Juan Carlos Franco - Primera Parábola LIBRETO de TRABAJO 2
Juan Carlos Franco - Primera Parábola LIBRETO de TRABAJO 2
Juan Carlos Franco - Primera Parábola LIBRETO de TRABAJO 2
parábola
escrita por
JUAN CARLOS FRANCO
Libreto de trabajo
Diciembre, 2021
MAYA
JORGE, su esposo
FRANCISCO, su amante
2
Un día
Durante un rato muy largo, Maya y Jorge terminan de cenar, comparten algunas
impresiones irrelevantes sobre la comida y recogen las cosas de la mesa en medio de
un silencio pesado. Ella parece tranquila; esconde cierta tristeza. Él, aunque lo trate
de controlar, está ansioso, incluso enojado. Toman vino.
JORGE: ¿Cómo?
JORGE: No sé.
JORGE: He dicho muchas cosas. A veces las repito. A veces funcionan, a veces
no.
Silencio.
Silencio.
MAYA: (Con toda la inocencia, mirándolo.) No puedo creer que seas mi espo-
so.
JORGE: Vi algo recién en las noticias. Una madre está… No, la historia no em-
pieza ahí. Un niño. Su hijo. Vivían en una colonia pobre. Llegó él un día
diciendo que le dolía todo, que lo había violado, por favor, mamá, ayú-
dame, me violaron. La mamá lo llevó al seguro y lo tuvieron horas ahí
esperando. Cuando lo atendieron, después de horas, la radiografía que
3
les hizo quiensabequién decía que tenía un pulmón perforado, por eso
le costaba trabajo respirar y le dolía tanto el… Después llegó una doc-
tora, pero la radiografía se había perdido o algo. Decía que era obvio
que tenía covid.
Silencio.
MAYA: No sé.
Silencio.
MAYA: ¿Todavía?
Silencio.
Silencio.
4
JORGE: Rara vez. Te da miedo. A veces lo haces llorando. Alguna vez, muy
rara, hemos disfrutado.
JORGE: (Exasperado.) ¡Ya! ¡Ya, suficiente, Maya! No me puedes decir esas co-
sas si estoy cuidándote. Llevo así contigo por no sé cuánto tiempo y un
día nada más—
MAYA: No es mi culpa.
JORGE: No sé.
Silencio. Ella, sentada sobre la cama, recibe una caricia de Jorge. Jorge se ríe.
Silencio.
5
JORGE: Valía la pena preguntar.
Después de un largo silencio, ella se va a la cama. Se acuesta con ropa. Por un rato
más, Jorge recoge los platos, trabaja sobre la mesa del comedor. Ella, primero quieta
en la cama, después revolviéndose, empieza a llorar. De pronto,
oscuro.
6
Otro día
Luz. Maya con los ojos abiertos. A lo lejos, en la cocina, el sonido de alguien coci-
nando con la televisión prendida. Hay un atuendo desplegado sobre la cama: una
falda, una blusa, ropa interior; los zapatos descansan sobre el piso en perfecta sime-
tría con la ropa. Hay post-its sobre distintos objetos, en particular sobre las fotos.
Maya se da cuenta, lentamente, que está en un lugar que no reconoce, que sus manos
no son las que recordaba, que el lugar está lleno de post-its, que en el espejo no es
ella. Un shock enorme.
No, sí es ella: está vieja. ¿Cómo pasó esto? No entiende. ¿Es una broma? Trata de
repasar las horas anteriores: nada. Las semanas anteriores: nada. Los años: nada.
Mira una foto de Jorge con ella, abrazados, en su boda. Eso es demasiado, no puede
ser que… Se le cae un objeto.
En el comedor, la televisión está prendida. Jorge, vestido con traje, la mira cuando
entra Maya.
Se queda de pie.
7
Acá está el álbum que hemos hecho juntos. Soy Jorge, tu esposo. Como
viste allá arriba. Acá puedes recordar muchas cosas.
Se queda quieta. Jorge va frente a ella. En él, una mezcla de ternura y aburrimiento.
Tienes amnesia.
MAYA: ¿Qué?
JORGE: Déjame explicarte. Termino y me haces las preguntas que quieras. Mu-
chas respuestas, por cierto, están en el álbum. Bien.
Silencio. La mira.
Nadie ha sabido decir exactamente qué es, pero parece ser una forma
rara de amnesias retrógrada y anterógrada, así se llaman. Tu cerebro no
puede fijar nuevos recuerdos y durante el sueño todo se va. No re-
cuerdas nada al día siguiente. Al parecer lo último que recuerdas son
algunas cosas de 1995, 1996. Es—
JORGE: ¿Cómo?
8
Aún impactada,
JORGE: Tu esposo.
Jorge ríe.
Las indicaciones están por toda la casa. El tablero te dice todo lo que
toca hoy, ya está actualizado. Hay comida en el refri, junto al teléfono
están los contactos de emergencia, incluyendo el mío. Tienes un celu-
lar, un telefonito inalámbrico que puedes llevar a todos lados. Tiene
una computadora adentro. A veces te entretiene. Trata de no salir,
porque te confundes. Cuando regrese podemos platicar si tienes ganas
de salir a algún lado. Es un día especial.
