Vivir - de - La - Palabra - de - Dios - Volumen - III Pablo
Vivir - de - La - Palabra - de - Dios - Volumen - III Pablo
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ÍNDICE GENERAL
Gálatas y Romanos.
6. Nota bibliográfica.
OBSERVACIONES PREVIAS
2ª. Hace tres años, se tomó la decisión de responder a una demanda muy sentida por parte de
un número notable de Hermandades: su Formación bíblica. El Cuaderno del presente Curso
completa la trilogía proyectada en ese camino. Es continuación y complemento de los dos
anteriores: el dedicado al Antiguo Testamento, y el del Curso pasado sobre los evangelios.
3ª. Los escritos del Nuevo Testamento son, como se sabe, 27: cuatro evangelios, Libro de los
Hechos, Apocalipsis de Juan, y 21 Cartas, la mayor parte de ellas de San Pablo.
4ª. Por eso precisamente, a la hora de optar por una línea a seguir –condicionados como
estamos tanto por la escasez del espacio como por la del tiempo-, ha parecido conveniente
centrarnos en las Cartas de San Pablo (no todas) y en el Apocalipsis de San Juan, precedido
todo por un capítulo que, a pesar de su carácter introductivo (los primeros pasos de la
comunidad cristiana por la historia a raíz del día de Pentecostés), tiene una importancia
decisiva.
5ª. Desgraciadamente tendremos que dejar fuera de nuestro estudio –entre los escritos
paulinos- las dos Cartas a los Tesalonicenses, las Cartas a los Filipenses y al cristiano
Filemón, las dos Cartas a Timoteo así como la Carta a Tito. Quedarán igualmente fuera de
nuestro estudio las dos Cartas de San Pedro, la Carta de Santiago y la del apóstol San Judas.
Como se ve, un campo inmenso e interesante de escritos revelados, que queda confiado al
interés y al trabajo de los Hermanos, bien personalmente, bien en grupos espontáneos de
estudio.
6ª. No hace falta decir que en este Cuaderno no se presenta un estudio exhaustivo: ni de todos
los escritos (quedan fuera 18 de esos escritos), ni de cada uno de ellos en particular. No se
trata de un estudio completo desde todos los puntos de vista, sino más bien de poner de
relieve e iluminar sus líneas fundamentales, con el fin de facilitar el acercamiento a los mismos,
suscitar interés por ellos, y hacer, a partir de ellos, una aplicación adecuada a la vida de cada
Hermano y de la Hermandad misma.
7ª. Porque esa es la finalidad última: se trata no tanto de conocer con mayor o menor
profundidad el contenido de esos escritos, las circunstancias que les dieron origen, la autoría
de los mismos, el momento de su aparición. Se trata, más bien, de acercarnos –a la luz y de la
mano de San Pablo fundamentalmente- al Jesús experimentado y reflexionado por las
primeras comunidades cristianas. Y no por una simple curiosidad (más que legítima por otra
parte), sino para ser capaces hoy, en el umbral del tercer mileno, en el mundo que nos toca
vivir y construir, de hacerlo con la fidelidad dinámica con que aquellos primeros cristianos lo
hicieron en su momento.
1.1. El movimiento religioso suscitado por Jesús es, en su esencia más profunda y nuclear, un
movimiento comunitario. Jesús fue llamando personalmente uno por uno a los que Él quiso
para que estuvieran con Él, para que vivieran con Él, para formar comunidad con Él y para
enviarlos a predicar a todos los hombres la Buena Noticia del Evangelio. (cf.Mc 3,13-19). No
fue el de Jesús, un movimiento religioso ‘individualista’ en el que cada uno se las entendía
directa y exclusivamente con Dios, ni un movimiento espiritualista para buscar la propia
perfección. Fue un movimiento en que cada uno se sentía personalmente llamado a seguir a
Cristo pero en comunidad. La componente comunitaria tenía una importancia realmente
decisiva en el seguimiento de Cristo.
1.3. Siempre a partir de Pentecostés, se observa que, desde el principio, Cristo pasó a ser, de
“portador y predicador” del mensaje de salvación, a “centro y objeto” de la predicación del
mismo mensaje. A quien anuncian los Apóstoles y los primeros misioneros cristianos es
siempre y sólo a Cristo, “a quien Dios resucitó mediante su Espíritu” (Hch 2,32-33). Más aún, la
condición salvadora de Jesús es tan fundamental y esencial en su Persona, que “no hay bajo
el cielo ni sobre la tierra otro nombre en que los hombres podamos ser salvos, sino en el
nombre de Jesús Nazareno” (Hch 4,12).
1.4. Esta salvación con todo, es, sustancialmente, una “experiencia”. No es una sabiduría
intelectual, ni un saber teórico propiamente tal, ni siquiera una “doctrina sublime”. Es ante todo
y sobre todo, una experiencia. Los relatos de la Resurrección de Cristo ponen de relieve con
toda claridad esta naturaleza “experiencial” de la vida cristiana. Ya lo había dicho Cristo con
anterioridad: “donde hay dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt
18,20). Los distintos relatos del Resucitado, avalan y ponen de manifiesto esa peculiaridad de
la vida cristiana: valga por todos el episodio de Tomás el incrédulo: en él se pone de manifiesto
claramente que, fuera de la Comunidad, no encontró a Jesucristo; estando en cambio en la
Comunidad se encontró con Él: Jn 20,24-29.
1.5. Poco a poco, sin embargo, los bautizados fueron sintiendo la necesidad de poner por
escrito las claves fundamentales de esa experiencia: por una parte, para darse a sí mismos
razón de la propia esperanza y podérsela a todos aquellos que se la pidieran (cf.1Ped 4,15); y,
por otra, para poder transmitir a las futuras generaciones de creyentes en Cristo lo nuclear del
mensaje de salvación: lo que se llamó el “kerigma”, a saber, que “Cristo murió por nuestros
pecados, que fue sepultado y que resucitó al tercer día por nuestros pecados” (1Cor 15,3-4).
Desde este núcleo central, se fueron reflexionando y poniendo por escrito los distintos
aspectos del misterio cristiano.
1.6. El mensaje salvador de Cristo aparece, desde sus mismos orígenes, dirigido a todos los
hombres sin excepción: judíos y griegos, hombres y mujeres, sabios e ignorantes, ricos y
pobres. Desde siempre se ha vivido y ofrecido como un mensaje universal. No va dirigido a
una élite intelectual o privilegiada por cualquier motivo: Cristo murió y resucitó por todos! La
única condición requerida es sentir la necesidad de esa salvación y tener el corazón abierto a
la misma. Jesús salva: este es el mensaje, la Buena Noticia que desde el principio han
proclamado las comunidades seguidoras de Jesús.
1.7. Este mensaje es único. Pero estando destinado a todos los hombres hasta el fin de los
tiempos, tiene que irse encarnando en cada pueblo, en cada cultura, en cada momento
histórico, para que llegue a ser realmente un mensaje universal. Este proceso de verdadera
encarnación, llamado “inculturación”, hace que no solo se enriquezcan los hombres y los
pueblos que lo aceptan, sino que el mismo mensaje revele y ponga de manifiesto todas las
virtualidades salvadoras que lleva dentro de sí.
2.1.1. A pesar de que el cristianismo no aparece en la historia con la pretensión de ser una
“religión del libro” sino de la “experiencia transmitida” –de ahí la importancia decisiva que
desde un principio ha tenido la Tradición en la Iglesia-, fue inevitable que surgieran –además
de los cuatro evangelios- una serie de escritos que transmitieran con la mayor fidelidad posible
el mensaje de Cristo a las diversas comunidades cristianas posteriores e incluso a todos
aquellos hombres y lugares a los que no podían llegar materialmente ni los apóstoles ni los
ministros por ellos designados.
2.1.2. Esta situación tuvo como resultado la producción de numerosos escritos. Sólo 27 de
ellos fueron aceptados por la Iglesia como formando parte del “canon de libros inspirados” del
Nuevo Testamento. Estos “libros canónicos” son aquellos escritos que garantizan de forma
objetiva la fidelidad de la primera generación cristiana al Mensaje salvador que entregó Jesús
a sus seguidores.
2.1.3. Estos escritos son, además de los cuatro evangelios, el Libro de los Hechos de los
apóstoles, 14 Cartas de San Pablo o del entorno paulino, una Carta de Santiago apóstol, dos
Cartas de San Pedro, tres Cartas de San Juan, una Carta de San Judas, y el Libro del
Apocalipsis de San Juan.
2.2.1. De todos estos escritos, nosotros nos vamos a fijar fundamentalmente en los de San
Pablo –y no en todos, por falta de tiempo y de espacio-. Estudiaremos también el Libro del
Apocalipsis.
2.2.2. La importancia del apóstol Pablo en la reflexión sobre la esencia del cristianismo es de
tal importancia, que no ha faltado quien afirme –con evidente exageración- que Pablo fue el
“inventor” del cristianismo.
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2.2.4. Por otra parte, el apasionamiento de Pablo por la persona de Cristo y la profunda
audacia con la que vivió su vocación cristiana es para el bautizado de hoy un paradigma a
tener siempre delante. La coherencia de Pablo en todos los momentos de su existencia,
alegres o tristes, de comprensión o de incomprensión, de éxitos o de fracasos apostólicos, es
para nosotros, creyentes cristianos del Tercer milenio de la Iglesia un formidable ejemplo a
seguir.
2.2.5. La vivencia comunitaria del cristianismo desde una experiencia personal, la superación
constante de cualquier tentación de individualismo, la conciencia de que cada bautizado es
miembro vivo de un todo que es el Cuerpo de Cristo –puesta de relieve brillantemente por
Pablo en sus escritos-, se presenta de una acuciante actualidad en nuestro momento histórico
en el que el hombre tiende como a desentenderse, en todos los planos –también en el
religioso-, del resto de los demás hombres.
