Juan Carlos Franco - Primera Parábola LIBRETO de TRABAJO 2

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Primera

parábola
escrita por
JUAN CARLOS FRANCO

Variaciones nacionales sobre


Before I Go to Sleep
de S. J. Watson

Libreto de trabajo
Diciembre, 2021
MAYA

JORGE, su esposo

FRANCISCO, su amante

CAROLINA, periodista, o psiquiatra, o amiga

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Un día

Durante un rato muy largo, Maya y Jorge terminan de cenar, comparten algunas
impresiones irrelevantes sobre la comida y recogen las cosas de la mesa en medio de
un silencio pesado. Ella parece tranquila; esconde cierta tristeza. Él, aunque lo trate
de controlar, está ansioso, incluso enojado. Toman vino.

MAYA: ¿Y todas las noches son así?

JORGE: ¿Cómo?

MAYA: No sé. Difíciles.

JORGE: A veces. A veces lloras. A veces sólo estás muy callada.

MAYA: ¿Y tú qué dices?

JORGE: No sé.

MAYA: ¿No sabes?

JORGE: He dicho muchas cosas. A veces las repito. A veces funcionan, a veces
no.

MAYA: ¿Y hoy qué vas a decir?

Silencio.

JORGE: No me tienes que tratar así.

Silencio.

MAYA: (Con toda la inocencia, mirándolo.) No puedo creer que seas mi espo-
so.

JORGE: Vi algo recién en las noticias. Una madre está… No, la historia no em-
pieza ahí. Un niño. Su hijo. Vivían en una colonia pobre. Llegó él un día
diciendo que le dolía todo, que lo había violado, por favor, mamá, ayú-
dame, me violaron. La mamá lo llevó al seguro y lo tuvieron horas ahí
esperando. Cuando lo atendieron, después de horas, la radiografía que

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les hizo quiensabequién decía que tenía un pulmón perforado, por eso
le costaba trabajo respirar y le dolía tanto el… Después llegó una doc-
tora, pero la radiografía se había perdido o algo. Decía que era obvio
que tenía covid.

MAYA: ¿Qué cosa?

JORGE: Lloraba en la cámara, la pobre señora. Doctora, me lo violaron. No,


señora, tiene covid, vamos a tener que internarlo en el área de conta-
gios. Por favor, doctora, no me le vaya a hacer eso, él me dijo que lo
violaron y nos acaba de decir el doctor ese otro que tiene un pulmón
perforado porque le— (Pausa.) Señora, ¿quién es la doctora? ¿Usted o
yo? Le decía a la cámara que aunque gritó y lloró se lo llevaron de to-
das formas. La prueba se la hicieron tres días después. Estaban un hos-
pital, ¿te imaginas?, y la prueba tardó tres días. Obviamente era negati-
vo. Cuando lo sacaron de ahí se murió a las cuantas horas. Y ahora hay
gente persiguiéndola, a la madre. Carajo, ¿a dónde nos vinimos a en-
contrar? La amenazaron por teléfono para que no diga nada, pero ella
habló con el noticiero. No he dejado de pensar en eso todo el día.

Silencio.

¿No te hace sentir nada esto?

MAYA: No sé.

Silencio.

¿Por qué me lo cuentas, esto?

JORGE: A alguien tengo que decírselo.

MAYA: ¿Por qué a mí?

JORGE: Aquí estás. Y estamos casados, todavía.

MAYA: ¿Todavía?

Silencio.

¿Y tenemos relaciones algunas veces?

JORGE: Hacía mucho que no usabas esa palabra.

MAYA: ¿Tener? ¿Relaciones?

Silencio.

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JORGE: Rara vez. Te da miedo. A veces lo haces llorando. Alguna vez, muy
rara, hemos disfrutado.

MAYA: No puedo creer que seas mi—

JORGE: (Exasperado.) ¡Ya! ¡Ya, suficiente, Maya! No me puedes decir esas co-
sas si estoy cuidándote. Llevo así contigo por no sé cuánto tiempo y un
día nada más—

MAYA: No es mi culpa.

JORGE: Tampoco la mía.

MAYA: Yo sólo quiero dormir.

JORGE: Justo. Justo.

MAYA: Podrías tenerme más paciencia, ¿no?

JORGE: Llevo tanto tiempo—

MAYA: Hoy. Podrías tener más—

JORGE: Hoy fue un mal día, ¿no lo sientes?

MAYA: ¿Cómo podría saber?

JORGE: No sé.

MAYA: No siento nada.

Silencio. Ella, sentada sobre la cama, recibe una caricia de Jorge. Jorge se ríe.

JORGE: Perdón. No, perdón. Es que eso ya lo habías dicho.

Se sienta junto a ella en la cama.

Estamos juntos en esto.

Silencio.

Este vino te gusta, Maya.

Maya se le queda viendo insistentemente a la copa, casi a punto de acabarse. Le da


el último trago.

Supongo que hoy tampoco quieres coger.

MAYA: (Confundida.) No.

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JORGE: Valía la pena preguntar.

Después de un largo silencio, ella se va a la cama. Se acuesta con ropa. Por un rato
más, Jorge recoge los platos, trabaja sobre la mesa del comedor. Ella, primero quieta
en la cama, después revolviéndose, empieza a llorar. De pronto,

oscuro.

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Otro día

Luz. Maya con los ojos abiertos. A lo lejos, en la cocina, el sonido de alguien coci-
nando con la televisión prendida. Hay un atuendo desplegado sobre la cama: una
falda, una blusa, ropa interior; los zapatos descansan sobre el piso en perfecta sime-
tría con la ropa. Hay post-its sobre distintos objetos, en particular sobre las fotos.

Maya parece confundida, ligeramente divertida. Voltea tímidamente hacia el otro


lado de la cama: vacía. Suspira. Trata de reconocer el espacio. Lentamente se sienta
a la orilla de la cama, en pijama.

MAYA: (Susurrando.) Qué noche.

Maya se da cuenta, lentamente, que está en un lugar que no reconoce, que sus manos
no son las que recordaba, que el lugar está lleno de post-its, que en el espejo no es
ella. Un shock enorme.

No, sí es ella: está vieja. ¿Cómo pasó esto? No entiende. ¿Es una broma? Trata de
repasar las horas anteriores: nada. Las semanas anteriores: nada. Los años: nada.

Mira una foto de Jorge con ella, abrazados, en su boda. Eso es demasiado, no puede
ser que… Se le cae un objeto.

JORGE: ¡Ya casi está el desayuno! ¡Puedes bajar, o ahorita subo!

Maya en un shock absoluto, sola en la habitación. Se repone y baja.

En el comedor, la televisión está prendida. Jorge, vestido con traje, la mira cuando
entra Maya.

JORGE: Trato de dejarte sola en este momento. Lo recomendaron los doctores.

MAYA: ¿Cuáles doctores?

JORGE: Con calma. Ven, siéntate.

Se queda de pie.

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Acá está el álbum que hemos hecho juntos. Soy Jorge, tu esposo. Como
viste allá arriba. Acá puedes recordar muchas cosas.

MAYA: ¿Qué pasó? ¿Qué me pasó?

JORGE: ¿No prefieres desayunar antes?

Se queda quieta. Jorge va frente a ella. En él, una mezcla de ternura y aburrimiento.

Tienes amnesia.

MAYA: ¿Qué?

JORGE: Déjame explicarte. Termino y me haces las preguntas que quieras. Mu-
chas respuestas, por cierto, están en el álbum. Bien.

Silencio. La mira.

Qué hermosa eres. Tanto tiempo—

Trata de tocarla; ella se quita.

—después. Bien. Hace mucho tiempo tuviste un accidente. Los docto-


res dijeron que te recuperarías, pero conforme iba pasando el tiempo
era evidente que algo andaba mal. Un tipo muy raro de amnesia.

Maya reacciona a la palabra.

Nadie ha sabido decir exactamente qué es, pero parece ser una forma
rara de amnesias retrógrada y anterógrada, así se llaman. Tu cerebro no
puede fijar nuevos recuerdos y durante el sueño todo se va. No re-
cuerdas nada al día siguiente. Al parecer lo último que recuerdas son
algunas cosas de 1995, 1996. Es—

MAYA: ¿Qué año es?

JORGE: Justo a eso iba. Es 2021.

Maya se derrumba. Jorge no se mueve.

Todo está en el álbum, Maya.

MAYA: 2021. Ciencia ficción.

JORGE: ¿Cómo?

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Aún impactada,

MAYA: ¿Y quién eres tú?

JORGE: Tu esposo.

MAYA: Sí, pero quién eres.

Jorge ríe.

JORGE: Soy argentino, podrás notar. Nos conocimos en un crucero, lo demás


es historia. Soy contador, nada muy entretenido. Nos permite sobrevi-
vir a los dos, aunque tengo que pasar tiempo lejos de casa. Si por mí
fuera, me hubiera quedado acá hace mucho tiempo para cuidarte. A la
jubilación todavía le falta, así que…

Señala el saco. Se lo pone.

Las indicaciones están por toda la casa. El tablero te dice todo lo que
toca hoy, ya está actualizado. Hay comida en el refri, junto al teléfono
están los contactos de emergencia, incluyendo el mío. Tienes un celu-
lar, un telefonito inalámbrico que puedes llevar a todos lados. Tiene
una computadora adentro. A veces te entretiene. Trata de no salir,
porque te confundes. Cuando regrese podemos platicar si tienes ganas
de salir a algún lado. Es un día especial.

Silencio. Suena el celular. Largo tiempo. Maya, después de tratar de entender cómo,
contesta.

MAYA: ¿Bueno?

¿Qué?

No sé quién eres.

Pero cómo—

Camina por la casa.

¿En qué parte de—?

Busca debajo de la cama.

Aquí no hay— ¿Es una broma de—?

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Esto es una broma, ¿verdad?

Se echa a llorar. Sigue escuchando en el teléfono. Busca entre el colchón y la base.

No está.

Sigue hacia el otro lado de la cama. Encuentra algo, lo saca. Un diario. Maya lo sos-
tiene en las manos. Frente a ella, Carolina.

MAYA: Entonces nos conocemos desde hace mucho.

CAROLINA: Sí. Algo de eso debe decir en el diario.

MAYA: Sí, algo.

Silencio.

¿Qué me pasó?

CAROLINA: Nadie sabe. O sea, alguien debe saber, pues, pero—

MAYA: ¿Mi esposo?

CAROLINA: Bueno. Tu esposo debe saber, sí. Pero no confío en él. Tú tampoco
deberías.

MAYA: ¿Por qué?

Silencio.

CAROLINA: Han sido difíciles estos años.

MAYA: ¿Para mí o en general?

CAROLINA: Ambas.

MAYA: ¿Qué ha pasado en el país?

CAROLINA: No vale la pena contar todo eso. En cierto modo te envidio: todos los
días empiezas de cero, no hay carga extra en ti.

MAYA: ¿Me envidias?

CAROLINA: Sí, me refiero a que—

MAYA: ¿Me envidias?

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Silencio. Carolina sonríe.

CAROLINA: Hoy es uno de esos días.

MAYA: (Incómoda.) Carolina, la verdad es que—

CAROLINA: Te levantas dudando de todo y de todos. Ese es un buen ejercicio, en


general, y más en México, pero en tu caso necesitas de alguien en
quien confiar. Por eso el diario. ¿Lo leíste completo?

MAYA: Sí. ¿Por qué?

CAROLINA: No lo sé, nunca lo he leído. Acordamos desde las primeras veces que es
mejor que nadie lo lea, ni siquiera yo. Pero hay cosas que te tranquili-
zan, que te dan información y te hacen sentir en paz. Así es la mayoría
de los días.

Maya solloza.

MAYA: Es que todo es tan confuso.

CAROLINA: Sí, lo sé. Lo sé.

MAYA: Es que no sé—

CAROLINA: Y no sólo para ti.

Silencio.

Has tenido un avance muy interesante. Prometedor, incluso. Hace falta


mucho trabajo, y como me parece que leíste en tu diario, lo tuyo es
una condición muy difícil de entender, muy poco estudiada. Pero has
tenido paciencia.

