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¿Cómo podemos ser capaces de saber si un niño@ que comete actos antisociales y
delictivos se está convirtiendo en un delincuente juvenil, o por el contrario solo está
realizando actos de rebeldía que forman parte del desarrollo evolutivo del menor? Para
hacer esta diferencia, utilizamos una serie de criterios como la frecuencia, la intensidad, la
magnitud y la cronicidad.
Esto significa que muchos padres se alteran cuando el hijo rompe una ventana en el colegio
porque se ha enfadado, al niño lo expulsan y en casa habla con sus padres y no lo vuelve a
hacer más → simple acto de rebeldía que corresponde con el desarrollo del joven.
Pero, hay un conjunto de personas que realizan estos actos de forma continua → eso sería
la frecuencia. Intensidad → no es lo mismo romper un grifo del cole que pegarle una paliza
a un compañero y casi matarlo. La cronicidad → si la persona que ha roto o ha pegado lleva
más de seis meses realizando este tipo de conductas delictivas, no es lo mismo que aquel
que ha realizado una sola conducta delictiva. La magnitud → hay ocasiones en que hay
chavales que no solo agreden a otros compañeros de clase, sino que también cometen
otros actos delictivos.
Por lo tanto, es importante la diferencia entre conducta antisocial (concepto amplio que
incluye todas las actividades que contravienen las normas sociales de una cultura dada y
que si las rompes son conductas antisociales) y el acto o conductas delictivas (una
conducta antisocial más).
Para determinar cuáles son los jóvenes que de alguna manera cometen actos
delictivos o antisociales porque están en una etapa como la adolescencia (caracterizada por
prestar poca atención a los padres, hacer cosas a escondidas, risas de otras, consumir
drogas, robos…) en ocasiones, estos sujetos solo la hacen como una forma de llamar la
atención, de rebeldía, pero no son delincuentes en un sentido estricto: lo hacen de una
manera puntual y no causan o no van a causar más problemas. No son personas que estén
o que posean una serie de criterios concretos para poder determinar que se van a convertir
en delincuentes en etapas de la adultez.
Sin embargo, para poder diagnosticar a las personas que sí que son delincuentes,
necesitamos utilizar una serie de criterios que son la frecuencia, la intensidad, la cronicidad
y la magnitud.
Nosotros, si tenemos a una persona que comete actos delictivos o antisociales durante
muchos momentos del día, con mucha frecuencia, además lo que realiza tiene una gran
intensidad como violar o romper cosas del cole o pegar una paliza casi hasta la muerte, y si
hace mucho tiempo que se están produciendo este tipo de conductas delictivas (cronicidad)
y además de cometer una conducta delictiva cometen varias → tenemos una serie de
criterios que nos van a permitir establecer que esa persona necesita atención psicológica
para poder remitir estas conductas y que en el futuro no se convierta en un delincuente
juvenil → realizar una acto de prevención antes de que se consolide la conducta antisocial y
delictiva más frecuente.
Estas conductas pueden darse no aisladas, sino que pueden relacionarse con otras
conductas del entorno del menor en el sentido en el que un menor que comete actos
delictivos o antisociales realiza un conjunto de versatilidad criminal: no solo se dedica a
romper ventanas, sino que también a cometer drogas u otros actos delictivos. Y, va
decreciendo a lo largo del desarrollo porque son personas que se implican al final de la
etapa adolescentes en actividades convencionales: pareja, trabajo, familia… No es a este
tipo de sujetos a los que nos referimos sino a aquellos que con los criterios que hemos
mencionado, son los que de alguna manera ya tienen consolidada la conducta delictiva y
por esta razón, pueden o deben ser tratados por especialistas de salud o de problemas de
conductas que eviten la consolidación en la etapa adulta → prevención.
En casos extremos, hay niños antisociales que son identificados con facilidad sobre todo
porque sus padres los califican de “ingobernables” (incapaces de educarlos). Esto se da por
distintas razones:
1- Los padres no han utilizado estilos parentales adecuados como dar afecto y exigir en los
estudios como en la vida personal que realicen actividades que le puedan servir en el futuro.
Hay padres que son demasiado laxos, no les guían, padres progresistas.
2- Padres autoritarios donde no se da afecto y se le exige mucho → de padres autoritarios,
hijos rebeldes.