Silencio. Suena el celular. Largo tiempo. Maya, después de tratar de entender cómo,
contesta.
MAYA: ¿Bueno?
¿Qué?
No sé quién eres.
Pero cómo—
9
Esto es una broma, ¿verdad?
No está.
Sigue hacia el otro lado de la cama. Encuentra algo, lo saca. Un diario. Maya lo sos-
tiene en las manos. Frente a ella, Carolina.
Silencio.
¿Qué me pasó?
CAROLINA: Bueno. Tu esposo debe saber, sí. Pero no confío en él. Tú tampoco
deberías.
Silencio.
CAROLINA: Ambas.
CAROLINA: No vale la pena contar todo eso. En cierto modo te envidio: todos los
días empiezas de cero, no hay carga extra en ti.
10
Silencio. Carolina sonríe.
CAROLINA: No lo sé, nunca lo he leído. Acordamos desde las primeras veces que es
mejor que nadie lo lea, ni siquiera yo. Pero hay cosas que te tranquili-
zan, que te dan información y te hacen sentir en paz. Así es la mayoría
de los días.
Maya solloza.
Silencio.
11
Silencio. Un ademán de Carolina para que Maya siga contando.
CAROLINA: Tú me lo dijiste.
Silencio.
CAROLINA: ¿Así?
MAYA: Desconfiada.
CAROLINA: A veces recuerdas que somos amigas. Todo es más fácil esos—
MAYA: ¿Amigas?
12
MAYA: ¿Cuáles?
Un gesto de hartazgo.
CAROLINA: Es tu memoria.
MAYA: Ya lo sé.
Silencio.
¿Y te quiero?
CAROLINA: ¿Perdón?
Silencio.
¿Estás bien?
13
CAROLINA: Te pasa seguido. Respira. Toma agua. (Le acerca el vaso.) Vamos tran-
quilamente. Cuéntame cómo amaneciste hoy. Cómo fue el momento
de darte cuenta hoy, quiero decir.
CAROLINA: Eso mismo pasa casi todos los días, Maya. No te preocupes.
Maya esconde el diario debajo del sofá en donde está sentada. Silencio.
MAYA: Nada. Leer. Escribir un poco. Miré por la ventana. Qué cambiado está
todo.
JORGE: Siempre te gustó la cosa del arte. Recuerdo que antes del accidente te
gustaba mucho pintar y escribir y… En realidad cualquier cosa que fue-
ra una expresión de lo que traes adentro. Así decías.
14
JORGE: Nuestro aniversario.
MAYA: Nada.
MAYA: ¿Siempre?
MAYA: No.
JORGE: En el tablero dice que cuando veas la tele no pongas las noticias. De
preferencia. Es que hay cosas allá afuera…
JORGE: Tampoco es tan terrible. Pero resulta que para alguien que no tiene
más memoria que—
15
Silencio.
Entonces. ¿Vinito?
JORGE: Otras veces, cuando he respondido esa pregunta, te has puesto muy
mal. No es mi deber decidir si lo sabes o no, pero tienes que tomar en
cuenta que ha sido muy difícil para ti. También para mí. Es difícil verte
triste todo el día.
Silencio.
MAYA: Sí.
JORGE: Éramos tú y yo. Nos queríamos, Maya. Como ahora, pero sin todas las
complicaciones. Yo ya tenía sospechas de que tú estabas viendo a al-
guien más, pero no tenía forma de comprobarlo, ni ganas. Confiaba en
ti, y esa confianza la he ido ganando de nuevo. Ahora es más fácil.
Silencio.
16
Silencio.
¿Eran felices dentro de ese coche? ¿A dónde iban? ¿Por qué te veías
con él? ¿Qué tan infeliz te hice que…?
Silencio.
Silencio.
oscuro.
17
Otro día
Maya sonríe.
CAROLINA: Quizás sería mejor que pensaras que la memoria nunca va a volver al
cien por ciento. Sé que es difícil, y sé que lo que te estoy diciendo es
difícil de asimilar. Te he pedido varias veces que lo anotes en la libreta,
y al parecer…
Silencio.
MAYA: ¿Mío?
18
CAROLINA: Francisco.
MAYA: No me suena.
CAROLINA: ¿Pancho?
FRANCISCO: Hola.
FRANCISCO: Francisco, por favor. (Sonríe, nervioso.) Hacía mucho que no me de-
cían así.
FRANCISCO: ¿Quién?
MAYA: La que te contactó conmigo. Sabe más de nosotros que nadie, aparen-
temente.
Silencio.
Te contó de…
19
MAYA: No pasa nada. Estoy acostumbrada, creo. ¿Un café?
Francisco ríe.
