Cameron - Género, Lenguaje y Discurso - TRADUCCIÓN

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Género y lenguaje

1
Deborah Cameron

Género, lenguaje y discurso: una revisión

En 1978, Signs publicó una revisión bibliográfica, “Perspectives on Language and


Communication”, de Cheris Kramer (después Kramarae), Barrie Thorne y Nancy Henley,
tres pionerxs en los estudios feministas del lenguaje en Estados Unidos. “Desde que la
nueva ola del feminismo señaló el soslayamiento del tópico del lenguaje y los sexos”,
sostenían, “ha habido una explosión de interés e investigaciones” (Kramer, Thome y
Henley, 1978:638). Veinte años más tarde, ese interés no disminuyó; sin embargo, el

BA
campo parece estar en plena “explosión” de publicaciones. Por eso, es un buen momento
para que las académicas feministas reflexionemos sobre las tendencias actuales y las
nuevas orientaciones de los estudios de género, lenguaje y discurso.

U
En este ensayo me voy a limitar a discutir publicaciones de largo aliento
(incluyendo tanto trabajos de autoría individual como colecciones, pero excluyendo los

yG
libros escritos como materiales de enseñanza o destinados a público no académico) que
aparecieron desde 1993, en (y muchos sobre) inglés.2 Voy a considerar solamente
trabajos que sean de interés para unx lectorx feminista.3 Y si bien la primera tarea de una
D
revisión bibliográfica debe ser resumir más que criticar, intentaré no quedarme
completamente fuera de los debates que tomo, lo cual sería equivalente a indicar mi
o
propia participación en ellos.4
tic

1
N. de T. Traducido por Paula Salerno en 2022 para la materia Discurso y Género de la Facultad
ác

de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. El artículo fue publicado originalmente en


inglés en Signs, Vol. 23, No. 4 (Summer, 1998), pp. 945-973.
2
Una omisión significativa de esta discusión es la de los trabajos publicados en, o concernientes
id

principalmente al análisis de, una lengua o lenguas distintas al inglés -aunque las colecciones de
artículos revisadas aquí incluye contribuciones que se ocupan de otras lenguas (i.e. catalán,
ld

español, hindi, japonés), muchas de las cuales son contribuciones de investigadorxs nativxs para
una importante comunidad de habla. En la lingüística feminista siempre ha habido una fuerte
impronta etnográfica y comparativa (cabe comparar una gran cantidad de los artículos de Philips,
ia

Steele & Tanz, 1987), pero la internacionalización del campo es un desarrollo importante y
bienvenido, incluso si en este contexto no puedo hacerle justicia. Lxs lectorxs interesadxs en
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lenguas europeas modernas podrán encontrar mucho material útil (especialmente en alemán, pero
también en holandés, griego chipriota, polaco, español y sueco) en Kotthoff & Wodak (1997); otro
at

trabajo significativo con una dimensión comparativa es Pauwels (1998), discutido más abajo.
3
Mi criterio para definir esto es amplio: incluye todo trabajo que específicamente se identifique a sí
mismo como feminista y no excluye trabajos hechos por hombres que estén claramente abocados
M

a una problemática feminista de género. Sin embargo, muchas de las referencias que aparecen al
hacer una búsqueda bibliográfica con las palabras claves “lenguaje y género” no suscitan ni
contribuyen a ningún tipo de debate feminista. En cambio, pertenecen a una tradición de estudios
empíricos de la diferencia sexual que solo pretenden encontrar diferencias estadísticamente
significativas entre los comportamientos de mujeres y hombres. Esta fórmula de investigación ha
mostrado ser tan duradera como dudosa (por no decir sosa); aquí pasaré por alto estas
producciones, sin culpas.
4
Aquí debo subrayar algo que de otra forma no sería obvio, pero que lxs lectorxs quizás sepan, a
saber, que yo misma soy una de las autora de dos de las colecciones revisadas más abajo
(Bergvall, Bing & Freed, 1996; Johnson & Meinhof, 1997). Si bien me contuve para no comentar mi
propia contribución, sentí que sería perjudicial para lxs lectorxs excluir estos volúmenes de esta
revisión solamente porque mis propios trabajos aparecen en ellos. Kramer, Thorne & Henley
estuvieron en la misma situación e 1978 y parecen haber llegado a una conclusión similar.
De hecho, la vitalidad del debate interno entre las feministas es un tema general
que intentaré exponer. Mientras Kramer, Thorne y Henley pudieron organizar su revisión
bibliográfica en torno a la pregunta “¿qué hacemos?”, yo no puedo organizar la mía de la
misma manera. La literatura relevante es demasiado voluminosa para abarcarla en un
solo estudio, pero además ya no hay consenso sobre cómo evaluar su postura: algunas
de las generalizaciones más familiares han sido puestas radicalmente en duda en los
últimos años, y ha crecido el escrutinio crítico sobre las formas en que es construido y
usado el conocimiento. Shan Wareing, por ejemplo, mostró cómo algunos hallazgos han
sido objeto de lo que ella llama efecto “hall de los espejos” (1996): a medida que son
citadas, discutidas y popularizadas a lo largo del tiempo, las preguntas originalmente
modestas son representadas cada vez como más y más absolutas, mientras que las

BA
hipótesis reciben el estatus de hechos.5
Wareing no es la única investigadora feminista que percibe la necesidad de
revisitar viejos presupuestos ―teóricos, metodológicos y empíricos. Ha habido una

U
reorientación de las primeras preguntas de investigación del campo, resumidas
sucintamente como sigue por Kramer, Thorne y Henley: “¿Las mujeres y los hombres

yG
usan el lenguaje de maneras distintas? ¿De qué formas ―en cuanto a estructura,
contenido y uso cotidiano― el lenguaje refleja y ayuda a constituir la desigualdad sexual?
¿Cómo se puede cambiar el lenguaje sexista?” (1978: 638). Estas preguntas no han sido
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completamente reemplazadas, pero ya no son planteadas de la misma forma.
Una razón para reorientarlas es que en la academia feminista ha habido un
o
progresivo abandono del supuesto de que “mujeres” y “hombres” puedan ser tratados
como grupos internamente homogéneos. Las críticas a los sesgos de etnocentrismo y
tic

clase han causado un distanciamiento respecto de las generalizaciones sobre “el


lenguaje de las mujeres”: lxs investigadorxs se están tomando a pecho la recomendación
ác

de Penelope Eckert y Sally McConnell-Ginet, quienes a un artículo muy influyente le


pusieron el título “Think Practically and Look Locally” (1992). El foco está en la
id

especificidad (observar a mujeres y hombres particulares en situaciones particulares) y en


la complejidad (observar las interacciones entre género y otros tipos de categorías
ld

identitarias y relaciones de poder).


Otra razón importante para reorientar las preguntas de Kramer, Thorne y Henley
ia

tiene que ver con el “giro lingüístico” en las ciencias humanas y sociales -un “giro” cuyos
efectos aún no eran completamente evidentes en 1978. Como explica Rosalind Gill en su
er

texto de la colección Feminism and Discourse (Wilkinson & Kitzinger, 1995): “De repente
ya no son solo lxs lingüistas quienes se interesan en el lenguaje, sino también lxs
at

sociólogxs, geógrafxs, filósofxs, críticxs literarixs, historiadorxs y psicólogxs sociales. El


lenguaje ya no es una simple sub-disciplina o un tema secundario, sino una preocupación
M

5
El ejemplo clásico de exagerar una aserción a partir de la constante repetición en fuentes tanto
académicas como populares es la famosa generalización de que los hombres suelen interrumpir a
las mujeres, y no al revés (Zimmerman y West, 1975), una idea que ha sido minuciosamente
criticada por James y Clarke (1993) y no, para Wareing, sin el debido respeto por la modestia de la
formulación original de lxs investigadorxs. Se multiplican los ejemplos de investigadorxs criticadxs
por extendidas aserciones que nunca hicieron, pero que les fueron atribuidas más tarde por
escritorxs cuyas atribuciones fueron acríticamente repetidas. Una ocasión en la que una hipótesis
fue representada como hecho fue la sugerencia de Maltz y Borker (1982) de que mujeres y
hombres tienden a asignar significados distintos a las respuestas minimalistas como “sí” y “mmm”.
Estxs autorxs ni dijeron que tenían evidencia empírica para esta idea ni han producido jamás
ninguna evidencia, que yo sepa. Sin embargo, son habitualmente citadxs como una diferencia
hombre-mujer bona fide.
central de investigadorxs de distintas disciplinas. Este giro fue provocado por la
prodigiosa influencia de las ideas postestructuralistas, que subrayaron la plena naturaleza
discursiva y textual de la vida social” (Gill, 1995: 166). Después del “giro lingüístico”, la
mirada feminista prevaleciente sobre el lenguaje le da un rol constitutivo más fuerte que el
que le habían dado Kramer, Thorne y Henley. De todos modos, este es otro aspecto
sobre el cual hay un vivo debate interno.
El “giro lingüístico” transdisciplinar es, en gran medida, un giro hacia el análisis del
discurso, la indagación no sobre sonidos, palabras u oraciones descontextualizadas, sino
sobre muestras más amplias de lenguaje en uso. La popularidad de esta perspectiva ha
dado lugar a variedades rivales de análisis feministas de discurso, basados en lo que a
veces parecen ser supuestos y definiciones inconmensurables del término discurso.6 Para

BA
las feministas que también son lingüistas, “discurso” no es solamente el lugar donde
observar la construcción de y la resistencia a las relaciones de género, sino que es un
fenómeno lingüístico altamente organizado y cuyas características formales son

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interesantes en sí mismas. En cambio, para quienes son leales al postestructuralismo y
no a la lingüística, la organización formal del discurso raramente es una prioridad.