2.3.1. Son comunidades que, estando enclavadas en el Imperio romano, tienen, de forma
natural, una perspectiva y conciencia de universalidad. Estando, por otra parte, inmersas en
una cultura fundamentalmente griega, les resultan connaturales los términos, las categorías
mentales, las formas de pensamiento de esa cultura. En líneas generales, son, además,
comunidades establecidas en núcleos urbanos amplios propios de grandes ciudades: Roma,
Corinto, Galacia, Éfeso, Colosas, Tesalónica. A pesar de ello, son siempre comunidades
‘domésticas’: es decir, los primeros cristianos no buscaban para sus reuniones -sobre todo
eucarísticas-, lugares ‘religiosos’, sino que se reunían ‘en las casas’ de los mismos cristianos.
De ahí el nombre de “iglesias domésticas”.
2.3.2. Tanto desde el punto de vista religioso como desde el punto de vista sociológico, las
comunidades cristianas primitivas son plurales: cristianos procedentes tanto del judaísmo
como del paganismo; ricos y pobres, cultos e ignorantes, santos y pecadores. Tienen “una
concepción religiosa de la vida que aceptó las desigualdades existentes de hecho en las
relaciones interpersonales, pero al mismo tiempo las penetró de amor cristiano y las hizo
humana y religiosamente fecundas” (La Casa de la Biblia, La Biblia, Madrid 1992, p.1696).
2.4.1. Las Cartas de San Pablo adoptan la configuración de las cartas de su tiempo:
introducción, cuerpo doctrinal y conclusión. No son cartas privadas –excepto la dirigida a
Filemón-, sino dirigidas a una comunidad cristiana en cuanto tal o, incluso en forma de circular,
a un grupo de comunidades cristianas. Por eso estaban destinadas a leerse cuando la
comunidad cristiana estuviera reunida, especialmente durante la celebración de la Eucaristía.
Estas Cartas, por otra parte, fueron escritas “para animar y exhortar a las comunidades; para
fijar puntos de vista discutidos y esenciales del Evangelio que ha recibido Pablo y que sus
adversarios no le reconocen; para combatir ciertas posturas de algunos grupos que han
interpretado a su manera la predicación del apóstol” (La Biblia para jóvenes, Barcelona 1990,
p.1487).
2.4.2. Las Cartas de San Pablo admiten y hasta exigen una doble clasificación. En efecto,
consta históricamente que no todas las Cartas que conocemos bajo el nombre del apóstol
Pablo fueron escritas o dictadas material y directamente por él: algunas fueron escritas
después que el apóstol había ya muerto, por algunos cristianos pertenecientes al círculo de
Pablo e identificados particularmente con su doctrina.
2.4.3. Por eso, desde el punto de vista de la autoría del apóstol Pablo, las Cartas pueden
reunirse en dos grupos:
2.5.1. Partiendo del punto de vista del argumento que tratan, existen significativas
coincidencias entre algunas de esas Cartas: vgr. Gálatas y Romanos, por una parte,
Colosenses y Efesios por otra, y 1ª y 2ª a Timoteo por otra.
2.5.2. Teniendo presente la comunidad a la que van dirigidas, existen igualmente puntos
convergentes: vgr. 1ª y 2ª Corintios, 1ª y 2ª Tesalonicenses.
Para interpretar debidamente la enseñanza doctrinal del apóstol Pablo, tanto en el campo
teológico como en el moral, es importante tener siempre presentes algunas claves:
2.6.1. En esos escritos se constata, ante todo, un cierto pluralismo teológico a causa de haber
nacido de la necesidad de hacer frente a situaciones y problemas diversos en las distintas
comunidades fundadas por el apóstol: una es la situación de Tesalónica y otra la de Corinto o
Roma, por ejemplo. Pablo da respuestas adecuadas a cada situación.
2.6.2. De aquí que no se encuentre en las Cartas de Pablo una teología que pudiéramos
llamar ‘ordenada’, ‘sistemática’: esas Cartas se escriben en momentos distintos; en ellas se
abordan situaciones y problemas diversos unos de otros, y por eso mismo se usan incluso
géneros literarios diferentes: unos más teológicos, otros más pastorales.
2.6.3. Por lo general, se trata de reflexiones teológicas hechas sobre la marcha: por eso
estamos ante un pensamiento teológico dinámico, que se elabora a medida que va haciendo
falta. Es un pensamiento en construcción y no un pensamiento “hecho”, “terminado” y
“perfilado” hasta en sus últimos detalles. La reflexión de la Iglesia posterior deberá partir de él,
con la posibilidad de ir sacando de él –bajo el influjo del Espíritu Santo- todas las virtualidades
en él contenidas.
2.6.4. En todo este proceso doctrinal tiene una importancia considerable el grado de iniciación
cristiana en que se encuentren los destinatarios de las Cartas: si son cristianos procedentes
del judaísmo, si proceden del helenismo, del paganismo, etc.
2.6.6. Dada su buena formación en el Antiguo Testamento, Pablo alude frecuentemente en sus
escritos a la Alianza Antigua: unas veces, de forma explícita; otras, de forma implícita. Pero es
constante en interpretar lo dicho y acontecido en el Antiguo Testamento como ‘sombra o figura’
de la auténtica novedad que es Cristo. Cristo es, para Pablo, el verdadero y definitivo ‘tipo’,
modelo, ejemplar, de lo que se vivía y anunciaba en la Antigua Alianza. Cristo es la cumbre
última y definitiva hacia la que tendía el largo camino recorrido por el antiguo Pueblo de Dios.
Es desde Cristo desde donde hay que interpretar el Antiguo Testamento y no al revés!
4.3. para la mayor parte de los cristianos actuales el cristianismo qué es:
¿una experiencia o un conjunto de doctrinas? ¿por qué?
6. Nota bibliográfica.
. M.de Burgos Núñez, Pablo, predicador del evangelio, Ed.San Esteban-Edibesa, Salamanca
1999.
. E.Cothenet, San Pablo en su tiempo, Cuadernos bíblicos 26, Ed.Verbo divino, Estella 1979.
I. CELEBRACIÓN DE LA PALABRA
Que el Dios del amor y la esperanza que en Cristo, su Hijo, nos ha dado su última y
definitiva Palabra, presente y operante hoy entre nosotros gracias a la presencia y a la acción
del Espíritu Santo, esté siempre con todos vosotros.
Y con tu espíritu.
Dispongámonos con la Oración a acoger y llevar a la vida la Palabra que ellos nos
transmitieron: una Palabra que salva y que está cerca de nosotros: más aún, está en nuestro
corazón.
9. Oremos. Dios y Padre nuestro que al enviar tu Hijo al mundo, nos has dado a los
hombres tu última y definitiva Palabra: haz que nosotros, tus hijos, rodeados e inmersos como
estamos en multitud incesante de palabras y de mensajes de los hombres, nos dejemos
siempre iluminar, guiar y orientar por tu única y definitiva Palabra, Cristo, camino, verdad y
vida. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los
siglos. Amén.
10. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.
Introducción. Las Cartas de Pablo a los Gálatas y a los Romanos, forman de alguna manera
una unidad doctrinal y pastoral: la primera es una reacción airada por el voluble y superficial
comportamiento de los cristianos de Galacia tentados de volver de nuevo al planteamiento
religioso del Antiguo Testamento: a saber, admitir la necesidad absoluta de la Ley de Moisés
para obtener la salvación que Dios nos ha ofrecido en Cristo y por Cristo. La segunda
(Romanos) es la exposición reposada y, por eso mismo, más madurada y sistemática de la
misma doctrina: la salvación viene de Dios directamente a través de Cristo sin necesidad de
pasar por la Ley.
1.1. Cuando las comunidades cristianas comenzaron a extenderse por una parte y por otra,
sobre todo en el Asia Menor, se planteó rápidamente una crisis de identidad: ¿había que
someterse necesariamente a la Ley de Moisés para llegar al cristianismo? ¿había que ser un
judío religioso para poder ser un verdadero y auténtico cristiano? ¿en qué relación estaban
Moisés y Jesús? ¿quién era superior a quién?
1.2. En esta difícil y decisiva coyuntura histórica para el cristianismo, Pablo “se muestra como
el apóstol profético que, superando los complejos de los otros apóstoles, abre nuevos caminos
para hacer posible que la muerte de Cristo y la gracia de Dios no estén limitadas por el
legalismo tranquilizante que podía apoderarse de algunos” (Biblia para jóvenes, Barcelona
1998, p.1530).
2.1.1. Pablo había evangelizado la región de Galacia en el Asia menor (la actual Turquía),
anunciando el Evangelio según el cual, para llegar a la salvación, no era necesario hacerlo a
través del sometimiento a la Ley de Moisés, sino creer en Jesús, el Mesías enviado por Dios
como plenitud de los tiempos. Los gálatas habían aceptado calurosamente la doctrina
enseñada por el apóstol.
2.1.2. Pero este “evangelio de Pablo” les parecía equivocado y hasta falso a los cristianos
provenientes del judaísmo, residentes en Jerusalén. Trataron entonces de descalificar al
pretendido ‘apóstol’, y, de esa forma, quedaba automáticamente desautorizada y
desacreditada toda su doctrina: puesto que Pablo es un falso apóstol, su doctrina es
igualmente falsa.
2.1.3. Ante tal planteamiento, los gálatas echaron atrás, renegando de Pablo y de todas sus
enseñanzas. Ante tal situación, Pablo reacciona vigorosamente y escribe, hacia el año 50 de
nuestra era, la carta más vehemente y encendida de las que salieron de su pluma. Es una
carta clara, contundente, apasionada y apasionante, centrada en el tema de la Libertad del
yugo de la Ley mosaica, como la entendió, la vivió y la transmitió Cristo a sus seguidores.
2.1.4. La Carta a los Gálatas no solo es anterior a la de los Romanos, sino que es una síntesis
apretada y vigorosa del Evangelio = Buena Noticia que Pablo predicaba a todos los hombres,
especialmente a los paganos, desde el momento de su experiencia religiosa camino de
Damasco: su “conversión”.
