(Langsner Jacobo) Esperando La Carroza
(Langsner Jacobo) Esperando La Carroza
(Langsner Jacobo) Esperando La Carroza
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NORA: Todo es cierto, querida. Todo es cierto. ¡Pero que idea maravillosa tuviste
de invitarlos Elvira! ¡Hace tanto tiempo que no nos veíamos! ¡Con lo que
yo los quiero! ¡Que bien se te ve, Susana! Siempre con esa serenidad que
te caracteriza.
ANTONIO: ¿Cómo están esos ravioles que me prometiste?
ELVIRA: Parece que lo único que vamos a comer son estos pastelitos. Es que nos
quedamos sin agua y no tengo en qué hervirlos.
ANTONIO: ¡Ah, no! ¡Con la ilusión que traía!
NORA: ¡Antonio vive soñando con tus comidas, Elvira! Te recuerda cada vez que
se ve las manchas de grasa que le quedan en las camisas. (Ríe) ¿Cuál es
el secreto de tu grasa? No sale con nada.
ELVIRA: ¿Es un halago o me estás criticando?
NORA: Al contrario, Elvira. ¡Halago la estupenda idea que tuviste de invitar a
Jorge y a Susana! Hace siglos que no los veía.
SUSANA: Termina de una vez, Nora. Nosotros no estamos invitados. Hay que tener
dinero para que lo inviten a uno. Nosotros somos pobres.
ANTONIO: Por favor, queremos pasar un plácido domingo familiar.
SUSANA: Entonces llegaron en mal momento.
ELVIRA: No, querida. Quien llegó en mal momento eres tú.
SERGIO: ¡Por favor! (A Nora) Me pasé toda la semana añorando que llegara el
domingo y ahora, miren lo que tengo.
ELVIRA: Si no te gusta, ya sabes lo que puedes hacer.
NORA: (abrazando a Sergio) ¿Cómo te atreves a hablarle así a mi amante
preferido?
ELVIRA: ¿No te lo dije? (A Antonio) ¿No te parece que aquí puede haber algo?
NORA: Pero cariño, ¿qué puedo hacer para que me creas?
ELVIRA: Nada. No es necesario que hagas nada.
NORA: ¿Será posible que nadie me tome en serio?
ELVIRA: Dame tus cosas y siéntate.
NORA: Las gafas no. Odio la luz del mediodía.
ELVIRA: ¡Ah, sí! ¡Es cierto! (Yendo al dormitorio) Sergio, ocúpate de los drinks.
NORA: ¡Drinks! Parece que están funcionando las clases de idioma.
SERGIO: Sí. Dice “no” en cuatro o cinco idiomas.
NORA: Malo. Daría mi reino por un martini. A ver si así me despejo un poco.
ANTONIO: (A Susana) ¿Cómo está la niña?
SUSANA: (Agresiva) Bien.
NORA: Todavía no cumple el añito, ¿no? Siempre me olvido de preguntar por
ella. Pero éso no significa que yo no la quiera. Ella ocupa un sitio muy
importante, tanto en mi corazón como en mis pensamientos. ¿No es
cierto que siempre hablo de ella, Antonio?
ANTONIO: (Distraído) ¿De quien?
NORA: De la niña. Siempre le digo a Antonio que nunca en mi vida había visto a
una criatura más preciosa. ¿No es verdad, Antonio?
ANTONIO: ¿Qué cosa?
NORA: Todavía no cumple el año, ¿no?
SUSANA: No. Acaba de cumplir los ocho meses. (Entra Matilde vestida con un
lindo vestido primaveral).
NORA: Contigo se completa el cuadro familiar. Sospecho que éste va a ser el día
más entretenido de mi vida. Esta criatura me devuelve la juventud.
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NORA: Sí, realmente... creo que la manutención de mamá Cora, es algo que nos
concierne a todos.
SUSANA: Tampoco es sólo una cuestión de plata, Nora. No es sólo eso. Es que...
bueno... yo estoy un poco cansada y quisiera vivir sola con mi marido y
mi hija por un tiempo. ¿No tengo derecho a un mes de vacaciones?
NORA: Estoy de acuerdo, pero insisto. Creo que sería muy cruel decirle a mamá
Cora que se vaya a casa de otro hijo por un tiempo.
SUSANA: Ella se sentiría feliz de que los hijos se la disputaran un poco.
