¡No Te Enamores de Mi!

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¡NO TE ENAMORES DE MÍ!

CINTIA SANTIAGO
¡NO TE ENAMORES DE MÍ!
Cintia Santiago Moreno
ISBN 9798396824171
Sello: Independently published
Diseño cubierta; Mireya Murillo (wristofink)
ⒸCintia Santiago moreno, Junio 2023 (Safe Creative)
Quedan totalmente prohibida, sin la autorización por escrito del titular
del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción
parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución
de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamos públicos.

Todos tenemos un mundo interior secreto que no


queremos que vea nadie.
Creemos que si descubren quienes somos en realidad,
nos abandonarán.
«Que ironía de la vida…

Que llegue una persona para borrar tus inseguridades, tus miedos, tu dolor y
que al final sea esa misma persona la que te deje con otros nuevos.

Aunque para ti fuese el final de una historia más, para mí sería el inicio de
un amor que me dejó sin volver a nadie más».
1
SAMY

¿De verdad estoy haciendo esto? Es decir, lo quiero.


O eso creo.
Vamos a ver… Exactamente, ¿qué es el amor?
Espera, no es que no lo sepa. Por supuesto que lo sé. Lo he visto cada día
desde que nací. En mis padres, quiero decir. Siempre se han querido, con
sus más y con sus menos, pero siempre han dado lo mejor de cada uno para
que el otro estuviera bien. Se respetan, son fieles, se ayudan… Sé que se
quieren por cómo mi padre sigue, después de tantos años, mirando a mi
madre cuando esta no lo ve. Ese brillo que irradian sus ojos como si ella
fuera su antídoto para vivir.
También lo percibo cuando mi madre piensa primero en mi padre antes
que en ella misma, en cómo lo hace reír… Si eso no es amor que venga
alguien y me lo explique, por favor. Con ellos he entendido que el
matrimonio, o simplemente el pasar el resto de tu vida con alguien, no es
«prometo amarte hasta que la muerte nos separe», es «prometo tomar la
decisión consciente de amarte incluso cuando sea difícil porque nadie es
perfecto pero tú lo vales».
El AMOR DE VERDAD no espera nada a cambio. El amor puro consiste
en amar desinteresadamente. Eso quiere decir que si queremos a esa
persona no le podemos exigir a su vez que nos quiera. No podemos ponerle
condiciones. Incluso si con ello tenemos que estar dispuestos a perderla.
También lo he vivido con mi hermana mayor, Bárbara. Si supierais como
conoció a su marido, fliparíais. Bueno, a ver, quizá no sea una pasada de
historia, pero tal y como ellos lo describen tuvo que ser mágico. Ella y sus
amigas fueron de viaje al sur de Italia, alquilaron una casita durante quince
días. Allí conoció a Máximo, un hombre que tiene pinta de pertenecer a uno
de los clanes de la mafia, pero que en cuanto lo conoces realmente sabes
que no sería capaz de hacerle daño ni a una mosca. Mi hermana y él se
conocieron a tan solo un par de días antes de que ella y sus amigas tuviesen
que volver a casa. Según cuenta mi hermana, los momentos que pasaron
juntos fueron de película y, al parecer, tan intensos que cuando ella regresó
a España, a la semana de estar aquí, aquel chico vino a buscarla. Ahora,
llevan diez años juntos y a día de hoy sigo siendo testigo de cómo a mi
cuñado se le cae la baba con tan solo verla y cómo a mi hermana se le
encoge el estómago cuando este la sorprende, la halaga o la besa.
Ya puestos, os contaré que también tengo un hermano más pequeño; con
quince años. Tampoco hay mucho que hablar de él, pues se pasa el día
jugando a videojuegos frikis —lo llamo así porque no entiendo esos juegos
con los que se entretiene durante horas y, porque en el fondo, me gusta
meterme con él. Aunque lo quiero con toda mi alma, pero mejor que eso
quede entre nosotros. —Como digo, es el más pequeño y aún no ha
experimentado eso de enamorarse. Además está tan obsesionado con esos
videojuegos que tampoco lo veo muy por la labor. Así que no me sirve
como referente en el amor.
Y luego, estoy yo. Que estoy a punto de coger un avión para visitar a mi
novio.
¿Cómo lo conocí? Pues allá va…
Que por cierto, me entró por el ojo desde el momento en el que lo vi, la
verdad sea dicha.
Sin embargo, hago aquí un inciso, tengo que ser sincera con vosotros,
nunca he llegado a sentir ese cosquilleo que se supone que tienes que sentir
al verlo.
Me llamó la atención en cuanto lo divisé cuando mi amiga y yo
pasábamos por una plaza. Es un par de años mayor que yo, es decir, cuando
nos conocimos yo tenía diecisiete, ese verano cumplí los dieciocho, y él
veinte.
Yo no estoy segura al cien por cien de que se diese cuenta de que ni
siquiera existía.
Maca, una de mis mejores amigas desde la infancia, me pidió que la
acompañara a ver algo en una tienda. Ambas nos criamos en una de las
ciudades más bonitas de Andalucía. Su padre era de Cataluña y su madre,
granadina. Todos los veranos los pasábamos juntas con nuestras familias, ya
fuese viajar a una ciudad o a otra. El caso es que me invitó a pasar unos días
con ella a Barcelona. Era la primera vez que viajaba sola en avión. Las
veces anteriores solíamos viajar todos en furgoneta. Nuestras familias
encajaron a la perfección cuando Maca y yo éramos unas crías y ambas
familias fueron avanzando de forma paralela en la amistad según mi amiga
y yo crecíamos. Sin embargo, conforme Maca y yo nos hacíamos mayores,
ambas familias fueron cambiando. Siguen en contacto, pero desde que
Beatriz; la madre de Maca, y Jordi; su padre, se divorciaron, todo cambió.
Aún así, como he dicho, todos los veranos desde que tengo uso de razón,
los pasamos juntas.
Aunque solo me faltaban unos meses para cumplir los dieciocho, siempre
fui muy obediente con mis padres, si es que se le puede llamar así. Que
fuera a cumplir la mayoría de edad tampoco aporta nada realmente, no es
un dato por el cual yo estuviera deseando tenerlos para hacer todo aquello
que ellos me «prohibiesen» porque, sinceramente, nunca llegaron a
prohibirme nada. Siempre hemos tenido una relación muy estrecha. Yo
confío en ellos y ellos confían en mí. Mi familia es una parte muy
importante en mi vida y realmente no veo el sentido a llevarles la contraria
por el mero hecho de seguir con las «reglas adolescentes» cuando no me
han dado nunca ningún motivo para tener que hacerlo. Yo jamás los he
defraudado y ellos a mí tampoco. Ya me iréis conociendo, pero no era la
típica chica que se quejaba constantemente si no la dejaban salir de fiesta
tan a menudo como al resto de mis compañeras de clase, o cosas por el
estilo. Los entendía, el mundo es cruel y las personas que lo habitan más
aún. A pesar de eso, siempre he tenido bastante libertad.
Me considero una chica más. Del montón. No solía, ni suelo, destacar
entre la gente. O eso pienso yo. Y mucho menos entre las chicas que me
rodean. Todas ellas con piernas kilométricas, cuerpos despampanantes y
melenas cuidadas y sedosas. ¿Cómo es posible que tengamos la misma
edad? Si parecen modelos sacadas de revistas.
Yo, Samantha María Díaz —el tema de mi nombre es algo complejo,
pues mi madre quería un nombre de toda la vida y mi padre todo lo
contrario, así que lo echaron a suertes. Está claro quién ganó, pero mi
madre es una cabezota y decidió ponerme el segundo nombre que le dio la
gana;— Samy para los amigos, tengo una estatura medianamente normal,
ojos verdes, pestañas densas, nariz y mejillas salpicadas de sutiles pecas y
una melena pelirroja que a día de hoy aún me cuesta domar para que no
parezca un nido de pájaros. Herencia de mi madre. Aunque en mi defensa
diré que cuidarla se me da mucho mejor que a ella.
¿Y sobre mi carácter? Ya he dicho que siempre he intentado ser una
buena chica, ¿no? Vale, pero tengo genio… No quieras ir de listillo
conmigo porque llevas las de perder. Mi padre dice que le saco de quicio la
mayoría de las veces. Según él soy muy testaruda y mucho más cabezota
que mi madre. Y creedme, eso es mucho decir. Pero sí, las cosas conmigo
claritas y el agua cristalina. Sin embargo, os contaré un secreto, es solo un
mecanismo de defensa. Lo que saco a relucir cuando me siento inferior o
menospreciada. Siempre he tenido ese… «problemilla». Sobre todo a raíz
de un chico con el que salí cuando tenía dieciséis años. El cual hizo darme
cuenta de que yo tampoco valía tanto y no tenía nada especial por lo que
quedarse a mi lado. Quizá fuese cosas de críos, o quizá no, pero fue duro.
No sabemos el daño que podemos hacer a las personas sin antes medir
nuestras palabras.
Al caso, que me ando por las ramas…
Por eso me resultó tan extraño que el chico que se coló en mis retinas me
hablase nada más pasar por su lado y que tras conseguir llamar, mucho más,
mi atención me invitase a tomar algo esa misma tarde.
Tengo que decir que tampoco me fío un pelo de nadie.
Es muy extraño, porque siento como si su propio olor personal ya me
avisase de que hay algo por lo que estar en estado de alarma, avisándome
como si fuera un gran cartel de anuncio de carretera que no es trigo limpio,
que esconde algo, que no va a ser bueno para mí… Me pasa con muchas
personas y rara vez ocurre lo contrario, así que él no iba a ser menos por
muy guapo y sexi que fuera. ¿Se pensaba que iba caer tan fácilmente? Se lo
tenía muy creído, enfundado en sus vaqueros algo ajustados; los cuales le
hacían marcarse su trasero, una camiseta blanca bajo una chupa negra y su
pelo demasiado repeinado, como si hubiera empleado mucho tiempo para
su cometido. Sus ojos verdes irradiaban seguridad. Describiéndolo así
pareciera que estoy hablando del mismísimo John Travolta en la película de
Greese.
Si mi vida fuera la típica película americana ambientada en el instituto, él
sería el guaperas «cantante de rock» al que todas las chicas idolatran porque
es popular y peligroso. Y no voy a negaros que eso me echó un poco para
atrás y dudé en pasar por su lado. Si hay algo que me faltara a mí, y me
falta, es seguridad en mí misma. Estaba como un queso y tenía esa doble
cara de malote y de chico amable. ¿Es eso posible? Vamos, que estaba
bueno que te caes de espaldas, pero desde siempre se lo ha tenido muy
creído. Pretencioso y muy obsesionado con llevar siempre la razón. Y
llamar la atención, también.
Sin embargo, pasado este tiempo, tras esa fachada pienso que no tiene
nada que ofrecerme. Y eso, en plena adolescencia puede que no te importe
tanto, pero ahora, a punto de entrar en la veintena, resulta algo
decepcionante.
Y aún así, sigo con él.
Si lo pienso bien… ¿cómo pude fijarme en alguien tan superficial cuando
yo soy todo sentimental?
No sé con qué tipo de chicas acostumbraba a salir, pero una cosa tenía
clara, yo no era ellas.
Después de estar flirteando conmigo un buen rato, descolocarse tras mi
primera negación y notar que su ego caía empicado rodeado de sus amigos,
accedí a quedar con él. Con una condición, por supuesto. Debíamos quedar
en grupo. El podría ir con sus amigos si le apetecía y yo con las mías. ¡Ah!
Y en algún sitio público. No me fiaba ni un pelo…
Hablemos claro, era un chuleta de cuidado por muy bueno que estuviera.
Pero… ¿qué queréis que os diga? a todas en algún momento de nuestra
vida nos ha llamado la atención el típico chuleta de turno. Y yo caí. Caí,
pero de lleno.
Fuimos a tomar un café. Empezamos a charlar y las horas pasaron
volando. La cuestión es que aquel chico, finalmente, tocó algún botón de mi
lastimado corazón y a las semanas empezamos a salir. Siempre ha sido un
embaucador.
Desde entonces llevamos un año y medio. Y por eso estoy aquí hoy,
esperando a pasar el control de seguridad para coger un vuelo a Barcelona y
darle una sorpresa. Todo este tiempo hemos llevado la relación a distancia.
Yo en Madrid, compaginando mis estudios de psicología con mi trabajo de
camarera en un bar y así ayudar a mis padres con los gastos, y él en
Barcelona trabajando en un pub por las noches.
Tuvimos una discusión por teléfono algo más acalorada de lo habitual. Le
eché en cara que no se cogiera unos días para venir conmigo a Granada y
poder celebrar mi cumpleaños con mi familia y amigos. A lo que respondió
que siempre era él quien se desplazaba a Madrid para vernos y esta vez no
iba a poder ser porque tenía mucho trabajo. En mi defensa diré que sigo
teniendo mucho miedo a volar. Joder, esos aparatos del demonio vuelan a
miles de kilómetros de altura y los pilota un tío que puede pasarle algo en
cualquier momento. Llamadme loca si queréis.
¡Ah! Que quede clara una cosa, por mucho que diga que siempre es él
quien va a verme, no es verdad. Lo que le gusta es hacerse la víctima
cuando algo no sale como él quiere. Siempre hace eso. Se le da tan bien.
Como cuando se enfureció porque tenía una cena con mis compañeros de
trabajo y le dije que no pensaba cancelar el plan porque él no estuviera
conmigo. Consiguió que me sintiera mal al hacerme ver que lo único que él
quería era estar conmigo para que no me pasase nada. Fue la primera vez
que me di cuenta que nunca le di un «no» por respuesta.
Aunque, puede que tenga razón… yo, tan solo quería celebrar mi
cumpleaños con él y poder pasar tiempo juntos.
Lo que menos quería era que nos enfadásemos. Paul es mi novio y, como
he dicho antes, aunque no haya experimentado esas mariposas de las que
todo enamorado habla; yo la primera, creo que… ¿le quiero?

En breve abrirán la puerta de embarque y me montaré en ese condenado


trasto para sorprenderle…
Pero antes, necesito un café. Y sí, puede que la cafeína no sea muy
acertada dado mi estado de nerviosísimo y sean las ocho de la tarde. Pero a
mí el café me relaja. O más bien no el líquido en cuestión, sino el hecho de
tener esa bebida entre las manos y aliviar la mente.
Lo dicho, necesito uno, por favor.
2
ERICK

Hace un par de horas que salí de las oficinas de la revista con todos
dándome la enhorabuena. Estoy contento por ello, no lo niego. Aún así,
cuando me embarqué en esta aventura nunca pensé que acabaría
fotografiando a modelos para campañas publicitarias. Yo quería ir más allá.
Llevarlo a otro nivel. Viajar por el mundo y plasmar los sentimientos en
esas fotografías y quizá, algún día, exponerlas.
De momento, este es mi trabajo, me da para comer y tener una vida más
que desahogada. Y eso es justo lo que necesito para no tener que depender
de él y de su asqueroso dinero.
Es la tercera vez que cuelgo la llamada. No sé qué cojones hace
llamándome. Después de lo que me dijo hace unos días no quiero ni
escucharlo.
Perfecto, y ahora ella. Vuelvo a pulsar el botón rojo y guardo el móvil en
el bolsillo de mi pantalón. Mi madre siempre intenta mediar entre nosotros,
pero ni aún así haré lo que me pide.
Conseguí este trabajo gracias a mi esfuerzo y pasión. No le debo nada.
No quiero nada de él. Su mundo no es el mío. Por lo que a mí respecta, mi
padre puede irse al mismísimo infierno.

He estado haciendo fotos a la gente mientras espero. A la pareja que


discute por ver quién de los dos lleva razón en cuanto a la dirección que
deben tomar para embarcar y la cual está a punto de mandarlo todo a la
mierda. El señor enfundado en su caro traje y con su maletín de piel a buen
recaudo junto a él mientras espera a ser atendido en un restaurante del
aeropuerto. Una familia de cinco miembros; ella portando al bebé en un
pañuelo atado a su cuerpo y tirando de varias maletas donde supongo lleva
todo lo necesario para ese crío, y él con otro de los niños sobre sus hombros
a la par que arrastra otra maleta. Justo a su lado un chaval más mayor con
su mochila a la espalda y centrado en el móvil que sostiene entre las manos
ajeno a todo lo que sucede a su alrededor y, probablemente, asqueado por
tener que hacer ese viaje familiar en lugar de quedarse en casa con sus
colegas.
Podría tirarme así horas, observando y disparando. Puede que no sea algo
normal y que invado su intimidad, pero me entretiene y hace que me evada
de todo.
Observo a través de la lente y, simplemente, el mundo desaparece.
Cuando enfoco a alguien puedo ver su interior y, tal vez, un poco el mío
también. Además, este tipo de fotos solo son para mí. Nunca muestro algo
tan personal. Sus secretos están a salvo a conmigo.
La fotografía me parece un mundo fascinante. Se puede saber tanto de
una persona a través de una lente mientras pillas a esta entretenida. En su
mundo. Sin ser consciente de que alguien la observa. Como esa chica que
ha aparecido en mi radar como por arte de magia. A simple vista puede
parecer que no es distinta al resto pero, sin duda, capta toda mi atención.
Pelirroja y con una melena larga. Sus shorts vaqueros, y algo
desgastados, muestran unas piernas blancas y, por lo que puedo ver desde el
otro lado de la cámara, parecen suaves, muy suaves. Ahora me centro en su
rostro; dulce, angelical. Sus ojos verdes irradian luz bajo unas gruesas y
tupidas pestañas. Una pequeña constelación de pecas, casi inapreciables,
adorna su nariz. Ahora enfoco hacia sus labios, sonrosados y carnosos. No
tiene esa belleza superficial a la que estoy acostumbrado a ver cuando
fotografío a todas esas chicas que aparecen en las cubiertas de las revistas,
aunque sin duda podría aparecer en una sin necesidad de recurrir a rectificar
nada ni usar el Photoshop. Su belleza va más allá. Y tampoco se parece a
todas las mujeres que mi padre solía meter en mi cama.
Cabeceo para apartar eso último de mi cabeza y sigo observándola.
Habla por teléfono y está frente a una máquina expendedora. Parece
cabreada por que el trasto no le acepta las monedas. Está a punto de
propinarle una patada al montón de cosas que ha dejado a su lado, pero
parece que cuenta hasta diez para calmarse. Se despide con quién estuviera
hablando, guarda el móvil en el bolso y vuelve a introducir las monedas,
consiguiendo el mismo resultado; que la máquina se lo devuelva. Estoy casi
al cien por cien seguro de que sabe que puede pagar con tarjeta pero que se
ha empeñado en hacerlo con efectivo y no acepta un «no» por respuesta.
Parece que se da por vencida y empieza a recoger todos los bultos que ha
dejado a su alrededor.
Mi intención es levantarme para acercarme a ella. Supongo que para
tratar de ayudarla. La verdad es que no sé porqué lo hago, pero me sale de
manera inconsciente.
En ese instante un chico alto y rubio, que a simple vista parece
extranjero, se acerca a ella apoyando una mano sobre su espalda. La
pelirroja le entrega las monedas y este comienza a frotar cada una de ellas
en un lateral de la máquina.
Me da por resoplar.
Le dedica una sonrisa, con doble intención, estoy seguro de ello, e
introduce las monedas en ese trasto. Teclea un par de números y… ¡et voilà!
El café frío que tanto deseaba esa chica ya está en sus manos.
Se ve que el chaval no se da por vencido, le suelta cualquier halago y
hace amago de presentarse con dos besos.
Sin embargo, ella aleja la distancia entre ambos y le tiende la mano para
responderle al saludo. Coge sus cosas, le da las gracias y se marcha
apresurada.
Yo, no sé porqué, me siento aliviado y una media sonrisa se dibuja en mi
cara.
He perdido la noción del tiempo y escucho por los altavoces la última
llamada de mi vuelo. Guardo el objetivo en su funda y cierro la cremallera
de la mochila.
Hoy se me ha hecho eterna la espera y estoy deseando subirme a ese
avión, llegar a casa y descansar.

Camino por el estrecho pasillo del avión intentando no propinarles golpes


con mi mochila colgada de un hombro a los pasajeros que ya están sentados
en sus respetivos asientos.
Estoy llegando a mi número de butaca cuando su presencia me
sorprende. Vuelvo a dibujar esa media sonrisa en mi cara. Hacía mucho
tiempo que ni si quiera me obligaba a hacer ese simple gesto pero, con esta,
ya van dos en menos de unos minutos.
Avanzo hacia ella y llamo su atención.
3
SAMY

Por un momento me había agobiado. Creía que había mucha más gente
cuando avanzaba la fila en el embarque.
Me ha tocado la ventanilla, pero aprovecho que el avión no va tan
ocupado para quedarme con el asiendo del pasillo. Así no tendré que ver
cómo coge altura este aparato y cómo aterrizará después.
Coloco el portátil a mis pies para sacarlo más tarde y cojo mis auriculares
del bolso para escuchar música. Quizá así me evada un poco y no me centre
tanto en el vuelo.
Justo en el momento en el que me acomodo en el asiento y me abrocho el
cinturón, a pesar de que el comandante aún no ha dado la orden de hacerlo,
un chico me toca el hombro.
—Disculpa, ese es mi sitio.
¿En serio? Joder, hay infinidad de asientos libres y le ha ido a tocar a mi
lado.
Su aspecto me llama la atención. Tiene un corte de pelo medio, moreno,
y mechones rebeldes que apuntan en todas direcciones. Como si ese
peinado de «me acabo de levantar» fuese su peinado habitual. He de
reconocer que le sienta bien. Una sutil barba encuadra su rostro. Sus cejas
negras y con personalidad son anfitrionas de unos ojos castaños oscuros.
Lleva una camiseta blanca de manga corta dejando al descubierto sus
brazos musculados y tatuados. Tiene demasiados. Tatuajes, que no
músculos. Aunque de estos también. Y captan por completo mi atención.
Parece no tener ni un trozo de piel sin tinta. Puedo diferenciar serpientes
alrededor de sus brazos, espadas, flechas, algunas rosas de diferentes
tamaños… Parecieran que no tienen coherencia entre sí pero a la vez como
si todos guardaran relación. En concreto, uno de ellos me llama bastante la
atención. O al menos la parte que se ve por debajo de la manga de la
camiseta y adorna su bíceps derecho y toda la zona externa del brazo; la
esfera de un reloj con números romanos y agujas antiguas marcando una
hora y con la sombra de lo que parecen dos personas abrazadas, una más
mayor que otra.
Durante unos segundos me quedo embobada observándolos e intentado
saber qué más esconde ese diseño hasta que vuelve a hablarme.
—Oye, ¡disculpa! —lo miro a los ojos y me quito un auricular de la
oreja.
—Perdona, ¿qué?
—Que estás sentada en mi asiento.
—Ah, sí, claro… —miro a mi alrededor y hago amago de desabrocharme
el cinturón —Verás… es que no me gustan demasiados los aviones y si me
siento en la ventanilla probablemente la líe, vomite o cualquier otra cosa.
¿Podrías sentarte tú ahí? —esperanzada, espero un sí por su parte.
—Ya, entiendo —bien, después de todo parece que me cederá su lugar.
—Sin embargo, prefiero mi asiento, gracias. ¡Ah! Y correré el riesgo en
cuanto a tu fobia a volar.
—Per-fec-to —respondo de mala gana y me levanto mirándolo desafiante
—. Gracias por nada —sonrío sarcásticamente, acomodándome en el sillón
contiguo.
—De nada —¿y tiene el descaro de responderme?
Se quita la mochila que cuelga de su hombro y la sube al compartimento
de arriba. Al hacerlo, la camiseta se le eleva sutilmente dejando a la vista la
zona baja de su abdomen, en la cual tiene dibujada un cuchillo en el lado
izquierdo y un escorpión en el derecho. Los vaqueros le caen ligeramente
en sus caderas y el comienzo de una uve muy marcada llama mi atención al
instante. Lo sigo observando de reojo, pero entiendo que he sido demasiado
descarada al escuchar como carraspea cuando sabe que lo observo. Aparto
lo más rápido que puedo la mirada con las mejillas encendidas, intentando
disimular, y se sienta a mi lado.
En los siguientes minutos, presto gran atención a las azafatas que
explican todo lo que debemos saber en caso de que pase algo o tengamos un
accidente, que visto así no sé si es mejor o no saberlo porque me entra el
canguelo nada más imaginar que pueda ocurrir una desgracia.
En cuanto el avión empieza a recorrer la pista y coge velocidad me
obligo a cerrar los ojos e intento respirar con calma. En el momento en el
que todo mi interior, y los órganos que hay en él, sienten el ascenso del
cacharro agarro fuertemente lo primero que tengo a mi derecha. Abro un
ojo para mirar por la ventanilla, pero lo cierro de nuevo en el instante en el
que me cercioro de que el avión aún no ha llegado a lo más alto.
—Pienso que ya ha pasado lo peor —una voz grave a mi derecha me
hace volver y abrir los ojos en el acto.
—Sí, parece que sí —respiro aliviada.
—¿Crees que podrías devolverme la mano?
¡Oh! Qué vergüenza, madre mía.
En el momento en que escucho esas palabras dirijo mi mirada a ella.
Levanto la mía y lo dejo libre de mi agarre. Me quedo mirando fijamente
sus nudillos, también tatuados. Tiene unas manos bonitas y muy varoniles.
—Perdón. Ha sido un acto reflejo. Lo siento mucho, yo…
—Te da miedo volar, ya —aparta su mano del reposabrazos, abriéndola y
cerrándola varias veces, tratando así despertarla del entumecimiento que le
he causado—. Tienes fuerza, pelirroja.
Es escuchar ese apelativo con su voz y todo mi cuerpo tiembla por
dentro.
4
ERICK

—Enserio, lo siento mucho. No era mi intención…


—Tranquila. Me alegro de haber podido ayudarte a que el despegue haya
sido más… ¿tranquilo? —nuestras miradas se cruzan y vuelvo a esa media
sonrisa.
Ya van tres.
—Sí, gracias. Mucho mejor.
Termina rápidamente con la conversación y saca su portátil de la funda
en la que lo guarda. Lo enciende, lo coloca sobre su bandeja delantera y se
coloca de nuevo los auriculares. Indirecta de que no piensa hablar más y
corta de raíz.
No me queda otra que apoyar la cabeza en el respaldo, cerrar los ojos y
descansar. Ha sido un día agotador.
Al cabo de un rato, no puedo evitar entreabrirlos y observarla. Algo de
ella me incita a hacerlo firmemente.
Mueve levemente la cabeza y hace lo mismo con los labios, como si
estuviera tan metida en la canción que está escuchando que no se da cuenta
hasta pasados unos minutos que la observo embobado mientras ella escribe
lo que parece… ¿una novela? Sí, eso, y por lo poco que he podido leer es de
romance.
—¿Eres escritora de novela romántica? —Me atrevo a preguntar.
Ella está tan metida en la historia que responde lo que le sale del corazón
sin pensar en las palabras.
—Es solo un hobbie. Me gusta leer y escribir prácticamente de todo. Sin
embargo, las novelas románticas me hacen sentir esas mariposas que nunca
he experimentado en la vida real…
Me observa de reojo, atenta a mi gesto porque al parecer piensa que ha
hablado de más. Luego, como si no hubiera dicho nada, vuelve a fijar los
ojos en la pantalla.
En pocos minutos, termina con lo que estaba haciendo y pasa a ver varias
fotos que han ido apareciendo en su portátil durante un buen rato.
—¿Te interesa lo que estoy viendo? —se gira hacia mí quitándose los
cascos al percatarse en cómo la miro.
—Para nada. Es solo que… ese tío no tiene una mirada limpia —señalo
con la cabeza.
Ella vuelve a mirar la pantalla iluminada en la que un chico moreno
abarca casi todo el ángulo del encuadre dejando a la pelirroja en un segundo
plano.
—¿La mirada… limpia? Este chico —señala la foto con su dedo —es mi
novio. Bueno, si es que lo sigue siendo, porque a estas alturas ya no sé
nada… ¿Y se puede saber qué quieres decir con lo de la mirada limpia?
Me recoloco en el asiento y tenso la mandíbula. Quién me habrá
mandado a mí a meterme en estos temas.
—Pues que tiene una mirada turbia.
—Ah, bravo —aplaude casi en silencio—. Si no me lo llegas a decir…
Sé el antónimo a limpia, gracias.
Vuelvo a sonreír mientras me observa levantando sus cejas y esperando
que le dé la explicación que le debo.
Suspiro, viendo que no se da por vencida y quiere saber a qué me refiero.
—Quiero decir que su mirada no es transparente, pura, clara… esconde
algo y no parece que tenga buena intención. Además, ocupa todo el
encuadre dejando en un segundo plano aquello que sí irradia luz.
Me observa perpleja.
—¿Y según tú, qué es lo que sí irradia luz? —quiere saber.
—Tú —carraspeo al ver su cara—. Quiero decir… tu mirada, sí es limpia
—intento salir del embrollo en el que me estoy metiendo. Sigue mirándome
con los ojos como platos y yo hago todo lo posible para cambiar de tema—.
¿Y a qué vas a Barcelona?
—A estar con él —ahora dirige su mirada hacia la pantalla. Su voz ha
sonado menos entusiasta—. O eso espero.
—Vas a darle una sorpresa —afirmo más que pregunto.
—Ajá —algo en su semblante ha cambiando. Como si no estuviera
segura al cien por cien de que sea una buena idea. Es muy expresiva y eso
me ayuda a saber con facilidad lo que piensa.
—¿Os habéis peleado? —indago.
—Sí. Bueno, más o menos… Hace bastante tiempo que no estamos bien.
Al principio era distinto conmigo, pero lleva meses muy raro y… —frunce
el ceño—. En realidad, no creo que sea asunto tuyo. No sé porqué te estoy
contando todo esto.
—Está bien —levanto las manos en señal de pasotismo—. Solo intentaba
dialogar contigo para hacerte más ameno el viaje. En realidad no me
interesa—. Miento, sí que me interesa, y mucho.
—Gracias, pero no hace falta.
—De acuerdo.
No han pasado ni dos minutos cuando cierra el portátil con ímpetu y se
gira hacia mí.
—¿Sabes qué? Me iría bien conversar con alguien y despejarme.
—Me parece buena idea. Empecemos de nuevo. ¿Cómo has dicho que te
llamas?
—No te lo he dicho aún —levanta una ceja sonriendo. Bien, Erick,
menudo idiota. ¿Para qué haces una pregunta sabiendo cuál va a ser la
respuesta?
—Está bien, pues yo primero. Soy Erick de la Torre, encantado —
siempre digo mi apellido como si se tratara de una coletilla, pese a que odio
hasta mencionarlo. Sin embargo, siempre sale sin querer. Fruto, quizá, de
haberlo usado tantas veces cuando mi padre me obligaba.
Le tiendo la mano sabiendo que ni de coña se presentará con dos besos.
—¿De la Torre? Ese apellido suena a grandeza —su mano sigue
entrelazada con la mía.
—Tan solo es un apellido.
—Samantha. Samantha María para ser exactos —responde sin vacilar.
—Hmm… Samy, entonces ¿no? —nuestras manos aún siguen pegadas.
Como un imán. Lo que tiene esta chica es electrizante, pero más me vale
escapar de su agarre de una vez.
—Samantha —me corrige.— Samy es para los amigos —levanta la
barbilla orgullosa, sabiendo que yo no merezco llamarla así.
Aún.
—Genial, pelirroja —creo que me gusta más llamarla así. Parece que se
pica al escuchar esa palabra, pero no me corrige. Como si en el fondo a ella
también le gustara.
—¿Y tú para que has subido a este avión? —me pregunta sin más. Y yo,
no entiendo porqué, pero me quiero hacer el gracioso. Chincharla. Con ella
me sale sin pensar.
—¿Para llegar a tu corazón? —Dios, Erick, bravo, menudo gilipollas
estás hecho. Nada más hay que verla para saber que no es el tipo de chica
que se te suele acercar.
Intento hacer todo lo posible para corregir lo que he dicho y excusarme
por soltar semejante sinsentido, pero ella es más rápida en responder.
—Mira, chaval, yo creo que más bien has subido a buscar tu ego en las
nubes porque te lo tienes muy creído ¿no? —apoya su codo en la bandeja y
dirige su cara hacia su mano para descansar la mejilla en ella mientras
espera que responda sincero.
Ahora mismo, si yo fuera ella me daría mentalmente una palmadita en la
espalda por el zasca que me ha soltado.
—Lo siento, no sé porque he dicho eso. No era mi intención.
La pelirroja aguarda, meditando en si seguir hablando conmigo o pasar
completamente de mí.
Veo que se lo piensa enarcando una ceja.
—Tranquilo, ¿lo volvemos a intentar? —sonríe.
—Por favor.
5
SAMY

—¿A qué vas a Barcelona? —vuelvo a preguntar.


—Vivo allí. Viajo a Madrid a menudo para hacer sesiones de fotografía.
—¿Eres fotógrafo? —me encanta la fotografía. Siempre me ha llamado la
atención.
—Sí, algo así… Ahora mismo trabajo para una revista de moda —su
mirada cambia en cuanto nota que estoy entusiasmada con lo que me cuenta
—. Pero… no hablemos de mí, no hay nada interesante que contar. ¿Qué
hay de ti?
No hace falta ser muy lista para saber que si hay algo que odia este chico
es hablar de él mismo. Parece que quiere ser el típico hombre reservado, de
los que hacen todo lo posible por no abrirse al mundo y destapar sus
sentimientos. Toda su vestimenta, la forma en la que se mueve, cómo
reacciona a lo que digo… me hace saber que es un chico frío, como si le
interesara una mierda las relaciones sociales.
Sin embargo, se me da muy bien calar a las personas y sé que él necesita
desahogarse, sentirse escuchado, sentirse… ¿querido, quizá?
Aún así, no conozco de nada a este chico y lo único que le puedo ofrecer
es una conversación de dos personas que se acaban de conocer en un avión.
En los siguientes minutos hablamos de cosas triviales. Hablo como una
cotorra, pero me sucede mucho cuando estoy nerviosa y sé que se van a
producir silencios incómodos. Si algo me ha dejado claro Erick es que no
piensa hablar de él y prefiere escuchar. Solo se limita a asentir y soltar
alguna frase escueta cuando le pregunto sobre algo.
Siendo consciente de lo charlatana que he sido, intento disculparme.
—Vaya, creo que he hablado demasiado.
Se ríe. Una risa ahogada y ronca que sube por su garganta y hace que me
fije en el tatuaje que le recorre hacia arriba y se asoma por encima del
cuello de la camiseta. Parecen unas ramas de olivo.
—¿Qué significan todos esos tatuajes?
—¿Siempre eres así? —tiene esa sonrisa de medio lado que dejaría
embobada a cualquiera.
—Así, ¿cómo?
—Tan… habladora y directa.
Por un momento no sé como tomarme su comentario. No tengo ni idea de
si lo ha dicho como un defecto o, si por el contrario, le gusta que lo sea. Lo
que tengo claro es que va a hacer lo imposible por no darme nada de
información sobre él.
—¿Y tú siempre eres tan reservado?
—Sí —su respuesta es fría, cortante. Se recoloca en el asiento, como si
no hubiéramos pasado todo el viaje hablando, mira hacia el frente y el
comandante del avión anuncia que en pocos minutos llegaremos a destino.
—Ha sido un placer hablar contigo, pelirroja.
—Soy Samantha —¿a qué viene esta reacción? ¿Por qué ha cambiado la
forma en la que me habla? Me saca de quicio que la gente haga eso.
—Pues eso —se limita a responder.
Frunzo el ceño, pensativa. Me enderezo en mi asiento, cierro la mesa,
guardo mis cosas y subo la ventanilla para el aterrizaje; la cual había
cerrado anteriormente.
Solo espero que no me entre de nuevo el pánico y vuelva cometer la
locura de agarrar la mano del arrogante y gélido tío que me ha tocado como
compañero.
6
ERICK

He sido un arrogante de mierda, lo sé, pero es mejor así. No puedo


permitirme otra cosa con nadie, y menos con una chica así. Mejor mantener
las distancias.
Sin embargo, un sentimiento de protección sobre ella aparece en mi
interior. No me preguntéis porqué. Simplemente, lo siento.
Por lo que no articulo palabra alguna, tan solo llevo mi mano a la suya, la
cual sostiene el reposabrazos con tanta fuerza que juro que sería capaz de
arrancarlo de cuajo.
Sigo mirando al frente, siendo muy consciente de cómo abre sus ojos y
observa nuestras manos. Tampoco dice nada. Acaricio sus nudillos que
están blancos por la fuerza que ejercía, y poco a poco se relaja. Tras
aterrizar, quita la mano y me suelta un simple gracias. Una vez hemos
cogido nuestras cosas nos marchamos sin apenas despedirnos.

