Dudando de Las Dudas Sobre La Formulaci
Dudando de Las Dudas Sobre La Formulaci
Dudando de Las Dudas Sobre La Formulaci
CIENCIA Y JUSTICIA
El conocimiento experto
en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin autorización escrita de los
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Esta obra estuvo a cargo del Centro de Estudios Constitucionales de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación.
CIENCIA Y JUSTICIA
El conocimiento experto
en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
Primera Sala
Ministra Ana Margarita Ríos-Farjat
Presidenta
Ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá
Ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena
Ministro Jorge Mario Pardo Rebolledo
Ministra Norma Lucía Piña Hernández
Segunda Sala
Ministra Yasmín Esquivel Mossa
Presidenta
Ministro Luis María Aguilar Morales
Ministro José Fernando Franco González Salas
Ministro Javier Laynez Potisek
Ministro Alberto Pérez Dayán
V
VI Ciencia y justicia. El conocimiento experto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
Edgar R. Aguilera*
* Profesor visitante en la Universidad de Girona. Agradezco las agudas y atinadas observaciones de
las profesoras Laura Manrique y Carmen Vázquez y los profesores Diego Dei Vecchi, Jordi Ferrer,
Pablo Navarro, Marco Segatti y Raymundo Gama.
SUMARIO: A. Introducción; B. En defensa de la concepción racionalista de la
prueba jurídica; C. Resistiendo los embates del escepticismo contra los
estándares de prueba: el caso de Dei Vecchi; D. Resistiendo los embates
del escepticismo contra los estándares de prueba: el caso de González Lagier;
E. Los grados de exigencia de los estándares de prueba y su relación con la
operación de descartar escenarios alternativos cada vez más remotos; F. Ejem-
plificando cómo se satisfacen estándares de prueba progresivamente más
exigentes; G. Ejemplificando cuándo no ha sido satisfecho el estándar de
"prueba clara y convincente"; H. ¿Son entonces irrelevantes los demás criterios
de valoración probatoria?; I. Hacia la identificación de algunos escenarios des-
cartables paradigmáticos; J. Reflexión final.
A. Introducción
No considero que sea objeto de una gran polémica afirmar que, al menos
durante las dos últimas décadas, la prueba jurídica ha despertado un
interés notable en distintos círculos académicos y prácticos de nuestro
ámbito cultural. No está claro si ese interés se aproxima, es equivalente o
ha superado (como moda intelectual al menos) al que tradicionalmente
se ha tenido por la interpretación del derecho y por los problemas que
suscita la realización de esta ardua labor hermenéutica. En todo caso, lo
importante, en mi opinión, es que la ausencia de una reflexión seria,
sistemática y profunda sobre la quaestio percibida habitualmente como
menos atractiva, la quaestio facti, es una tendencia que se ha venido revir-
tiendo, sobre todo (aunque no sólo) en el terreno de la filosofía y la teoría
del derecho, en donde se puede hablar del surgimiento y la paulatina
consolidación de una teoría general de la prueba y del razonamiento
probatorio de carácter racionalista que, en buena medida, se configura
como antagonista de la imagen que sobre estos asuntos de modo usual
ofrece la dogmática procesal más tradicional, la cual se disemina (acrítica-
405
406 Ciencia y justicia. El conocimiento experto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
1
Presentada en forma sucinta y en una de sus manifestaciones más plausibles, la concepción per-
suasiva gravita en torno a la idea de que decidir si un hecho está o no probado en el marco del
proceso judicial es una cuestión que fundamentalmente tiene que ver con que el juzgador determine
si el impacto que en su fuero interno tuvo el haber presenciado la práctica de las pruebas respectivas
(o incluso la mera consulta del expediente) alcanzó o no para convencerle íntimamente de la ocu-
rrencia de ese hecho. En suma, la prueba de un hecho (mejor dicho, del enunciado que lo describe
o, más técnicamente aún, de la proposición expresada por dicho enunciado), desde esta perspectiva,
consiste en haber detectado, mediante un ejercicio introspectivo, que se experimenta un estado
mental de convencimiento o que se tiene una actitud doxástica de creencia intensa, respecto de tal
hecho (o respecto de que la proposición que asevera su existencia es verdadera). Se asume que ese
estado mental o que dicha actitud doxástica no pueden más que emerger, de modo natural, en el
interior del juzgador que conoce del asunto o en cualquier otro que lo haga, del contacto con unos
elementos de juicio pertinentes y suficientes para tales efectos; por ello, si desempeñásemos el papel
de juzgar las cuestiones fácticas en una controversia jurídica, monitorear nuestra vida mental y deter-
minar con honestidad si en ésta han tenido lugar estos sucesos psicológicos aunado a su comu-
nicación lingüística es, se piensa, una estrategia indirecta, pero más expedita y eficaz, de establecer
que un hecho ha quedado o no probado (con mayor razón si a este cuadro agregamos la idea en
general compartida de que los resultados a los que conduce el personalísimo y casi místico acto
de inmediación no pueden explicitarse ni descomponerse analíticamente).
