Diana I Luque La Tierra en La Que Habitan Los Peces

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Diana I.

Luque
La tierra en la que habitan los peces
Drama farsesco de los viejos nuevos tiempos
II PROGRAMA DE DESARROLLO DE DRAMATURGIAS ACTUALES
DEL
INSTITUTO NACIONAL DE LAS ARTES ESCÉNICAS Y DE LA MÚSICA
La tierra en la que
habitan los peces
Diana I. Luque (Madrid, 1982)

Ha obtenido un Máster en Teatro y Artes Escénicas (ITEM-UCM) y un DEA en Li-


teratura Inglesa y Norteamericana (UAM), es Licenciada en Dramaturgia (RE-
SAD) y en Filología Inglesa (UAM). Ha completado su formación como drama-
turga en cursos y seminarios con Matías Feldman, Simon Stephens, Guillermo
Heras y Marco Antonio de la Parra, entre otros. Actualmente, elabora su tesis
doctoral sobre teatro irlandés (UAM), trabaja como dramaturga y traductora, y
colabora con la Revista de Investigación Teatral Acotaciones. Ha trabajado co-
mo profesora interina de Inglés en ESADCyL. Fue Asistente a la Dirección Artís-
tica de Interplay Europe, Spain 2012. Ha sido becada por el Laboratorio Rivas
Cherif del CDN (L’Obrador d’estiu 2013). Fue finalista al Premio “María Martínez
Sierra” de la ADE 2012 por Estéticas de la destrucción: el teatro irlandés en la
era del Celtic Tiger (2012, ed. Fundamentos). Su obra Tras la puerta (2012, ed.
ADE) fue galardonada con el Premio Internacional de Teatro Ricardo López
Aranda 2011 y su relato El Dinosaurio (2003, UAM ediciones) fue finalista del XII
Concurso de Cuentos de la UAM.
Es autora de El niño erizo (2013, La Machina Teatro), Con la lección apren-
dida (2013, Sala Beckett-Poblenou), Ecos en el fango (2013, Coarte Produccio-
nes), Fictionality Shows (2012, Acotaciones 28), Tener un cuerpo (2011), Felici-
dad, marca registrada (2010, ed. Fundamentos) y Ex-preso a Bélgica (2009, ed.
Fundamentos), entre otros. Ha traducido El poder del sí, de David Hare (2013,
Primer Acto), Noche de Reyes, de W. Shakespeare (2012, Coarte Producciones);
Dalgety, de David Greig, y Un encuentro fortuito, de Mohammad al-Attar (2012,
Theatre Uncut), y Revelación, de David Hare (2010, XIV Ciclo de Autor, Escena
Contemporánea, AlmaViva Teatro).
Diana I. Luque
La tierra en la que
habitan los peces
Drama farsesco
de los viejos nuevos tiempos
© Diana I. Luque

© De la presente edición:
Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música

Diseño y maquetación:
Vicente A. Serrano / Esperanza Santos

Cubierta:
Esperanza Santos

NIPO: 035-13-049-9
ace ya dos años, el INAEM puso en marcha el Pro-

H grama de Desarrollo de Dramaturgias Actuales co-


mo un nuevo instrumento al servicio de la creación
en las artes escénicas, ya contrastado en los encargos de
composición que viene realizando este Instituto. Los frutos
de iniciativas como ésta suelen ser más evidentes en el lar-
go plazo, pero el hecho es que en España está surgiendo
una excelente generación de dramaturgos, lo que hace de
estos encargos una parte más de un engranaje que desde la
Administración Pública propicia el crecimiento de una ge-
neración que está llegando muy rápidamente a un estado
de extraordinaria madurez. La publicación de los textos
fruto de este Programa en la página web de la Muestra de
Alicante –uno de los proyectos más sólidos en Europa para
la promoción y el conocimiento de la dramaturgia con-
temporánea– significa la superación de barreras para que la
excelente escritura de esta joven generación llegue a todas
partes y encuentre su lugar en escenarios dentro y fuera de

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nuestro país. A los seis escritores de la primera edición –An-
tonio Rojano, María Velasco, Jerónimo Cornelles, José Ma-
nuel Mora, Jodi Faura y Alberto Conejero– se suman en es-
ta II edición otros seis: Diana Luque, Emiliano Pastor, Fe-
rran Dordal, Julián Fuentes Reta, Mar Gómez Glez y Paco
Bezerra. No es un detalle pequeño que cuatro de estos diez
autores hayan obtenido el Premio Calderón de la Barca en
los últimos años, o que uno de ellos, Paco Bezerra, sea Pre-
mio Nacional de Literatura Dramática. Para que una gene-
ración de dramaturgos pueda madurar en su tarea necesita
más que el aplauso de un día, y ese es el sentido de este
programa.

Miguel Ángel Recio Crespo


Director General del INAEM

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En recuerdo de mis abuelas y abuelos.

A las “generaciones perdidas”.


Para que no lo sean.
La tierra en la que habitan
los peces
Drama farsesco de los viejos nuevos tiempos

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PERSONAJES

DON JOSÉ, anciano, padece Alzheimer


ROSA, anciana ingenua y frágil
ANTONIO, anciano y un niño perdido
PILAR, anciana parapléjica, presumida y habladora en
exceso
MARIO, 40 años, ¿un perdedor?
MÓNICA, 40 años, irreflexiva
ELI, 17 años, de aspecto camaleónico
TJ, 7 años, un ser del agua que habita en la tierra
ENTREVISTADOR/A 1
ENTREVISTADOR/A 2
ENTREVISTADOR/A 3
ENTREVISTADOR/A 4
REPORTERO/A
UN HOMBRE/ UNA MUJER
DOCTOR/A

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La tierra en la que habitan los peces
requiere 5 actores, hombres y/o mujeres, de cualquier
edad.

La acción tiene lugar en varios espacios: el salón, la ha-


bitación de ELI, el baño y el rellano de la escalera de una
vivienda de tres dormitorios, en un edificio antiguo y mal-
trecho, con la mayor parte de los pisos embargados por los
bancos. Junto a estos, algún espacio indefinido, varios ce-
menterios, un supermercado, la calle, una sala de urgencias,
una sala de rayos X, un casino y un mar, que inunda la es-
cena en su totalidad. La recreación de los espacios se aleja
de cualquier pretensión naturalista: se trata de generar at-
mósferas con ayuda de los recursos escénicos (iluminación,
efectos sonoros, alguna proyección…), a fin de que las tran-
siciones de un espacio a otro sean fluidas. La obra está con-
cebida como puro juego teatral: apela a la imaginación del
público e invita a buscar soluciones escénicas ingeniosas.

El vestuario y el atrezzo –escasos elementos que permi-


tan identificar a cada uno de los personajes– deben estar
dispuestos de forma accesible a los actores/ actrices. Los
cambios se efectuarán ante el público. Los oscuros entre las
distintas escenas pueden eliminarse con el fin de potenciar
aún más la teatralidad de la obra. Los roles se distribuyen de
forma que los actores/actrices se intercambien los papeles
entre sí:

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UNO.
ACTO I: D. José.
ACTO II: Mario, Pilar, Don José.
ACTO III: TJ, Eli.

DOS.
ACTO I: Mario.
ACTO II: TJ, Don José, Entrev. 4.
ACTO III: Antonio, Hombre/Mujer, Doctor/a

TRES.
ACTO I: TJ, Pilar.
ACTO II: Antonio, Pilar, Entrev. 1, Don José.
ACTO III: Rosa, Mónica

CUATRO.
ACTO I: Mónica, Rosa.
ACTO II: Eli, Entrev. 2, Reportero/a, Don José.
ACTO III: Pilar.

CINCO.
ACTO I: Eli, Antonio.
ACTO II: Rosa, Entrev. 3, Don José.
ACTO III: Mario

Los textos entre corchetes son meras sugerencias y aclara-


ciones para facilitar la comprensión del texto.

Pasado, presente, futuro, realidad y fantasía conviven en la


obra.

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ACTO I

(Música farsesca mientras UNO se pone un chaleco de lana, una


boina y un abrigo para interpretar a DON JOSÉ. Después, la
música se funde con el ruido ambiente de un supermercado. Espa-
cio del salón. DON JOSÉ observa un papel con la lista de la com-
pra, mira al vacío como si intentase localizar algún producto. Re-
corre la escena cada vez más desorientado, cada vez más inquieto.
Sale, va a la calle. DOS se pone la chaqueta del uniforme de una
empresa de seguridad para interpretar a MARIO. Sale tras DON
JOSÉ. Enseguida entra MARIO, viene de la calle.)

MARIO.- (Hacia fuera.) Pasa. Pasa. ¿Quieres entrar de una


vez?
DON JOSÉ.- (Desde fuera.) Está claro que no quiero.
MARIO.- Entra inmediatamente.

(MARIO agarra a DON JOSÉ y lo hace entrar. DON


JOSÉ lleva una maleta.)

MARIO.- Anda, suelta la maleta. Dame el abrigo. Trae, de-


ja que te ayude.
DON JOSÉ.- No sé qué andaba buscando. Hay paquetes
por todas partes y latas. Las sardinas no eran frescas, no.
Déjeme, que ya soy mayorcito y sé lo que tengo que
hacer.
MARIO.-¿Otra vez has estado en el supermercado?

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

DON JOSÉ.- He estado… no sé dónde he estado. Había


muchas lápidas y me llamaban por megafonía.
MARIO.- Vamos a la ducha.
DON JOSÉ.- No.
MARIO.- Estás sucio.
DON JOSÉ.- No.
MARIO.- Hueles mal.
DON JOSÉ.- Sí.
MARIO.- Vamos a ducharte antes de cenar. ¿No te quieres
duchar?
DON JOSÉ.- Quiero ir a casa.
MARIO.- Éstas en casa. Ahora vives aquí.
DON JOSÉ.- ¿Yo? Me voy.
MARIO.- Ven.
DON JOSÉ.- Mis cosas están en mi habitación, quiero ir
con mis cosas.
MARIO.- Tus cosas están aquí. Las trajimos de la residen-
cia hace dos meses.
DON JOSÉ.- (Como si la viese por primera vez.) Mi maleta.
(La abre y empieza a revisar su contenido.) Faltan cosas.
MARIO.- Están aquí, en la habitación. ¿Ves?
DON JOSÉ.- Ésta no es mi habitación, mi habitación está
con Mariam.
MARIO.- No, tu habitación es ésta. Es tuya y de TJ.
DON JOSÉ.- No me gusta.

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DIANA I. LUQUE

MARIO.- ¿Cómo no te va a gustar? Si te encantan las sá-


banas con dibujos.
DON JOSÉ.- ¿A mí?
MARIO.- ¿No me dirás que no te gustan?
DON JOSÉ.- A Mariam le van a parecer espantosas. Cám-
bielas.
MARIO.- En cuanto te duche.
DON JOSÉ.- ¿Usted me va a duchar? ¿Quién es usted?
MARIO.- Mario.
DON JOSÉ.- ¿Mario? Tiene usted nombre de buen enfer-
mero.
MARIO.- No soy enfermero.
DON JOSÉ.- ¿No es enfermero? (Como si la viese por pri-
mera vez.) Mi maleta.

(Mientras DON JOSÉ revisa el contenido de su maleta,


TRES se pone un jersey infantil y coge una pecera para in-
terpretar a TJ.)

MARIO.- No hace falta… todas tus cosas están aquí. Pa-


pá… papá…

(Escena paralela: La voz de TJ se funde con la de MARIO.


Luz sobre TJ.)

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

TJ.- Papá. Papá… papá…


MARIO.- ¿Qué quieres, TJ?
TJ.- He enseñado a Tadeus a sentarse. Mira: sit, sit. Buen
chico.
MARIO.- TJ, los peces no se sientan.
TJ.- Tiéndete. Tiéndete, chico. ¿Ves?
MARIO.- ¿Tú sabes que los peces normalmente no flotan,
no?
TJ.- Ya, lo he amaestrado. ¿A que soy un genio?

(Oscuro sobre TJ. DON JOSÉ termina de registrar su ma-


leta y la cierra.)

DON JOSÉ.- Faltan cosas.


MARIO.- No falta nada.
DON JOSÉ.- ¿Y Mariam, ha venido a verme? No la he
encontrado.
MARIO.- (Pausa breve. Mintiendo.) Pero, ¿quién va a venir a
verte, si acabas de llegar?
DON JOSÉ.- ¿Acabo de llegar? (Descubre que tiene la male-
ta en la mano.) Y, ¿de dónde vengo?
MARIO.- De la residencia. Has venido a casa, a vivir con
tu familia.
DON JOSÉ.- ¿Qué familia?
MARIO.- Mira, ¿ves qué habitación tan bonita tienes?

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DIANA I. LUQUE

DON JOSÉ.- ¿Es mía?


MARIO.- Tuya y de TJ.
DON JOSÉ.- ¿Sábanas con perritos?
MARIO.- ¿A que te gustan?
DON JOSÉ.- ¿No se mearán por las noches?
MARIO.- Se mearán, ya verá usted… papá, ya verás como
se mearán. ¿Quieres que te enseñe el resto de la casa?

(CUATRO se pone una peluca y un vestido para interpre-


tar a MÓNICA y se sitúa en el espacio de la habitación de
ELI. CINCO se pone una peluca de pelo cardado con me-
chas de colores para interpretar a ELI.)

DON JOSÉ.- ¿Qué casa?


MARIO.- Ven, ven por aquí. Tenemos una ducha estupen-
da; ven, te la voy a enseñar. Ya verás qué maravilla.

(Salen MARIO y DON JOSÉ. Espacio de la habitación


de ELI. MÓNICA hurga entre las cosas de ELI. Entra
ELI, viene de la calle. Ambas se asustan al verse.)

ELI.- ¿Qué haces?


MÓNICA.- ¿Qué haces tú?
ELI.- ¿Otra vez has estado leyendo mi diario?

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

(MÓNICA permanece en el sitio; mientras, ELI realiza ca-


da una de las siguientes acciones durante el monólogo de
MÓNICA e indiferente al mismo: dibuja en un blog, se po-
ne unos cascos y escucha música, se pinta las uñas, etc. Ca-
da acción debe quedar separada por un breve oscuro que in-
dique el paso del tiempo. ELI está en la posición inicial
cuando MÓNICA finaliza el monólogo.)

MÓNICA.- (Amablemente.) Soy una madre terrible, ¿ver-


dad? Nunca hablamos de nuestras cosas; no es que ha-
ya mucho de qué hablar, pero agradecería que me di-
jeras qué va a ser lo próximo, ¿emborracharte, tomar
drogas?, doy por hecho que fumas, pero si además to-
mas chocolate de ése, me gustaría estar al corriente,
porque quizás estás reclamando afecto y no lo he no-
tado; nunca te presto atención y lo sabes, pero nuestra
relación no va a mejorar porque te pintes garabatos en
el cuerpo, por mucho que digas que es arte; una cosa
es llevar arte, Eli, y otra muy distinta ir de camuflaje,
aunque las dos sepamos que la belleza natural está des-
prestigiada hoy en día; pero yo te hice, te creé, y no
puedo creer que algo que ha salido de mí misma sea
esto; aunque siempre es mejor que te pintarrajees el
cuerpo a que andes garabateándome las paredes, y que
lo agujerees y lo moldees como si fuese plastilina por-
que, por extraño que parezca, Eli, las paredes no son
de plastilina, a pesar de su escasa consistencia y de esa
manía tuya de destrozar cosas y pegarlas, y de que, tar-
de o temprano, acabarás haciendo lo mismo con tu vi-
da; pero no me gustaría que me hicieras responsable

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DIANA I. LUQUE

de tus problemas, porque sé que tienes problemas, to-


dos tenemos problemas, yo he mezclado sin querer la
ropa blanca y la de color y ahora todos vamos a vestir
de rosa palo durante un tiempo; ya sé que siempre di-
go que los problemas se quedan en casa, que es don-
de deben estar, pero no me gustaría que TJ y tú fue-
rais envueltos en tela de saco al colegio.
ELI.- ¿Te lo enseño ya, o qué?
MÓNICA.- Si no es molestia. Muy bonito.
ELI.- Gracias. Al tatuador le ha flipado mi diseño.
MÓNICA.- La última vez volviste a prometerme que iba
a ser el último y otra vez no lo ha sido. Ahora no sé
por qué debería confiar en ti, tendrás que darme una
razón, ¿no te parece?
ELI.- ¿Qué?
MÓNICA.- Que tendrás que darme una razón.
ELI.- ¿Para qué?
MÓNICA.- Para que vuelva a confiar en ti.
ELI.- Sólo me he hecho un tatuaje, no he matado a nadie.
MÓNICA.- ¿Ésas son formas de contestar a una madre?
No lo sé, la verdad, voy a tener que castigarte por si
acaso. Un mes sin salir.
ELI.- ¿Un mes por un tatuaje?
MÓNICA.- Cuarto y mitad, entonces.

(Sale MÓNICA y se dirige al espacio del salón.)

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ELI.- Gilipollas.

(Oscuro sobre ELI. Espacio del salón. MARIO, DON


JOSÉ y TJ sentados a la mesa cuando llega MÓNICA.)

DON JOSÉ.- ¿Y dice usted que no es enfermera?


MÓNICA.- Antes era secretaria.
DON JOSÉ.- ¿Y ya no?
MARIO.- No.
DON JOSÉ.- ¿Y si no es secretaria ni es enfermera…?
MARIO.- Es mi mujer, Mónica.
DON JOSÉ.- Mónica, tiene usted nombre de ser buena
enfermera. No entiendo por qué no me ha puesto la
vía aún.
MÓNICA.- (A MARIO.) Cariño, me alegro de que hace
unos meses encontrases vivo a tu padre muerto y de
que la tumba sobre la que hemos llorado regularmen-
te durante años el Día de los Difuntos, con el nombre
de tu padre y la fecha de su muerte, no sea suya, y sa-
bes también que prefiero que invites a casa a un padre
vivo que a uno muerto, pero, ¿no podrías haberlo de-
jado donde estaba?
MARIO.- Sucede, Mónica, que cuando un padre está vivo
no sabemos bien qué hacer con él y, sin embargo,
cuando muere nos preguntamos por qué no hemos
sabido aprovecharlo mejor. Ya me ocurrió una vez y
no me volverá a ocurrir. No voy a dejar que este po-

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DIANA I. LUQUE

bre hombre adinerado se eche a perder en una resi-


dencia. Cuando muera, podrá decir que ha disfrutado
de momentos de dicha en familia.
MÓNICA.- Si tiene Alzheimer, cariño, no se va a acordar.
MARIO.- Los padres enfermos y ricos se quedan en casa,
que es donde tienen que estar.

(Entra ELI. Durante la cena, DON JOSÉ juguetea con la


comida.)

ELI.- Dijiste que si el viejo se quedaba nos daría la paga y


dejaríamos de comer macarrones.
MARIO.- También dije que confiaba en que no te metie-
ras en líos y es mentira.
TJ.- A mí me encantan los macarrones.
MARIO.- ¿Verdad que sí, hijo?
TJ.- Son mi desayuno favorito.
DON JOSÉ.- ¿Esta residencia de dónde es?
MÓNICA.- Don José, ya que no está muerto, lo menos
que puede hacer es comerse los macarrones, ¿no le
parece?
ELI.- Papá, ¿voy a poder quedarme en casa de Marta cuan-
do nos echen?
MARIO.- No.
ELI.- ¿Por qué no?
MARIO.- Porque no nos van a echar.

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TJ.- ¿Nos van a echar?