MAYA: ¿Cómo puedo tener paciencia si no me acuerdo de lo que pasó ayer?

CAROLINA: La paciencia siempre mira al futuro, Maya.

MAYA: ¿En cuánto podré recordar algo?

CAROLINA: Es imposible saber. Hace ya tiempo de los problemas que causaron tu


amnesia, y al parecer la mejoría ha sido casi nula. Pero en las últimas
semanas… ¿Recuerdas lo que recordaste la última vez que nos vimos?

MAYA: (Señalando el diario.) Decía aquí.

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Silencio. Un ademán de Carolina para que Maya siga contando.

Mi papá está llorando. Yo estoy muy impactada, y sé que no es sólo


porque él nunca lloraba, sino porque perdimos todo. No sé qué es to-
do, pero era como no tener nada, ni siquiera un piso para sostenerme.
Nada más eso.

CAROLINA: ¿Y lo recuerdas? ¿O me estás contando lo que dice el diario?

MAYA: No sé. Creo que lo recuerdo. Me acuerdo de la sensación muy bien.

CAROLINA: ¿Qué más te viene a la memoria?

MAYA: Sé que está muerto, sé que ya no está, pero no recuerdo nada de su


muerte, o de su funeral. ¿Cómo se murió? ¿Sabes?

CAROLINA: Un paro cardiaco. Tardaron en atenderlo en el Seguro.

MAYA: ¿Cómo sabes?

CAROLINA: Tú me lo dijiste.

MAYA: Eso no está en el diario.

CAROLINA: Sólo tú sabes por qué.

Silencio.

MAYA: ¿No todos los días me levanto así?

CAROLINA: ¿Así?

MAYA: Desconfiada.

CAROLINA: A veces recuerdas que somos amigas. Todo es más fácil esos—

MAYA: ¿Amigas?

Carolina la mira fijamente. Al fin, se encoge de hombros.

CAROLINA: Sólo lo somos si las dos lo sentimos. Me parece.

MAYA: ¿Dónde nos conocimos?

CAROLINA: ¿Has tomado tus pastillas?

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MAYA: ¿Cuáles?

Un gesto de hartazgo.

CAROLINA: Debería estar entre tus indicaciones diarias.

Voltea a ver el tablero.

El personal, el que no puede ver Jorge. En la primera página del—

Abre el diario: ahí está.

MAYA: ¿Por qué no?

CAROLINA: ¿Leíste el diario completo?

MAYA: Son muchas páginas.

CAROLINA: Es tu memoria.

MAYA: Ya lo sé.

Silencio.

¿Y te quiero?

CAROLINA: ¿Perdón?

MAYA: (Tímida.) ¿Te quiero?

CAROLINA: Cómo saberlo.

MAYA: ¿Te lo he dicho alguna vez?

CAROLINA: Creo que sí. Pero eso no es muy profesional.

MAYA: ¿Por qué?

CAROLINA: ¿Cómo que por qué? Soy tu psiquiatra.

Silencio.

¿Estás bien?

MAYA: Sí. Me confundí, nada más.

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CAROLINA: Te pasa seguido. Respira. Toma agua. (Le acerca el vaso.) Vamos tran-
quilamente. Cuéntame cómo amaneciste hoy. Cómo fue el momento
de darte cuenta hoy, quiero decir.

MAYA: Pensé que estaba despertando en casa de un desconocido. Me extrañó


porque yo no soy así, pero también me divirtió la idea. Empecé a pen-
sar quién sería, cómo había sido la noche anterior. Pensé que estaba
muy cruda y por eso no recordaba nada. Y cuando me vi al espejo me
di cuenta que no tengo veintitantos, como pensé. Eso pasa siempre,
¿verdad? No sabía quién era la del espejo, no sabía—

Está a punto de llorar, pero se sobrepone rápidamente.

CAROLINA: Eso mismo pasa casi todos los días, Maya. No te preocupes.

MAYA: ¿Pero por qué a mí?

CAROLINA: También esa pregunta.

JORGE: ¡Ya llegué!

Maya esconde el diario debajo del sofá en donde está sentada. Silencio.

¿Qué hiciste hoy?

MAYA: Nada. Leer. Escribir un poco. Miré por la ventana. Qué cambiado está
todo.

JORGE: ¿Qué escribiste?

MAYA: (Ligeramente nerviosa.) Nada. Ya sabes. Lo tiré.

JORGE: Nunca confías en tus talentos.

MAYA: ¿Mis talentos?

JORGE: Siempre te gustó la cosa del arte. Recuerdo que antes del accidente te
gustaba mucho pintar y escribir y… En realidad cualquier cosa que fue-
ra una expresión de lo que traes adentro. Así decías.

Maya, en silencio, lo mira con atención.

Pensé que podíamos ir al cine. Hay que celebrar.

MAYA: Qué cosa.

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JORGE: Nuestro aniversario.

MAYA: ¿Qué día es hoy?

JORGE: Los días ya no existen. El calendario no importa. Vamos a cenar des-


pués. Una pasta, un vinito. Como te gusta.

MAYA: Preferiría quedarme en la casa, si no te importa.

Silencio. Jorge la mira, extrañado.

JORGE: ¿Qué te pasó?

MAYA: Nada.

JORGE: Siempre quieres salir.

MAYA: ¿Siempre?

JORGE: No siempre, pero—

MAYA: Es muy acogedor. Se siente como mi casa, aquí.

JORGE: ¿Te da miedo afuera?

MAYA: No.

JORGE: ¿Viste las noticias?

MAYA: (Extrañada.) No.

JORGE: En el tablero dice que cuando veas la tele no pongas las noticias. De
preferencia. Es que hay cosas allá afuera…

MAYA: Sí, me imagino.

JORGE: Tampoco es tan terrible. Pero resulta que para alguien que no tiene
más memoria que—

MAYA: Está bien, Jorge.

JORGE: Ah, te acuerdas de mi nombre.

MAYA: Jorge. No es difícil. Y lo dice el álbum, varias veces.

JORGE: Fue a propósito.

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Silencio.

Entonces. ¿Vinito?

MAYA: No me gusta el vino.

JORGE: (Completamente extrañado.) ¿Cómo dices?

Silencio. Maya toma fuerzas para decir:

MAYA: ¿Qué me pasó?

La mira con ternura.

JORGE: Otras veces, cuando he respondido esa pregunta, te has puesto muy
mal. No es mi deber decidir si lo sabes o no, pero tienes que tomar en
cuenta que ha sido muy difícil para ti. También para mí. Es difícil verte
triste todo el día.

Silencio.

¿Todavía quieres saber?

MAYA: Sí.

La mira fijamente a los ojos.

JORGE: Éramos tú y yo. Nos queríamos, Maya. Como ahora, pero sin todas las
complicaciones. Yo ya tenía sospechas de que tú estabas viendo a al-
guien más, pero no tenía forma de comprobarlo, ni ganas. Confiaba en
ti, y esa confianza la he ido ganando de nuevo. Ahora es más fácil.

Silencio.

Estaba en el trabajo cuando recibí la llamada. Habías tenido un acci-


dente. Tu coche había caído a una presa, o a un lago. No podía creerlo,
todo el camino fui para allá pensando que ya no estabas más, que te
había perdido para siempre y lo único que me quedaba… Fui al hospital
y me enteré que habían logrado revivirte después de la falta de oxígeno
y los golpes y la hipotermia, pero que alguien más no había sobrevivi-
do. Tu acompañante, el copiloto. Tu amante, por así decirlo. (Pausa.)
Sólo puedo imaginar lo que hubiera sido si recordaras todo. ¿Qué pasó
adentro de ese coche? ¿Se pelearon? ¿Alguien amenazó a alguien y
eso—? ¿O sólo fue un pavimento mojado, una mala curva? Nadie supo
decir, y yo llevo imaginándomelo todos los días desde…

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Silencio.

¿Eran felices dentro de ese coche? ¿A dónde iban? ¿Por qué te veías
con él? ¿Qué tan infeliz te hice que…?

Silencio.

Y la familia de ese hombre haciéndome preguntas, queriendo saber


qué carajos había pasado, quién eras tú, quién era yo. Y yo no podía
hablar. No podía decir nada. Hasta su ex esposa me reclamó en los pa-
sillos del hospital, con sus hijos a unos metros. «Esa pendeja lo mató, y
todo por un acostón de—».

Silencio.

¿No sentirías culpa? ¿No sientes culpa ahora?

Un silencio que se siente eterno hasta llegar al

oscuro.

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Otro día

Maya y Carolina, frente a frente en el comedor. El diario, sobre la mesa.

CAROLINA: Estás haciendo muchos avances.

MAYA: No los siento.

CAROLINA: Pero te siento mejor que otros días.

MAYA: Me siento un poco más—

CAROLINA: ¿Ves qué pasa cuando sí lees todo el diario?

Maya sonríe.

MAYA: Pero sigo sin recordar nada.

CAROLINA: Quizás sería mejor que pensaras que la memoria nunca va a volver al
cien por ciento. Sé que es difícil, y sé que lo que te estoy diciendo es
difícil de asimilar. Te he pedido varias veces que lo anotes en la libreta,
y al parecer…

MAYA: No me gusta que me digas eso. Eso es lo que he anotado.

CAROLINA: Es lo que dicen los médicos, la literatura—

MAYA: ¿Podemos cambiar de tema?

Silencio.

CAROLINA: Tengo una noticia. Descubrí algo. Sé que no he encontrado muchas


cosas concretas y parece que todo es un laberinto sin salida, pero al fi-
nal la investigación me llevó a algo claro. (Sonríe, enternecida.) Encon-
tré a un novio. De la prepa, a lo mejor también de la universidad.

MAYA: ¿Mío?

CAROLINA: Claro que tuyo.

MAYA: ¿Cómo se llama?

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CAROLINA: Francisco.

MAYA: No me suena.

CAROLINA: ¿Pancho?

Silencio. Se va en el recuerdo un par de segundos.

MAYA: Sí, creo que sí. ¿Cómo lo encontraste?

CAROLINA: Tu primer amor, aparentemente. Ahora es militar. O fue, no lo sé bien.


Ya le podrás preguntar en vivo.

MAYA: (Ansiosa.) ¿Cuándo?

Tocan a la puerta. Extrañada, Maya se para y va a abrir, pero Francisco ya está


dentro.

FRANCISCO: Hola.

MAYA: Hola. ¿Pancho?

FRANCISCO: Francisco, por favor. (Sonríe, nervioso.) Hacía mucho que no me de-
cían así.

MAYA: Eso me dijo Carolina.

FRANCISCO: ¿Quién?

MAYA: La que te contactó conmigo. Sabe más de nosotros que nadie, aparen-
temente.

FRANCISCO: Excepto que nosotros.

MAYA: Sí, quizás.

Silencio.

Te contó de…

FRANCISCO: Sí. De lo que tienes. Pareces muy normal.

MAYA: Estoy nerviosa, no sé por qué. Y no me acuerdo de nada. De casi nada.

FRANCISCO: ¿No te acuerdas de mí?

MAYA: Muy poco. Más que de muchas personas, sí.

FRANCISCO: Lo siento mucho.

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MAYA: No pasa nada. Estoy acostumbrada, creo. ¿Un café?

FRANCISCO: Negro, por favor.

Ella prepara el café.

Muy bonita casa.

MAYA: Gracias. Es de mi esposo.

Francisco ríe.

FRANCISCO: ¿No es tuya?

MAYA: No se siente mía. No la recuerdo. Mira. ( los post-its) Tengo que re-
cordar qué es todo y dónde está. No sé cómo funcionan las nuevas
tecnologías y las cosas… ¿digitales?

FRANCISCO: Digitales, sí.

MAYA: Nada de eso sé. Me despierto a un pedazo extraño de realidad todos


los días. Es muy difícil.

FRANCISCO: ¿Y cómo sabes que no hay días que todo está bien?

MAYA: Tengo un diario. No hay días buenos registrados. Algunos recuerdos,


algunos avances. Certezas que van construyéndose. Pero me da miedo.
Casi todo me da miedo. Nunca salgo porque las noticias dicen cosas
horribles y mi marido todo el tiempo insiste—

FRANCISCO: Las cosas no están tan mal.

