Renovar La Renovacion Carismatica Católica 5
Renovar La Renovacion Carismatica Católica 5
Renovar La Renovacion Carismatica Católica 5
Católica
Capitulo 5: La Experiencia De “Profundizacion De La
Vida En El Espiritu”.
Capitulo 1: Que Es La Renovacion Carismatica.
Capitulo 2: La Autocomprension De La R.C.C.Desde Sus Comienzos.
Capitulo 3: Los Objetivos De La R.C.C. Y Su Cumplimiento.
Capitulo 4: Dificultades En La R.C.C. Para El Cumplimiento De Sus Objetivos.
Capitulo 5: La Experiencia De "Profundizacion De La Vida En El Espiritu".
Capitulo 6: Renovar La Renovacion Carismatica Catolica.
Entre los años 1995 y 2003 se desarrolló en una Comunidad de la R.C.C. en Buenos Aires, Argentina
una experiencia espiritual inédita, que ha sido la base de la actual “Escuela de Oración y Crecimiento
Espiritual” que presentamos en esta página Web, tal como lo explicamos en “Quienes somos”.
Vamos a recorrer lo que fue el principio de este proyecto, y como se fue desarrollando el mismo, como
un aporte testimonial para entender más sobre esta particular experiencia espiritual.
A principios de diciembre de 1994 se realizó una de las reuniones que se hacían periódicamente entre
todos los responsables de los distintos grupos para intercambiar experiencias, ideas y sugerencias
para la marcha de la Comunidad. En esa reunión surgió, en un momento dado, un tema puntual, que
algunos de los servidores más antiguos tenían bastante claro, que afectaba a los hermanos que
llevaban más tiempo de permanencia.
Quiero aclarar que la gente que llegaba a los grupos de oración, pasaba en primer lugar por los grupos
de “iniciación”, donde iban recibiendo y practicando las primeras nociones de oración comunitaria, y se
los iba introduciendo en el sentido de la Renovación Carismática Católica.
Luego, formándose un grupo que ya quedaba cerrado, en el que ya no ingresaba gente nueva,
pasaban a vivir el Seminario de Vida en el Espíritu Santo, donde transitarán por esas dos experiencias
fuertes que son la “Ceremonia de la Luz” y la “Efusión del Espíritu”. Terminado el Seminario, seguirán
por la etapa de “Crecimiento”, donde irán afianzando la fe movilizada por la acción del Espíritu Santo.
Este proceso abarcaba de dos a tres años, donde de alguna manera había un “programa” más o
menos estructurado de crecimiento, pero luego ocurría que se entraba en una especie de meseta
espiritual, en donde ya no se iban agregando más cosas nuevas, y se producía una especie de
repetición de temas y experiencias.
Algunos hermanos iban pasando al servicio en los distintos grupos, donde se sumergirían cada vez
más en la actividad para el Señor, y, de alguna manera, les iría ocurriendo más o menos este
proceso: el centro de su vida espiritual pasaba a ser el servicio, e iría quedando de lado un mayor
avance, una mayor profundización de la conversión interior, ya que, por otro lado, tampoco tenían
claro hacia donde deberían seguir avanzando, a partir del punto en que se encontraban, en el camino
del crecimiento espiritual.
Otras personas, en cambio, se incorporaban a los llamados grupos de “asamblea”, que constituían un
grupo permanente de oración, que iba creciendo con los hermanos que año a año venían de la etapa
anterior de “crecimiento”. Allí la enseñanza no era mucha, y, en general, seguía dando vuelta sobre
los temas clásicos de la Renovación Carismática: carismas, oración de alabanza y de sanación, así
como la lectura y comentario del Evangelio del día, etc. También se impulsaba a las personas a
volcarse hacia algún tipo de obra de misericordia, como visitas a hospitales, geriátricos, etc.
Lo que se planteó en la reunión fue que se notaba claramente que, en estos grupos de “asamblea”, y
también en parte en los de “crecimiento”, se observaban dos tendencias claras entre la gente que
concurría: estaban aquellos que iban en especial a que “les oren”, a “recibir fuerza” como algunos
dicen, a plantear en la oración sus peticiones por las necesidades que tienen, y a pedir la intercesión
de los servidores y hermanos del grupo frente a las situaciones que les toca vivir. En general estas
personas quieren poca enseñanza, y más bien actividad de compartir vivencias, de testimonios, de
contar sus necesidades, y de “oración de poder”.
Sin embargo, había otras personas que sentían la necesidad de recibir más formación, de seguir
avanzando en su proceso de conversión; percibían, en general, que todavía les faltaba en su
crecimiento espiritual, y querrían entonces tener más enseñanza en temas formativos. Cuando esto no
ocurre, la mayoría de éstas personas se van yendo de los grupos, como si ya hubieran terminado un
ciclo, una etapa, sintiendo que ya no se les agrega nada nuevo.
Esta es la realidad que se planteó en esa reunión, y se compartieron distintas ideas en cuanto a la
manera en que se le podría dar alguna solución. Y lo que surgió, fue más que lógico: debería
analizarse la posibilidad de diferenciar la formación de los hermanos, ofreciéndose en forma optativa a
las personas que tuvieran la inquietud de una mayor intensidad en la formación, la alternativa de
integrar algún grupo donde se les diera esta enseñanza más amplia.
Se redondearon bastante las ideas vertidas con distintas sugerencias, y yo manifesté que sentía la
inquietud de trabajarlo más a fondo, para ver en que medida se podía armar un proyecto concreto. Yo
no me di cuenta en ese momento, ya que recién lo vería con claridad bastante tiempo después, pero
esa expectativa tan fuerte que había nacido en mí era también porque yo mismo sentía fuertemente
esa necesidad en mi vida espiritual, y hasta el momento no encontraba respuesta en la Comunidad.
A principios de 1995 se formaron los grupos nuevos de “Profundización en la vida del Espíritu Santo”,
o simplemente “Profundización”, que así se denominaron.
Lo primero que tuvimos claro fue que había que profundizar la vida de discípulo de Jesús, poniendo
realmente en práctica la exigencia que el Maestro plantea a todos quienes, escuchando su llamado,
desean seguirlo, según lo encontramos en el capítulo 9 de San Lucas:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su cruz cada día, y
sígame.” (Lc. 9,23).
Así comenzamos un trabajo a fondo sobre el “negarse o morir a sí mismo”, tratando de ir mucho más
allá en el reconocimiento del pecado y las actitudes del “hombre viejo” que todavía existen en
nosotros. Esto implica trabajar a fondo en los pecados capitales y los que se derivan de ellos,
suscitados por la acción de la concupiscencia y de los enemigos espirituales exteriores (mundo y
demonio).
También se va creciendo en la fe, por la enseñanza y la oración, teniendo cada vez más claro que la fe
es una virtud sobrenatural que permite al entendimiento humano captar el sentido de las verdades
reveladas por Dios a través de la Biblia, que para la razón del hombre natural, como dice San Pablo,
son solamente necedades.
La conjunción de estos dos aspectos tan importantes, como son la progresiva purificación interior, a
partir del reconocimiento del pecado que existe en cada uno y la lucha contra el mismo, utilizando el
poderoso medio de los sacramentos, y el crecimiento en la fe, a través de una buena y metódica
enseñanza sobre las verdades básicas de la vida cristiana, con una práctica asidua de oración, tanto
personal como comunitaria, van llevando a un avance importante en el crecimiento espiritual
La vivencia cada vez más plena de los afectos en la oración, que se suelen ir simplificando en su
variedad, gustándose por mayor tiempo alguno de ellos, unida a una progresiva interiorización de la
misma, con frecuentes exámenes de conciencia, va haciendo avanzar a los que viven esto hacia los
umbrales de la contemplación infusa.