Por ejemplo, los casos de conducta antisocial y que son diferentes a los adolescentes que
lo han cometido en situaciones aisladas, son menores que muestran conductas muy graves
y de gran peligrosidad, los padres piensan que el niño está fuera de control y no hay más
recursos → padres tienen estrés, no tienen trabajo fijo, trabajos precarios → afectan a los
niños → bajo nivel académico porque estudiar supone una estructuración de su vida y por
eso buscan la exclusión para tener que evitar ir a clase. Para ellos, la exclusión que es un
castigo positivo es en realidad algo que quieren.
El problema que existe aquí es que entre los padres y los colegios existen un gran “pique”:
los padres culpan al colegio de que su hijo es como es, y los colegios culpan a los padres
porque dicen que el niño ya tiene que venir educado de casa y ellos quieren limitarse a
transmitir conocimientos y no aplicar programas en contra de la delincuencia.
Una vez que ya sabemos que existen un conjunto de jóvenes que se diferencian de
aquellos que cometen actos antisociales que corresponden a la adolescencia y que luego
desaparecen, tenemos que hablar de los estudios longitudinales.
Los estudios longitudinales son unos estudios que se realizan para comprobar la evolución
de jóvenes que nacen en barrios marginales de las ciudades anglosajonas. Consisten en
seguir a los diferentes sujetos que aparecieran en estos sujetos desde los 0 años hasta los
40.
Por eso los resultados de los estudios longitudinales están apareciendo ahora y
comenzaron en los años 60. Resultados → las características que tienen los sujetos que
presentan los sujetos de riesgo tienen peor estado psiquiátrico, mayor conducta delictiva,
desajuste laboral (no tienen formaciones), fracaso escolar, menor participación social, están
más aislados y tienen peor salud física.
Lo que hace que tengan un peor estado psiquiátrico son las drogas y el alcohol. El
consumo de drogas desencadena un conjunto de trastornos psicológicos. Los estudios
longitudinales van saliendo actualmente y de ellos extraemos los diferentes factores de
riesgo que luego sirven para elaborar los diferentes cuestionarios de predicción de la
reincidencia. A mayor factor de riesgo, mayor nivel de reincidencia.
Para saber si una persona es apta o no para salir de prisión, se ve a través de los
cuestionarios de predicción de los criminólogos donde aparecen los diferentes factores de
riesgo. Si la persona tiene muchos factores de riesgo, no es apta para salir.
Otro de los términos que se utilizan desde la psicología criminal es el desorden de conducta
o trastorno disocial dentro del DSM5.
Como psicólogos, especialistas en salud mental, raramente recurrimos a manuales
como el DSM5 o la psiquiatría mundial. Sirven para determinar si las personas tienen o no
un trastorno.
Los psicólogos lo que hacen es basarse en libros de psicopatología para realizar los
diagnósticos que se requieren en los informes y que se defienden en los juzgados. Por lo
tanto, estos informes forales tienen información sobre la conducta del sujeto y hay que
relacionarlos con la imputabilidad y con la inimputabilidad para poder saber hasta qué punto
es cierto que el sujeto cometió el delito bajo el influjo de algún tipo de problema psiquiátrico,
droga, o cualquier otra cosa. Sin embargo, el desorden de conducta es el que los psicólogos
utilizan con más frecuencia para referirse al trastorno antisocial del DSM5.
Por lo tanto, se tratan de comportamientos agresivos que causan daños físicos sobre las
personas o animales, incorpora comportamientos fraudulentos o robos y violaciones graves
de las normas. Eso es lo que hace el trastorno disocial de la personalidad.
Con respecto a los factores familiares que hemos obtenido en los estudios
longitudinales, es que hay psicopatología en la actuación de los padres sobre todo porque
han estado en prisión, beben o/y se drogan → son un mal ejemplo para los jóvenes. Los
padres modelan en el niño comportamientos concretos que van a reproducir de mayores.
También hay relaciones conflictivas entre padres e hijos o entre padre y madre, y
son las variables que mejor predicen la delincuencia en los cuestionarios de predicción de
cara a averiguar la reincidencia o la evaluación de riesgo de los delincuentes juveniles. Las
relaciones entre los padres también afectan, porque si los padres se llevan mal, los niños
entienden que llevarse mal con tu pareja es algo normal.
Los criminólogos, para hablar de delincuencia juvenil prefieren utilizar otras etiquetas
menos estigmatizadoras y que al fin y al cabo permiten establecer cuáles son las causas o
factores de riesgo que son propulsores de la conducta delictiva. Existe una serie de criterios
que cumplen las personas que se denominan o poseen la etiqueta de “trastorno disocial.