MAYA: No se siente mía. No la recuerdo. Mira. ( los post-its) Tengo que re-
cordar qué es todo y dónde está. No sé cómo funcionan las nuevas
tecnologías y las cosas… ¿digitales?
FRANCISCO: ¿Y cómo sabes que no hay días que todo está bien?
MAYA: ¿Perdón?
Silencio.
MAYA: No.
20
FRANCISCO: Claro. No pensé. Perdón, no pensé que—
MAYA: No te preocupes.
FRANCISCO: Qué tristeza. (Se arrepiente.) No, me refiero a que siempre comparti-
mos eso. Cuánto han cambiado las cosas.
Suspiro.
Silencio.
Ríen.
Silencio incómodo.
FRANCISCO: Por él terminé así. En el ejército. Toda esta historia la supiste bien tú.
MAYA: No la recuerdo.
FRANCISCO: Lo sé. Yo tampoco, casi. Parece tan lejos. Éramos unos niños. Cómo
ha—
21
MAYA: Cómo ha pasado el tiempo. Sí.
FRANCISCO: Exacto.
Sonríen.
FRANCISCO: Historia del arte. Qué elegante, carajo. Estaba muy orgulloso, y tú de
mí, también. Sabías que mi familia era humilde, y habíamos hecho todo
juntos para que me dieran una beca, y lo logramos. Me sentía muy feliz,
como nunca antes. Nos veíamos diario, teníamos una o dos clases jun-
tos. Yo me sentía fuera de lugar en esa universidad enorme, tan fresa,
pero tú…
Silencio.
22
Silencio.
Hablo por mí, pues. (Ríe.) Como a nadie, te quise. Pero eso ya es agua
pasada, como dicen, ¿verdad?
MAYA: Sí.
Silencio.
FRANCISCO: 1989, nos conocimos, creo. Más o menos. Y en 1994, 95. Ahí nos deja-
mos de ver.
FRANCISCO: O seis.
MAYA: Sí.
MAYA: Y amnésica.
FRANCISCO: Y hermosa.
Se miran. Hay una especie de advertencia en sus ojos. Mantienen ese silencio hasta
el
oscuro.
23
Otro día
Maya está sentada en la orilla de la cama. Jorge, con saco y corbata y con el álbum
en las manos, parado frente a ella.
JORGE: Aquí dice que puedes bajar cuando quieras, que ahí estoy yo para ex-
plicarte. ¿Por qué te quedas acá?
MAYA: No te conozco.
JORGE: Sientes que no me conoces, pero acá hay varias pruebas de—
MAYA: No entiendo qué estás tratando de hacer, pero más vale que te alejes—
JORGE: Maya, viviste en una casa muy grande en la calle de Rosas hasta que la
crisis dejó pobre a tu familia, el primer concierto al que fuiste fue de
Locomía, y algún día te gustaría vivir en ese cuadro de John Constable,
el más famoso. (Pausa.) Ahí están: tres cosas que sólo tú sabes.
Silencio.
Maya, impactada.
Me tengo que ir a trabajar. Lee. Lee todo lo que está en las paredes y
en el álbum. Ahí está la respuesta para cualquier cosa que— En la co-
cina está el tablero con las indicaciones para el día. No te quedes ahí
todo el día. Báñate, relájate. Vuelvo como a las cinco.
Sonríe. Se va.
MAYA: ¿Bueno?
24
CAROLINA: Maya. Escúchame. Ahora puede parecer que no me conoces, pero—
MAYA: ¿Qué?
CAROLINA: Sí, pero ahorita no sabes quién es nadie. (Pausa.) Escúchame. Te estoy
ayudando. Estás escribiendo un diario donde todo esto que te digo te
lo explicas tú misma. Estás haciendo muchos avances, sólo necesitas
seguir—
CAROLINA: Lo escondes todas las noches para que no lo vea Jorge. Ya se fue, ¿ver-
dad? Está en su cuarto. ¿Dónde estás?
No está.
MAYA: No.
25
MAYA: ¿Qué haces aquí?
MAYA: ¿A qué?
MAYA: No.
MAYA: ¿Pancho?
CAROLINA: Él mismo.
MAYA: Lo recuerdo.
CAROLINA: Fue hace unos días que lo viste de nuevo. Te está ayudando.
MAYA: ¿A qué?
CAROLINA: Nadie sabe qué te pasó a ciencia cierta, excepto uno o varios golpes en
la cabeza, y eso me llamó la atención. He estado investigando con la
26
ayuda de una fundación que lucha por la defensa de los derechos de la
mujer y contra el feminicidio y—
MAYA: ¿Perdón?
CAROLINA: He encontrado cosas muy interesantes, pero aún estoy reuniendo las
piezas. Es un rompecabezas, en todos sentidos.
CAROLINA: Así son todos los casos en México, por cierto. Pero el tuyo… O sea, tu
condición lo que hace es complicar las cosas. Eso lo vuelve más intere-
sante, pero también más desesperante.
Silencio.
MAYA: No sé.
Silencio.
Lo piensa.
CAROLINA: ¿Cómo?
