Libro Procesal II
Libro Procesal II
Libro Procesal II
5ª edición
Curso 2023/2024
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I.S.B.N.: 978-84-09-14502-7
ÍNDICE
LECCIÓN 1
Y si el Derecho penal solo puede ser aplicado por los tribunales, de ello se
deriva otra consecuencia, la de que el Derecho penal solo se puede aplicar a
través del correspondiente proceso (penal), dado que la actuación de los
tribunales se desenvuelve necesariamente a través de procesos.
Sentado lo anterior, ha de notarse que en el proceso penal confluyen y a la
vez se enfrentan dos intereses (públicos) contrapuestos:
— De un lado, se encuentra el que se puede llamar «interés público en la
persecución penal». Este interés público exige una reacción del Estado siempre
que se tenga noticia de la comisión de un hecho aparentemente delictivo: en otros
términos, siempre que haya apariencia de delito debe abrirse el correspondiente
proceso penal para proceder a su persecución y su castigo. Este interés público es
la base y el motor del proceso penal.
— De otro, se encuentra el interés en que se respeten los derechos
fundamentales de las personas sujetas a un proceso penal, que también es un
interés de carácter público, especialmente allí donde existe una Constitución que
reconoce el standard mínimo de tratamiento que merecen todos los sujetos que
se relacionan con el poder público.
Por eso, el proceso penal no puede desarrollarse de cualquier modo, sino
que su eficacia –exigida por el interés público en la persecución penal– está
condicionada por el respeto a los derechos fundamentales. Hay que tener en
cuenta que en el desarrollo del proceso penal existen al menos tres momentos de
máxima tensión entre ambos intereses públicos (en la persecución penal y en el
respeto a los derechos fundamentales):
― Cuando se adoptan medidas cautelares personales frente al encausado
que, como la detención o la prisión provisional, pueden privarle, aunque sea
temporalmente, de su libertad –o también de otros derechos, igualmente
relevantes–.
― Cuando se acuerdan ciertas actuaciones de investigación que pueden
ser restrictivas de derechos fundamentales, como sucede con la intervención de
las comunicaciones telefónicas o con el registro domiciliario.
― Cuando se dicta sentencia al final del proceso, que puede ser
condenatoria y que puede privar al sujeto condenado de algún derecho
fundamental (v.g. la libertad, si se impone pena privativa de libertad).
Esta prohibición de que el que instruye no pueda después juzgar se conoce con la
expresión de «principio del juez no prevenido» o «principio del juez no
contaminado».
2º. La segunda idea sobre la que se asienta nuestro modelo de justicia
penal es la de que el proceso penal debe estar dividido en dos fases, la de
instrucción y la de enjuiciamiento.
La fase de instrucción (a menudo llamada también fase de sumario) tiene
un carácter preparatorio y a la vez necesario. Su finalidad es investigar para
determinar si el asunto merece ser o no enjuiciado. De su resultado depende que
se abra o no juicio oral. En la fase de instrucción se investiga la conducta punible
y, a su término, se decide si resulta procedente pasar o no a la fase de
enjuiciamiento. Dar paso a la fase de enjuiciamiento solo será oportuno si tras la
instrucción queda acreditada la comisión de un delito, está identificada la persona
aparentemente responsable y se han obtenido pruebas suficientes con las que
sustentar una acusación en juicio.
La fase de enjuiciamiento (también llamada fase de juicio oral) es
contingente: solo se abrirá si ha tenido éxito la fase de instrucción. En esta fase
las partes formulan sus pretensiones, se practican las pruebas pertinentes y el
tribunal habrá de dictar sentencia.
Debe tenerse en cuenta, además, que entre la fase de instrucción y la fase
de enjuiciamiento ha de existir una fase diferenciada, llamada «fase intermedia»,
cuya finalidad es decidir, a la vista de los resultados de la instrucción, si procede
abrir la fase de juicio oral –a través del llamado «juicio de acusación».
3º. Finalmente, el tercer elemento definitorio de nuestro modelo de
proceso penal es que, como regla, en él se ejercitan conjuntamente la acción
penal y la acción civil derivada del delito.
El proceso penal, por tanto, no se limita a ser un instrumento para aplicar
el Derecho penal e imponer un castigo al culpable de un delito, sino que también
se utiliza para exigir las consecuencias jurídicas que el hecho delictivo produce
en el plano civil: en este segundo ámbito, se permite reclamar la restitución de la
cosa objeto del delito, la reparación de los daños o la indemnización de los
perjuicios ocasionados por el delito (art. 100 LECrim; arts. 109-122 CP). Por eso,
las partes acusadoras normalmente ejercitan tanto la acción penal como la acción
civil; es más, el propio Ministerio Fiscal tiene la obligación de ejercitar la acción
civil en beneficio del perjudicado por el delito (art. 108 LECrim). Esta regla solo
se excepciona en dos supuestos: 1) cuando el perjudicado por el delito renuncia a
la acción civil; 2) cuando el perjudicado por el delito decide «reservarse» la
acción civil para ejercitarla de forma separada en un proceso civil, aunque en este
caso ese proceso civil no podrá desarrollarse hasta que no haya concluido el
proceso penal (art. 112 LECrim).
preceptos dudosos, para salvar lagunas legales y para guiar la actuación de los
Fiscales, razón por la cual tienen un valor cualificado.
LECCIÓN 2
el juez de instrucción no está en una posición expectante, sino que tiene un papel
activo de dirección de la investigación.
Al principio de contradicción en el marco del proceso penal también se le
conoce como «principio acusatorio»: no podrá haber ni juicio ni menos aún
sentencia de condena si no existe un sujeto distinto del juez que sustente una
acusación. Tampoco es infrecuente que, en un caso concreto, el fiscal solicite la
absolución y sean el acusador particular o el acusador popular quienes insten la
condena.
El estado considera que la victima tiene derecho que es para el menos gravoso, por ej en la revelación de secretos igual no interesa, por ser mas
gravoso
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Privados: delito de injurias y calumnias entre particulares, tienen doble proteccion, bien civil dando proteccion al honor y otro por la via penal. Esto
supone que la victima es el unico que puede iniciar el procedimiento, a traves de una querella, el ministerio fiscal no esta presente, y la victima
puede finalizarlo cuando quiera.
2. LOS PRINCIPIOS JURÍDICO-TÉCNICOS DEL PROCESO PENAL
Los principios jurídico-técnicos son aquellos a través de los cuales se
pretende que el proceso penal sirva de manera eficaz al tipo de derechos e
intereses sobre los que versa y que se tutelan a través de él.
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sentencia tras sustanciar dicho proceso por todos sus cauces. A lo que se aspira es
a que la reacción del Estado ante el delito solo se produzca cuando se considere
conveniente u oportuna, y que además esa reacción no deba pasar en todo caso y
de forma férrea por la sustanciación por todos sus trámites de un proceso penal.
Implantando el principio de oportunidad se pretende básicamente adaptar
la reacción del Estado a las circunstancias del caso concreto, de forma que no se
persigan delitos o no se impongan sanciones en caso de que no se considere
oportuno. Además, estas técnicas distintas de reacción ante el delito que permite
el principio de oportunidad podrían convertirse en la forma de solventar el
problema que plantea la criminalidad de bagatela, porque podrían sancionarse
estas conductas sin necesidad de sustanciar un proceso que consuma excesiva
energía jurisdiccional.
El principio de oportunidad rige, en mayor o menor medida, en muchos
ordenamientos de nuestro entorno: el modelo más conocido es el de Estados
Unidos, pero también se da en Francia o en Alemania.
La implantación de un modelo procesal inspirado en el principio de
oportunidad tiene como requisito la concesión al Ministerio Fiscal de amplios
poderes para decidir cuándo es oportuno reaccionar y de qué manera se
reaccionará ante el delito. Estos poderes de oportunidad atribuibles al Fiscal
pueden plasmarse de diversas maneras:
― Que el Fiscal tenga el poder de decidir (con sujeción a su propio
criterio, a la vista de lo que parece oportuno o conveniente en un caso concreto)
si un delito se va a perseguir o no, esto es, si va o no a formularse acusación (en
caso negativo, ni siquiera tendría sentido abrir el proceso penal).
― El poder del Fiscal de no someter al juicio del tribunal todos los hechos
punibles o penalmente relevantes de un caso, sino de reducir el ámbito objetivo
del proceso penal.
― El poder de efectuar una calificación jurídico-penal de los hechos no
férreamente ligada a las exigencias del principio de legalidad –en la práctica, se
trata de calificar los hechos en beneficio del acusado–.
― La facultad de que el Ministerio Fiscal negocie con el acusado y
celebre con él pactos que afecten a la calificación de los hechos y a la pena que
debe imponerse y que esos pactos resulten vinculantes para el tribunal, que
deberá dictar sentencia ajustándose a ellos y sin necesidad de que se celebre
juicio oral.
En el fondo, pues, el principio de oportunidad necesita que el
protagonismo de la fase inicial del proceso penal recaiga sobre el Fiscal, al
tiempo que propone liberar al Fiscal de una férrea sumisión a las exigencias del
principio de legalidad –pues el principio de legalidad le obliga a formular
acusación siempre que considere que está ante un hecho punible y a no cerrar los
ojos a ninguno de los elementos relevantes de la infracción–.
dirigido por un profesional, que serviría para llegar a un acuerdo entre ambos,
que a su vez pudiera tener consecuencias procesales y penales (se volverá sobre
esta cuestión más adelante, en la lección 15).
3.1. En general
A la hora de decidir cuál será la forma que han de revestir las actuaciones
propias del proceso penal que está diseñando, el legislador tiene que pronunciarse
respecto de dos cuestiones: oralidad o escritura; y publicidad o secreto.
Un proceso es oral cuando en él predominan las actuaciones formuladas
por medio de la palabra hablada. Un proceso es escrito cuando en él predominan
las actuaciones escritas. La oralidad exige el respeto a la concentración (que las
actuaciones orales se desarrollen en un solo acto o en varios que estén cercanos
en el tiempo) y a la inmediación (que el tribunal esté presente en las actuaciones
orales y sea él quien dicte las resoluciones teniendo en cuenta las actuaciones
orales que presenció); y la escritura trae como consecuencia el orden, la
preclusión y la eventualidad (en los términos ya analizados al abordar el estudio
de la parte general del Derecho procesal civil).
La utilización de las nuevas tecnologías en el ámbito de la Justicia –
fuertemente impulsada tras la pandemia– está influyendo de forma clara en esta
dicotomía entre oralidad y escritura. Así, la grabación de la imagen y el sonido de
actuaciones orales puede convertir en innecesaria la articulación por escrito de
cada vez más actuaciones. Pero, sobre todo, el cambio más relevante lo generan,
por el momento, las «vistas telemáticas», esto es, la celebración por sistemas de
videoconferencia de actuaciones orales que, de ordinario, requerirían la presencia
en el mismo lugar del tribunal, de las partes, de sus abogados y de otros posibles
protagonistas, como testigos y peritos.
La Ley 3/2020, de 18 de septiembre, de medidas procesales y
organizativas para hacer frente al COVID-19 en el ámbito de la Administración
de Justicia disponía en su artículo 14 que, hasta que se dio por finalizada la
situación de pandemia (por medio de la Orden SND/726/2023, de 4 de julio), las
actuaciones orales (actos de juicio, comparecencias, declaraciones y vistas)
habían de realizarse preferentemente mediante presencia telemática, siempre que
los juzgados, tribunales y fiscalías tuvieran a su disposición los medios técnicos
necesarios para ello. El fundamento de la norma era doble: de un lado, se querían
evitar riesgos sanitarios; pero, de otro, también se buscaba la eficiencia, pues las
vistas telemáticas ahorran costes (los abogados y las partes no se desplazan, los
tribunales organizan mejor sus agendas y no dependen de la disponibilidad de
las salas de audiencias, con frecuencia compartidas).
Los procedimientos ordinarios son tres y habrá que acudir a uno u otro en
función de la gravedad de la pena asignada en abstracto para el hecho punible
que deba investigarse y enjuiciarse. Se trata de los siguientes:
― Procedimiento ordinario por delitos graves, al que debe acudirse para la
instrucción y enjuiciamiento de los delitos que tengan asignada por la ley una
pena de prisión superior a 9 años. Es muy poco frecuente en la práctica, pero su
normativa es la base de la regulación de los demás procedimientos.
― Procedimiento abreviado, introducido en 1988, reformado en 2002 y
regulado en los arts. 757 a 794 LECrim. Debe acudirse a él para la instrucción y
enjuiciamiento de aquellos delitos castigados por ley con una pena que no exceda
de 9 años de prisión o bien con una pena distinta a la de prisión, cualquiera que
sea su extensión o cuantía.
― Juicio por delitos leves, que debe seguirse para el enjuiciamiento de las
conductas que merezcan esta calificación.
En caso de que dos o más delitos integren el objeto de un único proceso
penal, habrá que atenderse a la pena prevista para el más grave, sin sumar a estos
efectos las penas previstas para todos ellos.
Así, por ejemplo, si se investigan en un único proceso dos delitos
distintos, castigado uno de ellos con pena de 4 a 6 años de prisión y el otro con
prisión de 3 a 5 años, habrá que seguir el cauce del procedimiento abreviado,
porque la pena prevista en abstracto para cada uno de los delitos no supera el
umbral de los 9 años de prisión (aunque, sumadas ambas en sus máximos,
arrojen un total de 11 años).
En cuanto a los procesos especiales, los más importantes son los tres
siguientes:
― El procedimiento para el enjuiciamiento rápido de determinados delitos
(también conocido coloquialmente como «juicio rápido»), regulado en los arts.
795 a 803 LECrim.
― El procedimiento ante el Tribunal del Jurado, que debe seguirse para la
instrucción y enjuiciamiento de los delitos enumerados en el art. 1.2 LOTJ.
― El procedimiento especial para el enjuiciamiento de menores, que debe
seguirse para la instrucción y enjuiciamiento de las conductas tipificadas como
delito cometidas por personas mayores de 14 y menores de 18 años.
La reforma de 2015 ha introducido dos procesos especiales nuevos, el
proceso por aceptación de decreto y el procedimiento de decomiso autónomo: los
datos disponibles, sin embargo, ponen de manifiesto su escasa incidencia
práctica.
Por su parte, la Ley Orgánica 9/2021 ha introducido también un nuevo
proceso especial para la persecución de delitos encomendados a la Fiscalía
Europea. Se trata de un proceso muy singular, que se construye sobre la base del
LECCIÓN 3
3ª. Los nuevos datos revelan un hecho punible diferente del primitivo
objeto y desprovisto de conexión con este: procede incoar un proceso nuevo
para la persecución del nuevo hecho punible.
Aprovechando el símil anteriormente propuesto, puede decirse que la
finalidad de la fase de instrucción consiste precisamente en sentar las bases para
poder «formular la pregunta» que constituirá el objeto del proceso: las
investigaciones llevadas a cabo durante esta fase tienen por objeto determinar
cuál ha de ser en concreto la pregunta a la que habrá de dar respuesta el tribunal
sentenciador tras el juicio oral. Es posible, incluso, que al término de la
instrucción se llegue a la conclusión de que no hay pregunta alguna que hacer,
esto es, que no hay hecho punible que deba enjuiciarse; o, también, que falta
alguno de los términos para una correcta formulación de la cuestión (v.g., porque
no se ha podido concretar la imputación del hecho punible en ninguna persona):
en estos casos no podrá abrirse juicio oral, pues el proceso carecería de objeto.
Concluida la instrucción y abierto el juicio oral, el objeto del proceso ya
ha pasado a ser inmutable, no puede alterarse. Durante el juicio oral las partes se
esforzarán por convencer al tribunal acerca de cuál debe ser la respuesta que ha
de darse a la «pregunta» que se le formula: las partes acusadoras alegarán y
probarán para convencerle de que responda afirmativamente, esto es, de que ha
de dictar una sentencia en la que entienda cometido el hecho por el acusado y le
imponga una pena; y la parte acusada tratará de convencer al tribunal de lo
contrario.
mecanismos civiles adecuados para evitar que el ilícito penal siga produciendo
consecuencias perniciosas en el ámbito patrimonial.
Además, de lo anterior, el art. 193 CP establece que «en las sentencias
condenatorias por delitos contra la libertad sexual, además del pronunciamiento
correspondiente a la responsabilidad civil, se harán, en su caso, los que procedan
en orden a la filiación y fijación de alimentos»: significa, por tanto, que se
ejercitarán también las acciones civiles de determinación de la filiación y de
condena al pago de alimentos.
Hay que insistir en que la acción civil no deriva del delito en sí, sino de
unos actos u omisiones civilmente ilícitos –valorados, por tanto, desde una
perspectiva jurídico-civil, con independencia de que, valorados desde una
perspectiva jurídico-penal, pueda decirse que son constitutivos de delito– y que
han provocado la indebida pérdida de la posesión de una cosa u ocasionado
daños y perjuicios. La acción civil ejercida en el proceso penal es así una acción
de responsabilidad civil extracontractual. Por ello, no es precisa una sentencia de
condena penal para que exista esta responsabilidad civil. Ni la sentencia penal de
condena determina necesariamente la existencia de responsabilidad civil, ni la
absolución del acusado supone forzosamente la inexistencia de responsabilidad
civil –aunque, de ordinario, habrá de promoverse en un proceso civil posterior.
Por otro lado, no es extraño que ciertos delitos se consumen a través de la
realización de determinados actos administrativos (otorgamiento de una licencia
o de una subvención, suscripción de un contrato público). En algunos casos, los
tribunales penales, al enjuiciar estos delitos, han llegado a anular en sus
sentencias el acto administrativo en cuestión, en términos aparentemente
análogos a los descritos respecto de los llamados «negocios jurídicos
criminales». De hecho, el art. 319 CP, en relación con los delitos urbanísticos,
faculta al tribunal penal a acordar en sentencia la demolición de la obra ilegal y
la reposición a su estado de la realidad física alterada. Se trata, en todo caso, de
una cuestión polémica, pues existen procedimientos administrativos adecuados
para expulsar del ordenamiento un acto que se haya declarado ilícito en
sentencia penal, sin que sea razonable atribuir a los jueces penales la facultad de
sustituir con sus sentencias la actividad que debería llevar a cabo la
administración competente (la STS 277/2018, de 8 de junio, hace un análisis
muy pormenorizado del problema con ocasión del conocido como «caso Nóos»).
La STC 81/2023, de 3 de julio, parece haber refrendado la posibilidad de anular
actos administrativos en sentencia penal, aunque exige que, en todo caso, las
personas no acusadas beneficiarias de los actos administrativos anulados sean
citadas al proceso penal para defender en él su posición jurídica.
LECCIÓN 4
5. LA COMPETENCIA OBJETIVA
Las normas de competencia objetiva sirven para determinar a qué tipo de
órgano penal le corresponde la instrucción y, en su caso, a quién le corresponde
el enjuiciamiento en primera instancia de un proceso penal. Las normas de
competencia objetiva nos conducen, pues, a dos órganos distintos: uno que
instruya y uno que enjuicie, que nunca pueden coincidir, dada la vigencia del
principio del juez no prevenido.
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Se trata de los siguientes: a) delitos contra el titular de la Corona, su consorte, su sucesor, altos
organismos de la nación y forma de gobierno; b) falsificación de moneda y fabricación de tarjetas de
crédito y débito falsas y cheques de viajero falsos o cualquier otro instrumento de pago distinto del
efectivo, siempre que sean cometidos por organizaciones o grupos criminales; c) defraudaciones y
maquinaciones para alterar el precio de las cosas que produzcan o puedan producir grave repercusión en
la seguridad del tráfico mercantil, en la economía nacional o perjuicio patrimonial en una generalidad de
personas en el territorio de más de una provincia; d) tráfico de drogas o estupefacientes, fraudes
alimentarios y de sustancias farmacéuticas o medicinales, siempre que sean cometidos por bandas o
grupos organizados y produzcan efectos en lugares pertenecientes a distintas provincias; e) delitos
cometidos fuera del territorio nacional; f) delitos atribuidos a la Fiscalía Europea en los artículos 22 y 25
del Reglamento (UE) 2017/1939 del Consejo, de 12 de octubre de 2017, cuando aquella hubiera decidido
ejercer su competencia; g) delitos de contrabando de material de defensa, de otros materiales y de
productos y tecnología de doble uso.
Debe resaltarse, por último, que en los procesos por delitos leves no existe
como tal una fase de instrucción, razón por la cual no existe órgano judicial que
deba ocuparse de ella.
6. LA COMPETENCIA FUNCIONAL
Las normas de competencia funcional establecen a qué órgano
jurisdiccional le corresponde realizar ciertas actuaciones conexas, ya sea con la
instrucción o con el enjuiciamiento de una causa.
a) Para conocer de las incidencias que se planteen durante la sustanciación
del proceso penal, sea en fase de instrucción o en fase de enjuiciamiento, será
competente el órgano que esté conociendo de ella, salvo que la ley disponga algo
distinto en casos especiales.
b) Para la ejecución de las sentencias que se dicten, la competencia
corresponde al órgano judicial que haya dictado la sentencia en primera instancia,
aunque ciertas funciones les corresponden a los Jueces de Vigilancia
Penitenciaria (en concreto, en relación con la ejecución de penas privativas de
libertad).
c) Para conocer de los recursos devolutivos que se interpongan contra las
resoluciones se acude a las siguientes reglas:
― Recursos frente a las resoluciones de los Juzgados de Instrucción, los
Juzgados de Violencia sobre la Mujer, los Juzgados de lo Penal, los Juzgados de
Menores y los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria: son competentes para
resolverlos las Audiencias Provinciales.