yG
Al final de este ensayo voy a volver a las preguntas teóricas y metodológicas
planteadas contrastando distintas aproximaciones de “discurso” entre las feministas. No
obstante, en el cuerpo de este texto he elegido organizar el material temáticamente y no
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necesariamente en relación con divisiones disciplinares o teóricas. Para esto, sigo la
corriente del material mismo: en línea con las tradiciones interdisciplinarias de la
o
academia feminista, muchos de los títulos revisados aquí son cuidadosamente eclécticos
o se preocupan, precisamente, por intentar reunir enfoques postestructuralistas del
tic

discurso con un interés en el microanálisis de la forma y la estructura lingüísticas. Mi


propio uso de los términos lenguaje y discurso en el título de este ensayo busca tanto
ác

reconocer la importancia de la academia feminista en el “giro lingüístico” como demostrar


que, desde una perspectiva lingüística, lenguaje y discurso no siempre equivalen a lo
id

mismo.
ld

Dominancia y diferencia
La pregunta “¿hombres y mujeres usan el lenguaje de maneras distintas?” jugó un rol
ia

central en el surgimiento de una sociolingüística feminista hace más de dos décadas y


proyecta una larga sombra ―no solo porque prácticamente todxs lsx investigadores están
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de acuerdo en que la respuesta es simplemente sí. Sin embargo, muchxs se han apurado
en señalar que tal simplicidad es falaz. A diferencia de algunos de sus colegas de la
at

corriente dominante, las feministas nunca se han contentado con catalogar los hechos de
M

6
La mayor división aquí es entre el uso de lxs lingüistas y el uso de otrxs cientistas sociales
influenciadxs por el postestructuralismo, especialmente por el trabajo de Michel Foucault. Para
clarificar: la definición habitual de lxs lingüistas sobre discurso es “lenguaje más allá [organizado
en unidades más amplias que] las oraciones”. Sin embargo, como subraya Henry Widdowson
(1995), el tamaño de la unidad no es un criterio satisfactorio: en principio, se puede llevar adelante
un análisis de discurso de un texto de una palabra (como la palabra Damas en la puerta de un
baño). Esto es discurso porque comunica un significado en un contexto, y analizar qué y cómo
significa requeriría más que buscar el ítem léxico dama en un diccionario. Una definición de
“discurso” en el sentido foucaultiano, atractivamente concisa y un tanto enigmática, es la del
mismo Foucault: los discursos son “prácticas que sistemáticamente dan forma a los objetos de los
que hablan” (1972: 49). La introducción de Keith Harvey y Celia Shalom en Language and Desire
(1997; revisado más abajo) incluye una útil discusión de esta definición.
la diferencia y siempre han tenido discusiones internas sobre la cuestión más importante
de su orígenes y sus significados.
Durante los años 1990 estos argumentos se han esgrimido con mayor vigor, en un
debate fogoneado por el éxito masivo del libro You Just Don’t Understand de Deborah
Tannen. Tannen es una sociolingüista interaccional; su trabajo ejemplifica una
aproximación al lenguaje y el género que asocia las diferencias hombre-mujer a
diferencias culturales y estudia sus manifestaciones lingüísticas o interaccionales the la
misma manera en que otrxs sociolingüistas han estudiado los problemas de
comunicación entre hablantes de diferentes grupos raciales, étnicos y nacionales. De
todos modos, este enfoque “subcutural” o de la “diferencia” acerca de los “problemas
conversacionales” que se dan entre mujeres y hombres ha despertado críticas de otras

BA
feministas que entienden que lo que Tannen llama “malentendidos” son, en realidad,
instancias de conflicto entre sujetos posicionados de manera no solo diferente sino
también desigual. Como dijo alguien, las relaciones de género son una instancia “donde

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‘diferencia’ es ‘dominación’” (Uchida 1992; cursivas nuestras).
Lxs críticxs del famoso libro de Tannen recibieron muy bien (aunque no

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necesariamente sin reservas) los más extensos argumentos teóricos presentados en
Gender and Discourse (Tannen, 1994), un volumen que reúne seis de sus ensayos
académicos sobre este tema, con una nueva introducción y material editorial
D
contextualizador.7 Son particularmente interesantes los dos ensayos que enmarcan la
colección, “The Relativity of Linguistic Strategies” y “The Sex-Class Linked Framing of
o
Talk at Work”. Entre otras posibles lecturas, estos textos pueden ser considerados
respuestas al criticismo feminista a You Just Don’t Understand.
tic

En “The Relativity of Linguistic Strategies”, Tanne sostiene que no se trata de


elegir entre dominancia y diferencia, ya que las dos son relevantes para cualquier
ác

conceptualización del género, sino de repensar su relación en el análisis lingüístico. La


autora señala el principio fundamental de que las estrategias lingüísticas habitualmente
id

no tienen que ver con la diferencia sino con potenciales significados opuestos,
conectados con los polos sociolingüísticos de solidaridad y estatus: por ejemplo, la
ld

interrupción puede ser o bien un estatus ligado a la negación de los derechos de alguien
para hablar o bien una marca de “alta participación” que señala afiliación, más que poder.
ia

Así, es equivocado interpretar dominancia y subordinación desde el hecho superficial de


que alguien interrumpe a alguien continuamente. Las lingüistas feministas que prefieren
er

la perspectiva de la “dominancia” cometen el mismo error ―pasar por alto la “relatividad”


de determinada estrategia y entonces adjudicar sentidos inadecuados―, lo que a
at

menudo lleva a malentendidos entre mujeres y hombres en la conversación.


Si bien es bueno que Tannen se haga eco de algunas respuestas al criticismo
M

feminista, no creo que sus críticas sean completamente convincentes, y el libro de Mary
Crawford Talking Difference (1995) ilustra varias razones. Mientras que Tannen presenta
su trabajo como “bastante diferente [...] al trabajo que surge de la agenda política” (1994:
7) - varios ensayos son contextualizados con comentarios sobre el efecto de que ella
7
Tannen también editó una colección de trabajos académicos de otras feministas, Gender and
Conversational Interaction (1993). Si bien este es un volumen muy útil que contiene material de
alta calidad, no lo discutiré aquí porque las piezas reunidas ahí son generalmente reimpresiones
de “clásicos” que representan una fase de investigación más temprana que la que abordo en esta
revisión bibliográfica. La excepción es la contribución de la propia Tannen, “The Relativity of
Linguistic Strategies” que es una reimpresión de Tannen (1994) y que consideraré en mi discusión
de ese volumen.
inicialmente no abordó en absoluto sus datos con la intención de atender a cuestión de
género, sino que estos simplemente se le aparecieron cuando ella estaba observando
otra cosa -, la hipótesis de Crawford, desarrollada en una serie de capítulos que analizan
críticamente varios paradigmas (feministas y no feministas) para el estudio del lenguaje y
el género, es que “la diferencia en el habla” tiene inevitablemente una agenda política, sin
importar si es deliberada o reconocida explícitamente.
Crawford representa una rama de la psicología social feminista según la cual las
preguntas sobre la diferencia son preguntas erróneas para las feministas, en tanto ubican
al género en sujetos individuales, más que en relaciones y procesos sociales. De ahí,
argumenta la autora, el hecho de que sucesivos paradigmas de investigación en lenguaje
y género se hayan encomendado tan fácilmente a propósitos feministas: ya sea culpando

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a las mujeres por sus supuestas deficiencias lingüísticas (como en el entrenamiento de la
asertividad, visto por Crawford como un programa de resocialización infundado) o
minimizando los conflictos de intereses entre mujeres y hombres al redefinirlos como

U
“problemas de comunicación” (como en algunos abordajes para prevenir la violación en
campus universitarios). En cada caso, las personas (en la práctica, generalmente son

yG
mujeres) son llamadas a monitorear y ajustar sus propias conductas “problemáticas”
mientras que las desigualdades estructurales no son abordadas.
Women, Men and Politeness (1995) de Janet Holmes sigue un razonamiento
D
similar al trabajo de Tannen al identificar diferencias significativas en el comportamiento
de cortesía verbal típico de mujeres y hombres (su propia investigación es sobre
o
hablantes del inglés de Nueva Zelanda, tanto Maori como Pakeha [blancxs]) y relacionar
tales diferencias con normas (sub)culturales que varían - grosso modo, las mujeres (y en
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algunos casos, maoríes de ambos sexos) son “más corteses” porque asignan un valor
cultural más alto a conseguir consenso y mostrar una abierta consideración hacia otrxs.
ác

Aun así, Holmes se acerca más a Crawford que a Tannen en el rechazo a la “tolerancia”
como respuesta predilecta a la variación y a la problematización de la cuestión
id

-inseparable de una cuestión política- sobre quién termina adaptándose a quién. La


autora argumenta que los hombres son, cuando necesitan serlo, perfectamente capaces
ld

de usar estilos de habla más consensuales y considerados; es su dominancia generizada


la que, en muchos contextos, los habilita a no prestar atención detenidamente a los
ia

“gestos” de lxs demás, es decir, a su deseo de ser tratadxs de una forma que sea
explícitamente respetuosa. Holmes también sugiere que adoptar algo más cercano a las
er

normas de interacción de las mujeres en escenarios públicos y formales podría mejorar la


calidad de la comunicación. Así, privilegiar las conductas de las mujeres representa una
at

alternativa feminista frente a la perspectiva de la “diferencia”, en tensión tanto con la


posición “diferente pero igual” de Tannen como con la oposición más robusta de Mary
M

Crawford a todo el paradigma.


Las respuestas más directas de Tannen al criticismo feminista de su trabajo se
pueden encontrar en la introducción de Gender and Discourse, en lla cual busca refutar
la atribución de “esencialismo” - que la autora parece entender como un problema de
atribuir las diferencias hombre-mujer a la naturaleza más que a la crianza. Si eso fuera
todo, entonces claramente Tannen no es esencialista. Pero ella pasa totalmente por alto
la crítica más amplia de lo que Crawford llama “perspectiva de la diferencia sexual” - que
conforma su propio objeto de conocimiento, recicla acríticamente ideas de sentido común
sobre la profundidad y la estabilidad de las diferencias, homogeneiza a mujeres y
hombres y, así, es más propensa a trabajar con sexismo que contra él.
De todos modos, el último artículo, “The Sex-Class Linked Framing of Talk at
Work”, no publicado previamente en Gender and Discourse, parecería representar un
distanciamiento respecto del esencialismo. Valiéndose de las nociones de “clase sexual”
[sex-class] y “marco” [frame] de Erving Goffman, Tannen (1994: 198) sostiene: “Las
formas de hablar y de comportarse que están asociadas al género no son una cuestión
de identidad sino de demostración [display]. En otras palabras, la conducta no es el
reflejo de la naturaleza individual (identidad) sino de una performance que el individuo
está realizando (demostración)”. Esta mirada ubica a Tannen mucho más cerca de
quienes articulan la relación entre “lenguaje y el yo construido socialmente”, con sustento
teórico del feminismo postmodernista o (como en el propio caso de Tannen) del
interaccionismo simbólico y la etnometodología.

