La Doctrina de La Seguridad Nacional
La Doctrina de La Seguridad Nacional
La Doctrina de La Seguridad Nacional
La seguridad nacional se consolidó como categoría política durante la Guerra Fría, especialmente en las
zonas de influencia de Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, este país rescató el uso
político que la palabra seguridad ha tenido desde la antigüedad, para elaborar el concepto de “Estado
de seguridad nacional”. Este concepto se utilizó para designar la defensa militar y la seguridad interna,
frente a las amenazas de revolución, la inestabilidad del capitalismo y la capacidad destructora de los
armamentos nucleares. El desarrollo de la visión contemporánea de seguridad nacional ha estado
determinado por este origen y fue influenciado por la estrategia estadounidense de contención. La
ideología del anticomunismo, propia de la Guerra Fría, le dio sentido, y la desconfianza entre las
naciones le proporcionó su dinámica. Con la generalización del uso de esta categoría política el plano
militar se convirtió en la base de las relaciones internacionales. Esta tendencia se manifestó a través de
confrontaciones armadas y del intervencionismo de las grandes potencias en los países del denominado
Tercer Mundo.
La seguridad nacional tuvo una variante en América del Sur: la Doctrina de Seguridad Nacional. Esta
variante mantuvo la idea de que a partir de la seguridad del Estado se garantizaba la de la sociedad.
Pero una de sus principales innovaciones fue considerar que para lograr este objetivo era menester el
control militar del Estado.
El otro cambio importante fue la sustitución del enemigo externo por el enemigo interno. Si bien la
Doctrina de Seguridad Nacional ubicó como principal enemigo al comunismo internacional, con
epicentro en la Unión Soviética y representación regional en Cuba, entendía que era a Estados Unidos a
quien correspondía combatir a esos países. Los Estados latinoamericanos debían enfrentar al enemigo
interno, materializado en supuestos agentes locales del comunismo. Además de las guerrillas, el
enemigo interno podía ser cualquier persona, grupo o institución nacional que tuviera ideas opuestas a
las de los gobiernos militares.
La Doctrina de Seguridad Nacional es una concepción militar del Estado y del funcionamiento de la
sociedad, que explica la importancia de la “ocupación” de las instituciones estatales por parte de los
militares. Por ello sirvió para legitimar el nuevo militarismo surgido en los años sesenta en América
Latina. La Doctrina tomó cuerpo alrededor de una serie de principios que llevaron a considerar como
manifestaciones subversivas a la mayor parte de los problemas sociales. Tales principios tuvieron
diversas influencias y se propagaron y utilizaron de manera diferente en distintos lugares. Por ello la
Doctrina no se sistematizó, aunque sí tuvo algunas manifestaciones claras, que sirven de base para
definirla y entenderla.
La Doctrina de Seguridad Nacional ha sido el mayor esfuerzo latinoamericano por militarizar el concepto
de seguridad. Además, al ubicar el componente militar en el centro de la sociedad, trascendiendo las
funciones castrenses, la Doctrina se convirtió en la ideología militar contemporánea de mayor impacto
político en la región.
Su importancia también radica en que se desarrolló por circunstancias ideológicas y políticas externas a
la región y a las instituciones castrenses mismas. No cabe duda entonces de la necesidad de conocer
más esas circunstancias, ya que han sido útiles para guiar el comportamiento militar más allá de las
funciones que le son propias.
La Doctrina de Seguridad Nacional es un fenómeno regional derivado de la influencia externa, pero con
gran variación en sus manifestaciones particulares. A diferencia del viejo militarismo, la Doctrina de
Seguridad Nacional–justificadora del nuevo militarismo– no se circunscribió a las sociedades donde se
gestó. Afectó a las instituciones castrenses y a las sociedades de la región, aun a aquellas donde no hubo
gobiernos militares. Naturalmente, las instituciones y sociedades más afectadas fueron las que crearon y
aplicaron a plenitud la Doctrina de Seguridad Nacional, como es el caso de Brasil. Pero también fueron
influenciadas instituciones militares que se mantuvieron subordinadas al poder civil y sólo acogieron de
manera fragmentada las enseñanzas de esta doctrina, como sucedió en Venezuela y Colombia. Así
mismo, hubo diferencias entre las instituciones militares de la mayor parte de los países de América del
Sur y las del resto de América Latina. En general, los países sudamericanos son más complejos y su
ubicación geográfica tiene menor importancia estratégica. De hecho, en esta zona no ha habido
intervención militar directa de los Estados Unidos. Estas y otras circunstancias condicionaron el efecto
de la Doctrina de Seguridad Nacional en el proceso político de los distintos países del área. Con el
tiempo, la Doctrina se convirtió en una especie de “razón social” o rótulo usado por variados sectores
sociales para identificar, generalmente con connotaciones ideológicas y fines políticos, a una amplia
gama de acciones llevadas a cabo por los militares de la región. Este rótulo ha servido para hacer
denuncias públicas y privadas de acciones claramente criminales y de excesos dudosamente compatibles
con las leyes o con las normas castrenses, pero también para descalificar prácticamente cualquier tarea
militar. Con frecuencia, la Doctrina se equipará con arbitrariedades o violaciones de los derechos
humanos cometidas por organismos militares, sin que medie explicación alguna de por qué tales
acciones se ubican dentro de una definición doctrinaria. La mayoría de las referencias a la Doctrina
parten de un supuesto conocimiento de su significado y rara vez se proporciona una aclaración adicional
de lo que se entiende por este término.
En los años ochenta, comenzó en América Latina el llamado proceso de redemocratización. Los
gobiernos estadounidenses ya no creen que los regímenes militares sean necesarios, o siquiera
tolerables en la región. Inclusive, buscan reducir la importancia de las instituciones armadas. Además,
los retos subversivos han desaparecido casi por completo y el panorama militar ha variado de manera
drástica. Por primera vez en más de un siglo, las dictaduras en el continente son casi inexistentes. No
hay apoyo internacional al modelo militar, no hay soporte externo a los movimientos subversivos y las
instituciones castrenses se encuentran en una especie de “crisis existencial.” Esta crisis se debe al
cambio de las funciones políticas de las fuerzas armadas, particularmente a la tendencia a la
desaparición de aquellas tareas ajenas a su papel profesional, al debilitamiento de las que les son
propias y a la incertidumbre que todo ello ocasiona. Quienes ahora cuestionan el comportamiento
político castrense en la región lo hacen generalmente desde una perspectiva distinta de la mera
denuncia. Esta crítica constructiva concuerda con la necesidad de redefinición de las funciones militares
tradicionales en el Estado contemporáneo creada por la crisis existencial mencionada. Pese a que no hay
claridad sobre la relación que guardan estas inquietudes con la Doctrina de Seguridad Nacional, gran
parte de las modificaciones que han sido planteadas tiene que ver con su legado. Este artículo consta de
dos partes y define de manera histórica la Doctrina de Seguridad Nacional. La primera parte identifica
los antecedentes, gestación, desarrollo y declinación de la Doctrina, mientras que la segunda se refiere a
sus características básicas y a sus diferentes manifestaciones nacionales. El artículo culmina con un
epílogo relacionado con los sucesos del 11 de septiembre en Estados Unidos y su vinculación con el fin
de la Guerra Fría. Etapas de la Doctrina de Seguridad Nacional Para comprender la llamada “Doctrina de
Seguridad Nacional” conviene dividir su desarrollo en cuatro etapas: antecedentes, gestación, desarrollo
y declinación.
● La primera corresponde al militarismo suramericano del siglo XX, y en ella se aprecian factores
que más adelante facilitaron el desarrollo de la Doctrina.
● La segunda etapa se caracteriza por la creciente influencia político-militar de Estados Unidos en
América Latina, y se ubica entre los inicios de la Guerra Fría y la víspera de la Revolución
Cubana.
● La tercera etapa, marcada por el nacimiento de movimientos insurgentes en la región y el
desarrollo de un militarismo de nuevo cuño, comienza con dicha revolución y continúa hasta la
segunda mitad de los años setenta.
