecto olvidar los aspectos prácticos materia-

' Contarini, Relación que hhs)—, f. 177 y 177 v.°.


les de la obra, pero debía conocer también la teoría arquitectóni-
ca y, sobre todo, trabajar con la inteligencia para poder ser consi-
derado arquitecto. A este respecto es intesante la diferencia que
establece Nebrija cnttc Architectus, y Architector. hz Architectura se-
ría «el arte de edifican, Arcbitectus sería el «maestro de obra» y
Architector lo traduciría «por ordenar el edificio»^. Esta última se-
ría la función del arquitecto tal como se empezaba a considerar
entonces, pero también se pone de manifiesto en el Diccionario
de Nebrija que el maestro de obra era llamado asimismo arqui-
tecto
La misma palabra «trazar» —la diferencia entre el arquitecto
tracista y el que no lo era simpre estuvo clara— no fue un con-
cepto aplicado únicamente a quien traducía un pensamiento en
imágenes, sino que se utilizaba como sinónimo de «pensar», y no
tenía por qué llevar aparejado un resultado tangible. Así, se po-
día decir, por ejemplo, «trazó me llamase la señora»^ o Covarru-
bias en su Diccionario podía escribir lo siguiente: «maquinar al-
guna cosa significa fabricar uno en su entendimiento traías para
hazer mal a otro»! Trazar es pensar, o proyectar, y los ejemplos
de ello podrían ser innumerables, como se puede comprobar le-
yendo la literatura del Siglo de Oro. Por ello se habla continua-
mente de «trazadores» o de «arquitectos tracistas», porque es una
forma de no dar lugar a dudas o equívocos que puedan hacerlos
confundir con los maestros o aparejadores.
En primer lugar, el arquitecto siempre estará por encima de
los oficiales, maestros y aparejadores de la obra. Ya Albertí ci-
tamos por la traducción al castellano de 1582— escribía que la
palabra arquitecto estaba formada por «Archos que es principe y
Tecto, official, como si dixerá quel que usava esta arte era el
principal, o el príncipe de todos los artífices, y la arte Architec-
tónica, o Architectura, ques lo mismo que sciencia juzgadora de
las otras artes»5. En segundo lugar, la arquitectura ademas es una
de las artes liberales, pues, como todas éstas, necesita de teore-

2 Nebrija, Dictionarium latino-hispanicum (1560).


' Duque de Estrada, Comentarios..., pág. 106.
" Covarrubias, Tesoro de la lengua..., f. 538 v-"- Hrdicatoria a
5 Albert., traducción de Francisco Lozano (1582). «=" j ^ ^ ' ^ f ~ ^ ^ t
«Juan Fernández de Espmosa, Thesorero general de su Magestad y de su Conse
jo de Hazienda».
48

mas para darlas a entender, y «teorema es proposición en lo qual


no ay necesidad de obrar manualmente»'. En tercer lugar, pero
ligado a los dos puntos anteriores, el arquitecto ha de ser un
creador. Ya Cataneo, bien conocido por los arquitectos españo-
les, lo decía en su tratado: el arquitecto debe ser científico, pero
también «di natural ingegno dotato», porque «essendo ingegnoso
senza sciencia, overo scientifico senza ingegno, non potia farse
perfetto Architettore»'.
Muchos años después, el ya citado Caramuel seguirá diferen-
ciando al creador, es decir, al trazador, al que piensa, al que tiene
ingenio, del que sólo se limita a repetir modelos ya elaborados
por otros: «...el hazer una Traza, y delinear la Planta de un nuevo
Palacio, o Edificio, no es lo mismo, que sacar una copia de la
Planta, que inventó y delineó algún gran Architecto»*.
Por su parte Covarrubias, en 1611, definía así al arquitecto:
«vale tanto como maestro de obras el que da las tragas de los edi-
ficios, y traza las plantas, formándolo primero en su entendi-
miento. Está compuesto este nombre de apxoq. Príncipes, y
TexTwp,, saber, principales saber, fabricandi artem habens». Con
respecto al maestro de obras, lo diferencia del arquitecto porque
su nombre en latín es «fabricensis», pero en cuanto a sus funcio-
nes, éstas parece que coinciden, pues es «el que da la traga, y haze
planta y montea de la obra principal», aunque, si nos fijamos,
aquí no se habla de formar nada antes en el entendimiento, que
es lo que en última instancia diferencia al verdadero arquitecto
tracista del que no lo es. Concluye, no obstante, que al maestro
de obras «vulgarmente se llama Arquitecto»'. Deja así constancia
de algo muy frecuente en la práctica arquitectónica, y que en al-
gún momento puede mover a confusión, al encontrarnos que se
llama arquitectos a hombres que en perfecta puridad no lo son.
Es interesante señalar que, en la edición de 1674 del mismo dic-
cionario, se añadirá a la voz arquitecto lo siguiente: «Los instru-
mentos del Architecto, son compás, regla, saltaregla, tirador,
pluma, papel, esquadra, nivel, y perpendículo. Su oficio estudiar.

'' Simón García, Compendio de arquitectura... (1681), f. 40.


^ Cataneo, I quattro primi libri... (1554), pág. 1.
" Caramuel, Anhitectura civil... (1678), pág. 26.
'' Covarrubias, op. cit., f. 84 v.° y 532 v.».
49

tragar, dibuxar, platar, delinear, ha de ser práctico, alentado, bi-


zarro, cuerdo, prudente, noble, animoso y caprichoso»'". La cla-
ridad de la teoría de las artes, que impregnaba la definición
de 1611, se ha visto aquí en la necesidad de ser completada por
esta enumeración reiterativa y casi retórica, tan en consonancia
con el espíritu del Barroco.
Así pues, el arquitecto se va a ir configurando como un inte-
lectual —con una gran formación científica— a lo largo del si-
glo XVI, y así llega a los primeros años del siglo xvii. Debe cono-
cer perfectamente no sólo la teoría, sino también la práctica de
su arte, tal como podemos leer en la obra de Serlio, uno de los
tratadistas más manejados en España, en la traducción de Villal-
pando, donde se pone de manifiesto esa necesidad, ya que si no
se pueden concebir cosas en el entendimiento «que luego las po-
dría manifestar la Theórica, pero venidos a la Prática o q" torpes
y quá temerosas y atadas se halla las manos...»". El orgullo del
arquitecto teórico, del trazador, se patentizará en pleitos como el
de Lázaro de Velasco —buen conocedor de Vitruvio— con
Orea: el primero arremete contra el segundo y contra lo decidido
por él «porque él no fue architecto letrado ni amaestrado con la
philosophía sino obrero y fundador que carecía de razones scien-
tíficas»'2. Al hablar de cómo la praxis arquitectónica modifica lo
que en teoría habría de ser —por supuesto, la teoría en sí no es
modificada— volveremos a ocuparnos de los problemas que
plantea la identificación del arquitecto entre tantos aparejadores,
ensambladores, entalladores, maestros de obras o canteros. De
momento ya sabemos que la arquitectura era un arte liberal, y el
arquitecto un profesional con «ingenio» que «trazaba», pero
¿cómo se llegaba al conocimiento y perfección en esa profe-
sión?

I" ídem, ed. de 1674, parte primera, f. 58 v.".


" Serl.o (traducción de Viilalpando), en «El ¡"«rprete al lector», f^Ill.
'2 M. Gómez Moreno, «Juan de Herrera y Francisco de Mora en Sta. M " de
la Alhambra», A. E. A., 1940-41, pág. 10. A Lázaro de Velasco d^be'"°'' '»;^-
bién uno de los textos que mejor sintetizan lo que era un "quitecto en la Espa-
ña del siglo XVI (véase Rosenthal, Tht Cathtdral of Granada, 1961, pag. \)¿).
5(1

1. LA FORMACIÓN DEL ARQUITECTO

Cuando Jorge Manuel Theotocopuli solicitó, el 20 de febrero


de 1621, el puesto de maestro mayor en las obras de los Alcázares
reales de Toledo, vacante por muerte de Monegro, dio una rela-
ción de sus méritos; aparte de sus trabajos «de tra^a y designios»,
y de haber ayudado a su padre, Dominico Greco, «en un insigne
libro que dejó hecho de arquitectura... sobre bitrubio donde se
trata de toda la arquitectura», dice algo sobre su formación que
es de gran interés: «que toda su vida desde que tiene vso de rra-
9Ón a estudiado con grandíssimo cuidado y diligencia los artes de
la arquitectura y los demás a ella tocantes todo con ánimo y fin
de hacerse eminente en los dichos artes para con ellos serbir a V.
mag. en el magisterio de sus obras quando se ofreciese oca-
sión...»". Así pues, toda una vida de formación, unos conoci-
mientos que desbordan lo específicamente arquitectónico, y una
meta final que era llegar a servir en las obras reales. No fueron
muchos los que hubieran podido firmar una cosa así.
En la Iconología de C. Ripa, la imagen que representa la arqui-
tectura es una «Donna di matura etá con la braccia ignude, e con
la veste di color cangiante, tenga in una mano l'archipendolo, et
il compasso con un squadro i nell'altra tenga una carta, dove sia
disegnata la planta d'un palazzo con alcuni numeri a torno». Así
aparecerá con frecuencia en las portadas de los libros de arqui-
tectura: con la técnica y los instrumentos propios de su arte al
servicio del diseño, el cual implica el conocimiento de los «nu-
meri». El ingenio y la ciencia.
Muy lejos estamos hoy ya de la idea de que los arquitectos es-
pañoles prescindieron de enseñanzas o no fueron capaces de teo-
rizar. Antes bien, parece suficientemente probado que los mode-
los de los tratados definieron el gusto durante mucho tiempo,
que el arquitecto español era uno de los hombres más cultos de
ese tiempo, tal como lo demuestran, por ejemplo, sus bibliotecas,
y que no fue nada infrecuente que teorizaran sobre su arte, o que
por lo menos enseñaran sus conocimientos teóricos a sus discí-
pulos.
Gutiérrez de los Ríos escribía, en 1600, que el arte era «una

" A. G. S., C.y S. R., leg. 329, f. 396.


51

recopilación, y congregado de preceptos, y reglas, experimenta-


das, que ordenadamente, y con cierta razón, y estudio nos enca-
minan a algún fin o uso bueno», y que «la perspectiva, architec-
tura, pintura, escultura, y artes del dibuxo son liberales, por ser
particularmente dependientes de la geometría, y Arithmética»'^
A estos pensamientos, que ya eran lugar común en el cambio de
siglo, había contribuido de manera decisiva la política artística
llevada a cabo en tiempos de Felipe II.
El interés que mostraron los arquitectos por las obras de la
Antigüedad alcanzó, por supuesto, también a hombres ajenos a
la práctica de ese arte, desde los historiadores hasta los literatos.
Como concreción de tal atracción por la Antigüedad, podemos
referirnos a la serie de piedras, con inscripciones antiguas, que
«sustentan» y magnifican el Ayuntamiento y cárcel de Martos,
en Jaén, levantado hacia 1577, y que se podrían interpretar
como el cimiento histórico en el que se asienta la propia moder-
nidad, j 1II
A veces, demostrar ese conocimiento de la Antigüedad lleva
a enumeraciones como la del tratadista Juan de Arfe, que hará
una relación de las obras más importantes dejadas en España por
los romanos, y en general por «la antigüedad»: «en Segovia la
gran puente y conducto del agua, en Caparra un templezillo qua-
drado y otros pedamos de muralla, en Mérida una puerta y seys
colunas y parte de la puente de Guadiana con su coliseo, en tíel-
puche un sepulcro famoso. En Ciudad Rodrigo tres columnas y
dos linteles que tiene aquella ciudad por armas. En Husillos otro
sepulcro de maravillosa sculptura, y en Sevilla la vieja un coliseo
o theatro redondo arruynado, y otras muchas cosas que hay en
Talavera la vieja, Soria y Osuna, en que se muestra bien el valor
de sus ánimos»'^. .
Aparte del conocimiento de la Antigüedad —y en ese «;nti-
do, para los arquitectos, además del conocimiento directo de las
obras, Vitruvio será el punto de referencia constante—, el ar-
quitecto debía estar informado de lo que se hacia fuera de Espa-
ña, y sobre todo en Italia. El mismo tratadista citado anterior-

H G.Gutiérrez de los Ríos, Notim general para la estimarán de las artes...

^ ' ' " ° Í ' d f A Í e ] Vmafa.e. De .ana .on^ensura...... Hbro IV. 1587. f. 2.
52

mente, Juan de Arfe, además de citar constantemente a Vitruvio


demuestra conocer bien tanto la arquitectura renacentista espa-
ñola (Covarrubias, Siloé), como la italiana (Bramante, Peruzzi,
Alberti). En ese contexto hay que entender lo que significó la
construcción del Monasterio de El Escorial para los arquitectos
españoles. Para Arfe será la obra magna, y Juan Bautista de Tole-
do y Juan de Herrera, arquitectos admirables.
Felipe II «para instruir a la Posteridad, quiso que como el
Pantheon en Roma, era el libro, en que estudiaba Michael Ange-
lo; assí en Castilla la Vieja, el Templo y Palacio de San Lxjrengo,
que se llama el Escurial, fuese el libro en que las Ideas de Obras
Rectas y Obliquas, que concibió y imaginó con su Divino enten-
dimiento, y dibuxó y pintó con su real mano, las mirasse, y ad-
mirase la Posteridad puestas en obra; teniendo en ellas mucho
que apprender los Architectos libres, y los de la Secta Vitrubia-
na, mucho que imitar»"*. Tal como se recoge en este texto del si-
glo XVII avanzado, el Monasterio de El Escorial fue un centro de
saber, vanguardia de lo arquitectónico mientras estaba en cons-
trucción y germen de multitud de experiencias posteriores. Toda
la teoría arquitectónica fue filtrada por el crisol de El Escorial
durante su construcción, con una espectacular presencia de lo
italiano, pero también de lo español: así, por ejemplo, Alonso de
Vandelvira enviaría, por medio de Juan de Valencia, una ver-
sión manuscrita de su Tratado de cortes... al Escorial, donde sería
leído antes de que, en 1596, pretendiera Vandelvira recuperarlo;
en ese momento el manuscrito estaba en manos de Juan de He-
rrera, Francisco de Mora o Juan de la Vega'\
En 1582, dos años antes de que el Monasterio fuera acabado,
el relevo lo tomó la Academia de Matemáticas, que a instancias
de Juan de Herrera fundó Felipe II en la corte, y que parece que
empezó a funcionar en octubre de 1583"*. El interés de Felipe II
por la arquitectura —del que es buena muestra, por ejemplo, su

'* Caramuel, op. cil. (1678), pág. 16.


" G. Barbc-Coquelin de Lisie, El tratado de arquitectura... (1977), pág. 20.
'" A. G. S., C.jf S. R., leg. 165, f. 249. Juan de Herrera escribe en enero de
1584: «es que Su magd. a instancia y suplicación mía a instituydo una cáthedra
de mathemáticas que se lea en la corte y ansí se va haziendo dende octubre acá y
créese que a de ser de grande provecho para muchas cosas y hasta agora no fal-
tan oyentes y entendemos que tampoco faltarán».
Plano de fortificación, realizado como examen por ^1 " P " ^ " P ^ ' ^ ^ S Ü ^ ^ '
de Legumazo. 11 de noviembre de 1596. A.G.S.. Mapas, planos y Dthujos,
XXXVl-15.
54

epistolario familiar— es ya casi un tópico, pero es preciso men-


cionarlo al recordar tanto la obra del Monasterio como la crea-
ción de la Academia de Matemáticas.
La formación teórica de los arquitectos se producía también,
por supuesto, gracias a los tratados, y así por ejemplo, quien no
podía viajar a Roma, podía conocer sus obras gracias a la im-
prenta, aunque con el tiempo se llegará a desconfiar de la fideli-
dad de las imágenes a la realidad. En ese sentido J. Martínez, ya
avanzado el siglo xvii, escribirá que <dnfinitos han estado en
Roma, y antes de ir a ella se han informado de su grandeza de pa-
lacios, templos, calles, plazas, y aun han pasado su deseo y curio-
sidad a tantas noticias, que de las más insignes cosas han tenido
estampas con justas medidas, hechas con tal arte que no se puede
dudar, y llegado a verlo han hallado mucha diferencia de lo que
vieron a lo que ven presente»''. El que no podía viajar había de
conformarse con las imágenes de los tratados y libros varios que
poseía en su bilioteca u otros a los que tuviera acceso. Sobre los
tratados se hablará más adelante, pues fueron determinantes
de cambios de gusto, y fuente de conocimiento para los arqui-
tectos.
Aparte de los tratados y fuentes teóricas, un arquitecto ini-
ciaba su formación trabajando con otro ya consagrado, y eso su-
cedía en todos los campos: en la ingeniería, por ejemplo, existirá
la figura del «entretenido», que trabaja con un «ingeniero ma-
yor», pero ninguna profesión prescindió de esa etapa de aprendi-
zaje práctico. Al igual que en el resto de las artes, la formación se
solía iniciar entrando a los catorce años en un taller, en el que
llegaba a oficial y posteriormente a maestro, para poder llegar a
ser maestro mayor de una obra^". Los más destacados, los que
poseían ingenio, y tenían una preparación científica, llegarían a
arquitectos trazadores, y por eso aparecen bien como maestros,
bien como arquitectos, pues un término rara vez excluye al otro.
Para dar el gran salto cualitativo que suponía pasar de maestro
de obras o aparejador a trazador, toda la literatura teórica, la
política cultural de Felipe II y la Academia de Matemáticas fue-
ron decisivos. El peligro de todo este proceso sólo se vio ya en el

'*'J. Martínez, Discursos practicables... (ed. de 1866), pág. 66.


2» J. J. Martín González, «La vida...» (1959), págs. 402 y 406.
55

siglo XVII, cuando se alzaron voces denunciando la existencia de


arquitectos que se consideraban sólo teóricos —y por lo tanto,
estaban muy bien vistos socialmente— a los cuales se les venían
abajo las obras por no conocer lo mínimo de la práctica de su
arte.
Fue frecuente que los maestros se asociaran para la realiza-
ción de obras de envergadura, así como que emparentaran entre
ellos por matrimonios (por ejemplo, los Nates y los Praves). La
institución familiar, por otra parte, se imbrica perfectamente en
el sistema de trabajo de los talleres, y también será muy frecuente
que la profesión de los padres la hereden los hijos. Incluso here-
darán los títulos que sus padres tuvieron en algún caso: en 162U
Francisco de Praves, una vez muerto su padre, fue nombrado en
Valladolid maestro mayor de las casas reales. Archivo de Siman-
cas y castillo de Burgos, solicitando también que se le haga mer-
ced del oficio de maestro mayor de las obras reales de Castilla la
Vieja «en la forma que le tubo el dcho diego de Prabes su pa-
dre»2'. El aprendizaje al lado de un maestro, que podía ser el mis-
mo padre, era hasta tal punto a veces la única vía para formarse
en una profesión, que tal relación podrá encontrarse reflqada in-
cluso en poesías, como aquel villancico «a San Juan Bautista en
metáfora de un grande artífice», de A. de Ledesma, en el que se
canta «... Hazéis con tal artificio / las obras de perfección que
muchos piensan que son / del que os enseña el oficio» .
La formación en un taller se veía complementada con los
viajes, sobre todo por el interior de la península, y mas raras ve-
ces fuera de ella. También completaba la formación el conoci-
miento de los más importantes tratados de arquitectura, asi
como libros de viaje, guías y colecciones de grabados. Pero ¿cua-
les eran los conocimientos imprescindibles para un « q u i t e c t a
Ya vimos cómo Gutiérrez de los Ríos los fijaba en la ari me-
tica, geometría y perspectiva, ciencias que habían de poseer tam-
bién los que prof«arkn la pintura, la escultura y el dibu,o, afir-
mando que todas estas artes eran «architectónicas», pues precisa-
ban los mismos conocimientos que sustentaban a la arquitectu-

2' A. G. S., C . j I i?., leg. 303, s. f. , , ^g^gs


22 A\onso de Lcdcsm^, Co^cfptos espintuales... (1600) (cd. de 1^/»).
pág. 113.
56

ra^l A estas tres ciencias citadas habían quedado pues reducidos


los amplios conocimientos que Vitruvio quería para el arquitec-
to, y ésa será la misma «trilogía» consagrada en el siglo xvii: arit-
mética, geometría y perspectiva. El ideal del arquitecto huma-
nista se fue perdiendo en la práctica, después de que en el entor-
no de Felipe II, bien fuera en Toledo, bien en Madrid, bien en El
Escorial, alcanzara su culminación.
Juan de Arfe, en 1585, incluía también la «graphidia» —que
es «debuxo para diseñar las historias y cosas que uviere fabricado
en la imaginación»— porque pensaba en los plateros, que eran a
la vez escultores y arquitectos. Se refería a la filosofía y a la histo-
ria, pero decía que «porque estas artes no se miran tan curiosa-
mente en ellas, ni son tan absolutamente necessarias, no quere-
mos obligar al estudio de ellas»; así que para él —y tengamos en
cuenta que lo dice pensando también en plateros y escultores—
las verdaderamente fundamentales eran la aritmética, la geome-
tría, la astrología y la anatomía, y así lo afirmaba en el prólogo de
su libro. En un texto tan difundido como lo fue el de Arfe, se re-
nuncia ya implícitamente al ideal del arquitecto vitruviano, a
pesar de que todavía en esa época ese ideal tenía ejemplos cerca-
nos como podía ser Juan de Herrera.
Un tratado del año 1601, que también tuvo bastante difusión
y que trata de arquitectura militar, dejaba reducido el saber del
arquitecto en lo fundamental a las matemáticas 2". A lo largo del
siglo XV11 habrá teóricos, como Caramuel, que traten de recupe-
rar el valor de la intelectualidad, pero otros, como J. Martínez,
seguirán considerando que son la aritmética y la geometría la
única base científica de ese arte. Muchos años antes, en la obra
El ciudadano instruido, se consideraba que las matemáticas eran lo
primero que todo hombre instruido debía aprender, y para ello
se recurría a la lectura de la República de Platón: «Y ansí quando
leya la philosophía, hizo poner un rétulo en la puerta del gene-
ral, do leya, cuyas palabras eran estas: NADIE ENTRE ACÁ SIN QUE
SEPA BIEN GEOMETRÍA... estc mismo parescer siguió su discípulo

2' Gutiérrez de los Ríos, op. cit. (1600), pág. 213.


2'' Perret, Des fortifications et artífices... (1601). En el último folio, sin nume-
rar: «Pour bien bastir et demonstrer, les Mathematiques sont fort necessaires,
car par icelles il faut bien composer, faire le plan la perspective tant du dehors
que du dedans...»
57

Aristóteles, como se vee por sus postreros libros Physicos...»".


Lo que el humanismo renacentista consideraba útil a todos los
hombres cultos era también la base del saber arquitectónico. Por
otra parte, la enseñanza de las matemáticas había adquirido ya
gran importancia en el siglo xiv, pues era el avance de la técnica,
y la aritmética era tan necesaria para el comercio como la geo-
metría para los arquitectos 2'.
En el panorama artístico español, la geometría fue aprendida
sobre todo (y no es excepción) a través de los libros de Euclides,
traducidos al castellano en 1576 por Rodrigo Zamorano. En el
prólogo al lector de esta obra se lee que «enl deseñar de las platas
y constitución de los aleados de los hedificios, y de donde más se
ayuda, es de la geometría. Y assí se vee claro que por falta de esta
sciencia se han caydo muchos hedificios...». Es una ciencia ade-
más de la que también se ayudan los pintores, escultores, inge-
nieros, militares, artilleros... 2''.
De la importancia conferida en la época que tratamos a la
geometría, es buen ejemplo el hecho de que en 1628 se consulte
en Madrid a la Sala de Alcaldes de Casa y Corte sobre la licencia
que permita poner carteles para poder enseñarla^». Cuando se
tradujo a Euclides —presente en todas las bibliotecas de los ar-
quitectos— se facilitó el conocimiento de la geometría, pero ya
desde mucho antes ésta era bagaje fundamental de todo arquitec-
to, que los diferenciaba de los simples maestros, y así, por ejem-
plo, «Juan Pérez de Obiedo» fue llamado «maestro jumetrico en
el arte de cantería» 2'.
Afirmaba Gutiérrez de los Ríos que la geometría y la aritmé-
tica eran «artes de ingenio... son las Artes matemáticas.. princi-
pios para conseguirse perfectamente el fin destas artes del dibu-
xo»«. Pero sobre el estado del estudio de la geometría a comien-
zos del siglo XVII, quien mejor nos informa es Suarez de h i ^ e -
roa, que traduce en 1615 la obra de Garzoni UpioTZfl unmrsaie dt

25 J. M. Gil, El ciudadano instruido... (1562), pág. 82.


2* B. Gille, Uonardo i gU ingegneri... (1964), pág. 44.
2^ Euclides, Los seis libros primeros... (1576), f. 5 y.», y 6. , „„
2« A. H. N., Consejo de Castilla, Sala de Alcaldes de Casa y Corte, 1628,

29 Moya Valgañon, Arquitectura del siglo XVI... Rioja Alta (1980).


» Gutiérrez de los Ríos, op. cit., págs. 184 y ss.
58

tutte leprofessioni del mondo, añadiendo en la traducción observacio-


nes propias. En este texto leemos traducidas palabras de Garzo-
ni, como que la geometría es necesaria para trazar las plantas de
los edificios, y es necesaria para conocer proporciones, distan-
cias, medidas, etc., «Sigúese pues ser la Geometría, maestra casi
de todas artes, sirviendo con sus medidas a Matemáticos, Arqui-
tectos, diestros en armas. Cosmógrafos, artífices metalarios, car-
pinteros, pintores, escultores, agricultores, soldados, y otras gen-
tes». Pero añade Suárez de Figueroa algo que no está en el texto
de Garzoni:

Por ser esta facultad tan virtuosa y de tanto ingenio la si-


guen pocos. Conociendo su importancia se lee por orden de
su Magestad públicamente en Madrid. Tiene oy su cátedra
con salario de ochocientos ducados el Doctor Juan Cedillo
Día2, versadíssimo en Matemáticas. Sucedió el insigne An-
drés García de Césf)edes, grande inquisidor desta ciencia, so-
bre que compuso no pocos volúmenes y si bien imprimió
sólo dos, y uno de instrumentos geométricos, y otro de nave-
gación. Entre los Cavalleros, que inclinados a este estudio le
abra9an con agudeza y cuidado, haziéndose cada día más emi-
nentes en él, son los dos Franciscos Garnicas, padre y hijo,
sujetos en quien se cifra toda virtud".

Todavía cuando López de Arenas publique su Breve Compendio


de la Carpintería de lo blancoj tratado de alarifes, el año 1633, afirmará
en el prólogo que en él podrán encontrar los hombres de su pro-
fesión «acomodados los términos de la geometría». Toda profe-
sión relacionada con el arte de la edificación, como es la de alari-
fe, ha de tener su base en la geometría. Por eso tuvo tanta impor-
tancia su estudio en la Academia de Matemáticas de Madrid. En
esta Academia la arquitectura, la cartografía, la artillería, la for-
tificación, encontraron un centro de investigación y difusión.
Además de esta Academia, cabe recordar aquí que en Madrid
hubo también Academia de Pintura al menos entre 1603 y 1606,
y hay un memorial impreso, de los pintores de la corte a Feli-

" Suárez de Figueroa, Plaza Universal de todas cienciasj artes... (1615), f. 86 v.»
y 87. La edición de Thomaso Garzoni con la que ha sido cotejado este texto, ha
sido la de Venecia, 1589.
59

pe III, que se fecha hacia 1619, en el que piden un protector para


su Academia, detallando todos los cargos (Presidente, Consola-
dores, Fiscal, Tesorero, comisarios de la fiesta...), así como el
funcionamiento de la Academia'^. Por lo que se refiere a las aca-
demias literarias, creadas en Madrid siguiendo la moda italiana,
cuenta Suárez de Figueroa que, cuando se hicieron «en algunas
casas de señores», fracasaron porque «olvidados de lo principal,
frequentavan solamente los versos aplicados a diferentes as-
sumptos... passando tan adelante las presunciones, arrogancias, y
arrojamientos, que por instantes no sólo ocasionaron menospre-
cios y demasías, sino también peligrosos enojos, y pendencias,
siendo causa de que cessassen tales juntas con toda brevedad».
No acabaron así, por supuesto, en la Academia de Matemáticas
que funcionó durante años, hasta que hacia 1634 fue absorbida
por el Colegio Imperial de los Jesuítas".
En esa Academia dieron clases Julián Firrufino (de geo-
metría), Cristóbal de Rojas (de fortificación) o Juan de Cedillo
Díaz (de matemáticas), y el cargo de director lo ostento el ar-
quitecto del rey (Herrera-Mora-Gómez de Mora), creándose
además una cátedra de arquitectura en los Estudios de la Villa.
Pero aparte de conocimientos que, como hemos visto hasta aho-
ra, eran necesarios para los arquitectos, también se ensenaban
otras ciencias: Ondériz, que tradujo a Euclides, explicaba cosmo-
grafía en la Academia, además de ser cronista mayor de Indias; y
quien había ocupado ese cargo antes que él, Anas de Loyola,
leía, como catedrático que era en la Academia, las lecciones de
matemáticas que Juan de Herrera dispusiera. Cartogratia, cos-
mografía, historia... todas las nuevas necesidades que los avances
científicos iban creando fueron contempladas por el rey y por
Juan de Herrera a la hora de fundar esta Academia.
En ella se estudiaron las ciencias que el poder necesitaba
para ser ejercido, y como academia científica y no artística ha de

" 32 Manila Tascón, «La Academia...» (l^Sl). Pá& 261. P^^e^ S á ^ ^ ^ ^ ^


academia...» (1982) y el Ms. núm. 2350 de la B. N. M., P " " , ^ ^ ^
ViUaamn (1866) / rec.entemente por Calvo Serra " ( ^gl) pag^ 169.
» J. Simón Díaz, Historia del Colegio Imperud 0952), t i , pa^- ^/Y ^
SegOn^nche^ Pére. «La MatemJ.ca ,> en ^ - ^ - [ f ^ ^ ^ d ^ ^ ^ , ^ e S
pág. 599, la Academia fue suprimida en 16/4, aunque lu
ticas se continuaran en el Colegio Imperial.
60

ser estudiada, a pesar de la importancia que tuvo la arquitectura


(sobre todo la militar) según nos dejan entrever los escasos datos
conocidos hasta la fecha. Con respecto a la importancia que en
esa Academia y en ese tiempo tuvo el arte de la fortificación,
cabe señalar cómo la labor de Cristóbal de Rojas, de cuyas leccio-
nes en la Academia es fruto su tratado de fortificación, fue la de
una auténtico maestro, pues no sólo enseñó la teoría, sino que
con él se formaron, por ejemplo, Alonso Turrillo, ingeniero y
arquitecto, y Juan Cedillo Díaz. Este último personaje, que había
«leído» matemáticas en Salamanca y en Toledo, se dedicó luego
durante años a formarse como ingeniero al lado de Rojas en las
fortificaciones de Cádiz y Gibraltar, y acabó siendo —ya en el
reinado de Felipe III— Cosmógrafo Mayor de las Indias y cate-
drático de matemáticas en la cátedra que se leía en Palacio. Ya
en 1598, al pedir un entretenimiento en la fortificación de Cá-
diz, ofreció leer los días de fiesta una lección de matemáticas a
los soldados y la gente que acudiera. Es un ejemplo de cómo de la
teoría se pasa a la necesidad de experiencia (a la vez que se ofre-
cen los conocimientos teóricos para formar a aquellos que como
los soldados sólo tienen experiencia de la guerra), para de nuevo
volver, con mayores conocimientos de utilidad para la monar-
quía, a ejercer como teórico.
El capítulo de la formación de los arquitectos —estrecha-
mente ligados a la ingeniería a lo largo del siglo xvi como lo de-
muestran la cantidad de ocasiones en que actuaron en tal campo,
y viceversa— puede darse por concluido con un pequeño repaso
de los libros que poseían, basándonos en los inventarios que se
conocen, y que son los de los grandes arquitectos salvo alguna
excepción.
Vitruvio, Alberti, Serlio y Vignola aparecían en el inventa-
rio de Juan Bautista Bergamasco, «arquitecto pintor», en 1569,
entre trazas, borradores, libros de cuentas y otros papeles refe-
rentes a su trabajo. De la biblioteca de Juan Bautista de Toledo
sabemos que pasaron a la Biblioteca del Monasterio de El Esco-
rial los tratados de Vitruvio (siete), Alberti (uno) y Serlio (tres),
añadiéndose uno de Labacco, otro de Marcolini y otro de Du
Cerceau. Por lo que se refiere a los tratadistas manejados por los
arquitectos españoles, poco nuevo aporta la biblioteca de Juan
de Herrera; una edición de las Medidas del Romano, de Sagredo, y
61

los tratados de Philibert de r O r m e y de Rusconi. Además de IOÍ.


tratados de arquitectura hay que tener en cuenta la gran cantidad
de libros que, por ejemplo, este mismo arquitecto tenía sobre
aritmética, geometría, artillería, astrología, fortificación, etc.
Los libros que Juan de Arfe poseyó sobre arquitectura serían
los esenciales a fines del siglo xvi y comienzos del xvii: un Vig-
nola, un Labacco, la traducción del III y IV libros de Serlio por
Villalpando, y un Vitruvio. Quizá la mayoría de los arquitectos
se movieran en el plano teórico dentro de esos límites: nadie po-
día ser arquitecto sin conocer y citar a Vitruvio, cuyo tratado era
además una fuente de erudición y autoridad siempre reconocida;
Serlio, traducido por Villalpando, pudo ser leído con facilidad
por los arquitectos españoles; el Vignola, como han repetido
muchos desde Schlosser, era la «cartilla», y el Labacco mostraba
con claridad algunas obras de la antigüedad romana y las posibi-
lidades de «lectura» que éstas brindaban a los arquitectos.
Sorprendente por su abundancia es la biblioteca de Juan Bau-
tista Monegro. Poseía siete Vitruvios, cuatro Albertis, dos Ser-
lios y un ejemplar de cada uno de los tratadistas siguientes: Cata-
neo, Labacco, Vignola, Du Cerceau, De L'Orme, Palladio y M.
Bassi. De ese mismo año de 1621 es el inventario de los libros de
Jorge Manuel Theotocopuli, que tenía cuatro Vitruvios, dos
Vignolas, dos Serbos, un Alberti, un Labacco, un Palladlo y un
Rusconi. Años antes, en 1613, la biblioteca de Juan Gómez de
Mora introduce pocas variantes, salvo la extraña ausencia de Pa-
lladio, y en la de su tío Francisco de Mora, en 1610, vuelven a
aparecer los nombres más citados: Vitruvio, Alberti, Serlio, Vig-
nola, Sagredo, Arfe, Rusconi, Labacco... Como se puede ir com-
probando, el «ingenio» de los arquitectos «trazadores» en España
tuvo una base teórica no menor a la de arquitectos del mismo ni-
vel profesional en otros países^.
Por lo demás, la obra de Vitruvio aparecerá también por
ejemplo en las librerías de pintores como Pablo de Céspedes o
Velázquez, que además tenía un Arfe, un Rusconi, un Scamozzi

~ '^ Sobre inventarios de bibliotecas de arquitectos, f„^,^^ P ° " ' ' ' ¿ f f . ^ ¡ ' ' ¿
(1945), C. Wilkinson (1974). Cervera Vera (1950-51 y 1977). Sánchez Cantón
(1941). García Chico (1963). F. Marías (1981). B. de San Ro-"^" 0927), K
Marías y A. Bustamante (1981), V. Tovar (1983). M. Agullo (1973).
62

y un Cataneo". Pintores y arquitectos tenían, como ya se ha di-


cho, libros de geometría (sobre todo Euclides) y de aritmética
(sobre todo el de Moya); para acabar de completar el cuadro so-
bre la formación del arquitecto en la España del Siglo de Oro
hay que decir que aparecen también en los inventarios libros de
historia, de viajes, de antigüedades, obras clásicas —Cicerón,
Ovidio, Esopo en la librería de Juan de Arfe; Tito Livio, las Par-
tidas de Alfonso X en la de Monegro...— y obras más modernas,
como Vasari, Cellini, Cartari, etc. La filosofía, la religión, las re-
laciones de entradas triunfales y de acontecimientos de la época
(entrada de la reina Isabel en Toledo y los funerales del conde de
Lemos en la librería de Monegro...) hacen también acto de pre-
sencia. Leer estos inventarios quizá permita conocer mejor las
aspiraciones de los arquitectos que la multitud de contratos que
éstos firmaron.
Los inventarios de que se ha hablado pertenecen a los más
grandes arquitectos de su tiempo, y todos ellos trabajaron en las
obras reales, pero incluso un alarife podía tener un Serlio entre
sus pertenencias'". Los libros en esta época fueron un medio de
ascenso social para una élite «técnica» de profesionales, que
cuanto más cultos fueran mejor estarían considerados social y
económicamente. La posesión de libros, necesarios para su pro-
fesión sin duda, se convirtió en parte de la «imagen» del gran ar-
quitecto en una época en la que, como se ha dicho, «una historia
de la lectura... es y seguirá siendo historia de unas minorías»'^.
Así pues, la formación en talleres, la obligada lectura de li-
bros como los de Euclides, Moya, Vignola o Serlio, los viajes
— o libros de viajes—, el ingenio, y todas las demás referencias
que se han ido citando hacían a los arquitectos. Si la «curiosidad»
es una de las cualidades que más se alaban y que se utilizan como
tópico en esta época, hay que pensar que los grandes arquitectos
fueron siempre grandes «curiosos» desde el punto de vista de
sus conocimientos. Pero ahora debemos considerar lo que fue
la labor de los arquitectos, en su doble vertiente de arte y de
técnica.

« Ramírez de Arellano (1904) y Sánchez Cantón (1925).


» Marías (1979), pág. 193.
" M. Chevalier, Lectura y lectons... (1976), pág. 30.
63

2. D E LA TEORÍA A LA «PRAXIS» ARQUITECTÓNICA

La categoría intelectual del arquitecto, la importancia de su


ingenio, esa capacidad de «trazar» que le diferenciaba del resto de
la profesión, encontraba apoyo en datos como el que los arqui-
tectos españoles pudieron leer en Rusconi. Su libro Della Archt-
tettura... (Venecia, 1590), que poseyeron, entre otros, Juan de
Herrera, Jorge Manuel Theotocopuli y, años más tarde, Velaz-
quez, era la obra de un hombre «celebre nella professione», «os-
servantissimo» de Vitrüvio, «valetissimo disegnatore», y posee-
dor de la «Teórica e la Praticca di quest'Arte», que deseó conver-
tir en imágenes «quello che faccino nelle propositioni, e nelle
dispute scritte», pero le interrumpió la muerte antes de finalizar
su tarea y dejó muchas figuras con breves anotaciones. Pues bien,
así fueron publicadas para que cada uno las interpretara a su ma-
nera, porque nadie debía intentar adivinar lo que Rusconi hu-
biera querido decir de ellas'». El respeto al autor y a la capacidad
de creación es algo patente en este caso.
A pesar de las diferencias entre arquitectos y maestros de
obras, no hubo siempre una titulación clara, y los términos no
siempre se correspondieron con los contenidos, introduciéndose
además variantes temporales: así, por ejemplo, «alarife», que
para Covarrubias en 1611 era el «sabio en las artes mecánicas,
juez de obras de albañilería», para López de Arenas en 1633 tam-
poco tenía categoría de arquitecto, siéndole necesario para su
profesión tan sólo saber leer, escribir, contar y geometría, y en
cambio en 1661 Torija considerará al alarife dentro de la catego-
ría del arquitecto, en posesión tanto de la ciencia como del inge-
nio, de la práctica y de la teoría.
La frontera semántica entre la labor del arquitecto tracista y
la de los maestros de obra estaría precisamente en 1» P^'^P^^
«maestro», título dado al que dirigía unas obras, pudiendo haber

~ ~ ^ ^ Z ¡ ; ^ p o t c n d o noi indovinar la mente di esso Rusconi, i n t ° ' " ° ; ^ "^^


non habbiamo giudicato bene allargarsi in troppo discorso: et per questo se
lascato anco á d.scretione de'lctton, et de professor. dell arte lo ^Pe^olare "
"trovare l'ordine, et la causa de'caratteri segnati in esse figure, «ol i de quali
dovendo esser indici di alcune considerationi sue particolan non ^ ™ ° " "
ser avvertiti da noi» (Prólogo al lector), G. A. Rusconi, Della Ankmura...
(1590).
64

sido o no el tracista. Los directores de grandes obras, de un cabil-


do o de la corona, eran llamados «Maestros Mayores», y hubo ca-
sos de grandes arquitectos que fueron a la vez maestros mayores
de ambas instituciones. Ése es el caso, por ejemplo, de Monegro
en Toledo, que en 1606 era «criado y maestro mayor de las obras
del Alcázar», y que el 25 de enero de 1607 obtenía licencia para
desempeñar el oficio de «Maestro» de la Santa Iglesia Catedral, a
la vez que se ocupaba de las obras del Alcázar y siempre que éstas
no quedasen desatendidas. Entre las razones que alegó Monegro
para tal petición —aparte de que con el salario del Alcázar no
podia sustentar su casa y familia— se encontraba el que tanto
Diego de Alcántara, su antecesor, como Alonso de Covarrubias
tuvieron los dos «oficios»''', así que su caso no era el primero,
sino que, por el contrario, seguía una costumbre establecida en
Toledo desde tiempo atrás.
Llegar a ocupar el cargo de «maestro mayor» en unas obras
reales suponía culminar una carrera profesional con todos los
honores. No pensemos sólo en las obras reales más significativas
por su valor histórico, sino en todas las que en las distintas zonas
de la península se llevaban a cabo. Por ejemplo, Francisco de
Praves, en 1620, fue nombrado «maestro mayor» de las obras de
las Casas Reales, Archivo de Simancas y Castillo de Burgos, soli-
citando además este arquitecto que se le nombrara «maestro ma-
yor» de las obras de Castilla la Vieja, cargo que había poseído
también su padre*'. Por encima de todos estos maestros mayores
estaba el «trazador y maestro mayoD> de las Obras Reales, que
con frecuencia daba trazas para obras alejadas de la corte, que era
el lugar habitual de su residencia. Como afirmaba Juan Gómez
de Mora, el «Trazador» era aquel que no tenía por encima de él
más que al rey, a quien debía dar cuenta de lo trazado, recordan-
do también la necesidad de ser «ingenioso» a los arquitectos*'.
Juan Bautista de Toledo, Juan de Herrera y su tío Francisco de
Mora habían ocupado el mismo cargo antes que él. El cargo de
aposentador, unido al de trazador de las obras reales, no era de
menor importancia, y, por ejemplo, Francisco de Mora se autoti-

w A. G. S., C.yS. R., leg. 303, s. fol.


«I lUdem.
•" V. Tovar, Arquitectura madrileña... (1983), págs. 167 y 466 y ss.
65

tulará en algún momento «aposentador del palacio del rey don


Felipe III y su Arquitecto»''^ poniendo en segundo término el
cargo de arquitecto. Las funciones de estos hombres eran varia-
das: desde trazar retablos hasta buscar la madera para el ataúd de
Felipe II, como hizo Francisco de Mora"', o disponer las casas
para el alojamiento de los reyes cuando éstos viajaban. Los viajes
eran obligados tanto para los arquitectos y maestros de las obras
reales como para los maestros de obras de menor envergadura,
siempre dependientes de la demanda de construcciones por par-
te de la Iglesia o de particulares e instituciones.
El trabajo en las obras reales obligó a los arquitectos en algu-
na ocasión no sólo a viajar, sino incluso a cambiar su lugar de re-
sidencia, con el consiguiente perjuicio para su hacienda según
ellos. Por ejemplo, Pedro de Mazuecos, que trabajaba en Valla-
dolid (casas del conde de Benavente, de Pablo de Espinosa y
Casa Real), que era maestro mayor del Archivo de Simancas y de
la real casa de Tordesillas, tuvo que viajar a León «al adrezo de
las torres de la ciudad», a Burgos a las obras de su castillo, a Za-
mora a las obras del convento de San Juan y por fin —como apa-
rejador y por mandato real— a las obras del alcázar de Madrid;
con lo cual, definitivamente, hubo de cambiar de lugar de resi-
dencia perdiendo parte de su hacienda con el cambio, lo que dejó
a su viuda, al cabo, en muy mala situación económica**.
En el nivel inmediatamente inferior al de aparejador, esto es,
el de maestro, ocurría lo mismo. Válganos el ejemplo de Andrés
de Solanes, maestro en las obras reales, que había trabajado en El
Escorial, en el Alcázar de Segovia y en la Fuenfría, y que fue a

*2 Cervera Vera (1950). Se autotitula así Mora en el Dicho... que reproduce


Cervera Vera; sobre el c a i ^ de aposentador en el reinado de Felipe III, puede
verse el Ms. núm. 2347, de la B. N. M., f. 201, «de lo que deben guardar el Apo-
sentador de Palacio, y sus Ayudas».
" «...buscando de qué hazer el dicho ataúd, topó con el dicho madero», que
era de dos cruces de E\ Escorial, tomado de un navio de Lisboa, una madera
venida de la «India de Portugal», Cervera de la Torre, Tistimmto... muerte Feli-
pa II (1599), pig. 122.
*' A. G. S., C.yS. R., leg. 323, f. 423. La viuda de Mazuecos recibirá por
merced del rey 200 ducados (cédula de 5 de septiembre de 1610). ídem, leg. 302
(I), f. 193. Previamente Sebastián Hurtado y Francisco de Mora habían infor-
mado favorablemente para que tal merced le fuera concedida; ídem, leg. 323,
424.
66

Valladolid en agosto de 1600 por orden del duque de Lerma y de


Francisco de Mora, a trabajar en las obras del palacio del conde
de Benavente: en 1601 se encontraba trabajando para Lerma y
pedía que le siguieran pagando como lo que era en realidad:
«uno de los diez maestros de la casa Real del ingenio de la mone-
da de la ciudad de Segovia»''5. Todos estos viajes, si bien darán lu-
gar a infinidad de memoriales solicitando pagos, quejándose de
los perjuicios ocasionados por ellos, etc., formaron siempre par-
te de la profesión del arquitecto. Por ello, Pedro de Mazuecos no
había dudado en aceptar en 1607 el cargo de Aparejador de las
obras del Alcázar de Madrid, Casa de Campo y Palacio del Par-
do, que había quedado vacío por muerte de Diego Sillero**.
Como se ha dicho, el arquitecto trazador de las obras reales
estaba por encima de todo oficial o maestro, y daba trazas para
obras alejadas de la corte; en algún caso para ello hubo de servir-
se de las trazas previas dadas por los arquitectos que, con el cargo
de maestros mayores o de obras, trabajaban en los distintos luga-
res. Tal será la razón de la queja de uno de estos maestros, Pedro
de Brizuela, que en un memorial sobre lo que se le adeudaba por
su trabajo en Segovia decía lo siguiente: «... me mandaron los se-
ñores comisarios acer tra^a para labrar la dicha casa (se refiere al
Ayuntamiento de Segovia) y dijeron se abían de hacer allí las co-
medias yce traga del teatro y aposentos y gradas y planta de toda
la casa la qual dieron a francisco de mora para que yciese traga
conforme aquella dispusición y la Í90 y le dieron por ella quie-
nientos reales abiéndolo io trabajado que merezco por mi trabajo
y tragas trescientos reales»*^ Entramos así en el tema de los sala-
rios y las retribuciones, que obviamente variaban mucho. Por
ejemplo, el mismo Francisco de Mora había recibido en 1594 la
importante cantidad de 100 escudos de oro por ocho trazas «que
ha fecho e dado firmadas de su nombre... para la obra de fábrica
del sitio e Monasterio que dejó... D." María de Aragón»^'.
Aunque los maestros de obra contrataran con frecuencia las
obras «a destajo», tenían que pagar a los oficiales a sus órdenes un

••5 A. ü . S., C.yS. R., leg. 303, s, fol.


*(• A. Bustamante (1983), pág. 308.
*' Quintanilla, «Pedro de Brizuela...» (1949), págs. 29 y 30.
*» Pérez Pastor, Noticias y documentos... (1910), pág. 65.
67

salario diario o semanal. El sistema de trabajo «a destajo» fue el


preferido en la época de que tratamos —al menos desde los
tiempos de Felipe I I — para las obras reales. Así, por ejemplo,
cuando Juan Gómez de Mora tuvo que hacer en 1623 las condi-
ciones en que habían de ser tomadas las obras de reparación de
tejados en Aranjuez, se concluyó que los maestros tomarían las
obras a destajo, por ser «el medio más seguro más breve y menos
costoso»"'.
El dinero que cobraban tanto el maestro como los oficiales
de una obra, variaba bastante según la importancia de dicha obra
y la fama y consideración del maestro y de su equipo. Entre cin-
co y siete reales diarios cobraban los oficiales a comienzos del si-
glo xvii: cinco reales cobraban, por ejemplo, en 1612 los oficia-
les de la obra de cantería de la iglesia parroquial de El Losar, a
las órdenes del maestro cantero Francisco de Escobar, que, a su
vez, cobraba seis reales por día, más doscientos reales «por la
niaestría»5<>. En ciudades como Madrid los salarios estaban fija-
dos para las obras de la ciudad de antemano: el 24 de julio
de 1610 la Sala de Alcaldes de Casa y Corte decidía que «los
Maestros de Carpintería y Albañilería tapiadores y otros maes-
tros no pueden llevar más de seis reales cada día de ynbierno y
siete reales los otros seis meses del berano y los peones tres reales
el inbierno y tres y medio de berano»^'. Años antes en Vallado-
lid, en 1601, con ocasión del traslado de la corte a esa ciudad, un
pregón ordenaba lo que habían de cobrar albañiles y carpinteros:
los maestros no podían cobrar más de cuatro reales en invierno y
cinco en verano. Los oficiales tres en invierno y tres y medio en
verano, y los peones dos y medio en verano y «dos y un quarti-
11o» en invierno (invierno se consideraba desde el 1.° de octubre
hasta el último día de febrero; el resto era verano)".
Mejor pagados estaban los trabajadores de las obras reales,
puesto que ganaban ocho reales diarios, incluso domingos y fes-
tivos, aun cuando ese sueldo no aumentara entre 1597 y lóOP^.

"•' A. G. S., C. y S. R., leg. 325, f. 60.


5" Montero Aparicio, Arte religioso... (1975), págs. 339-40.
5' A. H. N., Cornejos, Cornejo de Castilla, Sala de Alcaldes de Casa y Corte,
año 1610, fol. 589.
^^ídem, año 1601, fol. 16.
^' A. ü . S., C.yS. R., leg. 303, s. fol.
68

Por encima de ellos estaban los aparejadores, cuyo salario tam-


bién podía variar en función de las obras y de la valia del candi-
dato: Simón de Monasterio, aparejador de la obra del Colegio de
los Jesuítas, en Salamanca, ganó (1618-1620) 275 ducados por
año, además de cinco reales por cada día que asistiera a las obras.
En cambio, su sucesor, en 1620, Juan Moreno, sólo cobraba 150
ducados al año, pero cobraba seis reales por cada día que asistiera
a las obras5''. La diferencia de cantidades da prueba de la flexibili-
dad del sistema de contratación para estos cargos.
Los aparejadores en las obras reales solían contratarse a jor-
nal. En las obras de la Alhambra, por ejemplo —donde ya des-
de 1599 Juan de la Vega había desempeñado la función de apare-
jador junto con la de maestro mayor después de la muerte de
Juan de Minjares—, se afírma en 1612 que se debe mantener la
unión de los dos cargos «pues ni las obras son tantas ni de tanta
prisa que no se pueda acudir a ellas por uno solo». Además, las
trazas estaban dadas por grandes maestros desde hacía tiempo y
no había más que atenerse a ellas". El elegido fue Pedro de Ve-
lasco, y desempeñó ambas funciones entre 1612 y 1619, año en
que murió, por un salario de ocho reales y medio al día. El mis-
mo salario y las mismas condiciones se mantendrán para el nue-
vo aparejador, encargado también de las funciones de maestro
mayor. El texto merece reseñarse, pues, aparte de dejar claro este
hecho, explica el por qué de la contratación a jornal en unas
obras reales.

...sé le dé sólo título de af>arexador haciendo oficio de Mro


mayor en el yntcrin en la forma q lo tubo de la Bega tantos
años que fue grande oficial deste arte con el mismo jornal de
ocho rreales y medio cada día de travajo porque siendo ansí
les obliga y obligará a asistencia Personal continua como es-
tas fábricas lo piden y título de maestro mayor y salario rreal
paresce que les da libertad de hazer aussencias y tratar de
otras fábricas por sus intereses con que for50sso abrán de ha-
zer falta a las de V. M.» y la esperiencia a mostrado estos
y nconbcnientes 5*.

5< Rodríguez G. de Ceballos, Estudios... (1969), pág. 53 a 57.


" A. G. S., C.jS. R., leg. 305, f. 221.
w. A. G. S., C.yS. R., leg. 303, s. fol.
69

Llegar a ocupar un cargo de aparejador no era fácil, y se pue-


den traer a colación los casos de Mazuecos o de Lizargárate para
comprobarlo. Si, además, leemos la solicitud de Alonso Carbo-
nel para el cargo de aparejador en Aranjuez en 1619, comproba-
mos que sólo los profesionales de probados méritos tenían acce-
so a tales cargos. Alegaba Carbonel haber trabajado en «las obras
y tragas que la Reyna... hizo para su Rl conbento de la encarna-
ción, y en las obras de los estuques del pardo y otras partes» para
conseguir tanto la plaza de escultor como la de aparejador de
Aranjuez; se ofrecía también —debía de ser ya una costumbre en
las obras reales— «a servirlas ambas con el salario y gajes de la
una»57.
Para acceder al cargo de maestro mayor en unas obras reales
debió de ser frecuente la realización de un examen previo, y por
eso cuando Juan Fernández del Palacio solicitó el cargo de maes-
tro mayor de la Alhambra (ofreciéndose, por supuesto, a desem-
peñarlo como aparejador) escribió que «si necesario fuere para
satisfación de las buenas partes y suficiencia de su persona para
serbir el dicho oficio se haga examen de ella la dará a la persona
que Vuestra magestad nombrare para ello»'*. El título de maes-
tro mayor que, a veces, la misma Junta de Obras y Bosques lla-
maba «maestro de obras», conllevaba también un buen sueldo,
en función de la importancia de la obra; a Pedro de Mazuecos se
le contratará como maestro mayor de las obras reales del con-
vento de Uclés en 1609 por 60.000 mrs. de salario, esto es, 160
ducados; en cambio, Praves, en 1611, como maestro mayor de
obras en Valladolid, cobraba sólo 100 ducados al año^'.
Los sueldos de los trazadores de las obras reales eran conside-
rablemente más altos: Francisco de Mora ganaba 400 ducados al
año, y su sucesor Juan Gómez de Mora, que como ayudante suyo
había ganado cuatro reales y medio al día, desde 1614 recibi-
rá 400 ducados al año después de estar unos años, desde 1611,
con sólo 200 como «maestro mayor de las obras reales», acrecen-
tándose este salario con los 106 ducados que recibirá del Ayun-

" Ídem, leg. 328, f. 99. Véase también Martín González, «Arte y artistas del
siglo XVII...» (1958).
5» A. G. S., C.yS. R., leg. 303, s. fol.
5" Bustamante (1983), pág. 377, y A. G. S., C. y S. R., leg. 302 (1),
f- 193.
tamiento de Madrid desde 1616, como Maestro Mayor de la
villa'".
Mejor pagados que los trazadores estuvieron los ingenieros,
sobre todo aquellos que ejercieron un papel rector en el conjunto
de obras de fortificación emprendidas en la península: Juan Bau-
tista Calvi en 1556 ganaría 780 escudos anuales por distintos
conceptos referentes todos a su profesión; al Fratin (Jacome Pa-
learo Fratin, que vino de Milán en 1565 para sustituir a Calvi
como ingeniero) cuando murió se le adeudaban tres años de sala-
rio, pero es fácil adivinar su nivel de vida si consideramos que en
sus últimos años llevaba consigo cuando viajaba «1500 ducados
de plata labrada para su servicio, un rosario de perlas y oro tasa-
do en 300 ducados, estuche y compases de plata, cuatro caballos
y sus correspondientes criados y acémilas»*'. Otro gran ingenie-
ro, Leonardo Turriano, llegó a ganar 1.600 ducados al año, y a
Spanoqui, cuando le nombraron ingeniero mayor en 1600, le fue
aumentado el sueldo a 1.400 escudos. No nos puede extrañar,
por tanto, la queja del ingeniero Cristóbal de Roda en 1616
cuando solicita desde América que le aumenten el salario por-
que, alega, «no hay ningún ingeniero de V.M. que no esté carga-
do de mercedes y títulos y sólo nosotros somos los desgraciados y
los que servimos más: esta fortificación no importa menos que
las de Ambcres, de Pamplona y de Jaca y Pachote, Frantin y Ti-
burcio (se refiere a Spanoqui) tenían dos y tres mil ducados al
año»'*2 Exagera algo la cifra, aunque con las ayudas de costa, por
ejemplo, el sueldo de los ingenieros se redondeara bastante, pero
de lo que no cabe duda es de que la profesión de ingeniero fue
una de las mejores pagadas en la España de Felipe II y de Feli-

"" A. G. S., C.jiS. R., leg. 304, f. 94, leg. 302, f. 278, en el mismo legajo (I),
f. 275: «su Magestad es servido de hacer merced a Juan Gómez de Mora maes-
tro de sus obras por sus servicios y por haberse casado de que los doscientos du-
cados que se le dan de gajes por sus oficios, sean cuatrocientos, como se le da-
ban a Francisco de Mora su tío y a los otros sus antecesores» (11 de junio de
1614). Véase también del mismo Archivo, C. M. C, 3." época, leg. 765, y V. To-
var. Arquitectura madriUña... (1983), págs, 96, 104 y 111.
'"' J. Aparici y García, «Continuación del informe...», en Memorial de ingenie-
ros, IV, 1849, págs. 30 y 31.
''2 Colección Aparici («Mar y Tierra», según la antigua ordenación del A. G.
S., leg. 564, año 1600) y E. Marco Dorta (1951), pág. 81.
71

pe III; bastante mejor que la de arquitecto, aun cuando éste ocupara


el cargo de trazador de las obras reales. Incluso durante la etapa
de formación en ambas profesiones, había diferencias sustancia-
les, y así, por ejemplo, el ingeniero Jerónimo de Soto mientras
trabajó con Spanoqui ganaba 300 ducados al año, y, en cambio,
el «ayudante trabador» de Gómez de Mora, Pedro del Yermo, ga-
naba 100 ducados al año. Incluso los «entretenidos» al lado de fa-
mosos ingenieros que se quejaban siempre de su sueldo ganaban
a fines del xvi y comienzos del xvii 15 escudos de sueldo al mes
(es el caso, por ejemplo, de Juan de Berosain y de Alonso Turri-
Uo, que trabajaban con Spanoqui y Leonardo Turriano respecti-
vamente), por lo tanto, ganaba más un ayudante de ingeniero
que un ayudante de trazador". Cabe recordar aquí, pues habla-
mos de la relativa escasez de los sueldos de los arquitectos, cómo
Monegro, que desde 1607 compatibilizaba el cargo de maestro
de la Santa Iglesia de Toledo con las obras del Alcázar, consiguió
otros ingresos con el uso de una tienda debajo del alcázar, com-
plemento de salario del que ya había disfrutado Alcántara, su an-
tecesor en las obras reales".
Los trazadores reales ganaban más que otros importantes
cargos en las obras, pues sus cuatrocientos ducados superaban a
los trescientos que ganaba el encargado de las fuentes de los Si-
tios Reales, y a los doscientos, que era la cantidad en torno a la
cual estaban los salarios de los pintores, veedores, pagadores y
pizarreros^*
Por lo que se refiere a la organización del trabajo en unas

"' A. G. S., C. M. C, 3.' época, leg. 765, ^ C. y S. R., leg. 302 (1),
f. 189.
'•" ídem, C.y S. R., leg. 329, f. 267, viendo peligrar tal merced en 1619 por
un problema administrativo, suplica al rey que «atento a mis servicios y al poco
salario que goza me aga md se me confirme el uso de la dicha tienda por solo el
tiempo q durare el servir a V. Md...».
" Ludovico Cueto, encargado de las fuentes en 1615, ganaba trescientos
ducados, lo mismo que antiguamente había ganado Francisco de Montalvan
En cuanto a los pintores, entre 1607 y 1611 Fabricio Castello había ganado al
aflo 192 ducados, Patricio Cajés 240 y V. Carducho 133. En esas mismas fechas
un veedor podía ganar 200 ducados, un pagador 150, un pizarrero U2. A. L..
S-, C.y S. R., leg. 305, f. 360, y leg. 302 (I), ff. 189 y 192. En este ultimo docu-
mento se recogen todos los sueldos de los trabajadores (casero, capellán, jardi-
nero, guardas, carretero, etc.) en el alcázar y bosque de Balsaín.
72

obras reales, puede servir el ejemplo de las obras de la Alhambra


en 1617, donde trabajaban el maestro mayor/aparejador, el so-
brestante, el tenedor de materiales, canteros, carpinteros, albañi-
les y peones. Lx)s materiales para el trabajo de la semana los to-
maban el veedor y el maestro mayor en presencia del tenedor de
materiales. El veedor, el maestro mayor y el pagador eran los
que tenían las llaves de las arcas, guardadas en casa del teniente
de alcaide, y era necesario que los tres estuvieran presentes para
la paga del sábado a los «lavorantes» en la Contaduría, que se en-
contraba dentro de la Casa Real Nueva (Palacio de Carlos V).
Todo eso se hacía siguiendo una instrucción dada por Felipe II
en 1579, aunque en la fecha de que tratamos se solicitaban cier-
tas aclaraciones por haber aspectos dudosos^. En las obras de
menor envergadura emprendidas por particulares todas estas
funciones quedaban en manos de un solo hombre. Lo explica
bastante bien un sermón del año 1610: «la misericordia de Dios
es como cuando una persona principal haze una obra importan-
te, de algún edificio sumptuoso que ponen a un hombre solícito
y cuidadoso por superintendente della, para que todo passe por
su mano, quanto es necessario para la obra. El mira el yesso, el
ladrillo, la cal, el canto, la teja, y el pago a los jornaleros, y final-
mente es el que lo traza y ordena todo»*^. Lo que hasta el mo-
mento se sabe sobre el trabajo de estos hombres confirma por
completo lo que se dice en ese sermón.