MARIO.- No.
ELI.- Claro que nos van a echar. Y vas a tener que dormir
entre cartones debajo de un puente.
TJ.- No, tú vas a tener que dormir entre cartones debajo de
un puente.
ELI.- Vale, pues tú no vas a tener ni puente.
TJ.- Pues tus cartones van a estar meados.
ELI.- No es verdad.
TJ.- Sí es verdad, que te los voy a mear yo.
ELI.- Y yo a ti los tuyos.
MARIO.- ¡Me cago en los cartones!
ELI y TJ.- Aaag.
MARIO.- ¿No puede comer uno tranquilo en esta casa?
(A DON JOSÉ.) Y usted deje … papá, deja de jugar
con la comida.
ELI.- Papá, mamá, sé que van a echarnos. Y estoy harta de
comer macarrones, estoy harta de pasar frío y de no
tener calefacción, y de no poder traer a mis amigos
porque la casa está de pena y ninguno de los dos ha-
ce nada por arreglarlo. Se supone que vosotros dos sois
los adultos responsables aquí.
DON JOSÉ.- Yo también soy un adulto responsable.
ELI.- Me refería a la clase de adulto responsable que no se
hace pis encima.
DON JOSÉ.- Ellos.

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DIANA I. LUQUE

ELI.- Papá, mamá, buscad la forma de arreglar esto.

(MÓNICA y MARIO se miran. Breve oscuro en el que


CUATRO se cambia la peluca de MÓNICA por una de
pelo blanquecino para interpretar a ROSA, que se sentará en
el lugar que antes ocupaba DON JOSÉ. MARIO, ELI,
TJ, DON JOSÉ y ROSA, sentados a la mesa. Silencio.)

ROSA.- Ay, qué malestar.


ELI.- Vale, ¿alguien me lo puede explicar?
MARIO.- ¿Explicarte qué, hija?
ELI.- ¿Por qué te sigue llamando “doctor”?
MARIO.- Porque soy yo quien la cuida, ¿verdad, Rosa?
ROSA.- Me estoy muriendo, ¿sabe usted?
DON JOSÉ.- A mí me gusta comer esto, ¿verdad?
MARIO.- Te encanta, papá, te encanta.
DON JOSÉ.- Eso pensaba.
ROSA.- ¿Ha visto usted mis pruebas, doctor?
ELI.- ¿Qué pruebas?
TJ.- Papá le ha hecho un escáner con el mando de la tele.
MARIO.- Y, según los resultados, Rosa está perfectamente.
DON JOSÉ.- Rosa es nombre de buena enfermera.
ROSA.- No soy enfermera.
DON JOSÉ.- ¿No es enfermera?

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ROSA.- No, a mí me dan taquicardias.


ELI.- Papá, ¿me has firmado la autorización?
MARIO.- ¿Qué autorización?
ROSA.- No estaría de más que me hiciera un par de prue-
bas, doctor.
ELI.- Para ir al museo de no sé qué.
TJ.- ¿Va a ir al museo?
ELI.- Tengo que hacer un trabajo.
ROSA.- Oiga, atiéndame a mí, que estos críos están sanos.
MARIO.- Siempre quejándose, Rosa.
ROSA.- Doctor, ando peor que un pulpo cojo.
MARIO.- ¿Cuánto cuesta ese museo, Eli?
ELI.- Nada.
TJ.- Pero a mí no me has dejado ir al zoo…
MARIO.- Porque la última vez te quedaste esperando en
la puerta.
TJ.- Porque no me diste dinero para la entrada.
MARIO.- Y lloraste tanto que me juré que no volvería a
ocurrir. Y no ha ocurrido.
TJ.- Pero yo quería ver los animales.
MARIO.- ¿Quieres ver animales? (Deja la pecera sobre la me-
sa.) Mira a Tadeus.

(Todos observan el pez, que flota muerto sobre el agua, en si-


lencio.)

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DIANA I. LUQUE

DON JOSÉ.- Qué chistoso… un… uno de esos.


ROSA.- Ay.
MARIO.- ¿Qué le duele ahora?
ROSA.- Lo rico que estaría a la plancha.

(TJ abraza la pecera.)

ROSA.- Con la de fósforo que tiene…

(Breve oscuro en el que CINCO se quita la peluca de ELI


y se pone una bata de estar por casa para interpretar a AN-
TONIO, que se sentará en el lugar que antes ocupaba RO-
SA. MARIO, TJ, DON JOSÉ, ROSA y ANTONIO,
sentados a la mesa.)

ANTONIO.- …en parques y a la salida del colegio, bus-


cándome en centros comerciales, y pegando mi foto
en los escaparates de todas las tiendas…
ROSA.- Ay, ¿serán alucinaciones?
ANTONIO.- … dejándola a la vista también, en los mos-
tradores de todas las tiendas…
MARIO.- Qué va a tener alucinaciones, Rosa, si usted es-
tá perfectamente.
ANTONIO.- …las tiendas del barrio y de otros barrios, de
la ciudad y de fuera…
ROSA.- Doctor, tengo las válvulas inflamadas.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

MARIO.- ¿Qué válvulas?


ROSA.- Las mías.
ANTONIO.- … en las tiendas de todo el país y en las tien-
das de otros países también, pegando mi foto en las fa-
rolas y en las paredes, preguntando a los vecinos, a los
niños y a los policías si me han visto…
TJ.- ¡Cállate!

(Silencio.)

ANTONIO.- Es verdad. Mi foto está en todas partes. Mi-


rad, salgo en el dominical.
DON JOSÉ.- Un regalo del supermercado. (Saca un puña-
do de tierra y una flor mustia de su bolsillo y los deja sobre
la mesa.)
MARIO.- ¡Don José! Papá, qué manía con meterse por-
querías en los bolsillos…
DON JOSÉ.- Lo he robado sin querer. (Ríe.)
MARIO.- Guarda eso, estás poniendo todo perdido.
ROSA.- Me dan vahídos, doctor.
DON JOSÉ.- Me llaman por megafonía, ¿a quién? A mí
también, no va a ser a usted.
ANTONIO.- ¡He dicho que salgo en el dominical!
MARIO.- ¿Qué va a salir usted en el dominical, si es jue-
ves?
ROSA.- Y me duele el pecho.

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DIANA I. LUQUE

ANTONIO.- Mirad. (Enarbola el periódico.)


MARIO.- A ver… Un niño.
ANTONIO.- Soy yo. Salgo bien guapo. ¿Y dice usted que
mis padres han venido aquí preguntando por mí?
DON JOSÉ.- ¿A qué hora viene la enfermera? Necesito
que me aseen.

(MARIO, TJ, ANTONIO y ROSA olfatean el aire con


cara de asco. Breve oscuro en el que TRES se quita el jersey
de TJ y se pone una peluca de cabello permanentado y un
collar de perlas para interpretar a PILAR, que se sentará en
el lugar que antes ocupaba ANTONIO. MARIO, DON
JOSÉ, ROSA, ANTONIO y PILAR, sentados a la me-
sa. PILAR come con voracidad un plato desbordante de ma-
carrones. Todos la observan atónitos, excepto DON JOSÉ,
que, absorto, juguetea con los cubiertos.)

PILAR.- ¿Hay postre?


MARIO.- Hay macarrones.
PILAR.- No soy de esa clase de personas que toman ma-
carrones de postre, ¿eh?
ANTONIO.- … repartiendo mi foto de mano en mano
por la calle y en los vagones de los trenes y dejándola
en los parabrisas de los coches, y pegándola en los mu-
ros y en los árboles, porque igual tuve por costumbre
escalar…
ROSA.- Me duele la cabeza.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

MARIO.- A todos, la cabeza nos duele a todos.


ANTONIO.- … y todo el mundo ve mi foto, porque mi
foto está en todas partes…
PILAR.- ¿Hay más?
MARIO.- ¿Más? Pilar, si tiene el plato lleno…
ANTONIO.- … en la tierra y en el espacio exterior, man-
dada con ondas invisibles…
PILAR.- No veo yo que se dé buen trato en este centro,
¿eh? Que no pago para quedarme con hambre y, ade-
más, los macarrones están fríos.
ANTONIO.- … o subida en un satélite para que salga por
la tele…
MARIO.- (Vaciando los macarrones de su plato en el de PI-
LAR.) No se preocupe, Pilar, que mientras esté yo
aquí, a usted no le va a faltar de nada.
PILAR.- Más le vale, ¿eh? Que no me gustaría tener que
quejarme, que yo no soy de esas personas que se que-
jan.
ANTONIO.- … en color y en blanco y negro…

(DON JOSÉ, tal vez imitando el gesto de MARIO, vier-


te el contenido de su plato sobre la mesa. Después, se pone
el plato en la cabeza.)

ANTONIO.- … y también en sepia… Ya se ha condeco-


rao.

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DIANA I. LUQUE

MARIO.- Por favor, Don José… papá, pórtate bien.


DON JOSÉ.- Se ha caído todo, está roto el sombrero.

(MARIO limpia el desorden. DON JOSÉ inspecciona el


plato.)

PILAR.- (Mientras se lleva a la boca los macarrones que han ca-


ído en la mesa.) Que, si fuera de esas personas que se
quejan, diría un par de cosas sobre este sitio, que no
reúne las condiciones para que yo baje y suba con fa-
cilidad, ¿eh?, que a una no le gusta que carguen con
ella cinco pisos como a un saco.
MARIO.- No se preocupe, Pilar, que eso no volverá a ocu-
rrir por el bien de mi espalda.
DON JOSÉ.- Qué chistoso, tiene un agujero mi sombre-
ro. Normal, nadie es perfecto.
ANTONIO.- ¿Y dice usted que mis padres van a venir a
buscarme?
MARIO.- Claro, Antonio, ya llamarán.
PILAR.- Y mi habitación no se parece nada a la foto del
catálogo, ¿eh? Que en la foto del catálogo no salía nin-
guna moza dando berridos.
ANTONIO.- ¿Cuándo?
MARIO.- Pronto.
DON JOSÉ.- (A MARIO, mientras le limpia.) ¿Y mi casa?
Es ésa llena de cosas.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ANTONIO.- Llevan años buscándome, ¿sabe?


ROSA.- Doctor, tengo un bulto aquí.
MARIO.- Rosa, se llama pecho, y es normal.
ROSA.- No sé qué tiene de normal tener un pecho. Lo
normal sería tener dos.
ANTONIO.- … En el río y en los lagos y entre las algas
del mar…
DON JOSÉ.- Yo no, no vivo aquí. Está llena de cosas mi
casa, lléveme a mi casa.
PILAR.- Quiero que me cambien de habitación en cuan-
to se quede libre una mejor, ¿eh?
DON JOSÉ.- Mi casa siempre ha estado en su sitio, no tie-
ne pérdida.

(DON JOSÉ, ANTONIO, PILAR y ROSA hablan a


un tiempo.)

ANTONIO.- (A DON JOSÉ.) … y en la montaña y en las


casas de la montaña, preguntando a todos si me han
visto…
PILAR.- Poco personal veo yo en este centro, poca prepa-
ración, ¿eh?
DON JOSÉ.- (A ANTONIO.) Si es que no han vuelto a
cambiarlo todo de sitio. En estos sitios cambian todo
de sitio, Mariam, y no encuentras lo que estás buscan-
do.

32
DIANA I. LUQUE

ROSA.- Este hombre es el mejor doctor del mundo.


PILAR.- Personal cualificado es lo que deberían tener, ¿eh?
ANTONIO.- (A DON JOSÉ.) … y reparten mi foto por
todos los países, en España y en la India… y en Chi-
na, que allí resultará fácil reconocerme porque no ten-
go los ojos rasgados…
ROSA.- ¿No es usted el mejor doctor del mundo?
DON JOSÉ.- (A ANTONIO.) Tampoco recuerdas lo que
estás buscando, entre paquetes y latas de colores.
PILAR.- Y no estoy nada satisfecha con el servicio de lim-
pieza…
ROSA.- Va usted a curarme, ¿verdad?
ANTONIO.- (A DON JOSÉ.) … en África también re-
sultará fácil reconocerme…
PILAR.- … que no sé si la habitación está limpia, porque
no se ve con tanta porquería tirada por ahí.
ROSA.- No va a dejar que me muera, ¿verdad, doctor?
DON JOSÉ.- (A ANTONIO.) Lo compras y aquello tam-
bién y esto otro y lo pagas y llegas a casa sin la barra
de pan.
PILAR.- Y no me quejo por gusto, ¿eh?, que yo no soy de
esas personas que se quejan, y menos por gusto.
ROSA.- ¿Doctor? Hágame caso.
ANTONIO.- … tantas fotografías con tantas caras… a ve-
ces las miro y no me reconozco.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

(MARIO se levanta, entre aburrido y resignado. Enciende la


televisión. DON JOSÉ, ANTONIO, PILAR y ROSA se
callan de repente y se quedan absortos mirándola. Oscuro sobre
los ancianos. Espacio del rellano de la escalera. MARIO hace
tiempo para entrar en casa… quizás se fuma un cigarro. CUA-
TRO se caracteriza como MÓNICA y TRES como TJ. MÓ-
NICA se sitúa en el espacio del salón. Entra MARIO.)

MÓNICA.- Cariño, ¿vienes nadando o acabas de salir de


la ducha?
MARIO.- Hay una gotera en el rellano.
MÓNICA.- ¿Otra? ¿Qué vamos a hacer?
MARIO.- Lo mismo que hemos hecho con las demás. Na-
da.
MÓNICA.- ¿Dejamos que la casa se inunde?
MARIO.- Eso lo decidirá la comunidad de vecinos.
MÓNICA.- ¿Te refieres a los bancos? Cariño, si nunca es-
tán. No entiendo por qué no trasladan aquí sus ofici-
nas, al menos así tendrían liquidez. ¿Cómo has pasado
la noche, mucho trabajo, estás cansado, tienes hambre,
por qué no somos felices, Mario?
MARIO.- La felicidad, Mónica, es sólo eso que venden por
la tele para que compres en el supermercado: ese lu-
gar donde hay de todo, pero sólo los macarrones están
realmente en oferta.
MÓNICA.- Ninguna mujer libidinosa se satisfaría con la-
tas de cualquier otro producto que no fuese caviar.
Cariño, ¿qué nos ha pasado? Hace tiempo que algo no

34
DIANA I. LUQUE

funciona y no puedo hacerme transfusiones de sangre


cada semana para paliar la anemia, en el hospital em-
piezan a sospechar, ¿cuándo dejamos pasar por alto el
hierro y las proteínas, Mario, cuándo? ¿Sabes lo que
quiero? Quiero que me llenes de carne…
MARIO.- ¿Que te llene de carne?
MÓNICA.- De filetes y de asados y de salchichas y de
hamburguesas para los niños…
MARIO.- No metas a los niños en esto.

(Escena paralela: Luz sobre TJ con la pecera.)

MÓNICA.- Que me colmes, me sacies y me satisfagas, que


nos atiborremos de carne…
TJ.- Papá. Papá…
MARIO.- Ahora no, TJ.
MÓNICA.- De estofados y de entrecots, de chuletones y
de pinchos morunos…
TJ.- Papá. Papá…
MARIO.- TJ, ¿no ves que estoy ocupado?

(Oscuro sobre MÓNICA. MARIO consternado. TJ extra-


ñado. CINCO se caracteriza como ELI.)

TJ.- Papá, ¿estás bien? ¿Papá? Papá, ¿soy raro?

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

MARIO.- (Mintiendo.) ¿Cómo vas a ser raro, TJ?


TJ.- Pues Pablito dice que soy raro.
MARIO.- No eres raro, TJ. ¿Por qué dice Pablito que eres
raro?
TJ.- No lo sé. (Pausa breve.) Bueno, el otro día le dije que
tenía un abuelo nuevo, y me dijo que era imposible
porque los abuelos son viejos. Le dije que sí, pero que
yo tenía dos nuevos y me dijo que es imposible tener
dos abuelos nuevos cuando tienes uno viejo. Le dije
que yo ya no tenía ningún abuelo viejo porque se ha-
bía muerto durmiendo, y me dijo que eso es imposi-
ble porque los abuelos no duermen; y, además, es im-
posible tener tres abuelos. Y yo le dije que no es im-
posible, que vi a mi abuelo morirse porque dormía-
mos juntos y entonces me preguntó si me gustaba mi
abuelo viejo y yo le dije que no estaba mal, porque no
se tiraba pedos como los nuevos, y entonces él me lla-
mó raro y me dijo que estaba enamorado de mi abue-
lo muerto, y les dijo a todos que yo estaba enamora-
do de mi abuelo muerto.
MARIO.- ¿Estás enamorado de tu abuelo muerto?
TJ.- No.
MARIO.- Entonces no eres raro.
TJ.- Vale.
MARIO.- ¿Le has puesto bozal a Tadeus?
TJ.- Me lo llevo de paseo.
MARIO.- El difunto pez se queda en casa.Y tú, al colegio.

36
DIANA I. LUQUE

(Entra ELI.)

MARIO.- ¿Qué haces en pijama?


ELI.- Estoy castigada.
TJ.- ¿Sin ir a clase?
MARIO.- ¿Qué has hecho?
ELI.- (Le enseña el tatuaje.) Cuarto y mitad.
MARIO.- ¿Por un tatuaje? Que sean dos meses.
ELI.- Me vas a convertir en una adolescente amargada y sin
amigos.
MARIO.- Ya eres una adolescente amargada y sin amigos.
ELI.- Muy bien, castígame. No puedes vigilarme todo el
día.
MARIO.- Tapiaré la puerta si hace falta.
ELI.- Llamaré al Defensor del Menor si hace falta.

(Sale ELI. CINCO se caracteriza como ANTONIO. En-


tra DON JOSÉ.)

MARIO.- TJ, deja esa pecera en casa.


TJ.- ¿Y llevo a Tadeus en brazos?
MARIO.- ¿Lo tiro a la basura?
TJ.- Jo… (A DON JOSÉ.) Abu, tengo que ir al cole, ¿pue-
des cuidar de mi pescadito?

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

DON JOSÉ.- ¿Cómo se llama tu pescadito?


TJ.- Tadeus Jacobo.

(Entra ANTONIO.)

DON JOSÉ.- ¿Tadeus Jacobo? ¿Qué mierda de nombre es


ése?
TJ.- Se llama como yo.
DON JOSÉ.- Pues tienes un nombre de mierda.
TJ.- (Da una patada en la espinilla a DON JOSÉ. Después, a
ANTONIO.) Abu, tengo que ir al cole, ¿puedes cui-
dar de mi pescadito?
ANTONIO.- Bueno, pero no me agredas. Y no me hago
responsable de lo que pueda sucederle en tu ausencia.
TJ.- Con que esté cuando vuelva, vale. Papá quiere tirarlo.
¿Va a estar?
ANTONIO.- En mis tiempos nos preocupábamos más por
las personas y menos por los peces. Ay, qué tiempos
aquellos… Ale, largo.

(Sale TJ, va a la calle. TRES se caracteriza como PILAR.)

DON JOSÉ.- ¿Un pez? ¿Es suyo?


ANTONIO.- Es de mi nieto.
DON JOSÉ.- ¿Lo ha matado usted?

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DIANA I. LUQUE

ANTONIO.- No, se acaba de ir al colegio.


DON JOSÉ.- ¿Sabe por qué los peces pequeños se echan
de vuelta al mar?
ANTONIO.- ¿Por qué?
DON JOSÉ.- ¿Por qué me duele la pierna? ¿No será usted
enfermero?
ANTONIO.- (Saca un recorte de periódico de debajo de su ba-
ta.) Soy éste del anuncio.
DON JOSÉ.- Sale usted muy guapo con los lacitos en las
coletas.
ANTONIO.- Me favorecen bastante, la verdad. Me he per-
dido, ¿sabe? De niño. Mis padres me están buscando.
En los armarios y debajo de la cama y en el baño de
casa… y en el baño del vecino, y en casas de desco-
nocidos… preguntan a todo el mundo porque es po-
sible que alguien me haya visto, que alguien sepa dón-
de estoy, pero nadie lo sabe.

