El Perdonar y El Ser Perdonados
El Perdonar y El Ser Perdonados
El Perdonar y El Ser Perdonados
El propósito de esta lección es motivarnos a perdonar a otras personas y aprender cómo ser perdonados nosotros
mismos.
Introducción
En la siguiente parábola, el Señor nos enseña acerca del amor de nuestro Padre Celestial por nosotros:
Un hombre tenía dos hijos. El más joven comenzó a sentirse insatisfecho con la vida familiar y le pidió a su padre que
le entregara la parte de los bienes que le correspondía; luego, se fue lejos, a una provincia apartada, donde muy
rápidamente desperdició el dinero y violó los mandamientos de Dios.
Cuando hubo malgastado todo lo que tenía, hubo una gran hambre. Muy pronto el joven sintió los efectos del hambre,
por lo que decidió buscar un trabajo y encontró uno que consistía en alimentar cerdos. Pero aun así, estaba tan pobre
y tan hambriento que quería comer los alimentos que comían los cerdos.
En su miseria, el joven comenzó a comprender sus errores. Recordó que aun los jornaleros de su padre tenían
suficiente para comer; entonces decidió volver a la casa de su padre y pedir vivir como un jornalero más. Mientras se
acercaba a su casa, el padre lo vio y salió a su encuentro, y el hijo se echó sobre su cuello diciendo: “Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. Pero el padre se sentía tan feliz de tener a su hijo
de regreso en la casa que trajo sus mejores vestidos y se los puso. Le dio calzado y puso un anillo en su dedo, y en
seguida mandó a sus siervos para que prepararan una gran fiesta de celebración.
Cuando el hijo mayor, que había permanecido fiel, vio lo que estaba sucediendo, se enojó porque para él nunca se
había preparado una fiesta similar. El padre lo consoló diciéndole que todas las cosas eran de él (el hermano mayor),
y que aun cuando su hermano había desperdiciado su parte de la herencia, su regreso al hogar era motivo de gran
gozo y dijo: “Este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”. (Véase Lucas 15:11–32.)
Todos pecamos en alguna u otra forma. Por eso y por el gran amor que el Señor siente por nosotros, Él sufrió y murió
para proveer la forma en que nuestros pecados fueran perdonados. Hablando de este sacrificio Él dijo: “Porque he
aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten” (D. y C. 19:16).
Muestre la ayuda visual 33-a, “Cristo sufrió por nuestros pecados en el Jardín de Getsemaní”.
En otro pasaje de las Escrituras, el Señor dijo, “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo,
el Señor, no los recuerdo más” (D. y C. 58:42). Cada uno de nosotros debe arrepentirse y recibir este perdón del
Señor. Cuando lo hacemos, nuestro Padre Celestial se regocija en la misma forma en que se regocijó el padre en la
parábola. Piense en su propia vida y en el gozo que siente al arrepentirse y ser perdonado.
¿Qué necesitaba hacer el hijo menor de la parábola para cambiar su vida? (Darse cuenta de sus errores, volver a la
casa y confesar sus pecados.)
¿Qué sentimientos piensa usted que tenía el hijo mientras regresaba a su casa? (Tal vez sintió temor de ser rechazado
o se sintió feliz de regresar a casa; posiblemente pensó que hacía lo correcto.)
¿Cómo piensan ustedes que se sintió después que su padre le dio la bienvenida? ¿Cómo se siente usted acerca del
Salvador, sabiendo que su sufrimiento hizo posible que fueran perdonados sus pecados?
Por causa de la fe y de las oraciones de su padre, en cierta oportunidad Alma, hijo, fue visitado por un ángel, quien le
habló con tanta fuerza que Alma empezó a estremecerse. Así fue que se convenció del gran poder de Dios. El ángel le
mandó a Alma que desistiera en su esfuerzo de destruir la Iglesia y cuando el ángel se fue, Alma se sintió tan
abrumado que no pudo hablar; además, cayó al suelo y no pudo recobrar su fuerza hasta después de tres días. Cuando
recuperó el habla, le dijo a la gente que había experimentado un gran cambio en su vida y que se había arrepentido de
sus pecados; así Alma decidió guardar los mandamientos de Dios y hacer todo lo que podía para remediar su pasado
pecaminoso. Sus esfuerzos fueron tan grandes que llegó a ser un gran misionero y más tarde el Profeta de la Iglesia.
(Véase Mosíah 27.)
“Y por tres días y tres noches me vi atormentado, sí, con las penas de un alma condenada.
“Y aconteció que mientras así me agobiaba este tormento, mientras me atribulaba el recuerdo de mis muchos
pecados, he aquí, también me acordé de haber oído a mi padre profetizar al pueblo concerniente a la venida de un
Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo.
“Y al concentrarse mi mente en este pensamiento, clamé dentro de mi corazón: ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten
misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!