2.1. Maestros y arquitectos

La transmisión familiar de un oficio como el de arquitecto


«contaminará» esta profesión, desvirtuando así, en cierta medi-
da, la idea que del arquitecto había configurado la teoría artística
del Cinquecento, pero a la vez supondrá la continuidad de una tra-
dición que contribuyeron a consolidar los maestros canteros
que, desde el norte de la península, se desplazaron a lo largo del
siglo XVI hacia las ricas ciudades del centro y del sur. El proyecto
de élites profesionales que había pretendido Felipe II quedó me-
«^ Idtm, leg. 327, f. 6.
'^ Dávila, Las lermones... (1980), pág. 109.
73

diatizado ante la comprobación de que la célula familiar podía


convertirse en fuerza motora del ascenso social y profesional; los
hijos de los ingenieros Rojas y Paciotto, los Praves, el sobrino de
Francisco de Mora..., son algunos de los casos en que profesión y
privilegios quedaron en familia (sin que esto suponga ningún
tipo de valoración peyorativa de estos «herederos»). Esto se daba
también —y quizá con más frecuencia— entre los maestros de
importancia secundaria, que solían formar a sus hijos para here-
darles acrecentando de paso su hacienda**.
Cuando un maestro contrataba una obra se comprometía a
atenerse a una serie de condiciones, entre otras, a seguir una tra-
za ya dada, que sólo a veces era suya, pero que siempre tenía que
ser lo suficientemente detallada como para que no hubiera lugar
a confusión. Por si acaso, y para prevenir malentendidos, era
muy frecuente que en los contratos se detallaran algunos de los
elementos o condiciones materiales de la obra. En algún caso en
estos contratos se puede encontrar la palabra «arte» con el signi-
ficado de perfección, y a veces de «oficio», y la palabra «policía»
con un sentido de «decoro», de adecuación a la norma*'.
A la hora de contratar una obra, los maestros de cantería so-
lían ser fiadores unos de otros. En el contrato se especificaba
quién debía aportar los materiales —lo que solía correr por
cuenta del cliente— y cuándo y cómo debía ser pagada la obra:
al comienzo, al final, en varias fechas..., apareciendo siempre la
figura del tasador. Los pagos de las obras a veces se retrasaban,
obligando a los maestros a presionar para solucionar el asunto
del cobro. A veces eso llevó a situaciones como la que se produp
en 1610 en Robledillo de la Vera, donde el visitador del obispa-
do ordenó la continuación de las obras de la iglesia parroquial,
obligando al pueblo a que contribuyera a pagar esas obras, «pues
quiso obra tan grande»; otras problemas se pueden vislumbrar en
ese mismo caso, como es el de la importancia de las trazas y
cómo debían los maestros respetar la traza dada, pues en dicna
iglesia parroquial un tejado estaba hundiéndose debido a que el

^8 Véase, por ejemplo. A. Casaseca, Z.«f/^«/«f« - (1975), pág- 85, y Salti-


llo, Artistasj artífices... (1948), pág. 103.
*' Saltillo (1949). págs. 99, 103. 120 y 121.
maestro no había seguido la traza dada por el maestro ante-
rior™.
Lx)s buenos «maestros de obra» y / o «maestros canteros» estu-
vieron muy solicitados; los lugares de procedencia de la mayoría
de ellos estaban en el norte de España: el valle de Liendo, la me-
rindad de Trasmiera, etc., fueron la cuna de muchos canteros
montañeses cuyos apellidos llenan las páginas de la arquitectura
española del siglo xvi. A comienzos del xvii en algún centro ar-
tístico secundario aparecerá el término «maestro arquitecto»",
mucho más clarificador de las funciones de esos hombres que, a
la vez que daban la traza de la obra, se ocupaban de su ejecución
material, y muestra también de la difusión y cierta vulgarización
del término «arquitecto». Cuando esos «maestros de obra», que
ahora se llaman «maestros arquitectos», acaben suprimiendo lo
de «maestro» para autotitularse sólo «arquitectos», en una autoa-
fírmación de la liberalidad de su arte y de su independencia de la
organización gremial, aparecerán las críticas acerbas de los teóri-
cos de la arquitectura denunciando la escasa cualificación y nula
ciencia de los que se atreven a llamarse arquitectos sin serlo.
El inicio de ese fenómeno se podría situar a comienzos del si-
glo xvii.
En las obras reales el trabajo y la denominación de maestros
y arquitectos se ajustaba, en cambio, a unas normas generales ra-
ramente transgredidas o cambiadas. Todo lo que había de hacer-
se era remitido a la Junta de Obras y Bosques, que se reunía
cuando había que despachar asuntos pendientes, de los cuales se
hacía previamente una especie de «orden del día»'2. A comienzos
del siglo xvii era presidida por el Presidente del Consejo de Ha-
cienda, hasta que en 1616 el rey ordenó que «Las Juntas de obras
y bosques se hagan y continúen sin el P'% del Consejo como está
mandado por sus muchas ocupaciones»^'. Ante la demanda de

'"' Montero Aparicio, ^rtíif/f¿/afo... Vera de Piasemia {\975), pig. 358. Sobre
los canteros montañeses que había, f)or ejemplo, en Soria en 1597, véase Salti-
llo, Artistas... (1948), pág. 11.
''' El término «maestro arquitecto» aparece en documentos de fines del si-
glo XVI y comienzos del xvii, Moya Valgañón, Arquitectura... Rioja Alta
(1980).
'^ A. G. S., C.j S. R., leg. 323, f. 444, año 1610.
7' ídem, leg. 326, f. 45.
75

Tomás de Ángulo de que el rey decidiera también si el padre


confesor había de seguir asistiendo a las juntas, se responde que
también éste queda excusado por sus muchas ocupaciones. La
Junta debía seguir reuniéndose en casa del Presidente del Conse-
jo de Hacienda, reanudándose de inmediato sus sesiones —para-
lizadas por éstos y otros problemas— porque «demás de lo que
con su suspensión se falta a su Real servicio, es lástima lo que pa-
de9en tantos pobres como andan tras esta Junta»'".
Los trabajos de cantería en las obras reales se contrataban ge-
neralmente, como ya se ha dicho, a destajo, y una vez realizados
eran tasados: el destajero que tenía la obra a su cargo nombraba
un tasador y por parte del rey asistía a la tasación el maestro apa-
rejador y sobrestante, que era el que sabía las piedras que se ha-
bían labrado y las que faltaban por labrar's. Los maestros mayo-
res hacían, previamente al inicio de las obras, una estimación del
gasto y la enviaban por escrito a la Junta. Los maestros mayores
—si es que no eran a la vez trazadores— eran el eslabón entre
los trazadores y los maestros y oficiales, y participaban de ambos
campos profesionales. El caso de Monegro en Toledo es también
aquí sintomático: fue un arquitecto tracista que en multitud de
ocasiones, por su trabajo de maestro mayor, tuvo que tasar obras,
informar de materiales, etc., pero a la vez en sus informes a la
Junta se distanciaba de otros maestros mayores por su formación
e incluso su erudición, y así, por ejemplo, cuando informó sobre
el Ingenio de Juanelo con la reforma de Castillo y su nuevo Inge-
nio, citará a Vitruvio y afirmará que él tiene noticias de muchas
máquinas de Europa, lo cual le permite juzgar mejor la que Casti-
llo propone''. La información sobre el propio arte, estar al día y
tener una formación que permitiera citar a Vitruvio con toda na-
turalidad en un árido informe, eran razones para el alto nivel de
credibilidad que habían alcanzado algunos arquitectos en el ejer-
cicio de su profesión. ,
El Maestro Mayor de las obras reales de Madrid y trazador de
ellas tenía en el momento en que Juan Gómez de Mora fue nom-

'5 ídem, leg. 328, ff. 514 y 515. Se trata del informe sobre la tasación de la
obra de cantería del corredor nuevo y parte que junta con la escalera en lo
1620, en la que el aparejador era Pedro de Lizargárate.
'« /dem, leg. 303, s. fol.
76
brado para ese cargo (1611), las siguientes funciones: ordenar lo
que había que hacer, así como los reparos, firmar las nóminas y
libranzas de lo que se gastara, tener una llave del arca del dinero
de dichas obras, y concertar los destajos y todo lo demás tocante
al cargo de maestro; en su ausencia le sustituiría el aparejador.
Para ocupar el cargo Gómez de Mora tuvo que jurar que serviría
bien, fiel y legalmente al rey «y que donde hubiere Probecho de
su rreal hacienda lo procurara y donde biere o entendiere daño
lo escusara»'^.
En las obras reales las competencias de cada oficio estaban
muy claras, pero aún así a veces se podían producir conflictos,
por ejemplo, entre el tracista y el maestro de obras; así sucedió
cuando Fray Alberto de la Madre de Dios disintió del informe
dado por Juan Gómez de Mora en 1613 sobre la cerca de la huer-
ta de la Priora, ya que no había tenido en cuenta los empujes del
terreno, de lo cual resultaba que los materiales no eran los ade-
cuados. Claro que también podemos recordar cómo el mismo
Gómez de Mora hubo de rectificar trazas dada por su tío Francis-
co de Mora, una vez comprobadas las dificultades que entrañaba
su ejecución^».
Como es lógico, los grandes trazadores fueron muy aprecia-
dos por el poder, y así, por ejemplo, el duque de Lerma anotará
en el margen de la carta de 10 de agosto de 1610, en la que se le
notificaba la muerte de Francisco de Mora, lo siguiente: «Ame
pesado desta muerte de francisco de mora porque era muy buen
hombre y de servicio en su ministerio téngale dios en el zielo»^'.
Como escribiría Gómez de Mora, su sobrino, «la grandeza de los
edificios haze loables, y de eterna memoria a sus fundadores y
por ellos se conoce la magnanimidad de los Reyes», y así la figura

•'•' ídem, Icg. 302 (I), f. 278. Sobre las funciones del trazador véase el escrito
de J. Gómez de Mora, reproducido por V. Tovar en Arquitectura madrileña...
(1983), págs. 466 y ss.
'* A. G. S., C.jS. R., leg. 302 (2), s. fol. y V. Tovar, op. cit. (1983), pági-
nas 470 y 166 y ss.
•" ídem, leg. 302 (I), f. 103. En la carta se informa que «haviendo venido
esta mañana de Alcalá Fran"» de Mora fállaselo súpitamente con sólo un 9Íden-
te de temblor, ha me pesado por la falta que hará al servicio de Su Magd en los
Ministerios que servía por su mucho cuidado y experiencia en sus papeles e
mandado poner buen recaudo».
77

del trazador adquiría su verdadera dimensión, como instrumen-


to de la proyección «figurativa» de la monarquía.
Insistiendo en este tema de la arquitectura como imagen his-
tórica del poder político, podemos recordar cómo cuando se
fundó el Monasterio de la Encarnación por voluntad de la reina
Margarita, se intentó por medio de los «Secretarios y Embajado-
res, que viniesen de todas las provincias de Europa los hombres
más eminentes en el arte de edificar, de labrar las piedras y de la
arquitectura y escultura que hubiese en ella»»». Estas palabras de
Novoa, no por ajenas a la realidad —Juan Gómez de Mora y
Fray Alberto de la Madre de Dios (muy apreciado este último
por la reina) fueron los artífices de la obra— dejan de ser signifi-
cativas del valor conferido a una nueva empresa arquitectónica
por la monarquía, sobre todo si, como en este caso, se trataba de
la primera gran obra de un reinado.

2.2. La vinculación de las artes

Romano Alberti, en Ori^ne, etprogressodell'Academia del Disseg-


no... (1604), antes de definir con exactitud a la arquitectura, dife-
renciándola del resto de las artes, escribía que «con la Pittura, e
con la scultura faccia l'Architettura un'corpo d'una sola scienza,
divisa pero in tré pratiche, le quali veramente unite insieme fan-
no un perfetto Pittore, Scultore, et Architetto»»'. La arquitectu-
ra, esa tercera hija del «dissegno»", fue practicada por «artífices»
—término muy utilizado y que implicaba un reconocimiento de
trabajo intelectual, pues no se aplicaba a oficios mecánicos
que en muchos casos fueron también escultores y/o pintores. El
calificativo «artificioso» y el sustantivo «artificio» vinieron a ser
en este tiempo sinónimos de «artístico» o de «obra de arte», ya

«"Novoa,//.•</*/=•«%///, 1611, pág. 442. c , •


«' «Origine, et progresso dell'Academia del Disegno, De Pittori, bculton,
« Architetti di Roma... Recitati sotto il regimentó deH'Eccellente ísig. Cava-
gliero Federico Zuccari, et raccolti da Romano Alberti Secretario dell Acade-
mia», Pavía, 1604, en F. Zuccaro, ScriUi d'artt, Florencia, 1961, pag. 48.
« «L'idea de'pittori, scultori, et architetti», Turín, 1607, en F. Zuccaro, «/>.
«>., Libro secondo, pág. 262: «L'Architettura é la terza, cara, et amau tigUa del
78

que siempre su uso comportó una valoración estética positiva.


En la traducción de Serlio al castellano —por Villalpando
en 1552— en el capítulo sobre el orden compuesto y el «orna-
mento de la pintura para por de fuera y dentro de los edificios»,
podían leer los arquitectos lo siguiente: «Digo, que el architecto
no solamente deve ser curioso en los ornamentos que han de ser
de piedra y de mármol, pero también lo deve ser la obra y pintu-
ra del pinzel para adornar las paredes y otras partes de los edifi-
cios»"'. El conocimiento de la perspectiva, útil en la decoración,
era de importancia fundamental para los arquitectos, cosa que ya
quedó establecida en la famosa carta a León X —que inspiró Ra-
fael y escribió Castiglione—, de la misma manera que los pinto-
res deberían saber arquitectura «per saper far li ornamenti ben
misurati e con la lor proporzione»*".
El «artífice» debía conocer los fundamentos de esas tres hijas
del «Dissegno» que eran la pintura, la escultura y la arquitec-
tura, aunque practicara preferentemente una de ellas. Será en el
Barroco cuando se produzca la integración perfecta de las artes
en la unidad de un proyecto, pero la tratadística del siglo xvi fue
preparando el terreno, y así, por ejemplo, Felipe de Guevara
ofrecerá al rey sus escritos sobre pintura y escultura, artes «á las
quales habiendo dado V. M. tan buena compañía como es la Ar-
quitectura... La Arquitectura las aposentará como ellas merecen
en lugares donde puedan ser vistas y alabadas»; este mismo trata-
dista describe cómo se podría en una obra «dibujar» mediante el
color y los materiales, todos los elementos arquitectónicos: «Así
en nuestra España se podrían envestir las paredes de un gabinete
de mármol blanco, o de alabastro, de que abunda más, perfilan-
do y asombrando tan solamente las figuras, y las partes de Arqui-
tectura que en la tal pared o suelo se quisiesen obrar, con solas
las cinceladas llenas de negro, al modo que se nos representa un
debuxo bien obrado con la tinta en un papel. Un gabinete con es-
tas paredes y suelo, y un techo bien labrado, ternía allende de la
novedad, majestad y galaníaw^^. Transformar la arquitectura en

8' Serlio, libro IV de la traducción de Villalpando (1552), f. LXXI.


8* Scritti Rinascimentale di anhiteítura (1978), «Lettera a Leone X».
85 F. de Guevara, Comentarios de ¡a pintura (ed. de 1948), págs. 82, 212
213.
79

pintura e incorporar todas las convenciones de ésta al espacio ar-


quitectónico que, a su vez, resulta dibujado, es una experimenta-
ción de algo que, ensayado en la arquitectura manierista, será so-
lución de éxito en algunas obras barrocas.
La teoría artística reiteraba que la belleza no era fruto de un
solo conocimiento, sino de la conjunción de todas las artes. Ra-
zones de prestigio, económicas, profesionales, o simplemente
porque era costumbre y una forma de distanciarse de los límites
gremiales, hicieron que los artífices se autotitularan, por ejemplo
«pintor y arquitecto», «maestro entallador y arquitecto», «ensam-
blador, escultor y arquitecto». El gran Alonso Cano, de quien
Lázaro Díaz del Valle escribió que «salió tan aventajado en la ar-
quitectura que ha dado luz a los artífices de estos tiempos, para
que la sepan ornar como se conoce en los nuevos tiempos»'', se
autotituló como lo que fue, pintor, escultor y arquitecto. Otro
ejemplo, con una cierta variación, podría ser el de Juan de Ovie-
do, escultor que fue también arquitecto y que acabó convirtién-
dose en ingeniero"^. Y un artista tan conocido de todos como
Martínez Montañés, aparecerá como «escultor y arquitecto» tan-
to en 1612 como en 1629"'*. Hay que recordar aquí cómo escul-
tores y arquitectos confluían en las trazas de portadas y retablos,
y que los grandes arquitectos del periodo (Juan de Herrera, Fran-
cisco de Mora, Juan Gómez de Mora) fueron en ocasiones tracis-
tas de retablos.
Hubo casos, como el de Pedro de Noguera en 1613, bastante
clarificadores en este sentido, pues él mismo se autotituló «arqui-
tecto de retablos», aunque también hacía escritorios". Por su
parte, una carrera bastante típica de la época fue la de Diego Ló-
pez Bueno, que, en documentos de 1600 y 1614, aparecía prime-
ro como «ensamblador» y luego como «entallador»'», en uno
de 1613 se autotitulaba «escultor y arquitecto», y en otro de 1614

»6 L. Díaz del Valle, Origen YUustracion... (1656), en Calvo Serraller, Teoría...


(1981), pág. 476.
"^ V. Pérez Escolano,y«a» de Oviedo... (1977).
8* Bago y Quintanilla, Arquitectos, escultores y pintores... (1932), págs. 56
y 57.
•^"^ ídem, pág. 11.
'* Sobre el significado de los término «ensamblador» y «entallador», véase
Martín González; «La vida...» (1959), pág. 408.
80

«maestro de arquitectura». En 1619 aparecía cobrando por un


retablo y por su trabajo como «maestro mayor de las obras de las
fábricas de Sevilla y su Arzobispado», y todavía en otro docu-
mento aparecerá como «maestro de arquitectura y talla»".
La utilización de los títulos de arquitecto y ensamblador o es-
cultor unidos en los contratos de retablos es casi constante, pero
también era muy frecuente cuando se aspiraba a un cargo en las
obras reales como arquitecto: Alonso Carbonel, aspirante a apa-
rejador en Aranjuez en 1619, se autotitulaba «escultor y arquitec-
to»'2; el mismo año Bernabé de Gaviria, que aspiraba a la maes-
tría de la Casa Real de la Alhambra, resultaba ser también escul-
tor y arquitecto además de ensamblador''. Años antes, en 1612,
cuando había quedado vacante la plaza de maestro mayor/
aparejador en esas obras de Granada, los que aspiraron a ella fue-
ron uno «Maestro de cantería» y el otro «Maestro arquitecto»;
éste último, Pedro de Velasco (que consiguió la plaza), había ser-
vido en las fortificaciones de Fuenterrabía y San Sebastián, e iba
recomendado por Jerónimo de Soto'* (que había sido «entreteni-
do» al lado del ingeniero Tiburzio Spannocchi).
La estrecha relación entre arquitectura y lo que propiamente
debería ser llamado ingeniería, se puso de manifiesto también
en 1619, cuando uno de los aspirantes, Juan de Guevara, entre
sus méritos alegaba el de haber trazado el puente de Córdoba y el
retablo de su iglesia mayor; todos los demás que se presentaron
en esa ocasión (salvo un maestro de albañilería y otro arquitecto
ensamblador) eran «canteros cortistas» y uno de ellos, además,
«artillero». Cristóbal de Vilchez, que sólo figuraba como «can-
tero cortista», era el que mejor parecía a la Junta para el cargo,
pero era demasiado viejo (más de setenta años); en cambio, Gas-
par Guerrero, que decía ser nada menos que «arquitecto y cante-
ro cortista escultor y entallador», no tuvo ni una sola aprobación
de los oficiales de las obras al margen. El veedor y pagador de las
obras aprobaron para el cargo al ya citado Bernabé de Gaviria y a
Juan Fernández del Palacio que, aunque en la relación de la Jun-

'I Muro Orejón (1932), pág. 7; Bago y Quintanilla (1932), págs. 8 y 9, y


Sancho Corbacho (1931), págs. 35 y ss.
"2 A. G. S., C.jS. R., leg. 328, f. 99.
" ídem, leg. 303, s. fol.
•>* ídem, leg. 305, f. 221, y leg. 303, s. fol.
81

ta aparece como «cantero cortista», en su propio memorial se au-


totitula «maestro de cantería y architecto»".
En 1621, dos años después del concurso de la Alhambra, fue
en Toledo donde por muerte de Monegro quedó vacante la plaza
de Maestro Mayor. Se presentaron a ella dos de los aparejadores
de la obra (Juan de Villanueva, que ofrecía hacerse cargo del ofi-
cio de aparejador si le daban el puesto de maestro mayor, y An-
drés de Montoya), un maestro de obras y alarife de la villa de
Madrid (Cristóbal de Aguilera), un maestro de cantería (Andrés
de la Sierra) y un arquitecto ensamblador (Toribio González).
Quizá el único que en esta ocasión dio muestras de conocer todo
el significado de la palabra «arquitecto» fue Jorge Manuel Theo-
tocopuli, el hijo de El Greco, cuya gran formación teórica se
plasmó en la dignidad con que se autotituló simplemente «arqui-
tecto»'«.
Por lo que se refiere a los arquitectos pintores, al avanzar el si-
glo XVII surgirán figuras como José Jiménez Donoso y Herrera el
Mozo, pero no fueron muy frecuentes. De todas formas, los
ejemplos van desde casos tan ilustres como el que recuerda Si-
güenza del Bergamasco, «un hombre de mucho ingenio en pin-
tura y arquitectura», hasta casos tan poco famosos como el de
Martín de Cervera, vecino de Salamanca, «pintor excelente, y de
gran conocimiento de la Arte de la Architectura», que en 1611
dio la traza para el túmulo de la reina Margarita en el patio de las
Escuelas Mayores'^. Otro ejemplo puede ser el de Patricio Cajés,
traductor de Vignola y fundador, junto con otros pintores, de la
Academia del Arte de la Pintura, o «Academia del Señor San Lu-
cas», en Madrid en 1603". En un Memorial anónimo, quizá de
1619, que dieron los pintores a Felipe III, se detallan las profe-
siones a las que es necesario el conocimiento del arte de la pintu-
ra y, verdaderamente, todas las relacionadas con la arquitectura

'5 «dice que él y su padre hicieron y acabaron la obra insigne de la audien-


cia real de granada y todas las obras de consideración que en la dicha ciudad se
an hecho y la portada de el convento de San Jerónimo, y a el presente está ha-
ciendo el claustro de santo IDomineo el real de la dicha ciudad i todo se a hecho
y acabado con gran perfección». ídem, leg. 303, s. fol.
' ' ídem, leg. 329, ff. 386, 387, 388, 390, 394, 395 y 398.
'^ B. de Céspedes, Relación de las honras... (1611), f. 21 v.°.
'8 Matilla Tascón, «La Academia...» (1981), pág. 261.
82

aparecen". En el caso de los arquitectos pintores serían sobre


todo razones teóricas —en relación con la formación científica
del artista y su concepción en la tratadística del manierismo—
las que determinaron la conjunción en una sola persona de la
práctica artística de la pintura y la arquitectura.
Pasando del artista al objeto artístico, podemos recordar
también cómo la arquitectura estuvo presente en objetos en
principio ajenos a tal arte. Así, por ejemplo, un armario o alace-
na de cerámica de Talayera podía tener forma de torre; lo cuenta
Medina en 1595: «Yo he visto algunas piezas curiosísimas, finís-
simas, y muy de ver como es encerrar dentro de una, o dos pie5as
casi todo el aparato, y servicio que en una casa es menester de
platos escudillas bernegal, azeytera, vinagrera, y otros diveros
vasos, que todos juntos se venían a cerrar, y componer una piega
que representava una torre muy hermosa con su chapitel»"^. Lo
mismo que muebles y piezas de cerámica se inspiraron en mode-
los arquitectónicos, a veces la misma obra de arquitectura será
comparada con obras fruto de otras artes. El padre Sigüenza ala-
baba así la perfección de la Galería de Convalecientes en El Es-
corial: «las columnas, arquitrabes, basas y cornijas y capiteles,
como si se hubieran labrado a torno y fueran de plata»"".
Los juicios sobre la arquitectura, cuando en ellos hay una va-
loración estética, suelen atender bastante poco al espacio y mu-
cho al color, los materiales y las imágenes, bien de bulto o pinta-
das. En ese sentido podemos recordar una descripción del año
1616, del enterramiento de la princesa Juana en el convento de
las Descalzas de Madrid: «... de maravillosa obra, que es una ca-
pilla que está al lado de la Epístola, la qual tiene muy notable y
sumptuoso edificio y arquitectura; tanto que de su tamaño no
parece haberla mejor en el mundo. Porque es de finíssimo jaspe,
labrado con gran primor y artificio, de manera que no sé qual sea
más admirable, o la perfeción de la obra, o el excesivo valor de
las piedras, e imágenes con que está adornada»'»2. En la crítica

'>'> Publicado por Cruzada Villaamil en 1866, y recientemente por Calvo Se-
rraller (1981), es el Ms. núm. 2350 (está impreso) de la B. N. M.
i™i Medina, Libro de grandezas.-. (1595), f. 261 v.°.
101 Sigüenza (ed. de 1963), pág. 398.
i»2 Carrillo, Fundación... Descakau... (1616), pág. 60.
83

estética se produjo así también en algunos casos la conjunción de


las tres artes, siendo la perfección de las tres la que conseguía la
belleza total de una obra.
El planteamiento teórico de la vinculación de las artes, en el
que finalmente los arquitectos resultaron vencedores en cuanto
a estimación social, confluyó, en resultados, con otra corriente
de carácter práctico y tradicional que poco tiene que ver con la
teoría artística. Las obras de cantería, la traza y ensamblado de
retablos, o la dirección de unas obras podían ser funciones de los
autotitulados arquitectos, aunque sólo unos pocos tuvieran los
conocimientos y, sobre todo, el ingenio, que la posesión de ese
título comportaba.
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^^ r- . «^-*

Planta de la casa del conde de Lemos en La Coruña. Año 1594, A.G.S., Mapas,
planos y Dibujos, XVl-177.
CAPÍTULO IV

La nobleza en la ciudad

...no hay duda, sino que ennoblece mucho


a la ciudad la residencia de los nobles, por-
que viven con más magnificencia, y gastan
más que en el [sic] aldea...'.

Si bien de Felipe 11 un panegirista pudo decir que «dava a la


sangre vertida antes que la heredada»^, es decir, que las propias
acciones ennoblecían a un individuo, la poderosa nobleza acen-
tuó su protagonismo en el reinado de Felipe III. Esta nobleza
construyó en las ciudades sus palacios, pues fue sobre todo la
corte la que absorbió un mayor número de nobles. Ligada la vi-
vienda a la imagen y el prestigio de una familia, la obtentación
de un título pudo llevar aparejada en ocasiones la construcción
de unas casas en la corte: ése fue el caso del marques de Povar,
que al recibir el título se hizo (1612) unas casas en Madrid, traza-
das por Gómez de Mora'.
Las ciudades, con toda la variedad que distinguía a unas de
otras en cuanto a funciones, se inscribían a su vez en una varie-
dad regional de la que fueron conscientes los contemporáneos*.
El crecimiento de Madrid empobreció a Castilla, pues, tal como
ha estudiado Ringrosc, un sistema de mercado «dendrítico»,
«que vincula toda una serie de aldeas a un sólo centro pero no
ofrece la posibilidad de comerciar entre sí a las comunidades ru-
rales»5, forzosamente tuvo que influir en la decadencia de Castilla.

1 Botero (trad. de Herrera) (1603), f. 164.


2 Vander-Hammen (1632), f. 129.
' V. Tovar, «Fray Alberto...» (1979), págs. 88 y 89.
* Braudel, 1, págs. 428 y 429, y Domínguez Ortiz (1970), pág. 172.
5 Ringrose (1983), pág. 44.

85
86

Los nobles, al igual que las órdenes religiosas, se asentaron


en las ciudades, y aun cuando su número fue mucho menor que
el de los religiosos, sus rentas, su poder, su influencia, etc., fue-
ron tan grandes que contribuyeron a aumentar la atracción de
muchos por la ciudad, convirtiéndose así en parte culpable de la
despoblación de los campos. El lujo que deseaban en sus casas lo
reflejaba Fernández Navarrete en 1626 cuando escribía que: «las
casas que aora (sic) setenta años se juzgavan por suficientes para
un grande, las desechan por cortas personas de muy inferior ge-
rarquía... siendo recíproca ocasión de gastos el tener grande casa,
que pida muchas alhajas, o el cargar de alhajas, que necessiten de
grandes casas... raya y límite a la ambiciosa sobervia de las fábri-
cas, en que vemos, que roto el freno de la razón con el ímpetu de
la voluntad, se juzgan estrechos en palacios muy grandes, los que
pocos años antes se contentavan con muy limitadas comodi-
dades»'.
En las casas nobles se buscó, aparte de la commodita y líLperpe-
tuita, que de Vitruvio recogieron todos los tratadistas que abor-
daron el tema de la vivienda, la belleza (la tercera de las condi-
ciones que Vitruvio estableció como requisito para que una fá-
brica fuera alabada); esa belleza daba «gran contentamiento» a
quienes las habitaban, a la vez que sus casas adornaban las ciuda-
des y proporcionaban «gran plazer y deleyte» a quienes las con-
templaban según Serlio, que, como hemos visto ya, fue uno de
los tratadistas mejor conocidos en España. Sobre cómo los con-
temporáneos se refirieron a ellas, debemos recordar que eran lla-
madas fábricas, palabra que en el Tesoro de la lengua, de Covarru-
bias, del año 1611, tenía el siguiente significado:

En una significación se toma por qualquier edificio sump-


tuoso, en quanto se fabrica... (Las perfecciones de la fábrica
consisten en que sea bien trazada, dispuesta, plantada, bien
correspondida, desenfadada, proporcionada en sus perfiles,
maciza, trabajada y acudida. Tenga guardados sus plomos y
vivos, sea adornada con buenas y alegres luzes. Al contrario
se dize falsa... Los nobres y términos de la fábrica son trazas,
plantas, perfiles, cortes, aleados, buelos y distribuciones. Tra-
ga es el algado o montea que es aquello que se delinea levan-

>
' Fernández Navarrete (1626), págs. 243 y ss.
tado de la superficie de la tierra. Buelo es todo aquello que
sale más de lo macizo, que llaman vivo. Planta es lo macigo,
donde pisa el edificio. Perfil es lo que se fxjne al lado de qual-
quier cuerjx). Corte es el que muestra por traza lo inte-
rior)»''.

Aunque hay algunas imprecisiones en esta definición, nos da


idea de lo que los contemporáneos entendían por «fábrica», tér-
mino aplicado, entre otros edificios suntuosos, a los palacios de
los nobles. Con respecto al lenguaje aplicado a los edificios, y que
personas ajenas a la profesión de arquitecto recogieron en sus es-
critos, podemos recordar también cómo en 1573, Palmireno ha-
blaba de: «Columna Dórica, Iónica, Striata: Tuscanica Corinthia
/ Pedestal, basa, chapitel freso, pilastras / Tempano architrabe,
peanas / Acroterias, tribuna, pórtico, cornija / Molduras, rema-
te, balaustres, testero / plintho, andén, balcón, goculo, o envasa-
mento / Requadramentos de piedra Berroqueña / Los claros, o
macÍ90s de ladrillo / Columnas que alcangan hasta el alto de las
jambas...»». Lo que en gran medida fuera la arquitectura de la
época de Felipe II se halla aquí compendiado: los órdenes clási-
cos, la combinación de piedra y ladrillo, etc. Sesenta años más
tarde, en 1633, Carducho manejaba para las grandes obras de ar-
quitectura el siguiente vocabulario: «trazas, plantas, perfiles, cor-
tes, alzados, monteas, buelos, y distribuciones... nichos, adornos
frontispicios..., quadros, y requadros... pedestales, bolas, pirámi-
des...»'. El lenguaje hace referencia, tal como en los textos ante-
riores, a los elementos formales, más que al espacio o a las rela-
ciones entre las partes.
En el conocido manuscrito de Simón García sobre arquitec-
tura, se expresa claramente la importancia de las «salas espacio-
sas y adornadas» en las casas de los grandes señores, siendo los
espacios más representativos de esas viviendas las lonjas, salas,
patios y escaleras. Sobre la distribución y los elementos que defi-
nían la belleza de una casa'", algún texto literario refleja la ima-

^ Covarrubias (1611) (ed. de 1979), págs. 578 y 579.


8 Palmireno (1573), pág. 48.
•' Carducho, Diálogos... (1633) (ed. de Calvo Serraller), págs. 391 y 392.
1'
'" Sobre este tema, D. Frigo, // padre di famiglia... (1985), págs. 133
a 149
gen de estas grandes casas nobles. En esc aspecto son de reseñar
los Conceptos espirituales de Alonso de Ledesma, del año 1600, en
los que se refiere utilizando con cierta frecuencia la casa como
metáfora, a «las armas de su portada... la cerca de piedra viva...
ventanas con rejas... bodega... escalera principal... torre... fuen-
te». En otro romance citará, por ejemplo, las puertas, pozo, pa-
tio, fuente, jardín, escalera principal, sala, torre, chimenea, y
cuando haga un romance a la Virgen también «en metáfora de
una casa», el edificio será de «tres suelos» (es decir, de tres plan-
tas, que era la norma general en todos los grandes palacios), con
«ventanas de galería» y con bóvedas. Pero quizá el romance más
completo desde el punto de vista de la descripción de una vi-
vienda noble, sea el que titula «A la enmienda de la vida», en el
que va refiriéndose a las «puertas... po^o que estava en el patio...
jardín... cavalleriza... escalera... sala hermosas vistas... torre...
aparador... labró portada de piedra, / con su escudo relevado, /
que el buen exemplo esterior / también haze mucho al caso»".
Poco habría que comentar sobre lo citado, pero recordemos la
referencia a los pozos y fuentes, siempre presentes en las grandes
casas, la portada de piedra con escudo, el patio y la escalera,
como secuencia ineludible, los tres pisos, estancias de servicio
como las caballerizas, la escalera (un sermón del año 1625 decía
que en los edificios nada había tan célebre como las escaleras,
«gloria de los Artífices»), la sala, y las hermosas vistas. Todo ello
en su conjunto se puede encontrar en los grandes palacios cons-
truidos en esta época.
Un ejemplo de casa principal en la que pueden verse casi to-
dos los elementos que relacionaba Ledesma en sus romances, es
la casa del conde de Lemos en La Coruña. En una planta de esta
casa del año 1594, vemos cómo la portada da a la plaza principal,
flanqueada por una «muy hermosa torre donde hay otros dos
suelos que son muy hermosas piegas» (es decir, que es una torre
de tres cuerpos); tenía escalera principal, chimenea, y su pozo era
el mejor de la ciudad, encontrándose en un costado del patio; el
patio principal, con soportales, era el eje de la vivienda. Son ex-
trañas las casas principales en las que el patio no aparece, pues
desde el ejemplo de viviendas colectivas de las corralas sevillanas

11 Ledesma (1600) (cd. de 1978), págs. 195-197, 272 y ss., y 279 y ss.
89

(estudiado por Bonet), hasta los modelos de Serlio para la arqui-


tectura doméstica, la presencia del patio es una constante. La
casa que en el año 1623 ocuparon las monjas que llegaron a Ma-
drid desde Almonacid de Zorita, en la calle de Atocha, tenia su
zaguán, su patio, su escalera principal y su sala a pesar de que la
gran profundidad del solar impedia un desarrollo espacial como
el que tenían las grandes casas de los nobles.
Un ideal de belleza palaciega fue plasmado también por Ríos
Hevia en un poema dedicado a Santa Teresa con motivo de su
beatificación: bien cimentado, con hermoso frontispicio, con
columnas, amplias ventanas (sin hierros en este caso), vidrieras
(muy caros eran los vidrios en esa época), hermoso interior, pa-
redes adornadas y, sellando todo ello, el nombre del dueño sobre
la puerta'2. Si a esto añadimos las palabras de Lope de Vega refi-
riéndose a un palacio: «sobre un cuadrángulo reposa / de su
planta la fábrica famosa»" (tenía sin duda en mente la tipología
de casa real del reinado de Felipe II), podemos reconstruir lo que
para los contemporáneos era reflejo de la grandeza de un propie-
tario. Aparte de lo ya indicado, quizá habría que señalar cómo
los balcones con rejas frecuentemente en el piso principal («la ri-
queza como es dama / tomó el quarto de las rexas», decía Ledes-
ma) y sobre todo la portada con el escudo, eran los elementos
que desde el exterior denotaban la grandeza de la casa. Portadas
en Jumilla, en Sos del Rey Católico, en Xátiva, o por ejemplo la
monumental portada de la casa de los condes de Cirat en Alman-
sa, guardan entre su almohadillado manierista la nobleza y forta-
leza de su propietario.
En el magnífico palacio del Viso del Marqués, todo lo dicho,
hasta la planta cuadrada y las torres, se conjugó con perfección, y
hay un texto acerca de él, del año 1596, en el que la pura descrip-
ción formal es superada, para formular un ideal de belleza vitru-
viano, más interesante si cabe por no ser el autor del texto un ar-
quitecto. Es de Mosquera de Figueroa y dice lo siguiente: «res-
plandece entre todos los edificios de su tiempo, que solamente
en mirarlos, queda en nuestro ánimo aquella eurythmia, o satis-

12 Ríos Hevia, «De la vida de nuestra Beata Madre Teressa de lesus en me-
taphora de un palacio», en Fiestas... (1615), f. 133 v.°.
I' Lope de Vega, B. A. E., 38, pág. 453.
90

fación que resulta de la graciosa vista, symmetría, y proporción


que tanto encarece Vitruvio: hermosas torres al cielo levantadas
con vistosa diminución, y fortaleza... y regalados aposentos...
con jardines y deleytosas fuentes...», un lugar en el que se suplió
con «industria... la amenidad y frescura que le faltó por naturale-
za»'^. Otros grandes palacios, como el de Martín Muñoz de las
Posadas, o el de Fabio Nelli en Valladolid, son espléndidos ejem-
plos de grandes casas, pero un ejemplo a menor escala da idea
también de lo que fueron estas casas: es la casa y huerta de Don
Juan de Legui^ano, que Diego de Praves reflejó en la planta de la
manzana que ocupaba, junto con la iglesia de San Benito, esta
casa en Valladolid; del zaguán se pasaba a un patio en torno al
cual se disponían las habitaciones, con una «sala» de mayores
proporciones que el resto, ocupando la huerta un extremo del
solar. La fachada daba a una pequeña «placeta», pues siempre se
pensaron las portadas principales en relación con el entorno ur-
bano; de igual modo se asociaba la grandeza de la casa a la im-
portancia de ese espacio urbano a que asomaban sus balcones y
portada.
La calidad de las casas y el precio de los solares estaban en
función de su proximidad a los lugares más representativos de la
ciudad: las plazas, los recorridos oficiales de las «Entradas triun-
fales», las iglesias, etc., y el aprecio de una casa estuvo no sólo en
la belleza de su arquitectura, sino también en la belleza de lo que
desde ella se veía. Así, por ejemplo, las casas del conde de Bcna-
vente en Valladolid, que «sobre el Río, hazen gran ventaja con
una tal vista y tan apazible sitio a las demás de Valladolid», sólo
por eso podían ser competidoras de cualquier alcázar real'5.
En ocasiones, en el campo, lo que se hizo fue reformar anti-
guas fortalezas para convertirlas en cómodos palacios, como fue
el caso del castillo de Villaviciosa de Odón, en el que se constru-
yó además una capilla. En los palacios urbanos lo más frecuente
fue que, siguiendo una antigua costumbre, se unieran mediante
pasadizos a iglesias fundadas por la familia propietaria. Ejemplar
en este sentido fue el palacio del Duque de Uceda, unido me-
diante un pasadizo con el convento del Sacramento, y uno de los
'* C. Mosquera de Figueroa, Comentario en breve compendio... (1596), f 180
y 180 v.".
15 D. de Frías, Diálogo... Valladolid (h. 1579), f. 183.
91

edificios más suntuosos de Madrid a comienzos del siglo xvii.


Los tres pisos, la portada y, sobre todo, su ubicación en uno de
los lugares más representivos del Madrid cortesano —si el du-
que de Lerma, su padre, edificó su palacio enfrente de San Jeró-
nimo el Real, el de Uceda lo edificó en el otro extremo del re-
corrido urbano monumental de la villa, escenario de todas las
entradas reales— hacen de este palacio un ejemplo significativo
de su época tanto formal como simbólicamente.
El valor estético conseguido merced a los elementos forma-
les del vocabulario clasicista era de tal significación en las facha-
das, que en centros artísticos secundarios se especificaban en los
contratos los elementos que una fachada había de reunir: en So-
ria, en 1598, el hidalgo Diego de Solier contrató la obra de su
casa con el cantero Martín de Solano; en el contrato se hacía
constar que las tres ventanas de la fachada «han de llevar sus pi-
lastras artesonadas con sus basas y capiteles toscanas o dóricos...
y han de ser acompañadas de su friso y cornisa y arquitrabe y
frontispicio y sus pirámides a los lados, y la orden de esto ha de
ser dórica o toscana... Iten es condición que encima de esta guar-
nición ha de haber un orden de arcos de parte a parte; que ha de
haber seis arcos que tengan a cinco pies de claro y el altura lo que
convenga al arte... su fundamento ha de ser de columnas redon-
das, con sus basas y capiteles toscanos...»'^ Como podemos com-
probar, la fachada era lo más cuidado, pues el nuevo lenguaje del
clasicismo era sobre todo en ella donde se podía patentizar.
La distribución, la importancia de las fachadas y la relación
entre la grandeza de la casa y su ubicación en el trazado urbano,
se ponen de manifiesto en el texto de Quintana sobre las casas de
grandes señores en Madrid: «fabricadas con sumptuosidad, her-
mosura, y grandeza, y muchas dellas con torres y chapiteles, que
adornan y engrandecen mucho esta villa muy capaces de salas,
quadras, y mucho aposento; y son tantas, que causaría cansancio
el referirlas... pero las que entre las demás frisan con edificios
Reales, son las del Duque de Uceda enfrente de la Iglesia mayor
de Santa María, las del marqués de la Laguna junto a Santia-
go...»", y sigue dando una relación de las casas más suntuosas, en

16Saltillo (1948), págs. 405 a 407.


17 Quintana (1629), f. 376 v.°.
92

la que una referencia a su ubicación acompaña a cada una: todas


ellas están, o fronteras a importantes conventos y monasterios, o
en las calles más importantes de la villa, pudiendo algunas de
ellas compararse con edificios reales.
Fueron efectivamente los sitios Reales el modelo de algunas
de estas grandes casas nobles. La planta cuadrada, las torres, el
valor de los huecos y de las portadas eran algo que se podía en-
contrar en Aranjuez o El Pardo. La transformación del Palacio
Real de Valladolid, con motivo del traslado de la corte, estuvo
en la misma línea y lo que se modificó fue precisamente la porta-
da y las torres con chapiteles, adornándose la fachada con balco-
nes de hierro. En cuestión de fachadas fue no obstante la del Al-
cázar de Madrid la que reunió los elementos que se han ido deta-
llando: el valor del eje central, la portada, los órdenes clásicos,
los balcones y las torres, todo ello con un acelerado ritmo de va-
nos muy manierista, así como con un predominio de la horizon-
talidad, lo que le permitió adquirir esc carácter de «telón» teatral
que se puede apreciar, por ejemplo, en el grabado que reproduce
la llegada del Príncipe de Gales a dicho Alcázar. Elementos si-
milares, aunque con una articulación distinta, se podrían anali-
zar en otra de las grandes construcciones palaciegas del periodo
como es el palacio ducal de Lerma.
El poder se convirtió en piedra o ladrillo en las bellas casas
que se edificaron los nobles. La austera majestad de las portadas
y artificiosa sencillez de las fachadas, con la importancia cada
vez mayor de ventanas y balcones a la calle —en ese sentido el
Alcázar de Madrid es ejemplar—, convirtieron a esas casas en
componente imprescindible del teatro de la ciudad.
Las casas suntuosas pasaron a formar parte de la fama de sus
dueños, y así, por ejemplo, todavía en 1620 se recordaba cómo el
secretario de Fernando el Católico, Fernando de Zafra, «labró en
Granada casas sumptuosas con magnífico monasterio de Reli-
giosas Dominicas... trofeo perpetuo de su virtud»"; la funda-
ción, además, de un monasterio tal como veremos más adelante
enaltecía aún más a un personaje. El abandono por parte de los
nobles de las antiguas casas de sus linajes para asentarse en las
ciudades quedó reflejado en un sermón del año 1613:

18 Bermúdc2 de Pedraza, El secntario del rey... (1620), f. 10 v.'


93

En las montañas y en las tierras de Vizcaya ay unos edifi-


cios antiguos, cuyas ruynas pregonan aver sido en otros tiem-
pos muy grandes; un pedazo de una torre, una sala desporti-
llada muy grande, unas paredes muy gruesas: qué casas son
estas? El solar de los Mendozas, de los Vélaseos; y aunque
estos linajes tienen en otras partes palacios nuevos, y ricos...
estiman en más aquellos casares viejos, porque conservan la
memoria, y el origen de su antigüedad".

Las casas que vinieron a sustituir como residencia a los viejos


caserones se construyeron en las ciudades, en buenos barrios, y
tendieron a ser altas en la medida de lo posible. En el caso de
Madrid, C. Pérez de Herrera en 1597 escribía que, entre los be-
neficios que resultarían de la construcción de una muralla, esta-
ba el de que, al no poder extenderse la ciudad, se dejarían de ha-
cer casas «baxas, ni a la malicia, de poca bivienda y autoridad», y
se harían altas, pues «sería for90so ocupar el ayre, negocio que...
autorizara mucho este gran lugar»^». Esta tendencia a «ocupar el
ayre» fue general en toda España, aunque pudiera entrañar cier-
to peligro: «De cinco altos con muchos balcones» era la casa que
D. Rodrigo de Guerrero, veinticuatro de Granada, había acaba-
do apresuradamente en la plaza de Biba-Rambla, para que estu-
viera lista para el 25 de julio de 1621, fecha en que se iban a cele-
brar los festejos por el nuevo reinado de Felipe IV. La casa, a la
sombra, se llenó de invitados y, una vez iniciado el acto, el edifi-
cio se vino abajo matando «a los que cayeron con los balcones y a
la gente que estaba arrimada a la casa por la sombra. El ruido y la
confusión y el polvo fue de manera que en más de una hora no se
pudieron ver unos a otros». La mujer de don Rodrigo se contó
entre los doscientos muertos, habiendo además, según las crónicas,
trescientos heridos^'. Resulta significativo que los cronistas de la
corte recuerden este trágico suceso, una advertencia de las nefas-
tas repercusiones que puede tener el hecho de construir deprisa y
mal, pues en Madrid la mala construcción podía convertir a los
vendavales en ciclones capaces de arrancar chimeneas y derribar
casas.

" P. Dávila (1980), pág. 112.


2» C. Pérez de Herrera (1597), ff. 12 v.» y 13.
2' Noticias de este suceso en González Dávila (1623), pág. 176, y en las No-
ticias de Madrid... (ed. de González Falencia), pág. 7.
94

En el ejemplo de Granada podrían verse algunas constantes


de las edificaciones de los nobles en las ciudades: el valor de la
ubicación de la casa dentro del trazado urbano, pues las plazas,
calles mayores y recorridos y escenarios de las fiestas, eran los lu-
gares más representativos de las ciudades, y casi todas las vivien-
das principales se alinearon en sus alrededores; también el pres-
tigio inherente a una casa situada en uno de esos lugares, pues la
posibilidad de ofrecer los balcones a los notables de la ciudad y
sus mujeres fue lo que llevó a don Rodrigo a acabar su casa con
toda rapidez; en tercer lugar, el que fueran casas con balcones y
altas: en esto la importancia urbana de una gran fachada y el ca-
rácter de fachada abierta que le dan los balcones seguía también
una moda, general en todas las ciudades españolas.
Las casas principales tendieron paulatinamente a ir respetan-
do la norma de que las fachadas fueran homogéneas, sobre todo
en esos recorridos festivos que señalaron los espacios con los que
toda ciudad quiso identificarse. En Madrid la Junta de Policía
debía controlar las trazas de las casas, «haziéndolas retirar den-
tro, o salir afuera de las dichas calles, con muy buen modo de ar-
chitectura... de manera, que quedando en proporción y nivel,
hermosearan y adornaran la corte»; en 1600 se podía ya leer
—en texto del mismo autor que la cita anterior— que en Ma-
drid nadie podía edificar «sin guardar proporción y nivel de for-
ma que en espacio de no muchos años serán todas las casas y edi-
ficios yguales, y de muy luzido y hermoso ornato»22. Bonet ha
identificado este deseo de uniformar las desornamentadas facha-
das de la época —general en las ciudades, y no sólo en la corte—
con el «severo clasicismo de la Contrarreforma»".
Las viviendas de los nobles respetaron hasta la llegada del
pleno barroco ese clasicismo a la moda, que hizo de sus palacios
un vestido austero de ricos interiores. La sencillez de las facha-
das no correspondía a una contención en el lujo y suntuosidad de
los interiores. De ello hay multitud de testimonios y de críticas.
Los fines de prestigio de la arquitectura se ponen de manifiesto
en las palabras de Fernández Navarrete: «Y los que movidos de
ambición fabrican, deven advertir, que el tiempo tiene juridi-

22 C. Pérez de Herrera (1597), f. 6 y (1600), f. 5 v.°.


2' Bonet, «Las ciudades españolas...» (1982), pág. 126.
95

ción para demoler los más firmes y suntuosos edificios, y borrar


los más fanfarrones epitafios», y además hubo muchos «cuya per-
dición entró por las sumptuosas puertas de sus soberbios edifi-
cios»2<.
La misma idea de la vanidad y posible futura ruina de los que
edifican grandes palacios la podemos encontrar en un poema de
don Juan de Jáuregui: «¡ Ay de cuan poco sirve al arrogante / El
edificio que soberbio empina / Sobre pilastras de Tenaro, y fina
/ De mármol piedra y de color cambiante! / Pues cuanto más del
suelo se levante / Máquina excelsa, al cielo convecina, / Tanto
más cerca atiende a su ruina / Tanto más cerca al rayo del tonan-
te / Consumirá en los jaspes su tesoro / Y consumidor de la pro-
pia suerte / Ellos serán en término ligero / Y por ventura entre
alabastros y oro / Del alto capitel, verá su muerte / Pobre y des-
nudo, el sucesor primero»25.
Los ricos interiores completaron la grandeza de estas casas.
Tapices y colgaduras —que a comienzos del siglo xvii irán sien-
do sustituidos por cuadros— hicieron suntuosas las estancias,
llegando a utilizarse esa imagen en la literatura: A. de Rojas es-
cribió «veo las pobres salas de mi soledad acompañadas y ador-
nadas con la más rica tapicería del mundo»^'. Sobre el problema
del lujo en los interiores pueden dar idea las pragmáticas, como
la de 2 de junio de 1600, en la que se prohibían las colgaduras de
brocado y telas de oro y plata, así como los bordados. Sólo se per-
mitían «terciopelo, damascos, rasos, tafetanes, u otras telas de
seda», y se prohibía asimismo traer de fuera tapices con oro y
plata 27.
Se podría decir que los tapices fueron durante mucho tiempo
los protagonistas de los espacios interiores. En la descripción del
viaje del rey don Sebastián de Portugal a España siempre hay una
referencia a los tapices con que se fueron adornando las estancias
en que hubo de alojarse, resultando enriquecido de esa manera
hasta el aposento más modesto^». Los tapices se asociaban a los

2< Fernández Navarrete (1626), págs. 243 y ss.


^^ Poesías de Don Juan de Jáuregui, B. A. E., Poetas de ¡os siglos XVIy
XVII (II), Madrid, 1951, pág. 104.
2'' A. de Rojas, Et viaje entretenido (ed. de 1967), pág. 422.
2' Sempere y Guarinos, Historia del lujo..., págs. 99 y 100.
2» Viaje a España... (ed. de Rodríguez Moñino, 1956), págs. 87, 89, 92
96

grandes personajes y a las fiestas, que era cuando las casas y pala-
cios debían presentar su mejor aspecto. Así, por ejemplo, para re-
cibir al cardenal arzobispo de Sevilla en la casa que se le había se-
ñalado como posada en Madrid en 1598, «aderezóse la casa de
muy luzido cortinaje», siendo éste descolgado al saberse la noti-
cia de la muerte de Felipe 11^. Las grandes fíestas en el Alcázar
de Madrid fueron impensables sin los tapices y las luces noctur-
nas, configurando los tejidos ese espacio áulico. Así, en 1612, en
el «Salón grande que tiene de largo ciento, y treinta y cinco pies,
y de ancho treinta, y quatro», se colgó la tapicería de las guerras
del Emperador Carlos V en Túnez y La Goleta, «muy rrica por
ser de sedas de colores, de oro y plata»; el cronista describe con
minuciosidad todas las tapicerías que se colgaron, su disposi-
ción, materiales y temas que representaban (signos del zodiaco,
jardines y galerías con ninfas, los siete pecados...)^.
También las iglesias se adornaron con tejidos en las fiestas,
pero en cambio los prelados virtuosos podían ser alabados preci-
samente por la carencia de adornos en las paredes de sus mora-
das. Ese es el caso del arzobispo Francisco Blanco —que lo fue
de Santiago desde 1574—, pues «el trato de su casa, la templan9a
de su mesa, el adorno de sus salas, que era las paredes blancas, y
la virtud de su familia dezía mucho con lo que professaron los
primitivos Obispos de la Iglesia»". Todo un programa de virtud
del que las paredes blancas de su vivienda formaban parte.
La tendencia a que las colecciones de cuadros abandonaran
los gabinetes y camarines para ser expuestas en galerías'^^ como
la del duque de Lerma en el palacio de su ciudad ducal, donde te-
nía «quadros Retratos Mapas Países y otras pinturas de excelen-
tes manos»", y la afición generalizada por la pintura a comienzos
del siglo XVII, acabaron por desnudar las paredes de colgaduras y
tapices. Ejemplo de modernidad en los interiores lo dio la casa
de los príncipes de Esquilache, en Madrid, en 1626, sin tapices,
con las paredes blancas salvo algunos cuadros de paisajes y bode-

^ Anónimo, «Entrada del Cardenal mi Señor en Madrid», en Simón


Díaz (1982).
» Relación de ¡as capitulaciones... (1612), B. N. M., Ms. núm. 2352, f. 581.
" González Dávila, Teatro eclesiástico... (1645), fjág. 99.
32 Moran y Checa (1985), pág. 228.
33 Lerma profano sacra, B . N . M . , M s . n ú m . 1 0 . 6 0 9 , pág. 7 2 .
97

gones. Para Cassiano del Pozzo'S prcxredente de un mundo artís-


tico más avanzado en gustos, las alabanzas a los interiores de vi-
viendas que vio en Madrid se centró en los cuadros, en ese com-
plemento que eran las hermosas vistas a través de las ventanas,
en los muebles, en las piezas exóticas como los biombos de ori-
gen indio del Alcázar, en los vidrios que sustituyeron en las ven-
tanas al papel encerado, y en los relojes, como los de la casa de
los duques de Alburquerque.
Por lo que a los relojes se refiere, si a Santa Teresa muchos
años antes le había caído en gracia un fraile que «sólo de relojes
iba proveído, que llevaba cinco, que me cayó en harta gracia. Dí-
jome, que para tener las horas concertadas»", a comienzos del si-
glo XVII la moda de los relojes en las casas nobles irritaba a fray
Juan Carrillo: «Aquí queda condenada la ociosidad, y el perdi-
miento de tiempo que ay en algunas casas de los Príncipes y se-
ñores de la tierra, perdiendo los días enteros y las noches... Y lo
que más es de notar, que quien entra por sus casas, verá tantas
maneras de reloxes grandes y pequeños, unos que señalan sola-
mente las horas, otros que las publican con campanas: de mane-
ra que a quien no sabe bien lo que allí passa, le parecerá que se vive
en aquella casa por onzas, y con dragmas y escrúpulos, pesando
las horas y momentos»"', cuando según este autor ocurre todo
lo contrario, pues los nobles lo que hacen es desperdiciar su tiempo.
El espacio de la vida privada de las grandes casas se prolon-
gaba sobre las ciudades gracias a los pasadizos. Aparte de los efí-
meros, realizados por ejemplo con ocasión de los bautizos reales,
los pasadizos por encima de las calles fueron uno de los elemen-
tos que caracterizaron el urbanismo de la España de los Austrias.
El ocultamiento y la distancia que establecían con respecto al
pueblo hicieron que, aparte de unir palacios con conventos, ca-
sas religiosas con iglesias, o casas con casas, a veces su trazado
fuera coyuntural y obedeciera a razones de índole privada.
No hay que fijar sólo los ojos en ciudades tan importantes
como Valladolid o Madrid para encontrar noticias de pasadizos
—«el pontido que se hace en una calle para pasar de una casa a

'" Simón Díaz, «El arte en las mansiones...» (1980).


" Santa Teresa, Las Fundaciones, pág. 156.
'" Carrillo (1616), f. 201 v.»
98

otra», según el diccionario de Covarrubias—, pues casos como


los de Cuenca (donde los marqueses de Cañete unieron las casas
antiguas a las principales con un pasadizo") o Soria (en 1597 se
contrató la obra de un pasadizo desde el convento de la Merced
hasta la iglesia de San Martín'*) hacen menos extraordinario el
complejo de pasadizos que recorre la ciudad de Lerma.
Además de los palacios propiamente urbanos, tuvieron los
nobles en los alrededores de las ciudades casas de placer, «porque
en los campos y riberas siempre tienen casas los señores para re-
traerse quando están cansados de negocios, especialmente en
tiempo de calores grandes» 3''. Tal como ha escrito Bonet, «la im-
portancia de una ciudad se medía por las propiedades o quintas
de recreo, diferentes de las casas rústicas o de labor que poseían
también los señores en campos más alejados y con fines utilita-
rios». Las casas de placer, estudiadas tipológicamente por el mis-
mo autor, contaban además del edificio, con un jardín, y se ten-
día a recrear el tipo de «belvedere»*".
Con respecto al término «villa» hay que recordar que Nebrija
lo tradujo por «la casa en la heredad del campo»*', siguiendo la
misma línea que marcó Plinio en su epístola sobre la villa tosca-
na, convertida en paradigma por el Renacimiento, pero las casas
de que tratamos no pueden ser llamadas con propiedad «villas»,
pues sólo fueron casas de recreación a las que retirarse, sin tierras
para trabajar agrícolamente. Según el diccionario de Covarru-
bias, de 1611, la «villa» «es propiamente y en rigor la casería o
quinta que está en el campo, a do consiste la labranza de la tierra
del señor y la cosecha a do se recogen los que la labran con sus
ganados, y tienen su vivienda apartada de las demás caserías». En
el mismo diccionario el término «casa» sí que implica el signifi-
cado de morada «fabricada con firmeza y sumptuosidad», por eso
lo correcto sería hablar de casa de campo, casa de placer, casa de
recreación, etc., porque incluso el término de «quinta» se aplicó
en ocasiones a la propiedad destinada a la explotación de tierras.

" Mártir Rizo: (1629), pág. 106.


'» Saltillo (1948), pág. 120 y 121.
w Serlio (traducción de Villalpando) (1552), libro III, f. XXXVII v.».
*" Bonet, «Las ciudades españolas...» (1982), pág. 124, y «La Casa de cam-
po...» (1981) págs. 135 a 145.
•" Nebrija, Dictionarium latino-hispanicum (ed. de 1560).
99

En España estas casas de nobles en las afueras de las ciudades


fueron llamadas por lo general quintas (sin el matiz que acaba-
mos de referir), huertas, jardines o casas de placer.
En Madrid fueron famosas la huerta de Juan Fernández, con
«ingeniosas fuentes», jardín, agua abundante; la quinta de la Flo-
rida, «que fue del Cardenal Sandoval Ar9obispo de Toledo, y al
presente es de don Gabriel Ortiz Inquisidor de la Suprema», tal
como contaba Jerónimo de la Quintana; la de donjuán Serrano,
la del duque de Lerma, la de los Clérigos Menores, la del Condes-
table de Castilla y otras muchas que este autor dice omitir en su
relación por no ser excesivamente prolijo''^. Fueron estas casas
privilegio de una clase que se podía permitir la soledad buscada,
la contemplación de la naturaleza, disfrutar del sonido del agua o
guardar en ellas sus colecciones de objetos de arte. Todo el que
podía accedía a la posesión de ese bien:
... En los Reyes y Príncipes menores, en otros y en qual-
quiera que tiene alguna posibilidad para ello lo vemos: Que
aunque habiten pala9Íos Reales, casas nobles en las gibdades,
labran otras en el campo, una casa de plazer que llaman,
adonde se retiran a recrearse, a gozar de la pintura singular,
de la statua rara de su gusto...''^
Una aproximación a lo que era la vida en esas casas de placer
nos la da el libro de Miguel Agustín publicado por primera vez
en 1617. A pesar de ser un libro dedicado a las casas de labranza,
en el que no se habla de las casas de placer, podemos ver en él un
modelo de laberinto para los jardines de esos lugares de recrea-
ción, pero es sobre todo cuando diferencia las casas en las que
vive y trabaja la tierra elpaierfamilias de las otras, cuando nos da
algunas de las claves de esa vida de los nobles en las casas de pla-
cer. Bastaría con quitar el no a las siguientes observaciones sobre
la casa de labranza: no debe ser «sumptuosa», no debe estar en «lu-
gar ancho, y magnífico, que cause envidia y emulación»; por su
parte el padre de familia no debe cazar, ni asistir a banquetes, «ni
con muchas compañías a bever, bien tratar, passear, ni dedicarse
a otros malos passos y recreaciones de ánimo», y podemos dejar
ya el libro de Miguel Agustín con la cita siguiente, en la que él

"2 Quintana (1629), ff. 377 v.° y 378.


"' Pérez, Las obras y relaciones... (1654), t. II, págs. 845-846.
100

diferencia el tema de su tratado de aquellas casas de los «Prínci-


pes y grandes señores, a los quales por su deleytación hazen la
habitación en el verano en lugares aquáticos, excelentemente
cultivados, ornados de agua, y preparados con todos los deley-
tes»**. Como comprobamos, a pesar de no tratar el tema, en las
comparaciones se está describiendo las características de esas ca-
sas y de la vida en ellas.
Las riberas de los ríos fueron, en las ciudades, esos «lugares
aquáticos» elegidos para el recreo: Damasio de Frías citaba a
doña María de Mendoza, doña Beatriz de Noruña, al Abad de
Valladolid, a los marqueses de Tavara y Frómista, a los condes
de Lemos y Salinas, a Gonzalo de Portillo y a Juan de Granada
como propietarios de las casas de recreo que en Valladolid bor-
deaban el río Pisucrga; ninguna de ellas dejaba de «tener muy
cómmoda y bastante habitación y aposento para su dueño»^'. Las
casas al borde del Darro en Granada, las huertas en las márgenes
del Manzanares —que hizieron exclamar a Cock «que bien se
puede decir que Mantua se deleita con la visión de los Campos
Elíseos»*'— y las casas en la ribera del Guadalquivir en Sevilla
fueron algunos de los conjuntos más famosos. De las de Sevilla
escribía Rodrigo Caro que «suspenden, y entretienen la gran
multitud de huertas, jardines, quintas, Monasterios, y casas de
plazer, que no sólo por una, y otra ribera se estienden; pero por
gran trecho en todo el contorno de la ciudad... compitiendo en
jardines, viñas, huertas, y sembrados, con lo más hermoso, y
fresco del mundo»*'.
Una de las casas de las que conservamos una mejor descrip-
ción es la casa de placer de Bellaflor, en Sevilla, propiedad de los
marqueses de Villamanrique, y que por su descripción responde
al concepto de villa a la italiana, aun cuando no se hable de sus
tierras de labor: «con sus patios altos y galerías grandes, donde se
divisan aquellos espaciosos prados y bueltas del gran Río con la
hermosa perspectiva de los Navios y armadas enteras, que de or-
dinario vienen a parar a la torre del oro»; «Tiene un mirador que

" M. Agustín (ed. de 1646), págs. 369, 377 y 378.


••5 D. de Frías, Diálogi... (h. 1579), f. 178 v.°.
"' Cock (ed. de Hernández Vista, 1960), pág. 29.
*' R. Caro (1634), f. 64.
101

cae sobre el recebimiento que haze Guadaira... por todas partes


tiene deleytosas vistas, assí en agua como en tierra»; completaba
el conjunto «un patio grande alto de muchos mármoles, con una
fuente en medio de estraño artificio, semejante a los edificios an-
tiguos de los Romanos»''8. Aparte de esta referencia a la Antigüe-
dad, presente en muchas descripciones, lo que siempre encontra-
mos al saber de la existencia de una casa de recreación son refe-
rencias a las bellas vistas que desde ella se disfrutan, y a la natura-
leza en la que se ubica.
Aun cuando los tratadistas, influidos claramente por Plinio,
se refieran normalmente a la tipología de villa más que a estas se-
gundas residencias de los nobles en las ciudades, hay aspectos co-
munes como es éste de las bellas vistas y el cuidado en la ubica-
ción; a ello añade Scamozzi, por ejemplo, referencias a la cons-
trucción, al coleccionismo, al enriquecimiento del espíritu,
etc.i'J, y el español Simón García se referirá también al sitio, a ser
posible sobre un río «porque tendrá graciosa vista, y con grande
autoridad», a la casa principal del señor, con otra rústica unidas
entre sí para que el señor «la pueda andar al cubierto» (pensar en
alguna villa palladiana parece inevitable), y en definitiva al lu-
gar, «ameno y sano» 5".
Si en Plinio eran explícitas esas referencias a las bellas vistas
de la villa, en las casas de placer de los nobles en las ciudades se
podía disfrutar desde las galerías de vistas semejantes a «países»
(así llamada la pintura de paisaje en la época), y a la inversa, con-
templadas desde el exterior estas casas con sus jardines son a ve-
ces comparadas también a «países», como si todo pudiera ser re-
ducido a un bello lienzo. El arte (el artificio) y la naturaleza en-
cuentran en esa lectura pictórica de la naturaleza un ejemplo del
dominio del arte sobre la naturaleza.
Lope de Vega dejó algunas imágenes sobre las casas de pla-
cer, de las cuales se pueden entresacar algunos términos, concep-
tos, y descripciones bastante significativos del gusto de la época.
Así, cuando escribe «Oye de mi jardín la artificiosa / Máquina
donde vivo retirado, / si no virtuosa vida, nunca ociosa», o «Los

•"* Espinosa de los Monteros, Segunda parte... (1630), f. 92 y 92 v.°


'" Scamozzi (1615), pág. 329.
5" Simón García (1681), f. 47 a 48.
102

árboles retratan Polifemos, / y mirándose en él con ojos de ho-


jas / Estampan en las nubes sus extremos», está recordando los
jardines artificiosos, en los que la vegetación proporcionaba ma-
teria al escultor, y la vida retirada que allí es posible. Es famosa
la descripción de este mismo autor del jardín de la Abadía del
duque de Alba: las fuentes, el pequeño paraíso del jardín, los ár-
boles frutales, la puerta rústica, etc., y con respecto a la Tapada,
del duque de Berganza, rodeada de una muralla con cuatro puer-
tas, escribirá «... que parece / Un retrato de Arcadia de espesura
/ Con tantas casas, que a la vista ofrece / La perspectiva de una
gran pintura»^'. En estas últimas palabras vemos un ejemplo de
lo apuntado anteriormente, y el mismo sentido de contemplar
estas casas como si de un cuadro se tratara lo podemos encontrar
en la descripción que Damasio de Frías hace de las casas de pla-
cer de Valladolid, que eran «cosa de maravilloso contento a la
vista, y no he visto yo lexos, ni frescuras en lien9os de flandes
pintados, tan hermosas, como parecen vistas de algún alto, estas
huertas y casas...»". Rodrigo Caro escribía de las de Sevilla que
causaban «tales vistas, y variedad de entretenimientos, que pare-
ce, que el más diestro y desvelado pinzel, es imposible hazer un
País, que lo imite»^'. Y si todo esto se decía contemplando las ca-
sas desde el exterior, desde su interior los dueños de Bellaflor po-
dían disfrutar, por ejemplo, de la admirable pintura del Río, que
parecía un cuadro más entre las «tablas, lientos y retratos» que
en ella se guardaban^. Verdaderamente arte y naturaleza halla-
ron en estas casas una armonía que en ningún otro escenario fue
posible.
La importancia de las fuentes y del agua, de las galerías y las
vistas, de los jardines, e incluso de las murallas que las guardaban
son factores comunes a Italia y España", e inscriben las casas de
recreación españolas en la cultura del manierismo europeo. Fue-
ron bellas pinturas o «vistas» de una época refinada y culta, y su
sentido total lo adquieren como alternativa a la vida urbana, tan
determinante de la cultura del Barroco.