(Silencio.)

DON JOSÉ.- ¿No está usted aquí?


ANTONIO.- (Pausa.) ¿Puede avisar a mis padres?
DON JOSÉ.- Por supuesto. Nadie es perfecto, aunque hay
días que llueve más que otros. (Pausa breve.) ¿Y mi boi-
na, dónde está? Esa maldita costumbre de coger mis
cosas, ¿no me la habrá quitado usted?
ANTONIO.- La lleva en la cabeza.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

(Oscuro sobre DON JOSÉ y ANTONIO. CINCO se


caracteriza como ELI. Espacio de la habitación de ELI. PI-
LAR, con el pelo torpemente cardado, imitando al de ELI,
ojea un blog con dibujos de ELI. Entra ELI.)

ELI.- ¿Qué haces con mis dibujos?


PILAR.- ¿Esto lo has hecho tú? Son tan horribles como los
que llevas.
ELI.- ¿Tú qué sabrás, vieja inútil? (Le quita el blog y le gol-
pea con él en la cabeza.)
PILAR.- No soy una vieja inútil porque vaya en silla de
ruedas, ¿eh?, que la tengo desde que era una cría, y de
cría no era ni vieja ni inútil.
ELI.- ¿Y qué?
PILAR.- Que me golpeaba las piernas con los puños de ra-
bia, y mi madre me quitó la silla una semana entera
para que estuviese agradecida de tenerla, ¿eh?
ELI.- No me cuentes tu vida. (Se pone los cascos y escucha
música mientras retoca algún dibujo.)
PILAR.- Una moza joven como tú no debería pintarraje-
arse el cuerpo, ni agujerearse la cara con esos aros y
esos… hierros, ¿eh? (Pausa.) Los jóvenes de ahora no
tenéis nada que hacer y os llenáis la cara de hierros y
de aceros, así os entretenéis. (Pausa.) ¿No es así como
os entretenéis, eh? ¿Calvándoos aceros en la cara y
hierros y pintarrajeándoos el cuerpo?
ELI.- ¿Todas esas arrugas te las has hecho tú para entrete-
nerte?

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DIANA I. LUQUE

PILAR.- Las carnes se acartonan con el tiempo de mane-


ra natural.Y no se reafirman con ponerse aceros en la
cara, ¿eh?
ELI.- ¿Sí, o qué? (Taimada.) Yo no voy a tener arrugas. Ha-
go un truco que leí en una revista.
PILAR.- Yo conozco muchos trucos, ¿eh? Que meto la ca-
beza en el congelador todas las mañanas para evitar la
flaccidez.
ELI.- No jodas, ¿en serio?
PILAR.- ¿Te estás riendo de mí?
ELI.- No, es un truco guay, mucho mejor que el mío.Yo he
leído que si te tiras de los mofletes todos los días, la
piel no se arruga.
PILAR.- ¿Se queda tersa?
ELI.- Tersa y super-suave. Pero te tienes que tirar muy fuerte.
PILAR.- (Pausa breve.) A mí no me cuentes sandeces, ¿eh?,
que no estoy senil y sé muy bien cuando una joven-
zuela redomada intenta tomarme el pelo, ¿eh?
ELI.- (Imitándola.) ¿Eh?
PILAR.- ¿Eh?
ELI.- Gilipollas.
PILAR.- ¡Qué boca! ¡Pero qué boca!

(ELI sigue escuchando música y retocando los dibujos. PI-


LAR se tira discretamente de los mofletes con curiosidad.
Oscuro sobre ELI y PILAR. Suena la sintonía alegre de un

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

programa de radio. MARIO se afeita en el espacio del baño,


como si estuviera ante un espejo. Escena paralela: CUA-
TRO se caracteriza como ROSA y sale desde el salón al es-
pacio del rellano de la escalera, apoyándose en su andador…
le lleva tiempo. Se queda al pie de la escalera observando los
escalones. Hace un intento, temeroso e inseguro, por bajarlos.
Regresa al espacio del salón antes de que MARIO termine
de asearse, temblorosa y desanimada.)
RADIO.- (En off.) Buenas noches, hoy es viernes 5 de no-
viembre, [O el día de la representación.] una noche llu-
viosa. Si estás cenando, buen provecho; si te acabas de
levantar para fingir que vas a trabajar y estás todavía
quitándote las legañas con los dedos, déjame decirte
que hoy va a ser una noche de mierda para ti. Y que,
además, eres un guarro. Hoy tenemos un programa
lleno de sorpresas: tal vez tu mujer descubra que te
echaron del trabajo hace seis meses y te mande a la
mierda de una vez, ¿quién sabe? ¿Tampoco hoy vas a
tener agallas para decírselo? ¡Por supuesto que no!
¿Qué se puede esperar de un perdedor como tú? Pe-
ro, escucha, aún hay más: tu hija va a fumar maría en
el baño del instituto y después va a enrollarse con un
repetidor tres años mayor que ella. (MARIO se corta
afeitándose.) Ay, si es que eres torpe hasta para afeitar-
te. Mírate, mira esa cara, ¿qué te dice? “Perdedor,”
¿Qué, qué te dice? “Perdedor” (MARIO vocaliza “Per-
dedor” ante su reflejo.) “Perdedor,” “Perdedor”, más alto
(MARIO grita “Perdedor”.) Más alto, “Perdedor”, más
alto. (MARIO da un grito.) Y ahora unos consejos pu-
blicitarios: “¿Estás cansado de que te escupan por la
calle…?”

42
DIANA I. LUQUE

(MARIO apaga la radio. Se pone la chaqueta del uniforme


de seguridad y entra en el espacio del salón.)

ROSA.- ¿Se marcha, doctor?


MARIO.- Voy a… al hospital.
ROSA.- Tengo los nervios desquiciados esta noche. Nece-
sito que me haga pruebas.
MARIO.- Rosa, no puedo hacerle pruebas todo el tiempo.
ROSA.- Me hacía usted más caso cuando me visitaba en la
residencia. Allí me preguntaba de todo.
MARIO.- (Taimado.) Las pruebas son muy caras, ¿sabe?
ROSA.- (Se saca un billete del sujetador y se lo da a MARIO.)
Doctor, sé que no estoy bien y no existe cura para lo
que tengo. La sangre me presiona el pecho y me va a
reventar la piel; me van a estallar los pulmones… Me
tiene bien sujeta.
MARIO.- Cálmese, Rosa. Me está asustando.
ROSA.- Mi marido, doctor, me castiga por no morirme.
Me hizo prometerle que me iría con él, pero yo no
quiero. Me aprieta por dentro. Cada día un poco más
fuerte. Los médicos de la residencia decían que estoy
bastante bien para mi edad, pero yo no me siento
bien, estoy sin fuerzas y tengo angustia.
MARIO.- Voy a tener que llevarla al hospital.
ROSA.- ¿No me puede hacer un escáner de esos, a ver si
se me pasa?
MARIO.- Rosa, puede tener algo serio.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ROSA.- Sé de una mujer que se cayó por las escaleras. Ro-


dando hasta abajo desde el tercero y no se pudo hacer
nada por ella. Estamos en un quinto, doctor.
MARIO.- Estoy preocupado por usted.
ROSA.- No está mal que se preocupe, eso quiere decir que
me va a cuidar. Pero, si tengo que morirme, que no sea
hecha una albóndiga descoyuntada. Por favor.
MARIO.- (Pausa.) A ver, arriba. (Le pasa a ROSA el mando
de la televisión por el cuerpo como si fuese un escáner.) Al-
ce los brazos.
ROSA.- ¿Se me ven todos los canales?
MARIO.- Todos, todos.
ROSA.- ¿La ocho también?
MARIO.- ¿Ése es el que ven ustedes por la noche, no? ¿El
de las películas de asesinos?
ROSA.- Ése, ése.
MARIO.- La ocho se ve perfectamente. ¿Ve?
ROSA.- Entonces ya me quedo más tranquila. Gracias, doctor.

(CINCO se caracteriza como ANTONIO y entra, reso-


llando, viene de la calle.)

ANTONIO.- Cinco… cinco pisos… del demonio.


MARIO.- No reniegue usted, hombre.
ROSA.- Buenas noches, Antonio. ¿Trae noticias del exte-
rior?

44
DIANA I. LUQUE

ANTONIO.- El exterior ya no es lo que era. Muertos de


hambre por todas partes. Antaño no había comida y
no se comía. Comida hay ahora y sólo se come maca-
rrones.
ROSA.- ¿Así va el mundo?
ANTONIO.- Así y con toda clase de barbarismos. Debería
usted salir a contemplarlos.
ROSA.- ¿Salir, para qué? No sabría adónde ir.
ANTONIO.- ¿Hay noticias de mis padres?
ROSA.- Podría caerme en cualquier sitio y morirme de
repente…
MARIO.- Ninguna, de momento.
ROSA.- O tener un accidente y acabar llena de cables y de
líquidos en un hospital.
ANTONIO.- Pues ya es raro, ya.
ROSA.- Se me ha olvidado tomarme la pastilla. Doctor,
¿podría traérmela, si no es mucha molestia?
MARIO.- Se la mastico también, si quiere.
ROSA.- No se preocupe, ya voy yo. (Sale lentamente, apo-
yándose en su andador.) Ay. Ay. (Con mayor insistencia al
ver que nadie le trae su pastilla.) Ay. Qué barbaridad.

(ANTONIO le da un pellizco a ROSA en el culo al pa-


sar. Sale ROSA. CUATRO se caracteriza como MÓNI-
CA. ANTONIO se sienta a ver la televisión.)

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ANTONIO.- Qué andares tiene la moza. (Pausa.) ¿Seguro


que funciona bien el cacharrito ése?
MARIO.- Llevo meses sin saldo; pero si llaman sus padres,
nos llega la llamada.
ANTONIO.- Bien está, entonces.

(Entra MÓNICA.)

MÓNICA.- (A MARIO.) Estaba revisando los cajones del


dormitorio de Eli, después de leer cuidadosamente su
diario, como acostumbro, y, continuando mi curiosa
labor escudriñadora, propia de cualquier madre que se
precie, examiné los cajones de la cocina y del salón; y
además de encontrar las fotos de una señorita con es-
casa ropa, que poco o nada se parece a mí, he hallado
este documento, cuya existencia ignoraba, con fecha
de hace ocho meses, lo cuál me plantea inicialmente
dos preguntas, ¿cómo ha llegado aquí este burofax por
impago? Y, ¿por qué desconocía yo su existencia?
MARIO.- Ese burofax… Precisamente hoy iba a decirte
que… que hace ocho meses intenté negociar con el
banco y… que… el banco en respuesta a su negativa
me avisó de que mandarían un burofax, y, efectiva-
mente, el burofax llegó, no hoy, sino hace ocho meses,
así que decidí no anticipar la noticia.
MÓNICA.- No vayamos a culpar a los de la oficina de co-
rreos por ser escrupulosamente eficaces, Mario, sólo
hacen su trabajo.

46
DIANA I. LUQUE

MARIO.- Así es, Mónica, así es.


MÓNICA.- Cariño, ¿estamos arruinados?
MARIO.- Digamos que el banco ha sacado la casa a subasta,
se ha quedado con ella y ahora tiene un nuevo hogar.
MÓNICA.- Voy a serte sincera, algo sospechaba; uno no
come macarrones enlatados todos los días por mucho
que le gusten; el exceso de carbohidratos está vol-
viendo a mis hijos rollizos y estreñidos; como sigan
expandiéndose vamos a tener un problema, última-
mente no desgastan la ropa, les revienta encima; no
doy abasto parcheando y zurciendo, más que camise-
tas llevan collages. Supongo que harás horas extras.
MARIO.- No hay trabajo, Mónica, no puedo hacer horas
extras.
MÓNICA.- Trabajas como guardia, algo habrá que puedas
guardar.
MARIO.- Lo cierto es que hace meses que no ponen un
ladrillo sobre otro, porque se los han llevado todos. Y
se han llevado también los andamios y las espátulas, y
a los peones y a los obreros… en fin, poco queda ya
que vigilar. Igual por eso me han echado… hace seis
meses.
MÓNICA.- Cariño, ¿qué vamos a hacer ahora?
MARIO.- Me alegra que me hagas esa pregunta.
MÓNICA.- A mí me alegra que te alegre, responde.
ANTONIO.- Eso, responda, responda. ¿Inoportuno?
MARIO.- Qué va usted a importunar, Antonio, si ya se iba.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ANTONIO.- No me iba, viendo la tele estaba.


MÓNICA.- Mario, una vez fui una secretaria hábil y com-
petente en una empresa multinacional, con jefes mul-
tinacionales y reuniones multinacionales, y me defen-
dí bastante bien, a pesar de mis escasos conocimientos
idiomáticos, mis insuficientes nociones de mecano-
grafía y mi habilidad para descabalar documentos. Y,
de no haberme quedado embarazada, tirando por la
borda las expectativas de una vida mejor, con la mis-
ma soltura con que derramaba el café en las perneras
de los ejecutivos, ¿quién sabe? Ahora mismo podría
estar haciendo fotocopias.
MARIO.- Cariño, no pongo en duda tus exiguas cualida-
des secretariales, como tampoco dudo de tu imper-
ceptible inteligencia, sin embargo, diecisiete años sin
trabajar son muchos años.
MÓNICA.- No hablemos del tiempo, Mario, es la clase de
conversación trivial que uno mantiene con extraños
en un ascensor. Es verdad que últimamente estás muy
raro, bastante alterado y haces cosas que rayan la sub-
normalidad, pero ni somos extraños ni tenemos as-
censor donde meternos.
MARIO.- Algo bueno tenía que tener esta mierda de pi-
so… Que se jodan los del banco.

(Sale MÓNICA.)

ANTONIO.- Su mujer de usted es buena moza, pero tie-

48
DIANA I. LUQUE

ne una mente tan simple, que resulta complicado en-


tenderla.
MARIO.- Mi mujer, Antonio, tiene tanto carácter como
un pez muerto, pero es lo único estable en mi vida.
Ella y mi colesterol.
ANTONIO.- Tiene usted una familia extraordinaria.
MARIO.- Una familia extraordinaria, sí, fundada en el
amor y sostenida en la miseria; nada como la necesi-
dad para hacer los vínculos más fuertes y las relacio-
nes amorosas más desesperadas. No diré que no miro
a otras mujeres de vez en cuando, Antonio, porque las
miro, y a menudo, pero Mónica es una gran mujer.
ANTONIO.- A juzgar por su aspecto lo es.
MARIO.- Aunque ha estudiado un par de carreras, man-
tiene casi intacta esa ignorancia natural de cuando era
joven.
ANTONIO.- Si yo tuviera una familia, también estaría or-
gulloso.
MARIO.- Mi familia, es su familia, Antonio, y mi casa, la
suya, hasta que nos eche el banco.
ANTONIO.- Gracias, hijo. ¿Voy a tener que seguir pagan-
do por vivir aquí?
MARIO.- Por supuesto.

(Entra DON JOSÉ, con su maleta, resollando, descamisa-


do y con el chaleco mal abotonado. Viene de la calle. TRES
se caracteriza como TJ.)

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

MARIO.- ¿Cómo viene usted así? (Le arregla la ropa.) ¿Otra


vez de paseo por el supermercado?
DON JOSÉ.- He estado… no sé dónde he estado. Tome,
de regalo con el suavizante. (Saca un puñado de tierra y
flores mustias de sus bolsillos y se los da a MARIO.)
MARIO.- Qué manía con andar trayendo porquerías…
DON JOSÉ.- Había más, pero he preferido dejarlas por si
está enterrada allí.
ANTONIO.- ¿Quién?
DON JOSÉ.- ¿Quién va a ser? No voy a ser yo si tampo-
co eres tú. No sé qué te estará diciendo este señor, pe-
ro créete la mitad.
MARIO.- ¿Has comido?
DON JOSÉ.- ¿He comido?
MARIO.- ¿No te acuerdas?
DON JOSÉ.- ¿No me acuerdo?
ANTONIO.- No se acuerda.
MARIO.- ¿Tienes hambre?
DON JOSÉ.- ¿Tengo hambre?
ANTONIO.- ¿Tiene hambre?
DON JOSÉ.- No sé qué tengo, me cuesta respirar y a ve-
ces me falta el aire.
MARIO.- ¿No le va a faltar el aire? Si cada vez que sube a
casa, llega hasta el décimo, y se pasa el rato escaleras arri-
ba, escaleras abajo, hasta que da con la puerta.Ande, sién-
tese… siéntate, papá, mientras te caliento la comida.

50
DIANA I. LUQUE

(Sale MARIO. Entra TJ. Viene de la calle, pero no resue-


lla.)

ANTONIO.- ¡Vaya capacidad pulmonítica! ¿Ya te han sol-


tado del colegio?
TJ.- ¿Y mi pescadito?
ANTONIO.- Tu pescadito hace días que estiró la pata y no
veas cómo apesta el condenao.

(TJ observa la pecera. Hace un gesto de asco. Sale TJ.)

DON JOSÉ.- ¿Sabe por qué los peces pequeños se echan


de vuelta al mar?
ANTONIO.- No.
DON JOSÉ.- (Olfatea el aire.) ¿A qué hora viene la enfer-
mera? Necesito que me aseen.

(CUATRO se caracteriza como ROSA. Entra TJ con un


plato de macarrones. Introduce algunos en la pecera. Obser-
va a Tadeus. Después, sale TJ.)

DON JOSÉ.- ¿Quién es ése?


ANTONIO.- Mi nieto. Tiene siete años, pero es mi nieto
desde hace unos días.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

(Entran TJ y MARIO, seguidos de ROSA, que se apoya en


su andador.)

TJ.- ¿Ves, papá?


MARIO.- TJ, los macarrones eran para Don José, no para
el pez.
TJ.- Como tú no le has comprado su comida…
ROSA.- Mi orina se ha vuelto infecciosa, doctor.
TJ.- Papá, Tadeus no funciona y es culpa tuya. Arréglalo.
MARIO.- Tadeus no se puede arreglar, TJ.
ROSA.- Doctor, que estaba yo antes que el pescado…
MARIO.- Siempre quejándose, Rosa.
TJ.- Pues cómprame otro.
MARIO.- No tengo dinero para comprarte otro.
TJ.- Pues me pescas uno.
MARIO.- ¿Y qué hacemos con Tadeus?

(Música de velatorio.Todos adoptan actitud de dolientes. MARIO


sostiene la pecera con solemnidad.)

ROSA.- ¡Qué lástima!


ANTONIO.- Los mejores, siempre se van los mejores.
MARIO.- ¿Un último deseo antes de que descanse en paz?
TJ.- Que me compres otro.

52
DIANA I. LUQUE

MARIO.- Ni hablar.
TJ.- ¡No es justo!
DON JOSÉ.- ¿Se ha muerto ya el difunto? Y, ¿de qué ha
muerto?
ANTONIO.- De macarrones.
MARIO.- (Ceremonioso.) Tadeus Jacobo, durante meses has
nadado feliz en esta pecera y has comido feliz en esta
pecera y has defecado feliz en esta pecera… la activi-
dad de los peces no es que sea muy variada. Nos has
llenado de dicha y de gozo, y… que seas feliz y nades
por siempre en un mar en calma.
TJ.- En la pisci.
MARIO.- ¿En la pisci? Tadeus Jacobo, que seas feliz y na-
des por siempre en la pisci.
ROSA y ANTONIO.- Amén.
DON JOSÉ.- ¿Ya se ha muerto el puñetero pez?

(MARIO sale con solemnidad. Suena la cisterna del váter.


Cesa la música.)

ANTONIO.- Ale, cada mochuelo a su olivo.