● La etapa final de declinación de la Doctrina se inicia con el gobierno del presidente Carter y el
cambio en la concepción estratégica estadounidense, y se prolonga con el ascenso de los
gobiernos civiles en la región hasta la finalización de la Guerra Fría.
VIEJO MILITARISMO
Las raíces del militarismo suramericano de la primera mitad del siglo XX se remontan al siglo XIX. Entre
ellas sobresalen el desarrollo simultáneo de las instituciones militares y los Estados nacionales, y la
influencia ibérica y europea. El proceso de formación de los Estados nacionales en Suramérica durante
el siglo XIX tuvo como común denominador la inestabilidad económica y la dificultad de integración
social. Por lo general, las instituciones militares fueron más fuertes que las demás instancias estatales,
lo que facilitó que se autoproclamaran como dinamizadoras de la economía e integradoras de la
sociedad. Los militares creían que tenían el derecho a ocupar un lugar preeminente en la sociedad por
sentirse forjadores de la nación al llevar a feliz término las guerras de independencia. Este sentimiento
aún está vigente, al igual que la certeza de ser responsables de mantener la identidad nacional a través
de la afirmación de sus valores básicos. La idea de que ellos son la salvaguardia de la patria y de que la
manera ideal de servirla es por medio de la carrera de las armas también se remonta al siglo XIX. Su
concepto de patria, como identidad territorial propia, lo equiparan al concepto de nación. De estas
ideas se desprende que el último recurso que tiene la sociedad para salir de sus crisis es recurrir a la
orientación de sus instituciones militares. Con el apoyo de esta ideología, el militarismo tradicional
corrió parejo con la profesionalización militar, por lo menos hasta los años cincuenta del siglo XX. La
fuerte tradición ibérica en América del Sur durante el siglo XIX planteaba como función militar la
intervención en la política interna de los países. Esta tradición fue reforzada por la tendencia militar a
influir en los asuntos civiles que resultó de la manera como se formaron los Estados nacionales en la
región. Estas características se complementaron, ya bienavanzado el siglo XX, con la absorción de
principios militares de la España franquista, como presupuesto doctrinario de la seguridad nacional.
Ejemplo de ello son las enseñanzas de J.A. Primo de Rivera sobre la obligación militar de intervenir en
política cuando aspectos “permanentes” y no “accidentales” de la sociedad están en peligro. La
diferenciación entre estas categorías corría por cuenta de las instituciones castrenses. Esta influencia
ibérica sobre las fuerzas armadas suramericanas fue reafirmada por las nociones de defensa nacional
ligadas a las doctrinas geopolíticas europeas de corte darwiniano del siglo XIX. Tales nociones, que no
sufrieron cambios significativos con el nuevo orden internacional creado por la Segunda Guerra
Mundial, hacían énfasis en la concepción orgánica del Estado, el carácter estratégico de los recursos
naturales y las fronteras, y el conflicto potencial entre países vecinos, motivado por la competencia por
el control del espacio y los recursos limitados. Estos factores fueron básicos en la configuración del viejo
militarismo y se proyectaron hacia el que emergió en los años sesenta y su justificación doctrinaria. En
la formación de la geopolítica latinoamericana también estuvieron presentes concepciones como la de
la “guerra total” del general alemán Erich von Ludendorff. En ella se enfatizaban los aspectos
psicológicos y la visión monolítica de la sociedad, basada en la fuerza “anímica” del pueblo y la
eliminación de la oposición. Así mismo, la noción bismarckiana sobre el papel central del ejército en la
unidad nacional tuvo influencia destacada en el papel central asumido por los militares en la
orientación del desarrollo económico. Todas estas semillas de las dictaduras militares suramericanas
germinaron gracias a que cayeron en la tierra fértil de unas organizaciones sociales tradicionales, donde
el juego político era ante todo privilegio de las élites. Y a diferencia de Suramérica, donde el viejo
militarismo tuvo raíces en los ejércitos de la independencia, en Centroamérica y el Caribe el militarismo
surgió de la ocupación militar de Estados Unidos.
La Guerra Fría surgió de la bipolaridad política e ideológica en que quedó dividido el mundo al finalizar
la Segunda Guerra Mundial y de la competencia de los dos bloques mundiales por el control estratégico
de las áreas geográficas. La rápida invasión militar y sometimiento político de los países de Europa
Oriental por parte de la Unión Soviética en la fase final de esa guerra, aceleró la reacción de los Estados
Unidos contra el comunismo. El Acta de Seguridad Nacional, promulgada en Estados Unidos en 1947,
fue el principal instrumento para el desarrollo de la concepción del Estado de seguridad nacional. Esta
ley dio al gobierno federal el poder para movilizar y racionalizar la economía nacional al involucrar a los
militares en ella, preparándolos para la eventualidad de una guerra. Por medio de esa ley se crearon el
Consejo de Seguridad Nacional (NSC) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), instituciones que
establecieron un nuevo patrón para el Estado y la sociedad, en virtud del papel hegemónico que asumía
Estados Unidos en el concierto político mundial. Fue la ratificación formal de la Guerra Fría, que
identificó a la Unión Soviética como el enemigo principal, a quien se consideraba responsable de las
guerras anticoloniales y los procesos de cambio social del momento. Se determinó, además, que el
medio para su control sería la aplicación del concepto de contención, mediante el cual se utilizaban los
medios disponibles para evitar su expansión. Poco después apareció la concepción de guerra limitada –
que excluye la confrontación atómica– como el instrumento principal del conflicto. La guerra de Corea,
en la primera mitad de los años cincuenta, fue la concreción inicial de este tipo de enfrentamiento.
El desarrollo institucional de la política estadounidense hacia América Latina facilitó el que se difundiera
la concepción norteamericana de seguridad nacional.
Comenzó así a gestarse lo que más adelante se conocería como Doctrina de Seguridad Nacional. En
1945, los países del continente firmaron un conjunto de acuerdos conocido como Acta de Chapultepec.
La Resolución Octava del Acta contemplaba la defensa colectiva del continente frente a la aún
inconclusa guerra mundial. El “Plan Truman” de 1946, que propuso la unificación militar continental,
concordaba con esa resolución. Ambas medidas fueron la antesala del Tratado Interamericano de
Asistencia Recíproca (Tiar), firmado en Río de Janeiro en 1947. Este acuerdo fue clave para la unificación
americana de la política militar, ya que implicó la integración de las instituciones militares de América
Latina a un bloque bélico cuya dirección estratégica estaba a cargo de Estados Unidos. La creación de la
Organización de los Estados Americanos (OEA) en 1948 proporcionó el piso jurídico-político para que
otros organismos, como la Junta Interamericana de Defensa –creada en 1942– y el Colegio
Interamericano de Defensa (órganos de apoyo del Tiar), pudieran articularse en forma plena a la
orientación estadounidense.
En 1950, el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense aprobó el Memorando 68, que formuló la
estrategia militar internacional de los Estados Unidos. Dada su vinculación institucional con el país del
Norte, América Latina quedaba cobijada por lo aprobado en ese documento. Restaba buscar una mayor
homogeneidad en la organización y la tecnología militares. Los programas de ayuda militar bilaterales
(MAP), ejecutados entre 1952 y 1958, fueron el punto de partida para que los ejércitos latinoamericanos
se afincaran en la órbita tecnológica y operativa de Estados Unidos. En la misma dirección influyó la
guerra de Corea, pues sus aplicaciones fueron usadas para desarrollar programas de información y
entrenamiento para los latinoamericanos que adelantaron cursos militares en Estados Unidos. Esos
programas se impartieron desde 1953, al amparo de la “Ley de defensa mutua” formulada dos años
antes. El entrenamiento militar de latinoamericanos en Estados Unidos y más tarde en la Zona del Canal
en Panamá, contribuyó a la transferencia de la concepción norteamericana de seguridad nacional a los
ejércitos de la región. El modelo geopolítico estadounidense de la Guerra Fría se desarrolló sobre la base
de la geopolítica clásica de origen alemán e inglés y se conjugó con la llamada teoría realista de las
relaciones internacionales. Ese modelo parte de considerar un mundo anárquico, en el cual cada Estado-
nación es responsable de su propia supervivencia, al confiar sólo en sí mismo para protegerse de los
demás. Plantea además la necesidad de mantener el statu quo como la situación más segura, tanto en el
plano nacional como en el internacional. En este último plano, propende por el sostenimiento del orden
jerárquico y las posturas hegemónicas. La tutela hegemónica se justifica al considerar que la democracia
sólo es posible en los Estados modernos. Por eso, sobre la base del modelo, se creyó necesario proveer
seguridad a los regímenes de los países atrasados frente a la influencia de la Unión Soviética. El apoyo a
las dictaduras militares fue la manera más expedita para la aplicación de estos principios. Los pocos
gobiernos legítimos pero inestables de América Latina se dejaron llevar por la tutela estadounidense y
abandonaron su función de orientar la política militar. No se percataron de los alcances de la concepción
de seguridad que se había desarrollado en el hemisferio occidental después de la Segunda Guerra
Mundial. Al no darle importancia a la problemática militar, se desentendieron de conocerla: nunca
analizaron la misión y las funciones específicas de las fuerzas militares, ni impartieron guías al respecto.