'•I Lope de Vega, B. A. E., núm. 38, págs. 452 a 459.


52 D. de Frías, Diálogo... f. 178.
5' R. Caro (1634), f. 34.
5" Espinosa de los Monteros (1630), f. 92.
55 M. Fagiolo (1979), págs. 137 y ss., 176 y ss., y 256.
CAPÍTULO V

La iglesia en la ciudad

Nunca fundan sus casas si no es en pueblos


grandes y bien mantenidos... estos sanctos religio-
sos de nuestros tiempos no son amigos de hazer
milagros en los desiertos de Aegypto, ni en las As-
turias de Oviedo, sino en el coragón de Madrid, á
vista de su Magestad, en un Valladolid, Toledo,
Sevilla, Granada, que jurare yo que ay más monas-
terios en sólo Valladolid, que no todas las Monta-
ñas, ni en toda Vizcaya. Pero bienestá, quedonde
la mies es mucha es bien que los jornaleros sean
muchos...
DAMASIO DE FRÍAS

Las palabras que introducen este capítulo sintetizan algunos


de los temas clave que determinaron la profunda relación que se
estableció a finales del siglo xvi entre la Iglesia y las estructuras
urbanas.

1. CONSECUENCIAS DE TRENTO

Escribió santa Teresa en su libro Las Fundaciones que «como


vino el santo Concilio de Trento, como mandaron reducir a las
Órdenes los ermitaños» esta última forma de religión llegaría
casi a desaparecer. Fueron también los acuerdos de Trento los
que produjeron un importante desplazamiento de religiosos ha-
cia las ciudades, hasta el punto de que llegó a ser difícil para las
órdenes religiosas encontrar una casa en la ciudad. La misma
santa Teresa cuenta, por ejemplo, lo que les costó hallar casa en

103
104

Burgos en 1582 «con andar tantas Ordenes buscando casa». La


atracción que ejercieron las ciudades y esos «pueblos grandes y
bien mantenidos» de que habla Damasio de Frías, sobre las órde-
nes religiosas ya existentes, dará lugar a conocidos pleitos por el
empeño de éstas en abandonar sus lugares para instalarse en cen-
tros en los que el dinero y la población crecían con los años.
El comercio —y la riqueza que genera en manos de particu-
lares—, el abastecimiento de artículos de primera necesidad y de
objetos suntuarios necesarios para el culto, la atracción de la no-
bleza rural y de las gentes del campo por la ciudad —con la con-
siguiente proliferación de hijos, y sobre todo hijas o viudas que
ingresarán en las órdenes aportando una dote— y sobre todo el
carácter de didáctica militante (muy activa en las órdenes mas-
culinas y contemplativa por lo general en las femeninas) que ad-
quirieron las órdenes religiosas después del Concilio de Trento,
justifican esa absorción de órdenes religiosas ya existentes por
parte de los pueblos grandes y ciudades.
¿Qué no decir entonces de las nuevas órdenes surgidas des-
pués de Trento, que nacieron ya con el fin de propagar la fe casi
como finalidad exclusiva? Todo ello determinaría un abandono
de zonas como Vizcaya ante las necesidades de grandes ciudades
como Valladolid, Madrid o Sevilla. Frías refleja esto, y refleja
también un fenómeno que con carácter general se produjo en la
península en el siglo xvi, esto es, el desplazamiento de importan-
tes —cualitativa y cuantitativamente— grupos de población
desde el norte hacia las ciudades del sur; escribía Frías en otro
momento de su texto, que era Valladolid «El primero gran pue-
blo que... recibe en Castilla los pobres montañeses, que a cual-
quiera carestía que haya en su tierra, luego acuden a Vallado-
lid...» y añadía que era «cosa de espanto y de gran lástima» ver la
cantidad de gentes de la montaña, de Asturias y de Galicia que
casi en procesión iban por las calles de Valladolid pidiendo li-
mosna'.
El fenómeno de esta emigración ya ha sido bien estudiado
por los historiadores, y por lo que se refiere a la historia del arte
tiene su reflejo más claro en los canteros que desde las montañas
de Vizcaya y Santander acudieron a las ciudades castellanas y an-

' D. de Frías, Diálogo en aJahanxa— ñ. 175 v.° y 216.


105

daluzas para satisfacer una demanda de construcción que por en-


tonces debía parecer imparable. Alguno de ellos escribiría su
nombre con letras de oro en la historia de la arquitectura es-
pañola.
Siguiendo con el texto de Frías que abre el capítulo, es intere-
sante el recurso retórico empleado al hacer referencia a Egipto y
Asturias, emparejando así dos regiones que tienen en común la
existencia de tierras desiertas; el lejano Egipto y la próxima As-
turias serían así ejemplos de una constante estructural del mundo
mediterráneo, y es un acierto que Frías, que vivió la coyuntura
económico-geográfica que despobló el norte de España 2, recu-
rra a esa imagen al referirse al desplazamiento de religiosos a las
ciudades después del Concilio de Trento.
Trento además consagró a la iglesia de los «milagros», y no
por otra razón habla Frías de que los santos varones «no son
amigos de hacer milagros en los desiertos», y de hecho los tem-
plos que se edifiquen procurarán recordar esa proximidad del
milagro al fiel. Los fieles debían ser muchos, y esto sólo se conse-
guía en las ciudades. Los ideales de la Reforma católica, «prime-
ro santificación propia, luego apostolado y beneficencia», se vol-
caron más hacia lo segundo después de Trento: «santificación
propia por el apostolado»^. Los religiosos tuvieron la responsa-
bilidad de difundir el dogma, y la segunda mitad del siglo xvi co-
noció en España la aparición de órdenes nuevas o reformadas:
«los capuchinos en 1578, los agustinos descalzos en 1588, los clé-
rigos menores en 1594... Casi todas se propagaron con rapidez..
La época de crecimiento más intenso abarca el último tercio del
siglo XVI y la primera mitad del xvii. Después de 1650 se aprecia
un rápido descenso». Corresponde esta cita a Domínguez Ortiz,
que también considera que los conventos en España apenas fue-
ron tres mil y que el que se hayan dado cifras mayores obedece a
su gran concentración en las ciudades, lo cual pudo provocar
«una ilusión óptica o generalización abusiva» puesto que «exten-
sas comarcas» quedaron totalmente desatendidas^

r i í ¡ ¡ d 7 l . El Mediterráneo..., I, págs- 528 y ss., y Domínguez Ortiz (1963),


vol. I, pág. 106.

vila (1623), pág. 276.


106

Quizá fueran los jesuítas los más aguerridos defensores y pro-


pagadores de la fe, pero el resto de las órdenes no dejó de abordar
pleitos, gastos y dificultades sin número a la hora de formar cole-
giales, atraer fíeles y sobre todo lograr la ansiada casa en la ciu-
dad desde la cual ejercer su ministerio, adquiriendo así un mere-
cido poder sobre un mayor número de almas mortales. González
Dávila en 1623 escribía que los «varones doctos» de los muchos
conventos que había en Madrid «ayudan al bien público de la sa-
lud de las almas, con oraciones, consejos, confesiones, sacrifi-
cios, sermones y buen exemplo de vida» 5; detallaba así las más
significativas funciones asignadas a los moradores de esos con-
ventos, o por lo menos las que eran comunes a todos los miem-
bros de las órdenes masculinas, que otros hubo de quienes se re-
quirieron más y mayores servicios para la cura de almas y el bien
del reino.
Tanta necesidad hubo de ellos, y tantas facilidades les fueron
dadas para su establecimiento, que en algunas ciudades pronto la
«oferta» superó con mucho a la «demanda». Uno de los muchos
que trató este problema fue Fernández Navarrete en su obra Con-
servación de monarquías (1626). Reconocía este autor la bondad de
las prácticas religiosas, el buen ejemplo que daban los religiosos,
etc., pero afirmaba que no era conveniente consentir en nuevas
fundaciones, puesto que el perjuicio venía de que «disminuyén-
dose tanto el estado secular, se enflaquecen y enervan las fuerzas
temporales, que son tan necesarias a la conservación de todo el
cuerpo de la monarquía»'. Ya durante el reinado de Felipe II se
había intentado poner coto a la proliferación de nuevas funda-
ciones tal como ha estudiado Domínguez Ortiz. Captados mu-
chas veces los hombres para la religión antes de ser capaces de
una elección responsable —y no motivada, como en muchos ca-
sos, por la necesidad o por las posibilidades de promoción que la
vida religiosa les ofrecía—, no es extraño que Fernández Nava-
rrete proponga también que dejen de profesar los menores de
veinte años, así como que no se reciban los menores de die-
ciséis.
La preocupación por el tema en tiempo de Felipe II se con-

5 González Dávila (1623), pág. 234.


'' Fernández Navarrete (1626), pág. 285.
107

virtió en un problema para el Estado en tiempos de Felipe III, y


como tal aparecerá en las obras de los arbitristas, de los cuales
Fernández Navarrete es sólo un ejemplo. Sancho de Moneada,
que tuvo entre sus familiares próximos al menos a once eclesiás-
ticos (entre hombres y mujeres) \ se hace eco de los que «dicen
que hoy la cuarta y aun la tercera parte de España es de los Ecle-
siásticos, pues entran en ellos Religiosos y Religiosas, clérigos,
beatas, terceros y terceras, ermitaños y gente de voto de casti-
dad». Este mismo autor, que escribe en el año 1619, apunta tam-
bién una de las causas que más influyeron para decidir al poder y
a las ciudades a frenar el número de fundaciones religiosas, y es
el hecho de que muchos ingresaban en las órdenes «por no poder
pasar en el siglo» debido a la pobreza del reino*. Domínguez Or-
tiz confirma la muy frecuente denuncia en esta época de «la hui-
da de seglares al claustro como una deserción de la mano de obra
que tanto necesitaba España»'.
El exceso de religiosos desbordó la capacidad de la sociedad
para sustentarlos, y ello llevó a muchos conventos y monasterios
a la pobreza, siendo la interrupción de obras en sus edificios, o la
carencia misma de un asentamiento definitivo durante muchos
años, sólo un aspecto de esa falta de financiación, que en un ni-
vel más cotidiano podía incluso llegar a traducirse en la falta de
alimentos. Cuando las Cortes de 1617 se opusieron a autorizar
nuevas fundaciones, lo hicieron basándose en que por haber tan-
tas eran pobres «faltando con eso a la decensia debida a su insti-
tuto y reverencia a sus personas, arriesgándose a condescender
con seglares en muchas cosas que pueden relaxar la observan-
cia...», y las historias de las ciudades recordarán que fueron los
acuerdos de las Cortes los que dificultaron el establecimiento de
ejemplares conventos'".
La dificultad del sustento se agudizará si cabe en los conven-
tos de monjas, y con frecuencia sus monasterios fueron fruto de
los trabajos sin cuento de unas monjas para conseguir un funda-

^ J. Vilar, en la introducción que hace este autor a la obra de Moneada


(1974), pág. 206.
» Sancho de Moneada, Restauración... (1619) (ed. de 1974), pags. 136, 205
y 206.
' Domínguez Ortiz (1970), pág. 79.
I" ídem, pág. 73 (nota 7), y Jerónimo de la Quintana (1629), f. 442.
108

dor, unas rentas, y sobre todo la autorización de unas ciudades


que veían que la religión podía acabar por comerse su prosperi-
dad. Un ejemplo puede ser el que nos relata Jerónimo de la
Quintana: cuando el Monasterio de la Concepción de N. Señora
de monjas capuchinas decidió fundar casa en Madrid se encontró
en primer lugar con la oposición del Consejo supremo de Casti-
lla «por ser su regla tan apretada, que no podían tener renta, ni
llevar dote las que entrassen para su sustento». Vencida esta opo-
sición por las buenas gestiones de «un criado de un privado de
aquella monarquía», se encontraron con que el Ordinario tam-
poco les daba licencia basándose en que «comunidades de muge-
res sin renta de que poderse sustentar están expuestas a gravíssi-
mos inconvenientes»; por otra parte, las monjas que habían de ir
desde Valencia estuvieron retenidas por el Patriarca de esa ciu-
dad «hasta tanto que el Nuncio de su Santidad le embiasse orden
para embiárselas dirigidas». Cuando por fin el 7 de marzo
de 1618 llegaron las monjas a Madrid, continuaron los proble-
mas y debieron trasladarse en repetidas ocasiones de lugar".
Dificultades de sustento, pero también dificultades a la hora
de terminar unos edificios que se piensan demasiado costosos
como para soportar coyunturas económicas adversas; así lo ex-
presa Fernández Navarrete cuando habla de esos conventos que
no se pueden sustentar «expuestos a que la misma necesidad los
acabe y deshaga... Daño, que cada día le vemos en muchos Con-
ventos comen9ados a fabricar sin suficiente caudal de los patro-
nes»'2. Sin duda fue la pobreza la mayor amenaza de conventos y
monasterios.
La oposición a la fundación de nuevos conventos se originó
no obstante a veces en el mismo seno de las órdenes religiosas,
pues aparte de modificar con su presencia relaciones como las
que mantenían hasta entonces los ciudadanos con sus parro-
quias, también otras órdenes establecidas con anterioridad po-
dían ver peligrar su «clientela». Santa Teresa misma recordará
cómo tuvieron que vencer la oposición del Monasterio de Agus-
tinos en Medina del Campo para poder fundar allí el Monasterio
de San José. La misma santa, que conocía muy bien las dificulta-

" Quintana (1629), f. 440 y 440 v.°.


'2 Fernández Navarrete (1626), pág. 288.
109

des que entrañaba una nueva fundación, y siendo la primera


Misa la que daba por fundado un monasterio, sabía que en algu-
nos casos había que celebrar ésta de forma apresurada y en una
casa alquilada, a fin de que la ciudad o los opositores a esa fun-
ción se encontraran ya con los hechos consumados, y así, por
ejemplo, cuando fundó monasterio en Toledo lo hizo en contra
del Consejo, que no había dado licencia y que montó en cólera al
enterarse de que se había celebrado la primera Misa en la casa
que habían alquilado; para contentarles, la Santa les daría la Ca-
pilla Mayor'^
Si los problemas económicos de las órdenes religiosas, que de
forma inmediata se plasman en la detención de unas obras, la
pobreza de unas fiestas o la vejez de unos ornamentos, son gene-
rales a toda España, en el caso de Madrid la presencia del rey y de
la corte permitió a las órdenes obtener importantes donaciones
en metálico o rentas con las que financiar sus edificaciones, pero
a la vez la proximidad al poder las hizo espejo de la marcha eco-
nómica de la monarquía.
Por lo que se refiere a las parroquias, la nueva presencia de
las órdenes en las ciudades trastocó lo que parecía una costum-
bre imperecedera: que el parroquiano se enterrara en su parro-
quia. Por una parte, esto les hizo perder el dinero de las ofrendas,
y, por otro, dejó muy claro que la Iglesia de los nuevos tiempos
era la que había resurgido en Trento, la que se posesionó de las
ciudades, la de estas órdenes religiosas que, incansables, conse-
guirían un poder económico y social de imprevisible alcance.
Las parroquias, factor aglutinante y protector de las pobla-
ciones en el Medioevo, definidoras en muchos casos de los dis-
tintos barrios, que en el nombre del santo llevaban el de su
parroquia, quedaron al margen de esa suerte de pacto Iglesia-
Poder político que va a financiar conventos prolongando en
ellos las riquezas de sus casas, donándoles además centenares de
hijos de familias nobles. La Instancia de los mayordomos de lasfábricas
de las iglesias parroquiales de Madrid"' es sólo un síntoma de la exis-
tencia de una Iglesia de segunda categoría que, al menos en la
corte, se sentía cada vez más relegada. Dicen los mayordomos

" Santa Teresa, Las Fundaciones, págs. 36 y 176.


'< Aguilar Piñal (1967), pág. 173.
lio

que las parroquias no tienen dinero entre otras razones porque


«el gasto y limosna de los entierros de sus parrochianos, se lo lle-
va la muchedumbre de los conbentos y monasterios que ay don-
de se entierran siempre todas las personas rricas y que tiene cau-
dal, persuadidos de sus confesores»; ponen así de manifiesto el
poder de los confesores de las familias imjxjrtantes (miembros
de esas prestigiosas órdenes religiosas) sobre los sentimientos de
caridad, traducidos de inmediato en donaciones.
Siguen quejándose los mayordomos de que por esa razón sólo
los pobres se entierran en las parroquias, lo que ha llevado ya a
una situación tal que de «trece parrochias no se alia ninguna ree-
dificada sino todas muy mal paradas», y en cambio no hay mo-
nasterio ni convento «que no tenga mui hermoso edificio y que
exceda a la más bienparada de las dichas parrochias aviendo de
ser al contrario conforme a buena rragón». La estrecha relación
entre arquitectura y economía, identificando prosperidad eco-
nómica con edificaciones se pone así de manifiesto.
Al analizar las realizaciones de la arquitectura religiosa en
este periodo nos desbordan casi los numerosos conventos y mo-
nasterios que se levantan, se amplían, o simplemente se enrique-
cen con portadas y modernas fachadas, y en cambio rara vez son
las parroquias las protagonistas de ese análisis. Se refleja así el
cambio de los hábitos religiosos de la sociedad con el desplaza-
miento en beneficio de las órdenes religiosas, aunque los mayor-
domos digan que «conforme a buena rragón» debería ser al con-
trario, mientras asistían impotentes a un proceso que despojaba a
las parroquias de privilegios históricos. Valga recordar aquí que,
además de los nuevos conventos y monasterios, también los par-
ticulares se aficionaron a construir oratorios particulares y pe-
queñas iglesias en las que se celebraban misas que también resta-
rían fieles a las parroquias cercanas.
Después del Concilio de Trento, los religiosos habían de es-
tar allí donde estuvieran los fieles, y no en lugares poco pobla-
dos, así que en el lenguaje más empleado aparecerá la referencia
a lugares «desiertos» para justificar el traslado a una ciudad. En
ese sentido puede ser significativo el siguiente caso:
111

1.1. El ejemplo del Monasterio de la Concepción Real


de la Orden de Calatrava

Veamos las razones que hubo de aducir, pleitos en que tuvo


que entrar, intereses que hubo de vencer y esfuerzos que tuvo
que hacer el Monasterio de la Concepción Real de la Orden de
Calatrava de la villa de Almonacid de Zorita para trasladarse a
Madrid. El papeleo se inició en el año 1606 y se conserva en el
Archivo Histórico Nacional'5.
El caso de este monasterio es ejemplar, porque se acompasa
con precisión al correr de los tiempos: habían realizado un tras-
lado anterior desde San Salvador de Pinilla a Almonacid de Zo-
rita en 1576, cuya razón había sido que así lo ordenaba el Conci-
lio de Trento. Por obediencia a éste hubo de trasladarse el con-
vento «del hiermo donde estaba alugar poblado». Por aquel en-
tonces la villa de Almonacid solicitó que se instalaran allí, y para
ello les ofreció «una ygiessia rural» —que en otro informe que
sigue a éste es llamada «hermita»— «con su Retablo y Ornamen-
tos y demás cossas necessarias y un humilladero cerca della», así
como una casa que estaba junto a la iglesia donde hasta entonces
«havía havido estudio», con una tierra de regadío «en que havía
60 / olibos y vna fuente con su pila y otro Remanente degua».
Además de esto les dieron toda la madera, cal y yeso de que tu-
vieran necesidad. En relación con todos estos bienes de que se
habían beneficiado las monjas cuando se establecieron en Almo-
nacid, esta villa escribió en 1611 una carta al rey en la que se opo-
nía al traslado de las monjas a Madrid, pues consideraban que
ellos les habían dado «templo Muy grandiosso... casa, guertas, y
dos fuentes de agua... y mili y ducientos ducados» para el edificio
de la casa, y madera para ella, suficiente para las religiosas y sus
criadas. Como vemos, se llama templo grandioso a lo que an-
tes se había llamado ermita, cuya cocina seguían utilizando las
monjas. , , ,.
La villa intentó evitar el traslado por todos los medios a su
alcance, alegando tanto que estimaban como reliquia a ese con-
vento, como que las posesiones de éste se valoraban en mas de
50.000 ducados que se perderían con el traslado, llegando a

'5 A. H. N., Órdenes mliUrts. Archivo Secreto, legajo 28.


112

plantear que en el caso de que tal traslado fuera inevitable «Ala-


villa selea de bolber y Pagar todo lo que dio...»
Esta reacción de la villa venía motivada porque en 1606 (el
año de la vuelta de la corte a Madrid desde Valladolid) las mon-
jas habían enviado al duque de Lerma — y éste a su vez al Conse-
jo de las órdenes— una carta en la que solicitaban que se les per-
mitiera trasladarse a Madrid. Las razones que daban eran funda-
mentalmente económicas, pues decían que en la comarca en la
que se hallaban toda la gente era pobre, y las monjas que entra-
ban en el convento no llevaban dote, con lo cual pasaban mucha
pobreza. (En un pliego anterior con las razones del traslado lo
que se dirá es que no hay monjas jóvenes porque no pueden pa-
gar la dote, algo más lógico que suponer la admisión generaliza-
da de monjas sin ningún tipo de dote.) La pobreza se remediaría
—dicen— con el traslado a Madrid, «adonde ay tanta gente no-
ble y rica, que podrán entrar monjas, y con sus personas y dotes,
se yrá augmentando este Cnv'°, en lo espiritual, y temporal a la
orden de Calatrava, tendrá yglesia propia, adonde acudan los
Comendadores y Cavalleros, a los actos solennes y comunio-
nes...». Este último párrafo explicaría no sólo el traslado de este
convento, sino el de otros muchos, y cuando como en este caso
se trata de una orden poderosa, es lógica la alusión a los podero-
sos caballeros de ella que acudirían a las celebraciones. El entra-
mado Iglesia-sociedad urbana, tan determinante de esta socie-
dad, pasa por el crisol del prestigio y las necesidades económicas.
La villa hablaba de «reliquias» y valores espirituales, la comuni-
dad de monjas también hablaba de espiritualidad y del Concilio
de Trento, pero fueron razones económicas las que determina-
ron en primer lugar el traslado, tal como queda claro en los pa-
peles que se conservan.
Tardaron unos años las monjas en conseguir que este trasla-
do se aprobara, pero cuando en 1611 la villa protestó por el posi-
ble abandono, ya se estaba buscando casa en Madrid para las
monjas, pues Trento había ordenado que los monasterios que es-
taban en el campo «se reduzcan a los lugares de mayor población
y más zercanos», y para desgracia de la villa de Almonacid, ésta
se había empobrecido desde que las monjas se instalaron en ella,
con lo cual era fácil cargarse de razón diciendo que ya no se cum-
plían los acuerdos de Trento siguiendo allí. La general emigra-
113

ción del campo a las ciudades, que fue preocupación constante


de los arbitristas de la época, sin duda se dejó sentir en zonas
como ésta. Si a ello se añade que las monjas vieron bajar sus in-
gresos a tenor de la baja del precio del pan, ya que en ese artículo
tenían sus rentas, no ha de extrañar que la abadesa insistiera casi
más en el factor económico y de prestigio de la Orden, que en los
acuerdos del Concilio para pedir el cambio, aunque éstos estén
en el fondo de la argumentación.
Afirmará la abadesa que en la villa son tratadas con descorte-
sía y sobre todo que carecen de lo más necesario, pues desde hace
trece años (esta carta es de 1611) no reciben ninguna dote; inclu-
ye además en la carta una relación de las personas que entrarán
en el convento si éste fuera trasladado a Madrid, y la dote que
cada una aportará, consiguiendo así un enriquecimiento del con-
vento. A todo ello añade que, en caso de que su actual residencia
hubiera de ser arreglada, no costaría menos de treinta mil duca-
dos, siendo obligación del rey el pagarlos al ser él el patrón del
convento. Menos gravoso sería para la Corona, por lo tanto, el
traslado que el buen acomodo en donde estaban.
Si a los motivos económicos se añade que están «solas en el
campo contra lo dispuesto por el Santo Concilio Tridentino», y
sin salud para sus almas «por carecer de predicadores y confeso-
res que no los hay en este Lugar por ser pequeño y pobre», parece
que fuera casi una obligación de los caballeros de su Orden mo-
vilizar sus influencias para lograr el ansiado traslado: efectiva-
mente, fray Enrique de Palafox, caballero de Calatrava, y el li-
cenciado Barneda solicitarán limosnas para el convento, pues
—y parece que todo lo dicho se pudiera reducir a estas pala-
bras— «el fundamento del edificio espiritual son los bienes tem-
porales».
Hay un pliego que resume las razones que llevaron por fin al
traslado: hay razones sociales y razones económicas, y aunque
todas son referidas a la religión, la referencia al Concilio de
Trento sólo aparece en tercer lugar. Aparte de lo ya citado, otras
razones serán que los pocos ornamentos que hay para el culto
son para la parroquia, lo cual obliga a las monjas a ir a buscarlos
a Madrid, que por hallarse el pueblo dividido en bandos ellas tie-
nen problemas, ya que necesitan de todos los vecinos, y ademas
de todo esto les han levantado calumnias como la de que una
114

monja se quisiera ir con un capitán, un escándalo que no sólo las


perjudica a ellas, sino a toda la institución eclesiástica. Hasta
aqui los motivos para salir de allí. En cuanto a los motivos para
venir a Madrid, también han ido apareciendo a lo largo del texto
(fundamentalmente por las dotes) y no fue el menor el prestigio
que alcanzaría con ello la Orden de Calatrava.
Este largo batallar por parte de las monjas lo reflejará Jeróni-
mo de la Quintana, que da noticia de su llegada a la corte: «Do-
mingo cinco de Noviembre de mil y seiscientos y veinte y tres se
trasladó a esta villa de MADRID, de la de Almonacir de Curita el
Monasterio de la Concepción Real de Monjas de la Orden de Ca-
latrava, fundando de prestado en la calle de Atocha, poco más
abajo del Hospital de Antón Martín. El motivo que tuvieron es-
tas señoras para hazer esta mudanga, fue la gran necessidad que
passavan en aquel lugar por auer venido en gran quiebra su ha-
zienda»"'. Según este mismo autor, sólo la gestión directa de la
Abadesa cerca del nuevo rey Felipe IV hizo posible finalmente
este traslado.
Con sus problemas hemos aprendido algo sobre los mecanis-
mos que posibilitaron la construcción de tan gran cantidad de
conventos en los distintos centros urbanos y cómo en determi-
nados casos el poder trató de poner coto a semejante expansión
dificultando y retrasando los traslados (diecisiete años pasaron
desde que iniciaron la gestión hasta que lograron su propósito).
El empobrecimiento del campo y el crecimiento de las ciudades
favoreció la financiación de nuevas fundaciones en éstas. La ma-
yor demanda de ciertos servicios religiosos se vio satisfecha con
creces por los religiosos.
Comentario algo aparte merece el caso de la Compañía de
Jesús.

1.2. La Compañía de Jesús

Los jesuítas fueron la avanzada de las órdenes religiosas, tan-


to por la cantidad de fundaciones que lograron tener como por
la calidad intelectual de su mensaje cristiano. Lo mismo que las
fundaciones de las restantes órdenes, a veces una primera funda-

Quintana (1629), f. 441.


115

ción no pudo responder a las necesidades que fueron marcando


los nuevos tiempos. Cuando los primeros colegios fundados se
hallaron algo alejados de los centros de las ciudades, se procedió
a su traslado y a la construcción de nuevas edificaciones en las
que instalarse. Como ha estudiado el padre Rodríguez G. de Ce-
ballos, el Colegio de la Compañía de Jesús en Salamanca siguió
este proceso, trasladándose desde el viejo Colegio (comenzado a
construir en 1578), de «notable incomodidad para tres ministe-
rios principales de la Compañía que son predicar, confesar y
leer», al nuevo, que será una de las más formidables construccio-
nes iniciadas en España en tiempos de Felipe III, «el mejor que
hay en toda la ciudad, por estar en medio della y muy cerca de las
Escuelas»". Fue este Colegio uno de los más importantes de la
orden en España, protegido por los reyes, trasladado de lugar a
pesar de la oposición de la ciudad, en conflicto con la universi-
dad, y uno de los más ricos de España.
Como decía Damasio de Frías al comienzo de este capítulo,
fue obligación de las órdenes acudir allí donde la mies fuera mu-
cha: esto fue causa del traslado de los jesuítas al centro de la ciu-
dad de Salamanca, lo mismo que motivó el traslado de las mon-
jas de Almonacid de Zorita a Madrid; en ambos casos se alegó la
falta de población en los lugares de origen, aunque por tratarse
de una orden femenina y otra masculina hay diferencia en cuan-
to a otros argumentos aducidos, pues sus funciones en la socie-
dad fueron distintas.
Fue frecuente que la orden jesuíta encontrara una animad-
versión especial a la hora de establecerse en una ciudad. A ello
no fue ajeno el que sus métodos educativos adquirieran fama
cada vez mayor, pues su capacidad para influir así en la clase di-
rigente pudo verse en ocasiones como un peligro. Cuando en es-
tos años se habla de un Colegio jesuíta, la santidad de sus religio-
sos y la grandeza de su edificio se desdibujan ante la importancia
que se concede a su labor docente. Un ejemplo puede ser lo que
Cáscales dice acerca del Colegio de Murcia: «... ay escuela con
grande frequencia de oyentes, donde se leen curiosa, i doctamen-
te gramática, retórica, lógica, i filosofía, theología, i casos de
conciencia, i no pocas veces Griego, i Hebreo: por donde se dexa

1^ Rodríguez G. de Ceballos (1969), págs. 139 y 140.


116

entender el mucho aprovechamiento, i honor que Murcia recibe


desta casa»'*. Ya durante la celebración del Concilio de Trento
parece que las figuras de esta orden habían deslumhrado a obis-
pos españoles, y desde esa mitad de siglo las fundaciones en la
península se sucedieron sin descanso; su docencia, que llegaba
con plena adecuación a los seglares, hizo que incluso simple-
mente para aprender a leer y a escribir muchos se acercaran a sus
fundaciones. Fue la orden más poderosa. Admirados por los fíe-
les y protegidos por el poder, la Compañía fue aristocratizándose
cada vez más y convirtiéndose en la educadora por excelencia de
las élites.
La identificación de esta orden con la cultura y su elección
de la educación como medio de propagación de la fe y de servi-
cio a la sociedad, hizo que sus Colegios generaran y favorecieran
en su entorno una industria cultural de la que las imprentas son
la más clara muestra. Éstas atendieron a la necesidad que había
en estos centros de hojas de clase, manuales y obras de piedad".
En esta tarea docente, no tardaron los jesuítas en entrar en con-
flicto con las universidades.
Si, por ejemplo, los agustinos establecidos en Santiago de
Compostela en tiempos de Felipe III buscaron «desde el primer
momento, una estrecha cooperación con la Universidad Com-
posteiana», no fue así en el caso de los jesuítas, cuyo Colegio «as-
piró a desplazar a la Universidad como principal centro de ense-
ñanza compostelano»2". Engrandecida la orden durante el reina-
do de Felipe III, a los pocos años de reinar su sucesor, en 1627, la
voz de alarma de las universidades sonó al unísono: ese año la de
Salamanca escribió a la de Sevilla con el fin de lograr una unión
para, con todas las de España, oponerse al pase de las Bulas Pon-
tificias que los P. P. de la Compañía habían obtenido para poder
leer y enseñar públicamente en sus Colegios, ganándose en ellos
cursos y graduándose los estudiantes. Había que oponerse tam-
bién a los «Estudios Generales» que pretendían fundar en Ma-
drid «por los gravísimos daños y funestas resultas que de este es-

'* Francisco Cáscales (1622), f. 271.


'"> Febvre y Martín (1958), pág. 273.
2" González López (1980), vol. II, pág. 155.
117

tablecimiento resultaría»2i. Al menos esta última cuestión no se


pudo impedir, y Felipe IV fundó los Estudios Reales en Madrid.
Respondían éstos al deseo expuesto por Sancho de Moneada en
1619 de crear una «nueva e importante universidad en la Corte
de España». Los jesuítas monopolizaron sus cátedras y allí estu-
dió la nobleza de la corte. Los jesuítas acabarían incluso absor-
biendo la Academia de Matemáticas, acabaron con el Estudio de
la villa, que cerró en septiembre de 1615, y recibieron un golpe
de fortuna definitivo cuando la emperatriz María (muerta en
1603) dejó gran parte de su herencia al Colegio, obligándole a
construir un nuevo edificio e iglesia^^.
Aparte de su poder sobre las conciencias y mentalidades,
aparte de ser capaces de incidir en la transformación de una so-
ciedad formando a sus élites, también fue una orden extraordi-
nariamente rica, lo cual influyó en determinados casos a la hora
de su rechazo social, pues se pensaba que la presencia de una fun-
dación de la Compañía, al enriquecerse ésta, empobrecería tanto
a la ciudad como al resto de las órdenes religiosas. Puede servir
de ejemplo el impresionante Colegio de Monforte de Lemos: en
él se iba a enseñar «a leer y escrivir y gramática, retórica y artes a
todos los niños y personas que lo fueran a prender e oír sin les
pedir ni llevar por ello intereses ni otra cosa alguna». Pues bien,
al principio se prohibió a los jesuítas adquirir «tierras en la co-
marca de Lemos, para evitar el empobrecimiento de los campe-
sinos»2', cláusula ésta que finalmente será revocada, pero que de-
muestra el respetuoso temor que inspiraba esa orden, tan pode-
rosa económicamente.
Filias y fobias despertó la Compañía, y quienes desarrollaron
las fobias fueron todos los posibles perjudicados por su creci-
miento, que, según los contemporáneos, parecían ser muchos.
Los archivos proporcionan la posibilidad de reconstruir uno de
los casos en los que el establecimiento de los jesuítas en una po-
blación provocó tal reacción por parte de los vecinos, y sobre

2' Foulche-Delbosc (1913). La carta del Claustro y Universidad de Sala-


manca aparece con el número 346 en catálogo manuscrito de una biblioteca
anónima, sin título ni indicaciones. Sobre esta universidad de jesuítas en Ma-
drid, véase Domínguez Ortiz (1970), págs. 192 y 193.
22 J. S i m ó n Díaz (1952), págs. 19, 34 a 3 8 , 51 y 52.
23 Pita Andrade (1952), pág. 45.
118

todo por parte del resto de los religiosos que allí ejercían su mi-
nisterio, que las tensiones acabaron en una importante altera-
ción del orden que, por su violencia, motivó incluso la interven-
ción de la justicia. Son los conflictos que surgieron a raíz de la
decisión de la Compañía de establecerse en Bilbao^".
Corría el año 1600. Las parroquias de la villa fueron las pri-
meras en reaccionar, y el notario Juan Martínez en su nombre
hizo constar su protesta: consideraban, en primer lugar, que ya
había allí suficientes iglesias, religiosos y predicadores, estando
todavía además algunas de las iglesias por acabar. En segundo lu-
gar, decían que después de la peste lo único que quedaba era po-
breza, añadiéndose a esto que la villa se hallaba empeñada y que
obras públicas muy necesarias —«la puente y muelles»— reque-
rían su dinero. En otro escrito se dirá que entre los gastos que ya
tiene la villa, no es el menor el de que tenga por hacer el Ayunta-
miento. Se acompañaban estos escritos con cartas de los vecinos
en las que pedían que no se instalara la Compañía. Afirman algo
además que probablemente había sido expresado de palabra en
muchos lugares acerca de las órdenes religiosas: que si tanto de-
seaban propagar la doctrina, buscaran para ello lugares donde
todavía no hubiera religiosos. En este caso concreto se dice que
estando ya Bilbao muy bien atendida en ese aspecto, y habiendo
en cambio en el Señorío de Vizcaya muchas villas y lugares en
los que no había ni un solo religioso, que a tales lugares se diri-
gieran para establecerse.
Ante esta reacción, el rey ordenó al corregidor del Señorío
de Vizcaya que averiguara si se debía conceder la licencia para la
fundación, o si, por el contrario, ésta resultaría perjudicial para
otros frailes o para la villa. A raíz de esto, se reunió el Ayunta-
miento en consejo, y se dio el voto afirmativo para la fundación.
Entre las razones aducidas hay una con la que parecen querer
protegerse de la inmediata réplica de la opositores; dicen que en
su decisión no ha influido la «passión» del Ayuntamiento con el
Cabildo, pues han tenido problemas por la concesión de unos
beneficios, lo cual nos puede hacer sospechar la existencia de
otros intereses que predispusieron al Ayuntamiento a hacer

^-t A. H. N., Jesuítas, legajo 69, núm 8.


119

frente común con los jesuítas, imponiendo su casa y Colegio al


resto de los religiosos de la ciudad.
Las razones dadas para apoyar esta fundación fueron las si-
guientes: /. Habrá mayor frecuencia de sacramentos y enseñarán
la doctrina cristiana. 2. Como es villa a la que acuden muchos
extranjeros, «algunos sospechosos de la fe», podrían éstos ser en-
señados, y los que no se corrijieran castigados, tal como hacían
los jesuítas en Alemania, Francia, Flandes y otros países. 3. La
presencia en ese Colegio de «personas de mucha virtud y letras»
será de provecho no sólo para la villa, sino para toda la comarca,
a la que saldrán a predicar. 4. Habrá más misas y una casa de reli-
gión. 5. Los 1.500 ducados que la Compañía posee de renta son
suficientes, así que «ni pueden pedir ni se les promete ni por la
villa ni particulares cosa alguna para cassa ni edificio ni para su
sustento». 6. Al no darles dinero no se perjudica a las iglesias, ca-
bildo, y conventos que además no se empobrecerán como si fue-
ra otra orden la que se estableciera, puesto que los jesuítas «ni
pueden admitir entierros en sus iglesias», así que no perderán las
ofrendas que tales entierros aportan a las arcas de la Iglesia. 7.
No se puede decir que sea un inconveniente el que ya haya otros
conventos, pues entonces no podría haber fundaciones de la
Compañía en ninguna ciudad «por ser de pocos años su reli-
gión», y además es conforme a lo ordenado por el Concilio de
Trento el «aver muchas Religiones y religiosos». 8. Como no hay
en la villa tierras cuyos frutos produzcan diezmos, la Orden no
comprará heredades. 9. No hay razones para que las otras fábri-
cas tengan que detener su construcción si se construye esta nue-
va. W. Lo de que la villa esté empeñada en 16 ó 18.000 ducados
no importa, porque puede desempeñarse cuando quiera, ya que
tiene 6 ó 7 millones de renta. 11. Lz «passión» del Ayuntamiento
con el Cabildo no ha influido. 12. La enseñanza de la doctrina
no sólo no perderá, sino que ganará, pues aparte de ampliarse a
la comarca, será enseñada por «personas más doctas» como son
las de la Compañía.
A lo largo de estos doce puntos se han puesto de manifiesto
aspectos como el de la consideración intelectual de la Compañía
que le servirá de aval en multitud de ocasiones. La fundación de
esta casa de Bilbao está en la línea de los acuerdos de Trento,
siempre utilizados para justificar las nuevas fundaciones. Por
120

otra parte, problemas surgidos con el establecimiento de órdenes


religiosas en otras ciudades se aclaran aquí, al decir aquello que
no iba a pasan no iban a comprar tierras, no iban a pedir dinero
a la villa ni a los particulares, puesto que ya lo tenian, y no iban a
quedarse con el dinero de los entierros, al no admitirlos en sus
iglesias.
La decisión del Ayuntamiento hizo que el rey, el 30 de octu-
bre de 1604, diera la licencia solicitada. Pero no había pasado un
mes de esto cuando, el 18 de noviembre, le fue notificado que, a
pesar de su aprobación «los clérigos y frailes... juntos todos en
forma de proseción fueron con mucho ruydo y escándalo A
ympedirles su posesión... con mucha fuerza y biolencia rompie-
ron y quebraron las puertas que tenían cerrados los dichos pa-
dres... sacaron el sanctísimo sacramento e yzieron otras cosas...».
Los jesuítas ya por estas fechas se habían instalado en la casa del
difunto Juan Martínez de Uribarri. El escándalo fue mayúsculo,
y esta violenta acción llevó a la cárcel de inmediato a los clérigos
más culpables. El 10 de diciembre de ese mismo año de 1604, les
sería restituido el Santísimo Sacramento con cantos de órgano;
lo llevaron los clérigos de la villa (en justa compensación), y sa-
lieron los jesuítas a la puerta a recibirlo. Y hasta aquí los sucesos
de Bilbao.
Como hemos ido viendo, las órdenes religiosas impusieron
su presencia a las ciudades y su religión renovada a las tradicio-
nes imperantes, a pesar de la oposición encontrada en ciertos ca-
sos, siendo los jesuítas modélicos a la hora de manejar los tiras y
aflojas que a veces surgieron.
Una vez conseguidas las provisiones reales, las autorizacio-
nes del Consejo de órdenes, la aprobación de los Ayuntamientos,
el apoyo de los Cabildos... los miembros de una comunidad, pro-
cedentes por lo general de casas de otras ciudades, se instalaban
en el lugar elegido. Vencidas las dificultades y conseguida la fun-
dación, debemos saber ahora quién financiaba tales empresas,
pues aparte del mantenimiento de la comunidad, había que
construir una iglesia y todos los edificios necesarios para su mi-
nisterio.
121

2. LA FINANCIACIÓN DE LOS EDIFICIOS


D E LAS Ó R D E N E S RELIGIOSAS

Llegados a la ciudad, y en unos primeros tiempos que a veces


se convirtieron en años, los religiosos se acomodaban general-
mente en casas que o bien les cedía algún particular, o bien las al-
quilaban (el precio de los alquileres será queja constante). Mien-
tras tanto intentaban conseguir los solares y el dinero o rentas
necesarios con los que levantar su templo y morada definitiva.
Una idea de lo que a veces tardaban en ello nos la puede dar el
convento de San Basilio de Madrid; fundado en 1608, se trasladó
desde su primitiva vivienda en el Arroyo del Abroñigal, a una
casa en la calle Desengaño, donde finalmente los religiosos co-
menzaron a construir su convento en 1647, pues no hubo hasta
entonces dinero para iniciar la fábrica".
Acomodarse a una casa que se adaptara a las necesidades del
culto durante un tiempo fue general; así lo hicieron, por ejem-
plo, los religiosos basilios cuando se establecieron en Granada:
«Y teniendo licencias del Prelado y Ciudad, se acomodaron de
casa, tomando la que fue de don Antonio Álvarez de Bohorques
del Consejo de Hazienda, y Marqués de los Truxillos, en las ribe-
ras del Genil, dándole el patronazgo del Convento. Dispúsose en
forma de Iglesia, y la bendixo el Argobispo, con que se puso el
Santíssimo Sacramento, y se llevó la Imagen de Nuestra Señora
con processión solene a ocho de Mayo de mil y seiscientos y ca-
torze...»^'. En este caso fueron unas casas del que iba a ser patrón
del convento las utilizadas, y, de hecho, siempre la mayor o me-
nor riqueza de un convento estuvo en función de la calidad de
sus fundadores.
La orden jesuíta, por ejemplo, los tuvo muy generosos, rivali-
zando a la hora de aportar dinero para engrandecer los templos o
para las fiestas que en ellos se celebraban". En la península fue el
Colegio de la Compañía en Salamanca uno de los más ricos, pues
Felipe III le destinó 12.000 ducados anuales de renta, y aunque
durante ese reinado no les fue concedida su solicitud de comer-

25 V . T o v a r ( 1 9 7 6 ) , c i t a n d o a Madoz, Diccionario geográfico..., ( 1 8 7 4 ) .


26 Bcrmúdez de Pedraza ( 1 6 3 8 ) , f. 2 8 6 v.°
2^ Vallcry-Radot, Recueil dtsplám... págs. 7 2 y 7 3 .
122

ciar con las Indias Portuguesas (asi se había financiado en parte


el Monasterio de la Encarnación), en 1623, reinando ya Feli-
pe IV, se les concedió el viaje de dos navios a cambio de que «la
Compañía instalase en el edificio que se pretendía construir un
Convictorio donde recibiesen educación hasta cien alumnos se-
glaresw^». Mientras tanto, el Colegio Imperial de Madrid, que ha-
bía solicitado lo mismo, hubo de esperar por orden del general
Vitelleschi a que se tramitase la solicitud de Salamanca.
Tantos privilegios y medios económicos se debieron a que
fueron los jesuítas interlocutores de la política escolar de muchos
soberanos, creando instituciones de fama europea. «Según el
plan uniforme de la Ratío Studiorutn (1599), se fue formando, en
los 372 colegios que sostenía la orden en 1616, una minoría se-
lecta eclesiástica y seglar que configuró con más fuerza que nin-
gún otro factor Iglesia y mundo»^''. Se convirtieron estos cole-
gios en el instrumento idóneo para la formación de dirigentes,
respondiendo a la presión política de la nobleza, que deseaba
para sí el ejercicio de los cargos públicos*. La nobleza española,
los validos y los mismos reyes fueron sus principales benefacto-
res, pero también del resto de la sociedad obtuvieron limosnas:
los jesuítas de Sevilla, por ejemplo, ingresaron entre 1 6 1 1 y l 6 1 3
más de 19.000 ducados en «limosnas ordinarias y extraordinarias
y otras cosas», aparte de los dos mil ducados de limosnas de la sa-
cristía. Con ello pudieron sustentarse, cancelar algunas deudas y
pagar obras de la casa y la huerta".
Una importante contribución a la riqueza de las órdenes reli-
giosas radicaba en las exenciones de impuestos, lo que, según
Sancho de Moneada, era una de las causas de la ruina de España.
En el mismo sentido Lisón y Biedma proponía en 1622 que se
impidiera a las órdenes comprar bienes raíces por el daño que de

2« Rodríguez G. de Ceballos (1969), págs. 24 a 25, y 42 a 45.


2' Jedin (1972), vol. V, pág. 774. Hay una versión de la Ratio Studiorum de
1591, y la definitiva es de 1599. Sobre el tema véase Astrain (1913), IV, caps. I
y II.
"' Brizzi (1980), pág. 153.
" Herrera Puga (1971), pág. 69. Publica este autor un manuscrito, que se
encuentra en la Universidad de Granada, en el cual se relata la historia de la
Casa Profesa de la Compañía en Sevilla entre 1611 y 1614.
123

ello se derivaba a la monarquía^^ Una parte de los ingresos de


los diezmos se destinaba también a costear los edificios3^; además
las órdenes poseyeron con frecuencia casas para alquilar en las
ciudades, así como tierras productivas. Con todo esto y los ingre-
sos percibidos por las misas u otros servicios religiosos, pudieron
bien que mal irse manteniendo y levantando sus edificios.
Las grandes obras de nueva planta no obstante, surgirán so-
bre todo gracias al dinero de fundadores, patronos o protectores
pertenecientes a la nobleza, la misma Iglesia y la monarquía.
Con respecto a esta última, la piedad demostrada al fundar tem-
plos justificaba la santidad de sus acciones, y sería don Pelayo el
primer rey de esta monarquía que demostró su gran virtud con
sus limosnas a templos y monasterios3''. No hace falta recordar el
valor de las fundaciones que nacieron gracias a la generosidad de
Felipe II, tal como relatan Cervera de la Torre y Vander Ham-
men. Para este rey toda gran obra de arquitectura era ya en sí
misma un bien público, y Vander Hammen lo llamará por razón
de sus donaciones «Padre de la Misericordia». La estrecha rela-
ción entre monarca y divinidad podría explicar la prodigalidad
real a la hora de fundar instituciones religiosas, pues al fin y al
cabo «reinan por Dios», y «grande, ilustre y casi divino oficio es
el de reyes»". La misma corona real salió de la fuente de «la vo-
luntad divina, de donde salen todos los Reyes y Emperadores de
la tierra»"-. Incluso cuando se hable en clave mitológica se podrá
decir que el rey es «el lúpiter de España», pues sabido es «que los
Príncipes procedían de lúpiter»'^
En el reinado de Felipe III es cuando más crecieron las órde-
nes religiosas, a pesar de las voces que se levantaron en contra,
debido al empobrecimiento a que llevaba al reino. El rey que,
aparte de las grandes fundaciones, ayudaba a los conventos con

52 Sancho de Moneada (1619), pág. 160, y M. de Lisón y Biedma (1622),


Ms. núm. 2352 de la B. N. M. (s. fol.).
35 Bennasar (1967), pág. 396, y Domínguez Ortiz (1970), págs. 147
y 148.
5" Cervera de la Torre (1599), pág. 74.
55 Palabras de Castillo de Bobadilla (fines del xvi) y Narbona (1621) res-
pectivamente, citadas por Tomás y Valiente (1982), pág. 66.
5í' Carrillo (1616), f. 173.
57 Pellicer (1631), ff. 9 v.°. y 80 v.°.
124

leña, solares etc. ^8, impuso su voluntad en muchos casos por en-
cima de otros poderes, y así, por ejemplo, tanto Felipe III como
el duque de Lerma consiguieron que el convento de los Capuchi-
nos se instalara en Madrid en 1609 a pesar de la oposición del
Consejo, pues esta orden, dedicada al apostolado del pueblo sen-
cillo, fue especialmente querida por este monarca".
Este mismo rey dedicó una atención especial en su testamen-
to a dos de sus fundaciones: el Monasterio de la Encarnación en
Madrid y el Colegio de la Compañía de Jesús en Salamanca. El
Monasterio de la Encarnación era femenino (fue entregado
en 1611 a las agustinas recoletas) y, por lo tanto, especialmente
vulnerable a la pobreza, ya que la mayoría de los medios con que
las órdenes masculinas podían captar fondos en su servicio a los
demás, a las monjas de clausura les estaban vetados (cabe recor-
dar aquí lo que cuenta Sepúlveda, de que cuando la corte partió a
Valladolid, quienes peor lo pasaron fueron los monasterios de
monjas, pues «como las pobres señoras no pueden salir padecen
muchísimo trabajo»*").
Cuando la reina Margarita decidió fundar este monasterio, lo
hizo «con intento de poner en él las hijas de los criados de su casa
que por falta de dotes carecían deste remedio»*'. A cambio estas
monjas engrandecerían el reino con su ejemplo de santidad. El
lazo que las unió a la casa real se tradujo en piedra en el pasadizo
que unió monasterio y palacio, gracias al cual, desde el alcázar
era posible «comunicar y abrazar el convento»''^. Cuenta Matías
de Novoa que la buena intención de la reina con respecto a las
hijas de sus criados más necesitadas, se vio entorpecida por «la
vanidad e hipocresía de algunas personas eclesiásticas que sirven
en Palacio, y con capa de religión tienen más ambición que vir-

'" A los agustinos descalzos de Granada en 1614 les concedió, ajjarte de los
solares que había al lado del antiguo Hospital general que ellos ocuparon, una
cantidad de carros de leña seca del Soto de Roma, lo que parecía ser frecuente
para socorrer a los monasterios pobres. A. G. S., C. y S. R., leg. 303, s.
fol.
w Jedin (1972), vol. V, pág. 775; Domínguez Ortiz (1970). pág. 75 y Quin-
tana (1629), f. 435 v.o.
•"' Sepúlveda, Historia de varios sucesos... (Zarco Cuevas, IV), pág. 245.
41 Novoa (1611), CODOIN, LX, pág. 440.
"2 lUdem.
125

tud», pues aconsejaron a la reina que en este monasterio «no reci-


biese doncella que no fuese hija de gran señor», influyendo al pa-
recer en ello el que los tales que así aconsejaron «presumieran
hacer oposición al convento Real de las Descalzas»^' Parece
confirmar el éxito de tales maquinaciones el hecho de que el
mismo autor, así como Jerónimo de la Quintana y el mismo rey
en carta a su hija, al dar noticia de las nuevas monjas, señalen su
procedencia de alta cuna*».
La vinculación con la monarquía en el Colegio de la Compa-
ñía de Salamanca se patentizó tanto en signos externos como los
escudos y armas reales, como en las misas que se celebrarían por
el eterno descanso de los reyes, que con este tipo de fundaciones
convirtieron la piedad en un bien social. Con respecto a la En-
carnación, Felipe III en su testamento, después de recordar el
protagonismo de su esposa, la reina Margarita, en su fundación,
encomendó a su hijo el príncipe y a sus sucesores «que por tiem-
po fueren en esta corona y reynos, que faborezcan, conserven y
onrren la dicha fundación conforme a las cláusulas della», y lo
mismo hizo con el Colegio de la Compañía en Salamanca. Sobre
él se dice lo siguiente en el testamento: «Y porque la dicha reyna
doña Margarita, deseando la propagación de nuestra Santa Fee
Católica, desseó bibiendo fundar un Colegio en Salamanca de la
Compañía de Ihesus, que serviesse de seminario y estudio de Ar-
tes y Theología assí para naturales, como para estrangeros...»^.
Queridas ambas fundaciones en el ánimo del rey, hay, sin em-
bargo, una diferencia entre ambas: para el Monasterio de la En-
carnación no se detallan los fines ni el beneficio social que se es-
peraba de la comunidad religiosa; el hermetismo de la clausura
lo explica. En cambio, para el Colegio de Salamanca, no se olvi-
da de especificar las funciones más importantes para las que fue
fundado: propagar la fe católica y ejercer una docencia que de
forma directa enriquecería a la sociedad.
Los poderosos de esta sociedad favorecieron y fundaron en
ocasiones otras instituciones no menos necesarias en las grandes

*5 ídem, pág. 442.


** Quintana (1629), f. 437 y 437 v."., Novoa (1611), pág. 443, y B. N. M.,
Ms. 2348, f. 443 (carta de 26 de diciembre de 1611 a su hija).
« Testamento de Felipe III (ed. de 1982), cláusula 18, 30 de marzo de
1621, y cláusula 19.
126

ciudades: los hospitales. Asilo de pobres y de enfermos, su núme-


ro se multiplicó al compás del crecimiento de las ciudades, hasta
el punto de que Sancho de Moneada se quejará en 1619 de que
había en España demasiados «lugares de la pobreza como hospi-
tales...»"'. Si contamos los que enumera Morgado para Sevilla
en 1587, éstos sumaban ya 17, habiendo en Madrid a comienzos
del siglo XVII 15 de ellos'" si las fuentes de la época no engañan, y
en otra gran ciudad como lo fue Valladolid habría antes de me-
diar el siglo no menos de 13 hospitales"*. La relación entre la
grandeza de la ciudad y el número de hospitales se pone de mani-
fiesto si comparamos estas cifras, por ejemplo, con las de Sego-
via, donde había 5, cuatro de ellos fundados en el siglo xvi (su
época de gran esplendor como ciudad) y sólo uno fundado du-
rante el reinado de Felipe III.
La financiación y mantenimiento de los hospitales tenía
también mucho que agradecer a las donaciones de particulares,
conservando en ellos la memoria de sus fundadores, enterrados
frecuentemente en la iglesia del Hospital. De hecho, entrar en la
historia con la sepultura sólo era posible en el escenario de la
iglesia, y el prestigio de la persona enterrada había de traducirse
no sólo en el mismo sepulcro, sino también en la riqueza del es-
cenario en que se integraba, y el lugar en que se ubicaba.
La caridad guió muchas fundaciones y donaciones y, aunque
a veces había intereses económicos ajenos a esa virtud en las rela-
ciones nobleza/Iglesia"'^ fue sobre todo el prestigio que compor-
taban lo que determinó esas inversiones espirituales en muchos
casos. El caso de la iglesia de San José de Ávila, en la que se deseó
que no hubiera «armas ni letrero de nadie» para que no «sirviese
a la vanidad», fue algo raro en unos años que conocieron la crea-
ción por parte del duque de Lerma de toda una ciudad repleta de
conventos.
El deseo de eternizarse en las piedras de conventos e iglesias
fundados por ellos alcanzó a toda la nobleza, y con respecto a

•»<' Sancho de Moneada (1619) (ed. de 1974), pág. 134.


•" González Dávila (1623), págs. 11 y 12.
"8 ídem (1645), págs. 652 y 653.
•" Cuando se detuvo al Secretario Pedro Franqueza, se encontró (enero de
1607) que «tenía también joyas y objetos de valor en conventos y en poder de
particulares». Pérez Bustamante, La España de Felipe III, pág. 133.
127

este fenómeno se dirá ya en el siglo xvii que «los señores y caba-


lleros han introducido por vanidad, y por calificar sus lugares, y
por emulación de sus semejantes, el tener un monasterio o más, y
así lo procuran, alegando por excelencia de sus Estados el tener
tantos monasterios...»50. Vanidad, emulación, calificar sus luga-
res y la excelencia de sus estados son los cuatro fines que se deta-
llan: la piedad religiosa ni se nombra, absorbida por esa otra ca-
tegoría mucho más determinante que es la del prestigio.
Es sintomático de esta mentalidad que en escritos de co-
mienzos del siglo XVII se recuerde a las grandes familias de tiem-
pos pasados por las edificaciones que financiaron y los sepulcros
que labraron en ellas, así los caballeros Bracamontes, venidos de
Francia a España en tiempos del rey Don Pedro, unirán a la his-
toria de sus hazañas la de su enterramiento, en la capilla del con-
vento de San Francisco en Avila, y a su nombre quedará unida
una de las más bellas edificaciones manieristas que conserva esa
ciudad, la capilla de Mosén Rubí de Bracamente^'. Un ejemplo
de cómo la belleza de los sepulcros se convierte en valencia his-
tórica nos la proporciona Lobera en la historia que publicó de
León en 1596. Relata este autor que, cuando el conde de Lemos
vio en la catedral de Lugo los sepulcros de santa Froyla (madre
de san Froylán) y de uno de sus hijos, «tuvo por certíssimo indi-
cio, y testimonio de su nobleza y calidad, tener sepulchros tan ri-
cos, y tan levantados en el choro, y capilla mayor de una Iglesia
tan insigne»". La belleza y el lugar que ocupen dentro del tem-
plo serán los dos factores que, al sumarse, nos den como resulta-
do el prestigio del muerto, en relación también con la categoría e
importancia del templo en sí.
Durante el reinado de Felipe III se dio una mayor importan-
cia a los sepulcros y ritos funerarios que en el reinado preceden-
te, a pesar de las solemnes y majestuosas exequias que se celebra-
ron a lo largo del reinado de Felipe II. Esta mayor importancia
del tema fúnebre, según es aceptado por la mayoría de los histo-
riadores, se corresponde ya con una mentalidad barroca, en esa

50 González Dávila, H.' de Felipe III, cap. 85. Citado por Domínguez Oniz
(1970), pág. 71.
51 Cáscales (1622), ff. 445 v.° y 447.
52 Lobera (1596), f. 10 v.°.
128

danza que a veces parece iniciar el barroco con la muerte: las 264
calaveras, 224 lazadas de huesos y 52 muertes del túmulo de Feli-
pe III, responden a ello*^
Se trató de remediar incluso la humildad de que hicieron
alarde en sus sepulcros las personas reales del reinado anterior,
empezando por el mismo Felipe II. Escribió González Dávila
que este rey «no labró entierro para sí, porque quiso que nadie
pensassc, levantava aquel prodigio de maravillas (se refiere al
Monasterio de El Escorial) para enterrar sus cenizas. Reconoció
Felipe III la humildad de su padre», e inició «un Mausoleo y
sumptuoso sepulcro, digno de sus gloriosos Progenitores, y Prín-
cipes de la Casa de Austria, fabricado de jaspes y de mármoles de
maravillosa hechura»" (se refiere, claro está, al Panteón del Mo-
nasterio). Del mismo talante que Felipe II, la anciana emperatriz
María, que acabó sus días en las Descalzas, dejó dicho que a su
muerte la enterraran «al pie del altar de la oración del huerto,
que está en el claustro baxo del Monasterio de las Descalcas, con
sola una piedra lisa y llana encima»". Pues bien, en tiempo de
Felipe III, el 11 de marzo de 1615, el sepulcro de la emperatriz
fue trasladado al coro, pero se respetó en parte su deseo, pues no
fue a un lugar «magestuoso ni precioso», sino sólo «más decen-
te», trazado por Juan Gómez de Mora^'.
Un texto del que fue precisamente cronista de la historia de
las Descalzas, Fray Juan Carrillo, denunciaba en 1619 el exceso a
que estaban llegando los sepulcros. Escribiendo sobre la humil-
dad de la sepultura de la emperatriz María, convocaba a su con-
templación a todos esos «mundanos locos»

que aun al tiempo del testamento no tratan sino de los


vínculos, de los mayorazgos, de las capillas, de las armas lúci-
das, de los títulos y blasones magestosos, que han de tener en
sus sepulturas... Quando veo los sepulcros prodigiosos de los
que viuen y mueren desta suerte, enmedio de aquellos jaspes
costosos, y entre aquellas colunas tan artificiosamente com-
puestas y labradas, entre aquellas estatuas de bronce, entre

5' Sobre el túmulo de Felipe III, véase Azcáratc (1962), pág. 291.
5^ González Dávila (1623), pág. 59.
55 Carrillo (1616), f. 218.
56 V. Tovar (1983), págs. 262 y ss.
Portada de San Frutos. Catedral de Segovia.
(Capitulo II, Después de El Escorial.)
Monasterio de San i.orcnzo c\ Rea] de Kl Escorial, Madrid.
{Capítulo 11, Después de El Escorial.)

tVríj J- .' n.^^/ j-f- í

Monasterio de El Escorial, Picter vanden Berge, Thtatrum Hhpamae, exhibeus reg-


ni Urbes, Amslcrdam (s.a.). (Capitulo U, Duspucs du Hl Escorial.)
A. l.aliiicco,/./¿TO... apparteneiiie a ¡'architeüura... Rom¡i, 1558.
(Capitulo Ili, La formación del arquitecto.)
,f 1¿>*»
'i^^^K* -==-,f=?=ÍTV
" ^ ^ T

^ \ ' ^
--'^'^^ni.,.

G. Busca, Della espugnaüone, ei diftsa delle foríez^. Turín, 1585.


(Capítulo VI, [j3s tratados de arquitectura mililar.)
PorCílda de l;i cusa de los condes de Cira! en Almansa, Albacete.
(Capiculo IV, 1.a noblez;! en la ciudad.)

Casa de [-abio Nelli. Valladolid. (Capítulo IV, La nobleza en la cLudad.)


Palacio de don Alviiro de Bazán en El Viso del Marques.
(Capitulo IV, La nobleza en la ciudad.)

Palacio del duque de Uccda. Madrid.


(Opículo IV, ],a nobleza en la ciudad.)
Plaza y palacio ducal de l.crma. Burgos.
(Capítulo IV, La nobleza en la ciudad.)
'-'3 í^*"-.' •%' \
# «.^,, > ^
/ Ai'-"-- jft..-* •

El Alcázar de Madrid. Topographia de ¡a VUk de Madrid áeícripla pur áotí Pedn> de


Teixeira. Año 1656. {Capítulo IV, La nobleza en la ciudad.)
Entríida del principe de Giiles en Madrid.
(Capitulo IV, ].A r\nh\u?:\ en i;i (HIKIIKI.) ('MUSCO Municipal, Madrid.)

Oipiila du \¡os¿n Kubi du líriicamüiitü. Avila.


(Capitulo V, Financiación de los edificios de las órdenes religiosas.)
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Ciipilla de Moscn Rubi de Bracamoncc. AVÍIÍL. Dctallu de l;i fachada.


{Capiculo V, Kin;inciación de los edificios de las órdenes religiosas.)
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Patio del palacio de Martin Muñoz de his Posadas. Scgovia.


(Capitulo V, La iglesia en la ciudad.)
Colegio del Cardenal. Monforte de l.emos, Lugo. (Capítulo \', Los edificios y
el .simbolismo espacial de los ámbitos religiosos.)

Colcffio tiel Cardenal. Interior de la iglesia. Monforte de Lemos, Lugo.


(Capitula V, Los edificios y el simbolismo espacial de los ámbitos religiosos.)
171 Arte.y vfo De Arclátcfiura. ^7?
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Fniv Lorenzo de San Nicolás, Segunda ynpreshn de ¡a primera paris del artt y
uso'de anhiífcSura. Madrid. Ió67. Ejemplo de decoración de bóvedas, (Ca^
pícuJo V, l-o-s edificios y el simbolismo cspíiciai de los ámbitos religiosos.)
interior de la iglesia del monasterio de San Blas. Lerma, Burgos. (Ca-
pitulo V, i_x)s edificios y el simbolismo espacial de los ámbitos religiosos.)
Iglesia de Müntcdcrr;imo. Orense. (Capitulo V, Los edificios y el simbolismo
espacial de los ámbitos religiosos.)
Iglesia de San José. Ávila. (Capitulo V, Los edificios y el simbolismo espacial
de los ámbitos religiosos.)
129

tantos títulos gloriosos, el letrero que entre todas aquellas tan


vanas apariencias mejor se lee y muestra, es: Aquí yaze vn tan
gran necio, que su vida mandó al mundo y su muerte a las va-
nidades. Con mucha razón puede llamarse necio, pues cuida
tanto de dexar su sepulcro adornado con vn hábito honroso,
y no repara en que su alma vaya allá con eterno sambenito.
Desventurado del necio que quiere que el monumento suyo
esté sobre leones sustentando como si aquellos huuiessen de
defenderlo del oluido, y no mira los leones infernales, que
abiertas las garras, y afiladas las presas, le esperan para despe-
da9arle. Desventurado del necio que tiene ánimo para traer
los jaspes de mil leguas y las piedras costosas para hazer su se-
pultura, y por otra parte no tiene pies para llegar a la Iglesia a
contessar sus pecados...'.

