Los Origenes Reales de Psicosis Ed Gein

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 17

1.

LOS ORÍGENES REALES DE PSICOSIS:


ED GEIN, «EL CARNICERO DE PLAINFIELD»,
Y SU RASTRO EN EL CINE.
Por José A. Planes Pedreño

Del horror sobrenatural al psicológico

El efecto de la luna sobre el ser humano ha dado pie a


gran cantidad de leyendas. Pues bien, la luna también ejer-
ció su influencia sobre el personaje cuya vida vamos a re-
latar. Retrocedamos a la segunda mitad de la década de los
cincuenta, a una pequeña localidad estadounidense llamada
Plainfield, situada en la planicie central del estado de Wis-
consin. Si en aquella época y en ese lugar algún visitante se
hubiese extraviado y llegado por error a una granja situada
a las afueras de esa población, habría podido ser testigo de
un espectáculo difícil de olvidar.

Bajo el manto de la luz de la luna, hubiera distinguido


la figura de un individuo bailando y tañendo un tambor con
gran excitación. Una peluca, una máscara y un chaleco de
piel parda y desgastada componían su extravagante vestua-
rio, con el cual, a juzgar por sus gestos y cabriolas, parecía
sentirse radiante. El espectáculo tenía algo de primitivo; ca-
bía pensar en la celebración de un rito o en una liturgia al
más puro estilo tribal. Pero el horror se habría apoderado

57
de aquel hipotético visitante si, acercándose un poco más, se contaban alrededor del fuego por Navidad. Así fue como
se hubiese dado cuenta, no sin cierto estupor, de que las Ed Gein se abrió camino en la conciencia popular»1.
prendas de aquel individuo estaban hechas de piel femenina,
pues del chaleco colgaban lo que parecían dos senos. Las atrocidades del llamado «Carnicero de Plainfield» mar-
carían, en efecto, un punto de inflexión en la concepción del
Ese individuo que sufría de tales trances en las noches de horror tanto en la literatura como en el cine, ya que «hasta
luna llena fue Ed Gein, un inofensivo granjero de Plainfield entonces, el monstruo venía siempre de fuera; de Transilva-
que, sin embargo, se destaparía como un contumaz asesino nia, de Egipto, de remotas junglas o del espacio exterior. A
y profanador de tumbas, lo que le convirtió en una leyenda partir de Gein, el monstruo podía ser el chico de la puerta de al
de la crónica negra estadounidense; y, posteriormente, en lado. El horror sobrenatural dejó paso al horror psicológico»2.
el crisol de célebres iconos del terror cinematográfico como En concreto, este tránsito lo iniciaría Robert Bloch, un nove-
Norman Bates en Psicosis (Psycho; Alfred Hitchcock, 1960), lista que había estado al tanto de los hechos de Plainfield al
Leatherface en La matanza de Texas (The Texas Chainsaw vivir en un pueblo cercano. Inspirándose en la figura de Gein,
Massacre; Tobe Hooper, 1974) y «Búfalo Bill» en El silencio Bloch escribió Psicosis (Psycho, 1959), pieza en la que, a su
de los corderos (The Silence of the Lambs; Jonathan Dem- vez, se basó el título homónimo de Hitchcock tan solo un año
me, 1991). Sin embargo, la relevancia de Gein en la cultura después. Influido por su maestro, H.P. Lovecraft, Bloch per-
norteamericana solo se vislumbraría bastantes décadas más cibió rápidamente que concurrían los elementos necesarios
tarde de 1957, fecha en la que las autoridades locales des- para construir un relato de terror gótico. No se equivocó.
cubrieron sus terribles fechorías. Pero ¿por qué tan tarde?

En los años cincuenta, la sociedad estadounidense, inmer- Un difícil ambiente familiar


sa en una etapa de despegue económico y gran optimismo,
no estaba preparada para descubrir que el terror, además de Edward Theodore Gein nació en Lacrosse, una ciudad de
ser una amenaza externa, podía tomar forma desde las mis- Wisconsin, el 27 de agosto de 1906 en el seno de una mo-
mísimas entrañas de la América profunda. Aunque Plainfield desta familia formada por su madre, Augusta T. Lehrke, su
pronto se convirtió en un hervidero de periodistas y curio- padre, George P. Gein, y su hermano Henry, siete años ma-
sos, y Gein llegó a ser portada de las revistas Time y Life en yor que él. Subsistían a través de una tienda de comestibles
diciembre de 1957, la magnitud de los hechos provocó un dirigida por Augusta. George, en cambio, era un holgazán
gradual silenciamiento que invisibilizó todas las implicacio- y un alcohólico que malgastaba su tiempo entre juerga y
nes de lo sucedido. Pero, según Gavin Baddeley en Cultura juerga, además de maltratar a su mujer. Aunque muy tra-
gótica, «la misma sordidez que motivó las reticencias de la bajadora y principal sustento de la familia, Augusta sufría
prensa, garantizó, sin embargo, que la historia se filtrara de esquizofrenia y era una consumada fanática religiosa que
abundantemente, aunque no a través de un reportaje oficial,
sino gracias a los incontrolables rumores y chismes. Aquellos
asesinatos se comentaban en los bares, las barberías y los 1
Baddeley, Gavin (1994). Cultura gótica. Barcelona: Ediciones Robinbo-
comercios; los niños hicieron de Gein parte de sus bromas ok, p. 116.

macabras, que llamaron geeners; los adolescentes convirtie- 2


Moros Peña, Manuel (2008). Historia natural del canibalismo. Madrid:
ron a aquel loco en el coco de los cuentos de fantasmas que Ediciones Nowtilus, p. 288.

58 59
fomentaba en sus dos hijos el odio a las mujeres, a quienes En 1940 murió George, el padre de Ed, lo que resultó más
tildaba de prostitutas y pecadoras, causantes de la perdición bien un alivio por el mal ambiente doméstico que generaba.
de los hombres. Este acontecimiento dio lugar a una nueva etapa en la re-
lación entre Ed y su madre, ya que esta, libre de ataduras,
Por esta razón, Augusta levantó un muro protector en torno intensificó su influencia sobre sus dos hijos. Pero Henry, el
a sus dos hijos, en especial sobre el pequeño Eddie. Sabía que hermano mayor, empezó a manifestar signos de rebeldía. No
viviendo en una ciudad estarían expuestos a toda clase de peli- soportaba la reclusión a la que los había sometido; tampoco
gros y tentaciones, por lo que Augusta pensó que lo mejor sería su aversión al género femenino y los relatos bíblicos que
trasladarse a otro lugar. En 1914 la familia se mudó a Plainfield, ésta les acostumbraba a leer, pasajes del Antiguo Testamen-
un tranquilo pueblecito, también del estado de Wisconsin, con to y, en particular, del Apocalipsis. Henry trató de que Ed se
alrededor de setecientos habitantes. Augusta deseaba soledad aliara contra ella para ganar más libertad. No lo consiguió,
y aislamiento para educar a sus retoños; por ello, la familia se más bien al contrario; el vínculo entre su madre y Ed era ya
estableció en una granja separada del núcleo urbano. muy profundo, y sufría con las críticas de su hermano a su
progenitora.
No cambiaron mucho las cosas. Continuaron sucediéndo-
se las borracheras y los malos tratos de su padre, mientras No sabemos si esta diferencia de pareceres abrió una he-
que Augusta seguía con su particular cruzada religiosa, amén rida entre ellos, pero lo cierto es que, en marzo de 1944,
de su celo y proteccionismo, hasta el punto de que Ed solo Henry murió en extrañas circunstancias cuando ambos tra-
tenía cierto contacto externo cuando acudía a la escuela; taban de extinguir un fuego en las inmediaciones de la gran-
pero no logró establecer ninguna amistad porque era un chi- ja. Cuando llegaron las autoridades locales, Ed les condujo
co taciturno y sus compañeros se reían de él. A todo ello, ha- directamente hasta donde se encontraba el cadáver de su
bría que sumar un detalle que resultaría crucial en el devenir hermano, y, aunque había marcas en el cuello, nadie llegó a
psicológico de Ed. En Pasajes del terror: psicokillers, asesi- pensar que Ed podía ser el responsable de lo sucedido. Al-
nos sin alma, el célebre director y presentador del programa gunos investigadores posteriores no han dudado en atribuir-
radiofónico La rosa de los vientos (1997-en antena), Juan le esa muerte, como Andrea B. Pesce en Asesinos seriales:
Antonio Cebrián, apunta que el nacimiento de Ed no había «Henry trataba por todos los medios de convencer a Ed de
cubierto, en realidad, las expectativas de su madre, ya que que su madre era mala y una bruja, que no debía hacerle
esta «esperaba la llegada de una niña y no la de un varón. A caso, que ella no los quería, que se rebelara y saliera a cono-
Henry se le permitió crecer normalmente; en cambio, Edward cer chicas. Estas palabras de su hermano lo transformaron
fue sometido desde su nacimiento a los gustos de su madre. inmediatamente en su enemigo, a quien mata aprovechando
Vestido y tratado como una niña desde pequeño, Gein sopor- la confusión que se produce por un incendio en el lugar»4.
tó estoicamente la excesiva protección a la que sometía su
excéntrica progenitora»3. Fuera de la escuela, Ed ayudaba a Así las cosas, Ed y su madre se quedaron solos. Y cuando
su madre en las tareas de la granja y, cuando no, leía novelas le faltaba muy poco para cumplir los cuarenta años, Ed había
y tebeos de aventuras, su único pasatiempo. desarrollado un desaforado complejo de Edipo, factor por el