Las clases políticas toleraron a los militares y les reconocieron su utilidad sólo en los momentos de
conflicto. Se preocuparon de las “externalidades” del ejercicio del poder militar solamente cuando éste
era explícito. Pero una vez que los militares dejaban los gobiernos se acababa la atención. De esta
manera, el campo de la política militar de Estado quedó disponible y fue ocupado por las instituciones
castrenses que estaban bajo la influencia del estado de seguridad de Estados Unidos.
Terminada la guerra de Corea y derrotado el Ejército colonial francés en Indochina, en 1954, se presentó
una oportunidad para el desarme por medio de las conversaciones de distensión de la Guerra Fría que
se prolongaron hasta 1960. Sin embargo, al inicio de la siguiente década, durante el gobierno del
presidente Kennedy, se revivió con fuerza el Estado de Seguridad Nacional. La manifestación principal de
esta resurrección fue la política hacia Indochina: Estados Unidos ejerció control sobre Vietnam del Sur y
buscó la conquista de la parte Norte. Al mismo tiempo, el triunfo de la revolución cubana en América
Latina justificó la abortada invasión a Cuba, planeada por el gobierno de Kennedy en 1961.
El episodio de los misiles soviéticos, en 1962, le proporcionó la dinámica final a un proceso mediante el
cual la región latinoamericana ingresó en forma activa –aunque como actor secundario– al concierto de
la Guerra Fría.
conspiración comunista. De esta forma, se ignoraron las necesidades básicas del desarrollo y las
aspiraciones de autonomía de las naciones. Además, se frenaron muchas políticas reformistas y se
atentó contra los regímenes considerados de izquierda.
A partir de la revolución cubana, Estados Unidos comenzó a utilizar la estrategia militar de “contención”
en América Latina, cuyo componente central era la disuasión. Para “disuadir” se requería tener una alta
capacidad militar y aliados regionales en la cruzada mundial contra el comunismo. Esta estrategia
adquirió pleno cuerpo en 1962, con el problema de los misiles soviéticos en Cuba, ya que la capacidad
militar estadounidense –y de paso sus aliados anticomunistas en el continente– lograron disuadir a la
Unión Soviética de mantener sus misiles en la Isla. Desde 1947, el Tiar había establecido una división del
trabajo de seguridad entre Estados Unidos y América Latina: aquella nación se preocuparía por el
problema global y esta área por los conflictos internos de cada nación. Pero sólo en los años sesenta
esta división adquirió sentido, cuando emergieron guerrillas en varios países de la región. Para los
militares, la “guerra revolucionaria” se concretó como la estrategia del comunismo y el “enemigo
interno” se constituyó en la amenaza principal.
A fines de los años sesenta, se redujo la presión de la política norteamericana hacia América Latina. Ello
respondió, en buena medida, a la quiebra del sistema militar interamericano que confirmó la
exclusividad de las fuerzas armadas en los asuntos internos de los países. Estados Unidos no logró el
apoyo necesario a su reiterada propuesta de formación de una fuerza militar para las Américas,
contraria a lo planteado antes en el Tiar. Durante la siguiente década y a raíz de la derrota
norteamericana en Vietnam, la concepción del Estado de seguridad nacional y su táctica de
“contrainsurgencia” fueron relegados discretamente a segundo plano.
La distensión mundial de la segunda mitad de los años setenta se expresó en términos militares en una
capacidad bélica altamente móvil y crecientemente tecnificada. Ello obligó a un cambio de orientación
estratégica en Estados Unidos. En su nuevo esquema de defensa, las instituciones armadas
latinoamericanas tuvieron poca participación, por no contar con personal capacitado para operar el
armamento de última generación y porque los desarrollos tecnológicos bélicos dejaron a la región fuera
de competencia. El Tiar perdió importancia militar y las ideas de conformar una fuerza militar
interamericana pasaron al olvido. Con su preocupación por la violación de los derechos humanos en
Latinoamérica, el gobierno del presidente Carter también contribuyó a quitarles peso a los militares.
Pero al final de los años setenta, el tema de la seguridad nacional reapareció en la agenda internacional,
debido al triunfo de la guerrilla sandinista en Nicaragua, la iniciación de la guerra civil en El Salvador y la
reanudación de la Guerra Fría durante el gobierno de Reagan. Sin embargo, América Latina ya había
perdido su importancia estratégica en el mundo. En los años ochenta, se hizo obsoleta la guerra como
medio de resolución de conflictos entre las potencias, en contraposición con su proliferación tanto
interna como internacional en el mundo subdesarrollado. Ante el conflicto en Centroamérica y la
ruptura militar interamericana, los Estados Unidos crearon una modalidad complementaria al Estado de
seguridad nacional para las áreas de conflicto del continente. La denominada “guerra de baja
intensidad” fue la nueva forma de intervención militar, creada cuando la Doctrina de Seguridad Nacional
iniciaba su decadencia en el Cono Sur. Esta nueva forma de intervención marcó el fin del viejo
militarismo en Centroamérica, abolido en Suramérica desde los años sesenta. El nuevo estilo de
resolución de conflictos redujo los márgenes de negociación en la región en momentos de deterioro
económico.27 Por otra parte, Estados Unidos intentó recuperar las relaciones militares bilaterales
basadas en la definición de intereses de seguridad compartidos. Pero después de la guerra de las
Malvinas en 1982, las instituciones castrenses de América Latina buscaron su propia definición
estratégica. La crisis del modelo de desarrollo económico latinoamericano y el fin de la tutela militar de
Estados Unidos durante los años ochenta facilitaron el proceso de desmilitarización de los gobiernos.
Surgió así el llamado proceso de redemocratización en la región. Con él salieron a la luz pública los
desmanes de los militares, en particular las violaciones de los derechos humanos. Este proceso acabó en
gran medida con las prácticas de gobierno derivadas de la Doctrina de Seguridad Nacional y debilitó su
ideología. Al finalizar la década, el inicio de solución de la crisis centroamericana completó el panorama
regional; al tiempo que la crisis de la Unión Soviética, el derrumbe del comunismo y el fin de la Guerra
Fría dejaban sin vigencia política la Doctrina. Sin embargo, persiste cierta inercia doctrinaria en las
instituciones castrenses latinoamericanas, con distintos énfasis nacionales.
La creación de la Doctrina fue obra de unos pocos países sudamericanos, especialmente Argentina y
Brasil, y en menor grado y con posterioridad, Chile, Perú y Ecuador elaboraron versiones diferentes de
las del Cono Sur, con tendencias desarrollistas. Los países del Cono Sur habían sido líderes de la
profesionalización y la modernización de las instituciones militares en la región. En Brasil, la Doctrina
sirvió para preparar y justificar el golpe militar de 1964 contra el gobierno populista de João Goulart,
primer golpe exitoso promovido por esta ideología. En Argentina ocurrió lo mismo: la Doctrina sirvió
para justificar el derrocamiento de dos gobiernos de distinto corte, uno radical en 1966 y otro peronista
en 1976, y también para enfrentar a la guerrilla urbana de los Montoneros. En Chile, la doctrina ayudó a
legitimar el golpe de 1973 que, según sus gestores, sirvió para evitar la revolución que intentaba
adelantar el presidente socialista Salvador Allende. Ya en el poder, los militares chilenos ajustaron a su
modo la Doctrina heredada de sus vecinos.29 En Uruguay, el golpe de 1973 encontró sus razones en la
Doctrina de Seguridad Nacional y en la necesidad de enfrentar a la guerrilla urbana de los Tupamaros.