Al no estar bullendo en la mente tantos interrogantes sobre uno mismo, sobre el sentido de lo que se
pueda estar viviendo, debido al aumento de la fe, y al no tener ya tanta lucha interior debido a la
purificación progresiva, se va generando una oración más sosegada, con el entendimiento más
aquietado, con menos discurso, lo que da la disposición necesaria para que, normalmente, el Espíritu
Santo comience a introducir a las almas que no se resisten a la contemplación infusa.
Tiene un papel fundamental en esto también el carisma de oración y canto en lenguas, ya que ayuda
decisivamente para que la inteligencia se vaya despojando de su razonamiento habitual y quede
abierta a lo que el Espíritu quiera darle en forma directa.
[ Arriba ]
Después de un primer año de experiencia en los grupos de Profundización, surgidos tal como lo relaté
anteriormente, se inició el segundo año de este trabajo especial. A partir de este nuevo año ya estaba
en mí y en los servidores bastante más clara la idea de lo que estábamos haciendo.
“El retiro pasado estos días ha unificado en mí ideas y una dirección hacia la que me está llevando el
Señor (dirección en el sentido del tema a transmitir o predicar). En definitiva todo lleva a buscar la
conversión interior, la muerte del hombre viejo y el nacimiento del nuevo, desde el Espíritu y obrando
según el Espíritu. He avanzado muchísimo en esta temática que, al principio del año pasado, fui
planteando para el grupo de Profundización.”
Algunos días después, el 9 de agosto, vivo algo muy especial, que después denominaré “la gran
explosión interior”:
“Tengo que comenzar a escribir esto ahora mismo, cuando me estoy por ir de la oficina, porque esta
tarde se ha producido como una gran explosión en mi cabeza. Todo comenzó cuando, sin saber por
qué, y tampoco recuerdo en qué momento, surgió una pregunta en mi mente: en Pentecostés 120
personas recibieron el Espíritu Santo, y en más o menos 200 años convirtieron todo el mundo
civilizado de entonces, usando los medios de comunicación tan primitivos de esa época. Hoy se dice
que entre 50 y 70 millones de católicos vivieron la “Efusión del Espíritu” en Seminarios de Vida. ¿POR
QUÉ NO SE NOTA EN EL MUNDO ESTO?
Si realmente este “Pentecostés hoy” que se dice que es la Renovación Carismática fuera como en la
época de los apóstoles, y con los medios de comunicación actuales, ya se debería haber transformado
todo el mundo.”
De esta pregunta básica, se derivarán muchas otras, que irán planteando en mi mente un esquema
distinto al que había conocido hasta entonces por mi formación en la Renovación Carismática. En
seguida llego a una primer conclusión: “Parecería que hoy, el Bautismo en el Espíritu Santo es sólo el
primer encuentro, el primer conocimiento personal de Jesús (así fue exactamente en mi caso).”
A esta primera conclusión le siguen, a modo de corolarios, otras más, tal como lo escribo ese mismo
día:
“En Pentecostés el discípulo se recibe de maestro, porque se transforma en el Maestro. Los discípulos
son hombres viejos que van aprendiendo y se van transformando. Pentecostés es el momento que
marca que el hombre nuevo toma el mando.”
Desde este día ya nada será igual en mi vida, y aquí nacerá una búsqueda insaciable para encontrar
respuestas, en especial una respuesta a la gran pregunta que dominará mi interior en forma constante
por mucho tiempo, como clavada en mi alma: ¿Cómo se hace para llegar a vivir este Pentecostés,
esta transformación en hombres nuevos, que no es la “Efusión” o “Bautismo en el Espíritu”, tal como
se vive en la Renovación Carismática?
Movido por estas ansias, leo y releo cuanto libro tengo a mi alcance sobre el crecimiento espiritual,
sobre la experiencia del Espíritu, sobre la vida que surge después de la “Efusión del Espíritu”, de los
más caracterizados autores que escriben en la Renovación Carismática Católica, pero no logro
encontrar la luz que estoy buscando, aunque a raíz de este esfuerzo se me va presentando un
panorama cada vez más claro en cuanto al hecho que, dentro de la Renovación Car ismática hay
profusión de literatura sobre los Seminarios de Vida, sobre oración de alabanza y de intercesión, sobre
carismas, sobre la “experiencia carismática”, y otros temas conectados con éstos. Pero no logro
encontrar mayores precisiones sobre lo que viene “después” de esta experiencia, aunque en distintos
autores, en especial en libros del P. Raniero Cantalamessa, voy palpando que hay mucho más todavía
por donde avanzar.
Pero, antes de fin de ese año 1996, llegó “por casualidad” a mis manos un libro, escrito a principios de
1900, del P. Juan Arintero, titulado “La Evolución Mística”, y a partir de su lectura fue para mí como
descubrir un nuevo mundo, que no era más que el mundo de la verdadera vida cristiana.
¡Había encontrado por fin el manantial en donde saciar esta sed que me abrasaba, que nacía de tantas
preguntas sin respuesta todavía!
Han pasado más de diez años desde ese momento, y en ese tiempo literalmente me “tragué” una
multitud de libros que forman un enorme tesoro de la Iglesia Católica, libros de santos, de místicos
experimentales, de Doctores de la Iglesia, y de los grandes teólogos de la Ascética y la Mística
actuales. Después de “digerir” de a poco todo ese caudal de nuevas cosas que llegaba a mí, lo fui
preparando y dando en enseñanzas en los grupos de Profundización, porque era exactamente lo que
se estaba necesitando, en el punto en que nos encontrábamos. A lo largo de estos años, toda esta
enseñanza tuvo un único objetivo: aplicarla a explicar nuestras propias experiencias espirituales,
buscando vivir todo este nuevo y maravilloso camino que surgía con gran esplendor ante nuestros
maravillados ojos.
Ya a fines de ese año 1996 se notaba claramente que se estaba dando un cambio importante en la
oración del grupo, que la estaba haciendo distinta de la tradicional oración “carismática”.
A raíz de estas cosas novedosas para nosotros, que iban surgiendo en las oraciones, fui compartiendo
con los servidores primero, y luego con los hermanos de los grupos, cual era la visión que tenían
respecto a lo que estaba pasando. El 4/2/97 yo escribía respecto a la experiencia de haber escuchado
estos testimonios:
“En el grupo compartimos anoche, como continuación de lo que habíamos hecho la semana anterior,
un discernimiento sobre cómo había evolucionado la oración desde que comenzamos el trabajo en el
grupo de Profundización. Y las conclusiones generales que compartimos todos fueron las siguientes:
a) En la actual oración hay muchas menos peticiones, y mucha menos oración vocal.
b) Se entra mucho más rápido en la alabanza y la adoración, sin necesidad de mucha preparación
previa.
c) Hay mucha más variada y extensa oración en lenguas, en especial canto en lenguas.
El discernimiento general coincidió en que este tipo de oración es consecuencia de una mayor
entrega y más abandono en el Señor, una aceptación mayor de su voluntad y sus caminos.
Implica más docilidad a la acción del Espíritu, mucha menos resistencia a lo que Él quiera hacer.
También el grupo coincidió en esto: antes, en general, se iba al grupo con el propósito de entregar
determinadas situaciones, de pedir intercesión por tal o cual necesidad, o para recibir la oración de
algún servidor. También se llevaban muchas veces cuestionamientos que pedían respuestas. Ahora,
en cambio, la ida al grupo significa “disfrutar” de un encuentro con Jesús resucitado, vivir el amor del
Padre y dejarse trabajar por el Espíritu Santo. Es un encuentro con el amado, en que se busca más la
adoración y el disfrutar de esa presencia que es todo y da todo, que en hablar y contarle cosas.”
En los testimonios de tantos hermanos aparecieron todos estos elementos, y, sobre todo, algo muy
importante: se busca cada vez más a Dios mismo, el encuentro profundo con Él, dejando más de lado
las peticiones, las necesidades, las respuestas a dudas y cuestionamientos. Hay, por supuesto, una
entrega y un abandono mucho mayor en la Providencia, así como la aceptación de la voluntad divina,
que permite esta actitud más abierta a una vivencia cada vez más plena del amor de Dios.