3
Cebrián, Juan Antonio (2003). Pasajes del terror: psicokillers, asesinos 4
B. Pesce, Andrea (2003). Asesinos seriales. Las crónicas del horror. Bar-
sin alma. Madrid: Ediciones Nowtilus, p. 173. celona: Círculo Latino, p. 80.

60 61
que Juan Antonio Cebrián, en su ya citada Pasajes del terror: lado —recordemos que a su edad todavía no había manteni-
psicokillers, asesinos sin alma, se aventura a afirmar que do relaciones sexuales—, y, por otro, la admiración que aún
«Edward terminó por enamorarse de su madre. No veía más profesaba a la figura de su madre, le generó una fascinación
allá del orondo cuerpo de Augusta, y tampoco se relacionaba por el cuerpo femenino que degeneró en patología, hasta tal
con los habitantes de Plainfield»5. punto que se lanzó a profanar tumbas y a llevarse cadáveres
del cementerio de Plainfield.
¿Qué sucedería cuándo ella no estuviese? Quizá fue lo que
el propio Ed empezó a plantearse cuando su madre sufrió una Asimismo, había empezado a leer los obituarios de los pe-
embolia cerebral y su salud empeoró tanto que no pudo ni riódicos locales para identificar defunciones y así poder hacer-
moverse. Ed la cuidó lo mejor que supo, e incluso durmió en se con cuerpos todavía sin corromper. Puede que influyeran
su misma cama muchas noches. Pero Augusta no pudo resis- las revistas que, sobre lugares remotos y tribus caníbales,
tir la aparición de otro ataque y murió el 29 de diciembre de solía leer con avidez, pero, como siempre, deberíamos apelar
1945, tan solo un año después de la desaparición de Henry. a una confluencia de factores para determinar el origen de su
Ed se sintió, de pronto, tan solo y desconsolado que decidió necrofilia. No le tembló el pulso a Ed a la hora de manipular
conservar la habitación de ésta tal cual había estado siempre; los cuerpos. En su memoria había retenido un suceso que
así, de alguna forma, todo cuanto formaba parte de ella sería había tenido lugar en el matadero de la hacienda familiar:
más difícil de olvidar. Ed decidió utilizar solamente la cocina «Una mañana, atraído por los chillidos de un animal, miró a
y un cuarto en donde dispuso su dormitorio. Su madre, por través de la puerta entreabierta y vio a sus padres llenos de
tanto, nunca lo abandonó del todo, y esto es casi literal por- sangre, mientras mataban un cerdo. Tras ello, lo colgaron de
que, mucho después, Ed llegaría a confesar que se le aparecía unos ganchos y empezaron a despiezarlo. En ese momento,
y seguía hablando con él. Su viaje hacia los abismos de la su madre se volvió hacia la puerta y alcanzó a verle»6.
locura no había hecho sino comenzar.
Pero había algo más. En el fondo de su ser, Ed deseaba
cambiar de sexo, lo que también explica su obsesión con el
Hacia la locura cuerpo femenino. Lo descubrió viendo un reportaje televisi-
vo en donde aparecía un joven al que se le había practica-
Al quedar solo en el mundo, sus vecinos se compadecie- do una operación quirúrgica para transformarlo en mujer.
ron de él y le ofrecieron esporádicos trabajos de carpintería; Ed, por sus precariedades económicas, no podía aspirar a lo
curiosamente, también llegó a ejercer de cuidador de niños. mismo, y de ahí sus incursiones en el cementerio local para
Ed se sentía a gusto entre ellos, a quienes solía gastar bro- desenterrar cuerpos y utilizarlos como prendas de disfraz.
mas. Todos lo consideraban un tipo extraño y retraído, pero Había estado leyendo sobre anatomía y lo planificó todo al
para nada peligroso, «incapaz de matar a una mosca», pa- detalle. Pero, durante un tiempo, Ed no estuvo solo. Le ayu-
rafraseando la frase final de Norman Bates en Psicosis. Sin dó otro lugareño, también excéntrico, conocido como Gus
embargo, ya por aquel entonces Ed estaba muy trastornado, que, al parecer, tenía aficiones similares. Los dos hombres
y su enajenación iría a mayores. Su represión sexual, por un

6
Sánchez Vidal, Agustín (2006). El psicópata caníbal. Obtenida el 10
de septiembre de 2011, http://www.estudiocriminal.com.ar/media/Ed%20
5
Cebrián, Juan Antonio (2003). Op. cit., p. 174. Gein%20El%20%20canibal.pdf.

