Biografia de San Pablo de Tarso
Biografia de San Pablo de Tarso
Biografia de San Pablo de Tarso
salvación milagrosa), y durante el mismo el prestigio del apóstol se impuso al fin a sus guardianes (invierno
de 60-61).
De los años 61 a 63 vivió San Pablo en Roma, parte en prisión y parte en una especie de libertad
condicional y vigilada, en una casa particular. En el transcurso de este primer cautiverio romano escribió
por lo menos tres de sus cartas: la Epístola a los efesios, la Epístola a los colosenses y la Epístola a Filemón.
Puesto en libertad, ya que los tribunales imperiales no habían considerado consistente ninguna de las
acusaciones hechas contra él, reanudó su ministerio; pero a partir de este momento la historia no es tan
precisa. Falta para este período la ayuda preciosa de los Hechos de los Apóstoles, que se interrumpen con
su llegada a Roma. San Pablo anduvo por Creta, Iliria y Acaya; con mucha probabilidad estuvo también en
España. De este período datarían dos cartas de discutida atribución, la primera Epístola a Timoteo y
la Epístola a Tito; también por entonces habría compuesto la Epístola a los hebreos. Se percibe en ellas
una intensa actividad organizadora de la Iglesia.
En el año 66, cuando se encontraba probablemente en la Tréade, San Pablo fue nuevamente detenido
por denuncia de un falso hermano. Desde Roma escribió la más conmovedora de sus cartas, la
segunda Epístola a Timoteo, en la que expresa su único deseo: sufrir por Cristo y dar junto a Él su vida por
la Iglesia. Encerrado en horrenda cárcel, vivió los últimos meses de su existencia iluminado solamente por
esta esperanza sobrenatural. Se sintió humanamente abandonado por todos. En circunstancias que han
quedado bastante oscuras, fue condenado a muerte; según la tradición, como era ciudadano romano, fue
decapitado con la espada. Ello ocurrió probablemente en el año 67 d. C., no lejos de la carretera que
conduce de Roma a Ostia. Según una tradición atendible, la abadía de las Tres Fontanas ocupa
exactamente el lugar de la decapitación.
El pensamiento paulino
De forma imprudente se ha exagerado en ocasiones la significación de la obra de San Pablo: algunos lo
consideraron como el auténtico fundador del cristianismo; otros lo acusaron de ser el primer mixtificador
de las enseñanzas de Jesucristo. Es cierto que trabajó más que los demás apóstoles y que, en sus cartas,
sentó las bases del desarrollo doctrinal y teológico del cristianismo. Pero su realmente meritoria labor, de
la que él mismo se sentía con razón orgulloso, reside en el hecho de haber sido intérprete e incansable
propagandista del mensaje de Jesús.
A San Pablo se debe, más que a los otros apóstoles, la oportuna y neta separación entre el cristianismo y
el judaísmo; y es falso que tal separación se alcanzara mediante la creación de un sistema religioso
especial, que habría sido elaborado bajo la influencia de la filosofía griega, del sincretismo cultural o de
las numerosas religiones de misterios. En el curso de sus viajes evangelizadores, San Pablo propagó su
concepción teológica del cristianismo, cuyo punto central era la universalidad de la redención y la nueva
alianza establecida por Cristo, que superaba y abolía la vieja legislación mosaica. La Iglesia, formada por
todos los cristianos, constituye la imagen del cuerpo de Cristo y debe permanecer unida y extender la
palabra de Dios por todo el mundo.
El vigor y la riqueza de su palabra están atestiguados por las catorce epístolas que de él se conservan.
Dirigidas a comunidades o a particulares, tienen todos los caracteres de los escritos ocasionales. En ningún
caso pretenden ser textos exhaustivos, pero siempre son una poderosa síntesis de la enseñanza
evangélica expresada en sus más claras verdades y hasta sus últimas consecuencias. Desde el punto de
vista literario, debe reconocérsele el mérito de haber sometido por primera vez la lengua griega al peso
de las nuevas ideas. Su educación dialéctica asoma en algunas de sus argumentaciones, y su
temperamento místico se eleva hasta la contemplación y alcanza las cumbres de la lírica en el famoso
himno a la caridad de la primera Epístola a los corintios.
Los escritos de San Pablo adaptaron el mensaje de Jesús a la cultura helenística imperante en el mundo
mediterráneo, facilitando su extensión fuera del ámbito cultural hebreo en donde había nacido. Al mismo
tiempo, esos escritos constituyen una de las primeras interpretaciones del mensaje de Jesús, razón por la
que contribuyeron de manera decisiva al desarrollo teológico del cristianismo (debido a la inclusión de
sus Epístolas, se atribuyen a San Pablo más de la mitad de los libros que, junto con los Evangelios,
componen el Nuevo Testamento).
Proceden de la interpretación de San Pablo ideas tan relevantes para la posteridad como la del pecado
original; la de que Cristo murió en la cruz por los pecados de los hombres y que su sufrimiento puede
redimir a la humanidad; o la de que Jesucristo era el mismo Dios y no solamente un profeta. Según San
Pablo, Dios concibió desde la eternidad el designio de salvar a todos los hombres sin distinción de raza.
Los hombres descienden de Adán, de quien heredaron un cuerpo corruptible, el pecado y la muerte; pero
todos los hombres, en el nuevo Adán que es Cristo, son regenerados y recibirán, en la resurrección, un
cuerpo incorruptible y glorioso, y, en esta vida, la liberación del pecado, la victoria sobre la muerte amarga
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y la certeza de una futura vida feliz y eterna. También introdujo en la doctrina cristiana el rechazo de la
sexualidad y la subordinación de la mujer, ideas que no habían aparecido en las predicaciones de
Jesucristo.
En llamativo contraste con su juventud de fariseo intransigente, cerrado a toda amplia visión religiosa y
celoso de las prerrogativas espirituales de su pueblo, San Pablo dedicaría toda su vida a "derribar el muro"
que separaba a los gentiles de los judíos. En su esfuerzo por hacer universal el mensaje de Jesús, San Pablo
lo desligó de la tradición judía, insistiendo en que el cumplimiento de la ley de Moisés (los mandatos
bíblicos) no es lo que salva al hombre de sus pecados, sino la fe en Cristo; en consecuencia, polemizó con
otros apóstoles hasta liberar a los gentiles de las obligaciones rituales y alimenticias del judaísmo (incluida
la circuncisión).