Sara Daniela Rodriguez - Siete Golpes
Sara Daniela Rodriguez - Siete Golpes
Sara Daniela Rodriguez - Siete Golpes
Alguien alguna vez me dijo que hay dos cosas que definen tu vida y son importantes para los
cambios. Uno es tu profesión; lo que vas a estudiar es una de las decisiones, y depende de
cómo lo decidas, cambiará tu futuro. La segunda es tu pareja para el matrimonio, dado que es
la unión de dos vidas, y esa persona que entre en tu vida. Ambos convivirán y cambiarán, una
persona que afecta tu vida. En ambas se pueden cambiar o retirar, pero cada decisión te
afectará como persona.
Pero lo que nunca me dijeron es que existen factores y barreras que pueden impedirte
alcanzar una o ambas metas, ya sean barreras económicas, políticas o sociales. Uno de los
siete grandes golpes que la vida me ha dado es darme cuenta de que no todos somos iguales,
a pesar de que se supone que tenemos los mismos derechos y oportunidades; esto es solo una
ley en papel, ya que esa normativa no se cumple.
No puedes comparar a un deportista de boxeo que entrenó en un gimnasio con todas las
instalaciones necesarias y, además, su propio equipo de protección que se convierte en algo
personal. También cuenta con profesionales que lo guían, incluso hasta un fisioterapeuta
encargado de ayudarlo cuando siente que su cuerpo no puede más.
Pues ese deportista de boxeo no soy yo, Víctor. Mi primer acercamiento con ese deporte no
fue de manera profesional ni muy legal, por así decirlo. Permíteme contarte un poco sobre mí.
Para empezar, cuando era un niño, no era muy atlético ni popular, por así decirlo. Recuerdo
las burlas y cómo yo mismo las soportaba sin hacer nada, hasta que mi tío se enteró y me
enseñó a pelear. Él me repetía que los hombres no lloran, sino que pelean y dan la cara. Pero
no fue como en las películas, donde todo se soluciona al vencer a los malos; de hecho, me
expulsaron por romperle los dientes a uno de mis bravucones.
Injusto, ¿verdad? Fue una de las muchas veces en las que no me sentí bien con esa
discriminación. Fue el primer golpe que la vida me dio. El argumento que se esgrimía era que
ellos eran las víctimas, ya que nunca denuncié su abuso y, en lugar de buscar una solución
pacífica, recurrí a la violencia. Sin embargo, cuando mi madre se enteró, se enojó mucho con
mi tío, y una solución que buscamos fue que canalizara toda esa energía en un deporte. Dado
que tenía la habilidad de romper dientes, ¿por qué no probar con un arte marcial?
Empecé en un gimnasio improvisado cerca de mi barrio, uno que mi familia podía permitirse.
No tenían sacos de boxeo, sino que usábamos costales de papas que cumplían la misma
función, y la protección era prácticamente nula. Así pasé mi adolescencia, encariñándome
con un deporte que realmente no conocía por completo, basándome solo en un imaginario de
lo poco que tocaba de su superficie. Dejé el colegio para seguir mi pasión.
Esa idea no fue del gustó de mi madre,dado que a ella no le gustó mucho la idea de que
eligiera un deporte que podría romperme la cara y destrozar mi cuerpo. Intenté convencerla
de que no sería como en el gimnasio, peleando a mano limpia, sino que usaría guantes,
tobilleras e incluso un protector bucal. Le mencioné que podría llegar a representar a mi
barrio, a la comunidad e incluso al país en el futuro. Milagrosamente, logré convencerla.
Uno de los segundos golpes que me dio la vida fue cuando me adentré en una práctica más
profesional y noté la gran diferencia con mis compañeros, quienes tenían mucha más
experiencia y utilizaban protección adecuada. Se sentía muy distinto. Sin embargo, si quería
convencer a mi madre, debía seguir en ese tipo de lugar. Me sentía ridículo con los guantes;
prefería mil veces pelear a puño limpio. Por eso, me sentía inferior, pero no permití que eso
me detuviera.