62 63
empezaron a visitar el camposanto con la furgoneta Ford de tros de sangre, presuntamente de Evelyn. En 1952 otros
Ed. Desde luego, los habitantes de Plainfield notaron algo dos hombres, Victor Travis y Ray Burgess, que habían sa-
extraño, mas no le concedieron mayor importancia. Pero Ed lido a cazar y que habían sido vistos tomándose unas cer-
volvió a quedarse solo, ya que Gus fue ingresado en una vezas justo antes de empezar, también desaparecieron sin
institución mental a principios de los cincuenta7. dejar rastro. Dos años más tarde, en 1954, Mary Hogan,
dueña de una taberna de Plainfield, dejó de ser vista un
A estas alturas, Ed había consolidado todos sus rituales. día y tampoco nunca más se supo. Todos temieron lo peor
Experimentaba una gran excitación cuando se colocaba los cuando se descubrió un reguero de sangre que iba desde el
fragmentos de pieles femeninas que había ido coleccionan- interior del local hasta el estacionamiento. Los vecinos del
do, especialmente en las noches de luna llena, en las que, lugar estaban ya muy inquietos. Pero faltaba una última y
como hemos explicado, le gustaba danzar y tocar el tambor definitiva desaparición.
al más puro estilo tribal. Enloquecía por completo. Más ade-
lante, en una de sus declaraciones, lo reconocería: «Para mí, Bernice Warden era la dueña de la ferretería de Plain-
el placer consistía en envolver mi cuerpo con la piel de los field. Vendía productos a prácticamente todos los habitantes
muertos». Pero faltaba una última y definitiva etapa en este del pueblo. Era un rostro conocido y formaba parte de la
viaje hacia la perversión: proveerse de cuerpos vivos. Fue el vida social de aquella comunidad. Pues bien, el 14 de no-
principio del fin. viembre de 1957, Ed Gein, uno de los clientes habituales de
Bernice, hizo acto de presencia en el establecimiento. Entró
como siempre: tranquilo, silencioso y con su gesto esquivo.
Extrañas desapariciones A Bernice no le extrañó que Ed llevara consigo su escopeta
de caza. Muchos otros clientes también lo hacían. Ed pidió
Hasta finales de los años cuarenta, la vida en Plain- anticongelante. Bernice entró en la trastienda y sacó el pro-
field había transcurrido plácidamente, sin demasiados so- ducto. Antes de volver a dirigirse a Ed, realizó una acción,
bresaltos. Pero, de repente, se produjeron algunas des- muy rutinaria en ella, que, sin embargo, resultaría crucial:
apariciones que sacudieron aquella paz. El 1 de mayo de registrar la compra de su cliente. Cuando salió al mostrador
1947 desapareció Georgia Weckler, una niña de Jefferson, y, ofreciéndole el producto, se apresuró a cobrar, notó cómo
un pueblo cercano a Plainfield, cuando volvía a su casa Ed la miraba absorto, sin moverse, petrificado. Bernice in-
después de una mañana en la escuela. Los esfuerzos de sistió y, amablemente, lo llamó por su nombre para sacarlo
las autoridades locales fueron en vano. Nunca se la encon- de aquel trance. Pero la suerte ya estaba echada. Casi sin
tró. Ningún rastro, ninguna pista. Simplemente, desapa- inmutarse, Ed levantó su escopeta de caza, apuntó a Bernice
reció. Seis años más tarde tuvo lugar otro suceso: Evelyn y le disparó en la cabeza. Murió ipso facto. Ed no tenía pre-
Hartley, de 15 años, procedente de Lacrosse, también des- visto aquel asesinato. Pero algo en su cabeza se removió. Al-
apareció en extrañas circunstancias mientras trabajaba de guna orden externa, como se aventurarían a especular algu-
niñera. Hubo, incluso, algunos detalles que hicieron saltar nas ficciones que, sobre su figura, se harían posteriormente.
todas las alarmas, como el hecho de que encontraran ras- De cualquier forma, Ed actuó con rapidez. Aferró el cadáver
de Bernice, lo arrastró hasta su vieja camioneta Ford y se lo
llevó a su granja. Allí abrió el cuerpo de arriba abajo, lo vació
7
Sánchez Vidal, Agustín (2006). Op. cit. y lo colgó en el cobertizo.

64 65
Al día siguiente empezaba la temporada de osos, y mu- Esa misma noche, Ed fue arrestado y sometido a interro-
chos de los hombres del villorrio se habían internado en los gatorio. No opuso resistencia. Permaneció como siempre:
bosques. Entre ellos Frank, el hijo de Bernice. La caza era tranquilo, silencioso y exhibiendo aquella mueca suya que
una práctica habitual en Plainfield. Los animales muertos so- tan familiar se había hecho entre sus vecinos. Mientras se
lían colgar en los cobertizos. Cuando, por la tarde, Frank producía el interrogatorio, la policía siguió registrando su
regresó y fue a la ferretería de su madre, no solo no la en- propiedad. Lo que encontraron fue perturbador. Además
contró sino que descubrió un pequeño charco de sangre. Rá- del desorden, la basura y la suciedad, la casa de Ed es-
pidamente, se dirigió a las autoridades locales. Estas regis- taba invadida por un macabro mobiliario: una colección de
traron el establecimiento en busca de alguna pista, pero no cráneos serrados convertidos en tazones y ceniceros; cajas
obtuvieron nada concluyente. Solo un dato que, enseguida, con narices; cuchillos, lámparas y sillas forrados con piel hu-
les pareció de lo más irrelevante: en la boleta de la compra mana; un cinturón hecho con pezones femeninos… También
figuraba Ed Gein como el último cliente al que Bernice ha- encontraron la máscara y el chaleco de piel humana que
bía atendido. Arthur Schley, el sheriff local, y sus oficiales solía utilizar en las noches de luna llena. El espectáculo tuvo
estaban demasiado preocupados para considerar una hipó- que ser espeluznante. No podían dar crédito a lo que esta-
tesis tan descabellada. Ed era un tipo extraño, de acuerdo, ban presenciando. Solo una habitación se había mantenido
pero era totalmente inofensivo. Todos lo apreciaban; había al margen de aquel desastre: la habitación de la madre de
sufrido mucho tras la muerte de su madre. Era cierto que Ed, que seguía ordenada, con todos los objetos que habían
algunos vecinos afirmaban haberlo visto merodear en el lo- formado parte de su vida. Allí seguía la biblia que Augusta
cal de la desaparecida, pero eso no significaba nada. Allí había leído a Ed de niño.
entraba y salía prácticamente todo el pueblo. Sin embargo,
y por seguir los rigores de una investigación, los agentes Ed tardó casi un día en reconocer sus crímenes. Habló
locales creyeron pertinente acudir a la granja de Ed para un de Bernice Warden y también de Mary Hogan; de cómo las
interrogatorio rutinario. Hasta allí fueron Schley y uno de había matado y se las había llevado a su granja. Pero res-
sus ayudantes. pecto a Georgia Weckler, Evelyn Hartley, Victor Travis y Ray
Burgess negó rotundamente cualquier implicación pese a las
Cuando llegaron a la granja, no se encontraba en ella. insistencias del sheriff y sus agentes. Sí reconoció la profa-
Lo llamaron, pero nadie contestó. Se dirigieron entonces al nación de tumbas en el cementerio de Plainfield, pero dejó
cobertizo. Al entornar la puerta, esta cedió, y accedieron. claro que no pretendía mantener relaciones sexuales con los
Ya dentro, el rostro de Schley no tardó en contraerse ante cadáveres. También adujo que le era difícil recordar los deta-
el nauseabundo olor que dominaba por doquier. No había lles de los dos asesinatos porque, justo antes de cometerlos,
luz eléctrica, así que los descubrimientos que hicieron se había entrado en una especie de trance, dato que posterior-
fueron revelando poco a poco con la ayuda de una bengala. mente dispararía las hipótesis sobre si, en su mente, había
Pronto se dieron cuenta de que aquel olor procedía de la sido su madre quién le había ordenado aquellas muertes. En
basura que había amontonada. De repente, Scheley sintió todo caso, esa interpretación forma parte de la leyenda que
que algo le tocaba por la espalda. Se dio la vuelta, y lo que ha alimentado el cine, como veremos más adelante. Tam-
vio fue un cuerpo colgado de una viga. No era el cuerpo de bién forma parte de la leyenda la presunta necrofagia de Ed.
un animal, sino el cuerpo decapitado de Bernice Warden. No existe prueba o evidencia que la confirme, a pesar de que
Salieron de allí aterrorizados. muchos investigadores la han dado por sentada.