ANTONIO: Yo estaría dispuesto a pasarle una plata mensual. ¿Cuánto te parece,
Jorge?
SUSANA: No necesitamos tu dinero. Lo único que queremos es que te la lleves por
un tiempo a tu casa.
MATILDE: (Entrando con dos botellas de agua) ¿Se puede saber qué fue lo que dijo
mi madre para que la vecina me mire con ojos de asesina? (Se va a la
cocina)
NORA: ¿Y si la lleváramos a la casa de Emilia?
SUSANA: Emilia vive con su hijo en una habitación.
ANTONIO: La pobre Emilia tiene unos problemas terribles.
NORA: Pero sería la solución, incluso para Emilia, que entre todos le pasáramos
una mensualidad.
JORGE: Emilia es tan amargada. Mamá se moriría a los dos días de estar con ella.
NORA: Realmente. ¡Qué horrible el carácter de esa mujer!
SUSANA: Tiene sus motivos.
NORA: ¡Sí, claro, pobre! Si yo no quise decir...
SUSANA: Emilia es viuda y muchas veces no tiene qué comer.
ANTONIO: Por eso no voy a verla. No puedo soportar que pase hambre.
ELVIRA: (Volviendo) Ya se está quejando la mosquita muerta. No haces más que
quejarte y ¿quieres que te diga algo? No tienes derecho. Tú pudiste
comprarte un televisor color y nosotros no.
SUSANA: El televisor fue un regalo de casamiento. Y maldito sea el momento en
que nos lo regalaron.
NORA: ¿Por qué? Es una compañía maravillosa cuando uno está sola.
SUSANA: Gracias a él, siempre tenemos la casa a oscuras. Mamá Cora se pasa todo
el día mirando esos estúpidos programas. Y a todo volumen, claro,
porque como está casi sorda... (Breve silencio) Antonio, se lo pedí a
Sergio y ahora te lo pido a ti. Por favor, denme unas vacaciones sin mamá
Cora. Nada más que un mes. (Silencio, Susana sale)
JORGE: Está muy nerviosa y yo estoy desesperado. Si quieren lo pido de rodillas.
Llévensela por un tiempo. Se los ruego. No aguanto más. (Sale. Silencio)
NORA: ¡Qué histéricos!
ELVIRA: ¿Ahora entiendes lo que te digo cuando hablamos de ella?
SERGIO: ¡Pobre Jorge!
ELVIRA: ¡Pobre! Es un estúpido. Un hombre de cincuenta años, en sus cabales, no
se casa con una mujer veinte años más joven. Después de todo, a ella yo
la comprendo. Susana es una mujer joven y no creo que Jorge la haga
demasiado feliz.
NORA: ¿Por qué? ¡Es tan bueno!
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ELVIRA: ¿Bueno? ¿Para qué? No precisamente para lo que ella quiere. Con el
temperamento que tiene, tan volcánico, se casa con ese cadáver viviente.
(Nora ríe)
ANTONIO: ¡Qué horrible! Llegar a cierta edad y ser nada más que un estorbo en el
camino de todos.
NORA: ¡Pero qué estás diciendo! Mamá Cora no es un estorbo, ni nada que se le
parezca.
ANTONIO: Llevémosla a casa, Nora.
NORA: ¡Claro! ¡Por supuesto! El próximo domingo la invitaremos a pasar el día.
ANTONIO: No me refiero a pasar un día. Sino... por un tiempo.
NORA: ¡Éso si que no!
MATILDE: (Entrando) Mamá, el agua está hirviendo.
ELVIRA: Voy (Sale)
NORA: Matilde, ¿tú quieres a la abuelita?
MATILDE: ¡Claro!
NORA: ¿Ven? Matilde sí tiene sentimientos y no dirá que “no” si le ponen una
cama en su pieza para la pobre y querida abuela.
MATILDE: Yo no quiero dormir con viejas.
NORA: ¡Ay criatura! ¡Cómo puedes ser tan egoísta!
MATILDE: La abuela está muy bien dónde está.
ANTONIO: No, no está bien. Ya oíste a Susana. La pobre está muy vieja y quien sabe
cuánto tiempo le quede de vida.
MATILDE: ¿Y si se muere en mi pieza? ¿Quieren que me de un ataque? (Todos ríen)
ELVIRA: (reapareciendo) Matilde, ¿quieres poner la mesa? ¿De qué se ríen?
