Luceros Din A5
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Transición musical
ESCENA 4
Aparecen T. y M. mirando y señalando al cielo,
observando.
Entra S.
SAIR- ¡Madre mía! ¡qué cansado! Ya no puedo
más… ¿y esos dos? ¿qué hacen ahí pasmados? Les
va a dar algo, así, en el cuello.
Se acerca, no se dan cuenta, S. se junta y les mira
dando vueltas a su alrededor. No se percatan de su
presencia.
SAIR- ¡Eh! –se asustan- Hola ¿qué hacéis?
TEOKENO- Estamos haciendo cosas importantes,
chico, no molestes. –siguen a lo suyo-
SAIR- ¡Eh! Estoy buscando un monte, seguro que
podéis ayudarme…
MENSOR- Eres extraño, hablas extraño, tienes un
color extraño… debe ser un pobre indígena.
SAIR- ¡Eh eh! Sin ofender hermanos, somos
morenitos no mas… Oye, me he perdido, estoy
buscando el monte Vaus. Como esta cima es la mas
alta supuse que desde aquí se vería la cima que
busco ¿Podéis ayudarme? ¿Cuál de esas es?
MENSOR- le coge la cabeza y le baja la mirada al
suelo- ¿ves eso de ahí?
SAIR- ¡Sí, sí, lo veo!
MENSOR- Esta es la cima del monte Vaus.
SAIR- ¡Vamos! –un rato de silencio- ¿y ahora qué?
TEOKENO- ¿Y ahora qué… qué?
SAIR- ¿y ahora qué toca?
TEOKENO- ¿qué toca de qué?
SAIR- Ke ke ke ke, y luego soy yo el que habla
extraño… parece una cacatúa el viejo –al publico-
Yo debía llegar hasta aquí, pero ahora no sé qué
debo hacer
T. y M. se hablan al oído
TEOKENO- Chico, creo que el destino nos está
haciendo una broma y nos ha juntado aquí a los tres.
Cuéntanos ¿por qué has venido hasta aquí?
SAIR- Vean ustedes, yo soy príncipe de un reino
que está muy muy lejos. Mi tío es el rey, pero yo
voy a heredar la corona, de hecho, quizás a estas
alturas ya la he heredado. No andaba muy bien de
salud ¿saben?
Antes de ser familia real, hace muchos cientos de
años, mis antecesores pertenecían a un sencillo
pueblo de pescadores, a las orillas del pequeño mar
Basora. Desde tiempo inmemorial mis ancestros
habían desempeñado la función de sepultureros. Año
tras año, década tras década, siglo tras siglo,
guardamos en el seno de nuestro hogar el arte de
tratar a los muertos, la técnica para elaborar los
ungüentos con que embalsamarlos y la misión de
sepultarlos.
Siempre que alguien del poblado fallecía, le tocaba a
mi familia hacer su trabajo. Sin nosotros quererlo,
con el tiempo, mi familia se convirtió en el signo de
la muerte, aunque lo único que hacíamos era tratar
con el mayor respeto el último recuerdo del hombre
vivo. Por eso nos esforzábamos por hacer el mejor
ungüento que pudiera elaborarse en la tierra.
Un día, una catástrofe arrasó con el poblado y con la
vida de todos los hombres, menos unos pocos de mi
familia. Hicieron, entonces, lo que debían:
elaboraron cientos de litros de ungüento a base de
mirra, embalsamaron a todos los hombres, mujeres y
niños y los enterraron con sumo cuidado.
Sobraron varios barriles de aquél ungüento. Desde
entonces lo guardamos y sólo se usa para
embalsamar a los miembros de mi familia. Se
convirtió en algo sagrado. Es el recuerdo de que toda
vida que empieza, ha de tener su necesario final.
De aquella reserva de ungüento ya sólo queda esto.
Lo guardábamos como un tesoro de mi real familia.
Pero hace poco tiempo tuve un sueño. Aparecía la
mirra, este monte y un niño recién nacido llorando.
Así que robé la mirra y vine hasta aquí. El llanto del
niño no sé lo que significa.
La historia es un poco tétrica, pero mi tío siempre
dice que el contacto con la muerte nos hace sonreir a
la vida –sonríe-
TEOKENO- Pues bien, los tres hemos venido
buscando algo o alguien y no es casualidad que
hayamos coincidido esta noche los tres. Yo vengo
buscando un rey, una autoridad que pueda salvar a
mi pueblo.
MENSOR- Yo vengo en busca de Dios, del único
Dios.
SAIR- Entonces, lo que falta de mi sueño es el niño,
busco a un recién nacido, un hombre… -pensativo,
mira la mirra de su mano- Me temo que soy la voz
de un mal augurio, pues quien como hombre nace,
como hombre ha de morir. Extraña es esta vida, que
consigo lleva siempre a su verdugo. No se le da a un
hombre la vida sin que con ella reciba la muerte.
Fogonazo en el cielo
MENSOR- ¿qué ha sido eso?
TEOKENO- ¡Mirad! Allí. Esa estrella no estaba ahí
hace un momento. Es joven y brillante, alegre, casi
infantil.
SAIR- Oye, señor anciano, yo no soy un experto en
eso de la astrología, pero ¿no se está moviendo?
TEOKENO- Es verdad, indica una dirección.
Sigámosla, rápido, sin retrasarnos.
- Dulce niño, has de nacer…
SAIR- ¡Ay! Nacer para morir
TEOKENO- ¡Nacerá! Porque la vida
Con urgencia necesita
la promesa de existir.