66 67
El fenómeno Gein influencia de su madre y el obstáculo que supuso para su de-
sarrollo social y emocional continúa en el centro de la diana.
Cuando empezaron a filtrarse las primeras noticias del caso Pero no es esta una explicación completa. Gein nunca llegó
Gein, la información corrió como la pólvora y, en muy poco a ser consciente de la gravedad de sus actos.
tiempo, en Plainfield se congregaron multitud de periodistas,
no solo norteamericanos sino también extranjeros. Los habitan- Los restos de Gein descansaron en el mismo cementerio
tes estaban, en cambio, conmocionados. Lo que había sucedido que él había profanado. Su tumba se instaló junto a la de su
era, sin lugar a dudas, un hito en la crónica negra de Estados madre. En junio del 2000 la lápida fue robada, aunque logró
Unidos, una mezcla explosiva de crímenes, necrofilia, travestis- recuperarse en Seattle. Los ciudadanos de Plainfield pasaron
mo y fetichismo. El sensacionalismo brotó como la espuma. Sin del estupor y la conmoción inicial a la indignación. «Ed había
embargo, como ya hemos apuntado en páginas anteriores, tan comido en la mesa de muchos de ellos. ¿Por qué hizo lo que
terribles acontecimientos eran demasiado fuertes para una so- hizo? No podían creerlo», explica Dan Hanley, periodista de
ciedad falsamente instalada en la prosperidad y el buen gusto, la United Press International, en Grandes biografías: Ed Gein
y las autoridades trataron de arrinconar el goteo de informa- (Biography: Ed Gein, 2004), el documental producido para el
ción que, lentamente, seguía llegando. Pero Gein formaba parte programa Grandes biografías (Biography, 1987-en antena),
ya de la conciencia colectiva. Un mito bastardo de la América del Canal Biografía. Las pertenencias de Ed —su granja y su
profunda. La publicación del libro de Robert Bloch que sobre el viejo Ford— se habían convertido en una atracción de feria
mismo se publicó solamente dos años más tarde y la posterior para miles de curiosos, ávidos de conocer el hábitat del «Car-
adaptación de Hitchcock convirtió a Gein en un personaje más nicero de Plainfield». El buen nombre de la localidad había que-
popular aún. Y su herencia en el cine y la literatura fue y sigue dado manchado de por vida. De hecho, en la Red es frecuente
siendo enorme. Pero su repercusión no se ha limitado sólo al referirse sarcásticamente a Plainfield como Geinville. No ex-
ámbito de la cultura. Más de medio siglo después, sigue siendo trañó demasiado que, diez días antes de que se subastaran
un fenómeno social y su fama continúa inalterable en miles de pertenencias de Gein, un misterioso incendio acabara con su
fans que se congregan, todavía hoy, en webs y redes sociales. granja. Nunca quedó esclarecida la autoría de aquel incendio.
Cuando informaron a Gein de lo sucedido, solo alcanzó a decir:
Sea como fuere, Gein nunca llegó a ser juzgado. Los mé- «Mejor así».
dicos le diagnosticaron esquizofrenia y, por ello, las autori-
dades lo consideraron no apto para comparecer en un juicio.
Fue ingresado en el Hospital Central Estatal para Enfermos La vida de Ed Gein en el cine y la televisión
Criminales del estado de Wisconsin, donde pasó el resto de
sus días. Curiosamente, se convirtió en un paciente modéli- Dos documentales norteamericanos han contribuido a
co; nunca ocasionó el más leve disturbio y permaneció aje- perfilar la historia de Gein8 y sus horribles asesinatos: el ya
no a su leyenda, que crecía imparable atravesando décadas.
Cuando cumplió los 61 años se le declaró apto para ir a juicio,
pero el 26 de julio de 1984 murió a los 77 años tras un fa-
8
Existen tres monografías sobre Gein no traducidas al castellano, a saber:
Schechter, H. (1989). Deviant: The Shocking True Story of The Original “Psy-
llo respiratorio a consecuencia de un cáncer. Un interrogante cho”. Nueva York: St. Martin’s Paperbacks; Gollmar, Robert H. (1991). Edward
ha seguido avivando debates e hipótesis: ¿cómo pudo llegar Gein, America’s Most Bizarre Murderer. East Rutherford, Nueva Jersey: Pinna-
cle Books; Woods, P.A. (1995). Ed Gein: Psycho. Nueva York: St. Martin’s Press.
Gein a caer en tal estado de enajenación mental? Y, aquí, la Uno de estos autores, Harold Schechter, aparece en ambos documentales.

68 69
citado Grandes biografías: Ed Gein, y Ed Gein: The Ghoul of de aquellos cuerpos y de las prendas que, con ellos, se iba
Plainfield (Michael Palmierro, 2004). Aunque ambas obras confeccionando, Gein, según aquí apuntan, pretendía crearse
vuelven a narrar los hechos desde una perspectiva ya cono- la ilusión de que su madre había vuelto a la vida. Por tanto,
cida, ofrecen revelaciones que ponen en entredicho algunas descarta la teoría —al menos, indirectamente— de que este
hipótesis manejadas hasta entonces. Por desgracia, el inte- deseaba un cambio de sexo, y que, por las dificultades eco-
rés del discurso audiovisual que esgrimen es inversamente nómicas que le supondría la operación, se contentaba con
proporcional a la información resultante. Su vocación es cla- disfrazarse. El documental, en todo caso, abunda en la difícil
ramente sensacionalista, de ahí sus excesos retóricos, diri- relación que Gein mantuvo siempre con su madre; en la mez-
gidos a sembrar el terror en el espectador. El cuerpo visual cla de adoración y repulsión que le producía al haber sido su
de los dos documentales está compuesto de fotos, imágenes principal asidero emocional y, a la vez, la barrera para su so-
de archivo, ilustraciones y, especialmente, una larga lista de cialización. De ahí la ironía que suponía «devolverle la vida».
testimonios entre los que se encuentran médicos, periodis-
tas, cineastas, escritores, además de la aparición de algunos El patetismo que rezuma la vida de Gein es el motivo por
residentes de Plainfield que convivieron con Gein. Esa pro- el que se concluye que, a diferencia de otros asesinos en
fusión de voces viene subrayada por una banda sonora en serie, este, y a pesar de la monstruosidad de sus crímenes,
la que, además de músicas atmosféricas, concurren una va- movía a la compasión. En el mismo razonamiento desem-
riedad de sonidos extradiegéticos que, de sopetón, irrumpen boca también Grandes biografías: Ed Gein. Y, en este sen-
violentamente durante la narración. tido, se nos relata una anécdota clarificadora. Cuando Gein
se disponía a conocer la decisión del jurado, Dick Leonard,
Ed Gein: The Ghoul of Plainfield: dedica los primeros mi- periodista del Milwaukee Journal, sostiene que este lo miró
nutos de su metraje a la contextualización histórica de la y, muy angustiado, le preguntó varias veces: «¿Qué van a
sociedad norteamericana de los años cincuenta, con la re- hacer conmigo?». «Después el juez ordenó silencio. Yo tenía
presión sexual que se vivía en aquel entonces, como era com- mi mano en la butaca, y la suya cerca. Me la sujetó, como si
probable en la televisión, en donde los matrimonios apare- fuera la de su madre», confiesa Leonard. Aquellas palabras
cían durmiendo en camas separadas con el fin de preservar la miedosas, los ojos acobardados y la actitud desvalida que
vida conyugal. Habiendo, pues, una clarísima ocultación de la infundía Gein, cambió la imagen que el periodista tenía de
sexualidad, es comprensible, entonces, el tremendo impacto él. Una anécdota que reafirma que Gein nunca fue verdade-
que suscitaron los crímenes de Ed Gein, que, como hemos ido ramente consciente del horror de sus actos.
comentando, se caracterizaron por su macabro componente
sexual. El horror fue, en aquella época, doblemente intenso. Pero este documental ofrece también un nuevo sesgo a
ciertos hechos. Esclarece que, tras su detención, los médi-
Además de revelar que Gein era un devoto lector de re- cos, además de diagnosticarle esquizofrenia, advirtieron que
vistas como Cuentos de la Cripta y The Vault of Horror, y era propenso a las alucinaciones y pensamientos deliran-
que estaba fascinado con los crímenes de la Alemania nazi en tes, creyéndose instrumento de Dios, lo que explicaría los
los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, trances que sufría a menudo. Como ya hemos dicho, Gein
quizá los detalles más interesantes del documental residan vivió obsesionado con el género femenino. Evidentemente,
en la nueva lectura que propone acerca de las incursiones de sus vecinas no se percataron de esta obsesión, pero, a pos-
Gein en los cementerios locales. A través de la sustracción teriori, sí recuerdan las intensas miradas que les dirigía a

70 71
muchas de ellas: «Sus ojos tenían algo que me molestaba. primera parte está dedicada a describir la enfermiza relación
Me parecía algo extraño», recuerda Lena Trickey, residente que mantiene con ella; a mostrarnos su fanatismo religioso,
de Plainfield. Por último, no está de más destacar el testi- la fuerte influencia que ejerce sobre él y, finalmente, su falle-
monio de Darol Strege, supervisor del Hospital Central en el cimiento luego de una larga enfermedad que la había disca-
que Gein pasó el resto de sus días. Strege mantuvo con él pacitado, por lo cual la atención y sumisión de Ezra para con
un trato cercano y, aunque confirma que su comportamien- ella habían sido, si cabe, mayores. Como vemos, el retrato y
to fue intachable durante toda su estancia, sí recuerda, en el entorno del protagonista no están muy lejos de los hechos
cambio, cierta agitación y nerviosismo en las noches de luna reales. La película abunda en cómo los vecinos, apiadándose
llena: «Cuando había luna llena, estábamos hablando y, de de él, lo invitan a cenas familiares para evitar su soledad. Se
repente, empezaba a decir muchas incoherencias, y cuando muestra así la faceta social de Ed Gein como individuo que,
la luna desaparecía, volvía a la normalidad». aunque extraño, tenía su sitio en la comunidad.

