Cameron - Género, Lenguaje y Discurso - TRADUCCIÓN
Cameron - Género, Lenguaje y Discurso - TRADUCCIÓN
Cameron - Género, Lenguaje y Discurso - TRADUCCIÓN
1
Deborah Cameron
BA
campo parece estar en plena “explosión” de publicaciones. Por eso, es un buen momento
para que las académicas feministas reflexionemos sobre las tendencias actuales y las
nuevas orientaciones de los estudios de género, lenguaje y discurso.
U
En este ensayo me voy a limitar a discutir publicaciones de largo aliento
(incluyendo tanto trabajos de autoría individual como colecciones, pero excluyendo los
yG
libros escritos como materiales de enseñanza o destinados a público no académico) que
aparecieron desde 1993, en (y muchos sobre) inglés.2 Voy a considerar solamente
trabajos que sean de interés para unx lectorx feminista.3 Y si bien la primera tarea de una
D
revisión bibliográfica debe ser resumir más que criticar, intentaré no quedarme
completamente fuera de los debates que tomo, lo cual sería equivalente a indicar mi
o
propia participación en ellos.4
tic
1
N. de T. Traducido por Paula Salerno en 2022 para la materia Discurso y Género de la Facultad
ác
principalmente al análisis de, una lengua o lenguas distintas al inglés -aunque las colecciones de
artículos revisadas aquí incluye contribuciones que se ocupan de otras lenguas (i.e. catalán,
ld
español, hindi, japonés), muchas de las cuales son contribuciones de investigadorxs nativxs para
una importante comunidad de habla. En la lingüística feminista siempre ha habido una fuerte
impronta etnográfica y comparativa (cabe comparar una gran cantidad de los artículos de Philips,
ia
Steele & Tanz, 1987), pero la internacionalización del campo es un desarrollo importante y
bienvenido, incluso si en este contexto no puedo hacerle justicia. Lxs lectorxs interesadxs en
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lenguas europeas modernas podrán encontrar mucho material útil (especialmente en alemán, pero
también en holandés, griego chipriota, polaco, español y sueco) en Kotthoff & Wodak (1997); otro
at
trabajo significativo con una dimensión comparativa es Pauwels (1998), discutido más abajo.
3
Mi criterio para definir esto es amplio: incluye todo trabajo que específicamente se identifique a sí
mismo como feminista y no excluye trabajos hechos por hombres que estén claramente abocados
M
a una problemática feminista de género. Sin embargo, muchas de las referencias que aparecen al
hacer una búsqueda bibliográfica con las palabras claves “lenguaje y género” no suscitan ni
contribuyen a ningún tipo de debate feminista. En cambio, pertenecen a una tradición de estudios
empíricos de la diferencia sexual que solo pretenden encontrar diferencias estadísticamente
significativas entre los comportamientos de mujeres y hombres. Esta fórmula de investigación ha
mostrado ser tan duradera como dudosa (por no decir sosa); aquí pasaré por alto estas
producciones, sin culpas.
4
Aquí debo subrayar algo que de otra forma no sería obvio, pero que lxs lectorxs quizás sepan, a
saber, que yo misma soy una de las autora de dos de las colecciones revisadas más abajo
(Bergvall, Bing & Freed, 1996; Johnson & Meinhof, 1997). Si bien me contuve para no comentar mi
propia contribución, sentí que sería perjudicial para lxs lectorxs excluir estos volúmenes de esta
revisión solamente porque mis propios trabajos aparecen en ellos. Kramer, Thorne & Henley
estuvieron en la misma situación e 1978 y parecen haber llegado a una conclusión similar.
De hecho, la vitalidad del debate interno entre las feministas es un tema general
que intentaré exponer. Mientras Kramer, Thorne y Henley pudieron organizar su revisión
bibliográfica en torno a la pregunta “¿qué hacemos?”, yo no puedo organizar la mía de la
misma manera. La literatura relevante es demasiado voluminosa para abarcarla en un
solo estudio, pero además ya no hay consenso sobre cómo evaluar su postura: algunas
de las generalizaciones más familiares han sido puestas radicalmente en duda en los
últimos años, y ha crecido el escrutinio crítico sobre las formas en que es construido y
usado el conocimiento. Shan Wareing, por ejemplo, mostró cómo algunos hallazgos han
sido objeto de lo que ella llama efecto “hall de los espejos” (1996): a medida que son
citadas, discutidas y popularizadas a lo largo del tiempo, las preguntas originalmente
modestas son representadas cada vez como más y más absolutas, mientras que las
BA
hipótesis reciben el estatus de hechos.5
Wareing no es la única investigadora feminista que percibe la necesidad de
revisitar viejos presupuestos ―teóricos, metodológicos y empíricos. Ha habido una
U
reorientación de las primeras preguntas de investigación del campo, resumidas
sucintamente como sigue por Kramer, Thorne y Henley: “¿Las mujeres y los hombres
yG
usan el lenguaje de maneras distintas? ¿De qué formas ―en cuanto a estructura,
contenido y uso cotidiano― el lenguaje refleja y ayuda a constituir la desigualdad sexual?
¿Cómo se puede cambiar el lenguaje sexista?” (1978: 638). Estas preguntas no han sido
D
completamente reemplazadas, pero ya no son planteadas de la misma forma.
Una razón para reorientarlas es que en la academia feminista ha habido un
o
progresivo abandono del supuesto de que “mujeres” y “hombres” puedan ser tratados
como grupos internamente homogéneos. Las críticas a los sesgos de etnocentrismo y
tic
tiene que ver con el “giro lingüístico” en las ciencias humanas y sociales -un “giro” cuyos
efectos aún no eran completamente evidentes en 1978. Como explica Rosalind Gill en su
er
texto de la colección Feminism and Discourse (Wilkinson & Kitzinger, 1995): “De repente
ya no son solo lxs lingüistas quienes se interesan en el lenguaje, sino también lxs
at
5
El ejemplo clásico de exagerar una aserción a partir de la constante repetición en fuentes tanto
académicas como populares es la famosa generalización de que los hombres suelen interrumpir a
las mujeres, y no al revés (Zimmerman y West, 1975), una idea que ha sido minuciosamente
criticada por James y Clarke (1993) y no, para Wareing, sin el debido respeto por la modestia de la
formulación original de lxs investigadorxs. Se multiplican los ejemplos de investigadorxs criticadxs
por extendidas aserciones que nunca hicieron, pero que les fueron atribuidas más tarde por
escritorxs cuyas atribuciones fueron acríticamente repetidas. Una ocasión en la que una hipótesis
fue representada como hecho fue la sugerencia de Maltz y Borker (1982) de que mujeres y
hombres tienden a asignar significados distintos a las respuestas minimalistas como “sí” y “mmm”.
Estxs autorxs ni dijeron que tenían evidencia empírica para esta idea ni han producido jamás
ninguna evidencia, que yo sepa. Sin embargo, son habitualmente citadxs como una diferencia
hombre-mujer bona fide.
central de investigadorxs de distintas disciplinas. Este giro fue provocado por la
prodigiosa influencia de las ideas postestructuralistas, que subrayaron la plena naturaleza
discursiva y textual de la vida social” (Gill, 1995: 166). Después del “giro lingüístico”, la
mirada feminista prevaleciente sobre el lenguaje le da un rol constitutivo más fuerte que el
que le habían dado Kramer, Thorne y Henley. De todos modos, este es otro aspecto
sobre el cual hay un vivo debate interno.