Perú es un caso particular. El Centro de Altos Estudios Militares (Caem) formuló una variante
desarrollista de la Doctrina, que legitimó el primer intento de golpe de la seguridad nacional en 1962 y,
tras su fracaso, el de 1968.30 Este gobierno militar acabó con el férreo poder de la oligarquía en ese
país, en contraposición con lo sucedido bajo las demás dictaduras. A su vez, Ecuador desarrolló una
variante más parecida a la peruana que a las formulaciones argentina y brasileña.31 En el resto de
países suramericanos, la influencia de la Doctrina fue más ideológica que operativa. El caso del Paraguay
de Stroessner es particular y ajeno a la Doctrina. Se asemeja más al tipo de dictaduras de viejo cuño: al
militarismo que caracterizó a Suramérica en la primera mitad del siglo y a los países centroamericanos y
caribeños hasta comienzos de los años ochenta. Pero en la práctica asimiló principios doctrinarios, como
cuando participó, en los años sesenta, en el Plan Cóndor, junto con las dictaduras de Argentina, Chile,
Uruguay, Brasil y Bolivia, con el fin de exterminar a los comunistas.
El primer análisis que mostró las novedades del fenómeno fue el elaborado por José Nun en 1966. Este
trabajo proporcionó un punto de partida explicativo a través de su tipología de las grandes
transformaciones de las instituciones militares. La última de ellas, la “revolución estratégica”, mostraba
la inmersión militar latinoamericana en la Guerra Fría. Pero fue Luis A. Costa Pinto quien identificó por
primera vez, en 1969, las características fundamentales de la emergente racionalidad militar que más
tarde se llamó Doctrina de Seguridad Nacional.34 Para ello se basó en la observación de las dictaduras
brasileña y argentina de los años sesenta. Su clasificación comprende tres grupos: el primero se refiere a
las relaciones políticomilitares; el segundo, al orden institucional que racionaliza la intervención; y el
tercero, a la nueva ideología institucional y sus consecuencias. La característica central del primer grupo
(relaciones político-militares) es que los militares intervienen directamente, como corporación, en
sectores de la vida nacional ubicados fuera del área reconocida como su actividad profesional específica.
Costa Pinto señala que este tipo de incursiones militares en la vida pública responde a la inestabilidad
política que crea vacíos institucionales, ideológicos y éticos. La corporación militar cree que es la única
fuerza política organizada, por lo que actúa como la agencia integradora de la nación y no como una
institución que debe ser integrada por ésta. Explica además que la relación entre las fuerzas armadas y
las instituciones políticas depende principalmente de la debilidad y desintegración de estas últimas y
mucho menos del arbitrio y poderío de aquéllas. Agrega que cuando las fuerzas políticas civiles pierden
el control del poder, crean la imagen de la patria amenazada por el caos, lo cual facilita la intervención
de los militares. Finalmente, dice que hay un núcleo de civiles militaristas que ofrecen al sector
castrense la ideología que requiere para justificar su ingerencia en la vida política.
Dentro del segundo grupo (orden institucional), Costa Pinto señala que los gobiernos militares justifican
la ocupación permanente del poder civil con razones ideológicas y demagógicas de salvación nacional.
Añade que los militares no son llevados al golpe, como antes, sino que dan su propio golpe, por lo que
se sienten victoriosos. Menciona que la tónica de la formación castrense contemporánea es
eminentemente técnica, lo que hace actuar a los militares a semejanza de los tecnócratas civiles,
presentándose como progresistas e incorruptibles en su papel de gobernantes. El último grupo (nueva
ideología) es más variado. Costa Pinto identifica una “fantasiosa ideología de reaccionarismo totalitario”,
caracterizada por la autoatribución por parte de los militares de la representación popular y del carácter
de salvadores de la nación, el moralismo, el simplismo en los diagnósticos, el mecanicismo de las
soluciones para los problemas de la sociedad, la negación del diálogo político, la visión catastrófica del
cambio social y la revalorización del pasado. El militar de nuevo tipo se siente miembro activo de la
lucha mundial en defensa de los valores y tradiciones de la “civilización occidental”. A la vez, percibe que
debe salvaguardar la patria y la persona humana de amenazas como el comunismo, el materialismo y la
corrupción. Los militares consideran además que la Guerra Fría no es un episodio transitorio, sino un
hecho fundamental y permanente de la historia, y que la “guerra revolucionaria” o “guerra limitada” es
una forma de agresión inventada por la Unión Soviética como medio para establecer el imperio
comunista en el mundo. En consecuencia, enfrentar la guerra revolucionaria es la prioridad en función
de la cual debe enfocarse todo lo demás. Todos los individuos y grupos que no acepten esa
interpretación de las tensiones internacionales son considerados enemigos. Y contra los “enemigos
internos” debe desencadenarse la llamada contrainsurgencia, que transforma la Guerra Fría en “guerra
caliente” nacional. Administración y represión se vuelven entonces una sola cosa en los nuevos
regímenes militares.
Es decir, se administra la política sobre la base de la represión. Tal vez lo más importante para resaltar
de este modelo de la Doctrina de Seguridad Nacional es el núcleo del que parte: la intervención de los
militares como corporación en campos de la política ajenos a su actividad profesional. El ideal
doctrinario es la “ocupación” de las instituciones estatales a través de un golpe de Estado. Solamente así
era posible desarrollar a plenitud los principios de lo que en ese momento constituía una nueva
racionalidad militar, llamada luego Doctrina de Seguridad Nacional. Para el caso de la influencia
doctrinaria en países donde no hubo golpes de Estado puede señalarse que, si bien la “ocupación”
militar de las instituciones estatales es el presupuesto básico para el ejercicio doctrinario, era posible
realizar “ocupaciones” parciales del Estado, en el contexto de los gobiernos civiles.
Las dictaduras de la seguridad nacional fueron la culminación de un proceso histórico en el que fue difícil
consolidar las prácticas democráticas en la mayoría de los países de América Latina, por causa de las
interferencias militares. Ese proceso fue parte del prolongado e inacabado camino de conformación de
los Estados nacionales y de instauración de sistemas políticos eficaces. Las interferencias militares en
América Latina están relacionadas con la subordinación de la racionalidad de acumulación a la
reproducción social de privilegios y al fortalecimiento del poder político. Esta preservación de
estructuras sociales tradicionales permitió que Alain Touraine afirmara que en América Latina el
mantenimiento de los privilegios suele primar sobre la tasa de ganancias.
