Orientacion Vocaciona

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Programa de Cursos
Curso coproducido con la Asociación de Profesionales
de la Orientación de la República Argentina.

Introducción a la
Orientación Vocacional.
Nuevos discursos y prácticas de OV
en un escenario social complejo.

Orientación y Subjetividad.
Lic. Adriana Gullco.
Editora: Lic. Beatriz Bacco.

Clase 1/5

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Introducción a la Orientación Vaocacional.
Clase 1. Orientación y subjetividad

Para comenzar.
A lo largo de esta clase desarrollaremos algunos conceptos centrales en
el área de la orientación vocacional para la comprensión de la subjetivi-
dad actual. Fundamentalmente:

- La idea de que la subjetividad es preformada y moldeada por lo


social que deja marca interior.

- La noción de condiciones socio-históricas que dan origen a las


prácticas sociales. Desde esta comprensión nos acercaremos a la
noción de individuo como producto de la modernidad y al pasaje
de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control.

Luego analizaremos brevemente la práctica social instituida como orien-


tación vocacional, tratándola como campo de problemáticas.

Para la comprensión de las realidades de los sujetos de nuestra práctica


recurriremos a los conceptos de:

- el de Habĭtus de Jean Pierre Bordieau


- el de representaciones sociales de la Teoría de Representaciones
Sociales
- el de sujeto del deseo desde el psicoanálisis.

Desde estas miradas nos proponemos revisar categorías propias del


campo de la orientación vocacional tales como vocación, profesión e
identidad vocacional.

Introducción al tema.
La problemática de encontrar y definir cómo puede cada persona ocupar
un lugar determinado en la trama social, ha sido desde la antigüedad
-y sigue siéndolo- motivo de preocupación. Se trató siempre de un lugar
que no puede ser pensado sin tener en cuenta las formas de producción
y la concepción del trabajo en cada época, lo que necesariamente remite
a considerar cual será la preparación que se requiere para ocupar un
status vitae –entendido como posición social, es decir, un lugar relati-
vo- que garantice la relación con los otros actores sociales. Hablamos
entonces, principalmente, de incluirse en el mundo del trabajo y de la
capacitación necesaria para desarrollar las actividades requeridas para
tal fin.

Como orientadores nos interrogamos sobre cuáles son las tensiones que
operan en quienes se acercan buscando la ayuda profesional para pen-
sar qué pueden hacer con su futuro, no sólo en lo laboral y en lo acadé-

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mico, sino como proyecto de vida. Para ilustrar algunos de los conceptos
que desarrollaremos en esta clase, analizaremos situaciones tomadas de
mi propia práctica profesional.

Connotaciones de época.
Primer caso. Fernando tiene 19 años y acaba de fracasar en su segundo
intento de completar el nivel secundario. Está repitiendo el quinto año
en una escuela de educación media técnica, que en Argentina tiene una
duración de seis años. Este joven tiene sobreedad –es decir, que supera
la edad prevista para el año escolar que cursa- porque se espera que ter-
mine la secundaria a los 18. Los padres consultan porque quieren que se
“oriente” para tratar de definir, dicen ellos, si su “personalidad” es “para
técnico o humanístico”. Pero fundamentalmente plantean que su hijo es
un “vago” que no quiere estudiar, que se pasa toda la noche frente a la
pantalla de la computadora y eso les produce mucha rabia e impotencia.
Fernando escucha que hablan de él, mascullando argumentos que no
terminan de convencer ni a sus padres, ni a él mismo.

Al margen de preguntarnos si es posible definir si un joven tiene cualida-


des para una carrera u otra, más allá de su deseo, esta viñeta –que ilus-
tra un caso que se repite innumerable cantidad de veces en la casuística
adolescente de la clase media en Argentina y en países de características
similares- nos permite las siguientes reflexiones.

Aparentemente, Fernando fue un hijo querido, cuidado, que concurrió a


un buen colegio…
¿Por qué no podrá encontrar una motivación para armar un proyecto
de vida? Pareciera ser que la explicación edípico familiarista no alcanza
para explicar este caso. Pero, ¿sólo podemos atribuir las causas del des-
interés del joven a las escenas internas del funcionamiento familiar? ¿Al
fracaso de sus identificaciones tempranas?

Debemos considerar, además -al analizar esta situación- la importancia


que tienen los valores de una comunidad en la producción de los suje-
tos. Pensemos cuáles son las ideas y los modelos a los que este joven
y quienes acompañamos su paso, estamos expuestos por la constante
presión mediática dentro y fuera de las instituciones -escuelas, univer-
sidades, consultorios, empresas- y de los roles por los que circulamos
–alumnos, docentes, empleados, espectadores de televisión-. Entonces:
¿por qué se sorprenden los padres de Fernando, cuando su hijo presenta
abulia, ausencia de deseo, indiferencia?

Se hace evidente que lo interno de cada uno se articula con lo social


compartido. Esta escena de un joven conectado a sus aparatos y desco-
nectado de la familia se repite infinitamente en multitud de hogares con-
temporáneos. Creemos que no es posible pensar la subjetividad desde

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la concepción de lo psíquico como interior y lo social como exterior. Lo


social preforma, moldea, instituye subjetividad, deja marca interior, no
es externo. A su vez, los sujetos construyen sus realidades desde múl-
tiples referencias, una de las cuales es la familiar pero, evidentemente,
no es la única.

