Homeostasis Universitaria

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Homeostasis universitaria

Nelsy M. García Caldera

Se dice que lo único constante es el cambio. Sin embargo, lo anterior resulta


cuestionable al dirigir la mirada hacia organizaciones de larga data como la
universidad. En diversas ocasiones, las instituciones educativas han sido juzgadas
de anticuadas, disfuncionales y hasta obsoletas. Anticuadas, debido a la herencia
de prácticas casi milenarias. Tal es el caso del proceso de enseñanza: un docente
frente a varios estudiantes intentado transmitir un contenido en particular, que aún
con la introducción de dispositivos tecnológicos en el aula, nuevas estrategias
didácticas e incluso dando más protagonismo a los estudiantes, la esencia de la
“cátedra” parece inmutable.

Por otra parte, la disfuncionalidad remite a la “incapacidad” de la universidad para


atender las demandas sociales, las exigencias de los mercados laborales y las
propias expectativas de sus egresados. Ante tal panorama, la caducidad de la
universidad se vuelve un argumento razonable. Pero si todo esto fuera cierto, la
pregunta obligada sería ¿cómo las universidades han logrado sobrevivir y
perpetuarse a través de varios siglos? Desde un enfoque menos catastrófico, se
sugiere migrar de lo anticuado a la tradición, de la disfunción a la acción inespecífica
y por lo tanto, a la posibilidad de distintas lógicas de acción y finalmente, de la
obsolescencia a un principio de conservación.

La universidad como cualquier organización, es una formación social orientada a


fines concretos (Mayntz, 1996). En el caso de las instituciones de educación
superior (IES), todas las misiones establecen el compromiso de “formar” ya sea
personas, profesionales, ciudadanos y/o líderes. Para lograr su cometido, las
universidades se ordenan y se estructuran en formas muy diversas; sólo basta una
mirada al sistema de educación superior mexicano para comprobar esta diversidad,
tanto en la esfera de lo público como de lo privado.

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Si bien las IES coinciden en la importancia de la formación, los motivos que las
orientan a educar o formar, tanto a nivel organizacional como a nivel individual,
difieren y es por esto que se propone adoptar el término inespecífico para dar lugar
al abanico de posibilidades en cuanto a lógicas de acción o no acción dado un
contexto en particular. En este sentido, quizá resulte conveniente aproximarnos a la
organización como un organismo vivo. A través de esta metáfora, Morgan (citado
en Ramírez, 2000) intenta describir la relación dependiente que la organización
guarda con su entorno. Sin embargo, la concepción de la organización como
sistema abierto en su totalidad tiene limitantes al reconocer que, dentro de esta,
existen tradiciones y una resistencia natural al cambio.

Así pues, se pretende matizar la metáfora incorporando la noción de homeostasis,


un estado de equilibrio entre los distintos sistemas de un organismo vivo que
asegura su supervivencia. Lo anterior implica en primera instancia, aceptar que una
organización es un sistema conformado por varios subsistemas. Segundo, que el
sistema en su totalidad recibe estímulos del entorno y reacciona en función de estos,
provocando ajustes al interior. Sin embargo, desde esta perspectiva, las
organizaciones serían sistemas cerrados (más no herméticos), en donde la
retroalimentación se da principalmente entre subsistemas. Las universidades
parecen actuar de esta manera, buscan equilibrarse, pero rara vez transformarse,
ante los estímulos ambientales.

Al respecto de los subsistemas, habría que señalar que si bien todos contribuyen
con el equilibrio interno del sistema, el nivel de comunicación o retroalimentación
entre estos difiere considerablemente. Es por esto que algunas interacciones son
más críticas que otras y por lo tanto, requieren mayores y mejores mecanismos de
control. Tal es el caso de la interacción entre profesores y alumnos y el nivel de
control que tienen los procesos tanto de reclutamiento y selección de los docentes,
como de evaluación de los aprendizajes. Por el contrario, cuando los subsistemas
se relacionan de manera indirecta, establecer mecanismos de control se vuelve más
complicado y quizá innecesario.

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Hasta el momento, en enfoque homeostático podría dar respuesta a la pregunta
inicialmente planteada. Las universidades han sido bastante eficaces en lograr
mantener un equilibrio con el entorno, sin comprometer demasiado su estructura y
ordenamiento interno. Esto les ha permitido sobrevivir y perpetuarse a través de
varios siglos. No obstante, habría que cuestionarse, ¿ante cuáles situaciones el
sistema sería incapaz de ajustarse? y sólo en este caso podríamos hablar sin lugar
a dudas, de una obsolescencia inevitable.

Referencias

Mayntz, R. (1996). La sociedad organizada. En Sociología de la organización (pp.


11-32). Alianza Editorial.

Ramírez, J. (2000). Teoría de la organización: metáforas y escuelas. En D. Arellano


et al, Reformando al Gobierno. Una visión del cambio organizacional del
cambio gubernamental (pp.21-76). Porrúa-CIDE.

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