Resumen de La Encicñica Pacendi in Terris
Resumen de La Encicñica Pacendi in Terris
Resumen de La Encicñica Pacendi in Terris
El orden en el universo
grandeza infinita de Dios, creador del universo y del propio hombre. Dios hizo de la nada el
universo, y en él derramó los tesoros de su sabiduría y de su bondad, por lo cual el salmista
alaba a Dios en un pasaje con estas palabras: ¡Oh Yahvé, Señor nuestro, cuán admirable es tu
nombre en toda la tierra
El orden en la humanidad
Los hombres muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones, siendo
testigo su conciencia. Son, en efecto, estas leyes las que enseñan claramente a los hombres,
primero, cómo deben regular sus mutuas relaciones en la convivencia humana; segundo, cómo
deben ordenarse las relaciones de los ciudadanos con las autoridades públicas de cada Estado;
tercero, cómo deben relacionarse entre sí los Estados; finalmente, cómo deben coordinarse,
de una parte, los individuos y los Estados, y de otra, la comunidad mundial de todos los
pueblos
También es un derecho natural del hombre el acceso a los bienes de la cultura. Por ello, es
igualmente necesario que reciba una instrucción fundamental común y una formación técnica
o profesional de acuerdo con el progreso de la cultura en su propio país.
5. Derechos familiares
tienen los hombres pleno derecho a elegir el estado de vida que prefieran, y, por consiguiente,
a fundar una familia, en cuya creación el varón y la mujer tengan iguales derechos y deberes, o
seguir la vocación del sacerdocio o de la vida religiosa.
6. Derechos económicos
es evidente que el hombre tiene derecho natural a que se le facilite la posibilidad de trabajar y
a la libre iniciativa en el desempeño del trabajo. está ciertamente unido el de exigir tales
condiciones de trabajo que no debiliten las energías del cuerpo, ni comprometan la integridad
moral, ni dañen el normal desarrollo de la juventud
. Los derechos naturales que hasta aquí hemos recordado están unidos en el hombre que los
posee con otros tantos deberes, y unos y otros tienen en la ley natural, , para poner algún
ejemplo, al derecho del hombre a la existencia corresponde el deber de conservarla; al
derecho a un decoroso nivel de vida, el deber de vivir con decoro; al derecho de buscar
libremente la verdad, el deber de buscarla cada día con mayor profundidad y amplitud.
Al ser los hombres por naturaleza sociables, deben convivir unos con otros y procurar cada uno
el bien de los demás. Por esto, una convivencia humana rectamente ordenada exige que se
reconozcan y se respeten mutuamente los derechos y los deberes.
5. La convivencia civiL
Por esto, la convivencia civil sólo puede juzgarse ordenada, fructífera y congruente con la
dignidad humana si se funda en la verdad. Esto ocurrirá, ciertamente, cuando cada cual
reconozca, en la debida forma, los derechos que le son propios y los deberes que tiene para
con los demás.
bajo la guía de la justicia, respeten los derechos ajenos y cumplan sus propias obligaciones;
cuando estén movidos por el amor de tal manera, que sientan como suyas las necesidades del
prójimo y hagan a los demás partícipes de sus bienes, y procuren que en todo el mundo haya
un intercambio universal de los valores más excelentes del espíritu humano.
con la libertad, es decir, con sistemas que se ajusten a la dignidad del ciudadano, ya que,
siendo éste racional por naturaleza, resulta, por lo mismo, responsable de sus acciones.
el avance progresivo realizado por las clases trabajadoras en lo económico y en lo social. Inició
el mundo del trabajo su elevación con la reivindicación de sus derechos, principalmente en el
orden económico y social. Extendieron después los trabajadores sus reivindicaciones a la
esfera política. Finalmente, se orientaron al logro de las ventajas propias de una cultura más
refinada.
Todos los pueblos, en efecto, han adquirido ya su libertad o están a punto de adquirirla. Por
ello, en breve plazo no habrá pueblos dominadores ni pueblos dominados.