Recordemos cómo se fue dando la transformación de los lazos sociales.


Partimos de considerar que en Occidente la noción de individuo fue uno
de los modos de subjetivación de la Modernidad. Se instituyó un modo
histórico particular de subjetividad, inédito hasta ese entonces, que ins-
taura al hombre como sujeto de consciencia, indiviso, autónomo y que
ejerce el libre albedrío. Digamos que en el caso de Fernando, por ejem-
plo, la posibilidad de que este joven sea un individuo de decisión libre,
no ha sido siempre –y en algunos lugares tampoco lo es hoy- una idea
universal. Muy por el contrario, en otras épocas un joven de 19 años
probablemente ya debía tener definidas las cuestiones atinentes a su
inserción laboral sin tener en cuenta sus deseos, sino las posibilidades
del medio en el que había nacido; tal vez hubiera sido un aprendiz de
herrero en la edad media en Europa, si en su familia hubiera habido
alguien que lo hiciera entrar al gremio de los herreros. Recordemos que
la expectativa de vida en aquel entonces era la mitad de la actual, por lo
cual una persona de 19 años había vivido ya la mitad de lo esperable. Es
a partir de la existencia de la noción de individuo que se nos ocurre pen-
sar que es posible que cada uno elija una manera de comenzar a ocupar
un lugar entre los otros y es por la noción de adolescencia extendida que
se nos ocurre pensar que un individuo es inmaduro para trabajar a los
19 años.

Ana María Fernández señala que para la existencia de este personaje


social, el individuo, fue necesario que el universo de esa época haya pre-
figurado distintas ideas:

- La de ciudadano y la de las democracias representativas consti-


tutivas de los Estados-nación.

- La que proporciona el marco del libre mercado, el salario y la


fábrica.

- La existencia de un contrato social que garantice determinado


tipo de circulación de bienes y personas, para establecer un orden
de las poblaciones. De este contrato quedaban exceptuados los
sujetos que no podían habitar más que en las instituciones de en-
cierro como los manicomios y las cárceles o los sujetos de tutela
que sólo podían desempeñarse en el mundo doméstico, como las
mujeres y los niños.

- Las filosofías del sujeto que dividen al mundo en sujeto y objeto,


así como el pensamiento de las ciencias humanísticas.

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Dice Fernández: “Individuo, ciudadano y sujeto, bases de la moderni-


dad, instalan una de sus contradicciones constitutivas: en negación de
la sociedad anterior promete la realización de una comunidad de iguales,
anticipa la realización de esta promesa en el formalismo de los derechos
al mismo tiempo que en sus prácticas instituye las diferentes formas de
discriminación y exclusión.”1

Pero las condiciones socio históricas no son las mismas que en el inicio
de la modernidad. Las transformaciones actuales de los lazos sociales se
observan tanto en la pluralidad de fórmulas convivenciales como en las
nuevas relaciones de poder, en los cambios en los dispositivos de autori-
dad en las instituciones, como en los valores que han perdido sustancia,
por ejemplo, la caída de la idea del deber.

Las cuatro nociones que mencionamos recién, que posibilitaron la cons-


trucción de la subjetividad del individuo, que fueron fundantes de la Mo-
dernidad, han ido mutando desde fines del siglo XX y en los comienzos
de XXI. Algunos autores, Ana María Fernández, basándose en la obra
de Michel Foucault, consideran que ha habido un deslizamiento que se
ha dado en llamar de las sociedades disciplinarias a las sociedades de
control.

Analicemos ahora otra viñeta clínica.

Segundo caso. Luciana de 30 años, ingeniera, empezó a tener síntomas


físicos ligados al stress –a la tensión- que le producía su trabajo en una
compañía multinacional, donde se desempeñaba como auditora, en lar-
gas jornadas laborales sin horario fijo de finalización. Luego de varias
consultas, una de ellas a un psiquiatra, quien la medicó a partir del
diagnóstico de Trastorno de ansiedad (panic attack – crisis de angustia)
decidió abrir, junto con una amiga, un negocio de venta de ropa. Se pre-
guntaba, para qué estudió tantos años…

¿Qué le pasó a Luciana? ¿Se vació de sentido el proyecto inicial ante la


exigencia desmedida y la despersonalización fragmentaria? ¿Podemos
inferir que Luciana sólo tenía un problema perteneciente al campo de al
psicopatología? ¿La nominamos enferma y nos quedamos tranquilos con
la etiqueta del DSM-IV?2

Apelamos nuevamente a la idea de subjetividad, no entendida como in-


terioridad sino como construcción social.

Tomando a la época como instituyente de un paisaje que nos alberga,


podemos definir precisamente la forma en que fueron cambiando sus-
tancialmente las reglas de juego en el mundo del trabajo. Comenzó a
hablarse de organizaciones ágiles, flexibles y adaptables a los cambios,
dando lugar a una nueva economía del tiempo y de las distintas formas

1- Ana María Fernández: “El niño y la tribu”, en Instituciones Estalladas, Eudeba, Buenos Aires,
1999, p. 315.
2- DSM-IV Breviario, Criterios Diagnósticos, Masson, Barcelona, 2000.