2.2.1. El objetivo central de la Carta a los Gálatas es defender –frente a los misioneros
judeocristianos venidos de Jerusalén-, que el Evangelio anunciado por él y según el cual vivían
los gálatas, era verdadero y auténtico: más aún, era el único evangelio verdadero.
2.2.2. Porque él, Pablo, a pesar de no ser del número de los Doce, a pesar de no haber
conocido personalmente ni vivido día a día con el Señor, a pesar de que no todos los
apóstoles le concedían autoridad apostólica ni le reconocían como tal apóstol, él era verdadero
apóstol, llamado por Dios por pura gracia y de forma directa desde el seno de su madre.
2.2.3. Con este escrito se propone Pablo confirmar la identidad cristiana de los gálatas a partir
de las coordenadas y principios que él les había predicado. Por eso se presenta en esta Carta
como “el portavoz de Jesús, de su Dios, de su gracia liberadora y el adversario de la esclavitud
religiosa en que el judaísmo se ve envuelto a causa de su anquilosamiento en las tradiciones
religiosas que casi no le conceden a Dios la libertad soberana para salvar según su voluntad”
(Biblia para jóvenes, Barcelona 1999, p.1529).
En la conclusión (Ga 6,11-18), Pablo “se siente y se proclama seguidor de la cruz de Cristo.
Puede incluso gloriarse de ella como si fuera suya. En efecto, ha aceptado plenamente la
condición tanto de la cruz como de la resurrección de Cristo; en su persona y en su manera de
vivir y de obrar destacan los rasgos característicos (tà stígmata) de Jesucristo” (U.Vanni,
Gálatas, en P.Rossano y otros (dirs.), Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Madrid 1990,
p.683).
1.1. Es la carta más amplia y extensa de Pablo, sin que ello quiera significar que expone en
ella la doctrina cristiana de forma sistemática y exhaustiva. Se puede decir, de todas formas,
que la Carta a los Romanos es el primer ensayo de gran envergadura realizado en la historia
de la teología cristiana sobre el propio misterio cristiano.
1.2. Por otra parte, la Carta a los Romanos junto con la Carta a los Gálatas, ha constituido
hasta hoy un núcleo muy fundamental de las diferencias que hemos mantenido los cristianos
católicos con los cristianos protestantes.
1.3. Esta Carta, en efecto, tuvo en la reforma de Lutero una relevancia del todo particular,
hasta hacerla punto de referencia exclusivo de toda la doctrina cristiana. Sin embargo, sin
quitarle ni un ápice de su importancia, hay que decir que la doctrina expuesta en esta Carta
tiene que ser enriquecida y hasta complementada, en una síntesis más amplia, con la doctrina
que San Pablo expone en sus restantes escritos.
2.1.1. Pablo, que ha desarrollado su actividad apostólica en la zona del Mediterráneo oriental,
siente la necesidad de extender el mensaje de Cristo hasta los confines de la tierra conocida
(el actual cabo Finisterre). Para ello, quiere hacer escala en la ciudad de Roma. Y para no
presentarse de improviso a la comunidad cristiana de esa ciudad, le escribe una Carta
anunciándole su próxima llegada.
2.1.2. Aprovecha este escrito para presentar a los cristianos de Roma –capital del Imperio-, las
ideas centrales del mensaje que –como auténtica BUENA NOTICIA- él mismo ha ido
predicando a las numerosas “iglesias” que ha ido fundando.
2.1.3. Con ello, se propone relanzar, precisamente desde Roma, el mensaje de Cristo
dirigiéndolo específicamente a los ‘paganos’, que eran mayoría en Roma, la gran capital de
innumerables creencias politeístas.
2.1.4. Aparece así, con toda su fuerza la dimensión universal del mensaje cristiano, que no
está dirigido exclusivamente a los judíos ni vale sólo para ellos, sino que tiene como
destinatarios verdaderos –desde el proyecto mismo de Dios- a todos los hombres por igual,
judíos o paganos. En este sentido, “la comunidad de Roma está llamada a ser un magnífico
símbolo del carácter universal de la Iglesia cristiana. Roma, corazón del paganismo, es para
Pablo no sólo un nuevo centro geográfico; es, sobre todo, un nuevo centro teológico y eclesial”
(Biblia, La Casa de la Biblia 1992, p.1700).
- Introducción (cap.1,1-15).
* La humanidad culpable.
* También los judíos son culpables, pero Dios sigue siendo fiel.
* La vida en el Espíritu.
* Libertad y caridad.
* El ejemplo de Jesucristo.
* Razón de la carta.
* Proyectos de viaje.
2.3.1. En la Carta a los Romanos se propone el apóstol ante todo confirmar, de una forma más
serena y sistemática, aunque no exhaustiva, la doctrina expuesta en Gálatas: a saber, que
Cristo-Justicia de Dios, es más que suficiente para “justificar” ( = hacer justos) a todos los
hombres, sin necesidad de volver atrás, pasando por el ‘yugo’ de la Ley mosaica.
2.4.1. El Evangelio, la Buena Nueva de Jesús, supone una auténtica novedad respecto de la
Antigua Alianza, de tal forma que no sólo no es necesario “judaizar” (someterse a los
preceptos de la Ley mosaica, especialmente a la circuncisión), sino que ese camino sería un
obstáculo real y objetivo para llegar al verdadero Cristo.
2.4.2. Ese Evangelio de Jesús, el que Pablo anuncia, tiene fuerza para salvar a todos cuantos
quieran acogerlo mediante la fe, que es la única que justifica. De tal forma, que la fe en Cristo
y la Ley mosaica están de alguna manera en contradicción: la Ley ha tenido el sentido y el
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2.4.3. El cristiano, en virtud de esa fe en Cristo Salvador y gracias al Espíritu Santo, ha sido
hecho objetivamente, ‘hijo de Dios’: adoptivo, pero verdadero y no ficticio. Es la fe en Cristo y
no la Ley la que ha hecho al hombre verdadero hijo adoptivo de Dios.
2.4.4. Todos los hombres, por consiguiente, están llamados a vivir una Vida Nueva, marcada
por una dimensión trinitaria (el Dios que salva es Padre, Hijo y Espíritu Santo), otra
sacramental (el Bautismo y la Eucaristía son momentos de esa salvación), y otra escatológica
(la salvación no sirve sólo para este mundo, sino que tiene una perspectiva y una dimensión
trascendente).
2.4.5. El pecado ha afectado a todos los hombres desde el principio de la humanidad; pero la
gracia y la salvación de Cristo es mucho más eficaz que el pecado para afectar a toda la
humanidad. Más aún, la fuerza liberadora de Dios en Cristo por el Espíritu, -que actúa en el
hombre por la fe-, es infinitamente superior a la fuerza esclavizante y destructiva del pecado.
2.4.6. La Vida Nueva en Cristo, que es una verdadera vida sobrenatural fruto maduro de la
salvación, tiene consecuencias y repercusiones también en una vida moral entendida como
combate contra el mal y desarrollo constante de lo auténtico del hombre.
2.4.7. La verdadera y definitiva síntesis y plenitud de la Ley es el Amor: el que Dios difunde en
el corazón del creyente mediante su Espíritu Santo; el que hace vivir en plenitud la vida de
Dios. Según San Pablo la única deuda que un cristiano arrastra en su vida sin pagarla del todo
jamás es esta: el Amor.
4.1.¿Qué aplicaciones pueden tener estos textos para nosotros aquí y ahora?
4.2. ¿Creemos posible y realista el principio de Pablo de ‘vencer el mal a fuerza de bien? ¿qué
repercusión tiene en nuestra vida?
4.3. ¿Qué actualidad pueden tener entre nosotros las enseñanzas de Pablo acerca
de la libertad cristianamente entendida? ¿no se presta a libertinaje?
6. Nota bibliográfica.
. E.Cothenet, La Carta a los Gálatas, Cuadernos bíblicos 34, Ed.Verbo divino, Estella 1983.
. Ch.Perrot, La Carta a los Romanos, Cuadernos bíblicos 65, Ed.Verbo divino, Estella 1989.
Y con tu espíritu.
2. Monición de entrada. Las Cartas de San Pablo a los cristianos de Galacia y de Roma
nos sitúan, de alguna forma, en el corazón mismo del Mensaje cristiano: la absoluta gratuidad,
por parte de Dios, de la justificación plena y definitiva del hombre, por una parte, y, por otra, la
profunda libertad que nos ha merecido y regalado Cristo con su Encarnación, Vida, Pasión,
Muerte y Resurrección. El cristiano es alguien que se sabe definitivamente salvado por puro
amor y gracia de Dios. El cristiano es, igualmente, alguien que se sabe profundamente libre.
Ahora bien, la libertad verdadera implica siempre dos realidades: en primer lugar, el Amor,
porque sólo desde el Amor germina la verdadera libertad. Lleva consigo además la libertad, un
profundo sentido de responsabilidad. Solamente la persona que se siente libre, puede ser
plenamente responsable. Gratuidad y libertad, son las dos coordenadas en las que se mueve
un cristiano consciente y adulto.
Oremos, pues, para que esta celebración nos ayude a crecer en esa doble dimensión de
nuestra vida cristiana.
3. Oremos: Señor y Dios nuestro que por una disposición llena de amor quisiste
reconciliarnos contigo en Jesucristo, muerto y resucitado, dándonos por el Bautismo la
capacidad de morir y resucitar con Cristo, y de ofrecerte toda nuestra vida como hostias vivas,
santas, agradables a tus ojos: envía a nuestros corazones tu Espíritu Santo, Espíritu de
verdadera libertad, para que seamos capaces de amarte a Ti y a nuestros hermanos con los
mismos sentimientos, actitudes y actuaciones de Cristo Jesús. Él que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
9. Oremos: Señor y Dios nuestro, que en un gesto infinito de amor, nos has llamado a
vivir la verdadera libertad que Cristo, Hijo tuyo y Hermano nuestro, nos ha conseguido con su
entrega incondicional a tu Proyecto de salvación: llena nuestros corazones de tu Espíritu
Santo, para que, dóciles a su acción, nos dejemos llevar de Él y por Él; así, podremos vivir en
plenitud de gozo, de gratuidad y de compromiso, nuestra vocación cristiana. Te lo pedimos por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
10. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
1.1. Por la importancia que tuvo en la vida y en la actividad del apóstol Pablo, la comunidad
cristiana de Corinto merece una atención muy particular en el estudio del Nuevo Testamento.