― Recursos frente a las resoluciones de los Juzgados Centrales de
Instrucción, el Juzgado Central de lo Penal, el Juzgado Central de Menores y el
Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria: la competencia para resolverlos le
corresponde a la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional.
― Recursos frente a las resoluciones del Tribunal del Jurado: es
competente para su resolución la Sala de lo Civil y Penal del TSJ.
― Recursos frente a las resoluciones de las Audiencias Provinciales: la
competencia le puede corresponder a la Sala de lo Civil y Penal del TSJ (si se
dictaron en primera instancia) o a la Sala Segunda del Tribunal Supremo (si se
dictaron en apelación).
― Recursos frente a las resoluciones de la Sala de lo Penal de la AN: la
competencia le puede corresponder a la Sala de Apelación de la AN (si se
dictaron en primera instancia) o a la Sala Segunda del Tribunal Supremo (si se
dictaron en apelación).
7. LA COMPETENCIA TERRITORIAL
Determinado el tipo de tribunal con competencia objetiva, las normas de
competencia territorial establecen a qué demarcación han de pertenecer los
órganos judiciales encargados de la instrucción –primero– y del enjuiciamiento –
después– de un proceso penal.
La regla general al respecto viene establecida en el art. 14 LECrim y
puede sintetizarse a través de la expresión forum delicti commissi: la competencia
territorial para instruir corresponde al Juzgado de Instrucción del lugar donde se
haya cometido el delito; y la competencia territorial para enjuiciar y dictar
sentencia corresponde al Juzgado, Audiencia o Tribunal de dicho lugar.
En los casos en que no conste desde el principio el lugar de comisión del
delito, el art. 15 LECrim establece una serie de criterios provisionales de
competencia territorial, que se aplican en el siguiente orden (cabe suponer que
únicamente durante la fase de instrucción):
1º. Se ocupará del asunto el juez de instrucción del lugar donde se
descubrieron las pruebas materiales del delito.
2º. Si no se puede aplicar el criterio anterior, conocerá el juez de
instrucción del lugar donde se haya aprehendido al presunto reo.
3º. Si tampoco puede aplicarse el criterio anterior, se hará cargo de la
instrucción el Juez del lugar de residencia del presunto reo.
4º. En defecto de los criterios anteriores, la competencia se entenderá
atribuida a cualquier juez de instrucción que tuviera conocimiento del delito.
Ahora bien, estos fueros tienen carácter provisional: en cuanto se conozca
el lugar de comisión del delito, y si dicho lugar es distinto al de la demarcación
del juez que se hubiera ocupado del caso hasta entonces, habrá que remitir al juez
de dicho lugar todas las diligencias practicadas así como a los detenidos y los
efectos o pruebas que se hayan ocupado.
Por su parte, el art. 15 bis LECrim contempla una regla especial de
competencia territorial: en los procesos penales por delitos de violencia de
género la competencia territorial vendrá determinada por el lugar del domicilio
de la víctima; con esta norma se pretende «acercar» el proceso a la víctima, con
independencia del lugar donde se hayan producido los hechos. En consecuencia:
b) Competencia objetiva
Con bastante más frecuencia sucede que los delitos conexos, en abstracto,
deben ser investigados y enjuiciados en primera instancia por distintos tipos de
tribunal. Son varias las posibilidades y también varias las reglas:
— Son conexos un delito «ordinario» y un delito cometido por un aforado:
en tal caso, del proceso conocerán los tribunales competentes en virtud del
aforamiento (art. 272 III LECrim).
— Son conexos un delito «ordinario» y un delito de los asignados en
abstracto a los tribunales de la Audiencia Nacional (terrorismo y art. 65.1 LOPJ):
conocerán del proceso los tribunales competentes de la Audiencia Nacional (art.
65.1 i.f. LOPJ).
— Son conexos un delito «ordinario» y un delito de los que debe conocer
el Tribunal del Jurado (art. 1.2 LOTJ): el asunto será enjuiciado por el Tribunal
del Jurado (arts. 5.2 y 5.3 LOTJ).
— Son conexos un delito de los que debe conocer el Tribunal del Jurado y
un delito de los que debe conocer la Audiencia Nacional: el asunto será
investigado y enjuiciado por los tribunales correspondientes de la Audiencia
Nacional (art. 1.3 LOTJ).
— Son conexos un delito de los que debe conocer el Tribunal del Jurado y
un delito cometido por un aforado: prevalece, en este caso, el aforamiento (art.
272 III LECrim).
— Son conexos un delito de los que debe conocer la Audiencia Nacional y
un delito cometido por un aforado: prevalece, nuevamente, el aforamiento (art.
272 III LECrim).
— Son conexos un delito «ordinario» y un delito de violencia de género:
la competencia para su instrucción corresponde al Juzgado de Violencia sobre la
Mujer, siempre que la conexión tenga su origen en alguno de los supuestos
previstos en los núms. 3º y 4º del art. 17 LECrim (art. 17 bis LECrim).
c) Competencia territorial
Finalmente, puede suceder que los diversos delitos pertenezcan todos al
ámbito del mismo tipo de órganos judiciales, pero que se hayan cometido en
lugares diversos. En estos casos, el art. 18.1 LECrim establece las siguientes
reglas:
1º. Conocerá del proceso el tribunal del lugar en que se haya cometido el
delito que tenga señalada pena mayor.
2º. Si los delitos tienen señalada la misma pena, entonces conocerá del
proceso el que primero comenzare la causa.
3º. Si las causas hubieran comenzado al mismo tiempo, o si no consta cuál
empezó primero, entonces se promoverá un conflicto de competencia y será el
9. TRATAMIENTO PROCESAL
El tratamiento procesal de la jurisdicción y de la competencia en el orden
penal es una cuestión que tiene en la LECrim una regulación arcaica, incompleta
e innecesariamente complicada. De forma muy resumida cabe destacar lo
siguiente:
— Todos los presupuestos procesales de jurisdicción y competencia tienen
carácter improrrogable e imperativo en el proceso penal: no cabe nunca la
sumisión expresa ni la tácita, ni siquiera respecto de la competencia territorial.
Ahora bien, la falta de competencia, durante la fase de instrucción, no determina
la nulidad de las actuaciones, que habrán de remitirse por el órgano que resulte
carente de competencia a quien la posea, pero conservando su validez.
Así, por ejemplo, los registros domiciliarios ordenados por un juez de
instrucción son válidos –y las pruebas halladas en ellos podrán utilizarse
después–, aunque la causa deba remitirse a un Juzgado Central de Instrucción
por tratarse de un delito de tráfico de drogas a gran escala.
— Por eso, cabe siempre un control de oficio de la jurisdicción y de la
competencia penal: el órgano judicial que esté conociendo del proceso, sea
durante la instrucción o durante el juicio oral, puede apreciar en cualquier
momento su falta de competencia y remitir las actuaciones al tribunal que a su
juicio deba conocer de él.
— En cuanto al tratamiento procesal a instancia de parte: durante la
instrucción, podrán tanto el Ministerio Fiscal como las demás partes personadas
(acusadoras e investigado) denunciar la falta de competencia del tribunal,
cualquiera que sea el momento en que lo aprecien. En cambio, durante el juicio
oral, la LECrim prefiere que esa denuncia se formule al inicio del juicio en sí
(como artículo de previo pronunciamiento, en el procedimiento ordinario por
delitos graves; como cuestión previa, en el procedimiento abreviado, en los
términos que se verán más adelante).
LECCIÓN 5
1. LA ACCIÓN PENAL
En el ámbito del Derecho procesal se suele emplear el término «acción»
para explicar la posición de los justiciables ante la Administración de Justicia, es
decir, para hacer referencia a los derechos que el Estado reconoce a los
ciudadanos como consecuencia del monopolio estatal de la función jurisdiccional
y de la correlativa prohibición de la autotutela.
Así, en el ámbito del proceso civil de declaración, la acción es el derecho
público subjetivo a obtener de los tribunales una tutela jurisdiccional concreta;
en otros términos, dado que los particulares no podemos realizar nuestros
derechos por la fuerza y estamos obligados a acudir a los tribunales para dirimir
nuestros conflictos jurídicos, el Estado se compromete ante el demandante a la
apertura de un proceso, a que este se sustancie por todos sus trámites, a que
concluya por sentencia de fondo y a que esta sentencia tenga contenido
estimatorio.
Como es bien sabido, no se trata de un derecho absoluto e
incondicionado: el justiciable solo tendrá derecho al proceso y a la sentencia de
fondo si concurren los llamados presupuestos procesales; y solo tendrá derecho a
la sentencia favorable si existe un derecho subjetivo privado, legitimación,
interés y accionabilidad.
Algo semejante sucede en el marco del proceso civil de ejecución: el
justiciable no puede hacer efectivo su derecho por la fuerza, pero sí que tiene
acción ejecutiva, esto es, el derecho a que el tribunal ejecutor despache la
ejecución y lleve a cabo las actividades de transformación de la realidad
necesarias para que esta se ajuste al contenido del título ejecutivo.
La acción ejecutiva –como se recordará– también está condicionada, en
este caso, por la existencia de título ejecutivo y por la subsistencia de la
responsabilidad del ejecutado.
el propio Ministerio Fiscal está facultado para interponer la denuncia que permita
la apertura del proceso penal.
— En cambio, tratándose de delitos privados, el Ministerio Fiscal no está
legitimado para intervenir en el proceso: solo podrá ejercer la acusación el
ofendido por el delito (denominado «acusador privado»).
La actuación del Ministerio Fiscal en el proceso penal está sujeta a dos
principios básicos, el de legalidad y el de imparcialidad.
— La sujeción del Ministerio Fiscal al principio de legalidad significa que
este, al decidir el sentido y el contenido de sus actuaciones en el proceso, se halla
vinculado por la Constitución y las leyes: no tiene reconocidos, por tanto,
márgenes para obrar con sujeción al principio de oportunidad. Por eso, desde que
tenga conocimiento de la comisión de un hecho que revista apariencia delictiva,
el Ministerio Fiscal está obligado a ejercitar la acción penal con independencia de
toda consideración de política criminal o de las circunstancias del inculpado.
— La sujeción del Ministerio Fiscal al principio de imparcialidad le
obliga a actuar con plena objetividad en defensa de los intereses que le están
encomendados: por eso, ya se ha dicho antes que debe ejercer la acción penal
cuando proceda, pero también tiene el deber de oponerse a la acusación
formulada por otro cuando considere que el acusado no es culpable (se dice, en
este sentido, que el Ministerio Fiscal debe constatar tanto las circunstancias
favorables como las desfavorables al presunto reo).
Desde el 1 de junio de 2021 está operativa la Fiscalía Europea. La
Fiscalía Europea es una institución de la Unión Europea creada a través de un
mecanismo de cooperación reforzada en el que actualmente participan 22 Estados
miembros (Reglamento 2017/1939, de 12 de octubre). Tiene encomendada la
función de investigar y de perseguir penalmente determinadas infracciones
delictivas que perjudiquen a los intereses financieros de la Unión (como fraude
de subvenciones, blanqueo de capitales, fraude transfronterizo de IVA: se suele
hablar, usando un acrónimo, de «delitos PIF») y de aquellos otros que estén
indisociablemente vinculados con ellos al presupuesto de la Unión Europea.
La Fiscalía Europea es una institución independiente y compleja, que tiene
un núcleo central pero que actúa en cada caso concreto de forma descentralizada.
A nivel central, la encabeza un Fiscal General Europeo, varios fiscales adjuntos
al Fiscal General Europeo y varios Fiscales Europeos (uno por Estado miembro).
En cada Estado miembro, la Fiscalía Europea actuará a través de Fiscales
Europeos Delegados, que tendrán en sus respectivos Estados las mismas
potestades que los fiscales nacionales en materia de investigación, ejercicio de la
acción penal y apertura de juicios. Son los Fiscales Europeos Delegados los
encargados de abrir investigaciones, de impulsarlas y, en su caso, de sostener la
acusación en juicio, bajo la supervisión del Fiscal Europeo y, en general, de la
estructura central de la Fiscalía Europea.
6. EL ACUSADOR PRIVADO
El acusador privado es la persona ofendida por los delitos privados
(recuérdese, injurias y calumnias vertidas contra particulares, en virtud del art.
215.1 CP). Tratándose de estos delitos, el único sujeto legitimado para ejercer la
acción penal es el ofendido o, si hubiese fallecido, sus herederos. Para ello será
precisa la interposición de querella.
Los procesos por delitos privados son procesos especiales por la mínima
atención que el legislador dedica a la satisfacción del interés público:
1º. Como se ha dicho, solo puede ejercer la acusación el ofendido por el
delito –o sus herederos–, estando excluida la intervención del Ministerio Fiscal.
2º. Se rigen, en buena medida, por el principio dispositivo: el querellante
deberá mantener la acusación a lo largo del proceso, dado que si la retira quedará
extinguida la acción penal. El acusador privado debe, por tanto, desarrollar una
conducta activa en el proceso para evitar que se entienda abandonada la querella.
3º. Es condición de procedibilidad el que se haya intentado un acto de
conciliación con el querellado antes de la presentación de la querella.
4º. Si se trata de injurias y calumnias vertidas en el curso de un proceso
judicial, es también requisito de procedibilidad la autorización previa –o
licencia– del juez o tribunal que haya intervenido en el juicio.
Con ello se pretende garantizar un ejercicio pleno del derecho de defensa.
En efecto, cuando en el curso de un proceso judicial una de las partes, por escrito
o de palabra en una vista, haya atribuido a otra la comisión de hechos ilícitos o de
algún modo haya atentado contra su honor, es posible que haya debido hacerlo
como forma razonable de sustentar sus propias pretensiones: en tal caso, el juez o
tribunal que conoció del proceso no debería conceder autorización para proceder
frente a ella por un delito de injuria o calumnia. Si, por el contrario, esas
manifestaciones fueron gratuitas o injustificadas, habría de concederse dicha
autorización.
La condición de acusador privado se puede perder por varias causas:
— Por renuncia, en cuyo caso concluye el proceso, salvo que haya otros
acusadores privados que no renuncien.
— Por perdón del ofendido al ofensor.
— Por el ejercicio exclusivo de la acción civil.
— Si el acusador privado se aparta expresamente de la querella, o
tácitamente por su falta de actividad.
7. EL ACTOR CIVIL
Como regla general, el proceso penal tiene un objeto doble: además del
enjuiciamiento de los hechos delictivos, suele ser el cauce para ejercitar una
pretensión civil reparadora o indemnizatoria –la llamada acción civil ex delicto–.
Esta acción, en tanto que acción civil, se rige por las reglas propias del
Derecho procesal civil: en consecuencia, está legitimado para ejercitarla, sin
lugar a dudas, el sujeto que haya sido ofendido o perjudicado por el delito (que,
respecto del objeto penal del proceso, ostenta legitimación para ser acusador
particular). En caso de que este sujeto hubiese fallecido, podrán ejercitarla sus
herederos (dado que las acciones civiles son, como regla, transmisibles mortis
causa).
Ahora bien, por razones de conveniencia y eficacia, nuestro ordenamiento
procesal establece que, como regla, también el Ministerio Fiscal estará obligado a
ejercitar la acción civil junto a la acción penal: se trata de un supuesto de
legitimación extraordinaria, dado que el Ministerio Fiscal que ejercita la acción
civil lo hace en beneficio del perjudicado por el delito. Es más, el Ministerio
Fiscal tiene la obligación de ejercitar la acción civil incluso aunque el acusador
particular se haya personado en la causa y la esté ejercitando también.
Ocurre, sin embargo, que la acción civil es disponible por su titular
«originario», es decir, por el perjudicado por el delito. En concreto, la Ley prevé
expresamente dos formas distintas de que el perjudicado pueda disponer de ella:
— A través de una renuncia a la acción civil, que provoca su extinción y
que impide su ejercicio y que, por ello mismo, ha de ser explícita, clara y
terminante.
— A través de una «reserva» de la acción civil: el perjudicado manifiesta
entonces su voluntad de que la acción civil ex delicto no se enjuicie en el proceso
penal en curso, sino en un proceso civil posterior, ante los tribunales del orden
jurisdiccional civil.
En ambos casos, la renuncia y la reserva de la acción civil impiden que el
Ministerio Fiscal pueda ejercitarla en el proceso penal (art. 108 LECrim).
LECCIÓN 6
De ordinario, el sujeto pasivo del proceso penal será una o varias personas
físicas. Ha de recordarse que el proceso penal regulado en la LECrim está
previsto para el enjuiciamiento de conductas cometidas por adultos, es decir, por
personas físicas que ya tenían 18 años en el momento de comisión del delito. Si
la conducta punible se atribuye a personas de entre 14 y 18 años de edad en el
momento de comisión del delito, corresponde tramitar un proceso penal de
menores, conforme a las reglas especiales de la Ley 5/2000. Si se tratara de
menores de 14 años no habría responsabilidad penal de ningún tipo y, por tanto,
no procedería tampoco la tramitación de un proceso penal.
Junto a la mayoría de edad, la capacidad procesal del encausado en el
proceso penal está supeditada a que esta persona esté en pleno uso de sus
facultades mentales en el momento de celebración del juicio oral: dadas las
graves consecuencias que de dicho acto se pueden derivar para él, no se puede
consentir su intervención en el juicio si no está en condiciones de asumir las
consecuencias de sus actos –en caso contrario, podría cuestionarse la sentencia
que se dictara–.
Por eso, al término de la instrucción, es preciso no solo haber determinado
a la concreta persona frente a la que se dirige el proceso penal, sino también
cerciorarse de que esa persona no se encuentra enajenada.
En caso de hallarse en pleno uso de sus facultades mentales, será
juzgada, aunque alegue haber cometido el delito en estado de enajenación.
Si el encausado se encuentra en situación de enajenación –lato sensu– en
el momento en que corresponde decidir acerca de la apertura del juicio oral, es
preciso distinguir dos situaciones diversas:
a) El encausado ha cometido el delito en estado de enajenación mental,
que continúa durante el proceso.
En principio, la enajenación mental en el momento de comisión del delito
habría de ser causa para sobreseer el proceso penal y no abrir el juicio oral,
puesto que no se puede exigir responsabilidad penal a un inimputable (así se
deduce del art. 637.3º LECrim).
Sin embargo, la legislación penal establece que, en estos supuestos, se
podrán decretar medidas de seguridad respecto del autor de la conducta (art. 20
CP). Y, dado que las medidas de seguridad solo podrán imponerse por medio de
sentencia (arts. 101 y ss. CP), se ordena en estos casos la apertura del juicio oral
y su celebración –a pesar de que esté acreditada desde un principio la enfermedad
mental del encausado–, a los efectos de decretar dichas medidas y de resolver,
asimismo, sobre la responsabilidad civil ex delicto (art. 782.1 LECrim).
Puede suceder, también, que resulte dudoso si realmente el encausado se
halla en situación de enajenación mental (tanto cuando cometió el delito como en
el momento de decidir si se abre o no el juicio oral): en tal caso, resulta evidente
que habrá de celebrarse el juicio oral, en el que se alegará y se probará sobre tal
extremo –entre otros–, siendo en la sentencia donde el tribunal valorará la
cuando de las actuaciones llevadas a cabo se puede deducir con claridad que el
proceso se está dirigiendo, de hecho, contra una persona. Esto es lo que sucede,
por ejemplo, cuando se produce la detención de una persona, cuando una persona
es llamada a declarar ante el juez instructor, o cuando se produce la admisión a
trámite de una denuncia o de una querella contra una persona.
Se trata, pues, de una especie de imputación implícita, en la medida en que
no ha sido aún oficialmente proclamada; pero la persona afectada, de hecho, está
asumiendo la condición de sujeto pasivo del proceso. Por eso mismo, esta
imputación material tiene una gran importancia, pues marca el momento
temporal de nacimiento del derecho de defensa: para que un sujeto tenga el
derecho a defenderse no es precisa la imputación formal, basta con que de las
actuaciones del proceso se derive esa imputación material. En este sentido, el art.
118 LECrim establece que el derecho de defensa surge en cuanto se produzca un
acto del que se derive esta imputación material: el sujeto materialmente imputado
tiene derecho de defensa, es decir, a constituirse en el proceso y a actuar en él
solicitando la práctica de las diligencias que le puedan ser beneficiosas, por
supuesto asistido de abogado.
Ahora bien, el derecho a la seguridad jurídica exige que, en algún
momento de la instrucción, la imputación deje de ser de mero hecho y pase a ser
formal o de derecho: y para ello es precisa una actuación ad hoc del juez
instructor.
Lamentablemente, esta proclamación formal de que un sujeto tiene la
condición de investigado se efectúa de modo distinto según el tipo de
procedimiento de que se trate:
― En el procedimiento ordinario por delitos graves, la imputación formal
se lleva a cabo a través del llamado «auto de procesamiento», regulado en el art.
384 LECrim. Se trata de una resolución de especial relevancia, que se suele
reservar para los momentos finales de la instrucción y que está revestida de un
gran formalismo.
Debe notarse, así, que el término «procesado», en sentido técnico, es
sinónimo de «formalmente imputado», en el marco de un procedimiento penal
ordinario.
― En el procedimiento abreviado, en cambio, la condición formal de
sujeto pasivo del proceso penal se adquiere en dos tiempos:
Existe una primera imputación formal, de carácter más bien provisional,
que se produce a través de la llamada «primera comparecencia» que regula el art.