DON JOSÉ.- Normal, en eso estamos, en morirnos.
ROSA.- ¡Qué lástima…!
ANTONIO.- Los mejores, siempre se van los mejores.
ROSA.- Con la de fósforo que tiene.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

DON JOSÉ.- ¿Ya estamos todos muertos? Tampoco pue-


des pretender grandes cosas. ¿Saben por qué los peces
pequeños se echan de vuelta al mar?

(Salen TJ, ANTONIO y ROSA. CUATRO se caracteriza co-


mo MÓNICA.)
DON JOSÉ.- ¿Lo saben? (Pausa.) ¿Yo vivo aquí? ¿Mariam?

(Sale DON JOSÉ. Entra MARIO con la pecera vacía. No


sabe qué hacer con ella… quizás se fuma un cigarro y echa
la ceniza dentro. Entra MÓNICA con una maleta.)

MÓNICA.- Mario, no puedo quedarme en estas condi-


ciones; no quiero que la gente piense que soy una ma-
dre horrible sólo porque desatiendo a mi familia y la
atiborro a hidratos de carbono.
MARIO.- Mónica, cariño, vivimos en una época apurada
que se sustenta en la desesperación, las grasas saturadas
y los carbohidratos…
MÓNICA.- No, Mario, no; no olvides los azúcares añadi-
dos.
MARIO.- Sin olvidar los azúcares añadidos… Las esperan-
zas de unos se ven frustradas por los desfalcos de otros,
sin ningún tipo de estimulación mental ni física, de-
masiado obesos y abotargados como para mover un
dedo o abrir la boca, salvo para llenarnos el gaznate.
Sin embargo, un hombre no se mide por el volumen
de su estómago, sino por su capacidad para resistir ba-
jo el agua cuando ésta le pasa del cuello.

54
DIANA I. LUQUE

MÓNICA.- Un hombre que en seis meses no ha sido ca-


paz de encontrar trabajo, y que, además, ha ocultado
información a su mujer sobre el estado de su casa y de
sus cuentas, no debe ponerse estupendo ni dárselas de
orador, cuando su esposa acaba de hacer una sola lla-
mada de teléfono y ha conseguido un trabajo de se-
cretaria en Alemania.
MARIO.- ¿Te ha vuelto a enchufar tu hermano?
MÓNICA.- No me desacredites por seguir los cauces ha-
bituales de contratación; no puedo permanecer impa-
sible mientras la casa se llena de viejos y los viejos se
llenan de macarrones. Adiós, cariño, adiós.
MARIO.- ¿No vas a despedirte de los niños?
MÓNICA.- Siempre me has tenido por una madre desna-
turalizada, ¿qué sentido tiene hacerte cambiar de opi-
nión ahora? Mario, haz el favor de mantener la com-
postura, éste no es uno de esos dramas lacrimógenos
que tanto te gusta ver por la tele, y alguien podría es-
tar observándonos.

(Sale MÓNICA. TRES, CUATRO y CINCO se carac-


terizan como PILAR, ROSA y ELI, respectivamente. El
tiempo transcurre velozmente mientras MARIO permanece
petrificado con la pecera en la mano. Música farsesca y cam-
bio de iluminación. Las acciones de los demás personajes tie-
nen lugar a un ritmo frenético, aunque llevadas a cabo con
precisión, y en silencio: entra ROSA, apoyándose en su an-
dador y cruza hasta el rellano de la escalera… le lleva tiem-
po. Entra PILAR y se sienta a leer una revista. Entra

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

DON JOSÉ, en pijama, con su maleta y resollando, viene


de la calle. Entra ELI, le quita la revista a PILAR y le gol-
pea con ella en la cabeza. Sale ELI. CINCO se caracteri-
za como ANTONIO. En el rellano de la escalera, ROSA
hace un intento, temeroso e inseguro, por bajar los escalones.
PILAR se carda el pelo. Entra DON JOSÉ, se sienta a ver
la televisión. ROSA se resigna, entra y cruza el espacio del
salón… le lleva tiempo. PILAR se duerme. ANTONIO, le
da un pellizco a ROSA en el culo al pasar. DON JOSÉ
se enfada con la televisión. PILAR se despierta. Sale AN-
TONIO, va a la calle. DON JOSÉ sale, malhumorado. PI-
LAR se tira de los mofletes. Salen ROSA y PILAR. Cesa
la música, cambio de iluminación. Pausa. MARIO entra en
el espacio del baño. Se mira en el espejo. Pone la radio.)

RADIO.- (En off.) Buenos días, hoy es viernes 5 de no-


viembre, [O el día de la representación.] día de San Ca-
pullo. Desde aquí felicitamos a todos los capullos, co-
mo tú…

(MARIO apaga la radio. Va a ponerse la chaqueta del uni-


forme de seguridad… se percata de que ya no tiene sentido.
Truena. El hilo de agua de una gotera le cae encima. Se cu-
bre con la chaqueta. Oscuro.)

56
ACTO II

(Atmósfera irreal. UNO caracterizada como PILAR, sentada en su


silla, frente a un espejo imaginario. Surgen brazos y manos tras ella
que, con una coreografía desacompasada, le cardan el pelo, le ma-
quillan los labios y los ojos, le pellizcan las mejillas… Quizás per-
cibimos también rostros con expresiones hiperbólicas y desencajadas.
PILAR se deleita en un primer momento, luego se agobia. Las ma-
nos se detienen y quedan suspendidas en el aire. PILAR observa
su reflejo… el resultado es poco afortunado, pero está satisfecha. Los
brazos desaparecen. La iluminación varía. Espacio de la habitación
de ELI. PILAR lee una revista. Escena paralela: TRES se carac-
teriza como ANTONIO y entra en el espacio del salón con un par
de periódicos y unas tijeras. Se sienta a recortar fotografías. CUA-
TRO se caracteriza como ELI y entra en el espacio del salón, vie-
ne de la calle. Se sorprende al ver a ANTONIO.)

ANTONIO.- ¿Saben tus padres que llegas tan de mañana?


ELI.- ¿Saben tus padres que eres gilipollas?
ANTONIO.- No, que aún no me han encontrado. A estas
horas sólo quedan por la calle pelandruscas y malean-
tes. Buen disgusto se va a llevar tu padre si se entera.
ELI.- ¿Y cómo se va a enterar? (Pausa. Da una colleja a AN-
TONIO.) Levanta. Vamos, levanta. Andando.
ANTONIO.- Socorro, una joven endemoniada está agre-
diendo a un pobre anciano perdido. Socorro, que se
me llevan…

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

(Sale ELI, tirando de ANTONIO. Regresa enseguida y


entra en el espacio de la habitación de ELI.)

PILAR.- (Lee.) “La vida de color rosa. En su tono más chi-


cle o en el suave pastel, se ha convertido en el color
de moda. Coloréate los labios del más dulce de los sa-
bores…”
ELI.- ¿No te he dicho que no cojas mis cosas? (Le quita la
revista y le golpea en la cabeza con ella.) ¿Qué haces con
esa cara de puta?
PILAR.- ¡Qué boca! ¡Pero qué boca! ¿Dónde te enseñan a
hablar así de bien?
ELI.- En el instituto. ¿No te habrás puesto mi pintalabios
rojo?
PILAR.- Tu pintalabios rojo está encima de la mesa, que yo
no tengo por costumbre usar pintalabios rojos, que no
están de moda, ¿eh?, que sólo me lo he puesto un ra-
tito para que se me queden los labios jugosos.
ELI.- ¿Te lo has restregado en esos morros de sapo? Vas a
comprarme uno nuevo, y de los caros, para que apren-
das.
PILAR.- Ningún pintalabios te voy a comprar, ¿eh?, que el
tuyo está medio seco y no es ni water-proof de esos. Y
tampoco voy a bajar cinco pisos en volandas para
comprarte un pintalabios, ¿eh? que tienes por lo me-
nos treinta y seguro que todos son robados.
ELI.- ¿Por qué tienes que pasarte el día en mi habitación
tocando mis cosas, joder? Cómo si no tuviera bastan-

58
DIANA I. LUQUE

te con tener que dormir contigo, que roncas como un


cerdo.
PILAR.- No ronco como un cerdo, que los cerdos no tie-
nen el tabique ligeramente desviado, ¿eh? Y una mo-
za como tú, con el tabique en su sitio, no debería pin-
tarse los labios de rojo, que la pueden tomar por lo
que no es.
ELI.- Mira, vieja chocha, en esta casa hay reglas…
PILAR.-¿Qué reglas?
ELI.- Las mías, por supuesto.
PILAR.- Yo no te pago para que me trates así, ¿eh?
ELI.- Tú no me pagas.
PILAR.- Yo pago a tu padre por estar aquí.
ELI.- Pues si no te gusta, te vas a un geriátrico.
PILAR.- A ningún geriátrico me voy a ir, que me voy a
quedar aquí hasta que yo quiera. Y tú, ¿no tienes que
ir al instituto, eh?
ELI.- (Imitándola.) ¿Eh?
PILAR.- Vete ya, zarrapastrosa.Y no creas que te estoy des-
pidiendo, que tengo Parkinson.
ELI.- Gilipollas.

(Sale ELI.)

PILAR.- ¡Algún día serás tan vieja como yo! ¡Y no tendrás


la piel tan tersa! Que se te van a descolgar las carnes

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

con todos esos hierros y esos aceros que te pones, ¿eh?


¡Y las jóvenes recatadas no van por ahí abriéndose de
piernas con los labios pintados de rojo!

(Entra ELI. Empuja a PILAR, que se cae de la silla. Sale.)

PILAR.- Esta cría va a ser una de ésas… de braga suelta.

(Oscuro sobre PILAR. UNO se caracteriza como MARIO


y entra en el espacio del baño. Escena paralela: CINCO se
caracteriza como ROSA, entra en el espacio del salón con un
plato de macarrones y se sienta a ver la televisión. Suena la
sintonía alegre del programa de radio. MARIO, trajeado, se
prueba corbatas, como si se estuviera mirando en el espejo.)

RADIO.- (En off.) ¡Bueeeeenos días! Hoy es viernes 5 de


noviembre, [O el día de la representación.] un día mara-
villoso. Si estás desayunando, buen provecho; si ya te
has acabado los macarrones y te estás preparando pa-
ra una entrevista de trabajo, déjame decirte que la otra
corbata te quedaba muuuucho mejor. Hoy es un gran
día para ti, ¿no?
MARIO.- Um.
RADIO.- (En off.) ¿No?
MARIO.- Um.
RADIO.- (En off.) ¿No?
MARIO.- Um.

60
DIANA I. LUQUE

RADIO.- (En off.) ¿Eh?


MARIO.- Pse.
RADIO.- (En off.) No, probablemente no y sólo sea un día
de mierda más. La vida no te sonríe… ¡pero tú sí le
sonríes a la vida! Y muy pronto ella te devolverá la
sonrisa. Mírate, mira esa cara… (MARIO hace un gesto
de advertencia, esperando un insulto.) Qué encanto, qué
clase, (MARIO coquetea ante el espejo.) qué estilo. ¿No
estás más delgado?
MARIO.- Um.
RADIO.- (En off.) ¿No?
MARIO.- Um.
RADIO.- (En off.) No estás más delgado, no, pero sí más
nervioso. (MARIO hace un gesto de fingida indiferencia.)
Claro, no tienes por qué estarlo. Hay un puesto de tra-
bajo esperándote ahí fuera, ¡y tú vas a salir a buscarlo!

(MARIO apaga la radio y entra en el espacio del salón.)

MARIO.- Buenos días.


ROSA.- Me estoy muriendo, doctor.
MARIO.- No me asuste, Rosa.
ROSA.- Llevo seis días sin hacer de vientre. Está usted muy
guapo esta mañana. ¿Se viste así de elegante para pa-
sar consulta? Pues póngame un supositorio o dos.
MARIO.- Ciertas partes de su organismo no tienen nin-
gún interés para la medicina.

61
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ROSA.- ¿Ni por uno de los grandes? (Se saca un billete del
pecho y se lo da a MARIO.)
MARIO.- Por uno de estos, va usted a irse por la pata aba-
jo.
ROSA.- ¿No usa usted guantes?
MARIO.- Yo soy de esos cirujanos que agarran las vísceras
del paciente con una mano mientras mean con la otra.
A ver, empómpese. (Le da una patada a ROSA en el cu-
lo.) Ale, a comer mientras le hace efecto.
ROSA.- Muchas gracias, doctor.
MARIO.- No hay de qué. La atesoro mucho yo a usted…
que, a este paso, me va a pagar la carrera y la maestría.

(Entra ANTONIO.)

ROSA.- Buenos días, Antonio.


ANTONIO.- Ese demonio de cría se me ha llevado a los
infiernos. Si no llega a ser por el nieto, que me ha sa-
cado del armario…
MARIO.- ¿Lleva puesto el ambientador de pino?
ANTONIO.- Por miedo a apolillarme. (A ROSA.) ¿Qué
tal, buena moza?
ROSA.- Uy.

(ROSA se levanta y sale corriendo, va al baño.)

62
DIANA I. LUQUE

ANTONIO.- Antaño estas cosas no pasaban. El tiempo le


priva a uno de su atractivo.

(Sale ANTONIO, consternado. Suena el sonido de la cis-


terna del váter. DOS se caracteriza como TJ.)

MARIO.- Si va a resultar que soy buen médico.

(Sale MARIO, va a la calle. La cisterna sigue sonando. En-


tra TJ. Desde la parte superior de la escena cae un pez…
quizás también algo de agua. Cesa el sonido de la cisterna.
TJ, sorprendido, observa el pez. Breve oscuro sobre TJ.
TRES, CUATRO, CINCO y DOS se caracterizan res-
pectivamente como ENTREVISTADOR/A 1, 2, 3 y 4 y
entran. Atmósfera irreal. Música. Escenas sin diálogo. Entra
MARIO. ENTREVISTADOR/A 1 da la mano a MA-
RIO. MARIO le entrega su CV. Se sientan y conversan
formalmente. Después, se levantan y se dan la mano de nue-
vo. MARIO se dirige a ENTREVISTADOR/A 2 mien-
tras ENTREVISTADOR/A 1 cambia de actitud y, con
movimientos grotescos, rompe su CV riendo a carcajadas y lo
tira a una papelera. La misma serie de acciones se repiten con
ENTREVISTADORES/AS 2 y 3; sin embargo, EN-
TREVISTADOR/A 2 ríe burlonamente mientras vacía
un vaso de agua sobre el CV de MARIO y lo deja caer en
la papelera, y ENTREVISTADOR/A 3 quema el CV
riendo socarronamente y lo arroja a la papelera. ENTRE-
VISTADOR/A 4 recibe a MARIO con una expresión
alienada, enarbolando una sierra eléctrica, o alguna herra-

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

mienta similar, y riendo a carcajadas. Breve oscuro. DOS se


caracteriza como TJ y CUATRO como ELI. Después, en-
tran MARIO y ELI en el espacio del salón, vienen de la
calle.)

ELI.- No he hecho nada, es una máquina, joder.


MARIO.- No hables así.
ELI.- Hablaré como me dé la gana.
MARIO.- A mí no me hablas así.
ELI.- Esto no tiene nada que ver contigo.
MARIO.- Entonces, ¿por qué me han llamado del institu-
to?
ELI.- Ni siquiera tienes que pagarla, ya estaba rota.
MARIO.- Sí, la has roto tú.
ELI.- No, se tragó mi moneda porque ya estaba rota.
MARIO.- ¿Y por eso la has zarandeado?
ELI.- Tenía hambre. Si en esta casa se comiera como es de-
bido, no tendría hambre. ¿Cuándo va a volver mamá?

(Entra TJ, eufórico, con el pez en la pecera.)

TJ.- Papá…
MARIO.- Tu madre también te daba macarrones. Y ni si-
quiera te habría la lata.
ELI.- Mamá no me echaba las culpas por todo.Yo no he ro-
to la máquina.

64
DIANA I. LUQUE

TJ.- Papá…
MARIO.- Eli, ¿dónde te crees que vas?
ELI.- A vomitar.
TJ.- Papá…

(Sale ELI.)

MARIO.- TJ, ahora no. Eli, no hemos terminado de hablar.


TJ.- Pero, papá, ¡es que está vivo!
MARIO.- He dicho que ahora no, TJ. Eli, castigada sin sa-
lir hasta los treinta.

(Sale MARIO. UNO se caracteriza como PILAR. TJ se


sienta junto al charco que se ha formado por la gotera. Lo
observa con creciente curiosidad. Arroja el pez dentro. La es-
cena cobra un aspecto azulado y se transforma en un mar
apacible. Desde la parte superior, un pez se sumerge en el
agua, entre burbujas que después ascienden. El pez nada de
un lado a otro. Otros peces cruzan la escena. TJ observa en-
tre asombrado e incrédulo. Introduce el brazo en el charco,
que, quizás, aparece sumergido en la parte superior de la es-
cena, y remueve el agua. El mar se agita entonces, los peces
huyen asustados, el color azulado de la escena se disuelve y
el mar desaparece. Después, espacio del salón. ANTONIO,
PILAR y ROSA viendo la televisión. Entran TJ y ELI,
que lleva una bandeja con tres platos de macarrones, un de-
lantal, unos guantes, una mascarilla y algún vaso con agua.)

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ANTONIO.- ¡Con el demonio hemos topado!


PILAR.- A mí nadie me ha avisado de que esta salvaje nos
iba a dar de comer, ¿eh?, que yo no soy de esas perso-
nas que se dejan alimentar por salvajes.
TJ.- Es que está castigada.
ANTONIO.- Bien está, entonces.
ELI.- Ellos, TJ, ellos están castigados. Delantal.

(TJ ayuda a ELI a ponerse el delantal, los guantes y la mas-


carilla, como si se tratase de una cirujana profesional. Asiste
a ELI durante toda la escena.)

ELI.- (A TJ.) Tenedor. Plato.


ROSA.- El doctor no ha pasado aún a verme, es posible
que tenga que operarme hoy.
ELI.- Qué bien.
ROSA.- No se puede comer antes de una operación.
ELI.- El doctor dice que si no comes te vas a morir, ¿quie-
res morirte o quieres hacer caso al doctor?
ROSA.- No querría disgustarle, se está esforzando mucho
por mantenerme con vida.
ELI.- A-bre-e-sa-bo-co-ta.
ROSA.- (Come con desgana.) ¿No debería comer dieta blan-
da?

66
DIANA I. LUQUE

(ELI aplasta violentamente los macarrones con el tenedor.


Da de comer a ROSA.)

ELI.- ¿Están suficientemente blandos?


ROSA.- ¿No se acuerda el doctor de que los macarrones
me estriñen?

(ELI le mete la cabeza a ROSA en el plato.)

PILAR.- ¡Salvaje!
TJ.- ¡Eli!
ANTONIO.- ¡Del demonio, hija del demonio!
ELI.- ¡Chis! (Intenta calmarse estirando el cuello, los brazos, ha-
ciendo ejercicios de respiración, etc. Después, a TJ.) Tenedor.
Plato.
PILAR.- Estoy a dieta, ¿eh?
ELI.- A dieta, ¿eh?
ROSA.- Jovencita…
ELI.- ¡Chis!
ROSA.- Creo que se me han descoyuntado los huesos de
la cara.
ELI.- (Tapa la nariz a PILAR.) Abre la boca. Que abras la
boca.
TJ.- ¡Le estás haciendo daño!

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ELI.- No le estoy haciendo daño. Intento que no se mue-


ra de hambre. (A PILAR.) En algún momento tendrás
que respirar… ¿Ves? Mastica, vamos.
TJ.- Como se entere papá, te la vas a cargar.
ELI.- ¿Y cómo se va a enterar si no está? (Pausa.) Ah, eso
pensaba.
ROSA.- Jovencita, ¿un vasito de agua no me podría dar?

(ELI le arroja a ROSA el contenido de un vaso a la cara.)