MAYA: ¿Perdón?

FRANCISCO: Allá afuera. No están tan mal como parecen.

MAYA: Pero parecen.

Silencio. Le entrega el café. Se miran, incómodos. Sonríen ligeramente, evitan su


mirada. Frente a frente.

FRANCISCO: ¿Qué estás leyendo ahorita?

Silencio.

¿No estás leyendo nada?

MAYA: No.

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FRANCISCO: Claro. No pensé. Perdón, no pensé que—

MAYA: No te preocupes.

FRANCISCO: Qué tristeza. (Se arrepiente.) No, me refiero a que siempre comparti-
mos eso. Cuánto han cambiado las cosas.

Suspiro.

MAYA: No te preocupes. A veces sí me da tristeza. En mi diario anoté que a


veces me da tristeza, pero como no me acuerdo después, sólo puedo
imaginarlo. Imagino la tristeza que me da no hacer nada de lo que—

FRANCISCO: ¿Dijiste ser o hacer?

Silencio.

MAYA: Eres muy preguntón.

FRANCISCO: Te toca preguntar, entonces.

MAYA: ¿Cómo llegaste a ser militar?

FRANCISCO: Es que tú no preguntas nada porque ya lo intuyes todo, Maya.

Ríen.

MAYA: Estás igualito que antes.

FRANCISCO: ¿No que no recordabas?

MAYA: No, no sé por qué dije eso.

Silencio incómodo.

FRANCISCO: Por mi papá.

MAYA: ¿Qué, perdón?

FRANCISCO: Por él terminé así. En el ejército. Toda esta historia la supiste bien tú.

MAYA: ¿Por qué?

FRANCISCO: Estuviste ahí cuando pasó. Conmigo.

MAYA: No la recuerdo.

FRANCISCO: Lo sé. Yo tampoco, casi. Parece tan lejos. Éramos unos niños. Cómo
ha—

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MAYA: Cómo ha pasado el tiempo. Sí.

FRANCISCO: Exacto.

Sonríen.

Ya estábamos en la universidad. Habíamos logrado inscribirnos en la


misma universidad, contra todo pronóstico. Y yo era feliz estudiando
diseño. ¿Te acuerdas qué estudiabas tú?

MAYA: Lo leí en el diario. Algo de arte, ¿no?

FRANCISCO: Historia del arte. Qué elegante, carajo. Estaba muy orgulloso, y tú de
mí, también. Sabías que mi familia era humilde, y habíamos hecho todo
juntos para que me dieran una beca, y lo logramos. Me sentía muy feliz,
como nunca antes. Nos veíamos diario, teníamos una o dos clases jun-
tos. Yo me sentía fuera de lugar en esa universidad enorme, tan fresa,
pero tú…

La mira con intensidad. Al final, sonríe.

Mi papá se enteró. No entendía eso del diseño. ¿Para qué chingados te


va a servir?, todo eso. No hay trabajo en esas cosas, vas a vivir igual de
pobre que cuando no teníamos esta casa y… Acababa de comprar una
casa en una zona de clase media, tres cuartos, todos los servicios. Mi
mamá estaba muy ilusionada, y yo también, en parte, pero me emocio-
naba más la universidad. Contigo. Pero la presión se empezó a hacer
cada vez más intensa. Mi padre decía que había muchas cosas en juego,
que era muy importante que siguiera el negocio familiar. Así le llamó, y
yo no entendía. Ahora entiendo.

Silencio.

MAYA: ¿Qué entiendes?

FRANCISCO: Muchas cosas.

MAYA: ¿Qué pasó con nosotros?

Lo piensa. Francisco sonríe, triste.

FRANCISCO: El colegio militar es muy exigente. Nos alejamos.

MAYA: ¿Y sí nos queríamos?

FRANCISCO: Como a nadie.

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Silencio.

Hablo por mí, pues. (Ríe.) Como a nadie, te quise. Pero eso ya es agua
pasada, como dicen, ¿verdad?

MAYA: Sí.

Silencio.

Es difícil describirlo, pero sé que recuerdo tu cara.

FRANCISCO: He cambiado mucho.

MAYA: No sé qué recuerdo, pero sé que me es familiar. Se supone que debería


poder hacer memoria de esa época, según me han dicho. ¿En qué
años—?

FRANCISCO: 1989, nos conocimos, creo. Más o menos. Y en 1994, 95. Ahí nos deja-
mos de ver.

MAYA: Cinco años. Wow.

FRANCISCO: O seis.

MAYA: Sí.

FRANCISCO: Y ahora estás casada.

MAYA: Y amnésica.

FRANCISCO: Y hermosa.

MAYA: Y llena de miedo.

Se miran. Hay una especie de advertencia en sus ojos. Mantienen ese silencio hasta
el

oscuro.

23
Otro día

Maya está sentada en la orilla de la cama. Jorge, con saco y corbata y con el álbum
en las manos, parado frente a ella.

JORGE: Aquí dice que puedes bajar cuando quieras, que ahí estoy yo para ex-
plicarte. ¿Por qué te quedas acá?

MAYA: No te conozco.

JORGE: Sientes que no me conoces, pero acá hay varias pruebas de—

MAYA: No entiendo qué estás tratando de hacer, pero más vale que te alejes—

JORGE: Maya, viviste en una casa muy grande en la calle de Rosas hasta que la
crisis dejó pobre a tu familia, el primer concierto al que fuiste fue de
Locomía, y algún día te gustaría vivir en ese cuadro de John Constable,
el más famoso. (Pausa.) Ahí están: tres cosas que sólo tú sabes.

Silencio.

Me pediste que te las dijera si te ponías…

Maya, impactada.

Me tengo que ir a trabajar. Lee. Lee todo lo que está en las paredes y
en el álbum. Ahí está la respuesta para cualquier cosa que— En la co-
cina está el tablero con las indicaciones para el día. No te quedes ahí
todo el día. Báñate, relájate. Vuelvo como a las cinco.

Se va. Se detiene, regresa.

Te amo. Eso no lo dice en ningún lado. Pero aquí estoy.

Sonríe. Se va.

Maya sentada sobre la cama, atónita, en silencio, tratando de entender. De pronto


suena el celular. Largo tiempo, mientras Maya descubre cómo se usa. Contesta.

MAYA: ¿Bueno?

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CAROLINA: Maya. Escúchame. Ahora puede parecer que no me conoces, pero—

MAYA: ¿Qué?

CAROLINA: Sé de tu amnesia, y te estoy ayudando. Escúchame. Todos los días te


llamo para que recuperes el hilo de—

MAYA: No sé quién eres.

CAROLINA: Sí, pero ahorita no sabes quién es nadie. (Pausa.) Escúchame. Te estoy
ayudando. Estás escribiendo un diario donde todo esto que te digo te
lo explicas tú misma. Estás haciendo muchos avances, sólo necesitas
seguir—

MAYA: Pero cómo—

CAROLINA: Lo escondes todas las noches para que no lo vea Jorge. Ya se fue, ¿ver-
dad? Está en su cuarto. ¿Dónde estás?

Camina por la habitación.

MAYA: ¿En qué parte de—?

CAROLINA: Debajo de la cama.

Busca debajo de la cama.

MAYA: Aquí no hay— ¿Es una broma de—?

CAROLINA: Ahí está. Lo prometo. Debajo de la cama o entre el colchón y—

MAYA: Esto es una broma, ¿verdad?

Se echa a llorar. Sigue escuchando en el teléfono. Busca entre el colchón y la base.

No está.

CAROLINA: (Presente en la sala.) ¿Lista?

Maya saca al fin el diario. Se sienta junto a ella. Respira.

¿Lo leíste completo?

MAYA: No.

CAROLINA: Deberías. Eso hace toda la diferencia.

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MAYA: ¿Qué haces aquí?

CAROLINA: Tratando de ayudar.

MAYA: ¿A qué?

CAROLINA: Ésa es una excelente pregunta. ¿Leíste al menos el final?

MAYA: No.

Silencio. Va hacia las últimas páginas, la hojea.

CAROLINA: Eso es lo último que has vivido. Es importante, me parece.

Maya lee con mucha atención.

MAYA: ¿Pancho?

CAROLINA: Sí. Ahora sólo le gusta que le digan Francisco, me contaste.

MAYA: «Mi novio de Iztapalapa.»

CAROLINA: Él mismo.

MAYA: «Naco, pero una persona lindísima, de verdad.»

CAROLINA: Tus palabras, no las mías. Nadie te juzga.

MAYA: Lo recuerdo.

CAROLINA: Lo sé, por eso es importante.

MAYA: Un poco. Fue hace mucho.

CAROLINA: Fue hace unos días que lo viste de nuevo. Te está ayudando.

MAYA: ¿A qué?

CAROLINA: A recordar. A reconectar con algo que parecía perdido.

MAYA: ¿Cómo lo encontraste?

CAROLINA: He estado investigando. Si hubieras leído el diario sabrías.

Maya sonríe. Cierra el diario.

MAYA: Qué exigente.

CAROLINA: Nadie sabe qué te pasó a ciencia cierta, excepto uno o varios golpes en
la cabeza, y eso me llamó la atención. He estado investigando con la

26
ayuda de una fundación que lucha por la defensa de los derechos de la
mujer y contra el feminicidio y—

MAYA: ¿Perdón?

CAROLINA: He encontrado cosas muy interesantes, pero aún estoy reuniendo las
piezas. Es un rompecabezas, en todos sentidos.

MAYA: (Confundida.) ¿Un rompecabezas?

CAROLINA: Así son todos los casos en México, por cierto. Pero el tuyo… O sea, tu
condición lo que hace es complicar las cosas. Eso lo vuelve más intere-
sante, pero también más desesperante.

MAYA: ¿Para quién?

Silencio.

CAROLINA: Él viene hoy. ¿Quieres verlo?

MAYA: ¿Mi esposo sabe?

CAROLINA: No creo. ¿Le has dicho?

MAYA: No sé.

CAROLINA: Para eso sirve el diario. Completo.

Silencio.

Me gustaría estar en tu encuentro con él hoy. Me ayudaría a entender


ciertas cosas.

MAYA: Creo que eso es personal.

CAROLINA: Todo es personal. Y a todo eso necesito acceso para entender.

Lo piensa.

MAYA: ¿En cuánto tiempo llega?

CAROLINA: En unos minutos.

MAYA: Qué lindo es. Está exactamente como lo recuerdo.

CAROLINA: ¿Cómo?

MAYA: No sé. Igual. Como un adolescente.

27
CAROLINA: (Incrédula.) ¿De verdad?

Silencio largo.

MAYA: ¿Y cómo están tus hijos?

CAROLINA: ¿Qué?

MAYA: Aquí dice. «Carolina es mamá.»

CAROLINA: De eso no hemos hablado.

Maya se encoge de hombros.

Un hijo. De siete años.

MAYA: ¿Lo quieres?

CAROLINA: Qué rara pregunta.

Un ademán de Maya: ¿y entonces?

Mucho. Todo lo hago para él. Ahora sí que doy la vida por él.

MAYA: Me gustaría mucho conocerlo.

CAROLINA: Sí, lo supuse. Tienes una cercanía particular a los niños.

MAYA: ¿Nunca quise tener uno?

CAROLINA: Dime tú.

Lo piensa. Guarda silencio.

FRANCISCO: Nunca.

MAYA: ¿Entonces no te casaste?

FRANCISCO: No. Nunca. La vida me agarró así.

MAYA: ¿Así cómo?

FRANCISCO: Solo. Y soy feliz, creo. Estoy bien solo. Me hubiera gustado, pero no sé
si hubiera disfrutado tener hijos. Creo que ya es tarde. Bueno, nunca es
tarde, pero no sé. Es un problema tener hijos aquí. Peligroso, a veces.
Es demasiada responsabilidad. Mis papás no se veían muy felices de
estar criando a alguien, y yo tampoco fui muy agradecido.

MAYA: No te ves infeliz.

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FRANCISCO: No lo soy.

Silencio.

El trabajo se vuelve tu familia. Algo así.

MAYA: No sabría decirte.

FRANCISCO: ¿Te gustaría trabajar?