El “giro lingüístico” transdisciplinar es, en gran medida, un giro hacia el análisis del
discurso, la indagación no sobre sonidos, palabras u oraciones descontextualizadas, sino
sobre muestras más amplias de lenguaje en uso. La popularidad de esta perspectiva ha
dado lugar a variedades rivales de análisis feministas de discurso, basados en lo que a
veces parecen ser supuestos y definiciones inconmensurables del término discurso.6 Para
BA
las feministas que también son lingüistas, “discurso” no es solamente el lugar donde
observar la construcción de y la resistencia a las relaciones de género, sino que es un
fenómeno lingüístico altamente organizado y cuyas características formales son
U
interesantes en sí mismas. En cambio, para quienes son leales al postestructuralismo y
no a la lingüística, la organización formal del discurso raramente es una prioridad.
yG
Al final de este ensayo voy a volver a las preguntas teóricas y metodológicas
planteadas contrastando distintas aproximaciones de “discurso” entre las feministas. No
obstante, en el cuerpo de este texto he elegido organizar el material temáticamente y no
D
necesariamente en relación con divisiones disciplinares o teóricas. Para esto, sigo la
corriente del material mismo: en línea con las tradiciones interdisciplinarias de la
o
academia feminista, muchos de los títulos revisados aquí son cuidadosamente eclécticos
o se preocupan, precisamente, por intentar reunir enfoques postestructuralistas del
tic
mismo.
ld
Dominancia y diferencia
La pregunta “¿hombres y mujeres usan el lenguaje de maneras distintas?” jugó un rol
ia
de acuerdo en que la respuesta es simplemente sí. Sin embargo, muchxs se han apurado
en señalar que tal simplicidad es falaz. A diferencia de algunos de sus colegas de la
at
corriente dominante, las feministas nunca se han contentado con catalogar los hechos de
M
6
La mayor división aquí es entre el uso de lxs lingüistas y el uso de otrxs cientistas sociales
influenciadxs por el postestructuralismo, especialmente por el trabajo de Michel Foucault. Para
clarificar: la definición habitual de lxs lingüistas sobre discurso es “lenguaje más allá [organizado
en unidades más amplias que] las oraciones”. Sin embargo, como subraya Henry Widdowson
(1995), el tamaño de la unidad no es un criterio satisfactorio: en principio, se puede llevar adelante
un análisis de discurso de un texto de una palabra (como la palabra Damas en la puerta de un
baño). Esto es discurso porque comunica un significado en un contexto, y analizar qué y cómo
significa requeriría más que buscar el ítem léxico dama en un diccionario. Una definición de
“discurso” en el sentido foucaultiano, atractivamente concisa y un tanto enigmática, es la del
mismo Foucault: los discursos son “prácticas que sistemáticamente dan forma a los objetos de los
que hablan” (1972: 49). La introducción de Keith Harvey y Celia Shalom en Language and Desire
(1997; revisado más abajo) incluye una útil discusión de esta definición.
la diferencia y siempre han tenido discusiones internas sobre la cuestión más importante
de su orígenes y sus significados.
Durante los años 1990 estos argumentos se han esgrimido con mayor vigor, en un
debate fogoneado por el éxito masivo del libro You Just Don’t Understand de Deborah
Tannen. Tannen es una sociolingüista interaccional; su trabajo ejemplifica una
aproximación al lenguaje y el género que asocia las diferencias hombre-mujer a
diferencias culturales y estudia sus manifestaciones lingüísticas o interaccionales the la
misma manera en que otrxs sociolingüistas han estudiado los problemas de
comunicación entre hablantes de diferentes grupos raciales, étnicos y nacionales. De
todos modos, este enfoque “subcutural” o de la “diferencia” acerca de los “problemas
conversacionales” que se dan entre mujeres y hombres ha despertado críticas de otras
BA
feministas que entienden que lo que Tannen llama “malentendidos” son, en realidad,
instancias de conflicto entre sujetos posicionados de manera no solo diferente sino
también desigual. Como dijo alguien, las relaciones de género son una instancia “donde
U
‘diferencia’ es ‘dominación’” (Uchida 1992; cursivas nuestras).
Lxs críticxs del famoso libro de Tannen recibieron muy bien (aunque no
yG
necesariamente sin reservas) los más extensos argumentos teóricos presentados en
Gender and Discourse (Tannen, 1994), un volumen que reúne seis de sus ensayos
académicos sobre este tema, con una nueva introducción y material editorial
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contextualizador.7 Son particularmente interesantes los dos ensayos que enmarcan la
colección, “The Relativity of Linguistic Strategies” y “The Sex-Class Linked Framing of
o
Talk at Work”. Entre otras posibles lecturas, estos textos pueden ser considerados
respuestas al criticismo feminista a You Just Don’t Understand.
tic
no tienen que ver con la diferencia sino con potenciales significados opuestos,
conectados con los polos sociolingüísticos de solidaridad y estatus: por ejemplo, la
ld
interrupción puede ser o bien un estatus ligado a la negación de los derechos de alguien
para hablar o bien una marca de “alta participación” que señala afiliación, más que poder.
ia
feminista, no creo que sus críticas sean completamente convincentes, y el libro de Mary
Crawford Talking Difference (1995) ilustra varias razones. Mientras que Tannen presenta
su trabajo como “bastante diferente [...] al trabajo que surge de la agenda política” (1994:
7) - varios ensayos son contextualizados con comentarios sobre el efecto de que ella
7
Tannen también editó una colección de trabajos académicos de otras feministas, Gender and
Conversational Interaction (1993). Si bien este es un volumen muy útil que contiene material de
alta calidad, no lo discutiré aquí porque las piezas reunidas ahí son generalmente reimpresiones
de “clásicos” que representan una fase de investigación más temprana que la que abordo en esta
revisión bibliográfica. La excepción es la contribución de la propia Tannen, “The Relativity of
Linguistic Strategies” que es una reimpresión de Tannen (1994) y que consideraré en mi discusión
de ese volumen.
inicialmente no abordó en absoluto sus datos con la intención de atender a cuestión de
género, sino que estos simplemente se le aparecieron cuando ella estaba observando
otra cosa -, la hipótesis de Crawford, desarrollada en una serie de capítulos que analizan
críticamente varios paradigmas (feministas y no feministas) para el estudio del lenguaje y
el género, es que “la diferencia en el habla” tiene inevitablemente una agenda política, sin
importar si es deliberada o reconocida explícitamente.
Crawford representa una rama de la psicología social feminista según la cual las
preguntas sobre la diferencia son preguntas erróneas para las feministas, en tanto ubican
al género en sujetos individuales, más que en relaciones y procesos sociales. De ahí,
argumenta la autora, el hecho de que sucesivos paradigmas de investigación en lenguaje
y género se hayan encomendado tan fácilmente a propósitos feministas: ya sea culpando
BA
a las mujeres por sus supuestas deficiencias lingüísticas (como en el entrenamiento de la
asertividad, visto por Crawford como un programa de resocialización infundado) o
minimizando los conflictos de intereses entre mujeres y hombres al redefinirlos como
U
“problemas de comunicación” (como en algunos abordajes para prevenir la violación en
campus universitarios). En cada caso, las personas (en la práctica, generalmente son
yG
mujeres) son llamadas a monitorear y ajustar sus propias conductas “problemáticas”
mientras que las desigualdades estructurales no son abordadas.