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del control. De hecho, fueron cambiando las características del empleo,


al flexibilizar y precarizar el trabajo en general. Por ejemplo: la jornada
interminable de Luciana.

La novedad es la ductilidad, las trayectorias con empleos versátiles, pero


sin historia. El nuevo capitalismo es un sistema mucho más individuali-
zante e instaura como consigna que nada es a largo plazo.

Zygmunt Bauman3 afirma que en el ámbito actual de las empresas se les


transfiere el poder a los empleados, si bien se trata de un poder dudo-
so, ya que se asienta sobre la idea de ser importantes y valiosos para la
compañía en la cual trabajan. Hablando en términos costo-beneficio, no
hay forma de control más eficiente que el halo de inseguridad que flota
sobre las cabezas de los controlados, en relación con la fragilidad de su
vínculo con el empleo.

Las nuevas y mejoradas relaciones de poder, siguen el modelo del mer-


cado de los bienes de consumo que pone la seducción y el atractivo en el
lugar que antes ocupaba la regulación normativa; que sustituye el dic-
tado de órdenes por las relaciones públicas y la vigilancia y el patrullaje,
por la creación de necesidades. Luciana no resiste sus propios niveles de
entrega laboral: su autopatrullaje falla.

Aquí es cuando visualizamos, como afirma Fernández, que hay un desli-


zamiento de las sociedades de disciplinamiento a las sociedades de con-
trol. Se trata de un control interiorizado por los individuos.Podríamos
resumirlo afirmando que los sujetos tienen la dudosa ventaja de quedar
librados a sí mismos, como si se tratara de una privatización del proble-
ma.

Diversos autores que describen nuestra época, hablan de la caída de


las utopías que tenían tantos ribetes de certeza en la Modernidad. El
discurso social pasó de la certidumbre acerca de que -por algún me-
dio- el futuro iba a ser mejor, a la sensación de que es necesario hacer
algo para que no sea peor. Estas características no sólo se observan en
el mundo del trabajo; toda una manera de concebir el mundo ha sido
desmantelada. Otros autores hablan de la fluidez, como característica de
este período, tal el caso del citado Baumann cuando se refiere a la mo-
dernidad líquida. Ignacio Lewkowicz también menciona a la fluidez como
predominante sobre la antigua solidez estatal y se refiere al estado como
“desfondado”. Marca también un “ajuste discursivo” convergente con el
“ajuste económico”. Concretamente se refiere a un pasaje del ciudadano
al consumidor como soporte subjetivo del nuevo rol del Estado. La lógica
del estado deja lugar a la lógica del mercado. 4

3- Zygmunt Baumann: Mundo consumo, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2010.


4- Ignacio Lewkowicz: “Sobre la destitución de la infancia”, Conferencia en el Hospital Nacional
Profesor Alejandro Posadas, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 18 de septiembre de 2002. Lue-
go incluida en Cristina Corea, Ignacio Lewkowicz: Pedagogía del aburrido. Escuelas destituidas,
familias perplejas, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2004.

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En realidad, la idea de una sociedad donde cada cual se ocupa de sí


mismo, no es novedosa. El concepto de un colectivo constituido por un
conjunto de individuos egocéntricos totalmente desconectados entre sí,
estuvo siempre implícito en la teoría de la economía capitalista. Ahora
bien, esta teoría se enfrentó a la paradoja de que la forma más eficaz de
construir una economía industrial -basada en la empresa privada- de-
bía utilizar conceptos que no tenían nada que ver con la lógica del libre
mercado; por ejemplo: la renuncia a la gratificación inmediata, la ética
del esfuerzo, las obligaciones con la familia y la confianza en ella. Así
como en nuestro ejemplo sobre Fernando, él sigue apostando desde su
resistencia “desmotivada” a alguna filiación familiar, también podemos
afirmar que la solidez de los lazos familiares no lo acompaña -justamen-
te en su búsqueda identitaria- para diferenciarse de ella.

Conceptos como esfuerzo y renuncia a la gratificación inmediata, necesi-


tan de confianza y de esperanza, de la misma forma que las obligaciones
familiares. En este proceso de ultracapitalismo aparece, sin tapujos, la
mirada centrada en la propia conveniencia que es el eje en el que gira
la lógica del mercado. Y esto engarza con las subjetividades que genera
esta época. En la actualidad es posible ver individuos, especialmente los
jóvenes, que se debaten en esta contradicción: la lucha permanente por
hacer el menor esfuerzo, vivir el presente, conectados por aparatos de
comunicación instantánea, frente a la posibilidad de generar proyectos
que insumen años de esfuerzos y desvelos para poder concretarse. Es-
tudiar, construir emprendimientos sustentables, soportar frustraciones,
para eludir la amenaza de quedarse afuera. En este sentido, la desocu-
pación opera también como extorsión social para aquellos que, teniendo
trabajo, aceptan peores condiciones de contratación: Luciana en nues-
tro ejemplo. Ulrich Beck resume la situación diciendo que “el modo en
que cada uno vive, se vuelve la solución biográfica a contradicciones
sistémicas.”5

Sobre la base del reconocimiento de la importancia que tienen los valo-


res de una comunidad en la producción de sujetos, surge nuevamente el
mismo interrogante que se planteaba en el caso de Fernando: ¿por qué
debería sorprendernos -como les sucede a sus padres- que este joven no
encuentre como resolver su condición abúlica y desmotivada?