MAYA: Claro.

FRANCISCO: (Riendo.) No sabes lo que dices.

MAYA: Tú no sabes lo que dices. ¿Estar encerrada todo el día aquí, como si no
pasara nada más importante afuera, como si no hubiera otra cosa que
proteger mi cabecita de lo que le pueda pasar?

FRANCISCO: ¿Podrías trabajar con tu… estado?

MAYA: Embarazada no estoy, ¿eh?

FRANCISCO: Tu estado. Sí.

Ríen.

MAYA: A ti sí te recuerdo.

FRANCISCO: (Sorprendido.) ¿Ah, sí?

MAYA: Eras muy lindo. Siempre lo fuiste.

FRANCISCO: Es cierto.

MAYA: Era muy feliz cuando estaba contigo. Me acuerdo de un parque. ¿Cerca
de la escuela?

FRANCISCO: A unas cinco cuadras.

MAYA: Estuvimos acostados, ¿no?

FRANCISCO: Por horas.

MAYA: ¿Qué hacíamos ahí?

FRANCISCO: Echándonos la pinta.

MAYA: ¿Qué?

FRANCISCO: No entramos a las clases.

29
MAYA: En la prepa, sí.

FRANCISCO: No había nadie ahí.

Silencio. Maya recuerda.

MAYA: Claro.

FRANCISCO: Fue muy—

MAYA: Fue la primera.

FRANCISCO: Sí.

MAYA: Para mí, para ti seguro no.

Silencio.

FRANCISCO: Me dijiste una cosa que nunca se me ha olvidado. ¿Te acuerdas?

MAYA: No, me pides demasiado.

FRANCISCO: (Después de pensarlo un rato.) «Se siente raro.»

MAYA: (Riendo.) Sí se siente. Se sentía. (Pausa.) ¿De eso nunca te has olvida-
do?

FRANCISCO: Es que no me dejaste terminar.

MAYA: Ah, perdón.

FRANCISCO: «Se siente raro. Nunca había sentido esta… libertad.» Piensa que éra-
mos dos adolescentes después de haber tenido relaciones en un par-
que. Tú sonreías mientras lo decías. «Así se siente. Ya quiero crecer, ya
quiero la universidad. ¿Vas a ir conmigo?», y te dije que yo no podía pa-
garlo. Te quedaste callada mucho tiempo.

JORGE: ¡Ya llegué, amor!

Jorge carga con comida china para llevar y la deja sobre la mesa. No puede verlos.

FRANCISCO: «Ojalá no fuéramos tan diferentes.» Eso dijiste.

MAYA: ¿A qué me refería?

FRANCISCO: No sé. Dime tú.

Silencio. Se miran.

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JORGE: ¡La cena ya casi está lista! ¡Vente por un vinito mientras!

MAYA: No me puedo acordar, perd—

FRANCISCO: Pero puedes imaginarlo, ¿no?

MAYA: Sí. Lo siento.

FRANCISCO: ¿Todavía piensas así?

MAYA: Las cosas son diferentes.

FRANCISCO: No, son iguales.

MAYA: Ahora no recuerdo nada.

FRANCISCO: Somos aún más diferentes, entonces.

MAYA: No dije eso.

FRANCISCO: ¿Sigues pensando así?

MAYA: No.

FRANCISCO: ¿Aunque sea militar?

Silencio.

¿Recuerdas por qué cortaste conmigo y me dejaste de hablar por com-


pleto?

Maya guarda un silencio tímido, culpable.

¿Por qué me trajiste acá? ¿Por qué me trajiste de los muertos? ¿Sólo
porque estabas aburrida y te pusiste a buscar viejos amigos en Face-
book?

MAYA: No fui yo.

FRANCISCO: Ésa no me la creo.

MAYA: No recuerdo nada.

FRANCISCO: Pero acabas de decir que me recuerdas a mí, ¿no?

Silencio. Se confunde.

JORGE: No puede ser que todos los días—

MAYA: Creo que estoy deprimida.

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JORGE: ¡Deprimida! ¡Lo que me—!

MAYA: ¿Siempre te burlas así de lo que—?

JORGE: No me estoy burlando, pero es que—

MAYA: Es como me siento y punto.

JORGE: Sólo te estoy diciendo lo que—

MAYA: Siempre sólo dices lo que—

JORGE: No puedo creer que no te quepa en la cabeza que estoy—

MAYA: ¿Harto? ¡Yo también estoy…! Y encima eres un desconocido.

JORGE: ¡Soy tu esposo! ¿Cuál es el problema?

MAYA: ¡Que no entiendo nada!

JORGE: He hecho todo lo que puedo hacer. En serio.

MAYA: Sólo necesito saber qué me pasó. Eso—

JORGE: Tú no te cansas, ¿verdad?

MAYA: ¿Qué?

JORGE: Te voy a decir qué pasó.

MAYA: Pero yo más bien—

JORGE: ¿Sabes qué hago?

MAYA: ¿Perdón?

JORGE: ¿En qué trabajo?

MAYA: Eres contador.

JORGE: (Sorprendido.) Muy bien. ¿Lo recordaste o lo viste en el álbum?

MAYA: Qué más da.

JORGE: Cierto.

MAYA: Me duele la cabeza.

JORGE: Pero preguntaste, ¿no?

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MAYA: Preferiría—

JORGE: Ahora escuchas, Maya.

Silencio.

Soy contador público, efectivamente. Pero en este país es difícil… Mi-


ra, déjame ponerlo así. Mis clientes son importantes, y su dinero tam-
bién lo es. Para ellos, claro, pero para mí también. Debe serlo, para eso
me contratan. Pero el dinero se ensucia muy fácil, eso lo sabemos bien
los que nos dedicamos a esto. El dinero y la gente se ensucian muy fá-
cil.

MAYA: Ya cállate.

JORGE: ¡No! ¡Voy a seguir porque tú lo pediste!

Se recompone casi por completo.

Me ensucié, Maya. Me ensucié junto con todos ellos. Les lavé todo el
dinero que venía quién sabe de dónde, pero me ensucié yo. Cuando ya
no quise hacerlo, se pusieron difíciles las cosas. Me amenazaron. Seguí
trabajando, haciendo lo que me pedían, y la verdad es que vivíamos
muy bien. No lo recuerdas, pero ésta no era nuestra casa. Vivíamos en
otro lado, vivíamos con lujos, como te gusta. Gustaba, no sé. Estabas
feliz, nunca te había visto así. Decías que te daba mucho gusto que me
fuera tan bien en el trabajo, que estabas orgullosa de mí, pero lo que
más disfrutabas eran los lujos, era evidente. Y un día todo creció dema-
siado, como pasa siempre aquí. Me pidieron que pusiera mi nombre en
documentos que… Iba a ser mucho dinero, Maya, pero yo no podía. Ya
no podía seguir ahí, era muy peligroso. Y me volvieron a amenazar, a
mí y a mi familia. Tú eres mi familia. Y vinieron por ti.

MAYA: ¿Quiénes?

JORGE: Entraron en la mañana, casi inmediatamente después de que me fui a la


oficina. Te encontraron en el baño, probablemente, había agua por to-
dos lados. Te golpearon, te apuñalaron. Te violaron, eso dijeron los
doctores. «Repetidas veces.» Ya estabas inconsciente, quizá, pero te si-
guieron…

Maya se hunde en el horror.

Tuviste varios golpes y nadie se enteró. La casa era tan grande que…
Los golpes de la cabeza y la cara fueron tantos que no era fácil recono-

33
certe. Hinchada, yo nunca había visto nada así. Estuviste a punto de
morir, pero… Quizás hubiera sido lo mejor.

Silencio.

Estuviste varias semanas en el hospital, inconsciente. Viví ahí, contigo.


No te moviste, no exististe más que así, quieta, casi muerta, por mucho
tiempo. Y despertaste. Pero antes tuve que arreglarme con ellos. Ya to-
do está saldado. Pero tú—

Silencio.

¿Sabes de mi culpa? ¿Sabes lo que se siente que esa culpa te acompañe


hasta el—?

Oscuro.

34
Otro día

Maya sentada sobre la cama, en pijama. Pone play en el estéreo: se escucha «Mío»,
de Paulina Rubio. Empieza a llorar desconsoladamente.

Jorge entra, de pronto. Ella no se da cuenta, pero él la mira unos segundos: sorpren-
dido, curioso, desesperado, casi enojado. No dice nada. Se va.

Oscuro.

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Otro día

Se enciende una pequeña luz en la oscuridad. Carolina y Francisco, frente a frente,


hablan.

CAROLINA: Voy a poner a grabar… ¿Estás listo?

FRANCISCO: De usted, por favor. ¿De qué vamos a hablar?

Silencio.

¿Deberíamos decirle a Maya de esto?

CAROLINA: ¿Por qué no habríamos de…?

Silencio. Pone a grabar su celular.

¿Cuál es su nombre?

FRANCISCO: Francisco. Leyva.

CAROLINA: ¿Cuál es su rango?

FRANCISCO: General del Ejército Mexicano.

CAROLINA: ¿Cuál es su edad?

FRANCISCO: Estoy seguro que puede hacerme preguntas más interesantes que ésas.

CAROLINA: Aquí quien decide qué pregunta es interesante soy yo, no usted.

FRANCISCO: Venimos a hablar de ella, ¿no es cierto?

CAROLINA: ¿Dónde la conoció?

FRANCISCO: En la prepa.

CAROLINA: ¿Recuerda qué los unió?

FRANCISCO: El arte. Y la adolescencia.

36
CAROLINA: ¿Cómo fue su relación?

FRANCISCO: Idílica.

CAROLINA: ¿Qué terminó el idilio?

FRANCISCO: El clasismo de su familia.

CAROLINA: ¿A qué se refiere?

FRANCISCO: Yo era pobre, y además entré al Colegio Militar. Ellos no querían eso.
Ahora lo pienso y la verdad es que tampoco tenía mucho sentido, pero
en ese punto se volvió muy difícil para mí.

CAROLINA: ¿A qué se refiere con que no tenía mucho sentido?

FRANCISCO: En un momento era un estudiante humilde de diseño y al otro ya era


un cadete. Humilde y moreno, también, pero sobre todo cadete. ¿Qué
futuro podía dibujarse en la cabeza de sus papás?

Jorge ronca: Maya y Jorge duermen en la cama.

CAROLINA: ¿No le da celos que se haya casado con alguien más?

FRANCISCO: Ahm.

CAROLINA: ¿No le pesa haberla dejado por algo más?

FRANCISCO: No la dejé. Ponga atención.

CAROLINA: Escogió la carrera militar.

FRANCISCO: Yo no escogí… ¿Sabe qué? Sí, fui un terrible primer amor, yo.

CAROLINA: ¿Habló con ella sobre esto?

FRANCISCO: No me contestaba las llamadas. Cortó de tajo.

CAROLINA: Me refiero a ahora.

FRANCISCO: No.

CAROLINA: ¿Por qué no? ¿Cuáles son tus intenciones con ella?

Francisco se carcajea sin tapujos.

FRANCISCO: Más bien, ¿cuál es tu intención al—?

CAROLINA: Aquí yo hago las—

37
FRANCISCO: ¿De qué me sirve a mí? Porque me queda claro que puedo ser una dis-
tracción para ella. Hasta podemos soñar con que nuestros recuerdos le
ayuden a curar la amnesia o lo que sea. ¿Pero y yo?

CAROLINA: ¿Te duele?

Silencio. Francisco se para hacia la puerta.

¿No estás dispuesto a afrontar las preguntas verdaderamente—?

FRANCISCO: Pensé que estaba hablando con una periodista, no con una pinche doc-
tora corazón.

CAROLINA: Necesito saber la historia completa.

FRANCISCO: No hay historia. Te la estás imaginando. Todo son borrones en un pai-


saje. No hay nada.

Silencio.

CAROLINA: Disculpe, general, ¿ha mandado matar a alguien?

FRANCISCO: La violencia en este país está fuera de control. Nosotros no matamos


a—

CAROLINA: ¿Ha mandado matar—?