J.a apariencia y la riqueza, que han aumentado con los años


como si con ellas se pudiera lograr un mejor lugar en el Cielo, le
parecen a este fraile muestras de hipocresía de una sociedad que
peca a diario. Por otra parte, escudos, jaspes, columnas, estatuas,
leones... eran ya casi tópicos en los sepulcros, y tanto esos ele-
mentos llenos de color y movimiento como las mismas palabras
que los condenan, parecen introducirnos en el arte y la retórica
barrocas.
Aunque no siempre fueron las iglesias de los conventos el lu-
gar de entierro de sus fundadores —entre otras razones porque
los grandes nobles no se limitaban solamente a una funda-
ción—, sí es el caso que en vida siempre tuvieron en esas iglesias
por ellos fundadas un lugar preferente asignado que era la tribu-
na. Hl aislamiento privilegiado que proporcionaba tal espacio
parecía encontrar todavía más sentido cuando —caso muy fre-
cuente— la fundadora era una viuda que, perdida la guarda del
marido, buscaba el amparo y tranquilidad de unos muros con-
ventuales en los que acabar sus días invirtiendo en su construc-
ción toda la fortuna. Así, las tribunas, los sepulcros y los escudos
del fundador fueron (junto con los pasadizos cuando éstos unían
el palacio con la iglesia) signos de un intercambio entre Iglesia y
nobleza en el que ambas resultaron fortalecidas y enriquecidas
frente a una población urbana que cada vez devino más mera es-

Camilo (1616), fí. 221 V." y 222.


pectadora. Pasar a la inmortalidad con toda la dignidad inheren-
te a su clase pudo parecer a muchos casi un deber, invertir en
obras piadosas un consuelo y el precio de la salvación, y transfor-
mar su dinero en arte —que también hay que decirlo— debió
constituir para muchos un auténtico placer.
Fue también frecuente que aparte de las fundaciones de casas
para las órdenes religiosas, o bien como acomodación de la mis-
ma voluntad a fortunas más reducidas, se multiplicaran los ora-
torios particulares. Jerónimo de la Quintana en su historia de
Madrid da ejemplos de ello^", así como de los impedimentos que
ponían las parroquias a que en ellos se dijeran misas, pues en al-
gunos casos fueron pequeñas iglesias de carácter público. La ex-
cusa de que las parroquias estaban lejos y que, por tanto, estos
oratorios públicos eran necesarios no pareció satisfacer a las
parroquias, que veían que, por si fueran poco las órdenes religio-
sas, también esos oratorios las empobrecerían; y con respecto a
los oratorios particulares, parece que no fueron más que el disfraz
de una forma de religión en la cual pronto se ampararon ciertos
religiosos de pocos escrúpulos (al menos si hacemos caso de lo
que se decía por aquel entonces). Es interesante en este sentido
el párrafo que les dedica Fernández Navarrete en 1626:

Mucha parte de los daños que acarrea en la Corte la mu-


chedumbre de Clérigos, se remediaría con prohibir de todo
punto los Oratorios particulares, con cuyo color se entretie-
nen mucho, y algunos que quigá no son Sacerdotes más que
en el hábito largo, infamando con sus acciones el estado que
indignamente professan^''.

Para acabar ya, y por lo que se refiere a las fundaciones de los


prelados, éstas fueron espléndidas, pues gran parte de sus ingre-
sos fueron dedicados a ellas. No podían testar sus bienes, y ello
quizá influyó en el progresivo lujo manifestado en sus viviendas
sobre todo desde el reinado de Felipe III. Los excesos de estos
prelados, por otra parte muy generosos también en lo referente a
fundaciones, darán lugar a que se recuerde con admiración la
sencillez y austeridad de estos hombres inmediatamente después
de Trente. Como ejemplo de vida, González Dávila pondrá al ar-
•>» Quintana (1629), ff. 442 v." y 455.
'•'' Fernández Navarrete (1626), pág. 177.
131

2obispo Francisco Blanco, que dejó escrito cómo la «casa del Pre-
lado ha de parecer más Monasterio que Palacio», dejando además
antes de morir limosnas para el Hospital de Santiago, para el Co-
legio de la Compañía que fundó en Málaga, para los pobres de su
arzobispado y para sus propios deudos'*". Muy lejos desde luego
esta actitud de la de ese otro obispo, que lo fue de Chile, y al que
cuando murió en Sevilla le fueron hallados en unos escritorios
«sesenta y cuatro mil y doscientos escudos de oro sin liga, en ba-
rras, texos y polvo de oro, todo lo cual vino de Indias sin regis-
tro, y se embargó todo por hacienda de su Majestad»'''.
La referencia a los años posteriores a Trento siempre aparece
cuando se quiere alabar la austeridad y ejemplaridad de algún
prelado. Un ejemplo de pureza contrarreformista fue el del licen-
ciado don Diego de Espinosa, cardenal y obispo de Sigüenza, na-
cido en el pueblo de Martín Muñoz, que hoy conserva el bello
palacio por él construido. Pero si lo construyó fue por la insis-
tencia del rey Felipe II, pues era reacio a unir la fama de su nom-
bre a riquezas y glorias terrenales, siendo como fue uno de los
hombres más poderosos de su tiempo. Su respuesta al rey según
González Dávila fue que «Parecería mal, que Ministros tan
exemplares edificassen grandezas, mayorazgos, ni palacios, que
ponían en escrúpulo a todos los que passavan, y se dava lugar a
los discursos libres de la Corte, si pudo, ó no pudo ser, con los
gajes y mercedes. Y alegava con lo que San luán Chrysóstomo
dize de los Ministros públicos que edifican palacios y grandezas.
Palabras que atemorizan, y quitan de la mano el deseo de edificar
en la tierra»''^. Aparecen en este texto tanto el valor de las homi-
lías de san Juan Crisóstomo, como el hecho de que fuera fre-
cuente en la corte criticar con recelo y animosidad las riquezas
que exhibían algunos obispos en sus palacios. Cuando este obis-
po finalmente edificó su palacio lo hizo «con una condición, que
se avían de poner en ellas (sus casas) las armas de su Majestad, en
señal, que por su mandado se avían edificado, y no con voluntad
de su dueño»'''.

"" González Dávila (1645), págs. 99, 100 y 104.


'•1 Noticias de Madrid (1621-1627) (ed. de González Falencia, 1942), pá-
gina 41.
'•2 González Dávila (1623), pág. 364.
''' ídem, pág. 365.
132

Todos estos problemas de conciencia nunca existieron cuan-


do de lo que se trató fue de financiar una edificación religiosa, la
riqueza del culto y ornamentos de una iglesia, o el mantenimien-
to de hospitales o colegios, fines a los que los prelados dedicaron
gran parte de sus ingresos. Por ejemplo, el Colegio de San Am-
brosio de la Compañía de Jesús, en Valladolid, fue fundado por
Diego Román, obispo de Tlaxcala, en la Nueva España, con la
intención de que le sirviera de sepultura. Tirso de Molina cuenta
por su parte que el trigesimoquinto maestro general de la Orden
de Nuestra Señora de las Mercedes, fray Alonso de Monroy
(1602-1609), que había sido vicario general en Perú, volvió de
allí riquísimo, y esa riqueza la invirtió en la casa de su orden en
Sevilla, en la cual «edificó la yglesia sacristía, claustros principa-
les en el dicho monasterio... Las pinturas, retablos, ornamentos,
plata de el divino culto y quanto una chatedral opulenta necesi-
ta; todo le sobra a la nuestra, y todo se lo deve a este gran padre...
Ennobleció de capillas y retablos el templo, los claustros y la sa-
cristía, tan excelentes en la pintura y guarniciones que compiten
con lo más presumido de estos reynos»'"*. Para unos hombres que
no podían legar sus bienes y cuya vida era la de la Iglesia, inver-
tirlos en grandes obras piadosas fue lógico, y así sus nombres
suelen ir unidos al de una fundación.
En casos raros, como el de don Rodrigo de Castro, que por
indulto de la Sede Apostólica pudo testar, también fue la funda-
ción en la que había empeñado todo su poder y fama la benefí-
ciaria de esa riqueza, y así, fue el Colegio de la Compañía de Jesús
en Monforte de Lemos, el que recibió los bienes del cardenal,
que fue enterrado allí después de su muerte, ocurrida en Sevilla
el año 1600'>5.
Con frecuencia además, las más poderosas familias nobles
contaron entre sus miembros con personajes de la Iglesia. Por
ejemplo, don Maximiliano de Austria, emparentado con la fami-
lia real y encumbrado al obispado por Felipe II, fue, desde julio
de 1603, arzobispo de Santiago. Durante los casi once años que
ocupó la sede «ayudó con larga mano al convento de San Fran-
cisco de la ciudad de Santiago, con que pudo edificar su claustro

'"• Tirso de Molina, Historia General..., pág. 265.


'•'' Espinosa de los Monteros (1627), f. 118 v.".
133

en la forma que oy se goza. En la misma ciudad edificó un Hos-


pital para recoger niños desamparados. En una isla junto a Re-
dondela reedificó un Convento de Recoletos de la Orden de San
Francisco». También González Dávila, a quien pertenece la cita,
recuerda otro caso de un prelado de gran familia cuyas donacio-
nes financiaron edificios religiosos como es el de don Pedro
González de Mendoza. Hijo del duque de Pastrana y de doña Ana
de Mendoza, fue empleado por Felipe III incluso para solucionar
asuntos de importancia en Portugal, y fue arzobispo de Granada
en 1610. En esa ciudad «acrecentó en su Iglesia a la Capilla Ma-
yor el Cruzero del Coro» y «labró las casas Arzobispales». Trasla-
dado a Zaragoza, allí «engrandeció las casas obispales»; traslada-
do de nuevo, esta vez a Sigüenza y ya en 1623, dio cuatrocientos
ducados al año para gastos de la fábrica de la iglesia y cinco mil du-
cados para cerrar con rejas los dos coros, pero además «labró
la fortaleza desta ciudad, que sirve de Palacio a sus Prelados».
Muy lejos ya de aquel espíritu trentino a que hacíamos referencia
anteriormente, eligió para enterramiento su lugar de origen, Pas-
trana, donde fundó un Colegio en el que se educaran músicos, y
«una capilla suntuosa, que sirve de sepultura de sus mayores, y
propia con ricos ornamentos, y rentas», gastando en esta última
casi trescientos mil ducados''''.
Quizá uno de los mejores casos en lo que se refiere a funda-
ciones e inversiones «artísticas», sea el de don Bernardo de Rojas
y Sandoval. Obispo en tiempos de Felipe II, en 1598 fue nom-
brado cardenal, y en 1599 arzobispo de Toledo. Hasta su muerte,
en 1618, fue uno de los arzobispos más generosos que tuvo la
sede toledana. No es un caso que pueda ser generalizable, puesto
que su proximidad al valido —el duque de Lerma era su sobri-
n o — , a quien se permitió aconsejar, y a quien aconsejó de hecho
en el momento del retiro''", le convierte en un personaje especial,
con unas especiales relaciones con el poder.

'''' González Dávila (1645), págs. 107, 114 y 207.


'" Sobre la caída de i.erma, véase el libro citado de Tomás y Valiente. Por
su parte, González Dávila (1645), págs. 282 y 283, escribe al respecto que ha
leido «una carta que escrivió a su sobrino el Duque de Lerma en que haze de-
mostración del peligro que corría su alma en el estado de privan9a, en que le te-
nía su Rey, donde con palabras muy lastimosas le pide cesse en muchas cosas
no provechosas para su conciencia. Algún fruto dio esta carta, que como el Du-
134

Fue un hombre que dio muchas Hmosnas —que en las


tierras de su arzobispado distribuían los jesuítas— y muchos edi-
ficios surgieron bajo su amparo. En la Capilla de Nuestra Señora
en la catedral, que es donde fue enterrado, gastó, al decir de las
crónicas, ciento veinte mil ducados. Al convento de capuchinos
de esa ciudad dio una «casa de recreación» a orillas del Tajo, la-
brando la «Iglesia y Convento, y un artificio de agua». Adornó la
«Capilla de la Descensión de nuestra Señora» en la Catedral. En
las casas arzobispales «baxó de peña viva la entrada principal, y
la dexó dispuesta para que passen las processiones de la Semana
Santa... y dispuso la vivienda del Palacio, dándole muchos ador-
nos de comodidad, y grandega, y renovó un passadi^o, y edificó
una escalera desde el Palacio a la santa Iglesia»''". Según González
Dávila, gastó en vida más de dos millones de ducados (más o me-
nos lo que importó el presupuesto militar de la monarquía en
1616), y lo espléndido de sus fundaciones lo reflejará, por ejem-
plo, Vicente Espinel en 1618, cuando hace una relación de éstas
en la dedicatoria al cardenal de la Vida de Marcos de Obregón. Otra
fundación importante desde el punto de vista artístico que hizo
este arzobispo fue el Convento de las Bernardas de Alcalá de He-
nares, en el que las religiosas —deudas suyas— no debían pagar
ni un maravedí como dote. Además de todo esto y de obras me-
nores, ayudó económicamente a los reyes, dotó capellanías, etc.,
pero la mayor parte de su fortuna se la llevaron los conventos y
«edificios santos, y públicos de su Dignidad»'"
,,(,')

3. L o s E D I F I C I O S Y EL S I M B O L I S M O ESPACIAL
D E LOS ÁMBITOS R E L I G I O S O S

Las suntuosas fábricas que se levantaron gracias a sus funda-


dores fueron en su mayor parte destinadas a las órdenes religio-
sas. En Trento no se habían tomado disposiciones sobre la ar-
quitectura. Las únicas fueron referentes al decoro: todas las igle-

que era privado manso, benigno, y de buenas palabras, y dócil, obedeció a la ra-
zón, y conformándose con la voluntad de su Rey, que dio crédito a las verdades
de muchos, con su gracia se retiró a sus listados, donde acabó con los honores
públicos de la púrpura, y Capelo»,
'•» ídem, págs. 280 a 282,
'•'' ídem, pág, 282.
135

sias debían presentar un aspecto exterior e interior digno, proce-


diendo a su reparación cuando ésta fuese necesaria™.
Fueron por lo general espléndidos los edificios de la Compa-
ñía de Jesús, como el de Salamanca a que hemos hecho referen-
cia, o el antiguo Noviciado en Madrid; en los estudios que ha de-
dicado A. Rodríguez G. de Ceballos" tanto a estos edificios
como a arquitectos de la orden, se comprueba la vinculación ti-
pológica entre las distintas iglesias erigidas por la Compañía: Al-
calá de Henares, Toledo, Salamanca, Colegio Imperial de Ma-
drid, etc., buscando en ellas —tal como se escribía con respecto
a la de Salamanca— que fueran «las más sumptuosas, proporcio-
nadas, y vistosas yglesias que aya en España»'2. La obligación de
enviar las trazas de los edificios de la orden a Roma para ser
aprobadas contribuyó sin duda a la aparente uniformidad de los
edificios jesuítas, cuya arquitectura, de una gran eficacia funcio-
nal, tendió a ser sobria en la decoración"' y contribuyó de esa
manera al afianzamiento en España de la característica arquitec-
tura desornamentada posescurialense.
Si la iglesia de la Compañía en Alcalá de Henares sirvió de
modelo para iglesias jesuítas trazadas con posterioridad, también
la Colegiata de Villagarcía de Campos se convertirá en referen-
cia para otros edificios de la Compañía (aunque no sólo para
ellos, como ha estudiado Martín González). La influencia del
foco vallisoletano en Galicia (a la que se une la de Andalucía a
través de la figura de Ginés Martínez de Aranda)^" se canalizó en
gran medida a través de arquitectos u obras de la orden jesuita, y
así, por ejemplo, el arquitecto jesuita Juan de Tolosa, que intervi-
no en el edificio más importante de la orden en Galicia, el Cole-
gio del Cardenal en Monforte de Lemos, fue autor también de la
iglesia de Montederramo en Orense que, según Bonet, «influirá

"" Tcssari (1983), pág. 250.


"' Véase la bibliografía.
•'- A. C;. S., C. y S. R., leg. 327, f. 68.
"' Rodríguez G. de Ceballos (1970), pág. 65. Pirri (1975), págs. 3, 104,
y S. Benedetti (1984), págs. 67 y ss.
"> Galera (1982), pág. 90 y ss., y Bonet (1960). Recientemente ha sido pu-
blicada la edición facsímil del manuscrito de Ginés Martínez de Aranda, Cerra-
mientosy trazas de montea, con una introducción de Bonet (1986).
136

poderosamente en la reconstrucción de los antiguos templos be-


nedictinos y cistercienses»'5.
En los grandes complejos arquitectónicos como el de Mon-
forte de Lemos la referencia a El Escorial fue por otra parte casi
un lugar común, tal como en otro lugar hemos apuntado ya con
respecto a ese edificio. Así, por ejemplo, el edificio de los Jeróni-
mos de la Nora, en Murcia, fue llamado según Tormo «El Esco-
rial murciano», y el monasterio de San Miguel de los Reyes en
Valencia, también de la orden Jerónima, resulta ejemplar a los
mismos efectos. Otros grandes conjuntos que debemos recordar
son el convento de Santo Domingo en Orihuela —donde inter-
vino Agustín Bernardino (o Bernaldino), autor también de la
impresionante iglesia de San Nicolás de Bari en Alicante—, la
Seo de Xátiva, iniciada en 1596 y de lentísima construcción (y
con bastantes licencias con resjjecto al clasicismo, como el alar-
gamiento de las pilastras en el interior) o el Santuario de la Santa
Cruz de Caravaca, en el que la influencia de El Escorial es tam-
bién patente; en muchas de las obras citadas se perfila además
con nitidez la figura de un fundador (como Felipe II en El Esco-
rial) como verdadero «motor» de la construcción.
La poderosa Iglesia de la Contrarreforma convirtió estos
hermosos complejos arquitectónicos, alejados de la Corte, en
centros de saber (muchos fueron Colegios, e incluso algunos
como Santo Domingo de Orihuela, llegarán a ser universida-
des), las Colegiatas en centros al servicio del dogma y de la predi-
cación, y en general todos ellos en medios de dominio y control
tanto del territorio como de las almas, casi fortalezas de Dios,
«castillos» de nuevos señores.
Los conventos y monasterios tenían, por supuesto, además
de la iglesia, «casa, claustros, oficinas, jardín, fuentes y huerta»,
tal como se detalla con respecto al Monasterio de la Encarnación
en 1616^'', pero era el templo el corazón del conjunto. La mayo-
ría de las iglesias fueron o de tipo «cajón», o de planta de cruz la-
tina. Algunos ejemplos de lo segundo serían la iglesia del monas-
terio de la Inmaculada de Chinchón, la iglesia de Santo Domin-
go el Antiguo de Toledo, la Capilla Cerralbo de Ciudad Rodrigo,

^5 Bonet (1960), pág. 192.


"'' Anónimo de 1616, en Simón Díaz (1982), pág. 101.
la de Santo Domingo de Jaén, o las Bernardas de la misma ciu-
dad. En algunas zonas perduró el tipo de iglesia columnaria, y
sólo en muy contados casos fueron las iglesias de planta oval. De
entre estas últimas quizá sea la de las Bernardas de Alcalá de He-
nares la más importante'^, pues en esta obra Juan Gómez de
Mora fue capaz de sintetizar investigaciones espaciales de arqui-
tectos manieristas anteriores a él como Serlio, Vignola, Danti o
el mismo Miguel Ángel (hacer referencia aquí al temprano ejem-
plo de la Sala Capitular de la catedral de Sevilla sería extrapolar
indebidamente un tema como el de la planta elíptica, elaborado
fundamentalmente por los arquitectos manieristas italianos). En
esta iglesia el coro se sitúa detrás del altar, ubicación que encon-
tramos incluso en iglesias de planta más convencional —como
la de las Carmelitas de Afuera de la misma ciudad, o el monaste-
rio de San Blas en Lerma— en lugar de la solución más frecuen-
te en las iglesias de la Contrarreforma, que fue la del «nártex- so-
tocoro» con el coro a los pies de la iglesia. Juan de Herrera colo-
có el coro en la cabecera tanto en sus trazas para la catedral de
Valladolid como en las que dio para Santa María de la Alham-
bra. La oposición a esta ubicación del coro detrás del altar —al
modo palladiano— por parte de otros arquitectos se apoyó in-
cluso en las Sagradas Escrituras, y así, por ejemplo, Lázaro de
Velasco escribió que «el coro detrás del altar es contra la divina
escritura que dice ínter vestibulum et altarum»'"^. Las trazas para la
iglesia de la Alhambra, «no propias para el sitio y lugar que fue
imposible poderse edificar conforme a ellas»''' fueron reiterada-
mente estudiadas por otros arquitectos en lo referente a su cabe-
cera, pero la solución de Herrera, aunque desvirtuada por Fran-
cisco de Mora y por Vico, no desapareció totalmente de Santa
María de la Alhambra, pues coro, torre y sacristía permanecie-
ron en la cabecera. El problema de la ubicación del coro fue
tema de reflexión en otros lugares, como Antequera, donde se
decidió en 1590 trasladar el coro de su iglesia colegial desde la
cabecera detrás del altar, donde estaba, al centro de la nave. Pero
aunque la solución del coro detrás del altar apenas se practicó

Catálogo de la Exposición Clausuras de Alcalá (1986), págs. 23 y 24.


Citado por M. Gómez Moreno (1940-41), págs. 7 y 12.
K. G. S., C. y S. R., leg. 322, i. 429.
138

hasta el siglo xviii, será adoptada en el Siglo de Oro en ejemplos


como los que hemos referido, a más de algún otro convento de la
orden carmelita.
Por lo que se refiere a los edificios de esta orden, sus templos
fueron más sencillos, pero siempre proporcionados en busca de
la belleza, para lo cual llegaron a tener incluso un módulo al cual
atenerse. Fueron por lo general sus iglesias del otro tipo a que
nos hemos referido, es decir, de «cajón» (con un crucero muy
corto, casi atrofiado), y el modelo a partir del cual evoluciona-
ron fue creación de Francisco de Mora en la iglesia de San José
de Avila. Con esta obra a su vez se relacionan otras dos del mis-
mo arquitecto, que son la del Colegio de doña María de Aragón
en Madrid (planta rectangular, de una nave con crucero, capillas
laterales, testero plano) y la de San Bernabé en El Escorial, tem-
plo que, según Sigüenza, «salió acertado, alegre, hermoso; tiene
una sola nave de cincuenta y dos pies y más de ancho y ciento
cincuenta de largo, sin la capilla mayor», en él se dejaron «los es-
tribos... por la parte de dentro, y así, sacando las paredes senci-
llas fuera, se hicieron por cada banda cinco capillas harto bue-
nas»"". La traza de esta última obra fue posiblemente hecha hacia
1589 y, según Cervera Vera, pueden verse en ella tres influen-
cias, la de Herrera, la de Palladio y la de iglesias germánicas. La
relación con Santa María de la Alhambra se manifiesta asimismo
en el recurso de utilizar los contrafuertes para formar capillas la-
terales.
A pesar de que la referencia última a Herrera parece siempre
inevitable, fue Francisco de Mora uno de los grandes creadores
de la arquitectura religiosa del periodo que estudiamos, y mu-
chas de sus investigaciones serán utilizadas y casi «codificadas»
por fray Alberto de la Madre de Dios. Francisco de Mora tam-
bién propondrá soluciones al tema de las capillas en las catedra-
les con la capilla de San Segundo en la catedral de Avila. En su
haber y el de su sobrino, Juan Gómez de Mora, se cuenta asimis-
mo la creación de un espacio detrás del altar, el «camarín», en la
Capilla de Nuestra Señora de Atocha en Madrid, solución de
enorme éxito en la arquitectura barroca. Merece la pena recor-
dar las palabras de Jerónimo de la Quintana referentes a este ca-

Sigüenza (ed. de 1963), pág. 404.


139

marín, pues hablan ya un lenguaje barroco: «Y aora en nuestros


tiempos se ha hecho un Camarín detrás del mismo Altar para
vestirla, de maravillosa arquitectura, traga y disposición, ador-
nada de muchos compartimientos de reliquias de grande estima-
ción, y veneración. Paredes con sus pilastras, y bóveda, dorado, y
matizado todo de varios, y vistosos colores con gran primor; en
lo alto de la bóveda dos coros de Angeles agrosamente dibuxa-
dos...»*".
Antes de que los espacios religiosos se adornaran en la mane-
ra que las palabras de Quintana sugieren, fueron las colgaduras,
las poesías y los jeroglíficos los que embellecieron en las fiestas
los sencillos interiores, que sólo en algunas iglesias andaluzas
como la de Santa Clara de Sevilla se vieron enriquecidos por
molduras de estuco con motivos ornamentales del repertorio
manierista. La costumbre de abovedar los templos, tan típica del
clasicismo, hÍ2o de las bóvedas un lugar idóneo para la concen-
tración de una decoración geométrica —que codificará más tar-
de friy lorenzo de San Nicolás— posiblemente inspirada en su
origen en alguno de los modelos propuestos por Serlio en su li-
bro IV, y que en iglesias como la de San Blas en Lerma encuen-
tra uno de sus mejores ejemplos. La centralización espacial que
supone el casquete semiesférico sobre pechinas del crucero, e in-
cluso la recreación de vanos termales —tan típicos de estas igle-
sias— inexistentes, resultaban «dibujadas» gracias a estas sensi-
Uas decoraciones geométricas. Con ellas parecería que el espacio
fuera creado a base de líneas, un espacio casi dibujado, en el que
la belleza de las proporciones resultaba así explicitada.
Antes de pasar a hablar del simbolismo espacial de los ámbi-
tos en que se desenvolvió la vida religiosa, hemos de tocar otro
tema, que es el de las fachadas, es decir, la primera imagen que el
fiel tenía de la casa de Dios. Un tipo de fachada que de inmediato
se identifica con este periodo es el que Francisco de Mora creó
en la iglesia de San José de Ávila. La relación de esta fachada con
la tradición arquitectónica española, con otras obras de Mora y
sobre todo con la villa Godi de Palladio en Lonedo, ha sido
puesta de manifiesto por los estudiosos del tema. Es un tipo de

«1 Quintana (1637), f. 41. Sobre Nuestra Señora de Atocha, véase V. Tovar


(1983), pág. 245.
140

fachada que culminará en la del Monasterio de la Encarnación


en Madrid que, posiblemente con traza del mismo arquitecto,
fue llevada a cabo por fray Alberto de la Madre de Dios quizá
con la colaboración de Juan Gómez de Mora. Es una fachada
que «sirvió de modelo para toda la Península, incluidos ejemplos
en Portugal, desde Navarra hasta Valencia y desde Galicia hasta
Andalucía, durante todo el siglo xvii hasta fines del siglo xviii,
perdurando en Madrid hasta nuestros días»''^. La iglesia de los
Capuchinos del Pardo, obra del reinado de Felipe III, así como
algunas iglesias de Lerma, seguirá, por ejemplo, el mismo tipo de
fachada de la Encarnación.
Las fachadas de las iglesias fueron un elemento especialmen-
te cuidado, pues en ellas se condensaba tanto la belleza formal
como el mensaje destinado a atraer al fiel. Los órdenes arquitec-
tónicos, las proporciones, las hornacinas para las figuras de los
santos (tal como recomendaba san Carlos Borromeo), así como
la utilización de ricos materiales, hacían de ellas algo pleno de
significado. Por otra parte, la relación con el entorno cada vez se
cuidará más, y en ese sentido puede ser significativo que cuando,
en 1616, se pidieron unas columnas de jaspe para las puertas de
Santa María de la Alhambra, se pretendió con ello no sólo lograr
«perfegión y autoridad», sino también que «en lo que pudiere co-
rrespondan a las de las casas reales»"*. También el marcar me-
diante los elementos de la fachada un eje central al edificio co-
menzó a ser lo común en toda la arquitectura europea de co-
mienzos del siglo XVII.
La planitud de las fachadas —puede ser ejemplar la de la Ca-
pilla Cerralbo en Ciudad Rodrigo— fue general a comienzos de
ese siglo no sólo en España, sino también en Italia, y como ejem-
plo podemos recordar las fachadas de G. B. Soria en Roma. Esa
planitud se conjuga en España con el énfasis puesto en el eje cen-
tral, lo cual, además, tendía a acusar la verticalidad. Por otra par-
te, remates de clara filiación escurialense, como «pirámides y
frontispicio y bolas», se consideraban todavía hacia 1625 algo
necesario para la «policía y adorno» de los edificios"''.

»-' Bonet (1984), pág. 26.


"' A. G. S., C. y S. R., ieg. ?<2(>, f. 601 y 602.
»" Saltillo (1948), pág. 103.
Iglesia del Monasterio de la Encarnación, Madrid.
(Dibujo de Leandro Cámara.)
Como fue la arquitectura religiosa la que conoció en el Siglo
de Oro un desarrollo mayor en lo que a nuevas tipologías de fa-
chada se refiere, no es extraño que las iglesias se convirtieran en
una referencia formal de «modernidad» que traspasaba incluso
los límites de sus funciones. Quizá eso explique que una típica
fachada de iglesia contrarreformista sea utilizada por Hernando
de Soto (Emblemas moraliiüíidos, 1599) como imagen de «unas casas
al uso» cuando se refiere a la «virtud externa» o «la virtud en lo
exterior».
Las fachadas de las iglesias, pero sobre todo las portadas, fue-
ron lógicamente el elemento empleado cuando de lo que se tra-
taba era de renovar un templo, y nuevas portadas se colocaron
en ese sentido tanto en el interior como en el exterior de los edi-
ficios. En cuanto al exterior, no parece haber mejor ejemplo que
la portada de San Frutos de la catedral de Segovia, obra de Pedro
de Brizuela. Relacionada con el nuevo espacio de la plaza, es con
ésta con la que armoniza, convirtiéndose en nexo formal entre el
espacio urbano y el espacio religioso. Hasta en el material con-
trasta con el color de la catedral y, sin embargo, nadie llega a ver
esta portada sin antes haber posado la vista en los muros de la ca-
tedral. Es el «camino» del clasicismo —del espacio de la plaza a
la axialidad de la puerta— configurando de nuevo la imagen de
la ciudad, pero integrando en ella la arquitectura del pasado.
En un nivel más modesto también, por ejemplo, cumple esta
función la portada lateral de la parroquia de Sos del Rey Católico
en Zaragoza, que consigue una cierta renovación del templo vin-
culándolo a la existencia de un espacio urbano. Por lo que se re-
fiere a los interiores, aparte de las capillas clasicistas —como por
ejemplo la del Santo Cristo de los Milagros de la catedral de
Huesca— insertas en el espacio medieval de las catedrales, tam-
bién las portadas clasicistas cumplieron la función de incorporar
a la modernidad esa arquitectura del pasado: la parroquia de
Bielsa en Huesca, Santo Domingo de la Calzada o Santa María de
Huerta guardan ejemplos de ello.
Las portadas fueron uno de los elementos más universales
del vocabulario clasicista. La fuerza de sus sencillas composicio-
nes y todas las posibilidades que ofrecían los elementos de que se
componían (órdenes, arquitrabes, frontón, remates...) hicieron
de ellas un instrumento idóneo para la elaboración del «mensaje»
MORALIZADAS. j
V Ir tus externa.
La virtud en lo exterior.

Vn hombre maloy vulgar


Hi^o Vfjás ca[as al vy^,
T ¡oiré fuspuertaspufo:
Cofa mala mha de entrar,
Diogcrtes^ue iovioj
Díxo: T el dueño por doniei
^e es hipócrita el que efconde
Amello que no mofjrí.
A 5 L
Hernando de Soto, Emblemas moralh^das. Madrid, 1599.
144

clasicista; independientemente de la orden a que perteneciera el


edificio o de la suntuosidad de éste, las portadas eran siempre ex-
plícitas con respecto al estilo que en ellas se plasmaba, a la men-
talidad a que respondían, y a la voluntad de modernidad que lle-
vaban implícita.
Son ejemplares por su mensaje clasicista portadas como la de
la catedral, la Universidad o la iglesia de la Encarnación de Bae-
za; en Alcaraz la portada de la Trinidad, de hacia 1592, dirigía tí-
midamente hacia el clasicismo manierista el arte de uno de los
lugares más adornados de obras renacentistas de aquella zona de
España. Sin que esto pueda ni quiera ser un repaso exhaustivo,
también fachadas monumentales tan distintas como la lateral de
San Esteban de Murcia y la principal de Santo Domingo el Anti-
guo de Toledo, confieren al edificio ese carácter de fábrica sun-
tuosa que sólo se entiende completamente en relación con la ciu-
dad, pues eran los fieles de la ciudad quienes sentían la magnifi-
cencia de los templos a través de la monumentalidad de las por-
tadas.
Se tendió cada vez más a concentrar en las portadas, por
donde iba a entrar el fiel al templo, todo el poder de captación.
Esto se puede comprobar no sólo en las grandes fachadas, sino
también en esa multitud de portadas que se destacan netamente
de los paramentos con su proporcionada sencillez. Como ejem-
plos pueden venir al caso la del convento de Santa Clara en Vi-
llarrobledo, la de la iglesia de Santiago en Granada, la de la Mag-
dalena en Cehegín, o las más ricas de El Salvador en Caravaca o
la Merced en Sevilla.
La importancia del eje central en las fachadas, tan diáfano en
iglesias del foco clasicista vallisoletano como San Martín o San
Miguel, resultó a veces realzado al ser flanqueado —como en
Dueñas, por ejemplo— por nuevas verticales. En ocasiones las
torres desempeñaron un gran papel en ese sentido, pues a veces
la fachada se enmarcó entre dos torres, como en la catedral de
Valladolid o el Santo Sepulcro de Calatayud. Por otra parte, al-
gunos modelos de Serlio seguían también ese esquema. En otros
casos, una sola torre ocuparía el ángulo noroccidental, a los pies
de la iglesia, y sólo en raras ocasiones la torre se ubicaría en la ca-
becera.
Hay que señalar la importancia de la Iglesia Colegial de San
145

Pedro en Lerma, donde la torre ocupa el centro de la fachada,


con lo cual axialidad, verticalidad y atracción sobre el fiel resul-
tan multiplicadas. Quizá en esta iglesia de San Pedro se esté pa-
tentizando —al igual que en las lonjas y las tribunas como ahora
veremos— una clara alusión al modelo del templo de Salomón:
según publicaba M. Esteban en 1615, en el templo de Salomón
«sobre el vestíbulo se levantava una torre hermosíssima, y subía
gran parte más que todo el edificio»; da las medidas y sigue, «le-
vantávase esta torre con tres altos o tres suelos, con tres órdenes
de columnas pegadas a la pared y cada orden de columnas con su
maderamiento de cedro»*''. Parece Esteban estar describiendo
esta torre de la Colegiata de Lerma: sobre el vestíbulo, mucho
más alta que el resto del edificio, está formada por tres cuerpos
con sus correspondientes pilastras (esas «columnas pegadas a la
pared») y cornisas. No parece aventurado afirmar que nos en-
contramos una vez más con una referencia directa al templo de
Salomón en la arquitectura religiosa del Siglo de Oro, y quizá
tampoco sea aventurado pensar que la voluntad del duque de
Lerma tuvo que ver en ello, dentro de la dinámica de superación
del reinado anterior, en el que la construcción del Monasterio de
El Escorial fue tantas veces comparada a la del templo de Salo-
món. Ahora una nueva imagen, la que propone M. Esteban, y
una nueva realización, la de esta iglesia en la ciudad de Lerma,
parecen querer dejar atrás imágenes anteriores.
Con ello iniciamos el tema de lo simbólico en la arquitectura
religiosa, en la que fueron constantes las referencias al templo de
Salomón, pues grande fue la majestad de Jerusalén «por aver en
ella la casa de Dios, que era sombra, y dibuxo de nuestros tem-
plos»"'".
Hubo al menos un espacio del templo de Salomón que fue
recreado en los templos de comienzos del siglo xvii: las lonjas o
compases. Quizá la explicación de tales espacios desde un punto
de vista simbólico no se produjera hasta mediados de ese siglo,
pero esa imagen del templo de Salomón arranca desde los estu-
dios patrocinados por Felipe II sobre el tema. Adricomio Delfo

«•^ M, Esteban (1615), f. 92 y 92 v.".


»'• Fonseca (1612). Son palabras de un sermón de san Juan de Ribera,
de 1609.
146

hablará en 1656 de un «pórtico muy espacioso»»', pero será sobre


todo Bermúdez de Pedraza quien asociará ese espacio del templo
de Salomón con las lonjas o compases de las iglesias:

La primera estancia, era la común de los seglares, la que


llamavan profana, porque en ella asistía el pueblo... y los pri-
meros Christianos, desseando que la fábrica de sus Templos
se asimilassen al de Salomón; por orden de San Pedro los di-
vidieron en tres compartimientos; el compás de las Iglesias,
corres¡x)nde al primero Atrio... si alguno passava indecente-
mente por este Atrio, o atravesava cargado de una puerta a
otra... se lo prohibía Christo nuestro Señor, y mandava passar
por fuera del Atrio, o compás del Templo»".

La identificación del compás de las iglesias con el primer


atrio del templo de Salomón fue, pues, algo constatable a media-
dos del siglo XVII. El mismo autor estableció también el respeto
que se había de sentir en el interior de los templos, «pues si de-
lante de los Reyes de la tierra, que son criaturas del Rey Eterno,
se tiene tanta atención; con mayor recato, y reverencia deven los
fieles entrar en la Iglesia, casa palacio, y retrete del Rey de los
Reyes, Tabernáculo donde se aposenta su sagrado Cuerpo», y si-
gue: «La Iglesia es Palacio del Rey Eterno; es la Corte de los Án-
geles; su cielo, y su domicilio, abreviado en el pequeño espacio
de un Templo; donde los fieles avían de estar como pasmados
emulando el silencio, y modestia de los Angeles; que son tam-
bién ministros del Sacerdote... Qualquiera Iglesia donde se apo-
senta el Rey Eterno Sacramentado, es su casa, y es su Palacio
real; porque en ella da sus audiencias este gran Rey... a grande si-
lencio, y modestia grande obliga su real presencia»"''. Con sus pa-
labras entramos en el interior de la iglesia, y con respecto a los
interiores hay unas palabras de fray Andrés de Santa Ana que de-
bemos recordar aquí:

Sant Juan Chrisóstomo dice que cuando estamos en la


Yglessia no devemos pensar que estamos en la tierra sino que

«" Adricomio Delfo (1656), pág. 104.


"" Bermúdez de Pedraza, Historia Eucharisttca... i. 46 v." a 47 v." y 82 v."
»'' ídem, f. 21, 23 v.", 24 y 61 v.".
147

nos an suvido a el cielo y que estamos entre los choros de los


Angeles y seraphines... Sant Gregorio afirma que quando se
celebran los misterios sagrados se abren los cielos y que bajan
choros de ynumerables ánjeles que asisten a ello'".

Quien mejor definió, no obstante, el carácter simbólico del


interior de los templos fue Rus Puerta, aun cuando no se estuvie-
ra refiriendo en concreto a ese tema, sino a los prodigios que
acompañaban el hallazgo de unas reliquias, como eran las luces,
cruces, campanicas «como las que tañen quando se alga la Hostia
consagrada», la música, los olores... '". Todo ello configuraba el
espacio religioso ya a comienzos del siglo xvii, pues se trató de
crear espacios en los que el milagro tuviera cabida; fueron en ese
sentido espacios «milagrosos», en los que representar todos aque-
llos fenómenos que anunciaban el hallazgo de unas santas reli-
quias, que al fin y al cabo fueron siempre algo inseparable de
cualquier iglesia.
Con respecto al tema de las reliquias, tan antiguo y a la vez
tan presente para los hombres de esa época, podemos recordar
cómo la sexta regla de san Ignacio decía «Alabar reliquias de
sanctos, haciendo veneración a ellas y oración a ellos», y verda-
deramente el culto a las reliquias alcanzó cotas difícilmente su-
perables.
Según cuenta Cervera de la Torre, cuando Felipe II estaba
muriendo, «mandava que cada día le truxessen algunas reliquias,
especialmente de los santos con quien tenía más devoción; las
quales besava y adorava con... ternura y humildad», con lo cual
daba buen ejemplo a sus subditos, pues «viendo los pueblos que
los Reyes assí acatan las reliquias, les tienen ellos gran respeto y
reverencia»'". Auténtica pasión despertaron las reliquias, y de
ello hay abundantes ejemplos: cuando el cadáver de fray Martín
de Carrascosa fue llevado a Cuenca en 1603 para ser sepultado
«la muchedumbre se abalanzó a él con tal ímpetu que el obispo y
otras personas principales estuvieron a punto de morir arrolla-
dos... la gente... no contenta con tocar rosarios y medallas y lle-

"" Fr. Andrés de Santa Ana, B. N. M., Ms. 846, f. 48.


''1 Rus Puerta (1634), f. 145 y ss.
'« Cervera de la Torre (1599), págs. 39 y 41.
148

varse trozos del hábito... empezaron a cortarle los dedos», por lo


que se le enterró rápidamente".
No debe extrañarnos esta pasión de la multitud, pues incluso
un hombre culto como Francisco de Mora, trazador real, cuenta
en su Dicho... lo siguiente refiriéndose a su devoción por santa
Teresa, y a las consecuencias que ésta provocó cuando pudo ver
el brazo de la santa: «... sin que las monjas lo viesen, con las uñas
de los dedos tomé un tantico del tamaño de medio garbanzo, y
aún menos, y envolvílo en un papelico pequeño, y metilo en mis
horas, y guárdelas... A mí me quedaron los dos dedos bañados
con óleo que sale de él, que me espanté»'". Este culto a las reli-
quias de los santos, en el que desaparece toda posible repulsión
hacia los cuerpos muertos, encuentra en un ejemplo que nos
pone Quintana otra buena expresión: cuenta este autor que
cuando se quiso trasladar el cuerpo del mercedario descalzo fray
Juan Bautista del Santísimo Sacramento, éste estaba incorrupto,
«y me dixo la venerable Mariana de Jesús, que se halló presente
quando la sacaron, que ella misma metió la mano por una aver-
tura que le hizo con el hazadón al descubrirle el sacristán, y tocó
la asadura tan fresca como si estuviera recién muerto»''''.
Las reliquias de los santos, para cuyo recibimiento se hacían
siempre grandes fiestas, podían llegar a convertir en milagroso
un espacio sagrado. Ya nos hemos referido anteriormente a lo
que Sepúlveda cuenta que ocurrió cuando al embajador del rey
de Francia le fue mostrada la obra de El Escorial: «cuando llega-
ron a querelle enseñar las reliquias, no pudieron abrir los relica-
rios, ni las llaves quisieron hacer su oficio. Túvose por permi-
sión de Dios para que aquel pérfido hereje no viese aquellas san-
tas reliquias»'"'.
Los relicarios en las iglesias siempre fueron un tema de pri-
mer orden y parte esencial de su grandeza y estima por parte de
los fieles. Cuando a comienzos del siglo xvii se proponga en Ma-

'" Domínguez Ortiz (1970), pág. 186 y 187. Sobre el cuito a las reliquias, a
los santos y la importancia de las imágenes en la España del xvi, véase W. A,
(^hristian, Local Religión in Sixteenth-Century Spain, Princeton, 1981, que centra su
estudio en Castilla la Nueva.
'•I Dicho... de Francisco de Mora, en Cervera Vera (1950), pág. 96.
"•• Quintana (1629), f. 432 v.".
'"' Sepúlveda, op. cit., pág. 251.
149

drid la erección de una catedral, la propuesta incluirá que «tanto


el retablo del altar mayor como los otros se deberán hacer de
arriba abajo con reliquias para superar así a todas las demás igle-
sias»'". Esto no debía de ser fácil (la catedral no se construyó, asi
que no hubo caso), pues eran famosísimas las reliquias de las
grandes iglesias de España, como las del Sagrario de la catedral
de Toledo, tal como recuerda, por ejemplo, Francisco de Pisa. El
deseo de poseer las más preciadas fue general a todos los monar-
cas, y así por ejemplo Felipe III llevó al Monasterio de El Esco-
rial el relicario (entre sus reliquias había doce cabezas) que la
emperatriz María había traído de Alemania''". Con el tiempo, al
prohibirse poner huesos en el tabernáculo, adquirirán una ma-
yor relevancia los relicarios.
El milagro del hallazgo de las reliquias con todo el misterio
que rodeaba lo sagrado, confirió a los espacios religiosos un po-
der sobre los hombres que trascendió la esfera de lo corporal.
Así, lo mismo que fue imposible abrir unas puertas en El Esco-
rial para un hereje, también le fue imposible a un hombre peca-
dor entrar en el templo de Nuestra Señora de Atocha, y a otro
que quiso irse sin confesar le fue imposible salir de él'".
La iglesia como espacio celestial —sin ser ni muchos menos
tal concepción una novedad— fue también uno de los tópicos
de estos tiempos, y cuando se quiere alabar el interior de un tem-
plo, se recurrirá siempre a llamarle «Cielo». Se dirá, por ejemplo,
de la capilla de Atocha que parecía «un Cielo, y un vivo Retrato
de la Gloria»'"", y cuando la imagen de la Virgen de Atocha fue
llevada a las Descalzas y luego a Santo Domingo con ocasión de
una enfermedad de la reina Margarita, se dirá que pasó «de un
cielo a otro cielo»'"'.
La extraordinaria belleza del cielo, tal como la describen al-
gunos sermones, podría de nuevo remitirnos a los imaginados
interiores del templo de Salomón, donde «el asseo del Altar, la
magestad de luzes, las flores, las yervas olorosas, los perfumes y
colgaduras; todo aviva la devoción para más venerado este gran

' " J u a n de Herrera, /"rafa..., B. N. M., Ms. 246, pág. 136.


''" Sepúlveda, op. cit., pág. 341.
' « Q u i n t a n a (1637), f. 113.
'""/¿fOT, f. 4 1 .
'"' León Pinelo, Anales..., año 1601.
SeñoD)'"'. Inserto ya este texto de mediados del xvii en la teatra-
lidad de la cultura del barroco, no hace de todas formas sino
continuar una tradición descriptiva de interiores religiosos bas-
tante anterior. Se podría decir que ya a comienzos del siglo los
espacios religiosos tenían poco que ver con la sencillez y austeri-
dad de la arquitectura que soportaba la decoración.
Al texto citado en el que se habla de luces, flores, hierbas olo-
rosas, perfumes y colgaduras sólo le falta una referencia para ser
perfecto: la música. Ya Morgado —y toda una tradición ante-
rior— en su historia de Sevilla de 1587 relacionaba la música
con el carácter celestial de los templos, y así, en la catedral, por
ejemplo, era «cosa del Cielo» la suave música que se escuchaba.
Inseparable la música de cualquier celebración religiosa, en Ma-
drid la capilla del rey de «músicos de vozes y instrumentos», «las
dos capillas de música de los Reales Conventos de las Descalzas
Franciscas, y de la Encarnación», la del convento de San Felipe,
la del «Carmen que también es célebre», y la «música de la Mer-
ced, luzida capilla»"", fueron algunas de las más famosas de co-
mienzos del siglo XVII.
La música, las luces, las colgaduras y las flores fueron agentes
configuradores del espacio religioso con ocasión de las fiestas.
Además los aromas —se llegaron a utilizar en el interior de los
templos tiestos de naranjas, limas y almendros— asociaban la
sensación de paz que la naturaleza podía proporcionar con la vi-
sión del Paraíso. Así se pudo escribir, por ejemplo, del oratorio
de la princesa Juana que «era el Aranjuez de su entretenimiento,
y el Pardo deleitoso en que passava muchos ratos de su vida»'"^
Las flores siempre habían decorado — c o m o siguen haciéndolo
hoy en día— el interior de los templos, y en las iglesias de la cor-
te el adorno de flores se debía en muchos casos a la caridad real;
así, en 1582 el rey Felipe II enviaría, de las rosas de la Casa de
Campo, de los jardines de Doña Leonor de Mascareñas y de los
de la Priora, 20 arrobas al hospital de Antón Martín, 14 arrobas
al Monasterio de San Francisco, otras tantas al Monasterio de

i"2 Bermúdez de Pedraza (1643), f. 103,


" " Relación... fiestas... Santa Teresa (1627), f. 6 y 6
K I" Carrillo (1616), f. 57
151

Nuestra Señora de Atocha y lo mismo para la Casa de la Compa-


ñía de Jesús'"5.
Aparte de la música y de las flores, también las luces —quizá
uno de los elementos de mayor fuerza plástica en la configura-
ción del espacio religioso— y las colgaduras tuvieron a comien-
zos de siglo un papel protagonista, antes de que las últimas fue-
ran sustituidas por pinturas en el interior de los templos.
Con respecto a las colgaduras, en 1619, en el Memorial de los
pintores de la Corte a Felipe III sobre la creación de una academia o escuela
de dibujo, aparecía la figura de los «comisarios de la Fiesta» que,
entre otros cometidos, tenían el de buscar las colgaduras y hacer-
las colgar en la Iglesia con motivo de la festividad de san Lucas.
Por su parte Suárez de Figueroa, en la traducción que publica de
la obra de Garzoni en 1615, dedica el discurso 41 a «los sepultu-
reros. Funerales, y Colgadores de Yglesias», comprobándose así
lo perfectamente delimitadas que estaban las funciones de estos
profesionales, de los que dice lo siguiente: «suceden en último
lugar los que cuelgan, y adornan las Iglesias para fiestas y soleni-
dades principales, o los monumentos en la semana Santa, según
la costumbre de la Iglesia Católica, donde ponen en obras Rasos,
Damascos, y varias colgaduras, junto con quadros, hiedras, lau-
rel, ciprés, y otros adornos a este modo, que tienen tanto más de
espléndido quanto están mejor preparados, distintos más rica-
mente, y con mayor artificio, y novedad de invención»'"'-.
La necesidad de colgaduras para las fiestas obligaba a veces a
llevar éstas desde lejos, prestadas o alquiladas, si no había dinero
para tener unas propias, y en todas las relaciones de fiestas, la re-
ferencia a colgaduras y tapices es constante: «ricamente entapi-
zada» estaba San Jerónimo el Real con ocasión del Juramento a
Felipe III, al igual que lo había estado en los Juramentos anterio-
res a los príncipes y que lo estará en el futuro, cuando, por ejem-
plo, en el Juramento a Felipe IV, estuvo ese monasterio «colgado
de tapicería de oro y seda, de la historia de Abrahan y guerra de
Túnez» I»'. Los ricos materiales, el oro, la seda y los terciopelos

i"'* Iñiguez Almech (1952), pág. 210.


""• Suárez de Figueroa (1615), f. 197 v.".
•'"^Juramento a Felipe III..., B. N. M., Ms. 1750, ff. 108 y 120, y Reiación deiju-
ramento... (1608), f. 389.
siempre serán reseñados por los cronistas, y aunque a comienzos
del siglo XVII ya se combinaban a veces las colgaduras con cua-
dros, no llegaron a desaparecer y siempre se asociaron con las
fiestas, lo mismo en un interior religioso que adornando los
compases o las fachadas de la ciudad para marcar los recorridos
de las fiestas.
Los ricos conventos, como el de las Descalzas Reales de Ma-
drid, tuvieron colgaduras hechas ex profeso a medida de sus pare-
des, pero todos, ricos o pobres, las utilizaban para sus grandes
fiestas. Sus imágenes vibrarían con las luces de las velas, y casi
siempre se acompañaron de poemas y jeroglíficos. Así pues, los
altares como «montes de luces»'"", la música y los aromas de la
naturaleza crearon, junto con las colgaduras y los mensajes de las
poesías y jeroglíficos, unos espacios que invitan a hablar de ba-
rroco a comienzos del siglo xvu, a pesar de que no inviten a lo
mismo las desnudas iglesias tal como hoy las conocemos.
De la misma manera que si hablando de los túmulos funera-
rios nos atuviéramos sólo a la obra arquitectónica estaríamos
amputando una parte de la realidad, también con respecto al in-
terior de las iglesias no nos podemos atener únicamente a la ar-
quitectura como hoy la vemos, pues es «vestidas» como debemos
imaginárnoslas. Todas las relaciones y crónicas de festejos apun-
tan en ese sentido. Nacería así el espacio religioso del barroco en
unas arquitecturas que durante mucho tiempo siguieron ancla-
das en un manierismo clasicista de raíz escurialense.
Cuando llegaba la muerte, el duelo vestía con colgaduras ne-
gras las iglesias para los grandes funerales, y así por ejemplo,
cuando se trasladaron los restos de la emperatriz María, en las
Descalzas, los damascos negros y los doseles de negro y oro
transformaron el aspecto del monasterio durante la fiesta fune-
raria. El valor de los tejidos transformando la imagen de un edi-
ficio e incluso de una ciudad fue ampliamente experimentado en
esta época.
El espacio religioso en las celebraciones asumía con toda la
potencia plástica posible el carácter focal que los templos tenían
en la imagen de la ciudad. Eran los templos la imagen misma del
Cielo, donde el fiel creería entrar al traspasar sus umbrales. Des-

Relación... fiestas... Santa Teresa (1627), f. 8


153

de las tribunas del interior los reyes o los fundadores (lo mismo
que Salomón mandó «labrar un apartado como tribuna... y desde
allí orava en el Templo; y lo mismo hizieron los Reyes sus suces-
sores»"") contemplaban el Paraíso desde una posición privile-
giada.

Bermúdez de Pedraza (1643), f. 83 v.".


CAPÍTULO VI

La tiranía de la imprenta sobre el gusto

Se hace preciso abordar, aunque sea someramente, el tema de


los tratados de arquitectura, puesto que en ellos encontraron los
arquitectos un repertorio formal en el que inspirarse o a partir
del cual elaborar nuevas propuestas arquitectónicas. La impren-
ta, ese viejo invento chino sobre el cual todavía en 1619 se discu-
tía si no sería invento alemán', permitió su difusión, y los mode-
los de los tratados de Serlio, Vignola, Palladlo, etc., fueron utili-
zados por los arquitectos españoles.

1. LAS T R A D U C C I O N E S AL CASTELLANO

Los impresores españoles, que tanto enorgullecían a Liñán y


Verdugo según escribe en su Guiay aviso deforasteros... de 1620, di-
fundieron las traducciones de los más importantes tratados ita-
lianos. La traducción de los textos de Vitruvio y Alberti coinci-
diría con ese momento de esplendor arquitectónico que supuso
la creación de la Academia de Matemáticas. Publicados en 1582,
ya para entonces eran ambos tratados suficientemente conocidos
por los arquitectos españoles. El éxito de ambas traducciones es-
taba asegurado, pues eran el fundamento de la nueva arquitectu-
ra, pero quizá su efectividad a la hora de la práctica ya no era tan-
ta. Otros tratados: el de Serlio, traducidos dos de sus libros en
1552, y el de Vignola, traducido en 1593 y que se volverá a edi-
tar en 1619, resultaban más accesibles, y más «modernos» sus re-
pertorios formales. No obstante, pensaban algunos que todos los

Felini, Tratado nuevo... (1619), págs. 367 y 368.

155
156

tratados de arquitectura estaban «sacados del mar Océano de


Bitruvio»^, y que poco habia que añadir ai difícil texto vitru-
viano.
Francisco Lozano, maestro de obras y vecino de la villa de
Madrid, tradujo los libros de Alberti. En la dedicatoria —«a
Juan Fernández de Espinosa, Tesorero General de Su Magestad y
de su Consejo de Hacienda»— resume lo que movió a los traduc-
tores de tratados a iniciar tal labor: «considerando el mucho pro-
vecho que de ponerlos en nuestro romance Castellano resultava
a los Arquitectos de nuestra nación, y a las demás jjersonas de
nuestra España, que no entienden el latín ni tampoco la lengua
Italiana».
Como ha sido ya estudiado, la influencia de Serlio en España
fue importante, al igual que lo había sido en Francia. Fueron so-
bre todo sus libros III y IV, traducidos por Villalpando en 1552,
los más manejados, aunque los grandes arquitectos y los que es-
tudiaran arquitectura en la Academia o en los estudios de la Vi-
lla —y posteriormente en los estudios de los jesuítas— conocie-
ron el resto de sus libros, incluido el «Extraordinario...», a excep-
ción del inédito libro VI'.
El tratado de Vignola, «mera norma gramaticale» según Ar-
gan"*, tuvo desde su traducción mayor éxito que el de Serlio, y en
ese sentido ya Burckhardt en 1855 (El Cicerone) escribía que ese
tratado había dominado enteramente la arquitectura de los dos
últimos siglos. Patricio Cajés, aretino que vino a España en 1567
y murió en 1612, y que fue pintor del rey, fue quien «tradujo la
Cartilla de Arquitectura del Viñola en nuestro idioma castella-
no»\ A menudo, la influencia de Vignola en las obras arquitec-
tónicas españolas se muestra en mucha mayor medida que la in-
fluencia de Palladlo, aun cuando esta última sea evidente en el
foco de Valladolid, e incluso en arquitecturas efímeras''.

^ Rojas (1613), f. 39.


' Se manejó, por ejemplo, una edición de Vicenzade 1618 del libro VII, en-
cuadernado con el IV, el V y el libro Extraordinario, y se conocen varios ejem-
plares de la edición de Venecia de 1569 de los cmco libros: SebastianiSerliiBono-
niensis de architeclura libri quinqué. Sobre el libro VI de Serlio, véase M. Rosci
(1966) y A. Placzek, J. S. Ackerman, y M. N. Rosenfeld (1978).
" Argan (1942), pág. 182.
'' A. Palomino, El museo piciónco... (1715), pág. 838.
'- A. Cámara (1986).
157

La traducción inédita de Ribero Rada de los cuatro libros de


Palladio y las de Francisco de Praves —este último sólo dio a la
impresión en 1625 la traducción del libro primero, aunque tra-
dujo también el libro III y anunció su intención de traducir el
resto— son prueba del interés de los arquitectos españoles por
este tratado. Tal como escribía Bardi en 1581, era pensamiento
común en el debate arquitectónico de la época, que Palladio era
el «único Architetto de nostri tempi il quale aperti gli oscuri
pensieri di Vitruvio ha scrito, molto felicemente un libro d'Ar-
chitettura»'. Francisco de Praves anunciaba en la traducción del
primer libro de Palladio que iba a traducir, además de a Palladio,
el Vitruvio de Bárbaro, y que iba a escribir libros propios sobre
arquitectura, pero nada de ello se conoce hasta la fecha.
Vitruvio, Alberti, Serlio, Vignola y Palladio se vieron com-
pletados, en lo que a traducciones se refiere, con la traducción de
otros libros básicos para la formación de los arquitectos, y así Ro-
drigo Zamorano tradujo en 1576 los seis libros primeros de la
Geometría de Euclides, y Pedro Ambrosio de Onderiz, que fue
ayudante de Juan de Herrera y cosmógrafo mayor de Indias, tra-
dujo en 1585 la Perspectiva y Especularía del mismo autor. Los
libros de Euclides se incluían con los de matemáticas, astrono-
mía, arquitectura y aritmética en un mismo apartado en los catá-
logos de libros del siglo xvii, como el Catalogus librorum de 1662, y
también Possevino, en su Biblioteca selecta, incluyó lógicamente
los tratados de arquitectura junto con los de matemáticas.
La utilización de los diez libros de arquitectura de Vitruvio
fue una constante en los tratadistas de los siglos xvi y xvii en
toda Europa, desde Alvise Cornaro a Hondius, por citar sólo dos
ejemplos y no de los más famosos. Por eso fue la traducción de
esta obra lo que hizo pasar a la posteridad a Miguel de Urrea, más
que sus realizaciones artísticas. Por los mismos años en que este
entallador, que trabajó en Alcalá de Henares entre 1539 y 1564»,
traducía la obra de Vitruvio, esto es, antes de 1569, año en el que
habría muerto ya, otros emprendieron la difícil tarea sin que sus
obras llegaran a la imprenta: Lázaro de Velasco y Hernán Ruiz el

Bardi, Della chronologia universale (1581), pág. 513.


Cruz Valdovinos (1980).
158

Joven, limitándose el último a traducir sólo el primer libro''. La


bien documentada presencia de la obra de Seriio y de Alberti en
el manuscrito de Hernán Ruiz pone de manifiesto cuáles eran los
tratados manejados por los arquitectos antes de la aparición del
Vignola y la difusión del Palladio.
Teniendo en cuenta la dificultad de lectura de los textos de
Vitruvio y Alberti para los arquitectos españoles, se comprende
la incidencia del III y IV libros de Seriio en el panorama arqui-
tectónico de mediados del siglo xvi. Fue Villalpando, maestro
broncista dorador en Toledo, quien tradujo los libros del «sa-
pientíssimo» Seriio. El libro III sobre las antigüedades (1540), y
el libro IV sobre los órdenes (1537), fueron desde 1552 conoci-
dos en lengua castellana. Las reimpresiones (1563 y 1573) ha-
blan de su éxito.
Seriio, aunque parcialmente, Vignola y —ya entrado el si-
glo XVII— Palladio, también parcialmente, fueron los tratadistas
«modernos» (Vitruvio y Alberti eran más fuente de autoridad
que modelo real en muchos casos) que los arquitectos pudieron
leer traducidos al castellano.

2. L o s TRATADISTAS ESPAÑOLES

Tanto Vitruvio como Alberti fueron conocidos desde 1526


en España a través del filtro que supuso la síntesis que de ellos
hizo Diego de Sagredo en sus Medidas del Romano. Antes de esta fe-
cha, el interés de los humanistas españoles por ambos tratados se
puso de manifiesto en que, por ejemplo, la edición princeps del
Vitruvio de 1486, y los Diez libros de arquitectura de Alberti fueran
dos de las obras que poseyó el Marqués de Cénete'".
La obra de Sagredo, de fácil consulta y comprensión, alcanzó
un gran éxito. Traducida enseguida al francés, conocería tanto
en esa lengua como en castellano trece ediciones hasta 1608. Su
influencia en la arquitectura española no debe ser infravalorada,
pues para construir «a lo romano» muchos maestros y oficiales

'' Gómez Moreno (1949), pág. 11. Sobre la obra de Hernán Ruiz, véase Na-
vascués (1974) y (1971).
1" Sánchez Cantón (1942).
159

debieron seguir utilizándola a lo largo del periodo que estudia-


mos. Las traducciones a que hemos hecho referencia en el epí-
grafe anterior vendrían a sustituir esta obra en manos de los
grandes arquitectos, pero no así en las de otros más alejados de
los centros de poder. En este libro se daban normas para la traza
de los órdenes clásicos (tema que se actualiza en las ediciones de
mediados del siglo), técnicas constructivas, términos para desig-
nar a cada uno de los elementos arquitectónicos, a la vez que no-
ticias de costumbres y edificios de la Antigüedad, todo lo cual lo
convirtió en un instrumento de gran utilidad para los arqui-
tectos.
A mediados de siglo se conocen dos escritos sobre arquitec-
tura, aunque uno de ellos, el de Diego de Cabranes, toque el tema
tan sólo tangencialmente. El otro es un tratado anónimo que ha
sido fechado en los años centrales del siglo". La crítica al exceso
ornamental por parte del primero, y la utilización del tratado de
Alberti por parte del segundo, centran en la tendencia a la desor-
namentación, en la búsqueda de la belleza a través de las propor-
ciones y en la codificación a través de los tratados un debate ar-
quitectónico que culminará en la obra de El Escorial. La refe-
rencia a formas de arquitectura militar que aparecen en el segun-
do completa el panorama de esa mitad del siglo. Por otra parte,
el manuscrito de arquitectura de Hernán Ruiz el Joven, también de
mediados de siglo, manifiesta el conocimiento de las obras de
Vitruvio, Alberti y Serlio, con lo cual es un punto de referencia
más a la hora de considerar que la formación de los arquitectos
españoles debió mucho a los tratados.
La aparición en 1585 de los dos primeros libros de Juan de
Arfe (sobre geometría y sobre los miembros del cuerpo humano)
y del tercero y cuarto en 1587 (sobre animales y aves el tercero, y
sobre arquitectura y piezas de iglesia el cuarto) se inscribe ya ple-
namente en el mundo manierista, cuya impenitente curiosidad
produjo obras como este tratado que, al pasar por la imprenta,
enriqueció a unos lectores que, aquí y al otro lado del Atlántico,
posaron sus ojos curiosos en un libro de fácil lectura en el que,
aparte de los grabados, se sintetizaba el texto en octavas reales a
fin de facilitar la memorización. Como ha escrito Bonet, el trata-

F. Checa (1979), y Marías y Bustamante (1983).


160

do de Arfe fue un «compendio de saberes»'2, y parte de la trilogía


—junto con Serlio y Vignola— que sustentó la formación teóri-
ca de los arquitectos españoles hasta comienzos del siglo xvn.
En el tratado de Arfe —en el libro sobre arquitectura— aparece
ya asimilado todo lo que supuso el paradigma de la obra escuria-
lense. La proporción y la simetría de raigambre vitruviana eran
las razones últimas de la belleza de la fábrica, y Serlio es maneja-
do — n o así Vignola— en todo lo referente a los órdenes. La
obra de este «escultor de oro y plata y architecto» fue considerada
de tanta utilidad que cuando dos siglos más tarde, en 1773, se
reimprima, se dirá que es debido a su utilidad y a la escasez que
hay de ella.
El Sumarioj breve declaración... de Juan de Herrera, que publicó
este arquitecto en 1589 y que difundía las estampas de la fábrica
de San Lorenzo de El Escorial, no puede ser considerado un tra-
tado, pero sí fue expresión del punto culminante a que se había
llegado en la creación arquitectónica; era, pues, mucho más que
un tratado, pero también el resultado de la conjunción de éstos
con el genio.
Hay a fines del siglo xvi dos escritos a que debemos referir-
nos, pues aunque no sean propiamente arquitectónicos, son fun-
damentales. Uno es la Agricultura de jardines..., que Gregorio de
los Ríos publicó en 1592, y que trata un tema que nunca hay que
olvidar al hablar de la arquitectura, pues jardines y fábricas fue-
ron parte de un todo en el que Felipe II empeñó algunos de sus
mejores esfuerzos. El otro es Los veintiún libros de los ingeniosy de las
máquinas, atribuido tradicionalmente a Juanelo Turriano y ahora
considerado obra de un aragonés que fue asesorado en su elabo-
ración (entre 1579 y 1595) por el ingeniero milanés Sitoni".
El autor de esta última obra demuestra gran conocimiento
de la Antigüedad (Plinio, Vegecio, Tehophrasto y Catón son ci-
tados con frecuencia como fuente de autoridad) y Vitruvio es un
punto de referencia constante, sobre todo para la cuestión de los
caños, las aguas (baños, molinos, máquinas para sacar agua) y los

'2 Véase la introducción de este autor a la edición facsímil de los dos pri-
meros libros de Arfe (1974), así como la introducción de F. Iñiguez al facsímil
de los cuatro libros, de la colección «Juan de Herrera».
" Pseudo-Juanelo Turriano, Los veintiún... Prólogo de José A. García Die-
go (1983).
161

árboles y maderas. Conoció y manejó este autor a los tratadistas


más importantes, y así cita a Alberti, Serlio, Labacco, Vignola y
Maggi; sólo el último citado es un tratadista de arquitectura mili-
tar e ingeniería, y el uso tanto de éste como del resto —en los
que las referencias a esos temas son marginales— patentiza la
vinculación existente entre arquitectos e ingenieros. La indefini-
ción de límites entre ambas profesiones, e incluso entre unos y
otros ingenieros, era un hecho, y así lo denuncia precisamente
este tratadista, que sitúa los términos de una polémica en los al-
bores de la especialización científica y profesional; según él, se
hacía preciso diferenciar a los ingenieros que se ocupaban de «las
cosas de la guerra», de aquellos que se ocupaban de «las fábricas
de agua»'"*. En el caso de este escrito lo que asoma es la praxis, la
realidad de un trabajo que va marcando pautas para la codifica-
ción de los conocimientos.
Por los mismos años escribía el hijo de Andrés de Vandelvi-
ra, Alonso, su Libro de las Trabas de cortes de Piedras..., que inició en
nuestro país un género de tratados en los que fueron cuestiones
puramente técnicas y prácticas de la profesión las que se aborda-
ron. La arquitectura aparece en estas obras entendida más como
técnica que como ciencia. Quizá por ello, y a pesar del conoci-
miento que de él tuvieron los arquitectos de El Escorial (donde
también se escribiría un pequeño texto sobre los cortes de cante-
ría, hoy perdido), no alcanzó los honores de la impresión. Otro
manuscrito, también de fines del siglo xvi, que aborda el mismo
tema es el de Ginés Martínez de Aranda, Cerramientosji trocías de
montea, de gran utilidad para conocer todo lo referente a la este-
reotomía en el cambio de siglo'5.
La difusión de los tratados de arquitectura — n o sólo espa-
ñoles— desde mediados del siglo xvi entre nuestros arquitectos,
la gran consideración social de que podían gozar y la demanda
creciente de sus servicios, sobre todo para obras menores como
capillas, etc., debieron de provocar una cierta inflación de auto-
titulados arquitectos que, con muchos más conocimientos teóri-
cos que prácticos, se atrevían a trazar obras que luego se arruina-

1" ídem, pág. 558.


