DDHH y Derecho Penal - Materia 2 - Maestría
DDHH y Derecho Penal - Materia 2 - Maestría
DDHH y Derecho Penal - Materia 2 - Maestría
Punitivismo y Derechos Humanos
[www.cienciaspenales.net ]
El caso de Argentina
1
Prof. Derecho Penal y Procesal Penal, Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires.
2
Pastor, Daniel R. “La deriva neopunitivista de organismos y activistas como causa del
desperestigio actual de los derechos humanos”. Nueva Doctrina Penal, Edit. del Puerto, Tº
2005/A, Buenos Aires, mayo 2005, p. 73 y ss.
3
Ziffer, Patricia. “El principio de legalidad y la imprescriptibilidad de los delitos de lesa
humanidad”, en Estudios sobre Justicia Penal, Homenaje al profesor Julio B.J. Maier, Edit.
del Puerto, Buenos Aires, 2005, p. 745 y ss.. Filippini, Leonardo. “El prestigio de los
Derechos Humanos. Respuesta a Daniel Pastor”. Nueva Doctrina Penal, Tº 2005/B, Edit.
del Puerto, Buenos Aires, 2005, p. 727 y ss.; AA.VV. Neopunitivismo y Neoinquisición. Un
análisis de políticas y prácticas penales violatorias de los derechos fundamentales del
imputado. Dirig. por Daniel R. Pastor y coordinada por Nicolás Guzman, Ad-Hoc, Buenos
Aires, 2008. Malamud Goti, Jaime, “A propósito de una sentencia bien intencionada”,
Nueva Doctrina Penal, Edit. del Puerto, Buenos Aires, T° 2000/B, p. 493 y ss.; Yacobucci,
Guillermo J. “Hacia una Nueva Legalidad Penal”, Suplem. de Dcho. Constitucional, La
Ley, 21/4/05, p. 11 y ss.
1
y organizaciones de activistas consideran que la reparación de la
violación de los DDHH se logra, primordialmente, por medio del
castigo penal y que ello es un valor positivo que debe ser conseguido
sin controles y en forma ilimitada, aun con desprecio por los derechos
fundamentales de los acusados enfrentados al poder penal público.
Esa creencia en un poder penal absoluto –según esta postura–
invierte la función penal de los DDHH que, de protección del
imputado, pasa a la promoción de la víctima mediante la condena a
ultranza de los sospechosos. Concluye que ello transformó
negativamente el movimiento de los derechos humanos y es la causa
de su desprestigio.
Sigue con el argumento de que el desarrollo histórico de los
derechos humanos los concibió como límites y controles al poder
penal estatal, en defensa exclusiva de los intereses individuales. Para
muestra, se citan los casos “Barrios Altos” 4 y “Bulacio” 5 .
Si bien la posición se muestra partidaria de aplicar poder
punitivo a los autores de los hechos del primer caso, enseguida aclara
que un sistema internacional de los derechos humanos no puede caer
en la desidia de considerar que siempre, ilimitadamente, con
relajamiento de los derechos de los acusados y sin alternativas, debe
aplicarse a estos casos el castigo punitivo (que llaman poder penal
absoluto).
Se critica la sentencia en el caso “Barrios Altos” por haber
formulado una ideología extrema por la cual en materia de graves
violaciones a derechos humanos son ilegítimas todas las opciones a la
condenación penal. Una especie de derecho penal como única ratio,
que no puede dejar de ser aplicado por ningún motivo, sin tolerancia
por soluciones sustitutivas de lo punitivo, lo que equivale a refundar
un derecho penal medieval y contrailustrado.
En cuanto al caso “Bulacio”, sostiene que en él no se juzgaban
graves violaciones a los DDHH (se refiere a que la muerte de Bulacio
en una comisaría de la Policía Federal no lo constituía) y que la
sentencia prescindió de las violaciones a los DDHH del acusado (el
comisario), sometido a proceso por más de una década. Este caso
demuestra, a su entender que, de ahora en adelante, todos los
imputados no serán más las personas protegidas por los derechos
fundamentales sino aquellos que deberán ser siempre condenados a
4
Corte Interamericana de Derechos Humanos, sentencia de 14/3/01.
5
Corte Interamericana de Derechos Humanos, sentencia de 18/9/03.
2
ultranza, sin reconocimiento de derechos superiores. Que el fin
primordial del derecho frente a lo penal no es más el imputado, sino
la víctima, y a la víctima sólo se la protege castigando y haciéndolo
como sea.
Protesta porque diversas organizaciones se han constituido en
querellantes en esos procesos y participan “alegremente del festín de
violaciones de los derechos de los acusados”, en lugar de ocuparse de
lo que debería ser su única función, esto es, velar por el respeto de los
derechos humanos de los acusados. Critica a estos organismos por ser
demandantes permanentes de más derecho penal y condenas. Para
ello se vale de algunos ejemplos que considera aplicables, como el de
castigar a cualquier costo, aun al torturado.
La violación de los derechos de las víctimas, prosigue, por falta
de adecuada justicia, sólo puede recibir una respuesta civil.
Se pregunta ¿por qué el movimiento de defensa de los
derechos humanos se puso a la vanguardia de la violencia punitiva a
ultranza?, a lo que responde que esas actitudes las privan de toda
autoridad moral y credibilidad. Sostiene que han cambiado su
paradigma pues, de ser garantes de un derecho penal limitado y
controlado, han pasado a ser demandantes de un poder penal
absoluto. Todo, sea lo que fuere, se resuelve siempre en contra del
imputado porque esas organizaciones han seguido la “deriva
neopunitivista”. Considera que esto es una catástrofe cultural porque
el Derecho Penal no puede servir a dos objetivos al mismo tiempo, es
decir, atender a la vez los intereses punitivos de la víctima y los de los
derechos fundamentales del imputado.
No se ahorra calificativos para este ambiente penalista, al
señalar que se trata de una forma militante de guerra a favor del
castigo punitivo, que no está a la altura de las exigencias de la cultura
penalista actual, que se hacen mediante formulaciones sonoras acerca
de las ventajas de la pena, una suerte de fetichismo penal cuya
consecuencia es pensar que ese fin puede ser alcanzado de cualquier
forma (derecho penal del enemigo, razón de estado, etcétera).
Agrega que esta visión de “cruzada contra el mal” desatiende
la naturaleza pasada y presente del poder punitivo y los fundamentos
axiológicos de una cultura jurídica construida en base a la pena como
un mal (necesario) y de la lucha por contener la tendencial inclinación
al ejercicio arbitrario de todo poder punitivo. También se refiere 6 a la
6
Pastor, ob. cit., nota Nº 71.
3
opinión de Zaffaroni que a su entender ha tratado de justificar un
poder penal excepcional, diferencial y en cierto modo legítimo para
las graves violaciones de derechos humanos, y que sostendría la idea
de dos sistemas penales simultáneos, el irracional o ilegítimo y el no
tanto. Zaffaroni sostendría que los autores de esos hechos, por haber
sido otrora detentadores de un poder punitivo irracional, no podrían
ahora oponerse a que se les aplique a ellos o tratar de contar con
garantías jurídicas estrictas, y que reconocería expresamente que su
argumento aparece paradójico 7 .
Sostiene que esto es una aporía sobre la cual no se puede
construir la solución al problema, sino por el contrario, la grandeza
del Estado de Derecho consiste en no tratar tampoco a los
sospechosos y autores de crímenes gravísimos como ellos supuesta o
realmente trataron a los demás. Va más allá y sostiene que este poder
penal represor de las violaciones de los DDHH es absoluto y
resistente a reconocer límites, como ocurría durante la Inquisición.
Afirma que con la excusa de asegurar los DDHH de unas
personas tiende a la necesidad de violarlos respecto de otras, cuando
un sistema jurídico-penal con verdadera autoridad y entereza morales
no debe contribuir a la violación de los derechos fundamentales de
nadie, sino limitarse al control del ejercicio del poder penal. Los
DDHH en materia punitiva deben mantenerse siempre del lado del
imputado, sea quien fuera el imputado y el crimen atribuido, aunque
genere una indeseable impunidad.
Concluye en que se requiere una abstinencia acusatoria. Que
los organismos de protección podrían condenar a un Estado que
coaccione para obtener confesiones en los procesos penales, por
ejemplo, y podrán condenar a ese Estado por no haber conseguido
que el autor de la coacción fuera condenado, pero no podrán exigirle
que efectivamente lo condene.
2) Refutación.
A continuación he de analizar y criticar estas ideas de una
manera que pretende ser constructiva.
Como se verá seguidamente, muchos de sus argumentos
confunden dos momentos de la ley penal. Uno, el de la
criminalización primaria y, el otro, el de su aplicación concreta
7
Se refiere a “Notas sobre el fundamento de la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa
humanidad”, Nueva Doctrina Penal, Edit. del Puerto, Buenos Aires, Tº 2000/B, p. 437 y ss.
4
mediante el juicio previo (art. 18 CN). En el primero ya se decidió que
se castigarán estas violaciones a los DDHH. En el segundo, cómo se
procederá a ello. Desde este punto de vista no hay ningún “neo”
punitivismo o exacerbación de la aplicación de castigo a estos hechos,
porque eso ya está previsto desde siempre.
En este segundo terreno, también omiten la debida distinción
entre víctimas de violaciones a los DDHH y personas que revisten la
calidad de imputadas en causas penales, que son dos categorías
diferentes. Existen víctimas de violaciones a DDHH que también
tienen esa misma categoría en los procesos penales que se desarrollan
en los países signatarios de una Convención de DDHH. A estos
últimos generalmente se les concede un derecho a intervenir en el
proceso penal dirigido contra la o las personas imputadas de cometer
el delito que los damnifica. Por ejemplo, entre nosotros, la figura del
querellante.
Además, con el remanido argumento de la venganza privada,
omite computar que la intervención de las víctimas en el proceso
penal no asegura por sí misma la imposición de una pena, ni que el
proceso penal deba seguir su curso. Esas circunstancias son decididas
por el Estado a través de sus jueces, no por las partes (arts. 116 y 117
CN).
El castigo de los hechos que los damnifican tiene su causa en la
ley previa a los hechos. Por ello, el término “fundamentalismo penal”
no es técnicamente correcto (es meramente coloquial) cuando se hace
referencia a una situación en la que la pena ya estaba prevista en una
ley (homicidios, privaciones ilegales de la libertad, tormentos, etc.) y
donde, lo único que se discute, es si a su aplicación se le interponen
circunstancias que constituyen violaciones a los DDHH en sí mismas.
Las premisas que se derivan lógicamente del sistema son: (1) el
Estado se comprometió internacionalmente a respetar los DDHH; (2)
entre esas obligaciones se encuentra la de dar cumplimiento a las
sentencias de la Corte Interamericana en los casos contenciosos en que
la Argentina es condenada; (3) con anterioridad a todo ello, el Estado
incluyó en sus leyes penales una serie de delitos por los cuales se
penan esos hechos; (4) también se comprometió internacionalmente a
no hacer valer ningún obstáculo para que esos hechos sean
investigados y los culpables castigados; (5) si existió un obstáculo y
después del correspondiente proceso éste fue removido por el
tribunal competente para hacerlo (por ejemplo, la Corte IDH y la
CSJN), el resultado es la continuación del desarrollo del proceso y la
5
aplicación de la pena ya prevista en la ley a quienes resulten
responsables y de la absolución a los inocentes.
No es por virtud de un tribunal de DDHH que se castiga, sino
por la ley penal previa al hecho. Ese tribunal sólo ha declarado,
porque le hemos dado competencia para hacerlo, que el obstáculo que
se había intercalado en el camino hacia la investigación y la aplicación
de la pena, no era válido 8 .
Pero además, “ley previa”, no es sólo la ley penal sino un
conjunto de leyes de diferente jerarquía. Por ejemplo, cuando se
dictaron las leyes de obediencia debida y punto final y los indultos, ya
estaban vigentes un sinfìn de Pactos Internacionales de DDHH, que
integran el derecho interno (art. 118 CN), que prohibían interponer
obstáculos del derecho local para juzgamiento completo, serio y
exhaustivo de esta clase de hechos. Otro ejemplo lo proporciona la
prohibición del art. 29 CN.
3) Desbrozando razonamientos.
En lo que sigue trataré de descifrar algunas claves de estos
razonamientos que conducen a sus sostenedores a una posición, a mi
criterio, refutable.
Como ya se sostuviera, “derechos humanos” no son sinónimo
de “garantías” y “derechos” de los imputados de causas penales. Se
trata de dos categorías distintas, de dos niveles de análisis que
explican fenómenos diferentes. Esto explica por qué quienes las
identifican no pueden aceptar que en un proceso penal convivan los
derechos de los imputados y los DDHH de las víctimas.
Dentro de una lógica que acepta la imposición de penas,
debería aceptarse que si durante el proceso no existe ninguna
violación a los derechos del imputado, le corresponde la aplicación de
la pena prevista en la ley. Porque ésa es la consecuencia jurídica
asignada a su jurídica en el momento de la criminalización primaria.
De modo que parece que la posición que aquí se critica o no
está de acuerdo con el castigo de este grupo de hechos de la historia
8
De Luca, Javier A. “Las transformaciones a la Administración de Justicia y el rol de la
víctima en el proceso penal”, nota al pie Nº 28, publicado con variantes en: “Las
transformaciones a la Administración de Justicia y el rol de la víctima en el proceso penal”,
en “elDial”, periódico jurídico por Internet: www.eldial.com.ar , del 17 de junio de 2008.
También en “La Víctima en el Proceso Penal, modelo 2007” en la obra colectiva “Las
facultades del querellante en el proceso penal (de “Santillán” a “Storchi”)”, compiladora
Sabrina Namer, Edit. Ad-Hoc, Buenos Aires, agosto 2008, pág. 27.
6
argentina o no lo está con las razones por las cuales los tribunales han
declarado que los obstáculos a la persecución penal no son válidos.
Si el problema fuese lo primero, evidentemente se discrepa con
la política criminal establecida por el Estado argentino, que desde
siempre reprimió los homicidios, las torturas, las privaciones
ilegítimas de la libertad, las sustacciones de menores, etcétera.
Si el problema radica en las doctrinas y jurisprudencia que han
declarado que estos acusados (en estos casos) no pueden invocar
amnistías, indultos, leyes de prescripción de la acción, este punto no
es tratado con la complementación del Derecho Internacional vigente
al momento de los hechos y de las decisiones ya mencionadas
(amnistías, indultos, prescripciones de las acciones, etc.). Sólo es
abordado desde una mirada autista, penal y procesal penal local.
Así, se llega a sostener, en un tono un poco fuerte, que estas
declaraciones son nuevas violaciones a los DDHH de las personas
sometidas a proceso, o que al remediar las primeras violaciones se
incurre en nuevas, que una violación tapa la otra.
Los ejemplos del tipo de que por este camino podría llegarse a
castigar aun al torturado, devienen de mal gusto, especialmente
porque incurren en una falla lógica. Porque removido el obstáculo
que esas decisiones de la Corte IDH y de la CSJN, queda liberado el
camino para la aplicación de la ley penal local preexistente.
En cuanto al tema de si estos hechos deben ser punibles, no hay
conflicto alguno porque ya lo decidió el soberano y porque al
momento de los hechos integraban la ley. No es principio absoluto
que todo delito pueda ser pasible de indulto, amnistía o prescripción.
Ej. las acciones penales no prescriben de manera pareja ni
proporcional a la gravedad de los delitos. El mínimo de dos años y el
máximo de 12, para las penas de prisión, no guardan ninguna relación
con las penas mínimas o máximas previstas en para muchos delitos y
es aceptado pacíficamente que ésto no viola el principio de igualdad
ante la ley. Ej. nuestro art. 29 CN prohibe ese tipo de actos
infraconstitucionales. No son válidos los obstáculos de esa jerarquía y
los autores deben ser sometidos a las leyes locales. Desde la década
del ‘60 tampoco son válidas las prescripciones para determinados
delitos, y así existen varios ejemplos. Se trata de que la Constitución
declara nulos, inválidos, los obstáculos que se puedan interponer a la
aplicación de las leyes locales. Esas leyes que habilitan castigo,
además y por otras razones, deben ser preexistentes a los hechos (art.
18 CN).
7
Por eso no es válido el recurso a la analogía mediante el
ejemplo de la tortura, porque acá deben hacerse jugar como
integrantes del concepto de ley previa, la invalidez de leyes de
amnistía, indultos y prescripciones.
Si los hechos no fueran punibles en la legislación interna con
anterioridad, no se podría punir. Pero si el hecho ya lo era al
momento de su comisión, el asunto deja de ser el de los derechos de
las víctimas, sino la de la potestad punitiva del Estado que le confiscó
el conflicto hace mucho tiempo.
En todo este andamiaje argumental, existe una confusión de las
violaciones a los DDHH por acción y por omisión (arts. 1 y 2 de la
CADH). La víctima de un delito no se transforma, por esa sola razón,
en víctima de la violación a un derecho humano, precisamente,
porque esa categoría conceptual no la comprende. Los DDHH se
invocan ante las acciones y omisiones de los Estados (o personas que
han actuado “desde” el Estado) y no ante los delincuentes
particulares.
Pero debe tenerse mucho cuidado en la extensión de este
razonamiento: por omisión, el Estado puede incurrir en una violación
a un derecho humano de la víctima de un hecho (que en sí mismo no
lo es, porque es un delito común), cuando no investiga, no
individualiza al autor, y no repara a la víctima, lo cual, se ha
declarado, incluye la sanción.
Esto se relaciona con el argumento de que el Derecho Penal no
puede servir a dos objetivos al mismo tiempo: atender los intereses
punitivos de la víctima y los de los derechos fundamentales del
imputado, pues creemos que se confunden dos premisas o que al
razonamiento le falta una. La ley penal, no el Derecho Penal, sirve a
ambos intereses: al del imputado porque le asegura que no será
castigado por algo que no esté previsto en una ley penal y a la
víctima, en tanto miembro de una sociedad que declara que no es
bueno que los conflictos graves se traten por mano propia. Está claro
que la aplicación de la ley penal no resuelve mucho a la víctima y,
además, que constituye una limitación a su venganza privada y a la
del público en general.
Pero la ley está indicando que la sociedad jurídicamente
organizada hace algo con la persona que ha lesionado los derechos de
la víctima. Es un postulado de mínima, porque no se ha podido
inventar otra cosa. No es de ese razonamiento de donde se extrae que
no existe obligación de castigar todas las violaciones de derechos (de
8
víctimas). Lo que ocurre es que el discurso que se comenta confunde
el análisis sobre la existencia de la ley previa con el que se hace al
momento posterior, el de su aplicación posterior a un caso concreto. Si
existe ley previa, al producirse el hecho que la ley prevé, deberá
aplicársela (deber ser). La consecuencia jurídica de esta clase de leyes
es una pena. Que se logre o no, es otra cuestión, ocurre en el mundo
del ser.
Por ello, no es correcto hablar de punitivismo o neopunitivismo
cuando lo que está detrás no es una crítica a la tipificación de
determinadas conductas, sino con que respecto de determinados
casos la ley haya previsto su imprescriptibilidad e inamnistibilidad.
Lo único que hace el sistema internacional de DDHH es
detectar y eliminar o remover una violación a los DDHH, en este caso,
la omisión del Estado de investigar, averiguar y sancionar a los
responsables de delitos de determinadas características. Ése es el
objeto de su competencia. Los titulares de esos derechos violados son
las víctimas de delitos de determinadas características, y la
imputación recae sobre el Estado, por su omisión de investigar,
sancionar, reparar, etc. (lo cual incluye a las trabas que haya podido
poner el legislador nacional). La Corte IDH se limita a remover esa
violación, violación que radica en las disposiciones internas sobre
extinción de la acción penal, perdón, etcétera (por los fundamentos
conocidos). Y, cuando detecta una violación, la consecuencia es una
obligación, una orden, un mandato de acción dirigido al Estado.
Para que el sistema jurídico de DDHH tenga eficacia, debe ser
de observancia obligatoria, lo cual no implica adoptar una postura
ingenua y desconocer que operará selectivamente.
Ésa es también la razón de una Corte Penal Internacional y de
varios Tribunales que vienen juzgando a personas individuales por
hechos cometidos “desde” sus Estados y donde las víctimas no
necesitan esperar que las violaciones de sus derechos sean atendidas
por los Estados cuyos representantes se los violaron, porque la
historia ha demostrado que esto no se concretaba.
9
Todos los discursos atrapan las diferencias. Esto ocurre
también con los discursos del saber penal y el procesal penal. El
“discurso” que explica el delito de hurto no es igual para todos los
casos. En los casos de sustracciones levísimas, se debió erigir una
teoría de la insignificancia (otro discurso) para atrapar a este grupo de
casos que se salían de los moldes originales de la dogmática penal.
El asunto está emparentado con el concepto del principio
constitucional de igualdad: se es igual ante la ley, pero frente a iguales
circunstancias. Y las circunstancias de los delitos de lesa humanidad o
de las graves violaciones a los DDHH en la Argentina de 1976/83, no
son iguales a las de otros delitos sobre los que se ha erigido el
discurso penal. Aquéllos fueron cometidos mediante un terrorismo
impuesto desde el Estado, a partir de un plan de exterminio
sistemático, organizado y ejecutado contra habitantes que pensaban
distinto a ellos (está probado desde 1985, sentencia de la CCCFed en
Causa 13/84, publicada en Fallos: 300). Se trata de conductas que no
tienen ni un ápice de comparación con las de delitos graves por más
aberrantes que sean, como las de los ladrones con armas, los
miembros de alguna banda más o menos organizada, asesinos a
sueldo, secuestradores, funcionarios corruptos, etc., porque éstos
siempre han obrado con un fin o motivación estrictamente particular.
Tampoco se trata de la perenne emergencia, ni de los estados
de excepción que recurrentemente se invocan, sino de atrapar un
fenómeno distinto con todo el ordenamiento jurídico previo
disponible.
En todos estos artículos sobre el llamado “neopunitivismo de
los DDHH” existe cierta tendencia en ascenso a la deslegitimación de
los juicios a los militares y civiles acusados de varios delitos graves
con el argumento de que para juzgarlos se han violado sus derechos
humanos.
Me animo a sostener que el problema central radica en la falta
de actitud para reconocer que nuestras concepciones de años sobre
algunas cosas no estaban perfectas o completas o, bien, que ellas han
evolucionado. Ante esta negación, terminamos haciendo prevalecer
una teoría que no funciona igual en los casos que comienzan a
1994, Buenos Aires, p. 113 y ss; Gil Domínguez, Andrés. “El artículo 75, inc. 22 de la
Constitución Argentina y la Convención sobre Imprescriptibilidad de los Crímenes de lesa
Humanidad”. Suplemento de Derecho Constitucional, de La Ley, Buenos Aires, 10/11/03, p.
75 y ss.
10
presentarse. Y este modo de proceder es metodológicamente
incorrecto. Debemos abrirnos a las enseñanzas de otras ramas del
Derecho y los aportes de otras ciencias y de la experiencia.
Ocurre todo el tiempo con distintos conceptos. Por ejemplo, de
la denuncia anónima se ha predicado dogmáticamente su nulidad.
Esa concepción impide tratar con los casos en que el pariente o amigo
del autor hace una denuncia anónima ex profeso, para lograr la
nulidad de un procedimiento iniciado de ese modo en contra de éste.
Ha ocurrido y sigue el desarrollo con la libertad de expresión.
Sus teorías pusieron en crisis toda la dogmática de los delitos de
expresión (calumnias, injurias, reproducción de calumnias o injurias,
amenazas, apología, instigación pública, menosprecio a los símbolos
patrios, etc.).
Entre los temas que son motivo de análisis aparece el de la
“cosa juzgada”, a partir de la sentencia de la Corte Suprema en
“Mazzeo”. Pero ¿qué es o en qué consiste la “cosa” que tiene que estar
“juzgada” para que un proceso no pueda reabrirse o una persecución
penal reiniciarse?. Los autores vienen desarrollando una teoría sobre
esa “cosa” con una lista de decisiones judiciales que se encuentran en
determinados códigos o sistemas procesales, pero no en otros. Por
ejemplo, una desestimación de la una denuncia, un sobreseimiento.
Ha debido aparecer la expresión de “cosa juzgada írrita” para poder
revocar o anular con tranquilidad de conciencia decisiones tomadas
por jueces sobornados o engañados.
Con sólo agregar un adjetivo al sustantivo la “cosa” cambia o
muta su naturaleza. Si a “sobreseimiento” le agregamos
“provisional”, la “cosa” ya no es “juzgada”. Se puede reabrir el
proceso y todos quedamos tranquilos de conciencia de no haber
violado ningún principio constitucional. Tómese nota de semejante
dislate. Se interpreta la Constitución desde la letra de la ley
infraconstitucional, en lugar de determinar el sentido o naturaleza del
acto procesal de que se trata. Además, se emplean conceptos
extranjeros sobre las garantías cuando, por ejemplo, el instituto del
sobreseimiento, no existe en muchos sistemas jurídicos procesales, de
modo que allí no puede hablarse de cosa juzgada.
Si en cambio consideramos que la “cosa” a juzgar debe ser la
referida al fondo del caso, es decir, a la dilucidación de la
materialidad del hecho y a la responsabilidad jurídica del imputado
en él, todas las demás decisiones no hará “cosa juzgada”. Cosa
juzgada habrá cuando haya habido un debate o discusión (oral o
11
escrito) sobre el fondo del asunto y los jueces se hayan pronunciado
sobre él 10 .
La importancia de estas observaciones es que las decisiones
sobre las que versaban los casos tratados en “Simón”, “Mazzeo” o
“Espósito-Bulacio” no serían “cosa juzgada”, y no habría una nueva
persecución penal por el mismo hecho.
Mucho menos aparece aplicable la doctrina de fallos dictados
en causas civiles (p.ej. el registrado en Fallos: 315:2406), a casos de los
delitos cometidos por los usurpadores del poder argentinos en el
periodo histórico y en ejecución del Plan mencionado.
Esto no tiene nada que ver con la teoría de los derechos
absolutos o relativos. Ni con una supuesta opción axiológica entre
uno de dos derechos de igual jerarquía. El problema no está en la
relatividad de un derecho, sino en que el jurista que lo invoca tenía un
concepto equivocado o no acabado de ese derecho que deberá revisar.
Parece no tomarse en serio las expresiones de cientos de
juristas de todo el mundo, del Estatuto de Roma, de la Corte
Interamericana, de un sinfín de tribunales internacionales y de
nuestra propia Corte cuando señalan que la cosa juzgada no existe
cuando no ha habido un auténtico y verdadero proceso judicial o que
el anterior fue sólo un remedo de juicio. No se trata de una excepción
al principio, sino de que el principio se da en esos casos.
No pueden muchos autores explicar la siguiente paradoja.
Sostienen críticamente que ha aparecido un derecho de las víctimas al
castigo por violaciones a los DDHH y que ése es el derecho que se
hace prevalecer por sobre la cosa juzgada. De ahí que, si ese derecho
no existiera, no habría colisión posible con la garantía del non bis in
idem. Este razonamiento encierra un problema. Si el derecho de las
víctimas no existe, es porque se lo confiscó el Estado que monopoliza
la potestas puniendi (no el derecho). Si aquel derecho no existiera,
porque se reputa que no debería existir, igualmente subsistiría el
poder del Estado a castigar. Esto no tiene nada que ver con la
venganza. El que castiga es el Estado, no las víctimas. Es decir, el
conflicto entre cosa juzgada vs. persecución penal, subsistirá con o sin
reclamo de las víctimas.
10
Sigo aquí algunas ideas discutidas con Juan Patricio Murray, en “La nulidad por cosa
juzgada írrita y la no aplicación del principio non bis in idem a casos que no fueron
elevados a juicio como garantía contra la impunidad”, en Aportes Jurídicos para el Análisis
y Juzgamiento del Genocidio en la Argentina, Eduardo Rezses, compilador, Secretaría de
Derechos Humanos, Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, 2007, p 227 y ss.
12
Finalmente, advierto que se usan palabras muy fuertes de una
manera un tanto banal. La palabra “enemigo” ha costado muchas
vidas en este país. Creo que se las usa sin saber de qué se tratan los
hechos de estas causas. Se suele argumentar que no dar valor a la cosa
juzgada en estos casos (p.ej. “Mazzeo”) es una suerte de aplicación del
derecho de los vencedores contra “enemigos” o del llamado derecho
penal del enemigo, ya que el principio sobre el que se asienta la
inmutabilidad de la cosa juzgada es el de tratar de prevenir la revisión
de decisiones judiciales cuando el poder cambia de signo.
Pero esta explicación implica parificar el poder del Estado
Terrorista con el poder punitivo ejercido por un Estado Constitucional
y Democrático de Derecho, respetuoso del Derecho Internacional.
Para que “cambie de signo” y se revise “la cosa juzgada” en contra de
quienes ahora la revisan, debería haber un nuevo golpe de Estado y
sus jefes disponer que nos “juzguen” a todos nosotros.
Seguramente lo harían siguiendo, nuevamente, la doctrina que
sobre el “enemigo” en la guerra moderna desarrollaron Carl Schmitt 11
y el coronel Roger Trinquier 12 que al pie de la letra siguieran los
militares franceses en Indochina y Argelia, perfectamente conocida y
seguida tiempo después por quienes ahora están siendo juzgados en
nuestro país 13 . Este enemigo no es aquel del que hablan autores como
Jakobs, Cancio Meliá y Zaffaroni en conocidas obras para referir un
Derecho Penal del Enemigo o el Enemigo en Derecho Penal.
Estos conceptos son difíciles de digerir porque implican un
cambio de actitud o de conducta en el jurista o especialista en derecho
penal y procesal penal. Es un cambio doloroso. Implican recibir el
Derecho Internacional como formando parte del nuestro, algo que se
viene predicando desde siempre (art. 118 CN; ley 27 de 1863) pero
que nunca se aplicaba de verdad en la praxis. Así, las discusiones
sobre las diferencias entre cuestiones programáticas y operativas, o
sobre el monismo y el dualismo. El problema es que nos vemos
obligados a incorporar a nuestros conocimientos, una serie de
conceptos e instituciones que corresponden a otro universo, el
internacional y, luego de su incorporación, debemos hacerlos jugar
11
“El Concepto de lo Político”, Struhart & Cia, Buenos Aires, 2006.
12
“La Guerra Moderna”. Editorial Rioplatense. Buenos Aires. S/f. (circa 1963). Traducido
del francés por Cap. (RE) L.P. Perez Roldán.
13
Ver Robin, Marie Monique. “Escuadrones de la Muerte: La Escuela Francesa”,
Sudamericana, Buenos Aires, 2005.
13
armónicamente. Hasta hace poco, nuestro conocimiento no era del
Derecho Internacional, sino del derecho de otros países, lo cual es
muy distinto. Aplicar todos fallos de la Corte de EEUU sobre
garantías procesales penales a nuestro sistema, es algo corriente entre
nosotros (viene desde 1863, basta con leer las citas de Joaquín V.
González).
Los puntos de inicio y encuentro de caminos para la
armonización de ambas áreas del saber están dados por el
reconocimiento por parte del estado argentino de la costumbre
internacional y la aceptación sin condiciones de tratados
internacionales que nos obligan. Estas fuentes de derecho, no pueden
ser soslayadas por quienes hacemos derecho local, penal o procesal
penal. El problema es que hay que hacerse cargo.
Javier Augusto De Luca
Buenos Aires, abril de 2009
14
I !E Ilit!J
•
Ministerio Público
Procuración General de la Nación
Suprema Corte:
I
La Sala 1V de la Cámara Nacional de Casación Penal
no hizo lugar al recurso interpuesto por la defensa de Cristian Daniel
E: contra la sentencia que, por mayoría, lo condenó a la pena única
de treinta y cuatro años y seis meses de prisión, comprensiva de la
impuesta en esta causa a veinticuatro años de prisión en orden a los
delitos de robo agravado por el uso de arma, estafa, homicidio agravado
I
en grado de tentativa reiterado (dos oportunidades) y tenencia ilegitima
1'iJ\
..... " de arma de guerra, todos en concurso real, y de la de diez años y seis
\ÍJI '
meses de prisión impuesta el 13 de agosto de 1995 por el Tribunal Oral
en lo Criminal Oral N° 9, como autor del delito de homicidio en
concurso real con lesiones leves (fs. 1/61).
Para arribar a ese temperamento y en lo que aquí
interesa, el a quo desechó haber incurrido en una errónea interpretación
del articulo 55 del Código Penal al sostener, con fundamento en los
precedentes de esa Cámara que cita a tal efecto, que dicha norma era una
disposición de carácter general que al no establecer con precisión cuál
era el máximo de las penas privativas de libertad, remitía a las figuras
penales previstas en la parte especial. Agregó que aún cuando
históricamente ese límite para las penas divisibles era de veinticinco
años, nada impedía que, de producirse alguna modificación respecto de
esa especie de pena, variara también dicho monto tanto en lo referido al
concurso de delitos como para la unificación de penas (fs. 73/79).
Por lo tanto, concluyó que en autos la pena única no
resultaba contraria a derecho al haber sido impuesta dentro de los límites
establecidos por la ley, al encontrar fundamento en la agravante genérica
prevista en el primer párrafo del artículo 227 ter del Código Penal (según
-------".",,.......--- ~------~~-----
J
no autorizan la descalificación del fallo como acto jurisdiccional (Fallos:
305:1103; 308:2352 y 2405; 312:195, entre otros) .
. 1
I
Asimismo, tal como aconteció en aquellos casos, con
r
i la intención de hacer prevalecer su criterio, la defensa aduce
dogmáticamente una "falta de proporcionalidad entre la pena conminada
y la falta cometida", sin siquiera analizar la gravedad y reiteración de
los delitos por los que fue condenado su asistido.
Por lo tanto, contrariamente a lo sostenido en esta
presentación directa, no puede inferirse de lo resuelto por el G qua al
rechazar el recurso de casación un menoscabo a la garantía prevista en el
artículo 8.2.h., de la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
en la medida que se realizó un examen de los planteo s sometidos a su
conocimiento de acuerdo con las pautas establecidas por V. E. en Fallos:
328:3399, sin que se haya alcanzado a demostrar que la inteligencia
asignada a la norma en cuestión y su aplicación al caso resulte
manifiestamente inadecuada e irrazonable.
nI
En consecuencia, opino que corresponde desestimar
esta queja.
Buenos Aires,5 deScft,~ de 2008.
o
o
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correspondientes para los casos de concurso de delitos y para
la unificación de penas. En consecuencia, estimó que la pena
única impuesta se encontraba dentro de los límites estableci-
dos por la ley, por encontrar su fundamento en la agravante
genérica prevista en el primer párrafo del art. 227 ter del
Código Penal, que aumenta en un medio el máximo de la pena de
cualquier delito Acuando la acción contribuya a poner en pe-
ligro la vigencia de la Constitución Nacional@. Asimismo,
fueron desestimadas las alegaciones de la defensa relativas a
las inconsecuencias a que conduciría la interpretación en
cuestión con relación a la situación más gravosa en que ter-
minaría quedando el condenado a prisión temporal en compara-
ción con la situación de los condenados a prisión perpetua
respecto de las atenuaciones de la ejecución penitenciaria
(cf. ley 24.660), la libertad condicional, la prescripción y
las escalas previstas para la tentativa y la participación.
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de los textos legales frente al caso concreto constituye una
característica propia de la tarea de aplicación del derecho.
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VO-//-
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intérprete indagar en la parte especial a fin de establecer el
máximo legal previsto para la especie de pena de que se trate.
Por sí misma, esta sola circunstancia no basta para considerar
violado el mandato de certeza (arg. art. 18 de la Constitución
Nacional), toda vez que el establecer los alcances y matices
de los textos legales frente al caso concreto constituye una
característica propia de la tarea de aplicación del derecho.
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DISI-//-
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que en autos la pena única impuesta no resultaba contraria a
derecho pues encontraba fundamento en la agravante genérica
prevista en el primer párrafo del art. 227 ter del Código
Penal (según ley 23.077), que aumenta en un medio el máximo de
la pena de cualquier delito cuando la acción contribuya a
poner en peligro la vigencia de la Constitución Nacional. En
virtud de estas consideraciones rechazó los cuestionamientos
de la defensa relativos al mayor tiempo de detención que
Estévez habrá de sufrir para acceder a alguno de los
beneficios que establece la ley 24.660, y a la incom-
patibilidad de esta interpretación con otros institutos pena-
les, tales como la prescripción, la libertad condicional y la
tentativa, entre otros.
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de la pena ni el criterio con que se la individualiza conforme
las pautas dentro del sistema de penas flexibles de la ley,
sino justamente el presupuesto de esa individualización, o
sea, cuál es la escala legal aplicable, la que no presenta
dificultad en cuanto al mínimo, pero que necesariamente
también debe reconocer un máximo. La cuestión a decidir es
cuál es el máximo de la escala de la pena de prisión en
nuestra ley penal vigente, y no si dentro de esa escala ha
sido razonablemente establecida, lo que sería un paso lógica-
mente posterior.
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sirva de marco en el futuro para reparar en lo posible el
déficit generado por la aplicación aislada y contradictoria de
esas disposiciones.
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en la necesidad de síntesis, sistematización y agotamiento del
contenido de cada materia jurídica en códigos.
Con este nombre se designaron desde entonces los
cuerpos legales sistemáticos y exhaustivos, a diferencia de
los anteriores, que eran recopilaciones de leyes de tiempos
diferentes, sin concentración sistemática y carentes de parte
general, tales como la Nueva Recopilación de Felipe II de 1567
(Tomo Segundo de las leyes de Recopilación que contiene los
Libros Sextos, Séptimo, Octavo y Nono, Madrid, 1775, págs.
312-475, que corresponden al libro VIII°, dedicado a las leyes
penales) o las Ordenaciones portuguesas (Ordenaçoes do Senhor
Rey D. Alfonso V., Coimbra, na Real Imprensa da Universidade,
1792, reprod. facsimilar de la Fundaçao Calouste Gulbenkian,
Lisboa 1984; Ordenaçoes do Senhor Rey D. Manuel, Coimbra, na
Real Imprensa da Universidade, 1797, reprod. facs. cit.;
Ordenaçoes e Leis do reino de Portugal, recopiladas por
mandado do Rei D. Felippe o Primeiro, Nona edicäo, feita sobre
a primeira de Coimbra de 1789, confrontada y expurgada pela
original de 1603, Tomo III, Coimbra, na Real Imprensa da
Universidade, 1824).
El proceso de codificación moderno fue impulsado,
por un lado, por las ideas del Iluminismo, que demandaban
sencillez y claridad en las leyes, al tiempo que satisfacían
el afán general de concentración y sistematización científica
propio del enciclopedismo y que se manifestó desde el origen
mismo de la Revolución Francesa, expresado en el mandato de la
Asamblea Constituyente del 5 de julio de 1790: las leyes
civiles se revisarán y reformarán por los legisladores, y se
hará un Código general de leyes simples, claras y apropiadas a
la Constitución, reiterado obsesivamente hasta 1793 (Cfr.
Manuel de Rivacoba y Rivacoba, en Prólogo a Jean-Etienne-Marie
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de certeza en esta materia.
Cabe señalar que el impulso a la codificación le-
gislativa en el campo penal por imperio de la demanda de uni-
dad nacional y de la razón fue anterior a la Revolución de
1789, pues respondió a la difusión de las luces entre los
déspotas ilustrados, siendo fruto de esta corriente el primer
código penal europeo, que fue el Código Criminal de Pedro
Leopoldo de Toscana de 1786 (su texto y comentario en Carlo
Paterniti, Note al Codice Criminale Toscano del 1786, CEDAM,
Padova, 1985), precedido por otros textos que paulatinamente
se aproximaban al modelo moderno de código (en detalle lo
analiza Yves Cartuyvels, D'où vient le Code Pénal? Une appro-
che généalogique des premiers codes pénaux absolutistes au
XVIIIe. Siècle, Bruselas, DeBoeck Université, 1996).