[ Arriba ]
En ese tiempo es indudable que no lograba todavía expresar con claridad lo que vivía, pero el sentido
era uno solo: tanto cuando preparaba las enseñanzas, como cuando las daba, en gran parte mi
proceso humano de razonamiento discursivo quedaba eliminado, y “veía” lo que tenía que escribir o lo
que debía decir. Con el tiempo entendería que así era la acción de los dones del Espíritu Santo.
Al año siguiente, a principios de febrero de1998, comencé a estudiar a fondo los dones del Espíritu
Santo, para preparar las enseñanzas del nuevo año, para los grupos que comenzaban su tercer año en
Profundización, y allí pude empezar a captar mucho más claramente la forma en que estaban obrando
algunos de los dones en mi interior.
“Es prácticamente increíble lo que me está pasando últimamente, quizás en los últimos tres meses ha
sido más notable: tomo un texto de la Palabra, y “siento”, “veo” lo que me está diciendo, sin un
tiempo de meditación, de armado mental, de construcción de conceptos. Esto que “siento” y “veo” lo
escribo sin parar ni un instante, todo está tan claro que no tengo dudas ni inquietudes, todo está a la
vista.
Es una sensación extraña, es como si levantara cada pasaje de la Biblia del papel, y debajo estuviera
escrita la interpretación, a la que sólo tengo que leer, y está tan clara que no necesito pensar ni forzar
mi entendimiento. Está “allí”, y sólo tengo que dirigir mi mirada y verlo. Es todo tan fácil y natural que
me asombra, y es un “proceso” que tengo claro que se va acentuando cada vez más.
Para alguien como yo, que ha pasado muchos años de su vida estudiando en una universidad, con el
método trabajoso de leer un texto, entender los conceptos de a poco, fijarlos escribiendo un resumen
o síntesis, y luego repasar esa síntesis para ir reteniéndolos, este proceso mental del don de
inteligencia es realmente asombroso, y lo es todavía más cuando se trata de la lectura de la Biblia,
que no es precisamente un texto “fácil” o abierto.
Siempre dije que en este camino nuevo del crecimiento espiritual “a fondo”, yo quería ser una especie
de conejillo de indias, para ir experimentando en mí mismo las cosas, para poder luego explicarlas a
los demás, no desde un texto solamente, sino basado en mi propia vivencia y experiencia personal, y
esto es lo que está ocurriendo, y esto mismo es lo que espero transmitir este año a los servidores de
la Comunidad.
También creo reconocer una acción, quizás no tan clara como la anterior, del don de sabiduría.
Primero, en que al penetrar con esta facilidad en el sentido de la Palabra, no me quedo solamente en
el nivel del entendimiento, en entender los significados ocultos y los conceptos adicionales que surgen,
sino que realmente tengo la sensación de “saborear”, de sentir un gusto especial en la boca, algo que
me produce gozo y me hincha el corazón.
Está todo muy lejos del estudio metódico y frío de un investigador, sino que todo es palpitar, es
asombro de niño y gozo puro e inocente ante la inmensidad simple de lo que me dice la Palabra.
También me parece reconocer la acción del don de sabiduría, porque el contexto en que vivo estos
conceptos e interpretación de lo que leo de la Palabra, es muy amplio, no está restringido a una
escena, a un pasaje o una idea, sino que se inserta, por ejemplo en este caso, en una visión amplia de
la obra que el Espíritu quiere hacer en el mundo, en su Iglesia, y yo me siento inserto en esa
magnitud, en ese plan grandioso.”
Se puede ir entendiendo así mucho mejor el proceso de la acción de los dones del Espíritu Santo. Su
“activamiento” se produce durante la oración de contemplación, pero, luego de que el alma va
viviendo esta acción con asiduidad y profundidad, los dones del Espíritu Santo actúan en cualquier
momento en que son necesarios, aun sin estar “en oración” en forma propiamente dicha. Así, en mi
caso, aparecía su acción cuando necesitaba preparar las enseñanzas.
Eso permite la disponibilidad permanente para la acción de los dones del Espíritu, ya que se va
dejando cada vez más de lado la iniciativa propia, racional, abandonándose siempre a lo que el
Espíritu quiera mostrar y decir.
Pero, los dones siguen penetrando en su acción profunda en los momentos de oración y recogimiento,
esos ratos de intimidad plena con el Señor, tanto personal como comunitaria, donde la contemplación
se va haciendo cada vez más extensa en el tiempo.
En ese año 1998 trabajé a fondo el tema de los dones del Espíritu Santo, ya que tuve que preparar y
dar las enseñanzas sobre cada uno de ellos. Yo he comprobado una y otra vez la verdad de lo que dice
San Francisco de Sales en su “Introducción a la vida devota”: “La buena manera de aprender es el
estudiar, la mejor es el escuchar, y la buenísima es el enseñar”. Yo no tengo dudas que el primer
favorecido con mis enseñanzas soy yo mismo, tanto cuando las preparo como, sobre todo, cuando las
doy, porque ese es el momento en que yo las vivo.
Ya a fines de ese año podía discernir con mucha más claridad de qué manera iban obrando los
distintos dones, tal como lo escribía en noviembre de 1998:
“En esta semana, en las enseñanzas y oraciones en los grupos viví algunas cosas especiales. El
miércoles tuve que dar dos enseñanzas: en el grupo 1 di la virtud de la justicia, y luego, a la noche,
en el grupo 2, hablé sobre los dones de consejo y fortaleza.
Viví en todo ese día una sensación de mucho gozo y plenitud, motivada principalmente por como
podía dar esas enseñanzas, y como eran recibidas. El gozo nacía de la sensación certera de ser
movido claramente en mis palabras y expresiones por la acción del Espíritu, más específicamente, por
sus dones.
Ya hoy es muy claro para mí que cuando el Señor confía un ministerio o una responsabilidad a alguien
en su Iglesia, también pone a su disposición todos los auxilios sobrenaturales de la gracia para llevar a
cabo ese ministerio como Él quiere. Lo que ocurre muchas veces es que los hombres se quedan
solamente con el mandato de Dios, y quieren llevarlo adelante con su sola fuerza humana, y entonces
les resulta muy dificultoso. Pero yo compruebo cada vez más claramente como, en el ejercicio de este
ministerio que el Señor me ha confiado, que es el de ayudar a la formación y crecimiento espiritual, en
cuanto me abro cada vez más a la acción del Espíritu Santo, éste viene en mi auxilio con la acción
profunda de sus preciosos dones. Y precisamente la comprobación cada vez más evidente de esta
acción en mí y en mis hermanos, es lo que me produce tanto gozo.
Me doy cuenta como, por momentos, actúan los dones intelectuales y el don de consejo en mí.
Primero, el don de ciencia, haciéndome ver con mucha seguridad la necesidad del grupo para su
crecimiento espiritual, lo que me hace tener claro la necesidad del trabajo que hay que hacer.
Segundo, el don de inteligencia me permite abordar y entender muy fácilmente los libros espirituales
y de teología, aún los que no son nada fáciles, y también captar el sentido profundo de la Escrituras,
con una claridad y facilidad en ambos casosque no deja de asombrarme.
Hay otra operación después, que es la más importante, y yo adjudico a la acción del don de ciencia:
poder llevar el tema que voy a dar en una enseñanza, desde la densidad teológica y la expresión
compleja que encuentro en los textos especializados, a una forma simple y clara apta para el auditorio
hacia quien va dirigida (grupos, servidores), y luego expresar con claridad esto en el momento de la
enseñanza.
Como en esto está la acción profunda de este don, los resultados son importantes, porque tienen un
sello sobrenatural, de la acción del mismo Espíritu Santo. Quizás también en esto último esté presente
la acción del don de consejo, que me guía a la forma más adecuada de transmitir el tema, que ha sido
previamente iluminado por los dones de inteligencia y ciencia.