Casos como estos muestran que al no contar con referencias del pasa-
do para resolver estas situaciones, muchas veces se recurre a la ayuda
profesional que pueden brindar tanto la psicoterapia – señalada como la
profesión del siglo XX por el historiador Hobsbawm-6 y otras disciplinas
como la Orientación Vocacional en busca de indicaciones y modelos.
Para muchos, pareciera presentarse un panorama que muestra algo así
como una contradicción irresoluble entre seguridad y libertad.

5- Ulrich Beck: La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad, Editorial Paidós, Barcelona,
1998, p. 137.
6- Eric Hobsbawm: Historia del Siglo XX, Editorial Grijalbo, Buenos Aires, 1998.

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La OV como práctica social.


Por otra parte, la idea de orientación -entendida como orientación profe-
sional- nace con el siglo XX y está ligada a la complejidad consecuente
de la división del trabajo surgida tiempo antes con la Revolución Indus-
trial. La orientación se institucionaliza como respuesta tanto al desem-
pleo como a la escasez de personal en distintas actividades, poco des-
pués de la ruptura del formato de los contratos sociales que implicó la
Primera Guerra Mundial. En esta época, se planteaba el tema como un
simple ajuste entre las posibilidades y aptitudes de los individuos y los
requerimientos de capacidades de los distintos puestos de trabajo. Era
un esquema en el cual el supuesto cruce correcto de variables daba por
resultado el postulado taylorista acerca del hombre apropiado en el lu-
gar adecuado.

Desde el inicio en siglo pasado, se ha instaurado la nominación Orien-


tación Vocacional y es tan notable su fuerza que ha persistido hasta
nuestros días. Tanto es así que cuando por cuestiones epistemológicas
queremos designarla de otra manera, la mayoría de la gente no entiende
a que nos referimos y los orientadores volvemos a nominarla OV. Lo que
queda claro es que surge como respuesta de las disciplinas psicológicas
al campo de asistencia de diversas personas que se preguntan por su
hacer, tanto en lo inmediato como en el futuro.

Los modelos tradicionales de OV en Argentina trabajaron inicialmente


con el sujeto individual al que se diagnosticaba a partir de la aplicación
de diversos recursos. Se podría desarrollar una línea testista –actuarial-
que responde al todavía presente pedido manifiesto de los consultantes:
“Vengo a que me hagan el test” y en la que el orientador interviene desde
la perspectiva de cuánto puntaje tiene para tal o cual actividad y qué
elige en consonancia con ese puntaje. O podría desarrollarse una mo-
dalidad clínica –designada de esta manera por Rodolfo Bohoslavsky en
1971-, en la cual lo significativo es quién elige y cómo lo hace.

Estamos ante dos modelos diferentes. En la modalidad actuarial el con-


sultante sólo debe completar los tests, poniendo definitivamente fuera
de sí la decisión; entonces, la intervención del orientador aparece como
un oráculo, transformando una posible instancia de reflexión en una
situación que parece no concernir al consultante. Por el contrario, en
la modalidad clínica se evidencia un mayor interés por la persona y su
protagonismo en la decisión.

Entonces, ¿promulgamos el uso de la modalidad clínica? Debemos tener


en cuenta que esta modalidad sigue tomando al individuo desde una
perspectiva aislada y, justamente, el campo de problemas de lo vocacio-
nal no permite ya tomar la consulta sólo desde la perspectiva interior
del individuo. Estamos hablando de una interfase, un campo donde ar-
ticulan por lo menos las disciplinas salud y educación, pero que no pue-
de dejar fuera a la economía y a otras ciencias que proponen distintos

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acercamientos a la realidad, tales como la filosofía y ciencias sociales,


por ejemplo. Hablamos de un campo de problemáticas vocacionales y lo
abordamos desde una perspectiva que incluya más de una disciplina.
En este sentido, se hace necesario advertir que la Orientación Vocacional
puede ser considerada sólo como un dispositivo de disciplinamiento so-
cial o abarcar los aspectos que hagan de esta práctica una contribución
a una postura crítica, a una mirada que no adapte sino que interrogue
sobre el hacer.

Un concepto interesante: Habĭtus.


Analicemos la siguiente viñeta clínica.

Tercer caso. Mariana tiene 45 años y es madre de tres hijos. Nació en


Paraguay, donde finalizó sus estudios secundarios. Ahora vive y trabaja
en Argentina como empleada doméstica en varias casas de familia. Es
una mujer muy inteligente y organizada que decidió empezar la licencia-
tura en Trabajo Social en una universidad cercana a su casa. Cuando
estaba cursando las primeras materias, abandonó los estudios, no por-
que no tuviera tiempo o no le interesara sino porque no podía lidiar con
la complejidad de los textos que se presentaban en la introducción de la
carrera.