Es ampliamente conocido el debate alemán acerca de
la codificación civil, a partir del reclamo de Anton Friedrich
Justus Thibaut, basado tanto en la racionalidad (había llegado
a tomar clases directamente de Kant) como tácitamente en la
necesidad de unidad nacional (Über die Nothwendigkeit eines
allgemeinen bürgerlichen Rechts für Deutschland, 1814), y de
la respuesta que en ese mismo año recibe en la exitosa
monografía de Savigny (Friedrich Karl von Savigny, Vom Beruf
unserer Zeit für Gesetzgebung und Wissenschaft, Heidelberg bey
Mohr und Zimmer, 1814), en que reivindicaba esa tarea para la
ciencia jurídica (Rechtswissenschaft) en el marco del
romanticismo jurídico de su historicismo. En su momento
triunfó Savigny y postergó por más de setenta años la codifi-
cación civil alemana, toda vez que el código entró en vigencia
apenas en 1900.
No obstante, no sucedió lo mismo en cuanto a la
materia penal, que la legislación imperial de 1871 adoptó
rápidamente sobre el modelo de Prusia de 1851 (sobre esto:
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Aires, 1915, II, pág. 198). Agregaba: El sistema de la incor-
poración ha existido en la legislación de los pueblos euro-
peos, hasta el siglo XIX. Salvo en Inglaterra y en la mayor
parte de los estados de Norte América, donde todavía se con-
serva, en todas las demás naciones civilizadas ha sido sub-
stituido por el de la codificación. Ofrece éste considerables
ventajas, pues presenta el derecho de una manera más clara y
científica (Idem, pág. 199).
En la actualidad la excepción anglosajona que seña-
laba Bunge, puede considerarse casi extinguida en materia
penal, dado el progresivo y franco avance del derecho legis-
lado en las últimas décadas y la prohibición de la antigua
facultad de creación judicial de tipos penales, cancelada
definitivamente por la Cámara de los Lores hace más de medio
siglo.
En síntesis: la codificación, que exige completivi-
dad respecto de una materia jurídica, orden sistemático de las
disposiciones y claridad en el lenguaje, con el máximo de
precisión posible, es una técnica legislativa destinada al
mejor cumplimiento del mandato de certeza constitucional.
La adecuación de esta técnica legislativa para el
mejor cumplimiento del mandato de certeza se verifica histó-
ricamente con la mayor urgencia y menor discusión con que se
la receptó en el campo penal, donde la técnica de codificación
se impuso con mucha mayor celeridad que en el derecho privado.
15) La codificación como exigencia del mandato de
certeza y el nacimiento de los estados americanos
El reconocimiento de la superioridad técnica de la codi-
ficación y su requerimiento como garantía de certeza se hallan
históricamente vinculados a nuestra emancipación, pues desde
los albores de la vida independiente de los pueblos de nuestra
América se ensayaron, proyectaron y sancionaron constituciones
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fascimilar de 1956; las actas originales se han destruido en
incendio de archivo) y desde 1831 en Bolivia (Código Penal
Santa-Cruz, Paz de Ayacucho, Imprenta del Colegio de
Educandas; Administrada por Manuel V. del Castillo, 1831) y
Brasil (Codigo Criminal do Imperio do Brazil, annotado por
Araujo Filgueiras Junior, Río de Janeiro, 1876).
Nuestro país se movió hacia la codificación penal
con mucho mayor retraso que el resto de las Repúblicas Ameri-
canas, pues el Proyecto de Carlos Tejedor fue adoptado por las
Legislaturas provinciales como una necesidad ante la desidia
legislativa del Congreso Nacional (sobre su vigencia
provincial Moisés Nilve, La vigencia del Proyecto Tejedor como
Código Penal de las Provincias Argentinas, en "Revista Penal y
Penitenciaria", año X, 1945, pág. 35; ver Código Penal de la
Provincia de Buenos Aires, Nueva Edición Oficial, Buenos
Aires, Librería e Imprenta de Mayo, 1884), que incluso lo
mantuvo tímidamente con vigencia para la Ciudad de Buenos
Aires después de la federalización de su territorio, en fun-
ción de la ley 1144 orgánica de los tribunales, del 15 de
diciembre de 1881. Finalmente, en 1886 cumplió con el mandato
constitucional (Código Penal de la República Argentina, Edi-
ción Oficial, Buenos Aires, Imprenta de Sud América, 1887),
aunque mantuvo una defectuosa legislación penal, escindida en
dos leyes (Ley designando los crímenes cuyo juzgamiento com-
pete a los tribunales nacionales y estableciendo su penalidad,
del 14 de setiembre de 1863, en Colección de leyes y decretos
sobre Justicia Nacional, Publicación Oficial, Buenos Aires,
1863, y el código de 1886 para los delitos comunes), hasta que
el código de 1921 dio cumplimiento cabal al mandato de 1853
dictando un código único para delitos federales y ordinarios
(Código Penal de la Nación Argentina, ley 11.179 con las
modificaciones de las leyes 11.221 y 11.309, Edición Oficial,
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tinental, lo que por otra parte era el entendimiento que
siempre tuvo la fórmula constitucional, absolutamente pacífico
no sólo para la doctrina sino también para todos los le-
gisladores históricos, tanto los constituyentes al establecer
el requerimiento como los ordinarios al ir sancionando los
diferentes códigos nacionales y discutiendo los varios pro-
yectos en función de ese mandato.
Nadie ha puesto en duda, jamás a lo largo de más de
un siglo y medio, que por código debe entenderse en la Cons-
titución aproximadamente el concepto que hace casi un siglo
proporcionaba Bunge.
17) El cumplimiento del mandato constitucional de
certeza en 1921
No cabe duda acerca de que finalmente en 1921 el
Congreso Nacional dio cumplimiento al mandato constitucional
de certeza en materia penal, con la técnica que la propia
Constitución le impuso. La ley penal argentina adquirió cla-
ridad, precisión, la parte general sobria de nuestro Código
Penal permitió una evolución científica y jurisprudencial muy
interesante: el texto del código permitió que la doctrina
incorporara y adaptara las mejores elaboraciones del mundo y
que la jurisprudencia obrara en consecuencia con la dinámica
de la ciencia jurídico-penal.
Fuera del texto codificado quedaron en 1921 muy
pocas disposiciones como leyes penales especiales o vinculadas
a la materia y que no obstaban al sano entendimiento de la
legislación: la ley 111 de patentes de invención, la ley 2240
de protección de cables submarinos, la ley 9643 de warrants y
certificados de depósito, la ley 10.903 de patronato de
menores, la ley de maltrato de animales y algunas disposi-
ciones referidas a correos y telégrafos, como también la ley
de juegos de azar.
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parada los hallamos de los más dispares estilos: el fronta-
lismo del Codice Rocco, el modernismo del austriaco de 1974,
el clasicismo del Zanardelli, del Modderman y en cierta forma
del belga, etc.
El código de 1921 conservaba las líneas de la sime-
tría del código bávaro de Feuerbach, pero era altamente fun-
cionalista, escapaba a todo casuismo, se expresaba en períodos
breves, eliminaba casi todos los tipos atenuados optando por
mínimos de pena bajos, huía de toda definición teórica y su
lenguaje era especialmente sobrio y preciso.
Estas características han desaparecido en forma
inorgánica: se ha mezclado la fórmula sintética de cuantifi-
cación de penas con la tabulación de agravantes (las escalas
agravadas en la multiplicación del art. 41 y las que se hallan
en leyes especiales no incorporadas), que nunca había tenido
vigencia entre nosotros; al subir los mínimos de múltiples
escalas penales so pretexto de hipotética prevención general
negativa no se crearon tipos privilegiados en reemplazo; se
han calificado tipicidades de modo poco explicable, incluso
recalificando tipos ya agravados; etc.
20) La descodificación penal como proceso
En la actualidad son más de doscientas las leyes que
deberá tener en cuenta quien pretenda aproximarse a la
legislación penal vigente, entre las leyes penales especiales,
las que reformaron el propio texto del código y las dis-
posiciones penales de leyes no penales.
En síntesis: nuestra legislación penal, por vía de
la formidable multiplicación de leyes penales especiales y de
la reforma constante a las disposiciones del Código Penal ha
sufrido un serio proceso de descodificación. Por ello, volve-
mos a hallarnos en una situación en la que el mandato consti-
tucional de certeza no se cumple, en razón de que la mayor
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una manifiesta estabilidad apenas interrumpida por reformas
menores.
21) Los límites que debe cuidar el control judicial
de constitucionalidad
Está fuera de toda duda que no es función de los
jueces la recodificación legislativa penal conforme al mandato
constitucional de certeza. Por ello, tampoco es posible que el
ejercicio de la jurisdicción constitucional devuelva por
completo a los habitantes la seguridad jurídica perdida con el
actual déficit de certeza de la ley penal y de la que gozaron
con la anterior estabilidad de las primeras cuatro décadas de
vigencia del código.
La descodificación ha sido un proceso regresivo
prolongado en el tiempo y que no cabe atribuir a ningún pe-
ríodo legislativo determinado, sino que fue impulsado a lo
largo de medio siglo, con frecuencia con llamadas leyes ema-
nadas de poderes no constitucionales, aunque es notoria la
aceleración que sufrió en los últimos años. Por ende, no se
trata de un acto legislativo particular y que pueda ser some-
tido al juicio de constitucionalidad, lo que imposibilita
cualquier decisión jurisdiccional a su respecto.
No obstante, es incumbencia de la jurisdicción, en
la medida de sus posibilidades y atribuciones, reducir los
efectos de la descodificación legal violatorios del mandato de
certeza, cuando éstos alcancen límites extremos de lesión a la
seguridad jurídica en el campo penal, al punto de configurar
un caso de gravedad institucional.
22) La gravedad institucional
No cabe dudar acerca de que el principio de legali-
dad penal está en la base de todo estado constitucional de
derecho y es hoy una conquista de la civilización, impuesta
incluso por el derecho internacional en los niveles universal
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cuando las dudas abarcan un arco de veinticinco años de dife-
rencia. La gravedad institucional es palmaria, dado que seme-
jante diferencia desmorona uno de los pilares básicos de
cualquier estado constitucional de derecho y en especial de
las normas positivas que lo configuran en nuestra Constitución
Nacional.
23) El desmoronamiento de la certeza histórica
Si bien el código de 1921 no contenía una disposi-
ción particular acerca del máximo de la pena temporal priva-
tiva de la libertad, durante casi ochenta años y por vía in-
terpretativa pacífica se remitió a la pena temporal más grave
de la parte especial, que era de veinticinco años, básicamente
señalada en el art. 79 para el homicidio simple, lo que no
acarreó mayores complicaciones.
Tampoco los tribunales hicieron uso del máximo del
art. 55 sumando penas por delitos de menor gravedad hasta
límites irracionales, con lo cual la prudencia judicial hizo
que la fórmula de éste no fuese mayormente puesta en cuestión
y tampoco la doctrina reparó en que su literalidad podía le-
sionar el principio de estricta legalidad de la pena. En el
plano práctico se resolvían de modo previsible las dificulta-
des que posiblemente debieran haber sido objeto de discusiones
científicas, que tampoco existieron.
En los últimos años esta pax dogmatica e in judi-
cando se ha quebrado por completo: el máximo de la pena tem-
poral privativa de la libertad no puede afirmarse con certeza
en los textos de las leyes penales vigentes, pues tomadas sus
disposiciones aisladamente, todas las soluciones dispares son
posibles y todas ellas parecen ser visitadas por la jurispru-
dencia.
En efecto: la anterior certeza con estabilidad casi
octogenaria se ha visto desbaratada en función de leyes pos-
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por vía de la declaración de inconstitucionalidad de la norma.
Se ha visto que frente a la lesión legislativa del mandato de
certeza por medio de la descodificación, no es esa la vía
adecuada y, además, sería la menos prudente.
Descartada por inviable e imprudente la declaración
de inconstitucionalidad, sólo queda la reconstrucción técnica
o dogmática de las disposiciones legales en forma armónica y
compatible con la jerarquía de valores que impone la Consti-
tución, a cuya cabeza se halla la integridad y dignidad de la
persona, conforme a la decidida esencia personalista del orden
jurídico argentino, señalada desde la Constitución de 1853 y
aún desde todos sus antecedentes a partir de la emancipación
nacional.
Por ello, a efectos de resolver la situación actual
y eliminar este extremo de incerteza del derecho Cconfigurador
de una situación de gravedad institucionalC se hace menester
adoptar un criterio interpretativo de las diferentes
disposiciones legales en juego que permita una solución que
las armonice, incluyendo las disposiciones posteriores al
hecho de esta causa, pues sólo de este modo es posible evaluar
si cabe la aplicación de alguna de estas últimas en razón de
su mayor benignidad.
Sólo en base a un marco de interpretación recons-
tructiva de la totalidad de las disposiciones vigentes en
juego, será posible decidir si la pena de treinta y cuatro
años y seis meses de prisión impuesta en el caso resulta ad-
misible y, por último, determinar si en el caso particular de
la unificación de penas en la causa corresponde la revocación
de la sentencia en esta parte.
26) Las normas en juego
Las disposiciones legales que introdujeron la actual
incerteza en la ley vigente se han sucedido en el tiempo y son
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hasta treinta y siete años y seis meses.
En principio, es sumamente equívoca la previsión del
art. 236, pues es obvio que estos delitos Ccomo cualquier
otroC no excluyen la aplicación de las reglas generales del
concurso, sin ninguna necesidad de mención especial, en la
medida en que el legislador respete el carácter de cuerpo o
código con una parte general aplicable a todas sus disposi-
ciones, de modo que no cabe entenderlo como una torpeza le-
gislativa.
Negar toda validez a la disposición del art. 236 en
función de una supuesta torpeza legislativa resulta contra-
dictorio con la pretensión de que esos dispositivos permiten
el aumento del máximo de la pena de prisión hasta cincuenta
años, pues en tal caso también la omisión del máximo legal de
la especie de pena podría entenderse como una omisión invo-
luntaria y que queda implícita, dado que el art. 236 reforza-
ría el descuido con que se introdujo la ley.
Si se pretende interpretar que algo quiere decir el
art. 236, podría entenderse que indica que se respetarán los
máximos señalados para el concurso real, pero lo cierto es que
éstos remiten a la parte especial y a su máximo temporal, que
al mismo tiempo el legislador parece modificar.
Una tercera posibilidad es que el art. 236, con
redacción defectuosa, quiera remitir a la interpretación tra-
dicional del art. 55 con el máximo de veinticinco años tomado
en general del homicidio simple.
En este último supuesto no podría interpretarse que
se elevan los máximos incluso para los delitos del título IX,
pues de ninguna manera podrían beneficiar al infractor la
concurrencia con otro delito.
De todas maneras, todas estas posibilidades muestran
a las claras la gravedad de la lesión al mandato consti-
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Constitución Nacional.
La clasificación de los tipos de la parte especial
de los códigos penales no es antojadiza. Desde la antigüedad
se adoptaba el criterio de clasificación siguiendo al Decálo-
go, o sea, que a la cabeza se hallaban los delitos contra la
religión. Con la codificación bonapartista se reemplazaron los
delitos contra la religión por los delitos contra el Estado.
El código de Feuerbach, que fue adoptado como modelo por
Tejedor siguiendo su traducción francesa (Ch. Vatel, Code
Pénal du Royaume de Bavière, París, 1852), fue el primero que
conforme a la inspiración liberal, encabezó la parte especial
con los delitos contra la persona. Desde sus orígenes nuestra
ley penal ha seguido este orden que indica cierta jerarquía en
los bienes jurídicos afectados y los consiguientes reproches
punitivos, salvo el breve tiempo en que el modelo español
rigió en Córdoba con la sanción del proyecto de Villegas,
Ugarriza y García (Proyecto de Código Penal presentado al
Poder Ejecutivo Nacional por la Comisión nombrada para exami-
nar el proyecto redactado por el Dr. D. Carlos Tejedor, com-
puesta por los Dres. Sisto Villegas, Andrés Ugarriza y Juan
Agustín Garcia, Buenos Aires, Imprenta de El Nacional, 1881).
La elección de Tejedor no fue antojadiza. Conforme
al sentido de nuestra Constitución Nacional, los delitos con-
tra los poderes públicos no pueden ser más graves que los
delitos de máxima gravedad contra las personas, es decir, no
es admisible que obtengan prioridad los poderes del Estado
frente a la existencia humana.
Nuestro derecho, desde sus orígenes, ha respondido a
la opción planteada modernamente por la filosofía del derecho
entre personalismo y transpersonalismo, o sea, si hace sujeto
de fines a la persona o al Estado (Max Ernst Mayer, Filosofía
del Derecho, trad. de Luis Legaz Lacambra, Barcelona, 1937,
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llevado el máximo de la pena de prisión hasta cincuenta años
también para otros supuestos: se podía interpretar que el art.
55 no sólo establecía el máximo de pena para el concurso real,
sino que indicaba también el máximo de la especie de pena para
la prisión.
30) La pena temporal sigue siendo la más grave
La objeción de que la ley 23.077 elevaba la pena
temporal a cincuenta años y con ello introducía una pena tem-
poral más grave que la perpetua, se intentó neutralizar en
base a la ley 25.892 que reformaba el art. 13 del Código Pe-
nal, exigiendo el cumplimiento de treinta y cinco años de
privación de libertad para la habilitación eventual de la
libertad condicional en caso de prisión perpetua.
De este modo, en tanto que una pena temporal de
cincuenta años habilitaría la libertad condicional a los
treinta y tres años y cuatro meses, una perpetua la habilita-
ría recién a los treinta y cinco años, con lo cual la dife-
rencia de un año y ocho meses de efectiva privación de liber-
tad entre ambas penas, por cierto que poco significativa ante
las magnitudes en juego, justificaría la mayor gravedad de la
pena perpetua.
Lo extraño del caso es que este recurso se frustra
porque introduce una contradicción insalvable: la tentativa y
la participación secundaria en delitos penados con prisión
perpetua sigue teniendo una pena entre diez y quince años
(arts. 44 y 46 del Código Penal). En síntesis: si alguien pone
cianuro en la comida de toda su familia y después de mucho
esfuerzo los médicos logran milagrosamente salvar la vida de
los envenenados, el asesino frustrado tendrá expedito el
camino para solicitar su libertad condicional a los diez años
de cumplimiento de la pena (dos tercios del máximo de quince),
en tanto que si uno sólo de los parientes muere, sólo podrá
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Penal, elevándolas, lo que es un camino prohibido por
configurar una integración analógica de la ley penal in malam
partem; o (c) por declarar la inconstitucionalidad de la
reforma al art. 13 del Código Penal en esta parte.
31) Las otras consecuencias de la ley 25.928
Entendida a la letra, la redacción del art. 55 del
Código Penal conforme a la ley 25.928 tiene el mismo efecto
que la interpretación poco probable de la ley 23.077, pues
sigue introduciendo penas más graves que la perpetua o, en el
mejor de los casos, insignificantemente menos graves, y se
incompatibiliza con las disposiciones referidas a las mismas
instituciones: libertad condicional, tentativa, participación,
prescripción.
No obstante, su entendimiento literal tiene otros
efectos constitucionales. En verdad, la redacción originaria
del código Moreno era de dudosa constitucionalidad y, si bien
ésta nunca se había planteado, era debido Ccomo se dijoC a la
extrema prudencia de los jueces en su aplicación.
La fórmula originaria del código prescribía, por
ejemplo, una escala penal para el concurso real de trece hur-
tos simples, que iba de un mínimo de un mes hasta un máximo de
veinticinco años.
Si bien nuestro código adopta el sistema de penas
flexibles, hoy generalmente admitido en el derecho comparado,
lo cierto es que flexibilidad no importa arbitrariedad abso-
luta. Una escala penal de semejante amplitud violaba necesa-
riamente el principio de legalidad de las penas. En función de
la ley 25.928, entendido literalmente el texto del art. 55
vigente, veinticinco hurtos simples tendrían una escala penal
de un mes como mínimo y cincuenta años como máximo, lo que
provoca una formidable potenciación de su incompatibilidad con
la exigencia constitucional de legalidad de la pena.
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aumentada hasta un tercio.
La indicación de una pena que aumente hasta una
cuantía razonablemente superior a la de la pena del delito más
grave configura un buen criterio para juzgar acerca de la
arbitrariedad en los casos concretos y excluye la inconstitu-
cionalidad en la aplicación de la fórmula del art. 55 en
cuanto lesión al principio de legalidad de la pena.
33) En cuanto a la pena de cincuenta años
Una pena privativa de la libertad de cincuenta años,
independientemente de otras consideraciones, importa
prácticamente agotar la expectativa de vida de una persona
según el promedio nacional, todo ello sin contar con el efecto
deteriorante casi irreversible que importa semejante grado de
institucionalización total.
Dicho más brevemente, se trata de un equivalente a
la pena de muerte, que ha sido expresamente derogada en virtud
de la ley 26.394 y que no podría restablecerse en función del
principio de abolición progresiva de la Convención Americana
de Derechos Humanos según la jurisprudencia de la Corte
Interamericana. Se priva de la vida a una persona dándole
muerte, pero de igual modo se la priva de la vida sometiéndola
a un aislamiento deteriorante hasta la muerte.
Menos aún podría pensarse en justificar un equiva-
lente de la pena de muerte insistiendo en su aspecto deterio-
rante, mediante el argumento de una prevención especial nega-
tiva por inocuización, porque tal objetivo contradice los
fines de la pena establecidos en la Convención Americana y en
el Pacto de Derechos Civiles y Políticos y porque, como es
claro, viola toda consideración elemental a la dignidad de la
persona.
Si las penas privativas de la libertad tendrán como
finalidad la reforma y la readaptación social de los condena-
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tativas de vida de la persona y en todos los casos las de su
vida laboral, de forma tal que caería en la inconstituciona-
lidad en que nunca cayó nuestra tradicional pena perpetua.
34) Normas posteriores a tomar en cuenta
Las discusiones planteadas en torno de las leyes
antes consideradas (23.077, 25.892 y 25.928) no deben tratarse
por separado de la legislación penal posterior, que ofrece
base suficiente para reordenar de modo constitucional las
disposiciones que introdujeron la incertidumbre que dio lugar
a tan enojosas discusiones y a decisiones judiciales que ponen
en riesgo de sanción internacional a la Nación.
Si bien el Estatuto de Roma había sido aprobado por
la ley 25.390 y ratificado el 16 de enero de 2001, con vigen-
cia desde el 11 de julio de 2002, con posterioridad a la re-
forma del art. 55 del Código Penal se sancionó la ley 26.200
de implementación del Estatuto de Roma, promulgada el 5 de
enero de 2007.
35) El método reconstructivo a partir de la ley base
El mandato constitucional de certeza rige tanto para
la tarea legislativa abstracta como para la concreción
judicial del derecho penal. El déficit de su observancia en la
labor legislativa impone un esfuerzo compensatorio en el
momento de la concreción judicial. Este imperativo obliga a
una reconstrucción dogmática de las disposiciones legales.
La dogmática tiene por esencia una finalidad cons-
tructiva de sistemas de interpretación. En el caso de la
inobservancia legislativa del mandato de certeza por incum-
plimiento de la técnica de codificación o por descodificación,
se trata de una dogmática reconstructiva con que la ciencia
jurídica y la jurisprudencia deben responder para devolver al
derecho penal en el momento de la concreción judicial, al
menos los más elementales grados de certeza de que se lo haya
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conjunto, y entre ellas las hay que por su importancia son
realmente estructurantes del conjunto.
Apelando a reiterada metáfora de la comparación del
orden jurídico con el estanque, hay pedregullos que hacen muy
pocas ondas y hay piedras enormes que conmueven todas las
aguas del estanque e incluso expulsan aguas.
La magnitud de la reforma que introduce la ley
26.200 pertenece a esta última categoría, en forma tal que se
impone la reconstrucción del sistema en base a la necesaria
compatiblización de sus disposiciones con el conjunto en forma
armónica y ordenada.
Ante una serie de disposiciones dispersas en dife-
rentes leyes infraconstitucionales y que aparecen como con-
tradictorias e inexplicables, para reconstruir el sistema es
menester individualizar en un primer paso la ley que por es-
tructurante debe ser privilegiada como ley ordenadora de base.
Por ley ordenadora de base se entiende la que por su
carácter estructurante respecto de la totalidad de la materia
demanda incondicionalmente su vigencia integral o total, o
sea, la ley cuyo texto debe ser respetado íntegramente, por lo
cual exige la adecuación de todos los dogmas o elementos en
que se puedan descomponer las restantes a su entera vigencia,
o sea que, por su carácter de ley posterior soporta los
elementos de las restantes sólo en la medida en que puedan
introducirse en el sistema sin obstaculizar su vigencia
integral.
Entre las normas posteriores a las leyes que intro-
dujeron o dieron motivo a la lesión al mandato constitucional
de certeza en el momento legislativo (23.077, 25.892 y
25.928), la ley 26.200 es la que debe considerarse como la ley
ordenadora de base para la reconstrucción dogmática del
sistema, por las siguientes razones: (a) tipifica los delitos
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gravedad, razón por la cual se acepta pacíficamente su im-
prescriptibilidad (art. 11 de la ley 26.200). Está universal-
mente admitido que es el contenido injusto de estos delitos lo
que funda esa excepción a la regla general de prescripti-
bilidad.
37) Las penas más graves
Tampoco cabe duda acerca de que la ley 26.200 san-
ciona todos esos delitos con la pena de prisión (art. 71 de la
ley 26.200). Al precisar que la reclusión del Estatuto de Roma
debe entenderse como prisión, ratifica a ésta como pena única
privativa de la libertad en la ley vigente, puesto que las
penas para los delitos más graves contemplados por el
ordenamiento jurídico merecen la pena más grave y expresamente
señala para éstos la de prisión y excluye expresamente toda
referencia a la reclusión.
Establece penas de prisión entre tres y veinticinco
años para estos delitos. En caso de producir una o más muer-
tes, impone como pena más grave la prisión perpetua.
La pena para cada uno de esos delitos, cuando no se
diese el caso de prisión perpetua, se individualiza dentro de
los límites legales de la propia ley conforme al art. 41 del
Código Penal, sin referencia alguna a las escalas agravadas
añadidas en los últimos años a ese dispositivo (art. 12 de la
ley 26.200).
La pena perpetua prevista en el Estatuto de Roma
para los casos juzgados por la Corte Penal Internacional se
adapta a las exigencias del derecho internacional de los De-
rechos Humanos, pues el art. 110 admite la posibilidad de
liberación por vía de reducción de la pena, pasados veinti-
cinco años de cumplimiento de ésta. Cabe presumir que la pri-
sión perpetua que establece la ley 26.200 también cumple con
el derecho internacional en razón de que admite igual posibi-
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Estatuto, sino que la aplica a cualquier caso cuando mediaren
una o más muertes.
Sería contrario a toda lógica suponer que, por un
lado, reduzca en cinco años la pena temporal prevista en el
Estatuto, y que al mismo tiempo extienda la perpetua a casos
de gravedad no tan excepcional como los previstos en el Esta-
tuto, pero haga que ésta sea más grave que la prevista por el
Estatuto para tan excepcionalísima gravedad. Lo razonable es
entender que impone una pena perpetua que, o bien regresa al
tiempo de cumplimiento necesario para solicitar la libertad
condicional tradicional del código, o bien recepta los vein-
ticinco años previstos en el Estatuto. Aunque no existe razón
para pensar lo último, es una hipótesis de interpretación
admisible.
En cualquier caso, sea que la ley 26.200 vuelva al
art. 13 en versión original o que recepte los veinticinco años
del Estatuto de Roma, de todos modos desaparecen las
contradicciones con las escalas reducidas de la tentativa y la
complicidad secundaria.
39) Contradicciones lesivas de la racionalidad re-
publicana
Dado que la compatiblización de la ley 26.200 con el
resto del orden jurídico-penal como consecuencia de su
carácter de reforma sustancial de éste (ley ordenadora de
base) exige su reconstrucción científica sistemática, no es
dable admitir contradicciones valorativas (o desvalorativas
traducidas en penas) en el futuro.
No puede admitirse que después de la sanción de la
ley que establece la pena del genocidio con masacre Centre
otros delitos de extremo contenido injustoC se siga conside-
rando que veinticinco hurtos simples pueden alcanzar una pena
que sea más grave o casi igual que la pena perpetua conminada
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ción, por las siguientes razones: (a) No tendría sentido in-
corporar como delitos hechos que ya están tipificados en el
Código Penal, como son la mayoría de los previstos (un geno-
cidio con masacre es también un concurso real de homicidios);
(b) quedarían fuera de la previsión los delitos tipificados en
leyes penales especiales, pues sólo hace referencia al Código
Penal, lo que carecería de explicación racional; (c) reduciría
todas las tipificaciones incorporadas a cláusulas residuales
(siempre que no constituyan un delito más gravemente penado)
excluidas en función de concurrencia aparente por
especialidad, lo que así hubiese podido expresar mucho más
brevemente el legislador de haber sido su intención en caso de
adoptar semejante técnica legislativa; (d) establecería una
diferencia enorme e injustificada entre las penas para los
tipos del Código Penal y los del Estatuto de Roma no
tipificados previamente, que pasarían a ser delitos privile-
giados; (e) incurriría en penas lesivas del derecho interna-
cional de los Derechos Humanos para los crímenes de lesa hu-
manidad, como un equivalente de la pena de muerte, lo que
haría palmaria la contradicción entre la incorporación que
tiene por objetivo la adaptación al derecho internacional y la
violación de éste; (f) por último, no haría más que agregar
otro capítulo incoherente al largo proceso de descodificación,
profundizando el incumplimiento legislativo del mandato
constitucional de certeza, lo que nunca debe presumirse como
voluntad legislativa.
41) El correcto entendimiento del art. 12 de la ley
26.200
En consecuencia, el correcto entendimiento de la
disposición del art. 12 de la ley 26.200 no puede ser otro que
el de su operatividad entre las penas previstas en la misma
ley, o sea, prisión temporal y perpetua, esto es: si un delito
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Nada hace suponer que nuestro legislador responda a
semejantes contextos, sino que siempre los jueces deben pre-
sumir que se mantiene dentro del marco jurídico constitucional
e internacional.
43) No cabe plantear ninguna inconstitucionalidad
Dada la necesidad de obedecer al mandato constitu-
cional de certeza en el momento de concretar el derecho penal
por parte del magisterio penal, reconstruyendo por vía dogmá-
tica el sistema a efectos de precisar el elemental dato acerca
del máximo de las penas privativas de la libertad y compa-
tibilizar éste con los señalados para los delitos con el má-
ximo de contenido injusto previstos en la ley vigente, no cabe
considerar la inconstitucionalidad de las disposiciones de las
leyes 23.077, 25.892 y 25.928, sino entender que la ley 26.200
introdujo una reforma estructural en nuestra legislación penal
y con ella restableció, mediante la fijación de las penas para
los delitos con el máximo de ilicitud concebible Cy en
particular para el genocidioC, las escalas tradicionales del
Código Penal.
Cualquiera haya sido la interpretación de la ley
23.077 antes de la sanción de la ley 26.200, queda claro que
la prisión temporal no puede ser en la legislación vigente más
grave o casi igualmente grave que la prisión perpetua, pues
esto importaría considerar que los poderes públicos argentinos
son un bien jurídico de mayor o igual valor que la vida de las
masas humanas y que, por ende, la rebelión es tan o más grave
que el genocidio.
Cualquiera haya sido la interpretación y discusión
en torno del art. 55 del Código Penal en la versión de la ley
25.928, o las contradicciones generadas por la prolongación
del plazo para el pedido de libertad condicional de la ley
25.892, después de la ley 26.200 cabe entender que el límite
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litar la libertad condicional en caso de prisión perpetua del
art. 13 del Código Penal a treinta y cinco años, aunque man-
tuvo las escalas reducidas de la tentativa y de la participa-
ción (arts. 44 y 46 del Código Penal) con un máximo de quince
años.
(c) La ley 25.928 elevó a cincuenta años el máximo de la
pena del concurso real del art. 55 del Código Penal.
(d) Por último, la ley 26.200 introdujo una reforma es-
tructural en la legislación penal, tipificando el capítulo de
los delitos más graves que encabezan la reconstrucción de la
actual parte especial, con penas máximas incompatibles con la
interpretación agravante de la ley 23.077 y con las disposi-
ciones reformadoras de las leyes 25.892 y 25.928.
(e) Dado el carácter estructural de la reforma introdu-
cida en la ley 26.200, el mandato constitucional de certeza
jurídica general (y en especial para la ley penal) y el orden
de valores y consiguientes reproches por su lesión que emanan
de la Constitución Nacional y del derecho internacional in-
corporado y no incorporado a ésta, se impone considerar que la
ley 26.200 opera como derogación de las disposiciones de las
leyes anteriores que resulten incompatibles con ella.
(f) Corresponde, por ende, en función del principio
constitucional de retroactividad de la ley penal más benigna
(art. 91 in fine de la Convención Americana de Derechos Huma-
nos), la aplicación de la ley 26.200 a los hechos cometidos
antes de su vigencia.
45) La decisión en el presente caso: error en la
unificación
En consecuencia y en el presente caso no es necesa-
rio declarar la inconstitucionalidad de ninguna disposición
legal, sino aplicar la legislación vigente, en que prevalecen
las penas establecidas en la reforma estructural de la ley
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es la declaración de los hechos y la calificación legal de
éstos.
Por el contrario, en caso de unificación de penas,
no hay una única condena, sino que se impone una única pena,
que no puede comprender la parte que se ha cumplido, porque es
un imperativo óntico la imposibilidad de disponer para el
pasado y, por lógica, tampoco tiene un margen tan amplio como
en el caso de pronunciamiento de una única condena, puesto que
no puede unificar en una pena menor que el resto de la que
debe cumplir el condenado, porque de lo contrario un nuevo
delito podría operar como revisión de una pena legalmente
impuesta y parcialmente cumplida.
Por ello, en la unificación de penas lo que debe
unificarse es lo que resta cumplir de la primera pena con la
que se le impone por el segundo delito o condenación.
Esta unificación de penas evita también la eventual
paradoja de que frente a la próxima extinción de una pena
temporal máxima, no pueda imponerse pena alguna por los demás
delitos que el sujeto cometa y que estén conminados con penas
temporales, lo que sería contrario a la razón.
En consecuencia, la pena única impuesta a Estévez,
incluso con criterio de suma aritmética, no sería de treinta y
cuatro años y medio, pues llevándose a cabo la unificación de
lo que restaba cumplir a Estevez de su primera pena con la
segunda que le impone el tribunal, resultará en verdad una
pena única sensiblemente menor a treinta y cuatro años y seis
meses, que corresponderá verificar que no exceda de los vein-
ticinco años restablecidos por la ley 26.200 en 2007.
Por ello y oído el señor Procurador Fiscal, se hace lugar
a la queja, se declara procedente el recurso extraordinario y
se deja sin efecto la sentencia apelada. Hágase saber y
vuelvan los autos al tribunal de origen a fin de que se dicte
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Para acceder al Dictamen de la Procuración General de la Na-
ción ingrese a:
http://www.mpf.gov.ar/dictamenes/2008/Casal/E_Cristian_E_519_L_XLI.pdf
-64-
Eugenio Raúl Zaffaroni
Alejandro Alagia Alejandro Slokar
Derecho Penal
Parte General
126 § 11. Principios limitativos
los plenarios de las cámaras y la jurisprudencia casatoria, que marcan cierta pauta, lo
que no significa reconocerles obligatoriedad ni, menos aun, asimilarlos a la ley.
2. No obstante, los cambios de criterio jurisprudencial, en particular cuando alcan-
zan cierta generalidad, no pueden dejar de compartir las razones que dan fundamento
al principio de legalidad y a la prohibición de retroactividad más gravosa: no es
admisible que se pene a quien no podía conocer la prohibición 85 . Cuando una acción
que hasta ese momento era considerada lícita pasa a ser tratada como ilícita en razón
de un nuevo criterio interpretativo, no puede serle reprochada al agente, porque eso
equivaldría a pretender no sólo que los habitantes deban abstenerse de lo que la juris-
prudencia considera legalmente prohibido, sino también todo lo que podría llegar a
considerar prohibido en función de posibles e innovadores criterios interpretativos. No
se trata de una cuestión de legalidad ni de tipicidad, sino de una cuestión de culpabi-
lidad, que debe plantearse como error de prohibición invencible 86 .
dario, sino a la injerencia coactiva del estado en general: Las acciones privadas de los
hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen
a un tercero, están sólo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magistrados.
Sus principales consecuencias pueden sintetizarse en que: (a) el estado no puede esta-
blecer una moral; (b) en lugar de ello debe garantizar un ámbito de libertad moral; (c)
las penas no pueden recaer sobre acciones que son ejercicio de esa libertad.
2. (a) El estado que pretende imponer una moral es inmoral, porque el mérito moral
es producto de una elección libre frente a la posibilidad de elegir otra cosa: carece de
mérito el que no pudo hacer algo diferente. Por esta razón el estado paternalista es
inmoral, (b) En lugar de pretender imponer una moral, el estado ético debe reconocer
un ámbito de libertad moral, posibilitando el mérito de sus habitantes, que surge cuando
se dispone de la alternativa de lo inmoral: esta paradoja lleva a la certera afirmación
de que el derecho es moral, precisamente porque es la posibilidad de lo inmoral,
vinculada íntimamente a la distinción entre conciencia jurídica y conciencia moral 90 .
Por este modelo de estado y de derecho se decide el art. 19 CN. (c) Como consecuencia
de lo anterior, las penas no pueden caer sobre conductas que son, justamente, el ejercicio
de la autonomía ética que el estado debe garantizar, sino sobre las que afectan el
ejercicio de ésta. Conforme a esta decisión por el estado moral (y al consiguiente
rechazo del estado paternalista inmoral), no puede haber delito que no reconozca como
soporte fáctico un conflicto que afecte bienes jurídicos ajenos, entendidos como los
elementos de que necesita disponer otro para autorrealizarse (ser lo que elija ser con-
forme a su conciencia) 91 .
Provisorio de 1817, en el art. 112 de la Constitución de 1819 y en el art. 162 de la de 1826. siendo sus
inspiradores argentinos Monteagudo y el presbítero Antonio Sáenz (Cfr. Sampay, Lafilosofíajurídica
del art. 19 de la Constitución Nacional); también, Frías, Trabajos legislativos de las primeras Asam-
bleas Argentinas, 1, p. 458.
90
La distinción entre moral y derecho es la obra cumbre del lluminismo y empalma con la tradición
del texto de Feuerbach. adoptado por el legislador argentino como modelo; en especial es claro el
traductor alemán de Beccaria (Hommel, Des Herrn Marquis von Beccaria unsterbliches Werk von
Verbrechen und Strafen; Kossig, Pliilosopltische Gedanken über das Criminalreclu, pp. 39,41, 121 y
162. atentamente estudiado y citado por Feuerbach en su Revisión).
"' El debate jurisprudencial a este respecto ha sido particularmente significativo en el caso de tenencia
de estupefacientes para propio consumo; sobre ello, por todos, Cavallero, Justicia criminal, p. 56. La
relevancia penal del texto es destacada por Adán Quiroga, pp. 36-37.
9:
Estrada, Curso, p. 180.
*' Sobre personalismo y transpersonalismo jurídico, Mayer, M.E., Filosofía del derecho, p. 157, en
r.iiestro medio. Orgaz, Las personas humanas, pp. 36-37.
128 §11- Principios limitativos
del castigare latino, que significa enmendar94, tiene el mismo sentido de expiación, pues
etimológicamente proviene de la raíz kes-95, cortar, que da lugar ¡^castración. Aunque la disposición
del art. 18 estuviese limitada a la prisión preventiva, en función del mismo art. 19 debe entenderse
que mantiene vigencia también en cuanto a la prisionización como pena formal.
5. Esta opción constitucional se traduce en el derecho penal en el principio de
lesividad, según el cual ningún derecho puede legitimar una intervención punitiva
cuando no media por lo menos un conflicto jurídico, entendido como la afectación de
un bien jurídico total o parcialmente ajeno, individual o colectivo. Este principio es casi
siempre admitido a nivel discursivo, sin perjuicio de que el mismo discurso lo desvirtúe
abriendo múltiples posibilidades de racionalizar su neutralización 96 . El concepto de
bien jurídico es nuclear en el derecho penal para la realización de este principio, pero
inmediatamente se procede a equiparar bien jurídico lesionado o afectado con bien
jurídico tutelado, identificando dos conceptos sustancialmente diferentes, pues nada
prueba que la ley penal tutele un bien jurídico, dado que lo único verificable es que
confisca un conflicto que lo lesiona o pone en peligro. La afirmación de que esto implica
una tutela corre por cuenta de la agencia política criminalizante, pero su verificación
no puede tener lugar a través de la ley sino en la realidad social: el derecho penal sólo
verifica la criminalización primaria y la pretensión discursiva tutelar de la agencia
política; a la tutela la verifica (como verdadera o falsa) la sociología. Por otra parte, es
muy difícil sostener una tutela del bien ofendido, porque es obvio que en el homicidio
no se tutela con la pena la vida del muerto, sino que, por lo menos, la tesis tutelista
debiera admitir que no se trata de la vida concreta, sino de una idea abstracta de la
vida 97 .