BA
La construcción social de sí8
Language and the Socially Constructed Self es el subtítulo de la estimulante colección

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Gender Articulated (1995) de Kira Hall y Mary Bucholtz. Lxs editorxs y algunxs autorxs
han recibido la influencia de las perspectivas teóricas postmodernista y queer sobre el

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género, incluyendo la noción de “performatividad” de Judith Butler (1990). Desde que el
concepto performativo fue inventado por lxs filósofxs del lenguaje para explicar cómo las
personas son capaces de “hacer cosas con palabras”, en términos de Austin (1962), hay
D
cierta aptitud en su reapropiación para analizar cómo las identidades de género son
realizadas en y a través del uso del lenguaje. Un ejemplo notable es el proporcionado por
o
Hall y Bucholtz en su introducción: nos cuentan que entre muchxs lectorxs ávidxs the
libros que pretenden describir las diferencias globales en los estilos de habla de hombres
tic

y mujeres son personas “transgénero”/”transgenerizadas” [“transgendered”] que buscan


una orientación sobre cómo montar una performance “auténtica” para su identidad de
ác

género elegida.
Pero no son solo artistas drag y transexuales lxs que performan género. El
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capítulo de Hall (1995) “Lip Service on the Fantasy lines” presenta una investigación con
trabajadoras sexuales telefónicas en California, muchas de las cuales han adoptado
ld

conscientemente un estilo de habla para sus clientes que coincide con lo que Robin
Lakoff (1975) llama “lenguaje de mujeres” y que ve como un registro que estiliza la falta
ia

de poder femenina. Las trabajadoras sexuales usan este estilo, en un contexto en el cual
el lenguaje y la voz son los únicos medios para construir una identidad, ya que calculan
er

que es la versión de feminidad que sus clientes quieren comprar; son conscientes de que
potencialmente hay otras feminidades a su disposición y de que sus performances “en el
at

trabajo” son, precisamente, una performance.


El comportamiento de las trabajadoras sexuales telefónicas señala el carácter
M

plural y no natural de la feminidad, pero también, señala Hall, recicla completamente


nociones convencionales de la diferencia hombre-mujer, que no funcionan en beneficio de
las mujeres colectivamente , incluso si en este contexto particular son ventajosas para
mujeres individuales. Se puede hacer observaciones similares sobre el efecto de que lxs
transexuales base su performance lingüística de la feminidad en la lectura de Lakoff o de
Tannen. Esto subraya una diferencia entre los proyectos emancipatorios de feministas y

8
N. de T. El original es Socially constructed selves, que literalmente en español sería “Yoes
socialmente construidos”.
de queers: el objetivo feminista no es tanto hacer que las categorías de género sean
permeables, sino hacer que sean redundantes.
Otra objeción a los abordajes queer, que particularmente obligan a lxs
investigadorxs a dialogar, es que la performance lingüística es necesariamente e
intrínsecamente intersubjetiva: en la conversación, las performances se moldean
mutuamente unas a otras en cada momento, ya que lo que una persona dice ahora incide
lo que la otra persona puede decir o comprender a continuación. Muchxs analistas
enfatizarían el hecho de que los yoes [the selves] producidos en interacciones lingüísticas
son “co-construidos” o “realizados conjuntamente”; las feministas que defienden esta
mirada (como Goodwin [1990], Tannen [1994] en el artículo sobre “marco ligado a la clase
sexual” y muchxs autorxs de Kottohoff y Wodak [1997]) habitualmente prefieren tratar

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preguntas similares a Hall en trabajos enmarcados en el interaccionismo simbólico y la
etnometodología y su rama orientada al lenguaje, el análisis conversacional.
En su contribución a Gender Articulated, “Language, Gender and Power: An

U
Anthropological Review”, Susan Gal crítica la clásica tendencia sociolingüista de igualar
“lenguaje de mujeres” y “lenguaje usado por mujeres”:9 “Las categorías discurso de

yG
mujeres, discurso de hombres y discurso prestigioso o poderoso no derivan
indexicalmente de identidades de lxs hablantes. De hecho, a veces lxs enunciados de lxs
hablantes crean su identidad. Estas categorías, de entre otras más amplias como
D
femenino y masculino, son construidas culturalmente en grupos sociales; cambian a lo
largo de lo historia y están sistemáticamente relacionadas con otras áreas del discurso
o
cultural como el tipo de personas, de poder y de orden moral deseable” (1995: 171).
Desde este punto de vista, el “lenguaje de mujeres” es una categoría simbólica, mientras
tic

que el “lenguaje usado por mujeres” es empírica. La pregunta interesante es cómo ambas
se articulan entre sí, cómo, por ejemplo, la construcción simbólica “lenguaje de mujeres”
ác

es desarrollado de varias maneras por hablantes “reales” - hablantes que, como muestra
el ejemplo de Bucholtz y Hall sobre transexuales, no tienen que ser “reales” en el sentido
id

de mujeres “anatómicas”. La complejidad de la cuestión, de todos modos, no debería ser


subestimada: la relación entre usar cierto tipo de lenguaje y construir cierto tipo de
ld

identidad de género es casi siempre indirecta o mediada. En la formulación sucinta de


Elinor Ochs, “pocos rasgos del lenguaje indexan género de manera directa y exclusiva”
ia

(1992: 340; cursivas en el original).


Otra fuente de complejidad es que incluso en una misma sociedad, pueden entrar
er

en contradicción y en conflicto distintos constructos culturales de feminidad. Las


relaciones de poder que están en juego en conflictos como este son analizadas en el
at

estudio “Managing the Body of Labor” de Cathryn Houghton (1995), que se enfoca en
jóvenes madres solteras latinas que han sido institucionalizadas involuntariamente por su
M

conducta “antisocial” de tener hijxs a lxs que no podían mantener. Houghton muestra
cómo las normas discursivas de la terapia grupal son usadas para socavar los relatos de
estas mujeres sobre sus propias experiencias y motivaciones: por ejemplo, expresiones
como “ustedes saben cómo es cuando…”, que asignan una dimensión colectiva a las
historias de vida de las mujeres, son eliminadas en favor de decir “Yo”, un movimiento
que redefine la historia de la mujer como una narrativa individual y a-social, y así

9
El artículo de Gal es una versión revisada y acortada de un ensayo titulado “Between Speech and
Silence” (Gal, 1991). En mi opinión, el texto original es el mejor ensayo de revisión crítica jamás
escrito sobre los estudios de lenguaje y género y merece ser leído por toda feminista que se
interese en el tema.
determina que sea aún más redefinida en términos de patológica. Al ser disciplinadas
para hablar sobre sí mismas de maneras que sean aceptables para la institución, estas
mujeres son socializadas en un tipo distinto de individualidad femenina, más acorde a
normas estadounidenses extendidas como el individualismo, el trabajo ético, la
gratificación diferida, la familia tradicional, y demás.
Pero Houghton también muestra que las mujeres son capaces de usar normas
discursivas de la “charla de chicas” como una forma de resistencia a las normas de la
institución. La charla de chicas se enfoca en la variedad de cosas que se supone que
están bajo escrutinio en las sesiones de terapia grupal - sexualidad, sentimientos y
relaciones personales. Sin embargo, a diferencia de la charla “adecuada” de terapia, la
charla de chicas se construye como una actividad colectiva y solidaria y es preformada de

BA
acuerdo a normas lingüísticas y culturales de las comunidades propias de las mujeres.
Este tipo de habla subvierte intencionalmente los objetivos institucionales, pero, como sus
temas son aquellos que la institución quiere que sus internadas discutan, es difícil para

U
las autoridades justificar que ven (acertadamente) estas charlas como modo de
resistencia.

yG
El texto de Houghton muestra a mujeres jóvenes que resisten la opresión con
algunos de los mismos recursos lingüísticos que son usados por otrxs para oprimirlas. En
contraste, las estrategias lingüísticas que se proclaman como inherentemente
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subversivas y resistentes a las relaciones de autoridad tradicionales pueden fallar en
cumplir sus promesas. En su discusión del género en internet (un tema que seguramente
o
adopte cada vez más importancia para las investigadoras feministas del lenguaje en uso;
no es habitual que el género haya estado en agenda desde el momento del surgimiento
tic

de un nuevo medio de comunicación), Susan Herring, Deborah Johnson y Tamra


diBenedetto (1995) no han podido compartir predicciones utópicas sobre que la
ác

comunicación mediada por computadoras pudiera posibilitar (porque no hay cuerpos en el


ciberespacio) la creación a través del lenguaje de nuevas subjetividades radicales
id

generizadas / no-generizadas / transgenerizadas.10 Estas investigadoras sugieren que, en


cambio, las relaciones lingüísticas generizadas del mundo virtual se parecen mucho a las
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del mundo real.