Podemos preguntarnos:
- ¿Eligió dejar de estudiar?
- ¿Dónde se gestan esas posibilidades de elección y sus rupturas o con-
tinuidades?
- ¿Cómo podríamos leer esta realidad sobre la que los orientadores tam-
bién operamos o debiéramos poder operar?

Para abordar este tema en su complejidad vamos a considerar el concep-


to de Habĭtus, elaborado por Jean Pierre Bordieau, que es el equivalente
cultural de un capital genético, una gramática que genera comporta-
mientos, un conjunto de esquemas de percepción, de apreciación, de
pensamiento y de acción.

Siguiendo a su autor, podemos decir que los Habĭtus implican interiori-


zar esquemas, tanto cognitivos como perceptivos y de apreciación sobre
el grupo social en el que fue educado el sujeto. Es decir, se trata de una
incorporación en la que interviene, más allá de la conciencia, el cuerpo.
De este modo, los sujetos reproducen los esquemas –que implican valo-
res- de manera inconsciente, casi involuntariamente, demostránse así
que merced a los esquemas incorporados por influencia de los grupos
sociales de pertenencia, los sujetos quedan sujetados a los grupos que
los han producidos.7

7- Jean Pierre Bourdieu: Contrafuegos: reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión
neoliberal, Editorial Anagrama, Barcelona, 2000.

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El Habĭtus entonces, marca un sentido de clase y contribuye a reprodu-


cir las condiciones que permiten o imposibilitan determinadas acciones,
por lo que muchos sujetos acaban por excluirse de lo que el Habĭtus
señala como excluido. Así, Mariana se excluye porque piensa que no va
poder acceder a ese capital cultural. Luciana, que estaba incluida en el
mundo del trabajo-consumo de una manera acorde a lo deseado cuando
empezó su carrera, padece el malestar del sinsentido.

Consideremos que la habilidad de hacer proyecciones a futuro es una


condición sine qua non de todo pensamiento transformativo, pero que
este difícilmente aparece en sujetos que no tienen control de su presen-
te. Bourdieu decía que era necesario controlar el presente para poder do-
minar el futuro. Es probable que Mariana sienta que no tiene posibilida-
des de controlar su presente, en relación con su inclusión académica y,
si no puede controlar su presente, el futuro aparece demasiado incierto.

El educador francés Jean Guichard, dice que “la categoría proyecto se


establece sobre la base de un futuro que se desea alcanzar, sobre un
conjunto de representaciones del presente que se espera sobrepasar. La
elaboración representativa de la situación presente orienta la construc-
ción del proyecto, supone una cierta reflexión sobre las estrategias para
llevarlo a cabo y sobre los motivos que lo sostienen.”8

La construcción de representaciones
sociales.
Pero, ¿de qué habla Guichard cuando se refiere a las representaciones?
Veamos como define Serge Moscovici –uno de sus principales enuncian-
tes- a las representaciones sociales. Este autor describe la existencia
de una doble faz en las mismas, considerándolas tanto estructuras es-
tructuradas, como estructuras estructurantes. Dice que las representa-
ciones sociales se presentan en variadas y complejas formas, como dis-
tintas imágenes condensando conjuntos de significados. Esto las ubica
en un punto intermedio que engloba tanto conceptos provenientes de la
psicología como de la sociología.9

Antonio Castorina dice que este concepto -por su aporte al estudio de


cómo se constituye la subjetividad social- tiene un destacado lugar en
las ciencias sociales. El principal interés en el análisis de las represen-
taciones sociales está centrado en conocer cuál es el mecanismo de su
formación y en la modificación que introducen en las prácticas sociales;

8- Jean Guichard: La escuela y las representaciones de futuro de los adolescentes, Editorial Lear-
tes, Barcelona, 1995, p. 18.
9- Serge Moscovici: “Notes towards a description of social representations”, en European Journal
of Social Psychology, Nº18, 1988.

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es decir, cómo se manifiestan y que construyen en los intercambios co-


tidianos.

Representaciones y Habĭtus.
Ahora bien, si nos preguntamos acerca de las relaciones entre los meca-
nismos de dominación y las representaciones sociales, podemos acudir a
las ideas de Bourdieu sobre la violencia simbólica. Este autor considera
que la aceptación de un determinado orden de cosas en el mundo, se
logra por imposición de la presión social y no –al menos originariamente-
por una representación mental de los agentes sociales. Agrega Castorina
que Bourdieu estableció que las representaciones sociales, reproducen
las diferencias sociales y, de este modo, ayudan a legitimarlas en la vida
de las instituciones. 10

En el concepto de Habĭtus, las prácticas sociales no son explicables re-


curriendo simplemente a la conciencia de los actores, ya que suponen
un sistema de relaciones que no alcanza a su aprehensión.