'5 Prólogo de A. Bonet al libro de G. Martínez de Aranda (1986). Sobre
Vandelvira véase G. Barbe-Coquelin de Lisie (1973 y 1977).
162

ban por la mala construcción. Fray Lorenzo de San Nicolás pon-


drá en guardia, ya avanzado el siglo xvii, contra el intrusismo de
profesionales que sólo saben trazar, y advertirá de la nece-
sidad de los conocimientos prácticos del oficio. Los tratados de
carácter técnico como el de Vandelvira y el de Martínez de
Aranda irían encaminados precisamente a difundir ese tipo de
conocimientos. También en el mismo sentido podemos recordar
el tratado de López de Arenas, Breve compendio de la carpintería de lo
blanco..., que fue dirigido no a los arquitectos, sino a los alarifes.
Escrito entre 1613 y 1619"', no se publicará hasta 1633, y marca
también el interés de los profesionales —como en el caso de los
ingenieros— por codificar y sistematizar en letra impresa la
práctica de su arte con un fin didáctico.
Tender a sintetizar técnica y ciencia es algo que caracteriza a
algunos tratados del siglo xvii, y un buen ejemplo es el de fray
Lorenzo de San Nicolás. La primera parte de su obra, editada
por primera vez en 1633 y reimpresa en 1667, incluía el Libro pri-
mero de los elementos geométricos de Euclides...; la aritmética, la geom
tría y la arquitectura (traza, materiales, órdenes, bóvedas, facha-
das, escaleras, fuentes, etc.) eran los tres grandes temas de una
obra que parece síntesis del elevado grado de reflexión teórica al-
canzado por los tratadistas anteriores, con las exigencias del ofi-
cio. Fray Lorenzo seguirá como fuente casi los mismos tratados
que se utilizaban a comienzos del siglo: Vitruvio en la edición
de Bárbaro y la traducción de Miguel de Urrea, Alberti, Sagredo,
Serlio, Labacco, Palladlo, Vignola, P. Cataneo, Arfe y Scamozzi,
con la única novedad de Viola Zanini, cuya obra había sido pu-
blicada en 1629. No debe extrañar esta pervivencia de los trata-
dos del XVI, mucho más fructífero en su producción teórica que
el siglo siguiente, y así, por ejemplo, Vitruvio y Serlio seguirán
siendo fuente de autoridad para Caramuel, un autor que reitera-
damente se refiere además al templo de Salomón.
La influencia de los tratados del manierismo en el siglo xvii
sería un interesante tema de investigación, en el que podemos
apuntar que el extraordinario Compendio de architectura y sime-
tría de los templos (1681-83), de Simón García, que en parte es

"' Véase la introducción de E. Nuere a la ed. facsímil de este trata-


do (1982).
163

obra de Rodrigo Gil de Hontañón, copia directamente de la obra


de Vignola lo referente a los órdenes arquitectónicos y los dibu-
jos que los acompañan, tal como se puede comprobar al compa-
rarlos. Otros tratadistas, aparte de Vignola, citados en esta com-
pleja obra son de nuevo Vitruvio, Alberti, Sagredo, Serlio, Palla-
dio, Cataneo, Arfe y Scamozzi, aunque también se menciona a
quienes ampliaron el abanico con las aportaciones del xvii,
como Rojas, fray Lorenzo de San Nicolás y Torija'". Si seguimos
con una rápida relación de tratadistas del xvii, comprobaremos
que la influencia de los tratados del siglo anterior no remitió, al
menos en cuanto a citas de ellos, y así, por ejemplo, fray Andrés
de San Miguel citará a Vitruvio a través de las ediciones del siglo
XVI, y a Alberti; D. De Andrade (1695), a pesar de que incorpo-
raba —al igual que Simón Gacía— tratadistas del xvii, seguía
citando a Serlio, Alberti, Vignola, Palladio y Labacco. A excep-
ción del último, los mismos tratados fueron citados por Torija
en el Breve tratado de todo género de bóbedas, y este autor utilizará ade-
más con profusión a Vitruvio en su Tratado breve sobre las ordenan-
zas de la Villa de Madrid.
Queda, por último, añadir que en el reinado de Felipe III se
produjo la publicación de uno de los más importantes textos teó-
ricos sobre arte publicados en España: la Noticia generalpara la esti-
mación de las artes..., de Gutiérrez de los Ríos, del año 1600. Puede
ser incluido aquí como colofón, pues su buen juicio le hizo escri-
birlo en castellano en contra de su propia inclinación, tal como
explica en el prólogo al lector. Quizá resuma un pensamiento
muy extendido —pero no demasiado cierto a esas alturas del
cambio de siglo— cuando escribe que «De la Architectura no
trataré, porque no pienso que pueda aver más de lo que dize Vi-
truvio»'".

" B. N. M., Ms. núm. 8.884. Por ejemplo, en el f. 42 la definición que da de


fábrica está tomada directamente de la obra de Vitruvio. A veces cita a Vitru-
vio por la edición de Bárbaro, por ejemplo en el f 49 v.°. También citará a Ca-
taneo (f 45 V." y 49 v."). Este tratado ha sido recientemente editado por Chan-
fón y Bonet con un estudio del segundo sobre este tratadista (1979).
'» Gutiérrez de los Ríos (1600), pág. 114.
164

3. L o s TRATADOS DE ARQUITECTURA MILITAR

El autor de Los veintiún libros de los ingenios... expresaba su reti-


cencia hacia el hecho de que arquitectos e ingenieros y sus res-
pectivas ciencias formaran parte de la misma profesión:

De modo que nadie se engañe que el que no fuere buen


architecto, no puede en ninguna manera ser buen ingeniero,
y si lo fuere en una no lo será en diversas cosas, y si alguno
sabe algo es de haber tratado con architectos, y esto no puede
tollerar, y si un artífice alabare alguno de tal profesión, o, no
es creído, o, no es escuchado; De modo que todo lo veo al re-
vés, ni he hallado en Vegerzio de re militari cosas de architec-
tura y si las havía eran tomadas de architectos y aunque las
cosas de architectura se hallen escritas en cosas de milicia, no
por esso son ellas hechas por hombres de milicia''J.

A pesar de estas palabras, que expresan la necesidad sentida


por algunos de deslindar claramente las dos ciencias de la arqui-
tectura y la ingeniería, lo cierto es que al igual que en los tratados
de arquitectura aparecían cuestiones referentes a la arquitectura
militar, también en los específicos de este tema las referencias a
la arquitectura, aun cuando menos frecuentes, existían. La ex-
cepción que supone, en el texto citado, la negación de la vincula-
ción entre arquitectura e ingeniería dentro de la tratadística (que
por regla general establece como principio la existencia de tal re-
lación, aun cuando luego el tratado se especialice en cada mate-
ria) viene incluso desmentida por la visión que de la profesión
tuvieron gentes ajenas a ella. Así, por ejemplo Liñán y Verdugo
en 1620 dirá de uno de sus personajes que «trazaba mejor un em-
buste y embeleco, que Juanelo una casa o castillo»: se refiere al
famoso ingeniero Juanelo Turriano, pero le considera trazador
lo mismo de casas que de fortificaciones, cuando en realidad lo
más famoso que hizo fueron obras hidráulicas. Todo podía venir
a ser la misma profesión.
La arquitectura militar había sido considerada por Vitruvio
como parte de la edificación pública. La invención de la artille-
ría supuso un profundo cambio para el arte de la guerra. Las for-

Pseudo-Juanelo Turriano (ed. de 1983), pág. 559.


165

tificaciones hubieron de adaptarse a las nuevas armas y fue preci-


so investigar sobre los ángulos de tiro, minas y contraminas, re-
sistencia de los materiales, cimentaciones, etc.; todo ello llevó
aparejado el que la arquitectura militar necesitara de unos trata-
dos distintos a los de la arquitectura en general. Los tratados de
Valturio, De re militari, de 1455, el de Mariano di Jacopo, llama-
do el «Taccola», o el de Francesco di Giorgio Martini iniciaron
en el siglo xv ese camino de los tratados especializados que cuen-
ta con nombres tan famosos como los de Peruzzi, Maquiavelo o
Durero.
La necesidad que tuvieron las monarquías de proteger con
un sistema de fortalezas sus territorios y sus intereses económi-
cos y políticos contribuyó al desarrollo de la ciencia de la inge-
niería y, por tanto, de los tratados. Los príncipes podían encon-
trar en la naturaleza el modelo en el que justificar la necesidad de
fortificar sus reinos, pues como escribía Botero, en la traducción
de Herrera de 1603: «La naturaleza nos muestra, para assegurar-
nos el arte de fortificar: porque ninguna otra cosa ha ceñido y
rodeado los sesos en la cabega, con tantos huessos, y el coragón,
sino para assegurar la vida, teniendo apartados los peligros y con
mil maneras de cascaras, y cortezas ásperas y duras cubre las fru-
tas, y con las espigas, y aristas agudas defiende el trigo de los pá-
xaros: y assí me maravillo, porque dudan algunos, que las forta-
lezas sean provechosas a los Príncipes, pues que vemos, que la
mesma naturaleza las vsa»^".
La naturaleza se podía así convertir en algo a imitar, un mo-
delo en el que hasta las «aristas agudas» como las de las fortalezas
podían ser encontradas. Las alusiones en los tratados a la necesi-
dad de que los monarcas perfeccionen la defensa en sus reinos,
son constantes. Así por ejemplo, Marchi en 1603 —la primera
edición fue de 1599— escribía que la arquitectura militar servía
para mantener a emperadores, reyes, príncipes y grandes señores
seguros en sus estados, y que el pueblo debía por consiguiente
sentir mucha gratitud hacia los príncipes que fortificaban las
ciudades, castillos y territorios^'. Por su parte, en 1611 C. Lechu-
ga consideraba que era el arte de la guerra lo primero que un mo-

^" Botero, Ra:én distado... (1603), ff. 80 v." y 81.


21 Marchi (1603), libro II, f. 26.
166

narca debía tener en cuenta, porque «si lo que ganan las armas
conservan las letras, no se puede negar que se deva anteponer el
conquistar al governar...»^^.
El caso es que los tratados de arquitectura militar conocieron
una floración espectacular a lo largo del siglo xvi, pues la necesi-
dad histórica de ellos era clara. Los ingenieros compartieron
ciencia, técnica e ingenio con los arquitectos, dándose el caso
frecuente de que una misma persona compaginara ambas profe-
siones. Por lo que se refiere a los tratados, la división que había
establecido Vitruvio de la arquitectura fue respetada por todos
los tratadistas, en el sentido de considerarla parte de la edifica-
ción pública. Busca, por ejemplo —que fue «Ingeniero y mathe-
mático de su Magestad, del estado de Milán»^^—, en 1601 seguía
manteniendo el que esa arquitectura militar era una de las tres
partes en que se dividían los «publici edifici»: «sonó adunque le
fortezza une sorte di publici edificij, contenente le muraglie, le
porte, et torri delle Cittá, et d'altri luoghi: come sonó le Roche, i
Castelli, et quelle fortezze ch'hora noi chiamiamo citadelleM^".
Esa tradición vitruviana a la hora de dividir las partes de la ar-
quitectura explica los frecuentes préstamos entre unos y otros
tratados.
Ejemplo de ello pueden ser el tratado de Scamozzi, L'Idea
deWArchitetura universale, de 1615, y a la inversa el tratado de Ro-
jas, Teoríay práctica defortificación, de 1598. Scamo22Í incluirá en el
segundo libro un anejo sobre arquitectura militar, y lo mismo
harán otros tratadistas, como Serlio, quien, a pesar de afirmar en
su libro IV que no va a hablar de lo que atañe al «architecto de
guerra», no olvida indicar que la obra rústica y toscana es acon-
sejable para las fortificaciones, y añade que el arquitecto que en
tiempo de guerra hacía fortalezas, en tiempo de paz hacía «jardi-
nes y deleytes»". Por su parte, Critóbal de Rojas, que remite al
lector a Euclides para la geometría y a Vitruvio para la arquitec-
tura, hace gala de sus conocimientos al remitir para las «menu-
dencias de la basa y sotabasa, coluna, capitel, con su alquitrabe.

22 C. Lechuga (1611). Palabras al lector.


23 F i r r u f i n o , Plática manualj breve compendio de Artillería ( 1 6 2 6 ) , p á g . 5 7 .
2" G . B u s c a , Della architettura militare ( 1 6 0 1 ) , p á g . 5 2 .
25 Serlio, libro IV, traducción de Villalpando (1552), f. II v.".
167

friso y cornija» de los cinco órdenes, a «Binóla, Andrea Palladio,


Sebastiano Serlio, Ivan Bautista Adverto y otros muchos». For-
mado él mismo durante años como arquitecto hasta que se espe-
cializó como ingeniero, afirmará que en su libro va a ocuparse de
las cosas «necesarias para el Ingeniero, y algunas para los Arqui-
tectos, que se encargan de fábricas de templos, y otras obras pú-
blicas»-'". Como se puede comprobar, la frontera entre arquitec-
tura e ingeniería era permeable y continuamente fue traspasada
tanto por unos como por otros.
Vitruvio era referencia común para todos, y, por ejemplo, la
famosa definición vitruviana de cómo debe ser un arquitecto,
aparece lo mismo en el libro de Marchi que en el de Santans y
Tapia de 1644, pero eso sí, progresivamente una diferencia clave
se fue estableciendo, y era la de que los artífices de fortalezas de-
bían tener experiencia de la guerra y haber pasado largo tiempo
en la milicia. Zanchi, que en 1554 aconsejaba ya esto de manera
clara, consideraba que las ciencias necesarias al arquitecto mili-
tar se reducían a la aritmética, la geometría, la perspectiva y la
capacidad para hacer modelos que demostraran su «idea», aun-
que esta última cualidad la encontraba menos necesaria que el
resto 2^.
Todos los tratadistas —sería tedioso enumerarlos con sus
respectivos textos— insistieron en esa necesidad de experiencia
de la guerra que diferenciaba al arquitecto del ingeniero. Cristó-
bal Lechuga en 1603 resumiría así los peligros de que el ingenie-
ro de fortificación no tuviera experiencia, «porque ay algunos
que (si bien tienen ciencia) les falta la experiencia, y ansí tienen
más cuenta con sacar sus fortificaciones más polidas que de pro-
vecho para la defensa de batería formadaw^». Según él era necesa-
rio no sólo que se formaran durante cuatro años al lado de un in-
geniero, sino incluso que se fiaran de todos aquellos con expe-
riencia, aunque fueran soldados incultos, ya que los ingenieros
«an de ir siguiendo con su ciencia a los que tienen experiencia», y
debían trabajar con soldados «hasta que ayan perdido el miedo
de las balas, y tengan hechas las orejas a su sonido»^''. Los trata-

2'' Rojas (1598), tercera parte, f.


2' Zanchi (1554), pág. 57.
2» Lechuga (1603), pág. 49.
2" ídtm (1611), págs. 277 y 278.
168

dos fueron, pues, estableciendo una serie de diferencias entre


una profesión y otra, y en definitiva concluiríamos que si bien
los ingenieros eran considerados capaces de trazar obras de ar-
quitectura, no era lo mismo a la inversa, pues el mundo de la
guerra exigía unas experiencias concretas para ser capaz de trazar
con éxito fortalezas.
Será raro encontrar en los tratados de arquitectura militar re-
ferencias a los códigos estéticos que rigen la invención de los
modelos arquitectónicos. El caso de Marchi —que tanto debe a
Vitruvio— constituye una excepción, al escribir sobre reglas de
arquitectura tan consagradas como que «valente fará quell'Ar-
chitetto, che fará la fabrica in modo, che gli altri non vi possano
aggiongere, né diminuiré se non vitiosamente»^". Fue raro que
tales observaciones aparecieran.
El manuscrito de Scriva, del año 1538, fue el primer tratado
de arquitectura militar escrito en castellano. En él el comenda-
dor Scriva contestaba a las críticas que se habían suscitado en
torno a las fortificaciones que por orden de Carlos I realizaba en
el reino de Ñapóles, y es todavía un ejemplo de cómo el peso de
la Antigüedad —contemplada a través de Vitruvio— así como
las referencias simbólicas que encuentra en las fortificaciones,
suponen una cierta remora cuando a lo que se tiende es sólo a
que la arquitectura de fortificación satisfaga las necesidades de-
fensivas. En este manuscrito, dedicado al virrey de Ñapóles, don
Pedro de Toledo, se detecta el conflicto planteado por la necesi-
dad de desgajar definitivamente la arquitectura militar de la
ciencia arquitectónica, pues sus urgencias funcionales impedían
cualquier comparación con las partes en que Vitruvio dividía la
arquitectura. Hay un párrafo de este manuscrito que es perfecto
como indicativo de tal estado de la cuestión: «queyo ciertamente
haviendo de ser la verdadera Architectura vna música muy acor-
dada como vetruujo quiere no hallo forma ni remedio ninguno
conque pueda eneste caso librarme de estropegar y para mí la
más sabia cosa que para enesto pienso que se podría hazer sería
despertar hombre el ingenio y mirar muy bien antes de hedifícar
la disposición del lugar y la facultad y forma que tiene para forti-
ficarse y la que al enemigo le queda para poder le offender y estas

'" Marchi (1603), f. 30.


169

contrapesadas repartir los defectos y no hazer que todas cayan


avn cabo»''.
La fortificación, tal como decía Scriva, no podía ser «una
música muy acordada» como lo era la verdadera arquitectura se-
gún Vitruvio, y pronto hubo que olvidar —salvo en las puer-
tas de las fortificaciones— todo lo que no fuera eficacia de-
fensiva.
A mediados de siglo se codificaría definitivamente (aunque
por supuesto, siguió evolucionando) la nueva técnica de la forti-
ficación abaluartada. En el tratado anónimo de arquitectura a
que anteriormente nos hemos referido, y que se considera de ha-
cia 1550, hay referencias a la fortificación, aludiéndose a los ba-
luartes como si fueran algo extraordinario: «Algunos hazen los
muros con unas esquinas salidas afuera que parecen picos de la
sierra de manera que ningún espacio del muro haga cara a los he-
nemigos y sostenidos por muy seguros contra los tiros porque
qual quiera cosa arojadas si toca en esquina o rrincón dos pare-
des sustentan el golpe y si toca en el lado de alguna punta rodan-
do por el poco a poco pierde la fuerza antes que del todo pueda
herir». También se hace referencia al aparejo a la rústica, el más
indicado para los muros, al ser «de grandes piedras ásperamente
labradas y de figuras ynciertas», con lo cual «el hedificio ternía
mayor y se mostraría más orrible a los henemigos»'^ Sigue aquí,
pues, lo que ya veíamos en Serlio, y que fue tan general que de
modo casi inconsciente podemos asociar el aparejo rústico a las
grandes puertas de las fortificaciones de estos siglos. De cual-
quier manera, este texto inédito es muestra de cómo los princi-
pios de la fortificación eran ya suficientemente conocidos a un
nivel que tracendía al de los puros especialistas.
La extensión del territorio de la monarquía española y la pre-
sencia constante de ingenieros italianos a su servicio forzosa-
mente habían de ampliar los límites del idioma, y así, podemos
recordar aquí los más importantes tratados que se manejaron en
esos reinos de la monarquía española. Si en el orden práctico fue
Paciotto (el más famoso ingeniero de su tiempo y tracista de la
basílica de El Escorial) quien marcó a toda Europa modelos de

íi •icúvii, Apoiogia..., B. N. M., Ms. núm. 2852, ff. llOv.". y 111.


" B. N. M., Ms. núm 9681, ff. 42 v.° y 45 v.".
170

fortificación, con obras como la de la ciudadela de Amberes, en


los tratados un gran codificador de la nuevas formas bastionadas
fue Zanchi, que en 1554 publicó Del modo difortificar le cittá, dedi-
cado a Maximiliano de Austria, y que tuvo una enorme difusión.
La claridad de exposición de este pequeño pero enjundioso texto
hizo de él el tratado más manejable de su tiempo, y fue traducido
incluso al francés y al inglés. La traducción inglesa, obra de Cor-
neyweyle, es un manuscrito de 1559 y en realidad no es una tra-
ducción directa del libro de Zanchi, sino del tratado de F. de la
Treille, de 1556, que había hecho algunas adiciones a la obra de
Zanchi".
El mismo año en que se publicó la obra de Zanchi, también
publicó Pietro Cataneo sus cuatro libros de arquitectura, dedi-
cando al tema de la arquitectura militar gran parte del primero,
y el mismo año que Zanchi era conocido en inglés, esto es,
en 1559, se fecha el Libro del arte militar, de Fernández de Spinos-
sa, en el que no eran las fortificaciones defensivas, sino las nue-
vas armas (artillería, minas, contraminas...) el tema tratado'".
El mismo año publicaba Lanteri Del modo difare le fortificationi
di Accra... en Venecia, y en 1560 en la misma ciudad se reeditaba
la obra de Zanchi. El ritmo de publicación de tratados de arqui-
tectura militar se aceleró. En la década de los 60 publicó Girola-
mo Cataneo — u n autor muy prolífico— su primera obra, al
igual que Maggi y Thetti. En España el capitán Luis Gutierre de
la Vega escribía en 1569 su Nuevo tratadoj compendio de Re militan.
En España, no obstante, tienen mucha más importancia los es-
critos de Antonelli, de los cuales el más famoso es uno que no se
refiere precisamente a la arquitectura militar, sino a la navega-
ción por el interior de la península; de 1581, su Relación verdadera
de la navegación de los Ríos de España, aparte de otros escritos inédi-
tos sobre el tema y sobre las fortificaciones de España en general
que se encuentran en su mayoría en archivos, lo convierten a pe-
sar de no haberlos publicado, en un teórico de la ingeniería en
dos de las grandes facetas que ésta tuvo en el siglo xvi.

' ' F. de la Treille, LM maniere de foriifier villes, chateaux... (Lyon, 1556) y R.


Corneyweyle, The maner qfJorUficalion ofcities, Townes... (1559). Ed. de 1972, con
una intrcxlucción de M. Biddle.
S'' Fernández de (e)Spinossa, Joan,/./¿roi/í/artí/w/toar (1559), B. N. M.,Ms.
núm. 7470.
171

En 1583 se publicaron en el ámbito hispánico, y en castella-


no, dos obras sobre el arte de la guerra en las que el tema de la
fortificación apenas se trata salvo para señalar en algún caso la
necesidad tanto de buenos ingenieros como de buenas fortifica-
ciones. En los Diálogos del arte militar, de Bernardino Escalante,
sin grabados, hace este autor una relación de los reinos y casas
nobles relatando hechos de la Antigüedad y de la historia de Es-
paña, e incluye asimismo una historia de las órdenes de caballe-
ría. La otra obra es la de Diego García de Palacio, Diálogos milita-
res..., publicada en México y dedicada al virrey de la Nueva Espa-
ña. Está escrita en forma de diálogo entre un vizcaíno y un mon-
tañés. La licitud de la guerra para un cristiano aunque sea ofensi-
va es justificada en este libro mediante citas bíblicas por un autor
que además demuestra conocer bien la Antigüedad (Plutarco,
César, Tito Livio...).
Los tratados de fortificación seguían publicándose en lengua
italiana: Lupicini publicará en 1582 su Architettura militare, y G.
Busca en 1585 Della espugnatione et difesa delle fortevxf. En España,
en 1590, de nuevo un tratado sobre el arte de la guerra obvia el
tema de la fortificación, pues ese año publica Álava y Viamont
El perfecto capitán, un libro que se consideró que venía a sustituir
la ardua lectura de los textos antiguos por la sabiduría y conoci-
mientos que en él se encerraban. Con la excepción del libro de
Isaba, Cuerpo enfermo de la milicia española, de 1594, pocos libros so-
bre la guerra en general y ninguno sobre fortificación se publica-
ron en la península hasta que Cristóbal de Rojas publicara en
1598 el primer tratado de fortificación escrito por un ingeniero
español, sesenta años después de que Scriva escribiera el manus-
crito a que anteriormente hicimos referencia y que no llegó a pu-
blicarse.
Dedicado al príncipe Felipe, el tratado de Rojas, significati-
vamente llamado Teoríaj práctica de fortificación, es en realidad una
suma de las lecciones que este ingeniero había impartido en la
Academia de Matemáticas de Madrid, y abre el camino a la trata-
dística especializada en nuestra lengua. Desde la portada en obra
rústica —como si lo que «abriéramos» fuera una fortificación—
hasta la utilización, a veces textual, de la obra de Vitruvio, y ca-
pítulos como los dedicados a los materiales o el que dedica a «las
puertas, y arcos, para la fortificación, y otras obras públicas».
172

todo en este libro es un magnífico ejemplo de lo que era la cien-


cia de la fortificación en los años finales del reinado de Fe-
lipe II.
Al año siguiente de que fuera publicado el tratado de Rojas,
fue impreso el de Diego González de Medina Barba, Examen de
fortificación, que está estructurado como un diálogo entre un prín-
cipe y un maestro de la profesión, e ilustrado con profusión de
grabados. Es un tratado en el que se aborda desde la formación y
características que un ingeniero ha de tener, que «no ha de estar
atado a sólo lo escrito, sino a imaginar, e inventar de suyo con
estos principios»", hasta problemas de urbanismo, lo cual lo
convierte en un tratado especial habida cuenta la escasez de es-
critos teóricos sobre el tema de la ciudad en España; el problema
de los arrabales con respecto a las murallas, las medidas que han
de tener casas, calles, plazas e iglesia en una ciudad fortificada, el
trazado radial, el tema de la ciudadela, etc., son tratados por este
autor, que apunta de esa manera en el plano teórico cuestiones
urbanas que en muchos casos fueron dejadas en la práctica en
manos de los ingenieros.
Antes de entrar en el siglo xvii, hay que citar también la obra
de Luis Fuentes Tratado de fortificación recopilado de diversos autores, y
la de Diego de Vich, Prácticafácil y breve para los Ingenieros de Fortifi-
caciones. Ya de 1601 son las obras italianas de Lanteri, Delle offese et
diffese della cittá.. y de Busca, Della Architettura militare, así como el
que el francés Perret (Des fortificationes...), dedicó a su rey Enri-
que IV.
En España los primeros años del siglo xvii conocen la publi-
cación de importantes textos sobre el tema. Cristóbal Lechuga
publicó en 1603 un Discurso... en que trata del cargo de Maestro de
Campo general, en el que hacía gala de sus conocimientos de las
obras de Escalante y de Álava y Viamont, así como de múltiples
autores cuyas citas jalonan el texto. Este mismo autor publicó en
1611 otro Discurso..., sobre artillería que incluía un tratado sobre
fortificación. Daba plantas a escala de cómo debían ser las forta-
lezas, y quizá lo más interesante sea la propuesta que hace de
crear una Academia de ingenieros. La necesidad de ingenieros la
explica así: «Siendo Señor, el día oy los Ingenieros detanta esti-

M González de Medina Barba (1599), pag. 180.


173

ma como se vee, en que por grande que sea el entendimiento de


vn Príncipe, de vn Capitán General, y de qualquiera, que preten-
de conservarse, mantiniendo lo que posee, o ganando lo ageno,
no parece que cosa de estas pueda acertarse, si no los tiene, man-
tiene y lleva consigo». Por ello propone al rey que se establezca
en la Corte «vna Academia de doze Ingenieros por lo menos, va-
sallos suyos, donde presidiendo el General de la Artillería se tra-
te de ordinario tres días a la semana, o más, de cosas necesarias a
fortificaciones, guerra, machinas, descripciones de países, y de
las demás cosas de Ingenieros, y que éstos tengan sueldos, que los
puedan sustentar, diferentes vnos de otros hasta llegar a cien es-
cudos». Fines de esta Academia también serían conocer, a través
de «cartas de geographía», todas las provincias del mundo, así
como las «sugetas a Vuestra Magestad». Esos ingenieros podrían
visitar España «procurando hazer se riegue la mayor parte de la
Mancha, y todo el campo de Vrgel y otras partes», con lo cual
habría tanta abundancia de trigo en España «que tenga poco cui-
dado de la de Francia, y Sicilia».
Las múltiples facetas que puede tener el trabajo de los inge-
nieros, el cual abarca también las obras de arquitectura, se ponen
de manifiesto en el siguiente texto, en el que además se afirma
que el trabajo de estos hombres puede contribuir decisivamente
a la riqueza de España:

ítem, si se quisieren hazer palacios sumtuosos, obras cu-


riosas, xardines, y otras mil curiosidades; tendrá Vuestra Ma-
gestad a quien emplear en esto, y los particulares de quien
echar mano, para lo dicho, y para mejorar sus haziendas con
diversos ingenios y invenciones de acequias, molinos, y otras
muchas cosas, de que carece nuestra España, por falta de la
gente, que le an sacado Indias y las provincias de Flandes, y
de Italia... viéndose claro de que en todas las partes, que ay
gentes que no tiene salida a ninguna cosa de fuera ni dentro
del Reyno, valiéndose de la industria se riegan muchas tie-
rras, y tienen xardines, y cosas curiosas.

El suelo que proponía era de cuarenta escudos para dos de


ellos, sesenta para otros dos, otros dos a setenta, otros dos a
ochenta y otros dos finalmente a cien, con lo cual se les podría
pagar tan sólo con 800 escudos al mes y 9.600 al año, «y que los
174

frutos, que de ellos se podrán sacar serán más que millones, fuera
de la satisfación de seguridad, que no tiene precio ni se lo puede
dar ninguno». Han de ser estos ingenieros vasallos, para que
nunca traicionen a su rey vendiéndose a otro señor que les pague
mejor, y el ascenso en la Academia sería por oposición.
Con respecto a la ubicación de ésta, debería ser en una casa
con galerías grandes en las que estuvieran pintados los reinos y
provincias para facilitar el trabajo y la rapidez de las decisiones.
Debería tener asimismo «una campaña libre» en la que poder
practicar la fortificación, así como piezas de artillería para cono-
cer sus efectos. Debería tener, por supuesto, instrumentos, com-
pases, reglas, libros de arquitectura «política y militar», y los ne-
cesarios para las máquinas, todo ello al cargo de una persona
para su custodia y control. Parece claro que en estos años la espe-
cialización de la profesión de ingeniero hacía necesaria la exis-
tencia de centros de estudio específicos que además renovaran,
retomándola, la idea que hizo surgir años antes la famosa Acade-
mia de Matemáticas.
Cristóbal de Rojas por su parte volvió a escribir sobre el tema
de la guerra. Del año 1607 se conserva en la Biblioteca Nacional
de Madrid el manuscrito (preparado para la impresión) del Su-
mario de la milicia antiguaj moderna, que Rojas divide en tres partes:
ejército, fortificación y artillería, y refleja, por ejemplo, los avan-
ces que en el arte de fortificar se han producido desde que publi-
có su primer tratado. En el año 1613 publicará el mismo Cristó-
bal de Rojas un Compendioy breve resolución defortificación, que resulta
bastante empobrecido (al compás de los tiempos) si lo compara-
mos con su Teoría y práctica... del año 1598. Este de 1613 es en
cierto modo un pequeño manual, puesto al día, de ese libro ante-
rior... Aparte de la simplificación de los temas y del hecho de
que se trate de aligerar algunos aspectos áridos con diálogos, es
interesante que dedique el último capítulo a la arquitectura. Pero
el toque de atención más llamativo quizá para el lector, en el sen-
tido de apercibirle del cambio de los tiempos —y de la presencia
de lo religioso en todos los órdenes de la vida en el reinado de
Felipe III—, es que en el último capítulo de la obra «confiesa el
autor della estar obligado a creer el misterio de la santíssima Tri-
nidad», adentrándose en una explicación de tal misterio a través
de la geometría y las matemáticas. Aparte de este apéndice, ex-
AF-CHITETTVHA
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P. A. Barca, ^^i-ír^/wí»// Í r<.¿«/í «>•« farchitettura civile, scultura, pittura..


Milán, 1620.
176

traño a un tratado de arquitectura militar, basta comparar esta


modesta edición con aquella tan cuidada de su primer tratado
del año 1598.
En el reinado de Felipe III, aparte de un precioso álbum de
dibujos inéditos de 1616 en el que se representan algunas fortale-
zas "', sólo el tratado de Barca, Avvertimenti e rególe circa l'architettura
civile, scultura, pittura, prospettiva, et architettura militare... (Milán,
1620), fue publicado en las tierras de la monarquia española. De-
dicado a Felipe III, trata de ser un compendio de todas las artes
tal como su nombre indica. Este tratado, que ya fue alabado por
Cicognara, es un broche de oro a la tratadística durante el reina-
do de Felipe III, y en lo referente a la fortificación constituye
una especie de cartilla que resume con claridad meridiana los
conceptos, acompañando el texto de unos excelentes grabados
explicativos.
En el reinado de Felipe IV y a lo largo del siglo xvii, la mo-
narquía española siguió interesada en que los ingenieros se ocu-
paran tanto de las aguas como de la guerra, pero los tratados de
Firrufino sobre la artillería, o los de Coscón y Ucenda sobre for-
tificación apenas podían competir con los tratados extranjeros
(Stevin, Marolois, Fritach, A. De Ville, Sardi, Fournier, etc.).
Esto hizo escribir a Santans y Tapia en su Tratado de fortificación
de 1644 —de texto absolutamente técnico y nada especulati-
v o — que parecía que no había habido ningún ingeniero español
«que pueda entender la architectura militar», aunque después de
citar a algunos autores extranjeros, cita también a Rojas y a Le-
chuga.
Desde los años 40 del siglo xvii, y el libro de Santans y Tapia
es un ejemplo, la ingeniería de fortificación ya de una manera
clara era algo ajeno a la arquitectura, y así, por ejemplo, los trata-
dos de Enríquez de Villegas {Academia de fortificación, 1651), V.
Mut {Arquitectura militar, 1664), o Fernández de Medrano {Elar-
chitecto perfecto en el arte militar, 1700), están ya a años luz de la pro-
fesión tal como la entendieron los arquitectos militares en los
reinados de Felipe II o Felipe III. Ahora las demostraciones de
geometría, ángulos, resistencia de materiales, etc., hacen de estos
tratados algo árido de leer y, debido a su especialización, su inte-

"' B. N. M., Ms. núm. 12727, ff. 17 v.", 18 y 42.


177

res histórico quedaría reducido al que por ellos pudieran sentir


los profesionales, pues incluso en sus grabados se fue abando-
nando la búsqueda de una imagen bella en aras de las figuras geo-
métricas y las fórmulas científicas. Incluso el tratado de Cara-
muel (1678), tan ambicioso en sus planteamientos e interpreta-
ciones de la arquitectura, se «ciñe» estrictamente a lo que es la
fortificación en su aspecto más técnico cuando trata de ella.

4. DIFUSIÓN DE LOS TRATADOS

Las largas relaciones de autores utilizados para la elabora-


ción de algunos libros, como la que dio J. M. Gil para su libro El
ciudadano instruido, de 1562, podrían hacer pensar que la difusión
de libros de sabios autores del presente y de la Antigüedad era
considerable en la España del siglo xvi. La realidad es que sólo
las minorías nobles e intelectuales adquirían esos libros. En Es-
paña hubo desde finales del siglo xv grandes bibliófilos —quizá
uno de los más famosos haya sido Fernando Colón— y la cali-
dad y cantidad de volúmenes de sus bibliotecas es lo suficiente-
mente conocida como para no dudar de que el comercio de li-
bros en España podía ser un negocio próspero. El pensamiento
de que «el leer cría melancolía y cansa»" tampoco pareció rezar
con los hombres cultos e ilustres de comienzos del siglo xvu y,
por ejemplo, de Lope de Vega se recordará que «gastava en pin-
turas y libros, sin reparar en el dinero», por culpa de lo cual deja-
ría muy poca herencia"*.
Los libreros, que frecuentemente eran también impresores,
una vez conseguido el manuscrito del autor y obtenido el privile-
gio que les concedía por cierto tiempo el monopolio de la impre-
sión y venta, publicaban el libro. En España la importante in-
dustria del papel de Segovia proporcionaba excelente materia
prima, y mercados como, por ejemplo, el de Salamanca propor-
cionaban los canales para su difusión. Además, la exportación de
libros a América, a pesar de la censura a determinadas obras de
«materias profanas y fábulas»'', era un buen negocio.

" Gutiérrez de los Ríos (1600), pág. 167.


M Pérez de Montalbán (1636), f. 11 v.°.
" J. Toribio Medina (1958), pág. 22. Sobre el tema véase también I.
Leonard (1959), pág. 250.
178

A los libreros, cuyo oficio será considerado mecánico*", les


llegaban los libros en lotes pequeños y en toneles de madera que
los protegían durante el viaje"'. Como otros muchos oficios, so-
lían agruparse en una zona o calle de la ciudad, y así, por ejem-
plo, en Madrid fueron el patio del palacio y la puerta de Guada-
lajara los lugares preferentes para la venta de libros. A través de
estos comerciantes llegarían los tratados a manos de los arquitec-
tos. Sabemos, por ejemplo, que un tratado de Serlio no pudo ser
vendido por Jacques Goessen, mercader flamenco residente en
Madrid, porque era un ejemplar en latín y en gran formato''^. Por
otro lado, el mercado de estampas y grabados de arte fue a lo lar-
go del siglo XVII un negocio si cabe mucho más floreciente que el
de los libros de arte, tal como testimonia J. Martínez^l
La influencia de Serlio o del mismo Palladio en la arquitec-
tura de la península se produjo a través de su libros. Ambos por
ejemplo, serán utilizados por Martínez Montañés para sus reta-
blos, apareciendo recogida tal influencia incluso en los docu-
mentos: «la forma de la bassa dórica de Sebastiano [se refiere a
Serlio] por ser tan linda...»*". Aunque no sea muy frecuente, el
promotor de una obra se podía asegurar la modernidad y perfec-
ción de ésta, haciendo referencia en los documentos al tratadista
en que se había de inspirar el arquitecto. Así, por ejemplo, el
nombre de Vignola aparecerá con referencia a las proporciones
de la iglesia de Monforte de Lemos"5. Otras veces fueron los mis-
mos arquitectos los que en los documentos reseñaron los nom-
bres de los tratadistas utilizados: en 1661 se informará de que
para el sagrario de la catedral de Sevilla —los planos son de
1615— se habían seguido las doctrinas de Vitruvio, Alberti,
Bramante, Miguel Ángel, Scamozzi, De l'Orme, Sangallo y Pa-
lladio, concluyendo, por lo tanto, que esa obra estaba hecha «se-
gún todas las reglas de Arquitectura»"^ Como se ha hecho notar.

"" Libro autógrafo de D. Macario Fariñas del Corral, B. N. M., Ms. núm. 5917,
171, La fecha más tardía que aparece en este manuscrito es 1657.
"I Febvre y Martin (1958), págs. 335 a 340.
"2 Peligry (1976), pág. 224.
" ' J . Martínez (ed. de 1866), pág. 192.
"" Palomero Páramo (1982), pág. 503.
"5 Pita Andrade (1952), pág. 44.
"'' Halcón Márquez (1977), págs. 48 y 94.
179

también los fondos de arquitectura en la pintura del siglo xvii


son deudores en gran medida de los tratadistas del manierismo: a
veces aparecerá Vignola en las obras de Zurbarán y Palladio en
las de Murillo''^
A través de la literatura o de obras históricas, etc., también se
puede comprobar la difusión de los tratadistas en España. Rodri-
go Caro, al referirse al edificio de la Casa de Contratación de Se-
villa, de traza de Juan de Herrera, escribió, por ejemplo, las si-
guientes palabras: «la fachata por todos quatro lados, no parece,
sino un edificio Romano, muy parecido a los que Vitrubio des-
cribe: y no dudo, que el artista los imitó»'"'.
Desde que Cristóbal de Villalón en 1539 citó a aquellos casi
míticos arquitectos «que por la abundancia de su saber nos dexa-
ron escriptos grandes volúmenes en este arte por dexar fama de
sí y memoria de su sciencia... Zenodoto, Hermógenes, Agatar-
ches, Demócrito, Anaxágoras, Dédalo, Sileno y Bitrubio, Theo-
doro et Philo»'''\ las referencias a los tratadistas siempre apare-
cieron en los escritos sobre temas de arte o de arquitectura.
A decir verdad, el único nombre que nunca falta cuando se
quiere alabar una obra o recurrir a una autoridad indiscutible es
el de Vitruvio. Citaba a Vitruvio junto con Alberti, Calvete de
Estrella en ElJelicissimo viaje, de 1552. A ambos los volvía a citar
—a Vitruvio en las ediciones de Bárbaro y de Filandro— Pal-
mireno en El estudioso cortesano (1573), añadiendo a éstos los nom-
bres de Sagredo (no lo llama así, sino sólo «medidas del Romano,
impreso en Toledo») y de Serlio: todos estos autores debían ser
leídos por el cortesano, al cual además aconsejaba de la siguiente
manera: «algunas vacaciones vete a ver algún castillo, torre, tem-
plo ó monasterio que labran: hazte muy amigo del Albañir, o
maestro de architectura», y leyendo a los autores citados «podrás
tratar con él»^».
Se pudo escribir de Vitruvio que «Ninguna imperfección ha-
llarse puede / si el gran Vitruvio vuelve y la compasa»^!, y verda-

<' A. Ixón (1984), pág. 31.


"8 R. Caro (1634), f. 61.
« C. de Villalón (ed. de 1898), pág. 148.
5" Palmireno (1573), pág. 47.
51 Es parte de una égloga de Lupercio de Argensola dedicada a Aranjuez,
que recoge Álvarez de Quindós (1804) (ed. de 1982).
180

deramente, aunque se cite a otros tratadistas, a fines del siglo xvi


y comienzos del xvii era Vitruvio la única autoridad que no ad-
mitía discusión. Así, por ejemplo, Valladolid tendrá todas las co-
modidades que una ciudad ha de tener tal como «lo dizen Vitru-
vio y otros Authores»". Por otra parte, y para mostrar que la in-
fluencia del tratado de Sagredo era algo real en el siglo xvi, rela-
cionándolo claramente con Vitruvio y con los otros grandes tra-
tadistas del momento, podemos recordar que una descripción de
El Escorial del año 1576 considera a ese edificio «ejemplo vivo
de toda buena arquitectura, donde los famosos arquitectos vie-
nen a verificar los preceptos de arquitectura escritos por Marco
Polion, Vitruvio y sus comentadores, César Cesariano, Filandro,
y Daniel Bárbaro, y por León Bautista, Sagredo, Serlio y los de-
más»". Otra vez vemos aquí unidos a Vitruvio, Alberti, Sagredo
y Serlio, pues durante mucho tiempo fue lugar común referirse a
los cuatro textos como modelo para la arquitectura.
Los textos sobre El Escorial harán constantemente referen-
cia a Vitruvio: Almela cuando describe esta obra en 1594, y so-
bre todo Sigüenza lo citan. Según este último, el sitio se buscó
«conforme a la doctrina de Vitruvio», se accedía al templo por
gradas porque «enséñalo así Vitruvio», y se alteraron las medidas
de las zonas altas en función de su distancia con respecto a nues-
tra vista «según el precepto de Vitruvio»^''. Nunca se fxjndría en
duda la arquitectura vitruviana por parte de nuestros escritores,
e incluso los tratadistas de materias algo ajenas lo citaban con
frecuencia, tal como hizo Carranza en su Filosofía de las armas del
año 1582.
Aparte de Vitruvio, los tratadistas más citados en obras no
propiamente arquitectónicas serán Serlio y Vignola. A ellos se
añadió en algún momento Sirigatti, de cuya obra no hemos ha-
blado todavía, pero cuya Prattica diprospettiva, publicada en 1596,
fue uno de los escritos sobre arquitectura que más éxito tuvo en-
tre nuestros arquitectos: todos sus grabados, acompañados de
texto, servían para aprender a trazar, con las líneas tiradas en las

52 D. de Frías, Diálogo en alabanza---, f. 164.


^^ G. de Andrés, «Descripción... por Antonio Gracián (1576)» (1970),
pág. 65.
5" Sigüenza (ed. de 1963), págs. 14, 212 y 217.
181

que aprender, en la primera parte de la obra. Con Sirigatti se po-


día aprender cómo hacer la fachada de una casa, cómo hacer los
capiteles de los diferentes órdenes, como hacer una casa simple,
e incluso cómo era el templete de San Pietro in Montorio.
Ya hemos hecho referencia, en el capítulo dedicado al arqui-
tecto, a la presencia de los tratados de arquitectura en sus biblio-
tecas. Ni una sola de las de importancia que se conocen deja de
incluir uno o varios ejemplares de Vitruvio: Juan Bautista de To-
ledo, Juan de Herrera —este arquitecto tuvo nada menos que
quince ediciones—, J. B. Bergamasco, Juan de Arfe, Andrés de
Vandelvira, Hernán Ruiz,J. B. Monegro, Jorge Manuel Theoto-
copouli, aparte de escultores como Sebastián Fernández o Jeró-
nimo Hernández, nobles como Ramírez de Prado, eruditos
como Lastanosa y pintores como Pablo de Céspedes, Velázquez
—que tuvo seis— y Carducho, todos ellos poseyeron la obra de
Vitruvio^s. También Alberti estuvo en casi todas las bibliotecas,
y Serlio, Vignola y Labacco le seguían en cuanto a cantidad de
ejemplares. El resto de los tratadistas no aparece ya de una mane-
ra tan generalizada.
La posible influencia de la tratadística francesa tampoco
debe ser olvidada, pues Du Cerceau y De L'Orme no fueron des-
conocidos para nuestros arquitectos. Monegro poseyó obras de
ambos, Juan Bautista de Toledo tuvo una de Du Cerceau, y Juan
de Herrera un ejemplar de las Nouveiles inventions... de De L'Orme.
También la presencia de otras obras distanció a muy contadas bi-
bliotecas de los muy conocidos Vitruvio, Alberti, Serlio, Vigno-
la y Labacco. Así, Juan de Herrera, al igual que el hijo de El Gre-
co, poseyeron la obra de Rusconi, y el segundo, como Monegro,
poseyó también la obra de Palladlo. Muy escasa fue la presencia
de Cataneo, y más escasa aún la de Martino Bassi, de quien al pa-
recer sólo Monegro poseía un ejemplar. Uno de los compendios
más completos y más accesibles sobre arte, el de Barca de 1620,
que sepamos sólo aparece en la biblioteca de Velázquez.
Por lo que se refiere a los tratados de fortificación, G.B. Zan-

" Sobre estas bibliotecas, véase Cervera Vera (1951 y 1977), Portábales Pi-
chel (1945), García Chico (1963), Chueca Goitia (1971), Navascués (1974),
Marías (1981 y 1983), Marías y Bustamante (1981), Martín Ortega (1964), Pa-
lomero Páramo (1982), G. de Andrés (1964), Selig (1960), Sánchez Cantón
(1925) y Calvo Scrraller (ed. de Carducho, de 1979).
182

chi, Girolamo Cataneo, Rojas y G. Busca son algunos de los


nombres citados en los inventarios (que suelen registrar estos li-
bros simplemente como de fortificación). Los libros de aritméti-
ca —casi siempre el de Pérez de Moya— geometría, por supues-
to de Euclides, y perspectiva: Vignola y Sirigatti sobre todo,
completaban el bagaje científico necesario al arquitecto.
La tratadística italiana fue, por lo tanto, la que más peso tuvo
en la arquitectura española, y en esa línea quizá debamos recor-
dar aquí cómo Vignola, Labacco, Miguel Ángel y Montano po-
drían considerarse definidores del gusto arquitectónico hacia
1619. En esa fecha se encuadernan juntas en un mismo volumen
las obras de esos autores. Se añaden grabados de algunas de las
obras más importantes de Vignola, debidos a Francesco Villa-
mena en 1617, así como una Nuova et ultima a^iunta... de las puer-
tas de Miguel Ángel, fechada en 1610, y en cuya portada se lee
«Giovanni Battista Montano Milanese inventor»^'-. Dedicado
—en lo que parece un añadido— a Crescenzi, quizá este arqui-
tecto, que tuvo una Academia de Arte en Roma, trajo este volu-
men de Italia cuando vino a España a trabajar en las obras del
Panteón de El Escorial. Que ahora este compendio de tratados y
láminas se encuentre en la Biblioteca de la Universidad Complu-
tense, a la que fueron a parar los fondos de los jesuítas, nos puede
hacer pensar que esta útilísima recopilación de imágenes (en la
que la fecha más tardía que aparece es 1619 en un grabado de un
capitel) fue utilizada para la docencia por esa orden una vez que
absorbieron las funciones de la Academia de Matemáticas y otras
relacionadas con la enseñanza de la arquitectura.
El anclaje en el pasado, en la «última maniera», se patentiza
en repertorios como éste de comienzos del siglo xvii. Las refe-
rencias serían la Antigüedad, la codificación de los órdenes, así
como de fachadas y plantas, los tipos de puertas y ventanas de
belleza y modernidad aseguradas, y las posibilidades de experi-
mentación e interpretación de tales códigos que ofrecían ejem-
plos como los de las puertas de Miguel Ángel.

5'' Sobre las trazas de Montano publicadas p)or su discípulo G. B. Soria,


se G. Zander (1958) y (1962).
183

4.1. San Juan de Ribera y la Contrarreforma en la arquitectura

Tan sólo hubo un texto sobre arquitectura en el que se plas-


maron los ideales contrarreformistas de una manera clara, que
son las Instructiones Fabricae et suppellectilis Ecclesiasticae, de Borro-
meo, publicadas en 1577. En España san Juan de Ribera, que po-
seyó ese libro en su biblioteca, quizá fuera uno de los prelados
que tuvo en cuenta el texto de Borromeo a la hora de construir el
grandioso edificio del Colegio del Corpus Christi en Valencia.
Juan de Ribera, que murió en 1611, fue Patriarca de Antio-
quía y Arzobispo de Valencia desde 1569 hasta su muerte. En-
tre 1602 y 1604 fue, además, virrey de Valencia. Tal como escri-
bió Boronat, «las disposiciones tomadas por el sagrado concilio
de Trento en la sesión vigésima tercera, capítulo XVII, acabaron
de inclinar el ánimo del Beato para llevar a término aquella fun-
dación. Para ello comenzó por adquirir desde el día 7 de octubre
de 1580 hasta el 28 de febrero de 1583, más de veinte casas en el
barrio contiguo a la Universidad literaria de Valencia y el día 14
de marzo de 1583 otorgó la escritura de creación y fundación del
Colegio de Corpus Christi... que había de ser el monumento más
grandioso que tiene hoy en el mundo la severidad del culto cató-
lico»5\
La construcción de este Colegio supuso un hito para la arqui-
tectura en el Levante español, y así, en una poesía de 1602, se le
deseaba a san Juan de Ribera salud y vida para «Que pueda gozar
la obra que levanta / con tanta perfición qual vella espera, / que
es ya del mundo octava maravilla / y primera en Valencia y en
Castilla»5«. Es ésta una rarísima ocasión en la que se habla de
«octava maravilla» —que no deja de ser tópico— para referirse a
una obra que no sea la del Monasterio de El Escorial.
San Juan de Ribera, que encarnó a la perfección el ideal de
Trento, fue a la vez un hombre poderoso y mecenas de las artes,
aunque siempre con unos fines religiosos concretos. Fue él, por
ejemplo, quien dio la aprobación en 1595 para la obra de Prades,

5' P. Boronat y Barrachina (1904). Agradezco a don Ignacio Valls Pallares,


del Colegio del Patriarca, el conocimiento de esta obra fundamental, así como
las facilidades que me dio para visitar dicho Colegio.
58 Son unas octavas de Juan Tafalla incluidas en las Fiestas de San Raimundo de
Peñafort, publicadas en 1602. En Carrercs y de Calatayud (1949), pág. 61.
184

Adoracióny uso de ¡as santas imágenes. Para Prades, Ribera era «varón
digno de toda alabanza, por las muchas y grandes virtudes que
concurren en él», y era digno incluso de una mayor veneración
que san Vicente mártir^''. Su protección a las letras venía de
tiempo atrás, pues Palmireno en 1569 le había dedicado su Voca-
bulario del humanista. Conforme fue pasando el tiempo, las obras
que le dedicarán estarán ya impregnadas de espíritu contrarre-
formista, como el Aprovechamiento espiritual, de Francisco Arias en
1603, muy en consonancia con un hombre que fue uno de los
principales artífices de la expulsión de los moriscos. En este
asunto de la expulsión, tal como escribía Cáscales en 1622, «en
todas las juntas, i acuerdos tuvo gran mano, i autoridad don Juan
de Ribera patriarca, i argobispo de Valencia, como quien tanto
trabajó en apurar esta materia, i esforzar la expulsión»''". Según
escribe por su parte G. Escolano, fueron los reproches recibidos
por esta expulsión —de la que se le consideraba el principal fac-
tor— los que hicieron que empezara «a sentir carcoma en su
coragón» y le produjeron «una lenta calentura, que le vino a
quitar la vida el día de los Reyes del año mil y seyscientos y
onze»'''.
Su santidad no era puesta en duda, aunque sí matizada por
aquellos que se vieron perjudicados por alguna decisión suya, y
en ese caso estuvo la orden de Nuestra Señora de las Mercedes,
uno de cuyos miembros, Tirso de Molina, decía que aunque era
«varón de el cielo, santo e inculpable, era también hombre como
los demás, sugeto a imperfecciones»'^. Fue Ribera poderoso en
asuntos de gobierno: aparte de su contribución económica para
ayudar a la guerra de Hungría —que parece que se quiso solicitar
a los prelados españoles por parte de la Santa Sede sin permiso
del rey'''— mantuvo frecuente correspondencia con el rey Feli-
pe III y con el duque de Lerma, a quien incluso aconsejó cómo
comportarse en la privanza.

" Prades (1597), pág. 85.


'"' Cáscales (1622), f. 25<A
'•I Escolano (1611), col. 2000 y 2001.
''2 Tirso de Molina, Hisloria general... II (1568-1639), (ed. de 1974),
pág. 159.
''' Oiarra Garmendia y Larramendiy índices de la correspondencia... (1948),
tomo II, 8290, 8251, 8215, 8187, 8145.
185

No es extraño, pues, que los valencianos quedaran desconso-


lados con su muerte, pues con él murieron «las esperangas de los
desta ciudad, que esperavan de su medio para con el Rey, el re-
medio de los males que padecemos»'"*. Si históricamente su ac-
ción más significativa fue su intervención en la expulsión de los
moriscos, tan perjudicial para Valencia, pues dejó «hecho de
Reyno el más florido de España un páramo seco y desluzido por
la expulsión de los Moros»*'', artísticamente su mecenazgo fue es-
pléndido. Buscó buenos artistas para la fundación"' en la que
será enterrado, ese Colegio del Corpus Christi que los cronistas
califican de suntuoso. La cultura de este hombre, formado du-
rante el reinado de Felipe II, se plasmará tanto en su biblioteca
como en su curiosidad científica por lo exótico, que le llevó a
crear en cierto sentido un nuevo Aranjuez en su jardín de la calle
de Alboraya. En él hubo árboles de lejanas tierras y toda clase de
animales, y por otra parte su pertenencia al mundo del manieris-
mo, con todo el refinamiento inherente a ese término, se tradujo
en que en cambio en Burjasot lo que tuvo fue un lúdico «jardín-
selva»''".
Desde el punto de vista artístico, este gran hombre —cuyo
retrato quizá sea la efigie de san Agustín en el Entierro del Conde de
Orgaz— logró con su Colegio la obra más bella del clasicismo
valenciano. Se desconoce todavía hoy no obstante quién pudo
ser el autor de las trazas de este Colegio del Corpus Christi, y se
ha supuesto que la traza de las partes más importantes —planta,
cúpula y portada principal— pudo ser enviada desde El Esco-
rial''". Pensamos que la intervención del mismo Ribera a lo largo
de las obras debió de ser decisiva: por un lado Guillem del Rey, a
quien se ha atribuido tradicionalmente la obra, sólo aparece en
los contratos como maestro de obras que ha de atenerse a una
traza dada, y por otro lado, la presencia en la biblioteca del Arzo-
bispo de las Instructiones... de Borromeo, según las cuales es el
obispo quien debe supervisar la obra en cada una de sus partes.

'••» Escolano (1611), col. 2001.


'•5 ídem, coi. 2006.
'''' Este Colegio ha sido estudiado tanto en sus pinturas como en su arqui-
tectura por F. Benito (véase bibliografía).
''^J. Carrascosa Criado (1932), págs. 75 y 80.
'•« F. Benito (1982), pág. 28.
186

justifica esta aserción. Sería labor ardua el buscar las concomi-


tancias entre esta obra y las instrucciones dadas por Borromeo,
dada la flexibilidad que este último demuestra en muchos casos a
lo largo de su escrito, pero, por ejemplo, quizá el hecho de que la
portada del Colegio sea adintelada (y no de medio punto, como
la de Villacastín y la de la edición de la traducción de Vignola)*''
es algo más que una coincidencia con las instrucciones de Borro-
meo, que en eso es posible que fuera utilizado claramente.
El que hoy es más conocido como Colegio del Patriarca fue
una fundación protegida por los reyes, en la que se fomentaron
los estudios eclesiásticos, y que fue financiada por el Patriarca
Ribera gracias en gran medida a su patrimonio familiar. Es la
obra más perfecta del manierismo clasicista en Levante.
Escribía Fonseca en 1612 acerca de esta obra que «en artifi-
cio, riqueza y magestad, compite con los más insignes templos de
la Christiandad: y en devoción, limpiezas, y variedad de música
haze ventajas conocidas a los más della»^". Artificio, riqueza,
majestad, devoción, música: la iglesia de la Contrarreforma se
puede compendiar en tales conceptos. El Patriarca Ribera lo
logró.

'•'' ídem, pág. 64,


^" Fonseca (1612) (ed. de 1878), pág. 162.
C A P Í T U L O VII

La curiosidad por lo exótico y el paradigma


de Roma

Hizo traer también pezes para los estanques, de Flandres,


carpas, tencas, hurguetes; gámbaros de Milán, y recoger de di-
versas regiones, de ambas Indias, de Alemania, Arabia y Gre-
cia, virtuales y medicinales plantas de inestimable valor por
sus efectos. Embió Médicos y erbolarios con pintores, para
que le truxessen los dibuxos y pinturas de quantas diferencias
de yervas avía, árboles de huerto y montaña, de las aves, cule-
bras, sabandijas de generación y putrefacción conocidas, ani-
males bravos, mansos, terrestres, marinos, monstros, y de co-
sas admirables en naturaleza, y ordinarias en aquellas regio-
nes. De todo se hizieron retratos y copias y se pusieron en li-
bros curiosos que oy conserva la librería de san Lorenzo... ni
fue menor el número de los que hizo traer Orientales, y Meri-
dionales, Reynocerontes, Elefantes, Adives, Leones, On^as,
Leopardos, Camellos (de que ay cría y servicio en Aranjuez)
Abestruces, Zaydas, Martinetes, y Aytones, sobrepujando
su curiosidad en esto la de los primeros Emperadores Ro-

Estas palabras de V a n d e r H a m m e n , referidas a Felipe II,


ilustran la curiosidad p o r lo exótico (aunque en el caso de Feli-
pe II pueda p r i m a r el interés científico) que se desarrolló a lo largo
del siglo XVI. A principios del x v i i comenzará a darse u n a erudi-
ción sobre los distintos temas, m a n t e n i é n d o s e el interés p o r las
noticias e historias que hablaban de países lejanos.
A comienzos del siglo x v i i , se llamaba Geografía a la des-
cripción de la tierra, Cosmografía a la descripción del m u n d o ,
Chorografí'a la descripción de una provincia, y Topografía la

Vander Hamen (1632), f. 13.3 v.".

