Memoria de Cesar Vallejo

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tu más propio remedo acecha.


Sólo poseemos nuestras derrotas,
el desnudo vértigo que asedia desde el mar o la memoria.
Pero también sabes,
trilce estremecimiento, húmero ternura y jueves,
que un prodigio de raíz a veces nos ahonda y nos disturbia
y el lenguaje entero inunda el latido y sus vertientes.
Entonces, pese a que nos delaten gastados los espejos,
como el mar sin memoria,
cuando en la página llueve el cuerpo,
ubérrimos,
en esa otra^ pasión sobrevivimos.

Sabas Martín

Memoria de César Vallejo

Al vallejiano José Manuel Castañón,


en su España.

Veo de nuevo
su imagen recobrada
en la distancia
amarilla del retrato.
Allí se sostiene,
inalterable,
el rostro vigilante,
abstraído y solemne:
su mirada parece
atravesar la vida
con un fulgor de acero.
El está ahí:
lo percibo en el aire
remoto
que custodia
su soledad en vela,
frente a los muros rotos
de la casa desierta.
Toco su carne
en la página escrita
con la doliente furia
del viento que sacude
el polvo de los años
sobre el paisaje agreste
e inmóvil de la aldea.
Palpo con mano inhábil
su cuerpo derribado
junto al vacío intacto
de la tarde ciega.
Y sé que me acompaña
en el silencio grave
de las horas mansas,
alzado en vilo
hacia el vigor perenne
de un riguroso
y demorado duelo
que batalla en los límites
de unas aguas profundas.
En la sombra nocturna
persigo el esplendor
persuasivo del verso
que reposa en lo hondo
del hombre verdadero
que fue César Vallejo.
Siento que me toca
aquel rumor enhiesto
que desafiaba el mundo
con una voz plural,
abastecida y agitada
por agrias levaduras.
Yo sé que no está aquí
cercano a la palabra
que alienta en mi escritura;
pero insisto en llamarlo
por encima del tiempo
en busca de aquel trémulo
celaje de su pluma.
Y rozo desde lejos
la madera clavada
con clavos de amargura
que guarda la memoria
del mágico equilibrio
con que aquel cuerpo magro
repartió a manos llenas
la claridad de su universo.
Defino su perfil
con el liviano acento
de los atardeceres:
Pecho de arena y sol,
flaco de piernas
de andariega prisa,
solitario viajero
sobre el mapa,
infatigable
y sin paradas.
Cabeza y corazón
donde cabían
el árbol y la piedra,
el pájaro y la nube,
el mar y las montañas
y el cambiante color
del mundo amanecido
en los ojos absortos
de un niño campesino.
De su tránsito
airado por la vida
quedó una huella pura
del quemante brillo
que domina aún
el oleaje y la resaca
de sus días
inhóspitos y recios.
No pudimos
cruzarnos en el tiempo;
mas su sangre
está viva en la palabra
que aletea
con tibio amor
de savia jardinera,
más allá del silencio
lejano que recoge
la soledad del bronce
vespertino.
Dios lo guarde
en su gloria de poeta
por los siglos y siglos
que habrán de pasar
sobre esta tierra
para hacer mas vivo
y refulgente
el metal sustantivo
de su verso.

José Ramón Medina

cuando por sobre el hombre nos llama cesar vallejo

i
trabajó como un loco un poema imparable
tratábase de estipular el vericueto
que rige todo caso flagrante de vida
así flores funéreas no encontraban su sitio
no había calas en el puerto sin nombre
ni espacio o luz en la meseta líquida
embaldosada de rezos de besos de huesos
podía disentir borrar es verdad
tachar es cierto cupieron dudas
ir para atrás nadar de espalda
en el derretido ande reencontrado
o extraerse hacia arriba con ortigas gigantes
que sólo de rozar el recuerdo lo ardían
era un expreso que paraba en sí mismo
su pasaje estaba escrito en lengua punto clave
el andén japonés castigado de vientos lagrimales
no resultó ser más que un haiku intraducibie
por saber qué esperaba y lo que obtuvo
por decencia piedad vaya a saber la envidia
no describiré el espejo sin luna donde aullaba:
compañeros! vayamos a comernos juntos todo el hambre!

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