8. En la actualidad, por diversas vías, se pretende neutralizar el concepto de bien jurídico, alegando
su relativa utilidad. La tentativa se inscribe en la tendencia que inaugurara el hegelianismo penal, que
prácticamente redujo todos los bienes jurídicos auno: el estado. Siempre que se ha tratado de suprimir
o minimizar el concepto de bien jurídico, no se ha hecho otra cosa que mantenerlo cambiando su
contenido, porque se trata de un requerimiento lógico (es expresión de la teleología legal en el campo
penal). El delito siempre importauna lesión: no reconocer que es la lesión que sufre la víctima implica,
automáticamente, hacer fincar la lesión en otro titular alterno, que por lo general es el estado. Cuando
se pretendió reducir el delito a una pura infracción al deber 101 , el bien jurídico no podía ser otro que
la voluntad del estado; cuando se lo minimiza y se quiere imputar en base a roles, se implica que la
lesión es al rol asignado o asumido; etc. Ninguna teoría puede prescindir del bien jurídico: lo único
que puede hacer es minimizar o suprimir la relevancia del bien jurídico del sujeto pasivo en concreto,
lo que no hace más que extremar la confiscación de la víctima. La legislación contemporánea tiende
también a minimizare! bien jurídico, mediante la proliferación de tipos del Wnmado peligro abstracto
y, además, en la sociedad de riesgo>ü2 de la revolución tecnológica, mediante la tipificación de actos
de tentativa e incluso de actos preparatorios m. Todo debilitamiento del bien jurídico importa un
paralelo deterioro de su objetividad "M, lo que se agrava hasta el extremo de que, no conforme con la
confiscación de la víctima, se la suprime " ,5 , mediante el uso perverso de los intereses difusos106 y de
los delitos de peligro común nn. De allí que para preservar el principio del alterum non laedere de
Aristóteles y Ulpiano , o s , sea necesario precisar -quizáun poco exageradamente-que bienes jurídicos
son sólo aquellos cuya lesión se concreta en ataques lesivos a una persona de carne y hueso l09 .
9. Todo programa liberal de limitación del poder punitivo trató siempre de asentarse en la lesividad.
No distan mucho los límites señalados por esta vía a lo largo de doscientos años. Humbolt escribía
en 1792: el estado, para garantizar la seguridad de los ciudadanos, debe prohibir o restringir
todas aquellas acciones que se refieran de manera inmediata sólo a quien las realiza, de las que
se derive una lesión de los derechos de los otros, esto es, que mermen su libertad o su propiedad
sin su consentimiento o contra él, o de las que haya que temerlo probablemente; probabilidad en
la que habrá que tomar en consideración la dimensión del daño que se quiere causar y la impor-
tancia de la limitación de la libertad producida por una ley prohibitiva. Cualquier restricción de
la libertad privada que vaya más allá o que se imponga por otros motivos distintos se sale de los
101
v. la crítica a Binding, por concebir el delito como desobediencia en Soler, Bases Ideológicas de
la reforma penal, p. 37. También crítico como afectación del orden concreto del Estado, Schmitt, Cari,
Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica, p. 19.
102
Cfr. Hassemer, en "Nuevo Foro Penal", n° 51, 1991, p. 17 y ss.; el derecho penal del riesgo
flexibiliza los contenidos tradicionales del derecho penal, y se manipula de acuerdo a las exigencias del
mercado político, cfr. Herzog, en "'Nuevo Foro Penal", n° 53, 1991, p. 303 y ss.
1<) 1
- Cfr. Angioni, en "Bene Giuridico e riforma della parte speciale", p. 72; sobre este adelantamiento
mediante los delitos de tenencia, Nestler, en "La insostenible situación del Derecho Penal", p. 77 y ss.
104
Parodi Giusino, / reali di pericolo Ira dogmalica e política crimínale, p. 113.
105
Se olvida que sólo se comenzó a hablar de delincuentes cuando se lo hizo antes de las víctimas (Cfr.
Moreno Hernández, en "Teorías actuales en el derecho penal", p. 355).
106
v. Sgubbi, en La Questione Criminale, n° 3, 1975, p. 439 y ss.
107
Sobre ello. Parodi Giusino, op. cit., p. 245.
108
v. Sampay. La filosofía jurídica del art. 19 de la Constitución Nacional, p. 37.
109
Ferrajoli, Diritto e ragione, p. 477; de Carvalho, Pena e garantías.
130 § 11. Principios limitativos
límites de la acción del estado '' °. Dos siglos más tarde, Niño señalaba que al menos hay cuatro clases
de daños a terceros que no pueden computarse como justificativo para interferir con la autonomía de
un individuo: (a) el quees insignificante comparado con lacentralidad que tiene la acción para el plan
de vida del agente, (b) el que se produce no directamente por la acción en cuestión sino por la
interposición de otra acción voluntaria, (c) el que se produce gracias a la intoleranciadel estado, y (d)
el que se produce por la propia interferencia del estado " ' . No es raro que los ataques antiliberales
nazistas contra el concepto material de delito se concentraran sobre laexplicación de éste como lesión
a un bienjuridico 112 , límite al que nollegaron el positivismo ni el fascismo.que no negaban laofensividad,
aunque prudentemente sus críticos se viesen obligados a advertir que la defensa social que no sea al
mismo tiempo defensa jurídica, excede las atribuciones del juez y está fuera del derecho penal. "3.
II. P r i n c i p i o de p r o p o r c i o n a l i d a d m í n i m a
110
von Humboldt, Los límites de ¡a acción del estado, p. 122.
' " Niño, Fundamentos de Derecho Constitucional, p. 307. Al respecto, puede verse también la
interesante limitación de la criminalización primaria que ensaya Diez Ripollés, en "Teorías actuales en
el derecho penal", p. 444 y ss.
" 2 Cfr. Marxen, Der Kampfgegen das libérale Slrafrecht, p. 177.
"-1 Valenti, en Cadoppi y otros, 1, p. 242.
114
Cfr. Seguí, Límites al poder punitivo, p. 17; Paliero, "Mínima non curat praetor"; también,
Armenta Deu, Criminalidad de bagatela y principio de oportunidad.
1
" Prohibición de exceso o proporcionalidad en sentido amplio de las penas lo llaman Cobo-Vives,
p. 69.
116
Por supuesto que el principio de proporcionalidad rige también para las llamadas "medidas" (Cfr.
Romano-Grasso-Padovani, Commentario sistemático, p. 207).
'"Cuerda Arnau, en "Estudios jurídicos en memoria del profesor Dr. D. José Ramón Casabó Ruiz",
p. 452, descompone el principio en adecuación, necesidad y proporcionalidad en sentido estricto.
lls
Sobre este principio, en la doctrina nacional, Vásquez, La racionalidad de la pena. p. 39; en otro
orden, Fonseca, Reformas penáis em Cabo Verde, vol. 1, p. 38.
119
Algunos autores atribuyen su origen a la Revolución Francesa y a Beccaría (Berdugo y otros, p.
47); otros consideran que surge como límite al poder de policía en el derecho administrativo (Cobo-Vi ves,
p. 75: sobre ello, Mayer, Otto, Derecho administrativo alemán, tomo II, p. 31); para otros surge del
concepto de dignidad humana con la teología renacentista (Beristain, La pena-retribución, p. 31 y ss.).
120
Es interesante recordar que se ha pensado en la justificación del principio de proporcionalidad a
partir de que la diferencia entre delito y pena "está en que los ataques delictuosos de los criminales los
realizan personas que no tienen la fuerza bastante para imponerse a los demás"; de ¡a identidad de males
entre delito y pena deducía la condición de proporcionalidad Dorado Montero (El derecho protector de
los criminales, pp. 24-25).
121
En rigor, la pena desproporcionada trasciende el injusto, para penar otra cosa; cfr. Torio López,
en "Libro Homenaje a Alfonso Reyes Echandía", p. 286.
122
En este sentido, destaca matemáticamente la irracionalidad relativade las escalas penales vigentes,
Vásquez, La racionalidad de la pena.
III. Principio de intrascendencia (trascendencia mínima) 131
pudiendo tolerar, por ejemplo, que las lesiones a la propiedad tengan mayor pena que
las lesiones a la vida, como sucedía en el caso del derogado art. 38 del decreto-ley 6582/
58, razón por la que había sido declarado inconstitucional por la CS, criterio que luego
fue alterado con fundamentos que importan ignorar la función hermenéutica de la
Constitución 123 tanto como hacer renuncia expresa a la función controladora.
2. Las teorías preventivas de la pena llevan al desconocimiento de este principio, en
razón de que, invocando inverificables efectos preventivos, las agencias políticas - y
aun las judiciales, con condenas ejemplarizantes- se atribuyen la facultad de establecer
penas en forma arbitraria, desconociendo cualquier jerarquía de bienes jurídicos afec-
tados l24 . Esta es otra de las formas en que la falsa (o no verificada) idea de bien jurídico
tutelado o protegido (fundada en cualquier teoría preventiva de la pena) neutraliza el
efecto limitativo u ordenador del concepto de bien jurídico afectado o lesionado.
3. No falta en las leyes el supuesto inverso, en que aparece un irracional privilegio en algunas
conminaciones penales, que minimizan una lesión respecto de laregla general dada por las restantes:
las privaciones de libertad cometidas por funcionarios (arts. 143 y 144 CP) tienen calificantes comu-
nes con las de los mismos delitos cometidos por no funcionarios (art. 142 CP), pero la escala penal
del funcionario público es de uno a cinco años y la del no funcionario de dos a seis años. Toda vez que
privilegiar el tratamiento penal del funcionario públicoes republicanamente inadmisible, corresponde
entender que la pena del art. 142 CP es de uno a cinco años.
123
Sobre esta función, Streck, Hermenéutica jurídica e(m) crise. p. 215.
124
El principio sentado por Ferrajoli (Diritto e ragione, p. 331). conforme al cual la pena nunca debe
superar la violencia informal que en su ausencia sufriría el reo por la parte ofendida, de no considerarse
complementario,
125
también lesionaría la proporcionalidad.
v. en referencia a la pena a los hijos del conde Ugolino y a la crítica de Dante, Carrara, Dante
criminalista, en "Opuscoli". II, p. 655.
126
Quiroga, Adán. Delito y pena. p. 204.
127
Por esta razón se considera de dudosa constitucionalidad la solidaridad de los partícipes en el pago
de la multa (Cfr. Frossard, en "Rev. Sciencies Crim.", 1998, p. 703).
132 § 11- Principios limitativos
128
La abolición del tormento se remonta a la Asamblea de 1813 (v. El Redactor de la Asamblea 1813-
1815, Buenos Aires, 1913). La de azotes fue más resistida porque, aunque provenía del proyecto de
Alberdi y se estableció en 1853. encontró defensores entre los constituyentes de 1860 (v. Diario de
Sesiones de la Convención del Estado de Buenos Aires; también Constitución Nacional de 1989.
Antecedentes, pp. 916-919). Los reclamos actuales de desaparición en IIDH, Manual de buena práctica
penitenciaria, p. 28.
V. Principio de prohibición de la doble punición 133
el principio republicano obliga a los jueces a apartarse de ellos cuantas veces sea
necesario para salvar principios constitucionales o internacionales, como sucede
cuando las circunstancias concretas del caso demuestran que las penas conforme al
mínimo de la escala lesionan el principio de humanidad.
4. Cabe preguntarse si en estos casos los jueces pueden fijar una pena inferior al
límite legal o incluso dar por compurgada la pena. El principio constitucional de
iy>
Se afirma que e! primer antecedente se remonta a! derecho inglés en 1176, aunque proviene del
Jerecho civil continental, originado en Grecia y desarrollado en el Código de Justiniano (Friedland,
Doublejeopartly. p. 5). En general, sobre ladenominada "triple identidad"y su alcance. García Albcro, "Non
?:s in idem"; Fernández Carrasquilla. Principios, p. 425 y ss. En particular, acerca de su proyección
procedimental, Roxin, Derecho procesal pena!, p. 435 y ss.; Corwin. La Constitución ele los Estados
Luidos y su significado actual, p. 478 y ss.; en concreto, respecto de la actividad recursiva cuando se
habilita la impugnación fiscal. Carrió, Alejandro, Garantías constitucionales, p. 632 y ss.; Maier. en DP,
año 9. 1986. p. 415 y ss.; también, Derecho procesal penal, p. 632 y ss. Acerca del carácter universal
i s esta regla y su ambiciosa proclamación frente a una praxis violatoria, Hendler, en "Las garantías
:ena!es y procesales", p. 131 y ss.
•-"' León Villaba, Acumulación de sanciones, p. 97 y ss.; Carbonell Mateu, p. 152.
v. Zaffaroni. en "Festkrift till Jacob W.F. Sundberg", p. 469; también. Las penas crueles son penas.
134 § 11. Principios limitativos
1.2
Cfr. Aguado Correa, El principio de proporcionalidad, p. 321; Doucet, p. 257; Stefani-Le-
vasseur-Bouloc, p. 348; lo contrario se sostiene desde la prevención general (así, Choclán Montalvo,
Individualización judicial de la pena, p. 195).
1.3
Stavehagen-Iturralde, Entre la ley y la costumbre, p. 42.
134
Al respecto, Stavenhagen, en "Revista IIDH", n° 26, San José, 1997, p. 81; Peña Jumpa, en
"Derechos culturales", p. 96. El art. 149 de la Constitución peruana les reconoce funciones jurisdiccio-
nales dentro de su ámbito territorial, con el límite de no violar derechos fundamentales. Jurisprudencia
sobre comunidades indígenas en IIDH, ludicium el Vita. n° 6, San José, 1998.
133
Constituye lo que la doctrina francesa llama Bloc de constltutionnallté (Cfr. Rubio Llorente-
Favoreau, El bloque de la conslitucionalidad).
I. La necesidad de principios de limitación material 135
Mir Puig, Función de lapena y teoría del delito en el estado social y democrático
de derecho, 2" ed., 1982.
4 Mir Puig, Función de lapena y teoría del delito en el estado social y democrático
de derecho, 2"ed., 1982,p. 52.
234 ENRIQUE BACIGALUPO
Von Liszt, Strafrechtliche Vortrüge unddufsütze, 1905, t. 11, ps. 75 y SS. y 80.
Bacigalupo, Principios de derecho penal. Parte general, 2" ed., 1990, p. 35 y si-
guientes.
PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES DE DERECHO PENAL 235
9 ~ o x i nStrafrecht,
, Allgemeiner Teil, 1992, t . 1, p. 15y siguientes.
240 ENRIQUE BACIGALUPO
bilidad que no debe coincidir con un punto exacto dentro del mar-
co penal establecido para cada delito. Por lo tanto, existirá una
pena adecuada a la culpabilidad que puede oscilar entre una ya
adecuada a la culpabilidad y otra todavía adecuada a la culpabi-
lidad. Dentro de este marco, el juez -según esta teoría- deberá
tomar en consideración las finalidades preventivas. De esta ma-
nera si las necesidades preventivas son altas podrá agotar el
marco determinado por la pena todavía adecuada a la culpabili-
dad. En cambio, cuando las necesidades de prevención (especial
o general) sean reducidas, el tribunal se podrá limitar a aplicar la
pena ya adecuada a la culpabilidad.
Desde otra perspectiva, se sostiene por la teoría llamada de los
"distintos niveles de incidencia" (Stellenwerttheorie)que la pena
adecuada a la culpabilidad se puede, y por lo tanto, se debe, deter-
minar puntualmente, es decir, en un punto preciso del marco pe-
nal abstracto contenido en la ley. Los fines preventivos por el con-
trario se deben considerar sólo en relación a la determinación de
la especie de pena a aplicar, cuando el delito cometido prevé pe-
nas alternativas, o cuando, se deba decidir sobre la suspensión
condicional de la pena.
Ambas teorías presuponen, como es claro, que la culpabilidad
relevante para la individualización de la pena es la culpabilidad
por el hecho concreto que se sanciona. Dicho más precisamente,
en la actualidad existe un difundido consenso respecto de la in-
compatibilidad de las llamadas "culpabilidad de carácter", %ul-
pabilidad por la conducción de la vida" o de la "culpabilidad por
la decisión de la vida", con el principio de "culpabilidad" del Esta-
do de derecho.
En resumen: los códigos penales centroamericanos revelan to-
davía la influencia de un programa político-criminal concebido
dentro de una concepción del Estado que no es la que adoptan las
constituciones vigentes. Pero dada la supremacía normativa de
la Constitución sobre los códigos penales, los tribunales deben
interpretar la legislación penal conforme a la Constitución. El re-
sultado de esta interpretación debe acordar por lo tanto primacía
248 ENRIQUE BACIGALUPO
l8 Cfr. también Jakobs, Strafrecht Allgemeiner Teil. Die Grundlagen und die Zu-
rechnungslehre, 2"ed., 1991.
254 ENRIQUE BACIGALUPO
41
nuestro tema, no se puede argumentar como lo ha intentado
liacer el Proyecto de Reforma del Código penal elaborado por
el Gobierno de la República Federal Alemana en 1962 (el lla-
mado Proyecto 1962), diciendo en su Exposición de Motivos
(página 96) lo siguiente: «Un Derecho Penal de culpabilidad
supone ciertamente que existe una culpabilidad que puede
comprobarse y graduarse. El Proyecto cree en estos presu-
puestos. El concepto de culpabilidad está vivo en el pueblo...
Tampoco la ciencia puede privar de fundamento el convenci-
miento de que existe culpabilidad en el actuar humano, como
demuestran las más recientes investigaciones.»
Razonamientos como los acabados de citar sólo sirven para
hacernos saber que la culpabilidad puede existir, pero no la
demuestran, sustituyendo la demostración por un «acto de
fe». Pero en tanto la cuestión de la culpabilidad se conciba
como un problema del conocimiento, el legislador no está legi-
timado para hacer declaraciones de este tipo. Los problemas
del ser no son de su incumbencia. El legislador puede dar va-
loraciones, pero no ordenar que es posible que alguien puede
actuar de un modo distinto a como lo ha hecho.
¿Puede deducirse de todo esto que el concepto de cul-
pabilidad está científicamente superado y que el Derecho Pe-
nal debe ser sustituido por un sistema de medidas? No creo
que esto fuera conveniente desde un punto de vista político-
criminal. Dejemos por ahora a un lado la cuestión del funda-
mento teórico del Derecho Penal de culpabilidad y veamos cuál
es el papel desempeñado por el concepto de culpabilidad en
Derecho Penal.
Hasta el presente, el concepto de culpabilidad ha venido
cumpliendo dos funciones prácticas diversas que deben sepa-
rarse estrictamente y valorarse de un modo absolutamente
distinto. La primera función sirvió para justificar la teoría que
veía el fin de la pena en la retribución. Una tal retribución,
entendida como imposición de un mal adecuado a la culpabi-
lidad, supone lógicamente la existencia de una culpabilidad
que puede ser compensada («anulada», «expiada»). De este
modo la culpabilidad tiene un efecto perjudicial para el acu-
sado, legitimando el mal que se le impone.
La segunda función que cumple el concepto de culpabili-
42
dad tiene un carácter opuesto. La culpabilidad en tanto que
es límite de la pena, limita también el poder de intervención
estatal, pues el grado de culpabilidad señala el límite máximo
de la pena. Esta segunda función del concepto de culpabilidad
no perjudica al delincuente, sino que lo protege, impidiendo
que por razones puramente preventivas se limite su libertad
personal más de lo que corresponda a su culpabilidad. La te-
sis que pretendo mantener y desarrollar detenidamente en este
trabajo y que ya he mantenido en un trabajo anterior ( 1 ) , si
bien tan abreviadamente que ha dado lugar a malos entendi-
dos, es la siguiente:
El concepto de culpabilidad como fundamento de la retri-
bución es insuficiente y debe ser abandonado, pero el concepto
de culpabilidad como principio limitador de la pena debe se-
guir manteniéndose y puede fundamentarse también teórica-
mente en esta segunda función.
III. Empezaré por la teoría de la retribución. La teoría de
la retribución es científicamente insostenible y desde un punto
de vista político-criminal es perjudicial. Su falta de solidez cien-
tífica no se deriva únicamente del hecho ya citado de que
consecuencias perjudiciales para el delincuente, como la pena,
no pueden fundamentarse en la hipótesis empíricamente in-
cierta de poder actuar de un modo distinto. La teoría de la
retribución no es además aceptable, porque la premisa de
la que parte, que el hecho ilícito cometido por el delincuente
debe ser compensado y anulado por la pena retributiva, es
irracional y es incompatible con las bases teóricas de una de-
mocracia. En tanto se haga derivar el poder estatal de la auto-
ridad divina, no habrá más remedio, si se quiere ser conse-
cuente, que contemplar al juez como ejecutor terrenal de un
Tribunal divino y considerar su sentencia como compensación
de la culpabilidad y restablecimiento de la justicia. Pero, como
en una democracia todo poder estatal (inclusive el poder ju-
dicial) únicamente procede del pueblo, la sentencia judicial
43
carece de legitimación metafísica-teológica y su fundamento,
exclusivamente racional, descansa en la voluntad de los ciu-
dadanos. Esta voluntad está dirigida a finalidades de preven-
ción general y especial y no a una compensación de la culpa-
bilidad cuya realización está sustraída al poder humano. To-
davía puede leerse en Maurach ( 2 ) , uno de los últimos repre-
sentantes de la teoría clásica de la retribución, lo siguiente:
«La mejor cualidad de la pena retributiva es su majestad libre
de todo f i n , como se expresa en la exigencia kantiana de que
se imponga al último asesino la pena que merece incluso en
el caso de que la sociedad se fuera a disolver voluntariamen-
te.» En esta cita se puede observar claramente hasta qué
punto se prescinde totalmente de la necesidad de proteger la
convivencia social, a pesar de que por su propia naturaleza
todo poder estatal que se apoya en la convivencia humana y
que se propone garantizar su coexistencia, está limitado por
esta finalidad.
La teoría de la retribución es, además, perjudicial desde un
punto de vista político-criminal. Es prácticamente imposible
relacionar una teoría que ve la pena como la «imposición de
un mal» con una moderna ejecución de la pena que pretenda
una prevención eficaz del delito ( 3 ) . Una ejecución de la pena
sólo puede tener éxito cuando intenta corregir los fallos socia-
les que han llevado al condenado a delinquir, es decir, cuando
está configurada como ejecución resocializadora de carácter
preventivo especial. Pero para una ejecución penal de este
tipo, la teoría de la retribución apenas ofrece puntos de apoyo
teóricos.
Por todas estas razones, la misión del Derecho Penal no
puede consistir en retribuir la culpabilidad, sino solamente en
la resocialización y en las ineludibles exigencias de prevención
general. Prácticamente se reconoce hoy esto por casi todo el
( 2 ) «Allg. Teil», 4." ed„ 1971, 77. (La cita corresponde a las pp. 79-80 del
tomo I de la traducción castellana de la 2." ed. de esta obra realizada por Juan
Córdoba Roda, con el título: «Tratado de Derecho Penal», Barcelona, 1962.)
(Nota del Traductor.)
( 3 ) Con razón habla Rudolf Sieverts (voz: Kriminalpolitik, en «Handwör-
terbuch der Kriminologie», 2." ed., t. I I , p. 3) de que la teoría retribucionista
en la ejecución penal ha sido de una «esterilidad pavorosa».
44
mundo, incluso también por aquellos que siguen considerando
que la misión del Derecho Penal consiste en la retribución.
La fórmula, hoy día tan utilizada, «prevención general a través
de retribución» no caracteriza una teoría absoluta, sino una
relativa. Su debilidad consiste solamente en que no puede ex-
plicar por qué las necesidades de prevención general tienen
que conducir forzosamente y sin excepciones a una retribu-
ción que se corresponda lo más exactamente posible con el
grado de culpabilidad. Esta necesidad que se da por supuesto
no está en absoluto demostrada por investigaciones empíricas;
la suspensión condicional de la pena y otras limitaciones de
las penas privativas de libertad que se llevan a cabo por razo-
nes político-criminales demuestran claramente que una tal
concepción tampoco sirve de base a la ley positiva (a pesar
del confuso carácter de compromiso que presenta el § 13
StGB) ( 4 ) . Por eso mismo, el muy discutido § 59, 2 del Pro-
yecto alternativo, según el cual en la fase de determinación
de la pena sólo puede llegarse al grado máximo de la culpa-
bilidad, siempre que ello fuera necesario por razones de pre-
vención general o especial, es la única formulación teórica-
mente correcta de una determinación de la pena que prescin-
de de la retribución como fin en sí misma. Una concepción
distinta sólo puede mantenerse si se sigue aferrado a una
teoría retributiva totalmente desligada de las necesidades po-
lítico-criminales ( 5 ) . Así sucede, p. ej., con Maurach ( 6 ) ,
para quien «la pena, incluso en los casos de escasa o nula
necesidad de prevención... no puede descender por debajo del
límite que impone la necesidad de una justa retribución de la
culpabilidad reflejada en el delito». Ello es consecuente para
45
un partidario de una teoría absoluta de la pena. Pero ¿de
dónde procede y cómo se legitima esa forzosa «necesidad de
una retribución justa», cuando falta todo tipo de «necesidad
preventiva»? Esto es un jeroglífico en cuya solución tiene que
fracasar una teoría puramente retributiva.
IV. Una cosa distinta es la culpabilidad cuando se emplea
como criterio limitador de la pena. El principio de que la pena
no puede traspasar, ni en su gravedad ni en su duración, el
grado de culpabilidad, al contrario de lo que sucede con el
principio retributivo, no tiene un origen metafísico. Más bien
es producto del liberalismo ilustrado y sirve para limitar el
poder de intervención estatal. De él se derivan una serie de
consecuencias que se cuentan entre las más eficaces garantías
del Estado de Derecho y que por eso mismo no deben ser
abandonadas en ningún caso. Así, p. ej., el principio formula-
do por Feuerbach, «nullum crimen, nulla poena sine lege»,
acogido en la legislación penal de la mayoría de los Estados
civilizados, está estrechamente vinculado a la función limita-
dora de la pena que tiene el principio de culpabilidad: quien
antes de cometer un hecho no puede leer en la ley escrita que
ese hecho está castigado con una pena, no puede tampoco
haber conocido la prohibición y, en consecuencia, no tiene,
aunque la infrinja, por qué considerarse culpable. El principio
de culpabilidad exige, pues, que se determine claramente el
ámbito de la tipicidad, que las leyes penales no tengan efectos
retroactivos y que se excluya cualquier tipo de analogía en
contra del reo; vinculando, de este modo, el poder estatal a
la lex scripta e impidiendo una administración de justicia
arbitraria. El principio de culpabilidad sirve también para
determinar el grado máximo admisible de la pena cuando de
un modo inequívoco se lesiona una ley escrita. SI alguien con-
duciendo un vehículo de motor produce un accidente por un
ligero descuido, quizá pueda parecer conveniente desde un
punto de vista de prevención general la imposición de una
pena grave; pero la vigencia del principio de culpabilidad
obliga también a imponer una pena leve en casos de impru-
dencia simple, impidiendo así que se sacrifique la libertad del
individuo en interés de la intimidación general.
Lo mismo hay que decir respecto a la extensión extrema
46
de la prevención especial. El que alguien robe una bicicleta
puede considerarse en algún caso como síntoma de una grave
alteración de la personalidad, aunque el delito no tenga mayor
importancia. Si se contemplara este hecho con un criterio
unilateral de prevención especial, habría que internar al delin-
cuente en un establecimiento y tratarlo durante un período
de tiempo que quizá durara varios años, hasta que pudiera
adaptarse a la vida social y salir libre, completamente curado.
Pero también en estos casos el principio de culpabilidad obliga
a limitar la duración del tratamiento, independientemente de
su resultado, conforme a la escasa importancia del delito, pre-
servando la autonomía individual de los excesos de la inter-
vención estatal.
V. Esta función limitativa de la pena que tiene el prin-
cipio de culpabilidad debe seguir- manteniéndose. La libertad
individual en el mundo moderno no es algo tan evidente como
para que se pueda renunciar a asegurarla con la ley. No hace
ÍFalta siquiera mencionar un régimen terrorista, negador de los
derechos humanos, como el que vivió Alemania bajo la dicta-
dura fascista de 1933-1945. En todo caso, poco puede hacerse
con leyes contra este tipo de dictaduras. Pero en cualquier
sociedad pueden darse penas intimidativas que superen con
creces los límites de la culpabilidad individual, si no se adop-
tan garantías legales. De lo que se trata es de impedir que
esto suceda. Pues de acuerdo con la concepción actualmente
dominante en Alemania, que puede estimarse correcta, lesiona
la dignidad humana que alguien pueda ser privado de su liber-
tad por más tiempo del correspondiente a una responsabilidad,
que en todo caso está sometida al «in dubio pro reo», sólo
porque de este modo puede apartarse a otros de la comisión
de hechos punibles. Por las mismas razones es objetable tam-
bién una excesiva prevención especial, por mucha fe que se
tenga en ella. Como es sabido, existen todavía partidarios de
reformas radicales que, partiendo de un puro sistema de me-
didas, quieren renunciar a un Derecho Penal de hecho basado
en tipos legales determinados, haciendo de la peligrosidad so-
cial el único motivo de tratamiento estatal. Pero las concep-
ciones de esta clase deben ser rechazadas, porque la posibili-
dad de una adaptación social coactiva ilimitada coartaría en
Al
gran manera el libre desarrollo de la personalidad, que es uno
de los presupuestos de una feliz convivencia humana. La tran-
quilidad humana exige también la libertad de la conducta no
conforme y •—en tanto no se perjudique con ello gravemente
la libertad ajena— hasta cierto punto la inadaptación social.
Todo ello garantizado, frente a las pretensiones totalitarias de
tipo preventivo especial, por el principio de culpabilidad.
V I . Con mis tesis pretendo, por tanto, separar el con-
cepto de culpabilidad del principio retributivo, con el cual se
considera muchas veces está indisolublemente unido, y em-
plearlo únicamente en tanto sirva para limitar el poder de
intervención estatal. Contra esta reducción del concepto de
culpabilidad a una de sus dos funciones tradicionales no creo
que se puedan oponer objeciones fundadas.
1. La objeción de que en Derecho Penal no se puede par-
tir de una hipótesis tan indemostrable como la existencia de
la libertad de la voluntad ni de la posibilidad de una culpa-
bilidad humana derivada de ella, sólo es convincente en tanto
con esta concepción se perjudique al delincuente. Pero el prin-
cipio de culpabilidad en su función limitadora sólo tiene efec-
tos favorables para el delincuente. Contra ello no se puede
argumentar que la total supresión de la pena, que llevaría im-
plícita la renuncia al principio de culpabilidad, favorece to-
davía más al delincuente. Pues en este caso su conducta no
quedaría sin sancionar, sino que estaría sometida a las me-
didas de seguridad estatales a las que faltarían las garantías
liberales que concede el principio de culpabilidad. No se pue-
de, por consiguiente, discutir ni criticar bajo ningún punto de
vista lógico-jurídico el que el principio de culpabilidad favo-
rece al delincuente. Las presunciones en favor del individuo
son un medio técnico-jurídico usual y perfectamente admisi-
bles desde el punto de vista de un Estado de Derecho. Ni
siquiera hace falta suponer que el legislador, al utilizar el
grado de culpabilidad como límite del poder de intervención
estatal, pronuncia un juicio sobre la existencia de la libertad
de voluntad humana, para lo que no es, por supuesto, compe-
tente. No se trata de formular declaraciones ontológicas, sino
de un postulado político-criminal dirigido a los jueces: «De-
béis tratar al ciudadano en virtud de su libertad como persona
48
capaz de una decisión autónoma y de responsabilidad, siempre
que su capacidad de motivación normal no esté anulada por
perturbaciones psíquicas.» Tales reglas de juego sociales, que
ayudan a una ordenación satisfactoria de la convivencia hu-
mana (y en general determinan toda la vida social de la per-
sona, incluso fuera del ámbito jurídico), no deben conside-
rarse como constataciones ontológicas pseudocientíficas; son
simplemente principios normativos reguladores que no deben
enjuiciarse según los criterios «verdadero» o «falso», sino se-
gún su utilidad o dañosidad sociales. Creo haber demostrado
que el principio de culpabilidad en esta función limitadora de
la pena debe considerarse como algo útil desde un punto
de vista político-criminal.
Sin embargo, esta teoría, que pretende servir de funda-
mento teórico a la concepción de la culpabilidad del Proyecto
alternativo, es discutida incluso entre los autores de dicho
Proyecto de reforma. Recientemente, y adhiriéndose a la opi-
nión de Arthur Kaufmann ( 7 ) , escribe Lenckner ( 8 ) : «En
última instancia el problema de la libertad de voluntad tam-
poco puede atenuarse, reconociendo a la culpabilidad única-
mente una función limitadora y considerando que su único
sentido consiste en limitar la pena que por otras razones es
legítima y necesaria, y en proteger así al individuo de los abu-
sos del poder punitivo del Estado (con otras palabras, exi-
giendo la culpabilidad sólo para favorecer al ciudadano con-
vertido en delincuente). Si la culpabilidad es un factor limi-
tador de la pena, igualmente debe ser también presupuesto de
ella •—toda condición (adicional) de la penalidad la limita al
mismo tiempo y, a la inversa, todo lo que limita esa penalidad
es al mismo tiempo presupuesto del castigo. La cuestión de
si existen en general culpabilidad y libertad no puede, por
consiguiente, dejarse en el aire».
A esto se puede replicar: la frase «la culpabilidad limita
la pena, pero no la fundamenta» es, en efecto, incorrecta des-
de el punto de vista lógico y merece las objeciones que con
49
gran claridad ha dirigido contra ella Lenckner; no obstante,
estas objeciones sólo afectan a su incorrecta formulación, pero
no a su esencia misma. Exactamente debe decirse que la cul-
pabilidad es un medio de limitar sanciones jurídico-penales,
pero no de fundamentarlas, y que una sanción jurídico-penal
limitada por el principio de culpabilidad se llama pena. Y
puesto que la culpabilidad, como se deduce de la existencia de
las medidas, no es presupuesto de todas las reacciones que
prevé el Derecho Penal y muchas de estas sanciones se tienen
que imponer independientemente de ella, tal como sucede en
el actual Derecho vigente, lo único que le queda es su función
limitadora, así que su aceptación en un sistema dualista úni-
camente es admisible como un postulado que sirve para pro-
teger al delincuente. La culpabilidad es, por consiguiente, una
condición necesaria, pero no suficiente de la pena. «Quod
erat demonstrandum.»
2. Tampoco me parece convincente una segunda objeción
contra el principio de culpabilidad, según la cual dicho prin-
cipio no puede cumplir una función limitadora porque no se
puede calcular con exactitud la pena correspondiente a la cul-
pabilidad. Indudablemente es cierto que no es posible una
cuantificación exacta de la culpabilidad de tal manera que a
un hecho determinado pueda corresponder una pena calculada
con rigor matemático. Pero tampoco es esto necesario. Pues
la función político-criminal del principio de culpabilidad con-
siste, como ya hemos visto, sobre todo en impedir que por
razones de prevención general o especial se abuse de la pena,
y los abusos de este tipo (en los que la pena no guarda rela-
ción con la culpabilidad del delincuente) se pueden reconocer
rápidamente. Además, hay que tener en cuenta que la «teoría
de la determinación de la pena», que en los últimos años se
ha convertido en una ciencia autónoma ( 9 ) , puede determinar
(9) Cfr. Dreher: «Über die gerechte Strafe», 1947; Spendel: «Zur Lehre
vom Strafmass», 1954; V. Weber: «Die richterliche Strafzumessung», 1956;
Warda: «Dogmatische Grundlagen des richterlichen Ermessens im Strafrecht»,
1962; Bruns: «Strafzumessungsrecht», Allg. Teil, 1967 (2.° ed., 1973); Hen-
kel: «Die "richtige" Strafe», 1949; Stratenwerth: «Tatschuld und Strafzumes-
sung», 1972 (hay traducción de Bacigalupo y Zugaldia en: «El futuro del prin-
cipio de culpabilidad», Madrid, 1980). (Nota del Traductor.)
50
y sistematizar perfectamente con criterios racionales las cir-
cunstancias agravantes y atenuantes de un suceso (es decir,
los factores que agravan y atenúan la culpabilidad). Si los Tri-
bunales todavía hoy muestran grandes vacilaciones al enjuiciar
el grado de culpabilidad, no es porque este enjuiciamiento sea
por principio imposible, sino por el tradicional abandono y
la escasa elaboración científica que ha tenido una teoría racio-
nal de !a determinación de la pena que trabaje con el principio
de culpabilidad. En el fondo se trata únicamente de que se
garantice, al determinar el grado máximo de la pena, el prin-
cipio de trato igual a los iguales y desigual a los desiguales.
Aunque esto puede ser a veces difícil de conseguir en la prác-
tica, sigue siendo teóricamente posible y precisamente una de
las máximas que debe presidir la actividad judicial es la de
acercarse lo más cerca posible al ideal. Y dado que en los
últimos años comienza a imponerse cada vez más la tesis
favorable a la revisión total o lo más amplia posible de la
determinación de la pena por los Tribunales de casación o ape-
lación ( 1 0 ) , es sólo una cuestión de tiempo el que la teoría
de la determinación de la pena pueda hacer valer en toda su
extensión también en la práctica la función limitadora y ga-
rantizadora de la seguridad jurídica que en teoría se le atri-
buye.
3. Contra el principio de culpabilidad se aduce también
otro argumento que se deriva de la existencia de las medidas.
El dualismo de nuestro sistema sancionatorio descansa preci-
samente en que no se consigue prácticamente nada con una
culpabilidad que limita el poder de intervención estatal en el
sentido anteriormente descrito. Cuanto menor sea la culpa-
bilidad del delincuente enfermo psíquicamente, tanto mayor
puede ser su peligrosidad, no pudiéndose, por tanto, renunciar
al empleo de medidas de seguridad; cuanto mayor sea la alte-
ración de la personalidad con tendencia a delinquir, tanto me-
nor será la culpabilidad y la necesidad de una pena, pero sí
estará indicado un tratamiento terapéutico duradero. Por eso
51
mismo, van cada vez ganando necesariamente más terreno (as
medidas en comparación con la pena, al mismo tiempo que
penetra cada vez más la idea de un Derecho Penal resociali-
zador de tipo preventivo. Se podría preguntar si con ello no
se convertirá prácticamente en ilusoria la significación jurídi-
co-política del principio de culpabilidad. ¿De qué sirve al de-
lincuente el que exista un límite de la pena, si después, en
caso necesario, se puede recurrir a medidas que no están limi-
tadas por el principio de culpabilidad? ¿No sería preferible un
sistema de medidas?
Una conclusión de esta clase sería, sin embargo, incorrecta.
Pues las medidas no son admisibles en cualquier caso (ni si-
quiera en la mayoría de los casos), sino solamente bajo presu-
puestos muy estrictos como última ratio de las posibilidades
de reacción estatal. En los casos normales, es decir, en la cri-
minalidad de poca o media gravedad sigue siendo la pena la
única sanción privativa de libertad; así que el principio de
culpabilidad puede desarrollar aquí completamente su liberal
misión limitadora. Sólo en los casos en que exista una peli-
grosidad especialmente grave en el delincuente pueden impo-
nerse medidas; así que en estos casos el «superior interés pú-
blico» está por encima de la protección de la libertad indivi-
dual. Pero esto es una excepción que no rompe la regla, sino
que incluso la confirma; pues el que la imposición de una me-
dida en los casos legalmente previstos sea fatalmente inevita-
ble demuestra que el principio de culpabilidad no se puede
manipular y que sólo sirve para favorecer al delincuente, sin
plegarse a las exigencias del interés público.