Women, Men and Politeness (1995) de Janet Holmes sigue un razonamiento
D
similar al trabajo de Tannen al identificar diferencias significativas en el comportamiento
de cortesía verbal típico de mujeres y hombres (su propia investigación es sobre
o
hablantes del inglés de Nueva Zelanda, tanto Maori como Pakeha [blancxs]) y relacionar
tales diferencias con normas (sub)culturales que varían - grosso modo, las mujeres (y en
tic
algunos casos, maoríes de ambos sexos) son “más corteses” porque asignan un valor
cultural más alto a conseguir consenso y mostrar una abierta consideración hacia otrxs.
ác
Aun así, Holmes se acerca más a Crawford que a Tannen en el rechazo a la “tolerancia”
como respuesta predilecta a la variación y a la problematización de la cuestión
id
“gestos” de lxs demás, es decir, a su deseo de ser tratadxs de una forma que sea
explícitamente respetuosa. Holmes también sugiere que adoptar algo más cercano a las
er
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La construcción social de sí8
Language and the Socially Constructed Self es el subtítulo de la estimulante colección
U
Gender Articulated (1995) de Kira Hall y Mary Bucholtz. Lxs editorxs y algunxs autorxs
han recibido la influencia de las perspectivas teóricas postmodernista y queer sobre el
yG
género, incluyendo la noción de “performatividad” de Judith Butler (1990). Desde que el
concepto performativo fue inventado por lxs filósofxs del lenguaje para explicar cómo las
personas son capaces de “hacer cosas con palabras”, en términos de Austin (1962), hay
D
cierta aptitud en su reapropiación para analizar cómo las identidades de género son
realizadas en y a través del uso del lenguaje. Un ejemplo notable es el proporcionado por
o
Hall y Bucholtz en su introducción: nos cuentan que entre muchxs lectorxs ávidxs the
libros que pretenden describir las diferencias globales en los estilos de habla de hombres
tic
género elegida.
Pero no son solo artistas drag y transexuales lxs que performan género. El
id
capítulo de Hall (1995) “Lip Service on the Fantasy lines” presenta una investigación con
trabajadoras sexuales telefónicas en California, muchas de las cuales han adoptado
ld
conscientemente un estilo de habla para sus clientes que coincide con lo que Robin
Lakoff (1975) llama “lenguaje de mujeres” y que ve como un registro que estiliza la falta
ia
de poder femenina. Las trabajadoras sexuales usan este estilo, en un contexto en el cual
el lenguaje y la voz son los únicos medios para construir una identidad, ya que calculan
er
que es la versión de feminidad que sus clientes quieren comprar; son conscientes de que
potencialmente hay otras feminidades a su disposición y de que sus performances “en el
at
8
N. de T. El original es Socially constructed selves, que literalmente en español sería “Yoes
socialmente construidos”.
de queers: el objetivo feminista no es tanto hacer que las categorías de género sean
permeables, sino hacer que sean redundantes.
Otra objeción a los abordajes queer, que particularmente obligan a lxs
investigadorxs a dialogar, es que la performance lingüística es necesariamente e
intrínsecamente intersubjetiva: en la conversación, las performances se moldean
mutuamente unas a otras en cada momento, ya que lo que una persona dice ahora incide
lo que la otra persona puede decir o comprender a continuación. Muchxs analistas
enfatizarían el hecho de que los yoes [the selves] producidos en interacciones lingüísticas
son “co-construidos” o “realizados conjuntamente”; las feministas que defienden esta
mirada (como Goodwin [1990], Tannen [1994] en el artículo sobre “marco ligado a la clase
sexual” y muchxs autorxs de Kottohoff y Wodak [1997]) habitualmente prefieren tratar
BA
preguntas similares a Hall en trabajos enmarcados en el interaccionismo simbólico y la
etnometodología y su rama orientada al lenguaje, el análisis conversacional.
En su contribución a Gender Articulated, “Language, Gender and Power: An
U
Anthropological Review”, Susan Gal crítica la clásica tendencia sociolingüista de igualar
“lenguaje de mujeres” y “lenguaje usado por mujeres”:9 “Las categorías discurso de
yG
mujeres, discurso de hombres y discurso prestigioso o poderoso no derivan
indexicalmente de identidades de lxs hablantes. De hecho, a veces lxs enunciados de lxs
hablantes crean su identidad. Estas categorías, de entre otras más amplias como
D
femenino y masculino, son construidas culturalmente en grupos sociales; cambian a lo
largo de lo historia y están sistemáticamente relacionadas con otras áreas del discurso
o
cultural como el tipo de personas, de poder y de orden moral deseable” (1995: 171).
Desde este punto de vista, el “lenguaje de mujeres” es una categoría simbólica, mientras
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que el “lenguaje usado por mujeres” es empírica. La pregunta interesante es cómo ambas
se articulan entre sí, cómo, por ejemplo, la construcción simbólica “lenguaje de mujeres”
ác
es desarrollado de varias maneras por hablantes “reales” - hablantes que, como muestra
el ejemplo de Bucholtz y Hall sobre transexuales, no tienen que ser “reales” en el sentido
id
estudio “Managing the Body of Labor” de Cathryn Houghton (1995), que se enfoca en
jóvenes madres solteras latinas que han sido institucionalizadas involuntariamente por su
M
conducta “antisocial” de tener hijxs a lxs que no podían mantener. Houghton muestra
cómo las normas discursivas de la terapia grupal son usadas para socavar los relatos de
estas mujeres sobre sus propias experiencias y motivaciones: por ejemplo, expresiones
como “ustedes saben cómo es cuando…”, que asignan una dimensión colectiva a las
historias de vida de las mujeres, son eliminadas en favor de decir “Yo”, un movimiento
que redefine la historia de la mujer como una narrativa individual y a-social, y así
9
El artículo de Gal es una versión revisada y acortada de un ensayo titulado “Between Speech and
Silence” (Gal, 1991). En mi opinión, el texto original es el mejor ensayo de revisión crítica jamás
escrito sobre los estudios de lenguaje y género y merece ser leído por toda feminista que se
interese en el tema.
determina que sea aún más redefinida en términos de patológica. Al ser disciplinadas
para hablar sobre sí mismas de maneras que sean aceptables para la institución, estas
mujeres son socializadas en un tipo distinto de individualidad femenina, más acorde a
normas estadounidenses extendidas como el individualismo, el trabajo ético, la
gratificación diferida, la familia tradicional, y demás.
Pero Houghton también muestra que las mujeres son capaces de usar normas
discursivas de la “charla de chicas” como una forma de resistencia a las normas de la
institución. La charla de chicas se enfoca en la variedad de cosas que se supone que
están bajo escrutinio en las sesiones de terapia grupal - sexualidad, sentimientos y
relaciones personales. Sin embargo, a diferencia de la charla “adecuada” de terapia, la
charla de chicas se construye como una actividad colectiva y solidaria y es preformada de
BA
acuerdo a normas lingüísticas y culturales de las comunidades propias de las mujeres.