MATILDE: Quieren meter a la abuela en mi cuarto.
ELVIRA: ¿Con qué? ¿Con fórceps? (Cambiando tema) No se hable más del
asunto. El que tenga necesidad de lavarse las manos o de hacer algo
parecido, que lo haga. (A Sergio) Y tú, anda a ponerte decente, ¿quieres?
SERGIO: Yo me siento decentísimo así como estoy.
ELVIRA: ¡Te digo que te cambies! (Yendo a la cocina)
SERGIO: (A Nora) ¿Y tú, qué opinas? ¿Me cambio?
NORA: ¡Ay sí! Me deprimen tanto los hombres en pijama. (Sergio alza la
mirada al techo y se va al dormitorio)
MATILDE: Falta un cuchillo.
ELVIRA: (desde la cocina) Ven a buscarlo. (Matilde sale)
ANTONIO: ¿Por qué no lo dejaste comer en pijama?
NORA: Bastante me deprime la idea de comer ravioles preparados por esa arpía,
como para soportar...
ANTONIO: Baja la voz.
NORA: A ti tampoco te gustan los ravioles que hace esta estúpida, pero con tal de
halagarla... (Matilde vuelve con un cuchillo y una panera con pan)
MATILDE: Los ravioles quedaron durísimos.
ELVIRA: (entrando desalentada) Los ravioles quedaron durísimos. Y están
pegados como con poxipol. El agua debe ser la culpable. Era poca y era
con gas. Esta estúpida fue incapaz de pedir sin gas.
MATILDE: ¡Y qué sabía yo!
ELVIRA: Nunca sabes nada. (Muy preocupada) ¿Qué les doy de comer ahora?
NORA: Abre una lata de cualquier cosa.
ELVIRA: No tengo latas de cualquier cosa. Matilde...
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MATILDE: Yo no voy...
ELVIRA: Matilde, anda a comprar medio kilo de...
MATILDE: ¡Qué no! Y esa es mi decisión final. (Se va al dormitorio. Elvira la
persigue)
ELVIRA: (a gritos persiguiéndola) Anda a comprar vienesas y huevos.
MATILDE: (Reapareciendo por la puerta del dormitorio y luego se dirige a la
cocina. Elvira la persigue) No voy a ir a comprar otra vez.
ELVIRA: ¡Matilde! ¡Qué van a decir tus tíos!
NORA: Y ahora va a empezar a largar una indirecta tras otra para que vayas a
comprar un pollo asado o algo así.
ANTONIO: No seas mal pensada.
ELVIRA: (Entrando) ¿Antonio, no podrías ir a comprar un pollo o algo así?
NORA: (Aparte a Antonio) ¿No te dije? (A Elvira) No te preocupes. Comeremos
la carne tal como está. A nosotros nos encantan los ravioles pegoteados.
SERGIO: (Apareciendo) ¿Cómo me veo ahora?
ELVIRA: Como para salir con Antonio a comprar un pollo asado.
SERGIO: ¿Qué te pasó? ¿Se te quemaron?
ELVIRA: Sí. ¿Y qué?
SERGIO: Por una vez que Antonio y Nora vienen a comer...
ELVIRA: ¡Por una vez! Vienen domingo por medio.
SUSANA: (Entrando con Jorge detrás) ¿Está aquí?
SERGIO: ¿Buscas a alguien?
SUSANA: A mamá Cora. ¿Está aquí?
SERGIO: No. ¿Dijo que venía?
SUSANA: Se fue. La puerta estaba abierta y ella no estaba.
ELVIRA: ¿Se fue de tu casa? (Mira a Nora)
SUSANA: ¡Quién sabe para dónde se habrá ido!
ELVIRA: ¿Y ahora te preocupas? (Elvira se va para adentro)
SUSANA: Yo sabía que esta víbora iba a pensar lo peor. (Gritando) Nadie la echó.
NORA: ¡Pobre señora!
ANTONIO: Debe haber ido a casa de Emilia.
JORGE: No te quedes ahí. Toma el auto y anda a ver si está allí.
SUSANA: ¿Nos puedes dejar en la casa? Dejamos a la niña sóla.
ANTONIO: Claro. Vamos. (Los hombres y Susana salen. Nora se vuelve hacia la
puerta de la cocina de donde sale Elvira)
NORA: ¿Qué me dices? ¿No te asusta?