4. Con ello se responde también a una última objeción
que se formula contra el principio de culpabilidad y que se
apoya en la concepción, acogida en el § 42a, 2, StGB ( 1 1 ) , de
que también las medidas están limitadas por el principio de
proporcionalidad. Según esta concepción, las medidas sólo es-
tán justificadas cuando son exigidas por un interés público
52
superior ( 1 2 ) ; si falta este interés, su imposición sería des-
proporcionada en relación con el fin legislativo y estará pro-
hibida.
Algunas veces sostienen los partidarios de un sistema de
medidas que por razones jurídico-políticas no son necesarios
ni el principio de culpabilidad ni el mantenimiento de la pena,
porque prácticamente se puede conseguir lo mismo con los
límites legales que también vinculan las medidas.
Pero esto es un argumento falaz. Pues ciertamente tanto
en la pena como en las medidas deben armonizarse por igual
los intereses preventivos del Estado y la libertad y protección
del respectivo delincuente; pero esta armonización se lleva a
cabo en cada caso conforme a principios completamente dis-
tintos. El criterio limitador en la «culpabilidad» se vincula
retrospectivamente a un hecho antijurídico concreto y —si se
admite, en principio, la capacidad de actuar de otro modo—
al ámbito de libertad subjetivo del delincuente existente en el
momento de la ejecución del hecho. La «proporcionalidad» de
las medidas se determina, por el contrario, prospectivamente,
atendiendo exclusivamente al peligro objetivo que puede es-
perarse del delincuente en el futuro. Provocaría una enorme
confusión mezclar estos dos criterios delimitadores tan dife-
rentes, uniéndolos terminológica y sustancialmente bajo el
denominador común de un «principio de proporcionalidad»
aparentemente unitario. Los resultados a que conducen ambos
criterios en la medición de la sanción son también a menudo ab-
solutamente distintos —piénsese solamente en el § 5 1 , 2, StGB
( § 2 1 en la nueva redacción) ( 1 3 ) . Si no fuera así, no hubiera
sido necesario introducir medidas independientes del grado
de culpabilidad. Pero precisamente se deduce de esto, por otra
parte, que el principio de culpabilidad con la eliminación del
53
punto de vista de la peligrosidad realiza perfectamente su mi-
sión política limitadora y que en ningún modo puede ser sus-
tituido por el principio de proporcionalidad que inspira el sis-
tema de medidas.
V i l . Al resumir este esquema, se impone la pregunta de
si no es llegado el momento de cerrar definitivamente la po-
lémica existente en Derecho Penal en torno a la libertad de
voluntad (14) y sobre la alternativa entre la pena que supone
la culpabilidad y el sistema de medidas.
1. En base a la concepción aquí expuesta puede estimarse
superado el problema de la libertad de voluntad.
El determinista sólo puede mostrarse satisfecho con un
principio de culpabilidad que tenga una función limitadora,
pues la idea de retribución, que fundamenta consecuencias
jurídicas perjudiciales en una hipótesis científicamente inde-
mostrable y que está expuesta a una crítica determinista legí-
tima, pierde de este modo su importancia político-criminal.
Por otra parte, la única función que ahora le queda al prin-
cipio de culpabilidad, la de limitar el límite máximo de la
pena, no es afectada por los argumentos deterministas de
orden crítico-cognitivo y psicológico, porque los planteamien-
tos normativos dirigidos a proteger al ciudadano son indepen-
dientes del problema ontológico de si existe realmente una
libertad de voluntad. Pero tampoco el indeterminista, que
concede a la persona por lo menos un cierto ámbito de libre
decisión, apenas puede elegir otro camino que el aquí pro-
puesto; aunque ciertamente el problema de la culpabilidad le
inquietará menos que al determinista, a pesar de que en el
caso concreto apenas podrá demostrar la posibilidad de poder
actuar de otro modo. Por las razones de tipo político ya se-
ñaladas, tampoco puede hoy el indeterminista pasar de una
54
aceptación acrítica de la libertad de voluntad y de la culpa-
bilidad a un sistema jurídico estatal en el que domine la re-
tribución independiente de la prevención, porque una tal
retribución libre de fin es absurda desde un punto de vista
político-criminal. De este modo puede servir también al inde-
terminista la idea de culpabilidad entendida como límite del
poder de intervención estatal, con lo que la polémica en tor-
no a la libertad de voluntad puede estimarse en el fondo como
irrelevante para el Derecho Penal.
2. También puede estimarse, desde el punto de vista aquí
mantenido, superada la alternativa entre un Derecho Penal y
un Derecho de medidas. Ciertamente se pueden oponer como
antítesis irreconciliables una retribución de la culpabilidad
libre de fin y la medida preventiva basada en la peligrosidad
del delincuente; pero esta antítesis desaparece, si se deja a
un lado la idea de retribución, pues tanto la pena como la me-
dida sirven para «proteger bienes jurídicos y reincorporar el
delincuente a la comunidad», como se dice en el § 2, 1, del
Proyecto Alternativo. De acuerdo con ello, no existen diferen-
cias respecto a las finalidades (puramente preventivas) entre
ambos tipos de sanciones, así que visto desde el fin de la
pena existe en verdad una concepción monista. La diferencia
entre pena y medida se encuentra únicamente en la limitación
que, en un caso, se lleva a cabo con el principio de culpabi-
lidad y, en otro, con el principio del interés público preponde-
rante. Se trata, por tanto, de una concepción que desde el
punto de vista de los fines de la sanción es monista y desde
el punto de vista de los límites de la sanción es dualista. Esto
significa una fuerte aproximación a un sistema monista o de
una sola vía. Dicha aproximación me parece correcta desde un
punto de vista político-criminal, porque permite asimilar la
ejecución de las penas privativas de libertad a una medida
terapéutica.
Prácticamente, las diferencias entre penas y medidas se
refieren a la intensidad de la acción terapéutica, a la distinta
acentuación de los aspectos preventivos generales y especiales
y a la diversa ponderación de los intereses en juego (interven-
ción y libertad) en la determinación de la duración de la san-
ción. Estas diferencias están motivadas por razones puramente
55
político-criminales y van mucho más allá de las diferencias de
principio que durante años marcaron la discusión entre los
cultivadores del Derecho Penal. Se trata de cuestiones que ya
no se pueden abordar con la simple decisión entre el sistema
monista o el dualista.
3. Si estamos de acuerdo sobre esta base común —que
me parece suficientemente sólida—, el penalista podrá librarse
de algunas cuestiones teóricas que han ocupado la mente de
muchas generaciones. Con ello quedaría libre el camino para
emprender una tarea que, libre de las antiguas y modernas
«luchas de escuelas» y de sus insolubles aporías, estaría diri-
gida a mejorar concretamente el sistema sancionatorio y su
ejecución.
56
«CULPABILIDAD» Y «RESPONSABILIDAD»
COMO CATEGORIAS SISTEMÁTICAS
JURIDICO-PENALES ( * )
57
la peculiar forma de valoración a que se somete la acción
del autor.
Pero la unanimidad no va mucho más allá, ni en e! aspecto
terminológico ni en el contenido. Aunque se empiece por adop-
tar espontáneamente el vocabulario tradicional, sin embargo
está claro que la categoría sistemática «culpabilidad» no cons-
tituye un mero juicio de valor (por muy específico que sea),
sino que contiene también elementos de contenido material de
carácter subjetivo y objetivo (como, p. ej., la conciencia de
la antijuridicidad o determinadas situaciones de estado de
necesidad). Por ello, si se quiere hablar con exactitud, será
aconsejable distinguir entre el objeto de la valoración (el «tipo
de la culpabilidad»), la valoración misma (que la mayoría
designa con el nombre de «reprochabilidad») y la unión del
objeto y de su predicado de valor (la «culpabilidad» o, más
exactamente, el «hecho culpable»). En sentido amplio, objeto
de la reprochabilidad es la totalidad del hecho, es decir, el
injusto más los elementos específicos de la culpabilidad; en
sentido estricto se puede limitar el tipo de la culpabilidad a
las circunstancias que, sin pertenecer al injusto, son decisivas
para la reprochabilidad ( 2 ) . Por tanto, no redunda demasiado
en favor de la claridad decir que las concepciones sistemáticas
que sitúan el dolo en la culpabilidad mantienen un concepto
«complejo» (es decir, en el que se unen el objeto de la valo-
ración y la valoración del objeto) de la culpabilidad (3) y
atribuir, en cambio, a la teoría final de la acción, que des-
plaza el dolo al tipo, un concepto exclusivamente valorativo
(puramente normativo) de la culpabilidad ( 4 ) . Porque am-
58
bos conceptos de culpabilidad son «complejos» (esto es, abar-
can por igual el tipo de la culpabilidad y el juicio de repro-
chabilidad) ( 5 ) : la única diferencia estriba en que el dolo,
según se lo incluya en el tipo o en la culpabilidad, pertenecerá
al tipo de la culpabilidad en sentido amplio o en sentido
estricto.
II
59
menta el reproche de culpabilidad. «El no dejarse motivar por
la representación de! deber pese a la exigibilidad es... repro-
chabilidad» ( 8 ) , y la «exigibilidad, el fundamento de la impu-
tación de la culpabilidad» ( 9 ) . No es necesario desarrollar de
nuevo la polémica acerca de la exigibilidad, que giró sobre
todo en torno al reconocimiento de la «inexigibilidad» como
causa general y supralegal de exclusión de la culpabilidad ( 1 0 ) .
Heinrich Henkel, a quien se dedica este homenaje con motivo
de su jubilación, ha demostrado ( 1 1 ) , a mi juicio irrefuta-
blemente, que la exigibilidad «no (es) un concepto normati-
vo, sino un principio regulador» ( 1 2 ) . Dicho principio regu-
lador, «que por su significación debe ser incluido entre los
componentes de la teoría general del Derecho» ( 1 3 ) , «no en-
cierra ningún tipo de contenidos de valor ni de criterios de
valor, y, por tanto, no normativo... El que el legislador emplee
una cláusula regulativa no significa creación de una norma
sino, por el contrario, renuncia a la norma... indicando que
la norma judicial se debe desarrollar partiendo del caso con-
creto» ( 1 4 ) .
Y efectivamente es así: la «exigibilidad» es una cláusula
carente totalmente de contenido y que, sólo por ello, ya no
puede ser el fundamento material de la imputación de la
culpabilidad. Si a la pregunta: «¿por qué se le reprocha su
conducta al autor?», se responde: «porque le era exigible otra
conducta», dicha respuesta no hace sino aplazar la cuestión y
oscurecer la razón de la imputación; pues sigue sin saberse,
y esto es lo único importante, por qué se le exige (o, en caso
de exclusión de la culpabilidad, por qué no se le exige) otra
conducta. No hay aquí paralelismo con el concepto de la «anti-
60
juridicidad material», que comúnmente se determina como
«nocividad social» tipificada. La nocividad social es un crite-
rio con contenido y, pese a todos los problemas, susceptible
en principio de concreción material; la exigibilidad, en cambio,
es una fórmula vacía. Hasta qué punto se la puede emplear
en la teoría jurídico-penal de la culpabilidad como criterio
regulador en el sentido de Henkel, es algo de lo que nos
volveremos a ocupar más adelante; pero en cualquier caso
no se la puede tomar en consideración como principio rector
normativo de este grado del delito.
2. Una solución ampliamente difundida hoy es la que
defiende de modo particularmente representativo Welzel ( 1 5 ) ,
quien «enlazando con una larga tradición jurídica y filosófica»
determina el criterio de la reprochabilidad «como el "poder
que tiene para ello" la persona con respecto a su antijurídica
formación de voluntad» ( 1 6 ) . Ello coincide exactamente con
la concepción de la que también se ha declarado partidario
el Tribunal Supremo Federal en su fundamental sentencia so-
bre el error ( 1 7 ) : «Con el juicio de desvalor de la culpabili-
dad se le reprocha al autor que se haya decidido por el injusto
a pesar de haberse podido comportar lícitamente, de haberse
podido decidir por el Derecho.» El Tribunal Supremo Federal
menciona además a continuación la premisa de esta concep-
ción: «La razón profunda del reproche de culpabilidad radica
en que el hombre está en disposición de autodeterminarse
libre, responsable y moralmente y está capacitado, por tanto,
para decidirse por el Derecho y contra el injusto.»
Pero esta concepción tropieza con dificultades tanto en
sus presupuestos como en sus consecuencias. Se basa en la
aceptación de una libertad de voluntad (o libre albedrío) que
escapa a la comprobación empírica. El mismo Welzel conce-
de (18) que «la misma pregunta resulta sin sentido en este
(15) «Das deutsche Strafrecht», cit., p. 140.
(16) De modo similar, Brauneck; GA 1959, p. 266: «Poderse-determinar-de
otro modo»; además, Stratenwerth: «Allg. Teil», núm. marginal 529: «Bajo
el título de la culpabilidad se reúnen los presupuestos a partir de los cuales el
autor tiene la posibilidad de reconocer la exigencia jurídica del deber y regirse
por ella.» También Baumann: «Allg. Teil», 6." ed., 1974, p. 383.
(17) Esta cita y la siguiente corresponden a: BGHSt 2, 200.
(18) «Das deutsche Strafrecht», cit., p. 148.
61
punto». En la praxis sólo se puede constatar a lo sumo que
el autor «de acuerdo con sus disposiciones y aptitudes gene-
rales» (19) habría podido actuar de otro modo empleando la
necesaria fuerza de voluntad o que «en las circunstancias con-
cretas... otro en su lugar» (20) habría actuado de otro modo.
En cambio, no se puede saber si en el momento del hecho
él mismo era capaz de imponer una decisión de voluntad que
se opusiera al hecho ( 2 1 ) . Pero entonces lo que realmente se
está discutiendo no es la incontestable cuestión del poder del
individuo para actuar de otro modo en el momento del hecho,
sino que se trata de ver qué es lo que el orden jurídico exige
del autor a la vista de sus condiciones y de las circunstancias
externas de lo sucedido en comparación con las de otros
hombres, es decir, «qué se le exige al particular para que aún
se le pueda imputar su hecho» ( 2 2 ) . Esto no es una compro-
bación perteneciente al mundo del ser, sino un procedimiento
«de limitación de la responsabilidad penal atendiendo a pun-
tos de vista normativos» ( 2 3 ) . Pero sigue sin estar claro cuál
es el criterio valorativo por el que se determinan esas exigen-
cias, ya que el criterio aparentemente descriptivo del poder
actuar de otro modo no hace sino ocultarlo.
Pero es que, aunque se quisiera ignorar estas circunstan-
cias, el elemento del «no poder actuar de otro modo» no acla-
raría nada en algunas importantes causas de exclusión de la
62
culpabilidad ( 2 4 ) . Cuando, p. ej., el § 35, ap. 1, párr. 1 de la
nueva Parte General de nuestro StGB disculpa un delito co-
metido contra una persona no participante si sirve para alejar
el peligro de privación de libertad o de lesión leve para una
«persona allegada» ( * ) , difícilmente se podrá afirmar que es
imposible otra actuación distinta en tales situaciones; por el
contrario, es perfectamente posible, pero el legislador —por
razones que resultan incomprensibles desde este punto de par-
tida que se ha elegido— no la exige bajo pena. Lo mismo ocu-
rre con el llamado estado de necesidad supralegal disculpante,
en cuya fundamentación ha destacado especialmente Wel-
zel ( 2 5 ) . Si en los tan discutidos «casos de eutanasia» quere-
mos disculpar a los médicos que en tiempos de Hitler colabo-
raron en el homicidio de enfermos mentales para evitar algo
peor y salvar al menos a una parte de los pacientes que se les
habían confiado, en cualquier caso no podremos basarnos en
el argumento de que los médicos eran incapaces de actuar de
otro modo ( 2 6 ) , porque perfectamente podían haber dejado
que las cosas siguieran su curso; por tanto, la disculpa ha de
basarse en otras consideraciones.
3. Ha tenido mucha aceptación la teoría de Gallas ( 2 7 ) ,
63
según la cual la culpabilidad aparece como «reprochabilidad
del hecho en consideración a la actitud interna jurídicamente
desaprobada que se ha manifestado en el mismo» ( 2 8 ) . Según
esto, la «diferencia entre injusto y culpabilidad» es la diferen-
cia «entre desvalor de la acción y desvalor de la actitud interna
de! hecho». En la esfera de la culpabilidad «desde una visión
generalizadora y orientada por criterios de valor ético-sociales»
se emite un juicio de desvalor sobre «toda la posición del
autor frente a las exigencias del Derecho» tal y como se ha
actualizado en el hecho concreto.
Pero se puede objetar contra esto, en cuanto que efectiva-
mente (a excepción quizá de la imprudencia inconsciente) sólo
se puede hablar de «culpabilidad» si en la acción delictiva se
expresa una posición interna del sujeto jurídicamente des-
aprobada. Pero a los efectos de un concepto material de cul-
pabilidad poco habremos ganado con constatar tal cosa; por-
que en el fondo la «actitud interna jurídicamente desaproba-
da» no es sino otra denominación del criterio puramente for-
mal de la reprochabilidad. Si ha de tener un contenido, la
cuestión sólo puede ser por qué una actitud interna es «des-
aprobada jurídicamente» en un caso y no en otro. En este
punto decisivo. Gallas nos remite a una «visión generalizadora
y orientada por criterios de valor ético-sociales». Pero nada
averiguamos acerca de las características de contenido de esos
criterios, ya que la invocación de la ética social es demasiado
general para que pudiera servir de ayuda en caso de duda.
Y atendiendo a la configuración del Derecho positivo, el
criterio de la actitud interna también deja cuestiones sin res-
puesta. Así, p. ej., si el § 35 de la 2? Ley de Reforma del De-
recho Penal (2, StrRG) (*) disculpa un hecho cometido en
64
estado de necesidad en caso de amenaza de bienes jurídicos
de terceros (vida, integridad corporal, libertad), pero no en
caso de actuaciones para evitar otros peligros, y si unos he-
chos que normalmente son exculpados no se disculpan «si se
le podía exigir al autor que soportara el peligro según las
circunstancias, especialmente porque él mismo hubiera pro-
vocado el peligro o porque estuviera en una situación jurídica
especial»; si en el exceso de la legítima defensa (§ 33, 2,
StrRG) se da un tratamieno diferente en cuanto a su eficacia
disculpante a estados pasionales de la misma intensidad ( * ) ;
si la mayoría de las veces no se disculpa el error de prohibi-
ción pese a la fidelidad subjetiva del autor al Derecho; si todo
esto es así, la verdad es que esas diferenciaciones formuladas
predominantemente conforme a criterios objetivos no se pue-
den explicar suficientemente por «diferencias en la actitud
interna».
4. Schmidhäuser (29) sigue la concepción que acabamos
de discutir en cuanto que concibe la «culpabilidad» como
«actitud interna antijurídica»; pero intenta solucionar los pro-
blemas cardinales de las dos teorías tratadas anteriormente
(en los puntos 2 y 3) eliminando expresamente en primer lu-
gar el punto neurálgico del poder del individuo para actuar
de otro modo y determinando en segundo término el contenido
de la «actitud interna antijurídica». De acuerdo con ello, la
culpabilidad es el «comportamiento espiritual lesivo de un
bien jurídico» ( 3 0 ) , en el sentido de «que el autor tampoco
se ha tomado en serio espiritualmente el bien jurídico lesio-
nado por el comportamiento de su voluntad» (31) y en el
sentido de que «espiritualmente estaba en contacto con el va-
dos a la vida, integridad o libertad. Sobre los términos del § 35 StGB, vid. mi
nota ( * ) de la p. 63. (Nota del Traductor.)
(*) El texto se refiere a que el nuevo § 33 StGB (con redacción sustan-
cialmente coincidente con la del ap. 3.° del § 53 de la antigua Parte General
del StGB) deja impune el exceso de la legítima defensa si se debe a turbación:
terror o espanto y, en cambio, no contempla la posibilidad de impunidad cuan-
do el exceso se deba a otros estados pasionales, como, p. ej., la cólera o el
odio. (Nota del Traductor.)
(29) Strafrecht: «Allg. Teil», 1970, 1 0 / 2 , p. 283.
( 3 0 ) Op. cit, 6/16, p. 118.
( 3 1 ) Op. cit., 1 0 / 4 , p. 285.
65
lor» ( 3 2 ) . Schmidhäuser recalca con especial énfasis lo si-
guiente ( 3 3 ) : «Hacer constar esto no significa en absoluto
tomar posición frente a la cuestión del libre albedrío en sen-
tido filosófico. Concretamente, con ello ni se afirma ni se nie-
ga que ese sujeto, tal y como es, estuviera en condiciones de
tomarse en serio en esa situación de hecho el valor lesionado.
Tenemos que conformarnos con constatar el contacto espiri-
tual del autor con el valor lesionado en el momento del hecho
y en ese sentido, y precisamente por ello, también su equivo-
cación espiritual con respecto al valor».
Sin embargo, al eludir las aporías anteriormente descritas,
esta concepción plantea nuevas dificultades, porque no se la
puede hacer concordar con las circunstancias fácticas que
pretende explicar ( 3 4 ) . Ni en todos los casos de exclusión de
la culpabilidad falta el «contacto con el valor», ni tampoco se
excluye la punibilidad por falta de culpabilidad en todos los
casos en que falte el «contacto espiritual del autor con el valor
lesionado». Así, según el § 20, 2, StrRG, actúa «sin culpabili-
dad» quien es incapaz «de entender el injusto del hecho o de
actuar conforme a esa inteligencia». De acuerdo con esto, el
autor inimputable puede perfectamente «estar espiritualmente
en contacto con el valor», esto es, saber que su hacer está
prohibido; pero a pesar de ello actúa sin culpabilidad si le
falta la facultad de inhibición. Y ello será incluso el supuesto
normal del § 20, 2, StrRG, porque las personas espiritualmen-
te desorientadas (es decir, que actúen sin ninguna «inteligen-
cia») suelen llamar tanto la atención que la mayoría de las
veces son puestas a buen recaudo antes de que tengan opor-
tunidad de cometer hechos punibles. Pero con el autor exclu-
sivamente incapaz de inhibición falla el criterio de Schmid-
häuser, ya que precisamente no se trata de su falta de capa-
cidad para orientarse por el valor reconocido en comparación
con otras personas.
Asimismo, la concepción de Schmidhäuser es totalmente
inadecuada para explicar las causas de exculpación, es decir.
Ó6
las situaciones de estado de necesidad disculpante, el exceso
de la legítima defensa [se. cometido en determinados estados
pasionales], la orden militar antijurídica pero vinculante y la
colisión de deberes disculpante. El mismo Schmidhäuser reco-
noce que en todos esos casos «concurre un comportamiento
espiritual correspondiente al tipo de la culpabilidad y lesivo
de un bien jurídico» ( 3 5 ) ; pero opina que en tales constela-
ciones ha «disminuido la culpabilidad mora! (y ética) del
autor de forma tan específica que desaparece la culpabilidad
jurídica» ( 3 6 ) . «El principio de las causas de exculpación es,
pues, el de una forma específica de culpabilidad moral dismi-
nuida que tiene como consecuencia la desaparición de la cul-
pabilidad jurídica» ( 3 7 ) . Se podrá enjuiciar como se quiera
esta interpretación, pero en todo caso está claro que con ella
la parte más importante de la teoría jurídico-penal de la cul-
pabilidad se sustrae de antemano a la aplicación de! punto
de partida de la solución de Schmidhäuser, que queda así in-
validado como principio general para determinar el contenido
de la culpabilidad.
Y a la inversa, es seguro que en la imprudencia incons-
ciente se puede afirmar la existencia de «culpabilidad jurídi-
ca» conforme a la voluntad del legislador, sin que se pueda
hablar de «contacto espiritual con el valor lesionado», dado
que el autor no piensa en las posibles consecuencias de su
forma de actuar. Schmidhäuser, que de todos modos agrega
la imprudencia consciente (en el sentido de la doctrina tradi-
cional) al dolo y que, por tanto, sólo tiene que vérselas en-
tonces con la imprudencia inconsciente, intenta eludir el dile-
ma mediante la siguiente definición ( 3 8 ) : «La imprudencia
como elemento de la culpabilidad significa que el autor no se
toma en serio la llamada de valor que lesiona en el hecho
injusto y que procedía dei bien jurídico, en cuanto que sin
estarle permitido lo lesiona inconscientemente, pero es perfec-
tamente capaz en ese momento de tomar conciencia de la le-
sión no permitida». Frente a esto hay que responder que la
67
posibilidad de que se produzca el «contacto con el valor», que
es lo único de lo que a lo sumo se puede hablar aquí, no sig-
nifica la «participación espiritual» actual, de la que depende
todo «per definitionem», y que el no tomarse en serio una «lla-
mada de valor» presupone la parcelación de esa llamada. Por
último, hay que señalar que Schmidhäuser, al convertir la
capacidad «de tomar conciencia de la lesión no permitida»
en presupuesto de la culpabilidad imprudente, también está
recurriendo al elemento del «poder», cuya exclusión era, sin
embargo, uno de los fines esenciales de su concepción. Su teo-
ría, pues, presenta demasiadas discordancias en las cuestiones
centrales como para que pudiera resultar satisfactoria.
5. Finalmente, la dificultad de reducir a un fundamento
material común los muy diversos casos de exclusión de la
culpabilidad ha movido a Maurach (39) a efectuar su cono-
cido «desdoblamiento» de la atribuibilidad en dos grados: la
«responsabilidad por el hecho» y la «culpabilidad». «La misión
de la culpabilidad correctamente entendida es... una indivi-
dualización extrema» ( 4 0 ) , lo que según la teoría de Maurach
es posible al enjuiciar la imputabilidad y la conciencia poten-
cial de la antijuridicidad. Por consiguiente, sólo esos dos ele-
mentos constituyen la culpabilidad, que se presenta como
«abuso de la imputabilidad» ( 4 1 ) : «El autor, que está en con-
diciones de elegir entre el bien y el mal, se decide por el últi-
mo» ( 4 2 ) . Maurach, por tanto, reduce la culpabilidad al po-
der actuar de otro modo y afirma expresamente que el presu-
puesto de ello es el libre albedrío ( 4 3 ) . Todos los otros casos
en que, según la opinión dominante, se excluye la culpabilidad,
los incluye dentro de un especial grado del delito, anterior a
la culpabilidad, como causas de falta de responsabilidad por
el hecho. Dicho grado, en el que no se presta atención a las
capacidades individuales del autor, se caracteriza «por no res-
68
ponder al poder que el Derecho presume del término me-
dio» ( 4 4 ) .
Esta teoría merece estimación y aplauso por considerar
problemática la unidad valorativa de la teoría tradicional de
la culpabilidad, que con frecuencia se establece precipitada-
mente, y por poner claramente de relieve que el elemento del
«poder individual», p. ej., no supone ninguna ayuda en la
mayoría de los casos ( 4 5 ) . Sin embargo, aun prescindiendo
de que las heterogéneas constelaciones reunidas ahora bajo
el común denominador de la exclusión de la «atribuibilidad»
siguen reclamando una explicación unitaria de la renuncia a
la sanción, la separación entre individualización extrema en
la exclusión de la culpabilidad y enjuiciamiento general en la
responsabilidad por el hecho no puede satisfacer porque la
verdad es que no es posible llevarla a cabo ( 4 ó ) . En la misma
determinación de la imputabilidad, y ello es prácticamente
indiscutible ( 4 7 ) , no se puede constatar el poder individual
de actuar de otro modo. «No queda... más remedio que...
conformarse... con un tratamiento generalizador» ( 4 8 ) . En
la exclusión de la responsabilidad que, prescindiendo total-
mente del estado del desarrollo individual, ha dispuesto el
legislador en el § 1, ap. 3, de la JGG ( * ) , encontramos una
generalización extrema, y ni siquiera Maurach discute la per-
tenencia de esa materia a la esfera de la culpabilidad ( 4 9 ) .
Asimismo, en la evitabilidad del error de prohibición, la «ca-
pacidad de alertar la conciencia» tampoco es un problema de
69
constatación real extremadamente individualizadora, sino que
todo depende de lo elevado de las exigencias del legislador, es
decir, de los esfueros que éste quiera «exigir» al particular.
Esta es una cuestión normativa que estructuralmente no es
distinta de la cuestión de la exculpación en situaciones de ne-
cesidad. En consecuencia, si todos los casos de lo que Maurach
denomina «atribuibilidad» sólo se pueden determinar normati-
vamente, en definitiva, también este autor deja sin resolver la
cuestión del criterio valorativo rector.
III
70
tos de vista jurídico-penales ( 5 1 ) . Es cierto que desde la pers-
pectiva de dicha concepción no es muy adecuado el concepto
de «culpabilidad» para designar la categoría sistemática que
estamos discutiendo, pues habría que forzar mucho el len-
guaje para equiparar la culpabilidad a la necesidad de una
sanción penal. Antes bien, lo más conforme al fin que se pre-
tende será seguir la terminología de Welzel y del Tribunal Su-
premo Federal, discutida al principio y según la cual en el
ámbito del Derecho Penal «culpabilidad» sólo puede significar
que el autor ha actuado ilícitamente, aunque se habría podido
comportar lícitamente ( 5 2 ) . Según la concepción que defen-
demos, podemos dejar de lado la cuestión de si es posible
la «culpabilidad» en ese sentido; ya que, aunque en el caso
concreto se parta de la posibilidad del poder actuar de otro
modo, conforme a la concepción que a continuación intentaré
fundamentar más detenidamente, siempre se podrá contestar
negativamente a la cuestión de la necesidad jurídico-penal de
sancionar. Lo decisivo no es el poder actuar de otro modo,
sino que el legislador, desde puntos de vista jurídico-penales,
quiera hacer responsable al autor de su actuación. Por ello ya
no hablaré a continuación de culpabilidad, sino de responsa-
bilidad.
Expresándolo resumida y aforísticamente, se puede, en con-
secuencia, exponer así este pensamiento sistemático: el injusto
(es decir, tipo y antijuridicidad) decide sobre el problema
71
de si a la luz del Derecho Penal una conducta es o no es «ajus-
tada a las reglas»; en cambio, la categoría de la responsabili-
dad responde desde puntos de vista político-criminales a la
cuestión de la necesidad jurídico-penal de sancionar en el
caso concreto. Pues bien, el legislador —al igual que el juez
que interpreta su voluntad— sólo puede deducir esa respuesta
de los postulados de la teoría del fin de la pena ( 5 3 ) , pues
desde el punto de vista de una teoría racional de la imposición
de la pena no puede haber otra base distinta para la decisión.
El grado de la responsabilidad es, por tanto, el ámbito en el
que la política criminal referida al autor penetra directamente
en la dogmática del Derecho Penal. En la medida en que el
contenido de los fines de la pena es determinado conjunta-
mente por conocimientos criminológicos, sociológico-jurídicos
y filosófico-jurídicos, tropezamos aquí con esa estrecha rela-
ción entre dogmática y ciencias básicas, sin cuya considera-
ción una obra articulada se petrifica muy fácilmente, convir-
tiéndose en lógica conceptual formal.
IV
72
pena. Es cierto que la mayoría de las veces este punto de
vista se emplea como directriz para establecer los tipos pe-
nales bajo aspectos legislativos predogmáticos; pero también
ha de tener la misma validez exactamente a la hora de decidir
sobre la punibilidad del autor que actúa injustamente, porque
sin su concreción en el caso concreto la teoría del fin de la
pena sería ineficaz, en definitiva. Si trasplantamos, en conse-
cuencia, esta ¡dea rectora del fin de la pena a la categoría del
delito que estamos discutiendo, resultará ciertamente que en
caso de no poder actuar de otro modo quedan excluidas cul-
pabilidad y punibilidad; pero si —dando por supuesto el libre
albedrío— se comprueba que el autor (aún) podía actuar de
otro modo, con ello no se ha decidido aún su punibilidad. Hay
que partir, por el contrario, de la base de que el legislador
se ha preguntado además si político-criminalmente (esto es,
desde el punto de vista de prevención especial o de prevención
general) es necesario el castigo.
Aclaremos lo dicho con el ejemplo más sencillo de la dog-
mática de la culpabilidad: en el llamado estado de necesidad
«disculpante» (§ 35, 2, StrRG), si alguien realiza un tipo de
injusto para salvar a una persona allegada, desde el punto de
vista indeterminista habrá que afirmar que hay posibilidad
de actuar de otro modo, y en ese sentido, por tanto, que tam-
bién hay culpabilidad. Pero a pesar de ello, el legislador deja
impune al autor por consideraciones político-criminales sobre
el fin de la pena: a los efectos de prevención especial es inne-
cesaria una sanción porque el autor está totalmente integrado
socialmente y sólo la extraordinaria situación le ha llevado
a realizar esa acción que también presenta una disminución
esencial del injusto a causa del resultado salvador; y las razo-
nes de prevención general tampoco exigen una pena porque
la infrecuencia de tales situaciones, que la mayoría de las ve-
ces no admiten comparación en el caso concreto, hace que
resulte superfluo sancionar en atención a la generalidad la
desviación de la conducta regular deseada, y porque sencilla-
mente sería difícil que, si alguna vez el hombre medio no pre-
parado para la «actuación en peligro» se viera dentro de una
situación así, reflexionara sobre la norma y se pudiera motivar
por ella.
73
Pero ei peso de estos argumentos decisivos para las consi-
deraciones sobre el fin de la pena se desplaza totalmente en
cuanto el autor está «en una situación jurídica especial», den-
tro de la cual la existencia de peligros propios de la profesión
es esencial para el funcionamiento del sistema. Si los soldados,
policías, bomberos, socorristas, etc., pudieran eludir sin riesgo
a costa de otras personas los peligros que por su status pro-
fesional tienen la misión de dominar, ello tendría consecuen-
cias sumamente nocivas para toda la sociedad. Y por eso el
legislador cambia consecuentemente de opinión en esos casos
y por razones de prevención general (que en este caso afectan
a la totalidad del respectivo status profesional) no concede la
impunidad (§ 35, ap. 1.°, párr. 2.°, de la 2, StrRG).
Creo, pues, que la teoría del fin de la pena explica sin di-
ficultad por qué el legislador a veces castiga y a veces pres-
cinde de la sanción, pese al poder general de actuar de otro
modo y pese a la culpabilidad que por ello existe; porque, aun
dando por supuesta la posibilidad de culpabilidad humana,
hace depender la responsabilidad jurídico-penal de considera-
ciones preventivas ( 5 5 ) .
Ese único ejemplo explica al mismo tiempo muy gráfica-
mente la función que corresponde a la «exigibilidad» en la
teoría jurídico-penal de la responsabilidad. El descubrimiento
de Heinrich Henkel de que la exigibilidad sólo figura en todos
los grados de la estructura del delito como principio regula-
tivo sin contenido, que enseña al juez a decidir según la situa-
ción del caso concreto ( 5 6 ) , prueba su validez precisamente
en el nuevo § 35, ap. 1, según el cual se retira la disculpa
concedida en general «si se le podía exigir al autor que so-
portara el peligro según las circunstancias, especialmente por-
que el mismo hubiera provocado el peligro o porque estuviera
en una situación jurídica especial». La exigibilidad crea aquí
una zona límite de exclusión de la responsabilidad, que escapa
74
a una normación descriptiva y es encomendada al juez para
que pondere el caso concreto. Pero naturalmente la decisión
del juez no puede ser a su antojo; por eso, a la cláusula de la
exigibilidad hay que darle el contenido de que carece conforme
a los criterios en que se base la correspondiente categoría del
delito. En la esfera del injusto, estos criterios son los princi-
pios ordenadores sociales que he descrito en otro lugar ( 5 7 ) ;
pero en el campo de la responsabilidad lo son las exigencias
de la teoría del fin de la pena. Para la praxis, ello quiere de-
cir que ya no se puede señalar en abstracto el grado de inten-
sidad hasta el que el afectado tiene que soportar los peligros
cuando está en una «situación jurídica especial» A un bom-
bero no se le podrá exigir que acepte impasiblemente una
muerte sumamente probable; pero saber en los demás casos
dónde radica el límite entre lo que todavía es exigible y lo
que ya no lo es, es algo que sólo el juez puede decidir en el
caso concreto concretando directamente las exigencias (de
prevención general) del bien común.
De igual modo hay que proceder respecto de la situación
de necesidad que ha sido provocada por el mismo autor. Pre-
cisamente por la dificultad de regular normativamente cons-
telaciones de casos extremos, el legislador tiene que hacer todo
lo posible para impedir incluso que surjan tales situaciones.
A tal fin es necesario, a efectos de prevención general, estimu-
lar al individuo a extremar sus precauciones, negándole la ex-
culpación cuando se exponga a peligros de los que previsible-
mente sólo se podrá volver a librar dañando a terceros. Pero, al
igual que ocurría en los casos de situaciones jurídicas especia-
les, sólo mediante la valoración judicial de todas las circuns-
tancias del caso concreto, acudiendo directamente a los fines
de la pena, se puede determinar la medida de la provocación
necesaria para que se pueda exigir soportar peligros de una
determinada intensidad. Y esto es válido también, como pone
75
de relieve la redacción de! nuevo § 35, en otros supuestos,
aparte de los grupos de casos que en él se mencionan a modo
de ejemplo. Si el autor sólo puede apartar un peligro relati-
vamente insignificante para su libertad o su integridad cor-
poral lesionando gravemente o incluso matando a un inocente,
le será exigible «según las circunstancias» que soporte el daño.
Pero también aquí saber dónde se debe trazar el límite entre
el daño propio exigible y el daño ajeno tolerable jurídico-
penalmente en una zona intermedia incodificable es algo que
sólo el juez puede establecer acudiendo a los principios ma-
teriales que fundamentan la categoría de la responsabilidad y
ponderando todas las circunstancias. Y a la vista de los ejem-
plos puestos por el mismo legislador (situación jurídica espe-
cial, situación de necesidad provocada, alusión a las «circuns-
tancias»), me parece evidente que en esa constatación judicial
sólo pueden ser decisivos los indicados puntos de vista de
prevención general, y no las diferencias de poder, de actitud
interna, de participación en el valor, etc. Pero entonces, si no
se quiere marcar un camino equivocado al juez, ese descubri-
miento ha de ejercer su influencia en la estructuración dog-
mática de la esfera de la responsabilidad entendida en el sen-
tido de la concepción que hemos propuesto.
76
puesto Gimbernat en este tomo (58) que la exclusión de la
responsabilidad se puede explicar exactamente igual por la
falta de necesidad de prevención jurídico-penal que desde el
punto de vista de falta de culpabilidad. La no motivabilidad
por la norma y la exclusión de necesidades de prevención ge-
neral hace que resulte adecuada la renuncia a sanciones jurí-
dico-penales con total independencia de si se atribuye o no
al hombre por principio la capacidad de actuar de otro modo.
A ese respecto, el hecho socio-psicológico de la experiencia
humana de la culpabilidad penetra directamente dentro de los
componentes preventivo-generales de la responsabilidad. Si los
hombres dicen del sujeto inimputable: «El no puede hacer
nada al respecto», por eso mismo desaparece ya todo efecto
ejemplar potencial del hecho. La imposibilidad de una indivi-
dualización extrema y el hecho de que sea inevitable una cierta
generalización normativa y orientada por las exigencias del
orden jurídico, hacen que incluso resulte más adecuado un
modelo de explicación de tipo preventivo. En ese sentido, la
polémica en torno al libre albedrío es en cualquier caso abso-
lutamente irrelevante.
Con mayor razón, aún vale lo dicho para los supuestos de
estado de necesidad y situaciones semejantes. Incluso quien
afirme que en tales casos se da el poder actuar de otro modo
y, con ello, la «culpabilidad», tendrá que admitir precisamente
por eso que en los mismos es la falta de necesidad de pre-
vención especial o general lo que da lugar a la exclusión de
la responsabilidad. Así, pues, aquí llegarán al mismo resultado
exactamente tanto la solución determinista como la indeter-
minista.