Este tipo de habla subvierte intencionalmente los objetivos institucionales, pero, como sus
temas son aquellos que la institución quiere que sus internadas discutan, es difícil para
U
las autoridades justificar que ven (acertadamente) estas charlas como modo de
resistencia.
yG
El texto de Houghton muestra a mujeres jóvenes que resisten la opresión con
algunos de los mismos recursos lingüísticos que son usados por otrxs para oprimirlas. En
contraste, las estrategias lingüísticas que se proclaman como inherentemente
D
subversivas y resistentes a las relaciones de autoridad tradicionales pueden fallar en
cumplir sus promesas. En su discusión del género en internet (un tema que seguramente
o
adopte cada vez más importancia para las investigadoras feministas del lenguaje en uso;
no es habitual que el género haya estado en agenda desde el momento del surgimiento
tic
editada por Victoria Bergvall, Janet Bing y Alice Freed (1996) ejemplifica la actual
tendencia entre lingüistas feministas hacia una revaluación crítica de trabajos previos;
er
capítulo, escrito por dos de las editoras y que funciona como introducción, se titula “The
Question of Questions: Beyond Binary Thinking” y nota que “lxs autorxs de este volumen
M
cuestionan la división del habla en base a la división binaria de los géneros o sexos” (Bing
y Bergvall, 1996: 3). Lxs autorxs continúan subrayando algunas ideas útiles sobre las
presuposiciones ideológicas y los obstáculos de la investigación que falla en
problematizar esa división binaria.
Si bien estos puntos son convincentes, hay una suerte de desequilibrio entre este
capítulo teórico, con su mirada del dualismo de género en tanto constructo simplista
10
El tema del lenguaje, género y comunicación mediada por computadoras ya ha inspirado todo un
libro de una feminista, Nattering on the Net (1995), de Dale Spencer. No lo considero aquí porque
no se dirige principalmente a una audiencia académica, pero para un resumen y algunos
comentarios críticos, ver Butterworth (1996).
impuesto por (seudo)científicxs a realidades más complejas, y muchos de los estudios
empíricos subsiguientes. Lo llamativo es que proporcionan evidencia de que el dualismo
de género, a pesar de que sus formas son culturalmente específicas y variables, continúa
siendo una potente herramienta de significación que moldea las propias creencias y
conductas de lxs usuarixs del lenguaje. Lxs autorxs abordan el binarismo varón-mujer de
manera crítica, pero en muchos casos sus datos les obligan a reconocer los significados
que tienen para lxs hablantes que estudian. No se trata de un juego interminable de
diferencias lo que se ve en las prácticas lingüísticas de comunidades que van desde
estudiantes de ingeniería de una universidad técnica de Estados Unidos hasta hijras
hablantes de hindi en India; se trata del desarrollo variable (y a veces estratégico) de
recursos lingüísticos que son marcados simbólicamente como “masculinos” o
BA
“femeninos”. Como observan Kira Hall y Veronica O’Donovan sobre lxs hijras ―un caso
ilustrativo ya que, como hombres castrados que son vistos localmente como “tercer sexo”,
su identidad de género no puede ser considerada ni “natural” ni fija, y esto es señalado en
U
el uso variable que hacen de los marcadores gramaticales de género del Hindi―: “En
lugar de ocuparse de la posición exterior al binarismo mujer-varón, lxs hijras han creado
yG
una existencia en él, la cual es determinada por construcciones culturales de la feminidad
y la masculinidad que están rígidamente arraigadas” (1996: 229). De hecho, ¿no se
podría decir lo mismo de las personas transexuales u otros sujetos generizados de
D
manera “anómala” en lo que afectuosamente podríamos imaginar como la sociedad
menos rígidamente diferenciada del Occidente urbano (post)moderno?
o
Si bien este distanciamiento de lxs sociolingüistas con respecto a concepciones
naives y esencialistas sobre el género es sin lugar a dudas bienvenido, no tiene por qué
tic
necesitan tener en cuenta es la omnipresencia y el poder actual que tiene los dualismos
de género en las comunidades de habla del mundo ―aunque sin perder de vista la
id
variedad de formas que estos dualismos pueden adoptar, los usos complejos para los que
pueden ser retomados y sus efectos locales variables en términos de poder y resistencia.
ld
Feminidades y masculinidades
ia
corpus controversial producido por veintiséis mujeres y chicas que hablan con sus amigas
a fondo y con lujo de detalles, complementado con material de entrevistas etnográficas
M
BA
feministas deberían privilegiar este tipo de habla de mujeres como la instancia más típica
o auténtica? Todavía es comparativamente rechazada la pregunta sobre qué ocurre con
el “habla de mujeres” cuando sus participantes son diferentes ―y desiguales― en
U
dimensiones distintas al género.
Otra temática importante concierne los aspectos coercitivos de la charla de
yG
amigas. Coates no oculta su deseo de celebrar una actividad a menudo banalizada por la
cultura; su análisis muestra que sus normas igualitarias y solidarias contribuyen en gran
medida a mantener el tipo de relaciones sociales que tanto satisfacen a las mujeres. Sin
D
embargo ―algo habitual para una sociolingüista― Coates también dedica un capítulo a
los “discursos” de la feminidad que sus informantes despliegan en sus conversaciones:
o
no solo es más difícil para una feminista celebrar estos discursos en general, sino que
también hay claramente alguna conexión entre las normas de interacción “buenas”
tic
algunos “yoes” (algunos poderosos, otros expertos, otros no-heterosexuales) que estas
mujeres deben censurar a cambio de la recompensa de una conversación amistosa.
id
participante debe “espejar” la experiencia de las demás. Para una de estas jóvenes
mujeres, desafiar el discurso de las “hormonas intensas” implicaría arriesgarse a ser
at
función de “control“ comparable? Esta es una pregunta a la que lxs investigadorxs están
empezando a prestar atención recién ahora. Puede parecer obvio que los hombres
también son “yoes socialmente construidos”, pero por razones entendibles las feministas
han tendido a priorizar el habla de las mujeres por sobre la de los hombres. Si una razón
es práctica (una investigadora no puede ser observadora participante en un entorno
masculino, otra es política: es demasiado fácil que la investigación sobre la masculinidad
sea vista como respaldatoria de la mirada aún prevaleciente de que los hombres
constituyen simplemente un tema más importante que las mujeres.
Esta parece ser la implicancia de la publicidad de una campera según la colección
Language and Masculinity, de Sally Johnson y Ulrike Hanna Meinhof (1997), el primer
libro que trata a fondo el tema, que lo anuncia con la amenazante oración “La lingüística
feminista ha madurado”. Felizmente, la sentencia ha sido sacada de contexto; tanto los
editores de la introducción como el primer capítulo de Sally Johnson (1997) “Theorizing
Language and Masculinity” evitan las trampas predecibles y subrayan lo que claramente
es una agenda feminista.
Un tema que recorre el volumen es la necesidad de reevaluar algunas de las
generalizaciones bastante simplistas que se han hecho en el pasado sobre los hombres y
sus estilos de habla ―no (o no solamente) para hacer justicia a los hombres, sino
también para derribar estereotipos que ayudan a perpetrar las actuales relaciones de
género desiguales. Si una forma de lograrlo es mostrando que hay diferentes versiones
de la masculinidad (como lo hacen varixs autorxs), otra forma es exponiendo a partir de
BA
un análisis cercano que ninguna de esas versiones tiene el carácter monocorde que a
veces se supone. A nadie que lea este volumen le va a resultar fácil avalar en el futuro la
oposición de larga data entre la “competencia” masculina y la “cooperación” femenina o la
U
celebración del “chisme” como género distintivo de las mujeres.