2
Véase Accatino (2019, pp. 92-95).
3
En este punto, cabe hacer las siguientes aclaraciones: sostener que la averiguación de la verdad es el
fin prioritario de la actividad probatoria obviamente no significa que sea el único, pues incluso una
revisión superficial de la diversidad de ordenamientos procesales de distintas regiones y tradiciones
jurídicas nos permite constatar que la pretensión de materializar en normas otros intereses u obje-
tivos, en principio, también legítimos, incide, con diversos matices, en la regulación de la estructura
de un proceso judicial. Por su parte, afirmar que la averiguación de la verdad es el fin prioritario de
la actividad probatoria tampoco implica que la verdad se materialice en todo momento, pues las
inferencias que se realizan o los argumentos que se construyen a partir de las pruebas disponibles
son generalmente de índole inductiva. Dicho de otro modo, la verdad no puede alcanzarse siempre
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Por otro lado, gran parte de las cuestiones abiertas gira en torno a la posi-
bilidad de formular, por las vías legislativa o judicial, normas jurídicas
generales que establezcan estándares de prueba (o umbrales de suficien-
cia o de exigencia probatoria) genuinos (u objetivos) para las distintas
fases de los diversos tipos de procedimientos.
debido a que nunca un conjunto de pruebas, por más rico y fiable que sea, permitirá obtener certezas
racionales (no psicológicas o subjetivas) con respecto a hechos que acontecieron en el pasado (en el
caso del derecho, normalmente en el pasado relativamente próximo). Lo anterior nos conduce a
otra asunción de la concepción racionalista, de conformidad con la cual, el razonamiento probatorio
tiene una naturaleza probabilística. Esto, por su parte, no quiere decir que toda conclusión fáctica,
por el solo hecho de resultar de una actividad intelectual probabilística, necesariamente tenga una
baja probabilidad de ser verdadera, ni que debamos mejor, debido a esa supuesta baja probabilidad
uniforme, centrarnos en otros intereses, renunciando así a la averiguación de la verdad. En otras
palabras, el carácter probabilístico del razonamiento probatorio y su complemento, la posibilidad
permanente de que se incurra en errores fácticos, no implican que debamos dejar de lado la reali-
zación de un esfuerzo significativo por disminuir la densidad del halo de incertidumbre en el que,
antes de la consideración y apreciación de las pruebas disponibles, una afirmación empírica jurídi-
camente relevante se encuentra envuelta; esfuerzo que esencialmente consiste en un despliegue
adecuado de dicho razonamiento, aunado a la configuración de un entorno institucional que lo
promueva en lugar de erigirse como un anfitrión hostil.
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Que en realidad correspondería al segundo de los momentos en los que Ferrer divide a la actividad
probatoria, el primero es el correspondiente a la conformación del conjunto de elementos de juicio
(o de pruebas). En este sentido, el momento de la adopción de la decisión sobre los hechos probados
sería el tercero de los momentos o fases. Véase Ferrer (2007, pp. 41-49).
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Algunas de esas razones son morales y tienen que ver, la primera, con la
bien asentada intuición de que sería moralmente reprochable responsabi-
lizar (jurídica o moralmente) a alguien por conductas que no llevó a cabo.
Y la segunda, con la transgresión que sufriría (una faceta o dimensión
de) nuestra autonomía si de manera consistente viéramos minada nuestra
capacidad de predecir, con un grado considerable de confianza, la forma
en que reaccionarán las autoridades jurídicas (los tribunales, por ejemplo)
si incurrimos en determinados supuestos (predicción a cuya realización
fiable debería contribuir la promulgación de normas jurídicas generales
razonablemente claras y su correcta aplicación en sede judicial), con lo
cual se vería importantemente menguada también nuestra habilidad de
planificar nuestras vidas y actividades a corto, mediano y largo plazo.