En momentos de inestabilidad e incertidumbre, el golpe de Estado militar al servicio del statu quo
garantizaba el mantenimiento de las relaciones de dominación y la exclusión social y política.37 El
intervencionismo militar en América Latina no niega el apego ideológico y abstracto a las instituciones
de la democracia occidental que ha caracterizado a esta región. Muchas intervenciones se han
justificado en nombre de la democracia y la defensa de las instituciones y la constitución. Este
comportamiento hace parte del carácter abstracto de respeto por la democracia, pues sólo así quienes
proclaman estos principios pueden ser los mismos que los transgreden. La legitimidad de esta
contradicción del Estado de derecho se apoyó en la tradición de los privilegios, que por momentos fue
complementada con la legitimidad formal de la legalidad, que no es lo mismo que democracia. Como
dice Rouquié, “La ilusión del universalismo jurídico encubre el particularismo de las relaciones
personales y de fuerza.” De esta manera, las fuerzas armadas formularon la Doctrina de Seguridad
Nacional dentro de un marco de referencia ideológico que suponía la vigencia, como necesidad, de
regímenes políticos de democracia representativa. Como explica Rial, “toda fuerza armada respalda el
mismo tipo de orden en el cual se formó. No hay excepción histórica a esta regla. Aunque tenga fuertes
desviaciones respecto al tipo ideal, seguirá defendiendo ese orden social en el que nació como
institución.” Debido a su protagonismo en la gesta libertadora, los militares se consideran los creadores
primero de la nación y luego del Estado. Para ellos, la nación es la patria misma, es decir, una forma
abstracta de madre cultural y geográfica que sin ellos no existiría. Por eso no pueden ser parte de la
nación, y tampoco del Estado, como entes subordinados. Consideran que el Estado tiene la función de
guiar a la sociedad, de proporcionarle las directrices para su desarrollo y de protegerla de los peligros. Y
a los gobiernos no los consideran administradores de las instituciones estatales sino su encarnación; por
ello, quien gobierne es una especie de padre responsable de la sociedad. Para poder cumplir
cabalmente con la función prioritaria de seguridad, el gobierno debe acumular en sus manos todos los
recursos existentes: políticos, económicos, militares, sociales y psicológicos. Los militares, por
considerarse los defensores de la nación por definición, creyeron necesario controlar el gobierno
cuando percibieron que la seguridad nacional se hallaba amenazada. Esto sucedió cuando asociaron los
cambios propuestos por algunas de las élites gobernantes con el comunismo. Esta ideología, y su mayor
promotor, la Unión Soviética, eran percibidos por las fuerzas armadas como el principal enemigo dentro
de su vaga noción de orden social, fundada en la civilización occidental, el cristianismo y la tradición. “La
necesidad de un enemigo que diera sentido a la acción militar y que reforzara la identidad corporativa,
fue llenada al descubrir que pueden llevarse adelante guerras de un nuevo tipo.”40 Se utilizó, entonces,
la rígida lógica militar de la oposición “amigo-enemigo” para crear el concepto de “enemigo interno”,
transformando al adversario político en enemigo. Sin lugar a dudas, el cambio militar contemporáneo
más importante a nivel profesional fue la sustitución del viejo profesionalismo de “defensa externa”, por
el “nuevo profesionalismo de la seguridad interna y el desarrollo nacional”. Se justificaba, así, el golpe
militar y la instauración del “terrorismo de Estado” como sistema de acción política. “[Este terrorismo]
logra no sólo identificar y destruir al enemigo actual, y disuadir a los enemigos potenciales, sino
convencer al ciudadano común de que su seguridad personal es función inevitable y obligada de su
incondicionalidad frente al régimen.”42 Así, en esta guerra antisubversiva se dio prioridad al
componente psicológico mediante la labor de inteligencia. Para ello se copiaron las instituciones
estadounidenses del Estado de Seguridad Nacional diseñadas con este propósito, en particular las de
“inteligencia”. Los servicios de inteligencia se militarizaron y policivizaron, y fueron ubicados, al igual
que en el sistema nazi, por encima de la jerarquía que les corresponde en la organización institucional
tradicional. De este modo, los métodos psicológicos, como la persecución, el hostigamiento, la
detención arbitraria, la tortura y la desaparición, fueron prioritarios en esta guerra “irregular”. Fuera del
incremento de la importancia relativa de los servicios de inteligencia, la Doctrina de Seguridad Nacional
no implicó mayores cambios en la organización operativa militar. En general, en todos los países se
mantuvo la organización tradicional para la guerra regular. En algunos casos se crearon unidades
militares especiales para enfrentar fuerzas guerrilleras, pero fueron marginales, transitorias y, en buena
medida, ceñidas a esquemas convencionales.
La conclusión principal que puede sacarse sobre la Doctrina de Seguridad Nacional en América Latina es
que ésta fue, ante todo, un planteamiento ideológico y político que responde a una racionalidad
mecánica y ante todo militar, que fue ejecutada por medio de golpes de Estado. Sus consecuencias han
sido profundas y duraderas. La Doctrina ha sido un obstáculo para el desarrollo institucional militar
(entendido como progreso). La distorsión que introdujo en las instituciones militares fue muy negativa,
puesto que alteró los cánones profesionales y desvió los principios castrenses hacia funciones ajenas al
quehacer militar. “Las fuerzas armadas del continente, desde el punto de vista profesional, se vieron
envueltas en un proceso degenerativo.” El lastre doctrinario más notorio con que cargaron los procesos
de la llamada redemocratización de América Latina fue la desviación profesional y la politización de las
instituciones castrenses, no sólo en los países que procrearon la Doctrina de Seguridad Nacional, sino
también en los que sufrieron sus efectos. Este lastre dificulta la tendencia de fortalecimiento de la
sociedad civil frente al Estado y la necesidad de solucionar los innumerables problemas de integración
social. Este es el máximo reto de la denominada democracia liberal, modelo vigente de Estado-nación.
Es claro el contraste entre el pasado y las perspectivas del presente, pues hoy se busca concretar las
relaciones internacionales de la región latinoamericana mediante el espíritu de interdependencia,
cooperación e integración. Contraste y crisis plantean entonces la necesidad de redefinir con claridad
las instituciones castrenses y sus funciones. Este ha sido uno de los principales desafíos de la
democracia en América Latina desde el fin de la Guerra Fría.
RECAPITULACIÓN
Con el fin de la Guerra Fría se creyó que llegaría una era de estabilidad, cooperación y menos amenazas
a la seguridad mundial. También se pensó que la tendencia de disminución de la importancia de los
Estados nacionales y su mayor interdependencia fortalecerían las decisiones multilaterales para
beneficio de la humanidad. Esta visión se cumplió, en buena medida, para los países más prósperos y
para la mayoría de sus habitantes. Pero para el denominado Tercer Mundo, la utopía de alcanzar su
soberanía plena dentro de un nuevo orden mundial se derrumbó y la inestabilidad continuó marcando a
sus sociedades. Renacieron antiguos conflictos de diferente tipo, como los regionales, los étnicos, los
religiosos y los nacionalistas. Además, varias de las decisiones multilaterales que se tomaron fueron para
realizar intervenciones en los países más inestables, con respaldos legitimadores como el de las
Naciones Unidas. Surgió así, por ejemplo, el llamado derecho de injerencia, con pretensiones
humanitarias. En este nuevo contexto, las amenazas a la seguridad se perfilaron como problemas
sociales de orden trasnacional y no como conflictos entre los Estados. El narcotráfico, la corrupción, el
terrorismo, la violación de los derechos humanos y la destrucción del medio ambiente son ejemplos de
estas nuevas amenazas. Con ellas apareció la tendencia a la privatización de las guerras, principalmente
en los países inestables, lo que proporcionó argumentos a teorías como la de los Estados inviables. De
otra parte, Estados Unidos se erigió como el centro del poder militar universal, aunque hubo ensayos
multilaterales de cooperación excepcionales, como el de la Guerra del Golfo, que respondieron más a
razones económicas que a necesidades estratégicas. Así mismo, la prosperidad económica alejó aún más
a los países llamados subdesarrollados de aquellos que basan su crecimiento más en la desregulación
financiera internacional que en su gran capacidad tecnológica y productiva. La tensión entre quienes
confiaban en la cimentación de la estabilidad y aquellos que veían en la incertidumbre el sello de la
posguerra fría, duró poco más de una década. Los trágicos sucesos del 11 de septiembre de 2001
generaron un punto de inflexión, en un momento en que el ciclo económico de prosperidad declinaba.
“Ahora sí comenzó el siglo XXI”, “surge una nueva bipolaridad”, “terminó la fugaz posguerra fría”, “nace
un nuevo desorden mundial”. Estas y otras expresiones similares mostraron que desde un primer
momento se tuvo certeza de la trascendencia de las implicaciones de los acontecimientos ocurridos en
Estados Unidos. Pero en esta fecha no comenzó una nueva era. Más bien, se definió de una vez por
todas la posguerra fría. La incertidumbre que subyacía bajo la inestabilidad de muchos países, sobre
todo después de que la tutela perversa de una u otra de las dos superpotencias fue abandonada, se
extendió a las naciones que aún comulgaban con la visión de estabilidad y confiaban en una seguridad
eterna resguardada por un gran desarrollo tecnológico que fortalecía a los organismos militares,
policiales y de seguridad. Esta es la verdadera realidad del fin de la Guerra Fría, realidad que cobija, de
diferentes maneras, a todos los países del mundo entero.