Desde nuestra perspectiva, resulta particularmente relevante la repro-


ducción inconsciente de las limitaciones que son impuestas desde esa
manera de habitar las situaciones, que determinan condiciones de vida,
que establecen cuáles son aquellas prácticas que quedan excluidas por
impensables, por la sumisión al orden que inclina a rechazar lo que no
se puede y a querer aquello que es vivido como inevitable. Nos pregun-
tamos cuáles serán las posibilidades de pensarse de Mariana, así como
de otros jóvenes sujetos que no acceden a trayectorias de vida dentro de
las instituciones académicas.

Hablamos entonces de que la posibilidad de sostener el proyecto remite


a dificultades diversas, como las que soporta una migrante adulta que
quiere estudiar y no puede, porque aparentemente no posee las compe-
tencias básicas para hacerlo o porque la institución a la que aspiraba
ingresar no logra hacer lazo con su deseo; epistémico por un lado -deseo
de saber- y deseo de ser universitaria, por otro.

Por lo tanto, las condiciones de posibilidad de un proyecto están liga-


das al Habĭtus como interiorización de potencias. Es sobre esta base
que los orientadores podemos trabajar con los deseos. Lograr utilizar la
capacidad imaginativa en su sentido de mayor radicalidad –como lo con-
ceptualiza Castoriadis11- para hacer existir en la narrativa de un sujeto
aquello que no está en el mundo físico, pero que puede ser incorporado
a su auto-representación.

10- Antonio Castorina: Representaciones sociales. Problemas teóricos y conocimientos infantiles,


Editorial Gedisa, Barcelona, 2003.
11- Conrnelius Castoriadis: La institución imaginaria de la sociedad, Tusquets, Barcelona, 1983.

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Mirada desde el psicoanálisis.


Desde la perspectiva psicoanalítica la elección vocacional se relaciona
íntimamente con el concepto de elección de objeto y está necesariamente
imbricada en la dinámica del deseo. Vemos al deseo, ligado a la búsque-
da de satisfacción asociada a las primeras experiencias. Si lo pensamos
como carencia, como la noción de que “algo falta”, el sujeto emprenderá
entonces una o muchas búsquedas y dichas búsquedas le permitirán
articular un proyecto. Desde el reconocimiento de que existe un vacío es
que se impulsa un avance hacia el logro de la satisfacción. Sin embargo,
es observable que muchas veces el logro de lo deseado no trae la felici-
dad imaginada sino sólo un nuevo malestar.

Muchos deseos manifiestos aparecen planteados como situaciones


ideales -“cuando me enamore de verdad”, “si mi novia vuelve conmigo”,
“cuando encuentre la carrera que me guste”, “el día que consiga ese
trabajo”, “cuando me reciba de arquitecto”- pero caen bajo el peso de la
realidad que se impone. “No era eso lo que buscaba”, dirán los sujetos
después de haberlo obtenido, ya que parece más tolerable mantener el
deseo incumplido. No es que no se desee lo que se desea, sino que su
cumplimiento connota peligro. ¿De dónde proviene el peligro?

Apelamos a la noción de goce. El goce como lugar anhelado y temido,


como lugar de búsqueda de satisfacción y, simultáneamente, de ame-
naza de sí mismo. Por eso es posible advertir en el núcleo del síntoma el
sufrimiento y el goce al mismo tiempo. En términos de máxima irreduc-
tibilidad existe una imposibilidad radical del goce absoluto, es decir, una
carencia que es condición de estructura.

Es interesante detenernos en la dialéctica que se genera entre deseo y


sujeto. El sujeto aparece conformado por haces vinculares que se anu-
dan y marcado por la cultura en su propia constitución. Nace con tal
prematurez que conlleva una extrema dependencia en el vínculo primor-
dial con la madre o quien la sustituya. Tanto es así, que se impone desde
ese vínculo una marca en el aparato psíquico que queda condenado en
este juego a la investidura de algún otro. Es por eso que anhelará siem-
pre la saturación imposible de una falta, en una búsqueda constante,
nunca acabada.

En este núcleo del desamparo está implicada la omnipotencia del otro.


Ahora bien este núcleo se desarrolla en la trama de redes sociales en
la cual la madre porta un discurso que la trasciende, que no es sólo de
ella -es decir, que la antecede- y que tendrá consecuencias en el futuro.
El vínculo primordial posee, entonces, una asimetría radical, aunque el
hijo sea portador de condiciones de cambio. Este vínculo sufrirá la con-
moción de la presencia de la función paterna, generando el pasaje a la
triangulación subjetivante.

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Clase 1. Orientación y subjetividad

El nacimiento de cada sujeto es anticipado por el deseo familiar y es


investido aún antes de su advenimiento. En esa oportunidad se desplie-
gan deseos y expectativas que no atañen sólo al funcionamiento incons-
ciente de una familia en particular, sino que se relacionan con las ideas
imperantes en una época, que parten de generar sujetos acordes a los
contenidos que despliega. Es decir, dicho ideario impone una marca que
apela al cumplimiento de la continuidad cultural ofreciendo, a cambio,
pertenencia identitaria como sostén subjetivo.