Muchxs autorxs se interesan por la compleja articulación entre los yoes
yG
generizados ―en este caso, los masculinos― a través de la “indexación” de diferentes
aspectos de un conjunto variado y, de hecho, contradictorio de discursos culturales. En
“Power and the Language of Men”, por ejemplo, Scott Fabius Kiesling (1997) discute el
D
comportamiento de un grupo de integrantes de una fraternidad universitaria11 y sostiene
que el poder asociado a la masculinidad no es indiferenciado: hay una serie de tipos de
o
poder que los sujetos ponen en juego mediante un “alineamiento de roles” masculino
cuya indexación es lingüísticamente contrastiva pero reconocible (i.e., el atleta o el obrero
tic
cuyo poder deriva de su destreza física, el “trabajador duro”, la elite profesional que
demanda respeto por su inteligencia o su capacidad de expresión, el padre cuidador).
ác
adoptar posiciones que contrastan entre sí (y así reclamar distintamente poder, estatus o
autoridad).
ld
través de patrones de variación fonológica que son revelados solo por un análisis
estadístico, y cuya sustancia lingüística (i.e. si -ing en inglés se pronuncia con una
er
alveolar o una velar nasal) no tiene un significado inherente. Este tipo de fenómenos
incumbe a la sociolingüística variacionista cuantitativa, un campo cuya problemática
at
11
N. de T. La expresión en inglés es fraternity brothers y refiere a miembros (“hermanos”, brothers)
de una asociación de estudiantes universitarios varones (“fraternidad”, fraternity). Las asociaciones
universitarias de mujeres se llaman sororities, y sus integrantes se denominan sorority sisters.
también potencialmente para las asunciones de muchas feministas que se ubican fuera
de este paradigma.
La investigación referida en el libro mezcla la etnografía (los encuentros
informales de Eckert durante dos años con estudiantes de una escuela pública en las
afueras de Detroit) y el análisis cuantitativo de cómo lxs estudiantes pronuncian un
conjunto de vocales que están involucradas en un cambio lingüístico en curso (el
“Desplazamiento en cadena de las ciudades del Norte” [Northern Cities Chain Shift]). La
pronunciación variable de estas vocales es un canalizador de significados sociales
complejos, y Eckert busca relacionarlos con la organización de la comunidad escolar, que
está dividida en dos grandes ejes: género y afiliación subcultural (“deportistas” vs. “nerds”
[“jocks” vs. “burnouts”]).
BA
Eckert disputa la perspectiva adoptada por investigadoras como Tannen según la
cual las diferencias de género en el uso del lenguaje son principalmente reflejos de las
típicas segregaciones en grupos que se acuerdan en la niñez y la adolescencia. Lxs
U
estudiantes de secundaria son adolescentes, y su práctica social se caracteriza por un
alto grado de segregación (tanto de género como de subculturas); sin embargo, Eckert
yG
sostiene que nada de sus comportamientos puede ser comprendido sin atender al trabajo
del “mercado heterosexual”. Esto a menudo también ocurre en grupos del mismo sexo, la
producción de yoes femenino o masculini altamente diferenciados y mercantilizados se
D
vuelve intensa y capta toda la atención en un momento de la vida en que la
heterosexualidad no solo está legitimada sino que también es, en esencia, obligatoria
o
―es parte del costo de crecer. Esto afecta no solo la forma como las personas se
relacionan con miembros del sexo contrario, sino también ―especialmente en el caso de
tic
las chicas― cómo se relacionan con (y se diferencian de) otras del mismo sexo.
A las chicas el mercado heterosexual les obliga a usar todo significado simbólico a
ác
su alcance (desde los jeans hasta alas vocales) para crear un yo. Como nota Eckert, la
habilidad sola (i.e. destreza atlética) es un bien con valor de cambio para los chicos, pero
id
es menos valiosa para las chicas, cuyo éxito en el mercado depende más de la
apariencia, la personalidad y la “popularidad”. El hecho de que las chicas y las mujeres
ld
dependan más de los recursos simbólicos es una razón por la cual ellas usan más
extensamente que los varones los significados asociados a variaciones fonológicas.
ia
adolescentes) puede provocar ciertas preguntas acerca de la distinción que han hecho
algunxs investigadorxs entre los estudios de comportamiento lingüístico que son
at
comparativos y los que toman un solo sexo. De acuerdo a esta distinción, los efectos de
poder son visibles sobre todo en la interacción entre sexos distintos [cross-sex
M
interaction], mientras que la interacción entre personas del mismo sexo permite conocer
mejor patrones fundamentales de la diferencia de género. Espero que esta noción ya
haya sido problematizada en mi discusión de, por ejemplo, el trabajo de Coates y el de
Kiesling; la contribución de Eckert es explicitar más por qué no se puede tratar la
conversación entre mujeres como un refugio de los mandatos heteropatriarcales.
El argumento de Eckert, que enfatiza la interdependencia particularmente
estrecha entre género y sexualidad como categorías que se construyen mutuamente,
también tiene implicaciones para el surgimiento del campo de la sociolingüística lesbiana
y gay. Esto implica que la sexualidad no puede solo ser tratada operativamente como una
variable “extra”, ni la sexualidades gay y lesbiana pueden ser entendidas como “todo lo
mismo” ―variantes de una homosexualidad indiferenciada que contrasta con una
heterosexualidad indiferenciada. Como observa Eckert, hay una necesidad general de
encontrar formas de hablar sobre la diferencia que no sean meramente aditivas (género
más raza más clase, etc.), sino que sean cabalmente sensibles a las maneras en que las
categorías sociales se articulan entre sí.
Cuestiones de “comunidad”
Queerly Phrased: Language, Gender and Sexuality, una colección editada por Anna Livia
y Kira Hall (1997), promete un tratamiento más considerado sobre la relación entre
género y sexualidad. Hay tres secciones: “Liminal Lexicality” trata la terminología usada
para hablar sobre (y señalar) identidades sexuales, “Queerspeak” se ocupa de las
BA
estrategias lingüísticas utilizadas por lxs hablantes para indexar identidades sexuales no
heterosexuales, y “Linguistic Gender Bending” aborda el uso que sujetos con sexo
anómalo (por ejemplo, hijras, transexuales) hacen de los recursos lingüísticos de género.
U
Los capítulos individuales son diversos, tanto en cuanto a sus filiaciones disciplinarias o
metodológicas, que van desde la crítica literaria hasta la etnografía, como en cuanto a las
yG
lenguas discutidas, que incluyen a la Lengua de Señas Americana, el inglés (en distintas
variedades), el francés, el hausa, el hindi, el japonés y el yiddish.
Un volumen sobre este tema plantea dos preguntas: ¿cuál es la problemática
D
central de la sociolingüística “queer”? ¿y cómo deberían ser tratadas la(s) variable(s) de
la identidad sexual para los objetivos sociolingüísticos? Hay muchas respuestas posibles,
o
y las más convincentes ofrecidas aquí, desde mi punto de vista, son también las más
radicales en el desafío que plantean a las asunciones usuales de la sociolingüística sobre
tic
la naturaleza de la “comunidad”.
Un posible punto de partida para la sociolingüística queer, discutido en la
ác
introducción de Livia y Hall (p. 4), es la idea de que se sabe demasiado poco sobre el uso
del lenguaje para marcar específicamente identidades sexuales porque la investigación
id
en la cual la asunción no era que todos lxs sujetos fueran heterosexuales, sino que el
género influía en el habla más significativamente que la identidad sexual. Esta asunción
ia
derivaba de una forma de política feminista particular y centrada en las mujeres, a la cual
muchxs investigadorxs (tanto lesbianas como heterosexuales) suscribían. El problema
er
con esta asunción en un contexto queer es que no necesariamente tiene sentido para los
hombres gays. Lo que me preocupa aquí no es que Livia y Hall la rechazaran (no está
at
claro que lo hicieran), sino que no la reconocen como una cuestión política - una de
muchas en las cuales el feminismo y la teoría queer podrían discrepar.