Como sugiere su título, la colección Rethinking Language and Gender Research
ia

editada por Victoria Bergvall, Janet Bing y Alice Freed (1996) ejemplifica la actual
tendencia entre lingüistas feministas hacia una revaluación crítica de trabajos previos;
er

como Gender Articulated, también muestra la influencia del posmodernismo feminista en


los intentos de la lingüística por teorizar el género de maneras no esencialistas. El primer
at

capítulo, escrito por dos de las editoras y que funciona como introducción, se titula “The
Question of Questions: Beyond Binary Thinking” y nota que “lxs autorxs de este volumen
M

cuestionan la división del habla en base a la división binaria de los géneros o sexos” (Bing
y Bergvall, 1996: 3). Lxs autorxs continúan subrayando algunas ideas útiles sobre las
presuposiciones ideológicas y los obstáculos de la investigación que falla en
problematizar esa división binaria.
Si bien estos puntos son convincentes, hay una suerte de desequilibrio entre este
capítulo teórico, con su mirada del dualismo de género en tanto constructo simplista

10
El tema del lenguaje, género y comunicación mediada por computadoras ya ha inspirado todo un
libro de una feminista, Nattering on the Net (1995), de Dale Spencer. No lo considero aquí porque
no se dirige principalmente a una audiencia académica, pero para un resumen y algunos
comentarios críticos, ver Butterworth (1996).
impuesto por (seudo)científicxs a realidades más complejas, y muchos de los estudios
empíricos subsiguientes. Lo llamativo es que proporcionan evidencia de que el dualismo
de género, a pesar de que sus formas son culturalmente específicas y variables, continúa
siendo una potente herramienta de significación que moldea las propias creencias y
conductas de lxs usuarixs del lenguaje. Lxs autorxs abordan el binarismo varón-mujer de
manera crítica, pero en muchos casos sus datos les obligan a reconocer los significados
que tienen para lxs hablantes que estudian. No se trata de un juego interminable de
diferencias lo que se ve en las prácticas lingüísticas de comunidades que van desde
estudiantes de ingeniería de una universidad técnica de Estados Unidos hasta hijras
hablantes de hindi en India; se trata del desarrollo variable (y a veces estratégico) de
recursos lingüísticos que son marcados simbólicamente como “masculinos” o

BA
“femeninos”. Como observan Kira Hall y Veronica O’Donovan sobre lxs hijras ―un caso
ilustrativo ya que, como hombres castrados que son vistos localmente como “tercer sexo”,
su identidad de género no puede ser considerada ni “natural” ni fija, y esto es señalado en

U
el uso variable que hacen de los marcadores gramaticales de género del Hindi―: “En
lugar de ocuparse de la posición exterior al binarismo mujer-varón, lxs hijras han creado

yG
una existencia en él, la cual es determinada por construcciones culturales de la feminidad
y la masculinidad que están rígidamente arraigadas” (1996: 229). De hecho, ¿no se
podría decir lo mismo de las personas transexuales u otros sujetos generizados de
D
manera “anómala” en lo que afectuosamente podríamos imaginar como la sociedad
menos rígidamente diferenciada del Occidente urbano (post)moderno?
o
Si bien este distanciamiento de lxs sociolingüistas con respecto a concepciones
naives y esencialistas sobre el género es sin lugar a dudas bienvenido, no tiene por qué
tic

―y en base a la evidencia, no debería― implicar la deconstrucción del dualismo de


género hasta su inexistencia. En cambio, podríamos decir que lo que las feministas
ác

necesitan tener en cuenta es la omnipresencia y el poder actual que tiene los dualismos
de género en las comunidades de habla del mundo ―aunque sin perder de vista la
id

variedad de formas que estos dualismos pueden adoptar, los usos complejos para los que
pueden ser retomados y sus efectos locales variables en términos de poder y resistencia.
ld

Feminidades y masculinidades
ia

La actual preocupación feminista por “mirar localmente” se manifiesta en varios estudios


recientes que se enfocan en mujeres y hombres particulares que hablan en entornos
er

concretos con propósitos concretos. Un ejemplo de esta perspectiva es Women Talk:


Conversation between Women de Jennifer Coates (1996), un trabajo sobre un extenso
at

corpus controversial producido por veintiséis mujeres y chicas que hablan con sus amigas
a fondo y con lujo de detalles, complementado con material de entrevistas etnográficas
M

con las mismas mujeres acerca de la amistad.


Coates señala la importancia que sus informantes coinciden en asignar a la
conversación con amigas, cita sus percepciones de las amigas como personas con
quienes podés “ser vos misma” y comenta: “Si la amistad proporciona la arena en que
[las mujeres] pueden ‘aprender a ser nosotras mismas’, entonces el habla es el medio por
el cual ocurre este aprendizaje” (1996:44). Mientras el grueso del análisis se concentra en
la organización lingüística del habla de amigas, relevando una serie de cuestiones
recurrentes en la bibliografía de lenguaje y género (i.e., narrativa, usos de las
interrogaciones, evasivas y repeticiones), Coates también se vale de los datos para
abordar otras cuestiones de interés para las feministas. Por ejemplo, la autora se
pregunta si las amistades entre mujeres sostienen o subvierten la heterosexualidad
obligatoria, con su norma de poner en primer lugar a los hombres y las relaciones
heterosexuales (una norma manifiestamente compartida por la mayoría de las
informantes), y si hay algún componente homoerótico en las amistades femeninas.
Este estudio subraya la idea de “co-construcción” mencionada arriba: en los datos
de Coates, el “yo socialmente construido” emerge en y de la interacción con otrxs
preciadxs e iguales. Incluso surgen algunas cuestiones interesantes a partir del foco en la
“mismidad” [sameness], que es corolario de estudiar específicamente el habla de amigas.
Toda una dimensión de investigación en el discurso de mujeres ha quedado
implícitamente en la asunción que Coates trae a la superficie: que somos más “nosotras
mismas” cuando estamos en compañía de personas parecidas a nosotras. ¿Pero las

BA
feministas deberían privilegiar este tipo de habla de mujeres como la instancia más típica
o auténtica? Todavía es comparativamente rechazada la pregunta sobre qué ocurre con
el “habla de mujeres” cuando sus participantes son diferentes ―y desiguales― en

U
dimensiones distintas al género.
Otra temática importante concierne los aspectos coercitivos de la charla de

yG
amigas. Coates no oculta su deseo de celebrar una actividad a menudo banalizada por la
cultura; su análisis muestra que sus normas igualitarias y solidarias contribuyen en gran
medida a mantener el tipo de relaciones sociales que tanto satisfacen a las mujeres. Sin
D
embargo ―algo habitual para una sociolingüista― Coates también dedica un capítulo a
los “discursos” de la feminidad que sus informantes despliegan en sus conversaciones:
o
no solo es más difícil para una feminista celebrar estos discursos en general, sino que
también hay claramente alguna conexión entre las normas de interacción “buenas”
tic

(solidarias) y la persistente hegemonía de los discursos “malos” ([hetero]-sexistas).


Debido a la norma de la solidaridad y “mismidad” [sameness], podemos pensar que hay
ác

algunos “yoes” (algunos poderosos, otros expertos, otros no-heterosexuales) que estas
mujeres deben censurar a cambio de la recompensa de una conversación amistosa.
id

Por ejemplo, en una conversación Coates analiza un grupo de colegialas que


mantiene la norma interaccional del “espejo” mediante la construcción de una cadena de
ld

anécdotas sobre la tensión premenstrual. Su intercambio muestra vívidamente cómo es


que estas chicas y mujeres pueden llegar a participar activamente en discursos que las
ia

perjudican. En este contexto, producir un yo femenino que no esté a merced de sus


hormonas sería romper las reglas de una conversación amistosa, según la cual cada
er

participante debe “espejar” la experiencia de las demás. Para una de estas jóvenes
mujeres, desafiar el discurso de las “hormonas intensas” implicaría arriesgarse a ser
at

aislada del grupo.


¿Las normas del habla de los varones (supuestamente muy diferentes) tienen una
M

función de “control“ comparable? Esta es una pregunta a la que lxs investigadorxs están
empezando a prestar atención recién ahora. Puede parecer obvio que los hombres
también son “yoes socialmente construidos”, pero por razones entendibles las feministas
han tendido a priorizar el habla de las mujeres por sobre la de los hombres. Si una razón
es práctica (una investigadora no puede ser observadora participante en un entorno
masculino, otra es política: es demasiado fácil que la investigación sobre la masculinidad
sea vista como respaldatoria de la mirada aún prevaleciente de que los hombres
constituyen simplemente un tema más importante que las mujeres.
Esta parece ser la implicancia de la publicidad de una campera según la colección
Language and Masculinity, de Sally Johnson y Ulrike Hanna Meinhof (1997), el primer
libro que trata a fondo el tema, que lo anuncia con la amenazante oración “La lingüística
feminista ha madurado”. Felizmente, la sentencia ha sido sacada de contexto; tanto los
editores de la introducción como el primer capítulo de Sally Johnson (1997) “Theorizing
Language and Masculinity” evitan las trampas predecibles y subrayan lo que claramente
es una agenda feminista.
Un tema que recorre el volumen es la necesidad de reevaluar algunas de las
generalizaciones bastante simplistas que se han hecho en el pasado sobre los hombres y
sus estilos de habla ―no (o no solamente) para hacer justicia a los hombres, sino
también para derribar estereotipos que ayudan a perpetrar las actuales relaciones de
género desiguales. Si una forma de lograrlo es mostrando que hay diferentes versiones
de la masculinidad (como lo hacen varixs autorxs), otra forma es exponiendo a partir de

BA
un análisis cercano que ninguna de esas versiones tiene el carácter monocorde que a
veces se supone. A nadie que lea este volumen le va a resultar fácil avalar en el futuro la
oposición de larga data entre la “competencia” masculina y la “cooperación” femenina o la

U
celebración del “chisme” como género distintivo de las mujeres.
Muchxs autorxs se interesan por la compleja articulación entre los yoes

yG
generizados ―en este caso, los masculinos― a través de la “indexación” de diferentes
aspectos de un conjunto variado y, de hecho, contradictorio de discursos culturales. En
“Power and the Language of Men”, por ejemplo, Scott Fabius Kiesling (1997) discute el
D
comportamiento de un grupo de integrantes de una fraternidad universitaria11 y sostiene
que el poder asociado a la masculinidad no es indiferenciado: hay una serie de tipos de
o
poder que los sujetos ponen en juego mediante un “alineamiento de roles” masculino
cuya indexación es lingüísticamente contrastiva pero reconocible (i.e., el atleta o el obrero
tic

cuyo poder deriva de su destreza física, el “trabajador duro”, la elite profesional que
demanda respeto por su inteligencia o su capacidad de expresión, el padre cuidador).
ác