FRANCISCO: Por supuesto que no. Sólo hago mi trabajo. Los delincuentes a veces
caen—

CAROLINA: Me enteré que rescata perros. Le gustan los perros.

FRANCISCO: Me encantan. Es hermoso saber que—

CAROLINA: ¿Alguna raza en particular?

FRANCISCO: Los schnauzer. Me gusta su lealtad.

CAROLINA: Se dice que en los cárteles hay mucha lealtad.

FRANCISCO: Es interesante su analogía. Entre los perros hay razas y entre la gente
hay niveles.

Silencio.

CAROLINA: General, ¿qué sería capaz de hacer por Maya?

38
FRANCISCO: Mire, no puedo hacer nada más que apoyarla como un amigo de anta-
ño. Está casada, y quiero pensar que su marido la ayuda con su enfer-
medad, así que…

CAROLINA: ¿La quiere?

FRANCISCO: La quise mucho.

Silencio.

CAROLINA: Por cierto, hace poco me enteré que se escapó el jefe del cártel del
noreste. ¿Sabe algo de su paradero?

FRANCISCO: (Sonriendo, sarcástico.) Si lo supiera, ya estaría preso de nuevo. Des-


afortunadamente—

CAROLINA: Pero General, es que se habla de lealtades entre el ejército y los cárte-
les, que le ayudaron a escapar…

FRANCISCO: No, para nada. Sabemos que esas organizaciones manejan grandes can-
tidades de dinero y las traiciones son—

CAROLINA: ¿Pero usted—?

FRANCISCO: El ejército esté atrapado, señorita.

CAROLINA: Esto ya se lo he oído. El militar atrapado entre—

FRANCISCO: Entre los civiles y los criminales, sí. Lo dije alguna vez. Hizo su tarea.

CAROLINA: Es que usted piensa que yo no—

FRANCISCO: Pero lo he pensado mejor y sí, estamos atrapados, pero no así. (Lo
piensa.) Estamos entre las víctimas y los victimarios. Ahí, en medio. Un
limbo.

CAROLINA: Pobres. Pobres militares.

Silencio.

FRANCISCO: ¿Cuántos años tiene?

CAROLINA: Eso no es relevante.

Silencio. Francisco espera la respuesta, sonriendo.

FRANCISCO: ¿No estás dispuesta a afrontar las preguntas verdaderamente—?

CAROLINA: Hay reportes de que la ciudad se está poniendo caliente y que eso—

39
FRANCISCO: Pero es mamá, ¿no? Usted.

CAROLINA: Hay que mantenernos en el tema.

FRANCISCO: Estoy seguro que lo es.

CAROLINA: Yo hago las preguntas.

FRANCISCO: ¿Quién dice?

CAROLINA: Usted es el general y el conocido de Maya que—

FRANCISCO: ¿Se está divirtiendo? ¿Siente la adrenalina?

CAROLINA: Sólo quiero entender. Para eso—

FRANCISCO: ¿Qué quiere entender?

CAROLINA: Cómo está involucrado usted en todo esto.

FRANCISCO: ¿Qué está queriendo decir?

CAROLINA: Son conocidos los vínculos que hay entre usted y El Freddy.

FRANCISCO: ¿Conocidos por quién?

CAROLINA: Tiene varias propiedades en todo el país que han sido vinculadas
con—

FRANCISCO: Eso no viene al caso.

CAROLINA: ¿De qué sería capaz por Maya?

Silencio.

FRANCISCO: Wow.

CAROLINA: Responda.

FRANCISCO: De lo que sea dentro de las posibilidades. Lo que está entre mis manos.

CAROLINA: ¿Ha matado, General?

La mira, sonriendo.

¿Mataría?

FRANCISCO: Dependería de las circunstancias. En defensa propia, posiblemente. Si


tuviera que salvar la vida de alguien inocente, quizás.

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CAROLINA: ¿Recuerda su infancia?

FRANCISCO: Trato de no hacerlo.

CAROLINA: ¿Fue feliz?

FRANCISCO: No.

CAROLINA: ¿Es feliz en el Ejército?

FRANCISCO: Tengo una función importante por—

CAROLINA: ¿Le alcanza para vivir?

FRANCISCO: ¿A quién le alcanza en este—?

CAROLINA: A nadie, pero—

FRANCISCO: ¿Por qué me está entrevistando a mí, señorita?

CAROLINA: ¿Todos los documentos liberados por distintos medios sobre su colu-
sión con—?

FRANCISCO: Respóndame eso.

CAROLINA: Soy periodista. Usted es un sujeto público. Maya no recuerda nada.

FRANCISCO: No veo la conexión.

CAROLINA: Yo sí.

Silencio. Maya va despertando mientras Jorge sigue durmiendo; ellos continúan con
la conversación.

¿Se arrepiente de—?

FRANCISCO: No.

CAROLINA: ¿Seguro?

Silencio. Carolina le pasa un papel.

FRANCISCO: ¿Se terminó esto?

CAROLINA: Si sabe algo del jefe del cártel, también le dejé mis datos.

Después de que Carolina se va, Francisco prende un cigarro. Con la misma flama,
prende el papel que tiene en la mano y que se consume hasta el

oscuro.

41
Otro día

Maya y Jorge hablan en el departamento. El canal del clima está en la televisión.


Maya mira con atención el álbum.

MAYA: Háblame de este día.

JORGE: A ver. (Piensa.) Estabas triste ese día, creo que porque no te acordabas
de tus papás. Te llevé al zoológico. Hasta la fecha no sé si lo disfrutas-
te, mira tu cara.

MAYA: (Concentrada.) No parece que…

JORGE: Y acá estabas muy preocupada por lo que decían en las noticias, así
que te llevé a ver que la ciudad no estaba tan mal.

MAYA: Esto es el Centro.

JORGE: Cerca, sí. Había muchos turistas. Tú parecía que ibas disfrazada de—

MAYA: Qué fea ropa.

JORGE: Es tu favorita.

Silencio. Jorge ve la televisión.

MAYA: (Apuntando a la tele, irónica.) ¿El tiempo?

JORGE: Me gusta saber qué pasa en todo el mundo. Climáticamente. Me hace


sentir en medio de algo que tiene sentido, que puede predecirse.

MAYA: Pero es aburrido, ¿no?

JORGE: Tienes razón.

Le cambia de canal a las noticias de mediodía. Ambos la ven: violencia.

MAYA: ¿Por qué hiciste todo esto?

JORGE: ¿Qué cosa?

42
Lo piensa un rato muy largo mientras ambos ven aún la pantalla.

MAYA: Todo esto.

Y señala el álbum. Jorge sigue en la pantalla.

JORGE: Porque te quiero.

MAYA: ¿Y qué hago todo el día aquí sola?

JORGE: Intentas.

MAYA: ¿Cocino, plancho? ¿Qué hago?

JORGE: A veces.

MAYA: ¿A veces qué?

Silencio.

¿Puedo salir de la casa?

JORGE: ¿Y a dónde irías? (Pausa.) Claro que podrías. Estás tratando de vivir la
vida. Independiente. Pero no tienes a dónde ir.

Silencio.

MAYA: Si no te tuviera miedo, estaría avergonzada de tanto agradecimiento


por lo que has hecho por mí.

Ambos toman vino. Descansan en la cama.

MAYA: ¿Y nos reímos?

Se ríen.

¿A veces nos reímos también?

JORGE: Muchas veces nos reímos. Y tomamos vino.

MAYA: ¿Todos los días?

JORGE: No siempre se puede. No todos los días son días de descanso.

MAYA: ¿Es domingo?

43
JORGE: Es día de descanso.

MAYA: ¿Y los días normales?

JORGE: Son normales. Son grises, pero no por ti.

MAYA: Ojalá que todos fueran así.

JORGE: Sólo bastaba que me quedara todos los días.

Silencio.

Lo he intentado. Pero de algo tengo que vivir. Tenemos.

MAYA: ¿De qué vivimos?

JORGE: De mi trabajo.

MAYA: ¿En qué trabajas?

JORGE: (Severo.) No vamos a hablar de trabajo, hoy.

Silencio.

MAYA: Me gustaría trabajar.

JORGE: No digas pendejadas.

Música. Ella baila, quizá. Él la mira.

MAYA: ¿Y hemos hablado de que…?

Jorge quieto, frente a ella, en silencio.

¿De que podrías ver a otras personas?

JORGE: No.

MAYA: ¿Por qué no?

JORGE: No quiero.

MAYA: No te conozco, pero sé que quieres.

Jorge ríe.

JORGE: ¿Tan segura estás?

44
MAYA: Estoy segura de que yo no puedo darte—

JORGE: Sí puedes, sólo no…

MAYA: ¿Qué vas a decir?

JORGE: No quieres.

MAYA: No sé cómo. No me acuerdo cómo.

JORGE: ¿Cómo qué?

Silencio.

MAYA: Conozco a los hombres.

JORGE: ¿Quién te entiende?

MAYA: Deberías ser libre.

JORGE: Soy libre. Contigo.

Maya ríe.

MAYA: Tienes el sello de la mentira por compasión en toda la cara.

JORGE: Te he mentido por compasión muchas veces, no te voy a mentir.

MAYA: Qué sincero.

JORGE: Mañana ni te vas a acordar.

Ríen. Él se para frente a ella. Cerca.

MAYA: Deberíamos hacerlo.

JORGE: ¿Cómo?

MAYA: Estoy igual de tomada que tú.

JORGE: ¿Cómo sabes?

MAYA: Y quiero. Te lo estoy diciendo.

La música.

JORGE: ¿Quién eres? No te reconozco.

MAYA: ¿Quién eres tú?

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Se besan. De pronto el beso para y se funde en una coreografía ochentera, movida
pero sensual, un unísono perfecto de nostalgia.

La coreografía termina de pronto.

MAYA: Quiero salir. ¿Vienes conmigo?

JORGE: Está muy peligroso allá afuera.

MAYA: ¿Me das dinero?

JORGE: ¿Para qué quieres—?

MAYA: Se me antoja un helado.

JORGE: Ésa es nueva.

MAYA: No puedo ser tu prisionera.

JORGE: ¿Qué dijiste?

MAYA: Que no puedo ser tu—

Una carcajada.

JORGE: Sí recuerdas tus telenovelas, ¿no es cierto?

MAYA: Quiero poder hacer mi vida.

JORGE: Eso estás haciendo. Conmigo.

MAYA: Estoy hacienda tu vida.

JORGE: ¿En qué momento te pusiste así de—?

MAYA: Quiero salir. Quiero tener un trabajo.

JORGE: Es que es imposible, Maya. Es simplemente—

MAYA: Chinga a tu madre, entonces.

Jorge la mira, quieto. Contiene la ira. En un impulso, entra al baño. Suena el celular
de Maya. Largo tiempo, mientras Maya descubre cómo se usa. Contesta.

MAYA: ¿Bueno?

46
CAROLINA: ¿Maya? Ay, qué vergüenza, quedé de llamarte y tuve un problema, se
me borró—

MAYA: ¿Quién eres?

CAROLINA: Soy Carolina. Te estoy ayudando.

MAYA: ¿Quién?

CAROLINA: Mira. Busca un diario debajo de—

MAYA: No te conozco.

CAROLINA: Sí, yo sé, pero así es algunos—

Maya cuelga. Se queda pensando. .

—días, te llamo, Maya, y nos vemos. Te estoy ayudando. No sé qué es-


tá pasando, pero necesitas hacerme caso. Voy mañana a tu casa y tengo
que decirte algo muy importante. Estás en peligro. Anótalo en algún la-
do, para que te acuerdes. Estás en peligro. Estás en peligro. Estás en
peligro. Estás en peligro. Estás en peligro. Estás en peligro. Estás en pe-
ligro. Estás en peligro. Estás en peligro. Estás en peligro.

Jorge sale del baño.

JORGE: ¿Sonó tu teléfono?

MAYA: (Asustada.) No.

JORGE: ¿Me vas a decir la verdad? ¿Quién era?

No responde.

(Fuera de sí.) ¡¿Quién era?!

MAYA: Número equivocado.

Silencio.

La borrachera se ha intensificado: ambos están en el comedor, comiendo las sobras


de algo sencillo y poco apetitoso. Una botella de vino está abierta, las copas llenas.
Música.