El tercer golpe fue un error motivado por la necesidad de dinero fácil. Las dichosas clases en
el nuevo gimnasio eran diez veces más caras que las que pagaba en mi gimnasio anterior, y
ansiaba una pelea sin esos molestos guantes, sentir cómo mis nudillos dolían al impactar
contra mi contrincante. Por eso, como una polilla atraída por la luz, me dejé tentar por las
peleas ilegales, que eran callejeras y sin reglas; me sentía libre. Sin embargo, jamás pensé que
eso llegaría a afectar tanto mi futuro.
El cuarto golpe fue aprender que los halagos se me subieron a la cabeza. Avancé poco a poco
hasta volverse conocido y comencé a interactuar en otros círculos sociales. Fue mi primer
acercamiento a las élites y sus fiestas. Me preocupaba más en complacerlos que en entrenar
correctamente. Ya había dejado las peleas callejeras y me estaba adentrando más en lo
profesional.
Jamás pensé que me acercaría al mundo del ballet, tan diferente al boxeo. En una de las
fiestas, para aparentar interés en su círculo, decidí participar. Había un volante del Teatro
Junín. En toda mi vida, nunca había ido a un teatro ni mucho menos a ver un ballet
americano. Acepté la invitación solo para encajar, sin darme cuenta de que ese martes sería
un día inolvidable que no tenía ninguna relación con el boxeo.
Como un colibrí, tan frágil y fuerte volando, y un cisne que extiende sus alas al vuelo, ella
deslumbró en la oscuridad del teatro. Sentí como si mi corazón se detuviera ante sus
movimientos angelicales y giros bruscos, un magnífico contraste. No recuerdo de qué trataba
la historia; solo recuerdo sus hermosos ojos que brillaban cuando saltaba, como si pudiera
tocar el firmamento. Sin saber su nombre, tenía que conocerla. Digamos que fue una especie
de amor a primera vista. En ese instante, supe que ella debía ser mi futura esposa, pero no
pude volver a verla. Sentía que una piedra me oprimía el pecho hasta que la conocí en una de
las fiestas y pude saber su nombre Judit, pensé que podríamos estar juntos, por eso la empecé
a cortejar, le traía flores y le dedicaba serenatas. Empezamos a hablar, y ambos sentíamos una
química que nos unía en cuerpo y alma. El único defecto en ella eran mis suegros, que me
odiaban.
El sexto golpe fue la representación y su inminente caída. Por fin logré alcanzar mi sueño de
ser un representante de mi ciudad, pero como Ícaro llegando al sol, me quemé. Al ser famoso,
mi tercer golpe salió a la luz, dañando mi carrera y generando iras y peleas con familiares,
amigos y conocidos. Mi gran aliado, el frío sabor amargo del alcohol, fue el detonante de mi
decadencia. No podía creer que por un error del pasado deslegitimaran todo el esfuerzo y
trabajo que había realizado. La ira y la vergüenza no me permitían pensar que ese hecho
saliera a la luz. Solo cuando gané el torneo de representación, solo pude pensar en la
conspiración volviéndome paranoico.
El séptimo y último golpe que me dejó noqueado, fueron las discusiones y mi divorcio.
Estaba seguro y totalmente convencido de que ese hecho salió a la luz gracias a mis suegros.
Comencé a discutir con Judit y a destrozar las cosas. Solo veía rojo, sin darme cuenta de que
perdería a uno de los pilares más importantes de mi vida. Ella se divorció con ayuda de su
familia. Nuestra relación se había fracturado, aunque no hubo golpes físicos, nuestras
palabras nos cortaban como cuchillos. Ella me echó en cara que yo no era el único que se
esforzaba. Según la industria, ella ya no era joven, y había una competencia feroz que la
alejaba de los papeles protagónicos. En mi inconsciencia, ignoré todo su esfuerzo, a pesar de
que al principio una de las cosas que nos unió fue su ferviente dedicación y entrenamiento,
hasta que sus pies se rindieran. Yo le reproché que, a pesar de los años de matrimonio, no
tuviéramos hijos. Ese fue un duro golpe, ya que lo intentamos durante un par de años. Pero
cuando ella se fue, me di cuenta de lo que había perdido, aunque ya era tarde. Judit decidió
irse al extranjero a una academia, algo que no pudo hacer, cuando se la ofrecieron, ya que
antes estaba conmigo y no quería dejarme.