775 LECrim. El juez instructor que pretenda imputar formalmente el hecho
punible a una persona debe citarla para que comparezca ante él en calidad de
investigada y ha de tomarle declaración también en calidad de investigada,
informándole en esa toma de declaración de sus derechos y, sobre todo, de cuáles
son los hechos que se le atribuyen.
6. EL RESPONSABLE CIVIL
El responsable civil es la parte frente a la que se ejercita la acción civil ex
delicto, es decir, el demandado respecto del objeto civil del proceso penal: es el
sujeto que habrá de afrontar la restitución de la cosa objeto del delito, la
reparación del daño o la indemnización de un perjuicio (art. 110 CP).
directamente buscado para causar daño personal o material derivado del delito.
Responderá la aseguradora por los daños diferentes de los propuestos
directamente por el autor».
c) A pesar de que el acusado haya quedado en la sentencia exento de
responsabilidad penal, ello no significa necesariamente que no exista persona que
sea civilmente responsable del hecho dañoso. El Código Penal distingue los
siguientes supuestos:
— En caso de inexistencia de responsabilidad penal por enajenación
mental, trastorno mental transitorio o alteración en la percepción de la realidad
(art. 20.1º y 3º CP), el autor del hecho ostenta la responsabilidad civil directa, a
pesar de su ausencia de responsabilidad penal. Pero esta responsabilidad civil
directa recae también sobre las personas que ejerzan su apoyo legal o de hecho, si
medió culpa o negligencia (art. 118.1.1ª CP).
— En caso de inexistencia de responsabilidad penal por embriaguez o
intoxicación (art. 20.2º CP), el ebrio o intoxicado será responsable civil directo
del hecho, a pesar de su ausencia de responsabilidad penal (art. 118.1.2ª CP).
— En caso de inexistencia de responsabilidad penal por estado de
necesidad (art. 20.5º CP), serán responsables civiles directos las personas en
cuyo favor se haya precavido el mal, en proporción al perjuicio que se les haya
evitado, si fuera estimable o, en otro caso, en la que el juez o tribunal establezca
según su prudente arbitrio (art. 118.1.3ª CP).
— En caso de inexistencia de responsabilidad penal por miedo
insuperable (art. 20.6º CP), será responsable civil directo el que causó el miedo
y, en su defecto, el que haya ejecutado el hecho (art. 118.1.4ª CP).
— En caso de inexistencia de responsabilidad penal por error (art. 14 CP)
serán responsables civiles directos los autores del hecho, a pesar de su ausencia
de responsabilidad penal (art. 118.2 CP).
Los descritos anteriormente son los únicos supuestos contemplados por el
art. 118 CP. Sin embargo, no son los únicos supuestos en los que, según el art. 20
CP, ha de entenderse al encausado exento de responsabilidad penal: también lo
estará en los casos de legítima defensa (art. 20.4º CP) y en aquellos otros en que
hubiera obrado en cumplimiento de un deber o en el ejercicio legítimo de un
derecho, oficio o cargo (art. 20.7º CP). Dado que, para estos casos, la Ley no
establece regla especial, hay que entender que no surge en ellos responsabilidad
civil en sujeto alguno.
dirigir un único proceso penal frente a todas las personas que hayan intervenido
en un mismo hecho punible o en hechos punibles conexos, que ostentarán en él la
condición de acusados. E, igualmente, pueden ser varios los sujetos frente a los
que se exija la responsabilidad civil ex delicto, ya sea de forma directa, ya sea a
título subsidiario.
Esta pluralidad de sujetos pasivos del proceso no tiene, sin embargo,
ninguna suerte de efectos «vinculantes»: el tribunal en la sentencia habrá de
pronunciarse de forma individualizada y separada sobre la responsabilidad penal
y civil de cada uno de ellos; y el contenido de la sentencia podrá ser diferente de
unos a otros.
LECCIÓN 7
resoluciones, podrán ser subsanados, mediante auto, en los mismos plazos y por
el mismo procedimiento.
Si se tratase de sentencias o autos que hubieren omitido manifiestamente
pronunciamientos relativos a pretensiones oportunamente deducidas y
sustanciadas en el proceso, el tribunal los completará a instancia de parte, si se le
pide en el plazo de cinco días a contar desde la notificación de la resolución.
También podrá hacerlo de oficio el tribunal, si advierte la omisión en el plazo de
cinco días desde la fecha en que dictó la resolución afectada.
No cabrá recurso alguno contra las resoluciones en que se resuelva acerca
de la aclaración, rectificación, subsanación o complemento, sin perjuicio de los
recursos que procedan, en su caso, contra la resolución a que se refiriera la
solicitud o la actuación de oficio del Tribunal o Letrado de la A. de J.
Los plazos para los recursos que procedan contra la resolución de que se
trate se interrumpirán desde que se solicite su aclaración, rectificación,
subsanación o complemento y, en todo caso, comenzarán a computarse desde el
día siguiente a la notificación de la resolución que reconociera o negase la
omisión de pronunciamiento y acordase o denegara remediarla.
LECCIÓN 8
2. LA DENUNCIA
La denuncia aparece regulada en los arts. 259 a 269 LECrim, de los que se
pueden deducir los siguientes elementos identificadores.
[Concepto] La denuncia es un acto de parte a través del cual se pone en
conocimiento de la autoridad la comisión de un hecho aparentemente delictivo.
La denuncia encierra, por tanto, una declaración de conocimiento: no es una
manifestación de voluntad.
[Denunciante] En principio, todos los ciudadanos tenemos el deber cívico
de denunciar todos los hechos delictivos que conozcamos. El incumplimiento de
ese deber está sancionado con la imposición de multas (a pesar de que, hoy en
día, su cuantía es ridícula por la falta de actualización de la LECrim en este
punto).
No obstante, están exentos de este deber general de denunciar las
siguientes personas:
— Los menores e incapaces (art. 260 LECrim).
— El cónyuge y otros familiares del denunciado, en los términos del art.
261 LECrim.
En concreto, están exentos del deber de denunciar el cónyuge del
delincuente no separado legalmente o de hecho o la persona que conviva con él
en análoga relación de afectividad, así como los ascendientes y descendientes del
delincuente y sus parientes colaterales hasta el segundo grado inclusive. Esta
dispensa, sin embargo, no será de aplicación si se dan las siguientes condiciones:
Se trata de un delito de homicidio, de lesiones (arts. 149 y 150 CP), de
maltrato habitual (art. 173.2 CP), contra la libertad, contra la libertad e
indemnidad sexual o de trata de seres humanos; y
La víctima del delito es una persona menor de edad o con discapacidad
necesitada de especial protección.
— Los abogados y procuradores, así como los eclesiásticos y ministros
religiosos por los hechos de que tengan noticia en el ejercicio de sus funciones
(art. 263 LECrim).
La denuncia anónima no es admisible como tal denuncia: en efecto, la ley
exige que las denuncias se firmen o que en ellas quede constancia de la identidad
del denunciante. Ahora bien, el anonimato del denunciante solo hace que su acto
no merezca la calificación de denuncia, pero no le priva de valor como
3. EL ATESTADO POLICIAL
La propia Policía Judicial puede tener noticia de la comisión de hechos
aparentemente delictivos. Esta noticia le puede llegar a través de denuncias de
particulares, o también de oficio, en el desempeño ordinario de sus actividades.
En este caso, en cuanto la policía conozca un hecho punible está obligada a
efectuar unas primeras tareas o diligencias para comprobarlo y tratar de delimitar
al máximo su alcance.
Hecho esto, la policía judicial debe confeccionar un documento oficial que
se llama «atestado policial» (art. 292 LECrim). En este documento, y presupuesta
la apariencia de delito, la Policía Judicial expondrá o relatará el hecho punible,
consignará las diligencias que ya ha practicado (v.g., identificación del
delincuente, identificación de los testigos), consignará las declaraciones o
informes que haya recibido y todas las circunstancias adicionales que haya
observado.
El atestado policial ha de presentarse ante el juez de instrucción
competente en un plazo máximo de 24 horas tras su confección y tendrá el
mismo valor que una denuncia (art. 297 LECrim).
En la práctica, el atestado policial es uno de los instrumentos más
habituales para promover el comienzo del proceso penal. También se utiliza el
atestado policial para dejar constancia de las actuaciones llevadas a cabo por la
Policía Judicial a petición del juez de instrucción o del Ministerio Fiscal.
Desde 2015, sin embargo, la obligación general de la Policía Judicial de
remitir sus atestados a la autoridad judicial o al Ministerio Fiscal se ha visto
limitada en los casos en que no exista autor conocido del delito: en virtud del art.
284.2 LECrim, en estos casos la Policía Judicial conservará el atestado policial a
disposición del Ministerio Fiscal y de la autoridad judicial, pero sin enviárselo, a
no ser que se dé alguna de las siguientes circunstancias: a) que se trate de delitos
contra la vida, contra la integridad física, contra la libertad e indemnidad sexuales
o de delitos relacionados con la corrupción; b) que se practique cualquier
diligencia después de transcurridas setenta y dos horas desde la apertura del
atestado y estas hayan tenido algún resultado; o c) que el Ministerio Fiscal o la
autoridad judicial soliciten la remisión. Al denunciante, en todo caso, la Policía
Judicial le tiene que comunicar que, si el autor no resulta identificado en el plazo
de 72 horas, las actuaciones no se remitirán a la autoridad judicial; el
denunciante, por supuesto, podrá reiterar la denuncia ante la fiscalía o el juzgado
de instrucción.
La razón de ser del precepto es primordialmente de economía procesal: se
reduce con ello muy considerablemente el número de causas penales, pues un
4. LA QUERELLA
La LECrim regula la querella en sus arts. 270 a 281. Su régimen jurídico
se caracteriza a través de los siguientes elementos:
[Concepto] La querella es un acto de parte de naturaleza compleja:
― De un lado, a través de la querella se pone en conocimiento de la
autoridad judicial la comisión de un hecho aparentemente delictivo. En esta
vertiente, la querella funciona como declaración de conocimiento.
― De otro lado, a través de la querella el querellante manifiesta al juez
instructor su voluntad de constituirse en parte acusadora del proceso que se abra
para perseguir dicho hecho punible. En esta segunda vertiente, la querella es una
declaración de voluntad.
De estas dos vertientes, la más relevante es la segunda, esto es, la voluntad
de asumir la condición de parte acusadora. Es más, es posible presentar la
querella cuando el proceso penal ya está abierto, porque el hecho punible ha
llegado a conocimiento del tribunal por otra vía: en este caso, la querella está
dirigida exclusivamente a adquirir la condición de parte acusadora.
[Querellante] Puede ser querellante todo aquel que, en cada caso, esté
legitimado para ejercitar la acción penal, es decir, todo aquel que pueda ser parte
acusadora en un proceso que verse sobre los hechos objeto del proceso: en
principio, pues, puede querellarse cualquiera, haya sido o no perjudicado por el
delito –y se constituirá en acusador particular o popular–, salvo que se encuentre
incurso en alguna de las causas de exclusión de los arts. 102 y 103 LECrim (vid.
lección 5).
[Querellado] Es querellado la persona a la que se imputa la comisión del
hecho.
En principio, la LECrim exige su identificación, directamente o través de
apodos o alias. La jurisprudencia, no obstante, ha admitido la querella contra
persona indeterminada como forma de evitar que, debido al desconocimiento de
la identidad del supuesto autor, queden fuera del proceso los sujetos que tienen
un interés legítimo en incorporarse a él como acusadores.
La identificación de una persona como querellada no condiciona los
resultados de la instrucción ni, por tanto, delimita de forma irrevocable el ámbito
1º. El juez instructor considera que falta algún requisito procesal: en tal
caso, y si el defecto es subsanable, ofrecerá al querellante un plazo para
subsanarlo (v.g., para prestar caución); pero si el defecto no es subsanable o no se
subsana en plazo, entonces el juez habrá de inadmitir la querella. Ahora bien, lo
anterior no significa necesariamente que la querella no pueda valer como
denuncia si el hecho descrito en ella es típico y verosímil: en esos casos el juez
podrá abrir el proceso penal, aunque en él no tendrá como parte acusadora al
querellante.
2º. El juez considera que la querella no es admisible por motivos de fondo,
por no ser el hecho típico o por ser claramente inverosímil: en este caso dictará
un auto inadmitiendo a trámite la querella.
3º. El juez considera que concurren tanto los requisitos procesales como
los de fondo: en este caso admitirá a trámite la querella, dictará un auto incoando
el proceso penal y admitirá como parte acusadora al querellante.
También puede suceder, según se expuso antes, que la querella se presente
en un momento en que el proceso penal ya estuviera incoado. En tal caso, lo que
pretende el querellante es exclusivamente asumir la condición de parte acusadora
y no tanto poner en conocimiento del juez la comisión del hecho punible. En
estos supuestos, lógicamente, el juez que reciba la querella debe limitarse a
comprobar que concurren en el querellante los requisitos para constituirse en
parte acusadora y, si es así, debe admitirlo como parte acusadora.
que deberá llevarse a cabo en todo caso si hay indicios de delito. Por eso, todo el
material realizado u obtenido durante la investigación del fiscal debe aportarse a
la investigación oficial judicial.
Además, es importante destacar que las diligencias de investigación
llevadas a cabo por las Fiscalías no «preconstituyen» prueba, es decir, no sirven
para acreditar de forma fehaciente unos hechos relevantes para el proceso, en los
casos en que existe el temor de que desaparezcan las pruebas más adelante,
cuando llegue el momento de practicarlas en el juicio.
— Se atribuye al fiscal un deber especial de protección de las víctimas:
habrá de informarlas de sus derechos, al tiempo que efectuará una evaluación y
resolución provisional de sus necesidades.
— El fiscal puede citar para que comparezcan y declaren ante él a todas
aquellas personas que considere oportuno. Al prestar declaración ante el fiscal
estas personas tendrán las mismas garantías que al hacerlo ante el juez
(básicamente, el derecho a la asistencia letrada).
— Como límite a estas investigaciones del fiscal se establece que la
Fiscalía no puede llevar a cabo por sí misma, ni ordenar tampoco a la policía
judicial, el desarrollo de medidas de investigación o la práctica de medidas
cautelares que sean restrictivas de derechos (con la sola excepción de la
detención, que sí puede ser ordenada por el fiscal). Así, por ejemplo, el fiscal
puede tomar declaración a los supuestos responsables de un delito, o a testigos, o
puede reclamar informes periciales; pero no puede ordenar un registro
domiciliario o una intervención telefónica. De hecho, es frecuente que las
investigaciones llevadas a cabo por los fiscales se judicialicen cuando el avance
de la investigación necesite la adopción de medidas que solo los jueces de
instrucción pueden decretar (como un registro domiciliario o una intervención de
las comunicaciones).
— La investigación autónoma del fiscal también está limitada en cuanto a
su duración, en garantía de los derechos de las personas que están sujetas a la
investigación, como forma de evitar situaciones de pendencia indefinida de una
investigación, que podrían degenerar en una suerte de «causa general» o
inquisitio generalis, prohibida por nuestro ordenamiento. En concreto, la
duración máxima ordinaria será de seis meses, prorrogables por decreto del
Fiscal General del Estado; aunque, en el caso de delitos atribuidos a la Fiscalía
Anticorrupción el plazo ordinario –también prorrogable– será inicialmente de
doce meses.
— Para evitar duplicidades se ordena que el fiscal cese en estas diligencias
de investigación en cuanto tenga conocimiento de que ya hay un procedimiento
judicial abierto respecto de los mismos hechos. A estos efectos, ha de entenderse
que la concurrencia entre proceso judicial e investigación fiscal comienza desde
el momento en que la denuncia o el atestado sean enviados a un juzgado
concreto. En otros términos, los fiscales no están autorizados para desarrollar
LECCIÓN 9
1. FINALIDADES DE LA INSTRUCCIÓN
La instrucción es una fase previa o preliminar de los procesos penales por
delito; en cambio, no está prevista actualmente para los procesos por delitos
leves. Su finalidad, a grandes rasgos, es la de preparar o hacer posible el juicio
oral, lo que también incluye decidir que no procede que se celebre el juicio oral.
De forma más concreta, se puede decir que la instrucción sirve a tres
finalidades más específicas.
En primer término, la fase de instrucción tiene una finalidad investigadora,
que se materializa a través de una serie de actuaciones o «diligencias» dirigidas a
averiguar el hecho punible y quién es su autor. Desde esta perspectiva, la fase de
instrucción supone una regulación jurídica de la obtención de las fuentes de
prueba, que no existe en las demás clases de proceso (civil, laboral,
administrativo).
De esta faceta de la instrucción nos ocuparemos en la segunda parte de
esta lección y en la siguiente, en las que estudiaremos la regulación legal de las
diversas medidas o diligencias de investigación.
En segundo lugar, la fase de instrucción sirve para asegurar el éxito del
proceso penal (o su eficacia, si se prefiere), a través de la adopción de medidas
cautelares, tanto sobre la persona del encausado como sobre el patrimonio de los
responsables civiles (cfr. lección 11).
Debe advertirse, no obstante, que la adopción de medidas cautelares no
solo es posible durante la instrucción, sino que está prevista en general cuando
resulten necesarias. Lo habitual, sin embargo, es que sea en esta primera etapa
del proceso cuando se constate su procedencia y se acuerden.
Finalmente, también es cometido de la fase de instrucción proceder a la
llamada «imputación formal», es decir, a la atribución de uno o de varios hechos
punibles al presunto responsable: este acto supone la delimitación del objeto del
antes de que haya terminado el plazo de los doce meses, el juez instructor, de
oficio o a instancia parte y previa audiencia de las partes, podrá acordar prórrogas
sucesivas por periodos de hasta seis meses. En el auto acordando la prórroga
habrá exponer razonadamente las causas que ha impedido finalizar la
investigación en plazo, así como las diligencias que es necesario practicar y su
relevancia para la investigación: se trata con ello de impedir que los jueces de
instrucción acuerden prórrogas genéricas, encubriendo una llevanza poco
diligente de la investigación.
Si se acordó una diligencia de investigación antes de que transcurriera el
plazo inicial de un año o de sus prórrogas, esta será válida aunque se reciba
después de que el plazo hubiera expirado. En cambio, las diligencias acordadas
una vez finalizado el plazo inicial o alguna de sus prórrogas –y sin que este se
haya prorrogado– no serán válidas. Esto significa que el juez instructor no podrá
servirse de ellas como base para seguir investigando y, sobre todo, para tomar su
decisión acerca de si procede sobreseer la causa o poner los medios para que se
abra juicio oral.
Resulta de especial interés, en esta línea, la STS 176/2023, de 13 de marzo,
en un asunto en que se acordó y se practicó la toma de declaración al investigado
fuera del plazo máximo de instrucción. En aplicación de la doctrina jurisprudencial
mencionada, se produjo un doble efecto: i) la nulidad de la declaración en sí; ii) pero
también el sobreseimiento forzoso de la causa, porque no es posible abrir juicio oral
frente a una persona que no ha declarado como investigada en la fase de instrucción.
El juez concluirá la instrucción cuando entienda que ha cumplido su
finalidad. Transcurrido el plazo máximo o sus prórrogas, el instructor dictará
auto de conclusión del sumario o, en el procedimiento abreviado, la resolución
que proceda conforme al art. 779 LECrim (auto de sobreseimiento o auto de
transformación, según se verá más adelante).
d) El secreto: según ya se ha visto, con carácter general la instrucción es
reservada para los terceros y de forma excepcional puede ser decretado el
llamado «secreto del sumario», que significa que será secreta también para las
partes –salvo para el Ministerio Fiscal–.
e) Las actuaciones realizadas durante la instrucción, como regla, carecen
de valor probatorio a la hora de dictar sentencia (esta idea es una de las bases
sobre las que se asienta la presunción de inocencia). En consecuencia, el tribunal
enjuiciador, como regla, no puede utilizar los materiales de la instrucción como
fuente de su convicción, sino que solo puede dictar sentencia sobre la base de las
pruebas que se hayan practicado en el juicio oral, por exigencia del principio de
inmediación.
Como se verá más adelante (lección 14) esta regla presenta importantes
excepciones, de modo que en algunos casos resulta legítimo que el tribunal
sentenciador funde su convicción acerca de la culpabilidad del acusado en
elementos obtenidos durante la instrucción. De forma singular, es importante
subrayar que determinadas diligencias de investigación pueden practicarse como
la instrucción información y pruebas suficientes como para que no haga falta que
declare en el juicio oral.
El Tribunal Supremo, no obstante, ha considerado que el derecho de la
defensa a conocer la identidad del testigo protegido que haya de declarar en el
juicio no es absoluto, sino que puede limitarse motivadamente ante la
constatación de un peligro real (cfr. la STS 316/2023, de 4 de mayo).
b) Las medidas de protección policial son compatibles con las anteriores,
dado que, al margen de ocultar la identidad del testigo protegido, también puede
ser preciso velar por su seguridad. A tal fin, la ley permite que se le dispense al
testigo protegido la protección oficial que necesite. Esta protección podrá
obtenerse tanto durante la sustanciación del proceso penal como una vez haya
finalizado este, si subsiste el peligro para el testigo o para su familiar. En
supuestos extremos (v.g., cuando ha declarado en el juicio oral y su identidad se
ha desvelado a la parte acusada), la ley permite que se conceda al testigo una
nueva identidad y medios económicos para cambiar de residencia y/o empleo.