M
Se puede hacer una crítica similar a Arnold Zwicky (1997), que en “Two Lavender
Issues for Linguists” propone que “para muchas lesbianas, lo más importante es
identificarse con la comunidad de mujeres [...] mientras que para muchos hombres gays
lo más importante es distanciarse de los hombres heterosexuales. [...] En consecuencia,
los gays se inclinarán a ver su sexualidad como un rechazo a las normas de género. [...]
muchas lesbianas pueden tener un discurso que, en los hechos, no se distinga del de las
mujeres heterosexuales” (p. 30). Esta explicación sobre una asimetría de género muy
remarcada (i.e. algunos gays pueden tener “la voz”, y las lesbianas no) es persuasiva
hasta cierto punto, pero omite cualquier referencia ya sea al feminismo o al poder. Algo
que las lesbianas y las mujeres heterosexuales comparten es su pertenencia al grupo del
género subordinado, y esto puede explicar la solidaridad de muchas lesbianas. Sin
embargo, esto no significa que las mujeres que se identifican como tales se opongan
menos que los hombres gays a las normas de género establecidas. Al contrario, si
reconocemos que las normas de comportamiento “femeninas”, incluida el habla, no son
solo índices arbitrarios de la identidad de género sino símbolos de falta de poder,
entonces podemos esperar que lxs feministas sean muy críticas de tales normas; en tanto
esta mirada se basa en el rechazo a la subordinación, no debe excluir a las feministas
lesbianas. No obstante, puede no ser compartida por las lesbianas (que hay y siempre ha
habido) que no se definen a sí mismas como feministas.
En suma, si es obvio que no podemos hablar de una comunidad de habla gay y
lesbiana, no es claro que aumentar el número a dos ―uno por cada género― sea
BA
tampoco una solución satisfactoria. Además debo subrayar que las aserciones sobre que
las lesbiana son más “como” otras mujeres que lo que los gays son “como” otros varones
dependen (irónicamente) de sugerir un grado de homogeneidad entre lxs heterosexuales,
U
que está difícilmente justificado por la evidencia.
Un abordaje alternativo es el que ofrece Ryst Barrett (1997) en su capítulo titulado
yG
ingeniosamente “The ‘Homo-Genius’ Speech Community”12. Todas las comunidades son
imaginadas, pero las comunidades queer lo saben; cualquier lenguaje que conciben para
marcar la pertenencia a una comunidad también es un producto de su imaginación
D
colectiva, ya que, como señala Barrett fríamente, “en general, la gente no le enseña a sus
hijxs a habla como homosexuales” (p. 191). Más que estudiar el “habla queer” como si
o
fuera un dialecto, la herencia cultural de que hay un grupo preexistente y definido
externamente (el modelo convencional de “comunidad” en sociolingüística), Barrett
tic
propone adoptar lo que Mary Louise Pratt (1987) llama “lingüística de contacto”
enfocándose en encuentros que cruzan las fronteras comunitarias, en los que típicamente
ác
hay una mezcla y un intercambio de códigos, mientras que las identidades y las
relaciones se negocian.
id
Robin M. Queen (1997), cuyo capítulo “I Don’t Speak Spritch” también está en
deuda con Pratt, sugiere que el lenguaje de las lesbiana no se sitúa en un estilo en sí
ld
mismo lésbico sino en la práctica comunitaria de reunir en una forma particular elementos
de diferentes estilos. Al examinar el lenguaje de personajes lesbianas de cómics, como
ia
Hothead Paisan y las protagonistas de Dykes to Watch Out For, que elige como ejemplos
de auto-representaciones comunitarias, Queens identifica una serie de tropos recurrentes
er
que portan sentidos convencionalizados en relación con género y clase. Los significados
de “lesbiana” se producen cuando los tropos son usados en combinaciones marcadas
at
BA
asumir, ahora, que el rol del lenguaje es fuertemente constitutivo, y hay quienes incluso
pueden interpretar esto como que no hay realidad social por fuera del lenguaje y el
discurso.
U
Una consecuencia del “giro lingüístico” para los estudios feministas del lenguaje
ha sido cambiar la forma en que el campo en sí mismo es implícitamente dividido. En el
yG
pasado, estudiar el comportamiento lingüístico de las mujeres y los hombres (la
“diferencia” de sexo o género, tema de sociolingüistas) en general era claramente distinto
del estudio de sus representaciones en textos lingüísticos (“lenguaje sexista”, tema
D
estilistas, gramáticxs, lexicólogxs o historiadorxs del lenguaje). En la actualidad, ambos
pueden ser vistos como aspectos de un mismo proceso, la construcción lingüística y
o
discursiva del género a lo largo de una gama de áreas y prácticas culturales. Cuando unx
investigadorx estudia el habla de mujeres y hombres, está observando, por así decirlo, la
tic
ejemplo, publicidades o textos literarios, está buscando eso mismo en la tercera persona
(“ella” y “él”). En muchos casos, no es posible ni útil dejar estos aspectos de lado, ya que
id
forma en que las feministas responden la pregunta de Kramer, Thorne y Henley sobre
“cómo puede modificarse el lenguaje sexista” (1978:638). Si bien el “lenguaje sexista”,
ia
la vida cotidiana (de hecho, el reciente furor de la “corrección política” provocó una nueva
ola de debates públicos sobre el tema), se ha vuelto mucho menos central en las
at
discusiones teóricas del feminismo. Este cambio es en gran medida atribuible al hecho de
que el “discurso” más que el lenguaje per se es visto como el locus principal para la
M
BA
reforma feminista se concentren en las palabras, que para muchxs no-lingüistas son
sinónimo de lenguaje, es otra de las limitaciones que discute, sobre lo cual nota que
pocas pautas se ocupan del seximos en los niveles de la oración o el texto. En parte, esto
U
es resultado de las limitadas preocupaciones institucionales que abordan las mayorìas de
las reformadoras (la más evidente es la necesidad de implementar términos de profesión
yG
no sexistas para cumplir con la legislación anti-discriminación). Sin embargo, incluso aquí
hay evidencia de que las intenciones de las reformadoras se frustran en la práctica (i.e.
las mujeres se vuelven “personas que dirigen” o “personas que venden” mientras los
hombres siguen siendo “jefes” o “vendedores”). D
Es en relación con este tipo de observaciones que el tópico “lenguaje sexista” es
o
iluminado por el trabajo desde una perspectiva “discursiva”, y ambos empiezan a
superponerse. La crítica que lxs analistas del discurso harían a muchos esfuerzos de
tic
frustren las tentativas feministas que buscan limpiar el lenguaje sexista de los residuos de
una sociedad sexista (una versión sucinta e ilustrativa de este argumento es Ehrlich y
ld
King [1994]). Lo que hace la gente en el discurso anula los cambios iniciados en otros
niveles, porque el discurso es un sitio clave para la construcción social del significado.
ia
Debatiendo el “discurso”
Recabar el trabajo actual en análisis feminista del discurso es un desafío para una
M
BA
lenguaje sino que, de hecho, son construidos por las formas en las que es legítimo e
inteligible hablar sobre tales temas en un tiempo y espacio específicos. En tanto
esencialmente se trata de construcciones de discursos expertos, su función en relación
U
con las mujeres es disciplinaria, lo que suscita la crítica feminista.