La autoridad
1. Es necesaria
Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad,
que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus
desvelos al provecho común del país. Toda la autoridad que los gobernantes poseen proviene
de Dios, según enseña San Pablo:
Más aún, la autoridad consiste en la facultad de mandar según la recta razón. Por ello, se sigue
evidentemente que su fuerza obligatoria procede del orden moral, que tiene a Dios como
primer principio y último fin.
La autoridad no es, en su contenido sustancial, una fuerza física; por ello tienen que apelar los
gobernantes a la conciencia del ciudadano, esto es, al deber que sobre cada uno pesa de
prestar su pronta colaboración al bien común. Pero como todos los hombres son entre sí
iguales en dignidad natural, ninguno de ellos, en consecuencia, puede obligar a los demás a
tomar una decisión en la intimidad de su conciencia. Es éste un poder exclusivo de Dios, por
ser el único que ve y juzga los secretos más ocultos del corazón humano.
49. Los gobernantes, por tanto, sólo pueden obligar en conciencia al ciudadano cuando su
autoridad está unida a la de Dios y constituye una participación de la misma
El derecho de mandar constituye una exigencia del orden espiritual y dimana de Dios. la ley
humana tiene razón de ley sólo en cuanto se ajusta a la recta razón. Y así considerada, es
manifiesto que procede de la ley eterna. Pero, en cuanto se aparta de la recta razón, es una ley
injusta, y así no tiene carácter de ley, sino más bien de violencia.
2. Autoridad y democracia
del hecho de que la autoridad proviene de Dios no debe en modo alguno deducirse que los
hombres no tengan derecho a elegir los gobernantes de la nación, establecer la forma de
gobierno y determinar los procedimientos y los límites en el ejercicio de la autoridad
El bien común
1. Obliga al ciudadano
De donde se sigue la conclusión fundamental de que todos ellos han de acomodar sus
intereses a las necesidades de los demás, y la de que deben enderezar sus prestaciones en
bienes o servicios al fin que los gobernantes han establecido, según normas de justicia y
respetando los procedimientos y límites fijados para el gobierno. Los gobernantes, por tanto,
deben dictar aquellas disposiciones que, además de su perfección formal jurídica, se ordenen
por entero al bien de la comunidad o puedan conducir a él.
e todos los miembros de la comunidad deben participar en el bien común por razón de su
propia naturaleza, aunque en grados diversos, según las categorías, méritos y condiciones de
cada ciudadano. Por este motivo, los gobernantes han de orientar sus esfuerzos a que el bien
común redunde en provecho de todos, sin preferencia alguna por persona o grupo social
determinado,
el bien común abarca a todo el hombre, es decir, tanto las exigencias del cuerpo como las del
espíritu. ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del
espíritu.
Más aún, los gobernantes tienen como deber principal el de armonizar y regular de una
manera adecuada y conveniente los derechos que vinculan entre sí a los hombres en el seno
de la sociedad,
3. Favorecer su ejercicio
Es además deber de quienes están a la cabeza del país trabajar positivamente para crear un
estado de cosas que permita y facilite al ciudadano la defensa de sus derechos y el
cumplimiento de sus obligaciones.
Es por ello necesario que los gobiernos pongan todo su empeño para que el desarrollo
económico y el progreso social avancen a mismo tiempo y para que, a medida que se
desarrolla la productividad de los sistemas económicos, se desenvuelvan también los servicios
esenciales, como son, por ejemplo, carreteras, transportes, comercio, agua potable, vivienda,
asistencia sanitaria, medios que faciliten la profesión de la fe religiosa y, finalmente, auxilios
para el descanso del espíritu
guarden un pleno equilibrio para evitar, por un lado, que la preferencia dada a los derechos de
algunos particulares o de determinados grupos venga a ser origen de una posición de privilegio
en la nación, y para soslayar, por otro, el peligro de que, por defender los derechos de todos,
incurran en la absurda posición de impedir el pleno desarrollo de los derechos de cada uno
Juzgamos, sin embargo, que concuerda con la propia naturaleza del hombre una organización
de la convivencia compuesta por las tres clases de magistraturas que mejor respondan a la
triple función principal de 1a autoridad pública; Tal estructura política ofrece, sin duda, una
eficaz garantía al ciudadano tanto en el ejercicio de sus derechos como en el cumplimiento de
sus deberes.