4.5. El careo
El careo (arts. 451 a 455 LECrim) consiste en la confrontación verbal de
los investigados entre sí, de los testigos entre sí o de investigados y testigos entre
sí, cuando se aprecien discordancias en sus declaraciones previas. A través del
careo se aspira a obtener un mejor esclarecimiento de los hechos.
La ley atribuye al careo un carácter subsidiario, dado que puede conllevar
un cierto grado de violencia. Por eso, no se practicarán careos con testigos que
sean menores de edad, salvo que el juez lo considere imprescindible y no lesivo
para el interés del menor, previo informe pericial. La misma precaución ha de
adoptarse cuando el careo deba practicarse en el juicio oral.
LECCIÓN 10
Como regla, esta medida solo podrá acordarse previa autorización judicial,
a petición de la Fiscalía o de la Policía Judicial. La solicitud de autorización
judicial deberá contener, además de los requisitos comunes a las medidas de
investigación tecnológica, los siguientes:
a) la identificación del número de abonado, del terminal o de la
etiqueta técnica,
b) la identificación de la conexión objeto de la intervención o
c) los datos necesarios para identificar el medio de
telecomunicación de que se trate.
Además, como medio para poder determinar la extensión de la medida, la
solicitud de autorización judicial podrá tener por objeto alguno de los siguientes
extremos:
a) El registro y la grabación del contenido de la comunicación, con
indicación de la forma o tipo de comunicaciones a las que afecta.
b) El conocimiento de su origen o destino, en el momento en el que
la comunicación se realiza.
c) La localización geográfica del origen o destino de la
comunicación.
d) El conocimiento de otros datos de tráfico asociados o no
asociados pero de valor añadido a la comunicación. En este caso, la
solicitud especificará los datos concretos que han de ser obtenidos.
En caso de urgencia, cuando las investigaciones se realicen para la
averiguación de delitos relacionados con la actuación de bandas armadas o
elementos terroristas y existan razones fundadas que hagan imprescindible esta
medida, podrá ordenarla el Ministro del Interior o, en su defecto, el Secretario de
Estado de Seguridad. Esta medida se comunicará inmediatamente al juez
competente y, en todo caso, dentro del plazo máximo de veinticuatro horas,
haciendo constar las razones que justificaron la adopción de la medida, la
actuación realizada, la forma en que se ha efectuado y su resultado. El juez
competente, también de forma motivada, revocará o confirmará tal actuación en
un plazo máximo de setenta y dos horas desde que fue ordenada la medida.
El desarrollo en sí de la medida requiere de la colaboración de sujetos
distintos a las autoridades de persecución penal: han de hacerla efectiva los
prestadores de servicios de telecomunicaciones, de acceso a una red de
telecomunicaciones o de servicios de la sociedad de la información (es decir, las
compañías telefónicas y de acceso a internet), así como toda persona que de
cualquier modo contribuya a facilitar las comunicaciones a través del teléfono o
de cualquier otro medio o sistema de comunicación telemática, lógica o virtual.
Son estas empresas las que materializan la intervención por orden del juez y las
que ponen los resultados a disposición de quienes están al cargo de la
datos de identificación personal del usuario. En tal caso, podrán solicitar del juez
de instrucción que requiera de los agentes sujetos al deber de colaboración
(prestadores de servicios de acceso a internet), la cesión de los datos que
permitan la identificación y localización del terminal o del dispositivo de
conectividad y la identificación del sospechoso. Esta identificación puede servir
de base, en función de las circunstancias, para intervenir las comunicaciones
telemáticas, hacer un registro remoto o directamente proceder a un registro
domiciliario.
Del mismo modo, también se establece el modo en que ha de procederse a
la identificación de los terminales telefónicos, necesaria cuando se observa que
el investigado utiliza un teléfono o sistema similar, pero se desconoce el número,
sin el que no resulta posible la intervención. En tal caso, la ley permite a los
agentes de Policía Judicial valerse de artificios técnicos que permitan acceder al
conocimiento de los códigos de identificación o etiquetas técnicas del aparato de
telecomunicación o de alguno de sus componentes, tales como la numeración
IMSI o IMEI y, en general, de cualquier medio técnico que, de acuerdo con el
estado de la tecnología, sea apto para identificar el equipo de comunicación
utilizado o la tarjeta utilizada para acceder a la red de telecomunicaciones. Para
llevar a cabo estas operaciones no será precisa la autorización judicial, aunque a
la hora de solicitar con posterioridad la intervención de las comunicaciones será
preciso poner en conocimiento del juez que se utilizaron para identificar el
número en cuestión.
En términos similares, cuando el Ministerio Fiscal o la Policía Judicial
necesiten conocer la titularidad de un número de teléfono o de cualquier otro
medio de comunicación, o, en sentido inverso, precisen el número de teléfono o
los datos identificativos de cualquier medio de comunicación, podrán dirigirse
directamente a los prestadores de servicios de telecomunicaciones, de acceso a
una red de telecomunicaciones o de servicios de la sociedad de la información,
quienes estarán obligados a cumplir el requerimiento, bajo apercibimiento de
incurrir en el delito de desobediencia. Nuevamente, pues, se prescinde de la
autorización judicial para acceder a esta información.
Finalmente, también tiene influencia en el proceso penal lo dispuesto en la
Ley 25/2007, de 18 de octubre, de conservación de datos relativos a las
comunicaciones electrónicas y a las redes públicas de comunicaciones. Se
pretende con ella que queden conservados ciertos datos relativos a
comunicaciones electrónicas y telefónicas, de modo que puedan usarse para la
investigación de delitos graves.
En concreto, están obligados a conservar datos los siguientes sujetos:
― Los operadores que presten servicios de comunicaciones electrónicas
disponibles al público (es decir, los proveedores de internet y correo electrónico).
― Los operadores que exploten redes públicas de comunicaciones (es
decir, las compañías telefónicas y similares).
Los datos que deben conservarse son de seis tipos diferentes y sirven
todos ellos para identificar las comunicaciones realizadas:
a) Datos necesarios para rastrear e identificar el origen de una comunicación:
1.° Con respecto a la telefonía de red fija y a la telefonía móvil: i) Número de
teléfono de llamada. ii) Nombre y dirección del abonado o usuario registrado.
2.° Con respecto al acceso a Internet, correo electrónico por Internet y telefonía
por Internet: i) La identificación de usuario asignada. ii) La identificación de
usuario y el número de teléfono asignados a toda comunicación que acceda a la
red pública de telefonía. iii) El nombre y dirección del abonado o del usuario
registrado al que se le ha asignado en el momento de la comunicación una
dirección de Protocolo de Internet (IP), una identificación de usuario o un
número de teléfono.
b) Datos necesarios para identificar el destino de una comunicación:
1.º Con respecto a la telefonía de red fija y a la telefonía móvil:
i) El número o números marcados (el número o números de teléfono de destino)
y, en aquellos casos en que intervengan otros servicios, como el desvío o la
transferencia de llamadas, el número o números hacia los que se transfieren las
llamadas. ii) Los nombres y las direcciones de los abonados o usuarios
registrados.
2.º Con respecto al correo electrónico por Internet y la telefonía por Internet: i)
La identificación de usuario o el número de teléfono del destinatario o de los
destinatarios de una llamada telefónica por Internet. ii) Los nombres y
direcciones de los abonados o usuarios registrados y la identificación de usuario
del destinatario de la comunicación.
c) Datos necesarios para determinar la fecha, hora y duración de una
comunicación:
1.° Con respecto a la telefonía de red fija y a la telefonía móvil: la fecha y hora
del comienzo y fin de la llamada o, en su caso, del servicio de mensajería o del
servicio multimedia.
2.° Con respecto al acceso a Internet, al correo electrónico por Internet y a la
telefonía por Internet: i) La fecha y hora de la conexión y desconexión del
servicio de acceso a Internet registradas, basadas en un determinado huso
horario, así como la dirección del Protocolo Internet, ya sea dinámica o estática,
asignada por el proveedor de acceso a Internet a una comunicación, y la
identificación de usuario o del abonado o del usuario registrado. ii) La fecha y
hora de la conexión y desconexión del servicio de correo electrónico por Internet
o del servicio de telefonía por Internet, basadas en un determinado huso horario.
d) Datos necesarios para identificar el tipo de comunicación:
1.° Con respecto a la telefonía de red fija y a la telefonía móvil: el servicio
telefónico utilizado: tipo de llamada (transmisión de voz, buzón vocal,
conferencia, datos), servicios suplementarios (incluido el reenvío o transferencia
de llamadas) o servicios de mensajería o multimedia empleados (incluidos los
servicios de mensajes cortos, servicios multimedia avanzados y servicios
multimedia).
2.° Con respecto al correo electrónico por Internet y a la telefonía por Internet:
el servicio de Internet utilizado.
e) Datos necesarios para identificar el equipo de comunicación de los usuarios o
lo que se considera ser el equipo de comunicación:
1.º Con respecto a la telefonía de red fija: los números de teléfono de origen y
de destino.
2.° Con respecto a la telefonía móvil: i) Los números de teléfono de origen y
destino. ii) La identidad internacional del abonado móvil (IMSI) de la parte que
efectúa la llamada. iii) La identidad internacional del equipo móvil (IMEI) de la
parte que efectúa la llamada. iv) La IMSI de la parte que recibe la llamada. v) La
IMEI de la parte que recibe la llamada. vi) En el caso de los servicios anónimos
de pago por adelantado, tales como los servicios con tarjetas prepago, fecha y
hora de la primera activación del servicio y la etiqueta de localización (el
identificador de celda) desde la que se haya activado el servicio.
3.° Con respecto al acceso a Internet, correo electrónico por Internet y telefonía
por Internet: i) El número de teléfono de origen en caso de acceso mediante
marcado de números. ii) La línea digital de abonado (DSL) u otro punto terminal
identificador del autor de la comunicación.
f) Datos necesarios para identificar la localización del equipo de comunicación
móvil:
1.° La etiqueta de localización (identificador de celda) al inicio de la
comunicación.
2.° Los datos que permiten fijar la localización geográfica de la celda, mediante
referencia a la etiqueta de localización, durante el período en el que se conservan
los datos de las comunicaciones.
Habrán de conservarse también los datos relativos a las llamadas
infructuosas (cuando se ha realizado con éxito una llamada telefónica pero sin
contestación, o en la que ha habido una intervención por parte del operador
involucrado); pero no habrán de conservarse los datos relativos a las llamadas no
conectadas (se ha realizado sin éxito una llamada telefónica, sin intervención del
operador involucrado).
Lo que la ley no permite es archivar datos relativos al contenido en sí de
las comunicaciones electrónicas (lo que incluye la información consultada
utilizando redes de comunicaciones electrónicas).
Las entidades obligadas por la ley deberán conservar los datos durante
doce meses, computados desde la fecha en que se haya producido la
comunicación.
La información conservada solo podrá cederse a los «agentes facultados»
y siempre previa autorización judicial, tal y como recuerda el art. 588 ter j)
LECrim.
― Tendrán la consideración de «agentes facultados»: a) Los miembros de
las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, cuando desempeñen funciones de policía
Esta medida solo será posible cuando se trate de la investigación de alguno de los
siguientes delitos:
— Delitos cometidos en el seno de organizaciones criminales.
— Delitos de terrorismo.
— Delitos cometidos contra menores o personas con capacidad
modificada judicialmente.
— Delitos contra la Constitución, de traición y relativos a la defensa
nacional.
— Delitos cometidos a través de instrumentos informáticos o de cualquier
otra tecnología de la información o la telecomunicación o servicio de
comunicación.
La medida tendrá una duración máxima de un mes, prorrogable por
iguales períodos hasta un máximo de tres meses.
fundamentales de los ciudadanos, así como ciertas reglas básicas del Estado de
Derecho. Por ello, su admisibilidad solo puede producirse si se ajusta a las reglas
generales que permiten este tipo de actuaciones: 1) justificación teleológica; 2)
habilitación legal expresa; 3) autorización judicial (en este punto, el art. 282-bis,
además de la autorización judicial, contempla una autorización del Ministerio
Fiscal, pero dando cuenta inmediata al juez); 4) resolución motivada; 5) que
existan indicios suficientes y razonables de que se está cometiendo o se ha
cometido una conducta delictiva; 6) la infiltración policial ha de presentarse en el
caso concreto como una diligencia de investigación proporcionada.
En cuanto a su régimen jurídico concreto, ha de señalarse lo siguiente:
a) La autorización para proceder a la infiltración de un agente encubierto
habrá de ser concedida por el juez de instrucción competente o por el Ministerio
Fiscal, dando cuenta inmediata a aquel.
b) La duración máxima de la autorización será de seis meses, prorrogables
por periodos iguales. La decisión sobre la prórroga de la autorización es judicial
en todo caso, y siempre que sea solicitada por la Policía. La decisión sobre la
prórroga supone una ocasión para el control del desarrollo de la infiltración, y la
valoración de sus resultados y sus perspectivas de cara al futuro.
c) Es imposible que el legislador regule en positivo las conductas que ha
de desarrollar el agente encubierto para investigar, dado que cada investigación
será diversa. Pero sí que se establece de modo genérico el deber del agente
encubierto de poner en conocimiento de la autoridad judicial toda la información
que vaya obteniendo, y a la mayor brevedad posible. Se trata con ello de asegurar
un control y un seguimiento cercanos del desarrollo de la investigación, en
garantía de los derechos de los investigados, pero también de la seguridad del
propio agente.
d) También se señala expresamente que las actividades investigadoras que
conlleven lesión de derechos fundamentales habrán de autorizarse judicialmente
y sujetarse a las previsiones legales. Se suscita con ello un importante problema
de límites a la actuación del agente encubierto.
Recuérdese cómo la propia infiltración puede resultar ya de por sí lesiva
de derechos fundamentales, especialmente del derecho al libre desarrollo de la
personalidad. Y nótese cómo, por este motivo, entre otros, su labor ha de contar
con el refrendo previo de una autorización judicial. Por eso, no cualquier
actividad del agente encubierto lesiva de derechos fundamentales necesita de una
autorización judicial nueva. Porque, sin necesidad de esta, el agente encubierto
puede llevar a cabo aquellas actividades lesivas de derechos fundamentales
cuando la lesión radique precisamente en el engaño que subyace a la infiltración:
esas conductas ya se encuentran justificadas por la autorización inicial para
proceder a la infiltración.
Así, a título de ejemplo, el agente encubierto puede sin más:
valorar mejor hasta qué punto la conducta del agente se situó dentro o fuera de
los límites de la especial causa de justificación a que nos hemos referido.
f) Al agente encubierto se le dispensa protección en su doble condición de
servidor público que ha desarrollado una labor arriesgada y como testigo de
cargo en la instrucción y en el juicio oral. Esta protección puede ser distinta en
función de la fase del proceso en que nos encontremos:
Así, durante el desarrollo de la infiltración, quedará protegido por dos
vías: de un lado, por el secreto de sumario, que impedirá a los encausados saber
que están siendo investigados de forma encubierta; de otro, por la previsión del
art. 282-bis 1 II, a tenor de la cual se ordena que la identidad real del agente
encubierto se mantenga siempre reservada, fuera de las actuaciones. Durante esta
etapa el agente encubierto no ostenta aún la condición de testigo, sino
únicamente la de policía judicial.
Concluida la infiltración, pero aún durante la fase de instrucción, el agente
encubierto ostentará la condición de testigo en cuanto declare en calidad de tal
ante el instructor, y recibirá la protección general que la L.O. 19/1994 dispensa a
los testigos; además de que su identidad real se mantendrá en secreto.
Finalmente, si se llega al juicio oral, el art. 282-bis le permite al agente
servirse en él de su identidad supuesta, lo que significa que permanecerá oculta
hasta el final su identidad real: si la defensa solicita en ese momento conocer la
identidad del testigo protegido, se le suministrará la ficticia, no la real:
conociendo la identidad supuesta del agente encubierto, así como su condición de
tal, los acusados disponen de información razonablemente suficiente para
entender asegurado el respeto a su derecho de contradicción.
LECCIÓN 11
1.1. Concepto
El proceso penal, para desarrollarse, necesita del transcurso del tiempo.
Sin embargo, la propia extensión de su tramitación a lo largo del tiempo es fuente
de un grave riesgo: que el proceso se frustre y no pueda cumplir con sus
objetivos, y ello por varios tipos de razones:
a) De un lado, y respecto del objeto penal del proceso, ya sabemos que es
necesaria la presencia del encausado y su disponibilidad para los tribunales
penales: sin ello –salvo ciertas excepciones– no puede celebrarse la fase de juicio
oral ni, en consecuencia, dictarse sentencia. El riesgo de que el encausado se
sustraiga a la acción de la justicia quedando fuera de la disposición del tribunal
(riesgo de fuga) es así el riesgo de que el proceso penal no pueda siquiera
desarrollarse por todas sus fases ni cumplir los fines que tiene encomendados.
proceso penal sin que aún se haya dictado una sentencia firme que declare su
responsabilidad penal y su responsabilidad civil. Es decir, las medidas cautelares
suponen: a) una limitación de la libertad personal (o de otros derechos), sin que
aún se haya declarado de manera irrevocable que el encausado es merecedor de
una sanción privativa de la libertad (o de otros derechos); b) una limitación de su
derecho a la libre disposición sobre su patrimonio, sin que aún se haya declarado
de manera irrevocable que el encausado es responsable de unos daños cuya
reparación ha de afrontar con su patrimonio.
Por eso mismo, el ordenamiento condiciona la adopción de medidas
cautelares a la comprobación por el órgano judicial de que concurren dos
presupuestos:
1) El periculum in mora: ha de acreditarse que realmente se da un peligro
concreto, en el caso de que se trate, de que el encausado tratará de sustraerse a la
acción de la justicia mediante su ocultación o fuga, o de que tratará de destruir,
alterar u ocultar las fuentes de prueba, o de que cometerá de nuevo hechos
punibles (medidas cautelares personales objeto penal del proceso); o de que el
encausado o el responsable civil no encausado tratarán de colocar su patrimonio
fuera del alcance del tribunal, por ejemplo, ocultándolo o transmitiéndolo a
terceros (medidas cautelares patrimoniales objeto civil del proceso).
2) La apariencia de buen derecho o fumus boni iuris o fumus delicti
commisi: la existencia de indicios sólidos, racionales y fundados de que al final
del proceso se proclamará la culpabilidad y/o la responsabilidad civil de la
persona respecto de la cual se adoptan las medidas cautelares. Se trata, por tanto,
de la verosimilitud del objeto del proceso, es decir, que conste en la causa la
existencia de un hecho que revista los caracteres de delito del que una persona
aparezca como responsable probable (razonada atribución del hecho punible a
una persona determinada).
1.3. Características
Las medidas cautelares que se adoptan en el proceso penal, ya tengan
naturaleza personal o patrimonial, comparten una serie de características:
― Jurisdiccionalidad: las medidas cautelares solo pueden ser adoptadas
por el órgano jurisdiccional competente, durante cualquier momento de la
tramitación del procedimiento y siempre a través de resolución motivada. Ello es
así por su carácter restrictivo de derechos.
― Instrumentalidad: las medidas cautelares tienen como finalidad
garantizar la aplicación del ius puniendi y constituyen un medio para asegurar el
normal desarrollo del proceso penal al que están supeditadas en todo caso, no
pudiendo nunca ser adoptadas como medida de seguridad o como «pena
anticipada».
― Provisionalidad: la duración máxima de las medidas cautelares
coincide con la de la pendencia del proceso al que están supeditadas, aunque si
2. CITACIÓN CAUTELAR
También denominada orden de comparecencia, está regulada en los arts.
486 a 488 LECrim. Durante la instrucción, el juez podrá citar cautelarmente a
declarar a cuantas personas estime conveniente, personas que tendrán el deber de
comparecer al llamamiento judicial. Por eso, esta medida constituye la mínima
constricción posible a la libertad personal (le priva de la libertad de hacer cosa
distinta a comparecer). Con esta medida solo se persigue oír a la persona a quien
se impute un hecho punible, por lo que cumple una triple función: comunicarle la
imputación, posibilitar su actuación como parte y limitar la actividad del
investigado garantizando su disponibilidad al órgano instructor.
Si el citado no comparece ni justifica causa legítima que se lo impida, la
orden de comparecencia puede convertirse en orden de detención.
3. DETENCIÓN
1º. Detención practicada sin que exista causa pendiente (antes de que
haya comenzado el proceso penal)
— Los apartados 1º y 2º del art. 490 LECrim permiten a cualquier persona
detener a quien intentare cometer un delito, en el momento de ir a cometerlo y al
delincuente in fraganti. En estos casos, por tanto, se permite proceder a la
detención a los particulares (que tienen la facultad de efectuarla, pero no el
deber) y a la Autoridad judicial, al Fiscal o a la Policía (que tienen el deber).
— El apartado 4º del art. 492 LECrim permite que la Autoridad (= juez de
instrucción y Ministerio Fiscal) o agente policial detengan a quien fuese
considerado motivadamente como sospechoso de haber participado en un hecho
que presentara los caracteres de delito (aunque no sea sorprendido ni en el
momento de ir a cometerlo ni tampoco in fraganti).
2º. Detención practicada durante la tramitación del proceso
— Cualquier persona (= particulares y autoridad) puede proceder a la
detención de quien se fugare estando detenido o preso por causa pendiente, así
como al investigado o encausado que estuviere en rebeldía (art. 490 6º y 7º
LECrim).