PILAR.- Uy. Yo estoy comiendo porque quiero, ¿eh? Que


no soy de esa clase de personas que no comen.
ELI.- Pues que se vea. (Le da el tenedor a PILAR para que co-
ma ella sola.)
PILAR.- (Engullendo la comida.) Y tampoco soy de ésas que
después se meten los dedos, que yo soy delgada por
naturaleza, ¿eh?
ELI.- (Estira el cuello, los brazos, etc. para calmarse. Después, a
TJ.) Tenedor. Plato.
ANTONIO.- Yo no como si no es en presencia de mis pa-
dres.
ELI.- Pues ya sabes dónde te meto… ¿No comes? (A TJ.)
Hemos terminado. Llévatelo.
TJ.- No, Eli…
ELI.- Al armario. Ahora.
TJ.- Lo siento, abu.

68
DIANA I. LUQUE

ANTONIO.- No hay caso, nieto; antes apolillado que pac-


tar con el diablo. (A ELI.) ¡Mis padres me están bus-
cando! ¡Aunque no quieras, acabarán encontrándome!

(Salen TJ y ANTONIO de la mano. DOS se caracteriza


como DON JOSÉ. ELI le quita el plato a PILAR y reco-
ge de mala gana.)

PILAR.- Te lo llevas porque ya he terminado, ¿eh? que yo


no soy de esas personas que se dejan la comida en el
plato, que yo como por educación.

(Sale PILAR.)

ROSA.- Jovencita… No se preocupe, ya me levanto yo so-


la. Ay. Ay. (Con mayor insistencia al ver que ELI no la ayu-
da.) Ay. Qué barbaridad. ¿No me podría echar una
mano?

(ELI le da un manotazo y sale.)

ROSA.- Ala, ya me he quedado torcida para todo el día.

(Breve oscuro. Sonido de burbujas en el agua. Después, unos


haces de luz recortada se proyectan en el suelo generando un
desolado jardín de losas. DON JOSÉ, en pijama y con su

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

maleta en la mano, lee las lápidas. El sonido del agua se fun-


de con el ruido ambiente de un supermercado. DON JOSÉ
recorre la escena cada vez más desorientado, cada vez más in-
quieto.)

DON JOSÉ.- Despertar en una habitación que no es tuya


y preguntar, y no saber qué ha sido de ti entre filas y
filas de latas y naranjas… Recitas la lista como quien
dice un poema, Mariam, pero luego te lo cobran en
caja, ¿han vuelto a mover todo de sitio? Hay tantos si-
tios, es fácil perderse … Harina, hijos, huevos, lees uno
tras otro y no sé qué estoy buscando, normal, el olor
de la fruta podrida y nadie es perfecto… Dicen que
vienes a verme y me llaman por megafonía y brome-
an porque me he vuelto un despistado… Encontrar
los sitios cada vez es más difícil, Mariam, y no le veo
la gracia a no saber dónde estás porque no te encuen-
tro, y necesito saber si estás muerta o vienes a verme
porque no me acuerdo.

(Breve oscuro. ANTONIO ve la televisión en el espacio del


salón. Come macarrones de una lata. UNO se caracteriza
como MARIO y entra, desconcertado, con una carta abierta
en la mano. Relee la carta.)

ANTONIO.- Su hija es un demonio de cría. Ha vuelto a


llevarme a los infiernos. Seguro que mis padres llevan
un buen rato buscándome. ¿No habrán llamado?
MARIO.- No han llamado, no.

70
DIANA I. LUQUE

ANTONIO.- Pues ya es raro, ya… ¿Funciona bien el ca-


charrito ése?
MARIO.- Funciona si nos llaman. ¿Qué hace comiendo
macarrones de la lata?
ANTONIO.- Avituallarme. Tengo más en el armario, últi-
mamente paso allí bastante tiempo. Hijo, el cacharrito
ése, ¿no me lo podría guardar yo?
MARIO.- Coma.
ANTONIO.- (Saca un recorte de periódico que guarda debajo de
la bata.) Mira, he vuelto a ser noticia.
MARIO.- Ése no es usted, es un niño pequeño.
ANTONIO.- Era pequeño cuando me perdí.
MARIO.- ¿Y dónde se perdió usted, si puede saberse?
ANTONIO.- No puede saberse, que por eso me buscan.
MARIO.- Antonio, sus padres deben de tener cien años,
por lo menos.
ANTONIO.- Ciento doce cumplirá mi padre en enero.
Año arriba, año abajo. Tengo más, mira. (Se abre la ba-
ta. Está cubierto con papel de periódico recortado.)
MARIO.- Ya sé que tiene más. Se lo he dado para que no
se enfríe, no para que ande recortando críos. Tápese,
coma y deje de decir tonterías.
ANTONIO.- Vaya humor de perros.
MARIO.- ¿No voy a tener un humor de perros? Pues, ¿no
me obligan los del banco a desalojar la vivienda?
ANTONIO.- No doy crédito.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

MARIO.- Ellos tampoco, Antonio, ellos tampoco. Me qui-


tan la casa, y no me quitan a mis hijos porque hay que
alimentarlos.
ANTONIO.- Bien se podrían llevar a la hija del demo-
nio… Con perdón de su padre.
MARIO.- ¿Dónde voy yo ahora con los seis, si no tengo
dónde caerme muerto?
ANTONIO.- Aquí ofrecen una recompensa por encon-
trarme, igual te interesa.
MARIO.- No diga tonterías. ¿Se llama usted Emilio Gar-
cía?
ANTONIO.- No, Antonio Gutiérrez me llamo.
MARIO.- Antonio Gutiérrez se llama, sí; ése no es usted.
ANTONIO.- Yo juraría que soy yo.
MARIO.- Qué va a ser usted, pero si tiene ahí críos de to-
dos los colores.
ANTONIO.- Pero… pero están perdidos.
MARIO.- Todos los días se pierden niños, Antonio, ningu-
no de esos críos es usted.
ANTONIO.- Pero… son muchos. No puede ser que no
sea yo. Si estas fotos hablasen, contarían dónde he es-
tado y lo probarían.
MARIO.- Si esas fotos hablasen, no contarían más que des-
gracias.
ANTONIO.- Sí, las mías. Voy a guardarme.
MARIO.- Eso, guárdese bien bajo la bata, no se vaya a per-
der. ¿A salvo ya?

72
DIANA I. LUQUE

ANTONIO.- A salvo. ¿El cacharrito ése…?


MARIO.- (Taimado.) Es muy caro, ¿sabe?
ANTONIO.- ¿En qué te gastas el dinero, hijo, que no ha-
ces más que pedir?
MARIO.- En pañales, pastillas y pomadas para ustedes.
ANTONIO.- Bien está, entonces. (Se abre la bata y saca unos
billetes hechos con papel de periódico.)
MARIO.- Antonio, que estos son de mentirijillas…
ANTONIO.- ¿Antaño no pasaban estas cosas?
MARIO.- (Pausa breve.) Hacen ustedes de mí lo que quie-
ren. Guárdese bien el móvil y avíseme si me llaman de
algún trabajo.
ANTONIO.- Muy bien, hijo, que te quiten la casa, pero no
la esperanza.

(Entran ELI y TJ, vienen de la calle. TJ se rasca la cabeza


de vez en cuando.)

ANTONIO.- ¡Ajusta [justamente], viene el diablo!

(Sale ANTONIO.)

MARIO.- ¿Qué hacéis vosotros en casa?


ELI.- A TJ le han echado del colegio.
TJ.- No me han echado.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ELI.- Se ha pegado con Pablito.


TJ.- Chivata. Es que la profesora dice que tengo piojos por-
que Pablito tiene piojos.
MARIO.- A ver. Eli, trae un peine.
ELI.- Yo no voy a quitárselos.
TJ.- No vas a quitármelos porque no tengo.
MARIO.- TJ, deja de rascarte la cabeza. Eli, el peine. (ELI
no hace caso.) ¿Qué es…? Tienes… costras.
TJ.- Vale, pero no son piojos, ¿no?
MARIO.- Son… son como láminas transparentes.
TJ.- (A ELI.) ¿Ves como no tengo piojos?
MARIO.- TJ, ¿te has echado pegamento en el pelo?
ELI.- Papá, el pegamento se lo echa en la nariz.
TJ.- Sólo una vez. Y fue porque se me cayó. ¿A que sí, pa-
pá?
ELI.- No se te cayó.
TJ.- Sí se me cayó.
ELI.- ¿Cómo se te va a caer pegamento en la nariz?
TJ.- Igual que a ti se te cae el Tupper del desayuno a la pa-
pelera todos los días.
ELI.- No es verdad.
TJ.- Sí lo es.
ELI.- No lo es.
TJ.- Mentira.

74
DIANA I. LUQUE

ELI.- Si es mentira, ¿cómo puede ser verdad?


MARIO.- Eli, ¿quieres traerme el peine de una vez?

(Sale ELI.)

TJ.- Ah, me haces daño.


MARIO.- ¿Cuánto hace que no te bañas?
TJ.- No sé.
MARIO.- Eli, ¿cuánto hace que no se baña tu hermano?
ELI.- (Desde fuera.) No sé, ¿cuánto hace que no le bañas?
MARIO.- ¿No se baña solo? (A TJ.) ¿No te bañas solo?

(Entra ELI.)

ELI.- Le bañaba mamá.


TJ.- No es verdad, me baño yo.
ELI.- Él hacía el paripé, mamá le bañaba.
TJ.- Ay, me haces daño.
MARIO.- TJ, dime la verdad, ¿te has echado pegamento en
el pelo?
TJ.- Si te digo que no, ¿me vas a creer?
MARIO.- ¿Tú que piensas? Ven que te dé un agua, cochi-
no.

75
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

(Salen MARIO y TJ. TRES se caracteriza como PILAR.


ELI saca un fajo de billetes de su mochila y los cuenta. En-
tra PILAR.)

PILAR.- Si estás buscando la falda azul, no la busques que


está en la basura, ¿eh?
ELI.- ¿No?
PILAR.- Sí.

(Sale ELI. Regresa enseguida con la falda.)

PILAR.- Y una moza descarriada como tú no debería te-


ner tanto dinero, ¿eh? que a saber cómo lo ganas.
¿Qué haces?
ELI.- Te llevo de paseo.
PILAR.- ¿Me llevas de paseo?
ELI.- Al parque, ¿quieres? Hace un día estupendo y sería
una pena desperdiciarlo, no sé, en… urgencias porque
eres torpe y te has caído escaleras abajo.
PILAR.- ¡Socorro, hay una salvaje agrediendo a una bella
parapléjica! ¡Socorro, que me tira por las escaleras!

(Entra MARIO.)

MARIO.- Eli, ¿qué haces?

76
DIANA I. LUQUE

ELI.- Sólo quería asustarla.


PILAR.- ¡Me ha agredido y ya no puedo andar!
ELI.- Antes tampoco podías.
MARIO.- Eli, a tu cuarto. Estás castigada.
ELI.- No he hecho nada.
PILAR.- Sí que ha hecho, ¿eh?, que es una salvaje desca-
rriada y las salvajes descarriadas no consiguen dinero
haciendo nada bueno, ¿eh?
ELI.- Esas escaleras van a estar ahí siempre.
PILAR.- (Pausa breve.) Me voy, que tengo cosas que hacer,
¿eh? Y no me marcho porque me lo digas, que yo
nunca me marcho cuando me lo dicen.

(Sale PILAR.)

MARIO.- ¿Ya no te basta con robar camisetas de marca y


romper máquinas en el instituto, ahora también mal-
tratas ancianos? ¿No te da vergüenza?
ELI.- Papá, robo cosas de marca porque mi vida es una
mierda desde que los de mi clase me pillaron desayu-
nando macarrones en un Tupper en el baño del insti-
tuto.Y, sí, saqueo máquinas y, a veces, robo en la cafe-
tería porque necesito comer algo que no sean maca-
rrones. Y, si me pillan, no pasa nada, porque eso mola
y me dejan en paz.Y, no, no me da vergüenza, porque
así no me hacen la vida imposible. Pero, llego a casa y
la casa está sucia, y está llena de goteras y hace frío, y

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

tengo que compartir mi cuarto con una chocha coto-


rra que me hace la vida imposible, porque tú has te-
nido la genial idea de secuestrar a cuatro viejos para
que nos mantengan en vez de hacerlo tú, que mamá
se ha ido porque no mueves un dedo ni intentas cam-
biar las cosas, pero eso no te da vergüenza, ¿no?, eso
no te da vergüenza.

(MARIO da una bofetada a ELI.)

ELI.- Seré una hija espantosa y una persona horrible, pero


hago cosas para conseguir lo que quiero y, al final, eso
es lo que cuenta.

(Sale ELI. Pausa. MARIO entra en el espacio del baño. Se mira


en el espejo. Enciende la radio. La recepción es mala.)

RADIO.- (En off.) Buenas tardes, hoy es viernes 5 de no-


viembre, [O el día de la representación.] día de… si aca-
bas de discutir… quitar la casa. … ¿quedarte en la ca-
lle? (MARIO intenta ajustar la radio.) … tu hijo… vas
a hacer nada por evitarlo… ¡esperar de un perdedor!

(MARIO golpea la radio con desesperación. La radio se rom-


pe o deja de funcionar. La escena se transforma en un mar en
calma, con peces que lo atraviesan de un lado a otro. MARIO
permanece ajeno al cambio… tal vez fumando un cigarro y
vertiendo la ceniza en la pecera. Quizás, en la parte superior

78
DIANA I. LUQUE

de la escena, se introduce un pie diminuto, seguido de otro y,


con un pataleo feroz, pies y piernas agitan el agua. Los peces
huyen, el color azulado de la escena se disuelve y el mar de-
saparece. Espacio del salón.TJ está sentado en el suelo, con los
pies dentro del charco. Entra MARIO.)

MARIO.- ¿TJ? ¿Estabas bebiéndote el agua de la gotera?


TJ.- No.
MARIO.- ¿No? ¿Qué haces metido en el charco?
TJ.- Papá, es que hay peces en el agua.
MARIO.- Los peces no caen de las goteras, TJ.
TJ.- Ya. Están en el charco.
MARIO.- Los peces viven en el mar, no en casa.
TJ.- Pero yo los he visto…
MARIO.- TJ, es un charco de agua sucia, no se ve nada, te
pones perdido pisoteándolo, y yo no puedo poner la-
vadoras todos los días…
TJ.- ¡Pero yo los he visto, son de colores y bucean…!
MARIO.- Escúchame: la lavadora gasta agua, gasta luz, des-
gasta la ropa. No me importa que juegues, pero no te
ensucies en los charcos, ¿entendido?
TJ.- Vale.
MARIO.- ¿Cuánto tiempo llevas aquí? Estás gris… y áspe-
ro.Te están saliendo más costras. Esa pomada no te ha-
ce nada. Cámbiate de ropa, anda, no cojas una pulmo-
nía.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

(Sale TJ. DOS se caracteriza como DON JOSÉ. MARIO


observa el charco con indiferencia. Sale. Entra DON JOSÉ,
con su maleta y resollando, viene de la calle. Cruza el espa-
cio del salón y sale. Entra MARIO con un pack de latas de
cerveza y se deja caer en el sofá. Enciende la televisión.)

TV.- (En off.) ¿… de las políticas pasa por dejar huir el ta-
lento y el personal cualificado para recuperarlo en un
futuro? ¿Realmente tienen los jóvenes en el extranje-
ro las oportunidades que no tienen en nuestro país?
Comenzamos el debate presentando a los invitados de
esta noche… (MARIO cambia de canal.) ¿Necesita di-
nero? Llame a “Microcrédito, préstamo rápido”. Has-
ta tres mil euros, sin aval y en sólo cuarenta y ocho
horas. Para que usted termine de pagar su hipoteca,
para que vuelva su mujer, pagarle Bellas Artes a su hi-
ja, comprarle un pez a TJ… (MARIO cambia de canal.)
La precariedad ha sido el estandarte de las políticas de
otros gobiernos, pero no la nuestra. Nosotros vamos a
hacer decrecer el número de parados en este país. (Bu-
fido socarrón de MARIO.) ¿Nos pone en duda? Noso-
tros vamos a hacer decrecer el número de parados a
uno: usted.
MARIO.- Eso se lo dirá a todos.
TV.- (En off.) No, eso se lo decimos a usted, perdedor. Esta-
dísticamente resulta mucho más provechoso ayudarle
a usted que a cualquiera; está tan sumido en la mise-
ria, que, por poco que hagamos, su condición sólo
puede mejorar.

80
DIANA I. LUQUE

MARIO.- Pero, ¿tengo que hacer algo?


TV.- (En off.) ¿Votó usted por nosotros? (MARIO cambia de
canal.) Por favor, permanezca a la espera. Su Gobierno
trabaja para satisfacerle.

(MARIO, entre aburrido y cansado, apaga la televisión y se


recuesta. Entra ROSA y se sienta junto a MARIO, que
duerme. La iluminación varía, indicando el paso del tiem-
po… quizás más de un día o dos. MARIO se despierta.)

ROSA.- ¿Doctor? Me agarra.


MARIO.- ¡Rosa, que me va a matar de un susto!
ROSA.- Mi marido, quiero que me suelte. Ayúdeme, doc-
tor.

(MARIO ríe a carcajadas.)

ROSA.- ¿Doctor?
MARIO.- (Ríe con más fuerza. Después.) Llame a un exor-
cista.
ROSA.- (Pausa breve.) Sé que voy a morirme, llevo años
muriéndome, pero no sé de qué, ni cuándo, ni sé có-
mo… cada noche me acuesto pensando que no voy a
despertarme y luego me despierto y sigue apretándo-
me. ¿No puede curarme, doctor?
MARIO.- Váyase a dormir.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ROSA.- Si me voy dormir, seguiré viva mañana, ¿verdad?


No quiero morirme, doctor.
MARIO.- “Doctor, tráteme”, “doctor, cúreme”, “doctor,
doctor, doctor…” Míreme, no soy más que un muer-
to de hambre, deprimido y borracho; estoy completa-
mente sano, joder… quiero trabajar, quiero cuidar de
mi familia, quiero quedarme en mi piso y que vuelva
mi mujer. ¿Usted va a hacer que vuelva mi mujer? ¿Va
a hacer que no nos echen a la calle? ¿Va a pagarme la
luz, el teléfono y los libros del colegio de mis hijos?
¿Va a ayudarme a ser un puto ser humano? (Pausa lar-
ga. Calmado.) Váyase a dormir.
ROSA.- No quiero que me lleve mi marido.
MARIO.- Váyase, Rosa. Mañana seguirá viva y yo seguiré
siendo un muerto de hambre. Seguiremos con esta
farsa, y todos contentos.

(Oscuro sobre MARIO y ROSA. Espacio de la habitación


de ELI. ELI trabaja con arcilla. Entra DON JOSÉ.)

ELI.- ¿No te he dicho que te largues, mole de…? Ah. Lár-


gate.
DON JOSÉ.- ¿He estado aquí antes?
ELI.- Largo. (Pausa.) Que te marches.
DON JOSÉ.- Me he cansado de ver… esa cosa. La tele.
ELI.- ¿Y a mí qué? ¿Qué miras?
DON JOSÉ.- Te veo llorar.

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DIANA I. LUQUE

ELI.- ¿Qué pasa, soy un puto mono de feria? Molo mucho


para hacer el imbécil, pero nadie quiere saber nada
cuando hay problemas, ¿no? Basta con soltarme que
crezca, que me tome la vida en serio para que los de-
más me tomen a mí en serio; pero resulta que da igual,
porque apunto demasiado alto, ¿no?

(DON JOSÉ mira fijamente a ELI.)

