Control de Lectura Derecho Laboral

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CONTROL DE LECTURA

Nacimiento del derecho del trabajo en la era industrial y la


producción en serie.
El paso de una sociedad básicamente agrícola a otra de cufio industrial, ha de entenderse
desde la lógica de una sustitución parcial y progresiva. De hecho, en la llamada «era»
industrial no desapareció totalmente la agricultura, aunque el advenimiento de aquélla vino a
desplazar el modelo de desarrollo, y por ende de producción, predominante en esta. Sin
embargo, hay que recalcar también, que este cambio no fue simultáneo, sino más bien
progresivo, en todas las sociedades. Así, por ejemplo, en 1920, el porcentaje de trabajadores
dedicados a actividades extractivas, Como es el caso de la agricultura y minería, respecto de
los dedicados a labores de transformación es de 30% a 33% en EE.UU.; de 56% a 20% en
Japón; de 33.5% a 40% en Alemania; de 44% a 30% en Francia y de 57% a 24% en Italia14.
Es decir, el avance de la industrialización fue tan lento que recién luego de la segunda guerra
mundial consiguió un predominio claro y definitivo.
No obstante lo anterior, una lectura poco atenta de tales estadísticas, basada en una visión
traducible en la identidad absoluta entre sociedad industrial y la industria como actividad, bien
puede inducir a conclusiones erróneas. Y es que aunque la industria como actividad se
consolido en la economía mundial a partir de la segunda mitad del siglo pasado, la sociedad
industrial alude a un nuevo modelo de desarrollo denominado capitalista, en contraposición al
feudal, cuya vida se inicia, aproximadamente, a finales del siglo XVIII, pero cuya dinámica se
extiende a la industria a lo largo del siglo XIX. Desde este último momento, es el capitalismo
quien, con un nuevo modelo de producción fundado en las nuevas tecnologías que hicieron
posible la producción en «masa» o en «serie» (piénsese, por ejemplo, en la maquina a vapor)
y en la generalización del trabajo libre, impone las reglas de funcionamiento de toda la
sociedad. Esto es, aun cuando en 1920 la industria no conseguía una supremacía clara, no
se puede pensar que las actividades extractivas arrastraron su modelo original de producción,
pues, por el contrario, éste vino a moldearse también por el capitalismo, introduciendo, de
acuerdo a las posibilidades de cada sociedad, sistemas tendentes a promover la producción
a gran escala a través del maquinismo.
Con todo, no fue necesario que la supuesta «era» industrial se consolide en la economía
internacional, para que surjan las primeras leyes laborales y ni siquiera para dar nacimiento
al Derecho del Trabajo, en tanto ordenamiento jurídico autónomo. Incluso, sobre la segunda
década del siglo pasado, con la Constitución mejicana de Querétaro (1917) y con la
Constitución alemana de Weimar (1919), emerge el proceso de «constitucionalizaciòn» de los
derechos sociales reconocidos al trabajador como tal. En un primer momento, digamos que
la irracional explotación económica de determinados colectivos, como los niños y mujeres, a
lo largo del siglo XIX y principios del XX, y las condiciones penosas de trabajo que existían en
la «fábrica» o «taller», obligo al intervencionismo legislativo estatal a arbitrar soluciones a los
problemas planteados específicamente en la industria, sin embargo, la ampliación de esta
tutela a otros colectivos excluidos de la misma, pero que se hallaban en situaciones similares,
no se hizo esperar. Como es lógico, el desarrollo de este intervencionismo protector fue
mayor, desde el momento en que aumentó la condición de explotación en la actividad
industrial, por la incorporación, básicamente, de un nuevo diseño de la producción articulado
sobre la base de los principios derivados de la «organización científica del trabajo» impulsados
por F.W. Taylor. A partir de entonces, se pretendía someter la producción a una planificación
sistémica, con el objeto de buscar, y luego implementar, los medios técnicos más eficaces
para el logro del aumento de la productividad y del rendimiento industrial. En suma, de lo que
se trata es de romper los criterios de producción limitada, para sustituirlos por los de
producción en masa o en serie.
Desde una concepción fragmentada y especializada de las tareas, este intento de organizar
el trabajo, de cara a una mayor productividad, se sintetiza en tres puntos fundamentales: en
primer lugar, disocia el proceso de trabajo de las capacidades de los trabajadores,
convirtiendo en irrelevantes los conocimientos de aquéllos; en segundo lugar, separa la
concepción de la tarea, de la ejecución de la misma; y, en tercer lugar, usa el monopolio de
los conocimientos para controlar paso a paso el proceso de trabajo y las formas de ejecución.