PLAN CONDOR
El presente análisis expresa algunas resoluciones importantes acerca del Plan Cóndor y la aplicación
como:
El Plan Cóndor fue una operación clandestina llevada a cabo por las dictaduras militares de varios países
de América del Sur en las décadas de 1970 y 1980, con el objetivo de coordinar la represión y el
intercambio de información para perseguir y eliminar a opositores políticos.
El nombre "Plan Cóndor" no se utilizó oficialmente, sino que se ha utilizado retrospectivamente para
referirse a estas actividades coordinadas. Los países involucrados en el Plan Cóndor incluyeron
principalmente a Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil, con el apoyo y la participación
indirecta de Estados Unidos. El Plan Cóndor se originó a partir de acuerdos informales y encuentros
entre los servicios de inteligencia y seguridad de los países participantes. Estas dictaduras establecieron
una red de cooperación que permitía la persecución transnacional de los opositores políticos y la
compartición de información de inteligencia. El plan incluía el secuestro, la desaparición forzada, la
tortura y el asesinato de miles de personas consideradas "subversivas" por los regímenes militares.
Una de las características más destacadas del Plan Cóndor fue la colaboración en la represión y el
intercambio de prisioneros políticos. Por ejemplo, se documentaron casos de detenidos que eran
trasladados de un país a otro para ser interrogados y torturados, antes de ser devueltos a su país de
origen o asesinados.
El Plan Cóndor tuvo un impacto devastador en la región y causó la muerte y desaparición de miles de
personas, así como el exilio forzado de muchas más. Además, el plan dejó cicatrices profundas en la
sociedad sudamericana y contribuyó al debilitamiento del tejido democrático en la región. Con el
tiempo, el Plan Cóndor fue objeto de investigaciones y procesos judiciales en varios países, y se reveló la
magnitud de los crímenes cometidos en el marco de esta operación clandestina. Aunque han habido
algunos juicios y condenas, muchas víctimas y sus familias aún buscan justicia y verdad sobre los
crímenes del Plan Cóndor.
• Anticomunismo: La Guerra Fría fue una confrontación ideológica y política entre los bloques
liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética. En este contexto, el anticomunismo se convirtió en
una ideología dominante en muchos países, incluido Estados Unidos. La doctrina de la seguridad
nacional se basó en la creencia de que el comunismo era una amenaza existencial que requería medidas
enérgicas para proteger la seguridad nacional.
• Realismo político: En el ámbito internacional, el realismo político fue una corriente teórica
importante durante la Guerra Fría y la doctrina de la seguridad nacional. El realismo político se centra en
el poder y el interés propio de los Estados como principales impulsores de la política internacional. Se
enfatiza la importancia de la seguridad nacional y el uso de la fuerza para proteger los intereses y la
supervivencia del Estado.
Estas son solo algunas de las instituciones que surgieron durante y después de la doctrina de la
seguridad nacional. Su objetivo principal fue promover la justicia, la verdad y la reparación para las
víctimas de las violaciones de derechos humanos y garantizar que los crímenes cometidos durante ese
periodo no quedaran impunes. Sin embargo, es importante destacar que el proceso de justicia y
memoria aún está en curso en muchos países de la región y que queda mucho por hacer para lograr la
plena justicia y reconciliación.
La conexión entre la doctrina de la seguridad nacional y el Plan Cóndor es estrecha, ya que ambos están
relacionados con las prácticas represivas llevadas a cabo por las dictaduras militares en América Latina
durante las décadas de 1970 y 1980.
La doctrina de la seguridad nacional fue una estrategia adoptada por varios regímenes militares de la
región, como Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil, con el objetivo de combatir a los
movimientos y grupos considerados subversivos o amenazas a la seguridad nacional. Esta doctrina
implicaba el uso de la fuerza militar y represiva para perseguir, detener, torturar y eliminar a opositores
políticos.
El Plan Cóndor, por su parte, fue una operación clandestina y coordinada entre las dictaduras militares
de América Latina, con la participación indirecta de Estados Unidos, para colaborar en la represión y
persecución de opositores políticos. El plan implicaba el intercambio de información, la coordinación de
acciones represivas y, en muchos casos, la transferencia de detenidos entre los países involucrados. El
Plan Cóndor fue una expresión concreta de la aplicación de la doctrina de la seguridad nacional a nivel
regional. A través de este plan, los regímenes dictatoriales compartían información de inteligencia,
coordinaban operaciones represivas conjuntas y se brindaban apoyo mutuo para perseguir y eliminar a
los opositores políticos más allá de las fronteras nacionales. El Plan Cóndor se caracterizó por prácticas
como el secuestro, la tortura, la desaparición forzada y el asesinato de miles de personas consideradas
como amenazas por los regímenes militares. Estas acciones se llevaron a cabo con el objetivo de
eliminar cualquier forma de disidencia política y mantener el control autoritario en la región.
En resumen, la conexión entre la doctrina de la seguridad nacional y el Plan Cóndor radica en que ambos
están relacionados con las prácticas represivas y violaciones sistemáticas de los derechos humanos
perpetradas por las dictaduras militares en América Latina durante ese periodo. La doctrina de la
seguridad nacional proporcionó la base ideológica y estratégica para la implementación del Plan Cóndor,
que permitió la colaboración y coordinación represiva entre los regímenes dictatoriales de la región
El Plan Cóndor fue una operación de coordinación y represión llevada a cabo por varias dictaduras
militares en América del Sur durante las décadas de 1970 y 1980. Fue diseñado para perseguir,
secuestrar, torturar y asesinar a opositores políticos en la región. Fue una violación masiva de los
derechos humanos y dejó un legado de dolor y sufrimiento en los países afectados.
El Plan Cóndor tuvo sus antecedentes en la década de 1960, cuando comenzaron a surgir dictaduras
militares en varios países de América del Sur. Estas dictaduras compartían información y cooperaban en
la represión de opositores políticos. El Plan Cóndor formalizó esta cooperación y coordinación en la
década de 1970, con el objetivo de eliminar cualquier amenaza percibida a las dictaduras y establecer un
control totalitario en la región.
La historiografía del Plan Cóndor ha sido un tema de estudio y debate entre los historiadores. Ha habido
diferentes enfoques y perspectivas en la interpretación y análisis de este evento. Algunos se han
centrado en documentar los hechos y las violaciones a los derechos humanos, mientras que otros han
examinado las motivaciones políticas y económicas detrás del plan. La historiografía continúa
evolucionando a medida que se descubren nuevos documentos y testimonios, y se realizan
investigaciones más profundas sobre este oscuro capítulo de la historia de América Latina. También ha
explorado el papel de las diferentes dictaduras militares y sus líderes en la implementación y ejecución
del plan. Se han estudiado las relaciones internacionales y la participación de agencias de inteligencia
extranjeras, como la CIA, en el apoyo y respaldo a las dictaduras. Además, se ha analizado el impacto
social y cultural del Plan Cóndor en las sociedades de los países afectados, así como las luchas por la
memoria, justicia y reparación de las víctimas. La historiografía continúa investigando y debatiendo
estos aspectos para obtener una comprensión más completa del Plan Cóndor.
En el caso de Bolivia, los antecedentes del Plan Cóndor se remontan a la dictadura militar que comenzó
en 1964 con el golpe de Estado liderado por el general René Barrientos. Durante esta dictadura y las
posteriores, como la de Hugo Banzer (1971-1978), se implementaron políticas represivas contra la
oposición política y se establecieron vínculos con otras dictaduras de la región para intercambiar
información y coordinar acciones represivas. Estos antecedentes sentaron las bases para la participación
de Bolivia en el Plan Cóndor a partir de la década de 1970
Durante la dictadura de Hugo Banzer en Bolivia (1971-1978), se intensificó la represión contra los
opositores políticos y se establecieron vínculos estrechos con otras dictaduras de la región. La
participación de Bolivia en el Plan Cóndor se caracterizó por el intercambio de información, la
coordinación de operaciones de represión y la colaboración en la captura y desaparición de personas
consideradas como amenazas para el régimen. Se estima que cientos de personas fueron víctimas de
esta represión durante ese período.