Me he quedado en una esquina, lo suficientemente lejos de ella para que


no me vea, esperando. Ya han salido todas las maletas por la cinta, y por lo
que puedo ver la suya no lo hace y está disgustada.
Lo más sensato hubiera sido olvidarme de esa pelirroja, dirigirme hacia
la salida del aeropuerto, montarme en un taxi y que me llevara a casa. Pero
no, yo, insensato de mí, he hecho todo lo contrario porque he vuelto a sentir
esa necesidad de saber que a esa pelirroja le va a ir bien.
Me acerco hasta ella y me ofrezco a ayudarla. Al principio es reacia a
aceptar mi ayuda. Supongo que bastante borde he sido ya en el avión como
para tener que soportarme otra vez.
No obstante, esta chica parece masoca porque tras dudar unos segundos
accede a que la acompañe hasta el mostrador en el que pondrá una
reclamación y deberá esperar unos días hasta que encuentren su maleta y la
llamen al teléfono de contacto que ha dejado.
Una vez en la puerta de salida, ambos buscamos un taxi.
—Si quieres podemos compartirlo —intento ser amable cuando uno de
ellos se detiene a nuestro lado.
—Barcelona es inmensa, no creo que vayamos a la misma zona. No te
preocupes —sin duda su tono de voz no es el mismo al del avión.
—¿Adónde vas? —indago.
—Iré directamente al pub en el que trabaja Paul. Si no recuerdo mal, se
llama Trabanqueta.
—Lo conozco. Vivo cerca de ahí.
—¡Venga ya! —responde levantando las cejas a la par que se cruza de
brazos—. ¿Será una broma?
—No —vuelvo a ser el tío seco y borde de antes—. Mira, pelirroja,
tienes dos opciones; o subirte en este taxi y compartirlo conmigo ya que
vamos a la misma zona —señalo el coche amarillo del que he abierto la
puerta trasera —o te quedas ahí de pie, esperando a que otro te recoja y te
vayas sola—. Vale, sé que no es muy cordial por mi parte y que no debería
obligarla a subirse conmigo si no es lo que realmente quiere. Además,
entendería perfectamente que no quisiera hacerlo. No me conoce de nada y
podría ser un secuestrador, violador o a saber qué más. Gracias a Dios no es
el caso, pero eso ella no lo sabe. Yo lo único que sé es que me quedaría más
tranquilo si se montara conmigo en este maldito coche y la viera entrar más
tarde en ese dichoso pub, sana y salva.
Su cara es de enfado total. La línea de sus labios se vuelve más fina,
demostrándome que me daría un puñetazo ahora mismo si pudiera. Resopla,
medita y sin nada más que pensar, accede. No suelta ninguna palabra, tan
solo se mete en el coche y se desliza por el asiento hacia la otra ventanilla
para que yo también pueda entrar.
Lleva un rato ensimismada, observando por el cristal. El silencio se hace
presente en el vehículo. Un silencio que apenas es interrumpido por el
sonido de la radio que el taxista tiene en sintonización.
Hace horas que anocheció y ahora las luces de las farolas de la carretera
anuncian nuestro camino.
Baja la ventanilla y el clima mediterráneo y la brisa húmeda acarician su
piel y hondea su melena. Cierra los ojos, sintiendo el aire de la noche en sus
mejillas. Dibuja una pequeña sonrisa en su rostro, demostrándome que esta
chica es capaz de disfrutar de las pequeñas cosas. Y yo, lo hago con ella. He
perdido la cuenta de las veces que lo he hecho ya.
Hemos llegado a su destino. A mi aún me quedan unas calles más arriba
para bajarme. Saca el monedero del bolso para pagar parte de la carrera,
pero se lo impido. Después de haberla casi obligado a subirse conmigo y
tratado de esa forma, es lo menos que puedo hacer.
—Ni hablar. Yo pago mi parte —saca un billete pero lo aparto con la
mano.
—Guarda eso. Déjame a mí… en señal de perdón por haber sido un
estúpido y un borde.
Entorna los ojos meditando qué hacer.
—Bueno, un poco borde sí que has sido, la verdad…
—Por eso mismo.
—Gracias, Erick, por todo. Supongo que… ya nos veremos.
—No tienes por qué darlas —coge su bolso, la funda de su portátil y se
baja.
Supongo que aquí acaba todo. Mejor así.
Le impido al taxista que continúe hasta que no me cerciore de que ha
entrado en el pub.
Ella rodea el vehículo y viendo que no me marcho, gira sobre sus talones.
Golpea con las uñas el cristal.
Bajo la ventanilla.
—¿No te vas? —quiere saber.
—En cuanto te vea entrar.
Ladea la cabeza con dulzura. Se apoya en el marco de la puerta y me
mira fijamente. Su mirada me pone nervioso. Tiene una luz demasiado
envidiable. Una que yo nunca volveré a tener.
—Estaba pensando… Mi amiga Vicky vendrá en unos días. Siempre ha
soñado con ser modelo y dedicarse a todo ese mundillo, —pone los ojos en
blanco como si ese orbe no fuera para nada con ella —quizá podrías darme
tu número y que pueda ponerse en contacto contigo. No sé, si fueras tan
amable de ayudarla, aconsejarla o lo que necesite.
—Claro. ¿Por qué no?
Tras guardar mi contacto en su agenda, da unos pasos hacia atrás para
marcharse.
—Ha sido un placer, Erick.
No aparto la vista de sus ojos. No contesto, simplemente hago un gesto
con la cabeza y subo la ventanilla.
Ella entra el local y desaparece.
7
SAMY

¿Sabéis esa sensación que sientes en lo más profundo de tu ser cuando


crees que algo no va a salir como esperabas?
¿Cómo una corazonada?
Algo en tu cerebro se activa con todas esas señales que ha tenido durante
mucho tiempo pero que no eras capaz de asociar a nada.
O mejor dicho, las apartabas de inmediato por miedo a ver la realidad y
no creer la verdad.
Pues eso mismo siento yo nada más poner el primer pie en este local.
Os podría decir que el primer olor que percibo es el del tabaco, pero hace
años que se prohibió fumar en los locales, así que lo primero que captan mis
fosas nasales es la mezcla de olores; dulces y acaramelados, de los famosos
vapers, a un espacio cerrado repleto de cervezas y gin-tonics, a
desinfectante, a humanidad, por qué no decirlo, y a… decepción.
La barra del pub llama mi atención al estar decorada con una azulada luz
neón que abarca todo el recorrido de la madera. Tras ella, una gran pared
repleta de botellas de alcohol capta la visual de mis ojos.
Avanzo con un amasijo de nervios en el estomago, esquivando como
puedo a la gente que ya ocupa gran parte del local y se restriegan los unos
con los otros.
Por un momento me pregunto qué demonios estoy haciendo aquí.
Debería haber viajado a mi ciudad, junto a mi familia. Pero cambié de
planes en el último momento para que Paul no se enfadara conmigo. Hablé
con mi amiga Maca, que llegará a Barcelona mañana tras haber pasado un
mes fuera con su padre, y le pareció el mejor plan del mundo que
pasáramos todo el verano juntas en esta ciudad.
La ambientación de este pub está musicalizada por ritmos electrónicos y
casi puedo saber el momento exacto en el que me estallarán los oídos por
los altos decibelios a los que están.
Me siento en uno de los taburetes que están libres y que forman una fila
al pie de la barra. El camarero se gira a la par que sigue frotando un vaso
con un trapo.
—Hola, preciosa, ¿qué vas a tomar?
—Ummm… un mojito, por favor —pido sin más.
—¡Marchando!
En pocos minutos tengo frente a mí un vaso grande con hielo y el líquido
que he pedido con unas hojitas de hierbabuena. Antes de que el camarero
desaparezca para seguir con sus obligaciones, me atrevo a preguntar.
—¿Está Paul? —debería estar porque él mismo me dijo que trabajaba
esta noche.
—Sí, hace un rato estaba por aquí… A saber dónde diablos se habrá
metido ahora —su tono de voz parece irritado—. Anda, mira, ahí lo tienes
—señala con la cabeza.
Al fondo hay una pequeña zona con mesas redondas y asientos de piel
con forma de media luna y, unos pocos metros más allá, una pequeña puerta
que al parecer será el almacén.
No puedo explicar lo que siento en este momento. Me quedo bloqueada.
No reacciono. No puedo moverme. Como si me hubiera convertido en un
trozo de piedra gigante anclada al suelo.
Tan solo observo, perpleja ante la situación.
Paul aparece con una chica rubia despampanante a su lado. Su brazo
descansa sobre el hombro de esta y ambos salen sonriendo y muy
acaramelados de donde estuvieran escondidos.
Él con la camisa algo desabrochada y ella tirando de su falda hacia abajo.
Paul le da un toque en la barbilla para levantarle la cara y la da un pico.
Acto seguido dirige la mirada hacia donde estoy y abre los ojos como
platos.
—¿Samy? —suelta a la chica en el acto —¿Samy, qué haces aquí? —
apenas se oye por la música, pero no hace falta ser un superdotado para leer
lo que han querido decir sus labios.
Avanza unos metros hacia mí.
—¡Ni se te ocurra acercarte! —lo señalo con el dedo y retrocedo un par
de pasos.
Me cuesta respirar. Siento el resquemor de las lágrimas quemándome tras
los párpados, pero ni de coña pienso llorar delante de él. No se merece ni
eso.
—Samy, amor… no es lo que parece —sigue acercándose.
—¿Que no es lo que parece? —ahora estoy enfadada. Más que nunca en
mi vida. Y no por él, sino conmigo misma. Sí, conmigo, porque en el fondo
ya me olía algo parecido y he sido tan estúpida que no quería verlo.
—Déjame explicártelo, por favor —ahora lo tengo frente a mí. Su mirada
cambia en cuanto me mira. Está intentado darme lástima. Que lo perdone,
como siempre sabe hacer. Sería un buen actor, porque se sabe el papel de
víctima a la perfección—. Yo… te echaba de menos y… ha sido un error,
Samy. Tú eres la única y lo sabes ¿verdad? —me agarra las manos y acorta
la distancia entre nosotros.
No soy capaz de decirle nada. Es como si a mi cerebro lo hubiesen
cortocircuitado. Se ha quedado bloqueado y todas las palabras que me
gustaría decirle, ¡gritarle!, se quedan atascadas en la garganta.
Intento pensar por un momento, recapacitar, ver las cosas con
perspectiva.
«¡Qué demonios! ¿Qué es lo que tienes que ver con perspectiva? Por
Dios, Samantha, reacciona de una vez por todas. Todo está clarísimo».
—Te he dicho que no te acercaras —la rabia con la que lo miro me
oprime el pecho y sin ser muy consciente de mis actos, cojo el vaso de
mojito que ni había probado y se lo estampo en la cabeza. El chico tras la
barra y la despampanante rubia con la que estaba Paul se quedan
asombrados. Al igual que el resto de personas que ocupan todo el local y
han podido contemplar la escena.
—Soy una imbécil por haber malgastado mi tiempo contigo. No te
mereces a alguien como yo.
Sin más, salgo de ese antro como alma que lleva el diablo.
Casi corro como en una maratón calle arriba. Sé que Paul no vendrá tras
mía, nunca lo ha hecho y esta vez no va a ser diferente. Así que no corro
para que no me alcance, sino más bien para alejarme cuanto antes de lo que
acabo de vivir.
Cuando ya no puedo más, me derrumbo. Acabo sentada en el tranco de
una puerta de madera que por su aspecto tiene demasiados años. Dejo caer
mis pertenencias al suelo y rodeo mis piernas con mis brazos.
Ahora sí, me permito llorar. Soltar todo lo que llevo dentro. Mis
inseguridades. El dolor. El engaño. Las señales que no supe ver.
«No te mereces a alguien como yo».
Esa última frase resuena una y otra vez en mi cabeza. ¿De verdad soy
alguien a la que puedan merecer? ¿Qué tengo yo para ofrecer? ¿Todo esto
ha sido culpa mía? ¿Qué he hecho mal?
Durante un buen rato me regaño a mí misma por hacer las cosas mal. Por
no haberlo intentado de otra forma. Por no dar lo que necesitaban de mí.
Entonces pienso en toda nuestra trayectoria.
Chica se enamora de chico algo mayor que ella. Aunque usar la palabra
«enamorar» es demasiado. He llegado a entender que jamás lo he estado.
El caso es que, en un primer momento, todo es emoción y pasión…
Entonces llega un día que sucede. Un gesto que marca la diferencia entre
una pareja que, supuestamente, se basaba en el respeto pero que una de las
dos quiere controlar a la otra. Digamos que es la base de cualquier violencia
de género. Cuando ella elige una camiseta que le gusta, él la recrimina y le
advierte que es él quien debe elegir tal cosa si van a salir juntos a dar un
simple paseo y ella finalmente cede.
O llegan algunos insultos «inocentes» como por ejemplo: «eres muy
torpe, cariño, por eso te sale mal». «Es que eres una ingenua, te lo crees
todo». «No seas tonta, cielo, hazme caso a mí».
O la humillación en frases como «antes de estar conmigo no eras nada,
recuérdalo».
O cuando te hace ver que tu opinión no vale porque opines lo que opines
será ridículo.
A veces, los síntomas son difíciles de percibir, sobre todo en los que,
como yo, estamos ciegas por lo que creíamos llamarse amor.
Una simple mirada o un breve comentario pueden hacer que pase de un
gesto cariñoso, y por ello de ser un caballero, a una actitud de control y, en
consecuencia, a ser un controlador. ¿Controlador o caballero? Cuando el
candado del «amor» encierra posesión y maltrato, aunque jamás lleguen a
las manos, corta tu libertad y aparece el daño psicológico. Eso no es amor,
sino posesión y abuso.
Este tipo de violencia suele empezar con otro tipo de actitudes que, a
priori, parecen menos graves. Sin embargo, no lo es. Como no lo es el
control de la vestimenta, de las amistades o las redes sociales.
Sus «te llamo para saber si estás bien» cuando más bien es un «te llamo
para saber dónde estás y con quién».
Seguramente habéis oído alguna vez eso de «lo peor de un príncipe azul
es cuando te empieza a pedir que le lustres la corona».
Pues bien, yo no lo vi en su momento, y darse cuenta de golpe de todo
esto no es sencillo. Crees que conoces a una persona hasta que algo te
demuestra que, en realidad, no la conocías en absoluto.
Ahora todas las piezas encajan.
Nunca hemos sido una buena pareja basada en respetar, empatizar, saber
llegar a acuerdos y, sobre todo, cuidar de la palabra y hacer de ella un
mecanismo para transmitir afecto y atención. Por lo que si en una relación
no hay nada de eso, tampoco puede haber amor.

Ha pasado más de una hora y sigo sentada en el mismo sitio. No hace


frío, pero la brisa nocturna recorre mi piel y me dan escalofríos. Intento
llamar a Maca, pero me salta el contestador. Sé que aún no está de vuelta así
que ir a casa de su madre no es una opción, pues me hará preguntas y no
estoy preparada para responderlas. Opto por llamar a mi madre y contarle lo
ocurrido, pero me freno. Siempre he sido muy clara con ella y no le he
mentido jamás. Normalmente me siento orgullosa de no tener la cabeza
llena de pájaros. Me considero que la tengo bastante amueblada. Suelo
tomar decisiones acertadas, menos la que tomé hace tiempo de arriesgarme
con Paul, eso está claro.
Aunque… ¿acceder a compartir el mismo taxi con ese chico? ¿Quién en
su sano juicio haría algo así? Desde luego, si mi madre se enterase pondría
el grito en el cielo.
De todas formas, algo me decía que no me iba a ocurrir nada, y si no,
siempre llevo un spray en el bolso y la llamada de emergencia es la primera
en mi lista de contactos.
Se me enciende una bombilla en el acto, aunque no estoy segura de que
sea buena idea, pero por intentarlo no pierdo nada.
De todas formas el «no» ya lo tengo y solo me queda probar suerte.
No tengo nada que perder cuando ya siento que lo he vuelto a perder
todo.
8
ERICK

Por un momento dudo en si acudir o no.


Pese a ello, tras añadir el número en mi lista de contactos, no he
terminado de esconder el móvil en el bolsillo cuando la respuesta aparece
delante de mis narices.
No le he pregunto nada. «¿Qué ha pasado? ¿Te encuentras bien?»…
Nada de nada. Tampoco le he dado ninguna excusa para no meterme en lo
que no me incumbe, que siendo sincero es lo que debía haber hecho. Tan
solo he escuchado su voz con un «necesito tu ayuda» y yo le he respondido
«¿dónde estás?»
Llego en pocos minutos. Antes de cruzar la calzada me quedo quieto
entre dos coches, mirándola fijamente. Es noche cerrada, está oscuro, salvo
por la tenue luz que emanan las farolas y se desprenden sobre ella, y el aire
húmedo de costa se mete en la piel.
Está sentada en el escalón de un portal, abrazada a sus piernas, pensativa,
enfadada y con rabia. Desde el momento en el que la vi a través del objetivo
fui capaz de ver todo lo que son capaces de expresar su rostro y sus gestos.
Sigo pensando que no es buena idea. No debería relacionarme más de lo
estrictamente necesario con las personas.
Obviando lo que realmente pienso hago lo que siento. Que es cruzar la
carretera, observarla desde mi altura y sentarme a su lado transcurridos
unos segundos.
Solo gira su cabeza hacia mí. Tiene los ojos hinchados y rojos, así que
supongo que ha estado llorando durante un buen rato. Quizá más tiempo del
debido.
No decimos nada, tan solo nos miramos el uno al otro. Puedo perderme
en sus ojos verde esmeralda. Cuando se siente intimidada por los míos baja
la mirada hacia el suelo.
—Gracias por venir. No sabía a quién llamar.
—Está bien —me limito a contestar.
—No entiendo qué he hecho mal —se le quiebra la voz.
—No te conozco, pero no creo que tú hayas podido hacer nada mal… —
de forma instintiva, le aparto un mechón de pelo que le tapa la cara y se lo
coloco tras la oreja. A ella parece no molestarle el gesto.
—Algo habré hecho para que no me quieran. Puede que lleven razón y
yo no valga la pena… —una lágrima rueda por su mejilla.
—Si no lo hacen… ellos se lo pierden —vuelve a girar la cabeza y
nuestras miradas se cruzan. —Vuelvo a decirte que no te conozco, pero que
si alguien decide estar contigo es porque vales la pena, la alegría, la espera,
la distancia, los momentos, las risas, los días y las noches. Vales
absolutamente todo. Y si no lo ven, son ellos los que no te merecen. No es
amor si tu día a día es una lucha constante por convencerte de que todo
cambiará —el amago de media sonrisa se vuelve a dibujar en mis labios. De
la misma forma en la que lo he hecho varias veces desde que la he conocido
—. ¿Tienes donde quedarte esta noche?
—No.
—Si quieres buscamos un hotel —ofrezco una opción.
—La verdad es que… ahora mismo lo que menos me apetece es estar
sola —vale, esto se complica.
—¿Quieres venir a mi casa? —mal, Erick, mal, eso no debería ser una
opción.
—¿A tu casa? —duda.
—Sí. Si no, ¿por qué me has llamado a mí?
—Ya te lo he dicho. No tenía a quién acudir.
—De acuerdo, podemos hacer una cosa. Te vienes conmigo. Solo tengo
una habitación. Bueno, dos, pero la otra es inviable. Lo que quiero decir es
que puedes dormir en mi cama si quieres. Yo dormiré en el sofá. Y puedes
estar tranquila, mi cuarto tiene pestillo, por si así te sientes más segura.
Vuelve a dudar durante unos segundos, pero al igual que horas antes con
el taxi, accede tras sopesar sus opciones. Es evidente que no quiere estar
sola. Que está dolida y enfadada. Tendrá ganas de darse una ducha, cenar
algo y dormir para olvidar lo que sea que le haya ocurrido.
—Deja que te coja eso —me pongo en pie y le quito de las manos la
funda en la que guarda el portátil y su bolso.
—Gracias —se abraza para mantener su piel en calor. No hace frío, pero
después del mal rato y la humedad del ambiente, parece estar calada hasta
los huesos.
Me quito la fina sudadera que llevo puesta y se la tiendo.
—Ponte esto.
—¿Estás seguro? —sujeta la prenda.
—Sí, venga, póntela. Además, estamos muy cerca de mi casa.
—Gracias —vuelve a darlas.
—Deja de darme las gracias por todo, —mi tono de voz ha sonado más
hosco —no tiene importancia. Esto mismo lo haría por cualquiera que
necesitase mi ayuda.
Lo haría, ¿no?
Cabeceo varias veces. No tengo remedio. Evidentemente, no, no lo haría.
Pero… con ella, sí.
No contesta. Aún puedo ver que tiene los ojos llorosos y que se está
aguantando las ganas de seguir llorando. Se cobija en la sudadera y hace
puños con ella reanudando la marcha.

Abro el portón de madera que separa la calle del edificio y la hago pasar.
—El ascensor está roto, así que tendremos que subir por las escaleras.
Se queda ahí de pie, con los brazos cruzados sobre sí misma y los dedos
enroscados alrededor de sus costillas, haciéndose más pequeña, con los
hombros encogidos y escondiendo la cabeza en ellos, escuchando atenta,
desprotegida, como un animalillo desvalido. No parece la misma chica que
he conocido en el avión. Por un instante, tengo ganas de acercarme a ella
para acariciarla como si fuera una niña. Pero sé que ella no querrá eso. No
le hace falta porque algo me dice que esta chica es fuerte y… además, eso
complicaría mucho más las cosas.
—Sin problema.
—Es el último piso —rebato, como si eso la frenara para que no suba.
—¿Y cuántos hay?
—Nueve.
—Genial, —no parece hacerle mucha gracia —¿puede ir a peor mi día?
—suspira.
—También podemos quedarnos aquí abajo si lo prefieres.
Me burlo.
—¿Intentas hacerte el graciosillo conmigo? —lleva razón, lo he sido,
pero no quería hacerlo a malas, de verdad. Esta pelirroja me tienta todo el
rato a sacarla de sus casillas, pero soy consciente de que ahora no es el
momento.
—Disculpa… solo quería… —carraspeo —¿Subimos?
—Sí.
Me adelanta y empieza a subir escalón a escalón.
Giro la llave y empujo del pomo de la puerta. Ella pasa primero y con la
mano la dirijo hacia el centro de la sala. No es un apartamento muy grande.
Lo justo para vivir yo solo. Se queda paralizada en medio del salón.
Observándolo todo a su alrededor. En parte me da miedo que descubra las
veces que he exorcizado aquí yo solo a mis demonios.
—¿De verdad que no te importa? —pregunta algo tímida para como se
ha estado comportando conmigo todo este tiempo.
—Tranquila. ¿Has cenado algo?
No responde. Tan solo niega con la cabeza.
—Vale. No tengo gran cosa, llevo una semana fuera y la nevera está
vacía. Tendrás que conformarte con lo que tenga por aquí.
Bordeo la isla que separa la cocina del salón.
—¡Aquí están! —le muestro los típicos fideos chinos que vienen en un
envase para añadir agua, calentar y listo.
—Cualquier cosa valdrá. ¿Puedo ir al baño?
—Por supuesto. Si quieres puedes darte una ducha. Seguro que te sentará
bien.
—Eso suena demasiado increíble. Salvo… que no tengo mi maleta y no
tengo nada que ponerme —se muerde el labio inferior.
—Puedo dejarte algo para dormir y ya veremos qué haremos mañana. El
baño está justo ahí, al final del pasillo —se lo señalo—. Ahora te llevo la
ropa.
No dice nada, simplemente, se pierde tras la oscuridad.
¿Qué le habrá ocurrido? Parece otra chica distinta a la que conocí esta
tarde.
«¿Por qué estás haciendo esto, Eric?» Me pregunto. No deberías y lo
sabes.
9
SAMY

Sigo dándoles vueltas a la cabeza.


Lo odio.
No, más bien, me odio a mí misma. Tuve que darme cuenta desde un
principio. Todo el mundo a mi alrededor me lo decía; mis amigas, mi
familia, los compañeros del trabajo… Fue en lo único en lo que les llevé la
contraria. Defendí a Paul delante de mis padres en más de una ocasión.
Obcecada en una idea equivocada.
Sabía que algo no iba bien y me destrozaba con cada acción. Sin
embargo, después, sus palabras siempre me «enamoraban».
¡Qué ingenua!
Lo que más me duele no es su engaño, aunque me siento como una
auténtica estúpida, sino la falta de valor para afrontar la verdad.
¡A saber con cuántas más me habrá engañado!
Y duele. Duele porque llegué a pensar que podría ser ese alguien especial
y diferente. Guardaba esa esperanza, pero no. Ahora entiendo porqué jamás
llegué a sentir eso que debía sentir al estar enamorada. Faltaba algo.
¿Interés, respeto, cariño, un cosquilleo en el estómago, el bombeo incesante
del corazón cuando estábamos juntos…? Evidentemente, faltaba amor.
Pese a que, muy en el fondo, me hacía una idea de cómo era él, no duele
menos por eso.
Me observo en el espejo.
«¡No llores!» Me ordeno a mí misma entre dientes. Cojo aire por la nariz
y lo expulso por la boca, haciendo todo lo que puedo para ahuyentar todo lo
malo que Paul ha dejado en mí. Sin embargo, ¡qué difícil!
El toc toc me hace volver en sí de mis cavilaciones. Tras el par de golpes
sobre la madera, abre la puerta. Lo más rápido que puedo me limpio las
lágrimas que aún queman mis mejillas.
—Te traigo esto —me tiende una camiseta ancha, unos bóxers y una
toalla—. Son nuevos, puedes quedártelos si quieres —señala la ropa
interior.
—Gracias, eres muy amable —su comentario al referirse a ese trozo de
tela masculina me hace gracia y le dedico una pequeña sonrisa.
—No sé qué te habrá pasado exactamente, aunque me hago una idea,
pero… si nunca le ha dolido tu dolor, no se merece el tuyo. Cómo te trata es
mucho más importante que lo mucho que te pueda gustar. Tus sentimientos
son importantes, pero los comportamientos son hechos. Así que no dudes si
has tomado una decisión. Creo que ya me entiendes.
Sé perfectamente a lo que se refiere. He querido dejar a Paul en más de
una ocasión, pero después siempre me hacia cambiar de opinión dejándome
claro que me equivocaba.
Sus ojos del color de los granos tostados del café se clavan en los míos.
Acechantes y adictivos. Su mirada tiene algo que atrapa. Siento la
necesidad de descifrarla, saber qué esconde.
—Voy a darme esa ducha… —sigo mirándolo.
—Oh, claro, perdona. Cuando estés lista te espero en la cocina —cierra la
puerta y oigo sus pasos alejándose.
Nunca he sido de las que se regodea en el dolor y le da demasiadas
vueltas a las cosas. Soy más de las que ven dónde está el problema, buscan
la solución y pasan a otra cosa. No me gusta amargarme a mí misma así que
intento que todos estos sentimientos se vayan por el desagüe junto al agua y
el jabón.
La ducha me ha sentado de maravilla. Me paso la toalla por el cuerpo y
después por el pelo. No tiene secador, o por lo menos no lo he encontrado
cuando he inspeccionado todos y cada uno de los cajones del baño. Por lo
que me dejo secar el pelo al aire.
Deslizo mi cabeza por la camiseta gris oscuro que me ha prestado. Al
hacerlo, el olor a suavizante y fragancia masculina me embriaga,
erizándome la piel.
Me pregunto por qué estará haciendo todo esto por mí si tan siquiera me
conoce. Lo que me recuerda que yo a él tampoco. Ahora mismo estoy en su
cuarto de baño con una camiseta suya y unos bóxers a modo de pijama.
Podría ser un loco degenerado. Sin embargo siento que no es así. Hay algo
en él que me da confianza.
Esto es surrealista.
Me observo en el espejo y tras unas cuantas inhalaciones me atrevo a
salir e ir directa hacia la cocina americana.
Aún no se ha cambiado. La tenue luz que desprende uno de los bajos de
los muebles lo alumbra en la sombra. Está calentando algo en el
microondas. Supongo que será mi deliciosa cena.
—¿Mejor? —pregunta sin girarse aún, sabiendo a la perfección que lo
observo.
—Sí. Mucho mejor.
—Pues a cenar —saca el envase caliente del micro, lo coloca sobre la isla
y me tiende unos palillos.
—¿Tú no cenas? —pregunto al ver que él no se ha preparado nada.
—Piqué algo en cuanto llegué.
—Pues… gracias —me siento en uno de los taburetes altos.
Paseo la vista por toda la zona de la cocina. La decoración se adapta
como un guante a las necesidades. Al igual que el salón y el baño, por lo
que he podido ver hasta ahora. Es un piso funcional y cómodo, con aires
masculinos y sobrios, pero con un estilo sofisticado, elegante y muy
personal. Las paredes están prácticamente vacías y tras observar a Erick
pienso que en el fondo era de esperar. Este chico es incapaz de mostrar a la
gente un ápice de cómo puede ser él y no iba a mostrarlo con la decoración
de su casa. La paleta de colores de la cocina es neutra y llena de matices;
por ejemplo, la madera y el mármol.
—¿Quieres contarme lo que ha ocurrido? —dejo a un lado la decoración
para centrarme en él.
Vacilo por un momento. ¿Realmente quiere saberlo o solo quiere ser
amable conmigo?
—¿De verdad te interesa? —me llevo un puñado de fideos a la boca. No
es ningún manjar, pero después del día que he tenido, entran de maravilla.
—Si eso ayuda a que te sientas mejor, sí —apoya la cadera en la
encimera y se cruza de brazos. Al hacerlo, sus músculos se tensan y yo
vuelvo a quedarme embobada mirando toda esa tinta en su piel.
Al darse cuenta, carraspea.
—Tan solo es un gilipollas. Creí que podría ser diferente. Ha sido un año
y medio en el que me he creído todas y cada una de sus mentiras y he
aguantado pensando que era él quien siempre llevaba razón. Ahora entiendo
tantas cosas… Pero, verlo con mis propios ojos ha dolido más de lo que
imaginaba. Aunque, ¿sabes qué?, no por el hecho de que me haya
engañado, sino por haber sido consciente de ello.
Vuelvo a saborear otro puñado de fideos.
—La decepción te enseña que la gente no siempre es lo que dice ser. Y
uno aprende, aunque a veces duela, que no cualquiera merece un lugar en
nuestra vida.
Pienso en cada una de sus palabras. Analizo en la forma en que las ha
dicho. Lleva razón, Paul no merece estar en mi vida.
—Quizá tengas razón.
—¡La tengo! —exclama. Yo sonrío y él también, aunque su sonrisa sea
tan sutil que apenas se aprecie. Sin embargo, la veo ahí, escondida para salir
en cualquier momento.
—Hacía horas que no comía nada, así que esto me sabe a gloria bendita.
Gracias de nuevo.
—Te dije antes que dejaras de darme las gracias. No las merezco.
—Yo creo que sí. Al fin y al cabo has hecho todo esto por mí. Además,
mis padres me enseñaron a ser agradecida cuando debo.
Cierra los ojos y niega varias veces con la cabeza.

Erick se pierde en el pasillo y vuelve a aparecer al cabo de un rato con


una almohada y unas sábanas bajo el brazo.
Me levanto de golpe, busco la basura para tirar el envase vacío y voy
hasta donde está él.
—Debería dormir yo en el sofá —me froto un brazo avergonzada.
Después de lo que está haciendo por mi estaría feo echarlo de su propio
cuarto.
—Tranquila. Así está bien. Dormirás mejor en la cama. Roxana limpió
todo y cambió las sábanas cuando fui a Madrid.
—¿Roxana? —ese nombre me hace estar inquieta pensando que quizá
este chico tenga novia o algo así y se enfade al saber que yo estoy aquí.
—Viene de vez en cuando para ayudarme con la casa. Es como de la
familia y aunque no me haga falta ese tipo de ayuda me gusta que venga. Es
la excusa perfecta para que no desaparezca de mi vida. No sé qué haría sin
ella… —se lleva una mano a la nuca y yo suelto el aire retenido al escuchar
esa respuesta.
—De acuerdo. Grac… —su mirada me acribilla sabiendo lo que iba a
pronunciar de nuevo. Levanto las manos en señal de rendición —vale, vale,
lo pillo.
—La habitación es la primera puerta a la izquierda —me señala con la
cabeza y yo miro en la dirección que me indica.
Sin pensarlo dos veces me dejo llevar por mis impulsos, ya que no me
deja darle las gracias.
Elevo mis talones, poniéndome de puntillas para alcanzarlo mejor, y
rodeo mis brazos sobre su cuello. Es un abrazo fugaz, sin embargo noto
cómo se tensa al sentir mi cuerpo pegado al suyo. Él no se mueve, no
responde al abrazo e, incluso, parece más frío y distante que todo este
tiempo atrás.
Me separo de él.
—Buenas noches, Erick —volvería a darle las gracias, pero sé cómo
reaccionaría, así que mi mirada es más que suficiente para que él lo
entienda. Giro sobre mis talones y me dirijo hacia la habitación.
Antes de cerrar por completo la puerta, alza la voz.
—Buenas noches, pelirroja.
Sonrío al empujar la puerta y cerrarla por completo. Mis dedos sostienen
el pestillo para deslizarlo, pero me detengo. Solo es un segundo de dilación.
¿Sí o no? Un simple gesto que me hace ver que confío por completo en este
chico, sin conocerlo, mucho más que en cualquier otra persona ahora
mismo.
Dejo caer mis brazos a ambos lados y pondría la mano en el fuego por él,
sabiendo que sería incapaz de hacer nada que me perturbase.
Me tumbo en la cama, bastante cómoda por cierto, y caigo rendida a
Morfeo después de todo lo vivido.
10
SAMY

La luz que comienza a entrar por las ranuras de las persianas empieza a
molestarme en los ojos. Doy varias vueltas en la cama intentando coger de
nuevo el sueño, pero nada. No hay manera.
Un aroma a suavizante que no me resulta familiar y una fragancia suave a
aftershave se cuelan por mis fosas nasales. Como si la tela, a pesar de estar
lavada, se hubiera quedado impregnada con ese olor tan característico.
Entorno los ojos meditando y es cuando me cercioro de que no estoy en mi
cama ni en ninguna conocida. Los abro de par en par y entonces la
secuencia de imágenes de la noche anterior aparece por mi mente.
A pesar del mal rato de ayer, he dormido genial. Y el cerco de baba que
he dejado en la almohada me lo confirma. Me coloco boca arriba, con la
mirada anclada en el techo. Después hago un barrido rápido por toda la
habitación.
Anoche apenas me fijé en nada. Fue cómo si actuara por control remoto y
me fui directa a la cama.
Es una habitación sencilla y funcional, eso está claro. También con
mucha personalidad y, por lo que puedo apreciar, tal cual a ese chico. Fría,
pero no por los colores ni texturas usadas, sino por la falta de calidez
humana. Moderna. Muy limpia. Y con una estética sumamente atractiva.
Las paredes, en un gris que simula al cemento, están prácticamente
desnudas. Salvo por una estantería incrustada en la pared, la cual está
repleta de libros que llaman toda mi atención. Siempre he sido una
entusiasta de la literatura. Es una de mis pasiones. Sería feliz si pudiera
dedicarme algún día a contar historias. Adentrarme en un submundo
imaginario y regalárselo a mis lectores. Hacerlos entrar en otra dimensión
colmada de posibilidades. Sintiendo un sinfín de sensaciones. Sin embargo,
opté por la psicología. También me gusta y disfruto con ella, pero me
matriculé en la universidad por mi familia. Sabía que ellos se quedarían más
tranquilos si tuviera un futuro algo más asegurado que el de un camino
como escritora.
Quizá algún día me anime a contar todas esas historias que llevo tiempo a
buen recaudo…
Mi cuerpo reacciona al estímulo de querer verlos de cerca y me levanto
por inercia. Paso mis dedos por varios de ellos y el olor se queda
impregnado en mis yemas por unos segundos. Algunos son ediciones
antiguas de novelas mundialmente conocidas y eso me fascina. Parece que a
Erick también le gusta leer. Eso me hace sonreír.
Un sillón precioso adorna la zona frente a la librería. Como la típica
butaca de abuelo pero con mucha clase. Su tacto y la comodidad te invitan a
permanecer inmóvil en él con un buen libro entre las manos, disfrutando de
ese placer que evoca la lectura.
Vuelvo hacer el recorrido hasta la cama. Me siento en el colchón y
observo a mí alrededor. Acaricio con la palma de la mano las sábanas sobre
las que he dormido. Son sedosas, gustosas y, aparentemente, caras. Quizá
eso haya contribuido a mi placentero sueño.
Me llevo la tela a la nariz para olerla. Lo hago durante un rato. Decido
que me encanta este olor y que no me importaría olerlo el resto de mi vida.
Las ganas de un buen café mañanero se adueñan de mí. Por lo que, a
pesar de la vergüenza que siento al pensar en volver a ver a Erick, opto por
salir de la habitación sin hacer ruido.
Antes de ir hacia mi cometido paso por el baño y busco la pasta de
dientes. Evidentemente no tengo cepillo, pero mi dedo tendrá que bastar. Sí,
no es muy higiénico, pero lo es menos pasearme por ahí con el aliento
mañanero y tras la cena «asiática» de anoche.
Camino hacia el salón y lo que me encuentro hace detenerme.
Duerme boca abajo en un sofá bastante grande con Chaise Longue,
abrazado a la almohada y en una posición que le hace marcar aún más sus
definidos brazos. No lleva camiseta, tan solo unos pantalones oscuros de
algodón a modo de pijama que dejan ver la costura de su ropa interior. La
sábana, que pretendía usar para cubrirse, se pierde enredada entre sus
piernas. El gran tatuaje de su espalda, una especie de ángel negro con
inmensas alas, y los de sus brazos vuelven a llamarme la atención. Me
pregunto si tendrán algún significado en concreto, algo especial, o
simplemente se los hizo porque sí.
Emite un sonido ronco y se mueve sobre el sofá. Doy un respingo
creyendo que se ha dado cuenta de que lo observaba, pero parece que sigue
durmiendo.
Todo él tiene un «no sé qué» que atrae a seguir contemplándolo. No
obstante, me obligo a mí misma a no hacerlo. Sería un poco extraño que
abriera de golpe los ojos y me viera aquí parada mirándolo cual acosadora.
La cocina es muy bonita. Muy en sintonía con el resto del piso. Anoche
ya estuve contemplándola, pero ahora, de día luce aún mejor. Líneas
elegantes, colores neutros y fríos y, visualmente, muy despejada. Por no
tener, no tiene ni el típico recipiente de madera junto a la vitrocerámica en
el que se introducen los utensilios para cocinar. Creo que este chico se
pondría muy nervioso si viera la cocina de mis padres, la cual no tiene ni un
hueco libre sobre la encimera para colocar nada más.
Inspecciono los cajones y armarios en busca de café. Que, por cierto, me
extraña que no tenga una cafetera de esas tan modernas y caras en la que
meter la cápsula y hasta te espuman la leche.
¡Bingo! Encuentro una cafetera italiana, de toda la vida, en un cajón
inmenso que abro bajo la placa de la vitro. Ahora, solo me queda encontrar
el café. ¡Consigo dar con él! Salvo por un inconveniente… Está en la última
repisa del mueble.
¿Quién coloca algo que se toma todos los días tan sumamente alto?
Doy pequeños saltitos en el sitio intentado alcanzarlo, pero mi gozo en un
pozo. En este momento, odio mi estatura.
Vuelvo a intentarlo por última vez. Me pongo de puntillas y estiro el
brazo todo lo que puedo. Joder, podría haberme subido en uno de los
taburetes que hay tras la isla.
Estoy a punto de desistir cuando una firme y cálida mano se desliza por
mi cadera y la presión de un pectoral bastante apretado me arrincona contra
el mueble. Alarga el brazo y, casi sin esfuerzo, coge el paquete de café que
tanto anhelaba.
Nuestras miradas se cruzan durante unos segundos. Su tez es marcada y
cincelada, como si alguien lo hubiera tallado así a propósito para que
parezca más atractivo de lo que ya es.
Al ser más que consciente de cómo lo miro, tensa la mandíbula. Un
gesto, que por cierto, he notado que hace con frecuencia cuando algo se
escapa de su control. Por lo que me demuestra que es muy cuadriculado y le
gusta tener ciertas normas muy metódicas para ese fin y no se permite
incumplirlas.
Su olor me llega al instante. No huele a ningún perfume en concreto, más
bien es como si el de su propia piel junto a cualquier crema que use para
después del afeitado le bastase para ir haciendo que todas las chicas se
vuelvan locas al olerlo.
Sus ojos descienden hasta mis labios y traga con dificultad. Los míos lo
hacen hacia su nuez que se marca con el gesto. Eso me insta a que trague
con él, fruto de los nervios.
Mi pecho sube y baja reclamando el aire que necesita. El suyo, también.
Los dedos de la mano que me sostienen por la cadera hacen algo más de
presión y se me eriza la piel. Las milésimas de segundos que parecen durar
una eternidad nos envuelven. Un cosquilleo me recorre desde la punta de
los dedos de los pies hasta el último pelo de la cabeza.
—Viendo el estilo de tu piso nunca hubiese imaginado que preparas el
café en este cacharro —nos hago volver en sí señalando el trasto.
—Soy un clásico. Cuando quiero —matiza. Tras soltarme, apoya los
codos en la encimera dejándose caer de espaldas.
Relleno el compartimento del café y cierro la cafetera bajo su mirada
expectante. La pongo al fuego y busco sus ojos. Si se piensa que me va a
poner nerviosa mirándome así lleva las de perder. Aunque en el fondo sí me
remueva todo por dentro, pero eso no tiene por qué saberlo.
—¿Y todos esos tatuajes? ¿Qué significan? —necesito saberlo.
Llamadme cotilla, pero no puedo más con la duda.
No responde a mi pregunta, tan solo se endereza mostrándome una vez
más su cuerpo esculpido y su abdomen perfectamente definido y tatuado.
—Voy a ducharme —se marcha hacia el pasillo.
Ahora, por su culpa, me lo imagino en la ducha, con el agua recorriendo
cada montículo perfectamente cincelado, su pelo mojado y…
«Joder, Samy ¿se puede saber qué demonios haces?»
—Si encuentras algo de comida, ¡sírvete! Como si estuvieras en tu casa
—vocea antes de cerrar la puerta del baño.
11
ERICK

No voy a negar que la ducha me haya venido como anillo al dedo.