Como se puede observar, desde este esquema, se pretende no solo trazar una línea divisoria
entre quienes ejecutan y quienes diseñan el trabajo, sino además, vía la simplificación y la
extrema especialización de las tareas, alejar al operador del producto final. Así es, más allá
de las consecuencias concretas en que se puedan manifestar las reglas técnicas del
taylorismo (entiéndase, por ejemplo, indiferencia respecto de la calificación del trabajador,
especialización en funciones con escaso grado de complejidad que no generan un estímulo
mental adecuado, imposibilidad de desarrollo profesional, inexistencia de responsabilidad,
etc.), se halla una consecuencia global del sistema que no hace otra cosa que reproducir una
particular concepción de la relación capital-trabajo: no se permite al trabajador apreciar el
resultado final de su labor, ya que normalmente actúa sobre una mínima parte del producto
final.
De esta manera, el modelo de producción en serie no se explica solamente desde opciones
técnicas de organización del trabajo, ya que se erige también en una forma de excluir del
proceso cognoscitivo y decisional a los trabajadores, impidiéndoles instrumentalizar su propio
trabajo a efectos de comprender el funcionamiento técnico y social en el que se encuentran
insertos. Nótese, por consiguiente, que al margen de una simple finalidad de orden técnico-
económico, la organización científica del trabajo aporta a la dirección empresarial un poderoso
instrumento de control de los trabajadores. Ahora bien, como no puede ser de otro modo, esta
concepción bifuncional de la organización taylorista, viene a transformar a las partes de la
relación de trabajo en sujetos con elementos caracterizadores perfectamente definidos. En
primer término, dado que tan importante para la planificación de la producción resulta asignar
al obrero una tarea específica como que éste la cumpla, la figura del empleador adquiere, por
necesidad, una condición unitaria que le permita controlar de forma absoluta la prestación
personal del trabajador. De ahí que, su interés por usar formulas descentralizadoras, a través
de figuras civiles vigentes como el contrato de ejecución de obra o el arrendamiento de
servicios, fuera, por decirlo de algún modo, inexistente. De otro lado, en segundo término, la
figura del trabajador, en tanto sujeto cuyo comportamiento queda ajustado a las reglas de la
dirección científica con el objeto de optimizar su rendimiento, asume una doble condición: la
de ser homogéneo y al mismo tiempo fungible. Es importante resaltar este nuevo estatuto del
trabajador, ya que la simplificación de sus tareas, la irrelevancia de su cualificación y, por
último, su exclusión del proceso decisional, lo convierten en un sujeto despersonalizado
(homogéneo), siendo perfectamente intercambiable por otro (fungible). En definitiva, la
producción científica del trabajo reproduce vínculos laborales donde concurren los rasgos de
ajenidad en los frutos, en la utilidad patrimonial, en los riesgos, en la titularidad de la
organización, así como una rígida subordinación del trabajador al poder directivo del
empleador.
Ahora bien, este esquema de planificación sistémica de la producción, nacido a finales del
siglo XIX, resulta más coherente todavía en la lógica de libertad que representaba el Estado
liberal de la época. La idea de que la sociedad, con sus propias exigencias, y no la autoridad
del Estado, debía guiar el progreso, sirvió de marco a la difusión del modelo taylorista, sin
embargo, encontró en el intervencionismo destacado líneas arriba, un obstáculo a los excesos
cometidos en aquel contexto liberal. Este intervencionismo, impulsado desde el llamado
Estado social, vino a imprimir una funcionalidad distinta a la derivada de los fines fundados en
la libertad, puesto que, primero, desde una legislación protectora en el ámbito de la actividad
industrial y, luego, desde reglas sometidas al Derecho del Trabajo, en tanto rama autónoma
del ordenamiento jurídico, lo que pretende es asumir una tarea racionalizadora de la fuerza
de trabajo dentro de un sistema capitalista de producción. Así, el orden jurídico busca integrar
a los trabajadores al sistema imperante, a cambio de garantizar condiciones mínimas de
trabajo, aunque se mantiene la exclusión del trabajador del proceso cognoscitivo y decisional,
instituido en la división del trabajo taylorista. Desde este prisma, la función del ordenamiento
laboral obedece a una doble exigencia de racionalización jurídica en la regulación de las
relaciones sociales: facilitar el funcionamiento de la economía y asegurar la mejora de las
condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores. Se pretende, en suma, conciliar el
principio de conservación y rendimiento empresarial, con el principio de protección del
trabajador.