En consecuencia, la idea de culpabilidad no cobra en abso-
luto su genuina importancia práctica en la exclusión de la
responsabilidad, que siempre se puede explicar (e incluso me-
j o r ) por la falta de necesidad de prevención, sino sólo en el
marco de la teoría de la medición de la pena, situada más
allá del sistema del delito y en la que la medida de la culpa-
bilidad pone un límite a las necesidades preventivas de impo-
ner una sanción. El mejor ejemplo de ello es la regla de me-
77
dición de la pena del § 5 1 , ap. 2, StGB (§ 2 1 , 2, StrRG), se-
gún la cual, si la imputabilidad está disminuida, se puede ate-
nuar la pena (59) aun cuando las causas de prevención espe-
cial o general abogaran más bien por una pena más larga. No
es preciso seguir insistiendo aquí en ello, porque cae fuera
de nuestro tema, limitado a la categoría sistemática de la res-
ponsabilidad. En otro lugar (60) he intentado exponer dete-
nidamente que en ese sentido el principio de culpabilidad su-
pone una creación normativa tendente a proteger al ciudadano
frente a desmesuradas ingerencias estatales, y cuya legitimidad
propia de un Estado de Derecho es totalmente independiente
de la existencia del libre albedrío humano. Pero, sea como
fuere, lo cierto es que, según la concepción aquí expuesta,
sobre la categoría sistemática de la responsabilidad no pesa en
ningún caso el problema del libre albedrío.
VI
78
to al factor decisivo de las exigencias de la comunidad jurí-
dica orientadas a lo imprescindible en el aspecto preventivo,
que se detienen por regla general antes de los límites del po-
der alcanzable en el caso extremo. Así, p. ej., el Tribunal Su-
premo Federal trata con excesivo rigor la evitabilidad del error
de prohibición ( 6 1 ) . Según su jurisprudencia, un error de
prohibición seguirá siendo «evitable» (y dará lugar por ello
a una pena por dolo) aunque en el caso del tipo imprudente
la conducta del autor hubiera observado el cuidado requerido
en el tráfico y que le fuera exigible ( 6 2 ) . En la práctica, esto
excluye en muchos casos la exculpación por error de prohibi-
ción inevitable. Dicha solución es consecuente en cuanto que
en teoría todo error de prohibición se «puede» evitar efectiva-
mente informándose acerca del carácter permitido de todas
las conductas que de algún modo sean jurídicamente relevan-
tes durante el tiempo que sea necesario, hasta que queden
patentes los reparos existentes. Pero tales exigencias, deduci-
das de la premisa del poder, son demasiado forzadas y, dada
la extraordinaria complicación de nuestra vida social, regulada
hasta en los más remotos ámbitos por una densa red de pa-
rágrafos, ahogaría de antemano muchas útiles iniciativas. Des-
de el punto de la necesidad social bastaría con examinar, en
primer lugar, si es que acaso la situación del autor forzosa-
mente daba motivos para preocuparse por la licitud de su
conducta, y en segundo lugar, si, de ser afirmativa la respuesta
sobre ese presupuesto, la consulta a un experto digno de con-
fianza (en la práctica generalmente un abogado) habría dado
motivos para desistir de la conducta planeada ( 6 3 ) . Si no se
cumple, bien la primera, o bien la segunda condición, no hay
necesidad de pena alguna ( 6 4 ) : el sujeto que actúa sin con-
79
ciencia de la antijuridicidad y al que tampoco el sentido social
de la situación le daba pie a que tuviera dudas, no necesita
resocialización; y, como cualquiera puede caer en su error,
tampoco da tan mal ejemplo como para que fuera necesario
por razones de prevención general imponer una sanción. Y lo
mismo ocurre en el caso de que la debida (pero omitida)
información le hubiera confirmado el carácter permitido de
su actuación; en tales circunstancias, la infracción de las re-
glas sociales no puede ser tan inequívoca como para que hu-
biera que reaccionar frente a ella con la pena.
Así, pues, la evitabilidad del error de prohibición no se
debe determinar por los límites de lo que es posible «in abs-
tracto», sino por los imperativos de una razonable política
criminal. Dentro de ios límites de lo jurídicamente exigido es
inevitable el error de prohibición de quien está a la altura
de las exigencias de fidelidad «normal» al Derecho. Y aquí tam-
bién la cláusula de la exigibilidad volvería a dejar al juez la
responsabilidad de concretar las exigencias del fin de la pena
en los casos límite. Tal debilitamiento de la dureza rigorista
de nuestra praxis actual en este punto, debilitamiento que, sin
embargo, armoniza perfectamente con la tolerancia del legis-
lador en el ámbito del estado de necesidad, significaría —es-
pecialmente en el Derecho Penal secundario— una aproxima-
ción a la teoría del dolo. Pero ¿es que acaso no sería lo acer-
tado? ¿Y no debería la dogmática poner a nuestra disposición
el instrumental interpretativo necesario para ello?
2. Cuestiones similares se plantean en la interpretación
del exceso de la legítima defensa. Desde puntos de vista de
«culpabilidad» apenas se puede explicar que el [antiguo]
§ 53, ap. 3, StGB («conmoción, terror o espanto»), del mismo
modo que el [nuevo] § 33 creado por la 2, StrRG («turbación,
terror o espanto»), sólo otorgue la exclusión de la responsabi-
lidad en los estados pasionales asténicos, pero no en los «es-
ténicos», como la cólera o la ira; pues tan comprensible es
una reacción como la otra. Pero desde el punto de vista de la
prevención cobra sentido la diferenciación. En efecto, general-
mente los estados pasionales agresivos son mucho más peli-
grosos, y por ello hay que coartarlos por todos los medios
(y, por tanto, también al precio de la pena) en interés de la
80
conservación de los bienes jurídicos; mientras que los estados
de «turbación, terror o espanto» no provocan la imitación
y por ello pueden ser tratados con mayor benignidad. Por otro
lado, quien es víctima de una agresión y al reaccionar rebasa
la medida de lo «ajustado a las reglas» debido a impulsos tan
poco típicos de un delito, está socialmente integrado y tam-
poco provoca la necesidad de sanción por razones de preven-
ción general. Parece por ello político-criminalmente razonable
interpretar el precepto extensivamente en vez de restrictiva-
mente, como hace la concepción dominante hasta ahora.
Por tanto, habrá que resolver en sentido afirmativo (65)
la conocida cuestión polémica de si también queda impune el
exceso doloso de los límites de la legítima defensa cuando
se debe a turbación, terror o espanto: en las reacciones seme-
jantes al pánico sigue estando intacta frecuentemente la fa-
cultad intelectual de entendimiento, sin que la acción excesiva
resultante del miedo pánico provoque la necesidad de san-
ción. Y por otro lado, contra lo que piensa la opinión domi-
nante ( 6 6 ) , partiendo de la base de la concepción que aquí
se defiende, también se podrá renunciar a la pena, aunque no
se trate de un exceso intensivo (que rebasa la medida de lo
necesario), sino de un exceso extensivo, es decir, de una de-
fensa que se prolongue después de acabada la actualidad de
la agresión. El tenor de la ley no lo impide, ya que se pueden
rebasar «los límites de la legítima defensa» tanto en cuanto
al elemento de la «actualidad» como en cuanto al de la «ne-
cesidad». A los efectos de enjuiciamiento político-criminal del
autor turbado por el miedo no existe diferencia alguna, «des-
de ningún punto de vista imaginable» ( 6 7 ) , entre ambos ex-
cesos.
Si, no obstante, tanto en el exceso consciente de los límites
81
de la legítima defensa por turbación, error o espanto, como
en el exceso extensivo, muchos autores encuentran dificulta-
des para admitir la exculpación, restringiendo algunos el ám-
bito de aplicación del § 53, ap. 3, de tal modo que el precepto
sólo abarca casos en que de todos modos falta la imprudencia
y resulta por ello «superfluo» ( 6 8 ) , ello se debe a una «con-
cepción de la culpabilidad» que convierte a una posibilidad
teórica de actuar de otro modo en el único criterio de impo-
sición de la sanción, pero que (a diferencia de lo que pensó
el legislador) prescinde de antemano de considerar su necesi-
dad político-criminal como principio interpretativo. Cierta-
mente es «posible» y deseable que la víctima de una agresión
domine su miedo y su espanto, del mismo modo que también
se «puede» hacer frente, por regla general, a los peligros de
ios [antiguos] §§ 52 y 54 StGB ( * ) ; pero que haya que casti-
gar a quien por debilidad no lo consigue, es una cuestión
adicional y sólo una interpretación adecuada del precepto
relativo al exceso permite darle una respuesta negativa ( 6 9 ) .
Si bajo el influjo de una concepción demasiado mezquina de
la «culpabilidad» se hace caso omiso del significado de esa
cuestión para la responsabilidad jurídico-penal, el intérprete
tiene entonces que estar de acuerdo con la queja, tantas veces
citada, de M. E. Mayer ( 7 0 ) : «La imputación, el más fino
producto de la dogmática del Derecho Penal, se ve empañada
por una burda regla.» Por eso no sorprende que la última edi-
ción del Leipziger Kommentar (71) siga sin ver ningún «mo-
tivo» para «extender la aplicación de esa burda regla más allá
de los límites de lo directamente impuesto por el tenor de la
82
ley». Aq uí se denota una desaprobación debida a que en el
fondo no se sabe qué hacer con todo el precepto. En todo caso
una teoría de la responsabilidad, tal como yo la concibo, pue-
de hacer que resulte más plausible el sentido de la ley.
3. En donde mejor se pueden aclarar algunas ulteriores
cuestiones importantes de la teoría de la responsabilidad
—aquí sólo es posible hacer algunas indicaciones a modo de
ejemplo— es en la dogmática de la imprudencia. Hoy prácti-
camente no se pone ya en duda que el marco jurídico-penal
de la acción en los delitos imprudentes ha sido excesivamente
influido por las consecuencias de un pensamiento causal «del
resultado» y orientado a las ciencias naturales, tal como el que
ha dominado durante mucho tiempo en la doctrina y la juris-
prudencia. La mayor parte de los problemas dogmáticos que
de ello resultan pertenece al ámbito del injusto, es decir, a la
esfera de una limitación político-criminalmente razonable de
ios mismos deberes objetivos de cuidado. En esta esfera, el
principio metodológico del «fin de protección de la norma»
permite restringir la responsabilidad; pero estamos todavía
comenzando solamente a elaborar científicamente los puntos
de vista decisivos a ese respecto {72). Los problemas especí-
ficos que se plantean al enjuiciar la responsabilidad por la
actuación imprudente, se ha intentado resolverlos desde la
célebre sentencia del Tribunal Supremo del Reich en el caso
del «cochero» ( 7 3 ) , sirviéndose normalmente de la causa ge-
neral de exclusión de la culpabilidad, que es la inexigibilidad.
Pero ya se ha expuesto anteriormente que metodológicamente
es inadmisible que al emplear dicha cláusula, vacía de conte-
nido, quede prácticamente a merced del arbitrio judicial la
decisión sobre la punibilidad. Si, como aquí se hace, se en-
tiende la categoría de la responsabilidad en el sentido de una
concreción estructurada dogmáticamente del fin de la pena,
a mi parecer, entonces, aparte de las causas de exclusión de
la (categoría de la) responsabilidad legalmente reguladas, sólo
83
deben tomarse en consideración otras dos causas que suponen
una cautelosa extensión de dicha exclusión de la responsabi-
lidad:
a) El principio regulativo de la exigibilidad puede tener
una función legítima cuando no sea la negligencia la que im-
pulse al autor a infringir el deber objetivo de cuidado. Este es
el supuesto básico del caso del cochero: el cochero procesado
por lesiones imprudentes sabía que por razones de seguridad
en el tráfico no debería haber enganchado un caballo propenso
a desbocarse. Sólo el «fundado temor a perder su empleo y
su pan, de negarse a conducir con ese caballo» ( 7 4 ) , era lo
que le había movido a obedecer la orden de su amo y a em-
prender el paseo con el coche que terminó en el accidente.
Aquí es imaginable, efectivamente, la exculpación. El fin pre-
ventivo-general de la pena de las normas relativas a la impru-
dencia, es decir, el de oponerse a la falta de cuidado que pone
en peligro bienes jurídicos, cae en el vacío cuando el autor
se desvía de la norma de la conducta debida en el tráfico, no
por falta de atención, sino por otros motivos; y-tampoco ne-
cesita influencia preventivo-especial (en este caso: introduc-
ción a la práctica de las reglas de disciplina del tráfico) la
persona que sólo por necesidad y confiando en un desenlace
feliz se arriesga contra su voluntad a crear un peligro.
La problemática del fin de la pena planteada por situacio-
nes de ese tipo se transforma dogmáticamente en la cuestión
de si en los delitos imprudentes también existen otras situa-
ciones de necesidad (como, p. ej., la amenaza para la existen-
cia económica), aparte de los casos de exclusión de la respon-
sabilidad codificados en la ley —como los [antiguos] §§ 52,
53, ap. 3, y 54 StGB— que den lugar a que se renuncie a la
sanción. Lo que es seguro es que en esos casos hay «culpabi-
lidad» (si bien de forma atenuada) en el sentido de la con-
cepción tradicional. Pero si se acepta nuestra concepción pre-
ventiva de la responsabilidad, parece correcto político-crimi-
nalmente remontarse al telos material de esa categoría del
delito para ampliar, por medio de la analogía, los bienes jurí-
dicos amparados por el estado de necesidad del [nuevo] § 35
84
de la 2, StrRG (vida, integridad corporal y libertad) a otros
bienes de la misma importancia vital. Cabe alegar en ese sen-
tido que los casos codificados de estado de necesidad están
configurados pensando de modo primario en hechos dolosos y
que en los tipos imprudentes, que de todos modos son raros
debido a la escasa necesidad de prevención, se pueden ampliar
un poco los límites de la exclusión jurídico-penal de la respon-
sabilidad en situaciones de necesidad sin peligro para la paz
jurídica; en tales casos, el deber civil de indemnización de
daños y perjuicios es absolutamente suficiente como instru-
mento social de control. Como corresponde a la esencia de
este principio regulador, vuelve a suceder que sólo el juez,
acudiendo a los puntos de vista rectores de prevención gene-
ral y especial que hemos descrito, podrá determinar los casos
concretos en que, dada la amenaza que pesa sobre «bienes vi-
talmente importantes», ya no se le puede «exigir» otra con-
ducta a quien actúa imprudentemente. Con todo, no se podrá
negar que tal procedimiento es preferible por su claridad dog-
mática y su practicabilidad a una teoría que confiere el papel
de «causa de exclusión de la culpabilidad» con carácter gene-
ral a una inexigibilidad de contenido totalmente difuso.
b) Un segundo principio regulador, cuya aplicación a los
delitos imprudentes me parece que merece discutirse, es el
de la insignificancia. Ya he intentado demostrar en alguna
ocasión anterior (75) que se trata de un principio general
del Derecho; pero en el contexto que ahora nos interesa, su
aplicación supondría que se excluye la responsabilidad jurí-
dico-penal (76) si sólo ha habido una actuación insignifican-
temente imprudente {71). Dicha impunidad a fundamentar «de
lege lata» ha sido propuesta ya por Stratenwerth ( 7 8 ) , que
85
también pretende excluir la culpabilidad —la responsabilidad,
según la terminología aquí empleada— y que, en el mismo
sentido de la concepción aquí desarrollada, se basa a esos efec-
tos en una argumentación relativa al fin de la pena ( 7 9 ) :
Comoquiera que incluso un hombre concienzudo y digno de
confianza —dice— puede cometer a veces inadvertidamente
pequeñas faltas de cuidado, nadie estará seguro de no incurrir
en pena por imprudencia; pero entonces —añade— pierde «la
pena su impresionante poder de prevención general» y «sólo
compasión» se podrá sentir por aquel sobre quien recai-
ga ( 8 0 ) . Si a ello se agrega que en tales casos las «víctimas»
de la punición son personas honradas con un control de sus
conductas intacto en principio y que, por tanto, una reacción
preventivo-especial es tan superflua como nociva, habremos
completado la cadena de la argumentación que fundamenta
la exclusión de la responsabilidad desde el punto de vista que
aquí se defiende ( 8 1 ) . Para escapar al reproche de que se sigue
creando Derecho en el espacio no cubierto por la ley, sólo
86
habría que probar la fuerza de validez y la función del prin-
cipio de insignificancia con una rigurosidad similar a la em-
pleada por Henkel respecto de la exigibilidad ( 8 2 ) . Y entonces
se desprendería sin más del carácter regulador del principio de
insignificancia que tiene que quedar reservada al aplicador del
Derecho la tarea de enjuiciar el contenido de la insignificancia.
Al mismo tiempo, el Derecho material contribuiría así de ma-
nera importante a solucionar el problema jurídico-penai de
los hechos-bagatela, problema que generalmente se intenta re-
solver sólo con medios procesales poco satisfactorios.
4. Una última palabra sobre las discutidísimas causas
«supralegales» de exclusión de la responsabilidad. Tras lo di-
cho anteriormente, está claro que estos casos no se pueden
solventar sencillamente con la causa de exclusión que es la
«inexigibilidad». Se trata solamente de determinar si de los
principios político-criminales (basados por su parte en la
ley), rectores de la categoría de la responsabilidad, es lícito
deducir la exclusión de la penalidad respecto de determinados
tipos de situaciones claramente perfilados, aunque el legisla-
dor no contemple tales constelaciones (y, por tanto, tampoco
se haya pronunciado implícitamente en contra de que se las
tome en consideración). De acuerdo con ios criterios genera-
les de la hermenéutica y con las exigencias de una política
criminal humana, no se debe excluir, por principio, tal posi-
bilidad. La discusión doctrinal se ha centrado sobre todo en
dos grupos de casos a los que habré de limitarme.
a) La situación más discutida en la posguerra es la situa-
ción conflictiva del sujeto que sólo puede salvar vidas huma-
nas sacrificando a otros hombres. Como es sabido, el «leading-
case» es el caso de la «eutanasia» en que se vieron implicados
médicos que dejaron que mataran a un cierto número de los
pacientes que tenían confiados para preservar al menos a los
restantes del exterminio por parte de los colaboradores del
régimen nazi. Creo (de acuerdo con la opinión dominante) que
lo correcto es afirmar que subsiste el injusto en tales casos,
porque el orden jurídico debería atenerse a la regla de que
87
nada puede justificar que se mate a un inocente. Para asegurar
la inviolabilidad de la protección de la vida, el orden jurídico
tiene que exigir de todos los médicos que se negaran a todo
tipo de colaboración. Nadie puede saber con seguridad si lo
que entonces habría sucedido es que quizá se hubiera revoca-
do la orden de matar o que, por el contrario, unos complacien-
tes sicarios habrían matado a todos los enfermos mentales;
y, por tanto, esa cuestión —como, en general, los cursos cau-
sales hipotéticos en los delitos dolosos— es irrelevante para
el juicio sobre lo justo y lo injusto. Aceptadas estas premisas,
desde el punto de vista de la doctrina tradicional habría que
afirmar, dado que no es aplicable el [antiguo] § 54 StGB, ni
tampoco el [nuevo] § 35 de la 2, StrRG, que hay culpabilidad
y punibilidad, ya que el autor estaba en perfectas condiciones
de cumplir los imperativos del Derecho que se establecen en
la categoría de la antijuridicidad y de negarse a participar en
la muerte de inocentes. Lo decisivo aquí, al igual que en los
demás casos, no es el enjuiciamiento moral (aparte de que
¿conforme a qué criterios se debe determinar?) de su «actitud
interna»; para la «culpabilidad» jurídica basta con que la dis-
posición del autor, que estaba en condiciones de emprender
otra conducta distinta, se desvíe de las reglas del Derecho.
Cuando, p. ej., Welzel, que ha prestado especial atención a
esos problemas, para fundamentar la exclusión de la culpabi-
lidad que propugna, manifiesta (83) que el orden jurídico ha
de mostrarse indulgente «porque cualquier otro ciudadano en
el lugar del autor, para obrar correctamente, tenía que actuar
igual que el autor», este argumento, si fuera cierto, tendría
que implicar una causa de justificación. Pero si se estima,
como Welzel, que el autor actúa antijurídicamente, de ahí se
sigue necesariamente que el autor habría debido actuar de otra
manera, con lo que ya no disponemos de un fundamento plau-
sible para la exclusión de la culpabilidad. En cambio, la con-
cepción de la responsabilidad que hemos desarrollado aquí
permite un punto de partida completamente distinto. En efec-
to, conforme a aquélla, se debe preguntar si tal conducta, en
caso de considerarla antijurídica, requiere una sanción penal
88
por razones de prevención general o especial. Pero la respues-
ta ha de ser negativa porque en cada uno de esos dos aspectos
la necesidad de pena queda excluida por una doble circuns-
tancia: por la absoluta singularidad de tales situaciones y por
la finalidad del autor de preservar bienes jurídicos. Los suje-
tos, encontrándose en una inevitable situación de conflicto en
la que no veían c\aro en el momento del hecho el modo en
que debían actuar ( 8 4 ) , escogieron una salida que posterior-
mente no se puede calificar de correcta, pero que, dado que
esos sujetos querían evitar lo peor, deja intacta la integridad
social de los mismos y no rebaja tampoco el valor del bien
jurídico «vida» a los ojos de la generalidad. Ello fundamenta
la exclusión de la responsabilidad jurídico-penai aunque los
sujetos hayan sido «culpables».
b) Con arreglo a principios similares, ha de resolverse la
cuestión que la reciente jurisprudencia del Tribunal Consti-
tucional Federal ha puesto de actualidad, de si la actuación
por motivos de conciencia puede dar lugar a la impuni-
dad ( 8 5 ) . Por regla general, habrá que responder negativa-
mente a esta cuestión ( 8 6 ) , ya que el Derecho es un orden
objetivo y sufriría una merma esencial en su poder regulador
de conductas si cualquier persona pudiera hacer caso omiso
del mismo, según los criterios de su conciencia individual (a
menudo sectaria). Si quedaran sin sanción las injerencias en
derechos de terceros por motivos de conciencia, se acabaría
favoreciendo abusos cuya tolerancia tampoco puede deducirse
del derecho fundamental de la libertad de conciencia (artícu-
89
lo 4 GG). Pero en el caso del que se ocupó la sentencia del
Tribunal Constitucional Federal se trataba de una situación
muy especial. Una mujer perteneciente a la «Hermandad evan-
gélica» se había negado por motivos religiosos a ser hospitali-
zada y a que se le practicara una transfusión sanguínea que
le salvaría la vida, porque había creído deducir de las Sagradas
Escrituras que la curación se produciría más bien si se confia-
ba sólo en la oración. El marido, que pertenecía a la misma
secta, había dejado expresamente la decisión al arbitrio de su
mujer, pero también le había indicado que «en la asamblea»
se les enseñaba «un camino distinto» (el de la oración) y que
él mismo estaba «en contra de un tratamiento hospitalario».
Al morir su mujer fue condenado por omisión de socorro, ba-
sándose la condena en que habría debido aconsejar a su mujer
que se sometiera a un tratamiento médico adecuado en vez de
desaconsejárselo.
El Tribunal Constitucional Federal, al fundamentar la im-
punidad que propugna (en base al art. 4 GG) para el marido,
no se ocupa directamente de su incardinación en la dogmática
jurídico-penal, pero deja entrever con suficiente claridad que
no quiere admitir una causa de justificación, sino de exclusión
de la culpabilidad ( 8 7 ) : «Si bien objetivamente y conforme
a las concepciones valorativas dominantes de modo general en
la sociedad se debe desaprobar esa decisión, sin embargo, ya
no es tan reprochable como para que estuviera justificado
proceder contra el autor con el arma más terrible de que dis-
pone la sociedad, es decir, el Derecho Penal. Ante la configu-
ración de este caso, la pena criminal —con independencia de
su cuantía— no es una sanción adecuada en ningún aspecto
(retribución, prevención o resocialización del autor).» Esta
fundamentación confirma de modo sorprendente la concepción
de la responsabilidad que aquí hemos desarrollado, ya que,
en efecto, habrá que afirmar que hay «culpabilidad» en el
autor mientras se opere con ese concepto y se mantenga el
juicio objetivo de desaprobación; pues el autor habría debido
y podido comportarse de otro modo. Si se negara de modo
general la capacidad del ciudadano para confrontar la voz de
90
su conciencia con las normas del Derecho a fin de examinar
la posibilidad de estar en un error, habría que disculpar toda
actuación que lesione bienes jurídicos por motivos de concien-
cia, lo que, como ya se ha expuesto, es impensable. Pero cuan-
do en el presente caso el Tribunal Constitucional Federal dice
que la acción «ya no es tan reprochable» que justifique una
sanción penal, está afirmando la existencia de «culpabilidad»
y, sin embargo, niega la responsabilidad jurídico-penal sir-
viéndose de una argumentación político-criminal relativa al fin
de la pena. A mi juicio, éste es el camino metodológicamente
correcto; no sólo porque coincide con los principios aquí ela-
borados con carácter general para la teoría de la responsabi-
lidad, sino sobre todo porque permite dar el tratamiento dife-
renciado que se necesita urgentemente para los delitos por mo-
tivos de conciencia. En el caso concreto del que nos ocupamos
coinciden dos razones que efectivamente justifican la cons-
trucción de la exclusión de la responsabilidad «a la luz del ar-
tículo 4 GG» ( 8 8 ) : el sujeto respetó la voluntad de su mujer,
es decir, que no se entrometió en una esfera jurídica ajena
apelando a su conciencia; y quería (si bien por un camino
equivocado» «preservar... el bien jurídico protegido por la
amenaza penal» ( 8 8 ) . Al concurrir ambos factores hacen que
desaparezca la necesidad, ya sea de carácter preventivo-general
o preventivo-especial, de imponer una sanción. No es preciso
volver a fundamentar esta afirmación, ya que estamos ante una
situación análoga al caso de la eutanasia: la singularidad de las
circunstancias externas que en dicho caso se puso de relieve
corresponde en éste al «carácter intransferible» y no generali-
zable de la íntima decisión de conciencia, y tanto en uno como
en otro caso concurre en el autor la finalidad de preservar
bienes jurídicos. Pero, por otra parte, a constelaciones de este
tipo es a las que se debería limitar el estado de necesidad
supralegal que excluye la responsabilidad.
En vista de todo ello, estimo que la teoría de la «responsa-
bilidad» que aquí hemos esbozado como la categoría principal,
junto con el injusto, del sistema del Derecho Penal puede
fundamentar algunas soluciones de modo más adecuado y
91
realista que si se fundamenta exclusivamente la pena en un
discutido y no siempre suficiente concepto de «culpabilidad».
En cualquier caso, tal concepción permite poner a la dogmá-
tica jurídico-penal en ese estrecho contacto con el desarrollo
de la política criminal, sin el cual aquélla corre el peligro de
perder su conexión con los «fundamentos» de nuestra disci-
plina. «Fundamentos del Derecho» —así reza el subtítulo de
la «Introducción a la Filosofía del Derecho», de Heinrich Hen-
kel—. A él, que me enseñó a reflexionar sobre los «funda-
mentos», va dedicado este estudio como muestra de gratitud
y respeto.
92
Crítica actual al concepto funcionalista-sistémico de culpabilidad.
Por Daniel Eduardo Rafecas
Aldous Huxley
inicio de “Un Mundo Feliz” (1932).
Introducción
Tomar algunos de los conceptos provenientes del funcionalismo sistémico existente hoy en
día en las ciencias sociales, representado por el pensamiento del sociólogo Niklas Luhmann, y
aplicarlos en el campo del Derecho penal, para justificar el castigo de un individuo concreto
(consistente en un menoscabo en algunos de sus bienes jurídicos), en reproche por la atribución de
responsabilidad que el propio Estado le efectúa ante la comisión de un comportamiento
antijurídico, parece poco menos que imposible.
Sin embargo, dentro de la estructura de pensamiento del doctrinario de la Universidad de
Bonn, Günther Jakobs, aparecen referencias precisas a dicha doctrina en una cuestión tan central
para el Derecho penal –y que nos interesa remarcar en este trabajo- como es la culpabilidad: su
contenido, justificación y finalidad.
Es cierto que el propio Jakobs, en una conferencia de profesores de Derecho penal, en
Rostock, Alemania, el 28 de mayo de 1995, se encargó de poner de resalto sus diferencias con la
teoría de Luhmann, con estas palabras: “La exposición más clara de la diferenciación entre sistemas
sociales y psíquicos, que tiene consecuencias para el sistema jurídico, si bien con una enorme
distancia con respecto al Derecho penal, se encuentra en la actualidad en la teoría de los sistemas
de Luhmann. Sin embargo, un conocimiento superficial de esta teoría permite advertir rápidamente
que las presentes consideraciones no son en absoluto consecuentes con dicha teoría, y ello ni tan
siquiera en lo que se refiere a todas las cuestiones fundamentales”: en especial, dice el autor alemán
en la nota al pie, respecto del concepto de normas jurídicas y con relación a los tipos de
comunicación1. Deben tomarse estos reparos que formula Jakobs acerca de la posibilidad de
aplicación de la teoría de los sistemas de Luhmann al Derecho penal, en efecto, como limitados a
tales conceptos y no necesariamente extenderlos a los de culpabilidad y pena, que aparecen sin
ninguna duda claramente influidos por esta teoría en todos los trabajos del Profesor de Bonn, desde
el Tratado hasta sus monografías, incluida aquella de la que se extrajo la frase transcripta
precedentemente.
Decimos que parece a priori imposible enlazar ambos universos discursivos, porque la
teoría que desarrolla Luhmann en la sociología 2, con un sesgo claramente parsoniano, desemboca
en una estructuración abstracta de la sociedad: el componente de las sociedades es la
comunicación, la interacción.
1
Jakobs, Günther: “Sociedad, norma y persona en una teoría de un Derecho penal funcional”, trad. de Manuel
Cancio Meliá y Bernardo Feijóo Sánchez, en Cuadernos de Conferencias y Artículos Nº 13, Univ. Externado de
Colombia, Bogotá, 1996, p. 9.
2
El desarrollo teórico que se realiza a continuación, de acuerdo a la siguiente bibliografía: Niklas Luhmann:
Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general, trad. del original de 1984 a cargo de Javier Torres Nafarrate,
Antrophos-Universidad Iberoamericana, Barcelona, 1996; Poder, cit.; Cfr.: “La teoría general de la sociología.
Conversación con un público norteamericano”, trad. de Martín Laclau de una Conferencia en la Universidad de Atlanta,
EEUU, 1988, publ. en Anuario de Filosofía Jurídica y Social, año 1988, Nº 8, Abeledo Perrot, Bs. As., pp. 187-202;
Introducción a la Teoría de Sistemas, lecciones publicadas por Javier Torres Nafarrate, 1996, Universidad
Iberoamericana, México.
1
Sociedad y Derecho según el funcionalismo sistémico de Luhmann
“La sociedad...” -dice Luhmann- “...es un sistema completamente cerrado. No hay ni input
ni output de comunicación o de información que conecte a la sociedad con su ambiente. Las
comunicaciones son, necesariamente, operaciones internas [...] El sistema reacciona a través de la
comunicación ante los estímulos y perturbaciones emergentes en su contorno” 3.
En el pensamiento de Luhmann, los sistemas sociales son autopoyéticos, y como tales,
“...no tienen base sustancial [...] no están basados en la materia o en moléculas, o en la conciencia
individual, sino en la diferencia entre sistema y ambiente” 4.
Este autor ubica a las personas por fuera de la sociedad, en su entorno: no interesa ni lo
físico ni la conciencia de los individuos, que no están dentro de la sociedad. Sólo importa la práctica
lingüística. Este entorno, sin embargo, es necesario para el funcionamiento de la sociedad.
Cada sistema-sociedad funciona en forma cerrada, auto-regulada, y subsiste gracias al
mecanismo de autopoyesis, de autoproducción, que le permite al sistema reproducirse con
prescindencia de la existencia de los sujetos.
Dentro de este sistema funcionan sub-sistemas, que tienen como razón de existencia la
reproducción de expectativas. Entre ellos, el sub-sistema legal o de justicia -el derecho- el cual,
según Luhmann, es totalmente ajeno al hombre como ser físico.
El derecho, entonces, es un sub-sistema informativo cerrado que tiene como misión la
decisión acerca de lo que es legal o ilegal y que debe mantenerse adaptado al resto de los sub-
sistemas porque de no hacerlo, colapsaría. Al mismo tiempo y para evitar esto último, debe
reaccionar frente a lo que declara ilegal de modo tal que la regla legal que se afectó recupere su
estabilidad y de ese modo afiance en los otros sub-sistemas la confianza en que lo que está vigente
son dichas reglas legales y no el acto comunicativo reconocido como ilegal.
Finalmente, sostiene Luhmann que ningún otro sub-sistema, ni siquiera el político, puede
decir lo que es legal o ilegal.
El sub-sistema de justicia sólo puede mantener el acoplamiento al entorno a través de la
reducción de la complejidad, manteniendo la evolución: no hay referencias valorativas externas al
sub-sistema, su único objetivo es su propia reproducción y subsistencia, no tiene en cuenta para
ello que tenga o no sustento en el consenso social ni procura algún fin extrínseco, como la
emancipación de los individuos, a través del aumento de sus libertades (idea que está presente en
el pensamiento de Habermas 5): tanto la noción funcionalista sistémica en general, como su
aplicación en el ámbito del Derecho, parten de una posición ideológica oculta, aunque claramente
perceptible: la legitimación del statu quo, la perpetuación de las actuales relaciones de poder-
comunicación, para lo cual se requieren decisiones eficaces, y como tales, no necesariamente
consensuadas. Estos criterios de eficacia y funcionalidad “...suponen que la función de las
instituciones democráticas no es tanto la de servir de vehículos de la voluntad popular como la de
seleccionar de entre las demandas sociales sólo aquellas que son compatibles con las decisiones ya
tomadas por el sistema administrativo, no pueden constatarse sino mediante el cotejo medio-fines;
y si no se somete a éstos a crítica, lo que se está preconizando es un no disimulado proceso de
funcionalización de la ley penal dentro de un statu quo que se acepta y se pretende reforzar” 6.
Uno de los conceptos decisivos de esta teoría por su repercusión en el ámbito del Derecho
penal es la noción de conflicto.
El conflicto, en la sociología funcionalista sistémica, desencadena un mecanismo de
generalización en donde se presupone que si alguien se opone a una regla determinada, constituye
un síntoma, una revelación de que se opone al sistema mismo.
Quien introduce un conflicto es tratado como enemigo, como contrario al sistema.
3
En Poder, trad. del original de 1975, a cargo de Luz Mónica Talbot, Antrophos-Univ. Iberoamericana,
Barcelona, 1995, p. 137.
4
Cfr.: “La teoría general de la sociología..., p. 198. Vid también, p. 193.
5
Puede verse su pensamiento al respecto en: Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático
de derecho en términos de teoría del discurso, 1998 (4ª edición del original alemán, 1994), pp. 105 y sgts., 114 y sgts.,
564 y sgts.
6
Cfr. Terradillos Basoco, Juan: “Criminalización”, en Terminología científico-social, Reyes. R. (dir), PPU,
Barcelona, 1988, p. 208 (cursiva en el original, negrita nuestra). Ver además, el excelente resumen de la crítica a esta
doctrina en Luigi Ferrajoli: Derecho y Razón, Trotta, Madrid, 1994, p. 897, nota 37.
2
Esta oposición al funcionamiento de la sociedad entera es lo relevante aquí, ya que el castigo
del culpable disfuncional sirve para demostrar la validez de la norma como modelo de referencia
para la interacción social7.
Además, estas ideas llevan a la simplificación y generalización del conflicto, y trae una
consecuencia altamente beneficiosa para el sistema: el conflicto es fuertemente integrador gracias
a su tendencia a subordinar toda acción al contexto de la rivalidad, del enemigo 8.
Es del caso aclarar que Jakobs no acoge en Derecho penal el trato de la persona infractora
de la norma como un enemigo: “El infractor de la norma no es enemigo de la sociedad en el sentido
de un medio ambiente no vinculado normativamente y configurado de modo adverso, que consta
de otros seres humanos, sino que es un miembro de la sociedad”9. Aclara que “La pena no es lucha
contra un enemigo; [...] sirve [...] sólo al mantenimiento de la realidad social” 10. Más bien, lo
presenta como alguien que manifiesta tener un contraproyecto de sociedad: “Un quebrantamiento
de la norma se halla en un mundo equivocado, porque niega las condiciones de lo común. Su
significado reza: ¡no a esta sociedad! 11; “La pena margina el significado del hecho. En cuanto
marginación de un contraproyecto ejecutado, también la pena debe ser ejecutada: ocurre como
violencia”12. Como corolario de esta línea argumental, Jakobs llega a lo siguiente: “Todo aquel que
[...] establezca su propia identidad de forma excesivamente independiente de las condiciones de
una comunidad jurídica, ya no puede ser tratado razonablemente como persona en Derecho” 13.
Este pensamiento, según el cual quien es juzgado como pernicioso lo es en todo momento
y en toda relación, con lo cual la infidelidad frente a una norma en concreto no es más que un
síntoma de infidelidad al Derecho, de ser el portador de un contraproyecto de sociedad, constituye,
según nuestro parecer, un intento por relegitimar viejas ideas, surgidas al abrigo de los cambios
sociales y económicos verificados a mediados del siglo XVIII, cuando el ascenso al poder de la
burguesía trasladó el eje de la persecución penal a la defensa de la propiedad privada; por aquel
entonces, el reemplazo del suplicio y la venganza como justificación del poder punitivo por el del
castigo preventivo, trajo como efecto colateral que la noción del monarca como ofendido por el
delito se sustituyera sin más por el de la defensa de la sociedad en su conjunto, a través de la idea
de la ruptura del contrato social: así, el derecho de castigar se recostó nuevamente sobre un poder
inmenso, ilimitado. No será sino tiempo después que aparecerá el principio de la moderación de
las penas, pero hasta entonces, el discurso legitimador del poder penal del Estado era similar al que
aquí nos ocupa14.
La ciencia del Derecho, y en especial la del Derecho penal, no pueden limitarse solamente
a la observación y descripción de los conceptos normativos, tales como sistema social, norma o
conflicto en forma aislada, sino que debe abordar también las cuestiones vinculadas a su
fundamentación axiológica, por un lado, y a su funcionamiento real, por el otro 15, porque de otro
7
Cfr. Terradillos Basoco, Juan: “Función simbólica y objeto de protección del Derecho penal”, en Pena y
Estado, Nº 1, PPU, Barcelona, España, 1991, p. 15.
8
Cfr. Luhmann: Introducción..., pp. 244/7.
9
Jakobs, Günther: Sobre la teoría de la pena, trad. de Manuel Cancio Meliá. Monografía presentada en el
Congreso de Estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, noviembre de 1997, p. 15.
10
Ídem, p. 20.
11
Ibíd., p. 10.
12
Ibíd., p. 20.
13
“Sociedad...”, cit, p. 50. Nótese la evocación del argumento contractualista en perjuicio del ciudadano que
aquí hace Jakobs, algo que se creía superado largamente merced a la evolución del Derecho penal liberal.
14
Sobre la cuestión, véase Foucault, Michel: Vigilar y Castigar, Siglo Veintiuno Editores, México, 1989, pp.
94/5, en cuanto refiere que esta primera etapa de la reforma penal francesa del siglo XVIII se basó en la teoría general
del contrato social: “El criminal [...] ha roto el pacto, con lo que se vuelve enemigo de la sociedad entera; pero participa
en el castigo que se ejerce sobre él. El menor delito ataca a la sociedad entera, y la sociedad entera –incluido el
delincuente- se halla presente en el menor castigo [...] La infracción opone, en efecto, un individuo al cuerpo social
entero; para castigarlo, la sociedad tiene el derecho de alzarse toda entera contra él. Lucha desigual: de un solo lado,
todas las fuerzas, todo el poder, los derechos todos. Y preciso es que sea así, ya que va en ello la defensa de cada cual.
Se constituye de esta suerte un formidable derecho de castigar, ya que el infractor se convierte en el enemigo común”.
Y a continuación, cita la célebre frase de Rousseau: “Todo malhechor que ataca el derecho social, se convierte, por sus
crímenes, en rebelde y traidor a la patria. Entonces, la conservación del Estado es incompatible con la suya...” (Contrato
Social, libro II, Cap. V).
15
En palabras de Binder, Alberto en: Política Criminal, de la formulación a la praxis, Ad Hoc, Bs. As., 1997,
3
modo no es posible tener siquiera un conocimiento aproximado de lo que constituye el fenómeno
jurídico en su totalidad.
Así, desde una perspectiva axiológica, se ve claramente que esta teoría presupone, como un
dogma, el valor positivo del sistema social imperante, que lleva a la anulación de toda crítica u
objeción desde el plano de la justificación externa, y a considerar que todo lo que sirve para su
sostén es positivo y progresista16.
