Pedro Pablo
Pedro Pablo
Pedro Pablo
Nacido un 28 de febrero de 1973, en El Agustino, como Pedro Pablo Masías Ludueña, el “Apóstol de
la muerte”, tuvo una niñez complicada.
Su madre sufría problemas psiquiátricos y su padre lo maltrataba cada vez que se alcoholizaba, algo
que ocurría muy seguido; se sumaba que sus hermanas mayores solían someterlo a vejámenes muy
humillantes para cualquier ser humano. Y él solo tenía cinco años.
Según contó él mismo a las autoridades, las jovencitas solían vestirlo como mujer y lo obligaban a salir
así a la calle. Esto generaba las burlas de la gente que lo veía así.
En el colegio la cosa no era diferente, pues los otros niños también se aprovechaban del carácter
callado y sumiso del menor, lo golpeaban y le ‘jalaban los pelos’. “No tenía amistad con otros niños.
Me molestaban todo el tiempo”, relató.
Y entre insultos, violencia y malos tratos de gente que se supone debía amarlo y protegerlo, Masías
Ludueña fue creciendo sin saber lo que era un poco de cariño.
Esas acciones fueron creando un gran resentimiento en él que, en un principio halló como vía de
escape, el comenzar a maltratar y matar animales: gatos y perros primero y luego fue
‘evolucionando’ hacia otras especies.
“Es mala, mi familia es mala. Mis padres siempre peleaban. Se insultaban mucho. Mi papá le pegaba
mucho a mi mamá. Yo me escapaba de la casa. Pero volvía por no tener dónde comer. Mi hermana me
violó, ella era mayor. Mi hermano me obligó a tener sexo oral, yo tenía seis años ¿Hay gente que no me
cree? Yo no olvido lo que viví”, fueron algunas de las duras confesiones que dio a la Policía tas su
captura.
Uno de los detonantes que sufrió, y que serviría para explicar la homofobia que manifestaría en un
futuro, fue cuando tenía cuatro y años, y fue acusado por sus hermanos mayores de matar a la perra
de la familia, que además estaba embarazada.
A pesar de negarlo, sus parientes no le creyeron y optaron la peor manera de castigarlo por algo que
no había hecho: lo violaron. Hasta hoy jura que él no le hizo nada a esa perrita.
Conforme fue creciendo esa voz interna que solo él escuchaba, lo fue convenciendo de su supuesta misión
en la tierra. Entonces, intentó deshacerse de los que él consideraba impíos y pecadores, ingresando al
ejército. Aunque por mucho tiempo se creyó que era licenciado de la Fuerza Aérea del Perú, nada era cierto.
Ocurre que en 1990 ingresó a las Fuerza Armadas como voluntario para tener algo de autoridad para
“eliminar a los enemigos de Dios”. Pero el destino ya tenía signado su camino.
Tan solo dos meses después de su internamiento, Nakada Ludueña fue expulsado debido a los resultados
mostrados por los psiquiatras de Ejército peruano. Comenzaron a prestarle más atención durante el tiempo
que estuvo con ellos cuando llegaron rumores señalando que escuchaba la voz de Dios y que creía que todos
los pecadores merecían morir.
Estos estudios demostraron que el futuro “Apóstol de la muerte” mostraba tendencias psicópatas y esto
representaba un peligro para la sociedad. Además, de entrenarlo en el manejo de armas, la amenaza se
volvía más latente para el resto.
“Cuando lo echaron del cuartel, quiso matarse. Tardó casi un año en recuperarse”, relató un primo de él.
Pese a que nunca llegó a confirmarse, se cree que luego de este duro revés Nakada Ludueña cometió su
primer asesinato. En Mala (sur de Lima) fue pillado mientras robaba sandías, sorprendido por el
agricultor, decidió matarlo para salirse con la suya.
En la partida de nacimiento original Pedro Pablo figura con los apellidos Mesías Ludeña. Pero en el 2003
se le ocurrió pagar unos 800 soles a un ciudadano japonés de apellido Nakada para que lo adopte y, de
esa manera, sacar su visa para poder viajar al país asiático.
Creía que esta era la manera más fácil de salir del país. Sin embargo, sus planes se fueron al tacho. La
paciencia ya se le comenzaba a terminar hasta que halló la manera de explotar: matando a inocentes que
él creía que no merecían vivir por ser pecadores.
Comenzó el horror
Según los registros oficiales, la escalada de muerte comenzó el 1 de enero del 2005. Nakada se
encontraba en la playa Chorrito de Chancay cuando se cruzó con Carlos Edilberto Merino Aguilar (26). Sin
mediar palabras le disparó en el tórax y abdomen. Al ser encarado por las autoridades, alegó defensa
propia, pues creyó que iba a ser asaltado, aunque fue “Apóstol de la muerte” el que robó todo el dinero a
a la víctima.
Casi dos años le tomó a la Policía realizar las investigaciones para dar con el paradero del psicópata que
en ese tiempo mató, según sus propias palabras, al menos a 25 personas. “Yo no soy un criminal, soy un
limpiador, he librado a la sociedad de homosexuales y vagabundos”, repetía en los interrogatorios
Las victimas conocidas de “Apóstol de la muerte”, además de Merino Aguilar, fueron identificadas como
Teresa Cotrina Abad, Walter Sandoval Osorio, Carlos Walter Tarazona Toledo, Gerardo Leonardo Cruz
Libia, María Verónica Tolentino Pajuelo, Luis Enrique Morán Cervantes, Pedro Omar Carrera Carrera,
Enoch Eliseo Félix Zorrilla, Hugo Vílchez Palomino, Widmar Jesús Muñoz Villanueva, Nell Cajaleón Pajuelo,
Nazario Julián Tamariz Pérez, Didier Jesús Zapata Dulanto, Agustín Andrés Maguiña Oropeza, Luis
Melgarejo Sáenz y Nicolás Tolentino Purizaca Gamboa.
A todas ellas asesinó usando armas de 9 milímetros de diferentes marcas (Bryco, Astra, Baikal y Taurus).
De igual manera, confesó a la hora cometer sus crímenes usaba un silenciador de jebe que él mismo había
aprendido a hacer en un tutorial hallado en la Internet.
Finalmente fue capturado el 28 de diciembre del 2006. El momento no pudo ser más preciso, pues las
autoridades descubrieron que Nakada preparaba, para las fiestas de año nuevo, hacer explotar una
granada de guerra en una discoteca de Huaral, donde residía, con la finalidad de acabar con los “perdidos
y corrompidos” del país.
El proceso judicial contra el asesino en serie determinó que este no sufría de esquizofrenia
sino trastorno disocial, definido por el DSM-IV (Diagnostic and Statistical Manual of Mental
Disorders-IV).
Esto es cuando una persona trasgrede los derechos básicos de los demás y las principales normal
Para el 2009, luego de un intento de suicidio, otros exámenes realizados al “Apóstol de la muerte”
concluyeron que sufría de esquizofrenia paranoide, por lo fue declarado inimputable. Es decir, que no
se le podía juzgar por sus hechos por no comprender que los actos que realizaba estaban mal. La
esquizofrenia es un diagnóstico psiquiátrico que abarca un amplio grupo de trastornos mentales
crónicos y graves, caracterizado a menudo por conductas que resultan anómalas para la comunidad
y una percepción alterada de la realidad.