En este punto del camino del crecimiento espiritual, les decía a mis hermanos del grupo 2, es
importantísimo darnos cuenta que ya existe en nosotros la acción de todos estos dones, aunque en
forma esporádica, y que lo que todavía nos diferencia del perfecto, del hombre nuevo, del santo, es
que en ellos los dones se manifiestan con su acción de una manera mucho más habitual.”
Creo que hay algo que a esta altura merece una aclaración: si, en general, me he referido más a mis
propias experiencias, ha sido por una razón muy simple: creo que es la única manera de tratar de
describir estas cosas tal como ocurren, partiendo de lo que ha pasado en uno mismo.
Es mucho más difícil, inseguro, y propenso a errores, describir lo que han vivido otros y han contado
en qué consiste, porque, precisamente, las vivencias interiores, al ser sobrenaturales, son muy
difíciles de explicar y describir por el pobre lenguaje humano, y se prestan a ser mal interpretadas por
un tercero.
Con respecto a los dones del Espíritu Santo, no quisiera en absoluto que pueda quedar la sensación de
que yo me presento como alguien que es favorecido generosamente por esos dones del Espíritu.
En cuanto al hecho de ser favorecido por Dios, en el caso de los dones no hay nada que Dios dé en
especial, porque ellos están presentes en cada bautizado que ha recibido la gracia habitual o
santificante. No es para nada el caso de los carismas extraordinarios, que el Espíritu Santo otorga a
quien quiere y cuando quiere, según los insondables designios de su Providencia. En mi propia
persona el único carisma que puedo reconocer es el don de lenguas, el más simple de todos.
Por lo tanto, todo cristiano posee los dones del Espíritu, y, si avanza en el camino espiritual y es cada
vez más dócil a las mociones que vienen del Espíritu Santo, necesariamente se deberán evidenciar en
su acción, en forma progresivamente más clara y consciente.
Tengo que decir al respecto que son innumerables las vivencias de la manifestación de los dones del
Espíritu Santo que conozco, en tantas personas con las que estuve en contacto a lo largo de todos
estos años en que se ha ido desarrollando esta experiencia.
La acción de los dones del Espíritu Santo va apareciendo cada vez más claramente, en forma más
profunda y constante, a medida que se va viviendo con mayor asiduidad la contemplación infusa.
Pero, hay algo que es indudable: no todos los dones actúan con la misma intensidad en una persona,
ya que según sea el llamado y la misión de cada cristiano, en base a los designios de la Providencia
divina, se manifestará la preponderancia de unos dones sobre otros.
Por ejemplo, aquel cristiano que, como ocurrió con tantos en los principios de la Iglesia, tenga que
sufrir el martirio, tendrá en forma eminente el auxilio de la acción poderosa del don de fortaleza, que
le permitirá morir, por ejemplo, como un San Lorenzo, cantando mientras era asado vivo sobre una
parrilla.
Mientras que el alma llamada a formar discípulos, a transmitir la Palabra, a evangelizar, tendrá
acentuados los dones de inteligencia y sabiduría; y el sacerdote que deba ser confesor y guía
espiritual, abandonándose a la acción del Espíritu Santo, seguramente recibirá en toda su amplitud la
acción del don de ciencia, y ocurrirá, como en tantos casos conocidos, que el fiel que se le acerque a
confesar o a pedir consejo, no tendrá ni siquiera que decirle una palabra, porque el Espíritu le
mostrará al sacerdote todo lo que hay en ese corazón.
Sin embargo, en otros hermanos he visto como otros dones muestran con más intensidad su acción.
El don de piedad surge impetuosamente en muchos, lo que les lleva a sentirse verdaderamente hijos
del Padre, y, sobre todo, impulsa a ver a las personas como hermanos, hijos del mismo Padre
celestial, y produce un efecto maravilloso: poder mirar al prójimo con los ojos de Cristo, con su misma
mirada, que va mucho más allá de las apariencias exteriores.
En aquellas personas que son llevadas por el Espíritu Santo a ejercitar el ministerio de oraren grupos
de oración, se observa muy claramente la acción de los preciosos dones.
Siempre que una persona “guía” una oración comunitaria, no hay duda que lo hace con el auxilio del
Espíritu Santo, pero esta ayuda se da según dos formas diferentes.
En un caso la persona que ora lo va haciendo según su entendimiento natural ayudado por la acción
de la gracia, es decir, “al modo humano”. Esto significa, por ejemplo, que va recurriendo a utilizar
textos bíblicos que vienen al caso, ya sea de memoria como leyendo, o a expresiones de adoración,
alabanza, acción de gracias, pedido de perdón, etc. que usualmente expresa en sus oraciones de
acuerdo a fórmulas ya utilizadas por la misma persona.
Esta forma de orar se reconoce bastante bien cuando uno escucha orar muchas veces a una misma
persona, y se da cuenta que tiene una manera muy personal, distinta de otros, en su oración, ya que
su “estilo” de oración, aunque inspirado y guiado por el Espíritu, se amolda a su lenguaje habitual, a
su personalidad, a los temas “favoritos” que cada uno tiene.
En cambio, cuando se ora con mucha apertura a los dones del Espíritu, la oración por lo general es
distinta, y en ella se va conjugando la acción de los dones de sabiduría, ciencia e inteligencia.
El don de sabiduría es el que produce en la oración la experiencia más profunda de la presencia de
Dios y de su amor, “conocimiento sabroso” de las cosas de Dios, como lo define San Bernardo.
Cuando una persona abierta a la acción de los dones comienza a orar, se siente tan envuelta y
sumergida en la presencia de Dios que lo que hace, en realidad, es decir lo que ella está “sintiendo” y
“viendo” en su corazón, sin tener que “pensarlo”. Las palabras y las frases brotan de su interior sin
que ella haga el menos esfuerzo intelectual, y muchas veces en su oración se “mezcla” una oración en
lenguas, como si ya su vocabulario no fuera suficiente para expresar lo que siente.
Así es como resulta difícil encontrar un “patrón” en sus oraciones, que parecen siempre “distintas” a
las anteriores.
También cuando ora está obrando en ella el don de ciencia, y su oración entonces va dirigida hacia la
necesidad del grupo en ese momento, o quizás contempla alguna situación particular de alguien
presente, porque “sabe” qué es por lo que tiene que orar, sin pensarlo y sin tener un conocimiento
previo de una determinada necesidad.
Este aspecto se confirma casi siempre después que terminan las oraciones, cuando al dar testimonio
los hermanos, dicen que se sintieron muy “tocados” por tal o cual parte de la oración, o alguno
comparte que la oración “fue exactamente para mí”, produciéndose en ellos, por ejemplo, sanaciones
de heridas interiores profundas, o luces especiales para afrontar dificultades que están viviendo.
Por último, el don de inteligencia también hace muchas veces su aporte, llevando a que su oración sea
como una “aclaración” o “interpretación” de algún aspecto de la enseñanza desarrollada antes, o de la
lectura de una Palabra, lo que permite que algunas personas que están escuchando puedan terminar
de captar el sentido de la enseñanza, o logren entender como aplicar a sus situaciones personales
algún aspecto de lo escuchado.
Yo he comprobado reiteradamente que estas oraciones así “inspiradas”, llevadas por el “modo divino”
de la acción de los dones, llevan a sanaciones interiores muy profundas, sin ser las oraciones
“clásicas” de sanación interior que se practican en la Renovación Carismática, donde se va recorriendo
distintas etapas de la vida, y situaciones diversas que pueden haber ocurrido allí, pidiendo al Señor
que sane las heridas recibidas, si las hubiera.
No significa que este último tipo de oración esté mal, ni mucho menos, pero lo que estoy tratando de
explicar, y sé que no es fácil, es que la oración en un grupo donde tanto el que ora como los que
están en el grupo pueden llegar a la contemplación, es distinta, y se sale de los moldes más conocidos
en la Renovación, pero produce efectos profundísimos, aunque no se mencione a veces nada
específico.