ELI.- ¿Qué?
DON JOSÉ.- No te conozco.
ELI.- Eli. Se supone que soy tu nieta.
DON JOSÉ.- Se supone que eres mi nieta, Eli, pero no sé
quién eres. Ésta no es mi casa y en la residencia dicen
que no vivo allí, que hable con mi hijo, pero no ten-
go hijos y no vivo en la residencia y no sé qué ha po-
dido pasar… no sé qué ha pasado… (Pausa breve.) ¿Es-
tás llorando? No paras de llorar, te lo he dicho muchas
veces, no vamos a tener hijos…
ELI.- ¿De qué vas?
DON JOSÉ.- Toda la noche llorando, dan problemas, cre-
cen y se marchan, Mariam, la gente necesita hijos, yo
no, todas las noches llorando.
ELI.- Mariam no sabe que estás aquí, ¿verdad?
DON JOSÉ.- ¿Mariam? ¿Ha venido a verme? Siempre vi-
no ayer, pero no la he vuelto a ver y me llaman por
megafonía para que vaya al punto de encuentro, pero

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

nunca está… ¿Ha venido a verme? No sé dónde he


estado ni quién ha puesto un punto entre tanta línea
recta, aunque la enfermera dice que ayer vi a Mariam,
pero la última vez leía en alto la lista de la compra y
yo buscaba y… no recuerdo que me pidió, ni si leía la
lista ayer cuando vino y… y sigue esperando algo que
no voy a darle. (Pausa.) Qué chistoso. Un… uno de
esos.
ELI.- Es para TJ. Como se le ha muerto Tadeus, le he he-
cho uno de arcilla.
DON JOSÉ.- Porque todo el mundo merece tener una
oportunidad, por eso.
ELI.- ¿Por eso, qué?
DON JOSÉ.- Por eso los peces pequeños se echan de
vuelta al mar. También recuerdo cosas que no recuer-
do y robo cosas sin querer. ¿Usted es enfermera?
ELI.- No. ¿Quieres que te enseñe a trabajar la arcilla?

(Breve oscuro. Espacio del salón. MARIO, TJ, ELI, AN-


TONIO y ROSA viendo la televisión mientras comen la-
tas de macarrones. Cambio de iluminación.)

TJ.- ¿Qué has hecho?


ELI.- ¿Qué he hecho?
TJ.- Eso pregunto. Está enfadado.
ELI.- No está enfadado. Está depre.
TJ.- ¿Por qué?

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DIANA I. LUQUE

ELI.- Porque es un simio con cerebro y habilidades varias


que no sabe cómo usar.
TJ.- Una puta pena, ¿no?
ELI.- Una puta pena, sí. La mayoría de la gente ha llegado
a ser alguien antes de los cuarenta. No necesariamen-
te alguien famoso que sale por la tele, al que invitan a
todas las fiestas y consigue mesa en los restaurantes
más caros.
TJ.- Y suites en los mejores hoteles y vuelos preferentes en
todos los aviones.
ELI.- Me refiero, simplemente, a ser alguien.
ANTONIO.- Al menos tiene pelo.
ROSA.- Más en la espalda que en la cabeza.
TJ.- ¿Esa protuberancia en el abdomen es principio de ba-
rriga?
ELI.- Es una señora barriga. Cien por cien hidratos de car-
bono.
ROSA.- ¿Cómo va a cuidar de nosotros si no es capaz de
cuidarse a sí mismo?
ANTONIO.- Lleva noches sin dormir.
TJ.- Lleva meses sin trabajar.
ELI.- Lleva una ropa de pena.
ROSA.- Lleva una vida de pena, sí.
ELI.- He aquí un espécimen de hombre moderno: encefa-
lograma plano, aspecto de simio demacrado… ¿va a
rascarse los huevos?

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ELI, TJ, ANTONIO y ROSA.- Aaag.


ANTONIO.- Tírale cacahuetes.
TJ.- No tengo cacahuetes.
ANTONIO.- Entonces, tírale macarrones.
ROSA.- No merece la pena. Es un perdedor.
TJ.- (Le tira macarrones. ) Perdedor…
ELI.- (Le tira macarrones. ) Perdedor…
ANTONIO.- (Le tira macarrones. ) Perdedor…
ROSA.- (Le tira macarrones. ) Perdedor…
MARIO.- ¡Bueno, vale ya!

(Cambio de iluminación.)

ANTONIO.- (Despertándose.) ¡Ajusta! ¿Qué voces son ésas?


TJ.- ¿Papá, estás bien?
ROSA.- Llevo las uñas de los pies que parecen mejillones.
Va a necesitar unos alicates, doctor.

(MARIO se levanta y sale, va a la calle.)

ELI.- ¿Ha salido descalzo?


ROSA.- Al doctor le gusta operar cómodo. ¿Cambiamos
de canal? No se preocupen, ya me levanto yo. Ay. Ay.
(Con mayor insistencia al ver que nadie lo hace por ella.) Ay.

86
DIANA I. LUQUE

Qué barbaridad. Antonio, ¿no tiene nada mejor que


hacer que pellizcarle los carrillos a una moribunda?
ANTONIO.- No se infravalore tanto, mujer. En lo que res-
pecta a mis afectos bien poco importa cuánto tarde us-
ted en morirse, si está más buena que un queso.
ROSA.- No me diga usted requiebros, que me sonrojo y
me sube la temperatura. (Cambia de canal. Se sienta con
dificultad.) Información sobre la bolsa.
ANTONIO.- ¿Y eso a quién le interesa?

(ELI cambia de canal con el mando de la tele. ANTONIO


y ROSA desconcertados.)

ELI.- No lo he hecho antes por joder.

(Sale ELI. CUATRO se caracteriza como REPORTE-


RO/ A.)

TV.- (En Off.) Cifra histórica de paro. El Gobierno llevaba


semanas anunciando que esperaba un buen dato y ayer
puso especial énfasis en destacar que ha sido el mejor
trimestre de la crisis.

(Escena paralela: Entra REPORTERO/ A.)

REPORTERO/ A.- Efectivamente, el paro ha descendido


un 99’999999999%, cifra que bate récords históricos.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

El número de parados actualmente es 1, el hombre


que ven ustedes saliendo de esta oficina de empleo
público en la que nos encontramos.

(Entra MARIO.)

REPORTERO/ A.- Disculpe, ¿qué opina usted de los


nuevos datos facilitados por la última Encuesta de Po-
blación Activa del Instituto Nacional de Estadística?
MARIO.- ¿Qué voy a opinar? Son datos desoladores.
REPORTERO/ A.- Lo serán para usted. Se ha creado em-
pleo y ha descendido el paro hasta el 0’000000001%,
es el mejor resultado de la historia.
MARIO.- ¿Qué quiere que le diga?
REPORTERO/ A.- Quiero que me diga por qué no ha
encontrado usted trabajo aún.
MARIO.- Es que la cosa está muy mal… y a mi edad…
experiencia laboral tengo. Y yo me apaño con cual-
quier trabajo, que tengo seis bocas que alimentar. Sie-
te, que Pilar come por dos.
REPORTERO/ A.- ¿Cómo es su situación actualmente?
MARIO.- Desesperada. En breve nos echan a la calle, no le
digo más. ¿Dónde voy yo ahora con dos críos y cua-
tro ancianos?
REPORTERO/ A.- Pero, ¿no cobra usted ningún tipo de
prestación?
MARIO.- Ni el subsidio, ni por tener hijos ni personas

88
DIANA I. LUQUE

mayores a mi cargo. Me dicen que mi caso es tan ex-


cepcional que no saben cómo gestionarlo.
REPORTERO/ A.- ¿Cómo se las arreglan ustedes enton-
ces?
MARIO.- Malamente. Ningún sustento social recibimos.
Desde que hace cuatro meses me pillaron vendiendo
en la calle la comida que me daban en el comedor so-
cial, tenemos prohibida la entrada a cualquier centro.
REPORTERO/ A.- En estas circunstancias, ¿cuáles son sus
expectativas de futuro?
MARIO.- Pues… si este año ha sido malo, el que viene se-
rá peor.
REPORTERO/ A.- Ya lo han visto ustedes, un único pa-
rado, un muerto de hambre, un perdedor.

(Oscuro sobre MARIO y REPORTERO/ A.)

ANTONIO.- Qué ser más extraordinario. Le dan una pa-


tada en los morros y sigue sonriendo.
ROSA.- ¿Así va el mundo? No parece que me pierda mu-
cho con no salir a la calle. (A TJ.) Jovencito, cambia de
canal, que esto no me gusta.

(Breve oscuro. UNO, DOS,TRES, CUATRO Y CINCO


se caracterizan como DON JOSÉ. Ruido ambiente de un
supermercado. Quizás unos haces de luz recortada se pro-
yectan en el suelo en forma de lineales. Entra DON JOSÉ

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

(DOS). Como al principio de la obra, observa un papel con


la lista de la compra, mira al vacío como si intentase locali-
zar algún producto. Recorre la escena cada vez más deso-
rientado, cada vez más inquieto. Al tiempo que DON
JOSÉ (DOS) sale, entra DON JOSÉ (UNO) desde otro
punto y reproduce la acción. Mientras la ejecuta, entran cua-
tro DON JOSÉ (TRES, CUATRO, CINCO y DOS)
desde distintos puntos y realizan la misma acción. Los cinco
DON JOSÉ se cruzan en el espacio y repiten el siguiente
monólogo en canon. El coro de voces resuena ininteligible,
mientras el ruido ambiente se eleva paulatinamente.)

DON JOSÉ.- No hay mas que botes y frascos y paquetes,


Mariam, de todos los colores, siempre mueven todo
de sitio y no encuentras las cosas y no me encuentras
a mí, porque me llaman y no sé dónde estoy, es fácil
perderse, ya lo sabes, mi mente no es lo que era y el
supermercado no es lo que era y no puedo dártelo to-
do y el frío de las cámaras… la mayoría no me gusta,
toda congelada, llena de mosquitos la lechuga, no voy
a comérmela, no quiero ni comprarla, qué asco, todo
congelado y en vez de lenguado, coges un resfriado y
estás tres días en cama… dicen que vas a verme, yo
creo que has muerto, tanta comida que da asco y latas
y frascos y paquetes, pero no hijos, el pescado descon-
gelado se escurre por mi pernera, caliente, y no re-
cuerdo qué me has pedido… harina, huevos, pan, pe-
ro no hijos, se ha descongelado y tiene prisa en bajar,
no sé qué estaba buscando, no los quiero y te avisé, así
que no llores, está usted muy inquieto y Mariam está

90
DIANA I. LUQUE

esperando y no lo encuentro… muy inquieto, te avi-


sé, así que ahora no llores, voy a darle algo para que se
relaje, pero no llores, no sé dónde estoy y no sé si es-
toy inquieto, así que ahora no llores, Mariam, no llo-
res, así que ahora no llores…

(Súbito estruendo de latas de conserva que caen al suelo…


quizás muchas latas de atún caen desde la parte superior de
la escena. Oscuro. Sonido de una respiración cada vez más
pausada. Un último aliento. Silencio.)

91
ACTO III

(Sonido de un mar agitado. UNO, DOS, CUATRO y CINCO


se caracterizan como TJ, ANTONIO, PILAR y MARIO, res-
pectivamente. Todos están abrigados con papel de periódico. Unos
haces de luz recortada se proyectan en el suelo generando un jar-
dín de losas. TJ, ANTONIO, PILAR y MARIO ante la tum-
ba de DON JOSÉ. Tras unos instantes, MARIO anima a todos
a que se marchen. Salen. TRES se caracteriza como ROSA y se
sienta a esperar en el espacio del salón. TJ entra en el espacio del
salón, rasgando su abrigo de papel y tirándolo al suelo, seguido de
MARIO, PILAR y ANTONIO. Vienen de la calle.)

ANTONIO.- (Resollando.) Los mejores, siempre se van los


mejores.
ROSA.- Lo he intentado, pero… cinco pisos son muchos
pisos.
MARIO.- (Resollando.) ¿A mí me lo va a decir, que he su-
bido la esbelta figura de Pilar en volandas?
PILAR.- ¿Lo de esbelta no será con sorna, eh?
MARIO.- (Resollando.) ¿Cómo se le ocurre, Pilar, cómo se
le ocurre?
PILAR.- No he visto un funeral igual en mi vida, que ni
ha sido un funeral ni ha sido nada, ¿eh?
ANTONIO.- (Resollando.) Las flores eran bonitas.
PILAR.- Las flores eran bonitas, pero no eran para él, ¿eh?,
que se las hemos quitado a otro muerto.

92
DIANA I. LUQUE

ROSA.- Tengo viruses, doctor. No se ven, pero ahí están.


MARIO.- Pues vaya a contarlos y luego me pasa usted los
resultados.

(Sale ROSA. TRES se caracteriza como MÓNICA.)

MARIO.- TJ, ése va a ser tu abrigo durante el invierno, tú


sabrás lo que haces con él.
TJ.- Yo quería ir con Eli y no me habéis dejado…
ANTONIO.- No te juntes con la endiablada ésa.
TJ.- La tenía que encontrar yo, y ahora Eli va a ver a Ma-
riam antes y no es justo.
MARIO.- ¿Tu hermana ha ido a ver a Mariam? Pero, ¿no
venía a casa?

(Suena el móvil de MARIO, que ANTONIO tiene guar-


dado.)

ANTONIO.- ¡Ajusta, el cacharrito!


PILAR.- Responda, que serán sus padres.
ANTONIO.- Es que no sé qué decir.
TJ.- Tonto. (Al móvil.) ¿Sí?

(Luz sobre MÓNICA.)

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

MÓNICA.- (Al móvil.) ¿TJ?


TJ.- (Al móvil.) ¡Mamá! ¿Cuándo vienes?
ANTONIO.- ¿Es mi madre?
MARIO.- ¿Es tu madre? Pásamela.
MÓNICA.- (Al móvil.) TJ, ¿está ahí tu padre?
TJ.- (Al móvil.) ¿Vas a venir pronto?
MÓNICA.- (Al móvil.) ¿Mario? ¿Mario? ¿Mario, estás ahí?

(MARIO le quita el teléfono a TJ. TJ sale, enfadado.


UNO se caracteriza como ELI.)

MARIO.- (Al móvil.) Cariño, no sabes cuánto me alegro de


oírte.
MÓNICA.- (Al móvil.) Una terrible noticia, una trágica y
terrible noticia. Lo he visto por la tele, es una trage-
dia.
MARIO.- (Al móvil.) Una tragedia, sí, una tragedia. Siem-
pre pensé que yo moriría primero. Y que tú también
morirías primero.
MÓNICA.- (Al móvil.) El restaurador ha hecho un trabajo
estupendo con su cara, le han hecho un primer plano,
parecía una estrella de cine con tanto maquillaje.
MARIO.- (Al móvil.) Treinta años más joven parecía con el
pellejo estirado. La ceja derecha ostensiblemente más
alta que la izquierda. La nariz ligeramente inclinada
hacia el este, la expresión completamente desencaja-
da…

94
DIANA I. LUQUE

MÓNICA.- (Al móvil.) ¿No se ha podido hacer nada con


la mandíbula?
MARIO.- (Al móvil.) ¿Qué se puede hacer con el gesto de
un hombre que ve quinientas latas extra grandes de
atún en aceite venírsele encima?
MÓNICA.- (Al móvil.) Perder la cabeza de esa forma…
MARIO.- (Al móvil.) Sabido era que padecía Alzheimer, no
que la balda de un lineal le partiría el pescuezo.
MÓNICA.- (Al móvil.) ¿Y, aún así, murió de un infarto?
MARIO.- (Al móvil.) De un infarto murió, sí, del propio
susto. Lástima lo de la cabeza. Tuve que amenazar al
restaurador para que la acoplase bien en el cuerpo.
Dos botes enteros de cola blanca y pegamento, que
acabaron goteando por las cuencas de los ojos.
MÓNICA.- (Al móvil.) Parecía lágrima artificial. Un toque
emotivo.
MARIO.- (Al móvil.) Lo parecía hasta que le secamos las lá-
grimas y los Kleenex se le pegaron a las pupilas.
MÓNICA.- (Al móvil.) Al menos murió como le hubiera
gustado.
MARIO.- (Al móvil.) No sé si le hubiera gustado, la verdad
es que detestaba el atún.
MÓNICA.- (Al móvil.) Ahora supongo que el supermerca-
do nos indemnizará como corresponde.
MARIO.- (Al móvil.) Mal supones, cariño. La cámara de se-
guridad demuestra que fue él quien se abalanzó con-
tra las latas y no al revés.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

MÓNICA.- (Al móvil.) ¿Quién lo hubiera pensado?


MARIO.- (Al móvil.) Yo no, desde luego. Como tampoco
pensé que, después de llevar meses en casa, acabaría
donando todos sus bienes al supermercado.
MÓNICA.- (Al móvil.) Mario, sabes que detesto decir que
te lo dije, pero te lo dije: ese hombre tiene Alzheimer
y acabará degollándose con la balda de algún lineal del
supermercado, aplastado por algún túnido en conser-
va y dejándonos en la estacada.
MARIO.- (Al móvil.) Y así ha sido, Mónica, así ha sido.
MÓNICA.- (Al móvil, con inquietud.) ¿Cómo ha sido, Ma-
rio, cómo ha sido?
MARIO.- (Al móvil.) La sangre le salía a borbotones, algu-
nas latas reventaron y fue preciso vadear en el aceite y
entre los sesos para llegar hasta él. Dos reponedores lo
alzaron en volandas, mientras sus entrañas se desparra-
maban por el suelo, para espanto de clientes y hurta-
dores, que acabaron salpicados de fluidos. Perdona, ca-
riño, que sea tan comedido; no me gustaría que estos
viejos que están a punto de palmarla se lleven una im-
presión horrenda de la muerte.
MÓNICA.- (Al móvil.) Siempre fuiste bastante conciso,
Mario. Adiós, cariño, adiós.

(Oscuro sobre MÓNICA.)

MARIO.- (Al móvil.) Por lo demás, no nos vendría mal que


nos mandases dinero ahora que trabajas… ¿Cariño?
¿Mónica? (Para sí.) Siempre hace lo mismo.

96
DIANA I. LUQUE

(Sale MARIO. ANTONIO y PILAR horrorizados.)

PILAR.- ¿A qué hora viene la enfermera? Necesito que


me aseen.

(Oscuro sobre PILAR y ANTONIO. MARIO entra en el


espacio de la habitación de ELI. Se sienta a esperar… qui-
zás curiosea entre sus cosas. Entra ELI, viene de la calle.)

ELI.- ¿Qué haces en mi cuarto?


MARIO.- ¿Qué horas son éstas?
ELI.- Oye, no empieces; he llegado tarde, ya está. Castíga-
me si quieres; total, ya estoy castigada hasta los cin-
cuenta. ¿Te puedes marchar? Quiero dormir.
MARIO.- ¿Has visto a Mariam? TJ dice que ibas a verla.
¿Has estado en la residencia?
ELI.- ¿Qué pasa, te da miedo que te haya metido en un lío?
MARIO.- ¿Lo has hecho?
ELI.- Iba a pedirles que llamasen a Mariam, si es que Ma-
riam existe todavía.
MARIO.- ¿Existe?
ELI.- No he llegado a entrar. No quería joderla por una
tontería.
MARIO.- Gracias.
ELI.- Ya. Pero es una mierda, igual ni se entera de que su
marido ha muerto.