Kiesling muestra cómo un mismo individuo puede adoptar diferentes posicionamientos en


diferentes escenarios, mientras diferentes individuos en la misma circunstancia pueden
id

adoptar posiciones que contrastan entre sí (y así reclamar distintamente poder, estatus o
autoridad).
ld

Lo que Kiesling llama roles de alineamiento [alignment roles] puede ser


indexicalizado no solo mediante el uso de distintas estrategias discursivas sino también a
ia

través de patrones de variación fonológica que son revelados solo por un análisis
estadístico, y cuya sustancia lingüística (i.e. si -ing en inglés se pronuncia con una
er

alveolar o una velar nasal) no tiene un significado inherente. Este tipo de fenómenos
incumbe a la sociolingüística variacionista cuantitativa, un campo cuya problemática
at

central (explicar los mecanismos del cambio lingüístico) no es feminista estrictamente


hablando y cuyas (copiosas) discusiones sobre la variación ligada al género han sido
M

raramente situadas en un marco feminista. Además, en tanto mucho del trabajo


variacionista es difícil de comprender para no especialistas ―ya que lidia con cambios de
sonido arcanos que son presentados mediante estadísticas complejas― habría cierta
justificación en ubicarlo fuera de los alcances de este artículo. Sin embargo, debemos
hacer una excepción con Variation as Social Practice, de Penelope Eckert (1998), cuya
aproximación al género es desafiante no solo para sus colegas variacionistas sino

11
N. de T. La expresión en inglés es fraternity brothers y refiere a miembros (“hermanos”, brothers)
de una asociación de estudiantes universitarios varones (“fraternidad”, fraternity). Las asociaciones
universitarias de mujeres se llaman sororities, y sus integrantes se denominan sorority sisters.
también potencialmente para las asunciones de muchas feministas que se ubican fuera
de este paradigma.
La investigación referida en el libro mezcla la etnografía (los encuentros
informales de Eckert durante dos años con estudiantes de una escuela pública en las
afueras de Detroit) y el análisis cuantitativo de cómo lxs estudiantes pronuncian un
conjunto de vocales que están involucradas en un cambio lingüístico en curso (el
“Desplazamiento en cadena de las ciudades del Norte” [Northern Cities Chain Shift]). La
pronunciación variable de estas vocales es un canalizador de significados sociales
complejos, y Eckert busca relacionarlos con la organización de la comunidad escolar, que
está dividida en dos grandes ejes: género y afiliación subcultural (“deportistas” vs. “nerds”
[“jocks” vs. “burnouts”]).

BA
Eckert disputa la perspectiva adoptada por investigadoras como Tannen según la
cual las diferencias de género en el uso del lenguaje son principalmente reflejos de las
típicas segregaciones en grupos que se acuerdan en la niñez y la adolescencia. Lxs

U
estudiantes de secundaria son adolescentes, y su práctica social se caracteriza por un
alto grado de segregación (tanto de género como de subculturas); sin embargo, Eckert

yG
sostiene que nada de sus comportamientos puede ser comprendido sin atender al trabajo
del “mercado heterosexual”. Esto a menudo también ocurre en grupos del mismo sexo, la
producción de yoes femenino o masculini altamente diferenciados y mercantilizados se
D
vuelve intensa y capta toda la atención en un momento de la vida en que la
heterosexualidad no solo está legitimada sino que también es, en esencia, obligatoria
o
―es parte del costo de crecer. Esto afecta no solo la forma como las personas se
relacionan con miembros del sexo contrario, sino también ―especialmente en el caso de
tic

las chicas― cómo se relacionan con (y se diferencian de) otras del mismo sexo.
A las chicas el mercado heterosexual les obliga a usar todo significado simbólico a
ác

su alcance (desde los jeans hasta alas vocales) para crear un yo. Como nota Eckert, la
habilidad sola (i.e. destreza atlética) es un bien con valor de cambio para los chicos, pero
id

es menos valiosa para las chicas, cuyo éxito en el mercado depende más de la
apariencia, la personalidad y la “popularidad”. El hecho de que las chicas y las mujeres
ld

dependan más de los recursos simbólicos es una razón por la cual ellas usan más
extensamente que los varones los significados asociados a variaciones fonológicas.
ia

Considerar el mercado heterosexual como un principio dominante que organiza


los términos en que se construye y se desenvuelve el género (y no solo entre
er

adolescentes) puede provocar ciertas preguntas acerca de la distinción que han hecho
algunxs investigadorxs entre los estudios de comportamiento lingüístico que son
at

comparativos y los que toman un solo sexo. De acuerdo a esta distinción, los efectos de
poder son visibles sobre todo en la interacción entre sexos distintos [cross-sex
M

interaction], mientras que la interacción entre personas del mismo sexo permite conocer
mejor patrones fundamentales de la diferencia de género. Espero que esta noción ya
haya sido problematizada en mi discusión de, por ejemplo, el trabajo de Coates y el de
Kiesling; la contribución de Eckert es explicitar más por qué no se puede tratar la
conversación entre mujeres como un refugio de los mandatos heteropatriarcales.
El argumento de Eckert, que enfatiza la interdependencia particularmente
estrecha entre género y sexualidad como categorías que se construyen mutuamente,
también tiene implicaciones para el surgimiento del campo de la sociolingüística lesbiana
y gay. Esto implica que la sexualidad no puede solo ser tratada operativamente como una
variable “extra”, ni la sexualidades gay y lesbiana pueden ser entendidas como “todo lo
mismo” ―variantes de una homosexualidad indiferenciada que contrasta con una
heterosexualidad indiferenciada. Como observa Eckert, hay una necesidad general de
encontrar formas de hablar sobre la diferencia que no sean meramente aditivas (género
más raza más clase, etc.), sino que sean cabalmente sensibles a las maneras en que las
categorías sociales se articulan entre sí.

Cuestiones de “comunidad”
Queerly Phrased: Language, Gender and Sexuality, una colección editada por Anna Livia
y Kira Hall (1997), promete un tratamiento más considerado sobre la relación entre
género y sexualidad. Hay tres secciones: “Liminal Lexicality” trata la terminología usada
para hablar sobre (y señalar) identidades sexuales, “Queerspeak” se ocupa de las

BA
estrategias lingüísticas utilizadas por lxs hablantes para indexar identidades sexuales no
heterosexuales, y “Linguistic Gender Bending” aborda el uso que sujetos con sexo
anómalo (por ejemplo, hijras, transexuales) hacen de los recursos lingüísticos de género.

U
Los capítulos individuales son diversos, tanto en cuanto a sus filiaciones disciplinarias o
metodológicas, que van desde la crítica literaria hasta la etnografía, como en cuanto a las

yG
lenguas discutidas, que incluyen a la Lengua de Señas Americana, el inglés (en distintas
variedades), el francés, el hausa, el hindi, el japonés y el yiddish.
Un volumen sobre este tema plantea dos preguntas: ¿cuál es la problemática
D
central de la sociolingüística “queer”? ¿y cómo deberían ser tratadas la(s) variable(s) de
la identidad sexual para los objetivos sociolingüísticos? Hay muchas respuestas posibles,
o
y las más convincentes ofrecidas aquí, desde mi punto de vista, son también las más
radicales en el desafío que plantean a las asunciones usuales de la sociolingüística sobre
tic

la naturaleza de la “comunidad”.
Un posible punto de partida para la sociolingüística queer, discutido en la
ác

introducción de Livia y Hall (p. 4), es la idea de que se sabe demasiado poco sobre el uso
del lenguaje para marcar específicamente identidades sexuales porque la investigación
id

previa asumió irreflexivamente la heterosexualidad de sus sujetos. Esto me resulta


excesivamente simplificado, al menos en el caso de la investigación feminista temprana,
ld

en la cual la asunción no era que todos lxs sujetos fueran heterosexuales, sino que el
género influía en el habla más significativamente que la identidad sexual. Esta asunción
ia

derivaba de una forma de política feminista particular y centrada en las mujeres, a la cual
muchxs investigadorxs (tanto lesbianas como heterosexuales) suscribían. El problema
er

con esta asunción en un contexto queer es que no necesariamente tiene sentido para los
hombres gays. Lo que me preocupa aquí no es que Livia y Hall la rechazaran (no está
at

claro que lo hicieran), sino que no la reconocen como una cuestión política - una de
muchas en las cuales el feminismo y la teoría queer podrían discrepar.
M

Se puede hacer una crítica similar a Arnold Zwicky (1997), que en “Two Lavender
Issues for Linguists” propone que “para muchas lesbianas, lo más importante es
identificarse con la comunidad de mujeres [...] mientras que para muchos hombres gays
lo más importante es distanciarse de los hombres heterosexuales. [...] En consecuencia,
los gays se inclinarán a ver su sexualidad como un rechazo a las normas de género. [...]
muchas lesbianas pueden tener un discurso que, en los hechos, no se distinga del de las
mujeres heterosexuales” (p. 30). Esta explicación sobre una asimetría de género muy
remarcada (i.e. algunos gays pueden tener “la voz”, y las lesbianas no) es persuasiva
hasta cierto punto, pero omite cualquier referencia ya sea al feminismo o al poder. Algo
que las lesbianas y las mujeres heterosexuales comparten es su pertenencia al grupo del
género subordinado, y esto puede explicar la solidaridad de muchas lesbianas. Sin
embargo, esto no significa que las mujeres que se identifican como tales se opongan
menos que los hombres gays a las normas de género establecidas. Al contrario, si
reconocemos que las normas de comportamiento “femeninas”, incluida el habla, no son
solo índices arbitrarios de la identidad de género sino símbolos de falta de poder,
entonces podemos esperar que lxs feministas sean muy críticas de tales normas; en tanto
esta mirada se basa en el rechazo a la subordinación, no debe excluir a las feministas
lesbianas. No obstante, puede no ser compartida por las lesbianas (que hay y siempre ha
habido) que no se definen a sí mismas como feministas.
En suma, si es obvio que no podemos hablar de una comunidad de habla gay y
lesbiana, no es claro que aumentar el número a dos ―uno por cada género― sea