Es que cuando una persona vive intensamente la presencia y la cercanía de Dios en la oración, es Él
mismo que se ocupa de obrar, según su voluntad, y no hace falta más que quedarse allí en esa
inmensidad de amor.
Algunos experimentan también cada vez más fuertemente al don de temor de Dios, que los lleva a la
vivencia profunda del respeto filial hacia Dios, y les muestra la propia miseria, hasta en las cosas más
pequeñas, llevándoles a las lágrimas y a la contrición profunda por haber ofendido a ese Padre tan
bondadoso, y hace a los que lo viven apartarse cada vez más de las actitudes del hombre viejo y del
pecado.
Es importante una aclaración respecto a la acción de los dones del Espíritu Santo (no confundir con los
carismas): en la experiencia de oración de muchas personas que están en la R.C.C. se manifiesta en
ellos la acción incipiente de varios de los dones, aunque por desconocer su “funcionamiento” no se los
toma en cuenta, y, de hecho, no se hace nada para aumentar la apertura hacia ellos.
De allí la importancia de conocer más sobre estas nuevas y preciosas facultades que posee el alma en
estado de gracia, y sobre cuál debe ser la disposición para prepararse a recibir su acción sobrenatural.
Otra cuestión importante que se fue aclarando con el paso del tiempo y de nuevas experiencias
vividas, es la referida al concepto de lo que es realmente una oración de contemplación infusa, en
especial la vivida en forma comunitaria.
No es solamente una oración en silencio, como muchos creen al confundirla con la oración de
“contemplación adquirida” o “contemplación ignaciana” que se desarrolla en los ejercicios espirituales
según San Ignacio, que es una oración de meditación en silencio.
La contemplación infusa implica la acción de los dones del Espíritu Santo, lo que se experimenta y
manifiesta de muchas maneras que no implican necesariamente el silencio.
Esto lo vimos claramente en un retiro de los grupos de Profundización que tuvo lugar en octubre de
2001. Esto es parte de lo que escribí al respecto el día siguiente del retiro:
“La primer oración, llevada por la enseñanza, fue una oración sobre todo de examen interior profundo,
de ver como las situaciones de dolor y sufrimiento habían borrado a veces la figura del Señor. Y esto,
de forma sorprendente para mí, desembocó en una oración de petición de perdón a Dios, por las
veces que en esas situaciones se culpaba directa oindirectamente a Dios.
Fue una oración dura, fuerte, donde hubo quebrantamientos, y donde en un momento dado el dolor
que se percibía era muy fuerte, y se hizo casi insoportable. Pero, el ministerio de música tocó
inspiradamente una canción sobre Dios que nos ama, y el amor de Dios se fue derramando como un
bálsamo sobre heridas que se iban cerrando y sanando.
La oración de la tarde fue mucho más extraordinaria: en ella se vivió realmente todo el poder de Dios.
Fue en una parte de la oración que se cantaba en lenguas, y comenzó un ritmo creciente, con las
guitarras y las palmas, que se fue transformando en canto y danza, y que, al escuchar la grabación,
parece que es un gran ejército de miles y miles, marchando con el poder de Dios, en el clamor
guerrero de un pueblo invencible.
Es algo sobrecogedor escuchar ese ritmo al que parece que se unen miles y miles de voces, y que
estuviera grabado no en una capilla, sino en un gran valle abierto entre montañas.
Yo sentí que era el clamor del pueblo judío frente a los muros de Jericó, y también era el canto de
miríadas de ángeles del Apocalipsis.
Era un anticipo, por una parte, del fragor de la batalla final, en la Segunda Venida con poder y gloria
de Jesús, donde serían destruídas las modernas Jericó, y, a su vez, también un adelanto de la gloria
del cielo.
En realidad la vivencia más profunda de la adoración en la gloria del cielo se dio en la adoración al
Santísimo Sacramento el sábado después de la cena.
Yo nunca viví antes una adoración así, en la que, durante una hora estuvimos frente al Señor,
acompañados de los ángeles, y sobre todo de una presencia inmensa de la Santísima Virgen.
Gracias a Dios pude grabar en forma completa esa oración totalmente sobrenatural, especialmente en
su primera media hora. Fueron casi treinta minutos de canto en lenguas, un canto verdaderamente
angélico, que poco a poco se fue transformando en un canto a María y de María, con reminiscencias
del Ave María.
Casi se puede definir el momento en que María descendió con toda su blancura y esplendor de Reina
de los Ángeles y del mundo en medio de los que estábamos en esa pequeña capilla.
Muchos “sintieron” esta presencia, otros la “vieron” de distintas maneras, y todos, en general, la
“oímos” en el canto totalmente sobrenatural que brotaba de las gargantas de los que estaban
cantando de rodillas frente al sagrario.
No sé cuantas personas en el mundo de hoy pueden haber vivido una experiencia similar a esta
oración de adoración; no creo que sean una gran cantidad, y por eso todos los que estuvimos allí esa
noche podemos considerarnos muy afortunados y bendecidos de haber sido elegidos, según la
voluntad del Señor, para compartir esa extraordinaria vivencia espiritual.
“Pasó esta semana y compartimos en los grupos de Profundización la experiencia del retiro. En dos de
los grupos escuchamos partes de las oraciones grabadas en el retiro.
Realmente es impresionante volver a escuchar lo que se vivió allí. Anoche escuché junto al grupo de
nuevo la primera parte de la oración en la Capilla el sábado a la noche. No se puede describir con
palabras lo que es esa oración, y revivirla junto a parte de los que estuvieron allí, y junto a otros que
no se quedaron, fue una experiencia muy conmovedora.
Como comentaban los hermanos, una cosa que llama poderosamente la atención es la armonía en el
canto, donde parece que todos “saben” cual es la melodía, como si estuvieran dirigidos por un eximio
director (que sí está presente, y es el Espíritu Santo). Una hermana dijo que ella cantaba, y “sabía”
como seguía ese canto, aunque nunca lo había cantado, ya que era un “canto nuevo”.
Para mí hubo una conclusión muy importante entre tantas , en este retiro: yo sabía que la
contemplación se vive muy claramente en la oración comunitaria, algo no descrito ni experimentado
en la tradición mística de la Iglesia, y que representa la gran novedad de la actual etapa espiritual de
esta época; pero lo que todavía no tenía muy claro es que se manifiesta bajo diferentes formas, y en
este retiro se derrumbó algo que para muchos, cuando piensan en contemplación, es como un
axioma: la contemplación se da en el silencio. No es así, al menos si cuando se habla de “silencio” nos
referimos al silencio exterior, al no proferir sonido alguno.
La contemplación infusa, lo que implica es el “silencio interior”, que significa que se acallan nuestras
ideas y pensamientos, que cesa nuestro razonamiento discursivo, y que nuestra inteligencia y nuestra
voluntad se unen a Dios, por la acción de los dones de inteligencia, ciencia y sabiduría.
Pero, como decía, esta contemplación no sólo se da en el silencio exterior, lo que sí puede ocurrir, sino
en toda oración en que el Espíritu actúa a través de sus dones directamente en la mente y en la
voluntad.
Así, tanto el sábado por la tarde como el domingo, se vivieron esas oraciones de ritmo y de danza, del
ejército de los redimidos que marchaba, y eso era, en la mayoría, pura contemplación infusa.
Las voces que cantaban, las manos que se levantaban, los cuerpos que danzaban, lo hacían en total
armonía, despojados claramente de sus ideas y pensamientos humanos, simplemente gozándose de la
presencia del Señor, de María, de los ángeles y de los santos en medio de ellos.
Eso, por supuesto, es contemplación profunda, aunque pueda parecer erróneo para el punto de vista
“clásico” de la contemplación.
Por supuesto también fue contemplación profunda la del sábado a la noche, sumergidos en ese canto
en lenguas inefable, digno de los ángeles del cielo.
De esta manera, toma toda la luz esta conclusión importantísima: la contemplación infusa, en la
oración comunitaria, se da en el silencio, en el canto en lenguas, y en la danza con el
cuerpo, y también cantando canciones en entendimiento.”