187
188

descripción de un lugar^. En España abundaron las descripcio-


nes de provincias lejanas y de algunos de sus lugares más admira-
bles. Los españoles pudieron conocer en obras impresas, pero
casi sin grabados, la historia y cosas más notables de los más leja-
nos países. Hubo además temas como el de los turcos que fueron
muy frecuentes en la literatura españolad
Por un lado, existieron los libros escritos por peregrinos, y
así, por ejemplo, en 1606 se editó en Sevilla el viaje que Fadrique
Enríquez de Rivera había hecho a Jerusalén entre 1518 y 1520.
Sólo con el tiempo los libros de peregrinos incluirán grabados
que aproximaban todavía más al lector al relato, y permitían re-
flexionar sobre las diferencias y semejanzas entre lo cotidiano y
lo nunca visto. Ese será el caso del libro de Antonio del Castillo;
El devoto peregrino. Viage a Tierra Santa, de 1654.
Por otro lado, la mayoría de las descripciones de lejanos paí-
ses estaban ligadas a la labor evangelizadora y un autor que según
algunos jamás estuvo en China, como fue Juan González de
Mendoza, pudo publicar en 1585 su famosísima Historia de las co-
sas más notables,ritos,costumbres, delgran Reyno de la China gracias a las
relaciones de los misioneros portugueses, italianos y españoles.
Aunque según otros autores el libro sería fruto de un viaje como
enviado real a China en 1580, este libro es de cualquier manera
reseñable, pues fue la primera vez que se utilizaron en Europa
los caracteres de la escritura china. Es un libro de cuya difusión
habla el que en el inventario de los bienes del pintor Carducho
aparezca un ejemplar de una edición del año 1586".
Una de las obras más importantes de colecciones de viajes, y
que tuvo una gran difusión, fue la de Ramusio, Delle navigationi et
viaggi..^ que, en italiano, se encontraba entre los libros de Juan de
Herrera cuando se hizo el inventario de sus bienes'". En esta re-

- N. Broc, l^ géographie de la Renaissance (1420-1620), París, 1980, pági-


na 99.
' A. Mas (1967) y M. A. de Bunes, La imagen de los musulmanes y del Norte de
África en la España de los siglos XVIj XVII, Marid, 1989.
" Calvo Scrraller (ed. de los Diálogos... de Carducho) (1979).
'' Hay ed. facsímil de Amsterdam, de las de 1563 (vol. 1), 1583 (vol. 2)
y 1606 (vol. .3).
'' «...tres bolúmenes de la nabegación, biaxes y descubrimientos de dibersas
partes de Juan Baptista Ramusio, en ytaliano», núm. 633 del inventario. Cerve-
ra Vera (1977), pág. 165.
189

copilación de viajes podría ver por ejemplo—en la obra de Fran-


cesco Álvarez— los «disegnos» (se refiere el autor a las plantas)
de las iglesias que en su largo viaje a Etiopía pudo ver ese
hombre".
Los libros de misioneros, como el de Luis de Guzmán del
año 1601 sobre las misiones de la Compañía de Jesús en la India
oriental. China y Japón, son más numerosos que cualquiera
otros, aunque también hay algún ejemplo de soldado que quiso
dejar por escrito el relato de sus viajes". Nada era nuevo, pues el
interés por los viajes y por todo lo exótico no había decaído des-
de que en 1503 se editara en Sevilla el libro del viaje de Marco
Polo a Oriente.
La importancia de las informaciones de los misioneros para
la confección de estos libros se pone de manifiesto en el libro del
historiador Antonio de Herrera, que en 1601 afirmaba que todo
lo que sabía de China era gracias al padre fray Martín de la Rada,
y sabía bastante. Describía Herrera las costumbres, comidas, for-
mas de gobierno, trajes, carácter..., y sobre la arquitectura de
aquel país lejano escribía lo siguiente: su muralla es «obra la más
insigne del mundo»; los palacios del rey en Suntien «son tan
grandes, que ocupan espacio de una gran ciudad, donde tiene
todo género de recreaciones»; da noticias sobre las técnicas de
construcción, constatando que construyen «en baxo»; de sus ciu-
dades dice «las calles principales son muy anchas, y llenas de ar-
cos triunfales de piedra y de madera, escrito en ellos el nombre
del que los hizo...», para continuar con un interesante comenta-
rio: como son anchas y tienen tiendas, estas calles «sirven de pla-
9as», es decir, que la plaza en España no es sólo un espacio urba-
no, sino también y sobre todo una «función», un lugar identifica-
do con el mercado (en realidad todavía hoy hay personas que
utilizan la palabra plaza en ese sentido). Otro ejemplo de compa-
ración entre China y España son la viviendas, y recurre Herrera
— o el misionero que se lo contó— a una comparación com-

" La obra de Alvarez fue traducida al castellano por Tomás de Padilla (His-
toria de las cosas de Etiopía), editándose en Amberes en 1557.
" M. de Loarca, Verdadera relación de la grandeva del Reyno de China con las cosas
mas notables de ella, B. N. M., Ms. núm. 2902.
190

prensible para todos: «Las casas de la gente común, son como las
de los moriscos»''.
El conocimiento de China a través de estas historias servirá,
por ejemplo, para que Sancho de Moneada critique la ociosidad
de los españoles por comparación con otros países en los que
como «en la China todos trabajan, niños, viejos, decrépitos, go-
tosos, mancos y tullidos»'", y verdaderamente ése parecía ser un
lugar común acerca de los chinos, pues ya en 1515 se les decribía
como «molto industriosi, et di nostra qualitá, ma di piu brutto
viso, con gli occhi piccoli»". Estos hombres de los ojos peque-
ños vivían «con gran felicidad y riquezas», o ai menos así lo creía
el obispo Palafox, que pensaba de ellos que «en lo temporal» eran
«los más felices del mundo»'2.
Otros muchos países lejanos sirvieron a los escritores como
punto de comparación con el nuestro: en Sevilla se podían ver
«las riquezas de Tiro, la fertilidad de Arabia, las alabanzas de
Grecia, las minas de Euripa, los triunfos de Tebas, la abundancia
de Egipto, la opulencia de Escancia y las riquezas de la China», y
todo ello la convertía en cabeza de España lo mismo que Pauris
lo era de Persia, Moscate de Moscovia, Lanchin de China o Sa-
marcanda de Tartaria". Era también muy útil saber de las pirá-
mides de Egipto para considerar a Felipe II por encima de los fa-
raones'", y poder nombrar a los «Tiranos Nobunanga, y Taycos-
sama» que fundaron ciudades en Japón con el fin de conseguir
«en alguna manera eternizarse»'* cuando se vivía en los años en
que el duque de Lerma levantaba su ciudad. Prácticas de poder
tan extendidas por todo el universo conocido, forzosamente ha-
bían de ser consideradas como símbolo de grandeza, y por si era

•' A. de Herrera, Historia general del mundo... (1601). parte II, págs. 47, 48, 51
y 52. _
'" Se basa para afirmar eso en Botero. Sancho de Moneada (1619) (ed. de
1974), pág. 109.
" Leüera di Andrea Corsali Fiorentino, MDXV, en Ramusio, op. cit.,
f. 280c.
'- Palafox y Mendoza, Discurso..., B. N. M., Ms. núm. 1222.
" A. de Rojas, El viaje entretenido (ed. de 1964), págs. 126 y 1,30.
'•* «Sermón que predicó Fray Alonso Cabrera a las honras de... Filipo se-
gundo» (1598), en Simón Díaz (1964), pág. 136.
'•^ C. de Rojas, Sumario... (1607), B, N. M., Ms. núm. 9286.
191

poco el ejemplo de la Antigüedad, ahí estaban esos mundos casi


míticos para corroborarlo.
Sin necesidad de que las comparaciones se convirtieran en
algo político o en parte de la retórica del poder, la plaza de Méxi-
co, por ejemplo, podrá ser comparada a las españolas, pues era
«tre volte la piazza di Salamanca»'^ Un autor como Soto y Agui-
lar por otra parte, cuando escribió su Historia de los tártaros, Moros y
Turcos, dedicó gran parte de sus páginas a la historia de los reyes
moros de la península, situados así en el mismo plano que los
tártaros y los turcos". En la elección de los temas este autor po-
dría ser parangonable a un viajero romántico del siglo xix. El in-
terés por países lejanos es tan generalizado que podemos encon-
trar sin sorpresa una historia de Transilvania entre otros manus-
critos de sucesos del año 1620"*.
Aparte de los viajes y de los libros que sobre ellos se escribie-
ron, también las embajadas tuvieron incidencia en el descubri-
miento deslumhrado de mundos lejanos, al menos en el mundo
de las cortes. Lo mismo que las embajadas japonesas eran obse-
quiadas con los grabados de El Escorial, también a la inversa se
recibían regalos enviados desde países lejanos. Por ejemplo, la
Virgen de Atocha poseía «un rico frontal, y dos ricos blandones
de plata, grandes y muy vistosos», que le habían enviado como
presente desde China ". Miguel de Soria contará cómo el embaja-
dor de Persia, que llegó en febrero de 1608, trajo joyas a la reina,
«y alfombras de oro bordadas», festejándosele con grandes fiestas
«en la guerta del duque en el prado»^". En justa correspondencia,
Felipe III enviará en 1618 una embajada al rey de Persia con pre-
sentes de cosas de España, Italia y Flandes^'.
De las embajadas japonesas causaron estupefacción sus trajes,
y no sólo en España, sino también en Italia; Federico Zuccaro,

"' Relatione d'alcum cose delta Nuova Spagna, et delta gran Cilla de Temistilan Messi-
co, fatía per un gentil'huomo del Signar Femando Córtese, en Ramusio, op. cit., vol. III,
258E.
'" Diego de Soto y Aguilar, Historia de los tártaros, Morosj turcos..., B. N. M.,
Ms. núm. 2955.
i« Sucesos del año de 1620, B. N. M., Ms. núm. 2351, f. 5.
I'' Quintana (1637), f. 51.
-" Miguel de Soria, IJhro de tas cosas..., B. N. M., Ms. núm. 9856.
-I González Dávila (1623), pág. 125.
192

por ejemplo, en carta al Bali Ippolito Agostini escribía que los


«habiti giapponesi... per la novitá e stravagantia loro sonó degni
d'ogni honoratissimo studio»^^ Dg Jas estancias de las embajadas
japonesas en España hay autores, como Jerónimo de la Quinta-
na, que también registran el exotismo de los trajes: «vestido largo
hasta los pies abierto por delante, de una tela blanco texido, en
ella de muchas colores pájaros, hojas y brutescos, mangas anchas
y cortas a la mitad del brago, jubones de raso blanco, calgones de
la misma tela anchos como mariñeros...»'\ Resulta interesante
que hable de «brutescos», pues debía de ser el único motivo deco-
rativo del mundo occidental que podía ser asimilable al sentido
ornamental del Oriente. Con respecto al valor de las telas bellas
en esta sociedad, no hay más que leer relaciones de las fiestas y
acontecimientos públicos para comprobarlo, así que no es extra-
ño que se reseñen también esas telas tan novedosas. En ese senti-
do podemos recordar cómo en el teatro se usaban a veces atuen-
dos de lejanos países para los actores, «perché la novitá degli abiti
genera ammirazione, e fa lo spettatore piú intento alio spettaco-
low^l La necesidad de exotismo y de sorpresa de unos círculos
cortesanos en los que lo lúdico de las fiestas primaba sobre otros
aspectos, justifica el asombro y complacencia con que los perso-
najes de países lejanos como Japón eran contemplados.
Las referencias a las Indias —orientales y occidentales—
también son frecuentes. Por ejemplo, de Madrid se escribió
cuando la corte volvió desde Valladolid que «Con la buelta ven-
turosa / de Felipe y Margarita / el humilde Manzanares / al
Ganxes no tiene enbidia / . . . sus casas Reales famosas / que has-
ta los indios admiran»^*. La vuelta de la corte había convertido al
Manzanares nada menos que en un segundo Ganges. Las otras
Indias, las occidentales, rara vez fueron utilizadas en el mismo
sentido que China, Japón y otros países citados hasta ahora.
Muy conocidos son los textos en los que los conquistadores

22 Gualandi, Nuova raccoUa... (1844-56), vol. I, núm. 9, pág. 31.


2' Quintana (1629), f. 354 v.".
-* Asi lo afirmaba Giraldi en su Discurso sulle tragedle, de 1543 (editado en
1554). Véase R Marotti (1974), pág. 226.
2'' Anónimo, «Segunco (sic) quaderno de quatro Romances en alabanza de
Madrid y Valladolid, y despedida de los Cortesanos» (1606). En Simón
Día2(1964).
Iglesia Colegial de San Pctíro. Ixrma, Burgos. (Capitulo V. Los edificios y el
simbolismo espacia! de los ámbitos religiosos.)
Nmm e( ultima a^iunia... I ti Roma, 1610. Ciopanni BaUisla Mvnlarw MUanese ¡iwenlor.
(Oipitulo VI, Difusión de los tratados.)
Colegio de Corpus Christi, Valencia.
(Capitulo VI, Difusión de los tratados.)
Wlif'l*OhthiceMigr,cia,ia,nm,tí,.jufn-ctmtnJtmtitifJiCül Phencift fietruirit (BiJelíO JtH'Ecm .
ífíiíí nrf/iTífí W(i«n« Ji Nirtni i n j u n i r r J,Au9ui¡, ¡¿.'lÜ'trií.inu inama dittn trtané mt^,nSrtu\\
!>-l-ittr,,t, crTU*íríáuir,idauncu\¡ttj)íJiiiijran¿i InÁ^niu '

lí. de Rossi, OmaríieiUi di FabTk}}e antiehi et mudemi deU'Aima Ciítá di Roma. Roma,
16(1(1. Obelisco y Ba.silica de San i*cdru. Biblioteca Nacional, Madrid.
(Capítulo Vil, El paradigma de Roma.)
En el aúospaffadns la Sanaidad de Paulo V. hiro ftbrícar
vna fumptuoíliuna Capilla en ella,en fruente de la Capilla-*
de Sifto V. en la qual trafíado la imagen de S. María Majort
piiirada por mano de S.Lucas, y cooFoimelo qoc hagora fe-*
vecen clla.eí demajor grandeca,y mageftad,y de muym»
gifto que la que hüo Sifto V. Y en efta mefma iglcíía Paulo
7Í ^"* Sacriftia hermofiflíma toda pintada con di-
uerítts aparcamientos labrados de piedras de grande valor,
y con delicada arcíntcíftura todo, y arriba apoientoi para i*-
dos ir s canonigos, y officiaics de dicha Iglefia,que todo da--
graác dcmoft. ación del nobililfitno animo de fu Santidad, y
v'í^'í"*" f^""*^^ ^l""^ iia tenido á cfta S.Iglefia Grego-
no XlU.huohaMrla calle que hay de la dicha Iglefiaá *.
Jum I jicrano muvrfachay buena . Y Sifto V.hiio las dos <»-

Capilla de Santa Maria Maj^orc. F.P.M. Hciini, Tratado natvú de ¡ascosas maravi-
llosas dt la Alma Ciudad de Rnwa, Roma, 1619.
{(•••_^u]o VH, El paradigma de Roma.)
^^'¿ÉU

I^afrcry, Specu/uw Rumatiae Magnifuaitiae, Las siete iglesias de Roma. Cirabado


de 1590. Biblioteca Nacional, Madrid. (Capitulo Vil, Hl paradigma de
Roma.)
Lonja de Sevilla. Actual Archivo General de Indias. (Epilogo, Lii ciudad.)

Cárcel y Cabildo de Marros, Jaén. (EpiJogo, La ciudad.)

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Ayuntamiento de Toledo, (lipílogo. La ciudad.)


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Trazas de almacenes y tabernas en Cádiz, por Cristóbal de Rojas. Año 1604.


A.G.S., Afapas, p/amsj Dibujos, XLII-67. (HpíJogo, La ciudad.)
ytaiuetJiS L>

Dibujo del túmiiJo para los funcrules de doñs Ana de Austria en la catedral de
[,as Palmas, Año 1581. A.Ci.S., A/apai, pimíos y Dibujos, XLIV-32.
(fipilogo, t i teatro de la ciudad.)
Túmulo crijfido en /;inigc«a un l;is honras fijnci>rus de [-clipt; III,
(Kpilogo, Hl teatro de l;i ciudüd.)

i
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- ^ - " i t i x s v i ^ v " ' " " " ' ^*" rivi'w^-~ "va'.irt'ri "rBpiíTÍRT'." j^.^wi;BII.:^y;;r:-"-^w^^ry'^ii'iii¡t.i\r.-\i'^\fx.'TTTY?

}Tio Julo/, V»

jf-

lil orden dórico cn el munuscriro de Simón García, Compendio de arcbiltcíura


y smttria de ¡os hmphs, 1681.
lil orden tlórico en el tratado de Vignola, Regola deUi duque ordini
d'Architeüara.
•j*!'. // 1.1_.,V-

Vist;i de C.ir;irnid;i. Pictcr viindcn Hcr^c, Theaínirn Hisfianiat, exbibemRtgni Urbes,


AmstLTtIitm Cs.a.). (Jipílouo, ).:Í ciudad.)

Vistas de D.-' María de Aragón. .Madrid, Topographia de ¡a Villa de Madrid átscripla


por dnt! Pednt de Teixeira. Año 1656. (tpilogo, l.n ciudad, 'c^sa' y 'villa".)
193

mostraron su admiración por el nuevo mundo descubierto, pero


los ecos de lo que allí descubrieron llegaron más allá. Así, por
ejemplo, la admiración por la pintura prehispánica llegó a hacer
de la pintura mexicana anterior a la conquista un ejemplo en el
que apoyar la máxima horaciana del «ut pictura poesis». En ese
sentido Prades, en su obra Adoración j uso de ¡as Santas Imágenes
(1597) afirmaba que «los bárbaros Indios Occidentales de Te-
mistitan, que agora dezimos México, de los quales, por su grande
rudez, afirmaron algunos que eran irracionales, careciendo de le-
tras, no carecieron de pintores y estatuarios y por medio de la
pintura solenizaron sus cosas, y las pusieron en perpetua memo-
ria... Y assi entendemos con quánta razón los antiguos llamaron
a la pintura Zographia, que quiere decir viva escritura, como
cuenta el Venerable Beda en el libro del templo de Salomón...
por donde con justa razón estas dos artes del escrivir y pintar tu-
vieron una misma dignidad y lugar, y fueron igualmente de los
señores del mundo favorecidas, y amparadas»^i-. La misma con-
quista en si se convirtió en motivo para el arte figurativo, y así
por ejemplo, el duque de Lerma poseyó unas fuentes de plata en
las que se representaban historias de la conquista de América e
incluso las guerras habidas entre los indios^^.
Otros territorios bajo dominio español, como los de Flandes
o Italia, despertaron en cambio una curiosidad de otro tipo, me-
nos vinculada al exotismo. Cierta xenofobia podría encontrarse
en las palabras de Damasio de Frías cuando afirmaba que Espa-
ña iba de mal en peor «desde que en ella entraron flamengos...
que no sé yo si hubiera sido mejor mucho para España nunca ha-
ver conocido a Flandes, ni a Italia, como también a las Indias»^».
La crítica a Flandes fue más frecuente^' que a Italia, por cuyo
arte al menos se tenía una admiración sin límites. Caracterizados
los italianos —por un autor de 1607— por la «vibe9a de inge-
nio» (a los españoles caracterizaba «la fineza» y a los flamencos la
«industria»"'), sus artistas siempre fueron extraordinariamente
valorados por los españoles. Era Italia el lugar «adonde más se

2'>J. Prades (1597), pág. 22.


" Mantuano (1618), págs. 128 y 129.
2« D. de Frias, Diálogo de alabanza... (h. 1579), f. 168 v.".
28
2'' González Dávila (1923), pág. 518.
V) L. Ariz (1607), págs. 60, 20.
194

sabe qué cosa es buena arquitectura»", y según Sigüenza el claus-


tro del Monasterio de El Escorial era tan bello, que esa belleza
sería apreciada incluso en Italia. Recordemos también que cuan-
do, en tiempos de Felipe III, se plantee hacer una catedral para
Madrid, se convendrá en la necesidad de pedir que se traigan de
Italia las trazas de San Pedro y otras iglesias de Roma". La pre-
sencia italiana en España y su consiguiente influencia también se
daba en otros niveles; por ejemplo. Frías criticará a los «españo-
les italianados», que utilizan palabras italianas en lugar de espa-
ñolas, «adulterando su propia lenguaw^l
Las ciudades italianas eran las más admiradas —eran casi un
ideal— por los viajeros españoles. Por ejemplo. Duque de Es-
trada, cuando partió de España en 1613, desembarcó en Genova
y de esa ciudad fue a Pisa, «famosa... pxsr sus grandes edificios y
torres, particularmente la del Domo e Iglesia Mayor, la cual des-
de su fundamento empieza con arte maravilloso a parecer que se
cae en tierra...»; en 1614 llegó a Ñapóles —tantas veces compa-
rada con Madrid por su exceso de población—, que era según él
«la más populosa, rica, deliciosa, fecunda y noble de toda Euro-
pa... Engrandécela ricos y suntuosos templos; adórnanla nobles
y suntuosos palacios, guárdanla fuertes y hermosos castillos; en-
noblécenla grandiosos y potentes príncipes; hermoséanla ilustres
y bellas damas, y guarnécela y enriquécela el mar...»'". Famas tan
cantadas hicieron de las ciudades italianas el segundo término
de toda comparación cuando se quería alabar a una ciudad es-
pañola.
Pero ninguna como Roma...
Damasio de Frías escribía sobre Valladolid: «No soy yo señor
tan apassionado que le quiera comparar con una Roma, cabe9a
que fue del mundo, con cuyas veneradas reliquias y despojos de
aquella grandeza y magestad antigua no es razón que se ampare
alguna otra cosa presente»". Esa contención a la hora de las
comparaciones con Roma, sin embargo, no existió para otros au-

'' Sigüenza (ed. de 1963), pág. 230.


'2J. de Herrera, Traaa..., B. N. M., Ms. núm. 246.
" D. de Frías, «Diálogo Antonio - Damasio», en Diálogos..., f. 125v.o.
" Duque de Estrada, Comentarios... (ed. de 1860), pág. 106.
''' D. de Frías, «Diálogo en alabanza...», en Diálogos..., f. 220.
195

tores, y gran parte de las historias escritas sobre las ciudades es-
pañolas en alabanza a éstas, acabarán por llamar a esa ciudad
«nueva Roma»: nueva Roma será Madrid, pero lo serán también
Sevilla, Zaragoza o Salamanca.
Convertida Roma y todo el arte que en aquella ciudad se en-
cerraba en paradigma de la perfección, todo lo que se quiera ala-
bar en función de valores no sólo estéticos, sino también de uni-
versalidad, será comparado con Roma. Así sucedió, por ejemplo,
con El Escorial:
La superación, el parangón o la emulación que con respecto
a Roma supuso el Monasterio aparecen en la obra de algunos es-
critores. A. de Rojas escribió en la loa del lunes, que en ese día se
fundó Bizancio, se edificó Roma y se empezó la famosa obra de
El Escorial ^''. Aparte de esa coincidencia, también tenían en co-
mún El Escorial y Roma, que ambas estaban en medio «del
quinto clima», y los cosmógrafos «podrán describir y señalarnos
este quinto clima diciéndonos pasa por Roma en Italia, y por San
Lorenzo en España, como por la cosa más notable que hay en
ella»".
Añadiendo a esto el «maravilloso artificio» de la obra escu-
rialense, ésta resultaba comparable e incluso superior a las obras
que se podían contemplar en Roma. Cuenta Sepúlveda que la
condesa de Lemos después de visitarlo, sobre todo la librería,
dijo que en Roma no había visto nada comparable «a la grandeza
y magestad y bizarría que esta octava maravilla del mundo te-
nía»'". Este tipo de comparaciones de la obra escurialense con
Roma se seguirán dando a lo largo del siglo xvii, e incluso a co-
mienzos del XVIII. En 1720, en una guía de Roma en la que
(como en casi todas) se incluirán las siete maravillas del mundo
antiguo, se añadirá esta octava maravilla de El Escorial, cuya cú-
pula se podía comparar a la del Panteón: «El cimborio de la ygle-
sia es tan alto, y grande, que podría casi compararse a la Redonda
de Roma», y sus méritos para ser la octava maravilla se veían
acrecentados «por ser la cosa más moderna del Mundo»'"'.

"' A. de Rojas, El viaje entretenido (ed. de 1964), pág. 458.


'" Almela, «Descripción de El Escorial» (1594), ed. de G. de Andrés,
pág. 19.
'" Sepúlveda, Historia de varios sucesos..., pág. 295.
''' Vaccondio Romano, I^as cosas maravillosas... (1720).
196

No era necesario a veces, no obstante, comparar a la ciuda-


des con Roma, o hablar de nuevas o segundas Romas, puesto que
los romanos habían dominado la península y restos de esa domi-
nación eran encontrados por doquier. El interés por la arqueolo-
gía, el conocimiento de la Antigüedad, la pasión por la historia
propia y la búsqueda de una identidad ciudadana e incluso regio-
nal, encontraron en las ruinas romanas y las excavaciones unos
buenos cimientos a la hora de alabar y crear la fama imperecede-
ra de unas poblaciones que, según algunos, eran tan antiguas
como la misma Roma. Alderete, Espinosa de los Monteros y, so-
bre todo, Rodrigo Caro, escribieron obras en las que el interés
por la propia antigüedad resultaba determinante.
Los historiadores de las ciudades se sirvieron de toda la in-
formación arqueológica que pudieron encontrar para probar la
presencia de los romanos a través de sus vestigios. Aunque a ve-
ces interese más la misma antigüedad que el hecho de que ésta
sea romana, es el caso que la muralla de la villa de Madrid se
creía obra en parte romana, pues romana les pareció la obra des-
cubierta cuando se iban a edificar los palacios del duque de Uce-
da y marqués de Povar*". León había sido fundada por los roma-
nos «sumptuosíssimamente» y a sus cuatro puertas «correspon-
dían quatro calles derechas, que formaban una cru2»'". En Jaén,
«unos vanos que llaman de don Fernando» eran de tiempo de los
romanos''^. En realidad podríamos hacer una lista de todas las
ciudades —grandes o pequeñas— cuya historia fuera impresa a
fines del siglo xvi o comienzos del xvii, y en todas encontraría-
mos la referencia a Roma, bien por comparación, bien por los
restos que esa civilización dejó en ellas.
En la historia de Toledo de Francisco de Pisa (1605), recoge
este autor las antigüedades romanas de las que se conservan res-
tos en la ciudad. El nombre de la puerta de Visagra se debería a
que los romanos la llamaron «Via Sacra», y era puerta que con-
ducía a unas tierras fértiles consagradas a la diosa Ceres. En la
Vega había restos de un «circo o hypódromo», en la zona norte

*" González Dávila (1623), pág. 10.


"I Lobera (1596), f. 167 v.".
'^^'^ Historia de Jaén, Ms. anónimo de la B. N. M., núm. 178, (h. 1615),
f. 32.
197

ruinas de una gran edificio «que se conoce claro aver sido templo
muy grande, que devió de ser de Marte, o Venus, o Esculapio,
porque estos tales fabrica van fuera de los muros». También junto
al Hospital de Afuera hubo otro gran edificio que, según este au-
tor, debió de ser teatro o anfiteatro. Lo más interesante quizá de
todas estas indicaciones, es que afirma que su fuente de informa-
ción ha sido el arquitecto Juan Bautista Monegro'", y es ejemplo
de cómo la figura del arquitecto se integraba en determinados lu-
gares en una élite cultural humanista en la que era incluso prota-
gonista gracias a sus conocimientos.
Nunca dejará de señalarse la existencia de unos restos roma-
nos, incluso en documentos de archivo: al cimentar las obras del
Colegio de la Compañía de Jesús en Salamanca, en el lugar «me-
jor... y puesto de más concurso desta ciudad», se encontraron «en
el profundo del sitio Ruinas de edificios muy antiguos del tiem-
po de los Romanos»"''. Por otra parte, los coleccionistas de obras
de arte no tardaron en incluir entre sus piezas los hallazgos ar-
queológicos. De 1618 es la noticia de que el avulensejuan Serra-
no Zapata, en sus casas y jardín de Madrid, tenía «una sepultura,
que se traxo de Mérida»''% y es famosa la colección arqueológica
que reunió en Sevilla el primer duque de Alcalá, estudiada re-
cientemente por V. Lleó.
Los restos romanos pasaban a formar parte de la grandeza de
las ciudades, y su hallazgo era celebrado por los pobladores.
Cuenta Suárez de Salazar en 1610 —es un autor que hace alarde
de su conocimiento de historiadores de la antigüedad, costum-
bres, edificios, etc., y que reproduce inscripciones antiguas, des-
cribe sarcófagos, vasijas, etc.— que cuando en Cádiz fue hallada
una antigua estatua de Baco, «obra de muy gran primor, y arte»,
«para que todos gozasen della se puso, y acomodó en una venta-
na de sus casas de cabildo; donde estuvo hasta el año de 1596 que
se perdió con lo demás de la ciudad»"'-. Sólo el ataque inglés aca-
bó con ese deseo de mostrar a los ciudadanos un fragmento de su
propia antigüedad, convirtiendo el teatro de la ciudad en escena-

"' F. de Pisa, Descripción de la Imperial ciudad... (1605), ff. 62 y 55.


"•' A. G. S., C. j S. R., leg. 327, f. 68, año 1618,
"5 González Dáviia (1623), pág. 10.
"'• Suárez de Salazar (1610), págs. 282-283.
198

rio en el que mostrar cómo la recuperación de lo antiguo confe-


ría a la ciudad una imagen renovada.
Los escritores y tratadistas citaban a Roma y a sus obras
como los modelos por antonomasia, la reina quería que para la
decoración del convento de la Encarnación vinieran «los pinto-
res de más fama de Roma»"', y todos parecían conocer muy bien
una ciudad a la que, sin embargo, muy pocos habían ido. A pesar
de ello recogía Covarrubias en su diccionario el siguiente refrán:
«Quien lengua ha, a Roma va.» Tanto para los que podían ir
como para los que no, existían unos libros que daban a conocer
todo lo referente a esa ciudad. Por un lado las guías y por otro li-
bros más o menos eruditos sobre las antigüedades de la ciudad de
Roma, con sus grabados, llevaron imágenes de «la» ciudad al res-
to del mundo.
Los libros que con el título Le cose maravigliose dell'alma cittá di
Roma se imprimieron a lo largo del siglo xvi, eran los herederos
directos de los Mirabilia urbts Romae, que se pueden remontar has-
ta el siglo XII. En ellos se daba noticia de las siete iglesias de
Roma, añadiéndose a éstas la iglesia de Santa María del Popólo
en algunas de las guías publicadas después del pontificado de Six-
to V. Se añadieron pronto las nuevas iglesias que se iban cons-
truyendo agrupadas según la zona en que se encontraban. A con-
tinuación se daba cuenta de las estaciones, gracias e indulgencias
de todas ellas, divididas según los meses del año, y así, según en
qué mes llegara a Roma el peregrino, visitaría unas u otras igle-
sias. Luego se incluía una guía para que el visitante en tres jorna-
das pudiera ver los edificios más importantes de Roma, y entre
ellos no sólo aparecían los grandes restos de la Antigüedad clási-
ca, sino también las obras más significativas de la arquitectura
renacentista: el palacio Farnesio, el de Cancillería, la Puerta Pía,
etc.; se incluía también una lista de los papas, y otra de los reyes y
emperadores romanos, a lo que a veces se añadía la lista de los re-
yes de las diferentes naciones. Se describían también a continua-
ción las siete maravillas del mundo antiguo.
La segunda parte de estas guías la constituía una obra titulada
LMS antigüedades de la ciudad de Roma. En casi todas las guías esta
parte está tomada de la obra de Palladlo L'antichita di Roma... Rac-

M. de Novoa, Historia de Felipe III, pág. 442.


199

colta brevemente dagli Auttori Antichi, et Modemi, publicada en Vene-


cia en 1554. En ella se informaba de forma escueta al lector de
todo lo que debía saber sobre la Roma antigua. Por lo general es-
tas guías aparecieron profusamente ilustradas con pequeños gra-
bados en los que se representaba la obra a la que el texto hacía re-
ferencia. En las guías editadas por los Franzini (no siempre con
el mismo impresor), los grabados eran iguales. Estos publicaron
en castellano estas guías al menos en tres ocasiones, pero publi-
caron también Girolamo Franzini y sus herederos otros libros
sobre Roma, en los que vemos los mismos grabados, como el de
Marliani, Urbis Romae topographia, que fue uno de los utilizados
por Palladio para su obra, publicado por primera vez en 1534, y
que será editado por Franzini en 1588.
Se fueron incorporando no obstante grabados de las nuevas
obras construidas, y así, por ejemplo, en la guía del año 1600 de
Cabrera Morales, además del viejo grabado de Santa María la
Mayor, se incluía otro con el obelisco, y en la de Felini de 1619,
se añadía otro grabado con la capilla mandada edificar por Pau-
lo V. También aparecía San Pedro con el obelisco y la cúpula en
construcción en la de 1600, y la cúpula finalizada en el grabado
de la de 1619. Así pues, la actualización de las guías permitía ir
conociendo el transcurrir de la historia de la arquitectura roma-
na, con la edificación de nuevas obras fruto de los nuevos gustos.
Estas guías, destinadas en principio al piadoso peregrino, pero
que también leyeron curiosos que nunca fueron a Roma, se ha-
bían traducido desde muy temprano a otras lenguas, y por ejem-
plo, en castellano la primera será de 1519"». Su posible inciden-
cia en la configuración de un determinado gusto arquitectónico,
contribuyendo a magnificar la imagen de la Roma antigua y pre-
sente, parece indudable, dada la gran difusión que tuvieron*''. El
interés de los lectores parecía ser grande, pues en la guía en caste-
llano de Felini — u n autor que incluso cita a Serlio cuando se re-
fiere al Panteón— una anotación manuscrita sobre Santa María
de la Scala, dice «muí pobre está esta noticia».
Cada vez que en las guías se añadía un nuevo edificio, éste era
alabado por su arte, sin olvidar informar a qué pontífice era de-

"» Schudt (1930), págs. 277 y ss.


•••' Cámara (1988), págs. 107-112.
200

bida la obra. El ideal de la Antigüedad clásica romana y de la


Roma de los Papas se convirtió en algo próximo gracias a estas
guías, cuya difusión corrió paralela a la de los tratados y libros de
lujo, y permitió que la imagen de Roma penetrara más profunda-
mente en aquel tiempo, que si se hubiera limitado sólo a los se-
gundos.
Otros libros, como el de B. Rossi, Omamenti difabrichi antichi et
modemi Dell'Alma Cittá di Roma, del año 1600, se publicaron con
ocasión de los Jubileos. Son 23 grabados, y su difusión en España
está probada no sólo por su presencia en bibliotecas españolas,
sino también porque en la Biblioteca Nacional de Madrid se en-
cuentra la traducción manuscrita de todos los textos que acom-
pañan a los grabados de la obra de Rossi 5". Entre estos grabados
se encuentran los de los monumentos para las exequias fúnebres
de Alejandro Farnesio y de Sixto V, que se convertirían así, junto
con las antigüedades, en parte de la grandeza de la ciudad de
Roma. Hay también otro texto manuscrito en la Biblioteca Na-
cional, en el que se describen las inscripciones que se pueden en-
contrar en las iglesias de Roma, y en él se dejan páginas en blan-
co para poder ir añadiendo información^'. Aunque rara vez se-
ñala aspectos artísticos de las obras, cuando lo hace es para refe-
rirse a una obra nueva, y así, por ejemplo, de una capilla de San
Juan de Letrán dirá que «es nueba de muy buena labor», de la ca-
pilla de Paulo V en Santa María la Mayor reseñará su «sumptuo-
sidad y Riqueza adornada de marmores jaspes y pinturas admira-
bles», describiendo a continuación la bóveda como una obra de
gran belleza.
A través de las guías, a través de los numerosos libros publi-
cados sobre las antigüedades de la ciudad —en todas las bibliote-
cas de los arquitectos aparecen referencias a estos libros— y a
través de la labor de traductores y autores anónimos, la imagen
de la «Roma triunfans» de los Papas siempre estuvo presente en
la España del Siglo de Oro.

''" Historia de 23 monumentos de Roma, B. N. M., Ms. núm. 12929(34).


51 Antigüedades... Roma, B. N. M., Ms. núm. 2833.
Epílogo

LA CIUDAD

Ésta fue una época que se reconoció en las ciudades. Ya han


sido estudiados los distintos tipos de ciudad en la España de los
Austrias', así como los cambios y los procesos evolutivos segui-
dos por el urbanismo, tendentes a la regularización de los traza-
dos y fachadas urbanas. Las vistas de ciudades hechas por Hoef-
nagel, que viajó por España entre 1563 y 1567, y publicadas en la
obra de Braun-Hogenberg, asi como las de Wyngaerde, que en
su mayoría son de 1562, ofrecen ese resultado final de que habla
Bonet de «ciudad amurallada y coronada de agudos chapiteles»^.
Es ésa la misma imagen que plasmará esquematizada Pedro de
Medina en su libro de las grandezas y cosas notables de Es-
paña.
Las ciudades según Frías eran «una congregación de muchas
familias conformes en leyes y en costumbres con fin de abundar
en todas las cosas necessarias a la vida y de mejor vivir»'. En la
misma línea de identificar ciudad con congregación de vecinos,
sin referencias inmediatas a edificios ni espacios urbanos, se si-
túa Botero cuando se refiere al provecho que según los antiguos
reportaría a la «rústica muchedumbre» el juntarse «en un cuerpo
por la comunicación entre ellos», vía por la cual se fundaron al-
deas, villas, y después ciudades. Por eso «grandeza del ciudad se
llama, no el espacio de sitio, o lo que rodean los muros, sino la
muchedumbre de los vezinos, y su poder, y los hombres se juntan

1 A. Bonet (1982), págs. 112 y ss. y R. Kagan (1986).


2 Bonet (1982), pág. 112.
' D. de Frías, Diálogo... Valladolid, í. 159 v.°.

201
2(12

movidos del autoridad, o de la fuerga o del plazer, o del prove-


cho que dello les resulta»!
En el mismo sentido de no referirse a unos edificios o a un
trazado urbano cuando se habla de la ciudad, podemos recordar
el caso de Palmireno en E¡ estudioso cortesano (1573), que identifi-
caba ciudad con «corte», sin dejar muy claro si hacía extensiva a
todas las ciudades importantes esa calificación. Quizá lo hiciera
en un sentido lato, no restringido al lugar en que la corte se asen-
taba, pues años más tarde M. Agustín, por ejemplo, hablará de lo
perjudicial que le resulta al «pater-familias», que vive en el cam-
po, el «yr, y venir de las ciudades, o Villas donde están las Cortes
o Tribunales»\ La misma corte, con mayúscula en este caso, fue
vista por algunos como una ciudad en sí misma, y así, por ejem-
plo. Espinosa de los Monteros, al referirse a todo lo que hizo fal-
ta para atender a la corte en Sevilla dice lo siguiente: «Porque
imaginando quanto era menester para una Ciudad, que se mue-
ve, y anda en pie, como la Corte, y que se parece a un exército
por tierra, o armada por mar, que son ciudades portátiles, y a pro-
porción de la ciudad edificada, deven tener provisión al ygual...»'».
Aparte de ese uso ocasional de la palabra ciudad como algo
indistinto de la «corte», las ciudades españolas, tal como hemos
apuntado ya, identificaron su grandeza con los edificios, los res-
tos de la Antigüedad, y la antigüedad misma de su asentamiento.
Esto venía siendo así desde la misma época medieval, pues ya en
la crónica del moro Rasis (889-995), romanzada hacia 1300, se
vinculaba la fundación de ciudades españolas como Córdoba,
Sevilla o Toledo, a Hércules, y se alababan sus edificios.
Ya en la época que nos ocupa se mantuvieron esas tradicio-
nes, pero además se tuvo en cuenta en algún caso el poder de las
estrellas sobre las ciudades: como España pertenecía a la misma
constelación que Persia según Ciruelo, aquí fue practicada la ni-
gromancia, sobre todo en Toledo y en Salamanca". Por otra par-
te, cada una de las ciudades españolas se hallaba regida por un
signo del zodiaco".

'• Botero (trad. de A. de Herrera) (1603), f. 144 y 144 v.°.


5 M. Agustín (1646).
'' Espinosa de los Monteros (1630), f. 92 v.".
" Ciruelo (1628), pág. 43.
" Fariñas, Libro autógrafo..., f. 99. Bajo el signo de Aries estarían Zaragoza,
l^ de Medina, Primeray segunda parte de las grandevatsy cosas notables de España, Alca-
l.i de Henares, 1595. (La misma imagen de ciudad se utiliza para toda-.
ellas.)
204

Aparte de las fundaciones míticas, la relación con las estre-


llas o la calidad o cantidad de sus pobladores, la grandeza de una
ciudad se basaba también en otros elementos que eran claramen-
te los edificios y la imagen puramente física que esa ciudad daba
de sí misma. Decía Frías que «la nobleza consiste primeramente
en la gente y en los edificios y cosas memorables que aya en tal
lugar, como Templos, Hospitales, Puentes, Alcágares, edificios
públicos, y casas de particulares». Los edificios públicos a que se
refiere eran «puentes, templos. Hospitales, portales, calles, pla-
gas, casas de Ayuntamiento, carnecerías. Albóndiga, panadería,
caminos, salidas...»''.
En esos edificios públicos, también alzados y fachadas inte-
graron el nuevo lenguaje del clasicismo, aunque en ellos los as-
pectos funcionales tuvieron un peso mayor. Sobre los edificios
comerciales o lonjas —de los que Serlio trataba en su libro III—
podemos referirnos a Medina del Campo, de la que se decía que
debido al gran comercio que tuvo, «para este efecto los edificios
de Medina están hechos a propósito con lonjas y almacenes aco-
modados a la mercadería»'". Hubo en todas las grandes ciudades
edificios que funcionaron como lonjas. Uno de ellos fue el Con-
traste de la Seda en Murcia, pero la lonja más famosa fue sin
duda la de Sevilla, trazada por Juan de Herrera. Con respecto a
ésta en 1604 se criticaba de la traza —que era «muy buena»— la
«ynpropiedad que para lonja es tener pilares tan gruesos que
ynpiden el verse los unos a los otros con la facilidad que conver-
nía». En el mismo documento se indica que como no está acaba-
da, «los mercaderes no acuden allí, ni acaban de salirse de la
yglessia mayor», que los escribanos no se han «mudado de lo que

Valladolid, Ciudad Rodrigo, Logroño y Nájera. Tauro: Toro, Badajoz, Astorga,


Huesca, Guadalajara, y Almodóvar del Campo. Géminis: Sigüenza, Talayera,
Madrid, Mormiedro, Córdoba y Ecija. Cáncer: Granada, Ronda, Lisboa, Bar-
celona, Santiago, Vitoria, Navarrete y según algunos Vizcaya y Extremadura.
Leo: Ixón, Murcia y Madrid. Virgo: Toledo, Lérida, Ávila, Algeciras y Alcalá
de Henares. Libra: Salamanca, Burgos y Almería. Escorpio: Valencia, Málaga,
Játiva, Tudela de Navarra y el Pedroso. Sagitario: Calahorra, Jaén y Medinace-
li. Capricornio: Carmona, Soria, Osuna y Olmedo. Acuario: Zamora, Falencia,
Medina del Campo, Plasencia y según algunos Sevilla. Piscis: Orense, Écija,
Oporto de Portugal y según algunos Sevilla.
'' D. de Frías, Diálogo... Valladolid, ff. 172 y 177.
'" Relación de la antigüedad y sitio... (1606) (CODOIN, XVII), pág. 543.
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Plantas y alzados de la Casa de la Moneda de Segovia. A.G.S., Casay Sitios Reales,


leg. 303.

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[6>U^11?

Traza de la casa de la pólvora en Fuenterrabía, por Jerónimo de Soto.


Año 1610. A.G.S., Mapas, planos y Dibujos, XLIV-39.
206

llaman las gradas», y que sólo cuando se acabe del todo, los mer-
caderes se mudarán de las gradas de la catedral". Esas gradas o
lonja de la iglesia mayor eran, pues, hasta entonces el lugar de los
tratos comerciales.
Otros edificios de carácter público fueron las cárceles, como
la de Segovia, de Pedro de Brizuela, que en sus tres pisos y redon-
dez de perfiles, muestra la autoridad y fortaleza que tal edificio
público había de tener. Las cárceles de todas formas fue frecuen-
te que estuvieran en los mismos cabildos, como en Martos, cuya
fachada maniehsta —obra de Francisco del Castillo— muestra
al exterior el carácter a la vez abierto (las logias) y hermético (la
portada, el basamento) en un mismo edificio. El tema de la logia
fue común a la mayoría de los ayuntamientos; así, aparece por
ejemplo, en Yecla y Jumilla en Murcia, en El Bonillo y Villarro-
bledo en Albacete (el último con una ortodoxa superposición de
órdenes), y en modelos plenamente clasicistas como Toledo y
Segovia, que, aunque varían los ritmos y la logia casi desaparece
(en el segundo por completo), conservan el carácter de edificios
«abiertos» a la ciudad como determinante de su tipología. En
Huesca el palacio municipal, cuya fachada es de hacia 1610-12,
tiene unas ventanas menos grandes que otros edificios públicos,
pero eso se contrapesa con la típica galería aragonesa bajo el
alero.
Otros edificios de carácter público —y que en algunos casos
se levantaron a base de «préstamos» de la arquitectura palacial—
fueron las casas de la moneda, como la muy famosa de Segovia.
Por otra parte los almacenes de los puertos, como los que trazó
Oistóbal de Rojas en 1604 para Cádiz, o la casa de la pólvora tra-
zada por otro ingeniero, Jerónimo de Soto, para Fuenterrabía en
1610, están en los orígenes de una verdadera arquitectura fun-
cional sin apenas concesiones estéticas, como la que conocemos
de siglos posteriores.
Tampoco faltaban en las grandes poblaciones edificios desti-
nados a panadería, carnicerías o Red del pescado, como era lla-
mada entonces. Quintana describe cómo era el famoso rastro de
Madrid, y en la descripción podemos apreciar hasta qué punto
primaba lo funcional: «tiene de largo ciento y setenta y quatro

" A. G. S., Guerra Antigua, leg. 638, s. fol.


207

pies, y de ancho ochenta y seis, dentro tiene dos patios grandes, y


capazes que sustentan colunas con capiteles y basas de piedra be-
rroqueña, debaxo de los quales están las escarpias con la carne.
Entrase a él por quatro puertas correspondientes en cruz, en
cada lado la suya, es obra de mucho asseo, y costa, y de las impor-
tantes en la República»'-.
En lo que respecta a los edificios públicos para diversiones,
no hay noticia de ningún gimnasio, a pesar de que Mercurial los
describa en su obra Arte gimnástico, de 1569, afirmando seguir a
Vitruvio en todo lo referente a disposición, distribución, cons-
trucción, etc. Sí hay en cambio muchas noticias acerca de los tea-
tros, verdadera bendición para un pueblo que los llenaba, a pesar
de los desórdenes que la representación de una obra a veces lle-
vaba aparejados, (^omo escribía Bermúdez de Pedraza, recordan-
do lo que decía el emperador Constantino, «qué cosa pueda aver
más justa... que dar a los ciudadanos por sus dineros alivio y re-
creación honesta del ordinario trabajo?»".
Además de estos edificios públicos, Botero clarificaba tam-
bién cuáles eran los elementos configuradores de las ciudades
que daban a éstas belleza y grandeza: «Pertenece al arte, las calles
derechas de una ciudad, y los edificios suntuosos, como palacios,
teatros, anfiteatros... fuentes, estatuas, pintura, y otras cosas ex-
celentes, y que dan maravilla... Todo finalmente lo que deleyta
el ojo y el sentido, y da entretenimiento a la curiosidad, y que tie-
ne novedad, y que es amirable, y excelencia ordinario, grande, y
artificioso, pertenece a este propósito»'". Así pues, la regulariza-
ción del trazado urbano, los grandes edificios, y todo aquello que
era nuevo, despertaba la curiosidad y era «artificioso», confería a
las ciudades belleza y grandeza. Desde la óptica de un escritor es-
pañol como Pérez de Herrera, exactamente lo mismo era necesa-
rio hacer en Madrid, y así propondrá que se presenten a la Junta
de Policía todos los proyectos de casas que se fueran a hacer en la
corte, «donde se les dé el modo y traga con que han de edificar,
haziéndolas retirar dentro, o salir afuera de las dichas calles, con
muy buen modo de architectura... de manera, que quedando en

12 Quintana (1629), i. 376.


" Bermúdez de Pedraza (1638), f. 41 v.°.
'•» Botero (trad. de A. de Herrera) (1603), f. 147 y 147 v.'
208

proporción y nivel, hermosearan y adornaran la Corte»'^ La re-


gularización de un trazado y de unas fachadas era, pues, requisito
de una ciudad que se pretendía bella.
En unos trazados que a veces tendieron a la cuadrícula, y rec-
tificados para lograr esas calles anchas y rectas que fueron el mo-
delo a seguir, se insertaron unos edificios que precisamente por
su relación con el entorno transformaron la imagen de las ciu-
dades.
La orientación correcta de un edificio —tema en el que in-
sisten Vitruvio y todos los tratadistas— en función de la luz, cli-
ma del lugar, etc., era importante. Cetio Faventino, antiguo tra-
tadista del siglo 111 cuya obra, inspirada en Vitruvio, fue publica-
da en 1540, afirmaba que «la belleza de una construcción urbana
radicará en su luminosidad, máxime cuando en las inmediacio-
nes no haya paredes altas que la estorben», y detallaba la orienta-
ción que habían de tener las estancias principales de una casa"'.
Pero si la orientación era importante, más lo eran las vistas que
la casa tenía. Las alabanzas a los palac'os suelen incluir las her-
mosas vistas que éstos tenían, sobre todo si eran hacia el campo o
un río. Desde Praga" a Valladolid"*, un palacio que conjugara su
carácter urbano con la belleza de vistas propias de las villas
(como el alcázar de Madrid), siempre vería subrayado tal aspecto
de su excelencia. Las galerías y / o balcones fueron elementos que
nunca faltaron en las fachadas palaciegas, y precisamente las
«azuteas, y miradores, y otros cumplimientos, y adorno, para el
provecho y hermosas vistas, y comodidad de habitación» eran,
según Francisco de Pisa escribía en 1605, lo que hacía a las casas
toledanas superiores a las de otras ciudades". El carácter abierto
de los grandes edificios —bien en lugares de recreación como la
Huerta de la Ribera en Valladolid 2", bien en las ciudades— fue
una constante, pues no sólo la naturaleza, también las represen-
taciones festivas eran vistas desde los balcones de las grandes casas.

'5 Pérez de Herrera (1597), págs. 6 y 16.


"> Cetio Faventino, Las diversas estructuras... (ed. de 1979), pig. 192.
" Palafox y Mendoza, Discurso..., f. t. Alaba las «excelentes vistas» del Pala-
cio real de Praga.
18 D. de Frías, Diálogo... Valladolid, f. 183.
" F. de Pisa, Descripción... (1605), f. 30.°.
í" A. G. S., C. y S. R., leg. 327, f. 4,34.
209

Hubo no obstante unos edificios herméticos al exterior, y és-


tos fueron los conventos y monasterios. Duque de Estrada escri-
bía que en 1613, estando él preso en la cárcel de Toledo, «en
frente de la cárcel está un convento, llamado de Madre de Dios...
en el cual hay unos miradores que ellas llaman vistillas, tan altas,
que no sólo superan los tejados de la cárcel; pero son señoras de
ver cuanto se hace en el patio y corredores sin ser vistas»-'. Este
ver sin ser visto —privilegio de pocos en esa sociedad— se plas-
mó en que en las Ordenanzas de las ciudades se contemplara no
sólo cómo debían construirse los conventos, sino también las ca-
sas de los alrededores: sin ventanas o tapiadas para no poder in-
vadir con la mirada la vida de clausura-'. Claro, que también a la
inversa se dieron a veces disposiciones, como cuando en 1597 se
ordenó al convento de San Felipe en Madrid cerrar las ventanas
que daban a la calle Mayor porque las mujeres y criadas de algu-
nos vecinos de la citada calle «andaban con cuidado de que no las
viesen los religiosos»-'.
Otros edificios también tuvieron que guardarse de las mira-
das ajenas, y éstos eran las residencias de los monarcas. En un
documento del año 1603, referente a los alcázares de Sevilla, se
explica claramente: se habían hecho «algunos Descubrimientos
y saledizos que descubren los alcázares y sus jardines y huerta del
Alcoba sin licencia suya (del rey) como fuera negesario para cos-
sa que aún es defendida de unos vz"' a otros tanto más sobre la
cassa Real y en particular a entendido (el rey) que tiene vista a
los aposentos principales del quarto Real y a los Jardines»; en
vista de los cual, se ordenará al regente de la ciudad que «cierre
las vistas y derrive los edificios»-". En Madrid, en la plaza de
Doña María de Aragón, se cuidó el que no hubiera vistas que pu-
dieran irrumpir en la intimidad del alcázar, y un plano con los
edificios inmediatos a este alcázar, del año 1629, tiene como fi-
nalidad el indicar la necesidad de que se construya delante de las
casas de Alcocer (enfrente de San Gil, con la calle de San Juan

21 Duque de Estrada (ed. de 1860), pág. 71.


22 Véase, por ejemplo, el capítulo X de las Ordéname de la villa de Madrid
(1661), de Torija.
2' Martínez Bara (1968, 3.» parte), pág. 27.
2-< A. G. S., C. y S. R., leg. 303, f. 243 (en realidad se encuentra en el lega-
jo 304).
por medio) «para quitar las vistas de palacio» que se tenían desde
esa casa, «porque a la pla^a no a la de aber bentanas más que fin-
gidas ni en parte que puedan juzgar», tal como se decía en el mis-
mo plano. Todo este tipo de disposiciones acerca de las «vistas»
que podían tener los edificios, condicionó sin duda esa relación
casa-espacio urbano en algunas zonas de las ciudades.
La importancia del entorno viene significada también por el
hecho de que a lo largo del siglo xvi los edificios importantes, o
se situaban de manera que sus fachadas dieran a plazas, plazuelas
y calles anchas o, si éstas no existían, se creaban en la medida de
lo posible. En Murcia, por ejemplo, se puede recordar el caso de
la iglesia de San Esteban, de la Compañía de Jesús, «para cuyo
ornato y policía se acuerda ensanchar la calle»-". La práctica
coincidirá muchas veces con la teoría, y así, por ejemplo, Serlio,
al hablar de la obra rústica, asociándola a los edificios más im-
portantes de la ciudad, daba casi por sentado que éstos se halla-
ban en las calles importantes y plazas-'', y también Scamozzi en
1615 escribirá que los palacios debían situarse en una calle prin-
cipal, en una plaza, sobre un río... y a ser posible alejados del bu-
llicio ciudadano, pero eso sí, adornándose siempre de forma es-
pecial las fachadas principales y lugares a la vista-".
Las plazas como espacios referenciales de los palacios alcan-
zaron en casos como el de Lerma una cota difícilmente supera-
ble. Los precedentes a lo largo del siglo xvi habían conferido a
tal disposición espacial unas categorías estéticas y funcionales re-
feridas tanto a una expresión de poder como a una concepción
de la ciudad como teatro. Las plazas mayores de las grandes ciu-
dades en España fueron concebidas como escenarios para las
fiestas y actos públicos, y el edificio más representativo de la pla-
za no fue entonces un palacio, sino un edificio público. Pero ha-
bía en las ciudades otra multitud de plazas, en las que se pondrá
de manifiesto la relación del edificio con el entorno urbano. Ro-
drigo Caro decía de Sevilla, por ejemplo, que tenía «dentro de sus
muros veinte y quatro placas, que desahogan, adornan, y descu-
bren la magestad de los edificios»^".

^s Chacón (1979), pág. 83.


2'' Serlio (trad. de Villalpando), libro IV, f. XI v.<
2" Scamozzi (1615) (Barocchi 111), pág. 3.304.
2» R. Caro (1634), f. 63 v.".
211

En relación con los edificios religiosos, un elemento de nexo


entre los edificios y la ciudad, muy característico a comienzos del
siglo XVII, fue la lonja o compás. Era un lugar de encuentro; allí,
como decía Liñán y Verdugo, un militar podía informarse de
todo: «acuden a las lonjas, salen nuevas, tienen avisos de los in-
tentos del Turco, las revoluciones de los Países Bajos, el estado
de las cosas de Italia, descubren nuevas de Indias...»'*'. Aunque el
término lonja todavía aparezca en el Diccionario de Covarrubias
de 1611 referido a las lonjas de mercaderes, es un término que se
aplicó también a ese espacio delante de las fachadas de los tem-
plos, que eran el eslabón entre el espacio urbano y el espacio reli-
gioso. En un diccionario ya del siglo xviii se recoge con toda
propiedad ese uso, pues da al «compás» el significado de «espa-
cio o ámbito enlosado, que regularmente suele haver ante las
puertas de las Iglesias, que comúnmente se llama Atrio ó
Lonja»"'.
Lo que Palladio llamaba en su tratado «loggie», aparece en
las traducciones al castellano como «lonjas». Palladio habla de
este espacio en los grandes edificios privados, y no en los religio-
sos. En la traducción que hace Ribero Rada en 1578, traduce éste
que «suélense hazer las lonjas por la mayor parte en la agera (en
la traducción de Praves, éste en lugar de «agera» utilizará «facha-
da») de delante y en la de atrás de la casa... sirben estas lonjas para
muchos... como para pasear y para comer y para otros deportes
(Praves traduce aquí «entretenimientos») házense mayores o me-
nores o como rrequiere la grandeza y el cómodo de la fábri-
ca...»". Por lo que se refiere a la relación del templo con el entor-
no urbano, lo que se dice en la traducción manuscrita de Ribero
Rada es que «se subirá al templo por gradas porque el subir al
templo trae consigo mayor deboción y magestad», y que las fa-
chadas han de estar en relación a la ciudad: «háganse las frentes
de los templos que miren sobre grandísima parte de la ciudad
para que la rreligión parezca ser questa como guarda y ampara-
dora de los ciudadanos»'-.

^'' Liñán y Verdugo (ed. de 1980), pág. 188.


"' Diccionario de ía lengua castellana, Madrid, 1729, tomo II.
" Palladlo (trad. de Ribero Rada), B. N. M., Ms. núm. 9248, f. 32
'2Á/fOT, libro IV, f. 119.
212

Hubo otros espacios religiosos en los que la referencia ciuda-


dana fue la razón de ser de su existencia, que son las capillas
abiertas'I Algunos textos de la época recuerdan claramente el
uso de esas capillas, así. Quintana recuerda que hubo una en el
edificio de la carnicería, en la plaza Mayor de Madrid; dedicada a
Santa Ana, «en su día se dezía Missa a gran concurso de gente
que se juntava en la pla^a, assí de fuera, como de la villa a los re-
gozijos que se hazían en su Fiesta»". En la ciudad de Toledo
hubo varias: la de Zocodover, la de la plaza Mayor, la de Santo
Tomé, y Francisco de Pisa informa extensamente acerca de ellas.
De la de Zocodover dice que se celebraba Misa cada día «para
que los oficiales y jornaleros la vean luego por la mañana, antes
que vayan a trabajar, y también para otras p)ersonas tratantes de
la misma plaza», y da noticia de la de la plaza Mayor y de la de la
plaza de Santo T o m é ' \ El mismo autor, en la Descripción... que
hace de Toledo en 1605, detalla más lo referente a estas capillas
abiertas de las plazas toledanas. De la de Zocodover dice: «Sobre
el arco por donde salen desta plaga para baxar al hospital del
Cardenal, ay una capilla en alto, que es de los cofrades de la pre-
ciosa Sangre, en la qual se acostumbra a dezir Missa, para que no
queden sin oyrla los que están ocupados en vender: los quales
por el tiempo que la Missa se dize, cessan del negociar». De la
plaza mayor, que «ha sido ampliada y hecha de mayor capacidad
por el año de mil y quinientos y noventa y dos... En esta misma
plaza son las carnecerías mayores... En estas carnecerías y casa ay
una sala en baxo con dos ventanas de rexa a la plaga, donde assis-
ten los Regidores que son fieles para que a ninguno se haga agra-
vio en el vender y comprar los mantenimientos. Y en lo alto des-
ta casa ay una capilla, con sus ventanas o puertas a la plaga, se-
mejante a la que está en Zocodover, para que desde abaxo pue-
dan oyr los que están ocupados en comprar y vender»"'. Las ca-
pillas abiertas en las plazas y en relación con el comercio de la
ciudad, son un elemento urbano de primer orden, pues su única
razón de ser fue la ciudad y la actividad propia de ésta.

^' Sobre el tema, véase sobre todo Bonet (1978), págs. 11 y ss.
M Quintana (1629), f. 376.
« F. de Pisa, Apuntamientos... (ed. de 1976), pág. 89.
"' K de Pisa, Descripción... (ed. de 1974), f. 31.
213

Por supuesto, las calles y pla2as fueron en sí mismas espacios


cuidados por las autoridades municipales. En Madrid, por ejem-
plo, se prohibió que hubiera puestos de venta en las calles, o que
en ellas se detuvieran los coches". A lo largo de los reinados de
Felipe II y Felipe III, las ciudades españolas fueron moderniza-
das. Dejando a un lado el caso de Madrid, especial por ser la ca-
pital de la monarquía a excepción de los años en que la corte es-
tuvo en Valladolid, las ciudades españolas se fueron moderni-
zando en cuanto a trazados urbanos se refiere.
Por ejemplo, en Alcalá de Henares en 1605 se rectificó la ca-
lle del Adarve, en 1613 se proyectó una importante reforma de
la plaza del mercado que no se llegó a hacer, y ente 1615 y 1619
se emp)edró y enlosó la calle Mayor, y se derribaron edificios
para el «ornato y dignidad» de la fachada de la Universidad'*. En
Valencia en 1595 se inició el famoso Puente del Mar y el Puente
Real fue inaugurado con motivo de las bodas de Felipe III; desde
1590 estaba creada en esta ciudad la institución de la «Fábrica
nova del riu», y la construcción de nuevos puentes —también el
de San José, por ejemplo, es de esta época, concretamente de
1607— apuntaba no sólo a solucionar problemas de funciona-
miento de la ciudad, sino también al «embellissement» de ésta".
En Murcia en 1601 se derribaron, según Frutos Baeza, buen nú-
mero de casas para que el edificio del Contraste y Sala de Armas
«ostentara su grandeza y suntuosidad», y en el reinado de Felipe
III se construyeron además la «Casa de Comedias, la Pescadería,
la Carnicería Central» y otros edificios públicos"".
Las alamedas y paseos no faltaron tampoco en las ciudades.
La más famosa fue sin duda la Alameda de Hércules en Sevilla,
del siglo XVI, pero en todas las ciudades se tendió a crear bellos
paseos que desahogaran del bullicio ciudadano. Valladolid
—una de las ciudades que, gracias a la reconstrucción de su plaza
mayor, asumió antes que otras ciudades una imagen clasicista—

" A. H. N., Cornejos. Sala de Alcaides de Casa y Corte; Año 1609, f. 442,
año 1616, f. 121. Otro pregón igual para Madrid el año 1613.
'» M. A. Castillo (1982), págs. 92, 94, 96, 97, 106; y C. Román (1988),
págs. 76 y 77.
" Sanchís Guarner (1976), pág. 312; E. Salvador (1972), pág. 135; A. Bel-
trán (1945), pág. 27; Tormo (1923), pág. 126, y Lapeyre (1969), pág. 137.
*' Frutos Baeza (1934), págs. 133 y 118.
214

tuvo también paseos famosos que Pinheiro da Veiga describe asi:


el espolón es «un paseo de invierno... sobre el río Pisuerga, y
queda como una galería en alto con un pretil con sus asientos y
balaustres de hierro, con lo que queda hermosísimo, principal-
mente con la fuente que en el medio levantaron este año, adonde
van a beber agua y merendar»"". Por otra parte, las plazas y los
ensanches de las calles fueron una constante urbana a lo largo
del siglo XVI, y a comienzos del xvii seguía siendo la «grandeza
de sus placas» y «hermosura de sus calles», lo que engrandecía
por ejemplo a Zaragoza'*'^. Los trazados medievales habían ido
paulatinamente desapareciendo en algunas zonas de las ciudades,
sobre todo en aquellas más representativas.
En Toledo por ejemplo, en la zona del alcázar —«machina
antica di molt'anni, e grande, nel piú alto loco di Tolledo, chi
per se stessa di lontano pare un castello»^'—, aprovechando el
hundimiento de parte de unas casas junto a la torre del príncipe
en 1618, se propuso que tomando éstas y parte de otras casas se
ensanchara la calle —hasta 11 pies en la parte más angosta—
para que el rey pudiera llegar en coche hasta el alcázar, y la obra
de la iglesia de Santa Leocadia viera facilitada la llegada de mate-
riales*'*.
También las murallas de las ciudades fueron en algunos ca-
sos reformadas, aunque sobre todo lo fueron sus puertas. En al-
guna ocasión, como, por ejemplo, en el caso de Cartagena, el tra-
zado de unas nuevas fortificaciones cambió la imagen de la ciu-
dad según los cronistas de la época. En las ciudades del interior
peninsular, en las que las murallas ya no precisaban servir de de-
fensa, sino simplemente de límite, crecieron cada vez más los
arrabales, un poco como zonas urbanas de menor categoría, en
las que se concentraron los talleres, rastros, lavaderos, etc.; en
ese sentido es interesante la propuesta que hace Pérez de Herrera
de construcción de una nueva muralla para Madrid en 1597. Se-
gún él entre las casas y la muralla se podrían instalar «cordone-
ros, cabestreros, y esparteros, pues estarán más seguros de no pe-
garse fuego a sus materiales». Ya hemos indicado anteriormente

••i Pinheiro da Veiga, Fastiginia... (ed. de 1916), pág. 19.


••2 González Dávila (1623), pág. 422.
'" J. Domínguez Bordona (1927), pág. 12.
n A. G. S., (..y S. R., Icg. 327, f. 308, y leg. 328, f. 499.
que esta muralla debía servir «más de ornato y guarda que de
gran fortaleza y defensa», así que detalla cómo habría de cons-
truirse: «ancha... y galana: y pudiendo llevar tapias de buena tie-
rra con alguna mezcla de cal, con sus rasas de ladrillo menudas,
por la parte de afuera una citara de los ladrillos gruessos dichos
galanamente puestos, revocados de cal por las orillas, con sus al-
menas de los mismo... y por la parte de adentro hermoseadas de
cal las tapias, y hecho un terrapleno con su paredón de piedra
baxo, y algo ancho... adonde se podían en algún tiempo plantar
árboles, que hermoseando todo el circuito, fuesse de mucha gala
y ornato». Aparte, en el espacio entre la muralla y las casas po-
dría haber «juegos de pelota, y argolla y bolas, y tirar la barra en
los días de fiesta a las tardes». Así, pues, el embellecimiento de la
ciudad se lograría gracias a esta muralla, además de unos espa-
cios para las diversiones y recreación de los ciudadanos.