BA
tampoco una solución satisfactoria. Además debo subrayar que las aserciones sobre que
las lesbiana son más “como” otras mujeres que lo que los gays son “como” otros varones
dependen (irónicamente) de sugerir un grado de homogeneidad entre lxs heterosexuales,

U
que está difícilmente justificado por la evidencia.
Un abordaje alternativo es el que ofrece Ryst Barrett (1997) en su capítulo titulado

yG
ingeniosamente “The ‘Homo-Genius’ Speech Community”12. Todas las comunidades son
imaginadas, pero las comunidades queer lo saben; cualquier lenguaje que conciben para
marcar la pertenencia a una comunidad también es un producto de su imaginación
D
colectiva, ya que, como señala Barrett fríamente, “en general, la gente no le enseña a sus
hijxs a habla como homosexuales” (p. 191). Más que estudiar el “habla queer” como si
o
fuera un dialecto, la herencia cultural de que hay un grupo preexistente y definido
externamente (el modelo convencional de “comunidad” en sociolingüística), Barrett
tic

propone adoptar lo que Mary Louise Pratt (1987) llama “lingüística de contacto”
enfocándose en encuentros que cruzan las fronteras comunitarias, en los que típicamente
ác

hay una mezcla y un intercambio de códigos, mientras que las identidades y las
relaciones se negocian.
id

Robin M. Queen (1997), cuyo capítulo “I Don’t Speak Spritch” también está en
deuda con Pratt, sugiere que el lenguaje de las lesbiana no se sitúa en un estilo en sí
ld

mismo lésbico sino en la práctica comunitaria de reunir en una forma particular elementos
de diferentes estilos. Al examinar el lenguaje de personajes lesbianas de cómics, como
ia

Hothead Paisan y las protagonistas de Dykes to Watch Out For, que elige como ejemplos
de auto-representaciones comunitarias, Queens identifica una serie de tropos recurrentes
er

que portan sentidos convencionalizados en relación con género y clase. Los significados
de “lesbiana” se producen cuando los tropos son usados en combinaciones marcadas
at

(i.e. hombres estereotípicos y de clase trabajadora que insultan, junto a la evasiva y la


entonación ascendente estereotípicamente asociada a mujeres de clase media).
M

Hay muchas cuestiones de interés para lxs feministas en Queerly Phrased.


Contiene un montón de información interesante, y algunas contribuciones marcan un
nuevo nivel de sofisticación en este área de investigación. Sin embargo, lxs lectorxs
feministas pueden encontrar algunos aspectos problemáticos en este libro. Esto puede
12
Una nota para lxs sociolingüistas: este título es un juego de palabras con la famosa formulación
de Noam Chomsky según la cual el objeto de la teoría lingüística es el “hablante-oyente ideal en
una comunidad de habla completamente homogénea”. Lxs sociolingüistas ubican la
homogeneidad de la comunidad de habla no en el comportamiento uniforme de sus integrantes
sino en su comprensión compartida acerca de qué significan los diferentes comportamientos (i.e.
en inglés, pronunciar o no pronunciar la “r” en car; N. de T. un ejemplo en español podría ser
pronunciar o no la [s] en vamos).
sonar ambiguo, pero tengan en cuenta que se trata de un campo de estudios en ciernes;
la cantidad de publicaciones recientes sugiere que el campo se está desarrollando
bastante rápido (ver Leap, 1995; y el trabajo consignado en Jacobs [1996]), pero es
demasiado pronto para dictaminar el impacto de largo plazo de la sociolingüística queer o
para decir cuál va a ser su relación específica con la lingüística feminista.

Del lenguaje sexista al discurso generizado


El “giro lingüístico” [turn to language - ver cómo lo puse antes] en las ciencias sociales y
humanas afectó el abordaje de muchas feministas hacia la pregunta planteada por
Kramer, Thorne y Henley (1978: 638) sobre cómo “el lenguaje ―en estructura, contenido
y uso cotidiano― refleja y ayuda a constituir la desigualdad sexual”. Es más posible

BA
asumir, ahora, que el rol del lenguaje es fuertemente constitutivo, y hay quienes incluso
pueden interpretar esto como que no hay realidad social por fuera del lenguaje y el
discurso.

U
Una consecuencia del “giro lingüístico” para los estudios feministas del lenguaje
ha sido cambiar la forma en que el campo en sí mismo es implícitamente dividido. En el

yG
pasado, estudiar el comportamiento lingüístico de las mujeres y los hombres (la
“diferencia” de sexo o género, tema de sociolingüistas) en general era claramente distinto
del estudio de sus representaciones en textos lingüísticos (“lenguaje sexista”, tema
D
estilistas, gramáticxs, lexicólogxs o historiadorxs del lenguaje). En la actualidad, ambos
pueden ser vistos como aspectos de un mismo proceso, la construcción lingüística y
o
discursiva del género a lo largo de una gama de áreas y prácticas culturales. Cuando unx
investigadorx estudia el habla de mujeres y hombres, está observando, por así decirlo, la
tic

construcción lingüística de género en las formas de primera y segunda persona (la


construcción de “yo” y “vos”); cuando se dirige a la representación del género en, por
ác

ejemplo, publicidades o textos literarios, está buscando eso mismo en la tercera persona
(“ella” y “él”). En muchos casos, no es posible ni útil dejar estos aspectos de lado, ya que
id

el triángulo “yo-vos-ella/él” es relevante para el análisis de todo acto lingüístico o texto.


Este reordenamiento de las viejas fronteras también tuvo sus concecuencias en la
ld

forma en que las feministas responden la pregunta de Kramer, Thorne y Henley sobre
“cómo puede modificarse el lenguaje sexista” (1978:638). Si bien el “lenguaje sexista”,
ia

entendido como un conjunto de finito y descontextualizado de items inaceptables (como


el masculino genérico), sigue siendo indudablemente un tema importante en la política de
er

la vida cotidiana (de hecho, el reciente furor de la “corrección política” provocó una nueva
ola de debates públicos sobre el tema), se ha vuelto mucho menos central en las
at

discusiones teóricas del feminismo. Este cambio es en gran medida atribuible al hecho de
que el “discurso” más que el lenguaje per se es visto como el locus principal para la
M

construcción (y la disputa) de sentidos generizados y sexistas. En tanto el discurso ha


captado más la atención, el “lenguaje sexista” ha captado menos.
De todos modos, una notable excepción de esta tendencia es el libro Women
Changing Language de Anne Pauwels (1998) que, entre otras cosas, muestra que aún
hay vida teórica en las preocupaciones tradicionales sobre el lenguaje sexista y su
reforma. Pawels toma la reforma lingüística feminista como un caso de planificación
lingüística y rastrea las formas que ha adoptado en varios países y lenguajes (holandés,
alemán e inglés son particularmente cubiertos, y también hay material sobre francés,
español, italiano, lenguas nórdicas, ruso, lituano, japonés y chino escrito). Un rasgo
valioso es el análisis de la autora acerca de los problemas tanto técnicos como políticos
involucrados en la reforma; por ejemplo, subraya que los fracasos en evaluar la viabilidad
lingüística de reformas específicas dentro de sistemas lingüísticos particulares. (Un
ejemplo simple es que muchas personas evitan decir “Ms.” porque el sonido [mz] no es
un grupo de consonantes independiente permitido en inglés. Si bien, en principio,
ocurriría el mismo problema con Mrs. y Mr., estas formas ya están establecidas; en
cambio, en el caso de Ms., no hay una tradición que pueda guiar sobre cómo pronunciarlo
ni una indicación sobre qué lexema (si lo hay) está abreviando y, con ello, tampoco hay
una pista sobre qué vocal se debería agregar. Pauwels sugiere que esto solo puede
exacerbar el problema de la resistencia ideológica.)
Pawels no es para nada inconsciente de los argumentos actuales que enfatizan el
rol del discurso en la reproducción del sexismo. El hecho de que los esfuerzos de la

BA
reforma feminista se concentren en las palabras, que para muchxs no-lingüistas son
sinónimo de lenguaje, es otra de las limitaciones que discute, sobre lo cual nota que
pocas pautas se ocupan del seximos en los niveles de la oración o el texto. En parte, esto

U
es resultado de las limitadas preocupaciones institucionales que abordan las mayorìas de
las reformadoras (la más evidente es la necesidad de implementar términos de profesión

yG
no sexistas para cumplir con la legislación anti-discriminación). Sin embargo, incluso aquí
hay evidencia de que las intenciones de las reformadoras se frustran en la práctica (i.e.
las mujeres se vuelven “personas que dirigen” o “personas que venden” mientras los
hombres siguen siendo “jefes” o “vendedores”). D
Es en relación con este tipo de observaciones que el tópico “lenguaje sexista” es
o
iluminado por el trabajo desde una perspectiva “discursiva”, y ambos empiezan a
superponerse. La crítica que lxs analistas del discurso harían a muchos esfuerzos de
tic

reforma institucional es que tal superposición subestima, o incluso perjudica, la idea de


que el sentido no es fijo o heredado por decreto. En cambio, es construido socialmente, lo
ác

cual significa que es constantemente negociado y modificado en las interacciones


cotidianas. Por lo tanto, no es sorprendente que los procesos discursivos a menudo
id

frustren las tentativas feministas que buscan limpiar el lenguaje sexista de los residuos de
una sociedad sexista (una versión sucinta e ilustrativa de este argumento es Ehrlich y
ld

King [1994]). Lo que hace la gente en el discurso anula los cambios iniciados en otros
niveles, porque el discurso es un sitio clave para la construcción social del significado.
ia

Comprender la complejidad de ese proceso es un objetivo central de muchas variedades


de análisis del discurso, incluidas las feministas, preocupadas particularmente por la
er

construcción y la reproducción de sentidos generizados (y sexistas).