En cambio, en el caso del acoso sexual el problema es el contrario: en las
yG
conversaciones y prácticas cotidianas hubo gran resistencia al intento feminista de
construir a través del discurso una categoría nueva y (literalmente) disciplinaria. En
“Sexual Harassment: A Discursive Approach”, Celia Kitzinger y Alison Thomas (1995)
D
invocan el escepticismo de lingüistas feministas como Ehrlich y King acerca de la
efectividad de acuñar términos e intentar controlar sus significados mediante la
o
promulgación institucional de definiciones cada vez más explícitas. Sus análisis sobre
datos de entrevistas expone una serie de contradicciones cuyo efecto acumulativo es
tic
volver la categoría “acoso sexual” casi literalmente vacía. Así, si algo “ocurre todo el
tiempo” entre mujeres y hombres, entonces no puede ser acoso; si, en cambio, sucede
ác
rara vez, entonces no puede ser el tipo de problemas que necesita un nombre y un
procedimiento; si es una cuestión de reafirmación de poder más que una cuestión de
id
los méritos del análisis del discurso como método para hacer investigación feminista. ¿Es
el descuido intelectual, la moda o lo que Gill (1995:172) llama “corrección epistemológica”
ia
lo que respalda la asunción ahora habitual de que hay algo políticamente “progresista”, o
específicamente feminista, en el análisis del discurso? ¿Es necesario, como sugiere Erica
er
Burman (citada en Gill 1995:168) “distinguir entre las aplicaciones del análisis del
discurso y la teoría en sí misma”, albergando como corolario la posibilidad de que “la
at
teoría en sí misma” pueda plantear serios problemas para las feministas? Entre los
potenciales problemas identificados por lxs autorxs, se encuentran el rechazo, en muchas
M
BA
justificada, incluso si la suposición fuera incontrovertiblemente cierta) a la idea de que
cuando la analista ha deconstruido algo ―lo ha desmontado y ha entendido cómo
funciona― lo ha cambiado. No es así: en el mejor de los casos sólo ha conocido una de
U
las condiciones en las que se puede cambiar, a partir de la nueva conciencia de la gente
sobre que lo que cuenta como “realidad” es construido, contingente y (fundamentalmente)
yG
injusto, y que sobre esa base tome medidas diferentes en el futuro (incluidas las
discursivas, como definir una experiencia concreta como “acoso sexual”).
En el otro extremo del espectro disciplinario de Feminism and Discourse están
D
Feminist Stylistics (1995) de Sara Mills y Feminist Poetics (1997) de Terry Threadgold.
Estos dos libros son, en muchos sentidos, extremadamente diferentes (el de Threadgold
o
es un compromiso sostenido y “difícil” con los postulados canónicos y no tan canónicos
de la teoría postestructuralista, el de Mills es más bien un vademécum para el aspirante a
tic
analista de textos), pero tienen ciertas cosas en común que vale la pena destacar en el
contexto del debate en curso dentro del feminismo sobre la naturaleza y el estatus del
ác
“análisis del discurso”. Este último, de hecho, es un término que ninguna de las autoras
utilizaría directamente para describir su propio enfoque. Ambas están influenciadas
id
(Threadgold más sistemáticamente que Mills) por un modelo particular de lenguaje ―la
gramática sistémico funcional de Michael Halliday―, y los defensores de los enfoques
ld
sustenta. Cada una trata de intervenir en los dos campos: la poética y la estilística deben
reconocer las reivindicaciones de la teoría feminista, y las feministas deben hacer un
at
mayor uso de las herramientas que ofrece la lingüística. Así, aunque simpatiza con partes
clave del proyecto postestructuralista, Threadgold señala la ociosidad de suponer que se
M
puede “recurrir al lenguaje” sin recurrir al mismo tiempo a una teoría del lenguaje
detallada, sistemática y mínimamente convincente. (La teoría lingüística que subyace
implícitamente en los planteamientos postestructuralistas ―la de Saussure― es una
teoría que los lingüistas no han tomado en serio por cincuenta años.)
De hecho, la intervención de Threadgold en la “poética” es comparable, en su
alcance y audacia teórica, a la intervención de Eckert en la sociolingüística variacionista:
un ensayo de revisión bibliográfica no puede hacer plena justicia a obras de esta
complejidad. Las ambiciones de Feminist Poetics se resumen mejor en las propias
palabras de la autora: “Quiero cuestionar la naturaleza patriarcal de los contextos
lingüísticos/estructuralistas en los que se ha entendido históricamente la producción y
recepción de textos, pero también sugerir que hay aspectos de la lingüística y el
estructuralismo que pueden volver a ser funcionales para una práctica feministextual13
encarnada. Esto implica repensar una versión de la lingüística para desafiar también la
actual ansiedad feminista y teórica sobre el metalenguaje. Además implica desafiar la
creencia (ahora) institucionalizada en algunos sectores de que las mujeres están
oprimidas por el lenguaje” (Threadgold, 1997: 2). El libro no solo contiene una gran
cantidad de estimulantes argumentos teóricos, sino también varios buenos ejemplos de
análisis del discurso ampliado, ya que Threadgold utiliza su aparato lingüístico preferido
para interrogar a los textos que tratan (en diversas combinaciones) de género, raza,
clase, sexo, violencia y performance.
Mills está menos comprometida que Threadgold con una teoría lingüística
BA
concreta, pero también insiste en que el análisis feminista del discurso o del texto
necesita algún modelo de lo que es el lenguaje y cómo funciona. Los enfoques feministas
alternativos de los textos (en efecto, los de la crítica literaria) son criticados en Feminist
U
Stylistics por ser intuitivos, lingüísticamente desinformados y relativamente desatentos a
los detalles formales de la organización textual. Por el contrario, se critica a la estilística
yG
por ignorar las ideas del feminismo y del postestructuralismo.
Feminist Stylistics es un libro más “práctico” que la Feminist Poetics, y es útil no
tanto como fuente de discusión ampliada de la teoría literaria y la lingüística feminista,
D
sino como un estudio de diversas prácticas de lectura feminista cuyo objetivo común es
descubrir el funcionamiento del género en los textos. Los textos reproducidos y
o
analizados van desde una parte de Sula, de Toni Morrison, hasta la bolsa de papel del
baño de mujeres destinada a desechar las toallitas usadas. El objetivo de Mills es mostrar
tic
cómo “el género está en primer plano en los textos en momentos clave” (1995:17),
incluso o especialmente en rasgos que “a primera vista no parecen tener nada que ver
ác
Desire (Harvey y Shalom, 1997). En su excelente introducción, lxs editorxs Keith Harvey y
Celia Shalom llaman la atención sobre una paradoja: el deseo sexual necesita ser
ia
Algunxs autorxs abordan este interrogante utilizando los métodos del análisis de
corpus, un subcampo que combina aspectos del análisis del discurso con la lexicografía y
M
la gramática más tradicionales. Esta tarea es posible gracias a las nuevas tecnologías:
las vastas colecciones en línea (“corpora”) del discurso hablado y escrito, como las del
Bank of English, pueden buscarse con software de concordancia para descubrir patrones
estadísticos en el uso del lenguaje.14 Este enfoque tiene aplicaciones obvias en relación
13
N. de T. Sic.
14
El Bank of English es una proyecto conjunto de la Universidad de Birmingham (Reino Unido) y
Collins Dictionaries, una división de la editorial HarperCollins Publishing. Esta colaboración refleja
el hecho de que la principal aplicación de la lingüística de corpus, y el motor de su crecimiento, es
comercial: la elaboración de materiales de enseñanza de idiomas (diccionarios, gramáticas y guías
de uso) cuyo argumento de venta es que indican a los estudiantes extranjeros cómo se usa
realmente un idioma.
con las cuestiones feministas sobre el género y el sexismo en el lenguaje y el discurso;
una de las razones para reseñar este volumen (aunque no es uniformemente feminista ni,
en mi opinión, uniformemente exitoso) es llamar la atención sobre las posibilidades de la
lingüística de corpus para la investigación de (algunos) fenómenos lingüísticos
relacionados con el género.