De hecho, Pablo no sólo fundó esa comunidad, sino que permaneció en Corinto durante año y
medio, haciendo crecer rápidamente la fe cristiana sobre todo entre la gente oprimida y
desesperanzada, particularmente entre los numerosos esclavos que había en la ciudad.
1.3. Una problemática, como se ve, que, a pesar de la distancia en el tiempo, puede seguir
teniendo actualidad entre nosotros. Los temas tratados por Pablo, edificantes unos, conflictivos
y hasta escandalosos otros, siguen estando presentes también en la Iglesia de hoy, en el inicio
del siglo XXI: la problemática acerca de la resurrección de los muertos, la forma cristiana de
entender la salvación, la verdadera naturaleza de la Eucaristía, la solidaridad con otras iglesias
e incluso con todos los hombres, la función y objetivo de los carismas en la Iglesia, el equilibrio
entre diversidad y unidad en la Iglesia, etc.
2.1.1. Corinto era una ciudad populosa -de más de medio millón de habitantes-, con dos
puertos de mar y con todos los pro y los contra que una ciudad semejante lleva consigo:
desigualdades estridentes entre una minoría de ricos y una multitud inmensa pobres, esclavos
en su mayoría; diferencias entre hombres cultos y analfabetos, entre nobles y plebeyos, entre
iniciados en conocimientos y filosofías ocultas y marginados de toda especie, prostitución
sagrada, generalizado sincretismo religioso, etc.
2.1.2. Pablo llega a esta populosa y rica ciudad entre los años 50-52, con el deseo y el
propósito de fundar en ella una comunidad cristiana, que, de alguna manera, fuera modelo y
paradigma para otras comunidades igualmente fundadas por él.
2.1.3. De hecho puso todo su empeño y una dedicación sin límites en la tarea de crear esa
comunidad. Hasta el punto que, ante una grave crisis comunitaria, les recordó a los corintios
con toda energía que “aunque tuvieran diez mil pedagogos” –asesores, consejeros-, tenían un
solo “padre” y ese era él, Pablo, que los había engendrado en Cristo (cf. 1Cor 4,14-15).
2.1.4. El cariño agradecido de Pablo a los cristianos de Corinto y el carácter peculiar de los
habitantes de aquella ciudad, hizo que el apóstol les escribiera un amplio número de Cartas,
no muy largas, puesto que se referían a temas puntuales. Estas cartas se han recopilado e
integrado –no todas, ya que algunas se han perdido-, en la que nosotros conocemos como
Segunda Carta a los Corintios.
2.1.5. La cercanía afectiva que siente Pablo por la comunidad de Corinto, hace que las cartas
que les dirige enormemente, familiares, concretas, airadas y tiernas al mismo tiempo, según
las circunstancias y los temas tratados: se alegra y se congratula con ellos en algunos
momentos, pero les escribe con dolor y lágrimas y hasta con evidente enfado en otros.
2.1.6. La lectura atenta de las dos Cartas a los Corintios “nos muestra una comunidad viva y
difícil y a un apóstol que se siente verdadero padre en la fe, y no puede permitir que el
Evangelio sea vivido de cualquier manera. Pablo les recuerda que están llamados a vivir una
existencia nueva como hijos de Dios, frente a la gran mayoría pagana” (La Biblia para jóvenes,
Barcelona 1999, p.1520).
- Reacción frente a las divisiones que existen dentro de la comunidad: 1,10 – 4,21.
* La estructura de la segunda Carta de Pablo a los Corintios no resulta fácil a primera vista; por
el contrario, se presenta más bien como un escrito poco orgánico, algo extraño y complicado:
no tiene propiamente un hilo conductor claro y diáfano. Y es que, como recordamos más arriba
(2.1.4), se trata de la condensación de tres pequeñas cartas dirigidas por el apóstol a los
corintios en diversos momentos (años 52-55), con ocasión de otros tantos problemas
concretos. A pesar de todo, los argumentos tratados se complementan y enriquecen entre sí.
* Hasta Pablo llegaban rumores de que en la comunidad cristiana de Corinto seguía habiendo
dificultades. Quiere saber por eso, de primera mano, cuáles son esos problemas. Para ello
manda a su discípulo Tito, el cual se encuentra con dos problemas: uno de fondo, sobre la
autenticidad de la condición de apóstol de Pablo y la consiguiente autenticidad de su misión
apostólica. Otro, más inmediato: la colecta que se está realizando para ayudar a la Iglesia de
Jerusalén.
* Quiere, en primer lugar, poner las cosas en su sitio superando cualquier motivo de división en
la comunidad y haciendo frente a algunos desórdenes y escándalos que existían en la misma.
* La cultura helenística en cuyo contexto tenían que vivir los corintios su fe cristiana recién
abrazada, era realmente una tentación permanente para aquellos cristianos. De ahí que Pablo
“aunque acepte la cultura helenística como realidad donde puede encarnarse la fe cristiana, al
darse cuenta de la forma particular que esta fe ha tomado en los cristianos de Corinto, ejerza
un juicio crítico contra el medio religioso helenístico y condene conductas y creencias opuestas
al Evangelio, sin dejar de aceptar, al mismo tiempo, lo que no es incompatible con él”
(Secretariado Nacional de Catequesis, Biblia para la iniciación cristiana 2, Madrid 1977, p.393).
* Deja constancia de la reacción positiva que los corintios –a los que a pesar del gran cariño
que les tenía había escrito “con dolor y lágrimas” (2Cor 2,4)-, habían tenido frente a su dura
carta anterior. Por eso, esta reacción –constatada por Tito, enviado de Pablo-, le consuela
grandemente: 2Cor 1,1 – 2,13.
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* Sentido de la colecta a favor de las Iglesias: la riqueza que pueda tener un cristiano (en
cualquier orden que sea y no sólo en el económico), debe ser compartida, siguiendo el ejemplo
de Cristo el Señor, que, siendo rico, en su Encarnación se hizo pobre compartiendo nuestra
condición humana absolutamente en todo excepto en el pecado.
2.4.1. El sentido de la Cruz de Cristo: la identidad de una comunidad cristiana es, se quiera o
no, la sabiduría de la cruz (1Cor 1,10 – 4,21). Para los judíos la cruz es un escándalo, para los
gentiles una mofa. Pero para los que son verdaderos seguidores de Jesús, es “sabiduría de
Dios y fuerza de Dios”. No es pensable un cristianismo sin cruz.
2.4.2. Los carismas del Espíritu son ¿riqueza o división en la Iglesia? El Espíritu Santo es en la
Iglesia, al mismo tiempo, fuente de una enorme diversidad de dones y carismas, pero es
igualmente, el que hace converger todos esos carismas para que formen una unidad sólida y
rica. En la Iglesia no hay verdadera unidad sin una gran diversidad, como tampoco hay
diversidad sin que tienda a una profunda unidad. Diversidad sin unidad es dispersión. Unidad
sin diversidad es uniformidad empobrecedora.
2.4.4. La Cena del Señor: condiciones para que una Eucaristía sea auténticamente cristiana.
No cualquier forma de celebrar la reunión (sinaxis) eucarística es propiamente la Cena del
Señor. Para que sea tal, esa celebración tiene que hacerse desde la sinceridad más absoluta
del corazón y desde el compromiso serio y constatable de compartir lo que se es y lo que se
tiene: autenticidad de vida y solidaridad con los que más lo necesitan son las dos condiciones
absolutamente requeridas e indispensables para poder celebrar real y verdaderamente la
“Cena del Señor”. Todo lo que no sea eso, es fingir falsamente una celebración de la que se le
pedirá cuenta a los que la realizan.
2.4.5. Características del Amor cristiano: reflejo del Agape divino. El mandamiento primero y
fundamental del cristiano es ciertamente el Amor en su doble vertiente: hacia Dios y hacia los
hermanos. Sólo que para un cristiano el Amor tiene un paradigma y una fuente indudable: el
Amor de Dios. Por eso es necesario parecerse a Dios sobre todo en el amor. Un Amor que es
benigno, paciente, que no se jacta ni se engríe, que no lleva cuentas del mal, ni es mal
educado, que disculpa siempre, cree sin límites, aguanta sin límites: en una palabra, que no
falla nunca: como el de Dios.
2.4.6. La Resurrección de Cristo y su repercusión en la vida cristiana. Entre los Corintios había
quien creía que Cristo había resucitado, pero los cristianos no resucitaban como Cristo, los
cristianos morían totalmente. Pues bien, Pablo hace el siguiente razonamiento: si el cristiano
no resucita porque la resurrección es algo imposible, tampoco Cristo ha resucitado, y, si Cristo
no ha resucitado, nuestra fe en Él es absolutamente vana, todavía estamos en nuestros
pecados. Pablo afirma con toda fuerza y contundencia el hecho de la resurrección. En cuanto
al modo, lo hace valiéndose de algunas comparaciones más o menos familiares a los
destinatarios de su carta, pero haciendo constar que son eso: simples comparaciones. Por lo
demás, la certeza de nuestra reconciliación con Dios no viene únicamente de la muerte en
cruz de Cristo, sino también y, de forma absolutamente decisiva, de la resurrección del Señor.
Esa resurrección es la garantía de nuestra propia resurrección; al tiempo que la resurrección
del cristiano es el fruto cierto y seguro de la Resurrección de Cristo.