Fueron sin duda muy importantes esta conclusiones, ya que daban mucha luz al tema de la
experiencia de contemplación infusa vivida en una oración comunitaria., de la que prácticamente no
se habla en los tratados de Teología Mística.
Teníamos claro ahora que la contemplación, como acción de los dones del Espíritu, no es algo vivido
solamente en un silencio vocal y postración inmóvil, sino que el don de sabiduría, que produce
“conocimiento sabroso” de la presencia de Dios, toca y afecta todo el ser, cuerpo y alma, y se expresa
en el canto, la alabanza, el baile y la danza.
Respecto a esta experiencia, de la que no encontré relatos similares como decía antes, sí me llamó la
atención la descripción de una clase de oración por Santa Teresa de Jesús, en su libro “Las Moradas”,
moradas sextas, capítulo sexto, que ella llama “oración extraña”, y que tiene todos los elementos que
la hacen una oración de contemplación comunitaria en la que aparece canto y alabanza en lenguas.
La oración de las sextas moradas es la llamada oración extática, y aquí Santa Teresa está
describiendo los arrobamientos y éxtasis que se viven en ella:
“Entre estas cosas penosas y sabrosas juntamente, da nuestro Señor al alma algunas veces unos
júbilos y oración extraña, que no sabe entender que es.
Porque si os hiciere esta merced, le alabéis mucho y sepáis que es cosa que pasa, la pongo aquí.
Es, a mi parecer, una unión grande de las potencias, sino que las deja nuestro Señor con libertad para
que gocen de este gozo, y a los sentidos lo mesmo, sin entender qué es lo que gozan y cómo lo
gozan.
Parece esto algarabía, y cierto que pasa ansí, que es un gozo tan excesivo del alma que no querría
gozarse a solas, sino decirlo a todos, para que la ayudasen a alabar a nuestro Señor, que aquí va todo
su movimiento.”
En esta descripción parece no haber dudas de que se trata de una oración en lenguas. Santa Teresa
dice que es una “oración extraña”, “unos júbilos”; júbilo significa, según el diccionario “viva alegría,
manifestada con signos exteriores”.
Pero esos signos exteriores, que son alabanzas que provienen de un gozo profundo, “excesivo” como
define la Santa, parecen “algarabía”. Recurriendo nuevamente al diccionario encontramos que
“algarabía es “lengua árabe”, y, en sentido figurado “lenguaje o escritura ininteligible, manera de
hablar atropelladamente, gritería confusa de varias personas que hablan a un mismo tiempo”.
Lenguaje que no se entiende, confuso, que parece “lengua árabe”, ¿puede darse una descripción más
clara de una alabanza en lenguas?
Santa Teresa coloca en las sextas moradas esta oración, donde por otra parte todos los autores de
Teología Mística colocan la aparición de las llamadas “gracias dadas gratis” o carismas extraordinarios,
como el don de lenguas.
La Santa define que esta oración no sólo es una unión con Dios de las potencias del alma,
entendimiento y voluntad, características de las cuartas y quintas moradas respectivamente, sino
también del cuerpo y delos sentidos, lo que define las sextas moradas.
Algo muy interesante es que no sólo es la descripción de una oración en lenguas, sino también que es
una oración comunitaria. Veamos lo que describe un poco más adelante:
“Algunas veces me es particular gozo cuando, estando juntas, las veo a estas hermanas tenerle tan
grande interior, que la que más puede, más alabanzas da a nuestro Señor de verse en el monasterio;
porque se les ve muy claramente que salen aquellas alabanzas de lo interior del alma.
Muchas veces querría, hermanas, hiciésedes esto, que una que comienza, despierta a las demás. ¿En
qué mejor se puede emplear vuestra lengua cuando estéis juntas, que en alabanza de Dios, pues
tenemos tanto porque se las dar? Plega a su Majestad que muchas veces nos de esta oración, pues es
tan segura y gananciosa: que adquirirla no podemos, porque es cosa muy sobrenatural; y acaece
durar un día, y anda el alma como uno que ha bebido mucho, más no tanto que esté enajenado de los
sentidos, o un melancólico, que del todo no ha perdido el seso, más no sale de una cosa que se puso
en la imaginación, ni hay quien lo saque de ella. Harto groseras comparaciones son éstas para tan
preciosa causa, mas no alcanza otras mi ingenio, porque ello es así: que este gozo la tiene tan
olvidada de sí y de todas las cosas que no advierte ni acierta a hablar, sino en lo que procede de su
gozo, que son alabanzas de Dios.”
La Santa dice que esto ocurre en las hermanas “estando juntas”, y que muchas veces esta “oración
extraña” comienza en una de las monjas, y se propaga a las demás que están escuchando. Esto pasa
exactamente en un grupo cuando comienza el canto en lenguas, que arranca en unos pocos y va
creciendo en los demás, que se van uniendo al mismo hasta que se generaliza.
Santa Teresa dice que es una oración“tan segura y gananciosa”, y que “adquirirla no podemos, porque
es cosa muy sobrenatural”. Viene del Espíritu Santo, no de la mente humana, por eso es tan segura, e
inevitablemente este pensamiento lleva ala Carta a los Romanos: “Y de igual manera, el Espíritu
viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos como pedir para orar como
conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom. 8,26).
Agrega también la Santa que cuando esto ocurre “anda el alma como uno que ha bebido mucho”, lo
que también lleva a recordar lo que decía la gente al escuchar después de Pentecostés a los apóstoles
y discípulos que hablaban en lenguas: “Se decían unos a otros: “¿Qué significa esto?” Otros, en
cambio, decían riéndose: “Están borrachos”. (Hech. 2,12-13).
Termina diciendo al final que ese gozo sobrenatural hace que no acierte a hablar, lo que seguramente
se refiere a hablar según el entendimiento humano, sino solamente dice lo que viene de ese gozo, que
son alabanzas en lenguas a Dios.
Quizás haya quienes al leer esto que escribí piensen que estoy forzando la interpretación sobre este
pasaje de “Las Moradas”, y probablemente habría quienes se escandalicen al escuchar que alguien
diga que Santa Teresa y sus monjas oraban comunitariamente en lenguas, pero para aquel que ha
tenido la experiencia de vivir la contemplación en el canto en lenguas, esta descripción es
absolutamente clara y comprensible.
[ Arriba ]
Quisiera reseñar ahora, para tratar de que quede claro, en qué ha consistido esta experiencia vivida
en estos últimos años. Allí encontramos manifestaciones que son habituales en los grupos de oración
de la Renovación Carismática Católica: oración y canto en lenguas, visiones de distinto tipo, profecías,
“descansos en el espíritu”. Pero, por supuesto, lo importante es lo que ocurre en el interior de las
almas, y esto es lo que quiero resumir ahora, para no dejar de ver al bosque por mirar solamente el
árbol, para que se pueda distinguir, de alguna manera, la “novedad”, al menos para los que la
vivimos, de esta experiencia de “Profundización”.
Lo primero significó avanzar mucho más de lo que todos habíamos hecho hasta ese momento, en la
purificación interior, en realmente “morir a sí mismo”, morir a ese yo del “hombre viejo” que ocupaba
todavía en forma más o menos clara el centro de nuestra vida, y, diríamos, tenía en general el control
sobre la mayoría de nuestras acciones.
Esto significó trabajar muy a fondo, con enseñanzas, oraciones, talleres y exámenes personales, una
multitud de temas que representan actitudes de “hombres viejos” y que pueden llevar a
manifestaciones de pecado, incluso graves.
Desfilaron así, a lo largo de ese primer trabajo, el morir a la soberbia, al egoísmo, al odio y la falta de
perdón, al apego a lo material y al dinero, a la mentira, a la envidia, a la ira, a las expresiones del
ocultismo, a la impureza, y otras más. Se buscó tomar conciencia de la existencia de algunas de estas
cosas en cada uno, con la luz del Espíritu Santo, para poder enfrentarlas e ir muriendo a ellas.