1. E l . TEATRO DK LA CIUDAD

El urbanismo en esta época tuvo unos componentes de tea-


tralidad que han sido subrayados por todos aquellos que han es-
tudiado las fiestas que tenían por escenario las ciudades. La pala-
bra teatro se utilizó en muchas ocasiones referida a las ciudades.
Así por ejemplo. Jaén fue el «Teatro donde ganaron coronas mu-
chos mártires»^^; la plaza de Valladolid, con ocasión de la llegada
del Almirante de Inglaterra, fue escenario de un juego de Cañas,
convirtiéndose por unas horas en «el más rico y más lucido tea-
tro del orbe»-"', y la calle Mayor de Madrid podía ser «teatro vario
del mundo»''^ En las relaciones de las fiestas, la ciudad siempre
será un escenario teatral que modifica su imagen habitual para
crear nuevos espacios festivos con las arquitecturas efímeras, las
luces, y el adorno de calles y plazas.
A veces la celebración de unas fiestas llevó aparejada una
modernización no efímera, sino definitiva, de alguna zona de la
ciudad, y así, por ejemplo, para recibir a los reyes en 1599, la vi-
lla de Madrid derribó casas para ensanchar las calles, y en 1606,

••'' González Dávila (1645), pág. 237.


'"• Novoa, Historia de Felipe III..., pág. 255.
"" Simón Díaz (1964), pág. 178.
216

para celebrar la vuelta de la corte, aparte de empedrarse algunas


calles, «se derribaron casas junto a Palacio para facilitar el paso
de coches»***.
El paso de los cortejos por las diferentes ciudades en los via-
jes se acompañaba siempre de grandes recibimientos, y las ins-
trucciones para ello serán muy precisas cuando se haya de produ-
cir el desplazamiento de una persona real"''. Malvezzi en su histo-
ria de Felipe III decía que después de las bodas reales de España y
Francia en la frontera, una pareja se dirigió a Madrid, y la otra a
París «donde, y por todo el biaje fueron recibidas, con arcos
triunfales, fiestas, torneos; y con todas las demostraziones, que la
Vanidad llama señales de alegría»*". Previamente en España se
habían arreglado los caminos para que el cortejo pudiera hacer
su viaje: «para que teniéndolo entendido prevengan el reparo de
los caminos y calzadas de manera que puedan pasar los coches y
carros que fueren y vinieren con seguridad y sin que hallen im-
pedimento que lo embaraze»*'. La entrada de los reyes en una
ciudad necesitaba unos preparativos muy costosos: cuando Feli-
pe III entró en Cuenca en 1604, tuvo que ir unos días antes Fran-
cisco de Mora, en funciones de aposentador más que de arquitec-
to, para que todo estuviera listo. La ciudad de Cuenca adornó sus
calles con colgaduras, echó arena en las puertas y preparó un
arco triunfal que costó 350 ducados".
Con respecto a estas fiestas que acompañaban los viajes de
los reyes, escribió M. de Novoa que «nunca han de ceder los re-
yes cuando van a visitar sus reinos, en las entradas de las grandes
y opulentas ciudades dellos, de aquella majestad, autoridad y lu-
cimiento que en tales actos, por razón de su dignidad les es debi-
do; y así no se ha de tener por perdido el tiempo que se gasta en
esto; antes por necesario, aunque vayan con toda resolución a
cosas precisas y de mucha importancia, pues la mayor de todas es
parecerlo, y esa es la mayor pretensión de los vasallos, y mayor
consuelo suyo verse entrar rodeado y asistido de los aparatos y

"8 Pérez Bustamante (1950), págs 70 y 83.


•*'' Mantuano (1618), pág. 71. Instrucciones del rey a I^erma para que la
princesa entrara bajo palio en todas las ciudades por las que pasara.
5» Malvezzi, Historia..., B. N. M., Ms. niim. 6803, f. 26.
51 A. G. S., Secretaria de Estado, K-1636, C-55, Año 1615 núms. 1-34.
" Noticias históricas..., B. N. M., Ms. núms. 18716/1, f. 206 v.°.
217

ornamentos reales, como á la primera, y más principal ceremo-


nia suya»". El poder de persuasión —Bonet ha escrito que las
fiestas barrocas son verdaderos tratados de política, teología e
historia''''— de las fiestas iba destinado al pueblo.
Si A. de Herrera podía escribir que «todo pueblo es fácil de
ser engañado, y p)ersuadido»", lo cierto es que era con ocasión de
las fiestas cuando la masa ciudadana se entregaba en el escenario
del poder, identificada con él durante unas horas. Esa tarea de
príncipes que era alegrar a los vasallos, encontraba en las fiestas
ciudadanas su más perfecta manifestación, y la ciudad se conver-
tía en el escenario de esa representación. La fiesta, no obstante,
podía resultar gravosa para algunas personas: los ciudadanos te-
nían que pagar las luces o luminarias —la libra de cera amarilla
para éstas costaba en 1604 cuatro reales y medio ^''— y el deseo
de adornar la propia persona para la Fiesta debió empobrecer a
algunos: para la fiesta del Corpus en la corte, cuenta Castillo So-
lórzano que hubo quien «para lucirse de galas adelantó toda la
paga»''^ Pero aunque eso no lo hiciera mucha gente, es el caso
que Fernández de Navarrete también denunciará lo caras que le
salían al pueblo las fiestas, pues «el mandar poner luminarias
para cada Fiesta que a los Corregidores les parece, es de grande
perjuyzio y gravamen para los pobres que gastan en las que po-
nen en sus casas, y pagan las que reciben, y dexan de poner los
que tienen obligación de ponerlas»''".
El caso es que la fiesta urbana era el complemento indispen-
sable de toda celebración, aun cuando ésta tuviera su punto cul-
minante en el interior de un templo o de un palacio. Las arqui-
tecturas efímeras, lo mismo que adornaban los espacios urbanos,
cambiaban también los escenarios de la fiesta en el interior de los
edificios, como si de verdaderos decorados teatrales se tratara:
por ejemplo, en el patio de las Escuelas Mayores de Salamanca se
levantó una segunda galería con motivo de las honras fúnebres

••'' Novoa, Hisioria de Felipe III... (CODOIN, LXI), págs. 209 y 210.
5" Bonet (1979), pág. 66.
'•^ A. de Herrera (1612), III parte, pág. 24.3.
^' >
' A. H. N., Consejos. Sala de Alcaldes de Casa y Corte, 1604, f. 268.
'^" Castillo Solórzano, IM garduña... (ed. de 1955), pág. 202.
5» Fernández de Navarrete (1626), pág. 82.
218

de la reina Margarita^''. La madera, tan difícil de obtener para


otros fines prácticos, era empleada sin tasa para las arquitecturas
efímeras"". Por ejemplo, los túmulos funerarios, que se levanta-
ban en las ciudades a la muerte de los monarcas, exigían gran
cantidad de esa madera, y deterioraban los edificios en que se eri-
gían: Gómez de Mora hubo de dar en 1621 relación de todo lo
necesario para arreglar los estropeados suelos de San Jerónimo el
Real de Madrid, «que por los muchos Túmulos y actos Reales
que en ella se han hecho... apenas ay ladrillo que no esté hecho
mili pedamos»'''. La complejidad de los túmulos reales'"- tuvo su
prolongación en túmulos tan famosos como el erigido en San
Pablo de Valladolid para la duquesa de Lerma'''. Este entierro
—desde Tudela a Valladolid el cuerpo fue casi en olor de multi-
tud a decir de los cronistas— fue «la cosa más grandiosa que se
sabe se haya hecho cosa semejante ni tan grande vanidad»''^
Los escenarios urbanos de las fiestas que luego podían culmi-
nar en un interior, fueron lógicamente las plazas y las calles. La
plaza fue escenario favorito de fiestas, influyendo esto en su mis-
ma arquitectura. De Zocodover escribía F. de Pisa que, aparte de
ser lugar de mercado, «en ella se hazen los juegos de cañas, y se
corren toros a sus tiempos, y aquí se suele celebrar lo más ordi-
nario el auto de la Fé, por el santo oficio, haziendo a una parte
della dos cadahalsos, uno en que se sientan los señores, y otro
para los reos y penitentes... y las casas al rededor de la plaza se
han renovado y mejorado de nueva y más curiosa lavor, con sus
balcones de hierro, para ver los juegos o espectáculos»''. Era esta
plaza la destinada a las fiestas, pues en casi todas las ciudades fue
por lo general una sola la plaza destinada a teatro de la fiesta. En
Granada, por ejemplo, era la plaza principal la que servía
«de teatro a las fiestas»'-''. Así que fue el espacio desacral izado

" Céspedes (1611), f. 20.


'•" Maravall (1980), pág. 489.
'•' A. G. S., C. y S. R., Icg. 329, t. 203.
'•2 A. Cámara (1986), págs. 78-82.
'•' Duquesa de Lerma, Relación de su muerte y funeral, B. N. M., Ms. núm.
18723^'.
'••• Sepúlveda, pág. 340.
'•'- K de Pisa (1605), f. 30 v.".
'•'• Bermúdez de Pedraza (1638), i. 32.
219

de las plazas mayores españolas'", el que cumplió esa función.


En el año 1590 el ayuntamiento de Burgos intentó que los
dueños de las casas de la plaza del mercado cambiaran los postes
de madera que quedaban todavía por otros de piedra, pues es
«donde se hacen todas las fiestas y rregucijos públicos»"'*. En Bar-
celona, ya entrado el siglo xvii, se reformó la plaza para unas
fiestas y «por parecer pequeña para tanta magestad, en dos días se
alargó muchas baras y ocupava un superfluo terrapleno de la
parte del muro, en que trabajaron trescientos hombres cada
día»'''^. La plaza Mayor de Madrid que, aparte de servir de merca-
do, fue concebida como «teatro al aire libre, como un inmenso
"corral" de comedias, un vasto espacio para ceremonias»'", «vis-
toso quadro, emulación de Romanos edificios»"', se identificaba
de tal manera con los festejos que cuando el Conde-Duque quiso
hacer una gran fiesta a Felipe IV después del incendio que había
sufrido la plaza Mayor, ésta se hizo en la plaza «del parque, por
resfjetar la mayor desta Corte, i no profanar con regozijos la tris-
teza que tenía por las dos recientes desgracias que llorara... el in-
cendio que desfloró la suntuosidad de sus edificios, y... la ruina
trágica de tantas vidas como se perdieron en ella, entre el alboro-
t o de unos Toros y Cañas»"-. La necesidad de explicar el por qué
de no utilizar la plaza Mayor para unas fiestas, confirma hasta
qué punto era esa plaza siempre su escenario.
El «repartimiento» de los balcones de las plazas a las autori-
dades para poder ver desde ellos las fiestas, convertía a nobles,
reyes y notables de la ciudad en parte del espectáculo"', y repor-
taba pingües beneficios a los propietarios de las casas. La dife-
renciación social que exigían los espacios de la fiesta se muestra
también en la distribución de los balcones.
Aparte de las plazas, donde los tablados, las colgaduras y las
luminarias transformaban el espacio como si de un verdadero es-

'•^ Bonet (1978), pág. 56.


'•« Ibáñez Pérez (1977), pág. 488.
'••' Parets, Crónica... Barcelona (ed. de 1888), pág. 54.
"" Bonet (1973), pág. 42.
'I Simón Diaz (1964), pág. 192.
'2 Pellicer de Tovar (1631), f. 5 y 5 v.".
•' A. H. N., Consejos suprimidos (Recreos y festejos públicos), leg. 11406,
ms. 36, 37, 38 y 39.
220

cenario se tratara, también las calles se adornaban con los mis-


mos elementos con motivo de las fiestas, y cuando una procesión
había de atravesar una plaza, se delimitaba su espacio «formando
calle»^". Siempre, antes del paso de los cortejos, se limpiaban y
barrían las calles, regándolas con arena, e incluso a veces se em-
pedraban de nuevo".
Al igual que en el interior de las grandes casas y en el interior
de los templos, eran las colgaduras las que se posesionaban de la
ciudad en las fiestas. Como decía Polidoro Virgilio, los romanos
«También entoldavan y adornaban las calles y partes por donde
avía de passar la processión»^''. Desde mucho tiempo atrás eran
ellas las que definían el espacio de la fiesta: Beuther cuenta que
cuando el rey Don Jaime recibió en Valencia al rey de Castilla,
«hízoles un real y excellente recibimiento, entapizando las ca-
lles... con mucha seda, y brocados Moriscos»''. Ya en el tiempo
que estudiamos, las referencias a las colgaduras en las calles son
constantes: el rey Don Sebastián de Portugal se encontró en Ba-
dajoz «entapizadas las calles»'", y por ejemplo, el traslado de los
cuerpos reales a la Capilla Real de la catedral de Sevilla en junio
de 1579, se hizo por unas calles «riquíssimamente colgadas... de
riquíssimos Dosseles de Brocados, y de todas sedas»'''. Las citas
podrían ser innumerables.
A comienzos del siglo xvii empezó a ser frecuente la apari-
ción de cuadros entre las colgaduras (como también empezó a
serlo en las iglesias y en los palacios), y asimismo las flores em-

''' Simón Díaz (1952), pág. 41. Sobre los ingresos que obtenía el Colegio
Imperial desde 1620 f)or «el alquiler de los balcones, ventanas, puertas y terra-
dos de una casa que poseía en la Plaza Mayor, en días de juegos y toros».
'5 Céspedes (1611), f. 6, «Diose orden a Francisco de Vargas Maestro de ce-
remonias de la Universidad, que hiziesse limpiar las calles por donde avía de
venir la processión, y echar arena donde fuesse menester». Anónimo, Noticias de
Madrid (ed. de González Falencia), pág. 139, «Todas las calles estaban barridas y
regadas con arena, cuyo particular cuidado tuvo Don Francisco de Brizuela,
Corregidor de Madrid». Relación de ¡a entrada... (1624), B. N. M., Ms. núm. 2355,
f. 426, «Enpedrado, y adere9ado las calles por donde avía de entrar (el rey), re-
novadas las fuentes...»
'"> Polidoro Virgilio (1599), f. 124 v.".
" B e u t h e r (1551), f. CI.
"* Viaje a España del rey Don Sebastián... (ed. de 1956), pág. 123.
" Morgado (1587), f. 108. Casi con las mismas palabras lo relata Quintana
Dueñas (1637), pág. 204.
221

piezan a tener una mayor importancia"'. También Polidoro Vir-


gilio consideraba que esa costumbre de su tiempo era recupera-
ción de lo que en la Antigüedad se había hecho: «que en los días
festivos y solennes, los templos y casas... están adornados con
laurel y yedra: y en otras fiestas cubren las puertas de hojas, y
adornan las entradas de guirnaldas, y derraman flores: las quales
cosas se hazían y guardavan antiguamente entre los Gentiles
Ydólatras, como dello da testimonio Virgilio»**'. En este tiempo,
lo mismo que vimos anteriormente con respecto al espacio reli-
gioso aparece en el escenario urbano: aunque el mensaje sea dis-
tinto, el soporte del mensaje es el mismo, y así las luces, las colga-
duras, las flores y la música acompañan todos los festejos. Por
ejemplo, y con respecto al tema de las flores, en el que vista y ol-
fato se deleitaban a la par, cuando se adornó el monasterio de los
carmelitas descalzos de Valladolid para las fiestas de la beatifica-
ción de Santa Teresa, estaba «antes de entrar el empedrado lleno
de espadañas, y otras yervas olorosas», como paso previo al «pa-
rayso» que era el interior del templo"-.
El embellecimiento que todo ello suponía fue captado por
todos los cronistas, que lo que destacan sobre todo es el «vestido»
de la ciudad con ocasión de las fiestas. De las telas, además de los
materiales ricos de que estaban hechas, de lo cual ya hemos visto
algunas citas, también se subrayarán los colores, y así por ejem-
plo, en una anónima relación sobre fiestas en Madrid, se dice
que la Carrera de San Jerónimo estaba «toda colgada de telas, ter-
ciopelos, y damascos, y donde menos tafetanes, que tantas y tan
diversas colores matizavan su grandeza»''\ Si a los colores añadi-
mos las luces, podemos concluir que, como si de una pintura ba-
rroca se tratara, color y luz creaban nuevas perspectivas urbanas
para la fiesta, «matizando» así la grandeza de la ciudad.
En las fiestas religiosas los compases de la iglesia se sobrecar-
"" Fonseca (1612), pág. 161, «Enramáronse las calles con curiosidad, esta-
van las paredes llenas de curiosos retratos, y las ventanas adornadas con ricas
tcW^...y,.Y Relaciónde la entrada... 1624, B. N. M., Ms. núm. 2355, f. 426 v.o,«...y
algunas casas particulares revestidas el adorno de sus puertas de bordaduras... y
otras casas de quadros de pinturas adornados desde lo baxo de la calle asta los
texados de iervas y flores de mano».
«1 Polidoro Virgilio (1599), f. 52.
w Ríos Hevia (1615), f. 3 v.°.
«' Simón Díaz (1982), pág. 95.
garon de decoración, marcando a la perfección su carácter focal
y el carácter de tránsito —trasladar el umbral del Cielo— que
tenían con respecto al interior del templo. Las referencias a su
adorno son constantes"^ y conocemos también en algún caso los
gastos que su adorno acarreaba, como cuando el pórtico y reja
del Monasterio de la Encarnación de Madrid se adornó en 1621
para la Fiesta del Santísimo Sacramento con arcos, ramilletes,
flores y un altar para los criados del rey, todo ello a cuenta de las
obras del alcá2ar''\
Las fiestas además se completaban con la celebración de jue-
gos guerreros que hunden sus raíces en el mundo medieval, parte
intrínseca de la imagen del poder. Los torneos y ejercicios caba-
llerescos eran ya un espectáculo festivo en la época gótica y era
muy frecuente que, como todas las fiestas, se celebraran en la
plaza. En los siglos xvi y xvif los nobles, espejo de la monarquía,
dieron en la fiesta una imagen concreta de cara al pueblo. Los ca-
balleros en este tiempo eran diestros en el manejo de la lanza o
en torear con rejones, y su participación en las fiestas caballeres-
cas —incluida la fiesta de los toros— es fundamental para el de-
sarrollo de éstas. Sus ricos vestidos serán minuciosamente des-
critos por los cronistas, y todo lo referente a esos ejercicios po-
drán aprenderlo en libros como el de Vargas Machuca, Libro de
exercicios a lagineta, del año 1600, en el de P. Aguilar, Tratado de la
caballería a la gineta, publicado en Málaga en el mismo año de
1600, o en el de Pacheco de 1608: Las cien conclusiones o formas de sa-
ber de la verdadera destreza. Estos libros, destinados a los nobles,
muestran que la práctica de tales ejercicios seguía siendo defini-
toria de una clase social aunque fueran convertidos en espec-
táculo. Los restos del espíritu guerrero y de la sociedad feudal se
condensan simbólicamente en esos espectáculos urbanos, cuyo
relato llenó muchísimas páginas de los cronistas.
C^ock relató lo que más le llamó la atención en unas fiestas:
«Los nobles agitan también a lo lejos la lanza, los cuales a la vez
levantan al cielo horrísono griterío, según costumbre árabe, con

"'' Relación...fiestas...Santa Teresa {\621), f. 9, en el compás hubo «buena can-


tidad de luminarias, mucha variedad de cohetes de todas suertes, y se quemaron
dos galeras bien armadas y proveídas de mangas, bombas, ruedas, y otros inge-
nios de fuego».
«^ A. G. S., C. y X /?., Icg. 329, t. 128, y leg. 306, f. 174.
el hispano caballo lanzado a trepidante galope, entre agudos re-
linchos; y he aquí que la trompeta anuncia desde el centro del
campo que los juegos se ponen en marcha, inician unos la carre-
ra y otros dan la vuelta...». La destreza con el caballo y con el ma-
nejo de armas en el juego de cañas, parecerían guardianas de
unos privilegios de clase ante los ojos del pueblo. El mismo Cock
no deja de señalar la belleza de un noble a caballo: «se puede ver
al caballero que, vestido de plata y oro, viene con su caballo a si-
tuarse ante las ventanas de Palacio; aplaude regocijado, caracolea
con su caballo...»"'', convertido así en un elemento estético más
en el teatro de la ciudad.
Los reyes se identificaron también con tales espectáculos,
participando a veces en ellos. Sigüenza se quejaba de que había
quien pretendía que para los reyes «sean todo justas, torneos, to-
ros, cazas, y otros ejercicios que no huelen nada a Dios ni al Cris-
tianismo»"'. La fiesta que más ataques sufrió por parte de la Igle-
sia fue la de toros, pero nada podía apartar al pueblo de esa fiesta.
(Correr toros fue algo que nunca faltó cuando se quiso celebrar
una gran fiesta, asistiendo casi siempre los reyes al espectáculo
en la plaza, pues era una de las fiestas favoritas no sólo del pue-
blo, sino también de nobles y reyes.
Las máscaras de jinetes que corrían por las calles «con vallas
y con arena», eran también espectáculos en los que a veces parti-
cipaban los reyes como jinetes, como hicieron el rey y el infante
Don Ciarlos en 1625"". Se hacían tablados de madera, y vallas
para los torneos, en las plazas"'', y el {peligro en que se encontra-
ban los participantes nunca dejó de ser notado por los cronistas,
pues era parte de ese espectáculo, y justificación del arrojo y va-
lentía de las clases superiores en la sociedad estamental.
Las ciudades adquirieron en las fiestas un aspecto teatral gra-
cias a las decoraciones efímeras que remitían ya a la cultura ba-
rroca, con todos sus componentes de retórica y persuasión. La
ciudad es en ese sentido un teatro, un escenario en el que el po-
der se muestra a los ojos del pueblo en unos espacios urbanos

"'' Cock (ed. de Hernández Vista) (1960), págs. 37 y 39,


"' Sigüenza (ed. de 1963), pág. 58.
"" Noticias de Madrid (ed. de González Falencia), pág. 120.
"" A. G. S., C. y S. R., Icg. 326, t. 13. Año 1615.
224

«extra-ordinarios» que modifican la imagen de la ciudad con ar-


tificios teatrales. Las luces (convertir la noche en día), las colga-
duras, las pinturas, los tablados, las flores, los ricos vestidos, ha-
cían del teatro de la ciudad un espectáculo grandioso en cual-
quier lugar de la geografía española. Siempre igual, pero, a juicio
de los cronistas, siempre diferente y digna de alabanza. En la
fiesta, novedad, artificio e ingenio transformaron los espacios
urbanos en un teatro imaginado.

2. L A CIUDAD: «CASA» Y «VILLA»

Aparte de ser «teatro», cosa que desde la misma época fue


constatada, y luego muchas veces repetida, la ciudad se imaginó
también a veces como si de una gran casa o una villa se tra-
tara.
Ya Alberti habló de la «casa come piccola cittá», y de la «cittá
come grande casa»'"', y de hecho las plazas fueron comparadas en
España con «los patios en las casas, pues en ellas unos saliendo
de la apretura y estrecho de las calles parece que descansa la vista
y se ensancha»'".
Al igual que el patio lo era de la casa, fueron las plazas mayo-
res el espacio más representativo de la ciudad, y al igual que en
las casas eran patio y portada los dos elementos en los que se
condensaba lo más significativo de su grandeza, también en las
ciudades tanta importancia como las plazas tuvieron las
puertas.
La ciudad establece sus límites con sus puertas. Desde ellas
parten los recorridos festivos, y fuera de ellas han de aguardar,
por ejemplo, unas reliquias hasta que la ciudad se embellezca
para recibirlas''-. Y lo mismo que hacían los dueños de las casas,
que salen a la puerta a recibir a los visitantes ilustres, también los
representantes de los Ayuntamientos y notables de la ciudad sa-
lían hasta las puertas para recibir a los grandes personajes. Inclu-
so los reyes, en la Corte, practicaron esa costumbre: cuando llegó

''" Alberti (ed. de Orlandi- Portoghesi) (1966), I, IX, pág. 13.


•'I D. de Frías, Diálogo... Valladolid, f. 178 v.°.
''2 Cáscales (1622), f. 255 v.°.
225

el Archiduque Carlos a Madrid en 1624 «salieron sus Altezas


hasta la Cruz que está fuera de la puerta de Alcalá en coche... que
es el mismo sitio donde el prudente Felipe Segundo, que sea en
gloria, recibió al Duque de Saboya Emanuel Filiberto, quando
vino a esta Corte»'''.
Con respecto a la relación con la villa, ésta se puede estable-
cer desde el momento que constatamos el valor que adquieren
en la ciudad las vistas al campo desde los espacios públicos, las
bellas vistas, el goce de la naturaleza. Nacieron así las «vis-
tillas».
En Toledo las «vistillas de san Agustín» era un «lugar anchu-
roso y apazible donde el común de la gente viene a desenfadarse,
y gozar de los frescos ayres por las noches y mañanas del verano,
y del sol en invierno»'". De Madrid la mejor síntesis de sus «visti-
llas» la dio Quintana al escribir lo siguiente de las de doña María
de Aragón, las de la Puerta de la Vega y las de San Francisco:
«Las vistas de D. María de Aragón, desde donde se ven las huer-
tas de Leganitos, los estanques y arboleda de la casa del Campo, y
sotillo de Melchor de Herrera, las de la Puerta de la Vega atalaya
del parque, río, y soto, las vistillas de S. Francisco que participa-
ban de lo mismo, ofrecen a la vista agradable recreación, de suer-
te que casi por todas partes que se quiere salir del lugar ay salidas
amenas y deleitosas»'". Las vistas que se tenían desde el alcázar
de Madrid eran las mismas que las de esas vistillas, verdaderos
miradores públicos desde los que el pueblo podía gozar de la na-
turaleza como si desde una villa en un monte la contemplara.
Podemos recordar aquí que cuando se propone construir nueva
muralla para Madrid se dice que «la muralla no impedirá la ven-
tilación de los ayres... ni la vista y arboleda a los que salen del lu-
gar»'"'.
La ciudad de comienzos del siglo xvii, con sus plazas, fuentes
y edificios, concebida como un todo único, a veces personificada
— e n cuyo caso la plaza será su corazón—, a veces «Babilonia» y
siempre «máquina», fue también gran teatro de una cultura y

" Rilación dt la entrada... ArcUduque Carlos, B. N. M., Ms. núm. 2355, ff. 502
v.° y 503.
'" F. de Pisa (1605), f. 24 v.°.
•'s Quintana (1^629), f. 373 v.».
'"^ Pérez de Herrera (1597), f. 17 v.°.
226

unas formas de vida plenamente urbanas, fue casa que abría sus
puertas a pobres y poderosos, y sobre todo fue también una ciu-
dad que en los jardines, huertas, salidas al campo, vistas y visti-
llas, mostró que disfrutar de la naturaleza —aunque fuera urba-
nizada— no era imposible desde el lado de acá de las puertas de
la ciudad, pues desde la ciudad el lado de allá podía ser también
de los ciudadanos. Sobre todo en domingo.
Textos: hablan los contemporáneos

Aunque a lo largo del estudio con frecuencia se han utilizado citas


textuales de escritores de este tiempo, que — a modo de esfjejo— nos
han ido dando la imagen de la arquitectura de la época, a continuación
recogemos algunos textos de libros o de documentos que consideramos
de interés por los juicios que hay en ellos.
Aquí opinan los contempKjráneos sobre la belleza de obras medie-
vales como las catedrales o la Alhambra de Granada, o sobre el signifi-
cado histórico de la obra de El Escorial. La antigüedad de los edificios
como un valor que convierte en necesidad su conservación se une a
consideraciones estéticas que motivan, por ejemplo, el elogio de obras
góticas a pesar de que carecen de las proporciones de la nueva arquitec-
tura. Precisamente las proporciones, la simetría y la geometría como
base de la belleza arquitectónica son argumentos reiterados en las ala-
banzas de obras como el palacio del Viso del Marqués o el Colegio del
Cardenal en Monforte de Lemos, y, en las descripciones de las plazas
mayores de Valladolid o de Madrid, puede llegar a parecemos incluso
excesiva la detallada relación de sus medidas. Otros aspectos que defi-
nen la época aparecen también en estos textos, así, por ejemplo, la mo-
dernidad de los balcones de hierro, la erudición que permite citas lite-
rarias de la Antigüedad clásica o de escritores italianos para engrande-
cer lo propio, o el valor conferido a la naturaleza desde el punto de vis-
ta de lo urbano.
Madrid como hxxra voraz alimentada por pueblos y comarcas, Zara-
goza como «Nueva Roma», la belleza de una visión lejana de las casas
de Cuenca, Sierra Nevada como monte Olimpo... son tan sólo pincela-
das de un gran cuadro que ya no veremos, pero que quizá podemos
imaginar tímidamente con las palabras de los contemporáneos.

227
228

LA VISIÓN D E LA ARQUITECTURA DEL PASADO

I.A Al.HAMBRA DE GRANADA

Ríos: «¿Por qué le dieron, si sabéis, aqueste nombre de Alhambra?»


SOLANO: «Porque en arábigo significa cosa bermeja, y como se ve claro
serlo la tierra de ella, se le dio este nombre de Alhambra, aunque pudie-
ra llamarse ciudad ella sola.»
ROJAS: «Aquel cuarto de los Leones es cosa p)eregrina ver tantas losas y
mármoles puestos con tan admirable artificio e industria, que exceden
a nuestro humano entendimiento. Y aquel cuarto de los Bencerrajes,
con aquella sangre tan viva, como si hoy hubiera sido la miserable tra-
gedia. Pues el de las Frutas, y la admirable jaerfección con que están
pintadas, verdaderamente convidan a comer de ellas. Sin esto, la gran
arquitectura del cuarto de Gomares y sus (peregrinas labores, los baños,
aguas, aljibes y estanques que hay en ella, y aquella obra tan buena que
agora se va haciendo, que será, sin duda, después de acabada, la mejor
del mundo.»
RAMÍREZ: «Muchas cosas tiene que p)C)der decir, que sería nunca aca-
bar.»
Ríos: «Admirado estoy de la población del Alcazaba.»
SOLANO: «ESO también en arábigo quiere decir casa fuerte o lugar forta-
lecido. Pero no es de tanto espanto como el del Albaicín, que casi en al-
tura compite con la Alhambra; el cual tiene tantos árboles, alamedas,
fuentes, huertas, recreaciones, frutales, aljibes de agua, acequias, acue-
ductos o cauchiles, que pasan por toda la ciudad, fortalecida con mil
y treinta torres y doce puertas, todas con salidas de grandes recrea-
cione.s.»

RÍOS: «Bien decís, aunque algunos de sus edificios he visto muy arrui-
nados; porque me dicen que era un paraíso en tiempo de los moros,
aunque agora no lo es menos.»

ROJAS: «Ya habréis visto, cerca del Alhambra, una casa de placer, que
se llama Generalife.»
Ríos: «Y se ve bien ser propia recreación de reyes.»
RAMÍREZ: «Y la de los alijares es muy buena.»
229

los divinos templos tuyos,


sesgos ríos, fuentes claras,
tus cármenes y tus huertas,
tu prado, tu Vega llana,
tu hermosísima alameda,
tu real Audiencia sacra,
tu bello Generalife,
tu Albaicín y tu Alcazaba
tu famosa Alcaicería,
tu 2^catin, Bibarrambla,
tu divino Monte Santo,
tu Jaragi y tu Alhambra

Agustín de Rojas, El viaje entretenido, libro II (1604), Madrid, 1964,


págs. 191, 192 y 196.

«V M'' tiene en esta alhambra dentro de las murallas dclla Las Casas
Reales Viejas de los Reyes Moros que se hallaron hechas quando se
ganó esta Ciudad y se an ydo conserbando y reparando con ymitación
de la obra mosaica de mocarabes de que están labradas= y aunque es
toda una casa está repartida en aposentos y quartos y los dos más Prin-
cipales son el quarto real que llaman de Comares y el quarto real de los
leones y más la cassa real nueva que se va labrando que acavada queda
yncorporada y con puertas a los dichos dos quartos Reales Viejos= tan-
vién ay algunas torres de aposento yncorporadas con las Murallas y
otras Casas particulares de V M'' dentro en la misma fuerza donde vi-
ven y se alojan ministros y oficiales de V M'' entretenido soldados y la
demás gente de guerra della y algunas jjersonas particulares...
Tanvién ay dentro en la dicha alhambra seis casas p>equenas y un
horno de pan que son propios della...
Tanvién ay un heredamiento que llaman la casa de las gallinas que
está fuera de la dicha alhambra un quarto de legua que era una de las
casas de recreación de los reyes moros y según las noticia q se tiene
siempre Los Marqueses de Mondejar alcaides propietarios que fueron
desta alhambra an dado el aprobechamiento desta casa, Viña, Bodega,
árboles y tierras de este heredamiento a criados suyos que la an arren-
dado...
Tanvién ay el Alcaidía que llaman del Alcaicería q es un reduto de
tiendas cercadas e incorpxaradas unas con otras con puertas particulares
que se cierran de noche y están en medio de la Ziudad donde se venden
todos las sedas texidas y en madexas en grueso y por menor y pot la
guarda y custodia que se tiene de noche los mercaderes dueños de las
dichas mercaderías contribuyen a los Alcaides desta alcaidía que tienen
dentro della cassa... y es a su cargo (de la (jcrsona designada por el Al-
230

caide de la Alhambra) el cerrar las puertas della antes de la orazión ques


al tiemfK) que cada mercader an cerrado ya sus tiendas y de abrirlas en
siendo de día.
Tanvién ay fuera de la dha alhambra, y dentro de la 9iu'' el castillo
que llaman de Bivatauvin ques un reduto y cassa con fosso y puente
que dentro della ay cassa de vivienda para el Alcaide y seis soldados... y
de las puertas adentro tiene jurisdición subordinada a la del Alham-
bra...
Ay tanvién otro reduto y fuerga más (pequeño que llaman Torres
Bermexas fuera del alhambra dos tiros de arcabuz della que sojuzga a la
ciudad, que tanvién es anexa y subordinada a la dha alhambra...
Tanvién ay fuera de la dicha alhambra un tiro de arcabuz della las
Cassas Reales que llaman generalife que son de recreación de tiempo de
los Reyes moros donde demás del edificio que tienen ai muchas fuentes
y jardines guertas y algunas tierras adehesadas... de ordinario no se re-
paran p)or quenta de la fábrica Real... Por no tener orden Particular de
V M'' para ello por que una vez que la ubo abra veinte años poco más o
menos fue por Cédula Particular de V M'' despachada por la Junta de
Vosques y obras en que se mandó pot una vez y cantidad precisa se re-
parase y levantase un quarto de las dhas casas que se avia caído acrezen-
tando algo en el cómo se hizo en conformidad de la dha orden».
A.Ü.S., CyS.R., Icg. 327, f. 6, año 1617.

LA ALHAMBRA Y EL PALACIO DE CARLOS V

«q siendo las cassas viejas del tpo de los moros y tan antiguas tienen
para su conservación precissa necessidad de continuos reparos Y que
no se haziendo se caerán en el suelo...
La cassa Real nueva se haze desde que el emp)erador nro s la comen-
zó Y en ella se a consumido mucha Hazienda. Y sería gran lástima q
fuese sin fructo Y quedase en el estado que tiene y no se continuando
hasta acavarse se perdería lo que está hecho en ella que según dizen es
la más famosa Obra que se save.»
A.G.S., C.jS.R., Icg. .322, f, 178, año 1602.

PALACIO DE CARLOS V EN LA ALHAMBRA


«Los Reyes de Castilla han ilustrado este sitio labrando casa real,
conforme a su grandeza, de estraordinaria arquitetura; comentóla el
Emperador Carlos V, no se ha acabado como habitan los Reyes en Cas-
tilla: es de piedra blanca de cantería con muchas molduras y follages.
231

Las portadas son de mármol blanco y pardo grauadas de medio relieue


batallas, armas y trofeos, con tal viueza y arte, como si fuera en cera
blanda. El patio es vn círculo redondo de ciento y veinte pies de diáme-
tro, y treciétos y setenta en circuito, con treinta y dos mármoles de jas-
pe, de diuersos colores manchados, de seis varas en alto, con basa y
chapitel, y dos de gruesso. Esta casa Real de Castilla está contigua a la
Morisca, porque tiene tres lientos Castellanos, y pot la parte que le fal-
ta, se continúa có el quarto de Comares.»
Francisco Bermúdez de Pedraza, Historia eclesiástica. Principiosjprogres-
sos de la ciudadj religión católica de Granada, Granada, 1638, f. 36 v°.

«tanvién suplicamos a V M'' sea servido de mandar se Provean los


dineros que están pedidos f>or otra Relazión Para comprar alguna ma-
dera para gimbras y andamios para subir y asentar colunas capiteles y
cornisas de piedra de la segunda orden de los corredores de la Casa real
nueua y para empezar a cubrir q tomar las aguas dellos pot el riesgo que
corre quedando descubiertos f)orque los temporales hazen gran daño a
la fábrica y las Bóvedas se pasan con las aguas...»
A.G.S., C. y S.R., Icg, 327, f. 6, año 1617.

CAPILLA DE SANTA LEOCADIA. INGENIO DE JUANELO.


TOLEDO

«La Capilla déla Carmel donde murió sancta Leocadia Patrona de


Toledo que está arrimada auna torre y fábrica del quarto nuevo de me-
diodía, más abaxo del patio del alcázar p)or ser la obra tan antigua y no
haverse acudido a su reparo y conservación está toda la Capilla que cae
sobre la cárgel desbaratada... y a los lados del altar que está en la bóbeda
que fue cárgel de sancta leocadia ay dos nichos con unas letras que se
antiguas que se leen mal y la tradigión es que son entierros de dos Reyes
vbamba y sisebuto y siendo el gasto tan poco Paresce mui puesto en Ra-
zón que su mag'' mande conserbar una antigüedad como esta...»
«... el Ing° de Juanelo que a muchos años está parado y ba todo al
suelo... a ^inco años que no mueve y aunque todos los ofl» y Personas
con quien lo comunique resuelben que quando se repare y ande será de
poco o ningún provecho son de parescer que por grandeza y conservar
cosa que tanto nombre tubo p^ mostrarle a las Perssonas que acuden a
toledo que es lo primero en que p)onen los ojos este ingenio será bien
que se adrede y repare...»
232

«El Castillo de s servantes... Paresce tiene inconveniente no con-


servar aqlla antigüedad..»
A.G.S., C.yS.R., leg. 302, f. 200 (informe de Thomas de Ángulo, del
año 1612).

INGENIO DE JUANELO. TOLEDO

SOLANO: «Obra es la más insigne y de mayor ingenio de cuantas de su


género sabemos que hay en el mundo. Cuyo inventor fue Juanelo Tu-
rriano, natural de Cremona, de Lombardía, que por sola esta obra me-
reció igual gloria con aquel Arquímedes, de Siracusa, o con el otro Ar-
quitas tarcntino, que fue tan gran matemático, que hizo volar una palo-
ma de madera pot toda una ciudad, y vemos que sola la invención de su
maderaje de este artificio tiene más de doscientos carros de madera del-
gada, que sustentan encima más de quinientos quintales de latón, y más
de mil y seiscientos cántaros de agua.»
ROJAS: «Obra fue f)or cierto ingeniosísima y digna de eterna alaban-
za.»
Agustín de Rojas, El viaje entretenido, libro II (1604), Madrid, 1964,
págs. 307 y 308.

CATEDRAL. ALCÁZAR. INGENIO. TOLEDO

«Visitó el venerable y suntuoso templo de la iglesia mayor; admiró


su fábrica agora con más atento espíritu, y adoró sus reliquias en que
parece se iguala a la Sede Apostólica Romana... Pasaron allí SSMM
muchos días en consideración de los notables edificios de aquella anti-
gua ciudad; vieron el Alcázar, cuya fábrica y escalera excede a los edifi-
cios más ilustres que levantó la soberbia egipcia y romana sin que sea
achaque de pasión de haber nacido yo cerca de sus umbrales; vieron el
ingenio maravilloso del artificio del agua; entretuviéronse en sus huer-
tas y cigarrales...»
Matías de Novoa, Historia de Felipe III, Rey de España, C.O.D.O.I.N.,
tomo LX, págs. 130 y 131.

CATEDRAL DE SEVILLA

«La Capilla Mayor (de la Catedral) fundaron la sus Architectos có-


forme a nuestro vso cathólico vnas Rexas de hierro hasta en alto pro-
fjorcionado, y conveniente, muy doradas, y curiosas, sobre Pedestales
233

calados, y Colunas revestidas de Talla del Romano de cinco órdenes,


con sus cornijas. Frescos, y Architraves, y sus Remates también de Ta-
lla a lo Romano, con otras curiosas galanterías, y primores en la otra
Rexa principal.»
«Y para los reparos, y renovación de qualquiera cosa, y su ilucida-
ción, y aumento trac la Fábrica ordinariamente más, o menos de cin-
cuenta hombres peones. Obreros, y Canteros, con su Veedor, y Enta-
llador, y Maestro Mayor.»
«Lo de más de las infmitas Labores, Imaginería, Metopas, Follajes,
Molduras, Tra9a, Obra, e infinitos primores»... «no puede darse a en-
tender p)or palabras... por ser negocio de juycio, y vista, que causa admi-
ración, aún a los mejores geómetros Artífices».
Alonso Morgado, Historia de Sevilla, en la qtial se contienen sus antigüeda-
des, y cosas memorables..., Sevilla, 1587, ff. 97 v, 98 y 100.

CATEDRAL DE GRANADA

«El templo de la Catedral de esta ciudad es la octava maravilla del


mundo; no puede quitarle este lugar san Lorenzo el Real, ni aún el tem-
plo de santa Sofía en Cóstantinopla, assí lo dizen los estrangeros. Su
planta es de cuerp» humano, cuya cabe9a es la capilla mayor, en forma
circular, a la cual abragan tres ñaues: la principal, y dos colaterales, con
ochenta pies de diámetro, y ceñida con vna trasnaue, en cuyos ángulos
y compartimiétos están embucinadas onze capillas transparentes, por
las quales se sale a la ñaue colateral, y en ella están otras tantas capillas
de orden Corintio, correspodiétes a las primeras. La capilla mayor
se leuanta sobre veinti dos colunas de orden Corintio, y en dos
órdenes.»
Francisco Bermúdez de Pedraza, Historia eclesiástica. Principiosy progre-
sos de la ciudady religión católica de Granada, Granada, 1638, f. 39.

AYUNTAMIENTO DE SEVILLA

«... primero estuvo antiguamente en la plaga del Argobispo, en unas


casas, que oy sirven de bodegón... en este mismo Cabildo antiguo se
juntavan también los Capitulares de la santa Iglesia... Después la santa
Iglesia hizo el que oy tiene; y assí mismo la ciudad el suyo en la plaga de
san Francisco, contiguo con el Convento. Y aunque este edificio, si el
sitio diera lugar, pudiera ser mayor, pero en el que tiene es insigne su
fábrica, con portales altos, y baxos, y assí mismo salas, y antesalas de
Cabildo, portadas, y ventanas a la plaga, todo de cantería, con muchas.
232

«El Castillo de s fcrvantes... Paiesce tiene inconveniente no con-


servar aqlla antigüedad.»
A.G.S., C.y S.R., Icg. 302, f. 200 (informe de Thomas de Ángulo, del
año 1612).

INGENIO DEJUANELO. TOLEDO


SOLANO: «Obra es la más insigne y de mayor ingenio de cuantas de su
género sabemos que hay en el mundo. Cuyo inventor fue Juanelo Tu-
rriano, natural de Cremona, de Lombardia, que por sola esta obra me-
reció igual gloria con aquel Arquímedes, de Siracusa, o con el otro Ar-
quitas tarentino, que fue tan gran matemático, que hizo volar una palo-
ma de madera por toda una ciudad, y vemos que sola la invención de su
maderaje de este artificio tiene más de doscientos carros de madera del-
gada, que sustentan encima más de quinientos quintales de latón, y más
de mil y seiscientos cántaros de agua.»
ROJAS: «Obra ñie por cierto ingeniosísima y digna de eterna alaban-
za.»
Agustín de Kofts, El púgi mtnttmde, libro II (1604), Madrid, 1964,
págs. 307 y 308.

CATEDRAL ALCÁZAR. INGENIO. TOLEDO


«Visitó el venerable y suntuoso templo de la iglesia mayor, admiró
su fábrica agora con más atento espíritu, y adoró sus reliquias en que
parece se iguala a la Sede Apostólica Romana... Pasaron allí SSMM
muchos días en consideración de los notables edificios de aquella anti-
gua ciudad; vieron el Alcázar, cuya fábrica y escalera excede a los edifi-
cios más ilustres que levantó la soberbia ^pcia y romana sin que sea
achaque de pasión de haber nacido yo cerca de sus umbrales; vieron el
ingenio maravilloso del artificio del agua; entretuviéronse en sus huer-
tas y cigarrales...»
Matías de Novoa, Historia de Ftlipi lU, Riy de Esptdta, CO.D.O.I.N.,
tomo LX, págs. 130 y 131.

CATEDRAL DE SEVILLA
«La Cafñlla Mayor (de la Catedral) fundaron la sus Architectos có-
fbrme a nuestro vso cathólico vnas Rexas de hierro hasta en alto pro-
porcionado, y conveniente, muy doradas, y curiosas, sobre Pedestales
233

calados, y G>lunas revestidas de Talla del Romano de cinco órdenes,


con sus cornijas, Frescos, j Architraves, y sus Remates también de Ta-
lla a lo Romano, con otras curiosas galanterías, y primores en la otra
Rexa principal.»
«Y para los reparos, y renovación de qualquiera cosa, y su ilucida-
ción, y aumento trac la Fábrica ordinariamente más, o menos de cin-
cuenta hombres peones. Obreros, y Ginteros, con su Veedor, y Enta-
llador, y Maestro Mayor.»
«Lo de más de las infinitas Labores, Imaginería, Metopas, Follajes,
Molduras, Tra^a, Obra, e infinitos primores»... «no puede darse a en-
tender por palabras... por ser negocio de juycio, y vista, que causa admi-
ración, aún a ios mejores geómetros Artífices».
Alonso Morgado, HiUoriéi di Stmik, m ¡a qiulM arntítm» tm ant^ktU-
itt,j nsai mumrabks..., Sevilla, 1587. £f. 97 v», 98 y 100.

CATEDRAL DE GRANADA
«El templo de la Gitedral de esta ciudad es la octava maravilla del
mundo; no puede quiurle este lugar san Lorenzo el Real, ni aún el tem-
plo de sanu Sofía en Có^antinofda, assí lo dizen k» estrangeros. Su
planta es de cuerpo humano, cuya cabefa es la capilla mayor, en forma
circular, a la cual abracan tres ñaues: la principal, y dos colaterales, con
ochenta pies de diámetro, y ceñida con vna trasnaue, en cuyos ángulos
y compartimiétos están embucinadas onze capillas transparentes, por
las quales se sale a la ñaue colateral, y en ella están otras tantas capillas
de orden Corintio, correspodietes a las primeras. La capilla mayor
se leuanta sobre veinti dos colunas de orden Corintio, y en dos
órdenes.»
Francisco Bcrmúdez de Pedraza, Histeria echsiástica. Prinápnsypngrt-
tostUla ciudady nl^ÓH catilka dt Gnmada, Granada, 1638, f. 39.

AYUNTAMIENTO DE SEVILLA
c . primero estavo antiguamente en la piafa del Arfobispo, en unas
casas, que oy sirven^^de bodegón... en este mismo Cabildo antiguo se
junuvan también los Capitulares de la santa Iglesia... Después la sanu
Iglesia hizo el que oy tiene; y assí mismo la ciudad el suyo en la plaga de
san Francisco, contigue>«0n el Convento. Y aunque este edificio, si el
sitio diera lugar, pudierft síf mayor, pero en el q»ie tiene es insigne su
fábrica, con porules altos, y baxos, y assí mismo salas, y antesalas de
Cabildo, portadas, y ventanas a la pla^, todo de cantería, con mudias.
232

«El Gi^k> de s ferrantes... Paiesce tiene tocooYeniente no con-


servar aqlla antigüedad.»
A.G.S., C.y S.R., leg. 302, f. 200 (informe de Thomas de Ángulo, del
año 1612).

INGENIO DE JUANELO. TOLEDO


SOLANO: «Obra es la más insigne y de mayor ingenio de cuantas de su
género sabemos que hay en el mundo. Cuyo inventor fue Juanelo Tu-
rriano, natural de Cremona, de Lombardia, que por sola esta obra me-
reció igual gloria con aquel Arquimedes, de Siracusa, o con el otro Ar-
quitas tarentino, que ñie tan gran matemático, que hizo volar una palo-
ma de madera por toda una ciudad, y vemos que sola la invención de su
maderaje de este artificio tiene más de doscicatos carros de madera del-
gada, que sustentan encima más de quinientos quintales de latón, y más
de mil y seiscientos cántaros de agua.»
ROJAS: «Obra ñx por cierto ingeniosísima y digna de eterna alaban-
za.»
Agustín de Rojas, El ñgi mtnttmde, libro II (1604), Madrid, 1964,
págs. 307 y 308.

CATEDRAL ALCÁZAR. INGENIO. TOLEDO


«Visitó el venerable y suntuoso templo de la iglesia mayor, admiró
su fábrica i^ra con más atento espíritu, y adoró sus reliquias en que
parece se iguala a la Sede Apostólica Romana... Pasaron allí SSMM
muchos días en consideración de los noubles edificios de aquella anti-
gua ciudad; vieron el Alcázar, cuya fübnca y escalera excede a los edifi-
cios más ilustres que levantó la sobeibia egipcia y romana sin que sea
adiaqne de pasión de haber nacido yo cerca de sus umbrales; vieron el
ingenio maravilloso del artificio del agua; entretuviéronse en sus huer-
tas y ciérrales...»
Matías de Novoa, Hiskm» dt F^ lll, Riy d* E^dla, CO.D.O.I.N.,
tomo LX, págs. 130 y 131.

CATEIMLAL DE SEVILLA
«La C a p ^ Mayor (de la Catednü) fundazicm la sus Aichitectos cd-
fórme a nuestro vso cathólico YIMS Rexas de hierro hasu en alto pro-
porcionack), y conveniente, muy doradas, y curiosas, sobre Pedestales
233

calados, y G>lunasrevestidasde Talla del Romano de cinco órdenes,


con sus cornijas, Frescos, j Aichitraves, y sus Remates también de Ta-
lla a lo Romano, con otras curiosas galanterías, y pnmores en la otra
Rexa principal.»
«Y para los reparos, y renovación de qualquiera cosa, y su ilucida-
ción, y aumento trae la Fábrica ordinariamente más, o menos de cin-
cuenu hombres peones. Obreros, y Canteros, con su Veedor, y Enu-
Uador, y Maestro Mayor.»
«Lo de más de las infinitas Labores, Imaginería, Metopas, Follajes,
Molduras, Trm^a, Obra, e infinitos primores»... «no puede darse a en-
tender por palabras... por ser negocio de juycio, y vista, que causa admi-
ración, aún a los mejores geómetros Artífices».
Alonso Moigado, HüterU d$ SmUt, m ¡a qualtt amtími» stu Mtigfluia-
J*t,j cosas mmtnéks..., Sevilla. 1587, ff. 97 v<>, 98 y 100.

CATEDRAL DE GRANADA
«El templo de la Gktedral de esu ciudtd es la octava maravilla del
mundo; no puede quiurle este li^ar san Lorenzo el Real, ni aún el tem-
plo de sanu S < ^ en Cóstantinopla, assi lo dixen los estrangeros. Su
planu es de cuerpo humano, cuya cabefa es la capilla mayor, en fcmna
circular, a la cual abracan tres ñaues: la principal, y dos colaterales, con
ochenta pies de diámetro, y ceñida con vna trasnaue, en cuyos ángulos
y compartimiétos están embucinadas onze capillas transparentes, por
las quales se sale a la ñaue colateral, y en ella están otras tantas capillas
de orden G>rintio, correspodietes a las primeras. La capilla mayor
se leuanta sobre veinti dos colunas de orden Corintio, y en dos
órdenes.»
Francisco Bermúdez de Pedraza, Histeria teUsiástira. Priiieipitsjpngn-
sosdtla andad y nl^éii católka d* Granada, Gtanada, 1638, f. 39.

AYUNTAMIENTO DE SEVILLA
«... primero estttvo antiguamente en la pla^idel Argobiqw, en unas
casas, que oy sirvcn'de bodegón... en este mismo Cabildo antiguo se
juntavan también lasCtiñtulares de la santa Iglesia... Después la sanu
Iglesia hizo el que oy tiene; y assí mismo la c i u ^ el suyo en la plaga de
san Francisco, contiguo^^evi el Convento. Y acmque este edificio, si el
sitio diera lugar, pudier*ri|rmayor, pero en d que tiene es insigne su
fábrica, con porules altt», y baxos, y assi mismo salas, y antesabs de
Cabildo, portadas, y ventanas a la plaga, todo de cantería, con muchas.
234

y costosas labores. Romanos, y molduras. Y tal d todo deste edificio,


que lo envidian las naciones, que aquí de todo el mundo concu-
raen.»
Rodrigo Caro, Antigüedades, j principado de la Ilustríssima ciudad de Sevi
Ua, Sevilla, 1634. f. 62.

CATEDRAL DE BURGOS

«Las calles de Bu^os son angostas, y obscuras. Las casas principa-


les, mostrando juntamente con la grandeza de los Monasterios y tem-
plos lo que fue en los passados tiempos... sobre todo el »imptuoso edi-
ficio de la Iglesia Metropolitana, que vistas de los arquitectos, las agujas
de la portada, cruzero, y cimborio, se espintan, siendo cosas donde
llego lo último del primor de la Arquitectura. Tiene la Iglesia veynte y
siete Capillas, todas riquissimas por sus ornamentos, y Capellanías, en-
tre las quales está la del grá Condestable de Castilla, famosa por si, por
su fundador, y por su fábrica; es sin esquadría, ni correspondencia, y
siendo assí no parece fiea a la vista, sino antes agradable, por la forma
en que el Arquitecto la labro de los dos bultos de mármol del Condesta^
ble don Pedro, y ck su muger doña Mencia de Mendo9a. Es la escultu-
ria tá parecida a los cuerpos originales, que representan, que al artífice
parece sólo averie faltado el arte para hazerles respirar, que lo demás a
la apariencia labró en el mármol.»
Pedro Mantuano, Casamientos de España j Francia, j vitfge del Duque de
Lerma..., Madrid, 1618, págs. 85 y 86.

LOS EDIFICIOS

OBRAS DE FELIPE II

«Por auer sidalos Alcágares de Segouia famosos por su habitación,


los reparó y adornó con magnífico gasto y curiosidad, como se gozan:
hizo en la ribera de Tajo en Aranjuez el cyiarto de la casa q comengó
con la Capilla y casas de ofícios, q si se acaba será de las más gallardas q
aya en Europa; puso el Pardo en la perfección que oy tiene, y le añadió
las quatro torres, galerías y fosso con jardines «litando a una casa de
capo de que gozó siendo Rey en In^aterra; aumentó el Alcázar de Ma-
drid para su ordinaria habitación, sobre k> que en él dexó fabricado el
Emperador su padre, determinado poner allí su Real a»iento y gouier-
no de su Monarquía, en cuyo centro está; perfíci<Mio el Palacio con pin-
235

turas y jardines de recteació, provechosos a la vista, buen olor, y salud


con q se quitó el mal q de losfossosle hazia daño para ella. No le acabó,
aunque tuuo hecha la tra^a y tanteo del gasto, diziendo a su Architecto
mayon Dcxemos algo que haga d Príncipe. Hizo las cauallerizas, y
puso la armería de las personas Reales encima della con otras piegas
para su Guardarnes de consideración. Prosiguió con el intento de su
padre en el adorno y ampliación de Madrid, dando assiento a su Corte
en ella.»
Lorenzo Vander-Hamtnen y León: Ikm FUipt tlpniJmtt, i^tmh dttte
numbn..., Madrid, 1632, fE 132 •« y 133.

EL ESCORIAL
«Al Escurial
Magnánimo edificio, cuya alteza
Es prodigio del arte, y tan estraño
que ya en tu excesso ven tu desengaño,
Quamos montes formó naturaleza.
Deydad entre las fábricas, belleza.
Amable a la razón, que contra el daño
Has de pelear del uno, y otro año.
Sin que doblen los siglos tu fírmeza.
Oblación de una mano que previno.
Con liberalidad y con prudencia.
Tatos milagros de hóbre humano ágenos.
Abitación de Dios, tal que imagino.
Que eres del por tu culto, y reverencia.
Sino la digna, la que indigna menos.»
Salas Batbadilio, Rjmm uaMum, 1618, pig. 30.

«Al Escorial •
Sacros, altos, dotados capiteles.
Que a las nubes robáñ los arreboles
Febo os teme por aú& lucientes soles,
Y el cielo por gigantes más crueles.
£)epón tus rayos, Júpiter, no celes
Los tuyos, sol; de un templo son faroles.
Que al mayor mártir de los españoles
Erigió el mayor rey de los fieles.
Religiosa grandeza dd monarca
234

y costosas labores. Romanos, y molduras. Y tal el todo deste edificio,


que lo envidian las naciones, que aquí de todo el mundo concu-
rren.»
Rodrigo Caro, Antigüedades, jprincipado de la ¡lustrissima ciudad de Sevi-
lla, Sevilla, 1634. f. 62.

C A T E D R A L DH BURGOS

«Las calles de Burgos son angostas, y obscuras. Las casas principa-


les, mostrando juntamente con la grandeza de los Monasterios y tem-
plos lo que fue en los passados tiemfxjs... sobre todo el sumptuoso edi-
ficio de la Iglesia Metropolitana, que vistas de los arquitectos, las agujas
de la portada, cruzero, y cimborio, se espantan, siendo cosas donde
llegó lo último del primor de la Arquitectura. Tiene la Iglesia veynte y
siete (Capillas, todas riquíssimas por sus ornamentos, y (Capellanías, en-
tre las quales está la del grá Condestable de Castilla, famosa por sí, por
su fundador, y por su fábrica; es sin esquadría, ni correspondencia, y
siendo assí no parece fea a la vista, sino antes agradable, por la forma
en que el Arquitecto la labró de los dos bultos de mármol del Condesta-
ble don Pedro, y de su muger doña Mencía de Mendoza. Es la escultu-
ria tá parecida a los cuerp>os originales, que representan, que al artífice
parece sólo averie faltado el arte para hazerles respirar, que lo demás a
la apariencia labró en el mármol.»
Pedro Mantuano, Casamientos de España y Francia, y viage del Duque de
Lerma..., Madrid, 1618, págs. 85 y 86.

LOS HDII K ; I ( ) S

OBRAS DL FELIPE 11

«Por auer sido los Alcázares de Segouia famosos pxjr su habitación,


los reparó y adornó con magnífico gasto y curiosidad, como se gozan:
hizo en la ribera de Tajo en Aranjuez el quarto de la casa q comen9Ó
con la Capilla y casas de oficios, q si se acaba será de las más gallardas q
aya en Europa; puso el Pardo en la perfección que oy tiene, y le añadió
las quatro torres, galenas y fosso con jardines imitando a una casa de
capo de que gozó siendo Rey en Inglaterra; aumentó el Alcázar de Ma-
drid para su ordinaria habitación, sobre lo que en él dexó fabricado el
Emperador su padre, determinado poner allí su Real assiento y gouier-
no de su Monarquía, en cuyo centro está; perficiono el Palacio con pin-
235

turas y jardines de recreació, provechosos a la vista, buen olor, y salud


con q se quitó el mal q de los fossos le hazía daño para ella. No le acabó,
aunque tuuo hecha la tra^a y tanteo del gasto, diziendo a su Architecto
mayor: Dexemos algo que haga el Príncipe. Hizo las cauallerizas, y
puso la armería de las jsersonas Reales encima della con otras piegas
para su Guardarnes de consideración. Prosiguió con el intento de su
padre en el adorno y ampliación de Madrid, dando assiento a su Corte
en ella.»
Lorenzo Vander-Hammen y Ixón; Don Filipe el prudente, segundo deste
nombre..., Madrid, 1632, ff. 132 v" y 133.

Hl. ESCORIAL

«Al Escurial
Magnánimo edificio, cuya alteza
Es prodigio del arte, y tan estraño
que ya en tu excesso ven tu desengafio,
Quantos montes formó naturaleza.
Deydad entre las fábricas, belleza.
Amable a la razón, que contra el daño
Has de pelear del uno, y otro año.
Sin que doblen los siglos tu firmeza.
Oblación de una mano que previno,
(]on liberalidad y con prudencia.
Tatos milagros de hóbre humano ágenos.
Abitación de Dios, tal que imagino.
Que eres del por tu culto, y reverencia,
Sino la digna, la que indigna menos.»

Salas Barbadillo, Rimas castellanas, 1618, pág. 30.

«Al Escorial •
Sacros, altos, dorados capiteles.
Que a las nubes robáis los arreboles
Febo os teme por más lucientes soles,
Y el cielo por gigantes más crueles.
DepKJn tus rayos, Júpiter; no celes
Los tuyos, sol; de un templo son faroles.
Que al mayor mártir de los españoles
Erigió el mayor rey de los fieles.
Religiosa grandeza del monarca
234

y costosas labores. Romanos, y molduras. Y tal el todo dcste edificio,


que lo envidian las naciones, que aquí de todo el mundo concu-
rren.»
Rodrigo Caro, Antigüedades, jprincipado de la liustrissima ciudad de Sevi-
lla, Sevilla, 1634. f. 62.

CATEDRAL DE BURGOS
«Las calles de Burgos son angostas, y obscuras. Las casas principa-
les, mostrando juntamente con la grandeza de los Monasterios y tem-
plos lo que fue en los fMSsados tiempos... sobre todo el sumptuoso edi-
ficio de la Iglesia Metropolitana, que vistas de los arquitectos, las agujas
de la portada, cruzero, y cimborio, se espantan, siendo cosas donde
llegó lo último del primor de la Arquitectura. Tiene la Iglesia veynte y
siete Capillas, todas riquíssimas por sus ornamentos, y Capellanías, en-
tre las quales está la del grá Condestable de Castilla, famosa pot sí, f>or
su fundador, y por su fábrica; es sin esquadría, ni correspondencia, y
siendo assí no parece fea a la vista, sino antes agradable, por la forma
en que el Arquitecto la labró de los dos bultos de mármol del Condesta-
ble don Pedro, y de su muger doña Mencía de Mendo9a. Es la escultu-
ria tá parecida a los cuerpos originales, que representan, que al artífice
parece sólo averie faltado el arte para hazerles respirar, que lo demás a
la apariencia labró en el mármol.»
Pedro Mantuano, Casamientos de España y Francia, y viage del Duque de
Lerma..., Madrid, 1618, págs. 85 y 86.

LOS EDIFICIOS

OBRAS DE FELIPE II
«Por auer sida-los Alcá9ares de Segouia famosos por su habitación,
los reparó y adornó con magnífico gasto y curiosidad, como se gozan:
hizo en la ribera de Tajo en Aranjuez el quarto de la casa q comentó
con la Capilla y casas de ofícios, q si se acaba será de las más gallardas q
aya en Europa; puso el Pardo en la perfección que oy tiene, y le añadió
las quatro torres, galerías y fosso con jardines imitando a una casa de
capo de que gozó siendo Rey en Inglaterra; aumentó el Alcázar de Ma-
drid para su ordinaria habitación, sobre lo que en él dexó fabricado el
Emperador su padre, determinado poner allí su Real assiento y gouier-
no de su Monarquía, en cuyo centro está; perflciono el Palacio con pin-
235

turas y jardines de rccreació, provechosos a la vista, buen olor, y salud


con q se quitó el mal q de los fossos le hazía daño para ella. N o le acabó,
aunque tuuo hecha la tra^a y tanteo del gasto, diziendo a su Architecto
mayor: Dexemos algo que haga el Príncipe. Hizo las cauallerizas, y
puso la armería de las personas Reales encima della con otras pie9as
para su Guardarnes de consideración. Prosiguió con el intento de su
padre en el adorno y ampliación de Madrid, dando assiento a su Corte
en ella.»
Lorenzo Vander-Hammen y León: Dm FUipe dprudente, sepiiuie deste
nombn..., Madrid, 1632, ff. 132 v° y 133.

EL ESCORIAL

«Al Escurial
Magnánimo edificio, cuya alteza
Es prodigio del arte, y tan estraño
que ya en tu excesso ven tu desengaño,
Quantos montes formó naturaleza.
IDeydad entre las fábricas, belleza.
Amable a la razón, que contra el daño
Has de pelear del uno, y otro año.
Sin que doblen los siglos tu fírmeza.
Oblación de una mano que previno.
Con liberalidad y con prudencia,
Tatos milagros de hóbre humano ágenos.
Abitación de Dios, tal que imagino.
Que eres del por tu culto, y reverencia.
Sino la digna, la que indigna menos.»

Salas Barbadillo, Rimas castelUmas, 1618, pág. 30.

«Al Escorial •
Sacros, altos, dorados capiteles.
Que a las nubes robáis ios arreboles
Febo os teme por más lucientes soles,
Y el ciclo por gigantes más crueles.
E)epón tus rayos, Júpiter; no celes
Los tuyos, sol; de un templo son faroles.
Que al mayor mártir de los españoles
Erigió el mayor rey de los fieles.
Religiosa grandeza del monarca
234

y costosas labores, Romanos, y molduras. Y tal el todo deste edificio,


que lo envidian las naciones, que aquí de todo el mundo concu-
rren.»
Rodrigo Caro, Antigüedades, y prinapado de ¡a Ilustríssima ciudad de Sevi-
lla, Sevilla, 1634. f. 62.