Necesitaba urgentemente apagar algunos calores que se habían instalado en
mi cuerpo en el momento en que la he visto en la cocina.
Cualquiera se sentiría atraído por esa chica.
Cuando aparezco en la estancia aún sigue tomándose el condenado café
que me ha obligado a estar tan cerca de ella.
Por lo que parece, se ve que soy muy silencioso porque no se percata de
mi presencia. Está sentada en el taburete alto y con los codos apoyados en
la isla. Tiene el móvil entre las manos, deslizando sus pulgares por la
pantalla a la velocidad de la luz y con el ceño fruncido. Está claro que no le
gusta lo que está leyendo.
Desde aquí tengo la perfecta visual a todo su cuerpo. Se ha recogido el
pelo en un moño algo desecho que le deja caer algunos mechones
ondulados a ambos lados de la cara. Tengo que decir, que la hace demasiado
sexi. La camiseta que le presté le queda bastante grande y deja a la vista un
hombro al caerle la tela de un lado. También tengo que decir que le queda
mucho mejor a ella. Y los bóxers… Joder, esa prenda se pierde bajo la
camiseta, por lo que sus piernas blancas y suaves lucen al descubierto.
Carraspeo en cuanto soy consciente de cómo la estoy mirando. A este
paso tendré que volver a meterme bajo el chorro de agua fría.
Se endereza al verme y su expresión cambia por completo. Ahora, una de
las sonrisas más bonitas que he visto nunca se dibuja en su rostro.
—No sé cómo tomas el café, pero te he preparado uno.
Señala la taza. Bordeo la isla para colocarme frente a ella.
—Gracias. No suelo desayunar mucho en casa.
—Ahora eres tú el que las das —su mirada también me sonríe por encima
del filo de la taza que se lleva a los labios.
—¿Qué? —no entiendo a qué se refiere.
—Las gracias… ahora has sido tú —vuelve a sonreír encogiéndose de
hombros.
—Anoche alguien me dijo que hay que ser agradecidos.
Sorbe nuevamente de su café y sus ojos verdes penetran hasta lo más
profundo de mi alma. Me da pánico que sea capaz de ver algo que le dé
miedo a estar aquí conmigo. Por lo que hago todo lo posible para cambiar
este ambiente que estamos creando.
—¿Alguna novedad, pelirroja?
—Pues… cientos de mensajes de Paul. Los primeros, pidiéndome
disculpas, que lo perdone, que solo había sido una vez —en esta ocasión
levanta las cejas incrédula a lo que me cuenta —y que ha sido un error. Los
siguientes, pidiéndome otra oportunidad, que siempre seré suya… —arruga
la frente en señal de que no le ha hecho ninguna gracia ese comentario —
que debemos estar juntos y blablablá. Y en los últimos, directamente me
manda a la mierda por no ser consciente de lo que estoy perdiendo.
No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que ese tipo es una
persona inmadura que no sabe amar y tampoco sabe lo que quiere. Un día te
dice que te ama y al otro te odia, te agrede, te insulta. Después se arrepiente
y pide perdón. Te promete cambiar, tú le crees, te ilusionas de nuevo y,
finalmente, vuelve a hacerte lo mismo. Es un tío egoísta, manipulador y que
siempre te culpará de todo para someterte a su antojo. Y eso lo seguirá
haciendo hasta que se lo permitas.
Pienso de más, pero es un tema que me toca de cerca y es algo que me
gustaría dejarle bien claro para que lo entienda. Y aunque podría hacer
miles de comentarios al respecto, me guardo mi opinión y sigo con lo que
me había propuesto. Esta pelirroja debe estar fuera de esta casa lo antes
posible y, por consiguiente, lo más lejos de mí.
—Ya, bueno… más bien, me refería a qué planes tienes —sueno más
borde que antes—. Tengo cosas que hacer. ¿No pretenderás quedarte aquí
mientras estoy fuera? Además, tengo una reunión y no puedo
responsabilizarme de ti.
La dejo perpleja con mi tono y mi insinuación en cuanto a que es como
una niña pequeña que necesita los cuidados de un adulto.
No obstante, eso no la frena para responderme.
—Mira, chato, no necesito que me cuides. No soy ninguna niña,
¿entiendes?
—Anoche lo parecías —vale, creo que me he pasado.
Ella resopla, frunce el ceño y une sus labios en una fina línea. Genial,
está enfadada.
—Anoche me bloqueé y no tenía a quién acudir. Siempre te estaré
agradecida por lo que hiciste, pero ¿sabes qué? —elevo las cejas a la espera
de que me ilumine con sus palabras—. ¡Aquí te quedas! No necesito que
me ayudes más.
Se dirige hacia la habitación con pasos agigantados y no tarda más de un
minuto en aparecer con la ropa que llevaba puesta ayer y mi camiseta
arrugada entre sus brazos.
Coge su bolso y el portátil. Se acerca todo lo que puede a mí, tanto que
me hace retroceder unos milímetros, clava sus ojos en los míos y estampa la
camiseta contra mi pecho.
—Siendo así de estúpido y arrogante te costará hacer amigos.
—No necesito más amigos —respondo cortante. Sigue acechándome con
la mirada y suelta un resoplido. —Y tú… por favor, ¡si eres una cría!
—¿Cría? ¿Qué yo soy una cría? ¿Y se puede saber qué edad tienes tú
para considerarte mucho más mayor?
—Veintiséis —pero… ¿por qué sigo con esta conversación? Ahora el
crío parezco yo.
—Genial. ¿Y por eso te crees más maduro que yo? Pues déjame decirte
que siendo así de cretino el que parece un crío eres tú. —Touché—-. Que te
vaya bien, E-RICK —me fulmina con esos ojos verdes chispeantes—.
Espero que no nos volvamos a encontrar… —eso último me sienta como
una auténtica puñalada en el estómago.
Lo siguiente que oigo es la puerta cerrarse de un golpe cuanto se marcha.
12
SAMY

¡Será capullo? ¿Qué se piensa? ¿Qué soy una pobre chiquilla que
necesita una niñera?
De todas formas, ¿en qué estaba pensando? ¿De verdad creía que iba a
encontrar ayuda en un desconocido? Ilusa de mí. Siempre confío de más.
¿Es posible que alguien pueda pasar tan fácilmente de ser una persona
amable a otra tan prepotente, arrogante y estúpida? A la vista está que sí.
La melodía incesante de mi móvil llama mi atención y me freno de golpe
frente a la puerta de una cafetería muy cuqui que ha llamado toda mi
atención. Nada más salir del edificio quité el silencio y ahora me arrepiento
de haberlo hecho. Busco el dichoso móvil y veo que es mi madre quien me
llama. No hablo con ella desde ayer, cuando estaba en el aeropuerto, y
querrá saber que tal me fue todo. Ahora mismo no soy capaz de explicarle
nada porque, primeramente, tendré que darle la razón en cuanto a Paul y,
seguidamente, si la pongo al tanto de todo lo ocurrido lo más seguro es que
se lleve las manos a la cabeza para después presentarse ella misma aquí y
llevarme de vuelta. Y no quiero que suceda eso. He venido aquí para dos
cosas: celebrar mi cumpleaños con mi novio. EX NOVIO, visto lo visto. Y
disfrutar del verano con mis amigas. Y, aunque la primera ya sea inviable,
pienso cumplir con el segundo plan.
Silencio la llamada y decido que se lo contaré en otro momento.
Entro sin pensar en la cafetería. Tan solo llevo media taza de café en el
cuerpo y yo soy de las que necesitan desayunar en cuanto se levantan. Así
que necesito poner remedio ya que mi estómago ruge cual Tiranosaurio
Rex.
Es pequeñita, tan solo hay un pequeño mostrador con algunos dulces
caseros y expositores de cafés especiales. No es como las cafeterías
modernas en las que el bullicio y el ruido se cuelan hasta lo más profundo
del cerebro y en las que tienes que entornar los parpados porque sus luces
cegadoras te nublan la vista. Esta es todo lo contrario. Cálida y agradable.
La madera y los colores oscuros predominan el lugar. Motivos decorativos,
por ejemplo las pequeñitas cafeteras italianas de color rojo; que parecen de
juguete, forman parte de su encanto. El olor a dulce recién hecho y a café
molido me embriaga.
Al chico del mostrador le pido un capuccino y un croissant recién
horneado. Nada más pensarlo, salivo. Me informa que él mismo me lo
llevará a la mesa en unos segundos, por lo que busco el rincón más
acogedor para sentarme. Opto por una mesa pequeñita de madera y vintage,
como si el dueño del local se la hubiera pedido a su bisabuela para decorar
este espacio. Me siento en uno de los sillones aterciopelados marrón y con
brazos de madera antigua que rodean la mesita. Siempre me han gustado
este tipo de lugares. Te invitan a parar, a desconectar, a tomarte las cosas
con más calma y sin prisas. Te hacen sentir en casa.
Tal y como ha prometido, en menos de un periquete, el chico coloca
sobre la mesa mi pedido.
—¡Que lo disfrutes! —me guiña un ojo, simpático.
—Muchas gracias. Dalo por hecho —sonrío, complacida.
Tras pegarle el primer bocado a la masa de hojaldre con forma de media
luna y cocida al horno, me abanico la boca con la mano abierta para no
quemarme y decido llamar a mi hermana.
Suenan varios pitidos antes de que descuelgue.
—¡Samy! Justo estaba comentando con Máximo de dónde íbamos a sacar
tanto dinero para tu rescate. Pensábamos que te habían secuestrado —se
descojona de la risa. Me la imagino, con su melena pelirroja —sello de la
casa— y ondulada y sus ojos grandes y verdes, hablando con su marido
sobre la película que se haya montada en su cabeza ante mi llegada a
Barcelona. Madre mía, mamá debe estar histérica.
—Ja. Ja. Ja. Qué graciosa. Secuestrada no, pero… —a ella sí se lo voy a
contar. Nunca hemos tenidos secretos y necesito su consejo. En cuanto a
mamá… ya veremos después.
—¿Pero…? —su tono de voz se torna preocupante. Me conoce
demasiado bien.
—Lo mío con Paul, se acabó.
—¡Biennn!
Suelta sin querer. Y sé a la perfección que en el instante en que lo ha
dicho se ha tapado la boca con la mano por haber soltado lo primero que se
le ha venido a la cabeza.
—Quiero decir… ¿qué ha pasado, cariño?
—Ya sé que no os caía muy bien, pero al menos podrías disimular.
—Pienso que ya hemos disimulado demasiado tiempo y no creo que
debas seguir ignorando la realidad, Samy. Ese tío era… es gilipollas y te
mereces a alguien mejor. ¿Me vas a contar qué ha pasado?
Suspiro un par de veces. Las imágenes de lo ocurrido ayer aparecen de
golpe frente a mí.
—Cuando llegué al pub lo pillé saliendo de un cuartucho con una tía.
Muy acaramelados y besándose. Está claro lo que pasó allí dentro. Intentó
explicarme la situación, excusarse, convencerme de que aquello no era lo
que parecía… En realidad, no sé si me dijo algo más porque me quedé
bloqueada y lo único que fui capaz de hacer fue estamparle un vaso de
mojito en la cabeza y salí de allí a toda prisa.
—¡Toma! —se aclara la garganta—. A ver quiero decir… ¡qué
cabronazo! Pero, me alegra saber que no te quedaste para escuchar la sarta
de mentiras que te iba a decir para convencerte de quedarte con él. Es lo
mejor que ha podido pasar, cielo, de verdad. ¿Ahora estás bien? ¿Por qué no
me llamaste en cuanto sucedió?
—Sí, estoy mejor —respondo a su primera pregunta—. Y por que llamé
a un chico que conocí en el avión —ya está, lo he soltado. Me muerdo el
labio inferior acojonada por lo que pueda decirme.
—¿Cómo? ¿Qué coño significa eso, Samantha? —Madre mía, madre
mía.
—Lo que has oído. Conocí a un chico en el avión. Ya sabes mi
«miedecillo» a volar y él me ayudó. Lo hizo más llevadero. Después mi
maleta no aparecía y también me ayudó con eso. Finalmente compartimos
taxi hasta que me dejó en el local de Paul y…
—¿Y…? —seguro que tiene los ojos abiertos como platos.
—Pues que estaba tan bloqueada que no sabía cómo reaccionar e hice lo
primero que se me vino a la cabeza. Lo llamé y apareció enseguida.
—Oh, Samy… ¿no irás a decirme que te acostaste con él por despecho?
—¿Quééééé? ¡Nooo! Por Dios, Bárbara. ¿Es que no me conoces? Solo
dormí en su casa. En su cama. ¡Sola! Y fue amable. Hasta esta mañana…
—No me digas que ha intentado hacerte algo porque voy yo misma para
allá y soy capaz de arrancarle las pelotas con mis propias manos.
—¡Nooo! Bárbara, santo cielo, que bruta eres. Tranquila ¿vale? No me ha
hecho nada. Simplemente, ha sido un gilipollas arrogante, frío y sin alma —
al decirlo me doy cuenta que estoy más enfadada por su actitud que por el
hecho de que Paul, el que era mi NOVIO, haya hecho lo que me ha hecho.
—Pues, cariño… muy gilipollas no habrá sido cuando te dio un techo
donde pasar la noche después de lo que te ocurrió en lugar de dejarte tirada
en la calle.
—Oh, ¿en serio, Bárbara? ¿A quién vas a defender? ¿A tu propia
hermana o a ese completo desconocido?
—A nadie, Samy. Tan solo analizo la situación. Al menos, estaría bueno
¿no?
—¡Mucho! Joder, ¿pero qué? ¡No! Por favor, Bárbara, ese no es el
punto… ¡Me estás haciendo un lío con tanta preguntita!
—Sí, sí. Un lío… —se ríe como una condenada.
—El caso… ¿qué hago con mamá? No para de llamarme.
—A ver… hablaré yo con ella primero ¿de acuerdo? Te allanaré un poco
el terreno en cuanto al tema de Paul hasta que tengas fuerzas de contárselo
tú. Y sobre lo de ese chico… de momento que no se entere.
—Gracias, hermanita. Eres la mejor.
—Lo sé —sonrío—. ¿Y qué vas a hacer ahora?
—Pues voy a intentar hablar con Maca. Ayer no conseguí contactar con
ella. El plan sigue siendo pasar aquí el verano con las chicas.
—Me parece genial, cariño. Aprovecha el momento y disfruta. Puede que
hasta conozcas a un amor de esos de verano —entona coqueta.
—Sí, en amores de veranos estoy pensando yo ahora.
—Bueno, pues un rollete o varios… —vuelve a reírse.
—Muy de mi estilo, sí.
—Ofú, hija, pues lo que sea, pero disfruta. Ya has malgastado parte de tu
tiempo pensando en el subnormal de Paul. Tienes que divertirte.
—¡Lo haré! Puedes estar segura de ello —exclamo feliz, más que nada
para que no siga diciéndome que me enrolle con algún tío.
—¡Así me gusta! —sentencia—. Cielo, tengo que dejarte. Máximo está
muy pesadito con que quiere mostrarme algo. ¡Llámame si tengo que ir a
partirle las piernas a alguien! Bueno, y si solo necesitas hablar y
desahogarte, también.
Río con ella. Esta mujer, las ganas que tiene siempre de partirle la cara a
alguien.
—Cuenta con ello. Te quiero.
—Y yo a ti, hermanita. Chao, chao.
Doy un sorbo al café, que se habrá templado lo suficiente como para no
achicharrarme los labios, con una pena increíble por tener que destrozar el
dibujo tan bonito que ha hecho el camarero con la espuma de la leche.
Saco el portátil. En realidad me lo he traído para avanzar con temario del
próximo curso. Sí, yo soy muy así. Me gusta ir adelantada y aprender todo
lo que pueda. Aunque, algo me dice que no voy a estudiar mucho en los
próximos meses. Espero que escribir sí pueda lograrlo.
El móvil vibra sobre la mesa y, a la par que enciendo el ordenador, leo
por encima la notificación que ilumina toda la pantalla.

Paul♥:
Amor, no hagas caso de los últimos
mensajes. Estaba muy borracho.
Por supuesto que no pienso
todo eso. He sido un cabrón,
lo sé. ¿Podrás perdonarme?
¿Dónde estás? ¿Paso a buscarte?

Vuelvo los ojos y resoplo. Siempre hace lo mismo. Esta vez no va a


conseguir lo que quiere. Estoy harta. Lo de ayer fue la gota que colmó el
vaso.
Decido contestarle.

Yo:
No me escribas más.
No me llames.
No me busques.
No quiero saber nada de ti.
Lo nuestro se acabó. ¡Para siempre!

No espero su respuesta, simplemente lo bloqueo. Busco las carpetas,


tanto del ordenador como las del móvil, en las que guardo todas nuestras
fotos, y sí es verdad que muestran lo que Erick mencionó en el avión. En la
gran mayoría sale él en primer plano sin apenas recaer en mi presencia. No
hay ni una sola en la que muestre ni un ápice de cariño hacia mí, como si al
que quisiera impresionar de verdad es a él mismo.
Joder… ¿cómo he podido no darme cuenta?
No lo pienso más. Pulso sobre el ratón y le doy a borrar.
Nunca he sido de las que se desprende de las cosas tan fácilmente. Me
gusta ir guardando recuerdos, sean buenos o no. No solo en mi memoria,
sino también en una caja o en algún sitio al que pueda volver para
rememorarlos. Pienso hacerlo hasta que sea viejecita. ¿Quién sabe? ¿Y si
algún día me diagnostican una enfermedad con la que no pueda recordar mi
vida? ¿A las personas que he querido y quiero, las que formaron parte de mi
vida? Al fin y al cabo, todo lo que hemos sentido es lo único que nos
llevaremos de este mundo cuando ya no estemos y creo que es una bonita
forma de recorrer de nuevo el camino que he recorrido.
Por ese mismo motivo, no quiero que Paul pueda aparecer en ellos.
Demasiado con tener que soportarlo en mi mente, quién sabe por cuánto
tiempo, como para tener que hacerlo también en las fotografías.
Y este simple gesto me confirma que es esta vez sí he tomado la decisión
de no volver con él.
Termino el desayuno, paso por caja para pagar y le dejo propina al chico
por haber sido tan amable conmigo. Me dedica una sonrisa de oreja a oreja
y me desea un buen día.
La verdad es que hace un día espléndido. Radiante. Ni me había fijado
cuando salí apresurada y cabreada de ese piso tan… tan… ni si quiera sé
cómo definirlo. Lo que sí se me viene a la mente son unos cuantos insultos
para la actitud de ese tío. Opto por no decirlos otra vez y decido que ya es
hora de que me olvide también de él.
Camino sin rumbo fijo. Pienso hacerlo hasta que sea la hora de que abran
las tiendas y pueda perderme en ellas para comprarme algo de ropa interior,
aún llevo puestos los bóxers que me dio Erick. No iba a devolvérselos
después de haberlos usado.
«Uf, otra vez, ¿será posible? De-ja-de-pen-sar-en-ese-tío,-Sa-mantha».
A lo que iba, ¡Necesito ropa! No tengo ni idea de cuándo aparecerá mi
dichosa maleta.
Mientras pienso en todo ello, vuelvo a marcar a mi amiga.
Esta vez, sí da señal.
—¡Samyyyyyy! —ella siempre tan expresiva. En realidad, ambas lo
somos.
—¿Se puede saber dónde te metes? —pregunto sin saludar.
—Tía, ¿qué te pasa? —cambia su tono de voz.
—Te llamé anoche… —ahora se me vuelven a saltar las lágrimas.
Intento aguantarme las ganas de llorar. Me estaba haciendo la dura, pero
joder… duele.
—Samy, ¿te encuentras bien? ¿Ha ocurrido algo con Paul? ¿No le gustó
la sorpresa?
—La sorpresa me la llevé yo…
—¿Cómo? ¿Y eso porqué?
—Porque me lo encontré besuqueando a otra.
—Joder… menudo capullo.
—Mi hermana piensa lo mismo que tú.
—Tu hermana siempre me ha caído muy bien. Siempre hemos estado de
acuerdo en eso. Pero eres mi amiga, si tú eras feliz, yo también.
—Tengo que contarte muchas cosas. Pero prefiero que sea en persona.
—Entonces, ¿avisaste a mi madre anoche de que ibas a llegar antes?
—No. No quería molestarla a esas horas de la madrugada. Y mucho
menos en el estado que estaba. Se hubiera preocupado y habría llamado a
mi madre y, sinceramente, no me apetecía.
—¿Y se puede saber adónde fuiste? —se preocupa.
—Es una larga historia. Mejor te cuento cuando nos veamos.
Decido contárselo más tarde porque sino esto se convertirá en un
interrogatorio vía telefónica y no me dejará en paz.
—De acuerdo. Pues no tendrás que esperar mucho —su voz vuelve a ser
alegre—. Acabo de llegar y en una hora, como mucho, estaré en casa. Ve
yendo tú.
—Genial. Tengo ganas de verte. Tienes que contarme qué tal con tu
padre en Inglaterra.
—Sííííí. Nos vemos en un ratito. Te quieroooooo.
No me da tiempo ni a responder. Esta chica parece que siempre tiene el
dedo listo en el botón de colgar, porque lo hace a una velocidad pasmosa.
Hago todo lo que me había propuesto para comprarme unos cuantos
outfits y pido un taxi para que me lleve a casa de mi amiga.
13
ERICK

Así es la vida, un abrir y cerrar puertas. Una continua búsqueda entre un


toque de fantasía y un golpe de realidad.
Verdades que no se cuentan y miedos, demasiados grandes, que no se
demuestran. He leído mucho sobre ello en los libros que atesoro de mi
abuelo.
Joder… el miedo cabrón que nunca se la juega, el puto desconfiado y el
que nunca da el primer paso. El que no se atreve a caminar hacia ningún
lado y mucho menos a cruzar ningún posible abismo. Ese que no se atreve a
tirarse de cabeza ni mucho menos de corazón. Es el maldito lamento de los
que elegimos seguir «a salvo» en esa paz aparente de lo conocido para no
cometer ningún puñetero fallo.
El puto miedo. Esa gran muralla que eres incapaz de escalar porque
piensas que las alturas no son lo tuyo y que la posibilidad de caer es lo que
te preocupa, aún sabiendo que puedes perderte la gran maravilla de
contemplar las increíbles vistas desde arriba. La muralla que separa lo que
eres de lo que podrías llegar a ser.
El por si acaso no lo digo, no lo hago, no lo siento, no lo muestro… no
vaya a ser que pierda lo poco que he conseguido tener. Esa puta necesidad
de controlar las cosas y de poder extremo para que nada me perjudique.
No quiero ni pensar que la vida me dé más de lo que merezco.
No tengo miedo a la oscuridad, sino a lo que hay en ella. No tengo miedo
a estar rodeado de gente, sino a ser rechazado por quién he sido.
Durante un tiempo me sentí frágil. Lloraba hasta quedarme dormido. Lo
sentía todo y dolía demasiado.
El golpe de la vida llegó sin avisar y no estuve preparado para ello. Me
costó reconstruirme. Al menos, una parte de mí, la que muestro a la gente
que aún sigue a mi alrededor, incluso después de comportarme con ellos
cómo lo hice.
Tiempo después, ya no quedaba nada, tan solo vacío. Un vacío inmenso.
Nadie ha sabido jamás cuánto tiempo, esfuerzo y lágrimas me costó. Es por
eso que, ahora, tengo mayor cuidado al elegir quién entra en mi vida y
quién no.
—¿Erick?... ¿Puedes volver al planeta Tierra, por favor?
Pedro me hacer regresar de mis pensamientos.
—Lo siento, estaba…
—Mira, tío, ¡no le des más vueltas! Solo querías ayudarla y hacer una
buena causa. Ella necesitaba a alguien anoche y un lugar donde no estuviera
sola. Tú se lo ofreciste. Nada más. Dices que se ha marchado esta mañana
¿no? Pues ya está, tío. No la vas a volver a ver, así que déjalo estar.
—Es que no puedo, joder. Primero, que no debí dejarla subir a casa. ¡Qué
digo! No debí haberme acercado a ella siquiera en el avión. ¿No entiendes
que no puedo dejar entrar a nadie así en mi vida?
—¿Así…? ¿Así cómo, Erick?
—Pues así. Tan… tan… tan ella. Tan inocente. Joder, tan… diferente a
mí.
—Erick, —se toca el puente de la nariz desesperado —has avanzado
mucho. Has hecho muy buen trabajo todo este tiempo. Lo que sientes
siempre lo llevarás contigo, pero debes aceptarlo y apartarlo a un lado para
poder seguir. No puedes seguir pensando que lastimarás a todo aquél que se
atreva a conocerte. ¡Tienes que vivir, colega!
—No es tan fácil… —me recuesto en el sofá y echo la cabeza hacia atrás
cerrando los ojos.
Pedro me inspecciona desde su posición, a unos centímetros de mí, con
su cuerpo en dirección al mío, un brazo apoyado sobre la parte trasera de
este sofá tan bajo y una pierna sobre el asiento.
—Mira, sabes muy bien que para nada te invitaría a algo así. Más bien,
no podría obligarte a hacer lo que te voy a decir sabiendo lo difícil que
puede ser para ti. No obstante, creo que ha llegado la hora de que des un
paso más y avances un poco…
—Miedo me das —lo miro con curiosidad.
—Nah… Si aceptas, ya verás lo bien que te sentirás.
—¿Me vas a decir ya lo qué es o voy a tener que suplicarte?
—¿Tú suplicando? Creo que pagaría por ver eso —se ríe.
Ante mi levantamiento de cejas y mi cara decide soltarlo de una vez.
—La semana que viene habrá una fiesta en la casa de unos amigos. Irá un
montón de peña, música, barbacoa, chicas… Te lo pasarás bien, Erick.
Acuérdate, es hora de avanzar y disfrutar de la vida.
Dudo. Y dudo mucho. No estoy muy seguro de que eso me vaya a ir
bien.
—Mira, colega, de verdad que te lo agradezco. Me has ayudado mucho
hasta ahora, pero este consejo sobre que tengo que vivir es una puta mierda.
Te recuerdo que por el simple hecho de seguir respirando ya lo hago.
—Sabes a qué me refiero.
—Lo sé. Por eso mismo. Y sigue siendo un consejo de mierda. Creo que
no voy a aceptar la invitación.
—¿No hay nada que te haga cambiar de opinión? —me levanto del sofá
—. Al menos, piénsatelo. Te voy a enviar la dirección y la hora por si
decides… arriesgar un poquito más ¿ok? —me aprieta el hombro y me
palmea la espalda guiñándome un ojo.
Nos levantamos para despedirnos hasta la próxima semana o hasta que lo
necesite.
—Me lo pensaré —respondo con un abrazo.
—Vale, vale, eso ya es un comienzo —se ríe—. Al menos ya no has
usado el «no». ¡Es un avance!
—Recuérdame por qué te aguanto.
—Por que no sabes vivir sin mí —cabeceo varias veces—. ¡Cuídate,
Erick! Y ojalá te animes.
—Dale un abrazo a Carlota de mi parte —su mujer siempre me ha tratado
como a uno más. Ellos dos son como mi familia.
—Se lo daré.
14
SAMY

—¡Cariñooo! ¡Cuánto tiempo! Mírate, si estás hecha toda una mujer…


¡Y qué guapísima estás! —Beatriz, la madre de Maca, me recibe entre sus
brazos en cuanto abre la puerta.
—¿Qué dices? Si estoy igual que siempre…
—De eso nada. Siempre has sido una niña muy hermosa, pero este último
año te has convertido en una autentica mujer y estás preciosa.
—Muchas gracias, Beatriz, de verdad—. No estoy acostumbrada a que
me piropeen de este modo y sin quererlo me sonrojo.
Mi familia y amigos no cuentan, ellos me quieren y les parecería el ser
más guapo del universo aunque fuera el más feo.
—Aunque creo que no puedo fiarme mucho de tu criterio porque eres
como una segunda madre y las madres quieren a sus hijas pese a que no
sean las más bellas del mundo.
Sonrío de medio lado.
—¡Tonterías! Eres preciosa y eso no pienso discutirlo.
Sigue sosteniéndome por los hombros.
—¡Me alegro de verte, Beatriz! —ahora soy yo quién la abrazo, con un
gran cariño.
—¡Y yo a ti, cielo!
—¿Ha llegado ya Macarena?
—Oh, por Dios, sí, claro que sí… adelante, cariño. Que maleducada… Y
que cabeza tengo… Deja que te ayude con las…—
Lleva sus ojos tras de mí para coger mis maletas cuando se percata de
que vengo sin nada. Tan solo llevo unas cuantas bolsas de papel de una de
las tiendas más famosas en la que toda chica pecamos más de la cuenta, mi
bolso y el portátil.
—Pensaba que te quedarías con nosotras todo el verano.
—Y ese es el plan, si aún estáis dispuestas a que invada vuestra casa —
sonrío adentrándome en su hogar.
—¿Hablas en serio? Estábamos deseando que llegaras.
—Se perdió mi equipaje… ¡No preguntes! No sé cómo. El caso es que
este viaje parece que no lo he comenzado del mejor modo…
—Vaya, ¿y eso?
En ese instante, mi amiga aparece en el salón a una gran velocidad, como
un tornado llevándose todo consigo. Se estampa contra mí, haciendo que las
bolsas caigan al suelo, y por poco, nosotras dos con ellas. Gracias a su
aparición me libro de contarle nada a Beatriz. Al menos, de momento.
—¡Saaaammmmmm! ¡Te echaba de menos!
—¡Y yo a ti! Las miles de videollamadas que hacíamos a diario no han
sido suficientes —seguimos abrazadas.
—Bueno, ¿qué os parece si dejáis las cosas en la habitación de Maca, te
pones cómoda y nos ponemos al día?
—Nos parece genial, mamá, gracias.
—¡Pues, andando! Después prepararemos café y comeremos un trocito
de la tarta que he horneado. Así me cuentas qué tal el vuelo y qué es lo que
te ha pasado con Paul.
Me pellizca Beatriz la barbilla.
—¿Porqué deduces que ha tenido que pasarme algo con él?
—Oh, cariño… una madre sabes esas cosas —responde con una
comedida sonrisa dándose media vuelta para dirigirse hacia la cocina.
Maca y yo nos quedamos mirándonos.
—¿Tú le has dicho algo? —acuso a mi amiga en un susurro.
—¿Yo? ¡Estás de coña! ¿no? Ya sabes cómo es mi madre. Parece tener un
sexto sentido.
—Ya. Empiezo a creer en la firme teoría de que todas las madres lo
tienen —nos partimos de la risa.
—Venga, anda, estarás agotada.

La habitación de Maca sigue prácticamente igual. Salvo por algunos


cambios que en los últimos años la han convertido en una más adulta. Los
posters de nuestros ídolos y amores platónicos ya no adornan las paredes,
del mismo modo que han dejado de decorar mi habitación. Pese a que
nunca nos llegamos a deshacer de todo ello y optamos por guardarlo en
alguna carpeta para cuando seamos unas viejecitas y podamos recordar
tiempos pasados y la forma en que babeábamos por Jonny Deep en Piratas
del Caribe, Henry Calvill, Cris Hemswot o Brad Pitt, entre otros. En
realidad, no creo que nunca dejemos de hacerlo a pesar de que tengamos
setenta años. Brad Pitt, siempre será Brad Pitt. Los Back Street Boys
formaron parte de la vida de mi hermana, pero de tantas veces que la
escuchaba cantar sus canciones cuando era pequeña hizo que adorara a ese
grupo musical, haciendo que Aaron Carter palpitara en mi corazón, a pesar
de que los rubios nunca fueron mi predilección. Sí, ya sabemos que Brad
Pitt lo es, pero él no cuenta. Ese hombre tuvo que ser tocado por Dios al
nacer porque no me lo explico.
Volviendo al momento presente. Todos esos posters que reinaban en la
habitación de mi amiga, ahora han sido sustituidos por cuadros elegantes en
tonos claros. Las cortinas rosa chicle y la alfombra de pelo a juego también
han pasado a mejor vida. Al igual que la colcha de la cama ya no es de
kabuki decorada con princesas ni residen en ella peluches con un gran
cariño sentimental.
Ahora, todo viste en tonos beige, frescos con algún azul marinero
precioso y tejidos airosos para el verano.
Su escritorio está repleto de papeles, libros y todo el material típico de un
estudiante de carrera que terminó hasta el copete de exámenes y ni se
molestó en recoger antes de irse varias semanas a visitar a su padre.
Viéndolo así, esa zona tampoco es la de una niña.
Hacía tiempo que no venía y verlo de este modo me hace ver lo rápido
que pasa el tiempo. Que sí que hemos madurado, hemos crecido, y ya no
tenemos los típicos problemas de crías, esos que pensábamos que serían el
fin del mundo. Ahora, tenemos otros, más adultos, más difíciles de afrontar,
más dolorosos… Pensé que la adolescencia era la etapa más dura, pero qué
difícil son los veinte. Buscas tu independencia, ansías terminar la
universidad, encontrar un trabajo que te guste y así poder empezar la vida
como adulto. Y la realidad y lo peor es que no sabes qué diablos hacer con
tu vida. Quieres poder con todo pero tienes una crisis constante. Te haces
miles de preguntas que sabes que no tienen respuesta. Tan solo te queda
luchar y seguir haciendo las cosas de la mejor forma que sabes.
Maca, percatándose del estropicio de la mesa, me mira y le resta
importancia, pensando que en lo que pensaba era en el desastre.
—Ahora lo recogeré.
Asia con fuerza de mi mano y se sienta en el borde de la cama, haciendo
que caiga yo también junto a ella. Se deshace de sus zapatillas y coloca las
piernas sobre el colchón en forma de indio.
—¡Bueno, ahora, cuéntame todo! —bufo unos segundos.
—Pues… debería empezar primero por una disculpa. Ahora sé que, mi
hermana y tú, llevabais razón. No tuve que enfadarme con vosotras por
decirme lo que pensabais de Paul.
—Samy, eso está olvidado. Y, por supuesto, me ahorro la frase de «te lo
dije» —me mira de reojo, entornando la mirada y con una pequeña
sonrisilla. Como si eso bastase para enfatizar el «te lo dije». —Nosotras…
Yo solo quiero que seas feliz. Somos amigas desde siempre y tu felicidad es
la mía. Así que permíteme que te diga que ese capullo integral estaba
apagándote. La luz que irradias debería verla todo el mundo. No le puedes
privar a la gente algo así, Samy. Ese imbécil no te merecía. Tía, mira el
mujerón que eres; brillante, lista, fuerte, capaz de todo, luchadora, tienes
una sonrisa para todos y eres jodidamente auténtica. Estás a la altura de lo
que te propongas… ¡Grábate eso en la mente! —me propina unos
golpecitos en la sien con sus dedos para que preste atención.
Me conoce demasiado bien. Estoy completamente segura que sabía que
necesitaba este chute de autoestima y, aunque me gusta escuchar lo que
piensa de mí, yo no estoy tan segura de que realmente sea todas esas cosas.
Probablemente, consecuencia de haber oído, tantas veces, todo lo contrario.
Me lo dejaron claro en más de una ocasión y se grabó a fuego en mí.
Desde entonces, todo parece apuntar a que llevaban razón porque cada tío
que se me acerca acaba dañándome de una forma u otra y
menospreciándome.
—Y no necesitas a ningún gilipollas de turno, sin sentimientos, narcisista
y empeñado en poseer a una chica sintiéndola de su propiedad mientras él
alardea por ahí de sus rollos —esa última frase la suelta teniendo la certeza
sobre lo que mi cabeza estaba pensando.
—Gracias, Maca. No entiendo cómo puedes decir todas esas cosas sobre
mí. Ni me las creo yo misma…
—¡Pues créetelas! No he dicho ninguna mentira. Tan solo hay que
mirarte a los ojos y ser partícipe de tu sonrisa contagiosa para saber que
digo la verdad.
—¡Ven aquí! —opto por abrazarla directamente, sino acabaré llorando—.
¿Sabes que te quiero, verdad? —Ella y las chicas son esas amistades que te
alegras de tenerlas en tu vida porque no necesitan apagar tu brillo para que
el de ellas reluzca más, sino que son ellas mismas las que te ayudan a
brillar.
—Más te vale —me da un golpecito en el hombro—. Yo también te
quiero. Y, ahora, vamos a ayudar a mi madre y a comer algo porque mis
tripas no aguantan más y a este paso podré dar un concierto de rugidos.
Ambas nos reímos y tira de mí para que la siga.
—¡Por cierto! —se detiene tan repentinamente que provoca que choque
con ella mitad del pasillo, haciendo que pegue un traspié.
—¡Macaaa! ¿Ahora qué?
—Esta noche nos vamos de fiesta. Tú y yo. Y la semana que viene ya
hemos quedado. Habrá una MEGAFIESTA y vamos a ir.
—No sé yo si tengo el cuerpo para fiestas…
—Ya te digo yo que lo tienes. ¿No pensarás quedarte toda la noche
lloriqueando por un tío que no se lo merece, no?
—Maca…
—¡Chitón! No se hable más —levanta una mano para que me calle—.
Falta una semana para que oficialmente empiece el verano, pero para
nosotras acaba de comenzar, vas a cumplir veinte años, necesitas divertirte
y despejarte. Además, así podrás comprobar si un clavo saca a otro clavo.
—¡Macaaa! —abro los ojos de par en par, descojonada de la risa.
—¿Qué? Seguro que habrá chicos guapos.
—No tienes remedio.
—Ya me conoces —se echa la melena; corta, rubia y rizada, hacia atrás
en un gesto muy exagerado y presumido, —la vida hay que disfrutarla.
—¡Está bien! Iremos de fiesta… Eres igualita que mi hermana.
—Yujuuuu —da saltitos de alegría y yo me contagio de su emoción, por
lo que acabamos dando saltos como dos pánfilas en mitad del pasillo y
riéndonos.
Soy una chica divertida, siempre lo he sido. Me gusta disfrutar de todo lo
que me rodea y soy de las que lo exprimen al máximo y, como dice mi
amiga, nadie debe borrar esa parte de mí.
Ni siquiera yo misma.
15
ERICK

El sonido de la puerta cerrándose es toda la paz que necesito ahora


mismo. La oscuridad inunda mis pupilas al instante. Me conozco al dedillo
cada centímetro de la estancia, por lo que no me hace falta ver nada para
saber hasta dónde tengo que llegar y encender la luz de seguridad.
Este espacio del piso es como un santuario para mí. Donde realmente
puedo ser yo. Hacer lo que me gusta. Lo que me apasiona. Tantas
emociones, tantos sentimientos que para mí lo significan todo y que ante
cualquier mirada serían solamente eso; fotografías.
Las últimas cuelgan de unas pinzas en sendos cordones que atraviesan la
habitación. Quise revelar aquellas que hice en el aeropuerto hace una
semana.
«¿Por qué fuiste así de imbécil, Erick?»
Me digo a mi mismo a la par que me pellizco con los dedos el puente de
la nariz. Esa pobre chica lo estaba pasando mal y yo… Si iba a
comportarme así con ella no debí aceptar a ayudarla ni ir a por ella.
Medito un instante.
De repente, flashes de la noche más horrible de mi vida aparecen frente a
mí. Las luces cegadoras, sus gritos, mi pánico, el rechinar de los neumáticos
en la calzada, mi reacción al pisar el freno, el volantazo, nuestra vida
pasando por delante de mis retinas, el impacto, la oscuridad…
El dolor de cabeza comienza a martillearme las sienes y antes de que
vaya a más voy hasta el baño para tomarme un analgésico.
Vuelvo enseguida para adentrarme en ese cuarto oscuro.
Pienso durante un rato más, analizando la situación, observando a todos
lados. Las paredes están repletas de retratos, fotografías de paisajes… pero
no de las verdaderamente importantes. Hoy hace justo dos años desde que
decidí aceptar aquella ayuda y sus fotografías deberían estar aquí, junto a
las demás.
Me convenzo de que ha llegado el momento de hacerlo realidad y las
saco de su escondite. Apilo una gran cantidad de ellas sobre la mesa de
trabajo. Finalmente decido colocarlas y, prácticamente, arranco las demás
de las paredes para sustituirlas por estas.
Me paso las siguientes horas encerrado en esta habitación. Cuando
termino, me quedo inmóvil en mitad de la estancia. La punzada que siento
en el pecho me hace creer que me partiré en dos. El aire abandona mis
pulmones con lentitud y un breve suspiro escapa de mi boca. El dolor es
demasiado intenso. Mis piernas tiemblan, las rodillas ceden dejándome caer
al suelo. Siento el frío del parquet instalándose en los huesos. La necesidad
de llorar se apodera de mí, pese a que no cedo a ese sentimiento. Como si
todas las lágrimas que derramé aquel día, y los siguientes, me hubiesen
convertido en un dique seco. Simplemente, no tengo más que derramar.
Nadie habla de cómo se siente llorar silenciosamente y sentir ese dolor en
el pecho que no te deja respirar. Lo único que puedes hacer es tratar de
calmarte.
Apesadumbrado, consigo levantarme, coloco todo en su lugar, apago la
luz y cierro con llave. Sigo sin saber porqué lo hago, tan solo soy yo el que
vive aquí y no hay nadie quien pueda entrar. Quizá para que Roxana no lo
haga, aunque sabe a la perfección que tiene terminantemente prohibido
cruzar este umbral. O puede que sea porque así siento que este rincón tan
solo me pertenece a mí, que es lo único sobre lo que tengo algo de control,
lo único que me queda de sus recuerdos y quiero protegerlo a toda costa.
Me preparo un sándwich, con muy poca buena pinta por cierto. Lo que
me hace ver que regresé hace una semana y aún no he ido a comprar en
condiciones para llevar una dieta más o menos saludable. Prácticamente,
obligué a Roxana a tomarse unos días libres y así poder estar más tranquilo
en casa. Por lo que debería ir yo mismo a hacer la compra urgentemente y
llenar la nevera.
Me acomodo en el taburete tras la isla. El recuerdo de hace unos días me
viene de golpe a la mente, cuando una pelirroja ocupaba esta zona de la
casa. Sus ojos verdes me traspasaban, aportaban esa luz que tanto le falta a
los míos. Sonrío al recordarla con la taza de café humeante entre sus manos,
su pelo ondulado recogido en un moño, sus sutiles pecas recorriendo su
perfecta nariz, mi camiseta sobre su cuerpo y mis bóxers, esos que dejaban
al descubierto sus preciosas piernas…
«¡Joder, ya está bien, Erick! ¿Se puede saber qué cojones estás
haciendo?»
Cabeceo para olvidarme de una vez de ella.
Quizá Pedro tenga razón y deba salir a despejarme. Sería una buena
forma de celebrarlo y ver si soy capaz de controlarme, saber que al fin lo he
superado y ese «problemilla» ya no tiene influencia sobre mí. Aunque sigo
pensando que el estar rodeado de toda esa gente sedienta de alcohol no me
lo va a poner fácil.
¿Por qué no? Tan solo es una fiesta y hace demasiado tiempo que no
disfruto de una.
16
SAMY

Nadie se creería que seguimos poniéndonos al día después de toda esta


semana. Maca y yo siempre tenemos algo que contarnos, a pesar de que
durante todo el tiempo que no nos hemos visto hemos hablado por teléfono
y desde que llegué hemos estado prácticamente sin separarnos.
Mientras charlamos, con “Cuando nadie me ve” de Morat de fondo,
ponemos un poco de orden en su habitación. Estoy guardando toda la ropa
en el espacio que me hizo en su armario. Hace una par de días, por fin,
recuperé mis maletas, pero hasta ahora no había sacado todo de su interior y
ya tocaba.
De hecho, la anécdota con la pérdida de mi equipaje nos obliga a volver a
hace una semana y recordar lo que ocurrió la noche que llegué a Barcelona
y lo de la mañana siguiente con aquel chico.
No entiendo porqué sigo pensando en ello.
—¿Y estaba bueno? —tengo la amiga más pesada del mundo, porque
desde entonces me lo habrá preguntado como unas ocho millones de veces.
A lo que yo siempre le contesto con evasivas.
—¡Maca! Eso no es lo importante…
—¿Cómo que no? Si no era guapo, al menos te daría igual no haberte
acostado con él. Olvídate ya de ese tío y no le des más vueltas al asunto.
—¡Macarena! ¡No pensaba acostarme con él! Por el amor de Dios, ¿se
puede saber qué os pasa por la cabeza? Da igual si era guapo o no. Y menos
aún después de lo que ocurrió con Paul.
—Pues por eso mismo. ¿Qué? No me mires así. ¿No te dije que un clavo
saca a otro clavo? —ella sola se ríe de lo que acaba de decir.
Una vez vestida, se sienta en su tocador y empieza a arreglarse.
—Sabes que no soy esa clase de chicas. ¡Y tú, tampoco!
—Aish, nena, ya lo sé… ¡Solo quiero animarte! Ya sabes que yo soy fiel
a mi chico y no tengo ojos para nadie más.
Sonreímos, porque en el fondo somos unas románticas empedernidas.
—Pero, ahora en serio, ¿estaba bueno?
—¡Joder, Maca! —alzo las manos, exasperada. —¡Siiiií, lo estaba!
¡Estaba buenísimo! ¿Contenta? —cedo al fin.
—¡Mucho! —vuelve a reírse. —¿Y cómo era? —eleva las cejas varias
veces, intrigada.
—¿Y qué más da? No lo veré nunca más y tú no lo conocerás, así que….
—Pero hija, no sé… algo tendrá para que te llamase la atención.
—¡Y dale con el temita! Está bien… —resoplo—. Tenía tatuajes.
Muchos. Parecía un macarra.
—¡Anda! ¿Y se puede saber desde cuando tú juzgas a las personas por su
apariencia? —deja de maquillarse los labios para mirarme a través del
espejo.
—Pues… creo que desde esa noche, fíjate —digo con retintín.
Se encoje de hombros y sigue a lo suyo. Lo que no le cuento es que tenía
ese aire de rudo, frío, calculador, de tenerlo todo bajo control, como si
quisiera mostrar que es un alma sin sentimientos y que socializar con las
personas no va con él. Pero que, también, tenía esa otra parte que quería
protegerme sin conocerme. Como si yo fuera un imán del que no podía
separarse. Parecía amable. Nadie dejar entrar a un desconocido en su casa,
le prepara la cena, deja que se duche en su bañera, le presta ropa y se deja
robar la cama.
Es posible que, en el fondo, siempre acaban gustándonos «los malotes».
No obstante, aclaremos algo, he llegado a entender que Paul me
engatusó. Me vio como un reto, como un trofeo que ganar. Sin embargo,
¿por qué siguió conmigo después de conseguir lo que quería? No tengo ni la
más remota idea. Quizá no soportaba que nadie más me tuviera. Quizá
necesitara saber que le pertenecía a pesar de no haberlo hecho nunca.
Entretanto él podía tirarse a todo lo que se movía siempre y cuando yo no
me enterase. Me humilló, me llegó a poner motes denigrantes disfrazados
con cariño, me insultaba y su maltrato verbal me obligó a creerme que me
lo merecía. Digamos que este era malo «malote» de verdad.
En cambio, Erick, tiene toda esa pinta de hombre duro, pasota y, además,
todos esos tatuajes que a simple vista puede parecer que sí es un chico
malo, con pinta de… ¿delincuente? Sin embargo, nunca he conocido a
nadie como él. El instinto me dice que él no es así.
No me preguntéis porqué, pero lo sé. Y lo creo firmemente.
Aunque, está claro que fue demasiado y a la mañana siguiente lo
demostró marcando las distancias. Así que, como ha dicho mi amiga, ese
chico ya no tiene nada ver conmigo.