Luego, se fueron trabajando las virtudes cristianas una a una, las teologales y las cardinales con todas
sus derivadas principales, con un enfoque muy práctico para vivirlas realmente, ya que cuando se va
dejando actitudes arraigadas de pecado o de manifestación del “hombre carnal”, es necesario
reemplazarlas por otras, que implican el ejercicio de las virtudes infusas, las que, a su vez,
contribuyen a desarraigar aun más las antiguas actitudes.
Avanzando en esta purificación activa y en el ejercicio de las virtudes, nos encontramos que nuestra
oración, a partir de la oración comunitaria en los grupos, se iba transformando; se fue haciendo más
“interior”, fue desapareciendo el discurso, y aparecieron vivencias muy profundas de encuentros con
el Señor y con María. Ingresamos así, de a poco, en la nueva dimensión de la contemplación infusa,
de la experiencia mística propiamente dicha.
Allí nos lanzamos a conocer, a través de muchas enseñanzas, el camino tradicional del crecimiento
espiritual que nos presenta la “antigua” Teología Mística, lo que por un lado, nos clarificó
notablemente muchas de las cosas que estábamos viviendo o ya habían ocurrido en nuestra vida
espiritual, y, por otra parte, nos permitió “ver” con mucha más claridad hacia donde debíamos ir, y
como hacerlo, para ir viviendo cada vez más plenamente la vida cristiana, y poder llegar un día a la
unión con Dios.
Quizás el “descubrimiento” más importante en esta etapa fue el de darnos cuenta que, con el
poderoso impulso de la “efusión del Espíritu”, y de la renovación de lo que habíamos recibido en
nuestro bautismo, todo ese camino que parecía estar reservado para muy pocos consagrados, de
pronto se hacía accesible, porque ya lo estábamos recorriendo, a laicos comunes como todos
nosotros.
Se despertó así un gran deseo y sed de santidad, y se fueron perdiendo los temores que a veces
produce esa palabra tan fuerte cuando un laico se la trata de aplicar a sí mismo.
Fuimos entonces dándole la importancia que deben tener a los dones del Espíritu Santo, sacándolos
del “olvido” en que estaban sumergidos dentro de la Renovación Carismática Católica, deslumbrada y
encandilada sobremanera por los carismas extraordinarios.
Con sorpresa primero, y mucho gozo después, fuimos reconociendo poco a poco como se
manifestaban en nosotros, cuando actuaban, como aparecían de pronto como un “flash” o
“relámpago” del Espíritu que nos sacudía y asombraba. Vimos también que a medida que nuestra
disposición se hacía mayor, y las vivencias de la contemplación eran más profundas, estos dones se
iban evidenciando con más claridad.
Yo diría que fuimos pasando en forma progresiva desde lo más sensible, lo más exterior, a lo más
profundo, más interior, más íntimo en cuanto a la experiencia de Dios, y sobre todo, a tener en claro
lo que significa ser más “pasivos” en lo referente al Espíritu Santo, lo que no implica no hacer nada,
sino hacer cada vez menos nosotros, a partir de nuestras propias ideas y esfuerzos, y dejar hacer
cada vez más al Espíritu, según la voluntad de Dios.
Así fue apareciendo la evidencia del trabajo secreto y directo del Espíritu Santo a través de la acción
de sus dones, para ir completando más aun la primera purificación, lo que implica las llamadas
purificaciones pasivas, o “noches” según las llama San Juan de la Cruz.
Podría decir que esto ha sido lo que se fue planteando y descubriendo a lo largo de los primeros ocho
años de esta experiencia, comprendidos entre 1995 y 2002. De alguna manera significó avanzar por el
camino que plantea la teología ascética y mística, con el impulso de la “efusión en el Espíritu”,
pasando por las etapas necesarias de purificación, para ir avanzando hacia la manifestación de los
dones del EspírituSanto.
Ya durante el transcurso del año 2001 se planteaban inquietudes importantes respecto a esta
experiencia, y una de las principales era esta: si es cierto que en estos grupos se están viviendo
experiencias de oración de contemplación que permiten reconocer las que ocurren hasta las sextas
moradas de Santa Teresa, ¿por qué no se manifiesta todavía la santidad de vida que se supone se
vive allí?
Esta pregunta venía en forma constante a mi mente, en distintas formas y circunstancias, y poco a
poco fue llegando la luz.
“En estos días estuve releyendo el libro “Teología de la mística”, de Jiménez Duque. No es un libro
simple ni fácil de leer, pero me ha traído mucha luz sobre distintas cosas. Al principio, en la nota sobre
el primer capítulo, dice: “Misterio es la realidad vivida desde dentro de ella misma, identificada de
algún modo con el sujeto que la padece. “Problema” es esa misma realidad hecha objeto, puesta fuera
del sujeto, que desde fuera de ella misma trata de conocerla y penetrarla. La vida espiritual es un
misterio y un problema. Como misterio es lo que llamamos “mística”; mejor, “teología mística”. Como
problema sería la “teología de la mística”, la teoría en torno al hecho.
Pues bien, los primeros tiempos del cristianismo viven el misterio de esa vida espiritual, es decir, el
misterio de la perfección que ella exige. Es el misterio del cristianismo vivido hasta sus últimas
consecuencias (el martirio será la suprema).
Pronto, sin embargo –ello es profundamente humano, el hombre es curioso por naturaleza-, se
plantea como problema y surge la teoría.”
El autor reseña luego, a través de las distintas épocas del cristianismo, como fue evolucionando la
teología de la perfección.
La lectura de este pasaje a mí me volvió a plantear, como con una luz vivísima, el hecho de que, al
principio del cristianismo, hubo vivencias muy fuertes del Espíritu, pero que carecían todavía de un
fundamento teológico, y en las que, al principio, se dio una explicación indudablemente equivocada:
se estaba reviviendo la experiencia de Pentecostés, se sucedían “nuevos Pentecostés”, cuando en
realidad no era así.
Cuando una vez convertido el Imperio Romano al cristianismo, algo más de 200 años después de la
muerte de Cristo, se diluye la vivencia profunda de la fe como experiencia vital, que llevaba a
hombres y mujeres comunes hasta la heroicidad del martirio, y se comienza a centrar toda la atención
en la defensa del dogma frente a las distintas herejías que surgían por doquier, y va desapareciendo
la experiencia masiva de la acción del Espíritu.
Yo diría que se pasa, siguiendo al autor citado, desde la preponderancia del misterio, o de la vivencia
mística, a la influencia de la teoría, de la teología dogmática.
Aquí hay un enfoque muy distinto al del inicio del cristianismo, que es el enfoque ascético, donde el
hombre pone primero todo su esfuerzo y sacrificio, apartándose del mundo, para tratar de llegar algún
día a la iluminación, a la vivencia mística, que era por donde arrancaban los cristianos de los primeros
tiempos, a partir de la “efusión” del espíritu.
Lamentablemente durante casi dieciocho siglos de la historia de la Iglesia, toda la teología mística
partió del enfoque ascético-místico para la perfección cristiana, lo que descartaba que pudiera darse
nuevamente en forma masiva la experiencia del Espíritu de los primeros tiempos, y reducía a unos
pocos consagrados que se apartaban del mundo la posibilidad de la vida cristiana en plenitud y
perfección, es decir, la vida mística.
Surgió así la desgraciada diferenciación entre la espiritualidad “seglar” o “laica”, con alcances muy
modestos, y la espiritualidad de los consagrados, o “ministerial”, como bien lo señala H. Mühlen en
“Espíritu, Carisma y Liberación”. Pero, en nuestra época, vuelve a irrumpir masivamente la
experiencia del Espíritu como en los primeros tiempos, lo que hace replantear, de alguna manera, el
camino tradicional de la Teología Mística.