MAYA: ¿Sabes si leo?

JORGE: ¿Qué?

47
MAYA: Me gustaba leer. Ya no sé si leo.

JORGE: No mucho.

MAYA: No hay libros aquí.

Se ríe.

No te gusta leer.

JORGE: Los libros te daban tristeza. Me los llevé todos.

MAYA: No te creo nada.

JORGE: A veces te leía tus poemas favoritos. Te ponías triste.

MAYA: ¿Cuáles son mis poemas favoritos?

JORGE: Los geranios.

MAYA: Qué.

JORGE: Estás muy borracha.

MAYA: No es cierto.

Silencio. Siguen comiendo. Francisco se sienta entre los dos. Ninguno de los dos lo
nota.

FRANCISCO: Siempre te quise como algo imposible. A veces estábamos ahí, juntos,
todos adolescentes, y sabía que era imposible. Sabía que se iba a aca-
bar. Me sorprendió cuando me fui enterando después que los primeros
amores de los demás, casi todos soldados rasos como yo, no habían si-
do así, que todos pensaban que ahí podían haberse quedado para
siempre. Contigo no. Siempre fue algo lejano, un sueño que podía
cumplirse un rato, pero que…

Se va la música. Jorge se levanta con los platos.

Vete conmigo. Vente. Deberías ser libre.

Maya, aterrada, lo mira.

MAYA: ¿Qué dijiste?

Silencio.

¿De qué hablas?

48
FRANCISCO: Vámonos juntos.

MAYA: No, eso no—

FRANCISCO: ¿No confías en mí?

MAYA: ¿Cómo puedes preguntarme eso? Yo qué voy a saber.

FRANCISCO: Tú sabes.

MAYA: No.

FRANCISCO: Tú sabes lo que quieres. Y a quién quieres.

MAYA: Eres un militar.

FRANCISCO: (Sorprendido.) ¿Qué tiene eso que ver?

MAYA: ¿Eres violento?

FRANCISCO: Tú sabes que no.

MAYA: ¡No! ¡No lo sé! ¡No sé nada, carajo! ¡No sé quién eres ni quién soy ni
qué es este lugar de mierda en donde—!

La besa.

Y estoy perdida. No sé en dónde ni por qué, pero aquí estoy. Todo pa-
sa a mi alrededor y parece que no me entero, pero… Sólo no entiendo.
No entiendo qué es lo que hago, qué es lo que soy en medio de todo
esto. ¿Quién vive en México además de mí? ¿Quién sufre además de
mí? ¿Qué hay allá afuera además de lo que dicen las televisiones y…?
Hay gente que dice que me quiere proteger, pero yo me siento sola.
Perdida.

FRANCISCO: Ya te encontré.

MAYA: No, tú estás lejos.

FRANCISCO: Estoy aquí. ¿Lo dudas?

Silencio: lo duda.

MAYA: Tú y yo somos muy distintos.

FRANCISCO: Eso lo sé muy bien.

MAYA: Estoy casada.

49
FRANCISCO: No eres feliz.

MAYA: ¿Quién es feliz en este país?

FRANCISCO: Mucha gente. No te engañes. No te enfrasques en una idea que—

MAYA: ¡Cállate! ¡Cállate ya!

Silencio.

Y ya no regreses. Ya no vengas a cazarme.

FRANCISCO: No te voy a dejar ir.

MAYA: Hace mucho tiempo que ya no estoy aquí.

Oscuro.

50
Otra noche

En plena oscuridad, Jorge abre su computadora. La luz le ilumina la cara. Maya


duerme.

JORGE: Claro que podemos hablar de lo que pasó. No importa que sea una his-
toria que haya repetido muchas noches… Si así lo necesitas, así lo hago.
Siempre. Comienza así: sólo tú y yo, para todo, frente a todo.

¿Recuerdas cuando fuimos a los lagos? Tú decías que eran presas, o


una sola presa, y yo que eran lagos. Esa tarde en el bote el sol caía, y
me acuerdo de tu reflejo en el agua. Podía oler la frescura de ese atar-
decer, me acuerdo perfecto. Y cuando recuerdo esto, recuerdo tam-
bién una canción, tu preferida, y que yo odiaba, ¿te acuerdas?

Ésa.

Éramos felices, ¿no?

Aquí tú dices que no. Dímelo.

Pero no te acuerdas.

Te pegué. Caminando hacia el coche me dijiste algo, ni lo recuerdo.


Todo se me nubla. Estabas enojada por el golpe, pero yo estaba aún
más enojado por tus pendejadas. En el camino volviste a alzarme la voz
y yo grité y tú quisiste hacerte la muy chingona conmigo. Metiste el
freno de mano, ah, porque decías que iba muy rápido, que era una ca-
rretera peligrosa y estaba mojado el…

Golpee el tablero y tú estabas asustada. Nunca me habías visto así, eso


decías, nunca te habías puesto así, tranquilízate. Y me bajé, a media ca-
rretera. Y te saqué del coche. Y gritabas, pero no había nadie ahí. Te
arrastré y me pedías que no te hiciera nada, pero seguías chingando
con que…

Hasta ese momento te callaste. En la carretera, en el acotamiento, al fin


te callaste. Había sangre y no sabía que hacer. Me fui en el coche, te

51
dejé ahí, pero por varios kilómetros lo pensé bien y regresé. Por ti,
Maya. Nadie más había pasado, nadie te vio. Llenaste de sangre todo el
coche, pero la del tablero era mía.

En el hospital me preguntaron qué te había pasado, y sólo dije que te


habían atacado en la presa, que habías ido a hacer pipí detrás de los ár-
boles y…

Todo muy creíble. Lo mismo en el Ministerio Público.

Lo mismo en las noticias.

Lo mismo en los chismes de la—

Y nunca más volviste a gritarme así.

Maya despierta con un grito, sudando, de una pesadilla.

Tranquila. Sólo tuviste una pesadilla. Vuelve a dormir.

Maya, aterrada.

Oscuro.

52
Otro día

Maya de pie. Jorge, Carolina y Francisco se acercan a ella con sombreros de fiesta
de cumpleaños y un pastel con velas: un cinco y un cero. Le cantan «Las mañani-
tas». Un rato largo de celebración entre cuatro amigos felices de estar juntos, aun
cuando Maya no entienda bien qué está pasando.

Oscuro.

53
Otro día

Maya tiene un ataque de pánico.

CAROLINA: Respira.

MAYA: No puedo.

CAROLINA: Respira.

MAYA: No puedo.

CAROLINA: Respira.

MAYA: ¡Ya no quiero vivir aquí!

Silencio. Carolina le cepilla el cabello. Una escena casi infantil.

CAROLINA: No hay otro lado a dónde ir.

MAYA: Llévame a otro lado. Necesito—

CAROLINA: Tenemos que echarnos la mano. Sólo nosotras entendemos.

MAYA: ¿Qué cosa?

Carolina señala sus alrededores. Maya, de la nada, se tranquiliza.

MAYA: ¿Cómo está tu hijo?

CAROLINA: ¿Recuerdas el dolor de tu—?

MAYA: ¿Cómo está tu hijo?

CAROLINA: Está bien, está creciendo y—

MAYA: ¿Cómo está tu hijo?

CAROLINA: ¡No quiero hablar de eso!

MAYA: (Suplicando.) Ayúdame.

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CAROLINA: Entiendo que no te sientas segura, pero—

MAYA: ¿Pero qué?

CAROLINA: Necesitas en quién confiar, alguien—

MAYA: Parece que nadie quiere hablar conmigo.

CAROLINA: ¿Pero por qué?

MAYA: Me cuelgan. No sé. ¿Qué hice?

CAROLINA: Nada. No es tu culpa.

MAYA: ¿Entonces de quién?

CAROLINA: No sabes lo que es ser una mujer en este lugar, Maya. No lo recuerdas.
A lo mejor lo intuyes, pero no lo sabes.

MAYA: Te quiero.

CAROLINA: Yo también—

MAYA: Pero ayúdame. Si me quieres—

CAROLINA: Eso estoy haciendo, ¿no?

MAYA: No sé. ¿Eso estás—?

CAROLINA: Leí tu diario.

MAYA: (Aturdida, quieta.) ¿Qué dijiste?

CAROLINA: Era importante. Qué impresionantes historias te cuentas. Pero algo me


sorprendió.

MAYA: ¿Qué, doctora?

CAROLINA: «Mi eterno niño lindo». ¿De verdad así lo ves?

MAYA: ¿A quién?

CAROLINA: A Francisco.

Maya mira a Francisco del otro lado del escenario, confundida, conmovida. Largo
tiempo. De pronto, Carolina se mueve frenética hacia la habitación.

Necesito ver los papeles de tu esposo.

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MAYA: ¿Perdón?

CAROLINA: Sus cuentas. Su pasaporte.

MAYA: Yo no sé—

CAROLINA: Hay algo que no entiendo de todo—

MAYA: ¿Pero por qué?

CAROLINA: ¿Cómo que por qué? Estoy investigando—

Silencio. Se da cuenta que no recuerda.

Soy Carolina, la periodista que… ¿Estás bien?

MAYA: Sí. Me confundí, nada más.

En un instante, Carolina se torna frenética.

CAROLINA: ¡Maya, necesito que me escuches! (Habla con urgencia encima de una
música estridente a todo volumen. Nada se escucha.)

Oscuro.

56
Otro día

Maya le enseña a Francisco el álbum, feliz.

MAYA: Ésta soy yo todavía con la venda.

FRANCISCO: Tenías la cabeza—

MAYA: Hinchada.

FRANCISCO: Aun así te veías—

MAYA: Y acá en el parque.

FRANCISCO: Qué bonito lago.

MAYA: Es una presa.

FRANCISCO: Me hubiera gustado estar ahí con—

MAYA: Y mira, él es mi esposo.

Francisco mira la foto con atención.

FRANCISCO: Él no es tu esposo.

MAYA: ¿Perdón?

FRANCISCO: Él no es tu esposo. Yo lo conozco y él no—

Maya entiende. Maya rompe en llanto.

MAYA: Eres un hijo de puta.

FRANCISCO: Pero qué—

MAYA: Llévame.

FRANCISCO: ¿A dónde?

MAYA: Contigo.

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FRANCISCO: ¿A dónde?

MAYA: A donde haya paz.

FRANCISCO: La paz no existe.

MAYA: (Como una niña.) ¿No?

FRANCISCO: Cuando mato nunca soy yo el que mato. Es sólo mi mano la que ex-
tiende la pistola y la dispara. Yo soy el médium, el cuerpo en el que
descansa la voluntad de otro.

MAYA: Yo también te amo, Francisco.

FRANCISCO: Ahora que te tengo enfrente me acuerdo de que estoy solo. Siempre lo
he estado. Eso duele, Maya. Estoy cansado de mendigar. Algo de cari-
ño. Por todos lados. De mirar allá lejos a las personas que quiero y que
no me regalan ni una sonrisa de vuelta.

(Traga saliva.) Puedes imaginarlo. Cierra los ojos para que lo imagines.

Silencio. Lo mira.

Cierra los ojos.

MAYA: No.

FRANCISCO: Ciérralos. Cierra los ojos.

MAYA: ¿Para qué?

FRANCISCO: ¡Ciérralos!

Lo duda. Tiembla. Los cierra.

Oscuro.

58
Otro día

Maya toma café. Enfrenta a Jorge.

MAYA: ¿Dónde está mi diario?

JORGE: ¿De qué—?

MAYA: Lo escondiste, ¿verdad?

JORGE: ¿De qué me hablas, carajo?

MAYA: Tú quieres que me olvide. ¿Por qué quieres que me—?

JORGE: Quiero que recuerdes que tú no eras así.

MAYA: ¡Tú me volviste así! ¡Necesito recordarme!

JORGE: Nada me gustaría más que volver a los 90 cuando—

MAYA: Antes de quedarme dormida necesito encontrarlo. Y poder abrazarlo,


ponerlo debajo de mi ropa interior, metérmelo hasta dentro, cosérmelo
a la espalda, tatuármelo.