“Y he aquí que cuando pensé en esto, ya no me pude acordar más de mis dolores; sí, dejó de atormentarme el
recuerdo de mis pecados.
“Y ¡oh qué gozo, y qué luz tan maravillosa fue la que vi! Sí, mi alma se llenó de un gozo tan profundo como lo había
sido mi dolor.
“Sí… no podía haber cosa tan intensa ni tan amarga como mis dolores. Sí… por otra parte no puede haber cosa tan
intensa y dulce como lo fue mi gozo” (Alma 36:16–21).
¿Qué hizo Alma para ser perdonado? (Se arrepintió y le pidió perdón a Dios.) ¿Cómo supo Alma que había sido
perdonado? (Su alma se llenó de gozo.)
El pueblo del rey Benjamín también conoció el gozo que se recibe al obtener el perdón. Después de haber escuchado
el gran sermón final del rey Benjamín, el pueblo se arrepintió y pidió que le fueran perdonados sus pecados. Las
Escrituras dicen: “el Espíritu del Señor descendió sobre ellos, y fueron llenos de gozo, habiendo recibido la remisión
de sus pecados, y teniendo paz de conciencia a causa de la gran fe que tenían en Jesucristo” (Mosíah 4:3).
¿Por qué corrigió Cristo a sus discípulos? (Porque no se perdonaban los unos a los otros.)
¿Qué quiere decir el Señor cuando dice que el pecado mayor queda en nosotros cuando no perdonamos?
Jesús ilustró el principio del perdón contando la parábola del siervo malvado:
Había un siervo que debía a su amo diez mil talentos, una considerable suma de dinero. Cuando llegó la época de
pagar la deuda, el siervo le rogó a su amo que tuviera paciencia porque no tenía el dinero; pero que si le daba tiempo,
podría devolvérselo. El amo, sintiendo gran compasión por su siervo, le perdonó la deuda. Este mismo siervo, sin
embargo, fue y exigió el pago de uno de sus consiervos, quien le debía a él una pequeña cantidad de dinero. Viendo
que el hombre no podía pagar, el siervo lo puso en la cárcel. Cuando el amo se enteró de lo sucedido, se enojó con ese
malvado siervo y le obligó a pagar toda su deuda. (Véase Mateo 18:21–34.)
Jesús termina la parábola enseñando a la gente: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de
todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35).
¿Cómo nos asemejamos al siervo a quien se le había perdonado la deuda grande? Si no perdonamos a otros, ¿cómo
nos asemejamos al siervo malvado?
El máximo ejemplo del perdón viene de la vida del Salvador. Mientras colgaba en la cruz en agonía, oró para que el
Padre perdonara a los soldados que lo crucificaban, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
(Lucas 23:34).
El presidente Kimball dijo: “Sí, para estar en lo justo, debemos perdonar; y hay que hacerlo sin tomar en
consideración si nuestro antagonista se arrepiente o no, ni cuán sincera es su transformación, ni tampoco si pide o no
perdón. Debemos seguir el ejemplo y la enseñanza del Maestro” (El Milagro del Perdón, pág. 289).
Al perdonar a otros logramos la paz con nosotros mismos
Muchas veces, cuando alguien nos ofende, nos amargamos y enojamos. Esos sentimientos pueden arruinarnos la vida,
aun cuando no hayamos hecho nada malo. Si permitimos que esos sentimientos permanezcan en nosotros, alejaremos
al Espíritu del Señor. Esta es una de las razones por las que el Señor nos ha mandado que perdonemos a aquellos que
nos ofendan.
El presidente John Taylor dijo: “Tengan en su corazón el espíritu del perdón, y eliminen de él, el espíritu de odio y de
amargura. Eso les dará paz y felicidad” (citado por Heber J. Grant en Conference Report, octubre de 1920, pág. 7).
La paz que nos sobreviene al perdonar a otros queda demostrada en la siguiente historia que relató el presidente
Spencer W. Kimball:
En 1918, tres oficiales de la ley fueron asesinados cuando trataban de arrestar a varios criminales. El padre de Glenn
Kempton fue uno de los oficiales que cayó mortalmente herido. Más tarde los asesinos fueron capturados, juzgados y
enviados a prisión de por vida.
¿Cómo se sentirían ustedes hacia alguien que le quitara la vida a su padre? ¿Por qué sería tan difícil olvidar a ese
hombre?
“Siendo joven y todavía en los primeros años de mi adolescencia, nació en mi corazón un rencor y un odio hacia el
homicida confeso de mi padre, porque Tom Powers había admitido haber dado muerte a mi padre.