Si el hijo del astro aquél,
que inmortal aún permanece,
quiere nacer y padece,
su tal muerte habrá de ser
de los hombres renacer.
TEOKENO- A levantarse.
SAIR- ¡Ya! en pie. vamos Mensor… un poco
perezosillos sois en tu barrio… Venga, que tengo
ganas ya de llegar. ¿No has oído la música? ya es
hora de despertarse. pero de pie hombre, venga, que
hemos de llegar.
MENSOR – esta noche ya no puedo levantarme,
Sair, déjame. vete si quieres ¡Iros los dos! dejadme
SAIR – Pero Mensor, no podemos dejarte aquí,
vamos, incorpórate, de momento sólo incorpórate,
debe ser el cansancio decía lo de la pereza en broma.
MENSOR – No, Saír, no quiero, ya no puedo más.
SAIR – De momento sólo incorpórate, poco a poco
¡Ven, vamos! –mientras tira de él para levantarle.
MENSOR - ¡Déjame! ¿Qué pretendes? ¿Pará qué?
¿para qué te levantas? ¡No sabemos a dónde vamos!
Sólo seguimos una falsa ilusión, un fantasma. No sé
qué rey judío… ¿Y si fue una ilusión, una broma de
la divinidad…? no tiene sentido ya…
SAIR- ¿Cómo no va tener sentido? ¿de qué hablas?
¡te has rendido! no seas cobarde
MENSOR- ¡Déjame, eres un crío, no sabes nada de
esta vida, no has visto lo que yo he visto! ¡es una
locura!
MENSOR-
ESCENA 6
música de Herodes
HERODES –
¿qué es lo que vos queréis? Decidme, viejo
¿cómo es que con aspecto tan atroz
osáis cruzar la puerta del perplejo
castillo que os contempla…? Oye mi voz…
¿qué es eso que escondéis? ¡de qué me quejo!
Si ha venido hasta mí el persa feroz
con el mejor de su oro a hacerme oferta.
Hete aquí, pues, mi palma muy abierta.
TEOKENO –
Viejo vos me habéis de sus padres en su pecho
llamado, ni el placer que le brindó
y habéis hallado acierto. ni los lujos de su lecho
Mas arrugas en mi piel anegar la valentía
y las canas en mi pelo que le arrojara al desierto.
no han quitado al moribundo Ni siquiera la ternura
los fervores de su anhelo, que le dejaba en sus besos
ni ha podido la nobleza y su abrazo su mujer.
Porque espera llegar reino A rendirle el homenaje
más noble, grande y pacífico De mi sable y de mi yelmo.
que conciba el pensamiento. ¡Y si debo a mi buen rey
obsequiar lo que poseo…
aquí traigo honra y corona
Es verdad que tantos años
del anciano Teokeno!
me han convertido ya en
Toda la honra de sangre
viejo…
que mis ancestros me dieron,
mas si viejo, soy anciano,
toda la real valía
y puedo mirar el tiempo
que en mi corona vertieron
con la luz que dan los años.
en sus cien quilates de oro,
Si la vejez a mi cuerpo
en sus joyas cual luceros,
lo resiente y me corrompe
la he querido deshacer
hasta el polvo de mis huesos,
en las entrañas de fuego,
avisándole un destino
de metal y rojas llamas,
de polvo, ceniza y suelo,
en los hornos del herrero.
venerable ancianidad
Mas no se extravió riqueza
le custodie a Teokeno
entre las ascuas del fuego,
las pupilas que ya saben
que hemos sacado un lingote
observar desde los cielos.
del dorado más perfecto.
Y en la altura de esas
Pues el oro es de los reyes,
cumbres
al Rey de reyes lo llevo.
¡Oh! Con qué claridad veo
Que hoy no encuentra este
que no existe rey humano
rey
que colmara mis deseos
más altura en su gobierno
de honradez, de honestidad,
que dejar su oro a los pies
de paz y de buen gobierno.
del rey de todos los reinos.
Siendo yo, de sangre, rey,
Vengo buscando otro cetro
HERODES –
¿Pero qué cosas dices viejo loco?
¿Rey de reyes? ¿Un horno? Nada entiendo…
Mas algo temo, viejo. De aquí a poco,
este pueblo judío anda diciendo,
cada umbral, puerta, casa, calle, zoco,
hasta el último hogar hebreo, siendo
regido por el rey tan esperado,
será del puño de Roma librado.
No me gusta…
SAIR-
¿Palabras yo? No, ninguna.
Si más bien yo la buscara,
la que Oriente pronunciara.
De Salem en brecha alguna
nos espera en una cuna.
HERODES-
¡Quitadla ya de mi real presencia!
¿O es que no sabéis que quien sirve a Roma
gana para sí la inmortal esencia?
SAIR-
Si no la queréis, no es vuestra;
ni os corresponde la estrella.
Erráis a zurda y a diestra
al presentarle querella
a la muerte que nos sella.
No ha de hacer omiso caso
Aquél por quien yo he salido;
Al destino presta oído
y al ungüento del ocaso
prestará su cuerpo herido.
HERODES-
Nada aclara su extraño ministerio
¡Rabia!¡Ira! Quieren doblar mi frente
¡Y podría matarlos…! Se prudente…
Pase el tercero y acabe el misterio.
¡Hablad!
MENSOR-
¿Qué puede Mensor decir,
hombre cuya voluntad,
ante la cruel tempestad,
sólo supo sucumbir?
FIN