Las Caderas Que No Mienten
Las Caderas Que No Mienten
Las Caderas Que No Mienten
Jorge Comensal
I’m on tonight
You know my hips don’t lie
And I’m starting to feel it’s right
All the attraction, the tension
Don’t you see, baby, this is perfection?
Shakira
1
Sabemos que las abejas son aviadoras célibes y abnegadas, pero a veces olvidamos
que una de ellas vive en perpetua oscuridad, pariendo sin reposo ni aguijón: la
llamamos neciamente abeja reina. La vida en la colmena no es ningún tipo de
monarquía. Todas las abejas trabajan por el bien común, en un orden exacto y
prodigioso. Hay alrededor de 20,000 especies de abejas, muchas de ellas solitarias,
pero la que conocemos mejor es la abeja social de la miel, Apis mellifera: el único
insecto plenamente domesticado por nuestra especie. Hay muchas clases de abejas
en la colonia. Los machos (para variar) se llaman zánganos y solamente sirven para
copular una vez en su vida con la reina. Ciertas “obreras de interior” construyen
celdas hexagonales donde las nodrizas alimentan a las larvas. La mayoría de las
“obreras de exterior” son recolectoras (o pecoreadoras), vírgenes proletarias que
convierten las excrecencias genitales de las plantas (eso es el néctar de las flores)
en un vómito dorado y muy sabroso que llamamos miel. A cambio de sus insumos
vegetales (néctar, polen, resinas), las abejas fungen como mediadoras sexuales de
las plantas angiospermas. Por último, algunas obreras experimentadas arriesgan su
vida explorando terrenos ignotos; cuando encuentran nuevas fuentes de alimento,
vuelven a la colmena y realizan una danza pregonera, un baile en círculos y ochos
que dice, que habla, que anuncia dónde está el banquete.
2
Aprendí a imitar el lenguaje coreográfico de Apis mellifera en una chinampa de
Xochimilco. Debido a mi pasión por las abejas (y a mi deseo de comerme a sus
deliciosas larvas) me acerqué a un apicultor en una feria de productos orgánicos y
le pedí que me enseñara su oficio. Se llamaba Agustín, tenía bigote blanco y tupido
—nietzscheano—, y siempre usaba sombrero de paja y camisa blanca. Era un
hombre locuaz, vehemente y generoso. Me invitó a acompañarlo, junto con otros
aprendices, a visitar sus colmenas todos los jueves por la mañana. Desde temprano
Agustín empezaba a beber un licor casero de hierbas, endulzado con miel, que él
mismo preparaba; le llamaba chínguere y nos lo ofrecía como si se tratase de un
tónico milagroso. Mientras disertaba sobre apicultura repetía a cada rato que su
método de enseñanza era teórico-práctico. Por un lado estaban los apicultores
prácticos, intuitivos, que nomás sabían sacar la miel sin conocer nada sobre sus
empleadas voladoras; por otro lado estaban los técnicos, los académicos que sabían
muchos datos pero carecían de oficio. La clave estaba en ser teórico-práctico como
él. Ése era su mantra: todo en la vida debía ser teórico-práctico.
3
La danza ápida transmite cuatro tipos de información: 1) el llamado a recolectar
insumos recién detectados por la abeja mensajera; 2) el tipo de insumo hallado; 3)
la calidad y la cantidad del recurso; 4) su ubicación. El hecho mismo de realizar la
danza basta para anunciar el descubrimiento (1); al moverse y batir las alas se
comunica qué clase de recurso fue hallado a través de la dispersión de su perfume
(2); si la intensidad del meneo de abdomen es mayor, mejor y más abundante es el
botín (3); la dirección del meneo en la pared vertical de la colmena reproduce, con
respecto al eje vertical de gravedad, el ángulo formado por la posición del Sol y la
del alimento, cuya distancia de la colmena es representada por la duración del
meneo (entre más tiempo dura el meneo, más lejos se encuentra la comida) (4).
Ésta, de manera muy sucinta, es la gramática de la danza. Cuando se da un
movimiento muy veloz en redondo, la abeja anuncia que la fuente de recursos se
encuentra a menos de cincuenta metros del panal. Cuando la danza forma una hoz
imaginaria, sin meneo, la fuente se halla entre 50 y 150 metros de distancia, y
cuando los recursos se encuentran más lejos aparece la famosa danza con meneo
para indicar qué tan lejos y hacia dónde están aquéllos. Para ser honesto, aprender
la danza de las abejas no contribuyó en absoluto a mejorar mi desempeño como
apicultor urbano; que uno sepa menear las caderas como abeja no mejora la calidad
de la miel que obtiene. Sin embargo, me gusta pensar que aquel ejercicio gratuito al
menos ayudó a mejorar mi desempeño como bailarín ocasional de reguetón. Aparte
de eso, familiarizarme con el lenguaje de las abejas aumentó mi fascinación por
ellas: no sólo son albañiles talentosas, campesinas incansables y guerreras
kamikaze (pues mueren después de picarnos), también son oradoras elocuentes, y
en la crisis ecológica que apenas comienza vale mucho la pena detenernos a
escucharlas con atención.