Es plausible sostener que ambas cosas (responsabilizar por conductas
5
Aunque he hecho mi mejor esfuerzo para evitarlo, siempre queda la posibilidad de que mi recons-
trucción de las posturas que atribuyo a Dei Vecchi y a González Lagier no incorpore el grado de
sutileza y profundidad que caracteriza su pensamiento. Pero aun si no se vieran del todo reflejados
en dicha reconstrucción, sostengo que ésta logra articular una serie de preocupaciones que un escép-
tico respecto de las cuestiones aquí tratadas podría tener, las cuales lanzan un reto importante a
cuyo llamado debe acudir quien sostenga que es posible formular estándares de prueba razonable-
mente objetivos.
Dudando de las dudas sobre la formulación de estándares de prueba jurídicos... 411
La segunda de esta clase de razones normativas tiene que ver con la incon-
gruencia lógica o conceptual en que incurrimos al rechazar la maximiza-
ción de las probabilidades de averiguar la verdad como fin prioritario de
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6
Este imperativo de no incurrir en incongruencias lógicas con las ideas o rasgos más básicos que
pareciera que todos asociamos al derecho, que yo consideraría una razón normativa conceptual para
suscribir la concepción racionalista de la prueba, es planteado también por Dei Vecchi en términos
de una relación conceptual entre las nociones de proceso, prueba y verdad, véase Dei Vecchi (2020,
pp. 30 y ss). La relación conceptual en la que el autor en comento está pensando no tiene que ver
con el tipo de relación conceptual que, por ejemplo, para el caso de las nociones de prueba y verdad,
Ferrer niega. Considero que es correcto que Ferrer rechace este vínculo, ya que, con base en las
limitaciones epistémicas del razonamiento probatorio anteriormente reseñadas, "está probado que p"
no es sinónimo de "es verdad que p" (en efecto, pueden darse los siguientes casos: que se haya
considerado probado un enunciado verdadero, que no se haya considerado probado un enunciado
falso, pero, también, que se haya considerado probado un enunciado falso y que no se haya consi-
derado probado uno verdadero, y que para ciertos enunciados verdaderos o falsos no se cuente no
sólo con pruebas suficientes, sino con ninguna en absoluto); y debido también a que si eventualmente
se mostrase la falsedad de un enunciado considerado probado (por ejemplo, mediante la identifica-
ción de indicios no aportados al proceso oportunamente), ello no iría en contra de la afirmación de
que, en su momento, dicho enunciado fue considerado correctamente como probado. La liga con-
ceptual que Dei Vecchi defiende que existe entre las nociones de proceso, prueba y verdad es, más
bien, una instancia de analiticidad epistémica, de acuerdo con la cual, un enunciado de identidad
(del tipo "a es b") puede ser verdadero por una combinación de consideraciones semánticas y empí-
ricas. Trasladando esta idea al caso de las nociones de proceso, prueba y verdad, la tesis consiste en
que la verdad de los enunciados de identidad que en el marco de alguna concepción articuladora
(como las concepciones racionalista o persuasiva) pueden formularse respecto de estas nociones
(por ejemplo, desde la concepción racionalista, que la prueba es todo elemento de juicio del que,
con el auxilio de otras premisas, pueden extraerse inferencias hasta llegar a la conclusión que asevera
la existencia o no del hecho jurídicamente relevante, etcétera) depende 1) del significado de otros
términos o del contenido de otros conceptos, presupuestos o asunciones que conforman una suerte
de red conceptual y 2) de que el contenido del que se encuentran dotados los nodos más abstractos
o básicos de la red se corresponda con el realmente empleado por los miembros de la práctica jurídica
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a los efectos de equiparse intelectualmente con una forma coherente de comprenderla. El armazón o
red conceptual con cuyos eslabones o componentes más básicos deben ser consecuentes los enun-
ciados de identidad que pueden formularse con respecto a las nociones de proceso, prueba y verdad,
está integrado, entre otras, por la siguientes asunciones: que el derecho es un instrumento o arte-
facto del que se dotan las sociedades para resolver ciertos problemas o satisfacer determinadas
necesidades, que preponderantemente consta de normas prescriptivas generales cuyo consecuente
usualmente contiene la promesa de algún tipo de premio, recompensa o estímulo positivo, o lo más
común, la amenaza de la imposición de alguna sanción o pena, vinculadas ambas clases de efectos
jurídicos a la realización de cierta clase de conducta por parte de cierta clase de sujetos en determi-
nado tipo de circunstancias; que cuando dichas amenazas no surten el efecto de desincentivar las
conductas prohibidas es necesaria una decisión judicial que aplique las consecuencias previamente
establecidas a los hechos del caso; que esa decisión debe justificarse interna y externamente; que los
criterios de justificación externa incluyen la correspondencia de la premisa fáctica con lo realmente
ocurrido, para cuya maximización es necesaria la invocación de las razones apropiadas, es decir, de
razones epistémicas; que la premisa fáctica contiene una clase de acto de habla conocido como
aserción, y que dicha aserción compromete a su emisor con la posesión y expresión de las razones
que justifican creer que es verdadero lo que asevera (nuevamente, razones epistémicas o simple-
mente, pruebas). Pues bien, el significado que los términos proceso (secuencia de fases, pasos y
decisiones para aplicar el derecho a los hechos realmente ocurridos, disputados en una controversia
jurídica), prueba (todo elemento de juicio…) y verdad (como correspondencia entre lo aseverado
y la realidad) típicamente tienen dentro de la concepción racionalista es compatible, coherente o
congruente con los supuestos más básicos de esta visión del derecho a la que parece que todos nos
adherimos. No así los sentidos que estos términos adquieren en algunas versiones de la concepción
persuasiva de la prueba, de conformidad con las cuales el proceso es entendido, por ejemplo, como
una forma de resolver el conflicto entre las partes, en el que lo importante es que estén de acuerdo
con la solución propuesta y no que el juzgador haya realizado una determinación tendencialmente
verdadera de los hechos del caso; las pruebas, como el aderezo retórico de narrativas o historias
elocuentes, y la verdad, exclusivamente como una cuestión de coherencia discursiva.