27
CAROLINA: (Incrédula.) ¿De verdad?
Silencio largo.
CAROLINA: ¿Qué?
Mucho. Todo lo hago para él. Ahora sí que doy la vida por él.
FRANCISCO: Nunca.
FRANCISCO: Solo. Y soy feliz, creo. Estoy bien solo. Me hubiera gustado, pero no sé
si hubiera disfrutado tener hijos. Creo que ya es tarde. Bueno, nunca es
tarde, pero no sé. Es un problema tener hijos aquí. Peligroso, a veces.
Es demasiada responsabilidad. Mis papás no se veían muy felices de
estar criando a alguien, y yo tampoco fui muy agradecido.
28
FRANCISCO: No lo soy.
Silencio.
MAYA: Claro.
MAYA: Tú no sabes lo que dices. ¿Estar encerrada todo el día aquí, como si no
pasara nada más importante afuera, como si no hubiera otra cosa que
proteger mi cabecita de lo que le pueda pasar?
Ríen.
MAYA: A ti sí te recuerdo.
FRANCISCO: Es cierto.
MAYA: Era muy feliz cuando estaba contigo. Me acuerdo de un parque. ¿Cerca
de la escuela?
MAYA: ¿Qué?
29
MAYA: En la prepa, sí.
MAYA: Claro.
FRANCISCO: Sí.
Silencio.
MAYA: (Riendo.) Sí se siente. Se sentía. (Pausa.) ¿De eso nunca te has olvida-
do?
FRANCISCO: «Se siente raro. Nunca había sentido esta… libertad.» Piensa que éra-
mos dos adolescentes después de haber tenido relaciones en un par-
que. Tú sonreías mientras lo decías. «Así se siente. Ya quiero crecer, ya
quiero la universidad. ¿Vas a ir conmigo?», y te dije que yo no podía pa-
garlo. Te quedaste callada mucho tiempo.
Jorge carga con comida china para llevar y la deja sobre la mesa. No puede verlos.
Silencio. Se miran.
30
JORGE: ¡La cena ya casi está lista! ¡Vente por un vinito mientras!
MAYA: No.
Silencio.
¿Por qué me trajiste acá? ¿Por qué me trajiste de los muertos? ¿Sólo
porque estabas aburrida y te pusiste a buscar viejos amigos en Face-
book?
Silencio. Se confunde.
31
JORGE: ¡Deprimida! ¡Lo que me—!
MAYA: ¿Qué?
MAYA: ¿Perdón?
JORGE: Cierto.
32
MAYA: Preferiría—
Silencio.
MAYA: Ya cállate.
Me ensucié, Maya. Me ensucié junto con todos ellos. Les lavé todo el
dinero que venía quién sabe de dónde, pero me ensucié yo. Cuando ya
no quise hacerlo, se pusieron difíciles las cosas. Me amenazaron. Seguí
trabajando, haciendo lo que me pedían, y la verdad es que vivíamos
muy bien. No lo recuerdas, pero ésta no era nuestra casa. Vivíamos en
otro lado, vivíamos con lujos, como te gusta. Gustaba, no sé. Estabas
feliz, nunca te había visto así. Decías que te daba mucho gusto que me
fuera tan bien en el trabajo, que estabas orgullosa de mí, pero lo que
más disfrutabas eran los lujos, era evidente. Y un día todo creció dema-
siado, como pasa siempre aquí. Me pidieron que pusiera mi nombre en
documentos que… Iba a ser mucho dinero, Maya, pero yo no podía. Ya
no podía seguir ahí, era muy peligroso. Y me volvieron a amenazar, a
mí y a mi familia. Tú eres mi familia. Y vinieron por ti.
MAYA: ¿Quiénes?
Tuviste varios golpes y nadie se enteró. La casa era tan grande que…
Los golpes de la cabeza y la cara fueron tantos que no era fácil recono-
33
certe. Hinchada, yo nunca había visto nada así. Estuviste a punto de
morir, pero… Quizás hubiera sido lo mejor.
Silencio.
Silencio.
Oscuro.
34
Otro día
Maya sentada sobre la cama, en pijama. Pone play en el estéreo: se escucha «Mío»,
de Paulina Rubio. Empieza a llorar desconsoladamente.
Jorge entra, de pronto. Ella no se da cuenta, pero él la mira unos segundos: sorpren-
dido, curioso, desesperado, casi enojado. No dice nada. Se va.
Oscuro.
35
Otro día
Silencio.
¿Cuál es su nombre?
FRANCISCO: Estoy seguro que puede hacerme preguntas más interesantes que ésas.
CAROLINA: Aquí quien decide qué pregunta es interesante soy yo, no usted.
FRANCISCO: En la prepa.
36
CAROLINA: ¿Cómo fue su relación?
FRANCISCO: Idílica.
FRANCISCO: Yo era pobre, y además entré al Colegio Militar. Ellos no querían eso.
Ahora lo pienso y la verdad es que tampoco tenía mucho sentido, pero
en ese punto se volvió muy difícil para mí.