2.4.7. Las colectas cristianas, reflejo de la generosidad de Cristo el Señor. Desde el comienzo,
los cristianos hacían ya sus colectas en las reuniones eucarísticas dominicales (1Cor 16,2).
Pero había situaciones en las que algunas comunidades se encontraban completamente
necesitadas, por lo que requerían ayuda de los hermanos de las otras comunidades cristianas.
Había que urgir la solidaridad entre los bautizados. Y para ello, Pablo presenta nada más y
nada menos que el fundamento teológico supremo: la persona de Cristo que “siendo rico se
hizo pobre” para, con su pobreza, podernos enriquecer a todos. Y todo, con una finalidad bien
concreta y determinada: para que exista una auténtica igualdad entre todos los hombres.
4.1. ¿Qué actualidad pueden tener entre nosotros las enseñanzas de Pablo
en las Cartas a los Corintios? Señala algunos puntos concretos.
4.2. ¿Cuál o cuáles de los textos anteriores pensamos que pueden tener una particular
actualidad y aplicación para nosotros? ¿por qué?
6. Nota bibliográfica.
. M.Carrez, La segunda carta a los corintios, Cuadernos bíblicos 51, Ed.Verbo divino, Estella
1986.
Gracia y paz a todos vosotros, santos y amados de Dios nuestro Padre que por la
Resurrección gloriosa de Cristo, el Señor, habéis sido justificados gratuitamente. Que el
Espíritu de Jesús, el Resucitado esté con todos vosotros.
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Y con tu espíritu.
Oremos pues a Dios Padre, para que nos ayude a meditar en profundidad la Palabra de Dios
transmitida por Pablo en estas Cartas.
3. Oremos: Señor y Dios nuestro que por amor a la humanidad enviaste a tu propio Hijo
como salvador único y universal de todos los hombres mediante el escarnio de la cruz y la
gloria de la resurrección: al acercarnos hoy a este profundo Misterio de muerte y de vida, te
pedimos la gracia de poder vivirlo y reproducirlo en nuestra propia existencia cristiana,
muriendo cada día a todo aquello que es caduco y negativo en nuestra existencia, y
resucitando a lo que es realmente auténtico y definitivo ya en nuestra vida terrena. Te lo
pedimos por Cristo Nuestro Señor. Amén.
- no hay resurrección sin muerte previa: esto, ¿qué significa para ti?
9. Oremos: Señor Jesucristo que, por nuestro Bautismo, has querido hacer de nosotros
testigos de tu muerte y resurrección: Tú, que conoces que “llevamos este tesoro en vasijas de
barro” (2Cor 4,7), envía a nuestros corazones tu Espíritu Santo para que, llenos de su fuerza,
podamos ser testigos valientes de tu resurrección en medio de los hombres. Ayúdanos a
compartir tu muerte, crucificando en nuestras vidas todo aquello que pertenece al hombre
viejo: las envidias, las críticas, el culto a los ídolos cualesquiera que sean, las maledicencias,
los pleitos entre nosotros los cristianos, las injusticias, la impureza del corazón y de la vida.
Ayúdanos a compartir tu resurrección, viviendo con creciente plenitud el mandamiento del
amor: el que no busca su interés, ni se irrita, ni lleva cuenta de las ofensas; el que todo lo
aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Te lo pedimos a Ti, que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los
siglos.
Amén.
10. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.
Introducción.
Tanto la Carta a los Colosenses como la Carta a los Efesios son de una grandiosidad tal en la
concepción del misterio de Cristo y de la Iglesia, que han quedado en la historia del
cristianismo como las Cartas cristológicas y eclesiológicas por excelencia. Frente a una
concepción algo estrecha y hasta irrelevante de la significación de la Iglesia y de la misma
persona de Cristo en relación con el resto de la humanidad no cristiana o no perteneciente a la
Iglesia, estas Cartas presentan estos dos misterios en una íntima relación entre sí y, además,
con una proyección auténticamente universal y hasta cósmica.
Las dificultades más serias en la Iglesia han sido, desde sus mismos inicios, las dificultades de
tipo ideológico: es decir, aquellas que, al intentar dar una explicación desde la razón del
Misterio de Cristo, lo que hacen en realidad es “vaciarlo” (cf. Ga 5,11), es decir quitarle toda su
fuerza salvadora. Si la presencia de Cristo entre los hombres es y significa sustancialmente
una presencia de salvación (“le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de
sus pecados”: Mt 1,21), toda explicación que atente contra esa naturaleza salvadora de Cristo,
será una explicación errónea y por consiguiente inaceptable para una cristiano. De ahí, la
reacción de Pablo en esta Carta. De ahí, también, la actualidad de nuestro Tema.
2.1.1. Durante la dilatada estancia de Pablo en Éfeso (cf. Hch 20,31), algunos de sus
discípulos fundaron entre otras la comunidad cristiana de Colosas, llevando el mensaje de
salvación hasta allí con la autoridad del apóstol.
2.1.2. Más tarde, al surgir dificultades, sobre todo de tipo doctrinal e ideológico, en las
comunidades de aquella región, algunos de los colaboradores de Pablo se trasladaron a Roma
donde estaba encarcelado el apóstol para consultarle las cuestiones planteadas que
amenazaban con turbar la paz y sobre todo la fe de la comunidad. Por eso se sitúa esta Carta
como escrita en Roma entre los años 61-63 y se incluye, además, entre las llamadas “cartas
de la cautividad” a tenor de lo que se afirma en la misma Carta: 1,24; 4,3.18.
- la segunda, es de tipo exhortativo, denunciando aquellos vicios que los cristianos deben
evitar, y presentando aquellas virtudes –sobre todo domésticas- que deben practicar en el
medio social, cultural y religioso en que tenían que vivir: es el capítulo 3, 1-46.
2.3.1. El objetivo fundamental de esta Carta es “hacer presente al apóstol Pablo” en aquellas
iglesias, si no físicamente, sí en su espíritu, en su doctrina, en sus enseñanzas fundamentales.
2.3.2. Sobre esta base, la Carta presenta al apóstol como aquel que “quiere liberar de una vez
para siempre a los cristianos de esas religiones que niegan la inmediata y definitiva liberación
del hombre por Cristo y continúan manteniéndole en su esclavitud: en estos seres
intermedios entre Dios y los hombres. Esta liberación se extiende también a todo el universo.
Él es el principio y el fin de todo lo creado. Su resurrección proyecta sobre el mundo la luz de
la vida” (Secretariado Nacional de Catequesis [ed.], Biblia para la iniciación cristiana 2, Madrid
1977, p.479).
Así como la Carta a los Romanos complementa a la que Pablo dirigió a los cristianos de
Galacia, de forma semejante la Carta a los Efesios complementa a la Carta que dirigió a los de
Colosas. Las grandes líneas del Misterio de Cristo presentadas en la Carta a los Colosenses
se amplifican y agrandan en esta Carta a los Efesios, en la que la mirada de Pablo se centra
sobre todo en el Misterio de la Iglesia: cuerpo de Cristo, que “es Plenitud del que lo llena todo
en todo” (1,23). En nuestro momento histórico, en el que la Iglesia parece estar
particularmente ‘desacreditada’ a causa de la mediocridad de los cristianos, la visión paulina
de la Iglesia es particularmente estimulante para responder al compromiso cristiano de ser
“santos e inmaculados ante Él por el amor” (1,4).
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2.1.1. La vinculación de Pablo con la comunidad cristiana de Éfeso, en la que estuvo tres años
(entre los años 54-57), hace que incluso cuando Pablo ya había muerto, algunos discípulos
suyos más directos y fieles se dirigieran a esa comunidad –con la doctrina y la autoridad del
apóstol- para afrontar algunos problemas nuevos que se planteaban.
2.1.2. De todas formas, más que dirigida a una comunidad concreta y determinada, esta Carta
parece haber sido en su origen una circular destinada a las iglesias de la región en que la
ciudad de Éfeso estaba situada. Con ella se pretendía recordar la doctrina de Pablo sobre
Cristo y la Iglesia pero actualizándola y aplicándola a las nuevas situaciones que estaban
viviendo aquellas comunidades.
- la segunda parte es una larga exhortación a los bautizados acerca de cómo tiene que ser y
desarrollarse una vida cristiana auténtica, tanto en el plano familiar como en el social: son los
capítulos 4 al 6.
2.3.2. Pablo se propone responder a una pregunta central que se hacían ya los primeros
cristianos: ¿quiénes somos nosotros respecto de Cristo?, ¿en qué relación está el bautizado
con Cristo?. El apóstol da a aquellos cristianos una respuesta familiar y profunda: somos el
cuerpo de Cristo. Es familiar, porque para los griegos los ciudadanos formaban un ‘cuerpo
social’; y profunda porque los bautizados no son el cuerpo físico de Cristo, pero tampoco un
simple cuerpo moral: forman con Él una misteriosa pero realísima unidad, de forma que entre
la cabeza (Cristo) y sus miembros (los bautizados) existe una profunda corriente de gracia, de
santidad, de filiación, de compromiso por el Reino. Somos su cuerpo ‘místico’. De forma que
así como no existe un cuerpo sin su cabeza, tampoco existe una cabeza sin su cuerpo.
2.3.1. Esta carta no tiene, pues, como objetivo central la refutación de alguna doctrina
equivocada que corriera en aquella comunidad. Se propone más bien, de forma positiva,
ofrecer “una meditación sobre el misterio de Cristo y de la Iglesia, que quiere llevar a los
lectores a descubrir el cambio radical que la muerte y resurrección del Señor ha introducido en
el mundo. El autor contempla a Cristo como Señor del universo, que penetra ‘con la fuerza de
la resurrección’ toda la humanidad. Una humanidad sin fronteras ni divisiones, unida como un
solo cuerpo del que Cristo es la Cabeza. Esa humanidad, así unida y salvada, es precisamente
2.4.1. En una grandiosa visión cósmica de la realidad, la Carta a los Colosenses presenta a
Cristo como Salvador único y definitivo de todos los hombres y del mismo mundo: ni los
ángeles, ni las potestades, ni espíritu alguno pueden ocupar el lugar central y exclusivo que
ocupa Cristo: ni en la Iglesia, ni en la humanidad, ni siquiera en el universo.