ELVIRA: A mí ya no me asombra nada.
NORA: Mamá Cora debe estar en casa de Emilia y los hombres habrán ido a
comprar algo para comer.
ELVIRA: Esperamos por tu bien, Susana, que no le haya pasado nada.
SUSANA: ¿Qué quieres decir con éso?
ELVIRA: Que si algo le pasó, es por tu culpa. Eso quise decir.
SUSANA: Si Mamá Cora hubiese vivido contigo y no conmigo la hubiéramos
enterrado hace años.
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NORA: Por favor, sean buenas. No hablemos más de Mamá Cora hasta que los
hombres regresen y sepamos de ella. ¿Con quien dejaste a la niña,
Susana?
SUSANA: (A Elvira) Desde el primer día que te ví, supe que eras...
JORGE: ¡Ya basta!
SUSANA: Supe que eran una cahuinera, una chismosa, una peladora de mierda.
NORA: ¿Con quien dejaron a la niña?
ELVIRA: Yo cuando te conocí le dije a Jorge “¿Con ésto te vas a casar? Esta
calentona te pone el gorro al primer mes de casados” (A Jorge) ¿Te lo
dije o no te lo dije?
JORGE: ¿Quién habrá inventado a las mujeres? ¿Dios mío, por qué les diste
lengua?
SUSANA: ¿Se puede saber por qué le dijiste que lo iba a engañar en el primer mes
de casados?
NORA: ¡Susana, son cosas que pasaron hace cuatro años!
ELVIRA: En primer lugar lo dije porque tengo lengua, en segundo lugar porque
somos libres y en tercer lugar... porque quise.
SUSANA: Si yo me aprovechara de las tres estupideces que nombraste y dijera una
cosita que yo me sé, te aseguro que perderías las ganas de hablar de la
gente gratuitamente.
ELVIRA: Si sabes algo, dilo ya.
JORGE: ¡Córtenla de una vez! ¡Cotorras!
ELVIRA: ¡Cotorra será tu abuela!
NORA: Susana, te lo pregunto por tercera vez. ¿Quién se quedó con la niña?
JORGE: Mis suegros.
NORA: ¿Cómo están tus maravillosos padres, Susana?
JORGE: Están bien.
NORA: Hace siglos que no los veo. ¡Con lo que los quiero! Deben estar chochos
con la nieta.
JORGE: Los tiene hasta la coronilla, porque la niña llora. Llora todo el día, no
sabemos por qué llora tanto. Yo no duermo hace ocho meses.
MATILDE: (Entrando) ¿Quieres que te vaya a comprar ahora, mamita?
ELVIRA: No. Tráeme una aspirina.
MATILDE: Sí, mamá. (va a la cocina)
ELVIRA: (yendo tras Matilde) No te preocupes, Matilde. Yo voy.
JORGE: No debiste.
NORA: ¡Cómo pudiste inventar una cosa así!
SUSANA: No inventé nada.
NORA: ¿Y con quién?
SUSANA: Yo sé con quien.
NORA: Hay que tener valor para engañar al marido. ¡Pobre Sergio! ¿Fue hace
mucho?
SUSANA: No.
JORGE: No le hagas caso, Nora. ¿No ves que Susana está inventando?
NORA: ¡Pero Jorge! Yo no voy a contar nada a nadie. (Vienen de la calle Sergio
y Antonio)
JORGE: ¿Y? ¡Hablen! ¿Estaba con Emilia?
SERGIO: No. Emilia no sabe nada. Ya hicimos la denuncia en carabineros.
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JORGE: Elvira, no pueden hacerme ésto. Vivió conmigo toda la vida. Mamá no
sabía lo que hacía. Nora,... ¿Puedes imaginar lo que será de mi vida de
ahora en adelante?
ELVIRA: Un calvario. Como debe ser.
JORGE: Las cosas no sucedieron como ustedes se imaginan. No pueden hacerme
ésto.
NORA: ¿Qué te estamos haciendo, Jorge? ¿Quieres explicarte?
JORGE: Sergio y Antonio decidieron velarla aquí y no en mi casa.
ELVIRA: Se mató por culpa de ustedes, ¿no?
SUSANA: No sé para qué vinimos a pedir el apoyo de ésta. Tú eres el mayor y por
lo tanto tienes más derechos que los otros.
