El Género Es Cultura Lamas
El Género Es Cultura Lamas
El Género Es Cultura Lamas
Marta Lamas
Todos los seres humanos nos vemos enfrentados a un hecho idéntico en todas las
sociedades: la diferencia sexual. Cada cultura realiza su propia simbolización de la
diferencia entre los sexos, y engendra múltiples versiones de la dicotomía hombre/mujer.
Lo característico de los seres humanos es el habla, que implica una función simbolizadora,
y que es fundamental para volvernos sujetos y seres sociales. El habla posee una
estructura que está fuera del control y de la conciencia del hablante individual, quien, sin
embargo, hace uso de esta estructura presente en su mente. El lenguaje es un elemento
fundante de la matriz cultural, o sea, de la estructura madre de significaciones en virtud de
la cual nuestras experiencias se vuelven inteligibles. Con una estructura psíquica que
incluye al inconsciente y mediante el lenguaje, que es universal aunque tome formas
diferentes, los seres humanos simbolizamos la diferencia sexual. Esta simbolización hoy
en día se denomina género. Existen múltiples simbolizaciones de esa constante biológica
universal que es la diferencia sexual. O sea, existen múltiples esquemas de género.
Nacemos dentro de un tejido cultural donde ya están insertas las valoraciones y creencias
sobre “lo propio” de los hombres y “lo propio” de las mujeres. En la forma de pensarnos,
en la construcción de nuestra propia imagen, utilizamos los elementos y las categorías de
género que hay en nuestra cultura. Nuestra percepción está condicionada, "filtrada", por
la cultura que habitamos, por las creencias que nos han transmitido en nuestro círculo
familiar y social sobre lo que les toca a las mujeres y lo que les toca a los hombres.
Nuestra conciencia ya está habitada por el discurso social.
Existe gran dificultad para analizar la lógica del género inmersa en el orden social ya que
la división del mundo, según Pierre Bourdieu basada en referencias a las diferencias
biológicas y sobre todo a las que se refieren a la división del trabajo de procreación y
reproducción, actúa como “la mejor fundada de las ilusiones colectivas". Establecidos
como conjunto objetivo de referencias, los conceptos de género estructuran no sólo la
percepción individual sino la organización concreta y simbólica de toda la vida social. Por
eso, para Bourdieu, el orden social está tan profundamente arraigado que no requiere
justificación: se impone a sí mismo como autoevidente, y es tomado como "natural" gracias
al acuerdo casi perfecto que obtiene, por un lado, de estructuras sociales como la
organización social de espacio y tiempo y la división sexual del trabajo, y, por otro, de las
estructuras cognoscitivas inscritas en los cuerpos y en las mentes como los habitus. Los
habitus son, según Bourdieu, el conjunto de relaciones históricas "depositadas" en los
cuerpos individuales en la forma de esquemas mentales y corporales de percepción,
apreciación y acción. Estos esquemas son de género y, a su vez, engendran género.
Pero las mujeres y los hombres, aunque distintos como sexos, somos iguales como seres
humanos. Sólo son dos los ámbitos donde verdaderamente hay una experiencia
diferente --- el de la sexualidad y el de la procreación---, y pese a que éstos son ámbitos
centrales de la vida, no constituyen la "totalidad" del ser humano, por ello no dan lugar a
formas de ciudadanía radicalmente diferentes para ambos sexos. Sin embargo, el sexismo
(la discriminación con base en el sexo de una persona) opera en todos los campos.
Hoy en día, cuando las vidas de mujeres y hombres se están igualando en terrenos
laborales, políticos y culturales, resulta sospechoso que las simbolizaciones derivadas de
la diferencia sexual persistan y cobren tanta importancia Justamente cuando la ciencia y
la tecnología han tenido un desarrollo espectacular, la diferencia relativa a la sexualidad y
a la reproducción se quiere presentar como algo irreductible, casi como una “esencia”
distinta de cada sexo. Si bien la diferencia sexual es la base sobre la cual se asienta una
determinada distribución de papeles sociales, esta asignación no se desprende
"naturalmente" de la biología, sino que requiere un trabajo de la cultura. Un ejemplo: la
maternidad juega un papel importante en la asignación de tareas, pero no por tener la
capacidad de parir hijos las mujeres nacen sabiendo planchar y coser.