—¡Chicas!
Irrumpe Beatriz tras llamar a la puerta.
—¿Queréis que os acerque a esa fiesta? Voy a salir y había pensado…
¡Vaya! ¡Estáis impresionantes! —se adentra en la habitación con los ojos de
par en par y una sonrisa de oreja a oreja.
Se acerca veloz para cogernos a ambas de las manos y nos hace dar una
vuelta completa sobre nosotras mismas para observarnos mejor.
—Sin duda, vais a hacérselo pasar muy mal a los chicos esta noche —
sonríe pícaramente y yo me sonrojo.
Puede que me haya pasado eligiendo esta prenda de todo el repertorio de
mi amiga. Cuando estaba guardando toda mi ropa pude ver un vestido suyo
que me fascinó y me dijo que esta noche sería mío.
—Gracias, mamá.
—¿En qué momento habéis crecido tanto? Si hace nada estabais
correteando la una detrás de la otra por el jardín de Gloria. —Mi madre
pensaría lo mismo.
—Mamá, no empieces… que eres de lágrima fácil y acabaremos las tres
llorando.
—Uf, no, no, nada de llorar.
Eleva los ojos al techo y comienza a pestañear muy rápido para no
derramar ni una sola lágrima.
—Esta noche es para reír y pasárselo en grande. Os lo merecéis.
—Sabes que eres la mejor, ¿verdad? —su madre y la mía son muy
parecidas, aunque la mía es mucho más protectora y nada más sepa que voy
a salir de fiesta con gente a la que ni conozco puede que le de un infarto. Lo
que me recuerda que debo llamarla para contarle todo. Madre mía, es la
primera vez que paso tantos días sin hablar con ella y estará histérica. Me
consuela saber que Bárbara le ha explicado algo por encima y les ha pedido
a nuestros padres que me den algo de espacio para recomponerme y yo
misma sea quien se lo cuente todo.
Pero aún no me atrevo.
—No dudo de ello. ¡Eso sí, una cosa te digo, Maca! ¡A las dos, más bien!
—nos apunta con el dedo, poniéndose algo más seria. —No os paséis con la
bebida, cuidado de que no os echen nada en ella y no olvides que tú,
señorita, —ahora señala solo a mi amiga —tienes novio. Ese chico es un
ángel.
—Que sí, mamá… ¿Es que no conoces a tu hija?
—Bueno… yo solo os advierto. ¡Y tú! —ahora ha llegado mi turno —
diviértete y disfruta, Samy. Eres un ser libre, nadie debe cortarte las alas y
prohibirte ciertas cosas. ¡Tú ya me entiendes! —me pellizca la barbilla cual
niña indefensa.
—Está bien… Me divertiré como nunca—. La complazco, porque sé
perfectamente a lo que se refiere. Una relación no debería basarse en
prohibirle cosas al otro, en amenazarte con dejarte si no haces lo que dice o
hacerte sentir mal por cualquier cosa que no le venga bien, querer saber
dónde estás en cada momento y, por supuesto, con quién.
—Entonces, qué, ¿os llevo?
—No hace falta mamá. Nos recoge Carlos.
—¡Genial! Pues a pasarlo bien. Y, Maca, avísame si hacéis cualquier cosa
después. ¡Os quiero! —cierra la puerta tras de sí.

Llegamos un poco más tarde a la fiesta.


—¿Ves? Te dije que no llegaríamos a la hora —expresa Carlos.
—Cielo, nadie llega puntual a estas fiestas. Relájate, ¿de acuerdo? Vamos
a pasarlo bien.
—Está bien… —se dan un pequeño beso en los labios. Estoy sentada en
la parte trasera de su Peugeot 2008. Lo compró hace unos meses y aún
huele a nuevo.
Los observo de reojo. Son tan diferentes y a la vez tan parecidos. Y se
quieren, de eso no cabe duda.
—¡Eh, sigo estando aquí! Por si os habíais olvidado. Sé que os tenéis
muchas ganas, pero ¿podríais dejarlo para cuando yo no esté? ¡Gracias!
—Perdona, Samy… —Carlos carraspea y se endereza en el asiento. —
Quiero aprovechar para decirte que siento lo tuyo con tu novio. Siento lo
que te ha hecho Paul —me mira a través del retrovisor.
No había coincidido con Carlos hasta hoy.
—Tú no tienes nada que sentir, Carlos. No has sido tú quién lo ha hecho,
pero gracias. Además, no quiero pensar más en ese desgraciado. ¡Se acabó!
—levanto la barbilla bien alta, queriendo ser la chica fuerte que soy.
—Haces bien —me sonríe.
—Aún así, te lo agradezco, de verdad —le doy un apretón en el hombro
por encima del asiento. —Sois mi gran apoyo.
—Venga, id entrando. Yo voy a aparcar y ahora os busco.
Una vez frente a la puerta de la casa donde se celebra la fiesta, Maca se
acerca mucho a más a mí y se apoya en mis hombros.
—Prométeme que no vas a pensar en ese capullo y vas a hacer todo lo
posible para pasarlo bien.
Observo por un momento la casa que se alza frente a mí, con toda esa
acústica retumbando en cada esquina, adueñándose de la paz callejera, y las
luces del interior de la vivienda alumbrando toda la parcela.
Cojo aire profundamente, lo suelto y la miro de reojo.
—Te lo prometo.
Nada más entrar, la música a todo volumen nos envuelve. Hay
muchísima gente. Trago saliva y pienso en mi propósito. Hacía tanto tiempo
que no iba a una fiesta por miedo a la reacción de Paul que, en un principio,
me abruma. Sin embargo, él ya no está conmigo y no tiene poder sobre mí y
puedo hacer lo que me plazca.
En nuestro recorrido nos paramos a saludar a varias personas que
conocemos. Nos presentan a otras. Cogemos bebidas y nos dirigimos hacia
el salón, dónde está congregada la mayoría de gente.
Soy muy consciente de cómo los chicos miran a mi amiga. No me
extraña, yo también lo haría, es una chica deslumbrante… Y, por ende, a mí
cuando pasamos cerca de todos esos tipos.
—¡Aquí está mi chica! —la sorprende por detrás Carlos.
—Umm, mi hombretón —se gira para besarlo. —¿Quieres una cerveza?
—Me parece bien. Pero solo una, que después tengo que llevaros a casa,
sanas y salvas —la agarra por la cintura y ella le sonríe, locamente
enamorada.
—Samy, lo acompaño a la cocina. ¿Vienes o te esperas aquí?
—No os preocupéis por mí, estaré dando una vuelta, tortolitos.
—¡No ligues mucho, eh! —me lanza un guiño demasiado descarado. No
tiene remedio.
—Tranqui. Lo dudo mucho.
Nada más irse, alguien me roza el brazo con sus dedos y se coloca frente
a mí. Es alto, rubio y con una melena envidiable, todo sea dicho. Con unos
ojos claros que quitan el sentido y con muy buena planta. Visto así, parece
el típico hombre que protagoniza una marca de champú. Si así consigue el
pelo que luce, lo necesito en mi vida. El champú, claro está, no a él. ¿Ya
mencioné que los rubios no me llaman especialmente la atención?
—¿Tienes bebida?
—Sí, gracias —levanto el vaso de plástico.
—Genial. ¿Te lo pasas bien?
—Muy bien. ¿Y tú eres?
—Lucas, el anfitrión —sonríe, y con un movimiento de mano se echa la
melena hacia atrás, orgulloso de la fiesta que ha montado.
Madre mía, madre mía… Demasiado creído para mi gusto. Me recuerda a
alguien y no estoy por la labor de pasar la noche con alguien así.
—Aunque viendo a toda esta multitud en mi casa, creo que me he pasado
invitando a gente —parece que se ha dado cuenta de la cara que he puesto
—. Al principio, iba a ser una pequeña reunión de amigos, después se ha
ido sumando la gente, han traído más bebidas y hemos llegado a este punto.
—Bueno, tranquilo, pienso que es una gran fiesta para empezar el verano
y la gente parece que se lo está pasando muy bien. Seguramente, mañana
hablen de ella.
Dibuja una pequeña sonrisilla, llevándose la boquilla de su botellín de
cerveza a los labios. Está claro que le gusta que lo adulen.
Soy consciente del repaso que me da. Demasiado descarado también.
Este chico no suma puntos por ningún lado. Sus ojos se clavan en mí tras la
ojeada por cada parte de mi cuerpo. Y ese simple gesto hace que me sienta
incómoda, por lo que ya no me interesa seguir conversando con él.
—Voy a ver si encuentro a mis amigos —le dedico una sonrisa algo
forzada.
Nada más girarme, la persona que menos deseaba ver en el mundo
aparece ante mí.
«¡Oh, no. Joder. Él no!»
17
SAMY

Giro sobre mis talones nada más verlo. Lo más veloz posible. Sin
embargo, algo me dice que no lo suficiente y que el radar que tiene sobre mí
ha hecho que me vea al instante.
Y su mano me lo confirma en cuestión de segundos.
—¡Samy! —se coloca frente a mí—. Amor, amor, amor… oye, por favor,
no te vayas… —suplica, sabiendo mis intenciones de marcharme.
—¿Qué quieres, Paul? —hago todo lo posible por soltarme de su agarre,
suelto la bebida en una mesa que tengo cerca y me cruzo de brazos
—¡Te he estado llamando! ¡Y te he enviado miles de mensajes! ¿Por qué
no me has respondido?
—Porque no he querido y te he bloqueado —frunce el ceño ante mi
respuesta.
—Por favor, Samy, solo fue un malentendido —intenta agarrarme de
nuevo y doy un paso atrás.
—¡No me toques!
—Samy, preciosa… ¿Cuántas veces tengo que decirte que lo siento para
que me perdones? —muestra su mejor cara de lástima.
—Mira, Paul, vas a tener suerte porque esta noche me veo con fuerzas de
decirte a la cara lo que siento. Ya no me convences con esa carita de perro
degollado y que tan bien ensayada tienes. No quiero saber nada más de ti,
así que déjame en paz y vete con esa rubia. O mejor dicho, vete con quién
te dé la gana.
Conozco su forma de ser y que lo esté rechazando aquí y de esta manera,
delante de todos, aunque nadie se percate de ello, hará que le hierva la
sangre.
Aún así, no hace nada. Y es extraño. Tan solo clava su mirada de rabia en
la mía, aprieta los puños a ambos lados de sus costados y está dispuesto a
soltar alguna barbaridad por la boca cuando mis amigos aparecen a mi lado.
¡Salvada por la campana!
—¿Qué ocurre aquí? —Maca se coloca entre los dos y Carlos la imita.
—Macarena, estoy convencida de que Paul no quiere armar ningún
escándalo, ¿verdad? —mi amigo hace todo lo posible por controlar a Maca
para que esta no pueda partirle la cara o le dé una patada en sus partes más
preciadas.
Paul vuelve a dirigir su mirada hacia mí, a través de mis amigos, y me
señala con el dedo.
—Tú y yo tenemos una conversación pendiente.
Tras soltar esa frase, que más bien ha sonado como una amenaza, se
marcha con sus perritos falderos a otro rincón de la casa.
En cuanto lo hace, decido que es hora de soltar todo el aire que tenía
retenido, y con ello mis piernas empiezan a flaquearme.
—¿Estás bien? —inquiere Maca.
—Sí, tranquila… ¿Qué hace él aquí?
—Tenemos amigos en común. Lo raro sería que no hubiese venido.
Aunque lo más sensato hubieras sido que no se presentara aquí sabiendo
que tú podías venir.
—¿Sabéis qué? —miro a ambos —¡Necesito otra cerveza! ¡O mejor
dicho, algo más fuerte!
18
ERICK

Ha sido poner un pie en esta fiesta y ya estoy arrepentido de mi


decisión. Acabo de meterme de lleno en la tentación.
Trato de no pensar mucho en ello. Ocupar mi mente con otra cosa.
Cuando hoy, al fin, he tenido el valor de colocar todas esas fotos que
llevaba años ocultando, le he hecho una promesa. Iba a intentar seguir con
mi vida, por mucho que me cueste, y hacer lo que le hubiese gustado que
hiciera.
Y por mucho empeño que le ponga, no sé si seré capaz de cumplirla.
Venir a esta fiesta ha sido el primer paso para caminar por ese sendero lleno
de piedras que, vaticino, no me lo va a poner fácil.
Me escurro entre la gente hasta que localizo a varios colegas. Los saludo,
algunos me abrazan, alegrándose por verme de nuevo después de tanto
tiempo. Nos ponemos al día durante un buen rato.
Las chicas empiezan a agolparse alrededor, como los mosquitos a la luz.
Lanzándome miradas descaradas y provocadoras. Todas prácticamente
vestidas de la misma manera, con vestidos que, sinceramente, dejan poco
para la imaginación, con maquillajes tan llamativos que si las vieras sin
ellos no tendrías ni puta idea de quienes son, a pesar de que las conozco de
hace años. Sé que se acercan a mí porque saben quién soy. El hijo de quién
soy. Y me aburren. Además de que no entiendo cómo pueden valorarse tan
poco con el fin de meterse en mi cama o en la de mi padre. Aunque no las
culpo, yo mismo les di pie ello hace años. ¡Cuánto me arrepiento de todo
aquello!
Aletean sus largas pestañas, a contonearse sensuales con el vaivén de la
música y a hacer movimientos extraños para captar mi atención. Hace
mucho tiempo, una vez ahogado en alcohol, puede que hubiese elegido una
al azar, la habría metido en cualquier habitación libre para dejar paso a
nuestro lado más fogoso para después si te he visto no me acuerdo. Rápido,
fácil, sin sentimientos y colmado de placer instantáneo. Pero también de
vacío. Un vacío inmenso.
Ahora, eso ya no me interesa.
Me deshago del agarre de una de ellas que no se da por vencida,
deslizando sus largas y esmaltadas uñas por mis bíceps. Levanta las cejas,
sorprendida, como si el rechazarla fuese el peor error de mi vida.
—Antes te hubiera sobrado tiempo para desnudarme y ponerme sobre ti,
Erick —susurra en mi oído.
—Ya no me interesa —sigo firme en mi decisión.
—¡Tú te lo pierdes! —se marcha con paso decidido y contoneando las
caderas en busca de otro semental que esté dispuesto a darle lo que pide.
Excusándome, voy hacia la cocina para servirme alguna bebida con gas
que me refresque la garganta y me haga la noche más llevadera.
Doy varias vueltas por esta inmensa casa y hablo con algunos conocidos
hasta que la veo. ¿Qué hace aquí?
¿Teníamos que encontrarnos de nuevo, precisamente hoy y aquí?
Sin que se percate de mi presencia, la observo. Me apoyo el dintel y la
estudio durante un rato. Está sentada en un gran sofá que hay en el salón,
junto a varias personas que no conozco. Sostiene un vaso en la mano del
que da pequeños sorbitos de la bebida a través de una pajita y ríe a
carcajadas.
Aprovecho para no perderla de vista en cada reacción, gesto y
movimiento que hace. Su larga melena rojiza y ondulada cae sobre sus
hombros. Lleva un vestido verde de satén que se ajusta a la perfección a su
cuerpo y realza toda su belleza, rozándole los muslos y dejando al
descubierto la piel de sus impresionantes piernas. Uno de los tirantes se
desliza por su brazo, y justo en ese momento lo coloca en su lugar a la par
que sigue hablando, como si estuviese familiarizada con ese acto no siendo
la primera vez que lo hace y haberlo repetido varias veces esta noche.
Sus ojos verdes deslumbran a cualquiera que se digne a mirarla. Pero su
sonrisa… es la que capta toda mi atención. Esa sonrisa ilumina toda la
jodida habitación y nadie parece fijarse en ello.
Sigo apoyado en el marco de la puerta cuando alguien me golpea al
pasar, derramando así todo el líquido de mi vaso, el cual ha ido a parar a
mis jodidas zapatillas. Voy a insultarlo cuando veo que se dirige hacia
donde está ella. Nada más verlo, su sonrisa va desapareciendo y se apaga.
Nadie debería hacer eso. Nadie tiene el puto derecho a borrarle su preciosa
sonrisa.
Contemplo absorto toda la escena. Ella se levanta ante los gestos
exagerados de él. Está bebido, de eso no hay duda, y ella también. Tan solo
hay que fijarse en los ojos lacrimosos, enrojecidos y en la forma que intenta
mantenerse derecha mientras discuten. Se le nota que no está acostumbrada
a beber de más.
Llegan a un punto en el que sus voces se alzan casi por encima de la
música, de tal forma que todo el mundo interrumpe lo que está haciendo
para centrarse en ellos y la canción que sonaba deja de hacerlo.
—¿Cómo se te ocurre beber así?
—¡Quieres dejarme en paz de una vez! ¡Ya no soy nada tuyo para que me
hables así… No te pertenezco, Paul!
—¡Eres mía, Samy!¡ Y bebiendo así solo conseguirás que algún capullo
de estos quiera aprovecharse de ti!
—¡¿Y qué si es así?! ¿Acaso, ahora, te preocupas por mí? Venga ya,
Paul… ¡Tú mismo serías ese depravado que lo haría!
Ella se acerca cada vez más a él, dándole varios toquecitos con el dedo en
el pecho. Yo, no tengo ni puta idea de por qué, pero aprieto con más fuerza
el vaso de plástico que sostengo en la mano y, que a estas alturas, está
aplastado.
Todo mi cuerpo se tensa. ¿Es que nadie piensa hacer nada? ¿Se van a
quedar mirando así como así? Ahora mismo lo único que quiero es sacarla
de aquí y llevármela al lugar más seguro del mundo.
—¡Ya está bien! ¡He intentado darte espacio desde que llegaste al pub,
pero se acabó! ¡Nos vamos!
—¡No pienso irme contigo a ninguna parte! —el subnormal la agarra con
fuerza del brazo. Voy a acercarme a ellos, pero un chico rubio se adelanta.
—¡Eh, tío! ¡Suéltala!
—¡No me toques, gilipollas! ¡Es mi novia! —lo empuja con fuerza.
—¿Se puedes saber qué haces, Paul? ¡Estás loco! —Sam se coloca entre
los dos —¡No soy tu novia, ni nada que se le parezca. Yo nunca te he
importado! ¿Y sabes qué?, puedo hacer lo que me dé la gana —gira sobre sí
misma, cogiendo con ambas manos la cara del chico rubio y le planta un
beso.
Abro los ojos ante la situación. Sin apenas conocerla me siento orgulloso
de ella y que le haya echado valor, que no se amedrente ante un tipo así. Y
por otro lado, me hierve la sangre por lo que ha hecho, como una especie de
resquemor en el pecho. Estoy convencido de que el sabor de sus labios no
debería repartirlos así. El que los reciba debe ganárselos.
También sé que basta que le digas que no a un tío que está acostumbrado
a obtener lo que le da la gana para querer desearlo más.
Así pues, lo que ocurre acto seguido acaba con mi paciencia.
El tal Paul se abalanza sobre ellos, tira del brazo de Sam, apartándola así
del chico rubio y le propina un buen puñetazo a este. La pelirroja, con el
tirón, ha caído al suelo y una chica rubia de pelo rizado, que acaba de
aparecer en escena, se arrodilla junto a ella para ayudarla. En el instante en
el que ese gilipollas quiere volver a acercarse a Sam, me interpongo en su
camino, plantándole mi mano en su pecho con firmeza.
—Me parece que estás sordo porque te ha dejado bien claro que la dejes
en paz —mi voz apenas es un susurro, pero aún así parece que todo el
mundo ha podido oírme.
—¿Erick? —Sam suelta un hilo de voz tras de mí.
—Estoy dispuesto a partirte la cara a ti también. No tengo ningún
problema.
—En eso te equivocas.
—Erick, por favor, déjalo. No merece la pena… —pide Sam.
—Pelirroja, sal de aquí.
—Pero…
—He dicho que te vayas fuera —giro la cabeza hacia su amiga que la
abraza. —¡Sácala de aquí! —no sé si es por mi tono de voz, porque les doy
confianza o porque están hartas de esta situación, pero me obedecen.
—¡A él si le respetas y cumples sus órdenes! ¿No? —suelta el engreído.
—¡Tan solo eres una puta más! —mi paciencia ya no tiene límites. Me
encaro con él, su frente casi está pegada a la mía. Sus ojos verdes
demuestran a la perfección lo que me haría ahora mismo. Sin embargo, él
ha visto algo en los míos que no le ha gustado nada, por lo que separa la
distancia entre nosotros.
La gente sigue expectante ante la situación.
—Más te vale olvidarte de ella y no molestarla más o haré que caves un
agujero en el suelo y estarás a dos metros bajo tierra.
Nadie se atreve a decir ni una sola palabra. Sin apartar mi mirada de la
suya sé que hay caras asustadas a nuestro alrededor y con miedo por lo que
pueda pasar. Yo ya no quiero ser así, el chico malo que todo el mundo se
piensa que soy. He cambiado. Pero juro que si le pone un dedo encima no
responderé de mis actos.
Camino de espaldas con la vista sobre él.
—¡Puedes quedártela, tampoco es para tanto y no es tan buena en la
cama! —grita para que todo el mundo lo oiga y quede como el chulito que
es.
Frunzo aún más el ceño y tenso la mandíbula, tranquilizándome con
todas mis fuerzas y hacer todo lo posible para no abalanzarme sobre él y
arrancarle la cabeza de cuajo a ese cabronazo.
Salgo a toda prisa por la puerta de entrada. La chica rubia, que antes
estaba con Sam, pasa por mi lado para volver al interior.
—¿Adónde vas? —impido su paso.
—Se le ha olvidado el bolso —dirijo la mirada hacia la pelirroja que está
sentada en el bordillo de la calzada, abrazada a sus rodillas.
—Tráemelo a mí —le ordeno.
—¿A ti? ¿Y se puede saber quién eres tú para darme órdenes? —está
claro que si sigo en este estado de euforia, ira, tensión y de ganas de pegarle
un puñetazo a más de uno, esta chica no cederá.
Cambio mi tono de voz y me relajo.
—Voy a cuidarla. Creo que ha tenido bastante por hoy.
No dice nada. Ni una palabra. Inclina la cabeza, sosteniéndome la
mirada, y duda. Duda durante unos segundos que se me hacen eternos.
Vuelve a mirar a su amiga y después a mí. Dibuja una pequeña sonrisa,
como si hubiese visto a través de mi mirada que tan solo quiero protegerla y
supiera a la perfección que voy a cumplir con lo que le he dicho segundos
antes.
—Espera aquí.
Tras un rato, aparece con el accesorio de Sam.
—Mira, chaval, tan solo sé tu nombre por lo que he podido escuchar,
pero como le pase algo a mi amiga te juro por lo más sagrado que moveré
cielo y tierra para dar contigo y haré que te arrepientas de haber nacido.
—Conmigo está a salvo —miento. Es cierto que jamás le haría daño
conscientemente. No obstante, sigo pensando que no soy buena persona
para que nuestros mundos se unan. Y si es así y estoy tan seguro de ello,
¿porqué todo me lleva a ella, a cuidarla y siento ese cosquilleo al necesitar
tenerla cerca?
—¡Adiós, E-RICK! —hace más hincapié en pronunciar mi nombre para
que me acuerde de su amenaza. Se nota que es amiga de la pelirroja al
haber usado el mismo tono que ella días atrás.
—Adiós…
—Maca —termina la frase.
—Pues adiós, Maca.
Me planto a su lado. Ella sigue sentada. Ida. Con lágrimas en sus
mejillas.
—¡Vamos! —me limito a decir, eleva su cabeza y fija su mirada en la
mía.
—¿Qué haces tú aquí?
—Por lo visto, salvarte de ese capullo.
—No necesito que tú me salves. De hecho, no necesito que me salve
nadie. No tienes que protegerme por ser mujer. Solo por serlo no significa
que no pueda defenderme.
¡Joder, no la protejo porque sea mujer! Tengo muy claro que puede
defenderse ella solita. Me gustaría hacerle ver que la protejo porque es ella,
solo ella y sería capaz de arrancarle los ojos a quien quisiera hacerle daño.
Pero yo no entiendo porque siento esto y la pelirroja no debe saberlo.
—No dudo de ello, pero esta noche no lo has demostrado. Podrías
haberle dado un rodillazo en los huevos perfectamente.
—Ya… bueno. No suelo beber tanto y estoy floja de reflejos.
—Una cosa te voy a decir, pelirroja, y espero que te la grabes a fuego.
Por nada del mundo justifiques un mal trato hacia tu persona. No podemos
cambiar a las personas, y menos aún si son unos maltratadores como ese
cabronazo, pero si podemos alejarnos de ellas cuando pasan de nuestros
límites. Eso es lo más inteligente que puedes hacer. Tienes que quererte lo
suficiente para identificar que no estás recibiendo lo que das. Y esa imbécil
tampoco se merece que estés llorando ahora.
Desde mi altura sigo apuntándola con el índice para que le quede
cristalino. Sam me observa con los ojos llorosos y puede que con su cerebro
funcionando a mil revoluciones.
—Y ahora, ¡vamos! —vuelvo a imponerle. Para mi sorpresa, no rebate.
Apoya una mano en el suelo para hacer fuerza y la otra me la tiende a mí
para que la ayude a levantarse.
—Toma, me lo ha dado tu amiga.
—¿Maca?
—Sí. Esa loca.
—Sabes que si intentas hacerme algo te matará, ¿verdad?
—Puedo estar convencido de ello —bufo.
—Gracias.
—¿Porqué?
—Por ayudarme. Otra vez —resopla. —Pensarás que soy una pesada.
—Yo no pienso eso.
—Al final acabarás hartándote de mí, incluso antes de que seamos
amigos.
—¿Amigos? —inquiero.
—Claro. ¿Por qué no?
—Venga, camina de una vez. Necesitas descansar… —le paso la mano
por detrás y la sostengo del costado.
Ella sigue mis pasos sin rechistar.
Hemos conseguido llegar al coche, lo tenía aparcado unas calles más
abajo. Aún no sé ni cómo lo hemos logrado, en varias ocasiones he estado a
punto de cargarla en brazos, pero no he querido excederme más de la
cuenta.
Al final, ella misma ha optado por quitarse los tacones y así no caer al
suelo con cada paso que daba.
19
ERICK

Le he dejado una sudadera que tenía en el maletero del coche. Se la ha


puesto sin rechistar y se ha acomodado en el asiento. No ha dicho ni una
palabra desde que nos hemos montado. Sus manos, cubiertas por la tela,
caen sobre sus muslos y su cabeza descansa entre el asiento y el cristal.
Sin dejar de prestar atención a la carretera, la observo de reojo. Está
ensimismada, mirando hacia lo alto. Estudiando las luces de los altos
edificios que flanquean las calles. La oigo suspirar unas cuantas veces y
puedo ver su cara reflejada en el cristal. El silencio del interior del vehículo
cada vez se hace más presente. De hecho, este silencio no es incómodo. Al
contrario. Estoy tranquilo, en paz. Desde que ocurrió aquello, el simple
hecho de conducir me pone nervioso, me hace estar en alerta, en tensión
cuando mis dedos agarran con fuerza la piel sintética del volante.
Sin embargo, esta noche no.
—¿Adónde me llevas? —pregunta con sus ojos fijos a lo que hay al otro
lado de la ventanilla.
—A que se te pase la borrachera.
—He preguntado a dónde, no a qué. Y para tu información, no estoy
borracha.
Gira su cara hacia a mí.
—Ya… permíteme que lo dude.
Arqueo una ceja en su dirección y ella resopla.
—Pelirroja, ¿me permites un consejo? —necesito decírselo, porque por
desgracia la situación que está viviendo con ese desgraciado me es muy
familiar y sé de lo que hablo.
Así que tiene que entenderlo.
—Tú dirás.
—Quiérete y deja que te quieran, pero no dejes que vuelvan aquellos que
ya partieron y no supieron valorarte. No eres la puta terminal de ningún
aeropuerto esperando vuelos, reencuentros, besos y abrazos… Eres el
jodido avión. Así que hazte un favor y toma el puto control y vuela lejos. Sé
libre. Tú eres la que decides. No dejes que ningún tío, nadie en general, y
mucho menos alguien que no lo merece, decida por ti.
Su sonrisa se ensancha a pesar de tener los ojos anegados de lágrimas.
Noto el momento exacto en que sus mejillas se sonrojan. No quiero que mal
interprete lo que le he dicho. Tan solo lo he hecho porque lo pienso de
verdad. Lo he visto desde que era un crío y ninguna mujer, nadie en
concreto, debería pasar por ello.
Sam se ha quedado pensativa un rato. Supongo que meditando sobre lo
que le acabo de decir.
Al cabo de un rato, pregunta:
—¿Puedo poner música? —tan siquiera ha esperado a que responda
cuando su dedo ya ha pulsado el botón de play.
Por los altavoces comienza a sonar “Ojalá” de Beret y sin querer elevo
sutilmente la comisura.
Recordando.
Al instante, lleva sus ojos radiantes hacia mí.
—¿Qué? —pregunto al ver su cara de emoción.
—Nada. Estoy intentado averiguar por qué te gusta esta canción.
—No me gusta.
—¡JÁ! No te lo crees ni tú. He visto la difuminada sonrisa que has
dibujado en cuanto has escuchado los primeros acordes.
—¡Yo no he hecho eso! —respondo seco y frunciendo el ceño.
—¡Oh, sí que lo has hecho! —se endereza en el asiento, risueña,
sabiendo que lleva razón. —¿Sabes? Dicen que la primera canción que
escuchas con la persona que tienes al lado los unirá para siempre. Esa será
la canción cuando quieran decirle algo a la otra persona. Dedicársela,
recordarla aunque estén lejos…
—Menuda gilipollez.
—Lo que tú digas, Erick. Pero esta canción ya siempre formará parte del
otro. Será nuestra canción y por mucho que la escuches con otras personas,
siempre nos traerá de vuelta al recuerdo de cuando la escuchamos juntos
por primera vez.
Continúa diciendo, mirando a través del cristal.
Ahora, me cuesta centrarme en la carretera y no desviar la mirada hacia
ella para retenerla en mi retina. Pero no puedo hacer eso.
Tampoco respondo.
No puedo, joder.
Trago saliva y me concentro en conducir para llegar de una maldita vez a
casa.
20
SAMY

Me abre la puerta para que salga de su BMW. ¿Se puede saber de dónde
ha sacado ahora su lado caballeroso? Este chico me despista cada dos por
tres. Bajo del coche y cuando sé en la calle que estamos me niego. Me
niego en rotundo a volver ahí.
—¿A tu casa? Ni de coña vuelvo a subir a tu piso. Me voy a casa de mi
amiga, que es donde debería ir. Su madre se preocupará sino voy.
—¡Sube! —me impone, haciendo un movimiento de cabeza y
señalándome el edificio.
—¡He dicho que no! ¿Te recuerdo que me echaste? —me cruzo de
brazos.
—¿No confías en mí?
—¡Sí! ¡No! ¡No sé, joder! Ahora mismo no sé ni lo que digo…
Me llevo las manos a la cabeza porque empiezo a agobiarme, a estar
cansada y a sentirme muy mal.
—Mira, Erick…
No me da tiempo a seguir argumentando el porqué no quiero subir
cuando, con gran agilidad, me agarra por las piernas, alzándome a sus
hombros cual saco de patatas.
—¡Erick! ¡Bájame! ¿Se puede saber qué estás haciendo?
Sigue andando sin hacerme caso. Nos estamos acercando al portal a la
par que sigo gritando como una loca. Creo que, por un momento,
sus oídos han dejado de escucharme porque me hace caso omiso.
Intento tranquilizarme.
—Vale, Erick, tú ganas. ¿Me bajas ya, por favor? No me encuentro bien.
No me contesta, tan solo obedece y me baja con cuidado, dejándonos
frente a frente.
Desde esta postura puedo ver las diferentes tonalidades de marones que
lucen sus ojos, a pesar de la oscuridad de la noche. O estamos demasiado
cerca o estoy empezando a delirar por la borrachera y el haber estado boca
abajo durante un momento.
—¡Sube! —impone de nuevo. Miro hacia lo más alto y frunzo el ceño. —
Por favor. No puedo dejar que regreses así a casa de tu amiga. ¿Qué pensará
su madre?
Vale, no quiero que Beatriz me vea así ni contarle todo lo que ha pasado
con Paul ni que se lo chive a mi madre…
—Está bien… Pero que conste que lo hago porque estoy cansada y me
encuentro muy mal.
Una vez dentro del portal, me detengo frente a las escaleras. Él empieza a
ascender por ellas, lo que me da a entender que después de una semana
sigue roto el jodido ascensor. Manda huevos, pagar comunidad para esto.
Asiento y con orgullo voy hacia las escaleras superconfiada en que podré
subirlas, pero en el segundo peldaño ya no sé ni donde pongo los pies.
—Qué difícil es hacer esto con dos copitas ¿no? —murmuro entre
dientes. Más para mí que para él. Aunque Erick parece haberme escuchado.
—¿Dos copitas?
—Dos copitas de nada. Admiro a los que beben mucho más y pueden
hacerlo solos… ¿Las escaleras parecen moverse o soy yo? —sigo hablando
entre dientes. —Joder, apenas se ve nada con esta luz. Ya podrían cambiar
las puñeteras bombillas… Espera, Erick, vas muy rápido… ¡Estas escaleras
del demonio! ¿Me recuerdas porqué no hemos subido por el ascensor?
Joder… vives en el último piso.
Su carcajada ronca inunda cada rincón. Una risa que no había escuchado
hasta ahora y que me deja helada al hacerlo.
Me paraliza de tal modo que me siento en uno de los escalones.
—Sigue roto… —Aparece a mi lado para sentarse junto a mí.
«¿Para qué preguntas si ya lo sabías, Samantha?»
—Solamente vivo yo aquí, pelirroja. Heredé este edificio de mi abuelo y
paso de arreglar el jodido ascensor. Me gusta subir por las escaleras.
—Pues deberías pensar en la pobre Roxana… Es un noveno, joder.
—En eso llevas razón —sonríe sutilmente.
Giro la cara y lo observo con atención. Él imita el gesto.
—Te brillan los ojos.
—Oh… que bonito, Erick —me ablando. No sé porqué, pero lo hago.
—No pretendía que fuera un cumplido, —vuelve a reírse con ese sonido
ronco —sino una apreciación. Los tienes llorosos.
—Ah, vaya. Debe ser el cansancio —aparto la mirada, avergonzada. ¿Se
puede ser más tonta? Si es que no sé para qué bebo, con lo mal que me
sienta.
—Eso y que has bebido como si se acabase el mundo.
—Bueno, eso también —le doy la razón. El alcohol y yo no somos
buenos amigos.
—¿Y por qué lo has hecho?
—¿Tú nunca te has pasado con la bebida?
—Sí, hace mucho de eso. Sé lo que se siente. La bebida, junto a otras
cosas de las que no estoy nada orgulloso, formó parte de mí vida hace años.
Por eso ya no bebo.
—¿Nada de nada? ¿Ni cuando sales de fiesta con los amigos?
—No. Lo evito a toda costa. Al menos hasta que me sienta curado al fin y
sea capaz de controlarlo.
—Yo lo he hecho para olvidar.
—Créeme, así no lo conseguirás. Sé de lo que hablo.
Lo observo durante unos segundos, en silencio.
—¡Yo te voy ayudar a curarte, Erick! Ya verás… —siento que con él no
me da vergüenza ser yo, dejarme llevar. Hablar de todo, de lo que sea.
Aunque a estas alturas, el que haya dicho eso último no sé si ha sido porque
de verdad lo siento o porque el alcohol me hace ver cosas que no son
realidad.
El caso es que desvía la mirada y yo dejo caer la cabeza con suavidad y
la apoyo en su hombro. Noto cómo se tensa al instante.
—Sé que estás algo roto, pero sanarás. Lo sé. Estoy segura de ello.
Sigue en silencio. Me han vencido los ojos por el cansancio, así que no
puedo ver la cara que habrá puesto al oírme, pero puedo imaginármela. Si
algo he aprendido de él, de las veces que hemos estado juntos, que a decir
verdad han sido pocas, es que es muy expresivo con sus gestos en cuanto
escucha algo que se le escapa de su control. Y para saber eso no hace falta
haber conocido a este chico mucho más tiempo.
—Deberías descansar, pelirroja.
—¿Y si nos quedamos aquí? Tampoco se está tan mal.
—Créeme, mañana te arrepentirás de haber tomado esa decisión. No
querrás acabar con contracturas cuando despiertes.
—Si accedes a ser mi almohada creo que estará bien.
Vuelve a soltar una risotada ahogada que me hace temblar por dentro y se
me eriza la piel.
Aunque es posible que el pellizco que tengo en el estómago sea por culpa
del alcohol.
—Venga va, te ayudo. Mañana me lo agradecerás.
21
SAMY