ELVIRA: ¿Por qué no pensaron en éso antes de echarla a la calle?
JORGE: ¿Pero, quién la echó? (Se deja caer de rodillas, presa de la
desesperación) ¿Quién la echó? Susana había preparado una mayonesa
para hacer...
ELVIRA: Ya lo sabemos. Ahora no te molestará más. ¿No querían que alguien se la
llevara por algún tiempo? Pues bien, Dios los oyó y se la llevó para
siempre. ¿De qué se quejan?
SUSANA: ¿Por qué no te ocupas de tus asuntos, en lugar de hociconear cómo lo
sabes hacer?
ELVIRA: ¿De qué asuntos debiera preocuparme, por ejemplo?
SUSANA: De Nora y de Sergio, por ejemplo.
NORA y JORGE: ¡Susana!
JORGE: Debería darte una...
ELVIRA: ¿Qué pasa con Nora y Sergio?
NORA: ¿Cómo puedes inventar cosas así, Susana? Sobre todo en este momento.
ELVIRA: ¿Pero qué quiso decir con éso? (A Nora) Que tú y Sergio...
MATILDE: Yo mejor me voy, porque aquí la cosa se está poniendo negra... (Se va)
ELVIRA: ¿Qué quisiste decir?
SUSANA: Lo que dije. (Se dirige a la puerta) Vamos, Jorge. Antes que tenga que
hacerle un dibujito para que se dé cuenta.
ELVIRA: ¿Ahora te vas? (La detiene) Arrojaste la piedra, no escondas la mano
ahora.
NORA: Elvira, no hay que olvidar a la pobre vieja.
ELVIRA: ¿Qué vieja?
NORA: Mamá Cora.
ELVIRA: ¡Ah!
NORA: ¡Pobrecita! ¿Cómo puedes ofenderte por lo que diga Susana en este
estado? Yo la perdono. A mí, que me ha ofendido más que a ti, yo la
perdono.
ELVIRA: ¿Yo soy la cornuda y a ti te ofende más?
JORGE: No te preocupes hoy por ti, Elvira. ¿No te das cuenta de que hoy pasaron
cosas mucho más importantes? (Susana se acerca a Elvira mas
calmada, pero seca)
SUSANA: Perdóname. Inventé esa mentira para hacerte sufrir.
NORA: (Rápidamente) Que no se hable más del asunto. Las palabras son sólo
palabras y se las lleva el viento.
ELVIRA: No para mí. (A Susana) Guárdate tu perdón en un bolsillo y sal de esta
casa inmediatamente.
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JORGE: Pero ¿Qué hacemos con mamá? (Elvira va a contestar, pero Nora le
tapa la boca) Nosotros no hicimos ni la mitad de lo que debimos haber
hecho por la pobre vieja, pero a tu lado, Susana y yo, somos dos santos.
ELVIRA: Sí, pero salgan antes de que los canonice. (Antonio irrumpe
violentamente)
ANTONIO: Ya la bajan. ¿Prepararon la pieza?
NORA: ¡Antonio! (Se abrazan)
SERGIO: (Entrando) ¡Elvira! (Ella abraza a su marido. Se abrazan todos,
incluidos Susana y Jorge. Hay intercambio de abrazos durante algunos
segundos. Matilde viene de su cuarto)
SERGIO: ¡Murió la abuelita, Matilde! (Abraza a Matilde)
JORGE: ¡Por favor! ¡Por favor! Dejen que me la lleve a casa.
SERGIO: Ya es tarde.
JORGE: (desesperado) ¡Antonio, por favor, por favor!
ANTONIO: (hacia afuera) ¡Apúrense con el cadáver!
JORGE: (enloquecido) No me hagan ésto. ¡Ladrones! (Saliendo) ¡Ladrones!
ELVIRA: (arreglándose el pelo) ¡Ay, todo se hace a última hora! No tuve ni
tiempo de llamar a la familia! (A Nora) Hagamos la lista de invita...
quiero decir... ¿a quién llamamos?
VOCES: Dios te salve María. Llena eres de gracia... (Siguen oyéndose las voces
salmodiando el rezo, mezcladas con llantos. Tío Felipe viene del cuarto
de Matilde y se dirige a un mueble. De allí saca una botella de Cognac.
Bebe de la botella)
TÍO FELIPE: ¡No te pongas así, Matildita!