7
Véanse Laudan (2013, pp. 59-87, 120-134); Cátedra de Cultura Jurídica (2019).
414 Ciencia y justicia. El conocimiento experto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
Y es que nada garantiza que, aunque estén expuestas a las mismas prue-
bas, distintas personas tengan la misma reacción psicológica, como tam-
poco hay garantía alguna de que en la conformación de su convencimiento
no hayan participado (adicionalmente o incluso en sustitución de las prue-
bas) prejuicios en contra de la clase a la que pertenece el acusado o el
demandado, ni de que si no se experimenta dicho estado mental ello no
se deba preponderantemente, por ejemplo, a la simpatía o a cualquier otra
emoción positiva (o combinación de emociones) que el acusado o deman-
dado haya despertado en el juzgador. De hecho, nada impide la posibi-
lidad de que ante pruebas muy semejantes a otras que sí suscitaron su
convencimiento en un caso previo, éstas no tengan ese efecto en el caso
actual (o viceversa). Claro está que es posible que, con base en su expe-
riencia acumulada, los juzgadores desarrollen lo que podríamos deno-
minar patrones de convencimiento, tanto en lo individual como en lo
colectivo, pero eso es un hecho contingente, por lo que nada impide que
esos patrones se modifiquen y, si lo hacen, ello también seguiría siendo
consistente con la aplicación correcta de estos "estándares de prueba".
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Como era de esperarse, Dei Vecchi replica que las cosas no son tan sen-
cillas como aparentemente se pintan en el panorama previo. La comple-
jidad de determinar si alguno de estos estándares ha sido satisfecho en
el caso concreto radica, entre otras cosas, en la vaguedad gradual de la
que se ve afectada su formulación, es decir, en la necesidad que habría de
responder a preguntas tales como ¿qué tan suficientemente fiables han
de ser las pruebas inculpatorias?, suponiendo que satisfacen el grado o
nivel de fiabilidad deseado, ¿qué tan difícil de explicar debe ser la pre-
sencia de las pruebas inculpatorias si el acusado fuera inocente?, ¿cuál es
el nivel de integración coherente que la hipótesis de culpabilidad debe
exhibir?, ¿cuántas predicciones de nuevos datos confirmadas se conside-
rarán suficientes?, ¿cuándo se considerarán suficientemente refutadas las
hipótesis plausibles compatibles con la inocencia del acusado?, etcétera.
Por otro lado, los enunciados probatorios tienen también fuerza descrip-
tiva de la presencia de la índole de razones tenidas en cuenta en la regla
constitutiva respectiva. Si esa regla incorpora razones epistémicas, el enun-
ciado probatorio será descriptivo de la presencia de razones que hacen
más o menos probable que la proposición fáctica respectiva sea verdadera.