FRANCISCO: Ahm.
FRANCISCO: Yo no escogí… ¿Sabe qué? Sí, fui un terrible primer amor, yo.
FRANCISCO: No.
CAROLINA: ¿Por qué no? ¿Cuáles son tus intenciones con ella?
37
FRANCISCO: ¿De qué me sirve a mí? Porque me queda claro que puedo ser una dis-
tracción para ella. Hasta podemos soñar con que nuestros recuerdos le
ayuden a curar la amnesia o lo que sea. ¿Pero y yo?
FRANCISCO: Pensé que estaba hablando con una periodista, no con una pinche doc-
tora corazón.
Silencio.
FRANCISCO: Por supuesto que no. Sólo hago mi trabajo. Los delincuentes a veces
caen—
FRANCISCO: Es interesante su analogía. Entre los perros hay razas y entre la gente
hay niveles.
Silencio.
38
FRANCISCO: Mire, no puedo hacer nada más que apoyarla como un amigo de anta-
ño. Está casada, y quiero pensar que su marido la ayuda con su enfer-
medad, así que…
Silencio.
CAROLINA: Por cierto, hace poco me enteré que se escapó el jefe del cártel del
noreste. ¿Sabe algo de su paradero?
CAROLINA: Pero General, es que se habla de lealtades entre el ejército y los cárte-
les, que le ayudaron a escapar…
FRANCISCO: No, para nada. Sabemos que esas organizaciones manejan grandes can-
tidades de dinero y las traiciones son—
FRANCISCO: Entre los civiles y los criminales, sí. Lo dije alguna vez. Hizo su tarea.
FRANCISCO: Pero lo he pensado mejor y sí, estamos atrapados, pero no así. (Lo
piensa.) Estamos entre las víctimas y los victimarios. Ahí, en medio. Un
limbo.
Silencio.
CAROLINA: Hay reportes de que la ciudad se está poniendo caliente y que eso—
39
FRANCISCO: Pero es mamá, ¿no? Usted.
CAROLINA: Son conocidos los vínculos que hay entre usted y El Freddy.
CAROLINA: Tiene varias propiedades en todo el país que han sido vinculadas
con—
Silencio.
FRANCISCO: Wow.
CAROLINA: Responda.
FRANCISCO: De lo que sea dentro de las posibilidades. Lo que está entre mis manos.
La mira, sonriendo.
¿Mataría?
40
CAROLINA: ¿Recuerda su infancia?
FRANCISCO: No.
CAROLINA: ¿Todos los documentos liberados por distintos medios sobre su colu-
sión con—?
CAROLINA: Yo sí.
Silencio. Maya va despertando mientras Jorge sigue durmiendo; ellos continúan con
la conversación.
FRANCISCO: No.
CAROLINA: ¿Seguro?
CAROLINA: Si sabe algo del jefe del cártel, también le dejé mis datos.
Después de que Carolina se va, Francisco prende un cigarro. Con la misma flama,
prende el papel que tiene en la mano y que se consume hasta el
oscuro.
41
Otro día
JORGE: A ver. (Piensa.) Estabas triste ese día, creo que porque no te acordabas
de tus papás. Te llevé al zoológico. Hasta la fecha no sé si lo disfrutas-
te, mira tu cara.
JORGE: Y acá estabas muy preocupada por lo que decían en las noticias, así
que te llevé a ver que la ciudad no estaba tan mal.
JORGE: Cerca, sí. Había muchos turistas. Tú parecía que ibas disfrazada de—
JORGE: Es tu favorita.
42
Lo piensa un rato muy largo mientras ambos ven aún la pantalla.
JORGE: Intentas.
JORGE: A veces.
Silencio.
JORGE: ¿Y a dónde irías? (Pausa.) Claro que podrías. Estás tratando de vivir la
vida. Independiente. Pero no tienes a dónde ir.
Silencio.
Se ríen.
43
JORGE: Es día de descanso.
Silencio.
JORGE: De mi trabajo.
Silencio.
JORGE: No.
JORGE: No quiero.
Jorge ríe.
44
MAYA: Estoy segura de que yo no puedo darte—
JORGE: No quieres.
Silencio.
Maya ríe.
JORGE: ¿Cómo?
La música.
45
Se besan. De pronto el beso para y se funde en una coreografía ochentera, movida
pero sensual, un unísono perfecto de nostalgia.
Una carcajada.
Jorge la mira, quieto. Contiene la ira. En un impulso, entra al baño. Suena el celular
de Maya. Largo tiempo, mientras Maya descubre cómo se usa. Contesta.
MAYA: ¿Bueno?
46
CAROLINA: ¿Maya? Ay, qué vergüenza, quedé de llamarte y tuve un problema, se
me borró—
MAYA: ¿Quién?
MAYA: No te conozco.
No responde.
Silencio.
JORGE: ¿Qué?
47
MAYA: Me gustaba leer. Ya no sé si leo.
JORGE: No mucho.
Se ríe.