Esta situación, por lo demás, no hace otra cosa que explicar el «carácter ambiguo» del
Derecho del Trabajo desde sus orígenes, ya que al tiempo que es consecuencia de las
reivindicaciones sociales, instituye un sistema que permite canalizar las necesidades del
modelo de producción capitalista. Es decir, limita el propio sistema económico, con la finalidad
última de que, superado el conflicto, aquel se reproduzca. Claro está, que si se mira bien, en
el fondo, esta finalidad «estabilizadora» y «pacificadora» del orden social de convivencia, es
propia de todo el derecho y no solo del Derecho del Trabajo. Es verdad, pues la regulación
laboral, como parte, no podría tener características genéricas contrarias al derecho, como
todo; pero, también cabe resaltar que los márgenes de actuación de la función de aquélla son
más restringidos que los existentes en otras ramas del ordenamiento jurídico. A saber, el
funcionamiento de la norma de derecho común, e incluso la norma penal, no está
condicionado a las cualidades concretas de un sistema social de convivencia, lo mismo es si
se trata de un sistema comunista, capitalista o anarquista; mientras, la norma laboral reduce
su ámbito de operatividad al sistema que presente la interrelación de capital y trabajo en un
régimen de libertad. Por eso, la superación del conflicto en la sociedad capitalista aparece
para las normas laborales de finales del siglo XIX y comienzos del XX como un elemento
esencial de su funcionalidad, esto es, tiñe con una intensidad mayor la función del Derecho
del Trabajo, que la función genérica de los demás ordenamientos.
En definitiva, de admitir que el fin de la norma laboral constituye la defensa de la seguridad y
estabilidad del régimen social capitalista, no se puede negar que la materialización de dicho
fin está condicionada a un análisis espacial y temporal del conflicto. La continua adecuación
del Derecho del Trabajo a las complejas tensiones sociales existentes para responder a su
funcionalidad genérica, hacen del mismo un ordenamiento de finalidad concreta variable, pues
dependerá del estado del conflicto y de la correlación de fuerzas sociales en cada espacio y
tiempo histórico. Digamos, en consecuencia, que el Derecho del Trabajo «no es un derecho
de esencias, sino de existencias». De ahí que, debido a la gran tensión social provocada por
el modelo de producción taylorista, la reacción histórica del intervencionismo también haya
sido absoluta, es decir, en términos de una cerrada protección al trabajador. La consolidación
del Derecho del Trabajo trae consigo una regulación estatal que se caracteriza por una muy
fuerte protección del trabajador, como parte que se presupone en situación de debilidad
contractual, para imponer condiciones de trabajo mínimas al empleador. Era lógico, por lo
demás, un trabajador despersonalizado e intercambiable por otro, cuya cualificación o
capacidad es indiferente para el cumplimiento de su labor, no tiene ni tenía mayor margen de
negociación.
Atendiendo a esta constatación, la doctrina también ha reconocido a la compensación de la
debilidad contractual del trabajador la condición de finalidad institucional del Derecho del
Trabajo. Es más, no se puede negar que desde una perspectiva histórica, la finalidad
compensadora ha marcado el paso de la configuración y desarrollo de la normativa laboral. Y
en esta perspectiva, hay que recordar que la protección al trabajador-contratante débil se ha
articulado desde varios frentes: la legislación de condiciones mínimas, la intervención
protectora de la administración o la aplicación de un favor interpretativo hasta la instauración
de medios de autotutela o autodefensas colectivas (derechos de huelga y de negociación
colectiva). Incluso a estas manifestaciones de la llamada funcionalidad compensadora, se
puede sumar el fenómeno de «equiparación laboral» que extendió el ámbito subjetivo de la
protección dispensada por el Derecho del Trabajo, a personas que realizaban sus labores por
cuenta propia y en régimen de autonomía. Como se sabe, partiendo de la idea de que la
normativa laboral debe proteger al económicamente débil que vive meramente de su trabajo,
se busca su aplicación a personas en una situación social, o mejor dicho, socioeconómica,
muy similar a la de los trabajadores dependientes.
Sin embargo, no ha sido ésta la única función sobre la cual se ha sustentado el principio de
protección del trabajador. Se ha dicho, además, que la implicación personal en el acto de
trabajo, da cuenta de la necesidad de poner límites sustantivos o de contenido a los actos de
intercambio que tiene por objeto este recurso (fuerza de trabajo). Nótese, que en este aspecto
se protege al trabajador no tanto por su mayor o menor fuerza contractual, sino por el hecho
de ser persona humana. Condición ésta, que puede verse afectada, cuando aquél se involucra
en una relación subordinada como lo es la relación jurídica de trabajo. Ahora bien, aun cuando
en los orígenes de la regulación laboral se prestó atención, efectivamente, a diversos
intereses personales del trabajador, sobre todo en lo referido a la protección de la salud, cabe
agregar que esta función de tutela absoluta de la persona humana en la empresa ha
presentado un déficit bastante conocido. Dicho de otro modo, más allá de ciertas prohibiciones
al poder de dirección empresarial, basadas en el hecho de que la persona del trabajador esté
intrínsecamente implicada en el intercambio contractual, hasta no hace mucho prevaleció la
exclusión de los derechos fundamentales del ámbito de las relaciones privadas laborales. En
efecto, la extendida concepción que proclamo en su día la ineficacia de los derechos
constitucionales frente a un sujeto privado como es el empleador, puesto que ellos se
reservaban soló al poder político (entiéndase, relaciones verticales o de Derecho Público),
convirtió por mucho tiempo a la empresa, en palabras de BAYLOS GRAU, en «una zona
franca y segregada de la sociedad civil, en la que los derechos ciudadanos no tendrían
recepción».