En cambio, si la regla constitutiva incluye fundamentalmente razones no
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Por último, aun suponiendo que la regla constitutiva respectiva está articu-
lada en términos epistémicos —con todas las dificultades que ello implica
(insalvables para Dei Vecchi) relativas a la necesidad de que la regla
contenga más y más estándares de suficiencia anidados para cada uno de
los parámetros contemplados—, el juzgador no sólo se limita a constatar
o a percatarse, sin más, por ejemplo, de que las pruebas son fiables, de
que su presencia es muy difícil de explicar si el acusado fuera inocente,
de que la hipótesis integra coherentemente todos los datos, de que han
sido confirmadas sus predicciones, etcétera. Lo que tendría que hacer es,
más bien, determinar, con base en su propia evaluación, juicio o intuición
político-moral de lo que está en juego, de lo importante que es estar en lo
correcto en el contexto de que se trate, de los costos de equivocarse, etcé-
tera, cuándo han sido suficientemente saturadas o satisfechas las condicio-
nes o parámetros epistémicos referidos. Por ello, la fuerza de los enunciados
probatorios incluye un crucial componente evaluativo. Es decir, con
respecto a la suficiencia probatoria, más allá de que ésta se constituye
mediante su emisión, los enunciados probatorios no describen nada; más
bien exhortan (a los miembros de un auditorio indeterminado, idealmente,
a la sociedad en su conjunto, incluidas, claro, las partes de la controver-
sia) a considerar correcta o aceptable la evaluación político-moral sub-
yacente, o a considerar como adecuadamente desahogada, en el contexto
de que se trate, la responsabilidad epistémica del emisor al valorar y juz-
gar como suficientes o no las pruebas disponibles.
Como ya sabemos, por las razones anteriormente reseñadas, Dei Vecchi con-
sidera más apropiado que, al valorar las pruebas respectivas y suponiendo
que está vigente un sistema de libre valoración probatoria, al juzgador se
le permita emplear los parámetros acuñados en las discusiones epistemo-
lógicas generales (como los sugeridos por Haack) y determinar, sin tener
que seguir ninguna norma jurídica, sino recurriendo a su propio sentido
de responsabilidad epistémica, si hay o no razones epistémicas suficientes
para declarar probada la proposición en cuestión (y, por tanto, para poder
aseverar su contenido) en el contexto procesal de que se trate. Como se
mencionó antes, dicho sentido de responsabilidad epistémica le haría
tomar seriamente en cuenta, entre otras cosas, los costos de cometer una
equivocación fáctica (por ejemplo, los costos de condenar a un inocente
y de liberar a un culpable, así como su gravedad comparada) o el grado
de dificultad para probar los hechos contemplados en el supuesto de las
normas sustantivas aplicables al caso concreto; de lo cual dependerá el
menor o mayor nivel de suficiencia que esperará hallar en las pruebas en
las que está sustentada la proposición respectiva.
Una pregunta que en este punto podríamos hacer es ¿si no hay una norma
que establezca el estándar de prueba correspondiente, es decir, si no hay
ninguna regla constitutiva que aplicar, de dónde obtienen su fuerza
constitutiva (de la suficiencia probatoria) los enunciados probatorios
que el juzgador podría emitir basándose sólo en su sentido personal de
la responsabilidad epistémica? Este problema puede resolverse si supo-
nemos que el contenido de la regla constitutiva de cuya existencia y
aplicación depende el surgimiento de la suficiencia probatoria (y la pro-
cedencia de las consecuencias ligadas a ese hecho institucional), es algo
aproximado a lo siguiente: "toda declaración de hechos probados (o toda
emisión de enunciados probatorios) realizada por el juzgador competente,
con base en la aplicación (correcta o incorrecta) de cualquier criterio
(o conjunto de criterios) relativo a la índole de razones que se deben
tener en consideración (y a la suficiencia de aquellas), apoyado o no en el
seguimiento de normas jurídicas generales que le orienten sobre esos
criterios, cuenta como la prueba suficiente de los hechos respectivos (al
422 Ciencia y justicia. El conocimiento experto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
La respuesta que Dei Vecchi probablemente daría es que, para dar con la
piedra filosofal, es decir, para lograr la dichosa objetividad de los están-
dares en la que tanto se insiste, se tendría que eliminar del panorama,
entre otros factores, a la vaguedad gradual de la que podría estar afectada
su formulación; pero como eso es imposible —de lo cual podemos per-
catarnos si nos tomamos en serio el problema de tener que articular,
potencialmente al infinito, más y más estándares para determinar cuándo
serán suficientemente satisfechos los parámetros epistémicos elegidos—,
imposible es también contar con normas generales que establezcan
estándares de prueba objetivos. Eso es sólo una ilusión; quizá muy recon-
fortante para algunos, pero, al fin y al cabo, una esperanza infundada.