Estos dos documentales constituyen los más postreros ex- Un periodista extradiegético, dirigiéndose a cámara, es el
ponentes sobre Gein en materia audiovisual, a excepción de narrador de la historia; sus apariciones tienen lugar en los
la última obra de ficción que se basó en su figura, Ed Gein: mismos escenarios en que se encuentran los personajes, pro-
El carnicero de Plainfield (Ed Gein: The Butcher of Plainfield; porcionando un cariz periodístico y/o informativo a la pelí-
Michael Feifer, 2007), película francamente deficiente que no cula, como si lo importante fueran los acontecimientos en sí
pasó por las salas comerciales y que fue directamente a parar mismos y no tanto las imágenes, que, la verdad, han que-
al mercado del deuvedé. Pero no era la primera vez en que dado bastante desfasadas. Obviamente, queda reflejada la
Gein se convertía en el germen de una película biográfica; progresiva sordidez de la casa de Ezra conforme la llena de
en realidad, era la tercera. La habían precedido Trastornado cadáveres, pero tampoco hay un especial regodeo en ello.
(Deranged; Jeff Gillen & Alan Ormsby, 1974) y, sobre todo, Trastornado se aparta de los litros de sangre de los que ya
Ed Gein (Ed Gein: In the Light of the Moon; Chuck Parello, se empezaban a llenar películas como La matanza de Texas o
2000). Y aunque la curiosidad que despertó el personaje ha Las colinas tienen ojos. El director, además, lleva a cabo una
tenido lugar, en buena parte, a rebufo de Psicosis, La matanza buena estrategia narrativa al ocultar durante una buena parte
de Texas y El silencio de los corderos, estas tres obras biográ- del metraje el destino de los cadáveres en casa de Ezra.
ficas, aunque discretas en sus logros estéticos, también han
contribuido a que Gein no caiga en el olvido. Así, nos brinda una escena más que notable en la que, asu-
miendo el punto de vista de una mujer que ha sido raptada por
Cronológicamente, el primer biopic —aunque no oficial— fue este, Mary Ransom, tiene lugar dicho descubrimiento. Mary
Trastornado, que, en líneas generales, recrea con fidelidad las sube al primer piso llamando a Ezra y, en una de las habitacio-
andanzas de Gein, e incluso se muestra minucioso en algunos nes, se queda estupefacta al encontrar varios cadáveres vesti-
rasgos de su personalidad. No obstante, cambia los nombres dos, aunque uno de ellos, de pronto, y para su sorpresa —y la
de los personajes y no duda en alterar los hechos para dotar a nuestra—, empieza a moverse. Se trata de Ezra disfrazado. Es
algunos pasajes de mayor potencia dramática. El protagonista la escena más terrorífica de la película. Poco después, Mary se
se llama Ezra Cobb (Robert Blossom) y nos lo presentan como despierta atada frente a una mesa alargada, ocupada por los
un individuo de sesenta años que es víctima de su dominante mismos cadáveres que ha visto antes —una escena deudora
madre y del miedo a las mujeres que esta le ha infundido. La de La matanza de Texas—. Un Ezra sonriente anuncia que se

72 73
trata de una cena. La película sugerirá de manera sutil que la afirma que el filme trata de desmarcarse de los clichés del
profanación de las tumbas de su madre y de las otras mujeres terror cinematográfico: «Ni un susto, ni un primer plano san-
fue producto, dentro de su desvarío, de un fin racional, el de guinolento fuera de tono, ni una mano que se posa por sor-
mitigar la soledad del protagonista. En todo caso, y al margen presa en un hombro, ni un golpe de música o efecto sonoro
de aciertos parciales, Trastornado permanece hoy como una cualquiera para hacer saltar al espectador de su butaca»9.
película sin demasiados argumentos cinematográficos. Su úni-
co mérito consiste en ser la primera semblanza fílmica, si bien Se apoya, además, en la matizada interpretación de
no oficial, de nuestro personaje. Railsback, excelente en la concreción de dos de los rasgos
físicos predominantes de Gein: aquella mueca suya, entre
Ed Gein, la película que Chuck Parello estrenó en el año burlona e inquietante, que esbozaba a menudo; y las inten-
2000, pasa por ser la más famosa de las tres, sobre todo por sas miradas que, como ha quedado ya patente, solía dirigir a
su éxito en el Festival de Cine de Sitges, donde se alzó tanto las mujeres y, particularmente, a Collette Marshall. Desde el
con el premio al mejor filme de género fantástico como con mismo arranque de la película, las miradas nos indican con
el de la mejor interpretación masculina, que recayó en Steve claridad la atracción que Gein siente por Collette, atracción
Railsback, que es, de largo, lo mejor de la película. Acierta que va más allá de lo sexual, tal vez por el parecido físico
tanto Parello como Railsback en proporcionar al Gein perso- de su madre, aunque nada de ello se explicita. La película,
naje un aire de normalidad y discreción que choca frontal- en este sentido, sí sugiere una hipotética relación incestuosa
mente con las bizarras costumbres que empieza a practicar. que Gein llegó a querer establecer con su madre.
La película, de hecho, se inicia con la visita de dos niños
a la casa de Ed, visita que, entendemos, se trata de una Guion y puesta en escena llenan de matices al perso-
costumbre habitual. Solitario y silencioso, pero de carácter naje de Gein, cuya imagen final es la de un hombre débil,
agradable, el Gein que aquí nos encontramos sufre por la enfermo y traumatizado que se convierte en víctima de las
desaparición de su madre, por su soledad. Y empieza a ser mortales órdenes de su madre. Lo vemos con claridad en la
consciente de que algo en su cabeza va mal: «Desde que escena en la que asesina a Collette. Luego de haber sido re-
murió mi madre, me parece que todo es un sueño», confiesa prendido por la voz de su madre cuando se había mostrado
apesadumbrado. Pronto escuchará la voz autoritaria de su incapaz de cometer el crimen, Gein vuelve a la ferretería y,
progenitora muerta, que le obliga a desenterrar cadáveres y casi sin querer, cumple la orden materna. Pero luego le inva-
a matar a dos de sus vecinas, Mary Hogan y Collette Mars- den los nervios. Hay gente en la calle. Un Gein desesperado
hall —que vendría a ser Bernice Worden—. y hecho un manojo de nervios pregunta balbuceando a su
madre, teléfono en mano, lo que ha de hacer con el cadáver.
En la década anterior al año de producción de Ed Gein, Por desgracia, la atención que la película dedica a la figura
los noventa, la figura del psychokiller había cobrado un nue- de Gein no es similar al resto de las parcelas del filme. Ni
vo auge en películas de notable factura pero bastante efec- los personajes secundarios tienen demasiada entidad ni el
tistas. Tal vez por ello, y con el ánimo de ceñirse a la reali- pulso narrativo de Parello termina de encontrar el término
dad, Parello parece querer remontarse a los orígenes de su
mitología, de ahí el realismo y verosimilitud que rezuma por
los cuatro costados. Tiene razón Quim Casas cuando, en la 9
Casas, Quim (2000, noviembre). Ed Gein. Los motivos de la deprava-
crítica que escribió en Dirigido por en el año de su estreno, ción. En Dirigido por, p.13.