Esto implica, además, la obligación que el poder legislativo tiene, en el constante cambio que
1a realidad impone, de no descuidar jamás en su actuación las normas morales, las bases
constitucionales del Estado y las exigencias del bien común. Reclama, en segundo lugar, que la
administración pública resuelva todos los casos en consonancia con el derecho, teniendo a la
vista la legislación vigente y con cuidadoso examen crítico de la realidad concreta. Exige, por
último, que el poder judicial dé a cada cual su derecho con imparcialidad plena y sin dejarse
arrastrar por presiones de grupo alguno.
acomodar las leyes y resolver los nuevos problemas de acuerdo con los hábitos de la vida
moderna, tengan, lo primero, una recta idea de la naturaleza de sus funciones y de los límites
de su competencia, y posean, además, sentido de la equidad, integridad moral, agudeza de
ingenio y constancia de voluntad en grado bastante para descubrir sin vacilación lo que hay
que hacer y para llevarlo a cabo a tiempo y con valentía
Es una exigencia cierta de la dignidad humana que los hombres puedan con pleno derecho
dedicarse a la vida pública.
Exigencias de la época
1. Carta de los derechos del hombre
lo primero que se requiere en la organización jurídica del Estado es redactar, con fórmulas
concisas y claras, un compendio de los derechos fundamentales del hombre e incluirlo en la
constitución general del Estado.
2. Organización de poderes
se elabore una constitución pública de cada comunidad política, en la que se definan los
procedimientos para designar a los gobernantes, las esferas de sus respectivas competencias y,
por último, las normas obligatorias que hayan de dirigir el ejercicio de sus funciones.
3. Relaciones autoridad-ciudadanos
Se requiere, finalmente, que se definan de modo específico los derechos y deberes del
ciudadano en sus relaciones con las autoridades y que se prescriba de forma clara como misión
principal delas autoridades el reconocimiento, respeto, acuerdo mutuo, tutela y desarrollo
continuo de los derechos y deberes del ciudadano.
4. Juicio crítico
en nuestro tiempo los hombres van adquiriendo una conciencia cada vez más viva de su propia
dignidad y se sienten, por tanto, estimulados a intervenir en la ida pública y a exigir que sus
derechos personales e inviolables se defiendan en la constitución política del país.
, y, por tanto, no les es lícito en forma alguna prescindir de la ley natural, a la que están
sometidos, ya que ésta se identifica con la propia ley moral.
Más aún, el mismo orden moral impone dos consecuencias: una, la necesidad de una
autoridad rectora en el seno de la sociedad; otra, que esa autoridad no pueda rebelarse contra
tal orden moral sin derrumbarse inmediatamente, al quedar privada de su propio fundamento
la verdad que en el uso de los medios de información que la técnica moderna ha introducido, y
que tanto sirve para fomentar y extender el mutuo conocimiento de los pueblos, se observen
de forma absoluta las normas de una serena objetividad. Lo cual no prohíbe, ni mucho menos,
a los pueblos subrayar los aspectos positivos de su vida. Pero han de rechazarse por entero los
sistemas de información que, violando los preceptos de la verdad y de la justicia, hieren la
fama de cualquier país
92. Y como las comunidades políticas tienen derecho a la existencia, al propio desarrollo, a
obtener todos los medios necesarios para su aprovechamiento, a ser los protagonistas de esta
tarea y a defender su buena reputación y los honores que les son debidos, de todo ello se
sigue que las comunidades políticas tienen igualmente el deber de asegurar de modo eficaz
tales derechos y de evitar cuanto pueda lesionarlos.
e la justicia demanda: que los gobernantes se consagren a promover con eficacia los valores
humanos de dichas minorías, especialmente en lo tocante a su lengua, cultura, tradiciones,
recursos e iniciativas económicas
Esta asimilación sólo podrá lograrse cuando las minorías se decidan a participar
amistosamente en los usos y tradiciones de los pueblos que las circundan; pero no podrá
alcanzarse si las minorías fomentan los mutuos roces, que acarrean daños innumerables y
retrasan el progreso civil de las naciones.