“Pasaron los años y crecí, pero continuó dentro de mí ese sentimiento abrumador. Terminé mi educación secundaria,
y entonces recibí un llamamiento para cumplir una misión en los Estados del Este [de los Estados Unidos]. Estando
allí, mi conocimiento y testimonio del Evangelio crecieron rápidamente, ya que pasaba todo mi tiempo estudiándolo
y predicándolo. Un día, al estar leyendo el Nuevo Testamento, llegué al evangelio según San Mateo, capítulo 5,
versículo 43 al 45…”
“Allí, ante mí, estaban las palabras del Salvador, diciendo que debemos perdonar. Esto se aplicaba a mí. Leí los
versículos una vez tras otra, y todavía significaban perdón. No mucho después que pasó esto encontré en la sección
64 de Doctrina y Convenios, versículos 9 y 10, más de las palabras del Salvador”…
“Yo no sabía si Tom Powers se había arrepentido o no, pero lo que yo ahora sí sabía era que tenía un compromiso
que cumplir después de volver a casa, y antes de salir de la misión determiné hacer precisamente eso.
“Después de volver a casa conocí a una delicada joven, miembro de la Iglesia, con la cual me casé, y el Señor bendijo
nuestro hogar con cinco hermosos niños. Los años pasaban rápidamente y el Señor había sido bueno con nosotros, y
sin embargo, surgía dentro de mí una sensación de culpa cada vez que pensaba en el compromiso que no había
cumplido.
“Hace pocos años, precisamente cuando estaba próxima la Navidad, la temporada en que abunda el amor de Cristo, y
el espíritu de dar y perdonar surge en nosotros, mi esposa y yo llegamos a Phoenix [Arizona] en el curso de un corto
viaje. Habiendo concluido nuestros asuntos a mediados de la tarde del segundo día, partimos para volver a casa. Al
viajar por el camino expresé mi deseo de hacer un rodeo y volver a casa vía Florence, pues allí es donde está ubicada
la prisión del estado. Mi esposa consintió con toda voluntad.
“Ya habían pasado las horas de visita cuando llegamos, pero entré y pregunté por el carcelero, y me condujeron a su
oficina.
“Después de haberme presentado, y habiendo expresado el deseo de conocer a Tom Powers y hablar con él, vino al
rostro del carcelero una expresión de perplejidad, pero después de un breve titubeo dijo: ‘Estoy seguro de que se
puede arreglar’. En el acto despachó a uno de los guardias a las celdas, el cual no tardó en regresar con Tom. Nos
presentaron y nos condujeron a la sala reservada para aquellos que ponen en libertad provisional, donde conversamos
un largo rato. Evocamos esa fría y lóbrega mañana de febrero, treinta años antes, repasando toda la terrible tragedia.
Conversamos tal vez una hora y media. Por último dije: ‘Tom, usted cometió un error a causa del cual contrajo una
deuda con la sociedad, deuda que pienso que usted debe continuar pagando, así como yo debo continuar pagando el
precio de haberme criado sin un padre’.
“Entonces me puse de pie y le extendí la mano. Él se incorporó y la estrechó. Continuando, le dije: ‘Con todo mi
corazón lo perdono por esta cosa horrenda que ha ocurrido en nuestras vidas’.
“Inclinó la cabeza y me retiré. No sé cómo se sintió en ese momento, y no sé cómo se sentirá ahora; pero le doy a
ustedes mi testimonio de que es algo glorioso cuando el rencor y el odio salen del corazón y entra allí el perdón.
“Le di las gracias al carcelero por su bondad, y al salir por la puerta para descender por la larga escalera, comprendí
que el perdón era mejor que la venganza porque yo lo había experimentado.
“Mientras nos dirigíamos a casa en la luz crepuscular, me invadió una tranquilidad dulce y pacífica. Lleno de
agradecimiento puro, coloqué mi brazo alrededor de mi esposa, la cual comprendió, porque yo sé que ahora habíamos
encontrado una vida más extensa, más rica y más abundante” (véase en El Milagro del Perdón, págs. 298–300).
Conclusión
Después del bautismo, el Salvador perdona nuestros pecados si nos arrepentimos. De ahí en adelante, hemos de
seguir al Salvador y hacer todo lo que nos pide que hagamos. Una de las cosas que Él espera de nosotros es que
perdonemos a los demás. Al hacerlo, Él nos ha prometido gozo y paz, enseñándonos que el perdonar y el ser
perdonados son esenciales para nuestra salvación eterna.
Cometido
1. ¿Existe algo que usted haya hecho que le impida tener una conciencia tranquila? Si así fuera, busque
conocer y comprender el perdón del Salvador, arrepintiéndose y purificando su vida.
2. Medite acerca de su vida. ¿Lo ha perjudicado u ofendido alguien de alguna forma? Si así fuera, haga lo que
sea necesario para librar a su alma de la amargura perdonando a esa persona de todo corazón.
3. Prepárese espiritualmente leyendo primero la lección, entonces asegúrese de que cualquier problema de su
vida relacionado con el perdón sea aclarado.
4. Pida a algunos miembros de la clase que lean o presenten las historias y los pasajes de las Escrituras que se
encuentran en esta lección.