El principal problema con esta respuesta tiene que ver con la noción de
objetividad que Dei Vecchi parece atribuir a Laudan y a Ferrer. En mi
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Dei Vecchi podría replicar que sólo esa noción de objetividad es compa-
tible con sostener que los enunciados probatorios tienen únicamente
fuerza descriptiva, y quizá tenga razón. Por ello, en la caracterización de
los enunciados probatorios como teniendo una fuerza mixta, que previa-
mente hicimos tomando en consideración los aportes del autor en comento
(y con lo cual también nos distanciamos del análisis original de Ferrer),
se concedió ya que el tramo descriptivo de dichos enunciados se limita
a la presencia de las razones de la índole especificada por los criterios
empleados por el juzgador, cosa que el propio Dei Vecchi acepta. Y conce-
dimos también las atinadas observaciones de que los enunciados proba-
torios incluyen un crucial componente evaluativo —de acuerdo con el
cual, con respecto a la suficiencia probatoria, dichos enunciados no des-
criben nada, sino que exhortan a considerar como aceptablemente
desahogada la responsabilidad epistémica del juzgador al considerar
424 Ciencia y justicia. El conocimiento experto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
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Condiciones que parecen atenuarse si quien decide las cuestiones fácticas del caso es un jurado
sin la obligación de motivar su veredicto.
Dudando de las dudas sobre la formulación de estándares de prueba jurídicos... 427
9
La cual se obtiene cuando el enlace que une a los hechos probatorios con los hechos por probar
es justo eso, un enlace empírico.
428 Ciencia y justicia. El conocimiento experto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
Pues bien, para González Lagier es posible ordenar las hipótesis en juego
de la mejor a la peor confirmada o justificada. Dicha ordenación (de
nuevo, dentro de un régimen de sana crítica racional) sería el producto
final del conocido como momento de la valoración de las pruebas, y se
Dudando de las dudas sobre la formulación de estándares de prueba jurídicos... 429
Una opción sería entonces decidir que nuestro estándar de prueba exija
la satisfacción de un subconjunto más o menos extenso y aleatorio de
tales criterios (por ejemplo, el conformado por los criterios 3, 4, 6, 8 y
9), y la otra, que exija la satisfacción de un subconjunto de criterios ya
no aleatorios, sino que se pudiesen considerar genuinamente más deter-
minantes, relevantes o exigentes (por ejemplo, el conformado por los cri-
terios 8, 10 y 12, lo cual coincidiría, en buena parte, con los requisitos del
estándar propuesto por Ferrer).
La cuestión es que si esta adición debe hacerse a todas las reglas, se vuelve
casi imposible comparar y ordenar hipótesis en los casos más frecuentes
y ordinarios, pues salvo que la hipótesis mejor confirmada lo fuese por-
que es superior a las demás en todos los rubros, nunca podríamos estar
seguros de que el o los rubros en los que resultó superada por otra y
otras, pese a haberlas vencido en todos los rubros restantes, no es una
condición determinante de su grado comparativamente inferior de con-
firmación. En otras palabras, suponiendo que sólo estamos considerando
dos hipótesis, a y b, la balanza podría inclinarse a favor de a por el hecho de
haber vencido a b en uno solo de los 12 rubros o criterios, pues siguiendo
el razonamiento de González Lagier, continuaría subsistiendo la posibi-
lidad de que ese hecho alcance para compensar la derrota de a en los
rubros restantes. Y puesto que esta posibilidad no puede descartarse, toda
contienda entre hipótesis en la que una no supere al resto en todos los
criterios, permanecerá indeterminada.
Para ensayar una salida del previo atolladero, comenzaré por cuestionar
el presupuesto según el cual no es razonable considerar que la satisfac-
ción, en grados ascendentes, de algún subconjunto de la lista anterior de
criterios de valoración sea determinante de niveles más y más exigentes
de confirmación de una hipótesis. Y es que, incluso en forma intuitiva, un
subconjunto de esos criterios parece ser un buen candidato. Me refiero
al conformado por los criterios aplicables a la hipótesis o hecho por
probar, es decir, a los rubros del 7 al 12.
10
Cuando se habla, por ejemplo, del método de la inducción eliminativa o de la falsación de hipótesis.
Dudando de las dudas sobre la formulación de estándares de prueba jurídicos... 433
11
Véase Pardo (2018, pp. 50-75).
12
Tomados, con leves modificaciones, de Gardiner (2019, pp. 287-318).