Después de la dictadura de Banzer, en la década de 1980, se llevaron a cabo investigaciones y juicios en
Bolivia para buscar justicia por los crímenes cometidos durante el periodo del Plan Cóndor. En 2013, el
expresidente boliviano Evo Morales creó una comisión para investigar los crímenes del Plan Cóndor en
el país. A través de estos esfuerzos, se han identificado y documentado casos de desapariciones
forzadas, torturas y asesinatos perpetrados durante ese período. La búsqueda de verdad, justicia y
reparación sigue siendo un tema importante en Bolivia.
En años más recientes, se han realizado avances significativos en el proceso de justicia y memoria en
Bolivia en relación al Plan Cóndor. En 2018, el expresidente Evo Morales promulgó una ley que declara
el 21 de junio como el Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Plan Cóndor.
Además, se han llevado a cabo juicios y condenas a altos funcionarios militares y políticos por su
participación en violaciones a los derechos humanos durante ese período. Estos esfuerzos buscan
reconocer y honrar a las víctimas, así como prevenir la repetición de tales atrocidades en el futuro.
El Plan Cóndor en Bolivia concluyó con el fin de la dictadura militar en 1982 y la restauración de la
democracia en el país. A medida que se produjo la transición hacia un gobierno democrático, se llevaron
a cabo investigaciones y juicios para buscar justicia por los crímenes cometidos durante el período del
Plan Cóndor. Aunque algunos responsables fueron condenados, muchos casos aún están pendientes de
investigación y existen esfuerzos continuos para obtener verdad, justicia y reparación para las víctimas.
Era una justificación del autoritarismo o la toma violenta del poder por parte de las
Fuerzas Armadas de los países latinoamericanos, siempre que fuera en pro de
mantener el orden interno y de combatir cualquier tipo de insurgencia o de simpatías
con la ideología comunista.
La pérdida de Cuba en manos de la Revolución liderada por Fidel Castro en 1959, fue
un duro golpe para EEUU. Para evitar que esto se repitiera, durante casi cuarenta años
esta doctrina sirvió para justificar el envío de personal, insumos y capitales a los países
latinoamericanos.
Las principales consecuencias de esta doctrina en América Latina tienen que ver con la
brutal violación de los derechos humanos en todos los países gobernados por
dictaduras militares afines a los intereses estadounidenses.
Desde luego, también fue una consecuencia de esta doctrina el fracaso de la izquierda
revolucionaria en América Latina.
Cuando se iniciaba algún tipo de gobierno o simpatía izquierdista, fuera por medio de la
fuerza o fuera por medio de las elecciones generales, los intereses estadounidenses
hacían todo por aplastarla bajo la bota militar mediante un golpe de Estado y una
dictadura subsiguiente.
El Plan Cóndor, por su parte, fue una coordinación clandestina entre los regímenes
militares de varios países sudamericanos, incluyendo Argentina, Brasil, Chile,
Paraguay, Uruguay y Bolivia, con la participación encubierta de la CIA de Estados
Unidos. El objetivo principal del Plan Cóndor era el intercambio de información, la
represión y la eliminación de opositores políticos de izquierda en toda la región. Esto
implicaba la detención ilegal, tortura, desaparición forzada y asesinato de miles de
personas.
Con el tiempo, los crímenes del Plan Cóndor y las violaciones a los derechos humanos
cometidas en el marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional han sido objeto de
investigaciones, juicios y condenas en varios países de la región. Se han establecido
comisiones de la verdad y se ha buscado la justicia para las víctimas y sus familias.
Estos eventos han dejado una profunda huella en la historia y la memoria colectiva
de América Latina.+
- Argentina: La Junta Militar argentina, encabezada por Jorge Rafael Videla, fue uno de
los principales promotores y participantes del Plan Cóndor. El régimen
- Chile: Durante la dictadura del general Augusto Pinochet, Chile también estuvo
fuertemente involucrado en el Plan Cóndor. El régimen chileno cooperó estrechamente
con otros países de la región en el intercambio de información y la captura y
eliminación de disidentes.
- Brasil: La dictadura militar en Brasil, liderada por varios generales, también participó
en el Plan Cóndor. El gobierno brasileño colaboró en la detención, tortura y
desaparición de opositores políticos en el marco de las operaciones conjuntas llevadas
a cabo por los países involucrados.
- Uruguay: La dictadura militar uruguaya, encabezada por Juan María Bordaberry, fue
otro participante activo en el Plan Cóndor. Uruguay proporcionó información de
inteligencia y cooperó en la represión de grupos opositores.
- Bolivia: Durante la dictadura del general Hugo Banzer, Bolivia participó en el Plan
Cóndor y colaboró en la represión de opositores políticos y en la coordinación de
operaciones conjuntas.
Estos son solo algunos de los países más destacados involucrados en el Plan Cóndor.
Otros países como Perú y Ecuador también tuvieron cierta participación. Cabe destacar
que el Plan Cóndor implicó violaciones graves a los derechos humanos, como
asesinatos, torturas y desapariciones forzadas.
Contexto:
Objetivo:
Otros paises del continente sudamericanos se unieron mas tarde entre ellos
Brasil, Perú y Ecuador. Cada integrante recibía un numero identificativo, es decir
cóndor uno, cóndor dos, cóndor tres, así sucesivamente.
Consecuencias:
Como el objeto suponía erradicar a todo opositor, el plan cóndor dejo
muchas víctimas, entre ellas miles de politos y militantes de argentina, Brasil,
Uruguay y Paraguay que murieron torturados.
Las cifras indican que hubo alrededor de 50.000 muertos y mas de 30.000
desaparecidos, los cuales se estima que fueron trasladados y detenidos en otros
paises. Además 400.000 fueron detenidas.
El ambiente de tensión en los paises afectados durante esta época, supo ser
asfixiante, se tenían en obsesiva vigilancia a los enemigos públicos y toda la
población en general se encontraba reprimida.
El plan tuvo varias fases, cada una de las cuales se centró en diferentes
objetivos militares y políticos:
La primera fase se centró en derrotar el comunismo y todos los grupos
opositores.
La segunda fase tuvo como objetivo establecer el control total sobre la población
y la eliminación de toda forma de disidencia.
La tercera fase se centró en la eliminación de líderes de izquierda y la supresión
de cualquier intento de reforma política.
Conclusión:
1975: Se crea el Plan Cóndor, una operación coordinada entre los regímenes
militares de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay, y Bolivia para combatir
a los grupos guerrilleros y opositores políticos en los países del cono sur.