— La Autoridad y los agentes de policía judicial tienen el deber de detener
al investigado o encausado que se encontrare en rebeldía por delito castigado con
pena superior a tres años de privación de libertad o al investigado o encausado
por delito castigado con pena inferior, si sus antecedentes o las circunstancias del
hecho delictivo hicieren presumir que no comparecerá al llamamiento de la
Autoridad judicial (art. 492.3º LECrim). En este último caso no se procederá a la
detención si el procesado presta en el acto fianza bastante, a juicio de la
Autoridad o agente que intente detenerlo, para presumir racionalmente que
comparecerá cuando le llame el juez o tribunal competente.
3º. Detención practicada una vez concluido el proceso
Los arts. 490.3º, 4º, 5º y 7º y 492.1º LECrim facultan a cualquier
persona y obligan a la Autoridad o agente –respectivamente– a detener a
los condenados por delito que se fuguen del lugar en que estuviesen
custodiados.
No está claro si procede la detención cuando al presunto reo se le impute
un delito leve. El art. 495 LECrim señala que, si se imputa una «falta», solo
procederá su detención cuando no tuviese domicilio conocido ni diese fianza
bastante, a juicio de la Autoridad o agente que intente detenerle. Si se entiende
que las referencias legales a las faltas deben interpretarse ahora como referidas a
los delitos leves, entonces la limitación subsistiría todavía. Se trata de lo más
razonable, aunque en la práctica debe tenerse en cuenta que los límites entre un
delito y un delito leve dependen de factores que la persona que procede a la
detención no puede conocer (v.g., si el valor de lo hurtado excede o no de 400
euros); en estas situaciones la detención será posible, salvo que fuera manifiesto
el carácter leve de la conducta.
4/81) y hasta durar un total de 5 días en los supuestos de terrorismo (art. 520 bis
LECrim). El incumplimiento del plazo máximo de detención acarreará la
responsabilidad penal del funcionario de policía infractor (art. 164 CP).
El art. 520 ter LECrim contempla un supuesto singular, el de los
detenidos en espacios marinos por la presunta comisión de los delitos de
piratería, terrorismo, tráfico ilegal de drogas tóxicas, estupefacientes o sustancias
psicotrópicas, trata de seres humanos, contra los derechos de los ciudadanos
extranjeros y delitos contra la seguridad de la navegación marítima. Los
derechos reconocidos en el art. 520 LECrim les serán aplicados en la medida que
resulten compatibles con los medios personales y materiales existentes a bordo
del buque o aeronave que practique la detención. Estos sujetos deberán ser
puestos en libertad o a disposición de la autoridad judicial competente tan pronto
como sea posible, sin que pueda exceder del plazo máximo de setenta y dos
horas. La puesta a disposición judicial podrá realizarse por los medios
telemáticos de los que disponga el buque o aeronave, cuando por razón de la
distancia o su situación de aislamiento no sea posible llevar a los detenidos a
presencia física de la autoridad judicial dentro del indicado plazo.
4. PRISIÓN PROVISIONAL
sobre una víctima. VioGén se nutre de información que procede, entre otros, de
declaraciones de la víctima y de testigos, de Registros oficiales, de dispositivos
de geoposicionamiento, de antecedentes policiales y de registros accesibles por
las unidades de policía judicial. Entre las utilidades que ofrece el sistema
VioGén está la de valorar el nivel de riesgo de padecer nuevas agresiones, a
partir de un número elevado de indicadores (entre ellos, v.g., que el presunto
agresor se haya fugado; la existencia de vejaciones, insultos, humillaciones,
violencia física o sexual; un previo empleo de armas contra la víctima; el acceso
a armas; una hipotética escalada en la gravedad o en la frecuencia de las
agresiones o amenazas).
Estos datos se someten a algoritmos que valoran las puntuaciones
introducidas respecto de cada uno de los indicadores de riesgo y devuelven una
valoración de riesgo en cinco niveles («no apreciado», «bajo», «medio», «alto»
y «extremo»), que se comunica al Juzgado de Violencia sobre la Mujer y a la
Fiscalía. Aunque su finalidad primordial es el establecimiento de un plan
personalizado de seguridad para cada víctima, cabe utilizarlo –en principio como
un elemento más– a la hora de valorar las circunstancias fácticas que justifiquen
la adopción de medidas cautelares de protección a la víctima –incluidas, no se
olvide, la prisión provisional y otras medidas limitativas de la libertad
ambulatoria–.
Además, solo podrá acordarse la prisión provisional por esta causa cuando
concurran los requisitos siguientes:
― Que el hecho delictivo imputado sea doloso.
― Que el máximo de la pena prevista para el delito sea igual o superior a
dos años de prisión. Este límite no será aplicable en dos casos: a) cuando se trate
de evitar que el investigado o encausado vuelva a actuar contra la víctima; b)
cuando de los antecedentes del investigado o encausado y demás datos o
circunstancias que aporte la Policía Judicial o resulten de las actuaciones, pueda
racionalmente inferirse que el investigado o encausado viene actuando
concertadamente con otra u otras personas de forma organizada para la comisión
de hechos delictivos o realiza sus actividades delictivas con habitualidad.
Como puede apreciarse, la prisión provisional es una medida cautelar de
naturaleza personal a través de la cual se pueden combatir tres clases de peligro
diferente que amenazan, de igual manera, el éxito del proceso penal:
― El riesgo de fuga del investigado o encausado, que impide que el
proceso pueda desarrollarse por todos sus trámites y desembocar en una
sentencia condenatoria.
― El riesgo de destrucción, ocultación o alteración de las fuentes de
prueba, que puede impedir igualmente el dictado de una sentencia de condena.
― El riesgo de que el investigado o encausado reitere su actividad
delictiva, que compromete también los fines político-criminales de los que es
instrumento el proceso penal.
sido absueltos «por falta de pruebas». Se generaba con ello una especie de doble
categoría de «inocentes», absolutamente incompatible con la presunción de
inocencia, que arrojaba sobre parte de ellos una especie de sombra o sospecha
permanente de culpabilidad. La STC 85/2019, de 19 de junio, acabó con esta
distinción, declarando la inconstitucionalidad de los incisos del precepto que
limitaban el derecho a la indemnización por prisión indebida a los casos de
absolución o sobreseimiento libre por inexistencia del hecho delictivo –por ser
contrarios a los arts. 14 y 24 CE–.
5. LIBERTAD PROVISIONAL
5.1. Concepto
La libertad provisional es la situación en que se encuentra el encausado,
que conserva su libertad durante la tramitación del proceso, pero condicionada a
la prestación de ciertas obligaciones accesorias que tienen por objeto asegurar su
presencia en el proceso penal. Con la libertad provisional se logra compatibilizar
la adopción de medidas que aseguren el normal desarrollo del proceso penal con
el mantenimiento de la libertad individual del investigado o encausado, por lo
que debe configurarse como la regla general en la adopción de medidas
cautelares personales –y la prisión provisional como la excepción–.
En ocasiones, los medios de comunicación social se refieren a esta
situación con la peculiar denominación de «libertad con cargos», para poner de
manifiesto que el sujeto se encuentra libre –que es algo que la opinión pública
podría reprobar–, pero formalmente imputado.
alguna de las medidas cautelares que nos ocupan. Ahora bien, en caso de que, por
las razones que sea, el detenido no pudiera ser puesto a disposición del juez
competente en el plazo de setenta y dos horas, procederá el juez que hubiera
recibido al detenido a celebrar la audiencia sobre medidas cautelares en los
términos que ya hemos expuesto. No obstante, una vez que el juez competente
reciba las diligencias, oirá al investigado o encausado, asistido de su abogado, tan
pronto como le fuera posible y dictará la resolución que proceda –lo que le
permitirá revocar la medida acordada–.
Asimismo, y una vez dictado auto por el que se acuerde la libertad del
preso, inmediatamente se expedirá mandamiento al director del establecimiento
para que le dé cumplimiento.
como al Ministerio Fiscal, a fin de que puedan adoptar las medidas de protección
que resulten necesarias.
Estas medidas, además, pueden tener una vigencia que vaya más allá de la
duración del proceso penal, pues el juez o tribunal, una vez haya concluido el
proceso, valorando exclusivamente el interés de la persona afectada, podrá
ordenar la ratificación de las medidas de protección que hubieran sido adoptadas.
El Ministerio Fiscal y las partes afectadas por la medida podrán solicitar al juez
su modificación o alzamiento conforme al procedimiento previsto en el art. 770
LEC.
LECCIÓN 12
LA FASE INTERMEDIA
2. EL SOBRESEIMIENTO
El sobreseimiento es la resolución judicial en forma de auto que se adopta
por el órgano judicial en la fase intermedia cuando no concurren los presupuestos
necesarios para decretar la apertura del juicio oral. Esta resolución produce o
bien la terminación del proceso (sobreseimiento libre), o bien su paralización
(sobreseimiento provisional).
El sobreseimiento puede ser libre o provisional, total o parcial.
popular sí está legitimada para instar la apertura del juicio oral, aunque el fiscal
haya pedido el archivo de la causa y no haya acusación popular, cuando se trate
de delitos relativos a la prostitución de menores: aunque sí existen perjudicados
concretos, prevalece el interés colectivo en la protección a la infancia, que
también puede ser hecho valer por la acusación popular.
Una vez se haya dictado el auto de apertura del juicio oral se da paso a la
fase decisoria o de juicio oral del proceso penal.
Entonces, y aunque no puede abrir de oficio el juicio, todavía puede intentar dos
soluciones antes de decretar ese sobreseimiento pedido, soluciones que suponen
una «salida en busca de acusador»: dado que el tribunal no puede acusar, se le
permite buscar la forma de que alguien sostenga esa acusación. Las dos vías para
ello son las siguientes:
— El tribunal acordará que se haga saber esta petición de sobreseimiento a
los ofendidos por el delito –cuando estos no se hubieran constituido en parte
acusadora–, para que dentro del plazo máximo de 15 días comparezcan a
defender su acción, esto es, se personen en la causa y soliciten la apertura del
juicio oral [art. 782.2 a) LECrim].
— Al margen de lo anterior, el tribunal también puede remitir la causa al
superior jerárquico del Fiscal que pidió el sobreseimiento, para que decida si
procede o no sostener la acusación y, en caso afirmativo, ordene a su
subordinado en el plazo de diez días que rectifique y solicite la apertura del juicio
oral [art. 782. 2 b) LECrim].
Si comparece acusador particular a sostener la acusación, o si el superior
del Fiscal decide que procede la apertura del juicio oral, entonces podrá el
Tribunal decretar esa apertura. En caso contrario, el tribunal deberá acordar el
sobreseimiento.
A la hora de decretar el sobreseimiento la vinculación del órgano judicial
a las peticiones de las partes es mucho menor:
Evidentemente, y con las salvedades que se acaban de ver, si todas las
partes solicitan el sobreseimiento de la causa, el tribunal habrá de acordarlo.
Pero también aunque todas las partes acusadoras hayan solicitado la
apertura del juicio oral, el tribunal puede no obstante decretar el sobreseimiento,
si estima que el hecho no es constitutivo de delito o que no existen indicios
racionales de criminalidad contra el investigado (art. 783.1 I LECrim).
*
Tras la reforma de 2015, se debe tener en cuenta un elemento adicional:
el tribunal que decrete el sobreseimiento –de cualquier tipo– tiene el deber de
notificárselo a las víctimas del delito que no se hayan mostrado parte en la causa
y se les abrirá entonces a estas un plazo de veinte días para recurrir el auto. Este
recurso, por tanto, tiene sentido:
(i) en los casos en que alguna parte acusadora, distinta de la víctima
que ahora recurre, hubiera pedido la apertura del juicio oral y esta se
hubiera denegado: este recurso de la víctima puede sumarse al del
acusador que pidió inicialmente la apertura del juicio oral, pero también
tiene sentido en caso de que dicho acusador se hubiera aquietado ante el
sobreseimiento.
(ii) en caso de que el tribunal hubiera acordado el sobreseimiento
ante la ausencia de acusador, lo cual, en algunos casos, supone de algún
Según se ha dicho antes, la petición de apertura del juicio oral por todos
los acusadores vincula en principio al juez, aunque a pesar de ello podrá decretar
de oficio el sobreseimiento si entiende que el hecho no es constitutivo de delito o
que no existen indicios racionales de criminalidad.
Esto último, sin embargo, es muy improbable, dado que si el juez de
instrucción entendiera que no hay indicios de delito ya habría sobreseído de
oficio la causa, en los términos del art. 779.1º LECrim, de modo que no habría
dictado auto de transformación ni se habría abierto la fase intermedia de
preparación del juicio oral.
Frente al auto decretando la apertura del juicio oral no cabe recurso (que sí
cabe frente al auto denegándola): en consecuencia, el investigado se encuentra
con que se ha decretado la apertura del juicio oral sin haber oído sus alegaciones
al respecto y sin que, tampoco, le quepa posibilidad alguna de que se le oiga con
posterioridad, por medio de un recurso.
Decretada la apertura del juicio oral, pero aún ante el juez de instrucción y
en fase preparatoria, se dará traslado de las actuaciones a la parte acusada para
que, en el plazo de diez días, presente su escrito de defensa. Si no lo presenta, se
entiende que se opone a las acusaciones, pero no podrá proponer más prueba que
la que aporte en el momento de celebrarse el acto del juicio (así, v.g., no podrá
pedir al tribunal que cite a testigos, sino que tendrá que asumir él la carga de
lograr que acudan al juicio).
La fase intermedia termina con la remisión de actuaciones por parte del
juez de instrucción al órgano judicial encargado del enjuiciamiento.
LECCIÓN 13
oral, y se presentará ante ese mismo juez instructor. Una vez aportado el
escrito de defensa, o precluido el plazo para presentarlo, el juez de
instrucción remitirá ya las actuaciones al juez o tribunal que resulte
competente para conocer del juicio oral.
También puede ser cometido propio de la fase de juicio oral resolver
«cuestiones previas», de carácter procesal: la validez del proceso penal, al igual
que la del civil, está condicionada por la concurrencia de una serie de
presupuestos procesales y por la ausencia de óbices procesales. En caso de que
alguna de las partes entienda que, en el caso concreto, falta algún presupuesto
procesal o concurre algún óbice procesal, habrá de alegarlo en tiempo y forma, y
el tribunal sentenciador estará en principio obligado a resolverlo y, dado el caso,
a poner fin al proceso o a subsanar el defecto que se haya apreciado.
La forma de proceder al tratamiento procesal de estas cuestiones
procesales es diversa en función del tipo de procedimiento de que se trate:
En el caso del procedimiento ordinario por delitos graves, la
denuncia de los defectos procesales habrá de llevarse a cabo a través de
los llamados «artículos de previo pronunciamiento»: se plantearán por las
partes de manera escrita, antes de formular sus escritos de calificación
provisional, y darán lugar a la sustanciación de un incidente que suspende
el curso del proceso hasta su resolución.
En el caso del procedimiento abreviado, la denuncia de estos
defectos habrá de efectuarse en el «turno de intervenciones» que tiene
lugar en los momentos iniciales de la vista del juicio oral: se formularán,
por tanto, oralmente y, en principio, habrán de ser resueltos en el acto por
el tribunal.
Una vez formuladas las alegaciones, la esencia de todo juicio oral es, en
principio, la práctica de las pruebas: para eso están las «sesiones» del juicio, en
las que con publicidad, oralidad, contradicción, inmediación y concentración se
practicarán las pruebas, sobre las que se fundará la convicción del tribunal
sentenciador acerca de los hechos, convicción que, a su vez, es la base de la
sentencia.
Ahora bien, cada vez con mayor frecuencia sucede que la sentencia penal
no se funda en la convicción del juzgador acerca de los hechos, sino en la
denominada «conformidad» del acusado: en caso de que el acusado se muestre
conforme con la más grave de las acusaciones que se hayan formulado contra él –
y siempre que se den ciertas condiciones adicionales– el tribunal habrá de dictar
una sentencia que acoja dicha conformidad, sin que resulte precisa la práctica de
pruebas. A menudo esta conformidad es el fruto de previas negociaciones o
«consenso» entre el Ministerio Fiscal y el acusado.
Al estudio de la prueba y de la conformidad, que son los dos pilares sobre
los que puede sustentarse hoy en día una sentencia penal, dedicaremos las dos
lecciones siguientes a esta.
Finalmente, y para los casos en que se haya celebrado el juicio oral por
todos sus trámites y se hayan practicado pruebas en él, está previsto un último
acto de alegaciones, las llamadas «calificaciones definitivas» (procedimiento
ordinario) o «conclusiones definitivas» (procedimiento abreviado). A través de
estas alegaciones las diversas partes, sobre la base de los resultados que a su
juicio han aportado las pruebas practicadas, pueden:
1º. Ratificarse en sus calificaciones provisionales, o en sus escritos de
acusación y defensa: esto significa que consideran que la prueba practicada
confirma los hechos alegados y, por tanto, entienden que conservan su validez las
peticiones formuladas entonces.
2º. Modificar sus alegaciones iniciales y formular en consecuencia
peticiones diversas a las inicialmente efectuadas. Ahora bien, la vigencia del
principio acusatorio impone un límite infranqueable a estas modificaciones: a
través de ellas las partes no pueden alterar el objeto del proceso, es decir, no
pueden afirmar la existencia de hechos nuevos, o pretender la condena por
hechos nuevos. Lo único que pueden hacer es, por tanto, otorgar una calificación
jurídica diversa a los hechos, a la luz de las pruebas practicadas (v.g., entender
que los hechos, en vez de ser constitutivos de robo, lo son de hurto; o considerar
que el acusado, en vez de autor, es cómplice; o apreciar que el delito no está
consumado, sino solo intentado): e incluso para hacerlo deben respetarse ciertas
exigencias, como veremos más adelante (cfr. art. 788.4 LECrim).
LECCIÓN 14
LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA Y LA PRUEBA EN EL PROCESO
PENAL
1. CONCEPTO DE PRUEBA
En todo proceso judicial las partes fundan las pretensiones que formulan al
tribunal en una serie de hechos. Como se verá más adelante, en el proceso penal
las partes acusadoras tienen la carga de alegar los hechos que integran el
supuesto de la norma penal cuya aplicación pretenden. E incumbe a la defensa la
alegación de todos aquellos hechos que sostienen sus peticiones (v.g., que
concurría una eximente o una circunstancia atenuante de su responsabilidad
penal).
El tribunal solo puede acceder a lo que le solicitan las partes si son ciertos
los hechos en que se fundan esas peticiones o, con mayor precisión, si está
convencido de que son ciertos (o de que no lo son). La simple afirmación por una
de las partes de que un hecho es cierto no conlleva de por sí que el tribunal deba
o pueda tenerlo por cierto. Al contrario, es preciso que en los procesos se lleven a
cabo actividades destinadas a fijar como ciertos esos hechos relevantes.
Existen diversos mecanismos que contribuyen a fijar como ciertos –o
como inciertos– los hechos afirmados por las partes y que son de relevancia para
construir la sentencia. La finalidad de estos mecanismos, en todo caso, no es
alcanzar una certeza universal y erga omnes (algo semejante a una «verdad
absoluta»), sino que queden fijados o no como ciertos unos hechos a los efectos
de resolver un proceso concreto.
La más importante de las herramientas para fijar la certeza de hechos en el
proceso es la prueba. La prueba procesal es la actividad llevada a cabo por las
partes con y ante el tribunal para convencerle de la certeza, a efectos del proceso,
de un hecho: lo esencial del concepto de prueba es la noción de actividad.
del proceso: por mucho que el juzgador privadamente los conozca, si no se han
practicado pruebas, no puede tenerlos como ciertos.
Segunda del Tribunal Supremo de 3 de junio de 2015 optó por una posición de
partida muy radical, que se traduce en las siguientes afirmaciones:
— Las declaraciones ante los funcionarios policiales no tienen valor
probatorio por sí mismas, de modo que no pueden usarse para sostener una
condena.
— No pueden operar como corroboración de los medios de prueba.
— Tampoco pueden ser contrastadas por la vía del art. 714 LECrim, ni
cabe su utilización como prueba preconstituida en los términos del art. 730.1
LECrim.
— No pueden ser incorporadas al acervo probatorio mediante la llamada
como testigos de los agentes policiales que las recogieron (esto es, no se pueden
«convertir» en prueba testifical).
El único margen de operatividad que queda se produce cuando los datos
objetivos contenidos en la autoinculpación son acreditados como veraces por
verdaderos medios de prueba: en tal caso, el conocimiento de aquellos datos por
el declarante, evidenciado en la autoinculpación, puede constituir un hecho base
para efectuar legítimas y lógicas inferencias. Para constatar, a estos exclusivos
efectos, la validez y el contenido de la declaración policial, deberán prestar
testimonio en el juicio los agentes policiales que la presenciaron.
llamado «careo», para tratar de esclarecer quién merece mayor crédito (art.
729.1º LECrim)
En principio, y salvo excepciones, los testigos tienen el deber de declarar:
la negativa injustificada puede conducir a una sanción de 200 a 5000 euros (art.
716 LECrim)
Están exentos del deber de declarar, de modo general, el Rey y ciertos
miembros de la Familia Real (art. 411 LECrim). Y tampoco pueden ser obligados
a declarar los parientes del acusado, su abogado, los traductores e intérpretes, los
eclesiásticos (en relación con hechos conocidos en su función) y los funcionarios
públicos vinculados por deber de secreto oficial (arts. 416 y 417 LECrim: cfr.
lección 10).