No te gusta leer.
MAYA: Qué.
MAYA: No es cierto.
Silencio. Siguen comiendo. Francisco se sienta entre los dos. Ninguno de los dos lo
nota.
FRANCISCO: Siempre te quise como algo imposible. A veces estábamos ahí, juntos,
todos adolescentes, y sabía que era imposible. Sabía que se iba a aca-
bar. Me sorprendió cuando me fui enterando después que los primeros
amores de los demás, casi todos soldados rasos como yo, no habían si-
do así, que todos pensaban que ahí podían haberse quedado para
siempre. Contigo no. Siempre fue algo lejano, un sueño que podía
cumplirse un rato, pero que…
Silencio.
48
FRANCISCO: Vámonos juntos.
FRANCISCO: Tú sabes.
MAYA: No.
MAYA: ¡No! ¡No lo sé! ¡No sé nada, carajo! ¡No sé quién eres ni quién soy ni
qué es este lugar de mierda en donde—!
La besa.
Y estoy perdida. No sé en dónde ni por qué, pero aquí estoy. Todo pa-
sa a mi alrededor y parece que no me entero, pero… Sólo no entiendo.
No entiendo qué es lo que hago, qué es lo que soy en medio de todo
esto. ¿Quién vive en México además de mí? ¿Quién sufre además de
mí? ¿Qué hay allá afuera además de lo que dicen las televisiones y…?
Hay gente que dice que me quiere proteger, pero yo me siento sola.
Perdida.
FRANCISCO: Ya te encontré.
Silencio: lo duda.
49
FRANCISCO: No eres feliz.
Silencio.
Oscuro.
50
Otra noche
JORGE: Claro que podemos hablar de lo que pasó. No importa que sea una his-
toria que haya repetido muchas noches… Si así lo necesitas, así lo hago.
Siempre. Comienza así: sólo tú y yo, para todo, frente a todo.
Ésa.
Pero no te acuerdas.
51
dejé ahí, pero por varios kilómetros lo pensé bien y regresé. Por ti,
Maya. Nadie más había pasado, nadie te vio. Llenaste de sangre todo el
coche, pero la del tablero era mía.
Maya, aterrada.
Oscuro.
52
Otro día
Maya de pie. Jorge, Carolina y Francisco se acercan a ella con sombreros de fiesta
de cumpleaños y un pastel con velas: un cinco y un cero. Le cantan «Las mañani-
tas». Un rato largo de celebración entre cuatro amigos felices de estar juntos, aun
cuando Maya no entienda bien qué está pasando.
Oscuro.
53
Otro día
CAROLINA: Respira.
MAYA: No puedo.
CAROLINA: Respira.
MAYA: No puedo.
CAROLINA: Respira.
54
CAROLINA: Entiendo que no te sientas segura, pero—
CAROLINA: No sabes lo que es ser una mujer en este lugar, Maya. No lo recuerdas.
A lo mejor lo intuyes, pero no lo sabes.
MAYA: Te quiero.
CAROLINA: Yo también—
MAYA: ¿A quién?
CAROLINA: A Francisco.
Maya mira a Francisco del otro lado del escenario, confundida, conmovida. Largo
tiempo. De pronto, Carolina se mueve frenética hacia la habitación.
55
MAYA: ¿Perdón?
MAYA: Yo no sé—
CAROLINA: ¡Maya, necesito que me escuches! (Habla con urgencia encima de una
música estridente a todo volumen. Nada se escucha.)
Oscuro.
56
Otro día
MAYA: Hinchada.
FRANCISCO: Él no es tu esposo.
MAYA: ¿Perdón?
MAYA: Llévame.
FRANCISCO: ¿A dónde?
MAYA: Contigo.
57
FRANCISCO: ¿A dónde?
FRANCISCO: Cuando mato nunca soy yo el que mato. Es sólo mi mano la que ex-
tiende la pistola y la dispara. Yo soy el médium, el cuerpo en el que
descansa la voluntad de otro.
FRANCISCO: Ahora que te tengo enfrente me acuerdo de que estoy solo. Siempre lo
he estado. Eso duele, Maya. Estoy cansado de mendigar. Algo de cari-
ño. Por todos lados. De mirar allá lejos a las personas que quiero y que
no me regalan ni una sonrisa de vuelta.
(Traga saliva.) Puedes imaginarlo. Cierra los ojos para que lo imagines.
Silencio. Lo mira.
MAYA: No.
FRANCISCO: ¡Ciérralos!
Oscuro.
58
Otro día
MAYA: Este hombre dice que ésta es la ropa que me gusta, pero no es cierto.
¿Cuándo me ha gustado un traje sastre color gris?
Maya pone una canción en el estéreo, «Solidaridad», y todos cantan unos segundos.
Deberías intentar escuchar otras canciones. Hay mucho más que eso.
MAYA: Me recuerda a…
Silencio.
59
JORGE: Le escupo a tus doctrinas y a tu idea del mundo y a las—
60
FRANCISCO: Siglos.