Vimos anteriormente que aquellos sujetos que durante 6 meses habían tenido una serie de
criterios dentro de esta categoría diagnostica y se referían a criterios relacionados con
agresividad, romper objetos, violencia contra las personas…Si cumplían tres de los criterios
de este trastorno, decíamos que tenían un trastorno disocial de la personalidad. Cuando
hablamos del trastorno antisocial e la personalidad, estamos hablando de e lo mismo: un
trastorno mental que parece recogido tanto en el DSM V como en el ICD 11.
El DSM V lo realiza la Asociación Americana de Psiquiatría y Psicología y el ICD 11 lo
organiza la OMS. Difieren en muy poco a la hora de establecer los criterios. Los
criminólogos no suelen usar estos manuales porque no consideran que los menores
infractores tengan un trastorno psiquiátrico, porque sería decir que están enfermos y
además este tipo de trastorno antisocial o disocial son como cajones de sastre donde se
incluyen todo tipo de conductas antisociales, agresivas…y servirán para todo el conjunto de
agresores que existen, da igual el tipo de delincuencia. Por eso, en el caso del trastorno
antisocial de la personalidad, no es más la continuación del trastorno disocial solo que la
persona ha cumplido 18 años. Entonces, este tipo de etiquetas ya no se les pone a aquellos
chavales que están dentro del rango de lo que denominad “la ley penal del menor” que es
de los 14 a los 18 años. Sino que este tipo de etiqueta “trastorno antisocial de la
personalidad”, se pone a aquellas personas mayores de 18 años y que delante de un juez
un psiquiatra, por ejemplo, tendría que explicar que tipo de trastorno tienen esta persona y
como son médicos, ellos sí que dirían trastorno antisocial de la personalidad. Pero, los
criminólogos, psicólogos, intentan utilizar una serie de cuestionarios que van a definir
además de determinados comportamientos que aparecen en los diferentes criterios que
recoge este trastorno antisocial de la personalidad, otros que conformas también su
personalidad. Estos criterios, en su gran mayoría hacen referencia a conductas concretas y
no reflejan ningún tipo de rasgo de personalidad que permitiera identificar a los diferentes
agresores como por ejemplo la empatía. Es por lo que estos trastornos que aparecen en
estos manuales no suelen ser utilizados por los criminólogos.
Al igual que para el trastorno disocial se precisaban para su diagnostico una cronicidad de
seis meses desde que se ve a la persona hasta seis meses anteriores (que la persona lleva
seis meses realizando ese tipo de conductas), en el caso del trastorno antisocial de la
personalidad no aparece de buenas a primeras, sino que este sujeto ha tenido previamente
un trastorno disocial de la personalidad y cuando cumple 18 años se convierte en un sujeto
que padece un trastorno antisocial de la personalidad. Este es otro motivo por el que los
criminólogos no les gustan estos términos.
El en caso del trastorno antisocial de la personalidad también de tiene que cumplir tres de
los criterios que se recogen dentro el manual DSM V y haberse producido dese hace seis
meses desde que se observa a la persona.
A los criminólogos lo que les interesa es utilizar otro tipo de etiquetas. Por lo que en
vez de llamar trastorno antisocial/disocial de la personalidad, los llaman trastorno conducta.
El trastorno de conducta y su relación con la delincuencia se centran ambos en la
categoría general de conducta antisocial pero no son lo mismo: El primero es una categoría
psiquiátrica aplicada a menores de 18 años, el segundo una designación legal basada
normalmente en el contacto oficial con los Juzgados de Menores. Se es delincuente juvenil
porque se es de alguna forma un infractor. Aunque poseer un trastorno disocial y ser un
delincuente pudiera ser lo mismo, no necesariamente coinciden en todo. Esta categoría de
trastorno de conducta o disocial se ha usado para diagnosticar la conducta de un trastorno
antisocial y delictiva de los niños y adolescentes. Pero es mas apropiada para etiquetar a
los menores que están en conflicto con la ley, utilizar otro tipo de términos menos
estigmatizadores como “menores en conflicto con la ley”, “menores infractores” … porque es
el término más usad, y aunque siga siendo un término jurídico, estigmatiza menos que el de
“delincuente juvenil”.
3.749 presos menos en las cárceles españolas en el año de la pandemia
• En febrero de 2020, las cárceles españolas albergaban un total de 58.901 presos
• Un año después hay 55.152, con lo que la población penitenciaria ha disminuido un
6%.
• Ha habido menos juicios, un 78% menos de delincuencia y se adelantó la libertad
condicional por métodos telemáticos
• 1ª delito el del patrimonio
• 2ª contra la salud pública
• 3 contra la violencia de género