Como contrapartida, el testigo tiene derecho a una indemnización, que le
será abonada por quien propuso su declaración (art. 722 LECrim).
Desde 2003 el art. 731 bis LECrim permite las declaraciones por
videoconferencia, de modo que el testigo no tenga que desplazarse a la sede
judicial: es especialmente útil cuando el testigo se halla en prisión por otro
motivo o se encuentra hospitalizado; y, en tiempos de pandemia, como medida
de prevención sanitaria.
* En ocasiones, la única prueba de cargo que existe en un proceso penal es
el testimonio de la víctima del delito. Para fundamentar una sentencia
condenatoria en esta única prueba, el TS considera necesario que el tribunal
compruebe la concurrencia de tres aspectos:
— Ausencia de incredibilidad subjetiva, derivada de las relaciones
acusador/acusado que pudieran conducir a la deducción de la existencia de un
móvil de resentimiento, enemistad, venganza, enfrentamiento, interés o de
cualquier índole que prive a la declaración de la aptitud necesaria para generar
certidumbre.
— Verosimilitud, es decir, constatación de la concurrencia de
corroboraciones o indicios de carácter objetivo que avalen su declaración.
— Persistencia en la incriminación, que debe ser prolongada en el tiempo,
plural, sin ambigüedades ni contradicciones.
No es estrictamente necesaria la concurrencia simultánea de estos tres
requisitos para que la declaración de la víctima pueda tener eficacia probatoria de
cargo; pero la condena en ausencia de todas ellas supone un quebrantamiento de
la presunción de inocencia.
comienzo de las sesiones del juicio; si no lo es, habrá que interrumpirlas para
practicar esta prueba (art. 727 LECrim).
LECCIÓN 15
momento válido es el acto del juicio oral, antes de que se inicie la práctica de la
prueba (art. 787.1 LECrim). Este acto de «ratificar» o «prestar» en sentido propio
la conformidad es necesario para que el tribunal pueda cerciorarse de que la
conformidad se realiza libremente y con conocimiento de sus consecuencias y
para que la conformidad tenga eficacia jurídica.
Por eso mismo, si al comienzo del juicio el acusado se retracta de la
conformidad antes anunciada, el juicio habrá de celebrarse. Lo mismo sucederá
en caso de incomparecencia al juicio del acusado que previamente hubiera
manifestado su conformidad: si se dieran los requisitos para la celebración del
juicio en ausencia, podrá procederse a ella, pero sin que se pueda dictar sentencia
de conformidad; y si no se dan dichos requisitos, entonces habrá de suspenderse
el proceso, sin que tampoco resulte correcto dictar la sentencia de conformidad.
que se sustancie el juicio oral por todos sus trámites; se consigue, con ello, un
importante ahorro de energía procesal.
4. LA MEDIACIÓN PENAL
La mediación penal es una técnica novedosa propuesta desde algunos
sectores jurídicos y sociales para la solución de los conflictos jurídicos a que da
lugar la comisión de ciertos delitos –delitos de bagatela, de escasa gravedad–. No
es una institución que esté regulada y amparada por el ordenamiento, sino que se
está desarrollando de forma experimental y voluntaria en ciertos lugares y ante
ciertos órganos judiciales. La mediación penal obedece a una concepción
«restaurativa» de la justicia penal: se considera que, en algunas ocasiones, resulta
positivo que exista un proceso de mediación entre víctima y delincuente, que
conduzca a algún tipo de reparación satisfactoria para ambos, que se considera
preferible –y más eficaz– que la imposición de una pena. El objetivo, pues, es dar
un mayor protagonismo a la víctima a la hora de reaccionar ante el delito.
Aunque la mediación penal no está regulada en cuanto tal, para su puesta
en práctica se aprovecha el margen que conceden ciertas normas penales y
procesales. En concreto, hay que tener en cuenta las siguientes:
LECCIÓN 16
LA SENTENCIA PENAL
Al finalizar las sesiones del juicio oral, una vez practicada la prueba y una
vez que las partes han formulado sus conclusiones definitivas, puede suceder que
el tribunal considere que el hecho punible ha sido calificado de forma errónea. En
tal caso, se le ofrece al tribunal la posibilidad de plantear a las partes la «tesis»
(también llamada «tesis de desvinculación»), es decir, una calificación jurídica
del hecho punible distinta a la mantenida por las partes. Así, y a modo de
ejemplo, el tribunal puede «sugerir» a las partes si no sería más correcto entender
que el hecho enjuiciado consiste en un alzamiento de bienes, en vez de una
estafa; o en un homicidio en grado de tentativa, en vez de un delito de lesiones
consumadas.
En concreto, y teniendo en cuenta los criterios sentados por la
jurisprudencia, el tribunal está facultado para plantear la tesis en aquellos
supuestos en que se le ofrezcan dudas sobre la calificación jurídica de los hechos
en relación con los siguientes extremos:
— Cuando el tribunal considera que se debería condenar por un delito más
grave que el que ha sido objeto de acusación, es decir, cuando considera que los
hechos se deben tipificar como un delito distinto y que tenga asignada por ley
una pena más grave que el que fue objeto de acusación.
Por ejemplo, el tribunal entiende que los hechos enjuiciados integran
un delito de homicidio en grado de tentativa y no un delito de lesiones
consumadas.
— Cuando considere que la calificación jurídica más correcta nos sitúa
ante delitos de la misma o menor gravedad al calificado por las partes, pero que
no sean homogéneos. Se entiende que dos tipos delictivos son homogéneos
cuando existe entre ellos identidad de bien jurídico protegido.
Por ejemplo, cuando el tribunal entiende que los hechos enjuiciados
integran un delito de prevaricación, a pesar de que la acusación los ha
tipificado como delito de falsedad en documento público.
— Para apreciar circunstancias agravantes no alegadas por las partes.
— Para elevar el grado de ejecución del delito (consumado, en vez de
intentado) o el grado de participación de los acusados (autor, en vez de
cómplice), respecto del calificado por los acusadores.
— Para apreciar circunstancias eximentes o atenuantes no alegadas por las
partes.
— Para disminuir el grado de ejecución o participación de los acusados.
En todos los casos, el límite infranqueable es siempre que se mantenga el
hecho punible: lo que puede hacer el tribunal es plantear calificaciones jurídicas
diversas a los hechos, pero no puede fundar su sentencia en hechos no alegados
por las partes.
mutación sustancial del hecho enjuiciado, salvo que alguna de las acusaciones
haya asumido el planteamiento previamente expuesto por el Juez o Tribunal
dentro del trámite previsto en el párrafo segundo del artículo 788.4».
En consecuencia, hay que deducir, también aquí, las conclusiones
siguientes:
1º. En el procedimiento abreviado le está prohibido de forma absoluta al
tribunal imponer una pena que exceda de la más grave de entre las pedidas por
las acusaciones.
2º. El tribunal no puede efectuar una «mutación sustancial» del hecho
enjuiciado, esto es, no puede alterar el objeto del proceso en su sentencia.
3º. El tribunal no puede atribuir en su sentencia al hecho enjuiciado una
calificación jurídica distinta de la que le ofrecieron las partes acusadoras, a no ser
que haya «suscitado el debate» (= plantear la tesis) a que se refiere el art. 788.4 II
y alguna de las acusaciones haya asumido su planteamiento.
Como se puede apreciar, el tenor literal del art. 789.3 recoge expresamente,
para el procedimiento abreviado, la línea jurisprudencial de la Sala Segunda del
Tribunal Supremo sobre esta cuestión, ya analizada en relación con el
planteamiento de la tesis en el procedimiento ordinario.
4º. En sentido inverso, el tribunal sí que podrá imponer una pena menos
grave que la solicitada por las acusaciones, si para ello no altera el «título de la
condena», esto es, si para hacerlo se atiene a la calificación jurídico-penal de los
hechos efectuada por alguna de las partes –incluida la propia defensa–, o si a
pesar de alterar la calificación el cambio no conlleva una diversidad de bien
jurídico protegido o una mutación sustancial del hecho enjuiciado. En
consecuencia, y dentro de estos límites, podrá no solo condenar por delito
distinto –pero siempre sobre la base de los hechos que integran el objeto del
proceso–, sino que también, y de forma especial, podrá apreciar la concurrencia
de un menor grado de participación del acusado en los hechos, o un menor grado
de perfección delictiva, o la concurrencia de eximentes o circunstancias
atenuantes de la responsabilidad, en la medida en que para ello no le hará falta ni
cambiar la tipificación delictiva ni alterar el hecho enjuiciado.
* Al margen de lo anterior, hay que tener en cuenta la existencia de otros
dos límites que se imponen a la hora de enjuiciar en el contexto de un
procedimiento abreviado, y que ya fueron tratados en la lección 13, en relación
con las calificaciones definitivas de las partes.
a) Es posible que, al término del juicio, al formular sus conclusiones
definitivas, la acusación cambie la tipificación penal de los hechos o aprecie un
mayor grado de participación o ejecución del delito, o circunstancias agravantes
de la pena: no se trata, por tanto, de que se alteren los hechos objeto del proceso,
pero sí de que la acusación modifique su calificación jurídica. Si la acusación
efectúa alguno de estos cambios, estará «sorprendiendo» al acusado, que no tuvo
por qué defenderse durante el juicio de una calificación de los hechos que no
había sido formulada en el escrito de acusación inicial. Por eso, para preservar el
derecho de defensa y de contradicción, el órgano jurisdiccional puede acordar un
aplazamiento de la sesión de hasta diez días, para que el acusado pueda aportar
los elementos probatorios de descargo que estime convenientes en relación con
las nuevas conclusiones de la acusación. Practicada la nueva prueba solicitada
por el acusado, la acusación podrá, a su vez, modificar sus conclusiones
definitivas (art. 788.5).
b) Si en las conclusiones definitivas todas las partes acusadoras califican
los hechos como delito cuya pena excede de la competencia del Juez de lo Penal
(es decir, por encima de los 5 años de prisión o de los 10, si es de otra
naturaleza), este deberá declararse incompetente para juzgar la causa, dará por
terminado el juicio y remitirá las actuaciones a la Audiencia correspondiente,
para que se vuelva a celebrar ante ella el juicio oral. Si sucede que en este punto
las acusaciones formulan peticiones divergentes (alguna califica dentro del
ámbito de competencia del Juez de lo Penal, otra lo hace excediendo dicho
ámbito), entonces el Juez de lo Penal resolverá lo que estime pertinente acerca de
la continuación o finalización del juicio, pero en ningún caso podrá imponer una
pena superior a la correspondiente a su competencia (art. 788.6).
de modo que el reparto «por personas» opera después, una vez calculadas las
porciones correspondientes a cada delito objeto de acusación.
A tal fin, por «delitos enjuiciados» debe entenderse «hechos punibles» y
no solo calificaciones diferentes y eventuales de los mismos hechos (STS
516/2019, de 29 de octubre).
Dentro de la condena en costas se entienden incluidos los honorarios de la
acusación particular en los siguientes supuestos:
― Cuando se trate de delitos perseguibles solo a instancia de parte, es
decir, delitos privados (art. 124 CP).
― Al margen del supuesto anterior, y según la jurisprudencia, siempre que
la acusación particular no haya sostenido en el proceso pretensiones inviables,
fraudulentas o heterogéneas con las del Ministerio Fiscal.
2º. Si en la sentencia se absolvió al acusado, entonces resultan posibles
dos pronunciamientos distintos sobre las costas:
a) La regla general será «declarar las costas de oficio», esto es, no
condenar en costas a ninguna de las otras partes, de manera que cada una habrá
de abonar las suyas. Se trata de una regla injusta para el acusado que resultó
absuelto, pues en el fondo ha vencido en el proceso, pero no obtiene un
reembolso de los gastos que tuvo que efectuar para su propia defensa.
Si han sido varios los acusados y han sido absueltos de uno o varios
delitos y condenados por otro u otros, la cuota de las costas correspondiente a
aquellos delitos objeto de absolución se declarará de oficio, lo que aminorará la
cuota que deba distribuirse entre los que fueran condenados por los demás
delitos (cfr. SSTS 140/2010, de 23 de febrero y 671/2022, de 1 de julio)
b) Se podrá, no obstante, condenar en costas al acusador particular, o al
acusador popular, o al actor civil, cuando resulte de las actuaciones que han
obrado con temeridad o mala fe, ya sea al promover la querella o durante la
sustanciación del proceso.
En cualquier caso, nunca se podrá condenar en costas al Ministerio Fiscal,
es decir, al Estado: el Estado no está dispuesto a sufragar los gastos que
comportaría un eventual deber de resarcir por costas a todos los acusados que
resultan absueltos en procesos penales en que solo ha promovido la acusación el
Ministerio Fiscal.
LECCIÓN 17
punto, nuestro ordenamiento va más allá de lo que exige el Pacto). Ahora bien,
existen algunos puntos de fricción:
1º. Es posible que en primera instancia el acusado haya sido absuelto y
que esa sentencia sea recurrida. Si el tribunal superior estima el recurso y
condena por primera vez al acusado, es imaginable que esa segunda sentencia ya
no sea recurrible, lo que contradiría la exigencia del art. 14.5 del Pacto: así lo ha
sostenido en numerosas ocasiones el Comité de Derechos Humanos (que es el
órgano encargado de velar por el respeto al Pacto).
Como se verá más adelante, nuestro ordenamiento obvia este problema
impidiendo al tribunal de apelación condenar a quien fue absuelto en primera
instancia, o agravar los términos de su condena: se devolverán las actuaciones a
la primera instancia, para evitar privar al acusado de su derecho a la doble
instancia.
2º. También es dudoso el respeto al art. 14.5 del Pacto en los casos en que
del proceso en primera instancia haya conocido la Sala Segunda del Tribunal
Supremo (proceso contra aforados), porque la sentencia que dicte la Sala
Segunda es irrecurrible. El Tribunal Constitucional ha señalado en diversas
ocasiones que con ello no hay infracción, pues el asunto ha sido enjuiciado por la
más alta instancia judicial (aquella, de hecho, ante la que se tramitaría el recurso),
pero el Comité de Derechos Humanos ha considerado que en estos casos también
se infringe el Pacto.
Resulta llamativo, por contraste, cómo estos mismos problemas
encuentran una solución diferente en el ámbito de vigencia del Convenio
Europeo de Derechos Humanos (es decir, en el ámbito del Consejo de Europa).
El Protocolo núm. 7 del CEDH, firmado en 1984 y en vigor para España desde el
1 de diciembre de 2009, establece en su art. 2 lo siguiente:
«Artículo 2. Derecho a un doble grado de jurisdicción en materia
penal
1. Toda persona declarada culpable de una infracción penal por un
tribunal tiene derecho a que la declaración de culpabilidad o la condena
sean examinadas por un tribunal superior. El ejercicio de este derecho,
que incluye los motivos por los que puede ser ejercitado, será regulado
por la ley.
2. Este derecho puede estar sujeto a excepciones respecto de las
infracciones de carácter menor definidas por la ley, así como en los casos
en que el interesado haya sido juzgado en primera instancia por un
tribunal superior o haya sido declarado culpable y condenado después de
un recurso contra su absolución.»
Como puede apreciarse, el aptdo. 2 considera admisible y compatible con
el CEDH justamente aquello que el Comité de Derechos Humanos ha entendido
que choca con el PIDCP (la condena tras recurso contra sentencia absolutoria y la
condena por el tribunal superior del Estado). La actual situación de nuestro
sistema de recursos penales es, por ello, compatible con el sistema europeo de
protección de los derechos humanos, pero –en parte– incompatible con el
establecido en el ámbito de las Naciones Unidas.
2.3. Tramitación
El recurso de apelación habrá de interponerse por cualquiera de las partes
que se considere agraviada por la sentencia dentro de los diez días siguientes a
aquel en que se le hubiere notificado la sentencia. Esta interposición se llevará a
cabo a través de un escrito (llamado de formalización), que se presentará ante el
órgano que dictó la sentencia (el tribunal a quo). En ese escrito el recurrente
habrá de fijar un domicilio para notificaciones y, sobre todo, se expresarán los
motivos en que se base la impugnación y se propondrá la práctica de pruebas
para la segunda instancia.
Recibido el escrito de formalización por el tribunal a quo, este habrá de
decidir si lo admite o no. Lo admitirá siempre que el recurso se haya interpuesto
en tiempo y forma. Si aprecia que concurre algún defecto subsanable, entonces
concederá al recurrente un plazo que no exceda de tres días para la subsanación.
Una vez admitido el recurso, se dará traslado del escrito de formalización
a las demás partes, por un plazo común de diez días, para que, a su vez, presenten
escritos con sus alegaciones acerca del recurso; en sus escritos, las demás partes
podrán también proponer la práctica de pruebas, en los mismos términos que el
apelante.
Además, en este mismo escrito, la parte que no hubiera apelado podrá
adherirse a la apelación e impugnar los pronunciamientos de la sentencia que le
sean desfavorables. Si lo hace, las demás partes podrán impugnar su adhesión en
un plazo de dos días. En todo caso, esta adhesión está supeditada a la apelación
inicial: si el recurrente inicial desistiera del recurso, la apelación adhesiva
quedaría también abandonada (los efectos de la apelación adhesiva, por tanto,
son más reducidos que en el ámbito del proceso civil).
Presentados los escritos de alegaciones de las partes apeladas, o precluido
el plazo para hacerlo, se dará traslado de cada uno de ellos a las demás partes y se
remitirán desde el tribunal a quo las actuaciones al tribunal competente para
resolver el recurso (tribunal ad quem) –recuérdese que puede ser la Audiencia
Provincial, la Sala de lo Civil y Penal del TSJ, la Sala de lo Penal de la Audiencia
Nacional o la Sala de Apelaciones de la Audiencia Nacional).
2.4. Sentencia
La sentencia habrá de dictarse entonces dentro de los cinco días siguientes
a la vista (si no se hubiera celebrado vista, entonces el plazo será de diez días
desde la recepción de las actuaciones por el tribunal ad quem). En principio, se
espera del tribunal de apelación que, si estima el recurso, revoque total o
parcialmente la sentencia recurrida y la sustituya por otra que sea conforme a
Derecho. No obstante, hay dos reglas especiales:
— Cuando la sentencia apelada sea anulada por quebrantamiento de una
forma esencial del procedimiento, el tribunal, sin entrar en el fondo del fallo,
ordenará que se reponga el procedimiento al estado en que se encontraba en el
momento de cometerse la falta, sin perjuicio de que conserven su validez todos
aquellos actos cuyo contenido sería idéntico no obstante la falta cometida
— La sentencia de apelación no podrá condenar al acusado que resultó
absuelto en primera instancia ni agravar la sentencia condenatoria que le hubiera
sido impuesta por error en la apreciación de las pruebas. Si prospera el recurso de
apelación formulado por algún acusador que, por error en la apreciación de las
pruebas, impugnara la absolución del acusado o la imposición al acusado de una
pena inferior a la pedida, el tribunal de apelación anulará la sentencia, absolutoria
o condenatoria y devolverá las actuaciones al órgano que dictó la resolución
recurrida. La sentencia de apelación concretará si la nulidad ha de extenderse al
juicio oral y si el principio de imparcialidad exige una nueva composición del
órgano de primera instancia en orden al nuevo enjuiciamiento de la causa.
No se trata, pues, de que no resulte posible en general condenar en
apelación a quien fue absuelto en primera instancia, o agravar la condena de
quien fue condenado en primera instancia: los límites solo existen cuando el
fundamento para pretender esos resultados es una incorrecta valoración de la
prueba, pero no si el origen está en una incorrecta aplicación de la ley penal al
caso concreto.
Frente a la sentencia dictada en apelación solo cabrá recurso de casación,
si se dan las condiciones establecidas en el art. 847 LECrim –y que veremos
seguidamente–. Si no se dieran los requisitos para la interposición de un recurso
de casación, existiría no obstante la posibilidad de formular demanda de amparo
ante el Tribunal Constitucional, si se considera producida la lesión de algún
derecho fundamental: en tal caso, con carácter previo, será preciso formular
incidente de nulidad de actuaciones ex art. 241 LOPJ, si se entiende que la lesión
se produjo en la propia sentencia que resuelve el recurso de apelación.
3. EL RECURSO DE CASACIÓN
A diferencia del recurso de apelación, el recurso de casación es
extraordinario: no cabe frente a cualquier resolución dictada en segunda
instancia, sino solo respecto de aquellas frente a las que lo permita expresamente
la ley; no puede interponerse por cualquier motivo, sino solo para denunciar las
concretas infracciones establecidas por el legislador; y, en todo caso, no permite
una revisión del juicio de hecho, es decir, una nueva valoración de las pruebas
practicadas durante las instancias anteriores.
La competencia para conocer del recurso de casación penal corresponde
siempre y en exclusiva a la Sala Segunda del Tribunal Supremo, que estará
compuesta por tres Magistrados, salvo que la pena impuesta o que pudiera
imponerse fuera superior a doce años, en cuyo caso, la constituirán cinco.
Pueden interponer el recurso de casación todos aquellos que hayan sido
parte en el proceso penal y que se hayan visto perjudicados por la resolución, esto
es: el Ministerio Fiscal; todos los que hayan sido parte; los que, sin haber sido
parte, hayan sido condenados en la sentencia; los actores civiles y los responsables
civiles, que solo podrán interponer el recurso en lo que afecte a la acción civil
ejercitada en el proceso penal. Las partes deberán ser representadas
preceptivamente por procurador y deberán estar asistidas de letrado.