CATEDRAL DH BURGO.S

«Las calles de Burgos son angostas, y obscuras. Las casas principa-


les, mostrando juntamente con la grandeza de los Monasterios y tem-
plos lo que fue en los passados tiemf)Os... sobre todo el sumptuoso edi-
ficio de la Iglesia Metropolitana, que vistas de los arquitectos, las agujas
de la portada, cruzero, y cimborio, se espantan, siendo cosas donde
llegó lo último del primor de la Arquitectura. Tiene la Iglesia veynte y
siete Capillas, todas riquíssimas por sus ornamentos, y Capellanías, en-
tre las quales está la del grá Condestable de Castilla, famosa por sí, por
su fundador, y p)or su fábrica; es sin esquadría, ni correspondencia, y
siendo assí no parece fea a la vista, sino antes agradable, pwr la forma
en que el Arquitecto la labró de los dos bultos de mármol del Condesta-
ble don Pedro, y de su muger doña Mencía de Mendoga. Es la escultu-
ria tá parecida a los cuerpos originales, que representan, que al artífice
parece sólo averie faltado el arte para hazerles respirar, que lo demás a
la apariencia labró en el mármol.»
Pedro Mantuano, Casamientos de España y Francia, y viage del Duque de
Lerma..., Madrid, 1618, págs. 85 y 86.

LOS EDIFICIOS

OBRAS DE FELIPE 11

«Por auer sido los Alcágares de Segouia famosos por su habitación,


los reparó y adornó con magnífico gasto y curiosidad, como se gozan:
hizo en la ribera de Tajo en Aranjuez el quarto de la casa q comengó
con la Capilla y casas de oficios, q si se acaba será de las más gallardas q
aya en Europa; puso el Pardo en la fserfección que oy tiene, y le añadió
las quatro torres, galerías y fosso con jardines imitando a una casa de
capo de que gozó siendo Rey en Inglaterra; aumentó el Alcázar de Ma-
drid para su ordinaria habitación, sobre lo que en él dexó fabricado el
Emperador su padre, determinado pnaner allí su Real assiento y gouier-
no de su Monarquía, en cuyo centro está; perficiono el Palacio con pin-
235

turas y jardines de recreació, provechosos a la vista, buen olor, y salud


con q se quitó el mal q de los fossos le hazia daño para ella. No le acabó,
aunque tuuo hecha la tra9a y tanteo del gasto, diziendo a su Architecto
mayor: Dexemos algo que haga el Príncipe. Hizo las cauallerizas, y
puso la armería de las (jersonas Reales encima della con otras pie9as
para su Guardarnes de consideración. Prosiguió con el intento de su
padre en el adorno y ampliación de Madrid, dando assiento a su Corte
en ella.»
Lorenzo Vander-Hammen y León: Don Filipe el prudente, segundo deste
nombre..., Madrid, 1632, ff. 132 v" y 133.

EL ESCORIAL

«Al Escurial
Magnánimo edificio, cuya alteza
Es prodigio del arte, y tan estraño
que ya en tu excesso ven tu desengaño,
Quantos montes formó naturaleza.
Deydad entre las fábricas, belleza.
Amable a la razón, que contra el daño
Has de p)elear del uno, y otro año.
Sin que doblen los siglos tu firmeza.
Oblación de una mano que previno.
Con liberalidad y con prudencia.
Tatos milagros de hóbre humano ágenos.
Abitación de Dios, tal que imagino.
Que eres del por tu culto, y reverencia.
Sino la digna, la que indigna menos.»

Salas Barbadillo, Rimas castellanas, 1618, pág. 30.

«Al Escorial •
Sacros, altos, dorados capiteles.
Que a las nubes robáis los arreboles
Febo os teme pot más lucientes soles,
Y el cielo por gigantes más crueles.
DefxJn tus rayos, Júpiter; no celes
Los tuyos, sol; de un templo son faroles.
Que al mayor mártir de los españoles
Erigió el mayor rey de los fieles.
Religiosa grandeza del monarca
234

y costosas labores, Romanos, y molduras. Y tal el todo deste edificio,


que lo envidian las naciones, que aqui de todo el mundo concu-
rren.»
Rcxdrigo Caro, Antigüedades, jprincipado de la Ilustríssima ciudad de Sevi-
lla, Sevilla, 1634. f. 62.

CATEDRAL DE BURGOS

«Las calles de Burgos son angostas, y obscuras. Las casas principa-


les, mostrando juntamente con la grandeza de los Monasterios y tem-
plos lo que fue en los passados tiemf)Os... sobre todo el sumptuoso edi-
ficio de la Iglesia Metropolitana, que vistas de los arquitectos, las agujas
de la (xjrtada, cruzero, y cimborio, se espantan, siendo cosas donde
llegó lo último del primor de la Arquitectura. Tiene la Iglesia veynte y
siete Capillas, todas riquissimas p)or sus ornamentos, y Capellanías, en-
tre las quales está la del grá Condestable de Castilla, famosa por sí, p)or
su fundador, y por su fábrica; es sin esquadría, ni correspondencia, y
siendo assí no parece fea a la vista, sino antes agradable, por la forma
en que el Arquitecto la labró de los dos bultos de mármol del Condesta-
ble don Pedro, y de su muger doña Mencia de Mendoza. íis la escultu-
ria tá parecida a los cuerpos originales, que representan, que al artífice
parece sólo averie faltado el arte para hazerles respirar, que lo demás a
la apariencia labró en el mármol.»
Pedro Mantuano, Casamientos de España y Francia, y viage del Duque de
Lerma..., Madrid, 1618, págs. 85 y 86.

LOS EDIFICIOS

OBRAS DE FELIPE II

«Por auer sido los Alcázares de Segouia famosos por su habitación,


los reparó y adornó con magnífico gasto y curiosidad, como se gozan:
hizo en la ribera de Tajo en Aranjuez el quarto de la casa q comengó
con la Capilla y casas de oficios, q si se acaba será de las más gallardas q
aya en Europa; puso el Pardo en la perfección que oy tiene, y le añadió
las quatro torres, galerías y fosso con jardines imitando a una casa de
cáfx) de que gozó siendo Rey en Inglaterra; aumentó el Alcágar de Ma-
drid para su ordinaria habitación, sobre lo que en él dexó fabricado el
Emperador su padre, determinado p)oner allí su Real assiento y gouier-
no de su Monarquía, en cuyo centro está; perficiono el Palacio con pin-
235

turas y jardines de recreació, provechosos a la vista, buen olor, y salud


con q se quitó el mal q de los fossos le hazia daño para ella. No le acabo,
aunque tuuo hecha la tra9a y tanteo del gasto, diziendo a su Architecto
mayor: Dexemos algo que haga el Príncipe. Hizo las cauallerizas, y
puso la armería de las personas Reales encima della con otras piegas
para su Guardarnes de consideración. Prosiguió con el intento de su
padre en el adorno y ampliación de Madrid, dando assiento a su Corte
en ella.»
Lorenzo Vander-Hatnmen y León: Don Filipe elprudente, segundo deste
nombre..., Madrid, 1632, ff. 132 v<> y 133.

EL ESCORIAL

«Al Escurial
Magnánimo edificio, cuya alteza
Es prodigio del arte, y tan estraño
que ya en tu excesso ven tu desengaño,
Quantos montes formó naturaleza.
Deydad entre las fábricas, belleza.
Amable a la razón, que contra el daño
Has de pelear del uno, y otro año.
Sin que doblen los siglos tu firmeza.
Oblación de una mano que previno.
Con liberalidad y con prudencia.
Tatos milagros de hóbre humano ágenos.
Abitación de Dios, tal que imagino,
Que eres del por tu culto, y reverencia.
Sino la digna, la que indigna menos.»

Salas Barbadillo, Rimas castellanas, 1618, pág. 30.

«Al Escorial
Sacros, altos, dorados capiteles.
Que a las nubes robáis los arreboles
Febo os teme por más lucientes soles,
Y el cielo por gigantes más crueles.
Depon tus rayos, Júpiter; no celes
Los tuyos, sol; de un templo son faroles.
Que al mayor mártir de los españoles
Erigió el mayor rey de los fieles.
Religiosa grandeza del monarca
234

y costosas labores, Romanos, y molduras. Y tal el todo deste edificio,


que lo envidian las naciones, que aquí de todo el mundo concu-
rren.»
Rodrigo Caro, Antigüedades, y principado de la ¡lustríssima ciudad de Sevi-
lla, Sevilla, 1634. f. 62.

CATEDRAL D E BURGOS

«Las calles de Burgos son angostas, y obscuras. Las casas principa-


les, mostrando juntamente con la grandeza de los Monasterios y tem-
plos lo que fue en los passados tiempos... sobre todo el sumptuoso edi-
ficio de la Iglesia Metrop>olitana, que vistas de los arquitectos, las agujas
de la portada, cruzero, y cimborio, se espantan, siendo cosas donde
llegó lo último del primor de la Arquitectura. Tiene la Iglesia veynte y
siete Capillas, todas riquíssimas p)or sus ornamentos, y Caf)ellanías, en-
tre las quales está la del grá Condestable de Castilla, famosa fHsr sí, f)or
su fundador, y por su fábrica; es sin esquadria, ni correspondencia, y
siendo assi no parece fea a la vista, sino antes agradable, por la forma
en que el Arquitecto la labró de los dos bultos de mármol del Condesta-
ble don Pedro, y de su muger doña Mencía de Mendoga. Es la escultu-
ria tá parecida a los cuerp>os originales, que representan, que al artífice
parece sólo averie faltado el arte para hazerlcs respirar, que lo demás a
la apariencia labró en el mármol.»
Pedro Mantuano, Casamientos de España y Francia, y viage del Duque de
Lerma..., Madrid, 1618, págs. 85 y 86.

LOS EDIFICIOS

OBRAS DE FELIPE II

«Por auer sida-los Alcázares de Segouia famosos por su habitación,


los reparó y adornó con magnífico gasto y curiosidad, como se gozan:
hizo en la ribera de Tajo en Aranjuez el quarto de la casa q comentó
con la Capilla y casas de oficios, q si se acaba será de las más gallardas q
aya en Europa; puso el Pardo en la perfección que oy tiene, y le añadió
las quatro torres, galerías y fosso con jardines imitando a una casa de
capo de que gozó siendo Rey en Inglaterra; aumentó el Alcá9ar de Ma-
drid para su ordinaria habitación, sobre lo que en él dexó fabricado el
Emperador su padre, determinado poner allí su Real assiento y gouier-
no de su Monarquía, en cuyo centro está; perficiono el Palacio con pin-
235

turas y jardines de recreació, provechosos a la vista, buen olor, y salud


con q se quitó el mal q de los fossos le hazía daño para ella. No le acabó,
aunque tuuo hecha la traga y tanteo del gasto, diziendo a su Architecto
mayor: Dexemos algo que haga el Príncipe. Hizo las cauallerizas, y
puso la armería de las personas Reales encima della con otras piezas
para su Guardarnes de consideración. Prosiguió con el intento de su
padre en el adorno y ampliación de Madrid, dando assiento a su Corte
en ella.»
Lorenzo Vandcr-Hammen y León: Don Filipt elprudente, segundo deste
nombre..., Madrid, 1632, ff. 132 v<> y 133.

EL ESCORIAL

«Al Escurial
Magnánimo edificio, cuya alteza
Es prodigio del arte, y tan estraño
que ya en tu excesso ven tu desengaño,
Quantos montes formó naturaleza.
Deydad entre las fábricas, belleza.
Amable a la razón, que contra el daño
Has de pelear del uno, y otro año.
Sin que doblen los siglos tu firmeza.
Oblación de una mano que previno.
Con liberalidad y con prudencia,
Tatos milagros de hóbre humano ágenos.
Abitación de Dios, tal que imagino.
Que eres del por tu culto, y reverencia.
Sino la digna, la que indigna menos.»

Salas Barbadilio, Rimas castellanas, 1618, pág. 30.

«Al Escorial
Sacros, altos, dorados capiteles.
Que a las nubes robáis los arreboles
Febo os teme por más lucientes soles,
Y el ciclo por gigantes más crueles.
Depon tus rayos, Júpiter; no celes
Los tuyos, sol; de un templo son faroles.
Que al mayor mártir de los españoles
Erigió el mayor rey de los fieles.
Religiosa grandeza del monarca
234

y costosas labores. Romanos, y molduras. Y tal el todo dcste edificio,


que lo envidian las naciones, que aquí de todo el mundo concu-
rren.»
Rodrigo Caro, Antigüedades, jprincipado de la liustrissima ciudad de Sevi-
lla, Sevilla, 1634. f. 62.

CATEDRAL DE BURGOS
«Las calles de Burgos son angostas, y obscuras. Las casas principa-
les, mostrando juntamente con la grandeza de los Monasterios y tem-
plos lo que fue en los fMSsados tiempos... sobre todo el sumptuoso edi-
ficio de la Iglesia Metropolitana, que vistas de los arquitectos, las agujas
de la portada, cruzero, y cimborio, se espantan, siendo cosas donde
llegó lo último del primor de la Arquitectura. Tiene la Iglesia veynte y
siete Capillas, todas riquíssimas por sus ornamentos, y Capellanías, en-
tre las quales está la del grá Condestable de Castilla, famosa pot sí, f>or
su fundador, y por su fábrica; es sin esquadría, ni correspondencia, y
siendo assí no parece fea a la vista, sino antes agradable, por la forma
en que el Arquitecto la labró de los dos bultos de mármol del Condesta-
ble don Pedro, y de su muger doña Mencía de Mendo9a. Es la escultu-
ria tá parecida a los cuerpos originales, que representan, que al artífice
parece sólo averie faltado el arte para hazerles respirar, que lo demás a
la apariencia labró en el mármol.»
Pedro Mantuano, Casamientos de España y Francia, y viage del Duque de
Lerma..., Madrid, 1618, págs. 85 y 86.

LOS EDIFICIOS

OBRAS DE FELIPE II
«Por auer sida-los Alcá9ares de Segouia famosos por su habitación,
los reparó y adornó con magnífico gasto y curiosidad, como se gozan:
hizo en la ribera de Tajo en Aranjuez el quarto de la casa q comentó
con la Capilla y casas de ofícios, q si se acaba será de las más gallardas q
aya en Europa; puso el Pardo en la perfección que oy tiene, y le añadió
las quatro torres, galerías y fosso con jardines imitando a una casa de
capo de que gozó siendo Rey en Inglaterra; aumentó el Alcázar de Ma-
drid para su ordinaria habitación, sobre lo que en él dexó fabricado el
Emperador su padre, determinado poner allí su Real assiento y gouier-
no de su Monarquía, en cuyo centro está; perflciono el Palacio con pin-
235

turas y jardines de rccreació, provechosos a la vista, buen olor, y salud


con q se quitó el mal q de los fossos le hazía daño para ella. N o le acabó,
aunque tuuo hecha la tra^a y tanteo del gasto, diziendo a su Architecto
mayor: Dexemos algo que haga el Príncipe. Hizo las cauallerizas, y
puso la armería de las personas Reales encima della con otras pie9as
para su Guardarnes de consideración. Prosiguió con el intento de su
padre en el adorno y ampliación de Madrid, dando assiento a su Corte
en ella.»
Lorenzo Vander-Hammen y León: Dm FUipe dprudente, sepiiuie deste
nombn..., Madrid, 1632, ff. 132 v° y 133.

EL ESCORIAL

«Al Escurial
Magnánimo edificio, cuya alteza
Es prodigio del arte, y tan estraño
que ya en tu excesso ven tu desengaño,
Quantos montes formó naturaleza.
IDeydad entre las fábricas, belleza.
Amable a la razón, que contra el daño
Has de pelear del uno, y otro año.
Sin que doblen los siglos tu fírmeza.
Oblación de una mano que previno.
Con liberalidad y con prudencia,
Tatos milagros de hóbre humano ágenos.
Abitación de Dios, tal que imagino.
Que eres del por tu culto, y reverencia.
Sino la digna, la que indigna menos.»

Salas Barbadillo, Rimas castelUmas, 1618, pág. 30.

«Al Escorial •
Sacros, altos, dorados capiteles.
Que a las nubes robáis ios arreboles
Febo os teme por más lucientes soles,
Y el ciclo por gigantes más crueles.
E)epón tus rayos, Júpiter; no celes
Los tuyos, sol; de un templo son faroles.
Que al mayor mártir de los españoles
Erigió el mayor rey de los fieles.
Religiosa grandeza del monarca
236
Cuya diestra real al Nuevo Mundo
Abrevia y el Oriente se le humilla.
Perdone el tiempo, lisonjee la parca
La verdad desta octava maravilla.
Los años deste Salomón segundo.»
L. Góngora y Argotc, Poesías. B.A.E., XXXII, Madrid, 1966,
pág. 430.

PANTEÓN DE EL ESCORIAL
«En el año 1618, dio principio en el Escurial a vn Mausoleo y
sumptuoso sepulcro, digno de sus gloriosos Progenitores, y Príncipes
de la Casa de Austria, fabricado de jaspes y de mármoles de marauillosa
hechura.
El motiuo que tuuo en aquesta fábrica, fue, que Filipe II, quando
mandó edificar el Conuento de S. Loren90, no labró entierro para sí;
pKsrque quiso que nadie [xnsasse leuantaua aquel prodigio de maraui-
llas para enterrar sus cenizas. Reconoció Filipe III la humildad de su
padre, y tratando de hazerle sepulcro digno de la grandeza de su nom-
bre y fama, huuo quien le dixesse: Señor, su padre de V. Magestad gustó
entierro humilde. Respondió el Rey: Mi padre hizo en esso según su
ánimo generoso, yo he de mostrar ser su hijo en dessear honrarle.»
Gil González Dávila, Teatro á* laspwiáeau de la Vi/la de Madrid Cort
de los Reyes Católicas de España, Madrid, 1623. pág. 59.

EDIFICIOS EN LERMA (OBRAS DEL DUQUE)


«Por el de 1614 en aquella villa de su Título, dio principio á quatro
suntuosos edificios juntamente... a los meses de Abril, y Mayo deste ve-
rano, estuvieron capazes para el ministerio de su destinació... vna rica
hermosa Yglesia Colegial, y dos Monasterios de Religiosos, y Monjas
de Santo Domingo. Cerca del segundo es el quarto edificio vn célebre
palacio, no tanto para assiento, y titular cabe9a a los Estados de la Casa
de Sandoval, como para tener en ella cómodo recebimiento, y habita-
do de las personas Reales, con aposento suficiente para la nobleza, y
criados que las siguen...»
«... encorporando las paredes, piezas, y habitado del antiguo Casti-
llo, que allí tenía illustremente heredado... avía hecho Palacio tan ca-
paz, que los años passados (por muchos meses) pudo aposentar los Re-
yes, y sus hijos, {>ara servirlos có mayor comodidad, y engrádecer assí
aquellos nobilíssimos cimientos, ajusfándolos a nueua fábrica, levantó
237

Casa tan Magestuosa, y bien edificada, que faltando más causas, para
gozarla, tuvieran titulo estos favores.»
Pedro de Herrera, TnaulaáÓH átl SmUístimt Sacrammte a la ^Usia cehgai
dtSanPtdndilaviUadtLerma, Madrid, 1618,ff. 1,1 v°y2vo.

EDIFICIOS EN SEVILLA

«Tiene assimismo Sevilla, veinte y quatro Hospitales, donde se cu-


ran pobres: entre los quales tienen primer lugar, y son grandiosos, y
muy ricos el Hospital de la Sangre, donde se curan solamente mugeres,
y Sacerdotes pobres, en el qual suele aver dozientas camas, y su edifí-
cio esterior, e interior parece fábrica de algún gran Príncipe, o Rey po-
deroso.»
Rodrigo Caro, Antigüedades, y principado de la Ilustrissima ciudad de Sevi-
Ua, Sevilla, 1634, f. 63 y 63 v».

«Por ser las enfermerías tan caf>aces y tan dilatadas, pues las perso-
nas que se p)oné en los texteros dellas no se conocen, según la distancia
que ay de vno a otro.»
Pablo Espinosa de los Monteros, Segunda parte. De la historiay grandezas
de la gran ciudad de Sevilla, Sevilla, 1630, f. 119.

CÁRCEL REAL. SEVILLA

«Veese pues a la boca de la Gille de la Sierpe por la parte de la Plaga


de San Francisco junto a ella la Cárcel Real de Sevilla, que campea más
que otra casa, y se dexa bien conocer aún de los más Estrágeros... los le-
treros, que tiene sobre su gran Portada có las Armas Reales, y de Sevi-
lla. Y en lo alto por Remate vna figura de la Justicia con vna Espada le-
vátada en la mano derecha, y en la izquierda vn Peso enfilado, con las
dos figuras a sus lados de la fortaleza, y Templanga, todas tres de bulto
de Cáteria labradas, y sus Títulos.»
Alonso Morgado, Historia de SepiUa, en la que se contienen sus ant^fiedades,
y cosas memonMts..., Sevilla, 1587, f. 63.

«EL ASEO». VALENCIA

«Pero lo que más llevava los ojos de todos, era la obra nueva (que da
en la plaza dicha por ella del Aseo) i es una que llaman en Castilla azera
236
Cuya diestra real al Nuevo Mundo
Abrevia y el Oriente se le humilla.
Perdone el tiemfx), lisonjee la parca
La verdad desta octava maravilla,
Los años deste Salomón segundo.»
L. Góngora y Argote, Poesías. B.A.E., XXXII, Madrid, 1966,
pág. 430.

PANTEÓN DE EL ESCORIAL

«En el año 1618, dio principio en el Escurial a vn Mausoleo y


sumptuoso sepulcro, digno de sus gloriosos Progenitores, y Príncipes
de la Casa de Austria, fabricado de )asp>es y de mármoles de marauillosa
hechura.
El motiuo que tuuo en aquesta fábrica, fue, que Filipe II, quando
mandó edificar el Conuento de S. Lorengo, no labró entierro para sí;
porque quiso que nadie p>ensasse leuantaua aquel prodigio de maraui-
ílas para enterrar sus cenizas. Reconoció Filipe III la humildad de su
padre, y tratando de hazerle sepulcro digno de la grandeza de su nom-
bre y fama, huuo quien le dixesse: Señor, su padre de V. Magestad gustó
entierro humilde. Resf>ondió el Rey: Mi padre hizo en esso según su
ánimo generoso, yo he de mostrar ser su hijo en dessear honrarle.»
Gil González Dávila, Teatro de lasgrandn/is de la Villa de Madrid Carie
de los Reyes Católicos de España, Madrid, 1623. pág. 59.

EDIFICIOS EN LERMA (OBRAS DEL DUQUE)

«Por el de 1614 en aquella villa de su Título, dio principio á quatro


suntuosos edificios juntamente... a los meses de Abril, y Mayo deste ve-
rano, estuvieron capazes para el ministerio de su destinació... vna rica
hermosa Yglesia Colegial, y dos Monasterios de Religiosos, y Monjas
de Santo Domingo. Cerca del segundo es el quarto edificio vn célebre
palacio, no tanto para assiento, y titular cabe9a a los Estados de la Casa
de Sandoval, como para tener en ella cómodo recebimiento, y habita-
ció de las personas Reales, con aposento suficiente para la nobleza, y
criados que las siguen...»
«... encorp)orando las paredes, piezas, y habitació del antiguo Casti-
llo, que allí tenía illustremente heredado... avía hecho Palacio tan ca-
paz, que los años passados (por muchos meses) pudo aposentar los Re-
yes, y sus hijos, para servirlos có mayor comodidad, y engrádecer assí
aquellos nobilíssimos cimientos, ajustándolos a nueua fábrica, levantó
237

Casa tan Magestuosa, y bien edifícada, que faltando más causas, para
gozarla, tuvieran título estos favores.»
Pedro de Herrera, Translación del Santíssimo Sacra/nenie a la iglesia colegial
de San Pedro de la villa de Lerma, Madrid, 1618, ff. 1,1 v° y 2 v°.

EDIFICIOS EN SEVILLA

«Tiene assimismo Sevilla, veinte y quatro Hospitales, donde se cu-


ran pobres: entre los quales tienen primer lugar, y son grandiosos, y
muy ricos el Hospital de la Sangre, donde se curan solamente mugercs,
y Sacerdotes p>obres, en el qual suele aver dozientas camas, y su edifi-
cio esterior, e interior parece fábrica de algún gran Príncipe, o Rey po-
deroso.»
Rodrigo Caro, Antigüedades, j principado de la Iliistrtssima ciudad de Sevi-
lla, Sevilla, 1634, f. 63 y 63 v°.

«Por ser las enfermerías tan capmces y tan dilatadas, pues las fserso-
nas que se ¡soné en los texteros dellas no se conocen, según la distancia
que ay de vno a otro.»
Pablo Espinosa de los Monteros, Segunda parte. De la historiay pandera
de la gran ciudad de Sevilla, Sevilla, 1630, f. 119.

CÁRCEL REAL. SEVILLA

«Veese pues a la boca de la Calle de la Sierpe por la parte de la Pla5a


de San Francisco junto a ella la Cárcel Real de Sevilla, que campea más
que otra casa, y se dexa bien conocer aún de los más Estrágeros... los le-
treros, que tiene sobre su gran Portada có las Armas Reales, y de Sevi-
lla. Y en lo alto por Remate vna figura de la Justicia con vna Espada le-
vátada en la mano derecha, y en la izquierda vn Peso enfilado, con las
dos figuras a sus lados de la fortaleza, y Templan9a, todas tres de bulto
de Gatería labradas, y sus Títulos.»
Alonso Morgado, Historia de Sevilla, en la que se contienen sus antigüedades,
y cosas memorables..., Sevilla, 1587, f. 63.

«EL ASEO». VALENCIA

«Pero lo que más llevava los ojos de todos, era la obra nueva (que da
en la plaza dicha por ella del Aseo) i es una que llaman en Castilla azera
236
Cuya diestra real al Nuevo Mundo
Abrevia y el Oriente se le humilla.
Perdone el tiemfx), lisonjee la parca
La verdad desta octava maravilla,
Los años deste Salomón segundo.»
L. Góngora y Argote, Poesías. B.A.E., XXXII, Madrid, 1966,
pág. 430.

PANTEÓN DE EL ESCORIAL

«En el año 1618, dio principio en el Escurial a vn Mausoleo y


sumptuoso sepulcro, digno de sus gloriosos Progenitores, y Príncipes
de la Casa de Austria, fabricado de )asp>es y de mármoles de marauillosa
hechura.
El motiuo que tuuo en aquesta fábrica, fue, que Filipe II, quando
mandó edificar el Conuento de S. Lorengo, no labró entierro para sí;
porque quiso que nadie p>ensasse leuantaua aquel prodigio de maraui-
ílas para enterrar sus cenizas. Reconoció Filipe III la humildad de su
padre, y tratando de hazerle sepulcro digno de la grandeza de su nom-
bre y fama, huuo quien le dixesse: Señor, su padre de V. Magestad gustó
entierro humilde. Resf>ondió el Rey: Mi padre hizo en esso según su
ánimo generoso, yo he de mostrar ser su hijo en dessear honrarle.»
Gil González Dávila, Teatro de lasgrandn/is de la Villa de Madrid Carie
de los Reyes Católicos de España, Madrid, 1623. pág. 59.

EDIFICIOS EN LERMA (OBRAS DEL DUQUE)

«Por el de 1614 en aquella villa de su Título, dio principio á quatro


suntuosos edificios juntamente... a los meses de Abril, y Mayo deste ve-
rano, estuvieron capazes para el ministerio de su destinació... vna rica
hermosa Yglesia Colegial, y dos Monasterios de Religiosos, y Monjas
de Santo Domingo. Cerca del segundo es el quarto edificio vn célebre
palacio, no tanto para assiento, y titular cabe9a a los Estados de la Casa
de Sandoval, como para tener en ella cómodo recebimiento, y habita-
ció de las personas Reales, con aposento suficiente para la nobleza, y
criados que las siguen...»
«... encorp)orando las paredes, piezas, y habitació del antiguo Casti-
llo, que allí tenía illustremente heredado... avía hecho Palacio tan ca-
paz, que los años passados (por muchos meses) pudo aposentar los Re-
yes, y sus hijos, para servirlos có mayor comodidad, y engrádecer assí
aquellos nobilíssimos cimientos, ajustándolos a nueua fábrica, levantó
237

Casa tan Magestuosa, y bien edifícada, que faltando más causas, para
gozarla, tuvieran título estos favores.»
Pedro de Herrera, Translación del Santíssimo Sacra/nenie a la iglesia colegial
de San Pedro de la villa de Lerma, Madrid, 1618, ff. 1,1 v° y 2 v°.

EDIFICIOS EN SEVILLA

«Tiene assimismo Sevilla, veinte y quatro Hospitales, donde se cu-


ran pobres: entre los quales tienen primer lugar, y son grandiosos, y
muy ricos el Hospital de la Sangre, donde se curan solamente mugercs,
y Sacerdotes p>obres, en el qual suele aver dozientas camas, y su edifi-
cio esterior, e interior parece fábrica de algún gran Príncipe, o Rey po-
deroso.»
Rodrigo Caro, Antigüedades, j principado de la Iliistrtssima ciudad de Sevi-
lla, Sevilla, 1634, f. 63 y 63 v°.

«Por ser las enfermerías tan capmces y tan dilatadas, pues las fserso-
nas que se ¡soné en los texteros dellas no se conocen, según la distancia
que ay de vno a otro.»
Pablo Espinosa de los Monteros, Segunda parte. De la historiay pandera
de la gran ciudad de Sevilla, Sevilla, 1630, f. 119.

CÁRCEL REAL. SEVILLA

«Veese pues a la boca de la Calle de la Sierpe por la parte de la Pla5a


de San Francisco junto a ella la Cárcel Real de Sevilla, que campea más
que otra casa, y se dexa bien conocer aún de los más Estrágeros... los le-
treros, que tiene sobre su gran Portada có las Armas Reales, y de Sevi-
lla. Y en lo alto por Remate vna figura de la Justicia con vna Espada le-
vátada en la mano derecha, y en la izquierda vn Peso enfilado, con las
dos figuras a sus lados de la fortaleza, y Templan9a, todas tres de bulto
de Gatería labradas, y sus Títulos.»
Alonso Morgado, Historia de Sevilla, en la que se contienen sus antigüedades,
y cosas memorables..., Sevilla, 1587, f. 63.

«EL ASEO». VALENCIA

«Pero lo que más llevava los ojos de todos, era la obra nueva (que da
en la plaza dicha por ella del Aseo) i es una que llaman en Castilla azera
238

descubierta, i en Italia fachata, donde ay un ermoso, uniforme, i largo


ventanaje a tres órdenes, todo lleno de faroles de colores i pintura, con
artificioso repartimiento, i graciosa vista, pendientes d'el medio de
cada arquillo otras luminarias a forma de globlos... continuádose tam-
bién otro grande número d luzes por sus azoteas, y terrados, disparado
otros tatos ombres como arriba, p)or todo el vétanaje a la plaga... se gas-
taron, sólo en dicho Aseo catorze arrobas de velas d sevo.»
Jerónimo Martínez de la Vega, Solenes, i grandiosas Fiestas, C¡ la noble i leal
Ciudad de Valencia a echo por la Beatificación de su Santo Pastor, i Padre
D. Tomás de Villanueva, Valencia, 1620. págs. 53 y 54.

EDIFICIOS HN VALENCIA

«Las casas d la Ciudad, i las d'el Reyno, q son d grande, i admirable


architetura, i muy pobladas d vétanas, i balcones, junto có ser ricas, p)or
sus muchas salas, i dorados techos, estuviere llenas en terrados, i torres,
d faroles, achas, i otros fuegos...
(El palacio de! Arzobispo) «además de ser muy grande casa, i rodea-
lla tres órdenes de rejas i ventanas, tiene cuatro torres en las cuatro es-
quinas, i en el cuarto nuevo que su Señoría Illustrísima a echo suntuo-
síssimo, (en que a empleado largos veynte mil ducados) dexada la her-
mosura, i curiosidad interior, salen a la plaga, i calles, diez i seys balco-
nes a dos órdenes uniformes, i correspondientes; circunstancias todas
al propósito, para acomodar lúcidamente los incendios.»
Jerónimo Martínez de la Vega, Solenes, i grandiosas Fiestas, ij la noble, i
leal Ciudad de Valencia a echo por la Beatificación de su Santo Pastor, i
Padre D. Tomás de Villanueva, Valencia, 1620, págs. 55 y 57.

DESCALZAS REALES. MADRID

«Acabada pues la obra de la Iglesia ordenó su Alteza, la pieza del Sa-


crario o Relicario... Mandó que se tragasse, y labrasse el Sacrario muy
curiosamente, el techo del se cubrió de espejos, fxjrque con las luzes
surtiesse más, y pareciesse mejor. Las paredes y almarios del, está muy
bien cópuestas, y sobre madera bien labrada y dorada... Hiziéronse las
colunas, y todo lo demás del edificio muy bien estofado y dorado. El
cielo de la piega que está más afuera, tiene vn liengo pintado có vna pa-
loma enmedio de muchas nubes muy hermosas, que representa la veni-
239

da del Espíritu Santo, y haze muy lindo adorno, como se ve en los días
que se muestran las reliquias.»
Fray Juan Carrillo, Relación histórica de Ja Real Fundación del Monasterio de
las Descalzas de S. Clara de la villa de Madrid, Madrid, 1616, f. 48 v°.

COLEGIO DEL CARDENAL. MONFORTE DE LEMOS

«Llegué a este Monte-fuerte, coronado


de torres convecinas a los cielos,
cuna siempre real de tus abuelos,
del reino escudo y silla de su estado.
El templo vi a Minerva dedicado,
de cuyos geométricos modelos,
si todo lo moderno tiene celos,
tuviera envidia todo lo pasado
Sacra erección de principe glorioso,
que ya de mejor púrpura vestido,
rayos ciñe de luz, estrellas pisa,
¡oh, cuánto de este monte imfjetuoso
descubro!. Un mundo veo: poco ha sido,
que seis orbes se ven en tu divisa...»
L. Góngora y Argote: Poesías. B.A.E., XXXH, Madrid, 1966,
pág. 428.

PALACIO DE EL VISO DEL MARQUÉS

«Muchas destas historias, y famosas empresas desta casa ilustríssi-


ma, se hallan al vivo retratadas con maravillosa pintura en el sumptuo-
so palacio del Viso, donde el Marqués tiene su assiento, que assí en Fá-
brica, como en arquitectura, muestran estos edificios vn (peregrino in-
genio de su artífice, que en lo que es obra rústica, ó desbogada, ó mues-
tra de galano orden Corinthio, ó Composito, resplandece entre todos
los edificios de su tiempo, que solamente en mirarlos, queda en nuestro
ánimo aquella eurythmia, ó satisfación q resulta de la graciosa vista,
symmetría, y proporción que tanto encarece Vitruvio: hermosas torres
al cielo levantadas con vistosa diminución, y fortaleza, no de p)oca vti-
lidad para tiemp» de de guerra: y regalados aposentos, variados de gru-
tescos y oro, con jardines y deleytosas fuentes para tiempKj de paz, con
que hará competencia a los famosos edificios de Nimes en Francia, y
del hermoso palacio Corinthio, que aú todavía muestra la magestad
que tuvo, y se abita en él: con todo quanto la antigüedad nos representa
240

del Tusculano Romano, el Tiburtino de Vopisco, q descrive Estacio, la


granja de Faustino, que refiere Marcial, y los apartamientos de Valclu-
sa, q tanto encarece Petrarca, y el Fesulo de Medicis, que trae Angelo
Policiano; que aunque estas delcytosas estancias son rurales, en lo q
toca al arte fabricatoria, y curiosidad, se confieren con esta gallarda
casa del Viso...»
«... y vino a suplir con industria en este lugar, la amenidad y frescu-
ra que le faltó p)or naturaleza, a primero de enero de 1585.»
Christóval Mosquera de Figueroa, Comentario en breve compendio de dis-
ciplina militar... («Elogio al retrato de D. Alvaro de Bazán»), Ma-
drid, 1596, f. 180 y 180 v°.

LAS PLAZAS

PLAZA MAYOR. VALLADOLID

«Tiene Valladolid después desto muchas pla9as, las quales en ios


pueblos son lo mismo que los patios en las casas pues en ellas unos sa-
liendo de la apretura y estrecho de las calles parece que descansa la vista
y se ensancha. De provisión no ay sino la plazuela vieja, las Carnicerías,
y la pla9a mayor. La qual con todo lo de la nueva traga, que fue quando
se quemó y más mucho que haviéndolo derribado se ha edeficado con-
forme a esto es tal que estrangeros y naturales. Italianos, Flamencos,
Franceses, Alemanes, finalmente quantos el nuevo edeficio veen, que
serán como ochocientas casas, dizen que es sin duda el más vistoso pe-
dago de edeficio que se sabe en el mundo, porque señor todo él es cor-
del todo a una altura, todo de ladrillo, las puertas todas de un tamaño,
que son catorze pies de alto, de cada tres piedras de cardenosa sin que
entre puerta y puerta de quantas os digo en tanta multitud de casas aya
un dedo de pared. Tiene después desto cada casa tres órdenes de un tan
ancho, las primeras puertas ventanas con sus medias rexas todas, la se-
gunda orden es de ventanas la tercia parte menores, la tercera es más
desminuyda que vienen con las primeras en prop>orción doblada, van
sobre todos los tejados levantadas unas agoteas con una mesma ygual-
dad de mucha hermosura y servicio. La plaga sino es lo que ocupan las
casas de cósistorio, que solamente están levantadas quatro estados en
alto, siendo de traga f)or cierto hermosissima, todo lo demás en redon-
do es de portales sobre colunnas de cardenoso con fajas y chapiteles de
la misma piedra de diámetro de tres palmos redondas, salvo las que es-
tán en esquinas que son ahovadas, y de más grossor, corren estos porta-
les p>or toda la hazera y cerería, por los guarnicioneros, y especería, que
241

por el número de las colunnas, que passan de trezientas y tantas enten-


deréis lo que occupan los {wrtales, haviendo entre colunna y colunna
en la que menos espacio diez pies, en otras a catorze, según el suelo de
la casa. La plaga tiene tal proporción que siendo la tercia parte más lar-
ga que ancha, teniendo de ancho dozientos passos es tal y tan hermosa,
que jamás se vio theatro qual ella.»
Damasio de Frías, «Diálogo en Alabanía de Valladolid», en Diálogos
de diferentes materias, h. 1579, ff. 178 v». y 179. B. N.M., Ms. 1172.

«Tiene, entre otras Plazas, la Mayor, que es vno de los edificios más
costosos, y ricos que tiene el Reyno de España. En su alderredor está
muchas casas de mercaderes, y oficiales, que passan de quinientas, con
más de dos mil vétanas, sin terrados, y miradores. En ella se corren to-
ros, y se celebran regozijos públicos. Es capaz desde sus soportales hasta
lo alto de sus texarozes de más de treynta mil almas, que goza, sin impe-
dirse vno a otro, igualmente del regozijo, y contento. Sin esta Plaza tie-
ne otras, q le siruen de ornamento, y no más. El cuerpo de la Ciudad se
compone de costosos edificios, y calles anchas.»
Gil González Dávila, Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas, j cate-
drales de los Reynos de las dos Castillas. Madrid, 1645, pág. 603.

PLAZA MAYOR. MADRID

«Se entró en la Plaza, que ofrecía bellísima vista y estaba llena de in-
finito pueblo. Todas las cosas (sic) son semejantes y sus huecos tienen
balcones de hierro, tan pegados unos a otros, que parecen un larguísi-
mo corredor. Hay cuatro o cinco órdenes de éstos y arriba una balaus-
trada de hierro que corre sobre todas las casas, hecha para reparo y se-
guridad de las gentes que en semejantes ocasiones se sitúa sobre los te-
chos desde el alero hasta la cima... Son como los qvec de Francia y tie-
nen ciertas gradas, sobre las cuales la gente se sienta sin estorbar la vista
de toda la Plaza, ya que en los vanos de los pórticos se ponen los palcos,
todos repletos...»
José Simón Díaz, «La estancia del cardenal legado Francesco Barbe-
rini en Madrid el año \626*,A.I.E.M., Madrid, 1980, pág. 197.
242

LAS CIUDADES

CIUDADES ESPAÑOLAS

«En España no ay ciudad de tanta grandeza, f)orque hasta agora ha


estado dividida en Reynos pequeños, y por falta de ríos, y aguas no se
puede llevar tanta cantidad de bastimentos a una parte, que se pueda
sustentar extraordinario número de gente, y las ciudades de más autori-
dad son aquellas en las quales los Reyes antiguos tuvieron su Corte,
Barcelona, Zaragoza, Valécia, Córdova, Toledo, Burgos, Leo las quales
no passan a la segunda clase de las ciudades de Italia: ay Granada, adon-
de por largo tiempo reynaron los Moros, de muy ricos edificios, parte
en alto, y parte en lo llano: lo alto son los collados, divididos el uno del
otro. Tiene abundancia de muchas aguas, con las quales se riega gran
parte de su deleytosa campaña: por lo qual está muy jxjblada y cultiva-
da: Sevilla ha crecido mucho, después del descubrimiento de las Indias
Occidentales, porque vienen a ella las flotas, que traen tanto tesoro,
que no se puede estimar, rodea cerca de seys millas, tiene más de
ochenta mil (jersonas, está puesta en siniestra rivera de Guadalquibir,
ay en ella lindíssimas yglesias, y grandes palacios, su campaña no es
menos fértil que apazible. Valladolid, aunque no es ciudad puede estar
en comparación de las más nobles de España, por aver residido gran
tiempxD en ella el Rey Católico, como agora lo es Madrid, que por
residir en ella el Rey don Felip)e, ha crecido y va cada día aumen-
tando.»
Juan Botero, Razón deslado, con tres libros de la grandeva de las ciudades, de
Juan Bolero: traducido de Italiano en Caslellano por Antonio de Herrera...,
Burgos, 1603, ff. 169 v. y 170

MADRID

«Los mismos efectos haze en la variedad de naciones que concurren


a esta Corte, que se hallan con satisfacción en ella, y la tienen en lugar
de patria, por ver juntos salud, gusto, alegría, buen temperamento,
honra y prouecho, y sobre todo vn milagro, mucha gente y toda bien
auenida. Su terreno es enjuto y fuerte, y en él se abren profundas cueuas
y cauas para la cóseruación de la vida humana. La fertilidad de sus co-
marcas es grande, con q puede sustentar vn cuerpo tan prodigioso
como el de la Corte. Tiene al Mediodía cápnas fértiles con abundancia
de frutos hasta la Sagra de Toledo y Mancha; Prouincias que en España
tienen las obras y fama. Abunda de viñas, y de oliuares, como en Oca-
ña, Yepes, Pinto y Valdemoro. Muchas frutas sagonadas y buenas, q
243

riegan Taxo y Xarama. Las arboledas de Illescas, Casarrubios, Odón, y


la Vega de Morata. En esta parte es con abüdancia la caga y pesca q cría
Tajo, Henares y Xarama; y tiene su assiento Arájuez, epílogo de los jar-
dines del mundo, lleno de frutas, criága de ganados domésticos y saluá-
ticos; de aues naturales y de otros Reynos estraños. De aquí se bastece la
Casa Real, y Corte, de caga, pesca, frutas, flores y agua distilada. Al Se-
tentrión tiene las sierras (que dista dellas diez leguas) con tesoro de re-
galos, caga, ganados, frutas tardías y tempranas, nieue, leña y madera
para sus edificios. A dos leguas tiene la recreación del Pardo, que abun-
da de montes llenos de caga. Siete leguas más abaxo está el Conuento
del Escurial, vnica marauilla del orbe. Al oriéte goza de la recreación
del Prado, cópuesta de fuentes y arboledas, de campañas de pan, vino y
azeyte, q tienen los campxDs y viñedos de Alcalá; frutas de la comarca y
lugares más vezinos. Más adelante el Alcarria, cargada de miel y azeyte,
y los vinos de Illana. Dizese desta tierra, que es muy parecida en la bon-
dad, multitud y diferencia de frutas a la de Palestina, que fue la Promis-
sión. Por esta banda se comunican a la Corte los frutos de Aragón, dul-
ces, y regalos de Valencia. Al Occidente tiene las mismas campañas de
pan, vino, azeyte, hasta Santa Olalla, Maqueda; frutas de San Syluestre,
y goza las frutas de la Vera de Plasencia, y ganados de Estremadura. Por
esta parte camina con sus aguas Manganares, poblado de alamedas y
verduras. A su vista está el Palacio Real, y la Casa del Campo de la otra
parte del río. Los puertos de mar acude con su (jesquería copiosa; y toda
España le sirue con lo mejor.»

Gil González Dávila, Teatro de las grandevas de la Villa de Madrid Corte


de los Reyes Católicos de España, Madrid, 1623, págs. 5 y 6.

«Tiene la villa 399 calles, 14 plagas, 10 mil casas. Casa de Moneda,


13 Parroquias có sus Anexos, 25 Cóuentos de Religiosos, 20 Monaste-
rios de Mojas, 15 Hospitales, vna Capilla, vn Colegio, 4 Hermitas y dos
Humilladeros. De las plagas, la mayor es la más linda fábrica que tiene
España. Acabóse en el año 1619...»
«Tiene Su assiéto en medio de la Villa, y de lógitud 434 pies, de lati-
tud 334, y en su circüferécia 1536. Su fábrica está fundada sobre pilas-
tras de sillería quadradas, de piedra berroqueña. Tiene en su circuito
ánditos có anchura bástate para dar passo a la géte. Los frontispicios de
las casas son de ladrillo colorado; tienen cinco suelos có el que forma el
soportal hasta el vltimo terrado; y desde los pedestales hasta el tejaroz
següdo 71 pies de altura, y debaxo de tierra bóbedas de ladrillo y piedra
fuerte, có cimientos de 30 pies de fondo, en q estriua el edificio. Las
ventanas tienen á 6 pies de claro: las primeras a 10 pies y medio de alto:
las segundas de 10, las terceras de 9 y las quartas de 8 correspondientes
244

en igualdad y niuel, distátes tres pies vna de otra. Tiene fin el edificio
en terrados de 14 pies de fondo, pendiétes para las vertientes de las
aguas, cubiertos de plomo, con canales maestras, q se reduze a vn códu-
to solo. Sobre los terrados se leuátan agoteas de 8 pies de alto, có móte-
rones de 3 pies de hueco, y 4 y medio de alto, cubiertos de plomo, q re-
mata en globos de metal dorados. Tiene 467 vétanas labradas de vna
manera, y otros tatos balcones de hierro, tocados de negro y oro, y en lo
alto vn fjetril de hierro q rodea toda la pla9a, q tiene 136 casas, y en
ellas viuen 3700 f)ersonas. Y en las fiestas públicas es capaz de 50 mil p>er-
sonas, q goza có igual cótentamiento de los regozijos públicos. Costó
todo el edificio noueciétos mil ducados.
Tiene la Villa muchas casas de grades Señores, y Ministros Reales,
edificadas con hermosura y grádeza; muchas dellas adornadas de torres;
y se afirma tiene toda la Corte más de ochenta mil balcones y rejas de
hierro. Para entretenimientos de la gente de la Corte tiene el Prado, y la
Casa del Capo adornada de arboledas, fiutales, fuetes, y estanques, y en
medio vn cauallo de bronze, con vna estatua del Rey Felipe III de peso
de 15000 libras. Preséntesela el Grá Duque de Toscana Cosme de Me-
diéis. Tiene pwr vezino al Parque: más arriba el Palacio Real, morada
de nuestros Reyes y Príncipes: desde sus ventanas se alcana vna vista
admirable, haziédo pausa en las sierras de sanluá, que confinan con el
Cóuento de San Loren50 el Real. Representa sus murallas, en la anti-
güedad q tienen, ser fuertes. Tenia, que ya no son tantas, 190 torres de
pedernal y argamassa, que dio ocasión a Ruy Gon9ález Clauijo, Cama-
rero del Rey don Enrique III y su Embaxador en la Corte del Grá Ta-
morlan de Persia, mostrádole aquel Rey Bárbaro las grandezas de su
Reyno, le dixesse el Embaxador El Rey mi señor tiene vna Villa en Es-
paña, que se llama MADRID, cercada de fuego, por el material de que
consta su muralla. Entráuase a esta Villa por Quatro puertas, que sus
nombres era. Puerta de Guadalajara, Puerta de Valnadu, Puerta de los
Moros, y Puerta de la Vega.»
Gil González Dávila, Teatro de las grandezas de la Villa de Madrid Corte
de los Reyes Católicos de España, Madrid, 1623, págs. 11 a 13.

MURCIA

«No me paro a describir las placas, calles, edificios nobles, i famo-


sos, que esta ciudad tiene, que aunque son obras que engrandecen, no
son las demás estimación: fjero las que dizc piedad, i religión, essas es
justo inmortalizarlas, tal es la iglesia catedral desta ciudad, labor her-
mosa, i fuerte, sobcrvias naves, riquissimo retablo de imaginería, espa-
ciosíssimo plano entre dos rexas costosissimas de hierro antorchadas, i
245

con artificioso follage cubiertas de oro, coro i trascoro insigne, gran


número de capillas, i las más mui sumptuosas, i principalméte lo es la
capilla del marqués de los Vélez digna de ser visitada de curiosos, i lin-
ceos ojos, sibien la torre desta iglesia atrae, i maravilla tanto, que piéso
que no ai en la Christiandad otra tá insigne, en cuyo gueco o alma está
la sacristía, pie^a real, ceñida de caxones con tan sutil, i curiosa escultu-
ra, que ha causado admiración a los más insignes escultores...»
Francisco Cáscales, Al buen genio encomienda sus Discursos Históricos de la
mui noble i mui leal ciudad de Murcia. El Lc^°... [al fin: en Murcia.
Por Luys Beros] [1622: en la tasa], f. 267 v°.

ZARAGOZA

«De toda esta grandeza es cabega Zaragoza, ilustre por averie dado
su nombre el Emperador Augusto César, haziendo perpetua en ella su
memoria. Illustríssima en antigüedad, en hermosura, y nobleza; reedi-
ficada 23 años antes de la venida de Cristo. Báñanla el río Ebro, y otros
quatro, tan útiles, y frutíferos, que se dize en aquel Reyno, Que uno lle-
va vino, otro trigo, otro azeyte, y otro fruta. Está plátada en medio del
Reyno, como centro y cora9Ón de su cuerpo, y en ella residen los Virre-
yes. La belleza de sus edificios, altura de sus torres, grandeza de sus pla-
9as, y palacios, riqueza de sus Templos, y hermosura de sus calles.
Adornan sus salidas muchas casas de Placer, arboledas y espaciosas ve-
gas. San Isidoro dize, era en su tiempo la más hermosa de España. Lo
mismo enseñan las Historias Romanas, Godas, y Árabes... con razón se
le deve el renombre de LA SEGUNDA ROMA. Hase visto en ella dos
vezes nuestra Señora... y para que nada le faltasse, tuvo algunos días en
ella su Sede Ap)ostólica el santo Pontífice Adriano VI... Y el Papa arro-
jó al pueblo dos cirios muertos, ceremonia de aquel día; Lavó los pies a
treze pobres, haziendo a esta ciudad un traslado de su Roma.»
Gil González Dávila, Teatro de las grandezas de la Villa de Madrid Corte
de los Reyes..., Madrid, 1623, págs. 422 y 42.3.

«^arago9a est une grande et ancienne ville, et passe par icelle la ri-
viére de l'Ebro, qui est assez grande. II y a beaucoup de beaux jardins et
aussi de fort grandes maysons. Le palays du Roy, auquel reside son vi-
ce-roy en absence, est assez grand et bien accommodez. II y a des beaux
cloistres et beaucoup des belles esglises, et on y veoit beaucoup de
saínetes reliques. Les Jhesuites (qu'eulx appellent Theatinos) y ont
beau couvent.»
L'Hermite, Passetemps, I (1602), ed de 1890, pág. 75.
246

VALLADOLID

«Ay señor en esta Rilxira toda en espacio de media legua de una y


otra parte de la puente río abaxo y río arriba tantas huertas con sus ca-
sas de plazer, que cierto ¿s cosa de maravilloso contento a la vista, y no
he visto yo lexos, ni frescuras en lien50s de flandes pintados, tan her-
mosas, como parecen vistas de algún alto, estas huertas y casas, en cada
una de las quales se puede aposentar qualquiera señor, con mucha com-
modidad principalmente en la huerta de doña María de Mendo9a, de
doña Beatriz de Noroña, del Abbad de Valladolid, del Marqués de Ta-
vara, de Luis Sosteni, de la condesa de Lemos, la del Almirante de Cas-
tilla, la del Marqués de Fromesta, la de la Condesa de Salinas, de Gon-
zalo de Portillo, de don Juan de Granada, finalmente ninguna señor
que son muchas dexa de tener muy cómmoda y bastante habitación y
apxssento para su dueño...»
Damasio de Frías, «Diálogos en Alabanza de Valladolid», en Diá-
logo de diferentes materias, h. 1579, f. 178 y 178 v". B.N.M. Ms.
núm. 1172.

SANTIAGO DE CÜMPOSTHJ.A

«La Ciudad es de mediana grandeza, y forma vna figura redonda,


con buena muralla y torres en conveniente distancia... Entrase a ella
por siete puertas... A cada vna destas puertas corresponde vn Arrabal,
con vezindad suficiente... La Ciudad se compone de dos mil vezinos, y
muí buenos edificios, buenas calles, y plazas muí bien tragadas, con
fuentes, que dan contento a la vista. No ay dentro de la Ciudad pozos.
Tiene siete Conventos de Religiosos... Tiene inquisición, Vniversidad,
que es muí antigua, y ai memoria de serlo en el año 1073 quatro Cole-
gios, quatro Ermitas... Audiencia Real, muchas Casas nobles. Mercado
los luves, y vna Feria, que dura desde 25 de lulio hasta nueve de Agos-
to. Adórnala muchos jardines y huertas, q tiene dentro y fuera de sus
muros.»
Gil González Dáviia, Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas,y cate-
drales de los reynos de las dos Castillas, Madrid, 1645, págs. 2 y 3.

CUENCA

«Tiene su assiento en vno de tres collados, que forman tres valles,


por donde van caminando los Ríos Xúcar, y Guecar, que saludan, y
siruen con el caudal de sus aguas. Sus edificios forman vna hermosa
Santiago de Compostela. Año 1595. A.G.S., Mapas, planos y Dibujos, VI-107.
248

vista de vn aparador vistoso, que parece que vnas casas están edificadas
sobre otras. Haze esta vista más agradable, y gustosa el ventanaje que
goza los que vienen a comerciar có ella; y esta vista se haze más deleyto-
sa en las noches del Verano con la multitud de luzes que se vé en apo-
sentos y salas, que responden á las calles públicas.
Compónese toda ella de edificios magníficos, edificados con gráde-
za y costa. Tiene en sus llanos muchos planteles y huertas, que la baste-
cen de flores, verdura, y finatas, sin lo que viene de fuera. Abunda de
muchas fuentes muy cristalinas y claras: toda ella en sí por naturaleza y
arte es muy fuerte. En el Verano goza de ayres templados; y en el
Inuierno participa, no con demasía, de los rigores del tiempo. En su
mayor eminencia está plantada la Iglesia Catedral, con vna plaza que
adorna la hermosura de su fábrica. El trato de sus vezinos, y gente está
en lo que llaman la Carretería. Es Ciudad murada, y se entra en ella por
ocho Puertas, que son: Puerta del Castillo; por ella entró el Rey don
Alonso quando la ganó de Moros. Puerta de San Martín, Puerta de la
Guarda de la Casa de la moneda. Puerta de San luán. Puerta de Guete,
Puerta del Postigo, Puerta de Valencia; y Puerta Nueua.»
Gil González Dávila, Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanasy cate-
drales de los Reynos de las dos Castillas, Madrid, 1645, págs. 431 y 432.

GRANADA

«... la sierra Nevada, y está tan alta q qual el mote Olimpo, muchas
vezes no se vé p)orq la cubren las nubes, y se descuella sobre la media re-
gió del ayre. De suerte, que como en el mote 01imp>o no llovía, no llue-
ve en ella: y a vezes descubre las canas de su cabega sobre las nubes, que
parece le sirven de gabán pardo para salir al capo.»
«Su sitio tiene las quatro calidades q dessean el Angélico Dotor To-
más, y el príncipe de la arquitectura Bitrubia, para que una ciudad sea
fuerte, fértil, hermosa y saludable.»
«... la celebrada vega de Granada, que es un medio círculo de plan-
tas, que tiene esta casa de camp» delante de sus portadas... guertas, oli-
vares, viñas y sembrados de toda suerte de pan, que llenó los ojos de los
Reyes, y robó su coragón para fundar aquí esta ciudad, atalaya perpetua
de su hermosura.»
«Esta calle (del Darro) ha sido muy decantada en los versos Árabes,
porque tenían en ella quarenta Alcaydes Moros (que era lo más noble
de su nación) quarenta casas de gran recreación y deleyte. A éste se
acrecía la excelencia del ayre q goza este barrio del Darro... eran los ay-
res deste río tan saludables, que convalecían có ellos los enfermos desa-
fuziados de remedio... esta es la razón de estar oy tan pobladas sus ribe-
249

ras de jardines y casas de plazer, y de labrar los Moros sobre este río la
casa real de Generalife: y el Emperador Carlos V hizo en la fuerga del
Alhambra casa a lo Castellano para su retiro. El Gran Capitán Gongalo
Fernández de Córdova labró la casa que dizen, de las Torrecillas, y es
oy el passeo y estancia más deliciosa y versada de los vezinos.»
Francisco Bermúdez de Pedraza, Historia eclesiástica. Principiosy progres-
sos de la ciudad, y religión católica de Granada Corona de su poderoso Rey-
no, y excelencias de su corona..., Granada, 1638, ff, 4, 4 v°, 6 y 33 v".

MÁFAGA

«... llegué a Málaga, o por mejor decir, páreme a vista della en un


alto que llaman la cuesta de Zambara. Fue tan grande el consuelo que
recibí de la vista della, y la fragancia que traía el viento... que me pare-
ció ver un pedazo de paraíso; porque no hay en toda la redondez de
aquel horizonte cosa que no deleite los cinco sentidos... con la vista del
sitio y edificios, así de casas particulares como de templos excelentísi-
mos, especialmente la iglesia mayor, que no se conoce más alegre tem-
plo en todo lo descubierto...»
Vicente Espinel, Vida de Marcos Obregón, 1618, Madrid, 1972.
pág. 94.

SEVILLA

«También fuera negocio muy largo pretéder (en el quinto y sexto li-
bro) rep)etir los Magníficos y sumptuosos edificios de cada vn Monaste-
rio, sus ¡Ilustres Capillas y retablos, y los insignes sepulchros de los an-
tiguos y nobles Sevillanos, y en ellos sus armas y vanderas que ganaron.
Sus alegres patios y más alegres y magníficos claustros, sus muchas
fuentes, y amenos jardines, sus fructos y flores, que có amena frescura
alegra y reverdecen: en todo tiempo: y hinchen de suave olor y fragan-
cia todos los sacros conventos có sus mayores huertas de ortaliza y ar-
boledas, de Cidros, Limos, Naranjos y differentes vergeles.»
«Por su muy agradable sitio, de llaníssimas calles, de casas muy
principales y sumptuosos téplos, sobervios edificios de sus Alcázares
Torres y muros...». «Por la primavera, que representa todo el año el vi-
cio y frescura de sus arboledas y verdes riberas.»
Alonso Morgado, Historia de Sevilla, en la qual se contienen sus antigüeda-
des, grande7/is, y cosas memorables..., Sevilla, 1587. f. 158 a 160.
«... que Hércules tuvo un grandioso templo, en donde oy vemos la
Parrochia de San Nicolás... Esta su opinió fundan, en que aquellas dos
grandes colunas, que de aquella Parrochia se sacaron, para ponerlas en
la Alameda con otras, que están en un corral de vezindad, y en una es-
cuela de niños, bien distantes las unas de las otras, eran del pórtico des-
te templo: y que las bóbedas, que cerca de la Iglesia parrochial, y en el
Convento de Madre de Dios allí junto se ven, fueron oficinas del tem-
plo de Hércules, y receptáculo, o hospedaje de los peregrinos, que a Cá-
diz yvan... Y el llamarse colunas de Hércules, no es por otra causa, sino
porque fueron de su templo.
También es sin fundamento la opinión que algunos han querido es-
parcer, de que estas dos grades colunas, q están en la Alameda se truxe-
ron de la ciudad de Ezija a Sevilla, pues aún todavía ay quien se acuerde
de donde se sacaró hundidas debaxo de tierra, y las compañeras perma-
necen todavía en la misma Parrochia de S. Nicolás.»
«... siendo antes una laguna, el cuydado, y magnificencia de la ciu-
dad la reformó, y mejoró, plantando una amena y espaciosa alameda,
en que ay más de mil y setecientos árboles puestos en orden, de modo
que hazen dos anchíssimas calles; passeo frequentado de mucha Cava-
Hería, y coches los veranos; con tres hermosas, y abundantes fuentes de
alabastro, y jaspe, que riegan todos los árboles a que dan singular orna-
mento las dos colunas que llaman de Hércules... Tiene toda esta gran
plaga quinientas y sesenta varas de largo, y ciento y cinquenta de
ancho.»
Rodrigo (^aro, Antigüedades, y principado de la ¡lustrissima ciudad de Sevi-
lla, Sevilla, 1634. f. 9 y f. 63 v".
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christiana. {Alfin: Acabosse estelibro de la speculación de la Destreza Año de
1569. Imprimiosse en la Ciudad de Sanlucar de Barrameda en Casa delmesmo
Autor por modado del Excellltissimo Señor Don Alonso Pérez de guz/nán el
Bueno Duque de Medina Sidonia Cavallero de la Insigne Orden del Tusón.
Año de 1582.)
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ba de todos estados y elección del mejor de ellos, o sea Vida de el mesmo autor,
que lo es D..., Madrid, Memorial histórico español, t. XII, 1860.
ENRÍQUEZ DE RIVERA, Fadrique, Este libro es de el viaje q hize a lerusalem, de
todas las cosas que en él me pasaron, desde que salí de mi casa de Bomos, miérco -
les 24 de Noviembre de SIS, hasta 20 de otubre de 520 que entré en Sevilla.
En Sevilla. Año de 1606.
ESCOLANO, Gaspar, Década primera de la Historia de la Ciudady Reino de
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— Segunda parte de la década Primera de la Historia de la Insigne i Leal Corona-
da Ciudad de Valencia i de su Reyno. En Valencia. Por Pedro Patricio Mey.
Año 1611.
EscRi VA, Francisco, Vida del venerable siervo de Dios Donfoan de Ribera, pa-
triarca de Antiochia, y arzpbispo de Valencia. Escrita por el padre Dotor Teó-
logo de la Compañía de fesús (1612) (es edición bilingüe: también en
italiano). In Roma, Nella Stamperia di Antonio de Rossi dietro San Silvestro
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dades y grandezas, de la muy nobley muy leal ciudad de Sevilla. Año 1627. En
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— Lasjomadas que ha hecho su Magd. desde el año de 1599 que fue a casarse a
Valencia astafindel 1606, (en realidad continua hasta 1609), B.N.M.,
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de Francia con la Serenissima Infanta de Castilla Doña Ana de Austria hija
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del Rey Don Phelipe 3° nro Señor, y de la Reyna Doña Margarita de Austria
en el Real Alcafar de la Villa de Madrid Corte de Su Magd. en 22 de Agosto
de 1612, B.N.M., Ms., núm. 2352.
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drid, por Diego Flamenco, Año 1629), B.N.M., Ms., núm. 2355 (f.
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Relación de la entrada de El Rey en Sevilla Biemes aprimero de Marqo deste año de
1624, y lo sucedido de alli adelante. B.N.M, Ms., núm. 2355 (f. 426).
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índice

PRÓLOGO 9
PRESUNTACIÓN 11

PARTE I
HISTORICISMO Y ANTIHISTORICISMO

CAPÍTULO I. Z^ visión de la arquitectura medieval 19


1. «La memoria de los siglos passados» 19
2. ...Y de su arquitectura 22
CAPÍTULO II. Después de El Escorial 33

PARTE II
LA OFERTA Y LA DEMANDA

CAPÍTULO III. El arquitecto 45


1. La formación del arquitecto 50
2. De la teoría a la «praxis» arquitectónica 63
CAPÍTULO IV. La nobleza en la ciudad °5
CAPÍTULO V. La iglesia en la ciudad 103
1. Consecuencias de Trento 103
2. La financiación de los edificios de las órdenes reli-
121
glosas '•"
3. Los edificios y el simbolismo espacial de los ámbitos re-
ligiosos l^^
CAPÍTULO VI. La tiranta de la imprenta sobre el gusto 155
1. Las traducciones al castellano 1-'-'
2. Los tratadistas españoles I-*"
280

3. Los tratados de arquitectura militar 164


4. Difusión de los tratados 177
CAPÍTULO VIL La curiosidad por lo exótico y el paradigma de Roma 187

EPÍLOGO
LA CIUDAD

1. El teatro de la ciudad 215


2. La ciudad: «casa» y «villa» 224
TEXTOS: Hablan los contemporáneos 227
La visión de la arquitectura del pasado 228
Los edificios 234
Las plazas 240
Las ciudades 242
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA 251
Abreviaturas 251
Fuentes 252
Obras generales y bibliografía citada 267
Este renovador estudio de la arquitectura españo-
la de fines del siglo xvi y comienzos del xvn analiza
las formas arquitectónicas en relación con la so-
ciedad de su época, planteándose temas como el
papel de clientes y arquitectos en la evolución del
gusto, la difusión de modelos a través de la im-
prenta, el urbanismo, o la reOexión que todo ello
generó sobre la propia historia. Entender la ar-
quitectura en su contexto a través de una diversi-
dad de fuentes que la sitúan en su tiempo, es una
de léis aportaciones de una obra que propone una
comprensión de la arquitectura en su significación
histórica.

i^e.
ediciones \ |F^ el arquero

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