Por eso, “el sujeto, engarzado en las fallas y aperturas de la transmisión


intergeneracional, que expresan la incompletud de la herencia cultu-
ral, aprende lo transmitido y se ve habilitado para la creación. De este
modo hace propio lo recibido y lo singulariza.”12 Sin embargo, siguiendo
a Freud, decimos que el precio de la humanización cultural conllevará
siempre un malestar que le es constitutivo. Por lo tanto, la pertenencia
identitaria nunca estará libre de conflicto, ya que “el infans adviene a un
mundo familiar y social en el cual las reglas de parentesco y la estruc-
tura y el Edipo mismo lo anteceden. La constitución subjetiva producida
por su inclusión en dicha trama, es en cambio un proceso singular, que
se historiza.”13

Los orientadores vocacionales nos encontramos con personas que, en-


frentadas a su historia personal y familiar o indagando en la existencia
de otros significativos en su vida social, descubren influencias insospe-
chadas o a veces sospechosas. Entramos entonces en un territorio en
el que es necesario indagar acerca de qué supone cada uno que el Otro
desea de sí y replantear esto, necesariamente, hará que se interroguen
sobre la solidez de su propio deseo.

Podemos aludir al concepto de fantasma en el psicoanálisis, como la res-


puesta que el sujeto construye a la pregunta acerca de que quiere el Otro
de mí. Esta pregunta se reformula de un particular modo en la adoles-
cencia. “En este momento crucial, o segundo movimiento subjetivo, que
se da en llamar adolescencia, el fantasma puede vacilar, ser insuficiente
o desdibujarse, al punto tal de que el sujeto pueda llegar a no contar con
él con claridad en una instancia crítica o de coyuntura, en la cual, entre
otras tareas enfrenta la difícil tarea de construir un proyecto de vida.”14

El corpus teórico psicoanalítico ha constituido un aporte nodal para la


conformación del campo de problemas de la subjetividad. Pero no debe-
mos entenderlo como si descubriera o describiera realidades. El psicoa-
nálisis construye sistemas de pensamiento, como cualquier otro campo
de producción de conocimientos. Por ello es importante considerar al
sujeto deseante como histórico y producido por los dispositivos de poder

12- María Cristina Rojas, Susana Sternbach: Entre dos siglos, Lugar Editorial, Buenos Aires,
1997, p. 24.
13- Ibídem, p. 28.
14- Alicia Cibeira, Mario Betteo Braberis: Jóvenes, crisis y saberes, Noveduc, Buenos Aires, 2009,
p. 51.

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propios de la época y desmarcarse de sostener estas estructuras como


universales, justamente para no perder la posibilidad de interrogarlas.

Como dijimos anteriormente, el deseo se traduce subjetivamente como


búsqueda y proyecto. Por eso, es posible desarrollar en la elección vo-
cacional la posibilidad de construir o de inventar lugares para habitar,
situaciones para explorar o territorios para transitar.

La posibilidad de formular aspiraciones y proyectos permitiría tener un


mayor control sobre el presente, a través de la construcción de una ra-
zón imaginativa que sea capaz de narrar e inventar otros sentidos, como
puntos de referencia mínimamente estables portadores de significantes
para ubicarse en el mundo.

Desarmando categorías.
Lo que Mariana, Fernando o Luciana decidan acerca de su proyecto fu-
turo, en la medida en que les sea posible decidir, estará entonces sujeto
a diversas condiciones. Una de ellas, por ejemplo, es la idea de vocación
como algo dado de antemano, que es exactamente la pregunta que rea-
lizan los padres de Fernando. Deconstruir esta idea, analizarla, es muy
importante para poder interrogarnos acerca de cual será el mecanismo
y la posibilidad de elegir de cada uno. Vocación, proviene de vocare, que
significa llamado.15

Inicialmente, en su acepción religiosa, podía pensarse como un llamado


divino. Pero también podemos pensarla como un llamado interno a ocu-
par un lugar entre los demás. No es posible suponer que este llamado
está determinado por los genes o viene desde el nacimiento. No pre-
tendemos ignorar que hay inclinaciones, preferencias, habilidades, pero
sostenemos firmemente que la vocación es una construcción, en la que
inciden las diversas experiencias de vida, que se modifica con el devenir
externo e interno. La vocación no se descubre, más bien se construye
como parte de los lazos identitarios. Desde esta perspectiva, no tiene
porqué ser permanente. La elección vocacional no tiene que ser nece-
sariamente de hoy y para siempre, ya que muchas veces las personas
cambian de proyecto y eso no implica un fracaso. Precisamente, estamos
intentando pensar los proyectos desde una perspectiva que abra camino
a la razón imaginativa, a la potencia, a la búsqueda de sentido.

De la misma manera, se hace necesario reconsiderar otras categorías


como profesión y carrera. Una carrera profesional que haya transcurri-
do, por ejemplo, en la mitad del siglo XX, representaba la manera en que
cada individuo sostenía la ilusión de ser autor de su vida productiva. La

15- Adriana Gullco, Gloria di Paola: Orientación Vocacional, una estrategia preventiva, Editorial
Vocación, Buenos Aires, 1993, p. 26.