Se levanta en el acto. La cabeza me da vueltas y tengo el estómago


revuelto. Me sujeta por el brazo, pasa su mano por debajo de mis rodillas y
me alza en brazos.
Sonrío y me abrazo a él. Su calidez envuelve cada rincón de mi cuerpo.
Me gusta esta sensación.
Acomodo mi cabeza entre su hombro y su cuello. Me limito a disfrutar
en silencio de su cercanía. Aspiro con fuerza, adueñándome de su varonil
aroma. Su olor me embriaga por completo. Es un perfume muy
característico, a aftershave y al de su propia piel. Cuando ese olor se cuela
por todos mis rincones, emito un leve gemido de placer.
—Hueles muy bien, Erick…
—Gracias, pelirroja.
—¿Sabes? También me pareces muy guapo y sexi —puedo sentir su
cuerpo fibroso pegado al mío. Su piel contra la mía. Esa piel que dan ganas
de acariciar y pasear cada uno de mis dedos por toda esa tinta que se adueña
de él.
—Vaya… —noto su cuerpo temblar al reírse —creo que, en el fondo, no
querías decir eso. El alcohol habla por ti.
—Por eso mismo, Erick, por eso mismo —susurro contra la piel de su
cuello. —Mi padre siempre dice que los borrachos y los niños nunca
mienten. Auchh… —me quejo antes de que él pueda responder a eso.
—¿Te encuentras bien?
—Tengo muchas ganas de… —me tapo la boca con una mano para
intentar aguantarme y no vomitar aquí mismo, sobre él.
—Tranquila, hemos llegado—. Sorprendente. Ha conseguido llegar al
rellano de su puerta conmigo en brazos.
¡Nueve pisos!
Me baja enseguida. En cuanto introduce la llave en la cerradura y abre la
puerta, salgo disparada hacia el baño. Total, ya me sé el camino. En los
siguientes minutos vierto todo el contenido que pudiera tener en el
estómago.
En este instante me juro que nunca más volveré a beber de ese modo.
Parece que soy masoca. Solo bebí así una vez, en la fiestas del pueblo y dije
«una vez y no más, santo Tomás». Y por lo que veo, lo he vuelto a hacer
como una estúpida y ni siquiera en mí misma puedo confiar.
Erick aparece tras de mí, me aparta el pelo de la cara y me sujeta con
firmeza la frente antes de recomponerme y decirle que no lo haga.
—Ahora te sentirás mejor. Ya verás —me da un trozo de papel para que
me limpie, tira de la cadena y me siento al lado del inodoro con la espalda
apoyada en la pared de azulejos blancos más limpia y brillante que he visto
jamás.
Busca algo entre los armarios. No me fijo muy bien, pero en pocos
segundos me ofrece un par de ibuprofenos.
—Tómate estas dos y bébete toda el agua —me ordena y sé que si no lo
hago él mismo será capaz de metérmelas en la boca. —Mañana, hasta me lo
agradecerás.
—Parece que esto no es nuevo para ti.
—Y no lo es. En numerosas ocasiones fui yo el que estaba así. A decir
verdad, en más de una ocasión, no sé ni cómo fui capaz de salir vivo y ser
consciente de tomarme algo que a la mañana siguiente no me hiciese
arrepentirme de la noche anterior. Creo que lo tenía tan sistematizado que
aún así, sin ser consciente de ello, mi cuerpo reaccionaba por inercia y
como si fuese un robot al que le habían dado la orden, buscaba las pastillas
y me las tomaba antes de caer rendido en cualquier rincón de mi casa.
—Cualquiera diría que te estás sincerando conmigo, tipo duro —a penas
me sale la voz, pero me escucha y eleva muy sutilmente las comisuras en un
amago de sonrisa.
—Considérate entonces una privilegiada.
Él se sienta en el suelo también, justo a mi lado. Su pierna roza la mía y
vuelvo a temblar.
—¿Mejor? —coloca un mechón de pelo tras mi oreja.
—¡Dios… qué horror! —flexiono las rodillas y cubro mi rostro con las
manos —¡Qué vergüenza! No tienes por qué hacer nada de esto…
—Tampoco es para tanto, pelirroja.
Ahora lo miro a él. No lo había mirado a los ojos directamente desde que
estábamos en el portal, y ahora, sé porqué. He estado esquivando su mirada
todo el rato. Sus ojos tienen algo mágico. Algo que esconde miles de
sentimientos atrapados queriendo salir. Lo sé. Y cada vez que veo a través
de él tengo la necesidad de saber qué esconde.
Al igual que me muero por saber el significado de todos y cada uno de
sus tatuajes.
—¿Por qué haces todo esto por mí, Erick? —desvía su mirada al suelo,
piensa un segundo y vuelve a mí. Su pelo cae por su frente y me dan ganas
de entrelazar mis dedos por él. Parece muy suave.
—Pues… porque creo que nosotros ya hemos sobrepasado los límites de
completos desconocidos, por lo que eso nos cataloga como amigos. O al
menos, como colegas recientes.
Sonríe, dejando así entrever su perfecta dentadura.
Divago durante unos segundos. Mis pensamientos tienen vida propia y
van a su aire. Observo sus labios…
«¿Cómo sería besarlos? ¿A qué sabrán? ¿Me gustaría?»
Las preguntas que me hago me hacen sentir un pellizco en el estómago.
Las manos me están empezando a sudar y no quiero limpiarlas en mis
piernas para que no se percate de que me estoy poniendo nerviosa. Muy
nerviosa.
¿Hará esto también con otras chicas? ¿O solo conmigo?
«¡Basta ya, Samantha, no digas tonterías! ¿Estás loca? Vuelve en sí de
una vez, mujer.»
La vocecita de mi cabeza me hace borrar esos pensamientos tan estúpidos
al instante.
—¿Acaso no harías tú lo mismo por mí si necesitase tu ayuda?
—Por supuesto —contesto sincera y sin un atisbo de duda.
Me sonríe durante varios segundos y pienso en que es todo un logro
conseguir eso de él. Por inercia apoyo de nuevo mi cabeza en su hombro.
Sin embargo, esta vez no se tensa, al contrario, parece relajado.
Desliza su brazo por detrás de mi nuca y me hace acomodarme en su
regazo. Por alguna extraña razón me siento bien. Aliviada. Me sigue
gustando esta sensación. Su calor me estremece. Desliza sus dedos
suavemente entre los mechones de mi melena y sin darme cuenta caigo
vencida por el sueño.
22
ERICK

Abro los ojos. ¿En qué momento me quedé dormido yo también?


Quiero enderezarme, estirarme al sentirme entumecido, pero algo me lo
impide. O más bien, alguien.
Me percato de que tengo a Sam recostada en mi regazo. Debimos
quedarnos dormidos sin darnos cuenta. Miro el reloj de mi muñeca. Aún
son las cuatro de la mañana.
No quiero despertarla, necesitaba descansar después de lo que ocurrió en
la fiesta. Con delicadeza, me levanto del suelo, alzándola en brazos para
llevarla a la cama. En un acto reflejo me sujeta por el cuello para no caerse
y emite un sonido ronco. La tumbo sobre las sábanas y, tras meditarlo un
momento, decido ponerla algo más cómoda.
Entre la ropa deportiva de los cajones de la cómoda busco una camiseta
ancha. Con mucho cuidado, la deslizo por su cabeza hasta que la cubre lo
suficiente para bajar la cremallera de su vestido y juro por lo más sagrado
que ese simple gesto hace que mi corazón lata más deprisa.
¿Me la imagino desnuda? Sí. ¿Soy un pervertido que podría mirarla sin
que se diera cuenta y hacer como si nada después? Evidentemente, no. Y
aunque me gustaría que estuviera lúcida, poder desnudarla por completo y
besarla por todas partes, me obligo a apartar la vista hasta que le bajo por
completo la camiseta y deslizo su vestido por las piernas.
La tapo levemente con la sábana y, ahora sí, me permito observarla.
Joder, es preciosa hasta decir basta. Una puta maravilla que está
resquebrajando poco a poco mi mundo. Haciendo que haga cosas que no
haría por nadie más.
Me dejo llevar por lo que me nace. Voy a por mi cámara, enciendo la
tenue y cálida luz que desprende la lámpara sobre la mesita de noche y la
miro a través del objetivo. Tan dulce, tan enigmática y a la vez tan fácil de
leer. Siento la necesidad de saber lo que expresa con sus ojos aún
sosegados, su boca, su piel…
Disparo varias veces, buscando el mejor ángulo, captando su esencia.
Varios mechones de su rojizo pelo caen por su frente y mejilla. Sus largas y
densas pestañas siguen unidas, sus sutiles pecas dibujan un pequeño mapa,
como constelaciones dibujadas en el firmamento esperando a que alguien
las descifre. Sus labios, carnosos, rosados y tentadores me incitan a querer
seguir fotografiándola.
Esa paz que desprende… tan envidiable y que yo jamás podré alcanzar,
me intriga.
Ya no podré dormir más. Me cuesta mucho hacerlo sin despertarme
varias veces por la noche desde que ocurrió aquello. Así que decido
esconderme en mi lugar seguro, en el que tan libre me siento y dónde puedo
dejarme llevar.

La noche ha pasado en un suspiro. No tengo ni idea de la hora que puede


ser. Cuando estoy aquí dentro no soy muy consciente de cómo transcurre el
tiempo y todo lo demás no importa. De hecho se me había olvidado que ella
estaba en esta misma casa hasta que su voz me ha sacado de mis
pensamientos.
—¿Erick?... lo, lo siento… estaba la puerta entornada y no sabías dónde
te habías metido.
—Pasa y cierra la puerta. —No, joder, no me hagas caso. Date la vuelta y
márchate o vas a descubrir lo que he estado haciendo.
Pero no, ella opta por obedecerme.
«Mal, Erick, mal. ¿Por qué lo haces? Nadie puede entrar aquí, ¿lo
recuerdas?»
—¡Vaya! —se implanta en medio de la habitación, embobada con lo que
está viendo a su alrededor. —¿Esa soy yo?
—Creo que salta a la vista.
—¿Cuándo has hecho estas fotografías? —se acerca a varias de ellas para
apreciarlas más de cerca. ¿Se enfadará?
—Mientras dormías. No pude resistirme. Siento si te ha molestado que…
—Erick… ¿tú y yo…? —se gira hacia mí, avergonzada, hasta que capto
en su tono lo que ha deducido.
—¿Qué? ¿Piensas que nos hemos acostado? —frunce el ceño y se
muerde el labio por no recordarlo. —Puedes estar tranquila, no ha ocurrido
nada.
—Uf, menos mal… —suelta el aire retenido, destensa su cuerpo y, joder,
me ha dolido. ¿Y si lo hubiéramos hecho? Estaría arrepentida de hacerlo.
Está claro que una chica como ella no se fijaría en mí. —¡Son preciosas,
Erick! —el entusiasmo vuelve a ella al instante. —Nunca me había visto tan
guapa en las fotos. —Se acerca una por una. Las observa en detalle.
—Es que lo eres. Yo… tan solo he apretado un botón.
—¿En serio? ¡Pero qué dices! ¡Son maravillosas! Tienes un don.
—Quizá sea la musa, que me inspira demasiado.
Gira la cabeza hacia mí y sonríe. Que deje de hacer eso de una puta vez o
no respondo.
«¿Se puede saber qué cojones estás haciendo?»
Sin ser dueño de mis actos, acorto la distancia entre nosotros. Ella no se
aparta. Me observa, tímida pero seductora a la vez. Alumbrada por la luz
rojiza del cuarto, con mi camiseta puesta y que me hace recordar la noche
pasada, el tacto de su piel, el brillo de sus ojos, el color de sus labios… Tan
solo estamos a unos pocos centímetros de distancia. Observo su rostro
desde mi altura y ella eleva los ojos para enredarlos con los míos. Su pecho
sube y baja por la tensión. El mío lo hace también. Mi mano, que no
obedece a mi cerebro; el cual manda la orden para que no se deje llevar o
acabaremos muy mal, comienza a deslizarse por la suave piel de su brazo.
Su respiración se vuelve arrítmica a mi contacto. Sube hasta su cuello,
deslizando mis dedos hacia su nuca. Me acerco un poco más porque, joder,
esos labios me está pidiendo a gritos que los muerda, que los bese y que no
pare de hacerlo.
Los dedos de mi otra mano se implantan en la zona más alta de su muslo,
colándose por debajo de la camiseta, jugueteando con ella y subiéndola
poco a poco. Me muerdo el labio intentado aguantarme las ganas, pero es
que esto se complica por momentos. Hasta que las palmas de sus manos se
estampan contra mi pecho y ella suelta todo el aire.
—Erick, para… Yo… Lo siento, estoy confundida y…
Me separo de golpe y al hacerlo mi mundo se desmorona.
Joder. Joder. Joder.
¡Seré imbécil!
—Deberías marcharte —abre de par en par lo ojos, confusa ante mi
reacción y mi fría y cortante voz.
—Pero…Erick, yo no quería que me mal interpretaras sobre…
—He dicho que te vayas. Creo que aquí, la que lo ha mal interpretado
todo eres tú. Yo tan solo quería satisfacer mis deseos matutinos.
Su mirada me rompe. Le ha dolido y no me extraña. Soy un autentico
gilipollas al que le da miedo sentir mucho más allá y que no quiere que lo
vean como realmente es. No me lo merezco y sigo con el convencimiento
de que esta pelirroja no debería estar en mi vida.
Así que lo que único que puedo hacer es tratarla del modo que menos se
merece para que me odie y se largue de aquí de una vez por todas.
No responde a mis palabras, tan solo avanza hacia mí, me encara, abre la
boca para seguramente insultarme, pero en el último momento se
arrepiente.
—Tan solo eres una cría —casi le escupo en la cara diciéndole lo que
tanto le molesta.
—¿Una cría? ¿Me estás llamando cría a mí? Pero ¿tú te has visto, chato?
—ahí está de nuevo —Me sacarás unos años más, pero créeme, de los dos,
aquí tú eres el crío. Madura de una vez y averigua qué quieres sin tener que
dañar, insultar o menospreciar a los demás…
Su mirada de enfado y euforia cambia a una más dolida y triste.
Niega varias veces y me esquiva para macharse.
Minutos después, escucho la puerta cerrarse con un sonoro golpe.
Otra vez.
23
SAMY

Salgo de allí a toda prisa. Soy una auténtica imbécil.


Necesito hablar con alguien.
Llamo a mi hermana.
Tras varios tonos, descuelga.
—¡Bárbara!
—Sammm… —su voz suena a que la he despertado.
—¿Estabas dormida? Lo siento… es que necesitaba desahogarme.
—¿Qué ocurre? —oigo cómo bosteza.
—Pues que me ha llamado cría, otra vez. ¿Te lo puedes creer?
—A ver, Samy, cálmate y empieza desde el principio porque no entiendo
nada.
—Bárbara, despierta de una vez, hija, que estás empanada. Además ¿qué
haces dormida tú a estas horas?
—Anoche quedamos con unos amigos y al final llegamos tarde a casa. Es
sábado, Samy. Hoy nos podíamos permitir dormir un poco más, pero visto
lo visto parece que debo olvidarme de ello.
—Vale, lo siento, de verdad… si quieres te llamo después.
—No, ya me has despertado, así que desembucha. ¿Qué es lo que pasa?
—Pues que os he tenido que hacer caso… ¡A ti y a Maca! Anoche
salimos de fiesta y fue un desastre. Paul apareció en la fiesta y lió la de
Dios. Todo se complicó y…
—No me digas que ese cabronazo te ha hecho algo porque, Samy, te
prometo que no respondo de mis actos —me interrumpe.
—¡No, no! Tranquila. Además, apareció el otro tarado, que no entiendo
porqué sigue apareciendo en mi vida. Se enfrentó con él, casi se pelean,
desparecimos de allí y luego se empeñó en llevarme a su casa porque decía
que no podía dejarme en ese estado. Se portó genial conmigo. Aunque
ahora dudo de todo y no sé si lo que percibí tuvo que ver por la cantidad de
alcohol que ingerí o porqué exactamente. Y encima esta mañana quería
besarme pero cuando lo he rechazado me ha tratado igual que la primera
vez; arrogante y cruel. Y me ha llamado cría. ¡Otra vez, joder!
—Samy, ¡caray! Respira, hija mía. Sigo perdida. ¿Quién se supone qué es
el otro tarado? ¿Por qué te defendió? ¿Y por qué quería besarte?
—Erick. No lo sé, la verdad. Y yo qué sé…
—¿Erick? ¿El muchacho del avión y el que te ayudó la noche que
sucedió lo de Paul?
—Sí.
—¡Que bonico! Ese chico me cae bien.
—¡Bárbara! ¿Se puede saber porqué lo defiendes?
—Vamos a ver alma de cántaro, algo debes removerle a ese chaval para
que siempre te esté ayudando ¿no? Y si además dices que quería besarte
será por algo…
—Sí… según él porque quería satisfacer sus deseos matutinos —pongo
los ojos en blanco a pesar de que no pueda verme.
—Bueno… visto así no suena muy bien. Aunque no olvidemos que es un
hombre. Es lo más normal.
—Y me ha vuelto a llamar cría. ¡Recuérdalo!
—Quizás haya sido con cariño…
—¿Con cariño? ¿Estás loca? Ese tío es un bloque de hielo, ¡un témpano
de hielo! Sin sentimientos y engreído. No ha dicho nada con cariño.
—A ver, yo me remito a los hechos y según lo que me cuentas no creo
que lo haya hecho a malas.
—¡Joder, Bárbara!
—¡¿Qué?! Mira, cielo, no es que quiera defenderlo, pero a veces eres
muy dificilita…
—¡Oye! —me quejo.
—¡No es mentira y tú misma lo sabes!
—Vale sí, puede que sea algo difícil y ni yo me entiendo a veces, pero no
creo que sea una niña que necesita que la rescaten de todo y que no sepa
valerse por sí misma. Lo he demostrado en más de una ocasión y tengo las
cosas muy claras.
—Lo sé. Pero él eso no lo sabe. Tan solo te conoce de un par de días y las
veces que has estado con él han sido porque te había ocurrido algo. Y
también te digo una cosa, si ese chico fuera tan «inhumano» como lo
quieres pintar no sentiría ni lo más mínimo respecto a las situaciones qué
dices que te ha ayudado.
—Quizá lo habría hecho por cualquier otra chica.
—Eso tú no lo sabes. Puede que lo haya hecho simplemente porque eres
tú. Pero si fuera el caso, y como dices lo hubiera hecho por cualquiera,
demostraría que no es tan mala persona y frío como quiere aparentar.
—Ya, bueno… es probable que lleves razón…
—La llevo. Siempre la llevo. —sé que está sonriendo orgullosa al otro
lado del teléfono. —¿Y se puede saber porque lo has rechazado?
—Pues… no sé, porque… ¡pensaba que nos habíamos acostado! Y
después me ha dicho que no ocurrió nada. Y me he sentido mal cuando he
visto la cara que ha puesto al ver que me había aliviado saberlo. Y que
conste que no he sentido alivio por eso, sino porque si hubiera hecho algo
así con él me gustaría recordarlo y… después… ¡Yo que sé! ¡Estoy hecha
un lío!
—Ay, cielo. ¿Por qué no hablas con él?
—¡¿Qué!? ¡Ni de coña! ¡Que me ha vuelto a echar de su puñetera casa!
¿Estás loca?
—Bueno, creo que mejor cambiamos de tema ¿no? Si sigues pensando en
él va a ser peor.
—Sí, mejor hablemos de otra cosa.
Me quedo unos segundos pensativa, mientras sigo caminado en busca de
un taxi.
—¡Por cierto, mañana es tu cumpleaños!
—¡Sííí! —Ahora soy yo la que sonrío. Mi cumpleaños siempre me hace
estar alegre y casi no había caído en que será mañana.
—¿Qué vais a hacer al final para celebrarlo?
—Las chicas han organizado una fiesta en la playa esta noche.
Celebraremos la noche de San Juan. Mañana, ya veremos.
—¡Que divertido! Me encantaría poder estar ahí contigo. A todos nos
gustaría. Te echaremos de menos este año…
—Yo también os echaré en falta… va a ser todo tan distinto a cómo
solíamos celebrarlo —pensarlo me entristece un poco.
—¡Oye! —la conozco. Sé que no quiere que esté apenada por no poder
celebrarlo con ellos y saltará con cualquier cosa.—¿Porqué no lo invitas?
—¿Invitar a quién? —Dudo. No creo que sea capaz de sugerirlo.
—Pues a ese chico. A Erick.
—Estás de coña, ¿no?
—No.
—¿Estás loca? Que te acabo de decir que me ha echado de su casa.
Además, ¿no habíamos dicho que no íbamos a hablar más sobre él?
—Ya, pero es que… ¡Ya sabes cómo soy! —se descojona. A esta la mato
yo. —Y puede que sea una forma para que te conozca más y demostrarle
que no eres como él se piensa y que tienes mucho que ofrecer.
—Vale, creo que esto te está afectando más a ti. ¿Se puede saber qué
empeño tienes con Erick?
—¿Yo? Nada… —sé que se está haciendo la tonta, pero la conozco.
—Bárbara…
—Pues chica, ya lo sabes. Eres joven, te recuerdo que estás soltera y no
tiene nada malo dejarse llevar y darle un gusto al cuerpo.
—¡Bárbara! Joder que eres mi hermana. ¡Y la mayor!
—Pues por eso mismo, porque soy la mayor y sé de lo que hablo —la
carcajada que suelta me contagia.
—¡Estás como una cabra!
—Eso también lo sé —vuelve a reírse.
—Te voy a colgar. Además tengo que llegar a casa de Maca, ducharme y
cambiarme.
—¡Una cosa más!
—Dime.
—Llama a mamá, por favor. Está preocupada. Yo la tranquilicé, pero
sabes cómo es. Y lleva bastantes días imaginándose diferentes escenarios
sobre lo que te ha ocurrido. Se merecen saber la verdad.
Lleva razón, no puedo darle más largas a mis padres.
—Ya sé que es una histérica cuando se lo propone, pero nos quiere y tan
solo busca lo mejor para nosotros.
—Lo sé. Tranquila, la llamaré después y se lo contaré.
—Genial.
—Te iré contando, ¿vale?
—Me parece perfecto. Chao, cielo.
—Chao.
El resto de la mañana la paso con Maca y su madre en casa.
En cuanto llegué me duché, me puse cómoda y me enfrenté a un
interrogatorio por parte de mi mejor amiga y después por Beatriz, que
estaba preocupada y me aseguró que, aunque estuvo fuera, si la hubiese
llamado hubiera ido a recogerme.
Estoy de pie en la cocina, terminándome un trocito de la tarta de queso
que hizo Beatriz. Esta mujer tiene un don para la cocina.
No sé porqué me está costando tanto afrontar todo el tema de Paul con
mis padres. Siempre nos hemos contado las cosas y nunca les he ocultado
nada.
Respiro hondo y pulso el icono verde. Parece que estuviera esperando
ansiosa mi llamada porque apenas suena el primer pitido y su voz ya inunda
mis oídos.
—¡Hija! ¡Qué alegría!
—Hola, mamá.
—Hola, cariño. ¿Estás bien? —se preocupa por mí.
—Sí, mamá. Estoy bien.
—¿Has comido bien estos días?
—Pues claro.
—Te estarás abrigando en condiciones ¿no?
—Mamá, por Dios, que estamos en verano —pongo los ojos en blanco
tras la preguntita. Una vez resueltas las dudas de siempre y que no entiendo
porqué son tan importantes para todas las madres, llega la verdadera
cuestión.
—Cariño, ¿qué es lo que ha pasado para que no me lo quieras contar y tu
hermana no haya querido soltar prenda?
—Bárbara solo hizo lo que le pedí. No te enfades con ella.
—Y no me enfado, hija, pero estoy preocupada.
—Pues puedes estar tranquila, mamá. Estoy bien de verdad. Paul y yo
hemos acabado.
—¡Santo cielo! Menos mal —respira aliviada. Vale me queda claro que
nadie tragaba a mi novio. Corrijo, ex novio. Sí que tenía que estar muy
ciega para no ver lo que todo el mundo veía—. Lo siento, cielo. No quería
parecer contenta, pero…
—No pasa nada, mamá. Sé lo que pensabais de él, llevabais razón y no
quise verlo. Siento haberme cabreado con vosotros en tantas ocasiones por
ese tema. Espero que podáis perdonarme.
—Cariño, no tenemos nada que perdonarte. Tu padre y yo tan solo
queríamos verte feliz y hacía tiempo que echábamos de menos tu esencia.
Ese chico te estaba apagando. No entendíamos que siendo como eres y el
carácter que tienes te achantaras tanto ante ese muchacho. A tu padre le
llevaban los mil demonios por no partirle la cara al patán ese.
—Ya… ¿está ahí contigo?
—Sí, está a mi lado. No está puesto el altavoz pero, hija, en este dichoso
cacharro se escucha todo a la perfección. Así que habrá oído la
conversación —sonrío al imaginarme a ambos, sentados a la mesa con un
café caliente en su día de descanso, expectantes a lo que yo les cuente.
—Dile que se ponga, anda.
—Claro, te lo paso.
—Hola, chata —su voz… su voz es lo único que necesito ahora mismo.
Siempre me calma, me da la paz que tanto necesito. El pobre tiene el cielo
ganado con nosotras.
—Hola, papá. ¿Qué tal estás?
—Muy bien, pequeña. Y ahora que ya has hablado con tu madre, mucho
mejor.
—Me alegro.
—¿De verdad que estás bien? Acabar con una relación siempre es
doloroso.
—Ahora, sí. Estoy bien, en serio. Estos días he estado dándole muchas
vueltas a lo que me explicaste un día cuando tenía dieciséis años y me
partieron el corazón por primera vez. ¿Lo recuerdas?
—Claro que lo recuerdo...
«—Papá, ¿porqué a la gente buena siempre le hacen daño?
—Hija, cuando estás en un jardín hermoso, lleno de plantas verdes y las
flores más preciosas que hayas visto nunca, ¿qué flor arrancamos para
llevarnos con nosotros?
No hizo falta que contestara. Pero dolió verlo de ese modo».
—No te voy a negar que no me haya dolido, pero me ha hecho ver que
tenía una venda en los ojos y que en realidad no estaba enamorada. Sino
este tema sé que me hubiera afectado de otro modo.
—Yo sabía que no lo estabas, cielo. Esas cosas se ven a la legua. Pero por
mucho que tu madre y yo te dijéramos las cosas era algo que debías darte
cuenta por ti misma. Esas son las situaciones que te hacen crecer y madurar.
—Gracias, papá.
—Tan solo quiero saber una cosa.
—Lo que quieras.
—¿Alguna vez te hizo algo? Me refiero a si en alguna ocasión fue capaz
de ponerte una mano encima y… —su voz se resquebraja al imaginarlo.
—No. Puedes estar tranquilo, papá —no quiero preocuparlo más aún.
Aunque es cierto que Paul nunca me puso un dedo encima en ese sentido,
su maltrato fue más psicológico. Que no por ello signifique que no sea peor.
La conducta perversa y destructiva hacia la pareja marca el abuso de poder
y trata de anularla a través de la manipulación. Y yo no era consciente de
ello, hasta que algo hizo click y pude verlo con mis propios ojos. Pero eso
es algo a lo que no quiero seguir dándole vueltas y no quiero preocupar más
de la cuenta a mis padres.
—Sabes que puedes contar con nosotros para lo que sea ¿verdad?
—Lo sé —en ese instante escucho a mi madre por detrás diciéndole que
le pase el teléfono para saber que pasó esa noche y que fue lo que hice.
No, no, a eso sí que me niego. No pienso contarle nada de eso a mi madre
aún, así que hago todo lo posible por cortar la llamada.
—Oye, papá, tengo que dejaros. Tengo planes con Maca. Hablamos
mañana ¿vale?
—Me parece bien, chata. Te queremos.
—Y yo a vosotros.

Susana, Vicky y Sole, llegaron esta mañana a Barcelona. A las tres las
conocí en Madrid. Fue a Susana; esa morenaza de ojos castaños, alta y que
siempre se recogía el pelo en una cola de caballo, a quien conocí primero en
el momento que me alquiló la habitación que le quedaba libre cuando
buscaba piso para compartir. Con Vicky me topé por casualidad cuando se
sentó en el bar donde trabajo después de salir de un casting de modelaje y
en el que no tuvo la suerte que esperaba. Pese a que su mirada azul claro,
pelo castaño y ondulado y un cuerpo despampanante al andar sería la
envidia de muchas chicas y la perdición de muchos hombres. Sole y yo
coincidimos en la misma clase y nos hicimos muy amigas con facilidad.
Fue muy maja conmigo y descubrí rápidamente que era una chica muy
servicial, atenta y cariñosa. Así me lo demostraron sus ojos marrones
cuando me topé con ella por primera vez y no me equivoqué.
Todas hicimos grupito en muy poco tiempo y conectamos a la perfección.
Primero fueron al piso que habían alquilado para las vacaciones y así
poder instalarse. Tras hacer una videollamada con ellas poniéndonos al día
y contándoles todo lo sucedido, pues hasta ahora no me había atrevido,
quedamos en vernos más tarde para tomar algo y dar una vuelta por el
paseo antes de ir a la fiesta de esta noche.
Así pues, Maca y yo nos arreglamos, afronto de una vez por todas el
tema de Paul, lo ocurrido la pasada anoche y la llamada con mis padres, y
decidimos salir a darlo todo para disfrutar del verano y pasarlo en grande.
24
ERICK

Salí a correr. Me gusta hacerlo muy temprano, cuando la ciudad


prácticamente aún duerme y falta poco para el amanecer. Cuando la playa
está desierta y el sol comienza a despuntar sobre el mar. Sentir la brisa
fresca y el sonido de las olas rompiendo sigilosas contra la arena.
En cambio, hoy, no he venido al amanecer. Dudé en venir, pero en cuanto
la pelirroja salió por la puerta necesité despejarme y respirar otro aire más
fresco y puro en comparación con el que se quedó impregnado mi piso.
A veces también vengo para hacer fotos, es mi terapia. El único momento
en el que me permito pensar en lo sucedido, el trágico final, la culpa, la
tormenta que sigue estando dentro de mí, todo el dolor que sigo reteniendo
y el que callo.
Sigo tan perdido como el primer día…
La vida puede ser muy rara, nos une con personas que nunca
imaginamos, pero también nos aleja de otras que pensábamos que siempre
iban a estar con nosotros.
Y joder, cómo duele.
Existe un bajón emocional en el que simplemente no puedes ni llorar. Te
sientes apagado y sin encontrarle sentido a nada. Me tocó crecer con la idea
de que si soy hombre tengo que sufrir en silencio y no importa lo mucho
que perdiera… siempre tengo que salir adelante, y sobre todo, cargar con
esa culpa.
No todas las cosas cuando se rompen hacen ruido. Hay algunas que se
derrumban por completo en el más absoluto de los silencios. Y yo soy uno
de ellos, tanto que aún cargo con el peso de los errores cometidos. Jamás
me permití derramar una lágrima tras los primeros días. Desde aquel
preciso instante he llorado en silencio, en mis adentros, porque creo que mis
sentimientos no valen nada y no deben ser escuchados. Así me lo hicieron
ver. Sin embargo, cada vez cuesta más seguir, luchar contra eso por no
hacer sufrir al resto…
Me estoy apagando de la peor manera posible y en lugar de pedir ayuda o
que alguien me escuche de verdad solo intento tragarme el dolor para no
molestar a los de alrededor, sobre todo a ella.
Siento que perdí algo importante.
«Ojalá algún día perdiese ese miedo a perder…»
La música de Beret resuena en mis auriculares. Era uno de sus artistas
favoritos y ahora se ha convertido en uno de los míos.
He perdido la noción del tiempo. Y me lo confirma el instante en el que
estoy rodeado de gente ansiosa en busca de un buen hueco para clavar la
sombrilla, aunque en realidad pasarán el día tostándose al sol…
Recibo un mensaje de mi amigo.

Pedro:
Ey, tío ¿qué tal?
Voy a ir a comer con los chavales.
¿Te apuntas?

Lo pienso durante unos segundos. Hace tiempo que no los veo.


Quizá me venga bien para despejarme de todo y quitarme de la cabeza a
esa pelirroja que no deja de aparecer en mi mente.
Yo:
Ok.
¿Dónde nos vemos?

Pedro:
¡Genial! Te digo el sitio en un rato.
A los críos les gustara verte.
Yo:
Yo también tengo ganas de verlos.

Aprovecho para ir a casa y poder adecentarme un poco. Preparo una


mochila, ya que van a ir a la playa. Me ducho, elijo unos pantalones cortos
y una camiseta básica. Prácticamente mi atuendo de siempre. La ropa de
gala y los trajes hace tiempo que los dejé atrás. Ese era el estilo de mi
padre, no el mío.
Hablando de mi padre… soy consciente de que tengo un mensaje suyo
desde primera hora de la mañana y que aún no he leído. Y pese a que sé lo
que va a decirme en él, lo leo para quitármelo del medio de una vez por
todas.

Papá:
Recuerda qué día es mañana.
Sé un hombre y afronta las cosas.
No se lo hagas pasar mal a tu madre.

Manda huevos que sea él, precisamente él, quién me diga tal cosa. Tenso
la mandíbula, cabreado. ¿Eso es lo que piensa? ¿Qué quiero hacérselo pasar
mal a ella? Es lo que menos quiero. Mirarla a los ojos y sentir lo que siente.
No. Por eso, esta vez, tampoco iré. Aunque sea motivos de insultos por
parte de ese hombre que no se merece que lo llame «papá».

Han elegido un chiringuito que me encanta. Estamos todos sentados en


una mesa para doce personas, bajo la pérgola que nos protege del sol y de
las más pegadas al límite que separa la tarima de madera de la arena.
Los chavales se han alegrado al verme. Se han abalanzado sobre mí,
acribillándome a preguntas y robándome abrazos. Yo también los echaba de
menos y son con los únicos que me permito ser como soy.
Pedro lleva años haciéndose cargo de un centro para niños y adolescentes
cuyos padres o cuidadores consumen alcohol u otras drogas, por lo que
corren un mayor riesgo de sufrir consecuencias adversas a corto y largo
plazo, que van desde problemas médicos hasta problemas sociales,
psicológicos y de comportamiento.
Cuando conocí a Pedro estaba algo reacio a salir del pozo en el que me
hallaba, pero no desistió. No perdió la esperanza conmigo.
Un día me llevó a ese centro, convencido de que haría una sesión de fotos
prometida con los chicos. Y sí, la hicimos, pero salí de allí con mucho más
que baterías descargadas y tarjetas de memoria a rebosar de contenido.
Por eso hoy también me la he traído. Sí, a mi cámara. A ellos les hace
feliz que los fotografíe, sobre todo cuando los pillo in fraganti.
Así pues, después de darnos un buen atracón de paella de marisco y
algún que otro postre, hacen equipos y se disponen a jugar a un partido de
vóleibol a la par que yo disparo y me dejo llevar.
Para mí, la fotografía siempre ha sido una forma de contar historias. Si
decido capturar un momento o una imagen que me impacta de alguna
forma, decido al final que también puede inspirar a otros. Si creo que ese
momento vale la pena ser capturado, entonces es una historia que merece
ser contada. Solo hay un problema… Desde aquél instante en que me
obligué a pensar que yo no era lo suficiente bueno para nada, jamás muestro
lo que fotografío a nadie. Salvo a mi pequeña familia en la que se han
convertido estos críos, Pedro y su mujer y, hasta esta mañana, con la
pelirroja.
Y eso es algo que aún no entiendo porqué he hecho.
Tras un buen rato observando mi entorno por el objetivo, sonriendo al ver
las caras de felicidad y disparando sin descanso, los chavales me reclaman
para que juegue con ellos. Ambos equipos se pelean por mi persona para
decidir en qué lugar jugaré. Por lo que decidimos que me iré turnando y
ellos se quedan tan contentos.
Las horas han pasado casi sin darnos cuenta. Estamos exhaustos,
sedientos, cubiertos de sudor y a pesar de habernos embadurnado de
protector solar, siento mi espalda y mi abdomen arder por el sol. A estas
alturas creo que he cogido todo el bronceado necesario para el resto del
verano.
Me seco el sudor, me coloco la camiseta y bebo un poco de agua.
Marco, uno de los chavales y el más pequeño de todos, se acerca a mí
tirando de la parte trasera de mi camiseta. Él apenas ha podido jugar, ya que
el resto son algo más mayores, salvo cuando lo he cargado a los hombros
para que él fuera mis brazos y golpeara la pelota con todas sus fuerzas.
—Dime, pequeñajo —me acuclillo para estar a su altura.
—No soy pequeñajo…
—Cierto, ¿en qué estoy pensando? Soy un imbécil. Estás creciendo muy
rápido.
—Has dicho un insulto muy feo —Marco es un niño muy respetuoso y al
que no le gusta que los demás insulten y digan tacos, pero conmigo, a
veces, hace una excepción.
—Será nuestro secreto, ¿vale? No se lo digas a Pedro o me cortará el
cuello —el pequeño se ríe ante la posible escena. Más que nada porque sabe
que ese hombre sería incapaz de hacer algo así. —¿Qué querías, Marco?
—¿Vendrás a casa el próximo día para enseñarnos las fotos?
Marco siempre llama al centro de acogida «su casa» y si lo pensamos
bien, dadas las circunstancias, es bonito, puesto que para ellos al fin y al
cabo es su casa y a mí se me hincha el pecho de orgullo al ver lo que ha
conseguido mi amigo para que esos críos sientan el verdadero significado
de hogar.
—¿Acaso lo dudabas? Puedes contar con ello. Además, si te portas bien,
te dejaré que la dispares tú —sonrío al señalarle la funda en la que guardo la
cámara.
—Gracias. ¡Eres el mejor! —se abalanza sobre mí y hunde su cara en mi
camiseta para abrazarme. Respondo al gesto y pienso bien en lo que le he
dicho. Mi cámara no se la presto a nadie, pero por él tendré que cumplir mi
promesa.
—¿Te estás ablandando? —nos sorprende Pedro. Marco sigue pegado a
mí como una lapa por lo que no puede ver la cara que le pongo a mi amigo.
—Ellos son la excepción —emito en un susurro para que no me oigan los
chavales. —Sabes que nadie más podrá entrar.
—Deberías replantearte tu decisión, Erick. Tienes mucho qué ofrecer —
al fin, Marco, decide separarse de mí, y tras revolverle el pelo y obedecer a
Pedro para que se una al resto, respondo.
—Ya lo ofrecí una vez y dolió. Todo el mundo sufrió. Así que el que
tiene que replantearse la decisión de curarme en ese aspecto deberías ser tú
—vuelvo a ser el hombre arisco y sin sentimientos que siempre soy.
—Sabes que nunca pierdo la esperanza. Si no, ¿qué sentido tiene que me
dedique a lo que hago?
—Pues te hará falta mucha suerte.
—Aún hay esperanza para ti, Erick. Y estoy seguro que llegará ese
momento, o alguien —insinúa alzando las cejas una y otra vez —que te lo
hará ver.
El sonido de una notificación que proviene de mi móvil me viene como
agua de mayo porque, sinceramente, necesitaba salir de esta conversación.
Los sentimientos, y sobre todo los de afecto y cariño, no son para mí.
—¡Contesta! Y nos vemos otro día —chocamos las manos y nuestros
puños y me despido de los chicos.
Saco el móvil de los pantalones, lo desbloqueo y una sutil sonrisa se
cuela en mis labios al ver la notificación.
Pulso sobre el contenido que está algo borroso y entonces se hace la
magia. Una imagen del atardecer se cuela en mis retinas. Observo las luces,
las sombras, los naranjas tan fuertes que parecen el ardiente fuego, el reflejo
en el agua, la sensación de paz, de libertad… La observo durante unos
segundos demasiados largos hasta que recaigo en la frase que la acompaña.
Pelirroja:
Un atardecer no se dedica
a cualquiera☺

Sonrío de nuevo. Sin querer.