INSTITUCIONES
CONSEJO DE SEGURIDAD NACIONAL (NSC)
AGENCIA CENTRAL DE INTELIGENCIA (CIA)
TRATADO INTERAMERICANO DE ASISTENCIA RECIPROCA
(TIAR) FIRMADO EN RIO DE JANEIRO EN 1947
ORGANIZACIÓ N DE LOS ESTADOS AMERICANOS (OEA) 1948
LOS PROGRAMAS DE AYUDA MILITAR BILATERALES (MAP)
ENTRE 1952/1958
Doctrina de Seguridad Nacional Se conoció como la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) a una doctrina
militar no oficial (nunca redactada o declarada como tal) de la política exterior de los Estados Unidos
durante la Guerra Fría. Era una justificación del autoritarismo o la toma violenta del poder por parte de
las Fuerzas Armadas de los países latinoamericanos, siempre que fuera en pro de mantener el orden
interno y de combatir cualquier tipo de insurgencia o de simpatías con la ideología comunista. La
Doctrina de Seguridad Nacional permitía a los EEUU brindar apoyo económico, militar y político a los
regímenes de facto que a lo largo y ancho de Latinoamérica surgieron durante la época. Esos regímenes
se caracterizaban por ser dictaduras militares conservadoras, cruentas, violadoras de los derechos
humanos. La tortura, la persecución de la disidencia y la desaparición forzosa de ciudadanos eran
prácticas no solo comunes, sino acordadas entre los regímenes de distintos países. Esta doctrina forma
parte de las políticas de injerencismo e intromisión política mediante las que los Estados Unidos se
vincularon con América Latina en el siglo XX. Contexto histórico de la Doctrina de Seguridad Nacional
EE.UU y la URSS luchaban por ejercer una hemonia política en el Tercer Mundo. El fin de la Segunda
Guerra Mundial en 1945 dejó enfrentadas a las dos grandes potencias del mundo: Estados Unidos, líder
del bloque capitalista, y la Unión Soviética, líder del bloque comunista. A dicho enfrentamiento silente,
en el cual nunca hubo una guerra declarada, se le conoció como la Guerra Fría (1945-1991). Sus
consecuencias fueron asumidas por los países del Tercer Mundo, porque ambas potencias luchaban por
ejercer una hegemonía política sobre ellos: capitalismo versus comunismo. En ambos casos se tradujo
en más o menos lo mismo: crueles dictaduras e intromisiones descaradas de las potencias en el destino
de países más débiles. Objetivos de la Doctrina de Seguridad Nacional El objetivo primordial de esta
doctrina era mantener a los países latinoamericanos alineados con los mandatos políticos de Estados
Unidos. La pérdida de Cuba en manos de la Revolución liderada por Fidel Castro en 1959, fue un duro
golpe para EEUU. Para evitar que esto se repitiera, durante casi cuarenta años esta doctrina sirvió para
justificar el envío de personal, insumos y capitales a los países latinoamericanos. Sus objetivos eran
anticiparse a una insurrección o un gobierno de izquierdas. Para ello, se aseguraron de que las Fuerzas
Armadas, bajo la excusa de preservar la patria o la integridad del Estado, tomaran el control del país y lo
sometieran a sangre y fuego. Estados Unidos brindaba también entrenamiento contrainsurgente
(incluidas técnicas de tortura), la venta de armamento especializado y apoyo financiero. Todo ello bajo
la fachada de estar impulsando la democracia y el respeto a los derechos humanos en Occidente.
Factores que explican su aparición La Revolución de Octubre fue un ejemplo para muchas naciones. • La
“amenaza roja”. La influencia de la URSS en los países del tercer mundo era notable, ya que su
Revolución de Octubre había sido un ejemplo para muchas naciones que deseaban liberarse de su
pasado colonial o imperial. • El “patio trasero estadounidense”. Desde el siglo XIX existía la Doctrina
Monroe, en la que EEUU se otorgaba el derecho a intervenir en América Latina en nombre de la libertad.
Esto significaba que consideraba a América Latina como su patio trasero y se le hizo imperioso conservar
allí el orden político y económico a toda costa. • La aparición de las guerrillas comunistas. América
Latina fue siempre un territorio susceptible al llamado de la izquierda revolucionaria, como ocurrió en
Cuba y luego en múltiples países latinoamericanos, sobre todo en Nicaragua, El Salvador o Colombia,
donde las fuerzas estadounidenses intervinieron militarmente para impedir que los insurgentes tuvieran
éxito, con sus famosos “Contras”. • La necesidad de defender sus intereses empresariales. En los países
latinoamericanos había amplia presencia de empresas trasnacionales estadounidenses y existía la
amenaza de que, como en Cuba, estas fueran expropiadas y afectaran la economía norteamericana.
Consecuencias de la Doctrina de Seguridad Nacional Millones de personas fueron asesinadas y
desaparecidas. Las principales consecuencias de esta doctrina en América Latina tienen que ver con la
brutal violación de los derechos humanos en todos los países gobernados por dictaduras militares afines
a los intereses estadounidenses. Ocurrieron desapariciones masivas de ciudadanos, torturas, secuestros,
robos de propiedad privada y otra lista de atrocidades que ha dejado una herida profunda en la
consciencia latinoamericana y una deuda histórica por pagar. Además, con el recuerdo de estas
intervenciones se propagó un profundo sentimiento anti-estadounidense en un sector sus poblaciones.
Desde luego, también fue una consecuencia de esta doctrina el fracaso de la izquierda revolucionaria en
América Latina. Cuando se iniciaba algún tipo de gobierno o simpatía izquierdista, fuera por medio de la
fuerza o fuera por medio de las elecciones generales, los intereses estadounidenses hacían todo por
aplastarla bajo la bota militar mediante un golpe de Estado y una dictadura subsiguiente. La Escuela de
las Américas Llamado el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad, o
también la Escuela de las Américas, se estableció en territorio panameño entre 1946 y 1984 (aún opera
allí en el Hotel Meliá desde el 2000). Se trató de una organización financiada por los EEUU para brindar
instrucción militar especializada en contrainsurgencia a los militares latinoamericanos. Allí se graduaron
más de 60.000 oficiales militares y policías de hasta 23 países latinoamericanos, entre los que destacan
los criminales de lesa humanidad Leopoldo Fortunato Galtieri, Omar Torrijos, Manuel Antonio Noriega,
Manuel Contreras y Vladimiro Montesinos. Todos ellos fueron responsables de golpes de Estado
conducentes a dictaduras monstruosas y de acciones violentas en sus naciones. El Plan Cóndor El Plan
Cóndor fue ideado por Henry Kissinger. Operación Cóndor o Plan Cóndor era el nombre del plan de
cooperación entre las distintas dictaduras del Cono Sur de América Latina: Chile, Argentina, Brasil,
Paraguay, Uruguay, Bolivia y, esporádicamente, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Este plan fue
ideado por Henry Kissinger, político estadounidense responsable de numerosas atrocidades cometidas
en América Latina, con tal de impedir cualquier tipo de gobierno o simpatía de izquierda. El Plan Cóndor
implicaba la vigilancia internacional, la detención, traslados, desaparición o asesinato de cualquier
individuo considerado por estos regímenes como “subversivo”. Esto incluía a cualquier persona
vinculada de algún modo con militancias de izquierda. Gracias a este plan clandestino las dictaduras
militares podían compartir información y recursos, siempre bajo el auspicio de los Estados Unidos. El
Terrorismo de Estado En la época de la Doctrina de Seguridad Nacional el terrorismo de Estado fue la ley
en muchos países. Esto significa que los recursos y personal del Estado, tales como oficiales de policía o
ejército, eran empleados para el hostigamiento, persecución, detención ilegal y ajusticiamiento de
cualquier ciudadano sospechoso de colaborar siquiera con la militancia de izquierda. Estos estados
terroristas dejaron a su paso diversos saldos de desaparecidos, torturados y asesinados, en una de las
épocas más tristes de la historia del continente. La “Triple A” A la Triple "A" se le atribuye la
desaparición de casi 700 personas. Se llamó así a la Alianza Anticomunista Argentina, un grupo
parapolicial y terrorista que, amparado en los lineamientos de la extrema derecha (conectados con la
logia anticomunista Propaganda Due). Persiguió y asesinó artistas, intelectuales, políticos, estudiantes y
sindicalistas asociados con la izquierda en dicho país. Se les atribuye la desaparición de casi 700
personas, y fueron precursores de la Alianza Americana Anticomunista surgida entre 1978 y 1980 en
Colombia, y de la Alianza Apostólica Anticomunista surgida entre 1977 y 1982 en España. Su accionar se
consideró el preludio al llamado Proceso de Reorganización Nacional que se inició en 1976. La Doctrina
Nixon La doctrina Nixon, comprometía a los EEUU a apoyar militarmente a sus aliados. También llamada
Doctrina Guam, fue propuesta por el Presidente Norteamericano Richard Nixon en 1969. Constituyó una
suerte de globalización de la Doctrina de Seguridad Nacional, en la cual los EEUU se comprometían a
asistir militarmente a cualquier país aliado o cuya supervivencia fuera de interés para la Seguridad de los
Estados Unidos. Gracias a esta doctrina luego se promovió la Doctrina Carter y Estados Unidos pudo
implicarse directamente en la Guerra del Golfo Pérsico y la Guerra de Iraq. Cuándo finalizó la Doctrina
de Seguridad Nacional El final de la Guerra Fría supuso la superación de las necesidades que impulsaban
la doctrina. Sin embargo, continuó formando parte de la ideología imperante en muchas de las Fuerzas
Armadas latinoamericanas hacia finales del siglo XX, incluso luego de recuperada la democracia. Esto
supuso una dificultad adicional para los pueblos latinoamericanos a la hora de decidir sus destinos de
cara al nuevo siglo