97
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

MARIO.- Si es que ella vive aún…


ELI.- Podríamos, no sé, ir a la residencia y decir que está
muy enfermo, que quiere ver a su mujer.
MARIO.- Eli, nadie ha preguntado por Don José en todos
estos meses.
ELI.- (Pausa.) ¿A ti te gustaría morirte y que mamá no se
enterase?
MARIO.- Se enteraría, tendría que hacerse cargo de voso-
tros.
ELI.- Podrías, no sé, decirle que vuelva.
MARIO.- Tu madre está mejor en Alemania, créeme.
Acuéstate, mañana tienes clase.
ELI.- ¿Por qué tengo que ir a clase? Puedo intentar buscar
trabajo. Así, te ayudaría con los gastos. Bueno, pero só-
lo un poco.
MARIO.- ¿Quieres comer macarrones el resto de tu vida?
ELI.- Vale, déjalo, no lo entiendes.
MARIO.- ¿Por qué tienes que ir a clase? Para que apren-
das a pensar por ti misma y no te engañen. Para que
puedas tomar decisiones y aspirar a algo mejor.
ELI.- Papá, tú no sabes lo que es tener diecisiete años y que
todo el mundo hable de ti y diga que no tienes futu-
ro, porque ni tú ni nadie de tu edad tiene futuro. ¿Y
se supone que yo tengo que vivir un día y luego otro
y otro sabiendo que no hago falta?
MARIO.- Haz algo útil con tu vida, hija. Y no te parezcas
al patán de tu padre.

98
DIANA I. LUQUE

ELI.- Genial, como si lo que yo quiero hacer fuese preci-


samente útil.
MARIO.- Eli, yo no sé para qué sirve el arte. Y tampoco
creo que los dibujos esos que haces vayan a cambiar el
mundo; pero tienes imaginación, úsala, al menos, para
mejorar tu futuro. Y después, si quieres, mejoras el de
los demás, que falta nos hace.
ELI.- ¿Sabes cuánto cuesta la carrera, papá? ¿Y los materia-
les, los libros…?
MARIO.- Una barbaridad, ¿no?
ELI.- (Pausa breve.) ¿Te imaginas a TJ dentro de cuarenta
años, con traje y trabajando, no sé, en una empresa o
de abogado?
MARIO.- Me lo imagino con una gorra vendiendo ham-
burguesas. Pero, yo no tengo imaginación. Acuéstate,
anda. (Pausa breve.) No le digas a tu hermano lo ho-
rrible que va a ser su vida.Ya se irá dando cuenta con
los años.

(Breve oscuro. UNO se caracteriza como TJ. Espacio del salón.


TJ, sentado en el suelo, observa el charco. Entra MARIO.)

MARIO.- ¿Qué haces levantado?


TJ.- Tenía sed.
MARIO.- ¿No habrás bebido agua del charco?
TJ.- Sólo fue una vez y no paras de decírmelo, y fue por-
que me la tragué sin querer.

99
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

MARIO.- ¿Has estado llorando? Te brillan los ojos. ¿No


tendrás fiebre?
TJ.- No puedo respirar porque pienso en el abu y me da
pena porque ya es el segundo abu que se me muere y
yo no quería. Papá, ¿y si me caigo en el colegio y me
muero?
MARIO.- Te levantas y sigues jugando.
TJ.- Vale. (Pausa.) ¿Mamá se ha ido por mi culpa?
MARIO.- No digas tonterías. Mamá está en Alemania por-
que allí gana mucho dinero y come muchas salchi-
chas. Olvida esto último.
TJ.- ¿Qué estará haciendo ahora?
MARIO.- ¿A las tres de la madrugada?

(Luz sobre MÓNICA. Ruido ambiente de un casino. MÓ-


NICA, con actitud sofisticada, un puro en la boca y un va-
so con whisky en la mano, juega a la ruleta americana.)

MÓNICA.- La fortuna reparte a ciegas sobre sus favoritos


a capricho. Seis mil al trece. (Ríe grotescamente. Después,
a algún camarero.) Otro whisky.Y un buen estofado de
caaaarne. (Ríe grotescamente.)
MARIO.- (Para sí.) No, poco probable.

(Oscuro sobre MÓNICA. TRES se caracteriza como RO-


SA.)

100
DIANA I. LUQUE

TJ.- ¿Va a venir pronto?


MARIO.- No lo sé, hijo, no lo sé. (Pausa breve.) ¿A ti te
gustaría que nos fuéramos a vivir a un sitio bonito y
sin goteras?
TJ.- No.
MARIO.- Pero, TJ, esta casa no va a aguantar otro invier-
no, está llena de humedades.
TJ.- Pero es mi casa y me gusta y no me quiero ir. (Le cues-
ta respirar.)
MARIO.- Bueno, no te vayas a coger un sofoco ahora.Ven-
ga, vamos a la cama.
TJ.- Tengo sed.
MARIO.- ¿No acabas de beber?
TJ.- Ya, pero tengo sed. ¿Aupa?
MARIO.- ¿No eres un poco mayorcito para que te coja?
Anda, arriba. TJ, hijo, hueles a pescado podrido. ¿No
te bañé el mes pasado?

(Salen MARIO y TJ. Breve oscuro. Espacio del salón. RO-


SA y PILAR abrigadas con papel de periódico. PILAR,
que lleva puestos unos zapatos visiblemente estrechos e incó-
modos, lee el diario de ELI.)

ROSA.- Este frío es estupendo para mi reuma.


PILAR.- (Lee.) “Viernes cinco de noviembre. [O el mismo
día que indique la radio.] Desde que paso [pastillas] en el

101
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

instituto, molo, tengo pasta y los tíos me hacen más


caso que a todas esas pijas gilipollas…” Aquí todo el
mundo es gilipollas…
ROSA.- ¿He perdido peso? ¿No estoy más delgada?
PILAR.- (Lee.) “…que a todas esas pijas gilipollas y esque-
léticas de clase, que se ríen de mí porque me sobra cu-
lo y me faltan tetas.”
ROSA.- Pieles colgantes por todas partes.
PILAR.- Eso es flaccidez, ¿eh? A su edad es normal.
ROSA.- No sé qué tiene de normal parecer un pergami-
no.
PILAR.- Será usted de pellejo crujiente.Yo hago ejercicios
faciales. (Se tira de los mofletes.) ¿No estoy visiblemente
más joven?
ROSA.- No.
PILAR.- Pues debería, ¿eh? A ver, otro día… (Lee.) “Como
me vuelva a tocar mis cosas la mole cotorra ésa…”
Rosa, ya está otra vez hablando de usted. “… la mole
cotorra ésa la tiro equis las escaleras.” ¿“equis las esca-
leras”? Escribe tan mal como habla.
ROSA.- ¿No dice nada de mi reuma?
PILAR.- Déjeme ver. Oh, aquí. (Lee.) “Nacho está más
bueno que Jorge, pero es que Jorge es gilipollas”. Ella
siempre escribe “gilipollas” con jota, pero yo lo pro-
nuncio correctamente, ¿eh?

(Entra ANTONIO resollando, viene de la calle.)

102
DIANA I. LUQUE

ANTONIO.- Cinco… cinco pisos del demonio.


ROSA.- ¿Trae noticias del exterior?
ANTONIO.- El exterior ya no es lo que era. Corrupción
por todas partes. Antaño no pasaban estas cosas.
ROSA.- ¿Así va el mundo?
ANTONIO.- Así y con toda clase de vandalismos.
PILAR.- Debería usted salir a la calle, Rosa, ¿eh? en vez de
pasarse el día quejándose y viendo la tele.
ROSA.- ¿Para qué voy a salir a la calle si ya la veo por la
tele?
ANTONIO.- ¿No hay noticias de mis padres?
PILAR.- Aquí sólo hay noticias de mozalbetes que se afi-
cionan a las drogas con la descarriada ésa, ¿eh? que la
juventud de hoy en día está perdida.
ROSA.- ¿Está perdida la juventud de hoy en día?
ANTONIO.- La juventud de hoy en día está echada a per-
der.
PILAR.- La juventud de hoy en día se nos ha aficionado a
las drogas en vez de al trabajo.
ANTONIO.- ¿Trabajo? Ningún trabajo hay hoy en día.
PILAR.- Ningún trabajo hay hoy en día, pero sí drogas con
las que drogarse.
ROSA.- Drogas con las que drogarse hay, pero no hay nin-
gún trabajo.
ANTONIO.- Antaño había trabajo, no como hoy en día.
ROSA.- Hoy en día no se tiene la juventud de antaño.

103
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

PILAR.- ¿La juventud de antaño no se tiene hoy en día?


ANTONIO.- Si yo tuviese la juventud de antaño, no tra-
bajaría.
ROSA.- Si yo tuviese la juventud de antaño, me aficiona-
ría a las drogas.
ANTONIO.- (Pausa breve.) ¿Qué, buenas mozas, de lectu-
ra literaria?
PILAR.- Poca literatura hay en esta casa, Antonio, ¿eh?
ANTONIO.- Hacíame yo referencia a las revistas de la ni-
ña del demonio.
PILAR.- La salvaje ésa me ha dicho que no toque sus re-
vistas y no las toco, ¿eh?
ANTONIO.- ¿Y qué lee?
PILAR.- Su diario.
ANTONIO.- ¿Ajusta su diario? ¿No tendrá usted interés
en los asuntos del diablo?
ROSA.- Tiene sus zapatos. Y también algo de envidia.
PILAR.- ¿Qué envidia voy a tener de ese espantajo? Nin-
guna envidia, ¿eh?, que de lo único que me da envi-
dia es de que yo no puedo decirle nada por tocar mis
cosas, porque le da asco tocarlas y no las toca.

(Suena el móvil de MARIO, que ANTONIO lleva guar-


dado.)

ROSA.- Antonio…

104
DIANA I. LUQUE

ANTONIO.- Ya. ¿Me hace usted el favor?


ROSA.- ¿Cómo no? (Al móvil.) ¿Sí? (Escucha.) Sí. (Escucha.)
Un momentito, por favor, que le pregunte. (A AN-
TONIO.) Sus padres preguntan si quiere usted nave-
gar al doble de velocidad.
ANTONIO.- (Pausa.) Pues… no lo sé.
ROSA.- (Al móvil.) Dice que no lo sabe. (Escucha. Después,
a ANTONIO.) Dicen que es una promoción única.
ANTONIO.- (Pausa.) Pues… no lo sé.
ROSA.- (Al móvil.) Perdonen, ¿les importaría llamar un po-
co más tarde? Está algo confuso con esto del reen-
cuentro, son muchos años, ¿sabe usted? (Escucha.)
Ahora mismo no puedo decirle, que luego tendré
consulta con el doctor y a veces me tiene varios días
esperando. (Escucha.) No, gracias a ustedes.
PILAR.- Diles que les quiere, como en las películas.
ROSA.- (Al móvil.) Antonio les quiere y les manda besos.
Adiós. (Cuelga.)
PILAR.- Sus padres deben de quererle mucho cuando le
invitan de crucero, ¿eh?, que pocos padres se llevan a
sus hijos perdidos de crucero.
ANTONIO.- Si me disculpan.

(Sale ANTONIO. DOS y UNO se caracterizan como UN


HOMBRE/ UNA MUJER y ELI, respectivamente.)

ROSA.- Creo que se ha emocionado.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

PILAR.- No soy yo de esa clase de personas que se emo-


cionan, que deja el ceño marcado, ¿eh?, y luego no
hay manera de estirarlo.
ROSA.- Ay, si yo pudiera salir a navegar… (Pausa.) ¿Está
usted llorando?
PILAR.- Me aprietan los zapatos.

(Oscuro. La escena iluminada únicamente por un haz de


luz. Música sofisticada. Entra MARIO, con paso seguro y
glamoroso, vestido de frac, y se sitúa bajo el haz de luz. Se
pone unos guantes de seda blanca, se ajusta la levita, arregla
el pañuelo del bolsillo, se encaja una chistera, coge un male-
tín, da algunos pasos por el espacio y, finalmente, se queda
de pie esperando. La música se funde con el ruido ambiente
del tráfico de la ciudad. MARIO se da cuenta de que ha
puesto el maletín del revés. Al girarlo puede leerse “Moro-
sos.com”. Ante él cruza UN HOMBRE/ UNA MUJER
que, al verlo, agacha la cabeza avergonzado/a y acelera el pa-
so. MARIO lo/a sigue fuera de escena. DOS se caracteriza
como ANTONIO. Espacio de la habitación de ELI. ELI
trabaja con arcilla. Entra ROSA, apoyándose en su anda-
dor.)

ROSA.- Jovencita, ¿no está el doctor?


ELI.- Qué manía os ha dado a todos con entrar en mi ha-
bitación. ¿Te puedes largar?
ROSA.- Estoy muy malita. Me duele mucho el pecho. Y
me dan taquicardias.

106
DIANA I. LUQUE

ELI.- Guay.
ROSA.- No sé qué tiene de guay morirse.
ELI.- Oye, no te estás muriendo.
ROSA.- Tengo miedo, y no quiero tener miedo, pero mi
marido no me suelta y voy a morirme y me van a en-
terrar con él y yo no quiero.
ELI.- ¿Qué pasa, te zurraba, o qué?
ROSA.- (Pausa.) No sé qué te ha hecho la vida para que
tengas tanto odio. ¿Tú sabes cómo se quitan los saba-
ñones?
ELI.- No.
ROSA.- Yo sí y, en cambio, soy yo quien se muere.
ELI.- (Golpea el andador y lo tira al suelo.) Eres una vieja hi-
pocondríaca y paranoica y no dices más que gilipolle-
ces. ¿Te estás muriendo? Claro, como todo el mundo.
Eres vieja y arrugada, sólo eso, no tienes que preocu-
parte de qué vas a hacer con tu vida porque ya la has
vivido, y no vas a convertirte en una vieja arruinada y
depre que no ha podido hacer nada que valga la pe-
na, sólo porque no puede aspirar a nada que valga la
pena porque no le importas a nadie, así que deja de
quejarte.
ROSA.- Tengo una ampolla en los pinrreles y no me he
quejado.
ELI.- Hasta ahora.
ROSA.- Hasta ahora no me he quejado, no.
ELI.- Largo-de-mi-habita-ción.

107
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ROSA.- Me voy a dormir. Seguro que esta noche me mue-


ro y se me curan todos los males. No te preocupes, jo-
vencita, ya cojo yo el andador. Ay. Ay. (Con mayor insis-
tencia al ver que ELI no lo hace por ella.) Ay. Qué barba-
ridad. (Según sale, apoyándose en el andador.) ¿Crees que
me odias porque soy vieja? No. Te da miedo conver-
tirte en una vieja frágil y asustadiza que no se atreve
ni a salir a la calle.
ELI.- ¿Tú qué sabes?
ROSA.- Siempre es mejor que ser un loco aturdido y an-
clado en el pasado. Aunque tú vas camino de conver-
tirte en otra gloria marchita que no se quiere a sí mis-
ma.
ELI.- Genial, largo.
ROSA.- No sé qué tiene de genial ser viejo. Tampoco sé
qué tiene de genial ser joven. Al final, se deshacen
igual de unos y de otros.

(Sale ROSA. Pausa. ELI aplasta el pez de arcilla. Oscuro


sobre ELI. UNO se caracteriza como TJ. Espacio del salón.
ANTONIO observa las fotografías recortadas de los perió-
dicos. Entra MARIO, vestido de cobrador y con cartas en la
mano, viene de la calle.)

ANTONIO.- ¡El del muñeco, que viene el del muñeco!


MARIO.- Muy gracioso, Antonio. ¡Vaya mierda de día! Los
del banco dicen que ya no hay nada que negociar, que
han requerido un lanzamiento judicial de esos… y

108
DIANA I. LUQUE

aquí no paran de llegar facturas… ¿Cómo que nos van


a cortar la luz? Antes pasar hambre, que perder la te-
levisión; es la niñera más barata que me puedo permi-
tir.
ANTONIO.- Vaya humor de perros.
MARIO.- Mi humor se conserva tan intacto como mi rui-
na. Hoy he ido a cobrar a un moroso que había falle-
cido. Media hora siguiendo al cortejo fúnebre para
hablar con los hijos y los hijos, en vez de hablar, me
han pinchado las ruedas.Y luego he tenido que seguir
a un tal Gómez Vázquez, que ha resultado ser el padre
de Pablito. Casi se me cae la cara de vergüenza. “¿Có-
mo me haces esto, malnacido? Con la de cervezas que
nos hemos tomado juntos viendo jugar al fútbol a los
chavales”. Hago mi trabajo, le digo. Un trabajo de
mierda, pero soy un profesional. Así que me he plan-
tado a la puerta de su oficina y más de un cliente se
ha dado la vuelta al verme y Gómez Vázquez, el padre
de Pablito, me ha escupido desde la ventana. Está us-
ted muy callado, Antonio.
ANTONIO.- Han llamado mis padres.
MARIO.- ¿Sus padres? Pero, ¿cómo van a haber llamado
sus padres?
ANTONIO.- Por más que miro las fotos, no me reconoz-
co.
MARIO.- No me extraña, Antonio, si tiene usted ahí has-
ta niños africanos.
ANTONIO.- Mira, éste soy yo. Es una fotografía del orfa-
nato. Debo de tener seis años y no tengo cara de ha-

109
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

berme perdido, tengo cara de que me han abandona-


do.
MARIO.- Igual usted se perdió, y alguien lo encontró y lo
llevó al orfanato.
ANTONIO.- No lo sé. A mi edad uno recuerda la mitad
de las cosas, la otra mitad se la inventa y luego las con-
funde. Quieren llevarme de crucero, ¿sabe?
MARIO.- ¡Nada más y nada menos! Antonio, los padres
que abandonan a sus hijos no los llaman para llevárse-
los de crucero.
ANTONIO.- A menos que quieran arrojarlos al mar.
MARIO.- ¿Cómo no? A usted llevan años buscándole só-
lo para tirarle por la borda.
ANTONIO.- Uno nunca sabe… A cada cual le tocan los
padres que le tocan. Bien que lo siento por ti, hijo, que
me han encontrado ellos y ya no te van a pagar la re-
compensa.

(Entra TJ. Viene de la calle, le cuesta respirar.)

MARIO.- ¿Tú de dónde vienes?


TJ.- Del supermercado.
MARIO.- Vaya la que te ha dado a ti con el supermercado.
TJ.- Es por si le llaman, para decirle a Mariam que el Abu
se ha muerto.
ANTONIO.- Hueles a podrido. Este niño está podrido
por dentro.

110
DIANA I. LUQUE

MARIO.- No se meta usted con el olor corporal de mi hi-


jo, que a usted se le echa en falta el ambientador de
pino. TJ, ¿estás bien?
TJ.- No. Tengo mucha sed.
MARIO.- Hijo, respira, que te estás ahogando. ¿TJ? ¿TJ?

(Breve oscuro. DOS se caracteriza como DOCTOR/A.


Una sala de urgencias. Escena sin diálogo. DOCTOR/A
ausculta a TJ. Después, comprueba sus reflejos: le hace seguir
un bolígrafo con la mirada, TJ se pone bizco; le da golpecitos
en sendas rodillas,TJ no se inmuta; repite la acción,TJ se en-
coge de hombros. DOCTOR/A se gira y una pierna de TJ
se alza súbitamente. Breve oscuro. DOS se caracteriza como
ANTONIO. Una sala de rayos X. TJ permanece de pie
mientras le radiografían el torso. La imagen de la radiografía
aparece proyectada en escena: la espina de un pez en el con-
torno de un cuerpo humano. Breve oscuro. UNO se caracte-
riza como ELI. Espacio del salón. ANTONIO, PILAR y
ROSA, envueltos en papel de periódico.)

PILAR.- Seguro que ha sido la salvaje ésa, ¿eh? que le ha-


brá estado dando pastillas al crío para drogarlo.
ANTONIO.- ¿Y para qué iba a querer drogar al crío?
PILAR.- Para aficionarlo al vicio, ¿eh? que esa salvaje es un
saco de hormonas revolucionado, sólo que no es un
saco, que es de ésas que no come, ¿eh?, que se deja los
macarrones en el plato y me los acabo comiendo yo.
ROSA.- A mí me hace comer macarrones y tengo las he-
morroides que no se me encogen.