CAROLINA: ¿Cómo estás hoy?

MAYA: Este hombre dice que ésta es la ropa que me gusta, pero no es cierto.
¿Cuándo me ha gustado un traje sastre color gris?

CAROLINA: A nadie le gusta el color—

Maya pone una canción en el estéreo, «Solidaridad», y todos cantan unos segundos.

Deberías intentar escuchar otras canciones. Hay mucho más que eso.

MAYA: Me recuerda a…

Silencio.

CAROLINA: ¡Tu marido es rico desde los 90! ¡Y no es casualidad!

FRANCISCO: Globalización. La doctrina del neoliberalismo llevada a los confines—

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JORGE: Le escupo a tus doctrinas y a tu idea del mundo y a las—

CAROLINA: A nadie le gusta el color gris.

MAYA: Es lo que digo, pero—

JORGE: Yo sé lo que te gusta… Yo sé lo que es bueno para ti…

MAYA: ¿Y qué es eso?

Jorge se enreda buscando una respuesta.

CAROLINA: Muy bonita casa. ¿A qué clase social perteneces?

Maya no sabe qué responder.

FRANCISCO: La clase aspiracional está compuesta por personas de altos ingresos,

JORGE: Pero no tan altos.

CAROLINA: dueños de empresas pequeñas, gerentes, directivos, a veces interme-


diarios, a veces académicos, incluso humanistas, lo que sea que eso
sea.

FRANCISCO: Cualquiera que tenga un cierto control sobre su itinerario profesional y


por tanto su vida.

CAROLINA: Y cualquiera que pertenezca a esa aspiración tiene más que

FRANCISCO: perder a que ganar con los

CAROLINA: cambios sociales que saben que necesita

JORGE: el país. Eso se llama

FRANCISCO: ser conservador, o ser

CAROLINA: hijo de puta.

Silencio. Maya se ríe a carcajadas. Toma café.

CAROLINA: ¿Coronel, General?

FRANCISCO: Soy cabo.

CAROLINA: ¿Hace cuánto que conoce a Maya?

60
FRANCISCO: Siglos.

CAROLINA: ¿Y supongo que eso le hace saber cómo le gusta el café?

FRANCISCO: En una taza.

CAROLINA: ¿Y los geranios?

FRANCISCO: Se los dábamos a un perico.

CAROLINA: ¿No le da celos que se haya casado con otra persona? ¿No se arrepiente
de haberla dejado? ¿Abandonado?

FRANCISCO: Ella me abandonó.

CAROLINA: Y le dan celos, ¿no?

FRANCISCO: No. Me da hambre.

Saca una Paleta Payaso. La come lentamente.

CAROLINA: ¿Ha matado usted a alguien?

FRANCISCO: Me gustan muchos los perros.

CAROLINA: Sí, sí sé que le gustan muchos los perros. Es casi famoso por eso. ¿Algu-
na raza en especial?

Silencio.

Supongo que son muy leales esas razas, ¿por eso le gustan?

FRANCISCO: Claro, con dos de azúcar.

CAROLINA: Se dice que en el ejército y el cartel hay mucha lealtad.

FRANCISCO: Festejamos los cumpleaños todos los años.

CAROLINA: ¿Y ha matado con agravio?

FRANCISCO: Tengo tres schnauzers.

CAROLINA: ¿Sabe dónde está Virgilio, del cartel de—?

FRANCISCO: Justamente ayer lo vi. Estaba tomando el metro Tacubaya.

CAROLINA: ¿Usted?

FRANCISCO: No, el marido de Maya.

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CAROLINA: ¿De qué sería capaz?

FRANCISCO: ¿No le gustan las paletas? (Le ofrece.) Sería capaz de hacer… veinte la-
gartijas, quizá treinta. (Pausa.) Se las dibujo, las lagartijas. (Se acerca a
las notas de Carolina, pero ella no se mueve.) Permítame, déjeme con-
tarle algo: una vez íbamos rumbo a Zacatecas con la tropa y tuvimos
que detenernos porque había un choque. Toda una familia de indíge-
nas fue atropellada por un camión de Coca-Cola. ¿Sabe cómo encon-
tramos los restos? Así…

Abre la boca: los restos masticados de la paleta.

Así quedaron.

CAROLINA: (Conmovida.) Se nota que quiere mucho a Maya.

JORGE: ¡La reputísima madre que los parió, hijos de mil puta! ¡La concha de su
madre! ¡Forros, putos del orto, hijos de trescientos vagones cargados
de putas! ¡Esto es un quilombo!

Sobre la mesa había un regalo de aniversario y Maya lo ha estado abriendo: la caja


revela una Barbie vestida exactamente como ella, pero con un cuchillo clavado en el
vientre y tela roja como sangre.

MAYA: Por supuesto que sé dónde estoy. Me acuerdo de todo. Estaba hasta el
huevo de trabajar todos los días. Y tus putizas.

Silencio.

¿Dónde está mi diario?

Francisco se lo da. Maya lo lee como uno lee una novela.

Mira, él es mi esposo.

Lo mira frente a él y sonríe; Jorge, quieto.

FRANCISCO: Él no es tu esposo.

MAYA: Claro que es mi esposo.

FRANCISCO: No, tu esposo es un gringo así, altísimo—

MAYA: ¿Pues qué no lo ves? Tiene una cara de esposo—

FRANCISCO: Es que no entiendo por qué—

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MAYA: Es que no hay nada que entender—

FRANCISCO: Pero te estoy diciendo que este güey—

MAYA: ¿Entonces estoy en peligro?

FRANCISCO: ¡No soy una mala persona!

El pastel de cumpleaños aparece con otras velas: un 4 y un 3.

Es que en México todos hemos bajado a los infiernos.

CAROLINA: Lo único que cambia es lo que significa el infierno para cada quién.

MAYA: Me voy contigo.

FRANCISCO: Sí, pérame.

Saca una pistola y se va, como si escapara.

MAYA: No me acuerdo.

JORGE: Ya sé que no te acuerdas, justo ése es el—

MAYA: ¿Y me querían—?

JORGE: Así es la vida, la vida pasa y no puede explicarse.

MAYA: ¿Qué?

JORGE: ¿Recuerdas por qué luchabas?

MAYA: No sé de qué me hablas.

JORGE: ¡Te acabo de decir que eras una activista!

MAYA: ¿Yo?

JORGE: ¿De quién estamos hablando, Maya?

MAYA: ¿Una activista? ¿Yo?

JORGE: Siempre tuviste esa espinita de luchar contra lo injusto. En realidad


cualquier cosa que fuera una expresión de la mierda que el sistema trae
dentro. Así decías.

MAYA: ¿Y qué más?

JORGE: Fuiste muy popular.

63
MAYA: ¿Y qué más?

JORGE: Y muy odiada.

MAYA: ¿Y qué más?

JORGE: ¿En serio no te acuerdas de todo esto? ¿De lo que eras?

MAYA: ¿Y qué más?

JORGE: Nunca me gustó. Nunca me dio buena espina. En estos países no es


bueno luchar por—

MAYA: ¿Pero por qué?

JORGE: Por las mujeres asesinadas. Por la violencia—

MAYA: No. ¿Por qué me mataron?

JORGE: No te mataron, aquí—

MAYA: ¿Por qué me querían matar?

JORGE: Yo qué sé. Escuchaste lo que no debías, preguntaste algo que ofendió a
alguien, viste—

MAYA: ¿Y por eso…?

JORGE: …estás así, como estás.

MAYA: Enferma.

JORGE: Bueno, sí.

MAYA: ¿Y no te da miedo?

JORGE: ¿Qué más nos pueden hacer?

Alguien se aclara la garganta.

MAYA: No me acuerdo.

JORGE: Ya sé que no te acuerdas, justo ése es el—

MAYA: ¿Por qué no me dejas?

JORGE: Qué cosa.

MAYA: Deja que me lleve.

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JORGE: Qué te lleve quién.

MAYA: Francisco.

Risa.

JORGE: ¿Panchito?

MAYA: Sí. Panchito, a su casa.

JORGE: ¿A qué casa? Si no tiene ni dónde caerse muerto. Vive en la zona mili-
tar.

MAYA: Vivía. Es general retirado.

Alguien se aclara la garganta.

No me acuerdo.

JORGE: Ya sé que no te acuerdas, justo ése es el—

MAYA: ¡Me das una pastilla para dormir cuando no me doy cuenta!

JORGE: ¿De dónde sacas eso?

MAYA: ¡Lo sé! Lo tengo anotado, lo sé. A veces me das—

Suena el celular de Carolina.

JORGE: Lo dieron de baja por delincuente.

MAYA: Mira, no voy a discutir contigo. Te libero de mí. Tú te mereces ser fe-
liz, te mereces que cada mañana haya una mujer que te diga lo hermo-
so que eres, que te prepare ella el desayuno, que construyan juntos una
familia, y eso no soy yo.

JORGE: Y eso quién dice.

MAYA: Tú. En cada uno de los mensajes que dejas. Me recuerdas que hay que
empezar de cero todos los días.

Silencio.

De él sí me acuerdo.

Risa.

Me acordé que me trajo geranios.

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JORGE: ¡Odias los geranios! Tu abuelita te decía «no compres geranios, no pon-
gas geranios en la casa, si no no te vas a casar».

Carolina empieza a aullar, desconsolada, al teléfono. Lo deja caer.

CAROLINA: Mi hijo. Mi hijo. Mi hijo. Mi hijo. Mi hijo. Mi hijo. Mi hijo. Mi hijo. Mi


hijo. ¿Quién lo mató? Mi hijo, lo mataron. Mi hijo.

Errática, se mueve por el escenario.

MAYA: Ay, ¿pero qué pasó?

CAROLINA: Me lo mataron.

MAYA: ¿A quién?

CAROLINA: A mi hijo.

MAYA: ¿Estás segura?

Carolina, en silencio, mira a Maya como si no entendiera lo que está diciendo. Lar-
go rato, en silencio.

JORGE: Amor

MAYA: Qué pasó.

JORGE: Hoy es mi cumpleaños.

MAYA: ¿En serio?

JORGE: No, nomás te estaba checando, a ver si ya te habías curado.

CAROLINA: Sebastián.

MAYA: Sé que me están mintiendo, no sé qué está pasando pero esto no está
bien. No sé qué quiero, pero esto no.

JORGE: Él no es tu esposo.

CAROLINA: Si no se le hiciera saber, ¿la paciente es consciente o no de que tiene


un problema de memoria?

JORGE: ¿Se siente vulnerable antes de enterarse que está enferma?

CAROLINA: Pero quién no se siente vulnerable.

JORGE: Muy buena pregunta.

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CAROLINA: Aquí, quién no se siente—

MAYA: ¡El mundo se va a acabar! ¡Nos vamos a morir!

CAROLINA: No, pérate.

MAYA: (A Jorge.) ¡Tú me quisiste matar! ¡Ahora lo recuerdo! Atrás del coche,
en el estacionamiento. Me dejaste ahí después de golpearme una y otra
y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra y otra
vez con la cajuela abierta. Nadie te vio. Sólo yo, a través de la sangre.
Ahora me acuerdo, por eso estoy así.

Jorge le levanta el dedo medio a la cara.

CAROLINA: El duelo es una fractura expuesta. El duelo es un borrón de los signos.


El duelo es una masacre ocurriendo en el recuerdo de quien se queda.
El duelo es un gusano—

JORGE: ¿Te cuento el chiste? Te lo cuento todos los días. Estaba un enano y—

MAYA: ¡Ya!

JORGE: —y lo matan en la calle y llega el comandante a ver qué cártel había


sido, muy analítico él, valiente, y después de un rato dice: éste era un
señor tan enano que cuando lo mataron los Zetas en vez de irse al cie-
lo, se fue al techo.

Jorge se carcajea. Francisco toca a la puerta, la empuja y aparece cubierto de sangre


ajena.

MAYA: ¿Por qué me dejaste?

FRANCISCO: ¡Tú me dejaste! ¡Por naco! ¡Porque tu familia no podía imaginarse que
estuvieras con alguien como yo! ¿Te acuerdas de mi casa? Te daba as-
co. Te daba miedo. Te daba vértigo saber que alguien podría vivir así,
en un cerro, con piso de tierra, sin—

MAYA: Eso no es cierto.