Acto seguido, recibo otro mensaje. Una hora, un lugar y un
acontecimiento. Frunzo el ceño y tenso la mandíbula.
«Ni hablar. No podrá ser, pelirroja»
25
SAMY

—¡Tía, mira! ¡Al final ha venido! —suelta Maca.


—¿Quién?
—¡Quién va a ser! ¡Tu gran salvador! Que por cierto, ¿ya te he dicho lo
buenísimo que está? —Vicky sigue mirando a mis espaldas, relamiéndose
los labios.
—Os habréis confundido. Me dejó muy claro en el mensaje que no se le
había perdido nada aquí.
—¿Si? Pues parece que ha cambiado de opinión. ¡Mira!
Lo que dice Sole me pone nerviosa y viendo que me he quedado
petrificada; un poco por miedo a que sea verdad y otro poquito por que se
hayan equivocado y me haga ilusiones, Susana me agarra por los hombros y
ella misma me hace girar.
—¡Anda, pues sí que es verdad!
—Pues claro que es verdad, nosotras no mentimos.
—Venga, ve y salúdalo —me incitan.
—No chicas, me acabo de arrepentir de haberlo invitado. Ese chico tiene
algo electrizante y me da miedo llegar a querer algo más… No quiero que
me vuelvan a hacer daño.
—Tonterías… —se coloca Susana a mi lado, agarrándome del brazo y
mirándome muy seria —Samy, no tienes porqué querer nada más con él. No
es malo hacer amigos nuevos.
—Ya… es que…
—¡Vamos! Solo salúdalo y dale las gracias por venir. No tienes por qué
hacer nada más —comenta Vicky.
—De acuerdo —cojo todo el aire que puedo, llenando todos mis
pulmones para infundirme fuerza, y lo suelto.
Se ha quedado cerca de la hoguera. Nos ha estado observando desde su
posición todo este rato, sin moverse ni un milímetro, como si le costase
acercase al resto de los presentes y pensara que ha sido una mala idea
asistir.
«Mala decisión la tuya por invitarlo, chata».
Por una vez mi conciencia y yo estamos de acuerdo en algo.
—¡Hola! Has venido…
—Sí. Cambié de opinión en el último momento. Te he traído algo.
Me muestra la bolsa de papel, elegante y sofisticada. De ella saco un
regalo envuelto de la forma más bonita que he visto jamás. Pareciera que
ese trozo de papel recubriendo lo que hay en su interior valiera incluso más
que el vestido que llevo puesto. Es extraño porque Erick parece de lo más
normal y su vestimenta no representa ni un ápice de ser un niño rico, pero
su piso, su coche, todo lo que concierne a él parece que rebosa riqueza. Sin
embargo, no alardea de ello, más bien lo contrario. Aunque esos detalles
están tan arraigados a su persona que pese a que quiera aparentar lo
contrario, con todos esos tatuajes y con su actitud de chico rudo y sin
sentimientos, a veces le resulta difícil ocultarlo.
—¿Me has traído un regalo? —lo acepto con una gran sonrisa.
—Ni se te ocurra darme las gracias, pelirroja, o me arrepentiré de haberlo
hecho —ladeo la cabeza, elevando una ceja. A él se le escapa una, sutil y
casi inapreciable, sonrisa que, probablemente, piense que no me haya dado
cuenta pero que no me ha pasado desapercibida.
Rompo el papel con ansias, aunque tengo que reconocer que me da hasta
un poco de lástima con toda esta envoltura tan perfectísima. Pero dicen que
si no lo rompes da mala suerte y yo, aunque no crea en nada de eso, prefiero
no arriesgar. Bastante mal me ha ido ya como para jugármela por un simple
papel.
La ilusión se apodera de mí cual niña pequeña a la que le regalan su
juguete favorito. Es un cuaderno de cuero en color marrón, con un diseño
exquisito y un estilo tradicional. Soy consciente de que Erick me observó en
el avión mientras escribía. No me dijo nada sobre ello, ni en ese momento
ni en ningún otro, pero sé que es observador y le bastó verme en ese preciso
instante para saber qué me hace feliz.
—¡Es precioso, Erick! —me abalanzo sobre él sin pensar. Soy así de
efusiva, qué le vamos a hacer. Lo rodeo por el cuello, poniéndome de
puntillas para alcanzarlo mejor —mi estatura no es mi fuerte, ya lo sabemos
— y lo abrazo.
Se tensa ante mi contacto, igual que la otra vez. Sin embargo, ahora, una
de sus manos rodea mi cintura, muy sutilmente. Lo que hace que se dibuje
una gran sonrisa en mis labios. Huele tan bien… pero me obligo a
apartarme para no ponerlo en una situación incómoda. Aunque,
perfectamente, me hubiera encantado quedarme así horas, con mi nariz
colándose bajo su cuello e inhalando su perfume.
¿He dicho ya que ese olor tan característico me fascina?
«Sí, sí que lo has dicho, no seas más pesada».
Ups. Culpable.
—Puede que estés más acostumbrada a escribir directamente en el
portátil, pero pensé…
—¡Es perfecto! Me encanta, de verdad. Es un regalo muy bonito, Erick.
Aunque escriba en el ordenador, me gusta la idea de anotar todo aquello que
me viene a la mente y que siento en papel. Yo también soy una clásica
cuando quiero.
Le guiño un ojo.
Ahí está. Su sonrisa. Ahora sí que la ha mostrado y tengo que decir que
es preciosa y le sienta muy bien. Debería hacerlo más.
—¿Por qué nunca lo haces?
—¿Hacer el qué? —se extraña ante mi pregunta.
—Sonreír. Deberías hacerlo más a menudo. Te sienta bien.
Nada más escuchar mi última frase su rostro cambia por completo, a uno
más serio y frío.
—No hay nada por lo que deba sonreír —sentencia, serio y tajante.
—Siempre hay algún motivo para hacerlo, Erick.
Nos quedamos en silencio, mirándonos, intentado traspasar nuestra alma
para saber qué albergamos en ellas, qué esconden, qué sentimos…
El fuego chisporrotea y cruje a nuestro lado. Estamos alumbrados por la
hoguera a pocos metros de distancia. Nos envuelve el olor a salitre y la
brisa nocturna del mar se cuela bajo nuestra piel. El sonido del oleaje, junto
a la canción que ha empezado a sonar y que al saber de cual se trata a Erick
no le ha quedado más remedio que sonreír de nuevo porque le ha recordado
el momento del coche cuando la escuchamos juntos por primera vez, se
apodera de nuestros oídos.
—Te traeré algo de beber.
—Pelirroja —me frena su voz grave cuando ya me había dado la vuelta.
—No hace falta. No voy a quedarme.
Lo miro por encima del hombro, apenada.
—¡Como quieras, Erick! —me encojo de hombros, demostrándole que
no me importa.
«Pero sí te importa ¿no es cierto?».
¡Claro que me importa! ¿Por qué siempre hace lo mismo? Va de un
extremo a otro en cuestión de segundos y me descoloca. No sé qué Erick es
el real…
—En ese caso, gra-ci-as-por-ve-nir-y-por-el-re-ga-lo. —Hago hincapié
en pronunciar todas las letras sabiendo que lo sacará de quicio.
26
ERICK

Me había jurado que no vendría y aún así lo he hecho. Una vez aquí, me
había propuesto que le daría el regalo y me marcharía enseguida. Y, sin
embargo, aquí estoy. Sentado en el coche como un autentico gilipollas
porque no puedo hacerlo. Seré imbécil. Y masoca, ya puestos.
Desde donde estoy puedo verla bailar con sus amigos, cantando a pleno
pulmón, riendo, disfrutando de la vida. Tan jovial, tan alegre, tan llena de
energía. Repleta de luz.
Cualquiera que me viera aquí, observándola en el modo en que lo hago,
pensaría que soy un loco pervertido, acechándola y esperando la ocasión
idónea para hacerme con ella.
Decido que ya está bien de comerme la cabeza y machacarme por ello.
Arranco el motor para marcharme y la hora aparece en la pantalla táctil.
Cinco minutos. Tan solo cinco minutos para que den las doce y sea
oficialmente su cumpleaños.
Por un poco más no pasará nada, así que opto por seguir sentado en el
asiento y esperar para ver cómo la felicitarán todos. Cuando vea la felicidad
que sé que irradiará por ello al ver los fuegos artificiales y el cariño que le
profesaran todos sus amigos, me marcharé.
Lo prometo.

Tres, dos, uno…


—Feliz cumpleaños, pelirroja —mi voz se pierde contra su pelo en un
susurro y mi brazo roza el suyo. Al escucharme gira veloz su cabeza hacia
mí. Incrédula a lo que está viendo, con los ojos de par en par. Los fuegos
artificiales que inundan el manto oscuro con sus diversos colores, el sonido
del gentío, la música, la leña quemándose en la hoguera… Sumamente todo
pasa a un segundo plano porque ella tan solo me mira a mí, con ese brillo
que abarca toda su mirada y con una sonrisa que ocupa toda su cara.
Os juro que es la sonrisa más perfecta y preciosa que he visto en mi vida.
Observo durante un buen rato sus labios. Apuesto a que tiene los labios más
suaves que han existido.
Sin ser dueño de mis actos, y por arte de magia por lo que ella evoca en
mí, la mía aparece en mis labios. Se arroja a mi cuello y me rodea con sus
brazos. Siempre hace eso, como si fuese incapaz de pensar en las
consecuencias de sus actos y se dejara llevar por lo que realmente siente.
Y esta vez, solo por esta vez, me permito sentir un poco más. Así que la
rodeo con los míos por la cintura y hundo mi nariz en su pelo, a la altura de
su cuello; sexi y amenazante.
Su olor me embriaga, consiguiendo que mi corazón cabalgue a toda
velocidad. Inhalo su perfume dulce una vez más. Se separa lentamente. Sus
ojos verde esmeralda siguen brillando, alumbrando mi oscuridad por unos
segundos.
De repente, alguien rompe nuestro momento; el cual no me hubiera
importado que durase mucho más.
—¡Felicidades, Samyyyyy! —tiran de ella sus mejores amigas,
abrazándola, rodeándola con cariño, colmándola a besos y riendo. Ella se
deja hacer, aunque sigue mirándome a través de todos sus amigos que la
levantan entre unos cuantos por los aires y bajo vítores. Al bajarla, un chico
le acerca un muffin de chocolate con una vela. Tras entonar el «cumpleaños
feliz» y pedir un deseo con los ojos cerrados para después volver a clavar su
mirada en la mía, sopla, apagando la llama en el acto y con la convicción de
que su deseo se cumplirá. Por último, sonríe.
Bueno, ya está bien… Esto no es una puta película romántica. No sé qué
diablos pinto yo aquí. Esto no tiene ningún sentido.
Acelero el paso, recorro unos cuantos metros más, pero algo me detiene.
Más bien, alguien. Agarrándome firme del brazo.
—¡Espera! —me hace girar. Me deshago veloz de su contacto. Que no
vuelva a tocarme, por favor. —Al final te has quedado.
—No podía irme sin felicitarte.
—¡Y has sido el primero!
—No me extraña, todo el mundo estaba embobado con los fuegos.
—Pero tú, no.
—Yo admiraba algo mejor —intenta contenerse una sonrisa y sus ojos
brillan más aún que antes. ¿Acaso es eso posible? Pues por lo visto sí.
«¿Qué estás haciendo, Erick? Date la vuelta y márchate. Desaparece de
una jodida vez».
—Disfruta mucho, pelirroja.
—¡No te vayas! —vuelve a detenerme —¿Es que no te diviertes?
—Verás… hoy no es un buen día para mí.
—¿Y eso porqué?
Hago una mueca y trago saliva. Suspiro.
—Vale, sí, lo pillo. No quieres hablar de ello y mucho menos conmigo.
Vuelves a ser el Erick reservado, cortante y...
—No es eso, Sam —no dejo que termine la certeza que iba a decir sobre
mí. Me toco el puente de la nariz y cierro los ojos para pensar durante unos
segundos.
Me dispongo a contárselo cuando el gilipollas de su ex aparece ante ella,
apartándola de mí y sujetándola con fuerza por la muñeca. ¿Cómo es
posible que no lo haya visto venir?
—¿Se puedes saber qué coño haces, Samy? —sus manos la aferran con
fuerza por los brazos.
—Paul, déjame en paz o si no…
—¡Eh, tú! ¿Te acuerdas de mí? Te dejé bien claro que si volvía a ver tu
asquerosa cara de niñato cerca de ella lo lamentarías.
—¡Piérdete, imbécil! Esto no tiene nada qué ver contigo. A esta zorra la
manejo yo.
En algo se equivoca. Y es que tiene todo que ver conmigo.
La rabia me arde por cada parte de mi cuerpo. Lo que ocurre a
continuación ni siquiera me deja margen para pensar. Tan solo actúo y de lo
único que soy consciente, antes de perder la cordura, es que de un empujón,
que le hace caer al suelo, lo aparto de ella.
Pero, por lo visto, la advertencia del otro día no le bastó, y el empujón de
ahora, tampoco.
—¿Estás bien? —pregunto a la pelirroja, volviéndome hacia ella y
sosteniendo su rostro entre mis manos.
—¡Erick, cuidado! —la vergüenza que ha debido sentir este animal al
verse tirado en el suelo y delante de los que dicen llamarse sus amigos, le
ha dado el chute de chulería y cólera que necesitaba para levantarse y
lanzarse sobre mí.
Al pillarme con la guardia baja por preocuparme en el estado que se
encontraba Sam, ha conseguido propinarme tal puñetazo que me hace
sangrar por la boca. Pero, ni me inmuto. Escupo la sangre y… ¡Oh, sí, eso
ha sido un error! Ahora sí que estoy perdido, desatado y nadie me puede
parar. Toda la rabia contenida sale a relucir en milésimas de segundos y
descargo todo lo que he estado guardando este tiempo contra él. Le
respondo al golpe con gran velocidad, dejándole aturdido ante los ojos
expectantes de la muchedumbre que se ha ido acercando. Lo tumbo con
algunos golpes más, sangrando por la nariz, lo que me anuncia que he
debido partírsela, al igual que el labio que sangra como un condenado.
Además, acabará con gran parte de su repugnante cara destrozada y un
cuerpo malherido.
Sam intenta separarnos. Me da miedo darle un golpe a ella sin querer, así
que eso me hace frenar en el acto para no seguir destrozando a este tío.
Hago lo que debo; sacar a esta pelirroja de aquí ahora mismo. La obligo a
dar media vuelta, colocándole una mano en la espalda y así poder largarnos
de una vez de aquí.
Cuando creo que la pelea se ha dado por terminada, el grupito de
lameculos del cabronazo me propinan varios golpes por detrás con troncos
de madera. Consiguen que caiga al instante sobre la arena, pillándome
desprevenido siguen golpeándome y dándome patadas allí donde pillan bajo
los gritos e insultos de la pelirroja.
—¡Estáis locos! ¡Parad de una vez!
Pero ellos no le hacen caso, hasta que alguien anuncia a voz en grito que
ha llamado a la policía. Es entonces cuando detienen los golpes, levantan a
su líder que se ha quedado inmóvil sobre la arena y se largan cagando
leches antes de que los pillen.
—¡Por el amor de Dios, Erick! —Sam intenta ayudarme para que me
levante con un cuidado exagerado por no lastimarme más de lo que estoy.
—¿Es que se te ha ido la pinza o qué?
—Se lo merecía… —toso unas cuantas veces al hablar.
—Sí. Se lo merece. Pero no acosta de dejarte hecho un Cristo.
—Él ha acabado mucho peor —elevo una parte del labio en una especie
de sonrisa de satisfacción. —Además, por fin he podido sentir algo. Hacía
mucho que no sentía nada.
Sam se detiene, mirándome, estudiando cada palabra que he dicho. Sé
que le gustaría decirme algo profundo, hacerme entender ciertas cosas, pero
tras pensarlo, opta por decir:
—Deberías haberme dejado a mí.
—Te ha llamado zorra…
—Y es lo más bonito que me ha dicho, créeme.
—Parecías más lista cuando te conocí, pelirroja —cabecea varias veces y
resopla mientras nos dirigimos hacia mi coche con pasos lentos.
—Pues ya ves… tal vez, no lo sea tanto —me apoyo sobre la carrocería y
extiende una mano hacia mí.
—¿Qué? —inquiero al ver que espera.
—Que me des las llaves del coche.
—¿Las llaves? ¿Para qué?
—Para conducir. ¿Para qué va a ser?
—¿Tú sabes conducir?
—Pss, ¡pues claro! Y muy bien, por cierto —levanta la cabeza orgullosa.
—No hace falta, pelirroja. Puedo yo solo.
—A ver, no voy a dejar que conduzcas y te vayas solo en tu estado. ¡Si
hasta te cuesta mantenerte en pie!
—Estoy perfectamente… —saco a relucir todas mis fuerzas para
enderezarme. Esos cabrones me han dado bien con esos putos palos. Por lo
que, sin quererlo, me quejo de dolor.
Sam me observa con las cejas levantadas, con los brazos cruzados,
repiqueteando la zapatilla en la acera y preguntándose por qué soy tan
cabezota.
—No te vas a librar tan fácilmente de mí —ni corta ni perezosa, avanza
hasta pegarse a mi cuerpo, mete ella misma las manos en mis bolsillos
rebuscando las malditas llaves que ojalá no las encuentre para que yo pueda
seguir adueñándome del olor y el calor que desprende. Hasta que al fin da
con ellas.
Victoriosa las levanta al aire y sonríe.
Sus amigas aparecen al instante, sofocadas y preocupadas.
—¡Samyyyyy! ¿Estás bien?
—Tranquilas, chicas, yo estoy bien. Lo peor se lo ha llevado Erick —
todas clavan sus ojos en mí. Expectantes, sonrientes a pesar de las muecas
de dolor al verme. Inspeccionándome y paseando sus ojos por todas las
partes de mi cuerpo. Creo que nunca me había sentido tan incómodo.
—Erick, estas son mis amigas; Maca, Susana, Vicky y Sole.
Apenas puedo moverme, y conocer gente nueva no va conmigo, así que
me limito a hacer un movimiento de cabeza a modo de saludo.
—En realidad… estás hecho un asquito. ¡Debería verte un médico! —
suelta su amiga Sole curvando sus labios en una mueca de dolor.
—No hace falta. Me iré a casa —la mirada de Sam se me clava en lo más
hondo.
—Chicas, voy a llevar a Erick a su casa.
—Samy, ¿estás segura? —se preocupa otra de sus amigas.
—Pelirroja, he dicho que no te necesito —esa frase hace que Sam gire la
cabeza hacia mí, desafiándome con su mirada, echando un pulso para ver
quién de los dos es más cabezota.
—Estaré bien, chicas. Os escribo más tarde.
—¡Cómo quieras! —todas, salvo la rubia de pelo rizado que conocí en la
fiesta, se dan media vuelta para largarse.
—¡Llámame si necesitas algo! —le da un apretón en la mano y antes de
marcharse me fulmina con la mirada, de la misma forma que la última vez
que la vi y recordándome su amenaza.
—Tranquila…
Tras unos segundos, la pelirroja se pone frente a mí.
—¡Venga, tipo duro, sube!
Resoplando, la obedezco. Una vez dentro del coche y acomodado en el
asiento, arranca el motor, se pone el cinturón y después de ajustar todo a su
altura, se gira levemente hacia mí.
—Tranquilo, ¿vale? Tendré cuidado con tu pequeño.
Acaricia con sumo cuidado el volante como si fuera la piel de un bebé,
con un cariño forzado para picarme.
Como si eso me importara una mierda.
—El coche me da igual, pelirroja.
—¡Vaya! —abre los ojos de par en par sorprendida —eso no me lo
esperaba —sonríe. —Entonces, ¿por qué no confías en mí?
—Sí confío. Pero me da más miedo que pueda pasarte algo a ti…
Joder, juro que se me ha escapado. Lo prometo por lo más sagrado. Esta
pelirroja consigue que me olvide de todo y me deje llevar por lo que siento
sin pensar en las consecuencias de mis palabras.
Su mirada tierna me conmueve.
—En ese caso, también puedes estar tranquilo. No nos pasará nada —me
acaricia el brazo y justo cuando lo hace me quejo de dolor. Es lo único que
se me ocurre para que se aleje en el acto y no tener que ser borde con ella.
—Ups, lo siento —se muerde el labio inferior en una mueca de dolor. Me
quedo embobado mirándolos, preguntándome a qué sabrán. Un calor
sofocante me recorre todo el cuerpo y un tirón en mi entrepierna acecha con
querer más. Mucho más. Pero no puede ser.
—No pasa nada, estoy bien.
—Venga, te llevo a casa. Hay que curar esas heridas.
—¿Necesitas indicaciones? —pregunto con los ojos cerrados una vez que
dejo descansar la cabeza en el asiento.
—¡Me subestimas!
—Pues cuando quieras…
27
SAMY

Estamos en su baño. Le ha costado lo suyo salir del coche y subir las


escaleras. Sí, sigo pensando que podría arreglarlo de una puñetera vez. Solo
pienso en la pobre Roxana cada vez que venga a aquí y me desespero.
Llegar hasta aquí casi ha sido una auténtica odisea.
Le pregunté dónde guardaba las medicinas y si tenía algo con qué
limpiarle toda la sangre y poder curarle. Sin embargo, desde que pisé el
acelerador y cerró los ojos no pronunció palabra. Como si estuviera ido y a
años luz de este momento. Pensativo. O enfadado. Quizá sea eso, que está
enfadado conmigo por no dejarle tranquilo, a su aire, o por haber acabado
así a causa de una pelea que no iba con él…
El caso es que tan solo me ha hecho un gesto con la cabeza, señalando en
dirección al baño, por lo que intuyo que aquí guardará todo lo que necesito
para curarlo.
Erick me ha seguido hasta aquí como una sombra, creo que sin ser
consciente aún de toda esta situación. Abro el armario con espejo que hay
sobre el lavabo y encuentro todo lo que me hace falta. Saco un analgésico y
lleno un vaso de agua.
—¡Siéntate ahí! —acata mi orden en el acto y se sienta en el borde de la
bañera.
Me arrodillo junto a él. Al principio un poco incómoda porque Erick no
me habla. Necesito una reacción por su parte. Con un «eres una cría» me
conformo.
—Tómate esto —vuelve a acatar mi orden sin rechistar.
Después, enmudezco. Tan solo lo observo. ¿Qué se le estará pasando por
la cabeza? Creo que sería mejor marcharme y dejarlo solo. Puede que no
quiera que esté aquí y yo, como siempre, siendo tan insistente… No
obstante, no puedo irme. Está así por mi culpa y su aspecto da pena. Me ha
defendido del capullo de Paul y es lo mínimo que puedo hacer.
Me enderezo un poco para estar algo más a su altura.
—Erick, voy a quitarte esto, ¿vale? Hay que mirar cómo están esos
golpes… —digo en apenas un susurro al tiempo que deslizo los dedos por
el bajo de su camiseta y tiro de ella para sacársela.
Por un momento duda y me mira. Nuestros ojos se funden durante unos
segundos. Ladea la cabeza y suspira. Un suspiro de alivio, como si ahora él
fuera quien se siente a salvo.
A continuación, me deja hacer.
No puedo evitar fijarme en el bronceado de toda esa zona de su anatomía,
en la firmeza de cada parte de su torso al desnudo, en cada tatuaje
impregnado en su piel, imaginándome lo que significará cada uno de
ellos… Mis ojos siguen analizándolo. Sus manos tan masculinas y también
llenas de letras y dibujos. En la nuez que marca con más intensidad al
tragar. En sus labios gruesos, los mismos que tienen una herida por la pelea
y que horas antes demostraban que son capaces de expresar una sonrisa
sincera. Sus pestañas densas, tupidas y negras como antesala a los ojos
castaños más expresivos que he visto en la vida; fríos y deseosos de
encontrar lo que tanto anhelan.
Vuelvo de mi ensoñación al percatarme de que se ha quedado mirándome
mientras yo lo recorría por completo.
Hago un pequeño ruido con la garganta y busco varias gasas para poder
limpiarle las heridas. Tras empaparlas de agua oxigenada las deslizo por las
distintas zonas donde tiene los rasguños. Su boca, el cuello, los hombros…
y tengo que tomarme unos segundos antes de llegar a la zona de su
estómago. Su respiración se acelera por momentos según avanzo el
recorrido con mis manos. Y la mía también. Demasiado.
—¡Voy a prepararte algo caliente! Mejor sigue tú, así estarás más
cómodo.
Suelto la gasa a un lado con rapidez y me dispongo a marcharme cuando
su mano me retiene, cogiéndome del brazo a la par que se levanta y tira de
mí. Con ese movimiento me pega a su pecho. Erick pasa sus dedos por mi
pelo, colocándome un mechón tras la oreja y apretándome más aún contra
él. Estamos demasiados pegados, demasiado cerca. Tanto que pienso que
debo estar haciéndole daño pero que le da sumamente igual. Nuestros
alientos se adueñan del otro, nuestras respiraciones agitadas van al compás,
el calor que se implanta en mi cuerpo se burlaría del mismísimo fuego
infernal. Su otra mano me aprieta con deseo hacia su cadera, impidiendo
que me mueva ni un milímetro. Estoy aplastada contra su pecho duro como
una piedra, esculpido, firme y perfectamente tallado por los dioses. Mi
corazón va a mil por hora y de una forma salvaje, la cual jamás he
experimentado.
No hay duda de que entre Erick y yo hay algo electrizante, que ambos
nos deseamos por mucho que esta mañana quisiera demostrar que no es así
y pese a que yo no sepa si estoy preparada para nada de esto.
El gemido ronco que dejo escapar vibra en mis labios haciendo que me
estremezca. ¿Qué me está pasando? Nunca había experimentado una
sensación así.
Levanto la mirada para enredarla a la suya que sigue fija en mis labios.
Hasta que sus ojos se encuentran con los míos y vislumbro una chispa de
algo que me provoca una cálida descarga en el estómago, provocándome e
imaginándome algunas imágenes eróticas que consiguen ruborizarme.
Nunca pensé que pudiera excitarme tanto cuando todavía no me ha
besado y lo único que ha hecho es pegarme a él.
Más que nada porque esto no ocurre en la vida real. Tan solo suceden en
las novelas que leo y en las historias que yo misma creo. Sin embargo,
ahora estoy viviendo uno de esos momentos que duran segundos pero que
están disfrazados de mucho más de lo que puede marcar un simple reloj.
Creo que duda, pero tan solo dura un momento porque enseguida tengo
los labios de Erick sobre los míos, con ganas, con desesperación, como si el
besarme le doliera. Su lengua se cuela en mi boca, excitándome,
saboreándome. Su boca se mueve sobre la mía con habilidad y una
confianza que me deja perpleja. Me besa y juro que es adictivo. Me empuja
hacia la pared con un apetito insaciable, demostrándome en cada beso que
mis labios solo le pertenecen a él y que por fin se han encontrado. Mis
manos se cuelan en su pelo, bajando hacia sus hombros, apretándolo más
contra mí. ¿Acaso es eso posible? ¿Estar más pegados de lo que estamos?
Su mano se cuela bajo mi vestido y me eleva una pierna para que lo rodee
con ella. El tacto de sus dedos deja huella en mi piel. Me mordisquea el
labio con un sonido que me pone a mil, lo que hace que ancle mi mano en
uno de sus bíceps para sujetarme porque creo que no aguantaré todo el
remolino de emociones que estoy sintiendo. Me arranca el aire de los
pulmones a base de besos feroces. Ahora, sus labios recorren un camino
imaginario por mi mandíbula, sumergiéndose en mi cuello y dejándome
escalofríos a su paso.
De repente, se detiene e intenta separase de mí.
—¿Qué ocurre? —hago todo lo posible por parecer que no estoy afectada
por lo que acaba de pasar. Aunque todos sabemos que no es verdad y que
no quiero que me deje así.
Su pecho sube y baja sin descanso.
—Nada. Simplemente, que esto no está bien —busco su mirada que
esquiva la mía.
—Pero, ¿por qué? Yo estoy bien, Erick. ¡Mírame! —le hago girar la cara
con mis dedos en su barbilla. —Estoy perfectamente. Sé que hay algo que
te aterra, que tienes miedo a causarme daño o algo así, pero estoy genial,
Erick, por favor… —mi mano roza su mejilla y me inclino para besarlo
nuevamente. El contacto de su piel en la palma de mi mano intensifica las
oleadas de calor que siento. Necesito más.
Sin embargo, me aparta la cara y posa sus manos en mis caderas para
separarme de él.
Me acaba de rechazar y me siento como una estúpida.
—No, Samantha —se pasa las manos por el pelo, llevándose los
mechones que le caen por las cejas hacia atrás y sus bíceps aumentan con el
movimiento.
—¿Samantha? —junto las cejas. Se me hace raro escucharlo llamarme
así. —¿Qué está pasando, Erick? Sé sincero conmigo, por favor. ¿Es que no
te gusto de verdad? ¿Es eso? —sigo buscando su mirada que está fija en los
azulejos del suelo y con el ceño fruncido.
—¡No! ¡No es eso! —responde lacónico.
—Pues tú dirás, entonces… —empieza a moverse por todo el baño,
llevando los ojos al techo y pensando.
—¡Ya te lo he dicho!... —se planta en mitad, con los brazos en jarra,
observándome con el enfado implantado en su rostro. —Esto no está bien.
Escucha, solo soy yo ¿de acuerdo? Yo, yo, yo y siempre yo. Solitario hasta
que me muera. Podré haber estado, y puede que esté con muchas chicas
más, pero jamás las he querido. Solo eran eso, sexo. Y no quiero que tú seas
una de ellas. Siempre seré nada más que yo, porque yo sí me tengo de por
vida. Nunca dependeré de una mano a la que agarrar y no haré que nadie lo
haga por mí. Yo siempre tendré este fuego en mi alma, ¿comprendes? No
quiero nada con nadie. Ni una novia, ni una compañera, ni nada que se le
parezca. No quiero a nadie a mi lado que me lastime y mucho menos para
lastimarla yo. Estoy roto, Sam. ¡Rompo todo lo que toco!
Expresa grandilocuente.
—Yo no quiero ser tu jodida novia, Erick… solo ha sido un beso… —y
qué beso, joder —y es muy triste que pienses eso.
—Es lo que hay…
—Pues en ese caso… debería irme —salgo a toda prisa de aquí. Recorro
el pasillo y estoy dispuesta a coger mi bolso cuando Erick aparece tras de
mí.
—¡Pelirroja, espera! —me agarra por la muñeca, pero me suelto al
instante.
—¡Oh! ¿Ahora soy «pelirroja»?
—Vale, lo siento. Escúchame un momento, por favor.
—Tienes treinta segundos…
—Está bien… —se pellizca el puente de la nariz. Piensa, piensa,
piensa… como si le costara horrores pronunciar lo que de verdad desea.
—Veinte, diecinueve, dieciocho…
—¡Vale, vale, vale!... Mira, Sam, lo que ha pasado ahí dentro no es que
no quisiera que pasara. Todo lo contrario… Llevas días metida en mi
cabeza y por supuesto que me gustas. ¡A cualquiera le gustarías! —visto lo
visto, dudo de eso último, la verdad —pero tú y yo no tenemos ningún
futuro. Yo no busco una relación y no soy la persona que necesitas al lado
como pareja.
—En ningún momento te he dicho que necesite una pareja… Te recuerdo
que acabo de salir de una relación —sigo de pie, con los brazos cruzados,
escuchando su argumento para nada convincente pero que a estas alturas me
ha hecho perder la cuenta de cuántos segundos le quedan.
—Bueno, está bien… no soy la persona que necesitas ni para pareja ni
para acostarte conmigo ni nada… Ni siquiera sé si valgo para ser tu amigo,
pero eso sí que me encantaría intentarlo. Y si sigues teniendo algún
problema puedes llamarme siempre que quieras…
—¿Piensas de verdad que podemos llegar a ser amigos?
—Ya te he dicho que podemos intentarlo —no tengo muy claro que solo
quiera ser amiga de Erick. Él se ha metido en mi vida de una manera que
me sería difícil sacarlo ahora, y por mucho que le haya dicho que acabo de
salir de una relación es inútil pensar que no quiero nada con él.
Pero si solo es capaz de ofrecerme su amistad y es la única forma que
tengo de que siga estando en mi vida, lo haremos. Me conformo con su
amistad. Así de estúpida soy.
—De acuerdo.
—¿Lo dices en serio? —no lo entiendo… Erick, como siempre,
descolocándome.
—¿No acabas de decirme que quieres que seamos amigos?
—Sí, pero no pensaba que fueras aceptar…
—Mira, Erick, seré franca contigo. Has entrado en mi vida y me gustaría
que siguieras estando en ella y si es con una amistad pues bienvenida sea—.
Deja caer sus brazos a ambos lados de su cuerpo, relajando los hombros,
por lo que deduzco que toda esta situación le puede… —Ahora, creo que
debería irme y dejarte descansar.
—¡No!
—¿No? —me hace girar de nuevo hacia él.
—Quiero decir… que es muy tarde y no deberías irte sola. Puedes
quedarte aquí si quieres, dormiré en el sofá…
—No me pasará nada, Erick. Puedo volver sola a casa.
—Y no dudo de ello, pero me quedaría más tranquilo si pasaras aquí la
noche.
—No sé, Erick, yo…
—Por favor. Además, se que va a ser una noche complicada para mí y no
quiero quedarme solo.
¿Complicada? ¿Por qué? Y… ¿por qué me cuesta negarme a ello?
Algo debe pasarle para que me esté pidiendo algo así y haya sido sincero
conmigo en cuanto a que lo está pasando mal. ¿Qué cómo sé que lo está
pasando mal? Pues porque lo sé, y Erick, aunque quiera mostrarse frío y
distante en numerosas ocasiones, ahora se ha mostrado vulnerable. Lo que
me cerciora de que tuvo que ocurrirle algo grave para que tenga esa actitud
con el resto del mundo y con él mismo.
Primero pienso en él como persona, en alguien que necesita ayuda, y no
puedo negársela. Y segundo, ahora somos amigos ¿no?…
El caso es que acepto.
—Está bien —ahora así, suspira aliviado.
28
ERICK

Mi pecho sigue subiendo y bajando con ansias, ganas, calor… haciendo


todo lo posible por calmarse y sin éxito alguno.
¿Cómo he conseguido parar? Esos jodidos labios son lo mejor que he
probado nunca. Desde que los vi por primera vez a través de la lente en la
Terminal me han estado llamando a gritos. Sin embargo, me había jurado y
perjurado que por nada el mundo me dejaría llevar. Debo protegerla,
ponerla a salvo, alejarla todo lo posible de mí… Y pese a ello, le he pedido
que no se marchara. Lo que yo digo, soy un auténtico gilipollas masoquista
que intenta por todo los medios borrar de la mente a esa pelirroja que ahora
duerme en mi habitación.
«¡Bravo, Erick, te estás luciendo!»
Le he prometido que podía estar tranquila, que no me movería de este
puto sofá y que no le pondría las cosas más difíciles.
¿Qué habrá sentido ella? Seguramente se haya dejado llevar por el
momento… pero esa niña y yo no podemos, más bien, no debemos tener
nada más.
Siendo sinceros, ahora mismo me levantaría de aquí, echaría abajo esa
maldita puerta que nos separa, la cogería en brazos hasta estrellarla contra
la pared y le demostraría, una y otra vez, lo que provoca en mí. Y nada más
que el simple hecho de imaginarme esa situación me pone, todavía más,
muy complicado el poder conciliar el sueño esta noche.
Me reincorporo alterado y con frustración me paso las manos por el pelo
con desesperación, voy hasta la cocina para beber un poco de agua, luego al
baño para refrescarme y me obligo a volver a lo que esta noche será mi
cama.
Sin embargo, cuando paso por la puerta de mi habitación me detengo.
Saber que ella está ahí dentro, tan cerca y tan lejos, tumbada sobre mi
cama…
«¡Joder, Erick, para!»
Me digo sosteniendo aún el pomo para abrir la maldita puerta.
«Piensa, Erick, piensa. No quieres hacerle daño. Aléjate de ella y vete a
dormir.»
Suelto un bufido, cabreado conmigo mismo.
Me llevo los dedos al puente de la nariz, razonando. Exasperado. Suelto
el pomo, que a este paso hubiera hecho añicos por la fuerza con que lo
agarraba, y vuelvo al sofá.

«La angustia me ahoga, me oprime el pecho, no puedo respirar.