at

Debatiendo el “discurso”
Recabar el trabajo actual en análisis feminista del discurso es un desafío para una
M

reseñadora: el alcance y la diversidad de tal trabajo es tanto su fortaleza como su


problema (para no mencionar el mío). Más aún, hay cierta discusión sobre en qué medida
las fortalezas superan los problemas. Un área de debate, a la que volveré más adelante,
concierne a las herramientas descriptivas que el análisis del discurso debería usar
idealmente. No obstante, una pregunta todavía más fundamental es si analizar el
lenguaje y el discurso - con las herramientas que sea- es necesariamente la mejor
manera de entender todos los fenómenos que les interesan a las investigadoras
feministas.
Esta cuestión aparece en primer plano en Feminism and Discourse: Psychological
Perspectives (Wilkinson y Kitzinger, 1995). Como lo indica el subtítulo, este volumen
representa los esfuerzos de las feministas de una disciplina en particular ―la psicología
social― de comprender el análisis del discurso y aplicarlo. Las editoras Sue Wilkinson y
Celia Kitzinger organizaron el libro en dos secciones: “Empirical Work” ilustra lo que las
psicólogas feministas pueden hacer con el análisis del discurso, mientras que “Theoretical
Advances” discute, y en algunos casos problematiza, el proyecto general del análisis del
discurso feminista.
Bajo el título de “empírico”, hay capítulos sobre el discurso de chicas y chicos
preadolescentes acerca de la menstruación, sobre trabajadores y trabajadoras acerca del
acoso sexual, sobre varios textos populares sobre la infancia y sobre médicxs y otrxs
“expertxs” acerca de la anorexia. En la mayoría de los casos, el punto habitual es que
fenómenos como la menarca y la anorexia no son simplemente representados por el

BA
lenguaje sino que, de hecho, son construidos por las formas en las que es legítimo e
inteligible hablar sobre tales temas en un tiempo y espacio específicos. En tanto
esencialmente se trata de construcciones de discursos expertos, su función en relación

U
con las mujeres es disciplinaria, lo que suscita la crítica feminista.
En cambio, en el caso del acoso sexual el problema es el contrario: en las

yG
conversaciones y prácticas cotidianas hubo gran resistencia al intento feminista de
construir a través del discurso una categoría nueva y (literalmente) disciplinaria. En
“Sexual Harassment: A Discursive Approach”, Celia Kitzinger y Alison Thomas (1995)
D
invocan el escepticismo de lingüistas feministas como Ehrlich y King acerca de la
efectividad de acuñar términos e intentar controlar sus significados mediante la
o
promulgación institucional de definiciones cada vez más explícitas. Sus análisis sobre
datos de entrevistas expone una serie de contradicciones cuyo efecto acumulativo es
tic

volver la categoría “acoso sexual” casi literalmente vacía. Así, si algo “ocurre todo el
tiempo” entre mujeres y hombres, entonces no puede ser acoso; si, en cambio, sucede
ác

rara vez, entonces no puede ser el tipo de problemas que necesita un nombre y un
procedimiento; si es una cuestión de reafirmación de poder más que una cuestión de
id

conseguir sexo, entonces no puede ser acoso “sexual”.


La sección sobre avances teóricos presenta cinco ensayos en los que se discuten
ld

los méritos del análisis del discurso como método para hacer investigación feminista. ¿Es
el descuido intelectual, la moda o lo que Gill (1995:172) llama “corrección epistemológica”
ia

lo que respalda la asunción ahora habitual de que hay algo políticamente “progresista”, o
específicamente feminista, en el análisis del discurso? ¿Es necesario, como sugiere Erica
er

Burman (citada en Gill 1995:168) “distinguir entre las aplicaciones del análisis del
discurso y la teoría en sí misma”, albergando como corolario la posibilidad de que “la
at

teoría en sí misma” pueda plantear serios problemas para las feministas? Entre los
potenciales problemas identificados por lxs autorxs, se encuentran el rechazo, en muchas
M

perspectivas discursivas, de todo lo extra-discursivo (como la materialidad de la opresión


de las mujeres), el relativismo moral y político que marginaliza las cuestiones de valor (el
capítulo de Gill es una discusión excelente del dilema del relativismo) y la ausencia, al
final de un duro día de deconstrucción, de cualquier pista sobre lo que, en el reino de las
políticas feminista, pueda hacer sobre algo.
¿Cuán serios son, en la práctica, los problemas recuperados aquí? El capítulo
empírico de Kitzinger y Thomas muestra que se puede adoptar un abordaje discursivo sin
tener necesariamente una postura a-valorativa o sin negar que hay una realidad
“extra-discursiva” (estas autoras creen claramente que el acoso sexual existe y que es
algo malo, más allá de si se habla de ella y cómo). Sin embargo, en cuanto a la pregunta
“¿Qué se puede hacer?”, parecieran tener poco que ofrecer más allá de una futura
deconstrucción: “Lo que se necesita [en lugar de más códigos de conducta y legislación]
es una comprensión y una deconstrucción de las técnicas discursivas que se usan para
mantener oculta o inexistente la violencia sexual, y un entendimento de cómo es que las
‘víctimas’ de violencia sexual se vuelven cómplices de este proceso” (Kitzinger y Thomas,
1995:46).
Es innegable que estas cosas son necesidades, y seguramente es desatinado
demandar a las analistas del discurso feministas que provean un programa político y un
análisis. Aun así, si aceptamos que toda política es una política discursiva, sería sabio
notar que hay que hacer mucho más que análisis. La suposición de que el discurso es
todo lo que hay parece llevar demasiado a menudo (de una manera que no estaría

BA
justificada, incluso si la suposición fuera incontrovertiblemente cierta) a la idea de que
cuando la analista ha deconstruido algo ―lo ha desmontado y ha entendido cómo
funciona― lo ha cambiado. No es así: en el mejor de los casos sólo ha conocido una de

U
las condiciones en las que se puede cambiar, a partir de la nueva conciencia de la gente
sobre que lo que cuenta como “realidad” es construido, contingente y (fundamentalmente)

yG
injusto, y que sobre esa base tome medidas diferentes en el futuro (incluidas las
discursivas, como definir una experiencia concreta como “acoso sexual”).
En el otro extremo del espectro disciplinario de Feminism and Discourse están
D
Feminist Stylistics (1995) de Sara Mills y Feminist Poetics (1997) de Terry Threadgold.
Estos dos libros son, en muchos sentidos, extremadamente diferentes (el de Threadgold
o
es un compromiso sostenido y “difícil” con los postulados canónicos y no tan canónicos
de la teoría postestructuralista, el de Mills es más bien un vademécum para el aspirante a
tic

analista de textos), pero tienen ciertas cosas en común que vale la pena destacar en el
contexto del debate en curso dentro del feminismo sobre la naturaleza y el estatus del
ác

“análisis del discurso”. Este último, de hecho, es un término que ninguna de las autoras
utilizaría directamente para describir su propio enfoque. Ambas están influenciadas
id

(Threadgold más sistemáticamente que Mills) por un modelo particular de lenguaje ―la
gramática sistémico funcional de Michael Halliday―, y los defensores de los enfoques
ld

funcionalistas (ya sea el de Halliday o los reflejos europeos contemporáneos del de


Jakobson) tienden a hablar de “texto” más que de “discurso”.
ia

Ambas autoras están interesadas en aunar la comprensión postestructuralista


feminista del género con la teoría lingüística y el aparato descriptivo formal que la
er

sustenta. Cada una trata de intervenir en los dos campos: la poética y la estilística deben
reconocer las reivindicaciones de la teoría feminista, y las feministas deben hacer un
at

mayor uso de las herramientas que ofrece la lingüística. Así, aunque simpatiza con partes
clave del proyecto postestructuralista, Threadgold señala la ociosidad de suponer que se
M

puede “recurrir al lenguaje” sin recurrir al mismo tiempo a una teoría del lenguaje
detallada, sistemática y mínimamente convincente. (La teoría lingüística que subyace
implícitamente en los planteamientos postestructuralistas ―la de Saussure― es una
teoría que los lingüistas no han tomado en serio por cincuenta años.)
De hecho, la intervención de Threadgold en la “poética” es comparable, en su
alcance y audacia teórica, a la intervención de Eckert en la sociolingüística variacionista:
un ensayo de revisión bibliográfica no puede hacer plena justicia a obras de esta
complejidad. Las ambiciones de Feminist Poetics se resumen mejor en las propias
palabras de la autora: “Quiero cuestionar la naturaleza patriarcal de los contextos
lingüísticos/estructuralistas en los que se ha entendido históricamente la producción y
recepción de textos, pero también sugerir que hay aspectos de la lingüística y el
estructuralismo que pueden volver a ser funcionales para una práctica feministextual13
encarnada. Esto implica repensar una versión de la lingüística para desafiar también la
actual ansiedad feminista y teórica sobre el metalenguaje. Además implica desafiar la
creencia (ahora) institucionalizada en algunos sectores de que las mujeres están
oprimidas por el lenguaje” (Threadgold, 1997: 2). El libro no solo contiene una gran
cantidad de estimulantes argumentos teóricos, sino también varios buenos ejemplos de
análisis del discurso ampliado, ya que Threadgold utiliza su aparato lingüístico preferido
para interrogar a los textos que tratan (en diversas combinaciones) de género, raza,
clase, sexo, violencia y performance.
Mills está menos comprometida que Threadgold con una teoría lingüística

BA
concreta, pero también insiste en que el análisis feminista del discurso o del texto
necesita algún modelo de lo que es el lenguaje y cómo funciona. Los enfoques feministas
alternativos de los textos (en efecto, los de la crítica literaria) son criticados en Feminist

U
Stylistics por ser intuitivos, lingüísticamente desinformados y relativamente desatentos a
los detalles formales de la organización textual. Por el contrario, se critica a la estilística

yG
por ignorar las ideas del feminismo y del postestructuralismo.
Feminist Stylistics es un libro más “práctico” que la Feminist Poetics, y es útil no
tanto como fuente de discusión ampliada de la teoría literaria y la lingüística feminista,
D
sino como un estudio de diversas prácticas de lectura feminista cuyo objetivo común es
descubrir el funcionamiento del género en los textos. Los textos reproducidos y
o
analizados van desde una parte de Sula, de Toni Morrison, hasta la bolsa de papel del
baño de mujeres destinada a desechar las toallitas usadas. El objetivo de Mills es mostrar
tic

cómo “el género está en primer plano en los textos en momentos clave” (1995:17),
incluso o especialmente en rasgos que “a primera vista no parecen tener nada que ver
ác

con el género; por ejemplo, la metáfora, la narrativa y la focalización” (17).