4ª. Que no se hubieran respetado los requisitos exigidos por la Ley para
la preparación o interposición del recurso.
5ª. En los casos del art. 850, que no se hubiera formulado la oportuna
reclamación contra la falta, en caso de quebrantamiento de forma por defectos
en el procedimiento.
6ª. En el caso del nº 2º del art. 849, que el documento no obrase en autos
o no se hubieran designado los particulares que demuestren el error.
7ª. Cuando el recurso carezca manifiestamente de fundamento.
8ª. Cuando se hubieren desestimado en el fondo otros recursos
sustancialmente iguales.
Si el recurso se inadmite, la Sala dictará un auto, necesariamente por
unanimidad, que no es susceptible de recurso alguno.
d) Vista
La celebración de una vista no es preceptiva. Solo tendrá lugar en los
casos previstos en el art. 893 bis a) LECrim:
— Si las partes lo solicitaren y la pena impuesta o que debiera imponerse
fuese superior a seis años.
— Cuando el Tribunal de oficio o a instancia de parte la estime
necesaria.
— Cuando las circunstancias concurrentes o la trascendencia del asunto
hicieren aconsejable la publicidad de los debates.
— Cuando se trate de ciertos delitos contra la seguridad exterior e
interior del Estado, contra la Administración de Justicia, y de los funcionarios
en el ejercicio de sus cargos.
Concluida, en su caso, la vista, el Tribunal ha de resolver en el plazo de
diez días.
3.6. Sentencia
Si prospera algún motivo de casación por quebrantamiento de forma, el
Tribunal Supremo declarará haber lugar al recurso, anulará la resolución
recurrida y ordenará la devolución de la causa al Tribunal del que proceda,
reponiéndola al estado que tenía en el momento en que se cometió la falta, para
que la sustancie y termine con arreglo a Derecho.
Si prospera algún motivo de casación por infracción de ley, declarará
haber lugar al recurso, anulará la resolución recurrida y dictará a continuación,
pero separadamente, la sentencia que proceda conforme a Derecho.
Si prospera algún motivo de casación por infracción de precepto
constitucional, entonces el tribunal anulará la resolución recurrida; y, además de
ello, en función del precepto infringido, lo que procederá será o bien la
devolución de la causa al tribunal a quo (v.g., cuando se infringió el derecho a la
LECCIÓN 18
1. CONSIDERACIONES PREVIAS
Con la expresión de «cosa juzgada» se hace referencia a una serie de
efectos que producen las resoluciones judiciales cuando son firmes: como es
sabido, una resolución judicial es firme cuando frente a ella no cabe recurso
alguno o cuando no se ha interpuesto el recurso que la ley concede frente a ella.
A partir de aquí, es preciso distinguir entre la cosa juzgada formal y la
cosa juzgada material.
Las presentes consideraciones tienen carácter general, esto es, son las
«reglas comunes» de la institución de la cosa juzgada, que reciben aplicación en
todos los órdenes jurisdiccionales –el civil, el penal, el laboral y el contencioso-
administrativo–, aunque en el ámbito penal habrá que tener en cuenta las
salvedades que se verán más adelante.
1º. La cosa juzgada formal designa el conjunto de efectos que producen
las resoluciones judiciales firmes dentro del mismo proceso en el que se han
dictado. Cualquier resolución judicial que se dicte en un proceso, una vez sea
firme, produce efectos de cosa juzgada formal. Estos efectos son, principalmente,
los dos siguientes:
― En primer lugar, la invariabilidad de las resoluciones firmes: el juez o
tribunal que ha dictado una resolución firme no puede ya alterar su contenido, ni
tampoco puede hacerlo quien conozca del mismo proceso en una fase ulterior.
Ejemplo: en un proceso se persiguió a Luis por cohecho y falsedad
documental. La sentencia de instancia le condena por cohecho, pero le absuelve
por falsedad. Solo Luis recurre la condena. En tal caso, el pronunciamiento
absolutorio es firme (no ha sido impugnado), lo que impide al tribunal que
conoce del recurso condenar por falsedad.
― En segundo término, la vinculación del juez o tribunal al contenido de
las resoluciones firmes que él mismo ha acordado: el juez o tribunal que ha
dictado una resolución firme ha de atenerse a su contenido y debe adecuar sus
conductas subsiguientes a lo previamente decidido de modo firme.
1ª. Se suele afirmar con frecuencia que en el proceso penal la cosa juzgada
material solo produce el efecto negativo o excluyente, pero no produce el efecto
positivo o prejudicial.
En consecuencia, es habitual indicar que la cosa juzgada material en el
proceso penal solo sirve para excluir la sustanciación de procesos que tengan el
mismo objeto que otros que ya concluyeron por sentencia firme en un momento
anterior. En cambio, parece que no se quiere que lo decidido en un proceso
anterior vincule en todo caso en un proceso penal posterior cuyo objeto sea
parcialmente coincidente, pues sería una opción contraria al derecho de defensa,
aunque con ello se arrostre el riesgo de que se dicten resoluciones
contradictorias.
Es habitual ilustrar la afirmación de que la cosa juzgada penal no tiene
eficacia positiva con un ejemplo como el siguiente:
Se atribuye al sujeto A y al sujeto B la participación en el hecho punible
X. Abierto el proceso, el sujeto B se sustrae a la acción de la justicia, de modo
que el juicio oral se celebra únicamente frente a A. En la sentencia firme que
pone fin al proceso se condena a A como coautor del hecho punible X. Meses
más tarde, el sujeto B es detenido y se abre juicio oral frente a él. Es indudable
que el objeto del proceso frente a A es conexo con el del proceso frente a B: en
ambos es común el hecho X y el tribunal está llamado a decidir si existió o no el
hecho X, como premisa para decidir si condena o no a alguien por su comisión.
Pues bien, si se entendiera que las resoluciones judiciales penales firmes
producen la eficacia positiva de la cosa juzgada material, sería preciso deducir
de ello la siguiente conclusión: el tribunal del proceso frente a B, en los
extremos que sean comunes, estará vinculado por lo resuelto en la sentencia
dictada en el proceso frente a A; y como en el proceso frente a A el tribunal
entendió que el hecho X era cierto, el tribunal del proceso frente a B también
tendría que estimarlo existente. De ser así las cosas, resultaría que la defensa de
B no podría dirigirse a demostrar que el hecho X no existió, pues por mucho que
B se esforzara en ese sentido, es una cuestión para cuya resolución el tribunal ya
tendría su fallo predeterminado… El derecho de defensa de B, en un supuesto
como este, sería ilusorio.
Lo cierto, sin embargo, es que, en el ejemplo anterior, para salvaguardar
el derecho de defensa de B no es necesario negar eficacia positiva de cosa
juzgada a la sentencia: porque, como es sabido, para que opere esta eficacia es
necesario que los sujetos sean los mismos en ambos procesos y lo cierto es que
B no fue parte en el primer proceso.
Por ello, un ejemplo correcto requeriría que tanto el primer proceso
penal, como el segundo, se dirigieran frente al mismo sujeto. Es lo que ocurriría,
v.g., si en un proceso posterior se tienen en cuenta condenas firmes anteriores
para imponer la circunstancia agravante de reincidencia. Ahora bien, entonces
surgen dos problemas: i) no se puede decir que el derecho de defensa se vea
perjudicado en el segundo proceso, si se concedió en el primero; ii) lo cierto es
que en el proceso posterior se «dan por buenas» las condenas anteriores firmes a
efectos de aplicar la agravante de reincidencia, de modo que a efectos prácticos
los sujetos que ejerzan la acusación sean diversos en uno y en otro, se entenderá
que sus objetos son idénticos y operará la cosa juzgada.
4º. La cosa juzgada material no la produce cualquier resolución judicial
firme, sino únicamente las siguientes:
La sentencia que pone fin al proceso penal, absolviendo o condenando,
una vez sea firme.
El auto de sobreseimiento libre, una vez sea firme.
Resulta más discutido si produce o no fuerza de cosa juzgada el auto
que desestima una querella por motivos de fondo, una vez sea firme. Desde un
punto de vista teórico, la respuesta positiva es la correcta; sin embargo, la
jurisprudencia es más bien proclive a entender que los autos que inadmiten o
desestiman querellas carecen de efectos de cosa juzgada.
5º. El tratamiento procesal de la cosa juzgada penal se puede articular de
oficio o a instancia de parte.
En cuanto el investigado tenga noticia de que se está dirigiendo frente a él
un segundo proceso, siendo así que ya concluyó previamente –a través de alguna
de las resoluciones que se acaban de enumerar– otro proceso frente a él por los
mismos hechos, podrá ponerlo de manifiesto ante el juez de instrucción de
manera inmediata, dado que, según se ha visto, es finalidad de la cosa juzgada la
de poner fin cuanto antes al segundo proceso.
De forma expresa, la LECrim le permite alegar la cosa juzgada como
artículo de previo pronunciamiento en el procedimiento ordinario y como
cuestión previa en el procedimiento abreviado (en ambos casos, ya en fase de
juicio oral): si se estimara la alegación de cosa juzgada, el juez o tribunal habrían
de decretar el sobreseimiento libre (art. 675).
Además, también es posible que el juez de instrucción o el juez o tribunal
competente para el enjuiciamiento aprecien de oficio la existencia de cosa
juzgada y pongan término al proceso, cualquiera que sea la fase en la que este se
encuentre. Ahora bien, para ello es preciso que dicho órgano judicial conozca la
existencia de la previa resolución firme con fuerza de cosa juzgada, lo que en la
práctica resulta muy infrecuente.
Asimismo, puede hablarse de cosa juzgada parcial, en los casos en que el
segundo proceso tiene una pluralidad de objetos y solo alguno de ellos se
encuentra cubierto por la prohibición de non bis in idem: en estos casos, la
consecuencia de la apreciación de la cosa juzgada será un sobreseimiento libre
parcial, pero el proceso seguirá adelante para enjuiciar aquellos hechos respecto
de los que no se produce la duplicidad.
anulará la condena, pero será preciso volver a celebrar el juicio oral, esta vez con
la presencia y participación del acusado –y con la posibilidad, por tanto, de que a
su término este pueda volver a ser condenado–.
LECCIÓN 19
1. INTRODUCCIÓN
El juicio por delitos leves es el cauce procedimental por el que se
sustancian los procesos penales cuyo objeto lo integra un hecho punible
susceptible de calificarse como delito leve –categoría esta que se introdujo en la
reforma penal de 2015 y a la que se recondujeron algunas de las conductas que
hasta ese momento eran calificadas como faltas–. Se trata de un procedimiento
muy sencillo, en el que no existe en sentido propio una fase preparatoria o de
instrucción: prácticamente toda la actividad procesal se concentra en un solo
acto, llamado juicio –en ocasiones, también se le llama juicio verbal o juicio
oral–.
En la práctica, sin embargo, no es nada infrecuente que le haya precedido
al juicio una fase de instrucción: esto es lo que sucede en los casos en que el
proceso comenzó a instruirse por considerarse inicialmente que su objeto venía
integrado por una conducta tipificada como delito, pero se aprecia posteriormente
su carácter de delito leve –y lo cierto es que, por defecto, salvo que esté muy
claro ab initio que la conducta es un delito leve, los jueces de instrucción tienden
a incoar siempre diligencias previas, es decir, atribuyen inicialmente a la
conducta la calificación de delito–. En estos casos, una vez advertida la
calificación de los hechos como delito leve, hay que convertir el proceso por
delito en juicio por delito leve (art. 779.1.2ª LECrim) y deben remitirse las
actuaciones al tribunal que sea competente para juzgar el delito leve, salvo que se
trate del mismo. Debe notarse que en estos casos se habrán practicado ya algunas
diligencias de investigación propias de la fase de instrucción.
Debe tenerse en cuenta, además, que en estos supuestos se plantean
riesgos para el derecho al juez no prevenido, dado que normalmente el juez de
instrucción –que instruyó– será el competente para conocer del juicio por delitos
leves: lo más razonable sería que, entonces, el juez de instrucción se abstuviera
si hubiera llevado a cabo labores de investigación (art. 219.11ª LOPJ), pudiendo
ser recusado de no hacerlo.
La regulación actual del juicio por delitos leves tiene su origen en la
anterior regulación del juicio de faltas: tras la sustitución en 2015 de algunas de
2. COMPETENCIA
Dada la inexistencia de una fase de instrucción, es uno solo el órgano
judicial que interviene durante la primera instancia del juicio por delitos leves.
Según ya se ha estudiado, la competencia objetiva para conocer de los
juicios por delitos leves se encuentra repartida entre los Juzgados de Instrucción
y los Juzgados de Violencia sobre la Mujer (art. 14 LECrim).
Los Juzgados de Violencia sobre la Mujer conocen de los delitos leves
tipificados en el art. 171.7 II, en el art. 172.3 II y en el art. 173.4 CP, cuando la
víctima sea alguna de las personas que determinen la existencia de un acto de
violencia de género [enumeradas en el art. 14.5.a) LECrim].
Los Juzgados de Instrucción conocen del resto de delitos leves.
Las sentencias del Juzgado de Instrucción y del Juzgado de Violencia
sobre la Mujer son recurribles en apelación ante la Audiencia Provincial (con la
peculiaridad de que, para resolver los recursos de apelación, las secciones de la
Audiencias Provinciales se integran con un solo magistrado).
3. PARTES
La presencia e intervención de determinados sujetos en el juicio por
delitos leves es fuente de algunas especialidades.
Como regla general, hay que decir que en el juicio por delitos leves no es
preceptiva la postulación: no es precisa, por tanto, la representación procesal del
procurador ni la asistencia de abogado. La excepción son los juicios por delitos
leves que lleven aparejada pena de multa cuyo límite máximo sea de al menos
seis meses, a los que se aplicarán las reglas generales de defensa y representación
(art. 967.1 II LECrim).
Son delitos leves las infracciones castigadas con pena leve (art. 13.3 CP)
y es leve la pena de multa de uno a tres meses [art. 33.4 g) CP]. Esto, en
principio, debería descartar la necesidad de abogado y procurador en los juicios
por delito leve. Sin embargo, con arreglo al art. 13.4 CP, cuando la pena, por su
5. PROCEDIMIENTO
Según se dijo antes, la esencia de todo juicio por delito leve pasa por la
celebración de un acto oral o juicio, en el que se concentra la actividad de
acusación, defensa y prueba. Sin embargo, son diversas las vías previstas para
llegar a ese acto, que nos permiten distinguir varias modalidades de juicio: de un
lado, existe un juicio especial y rápido; de otro, un juicio ordinario.
que será posible la celebración inmediata del juicio y, por tanto, de que habrán de
comparecer con los medios de prueba de que intenten valerse. Al denunciante y
al ofendido o perjudicado se les informará de sus derechos. Y al denunciado se le
informará sucintamente, pero por escrito, de los hechos en que consista la
denuncia y del derecho que le asiste de comparecer asistido de abogado.
En el momento de la citación se les solicitará que designen, si disponen
de ellos, una dirección de correo electrónico y un número de teléfono a los que
serán remitidas las comunicaciones y notificaciones que deban realizarse. Si no
los pudieran facilitar o lo solicitaren expresamente, las notificaciones les serán
remitidas por correo ordinario al domicilio que designen.
Estas citaciones se harán coordinadamente con el Juzgado de Guardia o el
Juzgado de Violencia sobre la Mujer: en concreto, los Juzgados facilitarán a las
autoridades policiales un calendario indicando cuál es el Juzgado que se
encontrará cada día de guardia y cuáles son las franjas horarias en que el Juzgado
de guardia o el Juzgado de Violencia sobre la Mujer se hallarán disponibles para
recibir los atestados policiales y a las personas a las que se haya citado.
El atestado se presentará en el Juzgado de Guardia o en el Juzgado de
Violencia sobre la Mujer y, si resulta procedente y el fiscal no solicita el archivo
de las actuaciones, se decretará la incoación del juicio por delitos leves. A partir
de aquí, caben dos posibilidades, que el juicio se celebre de forma inmediata o
no.
1º. Celebración inmediata (art. 963 LECrim)
El juez de Guardia o el juez de Violencia sobre la Mujer, al recibir el
atestado, decretarán la celebración inmediata del juicio si se dan ciertos
requisitos:
― Han comparecido todas las personas citadas, o no es necesaria la
presencia de las que falten.
― No es imposible la práctica de algún medio de prueba que se considere
imprescindible.
― El asunto le corresponde al juez de guardia o al juez de Violencia sobre
la Mujer en virtud de las normas de competencia y de reparto.
Si es así, se celebrará de inmediato el juicio, conforme a lo dispuesto en el
art. 969 LECrim.
2º. Celebración no inmediata (art. 965.1 LECrim)
En los casos en que no se den los requisitos anteriores, el juicio no se
celebrará de inmediato. El desarrollo ulterior es diferente en función de cuál haya
sido el motivo por el que no pudo tener lugar la celebración inmediata:
Primera posibilidad. El atestado se presentó a un Juzgado de guardia o
Juzgado de Violencia sobre la Mujer, pero la competencia le corresponde a otro
Juzgado de Instrucción o Juzgado de Violencia sobre la Mujer: por este motivo
en que la parte debe comparecer en el juicio con todas las pruebas de las que
intente valerse; de manera que si hay algunas que no puede conseguir, lo que
tiene que hacer es solicitar el auxilio del juez durante el periodo previo a la
celebración del juicio (v.g., para practicar pericias o para lograr la comparecencia
de testigos renuentes).
En último término, expondrán de palabra las partes lo que crean
conveniente, por su orden.
En caso de que, por motivo justo, no pueda celebrarse el juicio oral en el
día señalado, o no pueda concluirse en un solo acto, el letrado de la A. de J.
señalará para su celebración o continuación el día más inmediato posible y, en
todo caso, dentro de los siete siguientes, haciéndolo saber a los interesados (art.
968).
El acto del juicio se grabará en soporte apto para la reproducción de la
imagen y del sonido; además, si el letrado de la A. de J. dispone de firma
electrónica reconocida, no será necesario levantar acta escrita y ni siquiera será
precisa la presencia del letrado de la A. de J. en el acto; de no ser así, el letrado
de la A. de J. habrá de levantar acta, que será sucinta si la vista se graba y que
será detallada en caso de que no pueda grabarse.
Finalizado el juicio, el juez dictará sentencia en el acto o en plazo de tres
días (art. 973.1). Esta sentencia habrá de notificarse a los ofendidos y
perjudicados por el delito leve, aunque no se hayan constituido en parte en el
proceso (art. 973.2).
Frente a la sentencia cabrá recurso de apelación en un plazo de cinco días,
a contar desde su notificación; el recurso de apelación se tramitará conforme a las
reglas generales. Para conocer del recurso de apelación la Audiencia Provincial
se constituirá con un solo Magistrado, en vez de los tres habituales (art. 82.2
LOPJ). Frente a la sentencia resolviendo el recurso de apelación no cabrá ulterior
recurso (art. 977 LECrim, Acuerdo del Pleno de la Sala Segunda del TS de 9 de
junio de 2016).
LECCIÓN 20
auto de incoación. Por eso, las diligencias que lleva a cabo la Policía Judicial
tienen carácter preprocesal; ahora bien, son indispensables para que se pueda
preparar adecuadamente el proceso y pueda celebrarse con éxito el juicio rápido.
Lo anterior parte, a su vez, de una premisa evidente: a la Policía Judicial le
corresponde efectuar una calificación inicial de los hechos para decidir si entran
o no dentro del ámbito de aplicación de los juicios rápidos. En consecuencia, ha
de asumirse que el origen de un juicio rápido se encuentra siempre en una
decisión policial, lo que puede ser fuente de dos posibles disfunciones:
1ª. Que la policía considere que debe haber juicio rápido, cuando
realmente este cauce procedimental no sea el procedente: será entonces el juez de
guardia el que, en cuanto reciba el atestado, lo pondrá de manifiesto y dará
comienzo al procedimiento abreviado.
2ª. Que la policía no considere que debe haber juicio rápido, a pesar de
que sea procedente: entonces, será bastante difícil que pueda celebrarse el juicio
rápido, dado que la policía no habrá llevado a cabo las actuaciones preparatorias
que son imprescindibles para que tenga lugar la instrucción concentrada en la
guardia.
Las concretas actuaciones que debe llevar a cabo la Policía Judicial, y que
sirven para preparar la instrucción concentrada en la guardia, responden
básicamente a dos categorías:
― Citación ante el Juzgado de Guardia de las personas cuya declaración
será necesaria en la instrucción concentrada.
― Elaboración y preparación de informes periciales.
a) La Policía Judicial habrá de citar ante el Juzgado de Guardia a las
siguientes personas:
A la persona que resulte denunciada en el atestado policial pero no
detenida (se le informará, además, de su derecho a comparecer asistido de
abogado; y, dado el caso, se recabará del Colegio de Abogados el nombramiento
de uno de oficio).
Cuando el investigado esté detenido la policía no lo cita para que
comparezca ante el Juzgado de Guardia, sino que directamente procede a ponerlo
a disposición del juez al mismo tiempo que le entrega el atestado.
A los testigos.
No obstante, no se citará como testigos a los miembros de los Cuerpos y
Fuerzas de Seguridad que hubieran intervenido en el atestado, cuando su
declaración conste en él (para evitar la «pérdida de tiempo» que ello les acarrea).
A los ofendidos y perjudicados por el delito.