2.4.2. En esa misma Carta se presenta también a la Iglesia de Cristo, no desde la realidad
social y concreta de las comunidades cristianas existentes, sino desde una perspectiva
teológica e incluso cósmica: como el cuerpo glorioso de Cristo destinado a salvar a toda la
humanidad.
2.4.3. Además, según la Carta a los Colosenses, “el cristiano debe rechazar, tanto evadirse de
los problemas de la vida, como dejarse esclavizar angustiado y temeroso por poderes
anónimos (políticos, económicos, sociales, impulsos interiores) que, divinizados, lo dominan y
dirigen. Dios nos ha liberado en el único Mediador, de modo que podamos libremente asumir
nuestras propias responsabilidades ante un mundo que no tiene nada de divino y ha de ser
cuidado y transformado por nosotros al servicio del Señor. Ello es posible si todo lo hacemos
en el nombre del Señor y a la luz de su Palabra” (Secretariado Nacional de Catequesis [ed.],
Biblia para la iniciación cristiana 2, Madrid 1977, p.479).
2.4.4. Al igual que en la Carta a los Colosenses, de la que toma incluso algunas expresiones
literarias, la Carta a los Efesios presenta el misterio de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Tanto
en Cristo, como en su cuerpo que es la Iglesia, la humanidad está llamada a superar toda
clase de divisiones sea cual fuere el motivo de las mismas. Más aún, en Cristo y gracias a la
mediación de la Iglesia, todos los hombres están llamados a ser verdaderos hermanos. Una de
las enseñanzas fundamentales de esta Carta es que la Iglesia está llamada a ser un
instrumento de fraternidad universal.
2.4.5. Los bautizados, al ser “revestidos de Cristo” en el momento del bautismo (simbolizado
en la túnica blanca con que eran revestidos), se hacen “hombres nuevos”. Están, en
consecuencia, comprometidos a renovarse constantemente en su mentalidad en un proceso
inacabado e inacabable de muerte y superación del “hombre viejo” con sus secuelas de
pecados, defectos e incluso vicios. El ‘hombre nuevo’ que se sabe llamado a ser “santo”, no
puede contentarse con la mediocridad.
2.4.6. En la Iglesia, comunidad formada por miembros provenientes tanto del judaísmo como
del paganismo, debe realizarse una profunda unidad. Unidad que no es uniformidad, sino
convergencia enriquecedora –por obra del Espíritu- de todos los dones, carismas y gracias con
los que ese mismo Espíritu enriquece a las comunidades.
6. Nota bibliográfica.
. R.Penna, Carta a los Efesios, en P.Rossano y otros (dirs.), Nuevo Diccionario de Teología
bíblica, Ed. Paulinas, Madrid 1990, pp.465-474.
. G.Pérez-L.Rubio, San Pablo. Cartas a los Efesios y Colosenses, Cartas Pastorales, Escrito a
los Hebreos, Ed.Sígueme, Salamanca 1990.
El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo
consuelo que nos consuela y alienta en nuestras dificultades para que nosotros podamos
consolar a los demás en sus sufrimientos, esté con todos vosotros.
Y con tu espíritu.
2. Monición de entrada. Vivimos en una sociedad en la que el pluralismo –en el orden del
pensamiento, de la cultura, de la política, de las costumbres, de los comportamientos sociales,
y muy especialmente en el plano religioso-, presenta al cristianismo en general y a cada
cristiano en particular, una seria y decisiva pregunta: ¿tú quién eres? ¿cuál es tu identidad?
¿tu Iglesia es un simple club (de naturaleza religiosa) o es algo más y de otro orden? ¿quién
es Cristo? ¿qué representa su persona en la historia de las religiones? ¿es el único “salvador”,
o es un salvador más entre otros muchos? ¿por qué la primacía del cristianismo en la
sociedad? ¿tiene una dimensión social o es una cuestión íntima y, en todo caso, ‘de sacristía’?
Los cristianos de hoy, como los del primer siglo, nos sentimos desafiados a “dar razón de
nuestra fe y de nuestra esperanza” (1Pe 3,15); nos sentimos urgidos a dar una respuesta
coherente a todas esas preguntas. Una respuesta que es imposible dar sin la fuerza del
Espíritu Santo.
Oremos, pues, a fin de que ese Espíritu divino refuerce en nuestros corazones la fe en Cristo,
único y definitivo Salvador de los hombres, y nos dé la valentía de confesarlo como tal, delante
de esos hombres nuestros hermanos.
verdadera fraternidad entre todos los hombres. Que tu Iglesia, Señor, viva con gozo su
condición de cuerpo místico de Cristo, y su condición de instrumento tuyo para la construcción
de un mundo fraterno. Por nuestro Señor Jesucristo que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
- ¿mi vida refleja el paso “de las tinieblas del pecado a la luz de Cristo”?
9. Oremos: Acoge en tu bondad, Señor, la oración de tus hijos aquí reunidos: que la luz
y la fuerza de tu Espíritu Santo nos guíe constantemente en el seguimiento de Cristo como
miembros de la Iglesia; que la conciencia de la dignidad de nuestra vocación cristiana nos
impulse a vivir en todo momento y en cada ocasión como verdaderos hijos tuyos; que nuestra
condición de bautizados nos lleve a ofrecer a todos los hombres tu mensaje de reconciliación,
de amor, de paz y de fraternidad universal. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.
10. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.
HEBREOS
1.1. La llamada “Carta a los Hebreos” es un escrito del Nuevo Testamento de importancia
grande y hasta decisiva en el origen del cristianismo, ya que pone de relieve el contraste entre
el Nuevo Testamento y la Antigua Alianza en un punto particularmente significativo y sensible:
el culto y todo lo que con el culto tiene una relación natural y directa: el sacerdocio, el templo,
el altar, el sacrificio, la oración, las oblaciones, la fe, etc.
1.2. Siendo nuestras Hermandades corporaciones nacidas en la Iglesia para la caridad pero
también y muy especialmente para el ejercicio del “culto”, esta Carta puede y debe ayudarnos
a iluminar, a orientar y –hasta donde sea necesario- a rectificar y enderezar los
planteamientos, el desarrollo y las serias consecuencias que se derivan del ejercicio del ‘culto’,
que de forma tan preferencial, frecuente y cuidada celebramos.
2.1.1 Este escrito, que resulta un poco enigmático, ¿es, en su origen, realmente una Carta, un
sermón, una exhortación doctrinal, un tratado destinado a ser leído y comentado en las
comunidades cristianas sobre todo en las que procedían del judaísmo? Es una cuestión
abierta a los estudiosos, aunque la mayor parte de ellos parece descartar que se trate de una
Carta propiamente dicha. Sería más bien un tratado doctrinal.
2.1.2. La fecha de su composición parece estar ligada con la caída del Templo de Jerusalén:
entre los años 70 y 90, ya que, por una parte, el autor parece conocer perfectamente el
esplendor del Templo; y, por otra, parece que escribe cuando el Templo ha sido ya destruido
(el año 70).
2.1.3. En cuanto al autor se puede afirmar, tanto a juicio de las iglesias del Oriente como de las
del Occidente (a partir del siglo cuarto), que esta es una carta ‘paulina’, aunque haya que
tomar esta expresión en un sentido muy amplio: es decir, el apóstol Pablo no es propiamente
su autor inmediato pero existe una sintonía total y perfecta entre los puntos de vista del apóstol
y los de la Carta a los Hebreos. Pablo tiene ciertamente una influencia grande sobre la doctrina
que se enseña esta Carta.
2.2.1. Dentro de las varias posibilidades de estructuración de la Carta a los Hebreos, una que
resulta particularmente útil es distinguir en ella tres partes:
2.3.1. Parece fuera de duda que la Carta va dirigida a cristianos procedentes del judaísmo,
que, como tales, sentían una cierta (y hasta cierto punto justificada) añoranza de la
majestuosidad del Templo y de la suntuosidad de los ritos y ceremonias en que los sacerdotes,
lujosamente revestidos de ornamentos vistosos y solemnes, sacrificaban a Dios cientos y
cientos de animales en medio del estruendo de las trompetas que atronaban los aires. Esos
cristianos, convertidos de la Antigua Alianza, sentían cierto complejo de inferioridad al ver la
‘pobreza de formas’ de sus reuniones litúrgicas. Cuál es el verdadero y agradable culto a Dios:
¿el que tributamos actualmente como cristianos o el que hemos dejado como judíos?
2.3.2. Por otra parte, si se tiene en cuenta que este escrito coincide con los últimos años o
incluso con la caída del Templo de Jerusalén (año 70 después de Cristo), la Carta a los
Hebreos parece tener como uno de sus objetivos centrales mantener viva la esperanza y
levantar la moral sobre todo de cristianos procedentes del judaísmo que tenían casi la certeza
de que la destrucción del Templo estaba ligada de forma inexorable con el fin del mundo.
2.3.3. Otro objetivo es el de contraponer, de forma clara y terminante, las ceremonias y cultos
propios de la Antigua Alianza al nuevo culto inaugurado por Cristo: aquel que en el evangelio
de San Juan viene calificado como culto “en espíritu y en verdad” (Jn 4,21-24). Si Cristo es la
plenitud de las promesas hechas a los antiguos Padres, si es el verdadero y definitivo Salvador
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de los hombres en su persona y con su persona, todo otro culto, y en particular el proveniente
del Antiguo Testamento, tiene necesariamente que ceder y hasta desaparecer ante el Nuevo.