111
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ANTONIO.- A mí me mete en el armario y tengo polillas


hasta en los calzones.
ROSA.- A mí me ha roto una máquina de alimentos en el
instituto… Y han llamado al doctor y ha tenido que
salir, y no me ha podido atender.
PILAR.- No se queje tanto, Rosa, que seguro que la má-
quina ya estaba rota, ¿eh?, y ella lo único que hizo fue
sacar los sándwiches y las chocolatinas y venderlos en
el instituto.
ROSA y ANTONIO.- ¿Eh?
PILAR.- (Pausa breve.) Que no está nada bien ir por ahí
vendiendo comida que no es tuya, ¿eh?, cuando hay
tres ancianos en casa que se la podrían comer.

(Entra ELI, viene de la calle.)

ANTONIO.- ¡Ajusta, el diablo!


ROSA.- Cerrad bien la boca, que puede drogarnos.
ELI.- ¿Qué miráis?
PILAR.- Ya está mohína. Seguro que ha vuelto a suspender
lengua.
ELI.- ¿Tú cómo sabes que he suspendido lengua?
PILAR.- (Pausa breve.) ¿No te oigo hablar todos los días,
eh?
ELI.- Gilipollas.
PILAR.- ¡Qué boca! ¡Pero qué boca! (Sale ELI.) Y “chu-
petón” no se escribe con equis.

112
DIANA I. LUQUE

(Sale ELI. UNO se caracteriza como TJ.)

PILAR.- Esta salvaje no tiene ningún respeto por los an-


cianos, ¿eh? que, ¿cómo me llama cuando se enfada la
mohína ésta?
ANTONIO.- “Gilipollas”.
PILAR.- “Gilipollas” me llama la mohína ésa cuando se
enfada, y sin razón, que yo no le doy razones para que
se enfade, ¿eh? que esa salvaje es arisca por naturaleza.
ANTONIO.- ¿No le ha tirado usted una camiseta a la ba-
sura?
PILAR.- Eso no son razones ni son nada, que era un trapo
pintarrajeado y lleno de agujeros lo que le he tirado.

(Entran MARIO y TJ, vienen de la calle.)

PILAR, ROSA y ANTONIO.- (Mirando a TJ embobados.)


Oh.
ANTONIO.- (Orgulloso.) Este niño, escamoso y pestilente,
es mi nieto.
PILAR, ROSA y ANTONIO.- Oh.
ROSA.- ¿Qué te han hecho, niñito?
TJ.- Jo, casi me muero.
MARIO.- Nada, no tiene nada. Sólo exceso de roña y de
carbohidratos. ¿Dónde vas?
TJ.- Tengo sed.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

MARIO.- Anda, pero coge agua del grifo y deja de lamer


el charco.

(TJ le hace un corte de mangas y sale. UNO se caracteriza


como ELI.)

ANTONIO.- ¿No es agradable ver a niños con modales


incluso hoy en día?
ROSA.- Doctor, no me he tomado la pastilla porque la jo-
vencita se la ha dado al crío para drogarlo.
MARIO.- No diga usted tonterías, Rosa.
ROSA.- Me lo ha dicho Pilar, doctor, que se ha aficionado
a leer el diario de la salvaje.
PILAR.- Yo no he leído nada, ¿eh? Que no soy de esa cla-
se de personas que leen diarios, ¿eh? Y menos uno con
tantas faltas de ortografía, que no hay quien lo entien-
da.

(Sale PILAR. Silencio.)

MARIO.- Soy un hombre en decadencia con el peso del


mundo a mis espaldas, dos hijos, tres ancianos y una
mujer que me ha abandonado… Un fantoche, un pe-
lele, una aberración que no es capaz de educar a sus
hijos y mantener su casa.
ANTONIO.- Qué bien se te da el melodrama, hijo.

114
DIANA I. LUQUE

MARIO.- Antonio, Rosa, nos obligan al desalojo. Nos


echan la semana que viene.
ANTONIO.- ¡Ajusta la semana que viene! ¿Ahora que iba
a reencontrarme con mis padres?
MARIO.- Eso es lo de menos, Antonio, podemos llamar-
les.
ANTONIO.- Eso no tiene raciocinio ninguno, que no les
hemos llamado en meses.

(Sale ANTONIO.)

MARIO.- No se enfade. Si quiere les dejamos una nota.


(Pausa.) Rosa, ¿a usted no le gustaría ir a un hogar pa-
ra gente mayor? Uno que esté en una planta baja y
donde tengan buenos médicos.
ROSA.- Yo le tenía a usted por buen médico.
MARIO.- Estaría usted con Antonio y con Pilar. Les visi-
taríamos todos los días.
ROSA.- Pero, usted iba a curarme, doctor.
MARIO.- Yo no soy… Rosa, lo siento pero… yo no pue-
do tratarla. Le he hecho todas las pruebas que conoz-
co y no sé qué tiene. No tengo la maquinaria necesa-
ria, ¿sabe? Y, si usted me deja, me gustaría llevarla a
otro centro, donde estén los tres bien atendidos.
ROSA.- ¿Uno muy bonito donde no me den macarrones?
MARIO.- Uno… uno donde no le den macarrones, sí.

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ROSA.- (Pausa breve.) Es igual, voy a morirme pronto.


Doctor, ¿no tiene que irse un ratito a operar?
MARIO.- Claro. Por supuesto, Rosa.

(Sale MARIO y se dirige al espacio de la habitación de


ELI.)

ROSA.- (Para sí.) Yo le tenía por buen médico.

(Oscuro sobre ROSA. Espacio de la habitación de ELI. En-


tra MARIO. ELI está fumando un cigarro. MARIO va a
reprenderla… decide no hacerlo.)

MARIO.- ¿Me explicas qué ha pasado?


ELI.- No lo sé. Se ha desmayado.
MARIO.- Eli, ¿le has dado pastillas a tu hermano?
ELI.- (Pausa. Después, melodramática.) Lo siento papá, soy
una hija terrible, estoy avergonzada. Más aún, estoy
abatida, pesarosa, afligida, no sé cómo he podido ha-
cer algo así, pero necesito que me perdones, por favor,
te quiero tanto, tanto…

***

(Breve oscuro. Vuelta a mitad de la escena.)

116
DIANA I. LUQUE

MARIO.- Eli, ¿le has dado pastillas a tu hermano?


ELI.- (Pausa. Después, agresiva.) ¿Qué nefasta educación, qué
exiguos principios morales y macabros valores huma-
nos, sociales y familiares has inculcado en mí para que
yo me dedique a drogar niños de siete años? (Pausa.)
Perdedor.

***

(Breve oscuro. Vuelta al principio de la escena.)

MARIO.- ¿Me explicas qué ha pasado?


ELI.- No lo sé. Se ha desmayado.
MARIO.- Eli, ¿le has dado pastillas a tu hermano?
ELI.- Soy una persona horrible. Mis amigos me odian, mi
familia me odia… hasta el perro del vecino me odia.
Lleva mordiéndome las espinillas desde que tenía tres
años. Yo misma he empezado a odiarme. Un poco.
Bueno, apenas. La verdad es que me gusto bastante.
Aunque molaría más con la falda que vi el otro día en
el centro comercial.

***

(Breve oscuro. Vuelta al final de la escena.)

117
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ELI.- (Antes de que MARIO tenga ocasión de hablar, con voz


de quinqui.) Los chutes me están buscando.

***

(Breve oscuro.Vuelta al final de la escena. Antes de que MA-


RIO tenga ocasión de hablar, ELI empieza a llorar descon-
soladamente… largo rato. MARIO no sabe qué hacer. Se
sienta junto a ELI y, confundido, le da palmaditas en la es-
palda.)

***

(Breve oscuro. Vuelta al principio de la escena.)

MARIO.- ¿Me explicas qué ha pasado?


ELI.- No lo sé. Se ha desmayado.
MARIO.- Eli, ¿le has dado pastillas a tu hermano?
ELI.- ¿De verdad piensas que yo le daría pastillas a TJ?
MARIO.- (Pausa breve.) No lo sé.
ELI.- ¿En serio? Eres mi padre, joder, ¿cómo puedes pen-
sar eso? Genial, no sólo piensas que soy una hija ho-
rrible, también crees que soy un monstruo. Sal de mi
habitación, quiero estar sola.
MARIO.- Eli…

118
DIANA I. LUQUE

ELI.- ¡Que salgas de mi habitación!

(Sale MARIO. ELI comienza a recoger sus cosas y a guar-


darlas en su mochila. Entra PILAR.)

PILAR.- No me vayas a drogar, ¿eh?, que eres de ésas que


van drogando niños y ancianos inocentes, con tantos
aros y tantos pintarrajos por el cuerpo.
ELI.- ¿Qué haces con mis zapatos?
PILAR.- No sé qué hago con tus zapatos, que son feos y
me aprietan.
ELI.- Vete de mi habitación.
PILAR.- No voy a irme de la habitación, ¿eh?, que tengo
cosas que hacer.

(ELI empuja la silla de PILAR, va a sacarla fuera del es-


pacio de la habitación de ELI.)

PILAR.- ¡No me toques! Toma los zapatos, pero no me ha-


gas daño. Por favor.
ELI.- Sólo voy a sacarte de aquí.
PILAR.- ¡No me tires por las escaleras! Ya no tengo nada
tuyo, ¿eh?, que todas tus cosas están en su sitio y si fal-
ta algo o se ha gastado, no he sido yo.
ELI.- ¿De verdad me crees capaz de tirarte?

119
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

(Silencio. ELI sigue recogiendo sus cosas. PILAR la observa


con desconfianza.)

ELI.- No voy a volver a decirte que no toques mis cosas…


PILAR.- Ni falta que hace, ¿eh?, que nunca las toco.
ELI.- Total, no voy a estar aquí para controlarte, me mar-
cho de esta casa de locos.
PILAR.- Te marchas, ¿eh? Pues no voy a tocar tus cosas,
que no soy de esas personas que van por ahí tocando
cosas.
ELI.- Toma.
PILAR.- ¡No me hagas nada!
ELI.- Te estoy dando mi estuche. Tiene el maquillaje que te
gusta.
PILAR.- No me hagas daño, por favor. Soy una pobre an-
ciana que no ha hecho mal a nadie. Ten, quédate con
mi collar y véndelo, pero no me hagas daño.
ELI.- No quiero tu collar.
PILAR.- Pastillas. Puedo darte pastillas, ¿eh? Pero, no me
hagas daño, por favor.
ELI.- ¿Qué cojones te pasa? Estoy intentando ser amable
contigo. Mírame. ¡Que me mires! Te estoy dando mi
estuche, cógelo. Que lo cojas.

(ELI sigue recogiendo. PILAR tira el estuche al suelo con


rabia. Su contenido se desparrama. Cambio de iluminación.)

120
DIANA I. LUQUE

PILAR.- (Se levanta de la silla. Se va acercando a ELI.) ¿Así


pretendes limpiar tu conciencia? Años de mentir y
chantajear, de robos y peleas, y de escaparte por las
noches, ¿van a redimirse ahora con un puñetero estu-
che de maquillaje? ¡Por mucho que te disfraces, no vas
a dejar de ser un monstruo!
ELI.- (Sorprendida.) ¿Qué?

(Cambio de iluminación.)

PILAR.- (Como antes, sentada en la silla.) Se me ha caído.

(Oscuro sobre PILAR y ELI. Espacio del salón. Entra AN-


TONIO y se sienta a ver las fotografías recortadas de los pe-
riódicos. Las esparce por el suelo para observarlas mejor mien-
tras tiene lugar la escena paralela: Espacio de la habitación
de ELI. ELI termina de recoger sus cosas y se pone la mo-
chila. Entra ROSA, apoyándose en su andador.)

ROSA.- Jovencita, tengo aires y no puedo eructar.


ELI.- ¿Y a mí qué?
ROSA.- ¿El doctor no pasa consulta hoy?
ELI.- Oye, no quiero que pienses que me caes bien, por-
que no me caes bien y además eres una pesada, ¿vale?,
pero me marcho y he hecho una cosa y… toma. Es
una urna. Para tus cenizas. No me mires así; tendrás
que morirte algún día, y pueden, no sé, meterte den-

121
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

tro y tirarte al mar, o donde sea, no tienen que ente-


rrarte con tu marido.
ROSA.- El mundo…
ELI.- Como nunca sales, he pensado que así estarás en si-
tios en los que nunca has estado. Aunque es una mier-
da de mundo, no te creas… Hay gente matándose por
todas partes. Mira, hay una guerra aquí, en Siria, y una
dictadura en Korea. [U otros lugares que se ajusten al mo-
mento de la representación.] Y los polos se están derri-
tiendo… y hay cánceres y enfermedades por todo el
mundo… y sida y hambrunas en África, pero allí tam-
bién hay escuelas, ¿ves? Hay niñas cosiendo en Tailan-
dia, que está aquí… hay favelas en Brasil y puestos en
mitad de la calle, donde puedes comprar comida y co-
sas… Aquí hay gente arrojándose desde torres que ar-
den… y trenes que estallan, ¿ves?… también hay vol-
canes en erupción… Y, mira, hay pandas en China y…
koalas en Australia. Esta parte oscura de aquí son bos-
ques quemados. Iba a pintarte más cosas, pero no me
ha dado tiempo.
ROSA.- Creo que me…
ELI.- ¿Qué?
ROSA.- Creo que me he meao entera.
ELI.- Me bastaba con un “gracias”.
ROSA.- Me gusta.
ELI.- Guay.
ROSA.- Guay. (Pausa breve.) Jovencita, necesito que me aseen.
ELI.- Ni lo sueñes.

122
DIANA I. LUQUE

(Sale ELI, se dirige al espacio del salón. Oscuro sobre RO-


SA. Espacio del salón. ANTONIO observa las fotografías.
Entra ELI.)

ANTONIO.- Niña del demonio, no pises mis fotos.


ELI.- Joder, pues no las dejes en el suelo. Se están empa-
pando, ¿no ves que está lleno de charcos?
ANTONIO.- Están llorando.
ELI.- ¿Las fotos?
ANTONIO.- Están tristes, ¿no pueden estar tristes?
ELI.- Ya, que no tienen padres y eso.
ANTONIO.- Tienen. Son los padres los que no tienen hi-
jos.Y los buscan debajo de las piedras y entre la male-
za …
ELI.- Cállate o te meto en el armario.
ANTONIO.- Méteme donde quieras. Siempre me acaban
sacando.
ELI.- ¿Qué pasa, que quieres que te rompa las fotos?
ANTONIO.- Da igual, ya las he roto yo.

(Silencio.)

ELI.- Joder, siempre acabáis sacándome de quicio. Venía a


decirte adiós. (Pausa.) Que me voy. (Pausa.) De casa.
(Pausa.) Pues vale. (Va a salir.)

123
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

ANTONIO.- Al mundo le da igual si vienes o vas, al mun-


do no le importa si los niños se pierden o se echan a
perder.
ELI.- ¿Por qué las has roto? ¿Con qué te vas a abrigar aho-
ra?
ANTONIO.- Son demasiados y pesan mucho.

(ELI abre su mochila y saca un chubasquero.)

ELI.- Toma. Es de chica. Pero a ti eso te da igual.


ANTONIO.- No sé si me da igual.
ELI.- La fashion victim es Pilar. A ver… (Le ayuda a ponérse-
lo.) Es para que no te mojes. Casi llueve más dentro de
casa que fuera.
ANTONIO.- El rosa me favorece.

(Silencio.)

ELI.- Sé que no eres mi abuelo y todo eso; pero ha estado


guay.
ANTONIO.- ¿Encerrarme en el armario?
ELI.- Y todo lo demás.
ANTONIO.- (Cariñosamente.) ¿Dónde vas a ir tú ahora, ni-
ña del demonio?
ELI.- Me he comprado un billete a Alemania.

124
DIANA I. LUQUE

ANTONIO.- Bien está. Los hijos tienen que estar con sus
padres y los padres con sus hijos.

(Sale ELI. UNO se caracteriza como TJ. ANTONIO ob-


serva las fotos.)

ANTONIO.- (Para sí.) Son demasiados. Son demasiados


niños perdidos…

(Truena. Atmósfera irreal. Una lluvia de fotografías recorta-


das de periódicos irrumpe en escena. ANTONIO se pone la
capucha del chubasquero y recorre la escena desconcertado.)

ANTONIO.- (Para sí.) Demasiados. Todos perdidos, perdi-


dos y echados a perder. ¿No ves cuántos son? Son de-
masiados, demasiados niños perdidos. ¿No ves cuántos
son…? Son demasiados niños perdidos, son demasia-
dos…

(Breve oscuro. Sonido de un mar agitado. MARIO, PI-


LAR, ANTONIO, ROSA y TJ, cariacontecidos. Cruzan
la escena con maletas, echan un último vistazo a la casa, y
salen, van a la calle. Enseguida, entra TJ. Está sofocado, le
cuesta respirar. Se acerca al charco… tal vez agita el agua con
la mano o se sienta en el suelo a observarlo.TJ duda. Se ale-
ja para tomar impulso y se introduce en el charco. La escena
cobra un aspecto azulado y se transforma en un mar apaci-
ble. Desde la parte superior, TJ se sumerge en el agua, entre

125
LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

burbujas que después ascienden. Permanece unos instantes


en el agua, hasta que su imagen se desvanece. Un pez, gri-
sáceo y ágil, cruza la escena. El color azulado se disuelve y
el mar desaparece. Entra MARIO, viene de la calle. Cruza
la escena y sale en busca de TJ. Entra enseguida y se dirige
al espacio de la habitación de ELI. Entra de nuevo en el es-
pacio del salón. Duda… quizás observa el charco. Sale.)

126
DIANA I. LUQUE

EPÍLOGO

(Espacio del salón. Paulatinamente se va haciendo el oscuro mientras


varios haces de luz iluminan por turnos las fotografías del suelo.)

FOTO 1.- (En off.)Y años después, cuando el banco por fin
consiguió deshacerse de la casa, y sus habitantes hacía
tiempo que yacían bajo tierra o se elevaban esparcidos
por el aire o llevados por la corriente, envueltos en un
murmullo de mareas…
FOTO 2.- (En off.) Atados, tal vez, a alguna roca enorme en
el fondo, donde quizás un pez grisáceo nada ajeno y
despreocupado entre los hinchados miembros de un
niño que se enredan en las algas…
FOTO 3.- (En off.) Después de preguntar durante décadas,
¿son todos hijos suyos?, porque el mío debe de andar
cerca y, con tantos como tiene, igual no se ha dado
cuenta y está entre ellos…
FOTO 4.- (En off.) Porque todos son pequeños y es fácil
confundirse, y son bajos y altos y grandes y flacos y
gemelos, aunque no creo que mi hijo se haya duplica-
do, pero igual se sentía solo y necesitaba hacerse com-
pañía a sí mismo…

(Varias voces repiten en canon el parlamento de FOTO 5,


al tiempo que otros haces de luz iluminan otras fotos.)

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LA T I E R R A E N L A Q U E H A B I TA N L O S P E C E S

FOTO 5.- (En off.) Y puede que se sintiera triste y tuviese


hambre y sed, y viviese con una familia pobre que no
pudo alimentarlo o con una familia rica que pudo ali-
mentarlo, pero no lo hizo, aunque le querían, pero no
tanto como sus padres le habrían querido, durante
años, hasta que se hiciera mayor, muy mayor, y dos an-
cianos, mucho más ancianos que él, se presentaran un
día en la casa, después de tantos años…
FOTO 6.- (En off.) Y dos ancianos, mucho más ancianos
que él, se presentaran en la casa, preguntando por su
hijo, al que buscaban desde hace tiempo.

¿FIN?

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