434 Ciencia y justicia. El conocimiento experto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
Así, por ejemplo, el estándar PdP estaría ligado a la exigencia de que las
pruebas no sean consistentes con (o que descarten) los escenarios menos
remotos; el estándar PCyC se traduciría en la exigencia de que las prue-
bas no sean consistentes con (o que descarten) los escenarios mediana-
mente distantes (lo cual, de acuerdo con Gardiner, se correspondería con
exigir que se satisfagan las condiciones para atribuir conocimiento a los
individuos, es decir, para afirmar que "S sabe que p"); y el estándar
PMATDR estaría relacionado con la exigencia de que las pruebas no sean
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consistentes con (o que descarten) los escenarios más lejanos. Por tanto,
el estándar de menor exigencia sería satisfecho aun si subsistieran (es decir,
aunque las pruebas fueran consistentes con) múltiples escenarios alter-
nativos, siempre que aquéllos se ubiquen en la zona de escenarios que
deberían descartarse, asociados al estándar siguiente en la escala de exi-
gencia. Lo mismo ocurriría con el estándar PCyC. Y en el caso del estándar
PMATDR, no sería necesario que fuesen descartadas las hipótesis extra-
vagantes a las que antes nos referimos; éstas pueden ser válidamente
ignoradas.
PdP, usualmente una disputa del orden civil, el actor afirma, entre otras
cosas, que él y el demandado celebraron un convenio (por ahora no
importa de qué clase). Algunos de los escenarios más comunes en los
que esta afirmación sería falsa —y cuando digo más comunes, me refiero
a escenarios respecto de los cuales un juez experimentado tendría la
fuerte expectativa de que fueran descartados, idea que será retomada
posteriormente—, serían, por ejemplo, que durante las conversaciones
respectivas el actor haya malinterpretado las reacciones amigables o con-
descendientes del demandado, verbales y no verbales, tomándolas como
la aceptación de una propuesta; que el actor haya confundido al deman-
dado con otra persona, o que el actor quiera simplemente obtener algún
tipo de beneficio indebido haciendo que el demandado cumpla con las
obligaciones de un supuesto contrato. Como se puede intuir, la presen-
tación por parte del actor de un documento en el que conste el conte-
nido del acuerdo y la firma del demandado desahogaría gran parte de la
carga de descartar los escenarios anteriores. Supongamos que lo hace, por
tanto, el estándar PdP parecería satisfecho. Pensemos, sin embargo, que
el acuerdo tiene que ver con cuestiones más delicadas como la guarda y
custodia de un menor. En este contexto, eventos como el que de algún
modo el actor engañara al demandado haciéndolo pensar que firmaba
otra cosa, deberían ser razonablemente descartados. Ello podría lograrse
(y junto con ello, la satisfacción del estándar PCyC) si, por ejemplo, uno
de los asistentes del demandado declarara que en la mañana de la supues-
ta celebración del acuerdo su jefe le expresó su intención de firmarlo
justo antes de partir rumbo a la oficina del actor. Por supuesto que sub-
siste la posibilidad de que el actor haya falsificado la firma, pero para que
eso fuera cierto, de acuerdo con los elementos antes expuestos, tendría
entonces que ser cierto también que no hubo ningún acuerdo en realidad,
que, por tanto, el actor está entrampando al demandado, y que, o bien el
asistente del demandado malinterpretó sus palabras, o el demandado
cambió súbitamente de opinión, o el asistente comete perjurio contra los
intereses de su jefe. Puesto que esa posibilidad es más remota, podría decirse
que su descarte queda fuera del ámbito de cobertura del estándar PCyC.
Por último, supongamos que la celebración del famoso convenio (ya no de
Dudando de las dudas sobre la formulación de estándares de prueba jurídicos... 439
menos no tanto como supone que debería estarlo, dadas las delicadas
cuestiones que están en juego, a lo cual volveremos pronto).
Otra forma de explicar por qué no perderían relevancia los criterios del
1 al 6 de la lista que propone González Lagier sería apelando a la noción
de "peso probatorio", según la cual, un conjunto de pruebas o de elemen-
tos de juicio tiene mayor peso mientras más información relevante con-
tenga, con independencia de cuánto contribuye esa información a inclinar
la balanza a favor de alguna de las hipótesis consideradas, principales o
derivadas, es decir, con independencia de cuánto esa información con-
tribuye a elevar o a disminuir el grado de corroboración de alguna de las
446 Ciencia y justicia. El conocimiento experto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
La idea seria, primero, lograr un consenso con los participantes sobre las
cuestiones fácticas que surgen en distintas clases de controversias jurí-
dicas respecto de las cuales, por lo alto de los costos, o por lo grave de las
consecuencias que prevén que tendría equivocarse, estarían dispuestos a
examinar con mayor cuidado, es decir, dispuestos a situarse más a salvo
del error consistente en aceptar como verdaderas, y que no lo fueran, las
proposiciones contenidas en las afirmaciones que alguna de las partes
realiza. El paso siguiente sería solicitarles que, con base en su amplia
experiencia y teniendo en cuenta su entrenada intuición, formulen los
escenarios más paradigmáticos que las pruebas deberían ser aptas para
descartar. Obviamente la base de escenarios descartables que se pudie-
ra conformar sería siempre revisable o modificable, pues sólo tendría fines
orientativos.