Siguen iluminando mucho este tema las palabras del P. Cantalamessa en “Ungidos por el Espíritu”:
“En el pasado -al menos en los manuales de ascética que estudiábamos nosotros cuando éramos
jóvenes- se razonaba por lo general así: es necesario partir de la mortificación, de la renuncia, del
esfuerzo, para llegar un día al fervor y a los dones espirituales. Es necesario atravesar la vía purgativa
para llegar a la vía iluminativa y a la experiencia de Dios. Cada fervor que se manifieste antes de este
momento se debe considerar sospechoso, o al menos superficial.
Todo esto es verdad y ¡ay de nosotros si nos olvidamos de esto aunque sea solo por un momento!
Pero no es todo; de hecho, si no se está atento, en este modo se termina por hacer de la gracia y de
los carismas un efecto de nuestros esfuerzos, es decir, un mérito, más que un don.
Una de las desventajas de la presentación escolástica del problema es que son muy pocos los que
llegan a tener la experiencia de Dios en el Espíritu. ¿Y entonces qué hacer? Es necesario poner junto a
esta perspectiva tradicional aquella más bíblica: la de la embriaguez espiritual. Nosotros no tenemos
necesidad del Espíritu sólo al final, como coronamiento de un camino, sino sobre todo al inicio de éste.
Es necesario recorrer el camino de la santidad en las dos direcciones. Es cierto que hay que practicar
la mortificación, la ascesis, es decir, la sobriedad, para llegar a la experiencia de Dios, es decir, a la
embriaguez, pero también es cierto que es necesario haber experimentado la potencia de Dios para
abrazar el camino de la renuncia.
Esta segunda es la vía que Jesús hizo seguir a los apóstoles. Antes de Pentecostés ellos no fueron
capaces de poner en práctica casi nada de lo que habían escuchado de Jesús mismo. Después en
cambio... No recibieron el Espíritu en Pentecostés porque se habían purificado, sino que se purificaron
porque habían recibido el Espíritu.
Aquí en este texto aparece la clave fundamental respecto a la pregunta que me venía planteando. Con
la antigua forma de recorrer el camino espiritual, con la larga primera etapa ascética, los que
realmente perseveraban y avanzaban llegaban a un grado de purificación muy alto, conseguido en la
soledad de las ermitas o en el ambiente comunitario de los monasterios.
Cuando después se iban abriendo a la manifestación de los dones del Espíritu, esto se producía en
almas purificadas bastante y con un gran avance en su lucha contra el pecado.
Pero, los hombres y mujeres de hoy no pueden vivir de esta forma la purificación, y por eso necesitan
un impulso muy fuerte del Espíritu, con manifestaciones concretas, para ir avanzando en una
purificación interior aún insertos en el mundo como están.
El P. Cantalamessa lo expresa muy claramente, ejemplificando el tema con los apóstoles: “No
recibieron el Espíritu en Pentecostés porque se habían purificado, sino que se purificaron porque
habían recibido el Espíritu. A esta fundamental necesidad responde el bautismo en el Espíritu.”
Es así que encontramos en los cristianos de hoy que comienzan a vivir en plenitud la vida divina
recibida en el bautismo una situación en que las manifestaciones de los dones del Espíritu se
“adelantan” respecto a la consideración tradicional de la Teología Mística, coexistiendo su acción
incipiente con manifestaciones todavía claras del “hombre viejo”.
Pero precisamente la poderosa acción de los dones ayudará a lograr un avance en la vida de las
virtudes infusas, “quemando” de alguna manera ciertas etapas largas y fatigosas que ningún laico de
nuestra época podría afrontar.
Lo que sin duda al día de hoy tenemos muy claro todos los que hemos tomado parte de la experiencia
de los grupos de “Profundización”, continuada en los últimos cinco años por la de la “Escuela de
Oración y Crecimiento Espiritual” (ver”Quienes somos”), es que no hemos llegado a ninguna meta,
que por lo demás, en la vida espiritual aquí en la tierra no existe, porque siempre va a haber más, sin
importar hasta donde se llegue.
Sólo sabemos que hemos avanzado, que hemos ido, a partir de un día, “más allá del desierto”, como
nos cuenta el libro del Éxodo que hizo Moisés, después de estar muchos años apacentando las ovejas
de su suegro siempre en el mismo lugar.
Este ha sido un camino de descubrimiento permanente, de búsqueda, de ir más allá de los caminos
que todos conocíamos y habíamos recorrido antes, cometiendo muchos errores y aprendiendo de
ellos, siguiendo a veces direcciones equivocadas y corrigiendo el rumbo, pero que ante todo fue una
experiencia personal de los servidores, que se fue discerniendo y trasladando y explicando a los
hermanos de los grupos,
A todos los que nos ha tocado participar de esta nueva experiencia nos ha movido un impulso que nos
fue llevando día a día a avanzar en este camino nuevo y fascinante, que, en última instancia, implica
unir el “nuevo” camino de la experiencia del Espíritu en la R.C.C. con el “viejo” y tradicional camino de
la Teología Mística católica.
Este impulso, que es sin duda por la acción del Espíritu, nace y aumenta al ver que realmente surgen
frutos de conversión profunda y de deseos de santidad.
Está en todos nosotros el deseo profundo de seguir caminando, de seguir creciendo, porque no
tenemos dudas de que si perseveramos, seguiremos abriendo este camino nuevo e inexplorado por
nosotros.
Ojalá que este testimonio impulse a otros a emprender un camino similar, desarrollando su propia
experiencia, dentro de la multiforme manera de obrar y de manifestarse que tiene el Espíritu Santo.
Somos conscientes que hay una riqueza práctica y experimental acumulada en estos años, de aciertos
y errores, de marchas y contramarchas, y eso es lo que estamos tratando de transmitir hoy a aquellos
que manifiesten su interés en este camino de crecimiento espiritual.
El otro aspecto que quiero resaltar como conclusión importante es el hecho que la experiencia mística
no queda de ninguna manera circunscripta simplemente a una experiencia de oración, sino que
trasciende a la vida entera de la persona que la vive, sanándola y transformándola. Debemos
desechar totalmente la falsa imagen de los místicos como personas que están encerrados todo el día
en una celda, arrodillados con las manos unidas y los ojos vueltos hacia arriba, orando sin parar, o
viviendo en éxtasis desconectados totalmente del mundo que los rodea.
Santa Teresa de Jesús fue una empecinada fundadora de convento tras convento, viajando en carreta
de un lado a otro de España, a pesar de su salud deteriorada, impulsada por todo lo que vivía en su
interior. Y así, multitud de otros santos y místicos conocidos. Santa Catalina de Siena intervino
activamente en los asuntos de estado de su época, con una claridad y lucidez absolutamente
incompatibles con su escasa cultura, pero movida fuertemente por el don de consejo.
Para los laicos que vivimos en el mundo, debe estar muy claro esto, y entender que la experiencia
mística y la transformación profunda que provoca, se verá necesariamente reflejada en nuestra vida.
Quiero dejar sentado que este trabajo, que con el correr del tiempo y en función de más experiencia y
aportes, que sin duda surgirán, irá cambiando y mejorándose, no implica llegar a ninguna meta de
perfección o santidad.
Lo que tenemos claro es que sí permite a aquellos que realmente hayan tenido perseverancia y
dedicación el adquirir una base de medios y herramientas espirituales prácticas tales que, de seguir
utilizándolas y perseverando, un día, en el tiempo que sólo conoce el Señor, puedan realmente llegar
a una verdadera transformación en hombres nuevos, es decir, puedan llegar a vivir la transformación
de Pentecostés, la que tuvieron los apóstoles y discípulos a partir de la experiencia del Cenáculo, que
no es la vivencia de la “efusión” del Espíritu, la que es una gracia de impulso inicial que se va
renovando en nuevos impulsos en la vida del carismático.
Como nos enseña la teología mística, Pentecostés es la unión transformante o matrimonio espiritual,
la cumbre de la vida cristiana, donde ya se vive en forma casi habitual y permanente la acción de los
dones del Espíritu Santo.