74 75
medio entre la crónica informativa al estilo de, por ejemplo, género. Aunque este largometraje también podría adscri-
A sangre fría (In Cold Blood; Richard Brooks, 1967) y la pre- birse al biopic, las referencias biográficas se utilizan, sobre
tendida relectura de las convenciones del thriller. todo, para reeditar meandros narrativos y expresivos; es
decir, que no existe la más mínima pretensión de arrojar
Tampoco resulta muy gratificante que, en varios mo- luz sobre la naturaleza del personaje biografiado, y sí la
mentos claves, Parello introduzca los graznidos de unos de navegar por los estereotipos más trillados. La propia
cuervos como premonición a los tétricos avatares que van caracterización de Gein es un buen ejemplo: un hombre
a tomar los hechos. Un subrayado molesto, sin duda. Para alto, corpulento, musculoso y de mirada amenazadora; una
más inri, la escasez presupuestaria de la película se ad- caracterización de lo más tópica, en las antípodas de lo que
vierte en una escena de cierta trascendencia dramática, el fue su físico verdadero.
incendio en las inmediaciones de la granja de Gein, recrea-
do con unos efectos especiales bastante pobres. Ed Gein, Evidentemente, la base narrativa del filme conjuga la
en definitiva, es plausible en su intento de remontarse a profanación de las tumbas y los asesinatos que empieza a
los orígenes de un asesino en serie fundamental del terror cometer Gein, a lo que se suma el clima de inquietud que se
cinematográfico. Pero los logros finales son, en cambio, empieza a cernir sobre las autoridades de Plainfield, particu-
bastante limitados. larmente en Bobby Manson, uno de los agentes que inves-
tigan los extraños sucesos. Paralelamente a sus pesquisas,
asistimos a la espiral de locura y asesinatos de Gein, lo que
da pie a que, entremedias, se filtren algunos trazos de su
personalidad. No son demasiados, la verdad. Sin embargo,
sí que vemos que la violencia de Gein irrumpe cuando le
asaltan los recuerdos de su madre, por lo cual vuelve a ser
evidente la relación de amor/odio que ambos mantuvieron.
Asimismo, se incluyen las sangrientas actividades que Gein
practica con los cadáveres en su granja, lo que da pie a unas
cuantas escenas gore. Un clímax previsible en el que las au-
toridades logran desbaratar el último crimen de Gein echa el
cierre a una película, como decíamos en párrafos anteriores,
verdaderamente olvidable.

Pese a todas estas referencias audiovisuales, la apor-


Steve Railsback, protagonista de Ed Gein. tación de Ed Gein al cine ha quedado enmarcada, al me-
nos en el acervo popular, dentro de Psicosis, La matanza
de Texas y El silencio de los corderos. En cierta manera,
Parello, al menos, intenta dar esquinazo a los clichés del resulta lógico que haya sido así, pues estas producciones
thriller con psycokiller. Por el contrario, no se puede decir se han convertido en islotes del género además de pelí-
lo mismo de Ed Gein: El carnicero de Plainfield, que incurre, culas señeras en las décadas a las que, respectivamente,
a la inversa, en los lugares comunes más habituales del pertenecen.

76 77
Con respecto a Psicosis, existen, como es obvio, muchas
diferencias entre Norman Bates y Gein, tanto en el libro
como en la película; tantas que casi deberíamos hablar de
una libérrima fuente de inspiración. Quizá el Bates del es-
critor Robert Bloch se aproxime más a su físico real —un
hombre maduro, solitario y poco agraciado—, ya que el de
Hitchcock es joven, atractivo, simpático e, inicialmente, no
despierta ninguna sospecha (su carácter inofensivo se verá
reforzado por dos geniales apuntes de la puesta en escena:
sus ligeros tartamudeos, y la bolsa de caramelos de la que
come en algunas escenas).

Lo importante, de cualquier forma, no estriba en los atri-


butos físicos sino en la utilización de la enfermiza relación en- Leatherface en La matanza de Texas.
tre Gein y su madre como motor de la enajenación mental del
protagonista y causa de los fatales acontecimientos de la pelí-
cula; un conflicto que, poco a poco, ha llegado a consolidarse Este desplazamiento semántico aparecerá con mucha
como recurrente materia prima en el cine de terror posterior más fuerza todavía en algunas películas de terror de los años
—aunque no solo en este género, como veremos más adelan- setenta, particularmente en La matanza de Texas, que se
te—. Pero también Psicosis es pionera en otro aspecto: en el erige en un viaje hacia las profundidades de «la otra Amé-
de presentar escenarios típicamente norteamericanos desde rica» que unos jóvenes emprenden como feliz aventura ve-
una óptica terrorífica, como nunca se había mostrado en la raniega. Conduciendo por el estado de Texas llegarán hasta
pantalla10. Claro que una de las notas más características del un caserón en el que habita una familia de caníbales. Allí les
caso Gein había sido cómo elementos vinculados a la imagi- aguardará el terror más atávico. Entre las referencias a Gein
nería de la América profunda se asociaban al terror, también se encuentran la profanación de tumbas; el canibalismo —
por vez primera. No sabemos si fue una decisión consciente aunque ya hemos indicado que nunca quedó demostrado—;
o inconsciente por parte de Hitchcock; pero, en este punto, la sordidez y suciedad de las interioridades del caserón —la
existe una evidente cercanía entre la película y su origen real, cocina, por ejemplo, donde están colgadas las víctimas en
y no tanto en los escenarios propiamente dichos —el centro vigas y encerradas otras en el congelador—; los trofeos de
neurálgico de Gein fue su granja; el de Norman, su motel— animales que adornan las paredes del recibidor —recorde-
como en el «tratamiento» de los mismos. mos que la caza era deporte habitual en Plainfield, el pue-
blo de Gein—; y, muy especialmente, el personaje asesino
de Leatherface (Gunnar Hansen), cuyo atuendo y máscara
10
Resulta certera la observación que, sobre este aspecto, hizo Patrick recuerdan, y mucho, a los que se diseñó el «carnicero de
McGilligan en la biografía que escribió sobre el «mago del suspense»: «Hitch-
Plainfield».
cock fue poco a poco dando autenticidad americana a sus películas, y fue
convirtiéndose en un experto a la hora de ofrecer una cáustica visión de su
tierra de adopción. A finales de los años cincuenta, el proceso de absorción se Por último, el psicokiller «Búfalo Bill» de El silencio de
había completado». McGilligan, Patrick (2005). Alfred Hitchcock: Una vida de
luces y sombras. Madrid: T&B editores, p. 545. los corderos toma de Gein tanto su supuesto anhelo de tra-