En consecuencia, lejos de cualquier valoración que se haga respecto de la funcionalidad del
Derecho del Trabajo, lo cierto es que este breve análisis histórico sirve para reafirmar la
existencia, al menos en su origen, de una funcionalidad doble y contradictoria: la función
protectora del trabajador y la función de encauzar el conflicto entre capital y trabajo a efectos
de conservar el orden social establecido. No obstante, el hecho de reconocer a ambas como
parte de la funcionalidad intrínseca de la regulación laboral, implica indirectamente que no
podrá considerarse al Derecho del Trabajo solo como un derecho unilateralmente favorable a
la persona del trabajador. No podría serlo, además, porque eso lo obligaría a convertirse en
un derecho atemporal y ahistórico, cuando bien se sabe que la protección del trabajador se
inscribe en la lógica conflictual que alienta el mantenimiento del régimen económico
capitalista. Es decir, aunque en su día la normativa laboral instrumentalizó al principio de
protección como «llave maestra» de la superación del conflicto de intereses sociales,
atendiendo a determinadas circunstancias históricas (efectos abusivos de políticas tayloristas,
división técnica y social del trabajo, advenimiento del llamado Estado de bienestar o eventual
fortalecimiento sindical), no puede plantearse aquél como el único fundamento de la
regulación laboral; por el contrario, en términos generales, cabe apuntar que el principio de
protección ha de moldearse y/ o matizarse con el conocido principio de conservación y
rendimiento de la empresa, en el marco del conflicto social.
De este modo, si el Derecho del Trabajo tiene como misión la supervivencia del régimen
capitalista de acumulación, la propia protección del trabajador, sobre todo desde la
perspectiva compensadora, vendrá a encontrar su límite, o acaso su desarrollo, en la
intensidad y configuración del conflicto de intereses representativos de las partes laborales.
Por último, y antes de finalizar este apartado, resulta indispensable llamar la atención sobre
los efectos que supuso el proceso de constitucionalización de los derechos laborales para la
funcionalidad del Derecho del Trabajo. Como se sabe, comúnmente, se ha enfocado el tema
de la regulación de la relación laboral, como un punto de quiebre entre dos formas de Estado
de derecho: el liberal y el social, sin embargo, y aunque lo anterior no deje de ser cierto, esta
distinción tiende a soterrar el tránsito de un intervencionismo legal a una normativa, como ya
dijimos, de naturaleza constitucional. Si mientras en la «soberanía legislativa», el máximo
poder descansaba en la función normativa del estado; en la «soberanía constitucional», todas
las funciones estatales, incluida la legislativa, se sujetan a un estrato más alto de derecho
establecido por la Constitución. Nótese, por tanto, que esta novedad es capital, pues, a parte
de afectar la posición de la ley en el sistema jurídico-formal de fuentes, viene a emancipar,
por decirlo de algún modo, la función del Derecho del Trabajo de la discrecionalidad del
Estado. Así, el antiguo todopoderoso Estado que debía «inventar», a través de la ley, una
solución para el conflicto de intereses capitalistas, se halla sometido a los márgenes
establecidos por la formalización constitucional del conflicto, es decir, entre la libertad de
empresa y los derechos fundamentales del trabajador. Esta sola consideración, como
veremos más adelante, puede ser la clave para entender la funcionalidad del ordenamiento
jurídico regulador de las prestaciones de trabajo subordinadas y remuneradas en tiempos
actuales.

ACTIVIDAD
RÚBRICA
1. Lee y analiza el control de lectura
2. Extrae las ideas principales con sus elementos secundarios.
3. Con todas las ideas tanto principales y elementos secundarios, diseña y
elabora un mapa conceptual, enlazando cada una de las ideas extraídas
con sus respectivos elementos.
4. Enviar el mapa conceptual al Canvas
5. Envíar todas las actividades antes indicadas al Canvas.

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