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idea de “hacer carrera” parecía dar seguridad, continuidad y, finalmente,


identidad.16

Muchas personas iniciaban su vida laboral en la juventud y la termina-


ban en la madurez, en la misma institución, empresa o comercio. Hoy
los itinerarios vocacionales marcan saltos y ruptura; algunos autores
recurren a la idea de surfear la ola, cuando se refieren a las trayectorias
laborales actuales. En los itinerarios actuales es valorado el cambio de
instituciones, de funciones, los procesos de reciclaje laboral y las ca-
pacitaciones constantes que constituyen una forma de dar respuesta
a nuevos desafíos. Aunque no todas las actividades observan el mismo
patrón, la noción de carrera como estructura de pasos a seguir en un de-
terminado orden, ya no está vigente. En algunas actividades es posible
visualizar una carrera en el antiguo sentido, por ejemplo en Argentina
se observa en algunas actividades sostenidas directamente por el Esta-
do, como la actividad docente, académica o la existencia de una carrera
judicial o de investigador científico. Pero no es así en la mayoría de las
actividades laborales.

Por lo tanto, no se trata de hacer una carrera sino de diseñar un itine-


rario. Este itinerario pone la anteriormente llamada “identidad laboral”
entre paréntesis, ya que no aparece atada a una tarea o a un empleo o a
una profesión. En las trayectorias laborales las personas muchas veces
cambian de lugares, de roles y de pertenencias, generando rupturas.
Las instituciones no siempre hacen lazo con los deseos de los sujetos.
Esto pone en cuestión la idea de una identidad vocacional, ya que en el
mundo actual la fluidez tiene consecuencias simbólicas, además de eco-
nómicas, que hacen que los individuos se sientan menos seguros en sus
trabajos y en sus posiciones relativas.

Nuestra tarea como orientadores tiene que apelar cada vez más a la in-
ventiva y a no perder de vista el anudamiento de sentidos que se juegan
en las elecciones vocacionales.

Los tres casos aquí planteados requieren ubicarse desde una perspec-
tiva teórica suficientemente amplia para leerlos. La complejidad de los
procesos que sostienen las situaciones descriptas está absolutamente
ligada a los cambios de una sociedad en perpetua aceleración, en la
que el encuentro con la realidad se ha trasformado en azaroso. Cada
circunstancia de vida pone en juego posibilidades distintas: la persona
que emigra, el que busca desesperadamente lazos que lo filien a una fa-
milia que no se presenta como sólida, el que busca surfear en el mundo
“líquido” del trabajo, para pertenecer, para ser parte y descubre que sólo
se encuentra con la falta de sentido.

Nos hemos planteado entonces ahondar en estos conceptos, que nos


parece imperativo manejar a la hora de pensar la práctica social llamada

16- Sergio Rascovan: Orientación Vocacional: Una perspectiva crítica, Editorial Paidós, Buenos
Aires, 2005, p. 42.

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Orientación Vocacional, el rol del orientador y la complejidad de los su-


jetos a quienes va dirigida nuestra tarea.

Resumen conceptual.
La idea de individuo no siempre existió; se trata de una de las formas de
subjetividad de la Modernidad.
Han cambiado los lazos sociales creando nuevas subjetividades. Es no-
table particularmente cómo ha cambiado el mundo del trabajo y la pro-
ducción.
Se visualiza un deslizamiento de las sociedades de disciplinamiento a las
sociedades de control.
Los sujetos tienen la dudosa ventaja de quedar librados a sí mismos.
La Orientación Vocacional y otras disciplinas psi marcan cómo se recu-
rre a alguien que ayude a afrontar situaciones para las cuales el pasado
no ofrece modelos.
La OV en sus inicios nació para dar respuesta a demandas de ubicación
laboral. Hoy la ubicamos desde otra perspectiva.
Es nuestro desafío como orientadores que la OV no sea considerada
como un dispositivo de disciplinamiento social, sino como una práctica
que contribuya a una postura crítica.
Tomamos de Bordieau el concepto de Habĭtus como forma de incorporar
y reproducir esquemas por el cual los sujetos aparecen sujetados a los
grupos sociales que los producen.
Los sujetos necesitan controlar su presente para dominar su futuro.
Jean Guichard plantea que la elaboración representativa de la situación
presente orienta la construcción del proyecto a través de la reflexión de
las estrategias para realizarlo y los motivos para hacerlo.
Es importante tener en cuenta la reproducción inconsciente de las limi-
taciones a las que nos somete el discurso del orden imperante, por las
cuales rechazamos lo que no se puede y queremos lo inevitable.
Las condiciones de posibilidad de proyectos están ligadas al Habĭtus
como interiorización de potencias. Sobre esta base podemos trabajar
con los deseos y lograr usar la capacidad imaginativa en su sentido más
radical.
La dinámica entre sujeto y deseo implica, siempre, la idea de falta y, por
lo tanto, de búsqueda constante e inacabada.
Los adolescentes, nuestros consultantes por excelencia aunque no los
únicos, ven vacilar lo que suponen que el Otro espera de sí, dificultando
la tarea de construir un proyecto de vida.
Las categorías vocación, profesión, carrera -entre otras- deben ser revi-
sadas a la luz de las condiciones de fluidez del mundo actual.

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