78 79
vestismo como su obsesión por los cuerpos femeninos con con lo que queda al descubierto la castrante educación que
los que diseñar trajes y prendas a medida. Como Hannibal infligió a su hijo. Ni que decir tiene que esta lectura sobre
Lecter (Anthony Hopkins) explica a Clarice Starling (Jodie la corrosión de la institución familiar es, también, una de
Foster), Jame Gumb (Ted Levine) —verdadero nombre de las razones que explican el impacto que tuvo Psicosis en la
«Búfalo Bill»— mata y mutila a sus víctimas por ese deseo conservadora Norteamérica de su tiempo.
de conseguir una transformación física, de ahí la polilla de la
mariposa de la muerte —símbolo del cambio— que deposita Pero Hitchcock, de cualquier forma, no dio carpetazo a
sistemáticamente en las gargantas de sus cadáveres una la opresiva sombra de la figura materna, al menos en sus
vez ya se ha servido de ellos. dos producciones inmediatamente posteriores. Fijémonos en
Los pájaros (The Birds, 1963), y, en particular, en el perso-
naje de Lydia Brenner (Jessica Tandy), la madre de Mitch
La relación materno-filial como nuevo filón en el cine (Rod Taylor): sus miradas hacia la nueva «amiga» de su
de terror hijo, Melanie (Tippi Hedren), hinchadas de miedo, recelo y
escepticismo, ponen de manifiesto la lucha de poder que se
Decíamos en párrafos anteriores que la verdadera apor- habría desatado entre ellas de no ser, precisamente, por el
tación de Gein al séptimo arte residía en cómo su relación inesperado ataque de los pájaros. También es perceptible en
materno-filial originó un nuevo conflicto dramático, y que Marnie, la ladrona (Marnie, 1964), en donde la protagonista
Psicosis había jugado un papel muy especial. Así es. En la (Tippi Hedren, otra vez) sufre por una madre distante, fría
pantalla contemplamos de qué forma una figura materna, y silenciosa, cuando no tétrica. En una de las escenas del
contraviniendo su papel educador y centralizador, influye primer acto, Marnie despierta de una pesadilla y contempla a
hasta límites insospechados en el desorden psíquico de su su progenitora en el umbral de la puerta, envuelta en una te-
vástago. nebroso contraluz, anunciándole que la cena ya está prepa-
rada11. En la filmografía hitchcockiana, Psicosis, Los pájaros
Al final de la película, averiguamos la responsabilidad de y Marnie, la ladrona bien podrían formar un oscuro tríptico
Norman en los asesinatos de su madre y el amante de esta sobre la maternidad.
por motivo de celos, lo que deja la puerta abierta a una
más que posible atracción sexual de este hacia su progeni- Pero, obviamente, Psicosis no fue oasis en un desierto.
tora. Pero, mucho antes, Norman ya había esbozado la di- Existían precedentes. Según María José Gámez en su libro
fícil relación con su madre, concretamente en la charla que Cinematergrafía, en la década de los cuarenta se había con-
mantiene con Marion cuando cena con ella. Amor y odio, solidado dentro del cine de Hollywood un nuevo sentido de
docilidad y rebelión son sentimientos que polarizan su con- la figura materna, «totalmente incapaz de crear un individuo
ciencia; pero Norman se muestra incapaz de resolver esta
encrucijada, como inferimos en el momento en que Marion
recibe la colérica respuesta de este cuando sugiere que 11
Resulta muy curioso que, en esta película, cuando Mark Rutland (Sean
quizá su madre estaría mejor atendida en una institución Connery) pide ayuda a Lil (Diane Baker), la hermana de su fallecida esposa,
mental. Las voces que de esta última escuchamos a lo largo para que intente confraternizar con Marnie, esta le responda: «Siempre creí
que la mejor amiga de una chica era su madre». Se trata de la misma frase
de la película prefiguran el «retrato robot» de una mujer que, en Psicosis, pronuncia Norman cuando Marion le pregunta si no tiene
dominante, agresiva y de radicales convicciones religiosas, amistades: «El mejor amigo para un muchacho es su madre», sentencia.

80 81
psíquicamente sano […] Los personajes maternos son maso- dia. Carrie desconoce muchas cosas, entre ellas la mens-
quistas o sádicos, el lazo entre la madre e hija se ve no solo truación, como comprobamos en la imponente escena de
como enfermizo sino que llega a desembocar en maldad o apertura, en la cual la joven grita asustada cuando se da
neurosis»12. La consolidación de este rol dentro de la indus- cuenta de la sangre que mana de su sexo. No es casual. La
tria hollywoodense, infiere Gámez, pretendía frenar en seco ocultación del sexo y el placer será una de las revelaciones
la liberación que la mujer había alcanzado durante la Segunda finales de la madre de Carrie. La supuesta «mancha» en su
Guerra Mundial al haberse incorporado al mercado laboral. concepción —una relación extramatrimonial— ha determi-
nado, entonces, la sobreprotección hacia su hija, a quien
ha entendido encarnación del grave pecado que cometió.
La locura religiosa maternal es, en este caso, la causa del
trágico desenlace de la protagonista.

Habrá adivinado el lector que navegamos en entornos


familiares rígidos y opresivos, cuando no enajenados, de
los que resulta muy difícil desligarse. Así le sucede a John
(Michael Lerner) en Angustia (Bigas Luna, 1987), una ma-
rioneta en manos de su madre, quien le ordena asesinar
bajo hipnosis. La relación entre ambos es endogámica. Sue-
le suceder. La madre puede hacer creer que el mundo es
un lugar peligroso y que solo en su regazo se hallan la se-
guridad y la protección. En efecto, el dominio psicológico
Sissy Spacek, personaje principal en Carrie.
materno puede llegar a ser «hipnótico». Su palabra es una
moral, un precepto, una obligación; y esto es literal en La
Sea como fuere, el cine siguió indagando en los efec- residencia (Narciso Ibáñez Serrador, 1969), pues Luis (John
tos de la relación materno-filial desde una dimensión pa- Moulder-Brown), hijo de la estricta directora de un refor-
tológica, la gran mayoría de las veces dentro del género matorio femenino, intentará «crear» la mujer perfecta con
terrorífico. Y es que, a menudo, los férreos lazos que la los cadáveres de las chicas que ha asesinado. En su cabeza
progenitora establece con su retoño suelen esconder, en resonaba la idea, lanzada por su madre, de que necesitaba
realidad, sus propios miedos e inseguridades, al que tras- una mujer como ella, de ahí su delirio de dar con la mujer
ladan como una herencia. Ocurre, como hemos visto, en el perfecta —«Lo que tú necesitas es una mujer que te cuide y
Norman Bates de Psicosis; pero también en la protagonista que te quiera. La encontraremos»—. No podíamos presagiar
de Carrie (Brian De Palma, 1976), una adolescente (Sissy comportamientos cuerdos en un ámbito dominado por la
Spacek) cuya madre, por su fanatismo religioso, ha sido un violencia, el sadomasoquismo y la represión sexual, turbias
lastre para su socialización en el instituto en el que estu- realidades de las que es responsable la Sra. Fourneau (Lilli
Palmer), la madre de Luis.

12
Gámez Fuentes, María José (2004). Cinematergrafía: la madre en el Lógicamente, la base para esa vinculación tan especial
cine y la literatura de la democracia. Castellón: Universitat Jaume I / Ellago
Ediciones S.L., p. 65. entre madre e hijo se encuentra en la unión física durante la

82 83
fase del embarazo. La nueva criatura vive temporalmente en el sadomasoquismo o la excitación tras la contemplación
el cuerpo materno; por ello, el nacimiento supone en cier- de terribles episodios de violencia. También la protagonista
ta forma la primera ruptura, la primera separación. Luego presenta rasgos psicopáticos, como cuando deposita en el
habrá muchas más. Sin embargo, en una mente rígida, el bolsillo del abrigo de una de sus alumnas trozos de vidrio
hijo o la hija serán, ya para siempre, una identificación con para provocarle un accidente.
su propia existencia; los errores o aciertos de su historia
personal se asumen como propios. Y, siempre, con extre- La pianista es una muy lúcida reflexión sobre la onda ex-
ma gravedad. Pero, llegados a este punto, es inevitable la pansiva que una educación represora —que Haneke siem-
confrontación, pues, por muy vinculados que se encuentren, pre vincula a la violencia— produce en la sociedad; ésta
entra en juego la imperiosa necesidad de escribir la propia siempre acaba por trascender su ámbito primigenio, el lugar
historia. La necesidad de la libertad. Hay madres del ce- donde se origina. A pesar de que la película es parca, e
luloide que entienden este paso natural y, aun con cierto incluso claustrofóbica, en cuanto a localizaciones y escena-
dolor, se echan a un lado; otras no, por lo que se ocasiona rios, la «correa de transmisión» entre el mundo de Erika y
una gran variedad de conflictos que pueden dar al traste, la sociedad se produce a partir del contacto con uno de sus
en última instancia, con la madurez del hijo. Esta dificultosa alumnos, concretamente con Walter Klemmer (Benoît Magi-
búsqueda de la identidad, interpretada desde claves psicoa- mel), un joven que se siente atraído por ella y que tratará
nalíticas, ha sido el origen de obras como La luna (Bernardo de conquistarla.
Bertolucci, 1979).
Pero Walter, sin él quererlo, caerá en la tela de araña
Una de las películas más estremecedoras que ha dado el de violencia sexual que Erika le había reclamado, y a la
cine contemporáneo, La pianista (La pianiste; Michael Hane- que se había resistido con todas sus fuerzas. A lo largo
ke, 2001), no anda muy alejada de esos presupuestos. Erika de la película se producirá, finalmente, una «infección»
(Isabelle Huppert) es una madura y exigente profesora de de esta concepción vital, en la cual no hay rastro algu-
música del Conservatorio de Viena cuya madre ha marcado no de humanidad. De hecho, Erika vomitará intentando
su destino con sangre y fuego. Toda la frialdad y ausencia de tener una relación sexual normal con Walter. Y, luego de
sentimientos que pone de manifiesto Erika es el resultado de comprender que una de sus alumnas, temerosa de ella,
una educación —de una vida— programada para, única y ex- ha conseguido interpretar bien una pieza gracias a un
clusivamente, la enseñanza de la música. Y aunque goza de gesto amable y animoso de Walter, le provocará tal ata-
un gran estatus profesional, existe un poso de frustración, que de ira que no dudará, como explicábamos en líneas
quizá por unas miras no ya demasiado altas sino enfermiza- anteriores, en forzar un accidente que quizá la incapacite
mente perfeccionistas, alentadas por su madre. Pero toda- para siempre. Erika no sabe lo que es la clemencia o la
vía esta la sigue tratando como a una chiquilla: controla su piedad; está incapacitada para manifestar sus sentimien-
ropa, sus gastos, su tiempo libre, sus acompañantes; viven tos. Ella solo ha conocido, deducimos, la humillación, el
y duermen juntas, cama junto a cama, lo cual ha generado castigo y la crueldad, que reedita en su vida sexual. Solo
una relación extraña, en donde son habituales los insultos, un destello de comprensión asomará en ella: cuando la
las peleas e incluso la violencia. Erika es, en consecuencia, madre de su alumna accidentada se lamente de los sa-
una «olla a presión» cuyo hastío trata de contrarrestar con crificios que había hecho para proporcionarle una educa-
unas conductas sexuales anormales, como el voyeurismo, ción musical, Erika la contradirá rompiendo una lanza en