MATILDE: Pero, tío Felipe...
TÍO FELIPE: Que no sigas llorando, hija.
MATILDE: Es que los muertos me asustan, tío.
TÍO FELIPE: Así es la vida, ¿qué se le va a hacer? Un traguito. Con este calor uno se
deshidrata y se le seca la garganta. (Vuelve a tomar, pero se atraganta
porque en la puerta aparece un jovencito con una corona de flores. El
viejo esconde la botella debajo del saco y se va a la cocina)
JUNIOR: ¿Es aquí dónde hay una dama muerta?
MATILDE: Una vieja muerta.
TÍO FELIPE: (Deteniéndose brevemente al oír a Matilde) ¡Esa no es manera de tratar
a tu abuelita! (Desaparece en la cocina)
JUNIOR: ¿Dónde la dejo? (Matilde lo mira sin comprender) La corona.
MATILDE: Llévala para adentro.
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SUSANA: (A Nora) Dile que ya que se está dando el gusto de velarla aquí, que por
lo menos traiga más sillas.
NORA: ¿Quieren dejarse de hueviar? Tengan piedad de mis nervios.
ELVIRA: ¡Nora!
NORA: (tratando de recomponer su imagen) Tengo los nervios destrozados.
ELVIRA: Si te sientes así, no es culpa mía.
SUSANA: Ni mía tampoco. Yo no eché a mamá Cora. Perdí la paciencia, eso es
todo...
ELVIRA: Si vuelves a contarme lo de la mayonesa, te juro que pego un grito.
(Suena el teléfono) ¡Qué falta de respeto! ¡Llamar en un día de duelo!
(Atiende) Aló. ¿Sí? Yo soy la esposa. Hable. ¡No! Repítamelo. (Nora y
Susana se le acercan. Emilia se asoma. Elvira ríe)
EMILIA: ¿No te da vergüenza reírte en un día como hoy?
ELVIRA: Pero... ¿está seguro? No, yo no me fijé y si los propios hijos no se dieron
cuenta...
EMILIA: ¿De qué no nos dimos cuenta?
ELVIRA: De que se equivocaron de muerta. Ese cadáver es de otra persona.
(Emilia vuelve a desmayarse, pero ya nadie le hace caso porque están
acostumbrados)
SUSANA: tenía los mismos zapatos.
ELVIRA: (al teléfono) Bueno, venga a buscarla enseguida. Que la estamos velando
en la pieza de mi hija y ya hemos llorado como locos. (Cuelga)
ANTONIO: (Viniendo del velatorio) ¿Qué pasa? (Al entrar tropieza con Emilia)
¿Emilia, qué haces aquí? ¿Te parece el momento apropiado para dormir
una siesta? (Aparecen todos)
EMILIA: (gateando y gimiendo como una niña) ¡Mamá! ¿Dónde está mi mamá?
ELVIRA: ¡Que alguien le tape la boca a esa mujer! La muerta que estamos velando
es una húngara que antes de suicidarse dejó una carta a la policía.
EMILIA: ¿Dónde está mamá? ¿Dónde? (Aparecen Matilde y Patricia)
MATILDE: ¿Qué pasa?
ELVIRA: Que esa muerta que estamos velando, no es tu abuela. Es una húngara.
MATILDE: (histérica) ¡Yo no duermo más en esa pieza!
SEÑORA SORDA: (Entrando desde la calle) ¡Que tragedia! Acabo de enterarme. ¿Por qué
lo hizo? Pobre santa. ¿Dónde está? ¿Dónde está mi amiga?
ELVIRA: No se preocupe, que no es ella.
SEÑORA SORDA: ¡De cuánto dolor está sembrada la vida! (Va al cuarto de Elvira, vuelve a
salir y se dirige al de Matilde, ante la mirada de todo el mundo que le
sigue los pasos) Tú que fuiste una santa entre todos los santos y que nos
dejaste antes de tiempo para bendecirte...
ELVIRA: Déjenla llorar. ¿Que hacemos? Sáquenme a esa húngara de la pieza de la
niña.
JUANA: No nos apuremos, Elvira. Quizás ese llamado haya sido una broma.
Llamen a la policía, sólo así sabremos la verdad.
MATILDE: Yo no duermo más en esa pieza.
ELVIRA: ¡Cállate! (Sergio busca el número en la guía) ¡Tanta lágrima inútil!