Las relaciones internacionales deben regirse por el principio de la solidaridad
activa
1. Asociaciones, colaboración e intercambios
Como las relaciones internacionales deben regirse por las normas de la verdad y de la justicia,
por ello han de incrementarse por medio de una activa solidaridad física y espiritual. Esta
puede lograrse mediante múltiples formas de asociación, como ocurre en nuestra época, no
sin éxito, en lo que atañe a la economía, la vida social y política, la cultura, la salud y el
deporte.
es preciso que haya una colaboración internacional para procurar un fácil intercambio de
bienes, capitales y personas
Tan triste situación demuestra que los gobernantes de ciertas naciones restringen
excesivamente los límites de la justa libertad, dentro de los cuales es lícito al ciudadano vivir
con decoro una vida humana. Más aún: en tales naciones, a veces, hasta el derecho mismo a la
libertad se somete a discusión o incluso queda totalmente suprimido.
vemos, con gran dolor, cómo en las naciones económicamente más desarrolladas se han
estado fabricando, y se fabrican todavía, enormes armamentos, dedicando a su construcción
una suma inmensa de energías espirituales y materiales. otros pueblos, en cambio, quedan sin
las ayudas necesarias para su progreso económico y social.
que cese ya la carrera de armamentos; que, de un lado y de otro, las naciones que los poseen
los reduzcan simultáneamente; que se prohíban las armas atómicas; que, por último, todos los
pueblos, en virtud de un acuerdo, lleguen a un desarme simultáneo, controlado por mutuas y
eficaces garantías.
una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas
militares, sino únicamente en la confianza recíproca.
las relaciones internacionales, como las relaciones individuales, han de regirse no por la fuerza
de las armas, sino por las normas de la recta razón, es decir, las normas de la verdad, de la
justicia y de una activa solidaridad
las relaciones internacionales se ajusten en todo el mundo a un equilibrio más humano, o sea a
un equilibrio fundado en la confianza recíproca, la sinceridad en los pactos y el cumplimiento
de las condiciones acordadas.
que las naciones más ricas, al socorrer de múltiples formas a las más necesitadas, respeten con
todo esmero las características propias de cada pueblo y sus instituciones tradicionales, e
igualmente se abstengan de cualquier intento de dominio político.
Los recientes progresos de la ciencia y de la técnica, que han logrado repercusión tan profunda
en la vida humana, estimulan a los hombres, en todo el mundo, a unir cada vez más sus
actividades y asociarse entre sí. Hoy día ha experimentado extraordinario aumento el
intercambio de productos, ideas y poblaciones. Por esto se han multiplicado sobremanera las
relaciones entre los individuos, las familias y las asociaciones intermedias de las distintas
naciones, y se han aumentado también los contactos entre los gobernantes de los diversos
países. Al mismo tiempo se ha acentuado la interdependencia entre las múltiples economías
nacionales;
En tales circunstancias es evidente que ningún país puede, separado de los otros, atender
como es debido a su provecho y alcanzar de manera completa su perfeccionamiento. Porque
la prosperidad o el progreso de cada país son en parte efecto y en parte causa de la
prosperidad y del progreso de los demás pueblos.
. En otro tiempo, los jefes de los Estados pudieron, al parecer, velar suficientemente por el
bien común universal; para ello se valían del sistema de las embajadas, las reuniones y
conversaciones de sus políticos más eminentes, los pactos y convenios internacionales.