A menudo, el análisis de corpus se utiliza con el propósito relativamente limitado
de dar apoyo estadístico (o no, por supuesto) a las intuiciones previas sobre qué patrones
de uso son más comunes en un dominio lingüístico concreto. Por ejemplo, un capítulo de
Language and Desire trata los verbos recíprocos, una categoría gramatical-semántica en
la que se entiende que hay más de un agente implicado en la acción (por ejemplo,
pelear). El resultado es que el género influye sistemáticamente en el uso de los verbos
BA
recíprocos que denotan sexo. Coger [fuck], por ejemplo, es potencialmente recíproco (por
ejemplo, “nos cogemos [unx a lx otrx]” [“we fucked [each other]”]), pero en el corpus del
Bank of English se suele usar solamente de la manera que implica el aforismo “los
U
hombres se cogen a las mujeres: sujeto, verbo, objeto”. La construcción recíproca “coger
con” [“fuck with”] tiene principalmente usos metafóricos más que literales (típicamente en
yG
negativo, como en “don't fuck with me”).
Otros capítulos de Language and Desire analizan muestras de lenguaje de un solo
género (entre los que se incluyen los anuncios personales, las narraciones eróticas y las
D
novelas románticas). Para mí, sin embargo, los aportes más interesantes son también los
que más se alejan de los objetivos y métodos de la lingüística formal, en particular la
o
discusión psicoanalítica de Wendy Langford (1997) sobre lo que ella llama “relaciones
alteradas” [alter relationships], en las que las parejas se recrean como “Pooh y Piglet” o
tic
“Furball y Monster”. Esta práctica es, en gran medida, lingüística y está públicamente
atestiguada en los mensajes del día de San Valentín. De todos modos, lo que me parece
ác
interesante en su análisis son los datos que presenta de las entrevistas con parejas en
relaciones alteradas de larga duración. Estos datos son en sí mismos un discurso, por lo
id
que podría decirse que Langford está haciendo una especie de análisis del discurso; sin
embargo, su contribución muestra que los textos “públicos” que suelen preocupar a lxs
ld
cultural. El dedicado a los anuncios personales, por ejemplo, considera por qué la fórmula
“busca lo mismo” [seeks similar] debe ser especialmente común en los anuncios
er
publicados por lesbianas y gays, sin referirse nunca al fenómeno del “turismo”; es decir,
“busca lo mismo” es un código para algo así como “los heterosexuales que buscan
at
microcosmos los tipos de unidad y diversidad que caracterizan todo el campo del discurso
feminista o del análisis textual. Se podría establecer conexiones fructíferas entre el
debate sobre el discurso de la menstruación de las preadolescentes en el volumen de
psicología y el análisis de Mills de varios textos sobre productos menstruales, incluida la
tímida “bolsa de eliminación” que nunca dice del todo para qué sirve. El debate de Gill
El Bank of English contiene 211 millones de palabras de texto hablado y escrito (incluyendo inglés
británico y americano) y es la base del proyecto COBUILD (el acrónimo significa
Collins-Birmingham University International Language Database). En la medida en que el corpus
puede considerarse representativo del uso en general, lo que dice sobre el inglés “real” es motivo
de reflexión para las feministas.
sobre el relativismo y la reflexividad aborda algunas de las mismas cuestiones que las
observaciones de Threadgold sobre la poeisis, la creación de significado. Sin embargo, lo
que separa a lxs lingüistas de lxs demás es la postura de que para hacer afirmaciones
válidas sobre los datos del análisis del discurso y del texto, que son en última instancia
datos lingüísticos, es necesario algún aparato lingüístico debidamente teorizado y
formalizado.
Este es el argumento sobre las “herramientas” al que he aludido antes, y se
plantea la cuestión de si es algo más que una tediosa disputa territorial disciplinaria.
Después de todo, los argumentos que invocan el “rigor” y la “objetividad” tienen cierta
incongruencia que viene de las feministas de cualquier disciplina, cuyos protocolos de
investigación preferidos han sido a menudo despreciados por carecer de esas cualidades
BA
superiores (y figurativamente masculinas). Dentro de la propia lingüística, el argumento
del “rigor y la objetividad” se ha convertido en un recurso habitualmente utilizado por lxs
“liberales” contra lxs “críticxs” (es decir, quienes practican el Análisis Crítico del
U
Discurso).15 Los primeros suelen preguntar retóricamente a los segundos qué distingue
un análisis del discurso “comprometido” (léase: subjetivo y no riguroso) de un “comentario
yG
corriente” sobre un texto o de una pieza de “crítica literaria”. Este es un juego que nadie
que se dedique a lo que Gill (1995:175) llama “investigación apasionadamente
interesada” puede ganar, y no está claro para mí por qué las feministas deberían querer
jugar. D
Sin embargo, bajo la engañosa retórica del “rigor”, quizás haya un problema real
o
que no tiene que ver con el formalismo per se. A menudo, para los propósitos feministas,
lo que se necesita es exactamente un buen “comentario corriente”: yo situaría en esa
tic
formalistas de Language and Desire son ricas en detalles descriptivos y estadísticos, pero
escasas en el contexto extralingüístico que se necesita, desde un punto de vista
id
“comentario corriente” podría ser la de cómo diferenciar entre los “buenos” y los “malos”
ejemplos. Esta pregunta, creo, se acerca más a la cuestión real: en la comunidad
ia
interpretativa mucho más diversa intelectual y políticamente que habitan ahora las
feministas preocupadas por el lenguaje y el discurso, ¿cómo nos persuadimos
er
subestimamos por nuestra cuenta y riesgo. Pero no debería impedir a las feministas ―y,
a juzgar por los trabajos que aquí se examinan, no nos ha impedido― que tratemos de
M
15
Véase Widdowson (1995) para un ejemplo de esta estrategia. El Análisis Crítico del Discurso
(ACD) es otra área de trabajo en la lingüística (nuevamente, vinculada con los modelos
funcionalistas del lenguaje de Halliday) a la que las feministas han hecho contribuciones
significativas, aunque su relación exacta con el feminismo es difícil de precisar: es uno de esos
proyectos ampliamente progresistas cuyos fundadores y figuras dominantes son, sin embargo,
todos hombres blancos heterosexuales, y Wilkinson y Kitzinger (1995) señalan específicamente
que estos hombres no dan crédito a las feministas al citar su trabajo. Algunxs de lxs autorxs de las
colecciones reseñadas anteriormente se llamarían a sí mismxs practicantes del ACD; también hay
una vertiente importante de ACD feminista en el trabajo publicado en la revista Discourse and
Society. La razón por la que no he tratado este trabajo como una categoría distinta es que, hasta
donde yo sé, no ha aparecido todavía ninguna colección editada o trabajo de un solo autor que se
identifique explícitamente con el “análisis crítico del discurso feminista”.
describir cuidadosamente, e interpretar de forma persuasiva, las formas en que se utilizan
las palabras para hacer y rehacer el mundo.
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