Literalmente. Tengo algo clavado en el abdomen que impide moverme. La
muerte se ríe de mí por quitarme algo que amaba. Como si para ella fuera
un simple juego. Me observa a través de la luna delantera del coche,
amenazante y sabiéndose victoriosa, fiel compañera que transita nuestro
caminar.
Lucho con todas mis fuerzas, pero sigo sin poder moverme. La sangre
que recorre mi frente cae por mis ojos, emborronando lo que quiero ver,
deslizándose por todo mi rostro y mezclándose con la de todo mi cuerpo.
La punzada de dolor en la cabeza me obliga a cerrar fuertemente los
ojos por un momento. Al hacerlo, los faros vuelven a impactar en mis
retinas, invadiendo nuestro espacio, cegándome, haciéndome revivir una y
otra vez el trágico final. Vuelvo a abrirlos, y sigue ahí. Esa figura
misteriosa y oscura, la maldita Parca, tan segura de que ha ganado,
sabiendo que yo también me reuniré con ella pero que, por ahora, ha
decidido dejarme toda una vida de ventaja para poder recordar lo que me
ha arrebatado.
Al saber que es la despedida busco su rostro. No el de ella, sino el de
alguien muy distinto. Necesito saber que esto es una broma y que está a
salvo. Sin embargo, la imagen me impacta contra los ojos y mi corazón.
Soy muy consciente del instante en el que mis latidos se detienen. Seguiré
vivo, pero mi vida ha muerto en este preciso momento y jamás volveré a ser
el que era.
Los ojos se inundan de lágrimas, la sangre lo envuelve todo.
¡Grito y grito y grito hasta no poder más!
Me limito a llorar, a cerrar la mente, sentir el vacío y darle la espalda a
cualquier otro sentimiento que…»

La calidez de una mano ajena me hace volver en sí. Me despierto


sobresaltado, las gotas de sudor recorren mi frente y, de golpe, la paz se
implanta en todo mi ser. Su voz se cuela en mis oídos como una suave
melodía, calmada y serena.
—Tranquilo, Erick, estoy aquí. Respira conmigo.
—No me dejes solo, por favor —aún tiemblo de miedo y no consigo
volver a ser yo.
—No voy a dejarte. Estoy aquí, contigo.
Cuando me enderezo, Sam se sienta a mi lado, frotándome los nudillos
con sus delicadas manos. Me mira muerta de miedo, asustada y preocupada
por verme en este estado.
Me sigue faltando el aire pero ella sigue susurrándome cosas que hacen
que poco a poco me vaya calmando.
Es la primera vez que alguien me ve así. Durante algún tiempo, cuando
estuve ingresado en aquel lugar, las primeras noches fueron muy duras y tan
solo me vieron en un estado parecido los médicos, pero tras eso… nadie.
Nunca. Jamás. Ni si quiera mi madre, y mucho menos mi padre.
—Te traeré una tila —suelta en un amago de levantarse, pero la retengo,
agarrándola por la muñeca. Sin duda mi gesto ha sido rudo, imperativo. Su
mirada viaja a mis dedos que aún la sostienen con fuerza, con ansia.
—Lo siento —la suelto al instante por si piensa que lo que quiero es
controlarla. Nada de eso. Tan solo… quiero que no se mueva de mi lado y
me deje solo. —Es que la tila no me servirá de nada.
Apoyo los codos en mis piernas y hundo la cabeza entre mis manos. Por
lo visto, mi miedo a que piense lo que no es son imaginaciones mías porque
lo único que hace es llevar sus ojos hacia los míos cuando me levanta la
cara por el mentón, traspasando todas mis capas y llegando hasta las más
profundas y escondidas.
—Lo único que necesito es que te quedes a mi lado. No necesito nada
más…
—Está bien. Si es lo que quieres…
—Sí.
Se acomoda a mi lado, subiendo las piernas sobre el sofá y colocándolas
bajo su trasero. No deja de observarme y yo me obligo a apartar la vista de
ella porque he vuelto a dejarle una camiseta y está terriblemente sexi con
ella.
—¿Quieres contarme qué te ha pasado? —se atreve a preguntar.
Viendo que dudo en si explicárselo, pregunta de nuevo —¿Porqué no
puedes dormir?
Me obligo a relajarme un poco y me recuesto en el sofá.
Tal vez sea porque de madrugada, cuando todo está en silencio y estoy
tumbado en la cama y no hay nadie a mi alrededor, me siento un poco
asustado. Asustado porque… me doy cuenta que todo está vacío.
—Puedes contarme lo que te pasa, Erick, soy buena escuchando.
—No me pasa nada, pelirroja.
—¿Estás seguro? A veces necesitamos soltar lo que nos oprime el pecho.
No es malo desahogarse.
—¡No me pasa nada, Sam! Déjalo estar. Y no, no pienses que te miento,
porque la verdad es que no me pasa nada… Aunque también me pasa todo.
Joder, ojalá pudiera contártelo. Cada vez que me miras me incitas a ello y sé
que sabrías escucharme. Sin embargo, una nebulosa de malos pensamientos
inundan mi mente y ni si quiera yo sé qué me pasa. Hay momentos en los
que todo me abruma y esa soga imaginaria que hay alrededor de mi cuello
aprieta cada vez más. La negatividad y la ansiedad me envuelven
constantemente. Sé que me ocurren mil cosas y siento que es imposible
expresarlas. Cada día pienso en ilusiones que jamás encuentro, en
motivaciones que dejan de serlo más pronto que tarde. Metas y sueños
frustrados que jamás llegarán por miedo a no merecerlo. Y, al final, de tanto
esperar, me desespero. Y es un círculo vicioso que nunca para…
—¿Y no te das cuenta, Erick? —busco su mirada, extrañado.
—¿De qué?
—De lo que acabas de hacer. Acabas de soltarte un poco. De expresar lo
que sientes. Y ese es el primer paso.
—Ya… ¿Y ahora qué?
—Ahora, poco a poco, tipo duro. No tienes que hacerlo todo esta noche.
¡Dosifiquemos! —sonrío ante su respuesta y ella lo hace conmigo,
complaciente. —Cada uno va a su ritmo. No es una competición con los
demás, ni si quiera contigo mismo. Se aprende poco a poco, Erick, y se
mejora con los días.
El silencio se apodera de nosotros durante unos segundos.
—¿Sueles tener muchas pesadillas?
—Todas las noches.
—¿Desde cuándo exactamente? —frunce la mirada queriendo averiguar.
—Desde hace cinco años.
—¿Quieres hablar de ello?
—Prefiero que no.
Sam agacha la cabeza para mirarme a los ojos. No hace falta que vuelva a
decirme que está aquí para escucharme y que puedo confiar en ella porque
solo hace falta que lea en sus ojos para saberlo. Sé que estará para mí si la
necesito. Y no dudo de ello. Hasta ahora, salvo Pedro, es en la única
persona en quién he confiado.
Pero por hoy ya he tenido suficiente.
—He dicho que prefiero que no —vuelvo a decir, esta vez más firme,
más cortante, con más convicción.
Su semblante cambia por completo. ¿He hecho que entristezca? Parece
apenada por saber que hay algo que me duele pero que no soy capaz de
abrirme con ella. No quiero que se lo tome a mal, de verdad. No me abro ni
con ella ni con nadie.
—Lo siento. Siento si a veces soy insistente… soy de las que prefieren
soltarlo todo, pero… bueno, no quería obligarte. Solo quería ayudar…
—Mejor porque no me cuentas algo sobre ti… —su sonrisa vuelve a
implantarse en sus labios y me maldigo por haberla hecho desaparecer
durante unos segundos. Poder apreciar esa jodida sonrisa es una puta
maravilla. —¿Desde cuándo escribes?
—Pues no recuerdo muy bien cuando empecé… desde pequeña.
En los viajes es cuando más me gusta hacerlo. Mi familia y yo solíamos
viajar en coche a cualquier parte. ¡Incluso a Francia! ¡A la mismísima
Italia! —se le ilumina la cara al recordar. —Yo era muy de meterme en mi
mundo. Solía llevar una libreta conmigo. Anotaba todo; frases, ideas,
textos… Al principio con cualquier canción que empezara a sonar en la
radio del coche dejaba volar mi imaginación. La música siempre me ha
ayudado. Cuando crecí algo más, me colocaba mis auriculares y las
historias venían solas a mi cabeza. Siempre me ha gustado, pero nunca he
pensado dedicarme a ello.
—¿Por qué?
—Bueno… es complicado. No es un mundo fácil en el que destacar y
darte a conocer. Mis padres se han esforzado mucho por pagar los estudios
de los tres y no sería justo abandonar todo para perseguir un sueño.
—¿Los tres? ¿Tienes hermanos?
—Dos. Bárbara es la mayor y está como una cabra, aunque la adoro. Y
Gabriel es el pequeño. Tiene quince años y me encanta chincharlo
llamándolo friki.
—Sois una familia bonita por lo que me cuentas…
—Tenemos nuestras cosas, como en todas las familias, pero sí que
estamos muy unidos —se encoge de hombros orgullosa de ellos.
Seguimos hablando durante horas. Sobre todo ella. Yo me limito a
escucharla, porque hacerlo me relaja. Me reafirmo en que es muy expresiva.
Mueve mucho las manos y pone muchas caras cuando me cuenta algo con
mucho entusiasmo.
Cada vez estamos más cómodos, ella empieza a caer rendida por el
cansancio pero no se aparta de mí en ningún momento. Se acomoda,
apoyando su cabeza en mi hombro.
Suelta un último susurro antes de dormirse.
—Sigo pensando que yo te puedo ayudar a curarte, Erick. Ya verás.
29
SAMY

Un ruido incansable y atronador en el más absoluto silencio me hace


volver de un sueño reparador. Abro los párpados y paseo la vista por toda la
estancia, hasta que reparo en que mi mano está apoyada sobre un torso
desnudo; caliente y tatuado, y mi cabeza descansa sobre el pecho de Erick.
La alarma sigue sonando, lo que me insta a moverme y buscar el dichoso
aparato que me ha hecho despertar.
Es el móvil de Erick. Lo encuentro bajo su camiseta en la plaza del
Chaise Longe. ¿Quién demonios pone una alarma a las seis y media de la
mañana?
Al moverme, él hace lo mismo. Emite un sonido ronco. Yo estaba muy a
gusto, aunque creo que él no tanto porque si ha dormido en esa postura para
no moverme a mí y con casi todo su abdomen amoratado por los golpes de
ayer supongo que le dolerá todo el cuerpo. Sin embargo, la agilidad con la
que se reincorpora y se sienta a mi lado me anuncia que estoy equivocada y
que, además, las pocas horas que hemos dormido le han debido de sentar
bien.
—¿Has descansado? —pregunta, apartándome varios mechones de pelo
que caen sin gracia alguna por mi rostro y echándomelos hacia atrás. Al
hacerlo, sus dedos rozan la piel de mi hombro al descubierto por culpa de
esta camiseta que me queda enorme. Me tenso al instante, incapaz de soltar
palabra.
Así que lo único que hago es asentir varias veces y dibujar una sutil
sonrisa.
—Yo también —imita mi sonrisa, pero la suya mucho más amplia. Me
alegro de verlo así. —Y por cierto… ¡Felicidades, pelirroja!
Con la misma energía que minutos antes me da un suave beso en la
mejilla y se levanta en dirección a la cocina.
Me quedo perpleja, con los ojos abiertos como platos y llevando mis
dedos allí donde aún siento el calor de sus labios.
Me he quedado helada. Tan solo puedo observarlo moviéndose por la
cocina, abriendo armarios, sacando un par de tazas, platos e ingredientes del
frigorífico. Se le ve contento, a pesar de que no olvido las palabras que me
dijo sobre que no iba a ser un buen día para él.
—¡… pelirroja! —me he quedado en Babia.
—Perdona, ¿qué?
—Que a qué esperas… ¡Ven y ayúdame con el desayuno!
—¡Oh, sí, claro! —como si tuviera un resorte me levanto velozmente y
voy hasta él. —Aunque no creo que me entre nada a estas horas… ¡Apenas
ha amanecido, por Dios! ¿Se puede saber porqué tienes puesta una alarma
tan temprano?
Erick suelta una carcajada ronca que me desarma por completo. Intento
disimular lo que provoca en mí. Apoyo la cadera en la encimera y me cruzo
de brazos. Por mi cara debe darse cuenta que madrugar no es mi fuerte.
—Joder ¿eso ha sido una risa? No creía que fueras capaz de mostrar esa
diversión —lo chincho, al igual que él hace conmigo muchas veces.
Tras entornar los ojos, clavándolos en los míos y hacer una mueca por la
broma, responde.
—Me gusta salir a correr muy temprano. Se me olvidó quitarla anoche.
—¿Y hoy no vas?
—No —responde a la par que llena la cafetera. —Hoy estoy contigo.
Eso me hace sonreír.
—No quiero que cambies tus planes por mí. Si quieres puedes ir a correr,
yo ordenaré todo esto y cuando regreses ya no estaré aquí.
—Fui yo el que te pedí que te quedaras. ¿Por qué iba a irme y querer que
te marches?
—Bueno… creo que has olvidado las últimas dos veces que me he
largado de aquí…
—Fui un idiota. Además, ahora, somos… amigos. Así que no hay mejor
sitio en el que pueda estar que aquí contigo.
—Sí, sí, claro… dijimos que íbamos a ser amigos —espero que no se
haya dado cuenta de que le he apartado la mirada, avergonzada, pensando
que albergaba una mínima posibilidad de que yo le gustara a Erick más allá
de querer una amistad. Por lo visto no es el cao, así que debería quitarme
esa idea de la cabeza.
—Eh, ¿te encuentras bien? —por lo visto sí que se ha percatado de mi
cambio de humor.
—Sí, sí. Todo bien. Bueno, ¿a qué te ayudo? ¡Me ha entrado hambre!
Preparamos juntos unas tortitas. Según él, tortitas de cumpleaños. Las
adornamos con sirope y fruta. El café está delicioso. Hablamos sin parar,
me cuenta algunas cosas sobre él, lo que me hace conocerlo un poco más. Y
me gusta.
Después de un buen rato, tras haber comido como si no hubiera un
mañana, le pregunto por lo ocurrido anoche. No quiero ser imprudente ni
que lo vuelva a pasar mal, pero necesito saber si se encuentra bien de
verdad o tan solo es una máscara más de todas las que se empeña en
enseñar al mundo.
—¿Estás mejor? —arruga la frente, sabiendo a lo que me refiero.
—Sí.
—Erick, sabes que si quieres contarme algo, lo que sea, puedes… —me
freno al ver que cierra con fuerza los ojos y aprieta la taza que sostiene
entre las manos. —Está bien… sí, lo sé. No lo vas a hacer y puede que yo
sea la última persona a la que le contarías tus problemas. Al fin y al cabo
tendrás otros amigos que se ganaron ese derecho hace mucho más tiempo
que yo y…
—¡Para! —me callo.
Cuando me pongo nerviosa digo todo lo que pienso del tirón. Pensaba
que se iba a enfadar, pero no.
—Por el amor de Dios, coge aire, pelirroja —parece más relajado y sus
ojos me miran con cariño.
Le sonrío sonrojada y doy un sorbo al último trago de café que queda en
mi taza.
—Ayer, cuando me enteré de que hoy es tu cumpleaños se me cayó el
mundo encima. Por eso te dije anoche que no estaban siendo mis mejores
días. Hoy también sería el cumpleaños de alguien que es… era muy
especial para mí y me duele no poder celebrarlo juntos.
Vaya. No me esperaba que me fuera hablar así de alguien. Al menos no
conmigo, cuando parecía que había algo entre los dos que sigo sin saber
definir. Y realmente no sé porqué ha querido hablarme sobre esa chica.
¿Seguirá enamorado de ella? Su voz ha sonado muy triste. ¿Y por qué lo ha
hecho en pasado?
—¿Por qué has dicho «sería»?
—Porque murió. —¡¿Qué?! Sus ojos se llenan de lágrimas, aunque se
resiste a derramarlas. Tiene que ser duro luchar contra ti mismo para no
dejarte sentir nada y mucho menos demostrarlo.
Todo su cuerpo está tenso, sigue con la taza entre las manos, apoyada en
la isla, dibujando pequeños círculos con sus pulgares sobre la porcelana del
recipiente. Nervioso. Vulnerable. Y por un momento creo que olvidará lo
que me ha dicho, volverá a ponerse esa coraza y me pedirá que me largue
de aquí.
Estoy equivocada, porque tuvo que amarla demasiado, y debe seguir
haciéndolo, para ver cómo se rompe por momentos frente a mí.
Él, que siempre parece tenerlo todo bajo control y lo poco que se ha
dejado conocer me ha hecho entender que no deja que nadie lo vea así.
Y yo… yo, no tengo ni la menor idea de porqué siento un agujero en el
estómago y un resquemor al saber que no la ha podido olvidar. ¿Estoy
celosa? Ni hablar. Además, eso no tendría ningún sentido. Y menos aún en
una situación como esta.
«¿Se puede saber qué te pasa, Samy? Tú no eres así.»
Esa chica, por desgracia no está aquí y Erick lo está pasando mal. Así
que debo olvidarme de todo lo que yo siento y debo preocuparme por él.
—Vaya. Lo siento mucho, Erick. ¿Cuánto hace que…? —ni si quiera me
deja formular al completo la pregunta.
—Cinco años —igual que cuando empezó a tener esas horribles
pesadillas.
—Es horrible. Lo siento, de verdad. Debiste de quererla mucho.
Sin querer bajo la mirada hacia la piedra blanca de la isla. Pensativa.
Triste. Con una sensación extraña en mi interior.
Quizá sea eso lo que le frenó anoche cuando me besaba.
Sigue enamorada de ella.
Su mirada es curiosa. Expectante. Y el silencio tan solo dura unos
segundos más.
Eleva su mano, sosteniéndome por la barbilla, obligándome a mirarlo.
Ese gesto me estremece.
Alza las cejas, intrigado.
—¿Por qué das por hecho que tuvo que ser «ella»? —eleva la comisura
del labio, esperando mi respuesta.
¿Qué? ¿Se puede saber qué le hace tanta gracia? Me he quedado sin
habla. Ahora no sé qué pensar. No sé qué ha querido decir con eso. ¿Acaso
no hay un «ella»?
Me encojo de hombros. Ante mi mutismo, Erick se endereza, se levanta
del taburete, rodea la isla hasta donde estoy, me coge de la mano y tira de
mí. Lo sigo por el pasillo hasta la habitación en el que me lo encontré ayer
por la mañana.
—Erick, ¿qué pretendes? No sé si…
—¡Cállate, pelirroja, por favor! Quiero mostrarte algo y si dices una sola
palabra más me arrepentiré de haberlo hecho.
Iba a responderle que «vale» y que no tiene por qué hablarme así, pero
sabiendo cómo es cambiará de opinión por no haber cerrado el pico y se
negará a enseñarme lo que sea y, sinceramente, ahora mismo eso me intriga
mucho más.
Busca la llave, la introduce en la cerradura y abre despacio. Entro tras él.
¿Por qué cierra con llave si vive solo en este piso?
Durante un par de segundos nos quedamos a oscuras, ya no sostiene mi
mano y lo echo de menos. Enciende una luz roja que proviene del otro
extremo de la habitación. No entiendo qué quiere enseñarme. Ya estuvimos
aquí hace horas y salvo que está claro que no quiere que nadie sepa de las
fotografías tan hermosas que guarda no sé qué más puede esconder.
Se planta en mitad de la estancia. Sigue con el torso al descubierto, con
toda esa tinta impregnada en la piel, los pantalones de algodón que lleva a
modo de pijama cayéndole perfectamente colocados en la zona más baja de
sus caderas y poniéndoselo muy difícil a mis ojos para que no le hagan un
barrido completo por todos esos músculos y tatuajes.
«¡Joder, Samantha, céntrate!»
—¿Qué ves? —eleva ambos brazos para que observe a mi alrededor.
—Fotos… mías. Las que me sacaste mientras dormía.
—¿Y?
—No sé, Erick. Muchas fotografías —me estoy poniendo muy nerviosa.
— No sé qué pretendes con esto. Sería más fácil si me lo explicaras
directamente.
—Presta atención, pelirroja. Fotos tuyas y...
—Y… —miro en todas direcciones con atención, porque desde que me
vi en esas fotos no podía apartar la vista de ellas. —Y de un chico —reparo
al fin. ¡Caray, visto desde aquí se parece mucho a Erick! Es mucho más
joven, todavía un niño. Su rostro es distinto, pero ambos tienen el pelo
oscuro, los mismos ojos y los rasgos idénticos. Cualquiera diría que son…
—¿Tu hermano? ¿El que sale en todas esas fotos es tu hermano? —
pregunto, acercándome a cada una de ellas para estudiarlas en profundidad.
—Se llamaba Marc. Murió hace cinco años y hoy soplaría veinte velas.
Igual que tú. —se le quiebra la voz al decirlo.
Percibo cómo se derrumba poco a poco, como si fuese incapaz de superar
su muerte. Se me parte el alma al verlo así. Voy hasta a él, acercándome
poco a poco y sin pensar me pongo de puntillas y planto mi pecho en el
suyo, rodeando su cuello con mis brazos. Lo estrecho contra mí. Noto cómo
se tensa ante mi contacto, no es nada nuevo.
—Lo siento, Erick. De verdad que lo siento muchísimo.
Susurro contra el hueco del cuello y el lóbulo de su oreja. Acto seguido
se relaja, me rodea la cintura con sus manos y pierde su rostro en mi pelo.
No me aparto de él. Es más, cada vez lo aprieto más junto a mí. Sé cuánto
debe necesitar un abrazo y soltar el lastre, pero este chico es duro de roer y
hace todo lo posible para no soltar ni una sola lágrima. Sus dedos aprietan
mi piel y en un simple movimiento me separa de él, dándome a entender
que nuestro contacto ha durado más de lo que debería.
Le sonrío y giro sobre mis talones para seguir admirando cada fotografía
durante un buen rato. No hablamos. Tampoco hace falta, porque en este
silencio me está diciendo muchas más cosas que de cualquier otro modo.
Además, solo hay que ver cómo pasea sus ojos por el recuerdo de su
hermano.
En una especie de destello, me vienen de golpe a la mente las letras que
tiene tatuadas en sus nudillos. Dirijo mi vista hacia su mano, que cae junto a
mí. No sé si le gustará que le toque, pero me atrevo. Entrelazo mi mano con
la suya, lo que hace que gire la cabeza bruscamente hasta ellas, pero no voy
a dar opción a que me la aparte. La sostengo en el aire, acercándome más a
ella bajo la mirada expectante de Erick. Deslizo mi pulgar por cada letra
que ocupan los cuatro dedos. Parece la fuente “Old London”. Tiene el
nombre de su hermano tatuado en sus dedos. Acaricio cada nudillo con
delicadeza hasta que un sonido a lo lejos nos hace romper con este
momento y caemos en la cuenta de que es su móvil el que suena.
—¿No lo coges? —pregunto, viendo que no se mueve ni un milímetro.
—Será mi padre.
—Puede que sea importante.
—Solo quiere recordarme lo de hoy.
Busco su mirada, queriendo saber. Frunzo el ceño.
—¿Lo de hoy?
Erick responde, sabiendo que no voy a dejar de insistir hasta saber a lo
que se refiere. Resopla, coge aire y lo suelta.
—Desde que murió mi hermano van cada año al cementerio para ponerle
flores y desearle feliz cumpleaños. ¡Qué irónico! Celebrar el cumpleaños de
un muerto… cuando no tendrá más años de vida por delante.
Sus duras palabras me hielan. No le he preguntado qué fue lo que le pasó
y tampoco quiero que siga sintiéndose mal al recordarlo, por lo que se lo
preguntaré en otro momento.
—¿Y no vas a ir?
—No. Nunca voy.
—¿Por qué no?
—¡Porque no! ¡Y déjalo ya, Sam! —me da la espalda, ofuscado, triste,
dolido. Percibo como empieza a subirle y bajar la espalda, cada vez con
más intensidad. Lo oigo hiperventilar, llevarse su mano derecha hacia el
lado izquierdo del pecho. Desde atrás no puedo verlo bien, pero no hay que
ser muy listo para saber que le está dando un ataque de ansiedad. Por lo que
me limito a hacer lo que aprendí hace tiempo. Me acerco a él, cuelo mis
brazos por debajo de los suyos, uniendo mis manos en la zona más alta de
sus pectorales, con los pulgares entrelazados y dejando libres las palmas. Es
más alto que yo, pero hago todo lo posible para hacerlo bien. Apoyo mi
mejilla en el hueco entre sus omóplatos. Intento transmitirle paz.
—¿Qué estás haciendo?
—Respira hondo —le ordeno, notando que sigue con la respiración
agitada.
—Pufff —resopla. —Se me pasará solo. Déjalo estar, pelirroja.
—Profundo, Erick, más profundo —lo hago yo también para que me
imite y así marcarle los tempos.
—¿Qué se supone que quieres conseguir con…?
—Cierra los ojos, Erick —sé que lo hace, porque empieza a relajar los
músculos del cuerpo y porque ya he dicho que soy muy testaruda.
Respiramos juntos. Una y otra vez. Inspirando y soltando todo el aire
poco a poco.
Sigo hablándole.
—Cuando no puedas controlarte, cruza los brazos de esta manera y
alterna golpecitos en cada hombro. Esto ayudará a que te calmes y te
tranquilices.
Cuando consigue relajarse, respirando con normalidad, coge uno de mis
brazos y se gira hacia mí. Volvemos a estar muy cerca.
—¿Qué es lo que has hecho?
—Shh, no puedo decírtelo. Es secreto profesional, me quitarías trabajo en
un futuro —alzo la barbilla orgullosa y risueña.
—Ya. Pero puedes estar tranquila. No pienso quitarte el trabajo, pelirroja
—sonríe de medio lado y a mí me basta solo ese gesto para darme por
satisfecha.
—Se llama «abrazo mariposa». Es una técnica de estimulación bilateral.
Es decir, mediante toquecitos se estimulan los hemisferios izquierdo y
derecho, por lo que produce un efecto de liberación de la tensión y
relajación.
—¡Que chica más lista! —vuelve a sonreír, como si estuviera orgulloso
de mí. Su sonrisa se contagia a mis labios. —En ese caso, gracias —no sé
en qué momento se ha acercado más de la cuenta a mí. Puedo sentir el calor
que desprende su cuerpo, su olor penetrando por todos los poros de mi piel.
—¡Vaya! ¿Tú dando las gracias? No eres el Erick que conocí hace días.
Vuelve a sonar el teléfono.
Carraspeo y me deshago de su agarre. Rompo con este momento por el
bien de los dos.
—Venga, vamos —insto.
—¿Adónde?
—Tienes que llevarme a casa de Maca, me cambio de ropa y te
acompaño.
Frunce el ceño ante mi respuesta.
—¿Acompañarme a dónde, exactamente?
—¿Pues dónde va a ser? Al cementerio.
—Pelirroja, es tu cumpleaños. No vas a pasar una mañana en un
cementerio.
—¿Por qué no? También era el cumpleaños de tu hermano y vas a ir.
Además lo que yo haga el día de mi cumpleaños no es cosa tuya.
Se lleva las manos a las caderas, pensativo.
—A no ser que… bueno, que no quieras que te acompañe.
Agarro mis manos delante de mis muslos, avergonzada por haberme auto
invitado a algo tan personal y familiar.
—En ese caso… con que me lleves a casa bastará.
—¿Tú nunca te callas no? Si voy es contigo, sino no iré.
Vuelvo a sonreír.
Lo cojo de la mano para salir de la habitación y lo obligo a que vaya a
vestirse.
—Pues andando.
30
ERICK

«La memoria es un gran monstruo. Uno puede olvidar, pero ella no. Ella,
simplemente, archiva las cosas, las guarda, las esconde… y de golpe y
porrazo trae el recuerdo por voluntad propia.
Como ese recuerdo de un día de verano en el que fuimos con mamá a
disfrutar de la playa. Papá siempre estaba fuera de casa, ocupado con su
trabajo. Para él siempre ha sido tan importante. Decía que así conseguía
darnos todo lo queríamos. O más bien lo que él creía que deseábamos. Una
gran casa que era la envidia de muchas familias, cenas en restaurantes
lujosos, fiestas que eran sonadas en toda la ciudad…
Sin embargo, se olvidó de lo más importante. Su tiempo.
Siempre fue ese tipo de hombre sin sentimientos que intentaba arreglar
las cosas con dinero en lugar de pensar en porqué se habían estropeado.
Aún así, siempre que él no estaba, hacíamos millones de planes con
mamá.
Como estaba diciendo, siempre recordaré aquel día de playa. Tú
acababas de cumplir cincos años y eras el niño más feliz que había visto
nunca. Quizás por que aún no eras lo suficiente mayor para darte cuenta
de varias cosas de nuestra familia, pero yo sí entendía algunas. Como
cuando papá venía más bebido de la cuenta y obligaba a mamá a hacer lo
que él quisiera, sino se las vería con él. O cuando nuestra madre prefería
quedarse en casa con nosotros en lugar de ir a alguna fiesta que había
organizado en alguno de sus pubs o clubes para pijos, sabiendo que sería
motivo de discusión con nuestro padre. O, simplemente, cuando se le iba la
maldita pinza y nuestra madre era su saco de boxeo en el que deshacerse
de toda su rabia.
Cada vez que ocurría eso te llevaba a tu habitación y escuchábamos
música. Te gustaba desde que eras un bebé.
Según fuiste creciendo le dedicabas más tiempo a ese hobbie que se
convirtió en tu pasión y que sé, sin ningún atisbo de duda, que si hoy
estuvieras aquí habrías llegado a ser uno de los grandes. Te encantaba
componer, mezclar estilos, fusionar melodías… te fascinaba. Y a mí me
encantaba verte así.
Pero no quiero hablar de esos momentos duros, hoy no. Mejor
recordemos juntos ese fantástico día. Tú estabas bajo la sombrilla, sobre
una toalla porque desde bien pequeño te daba grima la arena. En serio, era
verla y ya encogías las piernas para que mamá no te pusiera a andar sobre
ella. Ese día en concreto, algo te hizo cambiar de opinión. Tal vez fuera que
viste como otros niños de tu edad se lo pasaban bomba jugando sobre la
arena y tú siempre te quedabas sentado sobre la toalla, observando.
Empezaste a tocarla con uno de tus dedos regordetes y cuando sentiste su
tacto caliente hundiste la mano en ella. Tuvo que ser una gozada esa
sensación; la de ver cómo se colaba la arena entre los dedos, porque te
lanzaste a ella sin pensar y empezaste a rebozarte. Hasta el punto de que
mojaste un trozo con un cubo de agua, cogiste un puñado, hiciste una bolita
y optaste por probarla. Sí, sí, lo que estás escuchando. Te la metiste en la
boca. Tu cara fue un poema. No vi a mamá reírse así en la vida. Imagina
cómo tuvieron que ser sus carcajadas para que me hiciera a toda prisa con
la cámara, que me habían regalado semanas antes y que siempre llevaba
encima, para fotografiarla. A ti también, por supuesto, porque esa cara no
la olvidaría jamás. Y probablemente estabas muy ocupado escupiendo la
arena que querías zamparte para poder fijarte en mamá. Ese día estaba
pletórica. Irradiaba felicidad. Era la mejor madre del mundo.
Sin embargo, su sonrisa y su felicidad se apagaron el mismo día que nos
dejaste. Nunca más volvió a intentar ser ella. Y a pesar de que siempre
vivió con un monstruo, su calvario ahora es mayor porque tú no estás.
Y eso es algo con lo que siempre cargaré con la culpa.»

—… Erick ¿me estás escuchando?


Sam me observa con preocupación. He conseguido bajarme del coche y
estamos apoyados contra él. Observando la puerta de entrada del
cementerio y viendo cómo se cierne sobre mí. Le he dicho que necesitaba
unos minutos.
—Creo no soy capaz de hacer esto. Ha sido un error. ¡Marchémonos! —
abro la puerta del coche, pero Sam me lo impide. Me obliga a mirarla y me
coge las manos.
—Escucha, Erick… Hay nudos en el estómago que no se disipan.
Cicatrices que cuestan cerrar y quizá no lleguen a hacerlo a nunca. Sé que
las lágrimas duelen aunque las sigas escondiendo. Tienes sonrisas que se
pierden porque no quieres lanzarlas al aire. Y te guardas besos que podrían
ser maravillosos porque tienes miedo a sentir. Los abrazos sanan y te
recomponen por mucho que te empeñes en pensar lo contrario. Marc se ha
ido porque tenía que ser así. Y no, no puedes preguntar por qué, eso es algo
que nunca lo sabremos. Tenía que pasar. Ya está. Y no puedes martirizarte
por ello. Tienes que afrontar esto y pasar página. Así podrás recordar a tu
hermano como de verdad se merece.
No tiene ni idea de lo que está diciendo. No es fácil. Y mucho menos
cuando soy el culpable de todo.
—Tienes momentos que quieres olvidar, pero no te das cuenta de que
pueden ser inolvidables. Hay momentos buenos y otros que no lo son tanto.
Días en los que tienes que ser fuerte y solamente seguir, levantarte y
continuar. Hay sonrisas que merecen la pena dejar que te cambien la vida.
Hay amores bonitos ¿sabes? —sonríe para que me contagie de ella. Pero es
imposible hacerlo. —De esos que te salvan la vida. A todo eso se le llama
vivir, Erick. Vivir. Y sí, a veces se complica y duele, pero hay que hacerlo
porque nunca sabes cuándo se va a acabar.
Tras todo lo que me ha dicho nos quedamos en silencio. Sopeso las
opciones. Discutir con ella porque jamás lo entenderá. No se dará por
vencida. No me merezco nada de lo que ha pronunciado. O seguir callado y
tan solo darle las gracias.
Opto por la segunda. Por lo que la atraigo hasta a mí, rodeo mi brazo por
su cuello, le doy un suave beso en el pelo y me armo de valor.
—Gracias, pelirroja.
Se separa.
—¿Estás listo? —qué remedio.
—Sí.
—Pues venga. Yo estaré esperándote aquí.
—¿Tú no vienes?
—Es un asunto familiar, Erick. Tus padres te están esperando a ti.
—Estoy aquí gracias a ti. Sino no habría venido.
—Ya, pero eso ellos no lo saben. Seguro que les haces muy felices al
verte en un día así.
—¿Estás segura?
—Que sí. Venga, va. Estaré bien. De aquí no me muevo, te lo prometo.
Tómate el tiempo que necesites.
La observo un instante, de pie junto a mi coche, con unos vaqueros
ajustados y una camiseta muy básica. La melena roja le cae hacia un lado.
Su estilo es sencillo, pero destaca para cualquiera que se digne a mirarla.
Me obligo a hacer esto por ella. No por nadie más. Ni por mí, ni por mi
madre ni muchísimo menos por mi padre. Por ella y solo por ella. Porque la
sonrisa que se ha implantado en sus labios y el brillo de sus ojos verdes se
merecen todo el esfuerzo del mundo.
Pero eso, ella, no debe saberlo.
Asiento y con pasos perezosos me adentro en el cementerio.
31
SAMY

—¿Pero seguro que vendrás después?


—Pues claro. ¿Cómo no voy a pasar el día con vosotras?
En cuanto entró Erick en el cementerio, recibí una videollamada de mi
familia. Se reunieron todos ante el teléfono, mamá hizo un pastel de
chocolate; mi favorito. A pesar de que yo no lo probaría pero que ellos
degustarían con ganas, y me cantaron todos juntos el cumpleaños feliz.
Seguidamente, les hice otra videollamada a las chicas. Después de lo que
ocurrió anoche estaban preocupadas.
—Tía, ¿os habéis acostado?
—¡Susana, por Dios! ¿Qué dices?
—¡¿Qué?! El tío está como para mojar pan.
—En eso lleva razón —secundan las otras.
—Estáis fatal, eh. Tengo ojos en la cara ¿sabéis? Sé perfectamente cómo
está. ¡Creedme!
—¡Ajá! ¡Os habéis acostado! —me apunta Vicky con el dedo.
—¡Que nooooo!
—Entonces ¿por qué has puesto tanto énfasis en que sabes cómo está?
—Joder, Sole, porque no estoy ciega.
—Ya, seguro… —dicen todas.
—Bueno y porque… lo he visto varias veces sin camiseta.
—¡OH DIOS MÍO! ¿En serio? ¿Y todavía está más bueno?
Me da la risa floja al escucharlas. ¿En qué momento hemos dejado de ser
las chicas maduras en las que no queremos convertir para pasar a ser unas
quinceañeras?
—Vamos a ver, chicas, que se os va la pinza. Da igual lo bueno que esté
ni cómo sea él, que por cierto lo prejuzgué muy rápidamente cuando lo vi
por primera vez, porque después de lo de Paul no quería caer de nuevo en
algo parecido. Pero…
—¿Pero…? —todas me miran expectantes a que les siga contando lo que
pienso como si mi vida fuera una telenovela. Solo le faltan las pipas.
—Pero nada. Si había una mínima posibilidad de que entre Erick y yo
hubiera algo me dejó muy clara su posición después de besarme.
—¡¿Besarte?! ¡¿Pero qué?! ¡Lo sabíamos! —todas tienen los ojos
abiertos de par en par. —¿Cómo fue exactamente? Cuenta, cuenta.
No estaba segura de si contarles lo que sucedió porque tras la reacción de
Erick no dejo de repetirme que fue un beso insignificante, por lo que no
quiero martirizarme más con ello. Pero son mis amigas y nos lo contamos
todo.
—Cuando llegamos a su piso le curé las heridas. El pobre estaba fatal por
muy fuerte que se haga. Se peleó con Paul por mi culpa y pensé que al
menos alguien debía cuidarlo.
—¿Así que le obligaste a quitarse la camiseta? —pregunta Maca
enarcando una ceja.
—Bueno, no lo obligué. Pero, digamos que sí. ¿Sino como iba a curarlo?
—Claro, claro… Y si de paso te deleitas la vista pues mejor que mejor —
me da por reír. De verdad que con ellas no puedo.
—Chicas, que os descentráis. El caso es que una cosa llevó a la otra y de
golpe y porrazo tenía la boca de Erick sobre la mía.
—¡Madre mía, madre mía! ¿Y? —prácticamente hablan todas a la vez.
Cualquiera las entiende.
—Pues que empezó a hacer mucha calor, fue un beso muy efusivo,
salvaje y que me hizo sentir como nunca me había sentido con nadie, pero
después se separó de golpe admitiendo que había sido un error. Se
arrepintió. Dejó muy claro que lo único que puede ofrecerme es su amistad
y, según él, tampoco tiene muy claro que pueda prometerme algo así.
—Pues vaya mierda —Vicky hace un mohín.
—Eso me huele raro.
—Samy, tía, ¿en serio? ¿Amigos?
—¡Qué! Mirad, chicas, puede que no lo entendáis y hasta yo misma no lo
entienda, pero lo pasé muy mal con Paul aunque en su momento no quisiera
verlo y la verdad es que yo tampoco sé si estoy preparada para tener algo
importante con alguien. Erick me ha ofrecido su amistad y me ha gustado
que haya aparecido en mi vida. Así que ¿por qué no? ¡Somos amigos! ¡Ya
está!
—Sam, yo no lo veo, eh…
Suspiro. Puede que tengan razón. Sin embargo, Erick ha llegado a mi
vida, ha hecho cosas por mí sin conocerme de nada y de una forma u otra se
quedará en ella.
—Además, sé que no soy el tipo de Erick. Así que no creo que pase nada
más entre nosotros.
—¿Y eso lo sabes por…?
—Por nada. Simplemente, lo sé. No suelo ser el tipo de muchos chicos…
—Eso no es así, Samy. Eres preciosa, buena persona, haces todo lo que
está en tu mano para ayudar a los que te rodean y eres especial. Ya te lo
hemos dicho muchas veces.
—Y si no eres el tipo de chica en la que se fijan los tíos pues mejor.
¡Ellos se lo pierden! Además, así no tenemos que compartirte —son
increíbles. De verdad. A veces las mataría, pero son las mejores amigas que
puedo tener y soy muy afortunada de tenerlas.
—Os quiero, chicas. Sois las mejores.
Sonreímos y durante unos segundos se hace el silencio.
—Respecto a lo de ese chico… si es lo que quieres, pues bienvenido sea.
—Gracias por vuestro apoyo.
—Y estaba yo pensando… —salta Vicky dándose unos toquecitos con el
índice en la barbilla —¿por eso has decidido acompañarlo al cementerio?
—Pues sí. Necesitaba una amiga que le diera ánimos y aquí estoy.
—No es por nada, pero… menudo follón veo yo aquí. —Vicky se lleva
los dedos al puente de la nariz —¡Te digo yo que aquí hay tema! —las otras
se ríen.
¡Y dale con que la abuela fuma porros! ¡Qué pesaditas son!
—¡Oh, Dios! Viene por ahí y… creo… —enfoco la vista —viene
acompañado. Creo que son sus padres.
—¡Ole, pues a conocer a los suegros! ¡Toma ya! —salta Sole, chocando
los cinco con Susana.
—Pero bueno, ¿vosotras no os habéis enterado de nada de lo que os he
dicho? —casi susurro para que nadie más pueda oírme —¡Dejadlo! —se
están acercando y hablo en voz muy baja y con la cara pegada a la pantalla
del móvil. —Os cuelgo. Después hablamos.
Guardo el teléfono a toda prisa, me adecento, no sé ni porqué, me coloco
bien el pelo y hago todo lo posible por no estar nerviosa ante el punto de
vivir un momento tan incómodo.
—Pelirroja… —Erick llega hasta mí. Cuando lo hace todo lo demás ya
me da igual. Se desvanece. Solo me importa su estado.
—¿Ha ido bien? —busco su mirada.
—Sí, bueno… todo lo bien que cabía esperar con mi padre delante —esas
últimas palabras las dice, prácticamente, en un murmullo y cabizbajo.
—¿Y eso porqué? —me intereso.
—No conoces a mi padre —alzo las cejas, sorprendida por ese
comentario, y justo en el instante en el que me disponía a indagar más, sus
padres se acercan a nosotros.
—¡Hola! —saluda su madre. Tiene los ojos claros, en un azul precioso y
muy bonitos por cierto, pero su mirada esconde algo que me eriza la piel.
Al sonreír se le marcan las arruguitas de los ojos y me gustan. Su pelo es
oscuro, con un corte medio. Su presencia en sí es muy elegante. Va vestida
con un traje en gris que realza su figura y la hace toda una señora.
—Hola —respondo. Reparo en que su padre no ha saludado si quiera. Va
vestido con traje oscuro, que le queda como un guante, como si se lo
hubieran hecho a medida. Tiene canas, tanto en su pelo como en la barba.
Delgado pero fuerte. Ojos oscuros como los de Erick, pero los de él me dan
miedo. En el físico se parecen mucho, pero algo me dice que no pueden ser
más distintos.
—Mamá, ella es Samantha. Samy para los amigos. —Me guiña un ojo
para que me relaje.
—¡Encantada! Samy, estará bien —les sonrío.
—¡Oh, cielo, gracias por conseguir que viniera mi hijo!
—No hay de qué, señora. En realidad, ha sido él quien ha decidido venir
—le respondo el guiño a E
—¡Oh, no, no! Por favor, llámame Sofía.
—Está bien, Sofía.
El silencio se hace con nuestro espacio. Decido romperlo cuando me doy
cuenta de que llevamos demasiado tiempo escuchando el gorjeo de los
pájaros que buscan cobijo en los altos cipreses.
—Siento mucho lo de su hijo.
—Gracias, cariño —Sofía envuelve sus manos con las mías.
Su padre, que hasta ahora se había mantenido callado, me mira de una
forma que no me gusta nada, haciendo un barrido desde abajo hacia arriba,
y con una expresión en su rostro que me demuestra que no soy de su
agrado. Como si yo fuera inferior a él y estuvieran aquí perdiendo el tiempo
conmigo.
—¡Tenemos que irnos, Sofía!
—Sí, claro, ya voy. Hijo, me he alegrado de verte. Me has hecho muy
feliz al estar aquí hoy —su madre posa una mano en la mejilla de Erick.
—¡Vamos, Sofía! —su padre la agarra del brazo y la insta a que camine.
Ese gesto no me pasa desapercibido—. Ha venido porque era su obligación.
—Erick parece que ni se inmuta ante las duras palabras de su padre, tan
solo frunce el ceño y mete las manos en sus bolsillos de los pantalones. Lo
observa desafiante.
Vale, queda muy claro que no se llevan muy bien. Ahora me siento mal
por haberlo obligado a venir, pero pensaba que le vendría bien a Erick. Poco
a poco tendrá que ir cerrando esa herida. ¿Habré hecho mal?
—¡Espera un segundo, Martín! —se suelta de su agarre —Por favor—.
Suplica.
No puedo dejar de mirarlos. Si soy sincera, siento pena por esta mujer. Y
también miedo, porque algo me dice que su día no va continuar tan bien
cómo hasta ahora al responderle así a su marido.
—Hijo, ven un día a casa a cenar. Así podremos pasar tiempo juntos,
hablar tranquilamente…
—Mamá, no sé si es buena idea.
—Por favor, dale el gusto a tu madre, anda. Puede venir Samy si quieres.
—Ella tendrá planes, mamá.
Yo me quedo callada. Dejo que hable Erick por mí. La verdad es que no
me importaría ir un día de estos para darle el gusto a su madre, pero
también pienso que yo no pintaría nada ahí y, sinceramente, no creo que a
su padre le haga especial ilusión.
—Pues elegid vosotros el día que queráis y me avisáis. ¿Vale, cariño?
—Ya veremos. Ahora, vete. Papá está impaciente.
Erick se acerca a su madre, le saca casi una cabeza, desliza su brazo por
sus hombros, arrullándola contra él, y la besa en la sien.
—Te quiero, mamá.
Acabo de escucharlo decir «te quiero» y toda la piel de mi cuerpo se ha
erizado.
—Y yo a ti, hijo. Y yo a ti. Adiós, Samy, cariño. Espero verte de nuevo.
—Adiós, Sofía. Quizá un día de estos…
Nos dejan solos, veo como se alejan y siento lástima. Mucha lástima.
Porque en lugar de ver a una familia unida y apoyándose entre ellos tras la
pérdida de su hijo y hermano, veo todo lo contrario.
—Siento la tensión —me trae a la realidad su voz. Y su semblante ha
cambiado por completo. Vuelve a estar distante, con el ceño fruncido, en
guardia ante cualquier cosa que pueda afectarle. Para bien o para mal.
—Tranquilo. Yo estoy bien.
Voy a acercarme a él, pero retrocede. Me esquiva y se dirige hasta el otro
lado del coche para abrirme la puerta.
—¿Estás enfadado? —me preocupa que se enfade conmigo por haberlo
casi obligado a venir.
—No, Sam, no estoy enfadado. Sube al coche, por favor. Te llevaré a
casa.
Frunzo el ceño ante su actitud, de nuevo fría y cortante.
Me monto en el coche y yo misma cierro la puerta con ímpetu. Quizá las
chicas si tengan razón y Erick y yo tampoco podamos ser amigos.
Una vez que se sienta frente al volante y su cuerpo se amolda a la forma
del asiento, suspira y percibo que quiere decirme algo, pero antes de que
diga nada más, lo hago yo.
—Vámonos ya. Mis amigas me están esperando.
Estoy mirando al frente, pero sé perfectamente que me está observando.
Sabiendo que ha vuelto a levantar ese muro entre los dos, dándome a
entender que no intente ser cariñosa con él y que es un caso perdido.
Puede que si lo sea, pero me niego a creerlo. Sino de qué sirve la fe.
Viendo que sigo en mi postura, arranca el coche y me lleva a casa.
El trayecto lo hemos hecho en silencio. Cojo el bolso, deslizo mis dedos
por el tirador para abrir la puerta y salir, pero Erick me detiene apoyando su
mano en parte de mi muslo.
—Pelirroja, espera…
Dirijo mis ojos a su mano, firme y cálida, que se posa sobre mis
pantalones, traspasándolos, llegando a mi piel. Al sentirla un escalofrío
recorre mi cuerpo. Cabreada por su actitud giro la cabeza con rapidez para
mirarlo a él y al ver mi expresión, Erick, retira la mano.
—Tengo que irme. Gracias por traerme.
—Oye, Sam, yo…
—No tienes que decir nada, Erick. Déjalo. Gracias, de nuevo, por
traerme. Ya nos veremos otro día.
Ahora sí, bajo del coche, cierro la puerta y me dirijo hasta el portal.
Erick baja la ventanilla y me grita.
—¡Pelirroja!
Me doy la vuelta para mirarlo antes de llamar al telefonillo.
—¡Feliz cumpleaños y disfruta!
Me lanza un guiño.
Se marcha y yo no puedo evitar que se me dibuje una sonrisa tonta en la
cara.
32
ERICK