En nuestros días, las relaciones internacionales han sufrido grandes cambios. Porque, de una
parte, el bien común de todos los pueblos plantea problemas de suma gravedad, difíciles y que
exigen inmediata solución, sobre todo en lo referente a la seguridad y la paz del mundo
entero; de otra, los gobernantes de los diferentes Estados, como gozan de igual derecho, por
más que multipliquen las reuniones y los esfuerzos para encontrar medios jurídicos más aptos,
no lo logran en grado suficiente, no porque les falten voluntad y entusiasmo, sino porque su
autoridad carece del poder necesario.
Y como hoy el bien común de todos los pueblos plantea problemas que afectan a todas las
naciones, y como semejantes problemas solamente puede afrontarlos una autoridad pública
cuyo poder, estructura y medios sean suficientemente amplios y cuyo radio de acción tenga un
alcance mundial, resulta, en consecuencia, que, por imposición del mismo orden moral, es
preciso constituir una autoridad pública general.
Esta autoridad general, cuyo poder debe alcanzar vigencia en el mundo entero y poseer
medios idóneos para conducir al bien común universal, ha de establecerse con el
consentimiento de todas las naciones y no imponerse por la fuerza, es menester que sea
imparcial para todos, ajena por completo a los partidismos y dirigida al bien común de todos
los pueblos.
para imbuir la vida pública de un país con rectas normas y principios cristianos, se requiere,
además, que penetren en las instituciones de la misma vida pública y actúen con eficacia desde
dentro de ellas.
la razón exige que los hombres, se consagren a la acción temporal, conjugando plenamente las
realidades científicas, técnicas y profesionales con los bienes superiores del espíritu.
Es, por consiguiente, necesario que se restablezca en ellos la unidad del pensamiento y de la
voluntad, de tal forma que su acción quede anima da al mismo tiempo por la luz de la fe y el
impulso de la caridad.
153. La inconsecuencia que demasiadas veces ofrecen los cristianos entre su fe y su conducta,
juzgamos que nace también de su insuficiente formación en la moral y en la doctrina cristiana
La exactitud en la determinación de esas medidas graduales y de esas formas es hoy día más
difícil, porque nuestra época, en la que cada uno debe prestar su contribución al bien común
universal, es una época de agitación acelerada.
Los principios hasta aquí expuestos brotan de la misma naturaleza de las cosas o proceden casi
siempre de la esfera de los derechos naturales. Por ello sucede con bastante frecuencia que los
católicos, en la aplicación práctica de estos principios, colaboran dé múltiples maneras con los
cristianos separados de esta Sede Apostólica o con otros hombres que
, obedecen, sin embargo, a la razón y poseen un recto sentido de la moral natural. En tales
ocasiones procuren los católicos ante todo ser siempre consecuentes consigo mismos y no
aceptar jamás compromisos que puedan dañar la integridad de la religión o de la moral
Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de
personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden
religioso o en el orden de la moral práctica. Porque el hombre que yerra no que da por ello
despojado de su condición de hombre, ni automáticamente pierde jamás su dignidad de
persona, dignidad que debe ser
puede a veces suceder que ciertos contactos de orden práctico que hasta ahora parecían
totalmente inútiles, hoy, por el contrario, sean realmente provechosos o se prevea que
pueden llegar a serlo en el futuro
Evolución, no revolución.
No faltan en realidad hombres magnánimos que, se sienten encendidos por un deseo de
reforma total y se lanzan a ella con tal ímpetu, que casi parece una revolución política.
Queremos que estos hombres tengan presente que el crecimiento paulatino de todas las cosas
es una ley impuesta por la naturaleza y que, por tanto, en el campo de las instituciones
humanas no puede lograrse mejora alguna si no es partiendo paso a paso desde el interior
delas instituciones.
La violencia jamás ha hecho otra cosa que destruir, no edificar; encender las pasiones, no
calmarlas; acumular odio y escombros, no hacer fraternizar a los contendientes, y ha
precipitado a los hombres y a los partidos a la dura necesidad de reconstruir lentamente,
después de pruebas dolorosas, sobre los destrozos de la discordia