84 85
favor de su pupila —quizá porque se reconoce en ella—, jamás deberían de haber
puntualizando que ha sido esta, y solamente esta, quien colisionado: la inocencia
«lo ha sacrificado todo». La escritura fílmica de Haneke más pura, que represen-
nos conduce a estas conclusiones sin efectos, subrayados ta la adolescente Felicia
o truculencias expresivas, con imágenes sobrias e implíci- (Elaine Cassidy), y la psi-
tas, a veces también muy hirientes, que requieren mucha copatía más compleja y
atención por parte de los espectadores. Un auténtico pro- entreverada, la de Hil-
digio cinematográfico. ditch (Bob Hoskins), un
asesino de chicas jóve-
En un plano parecido, aunque con un valor fílmico de nes que se nos presenta
muchísimos menos quilates, se sitúa El cisne negro (Black siguiendo muy atento un
Swan; Darren Aronofsky, 2010), pues la alta autoexigencia programa televisivo de
de Nina (Natalie Portman), que derivará en locura, también cocina. Poco después,
proviene de su madre, una exbailarina frustrada que inten- sabremos que prepara
ta resarcirse a costa de su hija, ya que supuestamente el suculentas cenas a dia-
nacimiento de esta interrumpió su carrera artística, algo rio, siendo él el único
que le echa en cara. La relación, como en La pianista, es comensal, y que la co-
inquietante, hasta tal punto que se producirá una espiral de cinera del programa es
violencia entre ambas cada vez mayor. Es mucho el rencor su madre, ya fallecida,
que ha acumulado Nina, todavía una muñeca en manos de El cisne negro. que llegó a hacerse muy
su madre a la que le han impedido el crecimiento; no en famosa. Hilditch visiona
vano su habitación aún está repleta de los juguetes de su de forma enfermiza los
infancia. Así pues, los deseos insatisfechos de una madre, programas de su madre una y otra vez, dando lugar a
proyectados sobre ella, mermarán su vida, su profesión, su extraños rituales culinarios. A medida que los flash-backs
sexualidad… con fatales consecuencias. Porque, como en hacen acto de presencia, se va desgranando el cuadro de
otras películas, la liberación requerirá un sacrificio. El com- una infancia drásticamente empequeñecida por una ma-
ponente trágico es el denominador común de todas estas dre estelar y mediática, sobre la que recayeron todos los
historias. Lástima que la galería de personajes, muy arque- focos, mientras que su hijo quedó como un apunte, una
típica, y los burdos recursos terroríficos que se van impo- insignificante nota a pie de página, un incordio para su
niendo conforme avanza el metraje lastren por completo la impoluta imagen… Lo vemos en la escena en que Hilditch,
propuesta de Aronofsky. de niño, actúa como figurante en uno de los programas de
su madre y sufre un atragantamiento en directo, ponien-
Pero hay más variantes en el paisaje temático que esta- do patas arriba el espectáculo. Así, la madre de Hilditch
mos atravesando. Una de las propuestas más fascinantes no está en el presente, pero sigue ocupando un espacio
que, en este terreno, dio el cine de los años noventa fue El físico en la vida de este. La aparición de Felicia será un
viaje de Felicia (Felicia’s Journey; Atom Egoyan, 1999), un contrapunto, un rumor, una brisa, que jamás creyó que
cuento de tonalidades poéticas y terroríficas, así, a la par, podía existir. Será, en todo caso, demasiado tarde; para
en donde el azar convoca a dos mundos antagónicos que entonces, no hay marcha atrás.

86 87
Todas estas corrientes psíquicas y emocionales entre suya tan especial… y hasta quizá hubiera repetido aquella
madres e hijos/as pueden también canalizarse como re- lacónica expresión, «Mejor así», cuando, en el hospital psi-
curso alegórico con el que tejer lecturas sociológicas o po- quiátrico en el que se encontraba recluido, le informaron
líticas. El cine español lo ha hecho. Pensemos en Furtivos de que su granja había sido incendiada. Sin lugar a dudas,
(José Luis Borau; 1975), una obra que, a partir del inces- Gein, en el cine, y gracias a Psicosis, siempre acabará vol-
tuoso círculo de Ángel (Ovidi Montllor) y su madre, Martina viendo «de entre los muertos».
(Lola Gaos), y la entrada en escena de otra mujer, Milagros
(Alicia Sánchez), que puede romper esa armonía, acaba es-
tableciendo una reflexión sobre la España franquista de la
época, sobre su aislamiento, autoridad y ausencia de liber-
tad de expresión. Ángel se encontrará en medio de las dos
mujeres: una, su madre, representa el discurso tradicional
—unida al gobernador civil de la provincia, del que ha sido
ama de leche—, si bien con claros visos de deformación; la
otra, Milagros, representa la transgresión: no en vano se ha
escapado del convento Las Divinas, al que van a parar mu-
jeres «de mala vida», y, además, es exnovia del «Cuqui»,
un maqui al que persiguen las autoridades. La convivencia
en el hogar de ambas mujeres y su lucha por Ángel devie-
nen imagen de un país apoltronado en la autarquía y en el
inmovilismo político, social y cultural. Viviendo allí los tres,
alejados de la civilización, en el monte, se desatarán las
pasiones. El final, evidentemente, no puede ser, una vez
más, sino trágico y desesperanzado.

Todo lo dicho hasta aquí nos lleva a concluir que Psicosis


fue la «piedra filosofal» que, a partir de la vida real de Ed
Gein, destapó a los narradores cinematográficos las inmen-
sas variantes dramáticas de las relaciones materno-filiales,
originando obras que, como se ha podido ver, focalizan el
conflicto desde prismas muy diferentes: terroríficos —Ca-
rrie, La residencia…—, sociológicos —La pianista—, psicoló-
gicos —El viaje de Felicia, El cisne negro…—, e incluso po-
líticos —Furtivos—. Más de cincuenta años después de sus
crímenes, el «Carnicero de Plainfield», directa o indirecta-
mente, sigue teniendo, pues, una incuestionable vigencia
en el cine actual. De haberlo sabido, quizá Gein, asombra-
do, hubiera torcido el gesto una vez más con aquella mueca

88 89

También podría gustarte