4
Plinio el Viejo cuenta en su Historia natural (XI, 19) que Aristómaco de Soles,
naturalista del siglo III a. n. e., dedicó cincuenta y ocho años de su vida al estudio
de las abejas, y que Filisco de Tasos se retiró al campo para cuidar colmenas
silvestres. Estos testimonios antiguos (y seguramente exagerados) dan cuenta de
que hay algo profundamente satisfactorio en la convivencia con estos insectos. La
danza de las abejas fue descubierta por un Aristómaco moderno de nacionalidad
austriaca: Karl von Frisch (1886-1982). Nadie ha contribuido tanto como él a
nuestro conocimiento de la percepción, conducta y comunicación entre abejas (por
ello fue laureado con el premio Nobel de Fisiología en 1973). En 1965 publicó el
libro Tanzsprache und Orientierung der Bienen, cuyo título cito en alemán no por
petulancia sino porque esa lengua permite nombrar con una sola palabra un
fenómeno biológico tan enigmático y maravilloso que se merece un título resonante
como Tanzsprache, que literalmente significa lenguaje o habla (Sprache) de la
danza (Tanz). En aquella publicación Frisch presentó los numerosos experimentos
con abejas marcadas, colmenas transparentes y fuentes de alimento controladas que
le permitieron descifrar el lenguaje de Apis mellifera. Las abejas europeas de la
miel no son las únicas que se comunican por medio de movimientos dancísticos.
Otras especies de su género tienen distintas formas de baile, y su árbol filogenético
(la antigüedad evolutiva de cada una) nos permite especular sobre la forma en que
evolucionó este sistema de comunicación. Las especies enanas Apis andreniformis
y Apis florea construyen sus colmenas alrededor de ramas de árboles y bailan
encima de ellos, horizontalmente, su meneo apunta literalmente en la dirección
deseada. Al observar el baile de estas abejas podemos suponer que su lenguaje
surgió como una exageración llamativa del acto de emprender el vuelo rumbo a la
fuente de alimento. De algún modo, ciertas abejas aprendieron a detectar e imitar la
conducta “emocionada” de las abejas que estaban a punto de salir volando seguras
de la dirección en la que encontrarían alimento, y este rasgo fomentó la
supervivencia de las colonias de abejas que se comunicaban de esa forma. La
exageración del despegue se fue convirtiendo en una danza codificada cuya
complejidad aumentó cuando especies más nuevas evolutivamente comenzaron a
bailar en la superficie vertical de sus colmenas (por fuera del panal, como la abeja
gigante Apis dorsata, o por dentro, como Apis mellifera). El baile vertical interior
de especies como Apis nuluensis, Apis cerana o Apis nigrocinta requiere orientar la
dirección del baile con respecto al centro de gravedad de la Tierra y traducir ese
ángulo al que se forma entre el Sol y la fuente de alimento. Aún no se comprende
cómo las abejas procesan neuronalmente esta información, pero existen hipótesis
plausibles sobre los mecanismos cerebrales responsables de la danza.1
5
¿Cómo es posible que unos animales tan pequeños, con cerebros milimétricos y
periodos de vida de un par de meses, sean capaces de comunicarse a través de un
ritual tan sofisticado como la Tanzsprache? Para quienes no estén familiarizados
con la teoría de la selección natural y con el lenguaje básico de la vida (el código
genético), resultará muy difícil asimilar que la danza de las abejas haya surgido
evolutivamente y que esté completamente predeterminada en el ADN de las abejas.
1Sugiero leer Andrew B. Barron y Jenny Aino Plath, “The Evolution of Honey Bee Dance Communication:
A Mechanistic Perspective”, Journal of Experimental Biology, 2017, núm. 220, pp. 4339-4346
Para unos, la Tanzsprache es un argumento a favor de la necesidad de un diseñador
inteligente de la vida (“¡Sólo Dios!”, gritaba mi tía protestante); para otros, esta
danza es un motivo de asombro ante las maravillas que la ciega selección natural es
capaz de realizar. En 1916, el entomólogo mexicano Moisés Herrera (curiosamente
hay un pastor evangélico homónimo, muy popular en YouTube) concluyó su
artículo sobre “La inteligencia y el instinto de los insectos” para el recién
inaugurado Boletín de la Dirección de Estudios Biológicos, con la siguiente
reflexión:
[E]l observador concienzudo puede ver allí [en la organización de las colonias de abejas]
una actividad sin ejemplo, una asombrosa suma de raras virtudes, de costumbres
inteligentes, de experiencia, de ciencias, de industrias y de previsiones que bastarán por sí
solas para convencerle de que no es el hombre el único ser en la Tierra que tiene el
privilegio de pensar, y comprenderá que ya es tiempo de que relegue al olvido sus erróneas
creencias, y entre con paso firme por la espléndida senda del progreso y de la civilización.
2 M. A. Klein et al., “Importance of Pollinators in Changing Landscapes for World Crops”, Proceedings of
the Royal Society B, 2007, núm. 274, pp. 303-313
Para evitar los peores futuros posibles hace falta cambiar nuestras prácticas
agrícolas, lo cual involucra modificar nuestros hábitos alimenticios por completo.
Por lo pronto, recomiendo con modestia que sembremos flores para las abejas y
que dejemos de comprar miel adulterada en el supermercado (miel diluida con
jarabe de maíz y colorantes). Salgamos a las ferias de productos orgánicos a buscar
apicultores locales como mi maestro Agustín, quien me enseñó que la vida es una
danza teórico-práctica y que para entender de veras cómo viven los otros hace falta
ponernos a bailar como ellos.