CAROLINA: ¿No le da celos que se haya casado con otra persona? ¿No se arrepiente
de haberla dejado? ¿Abandonado?
CAROLINA: Sí, sí sé que le gustan muchos los perros. Es casi famoso por eso. ¿Algu-
na raza en especial?
Silencio.
Supongo que son muy leales esas razas, ¿por eso le gustan?
CAROLINA: ¿Usted?
61
CAROLINA: ¿De qué sería capaz?
FRANCISCO: ¿No le gustan las paletas? (Le ofrece.) Sería capaz de hacer… veinte la-
gartijas, quizá treinta. (Pausa.) Se las dibujo, las lagartijas. (Se acerca a
las notas de Carolina, pero ella no se mueve.) Permítame, déjeme con-
tarle algo: una vez íbamos rumbo a Zacatecas con la tropa y tuvimos
que detenernos porque había un choque. Toda una familia de indíge-
nas fue atropellada por un camión de Coca-Cola. ¿Sabe cómo encon-
tramos los restos? Así…
Así quedaron.
JORGE: ¡La reputísima madre que los parió, hijos de mil puta! ¡La concha de su
madre! ¡Forros, putos del orto, hijos de trescientos vagones cargados
de putas! ¡Esto es un quilombo!
MAYA: Por supuesto que sé dónde estoy. Me acuerdo de todo. Estaba hasta el
huevo de trabajar todos los días. Y tus putizas.
Silencio.
Mira, él es mi esposo.
FRANCISCO: Él no es tu esposo.
62
MAYA: Es que no hay nada que entender—
CAROLINA: Lo único que cambia es lo que significa el infierno para cada quién.
MAYA: No me acuerdo.
MAYA: ¿Y me querían—?
MAYA: ¿Qué?
MAYA: ¿Yo?
63
MAYA: ¿Y qué más?
JORGE: Yo qué sé. Escuchaste lo que no debías, preguntaste algo que ofendió a
alguien, viste—
MAYA: Enferma.
MAYA: ¿Y no te da miedo?
MAYA: No me acuerdo.
64
JORGE: Qué te lleve quién.
MAYA: Francisco.
Risa.
JORGE: ¿Panchito?
JORGE: ¿A qué casa? Si no tiene ni dónde caerse muerto. Vive en la zona mili-
tar.
No me acuerdo.
MAYA: ¡Me das una pastilla para dormir cuando no me doy cuenta!
MAYA: Mira, no voy a discutir contigo. Te libero de mí. Tú te mereces ser fe-
liz, te mereces que cada mañana haya una mujer que te diga lo hermo-
so que eres, que te prepare ella el desayuno, que construyan juntos una
familia, y eso no soy yo.
MAYA: Tú. En cada uno de los mensajes que dejas. Me recuerdas que hay que
empezar de cero todos los días.
Silencio.
De él sí me acuerdo.
Risa.
65
JORGE: ¡Odias los geranios! Tu abuelita te decía «no compres geranios, no pon-
gas geranios en la casa, si no no te vas a casar».
CAROLINA: Me lo mataron.
MAYA: ¿A quién?
CAROLINA: A mi hijo.
Carolina, en silencio, mira a Maya como si no entendiera lo que está diciendo. Lar-
go rato, en silencio.
JORGE: Amor
CAROLINA: Sebastián.
MAYA: Sé que me están mintiendo, no sé qué está pasando pero esto no está
bien. No sé qué quiero, pero esto no.
JORGE: Él no es tu esposo.
66
CAROLINA: Aquí, quién no se siente—
MAYA: (A Jorge.) ¡Tú me quisiste matar! ¡Ahora lo recuerdo! Atrás del coche,
en el estacionamiento. Me dejaste ahí después de golpearme una y otra
y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra
vez con la cajuela abierta. Nadie te vio. Sólo yo, a través de la sangre.
Ahora me acuerdo, por eso estoy así.
JORGE: ¿Te cuento el chiste? Te lo cuento todos los días. Estaba un enano y—
MAYA: ¡Ya!
FRANCISCO: ¡Tú me dejaste! ¡Por naco! ¡Porque tu familia no podía imaginarse que
estuvieras con alguien como yo! ¿Te acuerdas de mi casa? Te daba as-
co. Te daba miedo. Te daba vértigo saber que alguien podría vivir así,
en un cerro, con piso de tierra, sin—
FRANCISCO: ¡Me dejaste porque tú familia decidió que era demasiado pobre para—!
MAYA: ¡Te dejé porque era muy peligroso salir con un militar!
67
CAROLINA: Yo tampoco.
JORGE: Dios hizo al vino y al hombre pa que se puedan juntar, Dios es todopo-
deroso, hágase su voluntad.
CAROLINA: Cuando decimos: la gente no tiene paz y el Estado no tiene los recur-
sos para darles seguridad, eso es violencia.
FRANCISCO: Los retenes son una metáfora. Están por todos lados.
JORGE: No se te olvide que soy la única persona que sabe que estás viva.