Lo mismo que cuando llega el sol en toda su plenitud, la luz del amanecer pierde todo su
sentido porque ha cumplido su cometido, las instituciones temporales que existían en la
Antigua Alianza –especialmente las de tipo cultual- servían para prefigurar la realidad
presente: Cristo. Lo hacían sólo en imagen; eran una prefiguración parcial e imperfecta de lo
que ahora aparece en toda su novedad y perfección. Una vez hecha presente la realidad en sí,
todo lo que anteriormente la prefiguraba se tiene que eclipsar y hasta desaparecer.
2.4.1. Pone de relieve, ante todo, que la existencia cristiana viene conformada por una actitud
fundamental de fe. La fe es el verdadero y definitivo punto de apoyo de un cristiano, lo mismo
que lo fue para una larga serie de personajes del Antiguo Testamento, y de forma
especialísima para Abrahán, padre y prototipo de todo creyente.
2.4.2. Teniendo como destinatarios fundamentales los cristianos que provenían del judaísmo,
“la Carta a los Hebreos ha logrado superar varias cosas, especialmente la religión externa e
ineficaz, y exige que el culto cristiano sea mucho más personal y comprometido, como el de
Cristo, que, habiendo entregado su vida, nos permite la comunión con Dios” (La Biblia para
jóvenes, Barcelona 1999, p.1570).
2.4.3. En la persona de Cristo se han hecho realidad plena y definitiva todos los intentos de la
Antigua Alianza de relacionarse con Dios mediante el culto y sus múltiples expresiones
externas. En la Alianza inaugurada por Cristo todo se personifica: el templo, el sacerdocio, los
sacrificios, las oblaciones, la misma Oración, la alabanza, la acción de gracias, la propiciación
por los pecados: todo, absolutamente todo, se hace personal. De ahora en adelante se
acabaron los cultos huecos, formales, vacíos, puramente externos. Han perdido todo su
sentido y lo único que cuenta ante Dios es la autenticidad de lo que la persona es y hace.
2.4.4. Particular relieve y significado renovador tiene el concepto que la Carta a los Hebreos
aplica a Jesucristo, como Sumo y Eterno Sacerdote, fiel y misericordioso. Jesús no es
sacerdote en línea y continuación con el sacerdocio del Antiguo Testamento: es sacerdote
según el orden de Melquisedec. Con esta expresión está queriendo significar el autor que se
trata de un sacerdocio “sui géneris”. No solo es superior al sacerdocio de la tribu de Leví, sino
que es de otra naturaleza: completamente novedoso, diferente y, en ese sentido, superior al
sacerdocio anterior. No se habla de un sacerdocio simplemente “superior en calidad”, sino de
un sacerdocio de naturaleza distinta.
2.4.5. Es novedoso, diferente y superior al anterior, porque se reúnen en una única y misma
Persona el templo, el sacerdote, la víctima, el altar: una Persona –Cristo- que es, al mismo
tiempo, “el Hijo enviado recientemente desde el seno del Padre” (1,1-4), y el “hermano
primogénito de una multitud de hermanos con los que comparte la naturaleza humana con
todas sus consecuencias excepto una: el pecado (2,5-18; 4,15). Se acabó por consiguiente la
distinción entre el Templo, el sacerdote, el altar, la víctima. Desde ahora, de una vez para
siempre, Cristo será en su Persona todo eso al mismo tiempo, realizando de forma definitiva la
reconciliación del hombre con Dios. De ahora en adelante para un cristiano, el culto –con todos
los elementos que lleva consigo- no será otra cosa que inserción y participación en la vida y
desde la vida de cada creyente en el Sacerdocio que posee Cristo en virtud de la unción del
Espíritu Santo.
2.4.6. Pero es, además, un sacerdocio que no pasa. Si Dios no se ata a ningún lugar
absolutamente – ni siquiera al Templo (Jn 4,19-24)-, sino que se vincula sólo al corazón del
hombre, su vinculación con Aquel al que ha llamado “mi Hijo amado, el predilecto” (Mt 17,5; Lc
9,35), es de tal naturaleza que sólo en Él puede complacerse plena y definitivamente. Por eso
el sacerdocio de Cristo es único, irrepetible e indefectible. De ahora en adelante resulta claro
que “al Dios vivo y verdadero, no le importan los sacrificios rituales, sino el corazón del
hombre” (Biblia para jóvenes, Barcelona 1999, p.1573).
2.4.7. Acerca de la redención la Carta a los Hebreos pone de relieve dos ideas: Cristo –frente
a los sacrificios que prescribe la ley de Moisés-, ha ofrecido su cuerpo y su sangre, es decir, la
totalidad de su Persona, para la santificación definitiva de todos los hombres. Y, además, lo ha
hecho desde el amor más profundo y con total y plena libertad, para realizar la voluntad
salvífica de Dios. La redención se debe, por tanto, única y exclusivamente a Cristo muerto y
resucitado. Efectivamente, el que “ha atravesado el cielo” (4,14), el que “ha sido encumbrado
sobre el cielo” (7,26), no es un ángel, sino uno de nuestra raza, uno que no se avergüenza de
llamarnos hermanos, uno que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, excepto
en el pecado (cf. 2,11-18; 4,15). En consecuencia, el cristiano, si quiere agradar
verdaderamente a Dios, tiene que seguir las huellas de Cristo, no tanto practicando unos ritos
religiosos, cuanto con una entrega generosa y gratuita a los demás, desde una vivencia
sincera y auténtica de Dios.
* 2,10-18: Jesús, hombre como nosotros para poder ser nuestro Hermano.
4.3. ¿Puede influir en la vida de nuestra Hermandad? ¿cómo? ¿en qué aspectos más
importantes?
4.4. ¿Creemos que podríamos o incluso deberíamos darla a conocer al mayor número
de Hermanos posible? ¿cómo hacerlo?
6. Nota bibliográfica.
. J.Auneau, El sacerdocio en la Biblia, Cuadernos bíblicos 70, Ed.Verbo divino, Estella 1990.
V. CELEBRACIÓN DE LA PALABRA
de una Hermandad. Pero este culto, cuya importancia no es discutible, ha conservado con
frecuencia unas formas –propias del momento cultural en que nacieron las Hermandades- que
tienen el peligro, nada irreal, de oscurecer y dejar en segundo lugar lo verdaderamente nuclear
y central en el culto cristiano: la relación profunda del creyente con Dios y la constante
adecuación de la vida a su Palabra.
Oremos, pues, pidiendo que venga a nosotros el Espíritu Santo, Espíritu de luz y de verdad.
8. Todas nuestras peticiones, nuestras intenciones particulares y los deseos que cada
uno de nosotros lleva en su corazón, las vamos a resumir en la Oración que Jesús enseñó a
sus discípulos: Padre nuestro.
propia existencia. Él fue semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. El, siendo
plenamente fiel a tu designio salvador sobre el hombre, se ofreció a sí mismo, de una vez para
siempre, convirtiéndose en el único, verdadero y definitivo sacrificio agradable a tus ojos. Así
nos enseñó el verdadero camino para agradarte a Ti, que no quieres víctimas ni otras ofrendas
que no sean un corazón sencillo, auténtico, limpio, semejante al de Cristo. Tú que miras y
aprecias lo que llena y brota del corazón del hombre, ayúdanos a darle a nuestros cultos de
Hermandad más profundidad que esplendor, más autenticidad que belleza, más coherencia de
vida que perfección de formas externas. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.
10. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
1.1. Pocos libros, no solo de la Sagrada Escritura sino de la Literatura universal, tienen el
atractivo, la magia, el embrujo, que, a lo largo de los siglos –a partir del siglo II-, ha tenido y
sigue teniendo el Libro del Apocalipsis.
1.2. “La literatura, la pintura, la música, todo el arte en general ha encontrado en este libro una
fuente inagotable de símbolos, de colores, que se han plasmado en obras monumentales.
Pero también el fundamentalismo y las mentes patológicas de personas y grupos se han
tomado este libro tan al pie de la letra que sobre ellos se han construido ideologías perniciosas
y poco positivas, incluso para el cristianismo y para la salvación y redención de este mundo
llevada a cabo por Cristo” (Biblia para jóvenes, Barcelona 1999, p.1604).
1.3. Estamos, pues, no sólo ante el libro con el que se cierra la revelación del Nuevo
Testamento, sino también ante un escrito que merece todo nuestro interés.
2.1.1. Como se sabe, el Apocalipsis es el último Libro aceptado por la Iglesia como “libro
revelado”: con el Apocalipsis quedó cerrada definitivamente la revelación del Nuevo
Testamento. Toda otra revelación posterior no es “oficial” de la Iglesia.
2.1.2. Apocalipsis significa en griego “revelación de algo que estaba oculto”. Se trata, por
consiguiente, de un libro en el que se invita al lector a estar atento para ser capaz de descubrir
lo que Dios quiere decirle a través del desarrollo mismo de la obra.
2.1.3. Es muy importante captar el sentido de la literatura apocalíptica. Entre los siglos IV antes
de Cristo y el II después de Cristo surgió un masivo movimiento (primero entre los judíos y
después entre los cristianos) que describía con rasgos tremendistas (guerras, terremotos,
maremotos, lluvia de fuego, cataclismos) la situación de crisis que se vivía en la humanidad
sobre todo desde el punto de vista religioso. Aparecieron así, en el período señalado,
numerosos Apocalipsis: de Moisés, de Henoch, de Isaías, de Baruc, Oráculos sibilinos, etc.
Esta literatura, que se caracteriza por los rasgos fuertes, dramáticos y hasta espectaculares,
surge, de todas formas, no para asustar con el fin del mundo a los destinatarios a los que iban
dirigidos los libros, sino todo lo contrario: para alimentar y afianzar más y más su esperanza en
Dios en las situaciones difíciles y hasta críticas por las que atravesaban. Por eso es
importante saber leer la literatura apocalíptica. El ‘tremendismo’ de sus rasgos está pensado
para hacer ver que, por encima de cualquier situación límite, está el poder de Dios, la fuerza
de Dios, y sobre todo el amor fiel de Dios que superará toda situación histórica adversa.