Por otra parte, en punto al funcionamiento real de esta teoría, se advierte el peligro latente
de que pueda servir de referente teórico para sustentar un Estado que lleve adelante un modelo
autoritario –y por lo tanto, ilimitado- de política criminal, en donde se subordinen completamente
los principios de libertad y de igualdad al principio de autoridad. Con razón se pregunta Rusconi,
citando como ejemplo la cuestión de la determinación de la pena, sobre la base de qué criterios
podríamos calificar de antisistémica a una pena desmedida, dada la ausencia de parámetros
limitadores dentro del universo de discurso funcionalista-sistémico y su misión de mantener la
estabilización de la norma17.
4
b) ¿no estamos demasiado cerca de aquellas concepciones idealistas que tomaban al Estado
como un fin en sí mismo (previo al Leviathan hobbesiano), es decir, de idealizaciones
que pueden tolerar sistemas autoritarios?: al respecto, Jakobs dice que “...la perspectiva
funcional no está atada a un modelo social determinado [...] Quien sólo sabe que una
sociedad está organizada de modo funcional, no sabe nada acerca de su configuración
concreta, es decir, no sabe nada sobre los contenidos de las comunicaciones susceptibles
de ser incorporadas”23. Al respecto, sostiene Ferrajoli que para las doctrinas auto-
poyéticas, en especial la doctrina de Luhmann, “...el estado es un fin y encarna valores
ético-políticos de carácter supra-social y supra-individual a cuya conservación y
reforzamiento han de instrumentalizarse el derecho y los derechos” 24.
Sugestivamente, Luhmann, al tomar como propio el concepto de autopoyesis de la dupla de
biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela 25, lo despoja del sesgo humanista, del
contenido ético-democrático que, en su versión originaria, lo delineaba.
En este marco, Jakobs defiende el concepto de pena como factor de cohesión del sistema
político-social merced a su capacidad de restaurar la confianza colectiva en la estabilidad del
ordenamiento, sobresaltada por las transgresiones, y renovando la fidelidad de los sub-sistemas
ciudadanos hacia las instituciones.
Hoy en día, como Jakobs no considera misión de la pena evitar lesiones de bienes jurídicos,
sino mas bien -con cita de Luhmann-, reafirmar la vigencia de la norma 26, y a través de ello, afianzar
la seguridad cognoscitiva de los asociados27, nos encontramos con un traslado en el eje sobre el
cual el funcionalismo sistémico intenta hacer reposar todo el andamiaje que sirve de
fundamentación al sistema penal, ya que se excluye tanto al autor como a la víctima potencial de
la consideración principal, que ahora está reorientada hacia los terceros.
Se trata de un cambio de perspectiva explicable en el plano político-económico-social por
la mutación sufrida en las últimas décadas del Estado de bienestar hacia un Estado intervencionista.
De la mano de este cambio, los derechos individuales van dejando de constituir una prioridad para
el Estado, superados en importancia por la defensa del modelo globalmente considerado.
Así, se dejan de lado sus componentes individuales, en especial, cuando éstos están por
fuera del modelo28.
Además, como Jakobs concibe al funcionalismo jurídico-penal como una teoría orientada a
marginar mediante la pena cualquier contraproyecto de sociedad 29, o lo que es lo mismo, a
garantizar la constitución de la sociedad 30, nos encontramos una vez más con una legitimación
apriorística, esta vez de la pena (y a través de ella, del derecho penal y en definitiva, del sistema
social) como algo axiológicamente positivo: nuevamente aparece la confusión entre derecho y
moral, a través del legalismo y estatalismo ético31.
23
Jakobs, “Sociedad...”, cit., p. 25.
24
Ferrajoli, op. cit., p. 881.
25
En varias de sus obras cita a Humberto Maturana-Francisco Varela: Autopoiesis and Cognition: The
realization of the living. Dordrecht, Reidel, 1980. Ver asimismo, Ferrajoli, op. cit., p. 897, nota 33.
26
Jakobs: Tratado..., p. 13, 1/11.
27
Baratta, Alessandro: “Funciones instrumentales y simbólicas del derecho penal: una discusión en la
perspectiva de la criminología crítica”, trad. de Mauricio Martínez Sánchez, en Pena y Estado, cit., p. 47.
28
Cfr. Terradillos Basoco, “Función simbólica...”, cit., p. 15.
29
Cfr. Jakobs: “Sobre la ...”, cit., p. 20.
30
Cfr. Jakobs: “Sociedad...”, cit., p. 9.
31
Cfr. Ferrajoli, op. cit., p. 275.
32
Op. cit., pp. 566/7 y 579.
33
Vid Tratado..., pp. 566/7 y 579.
5
Según el autor citado, la misión del concepto de culpabilidad consiste en caracterizar la
motivación no conforme a derecho del autor como motivo del conflicto. Una vez determinado esto,
sólo interesa que se obtenga la estabilización de la norma 34.
Jakobs sostiene que todos los conceptos del Derecho penal, desde el de acción hasta (y
sobre todo) el de culpabilidad, están iluminados por el fin que el Estado persiga con la imposición
de una pena; su contenido y alcances son delineados por esta finalidad.
Afirma que no es posible delimitar o deducir contenidos universales de estos conceptos, ya
que su connotación diferirá con cada sociedad, e inclusive dentro de cada sociedad, esos conceptos
irán mudando a medida que el sistema social se reproduzca: no es casual que Jakobs haya elegido
para dar inicio a su Tratado, estas palabras:
Zaffaroni ha señalado, que el gran aporte del funcionalismo sistémico es éste, de que todos
los conceptos jurídico-penales se construyen según el fin de la pena, esto es, en función política 36.
Esto también lo recoge Schünemann: la determinación de los fines del Derecho penal a
través de la protección de los bienes jurídicos, obliga a la ciencia jurídico-penal en su punto de
partida a un pensamiento funcional37.
El contenido de la culpabilidad dependerá entonces de la sociedad, en la misma medida que
la existencia del injusto, es decir, que ha de configurarse funcionalmente, como concepto que rinde
un fruto de regulación, o más precisamente, conforme a determinados principios de regulación (de
acuerdo con los requisitos del fin de la pena), para una sociedad de estructura determinada (para
Jakobs, prevención general positiva).
Vemos así, que su concepto, como no se podía esperar de otro modo, resulta ser puramente
normativo, de imputación de un injusto a una persona (que puede ser física o jurídica 38).
6
1) ¿Puede rotularse como destinatario del contenido de la culpabilidad y de la pena a la
comunidad como un ente receptivo homogéneo, uniforme y compacto?. Desde la sociología del
castigo se responde con una rotunda negativa: “Dada la diferenciación de la sociedad moderna-
señala David Garland-, el ‘público en general’ suele estar muy dividido y sus diversos sectores
diferirán en su receptividad a determinadas formas de retórica” 40; y agrega luego que “...la
penalidad contemporánea existe dentro de sociedades marcadas por el pluralismo y la diversidad
moral, intereses rivales e ideologías en conflicto” 41. Más bien, la adscripción o no de los ciudadanos
a las pautas de comportamiento definidas como adecuadas o desviadas en el plano jurídico parecen
regirse por toda una gama de factores culturales mucho más vastos que la mera fórmula delito-
réplica-estabilización42.
2) Aun de suponer como verdadera la inferencia anterior, ¿es posible afirmar que la
comunidad conoce efectivamente de todas las réplicas estatales?. Responder afirmativamente
desde nuestra realidad sería irracional: salas de juicios orales desiertas y medios masivos de
comunicación que se desentienden de los asuntos penales cuando éstos trasponen las primeras
etapas procesales, sin preocuparse por su desenlace, son una constante en nuestro medio 43; tampoco
ayuda la difusión pública de estadísticas oficiales sobre proporción entre delitos y condenas: por el
contrario, las cifras en este sentido son devastadoras en contra de esta suposición, ya que no sólo
la comunidad no se entera de las penas que se imponen, sino que además está al tanto de lo opuesto,
esto es, que lo que impera ampliamente es la impunidad, lo cual parece darle la razón a quienes le
adscriben a la pena estatal una función meramente simbólica en su relación con la comunidad.
3) Si efectuamos un ejercicio de ficción y damos por ciertas las dos afirmaciones
precedentes, nos queda un tercer interrogante a despejar: ¿tiene la pena estatal el efecto de reforzar
la confianza en el derecho, de asegurar que lo que sigue vigente es la norma y no el acto
antijurídico?. Más allá de la pretensión de respeto a que por definición tiende todo sistema de
normas prescriptivas –lo cual llevaría a dicho postulado al terreno de la tautología-44, lo cierto es
que en el plano del ser esta afirmación resulta imposible de verificar 45. En efecto, no es posible
someter esta inferencia a falsación y por ende, debe ser descartada como científica, en el sentido
de que no puede ser presentada como verdadera, ni tampoco puede servir de base para otra
afirmación con pretensión de verdad (en nuestro caso, la atribución de culpabilidad). Dicho de otro
modo, tiene tanto valor de verdad decir “cada vez que se impone una pena se refuerza la confianza
en la norma”, como decir “no se refuerza la confianza en la norma con la imposición de una pena”;
o “no se debilita la confianza en la norma si se disminuye la pena por debajo de la culpabilidad por
el hecho, basado en razones de tolerancia o compasión”.
Además -como dicen los criminólogos críticos-, de ser esto así, convendría ocultar los actos
de desestabilización a la norma, y engrosar así la cifra negra de delitos, ya que de este modo la
comunidad no perdería la confianza en la norma46.
También aquí formula una objeción Roxin: si la comunidad se entera de que la culpabilidad
y por ende, la pena, han de depender de lo que el juez considere en cada caso necesario para
restaurar la confianza en el derecho, y que la culpabilidad se puede negar si, p. ej., existen medidas
alternativas o sustitutorias de la prisión, o afirmar cuando falten, esto difícilmente logre estabilizar
el sistema y generar confianza en el ciudadano, que sabrá que su culpabilidad no dependerá de su
persona, sino de factores extraños a él, convirtiéndoselo, según este autor, en un juguete de estas
contingencias 47.
40
En Castigo y Sociedad Moderna, 1990, trad. de Berta Ruiz de la Concha, Ed. Siglo XXI, México, 1999, p.
307.
41
Op. cit., p. 319.
42
Detalles en Garland., op. cit., pp. 294 y sgts.
43
Los diversos medios de comunicación que transmiten y representan los sucesos penales al público tienen
sus propias dinámicas e intereses editoriales que restringen y seleccionan los mensajes sobre sanciones que deban
transmitirse al gran público (cfr. Garland, op. cit., p. 300).
44
Cfr. Alcácer Guirao, Rafael: “Facticidad y normatividad en Derecho penal. Racionalidad instrumental,
racionalidad valorativa y racionalidad sistémica”, en NDP, 1998-B, Del Puerto, Bs. As., p. 418.
45
En palabras de Garland: “No se hace una evaluación real de la capacidad de la retórica penal para inducir
a su público a la actitud y a la acción, por la sencilla razón de que no hay datos confiables. Cuando esto se haya
investigado, con seguridad se encontrará que la eficacia de la retórica penal varía según el público, el contexto, la
cadena de asociaciones y la frecuencia de la repetición, entre otras causas (op. cit., p. 319).
46
Baratta, Alessandro: “Prevención-integración. Una nueva fundamentación de la pena dentro de la teoría
sistémica”. Cuadernos de Política Criminal, Madrid, 1984, pp. 533 y sgts.
47
Tratado de Derecho Penal-Parte General, Tomo I, traducción de Diego-Manuel Luzón Peña, Miguel Díaz
y García Conlledo y Javier de Vicente Remesal, Civitas, Madrid, 1997, pp. 806/7.
7
Por último, es evidente que para que pueda funcionar la prevención general positiva en una
comunidad debe permanecer en secreto, si es que quiere cumplir las funciones que se le asignan48.
Además, puede formulársele una crítica de justificación externa, axiológica, acerca de cómo
llena Jakobs el contenido de la culpabilidad, a partir de que en este ámbito, como vimos, sólo se
procura obtener la estabilización de la norma.
Así, sostiene que los patrones de comportamientos no pueden estar sujetos “...al caos de la
masa de peculiaridades subjetivas, sino que han de orientarse sobre la base de estándares, roles,
estructuras objetivas”49, y termina afirmando que “...la constitución individual del sujeto es tomada
en consideración exclusivamente en aquellos ámbitos en los que no hay que temer un
desbordamiento incontrolable, mientras que en los demás se contempla como un asunto particular
del ciudadano el preocuparse de adquirir suficiente fidelidad al Derecho” 50, o lo que es lo mismo:
“Los defectos en la socialización sólo pueden exonerar de responsabilidad al autor cuando está
definida como de ‘desertor’ en el sistema disponible [...] De otro modo, definir la vida del autor
como fallo pondría en tela de juicio todo el orden. La disminución de la culpabilidad desautorizaría
a la propia instancia que la disminuye; el sistema en sí sería contradictorio. Así pues, en la
culpabilidad se trata de la distribución de la responsabilidad entre (sub-)sistemas; cada juicio de
culpabilidad establece de nuevo la aportación que los (sub-)sistemas deben realizar para mantener
el orden” (!)51. Así, el principio de culpabilidad entendido tradicionalmente como una garantía del
ciudadano, se encuentra condicionado en aquellos casos en que su aplicación ponga en peligro al
sistema, algo, por lo demás, afirmable en cualquier momento, sobre todo en países que no han
alcanzado el grado de consolidación democrática, desarrollo cultural y bienestar económico de
donde esta teoría es originaria.
En este sentido, se ha dicho con razón, que Jakobs quiere renunciar por completo a la
categoría de la culpabilidad tradicional y sustituirla totalmente por la exigencia de castigo propia
de la prevención general52, lo que resulta al menos peligroso, ya que se desdibuja el hasta ahora
férreo límite de la medida de la culpabilidad por el acto como confín máximo e insuperable para
determinar la medida de la pena, que en esta teoría no se tiene en cuenta y que lleva a presuponer
la posibilidad de vulnerar el principio kantiano de no cosificación del hombre 53, y preceptos que
en casi todos los ordenamientos occidentales tienen rango constitucional, ello hasta tanto no
aparezca en el horizonte del pensamiento científico penal otro medio más adecuado que suplante a
la culpabilidad por el acto -en tanto método regulador necesario de los efectos del poder penal-; en
48
Cfr. Alcácer Guirao, op. cit., citando a Bock, p. 433.
49
“Sociedad...”, cit., p. 37.
50
Idem, p. 47. Similar en “Fundamentos...”, cit., pp. 66 y sgts.
51
Tratado..., cit., p. 588, 17/28.
52
Cfr. Jescheck, Hans-Heinrich: Tratado de Derecho Penal, 4ª Edición, trad. de José Luis Manzanares
Samaniego, Comares, Granada, 1993, p. 194. También Schünemann, quien alude “...al sorprendente fenómeno de que
el principio de culpabilidad, después de haber necesitado de siglos para su plena realización y aceptación como
principio jurídico penal fundamental [...] en muy poco tiempo vuelve a abandonarse y a estimarse superfluo e incluso
nocivo”, citado por Rusconi, op. cit., p. 501. En el mismo sentido, Alcácer Guirao, para quien Jakobs concibe a la
culpabilidad “...como un mero derivado de la necessidad de prevención, de forma que los presupuestos de imputación
suibjetiva, así como su medida, vendrán determinados por dicha necesidad [aquí hay una nota al pie citando el trabajo
Schuld und Prävention del autor alemán, 1976, pp. 3 y sgts., p. 9 y p.14]. Los límites a la punición, la racionalidad
valorativa, es así funcionalizada a partir de las necesidades de prevención general, de la racionalidad instrumental; el
contorno del concepto de persona, en materia de responsabilidad subjetiva, parece venir detrerminado, por tanto, ‘desde
arriba’, desde criterios de protección de la colectividad, de estabilización del sistema”. Op. cit., pp. 413/3. Del mismo
modo, ya tempranamente, Hassemer: “Si hasta la fecha se había reservado al principio de culpabilidad por lo menos
la tarea de marcar los límites dentro de los cuales el delincuente podía ser sacrificado a los intereses preventivos de
estabilización normativa, [...] ahora esta ‘función limitadora’ del principio de culpabilidad se pone también en peligro
con las modernas teorías de la culpabilidad [...] Si el juicio sobre culpabilidad y exculpación del autor de un delito se
hace depender de si [...] con su ejemplo se puede demostrar la inquebrantabilidad del ordenamiento jurídicopenal,
apenas queda algo del efecto saludable del principio de culpabilidad [...] Con los intereses preventivos el concepto de
culpabilidad mete en casa al enemigo del cual tendría que distanciarse enérgicamente” (Hassemer, Winfried:
“¿Alternativas al principio de culpabilidad?”, monografía de 1981 trad. por Francisco Muñoz Conde, incluida en
Persona, mundo y sociedad, Temis, Bogotá, 1999, p. 53. Reproducción del trabajo que fuera publicado en Doctrina
Penal, Bs. As., 1982.
53
Evidente en Luhmann: “Las personas...” -se refiere al concepto jurídico de persona- “...son [...] estructuras
de la autopoiesis de sistemas sociales”; y luego agrega que “Las personas sirven al acoplamiento estructural de sistemas
psíquicos y sociales”: ergo, los sistemas psíquicos, tras el ropaje de personas, servimos a la autopoyesis del sistema
social. Del autor mencionado, según cita de Jakobs en Sociedad..., cit., p. 35, nota 42.
8
otras palabras, un método superador que la reemplace en su delicada tarea de lograr que cada pena
que el Estado imponga aparezca frente a los ojos de la comunidad como racional y evite entonces,
en palabras de Foucault, los efectos del rechazo del castigo sobre la instancia que castiga y sobre
el poder que ésta pretende ejercer.
Es que a partir de esta concepción no-ontológica de la culpabilidad, desaparece “el punto
ético-social de relación”54, tanto para el fundamento como para la medida de la pena, objeción ésta
que la convierte en axiológicamente indefendible 55. Se confunden culpabilidad y prevención
general, que deben funcionar en distintos niveles, tal como lo advierten Jescheck 56 y Roxin57.
Jakobs ha intentado defenderse de estas observaciones que le han dirigido dentro de la
propia doctrina alemana: “Las críticas que frecuentemente se plantean a la concepción aquí
expuesta, en el sentido que con ella se instrumentaliza al ciudadano que va a ser sometido a una
pena...” -aquí hay una cita al Tratado de Roxin- “...probablemente no perciban que sólo se trata de
la descripción de las condiciones de funcionamiento de toda sociedad; una descripción no
instrumentaliza, sino que en todo caso descubre instrumentalizaciones existentes desde hace mucho
tiempo”. Pero con racionalizar al sistema penal sólo podemos describirlo, nunca hacer una
valoración de él: esta neutralidad valorativa favorece la aceptación de cualquier sistema 58. E insiste:
“Además, aclarar que el fallo de culpabilidad no se refiere al individuo en su propio ser, sino a una
persona social, esto es, que los sistemas sociales tienen determinadas condiciones de subsistencia
a las que nadie se puede sustraer, etc., difícilmente puede llevar a alguien a apartarse de la sociedad
-¿a dónde se dirigiría?-, especialmente si al mismo tiempo se comprende que estas relaciones
siempre fundamentan culpabilidad y pena” 59.
En estos párrafos se condensa la carga ideológica oculta de esta teoría, que podría resumirse
del siguiente modo:
1. Legitimación apriorística del sistema social imperante a costa de los ciudadanos que lo
integran.
2. Vaciamiento del concepto material de culpabilidad, al ser ésta definida como una mera
descripción comunicacional.
3. Negación -o total indiferencia- frente a las consecuencias reales del fallo de culpabilidad
-es decir, la imposición de un castigo penal-, sobre el individuo60.
Culpabilidad y pena.
Con respecto a la relación entre culpabilidad y pena, Jakobs concluye: “A la cuestión tan
debatida de si la pena puede quedarse por debajo de lo adecuado a la culpabilidad ha de responderse
negativamente a partir de la concepción aquí propugnada. Dado que la pena adecuada a la
culpabilidad es por definición la pena necesaria para la estabilización de la norma, renunciar a la
pena adecuada a la culpabilidad supondría una renuncia a lo que es jurídico-penalmente
necesario”61: con estas palabras -que deben agradar a aquellos que, en nuestros días, propugnan
aumentos generalizados de penas y endurecimiento de normas procesales, basándose en campañas
de ley y orden, sin advertir que estas medidas, desentendidas por completo de los fines que debe
perseguir un Derecho penal liberal, nunca disuadieron al que delinque y que sólo contribuyen a
54
Cfr. Jescheck, op. cit., p. 195.
55
Según Schünemann, “Un abandono de la noción clásica de culpabilidad llevaría a una seria puesta en peligro
de nuestro Derecho penal, presidido por los principios del Estado de Derecho. La sustitución del concepto de
culpabilidad por las exigencias de la prevención general destruiría, por tanto, la estructura valorativa contenida en la
idea de la culpabilidad y que es absolutamente fundamental para el Derecho penal de un Estado de Derecho, puesto
que las consideraciones preventivo-generales pueden fundamentar la utilidad funcional de la pena, pero no su
defendibilidad en términos axiológicos”. Cit. por Rusconi, op. cit., p. 501 (cursiva nuestra).
56
Op. cit., p. 195, ver también p. 433.
57
Cfr. Sección 5ª de su Tratado, en especial, pp. 805/813.
58
“Cierto que las lecturas funcionalistas pueden ser idóneas para comprender el funcionamiento real del
Derecho Penal, para interpretarlo, pero no pueden ser válidamente utilizadas por el legislador propio de un sistema
democrático, ya que reducen el Derecho Penal a la categoría de instrumento garante de la eficacia de las decisiones
políticas tomadas por el ejecutivo”. Terradillos Basoco, “La función simbólica...”, cit., p. 22.
59
Jakobs: “El principio de ...”, cit., p. 59.
60
“Ningún enfoque ‘cultural’ o ‘discursivo’ del fenómeno debe perder de vista nunca el hecho de que el
castigo es también, y simultáneamente, una red de prácticas materiales sociales en que las formas simbólicas
[comunicacionales] son sancionadas por la fuerza bruta, así como por cadenas de referencia y acuerdo cultural. Las
instituciones penales son parte de una estructura de acción social y un sistema de poder, al mismo tiempo que un
elemento significante dentro de un ámbito simbólico, y en la realidad ningún aspecto existe sin el otro” (Garland, op.
cit., pp. 233/4).
61
Vid. Tratado..., cit., p. 589, 17/31.
9
aumentar desde el Estado los niveles de violencia y desigualdad existentes en la sociedad-, Jakobs
cancela la posibilidad de ser tolerante o comprensivo en la graduación de la culpabilidad: la
constitución psicológica de un individuo es asunto suyo, afirma62, y así niega que la sociedad, en
no pocas ocasiones, tenga que asumir parte de responsabilidad por no haberle dado a quien comete
un ilícito, las condiciones indispensables (nos referimos a un mínimo de educación, salud, trabajo,
vivienda) a lo largo de toda su existencia y que constituyen derechos sociales garantizados
constitucionalmente.
Nótese cómo entonces, se cierra el círculo discursivo legitimador del castigo penal en torno
del individuo, sin posibilidad de sortear las demandas preventivo-general positivas: por un lado, no
se permite en esta teoría admitir un conflicto de tipo estructural como expresión del disenso, dado
que el sistema se presenta a sí mismo perfecto, en cuanto integrado y capaz por su lógica interna
de adaptarse dinámicamente63, y por el otro, no se toleran déficits psicológicos por fallas en la
socialización del sujeto, aunque estas fallas le sean imputables en parte al Estado.
Es del caso recordar al respecto las palabras de Zaffaroni: “Cabe observar que es explicable
cierto éxito de la teoría sistémica en los países centrales, donde el poder ha generado un nivel
mínimo de bienestar y donde la prisonización parece recaer cada vez más sobre minorías étnicas,
salvo unos pocos países. Allí puede convencer la idea de que lo importante es el sistema, pero en
nuestro margen eso es insostenible y no creemos que pueda convencer a la mayoría” 64.
Conclusiones
62
“...la constitución interna del sujeto permanece inexplicada en la medida en que de todos modos es cosa del
sujeto arreglársela con ella, lo que interesa al Derecho Penal es el output del sujeto, y por cómo se ha llegado a él no
se pregunta en el terreno del injusto -y en el terreno de la culpabilidad no exhaustivamente-”. En Tratado..., p. 376,
8/101.
63
Cfr. Pavarini, Massimo: “Control y dominación”, Siglo Veintiuno Editores, México, 1998, p. 65.
64
Zaffaroni: En busca..., cit., p. 93.
65
Según Zaffaroni, lo único que reclama Luhmann de los ciudadanos sería “...un conjunto de apatías fundadas
en la falta de información o ignorancia, que Luhmann considera una facilitación de la elección”. Vid.: En busca..., cit.,
p. 90.
66
Resumen de esta tradición en Ferrajoli, op. cit., p. 164 y sgts.: “Es claro que cuanto más profunda y
penetrante sea la comprensión del hecho, tanto mayor es la atenuación, en los límites de la justificación, de su gravedad.
La comprensión humana es siempre, tendencialmente, simpatética [...] Por eso, mientras la prueba y la verificación
jurídica exigen la indiferencia y la distancia del juez respecto del caso denotado, la comprensión equitativa requiere la
no indiferencia, esto es, aquella participación en la situación de hecho connotada que se expresa en la benevolencia,
en la compasión, en la piedad. La valoración equitativa siempre se refiere al caso concreto y humanamente
determinado. Es a través de ella como se realiza el respeto a la persona humana juzgada, que no es sólo un principio
moral sino también jurídico constitucional, y es en ella donde se manifiesta la sensibilidad, la inteligencia y moralidad
del juez. Esta comprensión simpatética es una ‘participación imaginativa indirecta y mediata’ racional, basada en la
representación de la situación de hecho sometida a juicio. Es el producto de un esfuerzo del juez dirigido a prescindir
lo más posible de sus ideologías personales, sus prejuicios e inclinaciones y condicionamientos del sujeto juzgado. En
este sentido, la equidad es también una condición de la imparcialidad del juez [...] Así se explica por qué la equidad
siempre fue concebida como una dimensión favorable al reo [...] debemos recordar las palabras de Aristóteles: ‘ser
indulgente con las cosas humanas es también de equidad’, es decir, aquel que ‘apartándose de la estricta justicia y de
sus peores rigores, sabe ceder’ [...] Una comprensión perfecta, que llegase a penetrar por completo todas las
connotaciones y los condicionamientos singulares -psicológicos, materiales, sociales- del caso específico comportaría
quizás, en muchos casos, la absolución, conforme al principio tout comprendre est tout pardonner”.
10
Aquel viejo sueño kantiano, que fue materializado a partir de las luchas de la ilustración,
de que toda sociedad considere a cada uno de sus integrantes como un fin en sí mismo, está
nuevamente en peligro.
11
Cuestiones Constitucionales
ISSN: 1405-9193
[email protected]
Universidad Nacional Autónoma de México
México
I. PLANTEAMIENTO E INTRODUCCIÓN
1
Dijo Beccaria: en caso de haber una exacta y universal escala de las penas y de los
delitos, tendríamos una común y probable medida de los grados de tiranía y de libertad
y del fondo de humanidad o de malicia, de todas las naciones”. De los delitos y de las
penas, trad. Juan Antonio de las Casas, México, Fondo de Cultura Económica, 2006, p.
226, y observó Lardizábal: “nada interesa más a una nación que el tener buenas leyes
criminales, porque de ellas depende su libertad civil y en buena medida la buena consti-
tución y seguridad del Estado”. Discurso sobre las penas contraído a las leyes criminales
de España, para su reforma, México, Porrúa, 1a. ed., facsimilar, 1982, p. III
2
“Es en el campo penal donde se manifiesta en forma más ostensible el carácter
democrático o antidemocrático de una Constitución”. Bettiol, Giuseppe, Derecho penal.
Parte general, trad. José León Pagano, Bogotá, Temis, 1965, p. 28. El sistema penal —
dice Jescheck— limita la libertad, pero también “crea libertad”. Cfr. Tratado de Derecho
penal. Parte general, trad. S. Mir Puig y F. Muñoz Conde, Barcelona, Bosch, 1982, p.
5. El derecho penal se halla simultáneamente legitimado y limitado por los derechos del
hombre. Cfr. “Les processus d’interaction”, Les chemins de l’harmonisation pénale/Har-
monising Criminal Law, Delmas-Marty, Mireille, Pieth, Mark et Sieber, Ulbrich (dirs.),
Juliette Lelieur (coord.), Societé de Législation Comparée, Paris, 2008, p. 429.
3
Cfr. García Ramírez, Sergio, “Panorama de la justicia penal”, La ciencia del dere-
cho durante el siglo XX, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998,
pp. 718 y ss.
198 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
1. Legalidad y legitimidad
6
Díez-Picazo Giménez, Ignacio, “La Constitución y el derecho procesal”, Adminis-
traciones públicas y Constitución. Reflexiones sobre el XX Aniversario de la Constitución
Española de 1978, Madrid, Instituto Nacional de Administración Pública, 1978, p. 265.
7
Desde luego, hay opiniones en sentido diferente. Así, Javier Dondé Matute con-
sidera que “en el sistema interamericano, las referencias al PLP (principio de legalidad
penal) son, en el mejor de los casos, vagas. Desafortunadamente, la Corte Interamericana
de Derechos Humanos no ha tenido oportunidad de desarrollarlo”. Principio de legalidad
penal: perspectivas del derecho nacional e internacional, México, México Universitario-
Bosch, 2007, pp. 362 y 368-369.
200 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
la ley. En ello reside una garantía radical de los individuos frente al Estado.
Hay diversas proyecciones de este principio: legalidad general, que abarca
todas los actos atribuibles al Estado, y legalidad penal, que se proyecta en
la conminación penal —delito y consecuencia—, el enjuiciamiento, las
medidas cautelares y la ejecución.8 En este apartado nos referiremos bre-
vemente a la legalidad en general; en el siguiente, a sus manifestaciones
en materia penal.
Tanto el derecho interno como el internacional recogen el principio de
legalidad, que puede verse vulnerado, por lo tanto, en ese doble ámbito.
Entre los instrumentos internacionales que se refieren a este asunto figuran:
Declaración Universal de los Derechos Humanos (artículo 7o.), Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre (artículos V y XXV),
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (artículos 6o., 9o. y 14),
Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las
Libertades Fundamentales (artículos 5o., 6o. y 7o.), Carta Africana sobre
los Derechos Humanos y de los Pueblos (artículos 6o. y 7.2) y Convención
Americana sobre Derechos Humanos (artículo 9o.) cuya interpretación y
aplicación competen a la Corte Interamericana.
Otros actos e instrumentos de alcance internacional acogen igualmente
el principio que nos ocupa; por ejemplo: Estatuto de la Corte Penal Inter-
nacional (artículo 22, nullum crimen sine lege), Código de conducta para
funcionarios encargados de hacer cumplir la ley (artículo 1o.) y Resolución
1/08 acerca de Principios y Buenas Prácticas sobre la Protección de las Per-
sonas Privadas de Libertad en las Américas, de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos.9
8
“El principio clásico de legalidad no se aplica sólo al delito. Desde su formulación
original se refirió además a la consecuencia de éste, la pena, y luego alcanzó al proceso
—órganos persecutorio y judicial, debido proceso— y a la ejecución de la sentencia”.
García Ramírez, Sergio, La Corte Penal Internacional, 2a. ed., México, Instituto Nacio-
nal de Ciencias Penales, 2004, p. 266.
9
Principio IV: “Nadie podrá ser privado de su libertad física, salvo por las causas y
en las condiciones establecidas con anterioridad por el derecho interno, toda vez que sean
compatibles con las normas del derecho internacional de los derechos humanos (…). Las
órdenes y resoluciones judiciales o administrativas susceptibles de afectar, limitar o res-
tringir derechos y garantías de las personas privadas de libertad, deberán ser compatibles
con el derecho interno e internacional”.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 201
10
Cfr. Zagrebelsky, Gustavo, El derecho dúctil. Ley, derechos y justicia, 7a. ed., trad.
Marina Gascón, Madrid, Trotta, 2007, pp. 34-39.
11
Cfr. Ferrajoli, Luigi, Democracia y garantismo, Madrid, Trotta, 2008, p. 258.
12
Zagrebelsky, El derecho dúctil…, cit., p. 36.
13
Ibidem, p. 34.
14
Cfr. Atienza, Manuel, El sentido del derecho, Barcelona, Ariel, 2001, pp. 311 y 312.
15
La primera alude a la “legitimación del derecho penal por referencia a (…) criterios
de valoración morales o políticos o de utilidad de tipo extra o meta-jurídico”; la interna
implica “la legitimación del derecho penal por referencia a (…) criterios de valoración
jurídicos o si se quiere intra-jurídicos”. Derecho y razón. Teoría del garantismo penal,
4a. ed., trads. Perfecto Andrés Ibáñez, Alfonso Ruiz Miguel, Juan Carlos Boyón Mohino,
Juan Terradillos Basoco y Rocío Cantarero Bandrés, Madrid, Trotta, 2000, p. 213.
16
Pérez Luño, Antonio-Enrique, La seguridad jurídica, Barcelona, Ariel, 1991, pp.
50 y 51.
17
Cfr. Bokser, Mirta, Legalidades ilegítimas. Derechos humanos y prácticas socia-
les, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2002, pp. 30-31.
18
Schmit, Carl, Legalidad y legitimidad, trad. José Díaz García, Madrid, Aguilar,
1971, pp. 46 y 152.
202 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
19
Fix-Fierro, Héctor y López Ayllón, Sergio, “Legitimidad y legalidad. Los dilemas
de la transición jurídica en el Estado de Derecho en México”, Política y gobierno, Méxi-
co, VIII, núm. 2, segundo semestre de 2001, p. 350.
20
García Manrique, Ricardo, El valor de la seguridad jurídica, México, Fontamara,
2007, p. 17.
21
Cfr. Atienza, El sentido…, cit., pp. 206 y 213.
22
La expresión “leyes” en el artículo 30 de la Convención Americana sobre Dere-
chos Humanos, Opinión Consultiva OC-6/86, 9 de mayo de 1986, párrafo 32.
23
Cfr. Islas de González Mariscal, Olga, “Principio de legalidad y derechos huma-
nos”, Revista Mexicana de Justicia, V, número 4, octubre-diciembre de 1987, México,
pp. 129-135. Pérez Luño observa que la legalidad del Estado de Derecho se legitima
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 203
constituían delitos definidos con suficiente cognoscibilidad y previsibilidad por las reglas
del derecho internacional en materia de protección de los derechos humanos”. Cit. Vigo,
Rodolfo (coord.), La injusticia extrema no es derecho. De Radbruch a Alexy, Fontamara,
México, 2008, p. 145.
28
Cfr. el texto de la sentencia en Alexy, Robert, “Derecho injusto, retroactividad
y principio de legalidad penal. La doctrina del Tribunal Constitucional Federal alemán
sobre los homicidios cometidos por los centinelas del Muro de Berlín”, Doxa Cuadernos
de Filosofía del Derecho, 23, 2000, p. 205.
29
Alexy, “Mauerschützen. Acerca de la relación entre derecho, moral y punibilidad”,
Vigo, La injusticia…, cit., p. 269.
30
Cfr. Responsabilidad Internacional por Expedición y Aplicación de Leyes Viola-
torias de la Convención (arts. 1 y 2 Convención Americana sobre Derechos Humanos),
Opinión Consultiva OC-14/94, 9 de diciembre de 1994, párrafos 50, 54 y 56.
31
Caso Castillo Petruzzi y otros, Sentencia dell 30 de mayo de 1999 (Fondo, Repara-
ciones y Costas), Serie C, núm. 52, párrafo 101, y Caso Ivcher Bronstein, Sentencia del
6 de febrero de 2001 (Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 74, párrafo 88.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 205
32
Por Resolución del Consejo de la Organización de Estados Americanos (OEA) de 2
de octubre de 1968, dicho proyecto fue enviado a los Estados para la formulación de obser-
vaciones y enmiendas previas a la realización de la Conferencia Especializada celebrada
en 1969 en Costa Rica.
33
Actas y documentos. Conferencia Especializada Interamericana sobre Derechos
Humanos, San José, Costa Rica, 7-22 de noviembre de 1969, Organización de Estados
Americanos, p. 17.
34
Ibidem, pp. 59, 206 y 443.
206 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
35
Control de Legalidad en el Ejercicio de las Atribuciones de la Comisión Intera-
mericana de Derechos Humanos (arts. 41 y 44 a 51 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos), Opinión Consultiva OC-19/05, 28 de noviembre de 2005, párrafo 22.
36
Ibidem, párrafo 26.
37
Ibidem, opinión 3.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 207
nes hacia los individuos que se hallan bajo la jurisdicción de los Estados,43
no sólo deberes de éstos entre sí. Por otra parte, la Corte Internacional de
Justicia,44 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH)45 y la Corte
Interamericana46 han señalado que los tratados de derechos humanos son
instrumentos vivos cuya interpretación tiene que acompañar la evolución
de los tiempos y las condiciones de vida actuales.
El artículo 29 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos
contiene diversas normas para la interpretación de ese instrumento (que
deben analizarse conjuntamente con las disposiciones provistas por el
derecho de los tratados): a) ninguna disposición de la Convención (ni de
las Constituciones y las leyes) debe ser interpretada en el sentido de per-
mitir al Estado, a un grupo o a una persona suprimir el goce o ejercicio
de los derechos reconocidos en aquélla o limitarlos en mayor medida
que la prevista en ella; b) la Convención expresa el “estándar mínimo”
para el reconocimiento y la protección de los derechos humanos, es de-
cir, el referente primario del derecho fundamental en el Estado consti-
tucional de derecho, de manera que sus disposiciones tampoco excluyen
otros derechos y garantías inherentes al ser humano o derivados de la
forma democrática representativa de gobierno; la relación de derechos
constituye, en consecuencia, un catálogo abierto; y c) la interpretación
debe atenerse al principio de mayor protección de los derechos huma-
nos, que puede localizarse en el derecho interno o en el internacional.47
43
Cfr. El efecto de las reservas sobre la entrada en vigencia de la Convención Ame-
ricana sobre Derechos Humanos, Opinión Consultiva OC-02/82, 24 de septiembre de
1982, párrafos 27-30, y Caso Ivcher Bronstein, Sentencia del 24 de septiembre de 1999
(Competencia), Serie C, núm. 54, párrafos 42-45, donde cita las sentencias del Tribunal
Europeo de Derechos Humanos en los casos Irlanda vs Reino Unido y Soering vs. Reino
Unido.
44
Cfr. Legal Consequences for States of the Continued Presence of South Africa
in Namibia (South West Africa), notwithstanding Security Council Resolution 276
(1970), Advisory Opinion, 21 June of 1971; pp. 16 y 31 http://www.icj-cij.org/docket/
files/53/5595.pdf.
45
Cfr. Casos Tyrer vs. Reino Unido de 1978, Marckx vs. Bélgica de 1979, Loizidou
vs. Turquía de 1995, entre otros.
46
Cfr. Interpretación de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre en el marco del artículo 64 de la Convención Americana sobre Derechos Huma-
nos, Opinión Consultiva OC-10/89, 14 de junio de 1989, párrafos 37 y 38.
47
Así lo quiso establecer la propuesta de reforma a la Constitución de México en ma-
teria de derechos humanos, aprobada por la Cámara de Diputados conforme al Dictamen
del 23 de abril de 2009 y publicada en la Gaceta Parlamentaria número 2743-XVI: “Tra-
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 209
58
Cfr. Caso Kimel, Sentencia del 2 de mayo de 2008 (Fondo, Reparaciones y Costas),
Serie C, núm. 177, párrafos 63 y 76.