68
MAYA: No, todos nos vamos a olvidar.
CAROLINA: Le tomaron unas fotos, luego lo bajaron, y ahora su imagen está en una
galería en Nueva York.
MAYA: ¡Mentiras!
MAYA: Yo tenía una casa. Era una casa blanca. Tenía buenos vecinos, y se veía
la ciudad, toda la ciudad,
69
CAROLINA: «Esto no es real. A veces lo creo. A veces sólo soy el cuento contado
por alguien más. Por un gobierno. Por un hombre. Por la acumulación
de riqueza.»
JORGE: ¡Oscuro!
CAROLINA: Aquí está tu ropa. Confía, sal, camina tres calles y pide un taxi. En el
pantalón hay una dirección y dinero, pero vete y no des vuelta atrás.
MAYA: ¡Fuiste tú! ¡Tú me querías matar! Atrás del coche, en el estacionamien-
to de—
CAROLINA: ¡Los geranios y las hojas secas y el incendio que las consume!
JORGE: ¿Qué me pasó? ¿Alguien sabe qué me pasó? ¿Alguien puede decirme
qué chingados me pasó?
70
FRANCISCO: Te veo y siento que también he perdido la memoria. O la esperanza. O
la visión.
JORGE: ¡Ya no quiero vivir aquí! Me salí de un infierno para venir a vivir a—
JORGE: Somos la misma mierda pero con distinto olor, ¿me entiendes?
CAROLINA: La crítica dice que el ciervo representa la emasculación del sujeto polí-
tico, tanto como la muestra del horror en que vivimos.
FRANCISCO: Soñé y se me apareció un niño. Ese niño era yo, y ese niño me dijo:
¿cuándo se va a terminar?
CAROLINA: ¡Sebastiáaaaaan!
JORGE: ¿Seríamos más felices o estaríamos aún más muertos de miedo, Maya?
Maya se ríe.
71
FRANCISCO: Un general tuvo una visión. Del territorio desaparecían todos. Sólo
quedaban ellos. Y miraban el mundo vacío. Y lloraban y decían qué hi-
cimos mal no es nuestra culpa.
CAROLINA: ¿Qué va a seguir? ¿Qué nos espera allá? ¿Qué estamos esperando? ¡Di-
me!
JORGE: Me cago en la tumba de todos los que han gobernado este lugar.
CAROLINA: ¿Y para qué te va a servir? ¿Para seguir aún más llena de—?
FRANCISCO: ¿Y qué sigue mañana? Nadie sabe, ésa es la definición del mañana. Pero
es que hay gente que lo tiene más seguro que otros, ¿no? ¿Qué puede
hacer uno para asegurar el día siguiente? ¿Qué tiene que hacer uno
aquí para sentir que no se abre un abismo cada día? ¿Cuántos hobbies,
cuántas chambitas, cuántas distracciones, cuántas mordidas, cuántos
préstamos, cuántos planes para salir de esa casa a otra casa en otra zo-
na? ¿O en otro país? Yo también lo soñé, y me quedé. Aquí. Igual que
tú. (Silencio.) Todavía me recuerdas, ¿no? ¿Maya?
CAROLINA: No te envidio, no. Pero no hay nadie a quién envidiar aquí. ¿Qué nos
queda? Teorías, convicciones, explicaciones fallidas, mecanismos de
defensa. Periódicos. Mundos mágicos. Esperanza. La esperanza muere
al último, ¿verdad?, pero cuánta gente tiene que morir antes de eso. Y
sin embargo hay belleza. Hay una historia que trazamos sobre el mun-
72
do como si lo hiciéramos en la arena. Es una lástima que no recuerdes
la tuya. (Silencio.) Estás haciendo grandes avances. Sólo hace falta—
JORGE: Me acordé de algo. Aún no te conocía. Llegué acá y entré en una espe-
cie de frenesí. Qué bonita tierra, ¿no?, todo eso. Y después me di cuen-
ta. Cuánto dolor. La lentitud con la que pasa el tiempo cuando duele.
Todo está construido alrededor de esa pesadez. Nuestra casa también,
mi amor. Pero tú sigues. Todos seguimos, pues, pero tú sigues: como si
hubiera algo más allá por descubrir al otro día, y no sólo un oscuro lar-
go y definitivo. Aquí estaré para ti. Por eso debes confiar en mí, mi
amor. Yo sé lo que es bueno para ti.
Silencio.
Estarán mis padres esperándome en una casa blanca que nunca voy a
reconocer. Del otro lado de la ciudad, ¿la ves?
Sin memoria.
Estoy, estamos.
73
Maya toma café.
Maya parece preguntarles a los demás; nadie la escucha. Al final, se encoge de hom-
bros con pesadez.
Jorge se prepara para dormir: un pijama de seda, las cosas acomodadas en el buró,
la alarma puesta.
MAYA: Querido diario. Estoy enferma. Este lugar también. Algún día me voy a
rendir, pero no hoy.
Silencio.
Oscuro final.
74