FRANCISCO: ¡Me dejaste porque tú familia decidió que era demasiado pobre para—!

MAYA: ¡Te dejé porque era muy peligroso salir con un militar!

FRANCISCO: ¡¿Y cómo te acuerdas de eso?!

MAYA: ¡No sé!

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CAROLINA: Yo tampoco.

MAYA: Quiero recordar.

FRANCISCO: Lo importante es saber.

MAYA: Ojalá me hubieras querido después.

FRANCISCO: ¿Después de qué, mi amor?

JORGE: Dios hizo al vino y al hombre pa que se puedan juntar, Dios es todopo-
deroso, hágase su voluntad.

MAYA: En la tele dijeron que—

FRANCISCO: ¿Quién tiene el poder?

Discuten entre todos. Maya toma café.

MAYA: Ahí, al fondo, siempre es la violencia.

JORGE: Y bueno, la construcción de un mito-país en un contexto mundial don-


de ya no funciona.

CAROLINA: Cuando decimos: la gente no tiene paz y el Estado no tiene los recur-
sos para darles seguridad, eso es violencia.

FRANCISCO: Los retenes son una metáfora. Están por todos lados.

CAROLINA: Es notable que te interese esto, Maya.

MAYA: ¿Qué cosa?

JORGE: No se te olvide que soy la única persona que sabe que estás viva.

MAYA: El Barzón fue mi primer trauma.

CAROLINA: Dice Freud que—

FRANCISCO: Alguien me preguntó hace poco si en realidad eres amnésica o estás


bloqueando algo que te da culpa.

MAYA: ¿Alguna vez he pensado en suicidarme?

CAROLINA: Ayer vi en las noticias cómo destazaban un ciervo. Le quemaban los


genitales, lo colgaban de un puente y le escribían en la piel:

FRANCISCO: TODOS NOS VAMOS A MORIR.

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MAYA: No, todos nos vamos a olvidar.

CAROLINA: Le tomaron unas fotos, luego lo bajaron, y ahora su imagen está en una
galería en Nueva York.

JORGE: Qué orgullo el arte mexicano.

FRANCISCO: De que haya luto en mi casa a que haya luto en la tuya…

JORGE: ¿Por qué tenías amantes, Maya?

CAROLINA: ¿No sientes culpa?

JORGE: ¿Por qué mataste a nuestro hijo?

MAYA: ¡Eso es una mentira!

CAROLINA: ¿Encuentras que la realidad es confiable?

FRANCISCO: ¿Por qué tienes miedo de salir?

JORGE: ¿Sólo porque no recuerdas nada?

FRANCISCO: ¿Y qué es lo que no recuerdas?

MAYA: ¡Mentiras!

CAROLINA: Eres un hombre gris.

JORGE: Pero hay escalas.

MAYA: Yo tenía una casa. Era una casa blanca. Tenía buenos vecinos, y se veía
la ciudad, toda la ciudad,

FRANCISCO: Te lo he contado varias veces. Siempre se te olvida.

MAYA: pero me daba miedo verla toda, esa inmensidad.

JORGE: ¿Cómo puede sobrevivir alguien sin romper la ley?

MAYA: Estás loco.

FRANCISCO: Esto no se trata de la locura, Maya. Se trata de—

JORGE: ¿Alguien me puede decir quién carajos es Maya?

MAYA: ¡Sí leo! ¡Leo mi diario todos los días!

Carolina toma el diario. Lee.

69
CAROLINA: «Esto no es real. A veces lo creo. A veces sólo soy el cuento contado
por alguien más. Por un gobierno. Por un hombre. Por la acumulación
de riqueza.»

FRANCISCO: ¡Eso es la verdad! ¡Eso!

CAROLINA: ¡Todos muertos! Tu padre muerto, tu madre muerta.

JORGE: 350 mil muertos.

MAYA: ¿Eres corrupto?

FRANCISCO: ¿Quién no es corrupto en México?

JORGE: 72 mil aún desapa—

CAROLINA: La amnesia es un instinto de supervivencia.

JORGE: Y tú aquí, pobrecita.

FRANCISCO: ¡¿Por qué no me recuerdas?!

CAROLINA: Necesito que me escuches, Maya. No puedes confiar en él. Él no es tu


esposo, escúchame, no—

JORGE: ¡Oscuro!

CAROLINA: Aquí está tu ropa. Confía, sal, camina tres calles y pide un taxi. En el
pantalón hay una dirección y dinero, pero vete y no des vuelta atrás.

MAYA: ¡Fuiste tú! ¡Tú me querías matar! Atrás del coche, en el estacionamien-
to de—

FRANCISCO: ¿Con qué nos identificamos aquí?

JORGE: ¿Quiénes somos?

FRANCISCO: Deberías quererme como yo te quiero.

MAYA: (Tomando el diario.) Todo está aquí. En la historia que me cuento y


que me cuentan.

CAROLINA: ¡Los geranios y las hojas secas y el incendio que las consume!

JORGE: ¿Qué me pasó? ¿Alguien sabe qué me pasó? ¿Alguien puede decirme
qué chingados me pasó?

70
FRANCISCO: Te veo y siento que también he perdido la memoria. O la esperanza. O
la visión.

CAROLINA: ¿Recuerdas cuando esto no era así? ¿Cuando todo era—?

FRANCISCO: ¡Que no recuerda nada! ¿No estás poniendo—?

JORGE: ¡Ya no quiero vivir aquí! Me salí de un infierno para venir a vivir a—

MAYA: Lárgate de aquí si te vas a estar quejando de—

JORGE: Somos la misma mierda pero con distinto olor, ¿me entiendes?

MAYA: —puto argentino de mierda.

JORGE: No hay otro lugar.

MAYA: Hay muchos otros lugares.

JORGE: Y sin embargo—

CAROLINA: La crítica dice que el ciervo representa la emasculación del sujeto polí-
tico, tanto como la muestra del horror en que vivimos.

FRANCISCO: No hay desenlace. Sólo hay vacío.

CAROLINA: (Enfurecida.) ¡¿Cuál vacío, pendejo?!

FRANCISCO: Soñé y se me apareció un niño. Ese niño era yo, y ese niño me dijo:
¿cuándo se va a terminar?

MAYA: ¡Quiero vivir en paz! ¡Sólo quiero vivir en paz!

FRANCISCO: Y ese niño se volvía un monstruo. Su transformación era aterradora.


Indigna.

CAROLINA: ¿Cómo puede alguien sobrevivir sin romper la ley aquí?

FRANCISCO: Y el monstruo me decía: y cuando acabe, ¿qué?

JORGE: ¿Qué hubiera pasado si tuviéramos hijos?

CAROLINA: ¡Sebastiáaaaaan!

JORGE: ¿Seríamos más felices o estaríamos aún más muertos de miedo, Maya?

MAYA: La esperanza muere al último, aún después de la memoria.

Maya se ríe.

71
FRANCISCO: Un general tuvo una visión. Del territorio desaparecían todos. Sólo
quedaban ellos. Y miraban el mundo vacío. Y lloraban y decían qué hi-
cimos mal no es nuestra culpa.

MAYA: (Tomando el periódico.) Todo está aquí. En la historia que me cuento y


que me cuentan.

CAROLINA: ¿Qué va a seguir? ¿Qué nos espera allá? ¿Qué estamos esperando? ¡Di-
me!

MAYA: Oye, a ver, te pido que no te pongas así, no es para tanto.

CAROLINA: Te extraño. Te veo allá lejos, muerto. Te extraño.

JORGE: Me cago en la tumba de todos los que han gobernado este lugar.

FRANCISCO: ¡Ya se los cargó la verga, hijos de la chingada!

CAROLINA: ¡La gente se está desvaneciendo!

MAYA: ¿Por lo menos estoy viva?

CAROLINA: ¿Y para qué te va a servir? ¿Para seguir aún más llena de—?

JORGE: Cuando me siento a desayunar se me aparecen los muertos. Cuando


camino esquivo los cuerpos en la calle. Cuando me acuesto escucho
los gritos de los que no merecieron seguir aquí.

CAROLINA: Todo esto para decir—

MAYA: ¡Váyanse a la verga! ¡Todos!

FRANCISCO: ¿Y qué sigue mañana? Nadie sabe, ésa es la definición del mañana. Pero
es que hay gente que lo tiene más seguro que otros, ¿no? ¿Qué puede
hacer uno para asegurar el día siguiente? ¿Qué tiene que hacer uno
aquí para sentir que no se abre un abismo cada día? ¿Cuántos hobbies,
cuántas chambitas, cuántas distracciones, cuántas mordidas, cuántos
préstamos, cuántos planes para salir de esa casa a otra casa en otra zo-
na? ¿O en otro país? Yo también lo soñé, y me quedé. Aquí. Igual que
tú. (Silencio.) Todavía me recuerdas, ¿no? ¿Maya?

CAROLINA: No te envidio, no. Pero no hay nadie a quién envidiar aquí. ¿Qué nos
queda? Teorías, convicciones, explicaciones fallidas, mecanismos de
defensa. Periódicos. Mundos mágicos. Esperanza. La esperanza muere
al último, ¿verdad?, pero cuánta gente tiene que morir antes de eso. Y
sin embargo hay belleza. Hay una historia que trazamos sobre el mun-

72
do como si lo hiciéramos en la arena. Es una lástima que no recuerdes
la tuya. (Silencio.) Estás haciendo grandes avances. Sólo hace falta—

JORGE: Me acordé de algo. Aún no te conocía. Llegué acá y entré en una espe-
cie de frenesí. Qué bonita tierra, ¿no?, todo eso. Y después me di cuen-
ta. Cuánto dolor. La lentitud con la que pasa el tiempo cuando duele.
Todo está construido alrededor de esa pesadez. Nuestra casa también,
mi amor. Pero tú sigues. Todos seguimos, pues, pero tú sigues: como si
hubiera algo más allá por descubrir al otro día, y no sólo un oscuro lar-
go y definitivo. Aquí estaré para ti. Por eso debes confiar en mí, mi
amor. Yo sé lo que es bueno para ti.

Silencio.

Hoy vas a dormir muy bien.

MAYA: Soñé algo. No lo recuerdo.

Pero puedo inventar mis sueños. Sigo siendo capaz.

Será un thriller. Será emocionante.

Estarán mis padres esperándome en una casa blanca que nunca voy a
reconocer. Del otro lado de la ciudad, ¿la ves?

Pero esa casa estará en México. Y mi padre me dirá: ¿Cómo huir de lo


que somos?

Más allá habrá geranios. O paz. O fiestas desconocidas. Pero esos no


los puedo ver. Los tapa la memoria, o los cuerpos. Y no lo puedo ima-
ginar. Se me acaba la—

Y después recordaré todo. Todo lo existente y todo lo futuro. Sabré


por qué estamos aquí y por qué no podemos escapar. Después contaré
de todo lo que pasó y perdonaré.

Y después me voy a morir. Si me van a matar o no, sólo podrá decidirlo


el destino. O los hombres. Los seres humanos que viven aquí.

Y después, mucho después, no habrá nada.

Pero mientras aquí estoy.

Sin memoria.

Estoy, estamos.

73
Maya toma café.

No quiero dormir. Quiero saber todo. Quiero entender.

Pero eso es imposible, dicen.

¿Qué va a pasar mañana?

Maya parece preguntarles a los demás; nadie la escucha. Al final, se encoge de hom-
bros con pesadez.

Francisco limpia y prepara una pistola. Llora.

Jorge se prepara para dormir: un pijama de seda, las cosas acomodadas en el buró,
la alarma puesta.

Carolina, a la mesa, escribe algo en su laptop. Se detiene. Después de buscarlo un


rato, abre un video de su hijo jugando, diciéndole cosas a la cámara. Toma el pastel
de la mesa. Come.

Maya, al centro, escribe en el diario.

MAYA: Querido diario. Estoy enferma. Este lugar también. Algún día me voy a
rendir, pero no hoy.

Silencio.

Y bueno, al menos tengo—

Oscuro final.

74

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