59
La Corte Interamericana ha señalado que “el derecho penal es el medio más res-
trictivo y severo para establecer responsabilidades respecto de una conducta ilícita. La
tipificación amplia de delitos de calumnia e injurias puede resultar contraria al principio
de intervención mínima y de ultima ratio del derecho penal. En una sociedad democrá-
tica el poder punitivo sólo se ejerce en la medida estrictamente necesaria para proteger
los bienes jurídicos fundamentales de los ataques más graves que los dañen o pongan en
peligro”. Conforme al “principio de mínima intervención penal característico de una so-
ciedad democrática, el empleo de la vía penal debe corresponder a la necesidad de tutelar
bienes jurídicos fundamentales frente a conductas que impliquen graves lesiones a dichos
bienes, y guarden relación con la magnitud del daño inferido”. Caso Kimel, cit., párrafos
76 y 77; véase también el Voto concurrente razonado del juez Sergio García Ramírez a la
sentencia de la Corte en el Caso Kimel, párrafos 14 y 15.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 213
que revisten mayor interés para el sujeto agraviado, y además entraña, para
satisfacción social, el reproche jurídico que merece una conducta ilícita”.60
63
El artículo 132 del Código Penal de Guatemala estableció: “Comete asesinato
quien matare a una persona: 1) Con alevosía; 2) Por precio, recompensa, promesa, ánimo
de lucro; 3) Por medio o con ocasión de inundación, incendio, veneno, explosión, des-
moronamiento, derrumbe de edificio u otro artificio que pueda ocasionar gran estrago;
4) Con premeditación conocida; 5) Con ensañamiento; 6) Con impulso de perversidad
brutal; 7) Para preparar, facilitar, consumar y ocultar otro delito o para asegurar sus resul-
tados o la inmunidad para sí o para sus copartícipes o por no haber obtenido el resultado
que se hubiere propuesto al intentar el otro hecho punible; 8) Con fines terroristas o en
desarrollo de actividades terroristas. Al reo de asesinato se le impondrá prisión de 25 a
50 años, sin embargo, se le aplicará la pena de muerte en lugar del máximo de prisión,
si por las circunstancias del hecho y de la ocasión, la manera de realizarlo y los móviles
determinantes, se revelare una mayor particular peligrosidad del agente. A quienes no
se les aplique la pena de muerte por este delito, no podrá concedérsele rebaja de pena por
ninguna causa”.
64
Cfr. Caso Fermín Ramírez, cit, párrafos 89 y 93-96.
65
Beccaria, Cesar, De los delitos y de las penas, Facsimilar de la edición príncipe en
italiano de 1764, seguida de la traducción de Juan Antonio de las Casas de 1774, Fondo
de Cultura Económica, México, 2000, pp. 25-73. Cfr. la caracterización de la legalidad
penal que hace Roxin, Claus, Derecho penal. Parte general, trad. Diego-Manuel Luzón
Peña, Miguel Díaz y García Conlledo y Javier de Vicente Remesal, Madrid, Civitas,
1997, t. I, pp. 134 y ss.
66
Acerca del principio de legalidad, Ferrajoli afirma: “mientras que el axioma de
mera legalidad se limita a exigir la ley como condición necesaria de la pena y del delito
(nulla poena, nullum crimen sine lege), el principio de estricta legalidad exige todas las
demás garantías como condiciones necesarias de la legalidad penal (nullum lex poenalis
sine necessitate, sine iniuria, sine actione, sine culpa, sine iudicio, sine accusatione, sine
probatione, sine defensione)”, Derecho y razón…, cit., pp. 93-95. Cfr. asimismo, entre
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 215
1. Ley escrita
A. Concepto de “ley”
otros, Cárdenas Rioseco, Raúl F., El principio de legalidad penal, México, Porrúa, 2009;
Arroyo Zapatero, Luis, “Principio de legalidad y reserva de ley en materia penal”, Revista
Española de Derecho Constitucional, Madrid, año 3, número 8, mayo-agosto 1983, p. 10;
Ruiz Robledo, Agustín, El derecho fundamental a la legalidad punitiva, Valencia, Tirant
lo Blanch, 2003, pp. 111 y 205, y Huerta Tocildo, Susana, “El derecho fundamental a la
legalidad penal”, Revista Española de Derecho Constitucional, Madrid, año 13, número
39, septiembre- diciembre 1993, p. 108.
67
Caso Baena Ricardo y otros, Sentencia del 2 de febrero de 2001 (Fondo, Repa-
raciones y Costas), Serie C, núm. 72, párrafo 107; Caso Ricardo Canese, Sentencia del
31 de agosto de 2004 (Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 111, párrafo 177;
Caso De la Cruz Flores, Sentencia del 18 de noviembre de 2004 (Fondo, Reparaciones
y Costas), Serie C, núm. 115, párrafo 80; Caso Lori Berenson Mejía, Sentencia del 24 de
noviembre de 2004 (Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 119, párrafo 126; Caso
Fermín Ramírez, cit., párrafo 90; Caso García Asto y Ramírez Rojas, Sentencia del 25 de
noviembre de 2005 (Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm.
137, párrafos 187, y Caso Vélez Loor, Sentencia del 23 de noviembre de 2010 (Excepciones
Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 218, párrafo 183.
68
Cfr. Caso Baena Ricardo y otros, cit., párrafos 124-129.
216 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
Como regla general, observemos que “las leyes están dirigidas a todos
los ciudadanos, (y por ello) deben estar formuladas en términos que permi-
tan a cualquier ciudadano la comprensión del sentido de prohibición”. La
identificación de la conducta ilícita y de su consecuencia penal “se mate-
rializa (en) el principio de legalidad, limitando el uso arbitrario del poder
punitivo del Estado”.73
El tema es complejo y ha sido examinado por la doctrina y por tribunales
nacionales e internacionales. El principio de estricta legalidad o taxativi-
dad penal implica que los términos empleados por la ley para describir los
comportamientos punibles tengan una extensión cierta, evitando expresio-
nes vagas y valorativas.74 Carnevali Rodríguez observa los problemas que
genera el principio de legalidad en la Unión Europea por el uso cada vez
más frecuente de términos imprecisos y ambiguos bajo el argumento de
“adaptación a necesidades político-criminales cambiantes además de que una
taxatividad absoluta imposibilitaría la resolución de conflictos sociales”.75
69
La expresión “leyes” en el artículo 30..., cit., párrafos 26-30 y 35.
70
Cfr. Idem.
71
A manera de ejemplo: Exigibilidad del Derecho de Rectificación o Respuesta (arts.
14.1, 1.1 y 2 Convención Americana sobre Derechos Humanos), Opinión Consultiva OC-
7/86, 29 de agosto de 1986, párrafo 31.
72
Por ejemplo: Caso Baena Ricardo y otros…, cit, párrafos 169 y 170.
73
Díaz-Aranda, Derecho penal…, cit., p. 62.
74
Ferrajoli, Derecho y razón…, cit., p. 121.
75
Carnevali Rodríguez, Raúl, Derecho penal y derecho sancionador de la Unión
Europea, Granada, Comares, 2001, pp. 187-192.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 217
76
De Vicente Martínez, Rosario, El principio de legalidad penal, Valencia, Tirant lo
Blanch, 2004, p. 192.
77
Orsi, Omar Gabriel, Los límites del legislador penal. Discurso penal y programa
constitucional, Buenos Aires, Editores del Puerto, 2007, p. 41.
78
Sentencia STC 150/1991 (publicada en BOE el 7 de julio de 1991), que a su vez
cita las sentencias SSTC 122/1987, 133/1987, 69/1989 y 219/1989. Previamente, la sen-
tencia STC 71/1982 (publicada en el BOE el 29 de diciembre de 1982) sostuvo: “La
seguridad jurídica enlaza con el principio de reserva de Ley, y en sentido más general con
el de legalidad, y también requiere certeza en la regla de Derecho y proscribe fórmulas
proclives a la arbitrariedad. No ha de considerarse vulnerada, sin embargo, cuando la Ley
utiliza conceptos indeterminados indispensables por cuanto no son sustituibles por refe-
rencias concretas, y se remite a reglamentaciones especificas y complementarias en áreas
en que la complejidad técnica, la prontitud de actuación y las precisiones normativas así
lo exigen”.
79
Cfr. Caso Fermín Ramírez, cit, párrafo 90 y Caso Castillo Petruzzi y otros, cit.,
párrafo 121.
80
Cfr. Caso Baena Ricardo y otros, cit., párrafo 108.
81
Cfr. Caso Castillo Petruzzi y otros, cit., párrafos 119 y 121; Caso García Asto y
Ramírez Rojas, cit, párrafos 188 y 195; Caso Lori Berenson Mejía, cit, párrafo 125; Caso
Cantoral Benavides, Sentencia del 18 de agosto de 2000 (Fondo), Serie C, núm. 69,
párrafo 157; Caso Fermín Ramírez, cit., párrafo 90; Caso De la Cruz Flores, cit, párrafo
218 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
2. Ley previa
79, y Caso Usón Ramírez, Sentencia del 20 de noviembre de 2009 (Excepción Prelimi-
nar, Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 207, párrafo 55. Respecto a la ley a
lex certa, praevia, scripta y stricta, cfr. Roxin, Derecho penal..., cit., t. I, pp. 140 y 141;
asimismo, Malo Camacho, Gustavo, Derecho penal mexicano, México, Porrúa, 1997, pp.
106-109.
82
Cfr. Caso Cantoral Benavides, cit, párrafo 155.
83
Cfr. Ibidem, párrafo 156, y Caso Castillo Petruzzi y otros, cit, párrafo 119.
84
Cfr. Caso Lori Berenson Mejía, cit, párrafo 117; Caso Cantoral Benavides, cit,
párrafo 156, y Caso Castillo Petruzzi y otros, cit, párrafo 119.
85
Cfr. Caso Castillo Petruzzi y otros, cit, párrafo 119; Caso Cantoral Benavides, cit,
párrafo 156; Caso Lori Berenson Mejía, párrafo 119.
86
Cfr. Caso Castillo Petruzzi y otros, cit, párrafo 121; Caso Lori Berenson Mejía, cit,
párrafo 125; Caso Cantoral Benavides, cit, párrafo 157.
87
García Ramírez, La Corte Penal…, cit., p. 47. Como es sabido, la analogía supone
aplicación de “la norma penal a un caso no previsto en ella, con el argumento de su se-
mejanza con otros supuestos sí previstos en la ley como delitos”. Díaz Aranda, Derecho
penal…, cit, p. 67.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 219
88
Cfr. Caso Baena Ricardo y otros, cit, párrafo 106; Caso De la Cruz Flores, cit,
párrafo 104; Caso García Asto y Ramírez Rojas, cit, párrafo 206.
89
López Monroy, José de Jesús, Sistema jurídico de common law, México, Porrúa,
1999, p. 125.
90
Ibidem, p. 165.
91
García Ramírez, La Corte Penal Internacional, cit., p. 235.
92
Cfr. Caso Baena Ricardo y otros, cit, párrafo 106; Caso Ricardo Canese, cit, párra-
fo 175; Caso De La Cruz Flores, cit, párrafo 105, y, Caso García Asto y Ramírez Rojas,
cit, párrafo 191. En el sistema europeo de protección de derechos humanos, cfr. el Caso
Jamil vs. Francia, del 8 de junio de 1995; el tribunal “expone con más firmeza el recono-
cimiento del principio de no retroactividad penal”, Vicente Martínez de, El principio de
legalidad…, cit., pp. 197 y 198.
220 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
93
Cfr. Burgoa, Ignacio, Las garantías individuales, 40a. ed., México, Porrúa, 505-525;
Fix-Zamudio, Héctor, “Comentario al artículo 14 constitucional”, Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos comentada, México, UNAM, 1985, pp. 36-39, y Carbonell,
Miguel, Los derechos fundamentales en México, México, UNAM, 2004, pp. 636-652.
94
Cfr. Klug, Ulrich, Problemas de la filosofía y de la pragmática del derecho, Méxi-
co, Fontamara, 1992, pp. 177 y 178. Esta misma salvedad se encuentra establecida en
el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades
Fundamentales (artículo 7o.).
95
En este sentido cfr. Pérez Luño, La seguridad…, cit., pp. 93 y 94, y Klug, ibidem,
pp. 178-180.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 221
96
La Convención fue adoptada el 26 de noviembre de 1968. El artículo I señala que
se prevendrá y sancionará el delito de genocidio “aun si esos actos no constituyen una
violación del derecho interno del país donde fueron cometidos”. México firmó la Con-
vención el 3 de julio de 1969 y la ratificó el 15 de marzo de 2002, al hacerlo formuló la
siguiente declaración interpretativa: “Con fundamento en el artículo 14 de la Constitu-
ción Política de los Estados Unidos Mexicanos, el Gobierno de México, al ratificar la
Convención sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes
de Lesa Humanidad, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 26 de
noviembre de 1968, entenderá que únicamente considerará imprescriptibles los crímenes
que consagra la Convención, cometidos con posterioridad a su entrada en vigor para
México”.
97
Cfr. artículos 22, 23 y 33. México firmó el Estatuto de Roma el 7 de septiembre de
2000 pero ratificó dicho instrumento internacional hasta el 28 de octubre de 2005. Aun-
que el Estatuto de Roma no admite reservas (artículo 120), el Estado mexicano realizó
una “reserva encubierta” al reformar el artículo 21 constitucional en 2005. Cfr. Becerra
Ramírez, Manuel, “México ratifica el Estatuto de Roma que crea la Corte Penal Interna-
cional, después de reformar la Constitución”, Anuario…, cit., pp. 151 y ss.
98
Medina Quiroga menciona una propuesta del gobierno de Colombia: que se aluda
explícitamente al derecho nacional e internacional, en lugar de emplear el término “dere-
cho aplicable”. El presidente de la Comisión explicó que la referencia no era necesaria,
puesto que la expresión “derecho aplicable” comprendía tanto el derecho nacional como
el internacional. Cfr. Conferencia Especializada…, op. cit., p. 206. Medina Quiroga se re-
fiere a “la posibilidad de que pueda castigarse un delito no tipificado en el derecho nacio-
nal, si éste existe como crimen de derecho internacional, haciendo uso de la jurisdicción
universal”. Medina Quiroga, Cecilia, La Convención Americana: teoría y jurisprudencia,
San José, Universidad de Chile, Facultad de Derecho, 2005, p. 347.
222 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
99
Huerta Tocildo, “El derecho fundamental a la legalidad…, cit., p. 97.
100
Cfr. Caso Ricardo Canese, cit, párrafo 179.
101
Idem.
102
Cfr. Cuerda Riezu, “La aplicación…, cit., pp. 275-290.
103
Cfr. Medina Quiroga, La Convención…, cit., p. 351.
104
Idem.
105
Cuerda Riezu observa que estas formulaciones sólo se refieren a un supuesto de
sucesión de leyes, pero no mencionan el cambio de naturaleza del ilícito, que pasa a
constituir una infracción de menor entidad. Sostiene que “es lógico que el principio de
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 223
retroactividad in bonam partem comprenda también estos dos supuestos”. Cuerda Riezu,
“La aplicación retroactiva de las leyes favorables y el principio de legalidad penal en
clave constitucional”, en Balado Ruiz-Gallego, Manuel et. al. (coords.), La declaración
universal de los derechos humanos en su 50 aniversario, Barcelona, Bosch, 1998, p. 283.
En concepto de Ruiz Robledo, la retroactividad in bonus es aplicable únicamente a las
disposiciones sancionadoras y a las restrictivas de derechos, no a cualquiera más benefi-
ciosa para los actores. Cfr. Ruiz Robledo, El derecho fundamental…, cit., pp. 111 y 201.
106
Algunos Estados han formulado explícita limitación al conocimiento, por parte
de la Corte Interamericana, de violaciones continuas; así, Chile: “los reconocimien-
tos de competencia que ha conferido se refieren a hechos posteriores a la fecha del
depósito de este instrumento de ratificación o, en todo caso, a hechos cuyo principio
de ejecución sea posterior al 11 de marzo de 1990”, y El Salvador: “los casos en que
se reconoce la competencia, comprende(n) sola y exclusivamente hechos o actos jurí-
dicos posteriores o hechos o actos jurídicos cuyo principio de ejecución sean poste-
riores a la fecha del depósito de esta Declaración de Aceptación”. Véase http://www.
oas.org/Juridico/spanish/firmas/b-32.html.
224 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
3. Legislador y tipificación
A. Conductas legítimas
107
Cfr. Caso Heliodoro Portugal, Sentencia del 12 de agosto de 2008 (Excepciones
Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 186, párrafo 25, y Caso
Ticona Estrada y otros, Sentencia del 27 de noviembre de 2008 (Fondo, Reparaciones y
Costas), Serie C, núm. 191, párrafos 29 y 30.
108
La “Corte no puede asumir por decisión propia una competencia que no se le ha
conferido. Se trata de un punto de derecho que debe recibir una respuesta jurídica, con
absoluta independencia de cualesquiera opiniones particulares sobre la conveniencia o
inconveniencia de asumir la competencia sobre hechos ajenos a ella, en un acto de “au-
toridad judicial” que carecería de fundamento normativo y que podría resultar, por eso
mismo, arbitrario. La Corte no puede sustituir con un acto de voluntad propia —que
desborda las fronteras de la interpretación admisible— al acto de voluntad del Estado en
materias que corresponden a las decisiones de éste, no a las atribuciones de aquélla (…)
La Corte no puede suponer la existencia del reconocimiento, infiriéndola de expresiones
aisladas, ambiguas o equívocas, a las que el Estado no atribuya claramente la naturaleza
y la eficacia de un reconocimiento”. Voto razonado conjunto de los Jueces Diego García-
Sayán y Sergio García Ramírez en el Caso Ticona Estrada, cit., http://www.corteidh.
or.cr/casos.cfm.
109
Cfr. Caso Ticona Estrada, cit., párrafos 29 y 30.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 225
Los Estados deben adoptar medidas —legislativas, entre ellas— para tu-
telar bienes jurídicos protegidos por la Convención y convertir la juridicidad
convencional en legalidad interna. Con ello se atiende, además, al respeto
110
Cfr. Caso De La Cruz Flores, cit, párrafos 97, 101-102.
111
Cfr. Caso De La Cruz Flores, cit, voto razonado del juez García Ramírez, párrafo
13, en García Ramírez, Sergio, Temas de la jurisprudencia interamericana sobre dere-
chos humanos. Votos particulares, México, ITESO/ Universidad Iberoamericana, p. 332.
112
Cfr. García Ramírez, La responsabilidad penal del médico, 2a. ed., Porrúa, UNAM,
México, 2006, pp. 54-63.
226 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
113
Caso Garrido y Baigorria, Sentencia del 27 de agosto de 1998 (Reparaciones y
Costas), Serie C, núm. 39, párrafo 68.
114
En este sentido se ha pronunciado la Corte en múltiples ocasiones, entre ellas, Caso
Castillo Petruzzi y otros, cit, párrafo 207.
115
Medina Quiroga, La Convención…, cit., p. 25.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 227
116
Cfr. Caso Hilaire, Constantine y Benjamín y otros, Sentencia del 21 de junio de
2002 (Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 94, párrafos 113 y 116.
117
Responsabilidad internacional…, Opinión Consultiva 14/94, cit, párrafo 43.
118
Cfr. Caso Heliodoro Portugal, cit., párrafos 107, 179-191 y Caso Goiburú y otros,
Sentencia del 22 de septiembre de 2006 (Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm.
153, párrafos 83 y 84.
119
Cfr. Caso Goiburú y otros, cit., párrafos 91 y 93.
228 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
Podemos mencionar aquí —así sea en forma sumaria, por las conexiones
que tiene con el deber judicial de aplicar las normas pertinentes a los casos
sub judice—, un tema cada vez más destacado: el control de convencio-
nalidad.129 Este se relaciona estrechamente con la recepción nacional del
derecho internacional de los derechos humanos.130 Uno de los autores de
este artículo analizó el control de convencionalidad a cargo de los jueces
nacionales,131 es decir, la aplicación directa, por parte de éstos, de las normas
del derecho internacional de los derechos humanos en los asuntos sujetos
a su jurisdicción. Los jueces nacionales tendrían la obligación de ejercer el
control de convencionalidad.132 Obviamente, esta aplicación directa serviría
muy significativamente a la inserción nacional del derecho internacional
y, con ello, a la protección más amplia de los derechos fundamentales. En
2006, este concepto fue retomado por la jurisprudencia de la Corte en la
129
En interesante estudio reciente, María Carmelina Londoño Lázaro ha examinado
la convergencia entre el principio de legalidad y el control de convencionalidad. Cfr. “El
principio de legalidad y el control de convencionalidad de las leyes: confluencias y pers-
pectivas en el pensamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos”, Boletín
Mexicano de Derecho Comparado, número 128, mayo-agosto 2010, pp. 761-814.
130
Un estudio más amplio de este tema se puede encontrar en: García Ramírez, Sergio,
y Morales Sánchez, Julieta, “La jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos en el periodo 2007-2009”, Anuario Iberoamericano de Justicia Constitucional,
Madrid, 13, 2009, pp. 497-539.
131
García Ramírez afirmó que “para los efectos de la Convención Americana y del
ejercicio de la jurisdicción contenciosa de la Corte Interamericana, el Estado viene a
cuentas en forma integral, como un todo”; de ahí que todos los órganos del Estado deban
atenerse a los criterios sustentados por el tribunal internacional a propósito de la Conven-
ción; bajo ésta, interpretada por su propia instancia judicial, se realiza el control externo
de convencionalidad. Cfr. Voto concurrente razonado del juez Sergio García Ramírez a
la sentencia de la Corte en el Caso Myrna Mack Chang del 25 de noviembre de 2003,
párrafo 27, http://www.corteidh.or.cr/casos.cfm. Posteriormente el mismo juez observó
que “en la lógica del sistema —y en las aspiraciones institucionales de la Corte Interame-
ricana, como elemento de éste— reside la idea de que los pronunciamientos del tribunal
deben trasladarse, en la forma y términos que provea el derecho interno —que son el
puente entre el sistema internacional y el nacional—, a las leyes nacionales, a los criterios
jurisdiccionales domésticos, a los programas específicos en este campo y a las acciones
cotidianas que el Estado despliega en materia de derechos humanos; trasladarse, en fin, al
conjunto de la experiencia nacional”. Voto concurrente razonado del juez Sergio García
Ramírez a la sentencia de la Corte en el Caso Tibi, cit., párrafos 3-6, idem.
132
A este respecto, véase el voto razonado del juez ad hoc Eduardo Ferrer Mac-Gregor
Poisot a la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el Caso Cabre-
ra García y Montiel Flores del 26 de noviembre de 2010.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 231
133
Cuando “un Estado ha ratificado un tratado internacional como la Convención
Americana, sus jueces, como parte del aparato del Estado, también están sometidos a
ella, lo que les obliga a velar porque los efectos de las disposiciones de la Convención
no se vean mermadas por la aplicación de leyes contrarias a su objeto y fi n, y que desde
un inicio carecen de efectos jurídicos. En otras palabras, el Poder Judicial debe ejercer
una especie de ‘control de convencionalidad’ entre las normas jurídicas internas que
aplican en los casos concretos y la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
En esta tarea, el Poder Judicial debe tener en cuenta no solamente el tratado, sino
también la interpretación que del mismo ha hecho la Corte Interamericana, intérprete
última de la Convención Americana”. Caso Almonacid Arellano y otros, Sentencia del
26 de septiembre de 2006 (Excepciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas),
Serie C, núm. 154, párrafo 124.
134
Cfr. Rey Cantor, Ernesto, Control de convencionalidad de las leyes y derechos
humanos, Porrúa, Instituto Mexicano de Derecho Procesal Constitucional, México, 2008,
pp. 46 y 167-171; Hitters, Juan Carlos, Control de constitucionalidad y control de con-
vencionalidad. Comparación, en La Ley (Buenos Aires), 27 de julio de 2009, pp. 1-5, y
García Morelos, Gumesindo, Control Judicial Difuso de Convencionalidad de los Dere-
chos Humanos por los Tribunales Ordinarios en México, México, Ubijus, 2010.
135
Cfr. Ferrajoli, Luigi, Derechos y garantías. La ley del más débil, trad. Perfecto
Andrés Ibáñez y Andrea Greppi, 4a. ed., Madrid, Trotta, 2004, p. 26.
232 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
A. Uso de la fuerza
136
Cfr. Ciertas atribuciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(arts. 41, 42, 44, 46, 47, 50 y 51 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos),
Opinión Consultiva OC-13/93 del 16 de julio de 1993, Serie A, núm. 13, párrafo 54; Caso
Baena Ricardo y otros, Sentencia del 18 de noviembre de 1999 (Excepciones Prelimina-
res), Serie C, núm. 61, párrafo 37; Caso Baena Ricardo y otros (Fondo) cit., párrafo 189,
y Caso Herrera Ulloa, cit., párrafo 184.
137
En una clara aplicación del principio pro persona. Cfr. La Colegiación Obligato-
ria de Periodistas (artículos 13 y 29 Convención Americana sobre Derechos Humanos),
Opinión Consultiva OC-5/85 del 13 de noviembre de 1985, Serie A, núm. 5, párrafo 52, y
Caso Ricardo Canese, cit, párrafo 180. Como antes se dijo, en el proceso de reforma a la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, a propósito de derechos huma-
nos, hubo diversas fórmulas sobre esta materia. Véase nota 48.
138
Caso Ricardo Canese, cit, párrafo 180.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 233
los particulares.139 Implica que el despliegue de las acciones del Estado esté
sujeto a límites precisos.140
La Corte ha señalado que está más allá de toda duda que el Estado tiene
el derecho y el deber de garantizar su propia seguridad, utilizando la fuerza
si es necesario, pero cualquier acción debe ejercerse dentro de los límites y
conforme a los procedimientos que permiten preservar tanto la seguridad
pública como los derechos humanos. Tampoco se ignora que la sociedad
padece por las infracciones a su orden jurídico. Sin embargo, por graves
que sean ciertas acciones y por culpables que resulten los reos de deter-
minados delitos, no es admisible que el poder se ejerza sin límite alguno
o que el Estado pueda valerse de cualquier procedimiento para alcanzar
sus objetivos, sin sujeción al derecho o a la moral. Ninguna actividad del
Estado puede fundarse sobre el desprecio a la dignidad humana. El respeto
a los derechos humanos constituye un límite infranqueable; la administra-
ción no puede invocar el orden público para reducir discrecionalmente las
garantías de los gobernados. Prevalece, pues, la regla de racionalidad en
el ejercicio de la función pública. En este sentido se ha mencionado que el
dogma que sostiene que “el fin justifica los medios” debiera sustituirse por
un principio de signo contrario: “la legitimidad de los medios empleados
justifica y acredita el fin alcanzado”.141 La función primordial del Estado es
salvaguardar los derechos humanos en todas las circunstancias.142
139
Cfr. Caso Baldeón García, Sentencia del 6 de Abril de 2006 (Fondo, Reparaciones
y Costas), Serie C, núm. 147, párrafo 83; Caso de las Masacres de Ituango, Sentencia
del 1 de julio de 2006, Serie C, núm. 148, párrafo 129; Caso Montero Aranguren y otros
(Retén de Catia), Sentencia del 5 de julio de 2006, Serie C, núm. 150, párrafo 64; Caso
del Penal Miguel Castro Castro, Sentencia del 25 de noviembre de 2006 (Fondo, Repa-
raciones y Costas), Serie C, núm. 160, párrafo 237.
140
Cfr. Caso Durand y Ugarte, cit., párrafo 69; Caso Bámaca Velásquez, cit., párrafos
143 y 174, y Caso Juan Humberto Sánchez, Sentencia del 7 de junio de 2003 (Excepción
Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas) Serie C, núm. 99, párrafo 111.
141
Cfr. García Ramírez, Panorama del proceso penal, México, Porrúa, 2004, pp. 35 y 64.
142
Cfr. Caso Velásquez Rodríguez, Sentencia del 29 de julio de 1988 (Fondo), Serie
C, núm. 4, párrafo 154; Caso Godínez Cruz, Sentencia del 20 de enero de 1989 (Fondo),
Serie C, núm. 5, párrafo 162; Caso Neira Alegría y otros, Sentencia del 19 de enero de
1995 (Fondo), Serie C, núm. 20, párrafo 75; Caso Castillo Petruzzi y otros, cit, párrafos
89 y 204; Caso Durand y Ugarte, cit., párrafos 68 y 69; Caso Bámaca Velásquez, cit.,
párrafos 143 y 174; Caso Baena Ricardo y otros, cit., párrafo 126; Caso del Caracazo,
Sentencia del 29 de agosto de 2002 (Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 95, párrafo
127; Caso Juan Humberto Sánchez, cit., párrafos 86 y 111; Caso Bulacio, Sentencia del
234 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
Ahora bien, los Estados responden por las acciones y las omisiones de sus
agentes, realizados al amparo de su desempeño oficial, como también cuan-
do actúan fuera de los límites de su competencia o contravienen el derecho
interno. Deben velar, especialmente, por el respeto al derecho a la vida por
parte de los cuerpos de seguridad pública, a los que se atribuye el uso de la
fuerza legítima.143 Los Estados tienen que adoptar las medidas necesarias
para prevenir y castigar la privación de la vida como consecuencia de actos
criminales, así como para prevenir y sancionar ejecuciones arbitrarias come-
tidas por miembros de sus propias fuerzas de seguridad;144 esta situación se
agrava cuando existe un patrón de violaciones de los derechos humanos.145
Hay estándares internacionales sobre el uso de la fuerza por parte de los
agentes del Estado, frecuentemente invocados por la Corte Interamerica-
na.146 El uso de la fuerza, adecuadamente planeado, es admisible para la
obtención de fines legítimos; se sujeta a principios de proporcionalidad y
excepcionalidad; procede cuando se han utilizado y agotado, sin éxito, otros
medios de control. La ley debe regular con criterio restrictivo el empleo de
fuerza letal y armas de fuego: en la medida “absolutamente necesaria” con
respecto a la fuerza o amenaza que se pretende repeler. De no ser así, el
empleo de la fuerza devendrá arbitrario. Esto es aplicable, inclusive, cuando
surgen condiciones de inseguridad en establecimientos penitenciarios, que
18 de septiembre de 2003, Serie C, núm. 100, párrafo 124; Caso Lori Berenson Mejía,
cit., párrafo 91, y Caso Montero Aranguren y otros (Retén de Catia), cit., párrafo 70.
143
Cfr. Caso Bámaca Velásquez, cit., párrafo 172; Caso Juan Humberto Sánchez, cit,
párrafo 111; Caso Myrna Mack Chang, Sentencia del 25 de noviembre de 2003 (Fondo,
Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 101, párrafo 139; Caso Hermanos Gómez Paqui-
yauri, cit., párrafo 128; Caso de la “Masacre de Mapiripán”, Sentencia del 15 de sep-
tiembre de 2005 (Fondo, Reparaciones y Costas) Serie C, núm. 134, párrafo 232; Caso
Baldeón García, cit., párrafo 87; Caso Montero Aranguren y otros (Retén de Catia), cit.,
párrafos 65 y 66; Caso Servellón García, Sentencia del 21 de septiembre de 2006 (Fondo,
Reparaciones y Costas) Serie C, núm. 152, párrafo 102, y Caso del Penal Miguel Castro
Castro, cit., párrafo 238.
144
Cfr. Caso de la “Masacre de Mapiripán”, cit., párrafo 232, y Caso Baldeón Gar-
cía, cit., párrafo 87;
145
Cfr. Caso Myrna Mack Chang, cit., párrafo 139; Caso Hermanos Gómez Paquiyau-
ri, cit., párrafo 128, y Caso Baldeón García, cit., párrafo 87.
146
Que se encuentran, entre otros, en el Código de Conducta para Funcionarios Encar-
gados de Hacer Cumplir la Ley y en los Principios Básicos sobre el Empleo de la Fuerza
y de Armas de Fuego.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 235
147
Cfr. Caso Neira Alegría y otros, cit, párrafos 74-76, y Caso Montero Aranguren y
otros (Retén de Catia), cit., párrafos 67-71.
148
Cfr. Caso del Caracazo, cit., párrafo 127.
149
Cfr. Caso del Caracazo, cit., párrafos 118-120; Caso de la “Masacre de Mapiripán”,
cit., párrafo 219; Caso de la Masacre de Pueblo Bello, Sentencia del 31 de enero de 2006
(Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 140, párrafo 143; Caso Baldeón García, cit.,
párrafo 92, y Caso Montero Aranguren y otros (Retén de Catia), cit., párrafo 79.
150
Cfr. Caso Montero Aranguren y otros (Retén de Catia), cit., párrafo 82.
151
Cfr. Caso Durand y Ugarte, cit., párrafos 118, 119 y 125. La Corte también ha
dicho que en un Estado democrático de Derecho, la jurisdicción penal militar debe tener
alcance restrictivo y excepcional, limitado a las contiendas que versen sobre bienes jurí-
dicos inherentes a la función castrense y a las personas que se hallan en servicio activo en
las fuerzas armadas. De no ser así, se vulnera el derecho al juez natural, presupuesto del
debido proceso. Cfr. Caso Castillo Petruzzi, cit., párrafo 128; Caso Cantoral Benavides,
236 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
cit., párrafo 75; Caso Almonacid Arellano y otros, cit., párrafo 131; Caso La Cantuta,
Sentencia del 29 de noviembre de 2006 (Fondo, Reparaciones y Costas) Serie C, núm.
162, párrafos 135-145, y Caso Escué Zapata, Sentencia del 4 de Julio de 2007 (Fondo,
Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 165, párrafo 105.
152
Cfr. Caso Radilla Pacheco, cit., párrafos 273-275.
153
En el ámbito americano, se cuenta con la Convención Interamericana contra el
Terrorismo, suscrita el 3 de junio de 2002, durante el Trigésimosegundo Periodo Ordina-
rio de Sesiones de la Asamblea de la Organización de los Estados Americanos. Interesa
mencionar que la propia Asamblea adoptó también, en esta misma sesión, la resolución
sobre “Derechos humanos y terrorismo” que México prohijó. Se resolvió “reafirmar que
la lucha contra el terrorismo debe realizarse con pleno respeto a la ley, a los derechos
humanos y a las instituciones democráticas para preservar el Estado de Derecho, las
libertades y los valores democráticos en el Hemisferio”. Cfr. García Ramírez, Sergio,
“Consideraciones sobre terrorismo” en Olloqui, José Juan de (coord.), Problemas jurí-
dicos y políticos del terrorismo, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, México,
2003, pp. 67-123.
154
Cfr. García Ramírez, La reforma penal constitucional de 2007-2008. ¿Democracia
o autoritarismo?, 4a. ed., México, Porrúa, 2010, pp. 4 y ss.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 237
C. Pena de muerte
155
Entre ellos, cfr. Caso Castillo Petruzzi y otros, cit., párrafo 89.
156
Tanto el artículo 6 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos como
el artículo 4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, restringen y con-
dicionan la previsión y aplicación de la pena de muerte. En 1989 se adoptó el Segundo
Protocolo facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, destinado
a abolir la pena de muerte. En 1990 se aprobó el Protocolo a la Convención Americana
sobre Derechos Humanos relativo a la abolición de la pena de muerte. El artículo 2 del
Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fun-
damentales se refiere, con orientación reductora, a la pena capital. En 1983 se adoptó el
Protocolo núm. 6 al Convenio Europeo, y en 2002 el Protocolo núm. 13, que avanzan en
la dirección abolicionista. Cfr. Morales Sánchez, Julieta, “Derecho Internacional de los
Derechos Humanos y pena de muerte”, en Oliveira de Barros Leal, César (coord.), Serie
de Estudios en Ciencias Penales y Derechos Humanos. Homenaje a Antonio Sánchez Ga-
lindo, Guanajuato, Instituto Estatal de Ciencias Penales, Instituto Brasileño de Derechos
Humanos, Congreso del Estado de Guanajuato, 2010, t. I, pp. 329-355.
157
Aprobadas por el Consejo Económico y Social en su resolución 1984/50, del 25 de
mayo de 1984.
158
Entre las que se encuentran: A) La pena de muerte sólo podrá imponerse como
sanción para los delitos más graves, entendiéndose que su alcance se limitará a los delitos
intencionales que tengan consecuencias fatales u otras consecuencias extremadamente
graves; B) Toda persona condenada a muerte tendrá derecho a apelar ante un tribunal de
238 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
jurisdicción superior y deberán tomarse medidas para garantizar que esas apelaciones
sean obligatorias; C) Toda persona condenada a muerte tendrá derecho a solicitar el in-
dulto o la conmutación de la pena; en todos los casos de pena capital se podrá conceder
el indulto o la conmutación de la pena. Véase http://www2.ohchr.org/spanish/law/conde-
nados.htm.
159
Cfr. El derecho a la información sobre la asistencia consular en el marco de las ga-
rantías del debido proceso legal, Opinión Consultiva OC-16/99 emitida el 1º de octubre
de 1999, Serie A, núm. 16, párrafos 119, 135 y 136; Caso Hilaire, Constantine, Benjamín
y otros, cit., párrafos 145-147 y voto concurrente del juez García Ramírez en este caso,
párrafo 19, y Caso Fermin Ramirez, cit., párrafos 78 y 79.
160
Según la Corte Interamericana, el debido proceso es el “conjunto de requisitos
que deben observarse en las instancias procesales a efecto de que las personas estén en
condiciones de defender adecuadamente sus derechos ante cualquier (…) acto del Estado
que pueda afectarlos”. Condición Jurídica y Derechos de los Migrantes Indocumentados,
Opinión Consultiva OC-18/03, 17 de septiembre de 2003, Serie A, núm. 18, párrafo 123.
Para que exista debido proceso, “es preciso que un justiciable pueda hacer valer sus de-
rechos y defender sus intereses en forma efectiva y en condiciones de igualdad con otros
justiciables”. El derecho a la información sobre la asistencia consular, cit., párrafo 117.
161
Voto concurrente razonado del juez García Ramírez al Caso Fermín Ramírez,
Sentencia del 18 de junio de 2005, párrafos 10 y 11, y voto concurrente razonado del
juez Sergio García Ramírez al Caso Dacosta Cadogan del 24 de septiembre de 2009,
párrafo 11.
162
Por lo que el estricto cumplimiento de ciertas garantías procesales es esencial para
evaluar si la pena de muerte se ha aplicado de manera arbitraria. Cfr. Restricciones a la
Pena de Muerte (arts. 4.2 y 4.4 Convención Americana sobre Derechos Humanos), Opi-
nión Consultiva OC-3/83, 8 de septiembre de 1983, Serie A, núm. 3, párrafo 55, y Caso
Fermín Ramírez, cit., párrafos 78-79; Caso Boyce y otros, Sentencia 20 de noviembre de
2007 (Excepción Preliminar, Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 169, párrafos
50 y 59, y Caso Dacosta Cadogan, Sentencia del 24 de septiembre de 2009 (Fondo, Re-
paraciones y Costas), Serie C, núm. 204, párrafos 84 y 85.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 239
169
Entre ellos, la Declaración sobre la Protección de Todas las Personas contra la
Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (9 de diciembre de
1975), la Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura y otros Tratos Crueles,
Inhumanos y Degradantes (10 de diciembre de 1984) y la Convención Interamericana
para Prevenir y Sancionar la Tortura (9 de diciembre de 1985).
170
Cfr. Caso Cantoral Benavides, cit., párrafo 95; Caso Maritza Urrutia, Sentencia
del 27 de noviembre de 2003 (Fondo, Reparaciones y Costas), Serie C, núm. 103, párrafo
92; Caso Hermanos Gómez Paquiyauri, cit., párrafo 111; Caso Caesar, cit., párrafos 59
y 100; Caso de la Masacre de la Rochela, Sentencia del 11 de de mayo de 2007 (Fondo,
Reparaciones y Costas) Serie C, núm. 163, párrafo 132; Caso Bueno Alves, Sentencia del
11 de mayo de 2007 (Fondo, Reparaciones y Costas) Serie C, núm. 164, párrafos 76 y
77, y Caso Bayarri, Sentencia del 30 de octubre de 2008 (Excepción Preliminar, Fondo,
Reparaciones y Costas) Serie C, núm. 187, párrafo 81.
171
Cfr. Caso Maritza Urrutia, cit., párrafo 92; Caso Tibi, cit., párrafo 143; Caso De la
Cruz Flores, cit, párrafo 125; Caso Lori Berenson Mejía, cit, párrafo 100.
172
Cfr. Caso Caesar, cit, párrafos 57-79, 98 y 100.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 241
173
Cfr. Caso Caesar, cit, párrafo 70 y voto del juez Sergio García Ramírez al Caso
Raxcacó Reyes, sentencia del 15 de septiembre de 2005, párrafo 22, en donde afirma: “No
se ha podido afirmar que la proscripción de la muerte punitiva ya constituye un postulado
del derecho imperativo, es decir, jus cogens internacional, que trae consigo obligaciones
erga omnes de los Estados, como lo es en cambio —paradójicamente— la exclusión ter-
minante y absoluta de la tortura y de los tratos crueles, inhumanos o degradantes”.