* el número siete: siete iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete copas, siete
candeleros, el candelabro de las siete velas, los siete cuernos del dragón...
* las piedras preciosas (jaspe, esmeralda, topacio, ágata, granate, amatista), los
animales (cordero, león, dragón, águila, toro), los vestidos y colores.
2.1.5. A este propósito es absolutamente necesario caer en la cuenta de que “es preciso
comprender el contenido del símbolo desde la situación concreta que el lector (cada uno de
nosotros) está viviendo: de su historia personal, de la comunidad cristiana, de la Iglesia, de los
hombres. Es preciso, por eso, contrastar el símbolo con la historia. De lo contrario, quedará en
pura ficción desencarnada, sin ese poder que encierra para iluminar y orientar nuestra marcha
por el mundo” (La Casa de la Biblia, Biblia, Madrid 1992, p.1872).
2.1.6. La atribución del libro a Juan el Evangelista es un recurso literario –muy usado en la
antigüedad- para darle valor y relieve al libro del que se tratara. “No se trata de una
falsificación ni de un plagio. Es simplemente una relación ideal que el verdadero autor del libro
establece con una personaje célebre del pasado al que admira profundamente y bajo cuya
guía espiritual se pone a escribir” (La Casa de la Biblia, Biblia, Madrid 1992, p.1871). Por eso,
aunque no sea literalmente un escrito del apóstol San Juan, sin embargo, la opinión común de
los exegetas actuales es que se trata de un autor que perteneció a la escuela del autor del
Evangelio y de las Cartas de Juan.
- Una parte profética (Ap 1,4 - 3,22), en la que el ángel del Señor pone en guardia a las
siete Iglesias de Asia, a fin de que reaccionen y vivan de una manera digna y acorde con la
vocación cristiana que les es propia. De tener presente que al hablar de siete Iglesias, se está
refiriendo a la Iglesia universal, dado el simbolismo universalista del número siete.
- Una amplia segunda parte propiamente apocalíptica (4,1 - 22,5), compuesta a su vez
por tres momentos o fases de la historia de la humanidad de cara al futuro:
3ª. En la tercera se describe de una forma triunfal la conclusión de todo con una gran
manifestación final del poder de Dios y de su Cristo, el Cordero degollado y glorificado:
capítulos 21,1 al 22,5.
2.3.1. El Apocalipsis quiere hacer, ante todo, una viva y urgente llamada a las siete Iglesias –
es decir, a la Iglesia universal- a vivir en una comunión mucho más estrecha y coherente con el
Señor, el Cordero, que ha dado generosamente su vida por ella, como todo verdadero esposo
da su vida por la esposa, siendo correspondido por ella. La contemplación de Cristo resucitado
en medio de la Iglesia, tiene que ser una llamada constante y urgente a la conversión: del
hombre viejo y caduco pasar a ser hombres nuevos según el modelo manifestado en Cristo.
2.3.2. Es una llamada, además, hecha a las comunidades o iglesias en sí, más que a sus
responsables propiamente dichos: son las comunidades como tales comunidades, los sujetos
llamados a renovarse, arrepintiéndose de la vida lánguida, tibia, sin amor, que puedan haber
llevado hasta entonces.
2.3.3. Las comunidades deben ser conscientes de que el que está a la puerta llamando a
conversión y a una vida digna de la vocación recibida es el mismo Señor: el Señor que llama
pacientemente, que es sumamente respetuoso con la libertad de las comunidades, que tiene
una gran paciencia frente a la lentitud y hasta la apatía de esas comunidades, las urge a llevar
una vida digna de la vocación cristiana.
2.3.4. La finalidad última del Apocalipsis de Juan es asegurar a los cristianos sometidos a la
persecución de los emperadores romanos de los siglos I y II, que las fuerzas del mal aliadas
contra el Proyecto de Dios en la historia, serán definitivamente vencidas por Cristo, el Señor
muerto y resucitado, que con su fuerza vencerá a esas fuerzas del mal instaurando el Reino de
Dios entre los hombres.
2.4.1. Plantea, en primer lugar, la naturaleza comunitaria de la vocación cristiana: son las
Iglesias, es decir, las comunidades, las que tienen que preocuparse de responder como tales
comunidades a lo que el Señor espera de ellas según la vocación recibida, y a lo que el mundo
espera de ellas como comunidades formalmente cristianas.
2.4.2. Plantea, además, el problema del sentido de la historia. En los primeros años del siglo II,
cuando poco a poco las comunidades cristianas se alejaban de sus orígenes y sobre todo de
Aquel que las había originado dándoles todo su sentido, los cristianos comenzaron a
plantearse, como problema inmediato, la cuestión de su futuro; y, en una perspectiva mucho
más universal, la cuestión del sentido de la historia. ¿Hacia dónde va el mundo? ¿hacia dónde
va la historia? ¿qué puede significar el cristianismo en este mundo y de cara a la historia?
2.4.3. A preguntas tan serias y desafiantes, el autor responde presentando a Cristo muerto y
resucitado -el Cordero degollado que sin embargo está de pie-, como vencedor definitivo del
mal, del pecado y de la muerte. Solamente Dios es el Señor de la historia, y solamente Cristo
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es el verdadero y definitivo Señor de la vida. Los señores de este mundo no son capaces de
otra cosa que de oprimir y engendrar muerte, yendo de esta manera contra el ‘señorío’ de
Cristo autor de la vida, superador de la muerte, creador de un mundo en el que no existan
dolores, lágrimas, luto, muerte.
2.4.4. Solamente Cristo llevará este mundo a su plenitud según el Proyecto de Dios. La historia
tiene profundo sentido, está guiada por el Proyecto que Dios le ha trazado, a pesar de que
ahora la realidad mundana y la misma Iglesia sufra y esté sometida a los avatares de los
enemigos del hombre.
2.4.5. En esta situación límite, la comunidad cristiana tiene que vivir con creciente plenitud la
virtud de la esperanza. Después de la gran tribulación que significa la existencia de un mundo
sometido constantemente a los egoísmos, guerras, opresión de unos hombres sobre otros, la
comunidad cristiana está llamada a vivir definitivamente con Dios en un mundo nuevo.
2.4.7. Más aún, la afirmación de un mundo nuevo en el futuro tiene que comprometer a las
comunidades cristianas como tales y a cada uno de sus miembros, a transformar la historia
concreta, anticipando aquí y ahora con las propias actuaciones, las notas de ese mundo nuevo
en el que se cree y en el que se espera: la fraternidad, la justicia, la ausencia de guerras, de
hambres, de lágrimas, de dolor, de luto, de llanto, de muerte.
2.4.8. En una palabra, el Apocalipsis es “un canto al poder soberano de Dios que conduce los
hilos de la historia, y una manifestación del papel de Cristo en este drama. Es un mensaje de
esperanza a una comunidad atribulada, que debe reconocer el momento en que vive y debe
aprender a interpretarlo adecuadamente” (La casa de la Biblia, Biblia, Madrid 1992, p.1872).
6. Nota bibliográfica.
. E.Schüssler Fiorenza, Apocalipsis. Visión de un mundo justo, Ed.Verbo divino, Estella 1997.
La gracia y la paz del Señor Jesús, el Cordero divino degollado, el Testigo fiel, el que es
Principio y Fin de la creación, el Redentor único y definitivo del hombre, esté con todos
vosotros.
Y con tu espíritu.
como centro y eje de nuestra meditación y oración el libro del Apocalipsis, queremos, ante
todo, dejarnos interpelar seriamente sobre la calidad de nuestras comunidades cristianas y en
particular sobre la calidad cristiana de nuestra Hermandad. Las serias advertencias que
encontramos en este Libro al respecto, nos llevan de forma natural a hacernos algunas
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preguntas importantes: ¿cómo son nuestras Hermandades desde el punto de vista cristiano?
¿son tibias? ¿son muy activas pero carentes de amor profundo y sincero? ¿dan apariencia de
vivientes pero en realidad están como muertas a los ojos de Dios?
Dejemos que la llamada a una sincera conversión y cambio de vida –primera dimensión del
Apocalipsis- así como el mensaje de esperanza que nos ofrece –segunda gran dimensión de
este Libro- penetre en nuestros corazones y nos impulse a una plena coherencia cristiana.
3. Oremos: Dios y Padre nuestro que en tu amor a los hombres manifiestas una
misericordia y una paciencia sin límites, ya que no quieres la muerte del pecador sino que se
convierta y viva: ilumina con la luz de tu Espíritu nuestros corazones para que, viendo la
grandeza de nuestra vocación cristiana, demos pasos de verdadera conversión; y sintiendo la
fuerza de tu amor en nuestros corazones, seamos capaces de luchar contra las fuerzas del
mal, siendo fermento de fraternidad y de paz entre todos los hombres. Te lo pedimos por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
8. Resumamos todas las peticiones hechas y los deseos que cada uno lleva en su
corazón, diciendo con profundidad las palabras que Jesús nos enseñó: Padre nuestro.
9. Oremos: Señor y Dios nuestro, Padre bueno que mediante la palabra de tus
apóstoles y profetas no dejas de llamarnos constantemente a un seguimiento de Cristo,
coherente, generoso y testimonial: danos toda la fuerza que necesitamos para superar la
situación de tibieza en que podemos encontrarnos los miembros de nuestra Hermandad. Que
con tu gracia vivificante, seamos capaces de ir construyendo ya aquí en la tierra, la Jerusalén
nueva que Tú nos prometes: una tierra en la que se enjuguen todas las lágrimas; una tierra en
la que no haya ni muerte, ni pena, ni llanto, ni dolor; una tierra que sea verdadera morada tuya
con los hombres; una tierra en la que todos los hombres seamos verdaderos hermanos y en la
que Tú seas el Padre único y universal. Te lo pedimos por Nuestro Señor Jesucristo que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
10. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.