A las compañías aseguradoras que puedan ostentar la condición de
responsable civil directo.
por 72 horas más, pero el asunto seguirá en manos del juez que estaba de guardia
cuando entró y que ha dejado de estarlo.
d) Posible petición de medidas cautelares
A pesar de la rapidez con que se desenvuelven las actuaciones durante esta
fase del proceso, no puede descartarse que se plantee la adopción de medidas
cautelares personales. Según ya se ha explicado, para poder adoptar la prisión
provisional o la libertad provisional con fianza es precisa la celebración de una
comparecencia (la «vistilla»); pues bien, en caso de que dicha comparecencia no
se hubiera celebrado antes, lo que dispone la ley es que la comparecencia en que
se ha de oír a las partes acerca de la suficiencia o no de las diligencias urgentes
para dar por concluida la instrucción sirva también como «vistilla», en la que el
Ministerio Fiscal y, en su caso, los demás acusadores puedan solicitar la
adopción de dichas medidas cautelares.
juicio oral. El tratamiento en este punto es diverso en función de que solo actúe
como acusador el Ministerio Fiscal o de que también esté personado un acusador
particular.
1º. Solo acusa el Ministerio Fiscal. En este caso, el Ministerio Fiscal en el
mismo acto –esto es, en el marco de la comparecencia que se abrió para decidir
sobre la suficiencia de las diligencias urgentes, y que aún no ha concluido– ha de
presentar su escrito de acusación o bien formularla oralmente. El acusado puede
conformarse entonces con la acusación –esta posibilidad la estudiamos de forma
separada en un epígrafe ulterior–. Si no se conforma, presentará de inmediato
escrito de defensa o la formulará oralmente; también puede pedir que se le
conceda un plazo para preparar y presentar el escrito de defensa, que no será
superior a cinco días. En ese caso, el escrito tendrá que presentarlo directamente
ante el tribunal competente para enjuiciar.
2º. También está personado en la causa un acusador particular, que pidió
la apertura del juicio oral: entonces, en el acto, el juez de guardia se limitará a
emplazar al Ministerio Fiscal y al acusador para que presenten sus escritos de
acusación ante el Juzgado de Guardia en plazo no superior a dos días. Recibidos
los escritos, se exigirá a la defensa que presente inmediatamente su escrito o lo
haga oralmente o bien, si lo pide, se le concederá plazo de no más de cinco días –
en este último caso, el escrito de defensa lo presentará ante el juez competente
para el enjuiciamiento–.
c) El señalamiento para el juicio oral
Con independencia de los sujetos que se hayan personado en la causa, una
vez que la defensa presente en el acto su escrito de defensa, o bien la formule de
palabra también en el acto, o bien en cuanto se le haya concedido el plazo para
hacerlo por escrito, el letrado de la A. de J. del Juzgado de guardia tendrá que
señalar fecha para la celebración del juicio oral, en fecha próxima y en todo caso
dentro de los quince días siguientes.
El señalamiento lo hará el letrado de la A. de J. del Juzgado de guardia
directamente sobre la agenda del Juzgado de lo Penal, en los días y horas
predeterminados a tal fin, conforme a un sistema de «agenda común» o «agenda
compartida» –legalmente denominada «Agenda Programada de Señalamientos»–
.
d) Citaciones a testigos y peritos
El señalamiento para la celebración del juicio es la última actuación que se
lleva a cabo en el Juzgado de guardia, en presencia de las partes y del Ministerio
Fiscal. Ahora bien, además de a estos sujetos, el letrado de la A. de J. del
Juzgado de Guardia tendrá que practicar las citaciones a testigos y/o peritos para
que acudan al juicio, esto es, a los sujetos de la prueba que deban declarar en el
juicio oral a instancia de las partes.
6. LA CONFORMIDAD EN LA GUARDIA
Una de las más importantes –y polémicas– singularidades del sistema de
juicios rápidos consiste en la posibilidad de que se dicten sentencias de
conformidad en la guardia, esto es, que el encausado pueda manifestar ante el
juez de guardia su conformidad con la acusación y que sea el propio juez de
guardia (un juez de instrucción) el que dicte sentencia que acoja dicha
conformidad.
Hay que tener en cuenta que el juez de instrucción, en servicio de guardia,
no es competente para el enjuiciamiento. Y, según se estudió ya, la conformidad
es un acto personalísimo del acusado que, en principio, ha de prestarse o
ratificarse ante el tribunal competente para la fase de juicio oral. Lo dispuesto en
el art. 801 LECrim supone, por ello, una excepción a esta regla general.
Podría pensarse, además, que permitir al juez de guardia dictar sentencias
de conformidad conculca la regla según la cual «el que instruye no puede juzgar»
y, en consecuencia, es contrario a la garantía de la imparcialidad judicial. Sin
LECCIÓN 21
1. INTRODUCCIÓN
La LO 5/1995, de 22 de mayo, del Tribunal del Jurado (LOTJ), en
desarrollo del art. 125 CE, introdujo en nuestro ordenamiento la figura del jurado
popular como órgano jurisdiccional, limitándola en exclusiva al plano del
proceso penal.
La LOTJ optó por un sistema de jurado puro, dotado de las máximas
atribuciones. Frente al sistema de escabinado (el tribunal lo componen a la vez
jueces profesionales y jueces legos), la LOTJ ha preferido un Jurado compuesto
únicamente de jueces legos, es decir, de ciudadanos no profesionales del
Derecho. Ahora bien, en auxilio de los jurados, y como técnico en Derecho, se
consideró oportuna la participación de un juez profesional, encargado de dirigir
los debates procesales y de dictar al término del proceso una sentencia que acoja
el veredicto del jurado.
El Tribunal del Jurado es así el genuino órgano jurisdiccional: se compone
de nueve jurados y un magistrado integrante de la Audiencia Provincial, que lo
presidirá y que recibe la denominación de Magistrado-Presidente. Al juicio
asistirán, además, dos jurados suplentes.
El Tribunal del Jurado tiene de ordinario ámbito provincial. Dado que para
cada causa ha de crearse un Tribunal diferente, con personas distintas, se
establece que el Tribunal del Jurado se constituirá en el ámbito de la Audiencia
Provincial: significa esto que la Audiencia «presta» al Tribunal del Jurado sus
medios materiales y personales (incluido el Magistrado-Presidente) para que
pueda desempeñar su función. En los casos en que el acusado sea aforado, el
Tribunal del Jurado se constituirá en el ámbito de la Sala Segunda del Tribunal
Supremo o en el de la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia
(en función del tipo de aforamiento): en tal caso el Magistrado-Presidente será un
magistrado integrante de la respectiva Sala.
3. LOS JURADOS
La función de jurado es simultáneamente un derecho y un deber, que está
retribuida y que exonera del deber de cumplir con las obligaciones laborales y
funcionariales.
Son requisitos para ser jurado los establecidos en el art. 8 LOTJ:
Ser español mayor de edad.
Encontrarse en el pleno ejercicio de los derechos políticos.
Saber leer y escribir.
Ser vecino, al tiempo de la designación, de cualquiera de los
municipios de la provincia en que el delito se hubiera cometido.
Contar con la aptitud suficiente para el desempeño de la función de
jurado. Las personas con discapacidad no podrán ser excluidas por esta
circunstancia de la función de jurado, debiéndoseles proporcionar por
4. LA INSTRUCCIÓN
El Tribunal del Jurado, en cuanto tal, solo existe en la fase de juicio oral.
Sin embargo, la LOTJ ha querido diseñar un procedimiento especial y completo,
para lo cual se remite, en cuanto sea necesario, a las disposiciones generales de la
LECrim: en ocasiones, a las normas del procedimiento ordinario y, en otras, a las
del procedimiento abreviado.
El procedimiento ante el Tribunal del Jurado comienza cuando de los
términos de la denuncia, o de la relación circunstanciada del hecho en la querella,
o de cualquier otra actuación procesal, resulte contra persona o personas
determinadas la imputación de un delito, cuyo enjuiciamiento venga atribuido al
Tribunal del Jurado: en ese caso, previa valoración de su verosimilitud, dictará el
juez de instrucción (o el juez de Violencia sobre la Mujer, en su ámbito) auto de
incoación del procedimiento para el juicio ante el Tribunal del Jurado.
La peculiaridad principal radica en que el procedimiento solo comienza si
hay un investigado determinado. Hasta ese momento, y según la gravedad del
delito, habrá sumario o diligencias previas, a no ser que desde el primer momento
sea conocido el presunto autor del delito.
La fase de instrucción cumple con las funciones que le son propias:
averiguación del delito y eventual adopción de medidas cautelares. En el marco
de este procedimiento especial es necesaria la celebración de una comparecencia
ante el juez, a la que serán citados el investigado o los investigados, así como el
Ministerio Fiscal y las demás partes acusadoras (si los agraviados son conocidos
pero no han presentado querella, se les ofrecerán acciones, para que puedan
acudir a esta comparecencia). La finalidad de esta comparecencia es doble:
En primer lugar, sirve para poner en conocimiento de los investigados
la imputación y la incoación del proceso especial ante el Tribunal del Jurado: esta
comparecencia, por tanto, tiene el valor de un acto de imputación formal.
En segundo término, en esta comparecencia el juez habrá de decidir,
previa audiencia de las partes personadas, si se sigue o no con el procedimiento o
5. LA AUDIENCIA PRELIMINAR
Una vez presentado el escrito de calificaciones de la defensa, el juez de
instrucción convocará a las partes a la llamada audiencia preliminar. Esta
audiencia tiene una finalidad semejante a la de la fase intermedia, pues es su
función que el juez decida sobre la procedencia de la apertura del juicio oral. Al
igual que en el procedimiento abreviado, se desarrolla ante el juez instructor. No
obstante, presenta ciertas peculiaridades:
Es necesaria la celebración de una vista (la audiencia en sí), tras la cual
habrá de tomar su decisión el juez.
En la vista es posible la práctica de diligencias de investigación, pero
solo de aquellas que puedan llevarse a cabo en el acto.
Es posible que no se celebre esta vista, si la defensa del acusado
renuncia a ella, aquietándose con la solicitud de apertura del juicio oral.
Tras oír a las partes, el juez, conforme a las reglas generales, dictará auto
en el que decretará o no la apertura del juicio oral. Si decide la no apertura del
juicio oral, acordará el sobreseimiento de la clase que corresponda por medio de
auto, que será apelable ante la Audiencia Provincial. Si decreta la apertura del
juicio oral, no cabrá recurso alguno frente a su decisión. El auto de apertura del
juicio oral determinará:
8. EL JUICIO ORAL
Tras el juramento o promesa de los jurados, se dará comienzo a la
celebración del juicio oral, al que se aplicarán las reglas del procedimiento
ordinario por delitos graves, salvo las especialidades siguientes:
1ª. En primer término, tras la lectura por el letrado de la A. de J. de los
escritos de calificación, se abrirá un turno de intervención para las partes, en el
que expondrán sus alegaciones, explicarán el contenido de sus calificaciones y la
finalidad de la prueba que han propuesto (art. 45).
2ª. Se darán las siguientes especialidades en materia probatoria (art. 46).
Los jurados, a través del Magistrado-Presidente, podrán dirigir
mediante escrito las preguntas que estimen conducentes a testigos, peritos y
acusados.
Los jurados verán por sí los libros, papeles, documentos y demás
piezas de convicción.
Para la inspección ocular, se constituirá el Tribunal del Jurado en su
integridad en el lugar del suceso.
Practicada la prueba, las partes podrán modificar sus conclusiones
provisionales: se abre entonces el trámite de conclusiones definitivas, con arreglo
a las disposiciones del procedimiento ordinario.
LECCIÓN 22
LECCIÓN 23
1. CUESTIONES GENERALES
a) Concepto. La ejecución penal es el conjunto de actos, realizados por
órganos públicos, dirigidos a dar cumplimiento a los pronunciamientos
contenidos en el fallo o parte dispositiva de las resoluciones judiciales penales.
b) Naturaleza jurídica. El art. 117 CE establece que forma parte de la
potestad jurisdiccional tanto la función de juzgar como la de hacer ejecutar lo
juzgado. Por eso, la ejecución penal tiene, en todo caso, una evidente naturaleza
jurisdiccional. Ocurre, sin embargo, que en la ejecución penal no solo intervienen
órganos judiciales: cuando se trata de la ejecución de penas privativas de libertad,
es necesaria la participación de la Administración Pública (en concreto, de la
Administración Penitenciaria), aunque su actuación estará en todo caso sujeta a
control judicial.
c) Fuentes. Uno de los principales problemas que ofrece el estudio y la
aplicación de esta parcela del ordenamiento es el de la pluralidad y dispersión de
las normas jurídicas que lo regulan.
— En primer término, hay que contar con la Constitución (cuyo art. 25
insiste en el carácter resocializador y reinsertor de las penas) y con los textos
supranacionales de protección de los derechos humanos (Declaración Universal
de los Derechos Humanos, Convenio Europeo de Derechos Humanos, Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos y Carta de los Derechos
Fundamentales de la Unión Europea).
— En el plano de la legalidad ordinaria, hay que tener en cuenta: la Ley
Orgánica del Poder Judicial y la Ley de Demarcación y Planta Judicial (en cuanto
al entramado orgánico); la LECrim (arts. 794, 974 y 983-998); el Código Penal;
la Ley Orgánica 1/1979, de 26 de septiembre, General Penitenciaria; y su
Reglamento de desarrollo (Reglamento Penitenciario, RD 190/1996).
2. ÓRGANOS DE LA EJECUCIÓN
El proceso de ejecución penal encierra un conjunto de actividades, que
pueden ser muy complejas, especialmente en caso de que la condena sea
privativa de libertad. Ello hace que, con cierta frecuencia, concurran en esta
materia las competencias de varios órganos públicos, algunos jurisdiccionales,
otros no.
En los delitos que solo pueden ser perseguidos previa denuncia o querella
del ofendido, los jueces y tribunales oirán a este y, en su caso, a quien le
represente, antes de conceder los beneficios de la suspensión de la ejecución de
la pena
El plazo de suspensión será de dos a cinco años para las penas privativas
de libertad no superiores a dos años, y de tres meses a un año para las penas
leves, y se fijará por el juez o tribunal, atendidos los criterios generales a que se
asocia la suspensión.
De forma singular, si la suspensión hubiera sido acordada por
deshabituación o tratamiento de deshabituación, el plazo de suspensión será de
tres a cinco años.
Si transcurre el plazo de suspensión fijado sin haber cometido el sujeto un
delito que ponga de manifiesto que la expectativa en la que se fundaba la
decisión de suspensión adoptada ya no puede ser mantenida, y cumplidas de
forma suficiente las reglas de conducta fijadas por el juez o tribunal, este
acordará la remisión de la pena.
Por el contrario, el tribunal revocará la suspensión y ordenará la ejecución
de la pena cuando el penado:
a) Sea condenado por un delito cometido durante el período de suspensión
y ello ponga de manifiesto que la expectativa en la que se fundaba la
decisión de suspensión adoptada ya no puede ser mantenida.
b) Incumpla de forma grave o reiterada las prohibiciones y deberes que le
hubieran sido impuestos, o se sustraiga al control de los servicios de
gestión de penas y medidas alternativas de la Administración
penitenciaria.
c) Incumpla de forma grave o reiterada las condiciones que, para la
suspensión, le hubieran sido impuestas.
d) Facilite información inexacta o insuficiente sobre el paradero de bienes
u objetos cuyo decomiso hubiera sido acordado; no dé cumplimiento al
compromiso de pago de las responsabilidades civiles a que hubiera sido
condenado, salvo que careciera de capacidad económica para ello; o
facilite información inexacta o insuficiente sobre su patrimonio.
Si el incumplimiento de las prohibiciones, deberes o condiciones no
hubiera tenido carácter grave o reiterado, el juez o tribunal podrá:
a) Imponer al penado nuevas prohibiciones, deberes o condiciones, o
modificar las ya impuestas.
b) Prorrogar el plazo de suspensión, sin que en ningún caso pueda exceder
de la mitad de la duración del que hubiera sido inicialmente fijado.
5. TERMINACIÓN DE LA EJECUCIÓN
La ejecución penal termina por extinción de la responsabilidad penal y/o
civil establecida en el título ejecutivo, o por anulación del título de ejecución.
a) La extinción de la responsabilidad penal se produce en los siguientes
supuestos:
— Cuando el sujeto ha cumplido la condena: en tal caso, el tribunal
sentenciador habrá de aprobar la libertad definitiva (en el caso de pena privativa
de libertad).
— Cuando muere el reo.
— Cuando se produce la remisión definitiva de la pena, en los casos de
suspensión de su ejecución.
— Cuando el reo es indultado, si el indulto es total (la regulación del
indulto se contiene en la Ley Provisional de 18 de junio de 1870, modificada por
la Ley 1/1988, de 14 de enero).
LECCIÓN 24
1. CUESTIONES GENERALES
Los procesos penales tienen por definición un carácter nacional, en el
sentido de que se desarrollan ante las autoridades y tribunales de un Estado
concreto, con independencia de la nacionalidad de los acusados y/o de las
víctimas. No obstante, la delincuencia tiene cada vez con más frecuencia carácter
transfronterizo y, en todo caso, no puede ignorarse que las fronteras pueden
aprovecharse por los delincuentes para tratar de eludir la persecución penal o,
incluso, para «optimizar» su actuación (por ejemplo, disfrutando de sus efectos
económicos).
Por eso, no resulta extraño que, para el correcto desarrollo de un proceso
penal, sea necesaria la cooperación de las autoridades de otro país, para lograr
objetivos muy diversos:
— A veces, se trata de obtener su ayuda para poder detener al sospechoso
y ponerlo a disposición de las autoridades del Estado requirente (extradición y
entrega de personas).
— En otros casos, se requiere la ayuda de las autoridades de otro Estado
para acceder a fuentes de prueba (v.g., tomar declaración a un testigo que vive en
el extranjero) u objetos que se encuentran en otro país (por ejemplo, las
cantidades de dinero que se han obtenido con el delito, que deberían ser
incautadas y decomisadas).
— También puede ser precisa la colaboración de autoridades extranjeras
para el correcto desarrollo de una investigación penal (v.g., permitir que agentes
infiltrados extranjeros actúen en otro país; participar en operaciones de
circulación vigilada de drogas que transitan por varios países; permitir
En abstracto, son dos las técnicas a través de las cuales se puede regular
la cooperación internacional en materia penal: la asistencia judicial internacional
«tradcicional» y el reconocimiento mutuo de resoluciones.
Lo que caracteriza a los instrumentos normativos propios de los sistemas
de asistencia judicial internacional es la correlación entre una solicitud de
colaboración formulada por un Estado requirente y la correspondiente decisión
del Estado requerido acerca de si presta la cooperación pedida, seguida, en su
caso, de la actividad necesaria para hacer efectiva la colaboración y remitir el
resultado al requirente. El sistema funciona a través de «comisiones rogatorias»
y se caracteriza por la existencia entre la solicitud de cooperación y la obtención
de la asistencia pedida de una decisión intermedia o interpuesta: la decisión del
Estado requerido acerca de si concede o no el auxilio pedido, que suele estar
sujeta a la concurrencia de ciertos requisitos y a la ausencia de determinados
óbices, y que otorga un cierto margen de incertidumbre (tanto en el an, como en
el quando) al funcionamiento del sistema.
La regulación de la cooperación judicial a través del reconocimiento
mutuo parte de una premisa diferente a la tradicional: no se trata de que el
Estado requirente solicite al Estado requerido que realice una actuación en apoyo
de un proceso penal que está tramitando uno de sus órganos judiciales; de forma
diversa, la autoridad judicial que está sustanciando un proceso penal en el Estado
de origen dicta una resolución que será, por sí misma, directamente eficaz en los
demás Estados de la UE, de modo que su remisión por el tribunal emisor al
tribunal del Estado requerido hará nacer en este, como regla, el deber de darle
cumplimiento automático. Las tornas, por tanto, se invierten: no se trata de que
sea precisa la actuación del tribunal requerido para considerar vinculante la
petición del tribunal requirente, sino que la resolución del tribunal requirente
habrá de ser tratada por el tribunal requerido como si la hubiera dictado él
mismo u otro tribunal de su mismo Estado, de modo que lo excepcional será la
denegación del cumplimiento.
El reconocimiento mutuo se asienta así en la equivalencia de decisiones
como fundamento de su eficacia transfronteriza. En consecuencia, las decisiones
procedentes de autoridades judiciales extranjeras han de tratarse como si se
hubieran dictado en el Estado en el que se pretende que sean eficaces. Y esto
significa, a su vez, que para tenerlas por eficaces y proceder a su ejecución no
será preciso verificar ni el contenido de las resoluciones en cuestión, ni el
procedimiento seguido para dictarlas (o, a lo sumo, que la verificación será muy
limitada): como regla, ya no es precisa la actuación del tribunal requerido para
considerar vinculante la petición del tribunal requirente, sino que la resolución
del tribunal requirente habrá de ser tratada por el tribunal requerido como si la
hubiera dictado él mismo u otro tribunal de su mismo Estado, de modo que lo
excepcional será la denegación del cumplimiento
Ahora bien, lo cierto es que el desarrollo normativo real sobre la base del
mutuo reconocimiento ha dado como frutos una larga lista de instrumentos
jurídicos (reglamentos y, sobre todo, decisiones marco y directivas) plagados de
requisitos y de óbices al reconocimiento mutuo. La experiencia práctica en la
aplicación de las normas dictadas en desarrollo del principio del mutuo
cuando reciben una orden europea procedente de una autoridad judicial de otro
país de la UE.