Dudando de las dudas sobre la formulación de estándares de prueba jurídicos... 447
Por supuesto que estas prácticas lesivas de los derechos e intereses de los
acusados (y, yo diría, de la sociedad en su conjunto, pues si este modo
de proceder es sistemático cualquiera podría quedar a su merced) no
son exclusivas de una sola región o sistema de impartición de justicia y,
claro, está también que su frecuencia variará de contexto en contexto.
En este sentido, habrá lugares en los que de modo razonable se pueda
determinar que son menos frecuentes, en los cuales, precisamente por ello,
se constituyen como hipótesis alternativas demasiado lejanas o remotas.
Dicho de otro modo, en estas circunstancias exigir que, para obtener una
condena, las pruebas deban descartar la posible ocurrencia de la totali-
dad de las prácticas referidas podría incluso considerarse algo absurdo,
típico de la visión paranoica de las teorías del complot.
13
Véase The National Registry of Exonerations - Exoneration Registry (umich.edu)
Dudando de las dudas sobre la formulación de estándares de prueba jurídicos... 449
epistémica (Gardiner, 2019, pp. 308-318). De hecho, iría más lejos: sos-
tengo que constituiría una forma masiva y grave de violar la presunción
de inocencia, la cual, interpretada a la luz de las reflexiones que sobre los
estándares de prueba hemos hecho en este trabajo, justamente exige, como
regla de juicio (y, de nuevo, quizá sólo en un contexto en el que estas
prácticas sean sistemáticas), que el juzgador imagine e intente determinar
si quedan o no descartados todos los escenarios plausibles y compatibles
con las pruebas en los que el acusado podría ser inocente, pese a la lec-
tura o interpretación incriminatoria que de esas pruebas propone hacer la
acusación.
J. Reflexión final
Salvo la mejor opinión del lector perseverante que ha llegado hasta aquí,
considero que tampoco ha sido menor lo que hemos podido avanzar en
nuestra discusión en el sentido de haber aportado (o, al menos, eso
espero) mayores elementos para que en las prácticas de motivación de
resoluciones judiciales se termine de transitar de la persecución de estados
mentales subjetivos y del intento de especificar la ruta mental que con-
dujo a su obtención a la necesidad de construir argumentos genuina-
mente justificativos de conclusiones fácticas (en contraste con prácticas
como la de transcribir todo cuanto fue declarado por distintas fuentes o
elaborar listas extensas meramente descriptivas del contenido de los
medios de prueba, seguido de frases como "por lo anterior, se concluye
que…" sin que quede expuesto lo importante, es decir, el conjunto de
inferencias realizadas para llegar a cierto resultado).
14
El sesgo de la visión de túnel consiste básicamente en quedarse anclado en la primera hipótesis
que viene a la mente al intentar explicar ciertos hechos, datos u observaciones, por ejemplo, ciertas
Dudando de las dudas sobre la formulación de estándares de prueba jurídicos... 451
Fuentes
pruebas, como los efectos o consecuencias de otro u otros hechos no observados. Por su parte, el
sesgo de confirmación consiste, como su nombre lo indica, en intentar recabar más elementos o datos
con el exclusivo propósito de confirmar la hipótesis previamente conjeturada (de ahí la estrecha
relación entre ambos sesgos cognitivos), lo cual conduce a evitar la exposición a fuentes que con-
tengan información potencialmente refutatoria de la hipótesis en cuestión, a sobrevalorar los ele-
mentos favorables para ella, así como a infravalorar los datos adversos cuya consideración, por alguna
razón, fue ineludible. Véase Aguilera (2020, pp. 17-44).
452 Ciencia y justicia. El conocimiento experto en la Suprema Corte de Justicia de la Nación
Pardo, M. (2018), "Safety vs. sensitivity: Possible worlds and the law of
evidence", Legal Theory, vol. 24, núm. 1, pp. 50-75.
La formación editorial de esta obra fue elabo-
rada por la Dirección General de la Coordinación
de Compilación y Sistematización de Tesis.
Se utilizaron tipos ITC Berkeley Oldstyle de
8, 9, 10, 11, 12 y 16.5 puntos. Junio de 2021.
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