174
Establece que “nadie puede ser privado de su libertad física, salvo por las causas y
condiciones fijadas de antemano por las Constituciones políticas de los Estados partes o
por las leyes dictadas conforme a ellas”.
242 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
178
Cfr. Caso de los “Niños de la Calle” (Villagrán Morales y otros), Sentencia del 19
de noviembre de 1999 (Fondo), Serie C, núm. 63, párrafos 132-134.
179
Cfr. Caso García Asto y Ramírez Rojas, párrafos 106 y 108; Caso López Álvarez,
cit, párrafo 67, y Caso Servellón García, cit., párrafos 88-90.
180
Cfr. Caso Bayarri, cit., párrafo 70.
181
Cfr. Caso García Prieto y otros, Sentencia del 20 de Noviembre de 2007 (Excep-
ciones Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas) Serie No. 168, párrafo 115; Caso
Salvador Chiriboga, Sentencia del 6 de mayo de 2008 (Excepción Preliminar y Fondo),
Serie C, núm. 179, párrafo 59; Caso Heliodoro Portugal, cit., párrafos 148 y 149; Caso
Valle Jaramillo y otros, Sentencia del 27 de noviembre de 2008 (Fondo, Reparaciones y
Costas), Serie C, núm. 192, párrafo 154; Caso Bayarri, cit., párrafo 105, y Caso Ticona,
cit., párrafo 79.
182
Caso Vélez Loor, cit., párrafo 108.
244 GARCÍA RAMÍREZ / MORALES SÁNCHEZ
VI. CONCLUSIONES
183
Ibidem, párrafo 126.
PRINCIPIO DE LEGALIDAD PENAL 245
MAGNA CARTA
LA DOGMÁTICA PENAL COMO
GARANTÍA DEL ESTADO
CONSTITUCIONAL DE DERECHO
Legales
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que exige la Ley 11.723
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2021
LA LESIVIDAD CONSTITUCIONAL EN LA
HISTORIA DEL TIEMPO PRESENTE
Alejandro W. Slokar
Ante todo, y sobre todo, voy a recuperar los términos que se postu-
lan desde la titulación del seminario en uno de sus ejes, que encierra la
categoría “ofensa”, al invitar primariamente, desde un punto de vista de la
estructura sistemática, a alguna reformulación del rótulo. Esto es, favore-
cer el análisis de la voluntad primero y la lesión después en núcleo de la
imputación penal, constituye toda una definición en sí misma y podría
partir de un equívoco, si no fuera que obedece a la extracción de una
definición que aproxima Filangieri en su “Scienza”, a propósito de que “El
delito es violación a la ley con voluntad de violación”. De modo que, con
esa salvedad, que no es solo metodológica, sino que también atiende una
opción desde el punto de vista constructivo, me parece indispensable a
partir de cuanto se dijo en la actividad volver a enarbolar una suerte de
“elogio” de la lesión.
A lo largo de cada una de las intervenciones, sin perjuicio del extremo
indispensable que configura la indagación del método hacia el plano sub-
jetivo en el aporte del profesor Sarrabayrouse, creo que han quedado en
evidencia aquellas cuestiones propias del bien jurídico en torno a la idea
propia de un clasicismo, y luego la advertencia por un reflujo de corte
autoritario, antiliberal o contra ilustrado. Desde luego que esta tensión es
propia y permanente en los distintos modelos de entendimiento de nues-
tra disciplina y, por supuesto, supera también la dimensión dogmática
jurídico-penal stricto sensu, sino que la trasciende e impone avanzar sobre
el planteamiento desde el plano de la teoría política y constitucional.
Lo explicaba el maestro Zaffaroni en el pasaje anterior: la columna
vertebral de nuestra constitución es su artículo 19. Permite la conforma-
ción de un Derecho que evite la transpersonalización, o sea, un orden
62 GABRIELA LAURA GUSIS Y NADIA ESPINA (COORDS.)
Luigi Ferrajoli**
Resumen
En el presente artículo, se aborda la problemática de la justificación del derecho penal,
a partir de un análisis del principio de lesividad -u ofensividad-, discutiendo la validez de
una construcción de dicho principio a partir de referencias internas al sistema penal, o
referencias externas al mismo.
Abstract
In the following article, it is approached the justification of the Criminal law, starting from
the Harm principle, arguing the validity of a construction of this principle, starting from
internal or external references at the Criminal System.
Palabras Clave
Funcionalismo, principio de lesividad, garantismo, justificación del derecho penal.
Key words
Functionalism, Harm principle, guarantism, Criminal law’s justification.
Revista Nuevo Foro Penal Vol. 8, No. 79, julio-diciembre 2012, pp. 100-114, Universidad EAFIT, Medellín (ISSN 0120-8179)
Nuevo Foro Penal No. 79, julio-diciembre 2012, Universidad EAFIT 101
Sumario
1. El problema del fin del Derecho penal. 2. El principio de ofensividad en la filosofía
jurídica y en la dogmática penal. 3. El principio de ofensividad y la laicidad del Derecho.
4. El principio de ofensividad y el Derecho penal del hecho.
2 Ibid., p. 9.
3 Ibidem.
4 Ibid., p. 3.
5 Wie und was schutz das Strafrecht? Widerspruch und Pravention; Rechtsguterschutz und Schutz der
Normgeltung (manuscrito), traducción castellana de M. Cancio Meliá, ¿Cómo protege el Derecho penal
y qué es lo que protege? Contradicción y prevención; protección de bienes jurídicos y protección de la
vigencia de la norma [nota de la traductora: este texto ha sido publicado en Colombia como parte de la
obra de G. Jakobs, Sobre la normativización de la dogmática jurídico-penal, trad. de M. Cancio Meliá y B.
Feijóo Sánchez, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2004, Colección de Estudios No. 28, pp.
41-62].
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un escrito de 1973 para explicar las condiciones biológicas de la supervivencia- fue retomada por
Luhmann y aplicada por éste como nuevo paradigma epistemológico a las ciencias sociales: cfr. N.
L uhmann, Soziale Systeme. Grundriss einer allgemeinen Theorie, Frankfurt, Suhrkamp Verlag, 1984,
pp. 25 y ss. Sobre esta noción, véanse D. Z olo, Autopoiesis: un paradigma conservatore, (1986),
en Complessità e democrazia, Torino, Giappichelli, 1987, pp. 283‑285; E. Resta , Stili cognitivi della
legittimazione, en R. Treves (coord.), Diritto e legittimazione, Milano, Angeli, 1985, pp. 69 y ss. He
contrapuesto las “doctrinas políticas autopoiéticas” y las “doctrinas políticas heteropoiéticas” –
entendiendo como doctrinas del primer tipo a todas aquellas según las cuales el Estado es un fin en
sí mismo que encarna valores supra-individuales, y como doctrinas del segundo tipo todas aquellas
según las cuales el Estado es un instrumento finalizado a la garantía de los derechos fundamentales
de los ciudadanos- en L. F errajoli, Diritto e ragione. Teoria del garantismo penale, (1989), Roma-Bari,
Laterza, VII ed. 2002, § 59.1, pp. 923-925.
9 Sobre el desolador recorrido de la doctrina penal en el tema de los bienes jurídicos, desde las iniciales
formulaciones iluministas y garantistas hasta los resultados totalitarios de los años treinta del siglo
pasado, remito a L. Ferrajoli, Diritto e ragione cit., § 33.2, pp. 469-472.
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10 La tesis que identifica el objeto del delito con un derecho subjetivo de la persona reúne a gran parte
de la tradición iluminista. Ténganse en cuenta, al respecto, las alusiones que en L. Ferrajoli, Diritto
e ragione cit., § 33.2, pp. 470 y 519, nota 30, se hacen a Christian Thomasius, Anselm Feuerbach,
Gaetano Filangieri, Mario Pagano, Marie-Jean Condorcet, Gian Domenico Romagnosi, Wilhelm von
Humboldt, Jeremy Bentham y Giovanni Carmignani.
11 Sobre las nociones de “incorporación limitativa” e “incorporación potestativa”, remito a L. Ferrajoli,
Diritto e ragione, cit., pp. 356-360.
108 El principio de lesividad como garantía penal - L uigi ferrajoli
a nuestra cuestión sobre la justificación del Derecho penal, y por ello la resolución
de la alternativa antes mencionada, no se encuentra en absoluto desvinculada de
parámetros jurídicos; esto es, de los bienes jurídicos expresamente protegidos por la
Constitución. De hecho ha sucedido, en estos ordenamientos, que las constituciones
han positivizado gran parte de los bienes transmitidos por la tradición liberal: por un
lado, los derechos fundamentales; y por otro lado toda una serie de bienes comunes
o colectivos como el ambiente, la imparcialidad y el correcto funcionamiento de la
administración pública, la separación entre las esferas públicas y privadas, etc. Si
tomamos en serio las constituciones y su rol normativo respecto del Derecho positivo,
estará claro que de éstas se deriva un anclaje normativo, de derecho positivo, para la
doctrina filosófica que condiciona la intervención penal sólo frente a la tutela de los
bienes directa o indirectamente reconducibles a los intereses vitales de las personas
de carne y hueso.
Al contrario, no se puede sostener en el plano de la dogmática penal la doctrina
filosófica opuesta que presentan Amelung y Jakobs. Ésta justifica la intervención
penal solamente con la indeterminada función de tutela del sistema social. En efecto,
existiendo una Constitución, la limitación de un bien de relevancia constitucional
como la libertad personal se justifica sólo para tutelar bienes de rango igualmente
constitucional, como son los bienes y los intereses constitucionalmente establecidos12,
y como con certeza no lo es el indeterminado valor de la estabilidad social o de la
“estructura normativa de la sociedad”.
A las mismas conclusiones se llega, por otro lado, si valoramos analíticamente las
implicaciones que en el plano dogmático se derivan de la concepción autopoiética y
de aquella heteropoiética del principio de ofensividad. Preguntémonos: ¿cuál es el rol
que normalmente se asocia a este principio en la construcción de la teoría del delito?
Me parece que este principio, cuando se comparta la primera de las concepciones,
desarrolla una doble función: a) como condición de la laicidad del derecho y de las
instituciones estatales; b) como principal fundamento de la construcción de un
Derecho penal del hecho y no del autor. En ambos casos se trata de un rol de garantía
de las libertades y de limitación del arbitrio punitivo. En cambio, ninguno de estos dos
roles, como trataré de demostrar, puede ser desempeñado por este mismo principio
si se adopta una concepción autopoiética de éste, como la de Jakobs, que entiende
por ofensividad la lesión de la “estabilidad social” o de la “estructura normativa de la
sociedad”; expresiones vagamente sociológicas que ciertamente no son capaces de
12 Esta es la tesis de mayor difusión en la doctrina italiana y alemana. Al respecto véase, por todos, F.
Bricola, Teoria generale del reato, in Novissimo Digesto Italiano, vol. XIX, Torino, Utet, 1973, pp.14 y ss;
Id., Tecniche di tutela penale e tecniche alternative di tutela, en M. De Acutis y G. Palombarini (coords.),
Funzioni e limiti del diritto penale, Padova, Cedam, 1984, pp. 3‑84.
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representar ningún límite contra el arbitrio punitivo. De hecho, también desde estos
efectos se puede mostrar que el principio de ofensividad no opera como garantía;
es decir, como límite y condición necesaria, sino como condición suficiente de la
intervención penal y por ende como un factor para su expansión en lugar de para
su minimización.
13 Remito, sobre el derecho a la inmoralidad y a la maldad, a L. Ferrajoli, Diritto e ragione cit., § 15.3, p.
208; § 34.4, p. 488 y passim.
14 Sobre la inadmisibilidad en el Derecho penal de las normas constitutivas, remito a L.Ferrajoli, Diritto
e ragione cit., §§ 36.2 e 36.3, pp. 510-515, y a L. Ferrajoli, Principia iuris. Teoria del diritto e della
democrazia, vol.II, Teoria della democrazia, Roma, Laterza, 2007, § 15.2, p. 313.
15 La idea carrariana de “peligro corrido” me parece mucho más clara y precisa que la noción de “peligro
concreto”: cfr. F. Carrara, Programma del corso di diritto criminale. Parte generale, (1859), Firenze,
Fratelli Cammelli, 1907, X ed., §§ 97 y 352, pp. 126 y 324.
112 El principio de lesividad como garantía penal - L uigi ferrajoli
16 G. Jakobs, ¿Cómo protege el Derecho penal y qué es lo que protege?, cit., p. 7 [Sobre la normativización…,
cit., p. 48].
17 G. Jakobs, Derecho penal del ciudadano y derecho penal del enemigo, en G. Jakobs y M. Cancio Meliá,
Derecho penal del enemigo, Madrid, Civitas, 2003, pp. 19‑56; G. Jakobs, “Terroristen als Personen im
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la vieja figura estalinista del “enemigo del pueblo” hasta el modelo penal nazi del “tipo
normativo de autor” (Tätertyp)- con los cuales comparte la centralidad asignada no
ya al delito, sino al delincuente, que se configura -de acuerdo a una lógica de guerra-
como enemigo a examinar y suprimir antes que como ciudadano a juzgar. Hay un
pasaje terrible en el artículo apenas citado de Jakobs que explicita los fundamentos
axiológicos y las potencialidades expansivas de su doctrina del Derecho penal del
enemigo: “la persona en el Derecho”, escribe Jakobs18, “sólo puede ser tratada como
persona en la medida en que en lo fundamental se conduzca de manera conforme a la
norma: si se comporta permanentemente como un diablo, se convierte en un enemigo:
es decir en una no-persona”.
Entonces los delincuentes “permanentes” –sin que esté claro por cuáles delitos y
con qué grado de reincidencia o de habitualidad- son para Jakobs enemigos; aún más:
no personas. Pues bien, ¿cómo no ver la radical oposición de semejante concepción
del Derecho penal y del delincuente a los principios de igualdad y de dignidad de la
persona; mejor dicho, de la igual dignidad social de las personas establecida en todas las
constituciones avanzadas? En conclusión, esta doctrina del Derecho penal del enemigo
no sólo es totalmente coherente con la concepción de la ofensividad de Jakobs, sino
que representa el banco de prueba de sus significados e implicaciones autoritarias.
Toda la estructura del Derecho penal se ve con esto profundamente perturbada en sus
principios fundamentales: desde el principio de legalidad, que entonces se orienta a
la prevención de tipos de autor antes que de tipos de acción, al principio de igualdad,
disuelto por la diferenciación de los seres humanos en personas y no personas, hasta
las formas del proceso penal, dirigidas al examen de la persona y a la identificación del
enemigo que inevitablemente termina –no siendo mediada por la prueba de hechos
precisos de enemistad- en la punición de los sospechosos.
Un modelo así de Derecho penal, como he dicho al inicio, refleja sin lugar a
dudas las prácticas y tendencias de las modernas políticas seguritarias y de la
emergencia. Y tenemos que ser conscientes –incluso a la luz de su clamoroso
fracaso- de que esto equivale a una disolución del Derecho penal y a una negación
de la racionalidad penal.
Recht?”, en Zeitschrift für die gesamte Strafrechtswissenschaft, 2005, fasc. 4, pp. 117‑134. Remito, al
respecto, a L. Ferrajoli, “Il 'diritto penale del nemico' e la dissoluzione del diritto penale”, en Questione
Giustizia, 2006, n. 5, pp. 797‑812, traducido al español en Democracia y garantismo, ed de M. Carbonell,
Madrid, Trotta, 2008, pp. 234-250.
18 G. Jakobs, ¿Cómo protege el Derecho penal y qué es lo que protege?, cit., p. 5 [Sobre la normativización…,
cit., p. 46].
114 El principio de lesividad como garantía penal - L uigi ferrajoli
Bibliografía
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democrazia, Torino, Giappichelli, 1987.
ARTICULO
Revista Derecho - Año 2 edición 3: 23 - 40
Web: http://www.revistaderecho.pe E-mail: [email protected]
ISSN 2313-6944
RESUMEN
INFORMACIÓN DEL ARTICULO
El autor asumiendo una postura agnóstica de la pena en el
Art. Recibido: 14/01/16
Art. Aceptado: 03/06/16 marco de un derecho penal de garantías sostiene que los tipos
Art. Publicado: 18/12/18 penales no tutelan ni protegen bienes jurídicos, sino que pro-
híben algunas conductas particulares que los ofenden, y con
esa premisa, se dedica a deslindar la confusión entre el bien
PALABRAS CLAVE: jurídico lesionado y el tutelado como parte de las inconsis-
Bien jurídico tencias y contradicciones de la dogmática penal, finalmente
Tutela penal
Lesividad penal afirma que la ciencia jurídico penal conforme a su función de
Garantismo penal contención debe proteger los bienes jurídicos del descontrol
del poder punitivo.
23
Eugenio Raúl Zaffaroni
1 En el mundo anglosajón este límite legislativo se conoce como el harm principle y su formu-
lación se remonta a John Stuart Mill (en On liberty, 1859). El harm principle es atacado por
los juristas antiliberales anglosajones, conocidos como paternalistas. En realidad son preilu-
ministas que escriben en inglés y a veces en sentencias judiciales, pasadas piadosamente por
alto quienes pretenden continuamente ilustrarnos de liberalismo con las sentencias norteame-
ricanas
2 Esta es una de las conquistas más importantes de la modernidad, en que Welzel señala a
Christian Thomasius como su pionero, quizá inspirado en alguna lejana medida por Frie-
drich Spee, pero sin duda marcada por el pensamiento de Kant y no menos por el del propio
Feuerbach en sus primeros trabajos de juventud.
3 Es la vieja paradoja de Radbruch: el derecho es moral, justamente porque es la posibilidad de
lo inmoral. Sin esa posibilidad no hay espacio para la elección de la conducta y, por ende,
no hay mérito moral. Quien hace lo moral porque no tiene otro remedio, no tiene ningún
mérito moral.
4 El artículo continúa con el principio de reserva: Ningún habitante de la Nación será obligado a
hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe. Nuestra doctrina penal suele
denominar a todo el artículo como principio de reserva, pero está claro que se trata de una
disposición que rige para todo el derecho y, además, que contiene dos claras limitaciones o
principios diferentes: el de ofensividad en su primera parte y el de reserva en la segunda.
5 En realidad el texto del actual artículo 19º apareció en el Reglamento Provisorio de 1815.
Arturo Sampay se lo atribuye a Monteagudo y al presbítero Sanz.
6 Entre nuestros constitucionalistas del siglo XIX, fue José Manuel Estrada quien relevó mejor
la importancia de este artículo.
7 Cabe insistir en que en nuestro derecho positivo, en función de la letra expresa de la Consti-
tución, el harm principle no es una regla penal, sino jurídica general : es el poder del estado, en
cualquiera de sus manifestaciones –y no sólo el poder punitivo-, que no puede entrometerse
en la autonomía moral de las personas.
8 Sostenemos que el estado no tiene ningún derecho penal subjetivo, sino una potentia puniendi.
9 Es una consecuencia de la función sancionatoria y no constitutiva del derecho penal, que
puede verse con claridad desde Binding.
10 Sin contar con que el derecho penal es tradicionalmente refractario a las presunciones de esta
naturaleza.
11 Entendemos por derecho penal la ciencia jurídico penal, o sea, la elaboración teórica (o dog-
mática) de esta rama jurídica.
12 Veremos en un momento que este fue el camino seguido por los penalistas del fascismo
italiano.
13 Lo sostenemos desde En busca de las penas perdidas y luego en Derecho Penal, Parte General
con Alejandro Alagia y Alejandro Slokar.
14 En buena medida nos ha inspirado la tesis de Michael Marx, Zur Definition des Begriffs “Re-
chtsgut”. Prolegomena einer materialen Verbrechenslehre, Köln, 1972 y el Heidegger de Sein
und Zeit.
15 Lo sostenmos desde la Teoría del delito de 1973 y desde el Manual (1977).
16 La vida es, pues, el más disponible de todos los bienes jurídicos, pues la usamos a lo largo
de toda nuestra existencia; el estado también lo es, pues usamos de él permanentemente. La
identificación de disponibilidad con posibilidad de destrucción es falsa, pues la destrucción
no es la forma corriente del uso ni mucho menos, es sólo un extremo excepcional. De este
modo se obtiene un concepto reductor, con el que, entre otras cosas, queda descartado de
nuestro derecho positivo todo ejercicio del poder punitivo frente a acciones autolesivas (uso
de tóxicos prohibidos, por ejemplo) y a comportamientos personales por contrarios que sean
a los valores dominantes. La protección de la moral pública a que se refiere la Constitución se
agota en que nadie sea obligado a soportar ofensas a sus sentimientos (vilipendio de objetos
religiosos o de culto, espectáculos pornográficos que no quiere presenciar, etc.). Nuestra
codificación penal nunca tipificó el incesto, la homosexualidad entre adultos ni la blasfemia.
19 Esta era la idea originaria de Feuerbach, reelaborada por Birnbaum en 1834, que más con-
servadoramente prefirió inventar la expresión bienes jurídicos en lugar de derechos. Sobre esto
la reciente publicación de Guzmán Dalbora y Vormbaum en la reedición de los trabajos de
Birnbaum, Zwei Aufsätze, Über das Erforderniss einer Rechtsverletzung zum Begriffe des Verbre-
chens (1834); Bemerkungen über den Begriff des natürliches Verbrechens (1836), 2011.
20 Los estados latinoamericanos siempre fueron estados constitucionales de derecho, como
resultado del general modelo norteamericano, al que se apelaba como único republicano
existente en el tiempo de las organizaciones nacionales del siglo XIX. Esta afirmación, por
supuesto, es válida en el plano formal, que es en el que los penalistas elaboraron sus tesis, pues
son innegables las deformaciones históricas, como las repúblicas oligárquicas, las incontables
dictaduras militares y no militares y la larga marginación de las mayorías del protagonismo
político, reducida con esfuerzos de ampliación de ciudadanía real.
21 Esto último obedece a que hemos importado nuestra doctrina penal (y muchas otras) de la
europea continental de tiempos de los estados legales de derecho.
22 El extremo lo alcanzó el neokantismo de los tiempos nazistas: Schwinge, Zimmerl, Mezger.
23 Fue el camino seguido por los penalistas del fascismo.
24 Fue el ataque nazista de la llamada escuela de Kiel (Dahm, Shaffstein, aunque también
Gallas).
25 Así, el actual pensamiento sistémico normativista (Jakobs).
26 Los detalles de estas conceptuaciones se sintetizan en muchísimas obras muy bien documen-
tadas, como por ejemplo la de Miguel Polaino Navarrete, El bien jurídico en el Derecho Penal,
Universidad de Sevilla, 1974, o la más reciente de Gonzalo D. Fernández, Bien jurídico y
sistema del delito, Montevideo-Buenos Aires, 2004; la discusión actual en Alemania: Roland
Hefendehl, La teoría del bien jurídico, ¿Fundamento de legitimación del Derecho penal o juego
a abalorios?, Madrid-Barcelona, 2007.
27 En general según el orden del Decálogo, y desde Napoleón pusieron al estado en el lugar de
Dios.
28 Ver los casos que señala Gimbernat Ordeig en el prólogo al libro colectivo compilado por
Hefendehl.
29 La fabricación de tela púrpura por el riesgo de golpe de estado estaba prevista en el derecho
imperial romano; entre nosotros la asociación ilícita no parece ser muy diferente, si se consi-
dera que se consuma con el puro acuerdo de voluntades.
30 El pretexto fueron tipos de conductas contra el medio ambiente, individualmente inofensi-
vas, como orinar en un río.
31 Piénsese qué sucedería si todos nos dedicásemos sólo y exclusivamente a cuidar nuestro cuer-
po y salud, parando la producción y desbaratando la economía.
creaba la nación, que vive con la máxi- tradición. El hegelianismo había pro-
ma intensidad y en forma directa en porcionado elementos que opacaron el
las instituciones estatales, por lo que concepto de bien jurídico, reconstru-
la ley devenía sin más en una norma yéndolo como derecho objetivo, tenden-
ética y nacional. Así como el estado cia que llevada al extremo haría que el
creaba la nación, la ley creaba el de- único bien jurídico fuese en definitiva
recho, no habiendo nación fuera del el propio orden jurídico. Después de
estado ni derecho fuera de las leyes. l’Unità el país necesitaba una ideolo-
No existía ninguna separación entre gía que reforzara al estado (en especial
el orden legal y el de la comunidad, frente a la Iglesia en conflicto con éste),
ni entre el ilícito material y la lesión lo que dio ocasión a que por Nápoles
legal formal. En este sentido, señalaba penetrase el hegelianismo39. En 1913
Dahm que Binding y la escuela clásica Arturo Rocco dio otra vuelta de tuer-
se hallan vivos en el derecho penal fas- ca al concepto de bien jurídico al re-
cista37. definirlo como interés en L’oggetto del
El estado fascista hacía patente reato y su hermano Alfredo plasmó en
su autoridad mediante la creación del el Codice Rocco de 1930 la estatización
tipo en la ley, por lo cual, si bien man- completa de los bienes jurídicos, lo que
tuvo el principio de legalidad, no lo quedó clarísimo en su Proluzione al Re
hizo para limitar el poder del estado, : Como organismo político y jurídico, el
sino con el designio político de poner Estado se concibe como la población de
en evidencia la autoridad y el impe- un determinado territorio organizado
rium del estado. El delito es el choque política y jurídicamente bajo un poder
contra el orden autoritario creado por el supremo en modo tal de adquirir la ca-
estado y con ello contra la ley interior pacidad de querer y actuar como un todo
de la nación38. Del allí se desprende unitario, para la obtención de sus fines
que la lesión al bien jurídico haya sido colectivos y adquirir así una distinta y
considerada una lesión a la autoridad autónoma personalidad, al tiempo social,
del estado. política y jurídica 40.
Esta exaltación del estado era de No pocas veces e incluso igno-
raíz idealista y respondía a una larga rando la fuente, se invierten en sen-
37 Op. cit., pág. 15. No se refiere por cierto a la escuela clásica italiana, incuestionablemente
liberal, sino a la polémica alemana entre la escuela del positivismo legal de Binding y el cri-
minológico de Franz von Liszt.
38 Idem, pág. 15.
39 El normativismo positivista de Binding fue algo semejante en Alemania, aunque sin el apa-
rato ideológico del hegelianismo; de allí la afirmación de Dahm sobre su vigencia fascista.
40 Rocco, Relazione al Re, en Gazzetta Ufficiale, 26 de octubre de 1930. La reacción liberal
italiana a la estatización de los bienes jurídicos fue obra principalmente de Giuseppe Bettiol,
que en la posguerra propuso directamente la vuelta al Codice Zanardelli. La doctrina italiana
actual deduce el principio de ofensividad del principio del estado constitucional de derecho
de la Constitución de la Republica de 1947 (por ejemplo, Fiandacca-Musco).
41 No deja de tener un origen napoleónico, incluso remontable a la desconfianza hacia los jue-
ces por parte de los revolucionarios franceses.
42 Saltelli/Romano Di Falco, Commento teorico-pratico del nuovo Codice Penale, 1931, I, pág. 4.
43 Su existencia como escuela es bastante discutible; en materia penal fueron Dahm y Schaffs-
tein. Sobre esto y otros detalles, n. presentación a Dahm/Schaffstein, ¿Derecho penal liberal o
derecho penal autoritario?, Bs.As., 2011.
44 Lo primero que hizo Pol-Pot en Camboya fue matar a todos los jueces.
ejercicio del poder punitivo. Y fue pre- Fuera de este contexto cultural
cisamente con los autores de Kiel que tan sui generis hubo muchísimas dicta-
esta aberración jurídico-penal alcanzó su duras y genocidios, pero en casi todos
mayor precisión crítica y creativa. los casos sólo se han escuchado algu-
nos balbuceos simplistas de pretendida
Este fenómeno aberrante de los
justificación jurídica.
años treinta y obedeció precisamente
al altísimo nivel técnico de la ciencia Como tributarios de esa tradición
jurídico penal alemana y de su corpo- jurídica europea continental y en parti-
ración académica. cular alemana45 debe interesarnos este
Enfrentados a nuevas condicio- original fenómeno cultural, en especial
nes políticas, la mayoría de los pe- en momentos en que en el mundo se
nalistas académicos defendieron su observa un serio retroceso de los De-
subsistencia corporativa en el nuevo rechos Humanos46. Se impone revisitar
marco, para lo cual usaron las finísi- este particular sendero siniestro de hace
mas herramientas técnicas con que ha- ochenta años, para no ofrecer los mis-
bían elaborado su saber de contención mos flancos débiles y, de este modo,
del poder punitivo, pero para dinami- evitar el riesgo de reconstruir la línea
tarlo y liberar el curso de la masacre. Maginot47.
45 Es innegable la enorme difusión de la ciencia penal alemana desde los años cuarenta del siglo
pasado en Latinoamérica.
46 Prueba de eso son las recientes leyes norteamericanas contra el terrorismo y en modelo de
estalinismo financiero que asumen como estado-gendarme, con una hipertrofia exorbitante
del poder punitivo y del aparato represor.
47 Seguiremos profundizando este análisis en futuros trabajos, limitándonos aquí a su más sin-
tética exposición. Queda claro que esto nos alertará sobre los riesgos de racionalización de los
científicos y, por ende, de los jueces y legisladores, pero en modo alguno nos vacuna contra
el uso descarnado de la fuerza ni contra el ejercicio descontrolado del poder: los de Kiel no
inventaron a Hitler.
dos y pasar a hacerlo en razón de la que se había construido hasta ese mo-
posición en la comunidad52. mento54, sino un tipo de autor como
traidor a la comunidad55. Esta traición
Si bien no se caía en una genera- a la comunidad evidenciada en la le-
lización completa, era claro que toda sión al deber le dotaba de deshonor, lo
infracción compartía en mayor o me- hacía indigno del honor (Ehre), es de-
nos medida el carácter de una traición cir, no confiable por parte de la comu-
a la comunidad, que en modo alguno nidad del pueblo.
podía evaluarse por el resultado sino
por la intención (Gesinnung), lo que Como no podía detectarse al
desembocaba en un derecho penal de autor típico como traidor sin tener en
la voluntad (Willensstrafrecht)53, con- cuenta su voluntad (Willen) y su dis-
forme al cual lo importante era la de- posición interna traidora (Gesinnung),
mostración de la voluntad contraria a la culpabilidad no podía ser separada
la comunidad, o sea, que el infractor de la tipicidad. No era tolerable un
pusiese en evidencia su condición de injusto (Unrecht) separado de la cul-
traidor a la comunidad. De allí que la pabilidad (Schuld), por lo cual debía
tentativa se equiparase a la consuma- rechazarse la construcción estratifica-
ción, la tentativa inidónea a la idónea, da del delito, como expresión de una
etc. Así como en el positivismo peli- segmentación disolvente de la reali-
grosista no importa el delito sino la dad, propia del iluminismo56 y, por
peligrosidad revelada por el hecho o ende, sostenerse una teoría del delito
por mala vida, para el derecho penal como totalidad (als Ganzes).
nazista no interesaba tanto la tipicidad
legal, que era meramente demostrati- El problema lo planteaban los
va, sino la puesta de manifiesto de la que no eran partícipes del pueblo, a
calidad de traidor. quienes no les era exigible la fidelidad
(Treue) al ente biológico comunitario:
El deber no era el deber formal para éste reservaban medidas neutra-
(legal), sino el impuesto por la ética lizantes. Los extraños a la comunidad
de la comunidad. Esto llevaba en defi- del pueblo eran no personas y no se les
nitiva a un tipo de autor, que no era el podía considerar traidores. No eran
52 Esto ni siquiera se proyectó por imposible, pero a diferencia del fascismo, el nazismo no
logró sancionar un código propio, en razón de las intrigas de Hans Frank contra el ministro
Gürtner (cfr. Vormbaum, op.cit., págs. 199 y sgts.). Se sospecha que Gürtner fue finalmente
envenenado.
53 La referencia a la Gesinnung es muy anterior (por ejemplo, Allfeld, Der Einfluss der Gesinnung
des Verbrechers auf die Bestrafung, 1909), pero en los autores de Kiel se radicalizó.
54 El tipo de autor del neokantismo que volcaba hacia el autoritarismo pretendía que no come-
tía un hurto quien no era ladrón, ni asesinato quien no fuese asesino, etc.
55 Georg Dahm, Der Tätertyp im Strafrecht, 1940.
56 Para demoler la teoría estratificada aprovecharon muy bien las contradicciones e inconsisten-
cias del neokantismo autoritario, obstinado en mantener una matizada sistemática objetivo-
subjetivo.
sujetos del delito conforme al tipo de dad60. A su modo destacaban que res-
autor del traidor57. pondían a dos antropologías incom-
patibles61, lo que les permitía enunciar
Como la esencia del delito era la una superación, apelando a la ética del
lesión al deber (la Pflichtverletzung), la
supuesto ente biológico natural de la
esencia de todo delito sería una omi-
comunidad del pueblo.
sión de cumplimiento de un deber, con
lo cual la teoría del delito pasaba a
construirse sobre la base de la estructura 10. REFLEXIONES Y ALGUNA
omisiva. Todos los partícipes de la co- CONCLUSIÓN
munidad (Volksgenossen) se hallaban Si existiese un ente biológico,
–por ser tales- en posición de garante en el cual todos nos insertásemos
respecto de los valores del ente al que como en un panal u hormiguero, el
pertenecían, con los respectivos gra- planteo de Dahm y Schaffstein sería
dos de deber, según su posición den- inobjetable. Todos deberíamos respe-
tro del ente58. La fuente de esta posi- tar nuestros respectivos deberes ética-
ción d garante universal no podía ser mente impuestos y protegernos como
legal, con lo cual quedaba establecida conjunto de quienes no se adaptasen
la dictadura ética. a ellos y también expulsar a los ex-
En cuanto a la pena, su objetivo traños o diferentes. Si bien no es un
no era otro que la defensa de la comu- planteamiento análogo al positivismo
nidad del pueblo mediante el refor- peligrosista, no deja de haber algo que
zamiento de la ética comunitaria y la lo aproxima a las versiones más radi-
exclusión de los extraños y enemigos, en calizadas de este último. Esto obedece
pos de la configuración de la realidad a que ambos comparten un fondo de
conforme a los valores del ente vivo organicismo social. Todo indicaría que,
del pueblo. Para ello, desde su primer en una atenta relectura de la polémica
manifiesto59, los de Kiel explotaron las de Grispigni con Mezger62, el primero
contradicciones de sus predecesores, debiera estar más cerca de los de Kiel
que se movían por la doble vía, con que de Mezger (y quizá incluso, que
penas de culpabilidad y de peligrosi- del propio Alfredo Rocco).
57 La construcción arbitraria del sujeto tenía largos antecedentes: los que no habían superado el
momento subjetivo hegeliano, los inimputables, multireincidentes, habituales y profesionales
de las medidas de seguridad de la doble vía, etc., aunque desde la modernidad nunca se había
expresado tan claramente y basado en la pertenencia a una raza.
58 Reconocían incluso pertenencia a entes interiores de los que emergían posiciones de garantes
con deberes de actuar más estrictos.
59 Dahm-Schaffstein, ¿Derecho penal autoritario o derecho penal liberal?, cit.
60 El invento de Stooss para Suiza había calado incluso en los proyectos de Weimar, la exclusión
de los incorregibles provenía del Programa de Marburgo de von Liszt.
61 Caracterizaban a la pena de culpabilidad como liberal y a la de peligrosidad como socialista,
con lo cual aparecía la ética de la comunidad del pueblo como superadora de estas parciali-
dades políticas.
62 Filippo Grispigni / Edmund Mezger, La reforma penal nacional-socialista, EDIAR, 2009.
MAGNA CARTA
LA DOGMÁTICA PENAL COMO
GARANTÍA DEL ESTADO
CONSTITUCIONAL DE DERECHO
Legales
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Queda hecho el depósito que exige la Ley 11.723
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2021
¿DERECHO PENAL DE VOLUNTAD O
DERECHO PENAL DE LESIÓN?
Alejandro Alagia4
gran caída de la idea del derecho humano de que no puede haber castigo
ni trato punitivo sin lesión es la idea del bien jurídico. Nosotros nos for-
mamos en la escuela del Derecho con el sentido común de reemplazar la
idea del daño por la idea de bien jurídico. El bien jurídico puede ser cual-
quier cosa, el sano sentimiento del pueblo, el derecho del proletariado, la
salud pública, la fe pública, incluso la idea del interés jurídico. A fines del
siglo XIX, el concepto fue desmaterializando la idea de daño y lesión de
un derecho humano. Ese es un camino, el de pensar que las leyes penales
tutelan o se activan frente a la lesión de un bien jurídico. Ese es un paso
hacia la decadencia de este derecho humano que fue tempranamente
constitucionalizado en la historia latinoamericana.
El otro camino es más conocido, no me voy a detener porque no tiene
como fuente al Derecho penal, sino más bien a la criminología, que fue
el camino del positivismo racista. Cuando hablábamos de Derecho penal
de voluntad y Derecho penal de lesión, la idea de “voluntad general” tam-
bién tiene como fuente no tanto una matriz normativa, más dogmática,
sino que tiene como fuente a la medicina, a la psicología médica de fuerte
impronta positivista. El Derecho penal de autor es una vía, por la cual
transitó un Derecho penal de voluntad, que en América Latina también
fue muy importante, sobre todo en México y en Argentina, cuando los
médicos le disputaron a los jueces el territorio de la economía del castigo,
incluso al plantear que no era tan importante el delito ni el castigo, sino
las herramientas para combatir a las clases peligrosas, expresamente
el síntoma de peligrosidad, y las medidas de seguridad indeterminadas,
sin precisión ni límite.
Pero hay un camino muy interesante que marca un antecedente
conservador, pues el Derecho penal de voluntad logra su cumbre con el
Derecho penal nazi. Las escuelas nazis de Derecho penal lograron un
refinamiento que no habían conocido, pero no inventaron nada, sino que
existe una bibliografía cada vez más amplia para repensar con qué cul-
tura dogmática se formó nuestra generación en los estudios del Derecho
penal. Nos formamos con autores directamente nazis, filonazis o fuer-
temente conservadores de tradiciones autoritarias, como fue la cultura
MAGNA CARTA 47
alemana, que pasa de una monarquía a un imperio entre los siglos XIX
y XX. Incluso, hay una obra que influye a otras obras normativas muy
importantes, que está en todos los manuales de enseñanza europeos y de
América Latina porque el autor polemiza a Kelsen acerca de lo que viola
el Derecho penal es una norma, esa norma no es la ley, sino que es una
norma que se deduce de los tipos penales.
Esta es una fuente importantísima para pensar por qué aparecen
muchas líneas de investigación y pensamiento sobre la idea de que la
tutela ya no se viola, matar a una persona no es dar muerte a un ser
humano, sino que matar a una persona es violar una norma. Ya no es
importante el muerto, sino que el delito se consuma y habilita el cas-
tigo, no tanto por la existencia de una víctima, sino por una relación entre
el autor y la autoridad. Así, aparecen los síntomas de la idea que se va a
consolidar, no solamente durante el nazismo, sino que increíblemente,
aunque parezca mentira, en la posguerra alemana.
La idea del delito como violación del deber, que es el planteo final
de Binding, lleva a sostener que el delito de homicidio no es matar a
una persona, ni tampoco robar es producir un perjuicio económico,
pues no se trata de un hecho físico, material o de una lesión al derecho
de otro, sino que es una especie de parricidio atenuado, es decir, todo
delito implica una traición que Binding llama “delito de insumisión”.
Esto después lo retoma el Derecho penal nazi. Zaffaroni escribió hace
poco la historia del Derecho penal nazi, donde aparecen varias líneas, es
una época de totalitarismo penal que tiene varias corrientes, no es tan
lineal como uno cree, pero claramente hay una idea general de pensar
un Derecho penal de voluntad y, al mismo tiempo, un Derecho penal
como infracción de deber. El nazismo retoma esa tradición conservadora
anterior, que hoy podemos ver en el Derecho penal contemporáneo ale-
mán, con una influencia importante en la educación de América Latina,
en donde sin ninguna autocrítica se vuelve a plantear, la construcción de
reglas de imputación sobre el concepto de delito como voluntad, a través
de una corriente que proviene del finalismo, que es una radicalización de
la idea del contenido de la voluntad, en el sentido de hacer de la tentativa
48 GABRIELA LAURA GUSIS Y NADIA ESPINA (COORDS.)