El proyecto de reunir el postestructuralismo y el análisis lingüístico formal (a
id

menudo, una vez más, de la variedad funcionalista de Halliday) también se persigue,


aunque de forma bastante desigual, en una colección de artículos titulada Language and
ld

Desire (Harvey y Shalom, 1997). En su excelente introducción, lxs editorxs Keith Harvey y
Celia Shalom llaman la atención sobre una paradoja: el deseo sexual necesita ser
ia

codificado lingüísticamente si no quiere ser incipiente y efímero, pero al mismo tiempo es


una forma de experiencia humana que siempre excede los recursos lingüísticos
er

disponibles para su codificación. ¿Cómo se enfrentan lxs hablantes y escritorxs a esta


contradicción?
at

Algunxs autorxs abordan este interrogante utilizando los métodos del análisis de
corpus, un subcampo que combina aspectos del análisis del discurso con la lexicografía y
M

la gramática más tradicionales. Esta tarea es posible gracias a las nuevas tecnologías:
las vastas colecciones en línea (“corpora”) del discurso hablado y escrito, como las del
Bank of English, pueden buscarse con software de concordancia para descubrir patrones
estadísticos en el uso del lenguaje.14 Este enfoque tiene aplicaciones obvias en relación
13
N. de T. Sic.
14
El Bank of English es una proyecto conjunto de la Universidad de Birmingham (Reino Unido) y
Collins Dictionaries, una división de la editorial HarperCollins Publishing. Esta colaboración refleja
el hecho de que la principal aplicación de la lingüística de corpus, y el motor de su crecimiento, es
comercial: la elaboración de materiales de enseñanza de idiomas (diccionarios, gramáticas y guías
de uso) cuyo argumento de venta es que indican a los estudiantes extranjeros cómo se usa
realmente un idioma.
con las cuestiones feministas sobre el género y el sexismo en el lenguaje y el discurso;
una de las razones para reseñar este volumen (aunque no es uniformemente feminista ni,
en mi opinión, uniformemente exitoso) es llamar la atención sobre las posibilidades de la
lingüística de corpus para la investigación de (algunos) fenómenos lingüísticos
relacionados con el género.
A menudo, el análisis de corpus se utiliza con el propósito relativamente limitado
de dar apoyo estadístico (o no, por supuesto) a las intuiciones previas sobre qué patrones
de uso son más comunes en un dominio lingüístico concreto. Por ejemplo, un capítulo de
Language and Desire trata los verbos recíprocos, una categoría gramatical-semántica en
la que se entiende que hay más de un agente implicado en la acción (por ejemplo,
pelear). El resultado es que el género influye sistemáticamente en el uso de los verbos

BA
recíprocos que denotan sexo. Coger [fuck], por ejemplo, es potencialmente recíproco (por
ejemplo, “nos cogemos [unx a lx otrx]” [“we fucked [each other]”]), pero en el corpus del
Bank of English se suele usar solamente de la manera que implica el aforismo “los

U
hombres se cogen a las mujeres: sujeto, verbo, objeto”. La construcción recíproca “coger
con” [“fuck with”] tiene principalmente usos metafóricos más que literales (típicamente en

yG
negativo, como en “don't fuck with me”).
Otros capítulos de Language and Desire analizan muestras de lenguaje de un solo
género (entre los que se incluyen los anuncios personales, las narraciones eróticas y las
D
novelas románticas). Para mí, sin embargo, los aportes más interesantes son también los
que más se alejan de los objetivos y métodos de la lingüística formal, en particular la
o
discusión psicoanalítica de Wendy Langford (1997) sobre lo que ella llama “relaciones
alteradas” [alter relationships], en las que las parejas se recrean como “Pooh y Piglet” o
tic

“Furball y Monster”. Esta práctica es, en gran medida, lingüística y está públicamente
atestiguada en los mensajes del día de San Valentín. De todos modos, lo que me parece
ác

interesante en su análisis son los datos que presenta de las entrevistas con parejas en
relaciones alteradas de larga duración. Estos datos son en sí mismos un discurso, por lo
id

que podría decirse que Langford está haciendo una especie de análisis del discurso; sin
embargo, su contribución muestra que los textos “públicos” que suelen preocupar a lxs
ld

analistas con mayor inclinación formal no siempre cuentan toda la historia. En


comparación, algunos de los capítulos puramente textuales carecen de contextualización
ia

cultural. El dedicado a los anuncios personales, por ejemplo, considera por qué la fórmula
“busca lo mismo” [seeks similar] debe ser especialmente común en los anuncios
er

publicados por lesbianas y gays, sin referirse nunca al fenómeno del “turismo”; es decir,
“busca lo mismo” es un código para algo así como “los heterosexuales que buscan
at

emociones ilícitas no necesitan aplicar”.


La unión de los distintos trabajos discutidos en esta sección muestra en un
M

microcosmos los tipos de unidad y diversidad que caracterizan todo el campo del discurso
feminista o del análisis textual. Se podría establecer conexiones fructíferas entre el
debate sobre el discurso de la menstruación de las preadolescentes en el volumen de
psicología y el análisis de Mills de varios textos sobre productos menstruales, incluida la
tímida “bolsa de eliminación” que nunca dice del todo para qué sirve. El debate de Gill

El Bank of English contiene 211 millones de palabras de texto hablado y escrito (incluyendo inglés
británico y americano) y es la base del proyecto COBUILD (el acrónimo significa
Collins-Birmingham University International Language Database). En la medida en que el corpus
puede considerarse representativo del uso en general, lo que dice sobre el inglés “real” es motivo
de reflexión para las feministas.
sobre el relativismo y la reflexividad aborda algunas de las mismas cuestiones que las
observaciones de Threadgold sobre la poeisis, la creación de significado. Sin embargo, lo
que separa a lxs lingüistas de lxs demás es la postura de que para hacer afirmaciones
válidas sobre los datos del análisis del discurso y del texto, que son en última instancia
datos lingüísticos, es necesario algún aparato lingüístico debidamente teorizado y
formalizado.
Este es el argumento sobre las “herramientas” al que he aludido antes, y se
plantea la cuestión de si es algo más que una tediosa disputa territorial disciplinaria.
Después de todo, los argumentos que invocan el “rigor” y la “objetividad” tienen cierta
incongruencia que viene de las feministas de cualquier disciplina, cuyos protocolos de
investigación preferidos han sido a menudo despreciados por carecer de esas cualidades

BA
superiores (y figurativamente masculinas). Dentro de la propia lingüística, el argumento
del “rigor y la objetividad” se ha convertido en un recurso habitualmente utilizado por lxs
“liberales” contra lxs “críticxs” (es decir, quienes practican el Análisis Crítico del

U
Discurso).15 Los primeros suelen preguntar retóricamente a los segundos qué distingue
un análisis del discurso “comprometido” (léase: subjetivo y no riguroso) de un “comentario

yG
corriente” sobre un texto o de una pieza de “crítica literaria”. Este es un juego que nadie
que se dedique a lo que Gill (1995:175) llama “investigación apasionadamente
interesada” puede ganar, y no está claro para mí por qué las feministas deberían querer
jugar. D
Sin embargo, bajo la engañosa retórica del “rigor”, quizás haya un problema real
o
que no tiene que ver con el formalismo per se. A menudo, para los propósitos feministas,
lo que se necesita es exactamente un buen “comentario corriente”: yo situaría en esa
tic

categoría el ensayo de Kitzinger y Thomas, por ejemplo, y también el de Houghton;


ambos son excelentes debates. Por el contrario, algunas de las contribuciones más
ác

formalistas de Language and Desire son ricas en detalles descriptivos y estadísticos, pero
escasas en el contexto extralingüístico que se necesita, desde un punto de vista
id

feminista, para dar sentido a la descripción.


Una cuestión más pertinente que la de si se debe preferir el “análisis formal” al
ld

“comentario corriente” podría ser la de cómo diferenciar entre los “buenos” y los “malos”
ejemplos. Esta pregunta, creo, se acerca más a la cuestión real: en la comunidad
ia

interpretativa mucho más diversa intelectual y políticamente que habitan ahora las
feministas preocupadas por el lenguaje y el discurso, ¿cómo nos persuadimos
er

mutuamente de que una determinada interpretación es más o menos válida, perspicaz,


útil? Se trata de una cuestión (tanto política como técnica) cuya dificultad inherente
at

subestimamos por nuestra cuenta y riesgo. Pero no debería impedir a las feministas ―y,
a juzgar por los trabajos que aquí se examinan, no nos ha impedido― que tratemos de
M

15
Véase Widdowson (1995) para un ejemplo de esta estrategia. El Análisis Crítico del Discurso
(ACD) es otra área de trabajo en la lingüística (nuevamente, vinculada con los modelos
funcionalistas del lenguaje de Halliday) a la que las feministas han hecho contribuciones
significativas, aunque su relación exacta con el feminismo es difícil de precisar: es uno de esos
proyectos ampliamente progresistas cuyos fundadores y figuras dominantes son, sin embargo,
todos hombres blancos heterosexuales, y Wilkinson y Kitzinger (1995) señalan específicamente
que estos hombres no dan crédito a las feministas al citar su trabajo. Algunxs de lxs autorxs de las
colecciones reseñadas anteriormente se llamarían a sí mismxs practicantes del ACD; también hay
una vertiente importante de ACD feminista en el trabajo publicado en la revista Discourse and
Society. La razón por la que no he tratado este trabajo como una categoría distinta es que, hasta
donde yo sé, no ha aparecido todavía ninguna colección editada o trabajo de un solo autor que se
identifique explícitamente con el “análisis crítico del discurso feminista”.
describir cuidadosamente, e interpretar de forma persuasiva, las formas en que se utilizan
las palabras para hacer y rehacer el mundo.

Programme in Literary Linguistics


University of Strathclyde

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