GÉNERO Y DISCRIMINACIÓN
El género, por definición, es una construcción histórica: lo que se considera propio de cada
sexo cambia de época en época. La cruda materia del sexo y la procreación es moldeada
por ese conjunto de arreglos sociales que hoy llamamos género. Así, el género se vuelve
una pauta de expectativas y creencias sociales que troquela la organización de la vida
colectiva y produce desigualdad respecto a la forma en que las personas responden a las
acciones de hombres y mujeres. Esta pauta hace que mujeres y hombres sean los
soportes de un sistema de reglamentaciones, prohibiciones y opresiones recíprocas,
establecidas y sancionadas por el orden simbólico. Al sostenimiento de ese orden
simbólico contribuyen por igual mujeres y hombres, reproduciéndose y reproduciéndolo,
con papeles, tareas y prácticas que varían según el lugar o el tiempo.
Pero en los demás aspectos de la vida humana no existe una complementariedad como la
reproductiva. Creer que hay tal complementariedad existencial entre mujeres y hombres ha
servido para limitar las potencialidades de las mujeres y para coartar el desarrollo de
ciertas habilidades en los hombres. Puesto que a ellos les toca realizar ciertas tareas y
funciones, a ellas se les prohíben. Además, la lógica del género discrimina no sólo a las
mujeres, sino también a las personas homosexuales. Una cultura que considera que
mujeres y hombres son “complementarios” lo hace no sólo para la procreación sino
también para el amor y el erotismo. Así, el esquema cultural que plantea la normatividad
heterosexual discrimina a las parejas del mismo sexo. La homofobia es un resultado de la
lógica de género. Apenas hoy en la Unión Europea se empieza a otorgar a la
homosexualidad un estatuto simbólico similar al de la heterosexualidad, mientras que en
otras sociedades existen graves prejuicios e ignorancia al respecto.
Ante la diversidad humana, la lógica del género es cruelmente anacrónica. Ir más allá de
esta lógica de género requiere asumir el desafío de la igualdad. La discriminación de las
personas en función de su sexo (o de su orientación sexual) persiste a lo largo de
diferentes ámbitos sociales (de clase, de edad, étnicas). Pese a indudables avances en
distintos campos (laboral, educativo, político) el problema de fondo de la desigualdad de
las mujeres en relación a los hombres sigue siendo la responsabilidad de las mujeres
sobre lo doméstico. Esto es parte del esquema de género con su separación
privado/público, que articula las concepciones ideológicas de lo masculino y lo femenino.
La contradicción entre el rol femenino tradicional - el papel de madre y ama de casa - y los
nuevos roles, de ciudadana y trabajadora, no se resuelve fácilmente. Es necesario
dictar leyes de igualdad, pero para lograr una verdadera "incorporación" de las mujeres a
la vida pública se requiere acabar con la identificación simbólica mujer/familia. No basta
ampliar el marco de acción de la mujer, que sale del estrecho espacio de la familia para
ingresar al mundo del trabajo y de la actividad ciudadana: hay que alentar, incluso obligar,
la participación masculina en las tareas domésticas y el cuidado humano, y también
desarrollar una amplia infraestructura de servicios sociales que apoyen la atención a
criaturas, personas mayores, enfermas y discapacitadas. En esto consiste precisamente
el desafío político de hoy: conciliar responsabilidades laborales y familiares, tanto para las
mujeres como para los hombres.
LA IGUALDAD Y EL GÉNERO
Jean Starobinski decía que la cuestión de la igualdad tiene dos dimensiones: se trata de
una interrogación filosófica relacionada con la representación que nosotros nos hacemos
de la naturaleza humana y, al mismo tiempo, implica una reflexión sobre el modelo de
sociedad justa que nos proponemos. En esas dos dimensiones (la filosófica y la
sociopolítica) radica justamente la dificultad de alcanzar la igualdad con el reconocimiento
de las diferencias.