¡Tanto dolor malgastado! (A Sergio) ¿Lo encontraste? (Sergio marca un
número de teléfono)
EMILIA: ¡Pobre mamá! Si llegara a ser ella... ni un velorio tranquilo pudo tener la
pobre.
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ELVIRA: No llores más hasta que sepamos. ¿Para qué derramar lágrimas por
muertos ajenos?
SERGIO: (Hablando por teléfono) Aló. Buenas tardes. Mire... esta tarde
denunciamos la desaparición de una señora anciana y dos horas más tarde
nos llaman para decirnos que la habían encontrado y que estaba en la
morgue. ¿Cómo? Sí. Muerta, claro. Entonces nos fuimos a la morgue y la
reconocimos por los zapatos, porque el resto estaba desfigurado.
Imagínese, se tiró al tren. Después de llenar no sé cuántos trámites,
conseguimos traerla a casa con este calor. Hace cuatro horas que la
estamos velando y ahora resulta que recibimos otra llamada y nos dijeron
que el cadáver que tenemos en mi casa no es el de mi madre, sino el de
una húngara. ¿Averigüemelo, por favor? (Tapa el auricular) Fue a ver.
ELVIRA: Por Dios, no se aglomeren. Hace un calor de perros.
SERGIO: (volviendo al teléfono) ¿Sí? Ah. Pero no sabe quién... ¿Está seguro?...
Bueno. Gracias. (Cuelga) Dice que no sabe nada de ninguna húngara.
GERTRUDIS: Voilá.
ELVIRA: ¡Cuánta gente baja hay en este mundo, madre mía! Bueno, a seguir
entonces con el velorio, que aquí no ha pasado nada. (todos vuelven
automáticamente a llorar mientras se dirigen nuevamente al velatorio.
Los únicos que quedan son Elvira, Nora, Matilde, Pati y Sergio)
MATILDE: Mamá, ¿podemos ir a la casa de...
ELVIRA: ¡Qué no! Te he dicho mil veces que no. (Matilde vuelve a la pieza de
Elvira con Pati)
NORA: Se me parte la cabeza. Nunca había pasado un domingo más miserable.
TÍO FELIPE: (apareciendo desde el velatorio) Tengo la garganta seca, Elvirita. ¿No
tendrás algún licorcito por ahí?
ELVIRA: No, ya se los tomó todos. Vaya a rezar por mamá Cora como buen
cristiano. (Sergio lleva a tío Felipe al velatorio. Mientras entra mamá
Cora, como si flotara en el aire. Elvira se incorpora automáticamente)
¿Qué me dice usted de esta tragedia (Nora se incorpora aterrada) Se
cono... (reaccionando espantada) ¡Mamá Cora!
MAMÁ CORA: ¿Qué tal, hijas?
ELVIRA: ¿Dónde estuvo metida todo el día? ¡Qué inconsciente! Tenemos la casa
llena de gente. (se escuchan los rezos desde dentro. Nora abraza a la
vieja llorando histéricamente)
MAMÁ CORA: ¿Qué sucede?
ELVIRA: ¿Qué hacemos ahora? ¿Qué hacemos, Nora?
NORA: Llévala a tu dormitorio.
ELVIRA: Venga, mamá Cora. ¡Pero qué inconsciente! (Elvira la guía hasta su
cuarto, pero mamá Cora se detiene al escuchar los rezos y llantos)
MAMÁ CORA: Alguien está llorando en la pieza de Matilde.
ELVIRA: No se preocupe. Es la televisión. (A la vieja se le ilumina el rostro)
MAMÁ CORA: ¿La televisión? (Intenta encaminarse hacia el velatorio. Elvira la
detiene)
ELVIRA: Es la tele de la casa de al lado. Venga, recuéstese un ratito en mi cama.
(La lleva. Silencio. En ese momento se escuchan los gritos histéricos de
Matilde y Pati. Aparecen gritando como poseídas. Corren alrededor de
Nora que está al borde de una crisis. Los parientes y amigos de mamá
Cora se asoman. Las niñas dan una ultima vuelta y salen a la calle,
siempre gritando)
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SUSANA: ¿De qué me río? De ti. De todos nosotros me río. (Y se echa a llorar al
mismo tiempo que se deja caer sobre el sillón desesperada)
CAE EL TELÓN
FIN
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