El peor día de luto no es el funeral ni la misa ni el primer cumpleaños


en su ausencia. El peor día de luto es un día normal. Ese en el que sigues
con tu vida y pasa algo que te gusta o te hace feliz y piensas en contárselo a
esa persona. Entonces es cuando te aplasta el dolor de recordar que ya no
podrás contarle nada porque, simplemente, ya no está.
Y sí, joder, sí. Lloré cuando murió y también en su funeral. Pero lo hice
cuando nadie me vio.
Sin embargo, fue aún peor lo de después. Lloré mucho más a la mañana
siguiente de enterrarlo, cuando entré en su habitación y no estaba. Cuando
los pendrives se esparcían por montones sobre su escritorio, la mezcladora
que usaba ocupaba gran parte de esa mesa, junto a su ordenador y todo el
equipo que necesitaba para crear. Cuando el perfume que tanto lo
caracterizaba llegó a mis fosas nasales y me invadió por completo. Cuando
vi su cama de esa forma tan mal hecha porque era un desastre en cuanto al
orden y siempre decía que no tenía tiempo que perder en hacerla sabiendo
que horas después la volvería a deshacer. Cuando su ropa sucia invadía gran
parte del suelo junto al cesto de la colada. Cuando todos esos posters de sus
grupos musicales y artistas favoritos que adornaban sus paredes me
recibieron.
Ahí fue cuando más me dolió su ausencia y cuando más lágrimas
derramé al caer de rodillas al suelo porque ya no aguantaba más el
sufrimiento.
Cuando fui consciente de que no volvería a verlo más.
El corazón se me arruga cada día más. Desde esa última vez que lloré se
me han ido acumulando las lágrimas porque me juré que nunca más lo
haría. No me merecía ni eso. A día de hoy sigo preguntándome «por qué».
«¿Por qué él?»
El aire me falta. Grito desde mi alma para que alguien pueda escucharme,
pero no con la suficiente fuerza para que se me escurran las palabras y
alguien me oiga.
Un querer, pero no poder.
Y sigo quebrándome. Una y otra vez. Dejando que la melancolía corra
por mis venas.
¿Cuánto dura el duelo? Días, meses, años… Hay días buenos y días
malos. Pensé que sanaría en algún momento, pero la herida se vuelve a abrir
con algún recuerdo y así es muy difícil que cicatrice.
Joder, ¿cuánto dura? Cuento los días para que llegue ese maldito
momento. Todos los días me parecen grises y las noches son horribles.
Tengo muy claro las etapas del duelo: vida normal, shock, negación,
miedo, enfado, depresión, resignación, aceptación, encontrar el sentido,
volver a la vida y vida normal. Sin embargo, creo vivir en un círculo vicioso
entre las primeras y de las que jamás conseguiré salir.
Lo difícil es abrirse a alguien sobre el estar triste. Explicar a tus amigos y
familiares que tienes este sentimiento pesado en el pecho. Lo difícil que es
entenderte a ti mismo cuando cargas con toda la culpa y lo aterrador que es
sentir todo el peso del mundo sombre tus hombros.
—¡… tío! —la voz de Pedro me devuelve a la realidad.
—¿Qué? Perdona, estaba pensando…
—Te decía que si aquella no es Samy. Me has hablado tanto de ella estas
semanas que creo verla en todos lados.
Se descojona él solo de la risa.
Me giro en el acto ante su comentario. Y sí es cierto, es ella y está con
sus amigas. La última vez que la vi fue el día de su cumpleaños cuando la
dejé en casa. Fui un estúpido con ella y no he querido llamarla por si no
quería volver a verme y dado que ella tampoco lo ha hecho pienso que llevo
razón.
Sin embargo, llevo dos semanas sin quitármela de la puta cabeza. Y
ahora, aparece así de la nada, tan preciosa como siempre. Lleva el pelo
recogido en un moño, con algunos mechones cayéndole por los lados, la
parte de arriba de un bikini en color malva, el cual prefiero no mirar mucho,
y unos vaqueros cortos. Muy cortos.
Van todas hacia la orilla, corriendo, riendo, disfrutando. Felices.
Me digo a mí mismo que así debería vivir yo, como cuando la arena
quema pero te da igual porque corres hacia el mar.
—Sí. Es ella —carraspeo y me revuelvo en la silla.
Es entonces cuando los chicos, y el mismo Pedro, miran en esa dirección.
Estamos todos juntos de nuevo. Quedamos para comer y estamos
sentados a la mesa del chiringuito esperando a ser atendidos.
Yo le doy la espalda porque no quiero que me vea.
—¿Queréis dejar de ser tan descarados? —les riño a todos.
Pedro se ríe con picardía y me huele que trama algo.
—Pues qué casualidad que la hayamos visto por aquí… ¿Por qué no las
llamas y que se sienten con nosotros?
—Estás de puta coña ¿no?
—Eso no se dice —me reprocha Marco.
—Ahora no es el momento para eso Marco.
Ha bastado solo ese segundo para que Pedro me haya pillado
desprevenido y ponerse a levantar los brazos como un panoli para llamar la
atención de las chicas bajo sus gritos.
—¡Samy! ¡Samy! —a estas alturas media playa nos mira y si la pelirroja
no nos escucha es que está sorda.
—¿Quieres callarte? —intento que pare.
—Mira, vienen hacia aquí —¿pero qué? Abro los ojos de par en par, me
agito e intento encontrar la postura en esta maldita silla, nervioso, y me
paso la mano por el pelo echándomelo hacia atrás.
—Estarás contento…
—La verdad es que sí —todos se ríen junto a él.
—Me las vais a pagar —les amenazo con el dedo.
—Pues yo creo que en el fondo te mueres de ganas porque esa chica
venga. Sino no te pondrías así… —este crío es demasiado avispado cuando
quiere. Y Pedro lo secunda alzando una ceja y con una sonrisa pícara.
—¡Hola! No sabía quién me estaba llamando. Pero después me he fijado
en esa espalda y he sabido que eras tú —me señala. Otra vez esa maldita
sonrisa. Cuando creía que no iba a tener que verla más…
—Yo soy Pedro —se presenta él mismo, simpático. Se levanta y las
saluda con la mano. —Amigo de Erick, por lo tanto el que lo soporta la
mayor parte del tiempo.
—Pues qué cruz te ha tocado —mi amigo se ríe ante su respuesta y ella
me mira de nuevo con toda su rostro iluminado. —Estas son mis amigas;
Maca, Vicky, Sole y Susana.
—¿Y todos estos niños? —indaga Vicky.
Les presentamos uno a uno y todos sonríen contentos. Hay una gran
diferencia de edades entre ellos, pero por la forma en que se miran y se
tratan dan a entender que son como una gran familia y ellas lo captan al
instante.
—¿Queréis sentaros con nosotros? —les ofrece Pedro.
La pelirroja mira a sus amigas y por lo que veo están encantadas con la
propuesta.
—Nos encantaría —acceden.
Sam toma asiento justo a mi lado. Las demás se van repartiendo según
ponen sillas y los chavales les dejan espacio.
—¿Cómo estás? —Sam se acerca para preguntarme en un susurro
mientras los demás comienzan a hablar.
—Igual que siempre —me encojo de hombros y respondo sin más.
Aunque me atrevo a preguntarle por qué no me ha llamado o me ha
mandado un simple mensaje. —He pasado dos semanas sin saber de ti.
—Yo de ti, tampoco —inclina la cabeza.
—Pensaba que no querías saber nada de mí por lo del último día.
—Pues te equivocabas. Yo soy la que pensaba que te habías hartado de
mí.
—También te equivocabas.
Enreda sus ojos en los míos, tan inquietantes e impresionantes que me da
miedo perderme en ellos. Por lo que cabeceo varias veces con una pequeña,
solo pequeña, sonrisa y aparto la vista en cuanto llega el camarero a nuestra
mesa para ordenar la comanda.

La comida se hace amena. Todos se han conocido un poco mejor, los


chavales saben integrarse genial y las amigas de Sam se han entendido a la
perfección con ellos. De tal manera que entre todas deciden visitar un día el
centro en el que viven para que se lo enseñen y pasar tiempo con ellos. Ha
sido gratificante pasar un rato así. Me ha ayudado a evadirme de todo lo
demás y despejar la mente. Cualquiera diría que he disfrutado. Pero,
sinceramente, con la pelirroja al lado siempre se hace todo mejor.
El resto de la tarde la pasamos jugando al vóley. Igual que hacemos
siempre que quedamos. Las chicas han querido participar, por lo que somos
más. Primero se han ido turnando unos con otras. Hasta que Marco ha dado
la idea de que el último partido fuera chicas contra chicos. Algunos de ellos
tenían clarísimo que les íbamos a ganar, porque según ellos eran chicas y
por regla general se les tiene que dar peor. Pero en cuanto han visto cómo
jugaban y veían que los puntos sumaban para ellas, declarándose
vencedoras, han tenido que disculparse por sus comentarios. Tras una charla
de una las amigas de Sam sobre que todos somos iguales y a unos se les dan
bien unas cosas y a otros otras, los chavales han sumado una enseñanza más
a la lista de todo lo que Pedro les enseña.
Hemos acabado exhaustos, pero al percatarme en cómo hablaban entre
ellos, cómo seguían disfrutando de la playa, de la arena, del mar y viendo
los colores que empezaban a dibujarse en el cielo, he optado por hacer lo
que más me gusta. Fotografiar.
Después de estar un buen rato disparando, me he sentado en la orilla a
mirar todas las fotos que he ido haciendo.
Sam se sienta a mi lado.
—¿Puedo verlas?
No respondo. Pero es que tampoco hace falta, porque Sam es la única
chica con la que he tenido la necesidad de mostrarme como soy.
Así que se la entrego.
Ella, feliz, empieza a pasar una a una con su gran sonrisa y un brillo
especial en la mirada viendo que la mayoría son de ella. Mientras se recogía
el pelo, corría hacia el agua, charlaba y reía con sus amigas, hacía castillos
de arena con Marco…
Me encanta verla así. Y esta tarde, está especialmente guapa. Con el pelo
alborotado por el agua del mar. Con ese ligero toquecito de color en su piel,
no moreno porque es tan blanquita que el color que ha adquirido durante el
día es más escarlata que cualquier otro, pero aún así le queda bien. Sus ojos
verdes, bajo sus densas y largas pestañas, resplandecen con la luz del
atardecer y puedo diferenciar diferentes tonalidades. No puedo evitar
fijarme en sus labios, los cuales cuando me sonríen evocan en mí
sentimientos que jamás pensé que fuera merecedor de ellos. Los labios que
besé hace unas semanas y que tan jodido me han tenido.
Sam es sencilla, distinta a todas las chicas con las que he estado. Sin
embargo, me he dado cuenta que lo sencillo atrae, atrapa, enamora…
No debo enamorarme de ella.
Y ella…
«¡No te enamores de mí, pelirroja! Por favor».
—¿Por qué te gusta la fotografía? —vuelvo de mi ensoñación al
contemplarla.
Respondo sincero mirando al horizonte.
—Me gusta capturar momentos. Trozos minúsculos del mundo. Mi
mundo.
Se desliza sobre la arena para acabar más pegada a mí. Me devuelve la
cámara y sigue atenta a lo que le cuento mientras entierra los pies en la
arena.
—Es mi forma de coleccionar lugares, sensaciones y hasta personas. Pero
tú… eres compleja ¿sabes? Tengo la necesidad de hacerte fotos
constantemente. Captarte desde todos los ángulos. Como si yo estuviese
lleno de preguntas y a través de ti pudiera obtener las respuestas. Siento que
tú escondes una verdad. La esencia de algo que a mí se me escapa de las
manos. Y para mí, una fotografía sin eso… no vale nada.
El silencio se hace durante unos segundos. Sam baja la mirada hacia la
arena, como si no supiera qué decir sobre mi confesión.
—Pero… Erick, dijiste que trabajabas para algunas revistas y, además,
haces fotos para la gente que te contrata. Quiero decir que… concretas con
alguien una cita, ya sea para hacer una sesión a una pareja o un reportaje
para una chica que quiere ser modelo. Concretas hora, día y hasta lo que
llevará puesto. Que no digo que esté mal, pero… ¿no crees que eso se aleja
un poco de la magia y de lo que tanto ansías? Una foto captada a la persona
idónea en el lugar idóneo puede expresar miles de sentimientos. Sin
embargo, no lo ves igual cuando descubres que esa persona que se pone
frente al objetivo solo hace lo que debe y pierde el encanto. No me lo tomes
a mal. Solo intento entender lo que quieres decir.
Suspiro, la observo y vuelvo a desviar la mirada.
—Pelirroja… siempre miro a mí alrededor cuando llevo la cámara
encima. La inspiración siempre está ahí, tan solo hay que verla y
transformarla. Todo está inventado, pero en la esencia del que lo crea está la
clave. En mi trabajo ocurre lo mismo. Solo hay que verlo desde otra
perspectiva. Verás… siempre he soñado con viajar por el mundo y
coleccionar imágenes para después mostrarlas a quién quiera apreciarlas.
No obstante… a veces, la vida, te tiene preparadas otros planes que jamás
imaginaste. Así que es lo que hay…
Vuelve a hacerse el silencio durante un rato. No es un silencio absoluto
porque los gritos de nuestros amigos siguen escuchándose de fondo junto al
oleaje. No obstante, es nuestro propio silencio. Único y perfecto.
Hasta que ella decide romperlo.
—Erick…
—¿Sí?
—Te debo una disculpa —me giro hacia ella queriendo saber por qué
cree que debe disculparse conmigo.
—¿Y eso porqué?
—Porque te prejuzgué. Las apariencias engañan. Nos formamos una idea
de alguien basada en prejuicios y no en lo que conocemos verdaderamente.
Y así podemos equivocarnos —sé de lo que habla porque yo también lo he
hecho. —Nunca he sido ese tipo de persona pero cuando te vi la primera
vez lo hice. Y quizás la siguiente vez cuando me echaste de tu casa
también… —tenso la mandíbula ante las imágenes de todas las veces que la
he tratado mal. —Pero siempre he sido de las que se preguntan ¿porqué no
miramos más allá de lo superficial? ¿Ahondar en su alma? Eso mismo me
ha pasado contigo cuando te he visto cómo tratas a todos esos críos y me
siento mal por ello. Así que, lo siento, Erick.
—No tienes porqué pedirme perdón. Todos lo hemos hecho alguna vez.
Todos lastimamos a alguien con nuestras palabras o actos a lo largo de la
vida. Eso forma parte de un ser humano imperfecto. Las buenas personas
también lastiman a otras, nadie está exento de cometer errores. La única
diferencia es que algunos buscan mejorar y otros no.
—Lo sé, por eso… no podía guardármelo dentro. Necesitaba que lo
supieras. Es de valientes reconocer cuando te has equivocado —levanta la
barbilla, sonriendo para que me vuelva a contagiar de su humor.
—No hay duda de que tú lo eres, pelirroja.
No sé en qué momento nos hemos ido acercando más. La tengo muy
pegada a mí. Solo tendría que inclinarme unos milímetros y mis labios
volverían a estar sobre los suyos.
Pero eso no va a ocurrir porque un pequeñajo, llamado Marco, se lanza a
mi espalda.
—¡Pedro ha ido a por pizzas! ¿Queréis?
—¡Claro que sí! Me muero de hambre —le suelta chistosa Sam.
—Valeeee. Os la traigo enseguida.
Ambos nos miramos con una sonrisa en la cara mientras esperamos a que
Marco regrese con nuestra temprana cena.
—¡Aquí tenéis!¡Una entera para vosotros! —se ríe.
—Gracias, pequeñajo —le revuelvo el pelo y sale corriendo hacia los
demás.
Cogemos un trozo cada uno y saboreamos nuestra porción, observando y
disfrutando del anaranjado sol que se va ocultando bajo la fina línea del
mar.
Me fijo demasiado en Sam. En su forma de ser, de actuar... en su peculiar
esencia.
—Las chicas que conozco no comen como tú.
—¡Vaya! No sé cómo debería tomarme eso —sonríe divertida, con las
cejas hacia lo más alto.
—A ver, quiero decir que esas chicas solo comen ensaladas y como
mucho la mitad del plato. Creo que si tan solo se comieran ese trozo de
pizza acabarían en el hospital por el shock.
—Suerte que yo no soy esas chicas —responde con la boca llena y
arrugando la nariz.
Una vez que traga y ve que estoy en silencio, continúa con su argumento.
—Eso es porque quieren estar delgadas para que hombres como tú las
vean más atractivas —levanta una ceja en señal de fastidio.
—Créeme, no hay nada de atractivo en eso. Todo piel y huesos… Los
hombres no encontramos el cuerpo ultra delgado tan atractivo como las
mujeres soléis pensar.
Se carcajea.
—¡Seguro! Por eso los estándares de belleza residen en cuerpos noventa,
sesenta, noventa… O buscando la perfección en mujeres como Kate Moss o
las modelos de Victoria’s Secret… ¡Permíteme que lo dude!
—¿Porqué?
—Porque vuestros hechos demuestran lo contrario.
—A mi no me conoces, pelirroja. No me metas en el mismo saco que a
los demás.
—Me remito a los hechos… No te conoceré lo suficiente como para
saber con quién has estado y con quién no, pero… niégame que no te has
acostado con alguna chica de uno ochenta, que parece el espíritu de la
golosina, esbelta y que tiene piernas kilométricas.
Aprieto la mandíbula porque, a ver, sí, lo he hecho. Sobre todo en la
época en la que dejaba que mi padre me mangoneara y metiese a cualquier
chica guapa, y a poder ser con bastante millones en la cuenta bancaria de su
progenitor, en mi cama. Después, cuando me alejé de mi familia y bebía y
me drogaba, no fui muy consciente de a quién me tiraba. Aunque, supongo,
que en parte Sam lleva razón. No obstante, desde que estoy limpio he sido
incapaz de tocar a una mujer de ese modo.
—Los hombres no os fijáis en chicas como yo.
Se encoje de hombros y da otro mordisco a su porción de pizza.
—Tengo que ser sincero contigo. La mayoría de veces estaba borracho y
en muchas ocasiones era mi padre quien me convencía y estaba deseoso de
que esas chicas se metieran en mi cama… —no sé por qué cojones he
tenido que confesarle eso—. El caso es que… tú no tienes nada que
envidiarles a ellas.
—Eh, eh, eh, eh… para el carro, chato. ¿Quién ha hablado de envidia? —
frunzo el ceño. —Tendré miles de inseguridades, como cualquier chica en
algún momento de su vida, pero prefiero ser como soy, gracias. A quien le
guste, bien, y a quién no… puede irse por dónde ha venido.
Suelto una carcajada ante su respuesta porque, guau, no me esperaba eso,
la verdad. Y ella, sin duda, no es como las demás. Ella es única y especial,
aunque quiera ir de dura y segura, porque en el fondo sé que luchará contra
esas inseguridades que ella misma ha mencionado cada día.
Y sentirla de este modo me pone los pelos de punta.
—Definitivamente, no eres como las chicas que he conocido, pelirroja —
sentencio.
—Soy única en mi especie —vuelve a sonreírme mientras sigue
comiéndose su porción y me da un golpecito en el brazo con su hombro.
Comemos en silencio hasta que Sam vuelve a hablar.
—Oye, Erick, tengo una duda.
—¿Cuál?
—¿Se puede saber porque no tienes novia? Por lo que has dicho antes, tu
familia, o al menos tu padre, estará deseando que la tengas. Si no, ¿porqué
ese afán por meter a chicas en tu cama?
—Mi familia no decide por mí, y mucho menos mi padre. Además, no
buscaba ni busco una relación seria. Eso solo empeoraría las cosas.
—Pero si te acuestas con esas chicas…
—Acostaba.
—Bueno, si te acostabas con esas chicas, ¿ellas sabían que solamente
buscabas eso? Porque no estoy ciega, me he fijado en cómo te observan las
chicas, cómo te miraban aquella noche en esa fiesta… Todas las que te
rodeaban babeaban por ti de una forma que creo que deberían consultarlo
con un especialista.
No puedo evitar dibujar una pequeña sonrisa de medio lado ante la
posibilidad de que esté celosa.
Pienso durante unos segundos, algo nervioso, mirándome las manos.
Antes de que pueda contestar, sigue hablando.
—Yo creo que es bonito pasar tiempo con alguien especial para hablar,
darse cariño y todas esas cosas. No sé… yo lo he visto en mis padres desde
que era muy pequeña. Se llama amor, Erick.
—Ya, pues… yo no lo quiero, gracias. ¿Sabes cuál es mi problema?
Cuando siento me dejo llevar y lo hago demasiado fuerte. Y esa es una
combinación peligrosa. Soy incapaz de amar de ese modo y no creo que sea
bueno amando. La idea del amor puede estar bien, pero el acto es más
complicado. Además, no lo merezco.
Sam arruga el rostro. Puede que enfadada. O dolida. O… más bien parece
apenada, pero no estoy muy seguro de si por ella o por mí. Aunque juraría
que es por la segunda opción.
Marco vuelve a acercarse a nosotros. Y menos mal, porque no soporto
ver a la pelirroja triste. Su sonrisa vale demasiado para no disfrutar de ella a
cada instante.
—Pedro dice que nos vamos.
Antes de levantarme, Sam me sujeta por el antebrazo y las yemas de sus
dedos queman mi piel.
—Erick, ¿cómo estás tan seguro de que no puedes amar?
—Simplemente, lo sé. Además, te he dicho que no lo merezco.
—Ya… —sus ojos verdes siguen clavados en los míos y eleva las
comisuras dibujando una pequeña y preciosa sonrisa—. ¿Me contarás qué
significan todos esos tatuajes?
—La paciencia es una virtud, pelirroja.
Ella deja caer los hombros dando a entender que se rinde, de momento, y
niega varias veces. Me lanza una última sonrisa.
—Esperaré. Pero soy muy pertinaz.
No me cabe la menor duda. Y puede que sí se lo cuente. Todo. Pero aún
no estoy preparado.
Sabiendo perfectamente en lo que estoy pensado, se levanta y le da la
mano a Marco.
—Vamos, cariño. Nosotras también nos vamos —alza la mirada hacia mí.
—Me lo he pasado muy bien —casi susurra.
—Yo, también.
33
SAMY

Hoy he decidido quedarme aquí, en casa. Las chicas tenían cosas que
hacer. Cada una de ellas me han insistido en que las acompañara, pero me
he negado.
Desde que llegué a Barcelona no he tenido ni un momento para sentarme
a escribir. También es cierto que mi vida ha sido un auténtico caos desde
que me subí en el avión y que han pasado cosas que nunca hubiera
imaginado. Además de que no hemos parado ni un segundo desde que todas
estamos juntas.
Pese a que hayan ocurrido cosas que me hagan ver este verano distinto,
también lo siento especial. Bonito al fin y al cabo, a pesar de que
comenzara con una relación rota y comprendiendo las verdades que me
negaba a ver. En el fondo, fue liberador, porque sin darme cuenta me
involucré demasiado en una relación en la que me sentía encerrada y en la
cual no podía ser yo.
Así que desde que se fueron todas estoy sentada en la cama de Maca, con
el cuaderno que Erick me regaló y escribiendo todo lo que siento. No lo uso
como diario, porque creo que esa etapa algo más infantil la dejé atrás hace
tiempo, pero siempre me ha gustado plasmar en papel los sentimientos, las
cosas que ocurren a mi alrededor, vivencias… Todo eso, después, me da
alas para dejar volar a mi imaginación y crear historias. Desde que conocí a
Erick creo que todo se ha vuelto más interesante, más llamativo… En
realidad, no puedo quitármelo de la cabeza. Me obligo a hacerlo muchas
veces porque no quiero hacerme daño. No quiero hacerme ilusiones cuando
él mismo ha dejado claro nuestra situación.
No puedes enamorarte de un chico del que te tendrás que despedir
cuando termine el verano y sobre todo de uno que ha dejado bien claro que
no es capaz de amar.
Con las yemas de los dedos acaricio mis labios. Es extraño. Hace
semanas que sucedió lo del beso y si me concentro aún sigo notando su
boca contra la mía. Saboreándolo.
Cabeceo varias veces, apartando ese recuerdo de mi mente, porque como
he dicho, no me hace bien.
El sonido de una notificación llama mi atención.

Erick:
Pelirroja… he estado a tope
de trabajo estos días.
Mañana vuelvo a Barcelona.
Ya revelé todas las
fotos del último día de la playa.
¿Te apetecería verlas?

Sonrío al ver que me ha escrito. No tardo ni medio en segundo en


responder.
Yo:
¡Me encantaría!

Erick:
☺Genial. Pasaré a recogerte
por la mañana.
Después te invitaré a comer.
Yo:
Me parece perfecto.

Espero un último mensaje como despedida. Un «hasta mañana», alguna


muestra de cariño o algo así, pero no. Me quedo como una tonta mirando la
pantalla durante unos segundos. ¿Qué espero exactamente? Ya sé cómo es
Erick. Con él todo es un tira y afloja. Un querer y no poder porque él
mismo se pone los límites.
Tampoco es para tanto, no todos nos despedimos de nuestros amigos cada
vez que nos escribimos por Whatsapp. Yo misma lo hago, aunque también
es verdad que mis amigas y yo hablamos a todas horas como para estar
despidiéndonos constantemente. Sería una estupidez.
Lanzo el móvil hacia un lado, cojo el portátil para darle forma a todas las
palabras que he estado anotando en el cuaderno, cuando vuelve a sonar una
notificación.
Pienso que serán alguna de las chicas para enseñarme algo.
Sin embargo, su nombre aparece iluminado de nuevo en la pantalla.

Erick:
No sufras, no soy tan maleducado
como para no despedirme.
Por cierto, tengo ganas de verte☺
¡Hasta mañana, pelirroja!

No os hacéis una idea de la cara de tonta que se me ha puesto. Erick me


ha conocido muchísimo mejor en el poco tiempo que hemos pasado juntos
que el resto de chicos que han estado en mi vida. Y ha dicho que tiene
ganas de verme. Aunque, bueno, si somos amigos no es de extrañar, por lo
que no le doy más vueltas.

Yo:
¡Hasta mañana, tipo duro!☺

El resto de la mañana la paso sumida entre líneas. Los dedos van a un


ritmo frenético, las ideas y las palabras fluyen como nunca lo habían hecho.
Estoy inspirada y me dejo llevar sin saber exactamente la forma en que
acabará la historia que estoy creando. Y eso me encanta.
Son las tres de la tarde y ni me he fijado en lo rápido que ha pasado el
tiempo.
Recibo un mensaje del grupo en las que estamos las chicas y yo.

Jaula de locas:

Susana:
Samy, en quince minutos
vamos a buscarte.
¡Nos vamos a la playa!
Sonrío y respondo.

Yo:
OK!!

Cuando me subí en aquel avión para pasar un verano muy distinto a lo


que venía disfrutando, nunca imaginé que acabaría siendo así; soltera,
escribiendo sin parar, saboreando el verano con mis mejores amigas y con
alguna compañía más que no esperaba.
Salto de la cama, recojo todo el desorden de papeles y cierro el portátil.
Me pongo un bikini, me visto con unos shorts y camiseta básica, me hago
una coleta alta y me pongo una gorra. Me calzo las zapatillas y preparo una
pequeña bolsa de playa con todo lo que necesitaré, cojo el móvil y tras
despedirme de Beatriz que está en una reunión vía Facetime, me dirijo a la
calle para esperarlas.

Comemos unos bocadillos, que compramos en un quiosco al llegar, a la


orilla del mar. Durante horas nos tostamos al sol, yo con una capa de yeso
como crema solar para no quemarme, bañándonos y coqueteando con tres
chicos muy guapetones; vecinos de toallas. Aunque Maca no está muy por
la labor, es una novia fiel y no tiene ojos para nadie más, y yo… yo no sé si
es porque no creo que les guste de verdad a esos tipos o, sinceramente, es
por otra cosa que siento en lo más profundo del estómago. El caso es que
hago como si no existieran. Por lo que Vicky, Sole y Susana tienen vía libre
para hacer con ellos lo que les venga en gana. Así que esos tres morenazos
que parecen sacados de un programa famoso de Telecinco se percatan en
cómo les ponen ojitos nuestras amigas y es el pistoletazo de salida para
embaucarlas. Aunque conociéndolas, no sé quién embaucará a quién.
Finalmente, acabamos todos juntos en la misma parcela de playa,
charlando, riendo, bebiendo y gozando de cada instante. Óscar, Jorge y
Pablo han resultado ser de los más majos.
Lo que más me gusta de los días así es quedarme hasta tarde en la playa.
Exprimir todas las horas, hasta que el sol se pierde en el horizonte y
deleitarme con el atardecer. Ese momento del día tan permeable y tan
simple como ver el sol caer. No hay dos atardeceres iguales. Da igual el día
y el lugar, que haya una nube más o el cielo esté totalmente despejado. Hay
atardeceres que son rojos, otros violetas y algunos naranjas. Incluso pueden
llegar a ser todo esos colores a la vez.
Maca está sentada a mi lado, con las piernas flexionadas y enterrando los
pies en la arena. Ambas estamos en silencio, escuchando de fondo a
nuestras amigas que ríen a carcajadas, con algunas cervezas de más en el
cuerpo y comiéndose los morros de los tipos que se acoplaron con nosotras.
Maca y yo nos miramos, cabeceamos y nos da por reír. Después apoya su
cabeza en mi hombro y suspira.
—Está siendo increíble, Samy. Me alegro que finalmente decidieras venir
a Barcelona.
—Yo también me alegro de haberlo hecho. Todo ha cambiado tanto…
—Y menos mal —sé a lo que se refiere. Soy consciente de que lo dice
por mi relación con Paul. Sinceramente, no sé que hubiera sido de mí; de la
Sam que se había perdido tantísimo por complacer a un hombre, si él y yo
siguiéramos juntos.
—Pues sí —ahora suspiro yo.
Mientras tanto, el cielo ha cogido un color tan naranja que parece mentira
que sea real y no un lienzo pintado. Por lo que no puedo evitar hacer lo que
hice la otra vez que vi un atardecer tan espectacular.
Saco el móvil y lo capturo. No lo pienso ni un segundo, tan solo actúo y
le doy a enviar. Maca, que mira de reojo, puede ver a la perfección a quién
se la mando. Para complementar la foto unos simples emoticonos bastarán;
el de una carita sonriente y el del sol escondiéndose en el horizonte.
Maca no puede evitar suspirar, levantar la cabeza de su gran apoyo y
mirarme muy seriamente.
—Nena… ¿de verdad que entre ese chico y tú no hay nada?
Sé que se preocupa por mí. Lo sé. No quiere que me vuelvan a hacer
daño. Yo tampoco lo quiero. No deseo sufrir de nuevo. Por eso le digo:
—No. Ni lo hay ni lo habrá —guardo el móvil y me enderezo, mirando
hacia el mar con el ceño fruncido.
—¿Estás segura? —alza las cejas.
—No. Pero Erick, sí. Y con eso es suficiente. Solo somos amigos, Maca,
no te preocupes.
—Y no lo hago… O bueno, sí. A ver, entiéndeme, eres mi mejor amiga,
Samy, la hermana que nunca tuve… solo quiero que seas feliz.
—Pues si esa es tu preocupación, puedes estar tranquila. Que sepas que
lo soy. Soy muy feliz, Maca, de verdad —la miro a los ojos con cariño y
ella ladea la cabeza, atenta a lo que oye—. Tengo una familia a la que
adoro, unas amigas increíbles, estoy estudiando una carrera que me gusta
mucho y quién sabe si algún día también podré hacer realidad mis sueños y,
además, he sido capaz de conocer a gente nueva sin preocuparme por lo que
pueda pensar nadie. No necesito más. Estoy aquí y ahora, con vosotras. Y
no podría estar en mejor sitio que en este y con las personas que tan feliz
me hacen. Te lo repito, no necesito nada más y soy feliz. Muy feliz.
Maca me sonríe, con las lágrimas a punto de brotarle de los ojos. Aunque
hace todo lo posible para no ponerse sensiblera. Se abanica los ojos.
Pestañeando mira hacia arriba para que finalmente no caigan esas lágrimas
y nos da por reír. Me aprieta las manos, nos abrazamos y seguimos
contemplando el atardecer mientras las demás se dan el lote.
Todo lo que le he dicho es verdad. No le he mentido, salvo porque sí hay
algo más que anhelo… sentirme querida, y no me refiero al amor que
sienten ellas por mí o el que siente mi familia. Quiero vivir un amor de
verdad. Experimentar esa sensación. Uno como el que he visto durante
tantos años en mis padres, después en mi hermana… uno como el de las
historias que escribo.
UNO DE VERDAD.
Siempre he sido «la mona», «la lista», «la graciosa», pero nunca la «tía
buena» o «la guapa». Y no es que no me sienta un pibón a mi manera, sé
que no soy un adefesio, y por supuesto que no quiero cambiar por nadie.
Me quiero, o al menos lo intento cada día, tal y como soy. Pero quiero sentir
que alguien me elige a mí por una vez por que sí puedo llegar a ser esa
chica que sea capaz de hipnotizar a alguien con su belleza. Tampoco quiero
concentrarme en lo físico, pues eso realmente me importa una mierda y sé
perfectamente que es algo que vamos perdiendo y lo que realmente queda,
pasados los años, es el interior. Pero es que sobre eso también me hicieron
creer que no valía la pena. Y con mi ex lo he vivido hasta el último
momento, pensando que llevaba razón. Así pues, ambas cosas; físico y
esencia, se han unido de una forma casi tan dolorosa que pienso que jamás
nadie me elegirá por ambas.
¿De verdad soy alguien a la que puedan amar de verdad?
Yo, no lo creo.
34
ERICK

Le mandé un mensaje con la hora a la que pasaría a por ella. Finalmente


le dije que llegaba por la mañana a Barcelona pero que debía acudir a una
cita, por lo que la recogería por la tarde y después de enseñarle lo que le
prometí iríamos a tomarnos algo.
He decidido venir en moto porque así es más fácil para movernos por la
ciudad. Aunque creo que no le ha hecho mucho chiste cuando contemplo la
cara que pone al salir del portal y repara en mí.
—Pelirroja… —la saludo levantándome la visera del casco para verla
mejor.
Se acerca lentamente, sorprendida por la moto de gran cilindrada, negra y
mate. Eso me da tiempo a observarla con atención. Me gusta su forma de
vestir, siempre tan sencilla pero con algo especial que la hace destacar. Los
pantalones vaqueros se ajustan a la perfección a sus piernas y la camiseta
blanca de tirantes deja al descubierto más parte de su piel del abdomen de la
que estoy dispuesto a aguantar, pero no me queda otra. Apenas va
maquillada, pero es que no le hace falta y eso me encanta. Su tono de piel,
sus ojos grandes y verdes, sus labios carnosísimos y rosados… no necesita
ninguna mascara que la haga cambiar ni una pizca. Y eso, la hace aún más
espectacular.
A pesar de su impresión por verme, reacciona al momento.
—Vaya, no sabía que tuvieras moto… aunque la verdad es que te pega,
tipo duro —me golpea el brazo y sonríe.
—Toma, ponte esto —le tiendo el casco que tenía enganchado a la
muñeca.
Se recoge el pelo rápidamente en una trenza. Supongo que para que no se
le enrede con el viento. Suspira como si le preocupara algo y coge el casco.
Se lo coloca y, sin decir ni una palabra, apoya un pie en el soporte y se
sostiene con una mano en mi hombro para coger impulso y encaramarse en
la parte trasera. Noto cómo se echa hacia atrás todo lo que puede para no
quedarse pegada a mí, llevando sus manos hacia atrás y buscando el punto
de apoyo donde poder agarrarse.
—¡Cuando quieras! —la observo por el retrovisor y tengo la tentación de
picarla, sabiendo que en este tipo de moto es imposible que pueda agarrase
a otra cosa que no sea yo.
Me enderezo, cojo sus brazos y los llevo hacia delante, para que me
rodee con ellos.
—Puedes agarrarte a mí, si quieres. Irás más cómoda.
—Tranquilo —se deshace de mis manos y vuelve a su postura anterior —
sé que no te gusta que te toquen… así estaré bien.
Emito un sonido ronco y sonrío de medio lado. Me muerdo la cara
interna de la mejilla.
Ella lo ha querido.
Arranco la moto, meto un acelerón que no se espera y freno de golpe,
haciendo que se deslice por el asiento hasta pegarse a mí y me rodee
fuertemente con los brazos.
—¡Erick!
—Sigo pensando que deberías agarrarte a mí, por si acaso.
—¡Vale, pero no lo vuelvas a hacer! —sonrío, aunque no pueda verme.
—No prometo nada.
—¿Nos vamos ya o qué? —siento su pecho caliente sobre mi espalda, sus
manos sobre mi abdomen… y tengo que obligar a centrarme para no pensar
en lo que estoy pensando, por lo que vuelvo a acelerar y nos incorporamos a
la carretera de inmediato.

No hemos tardado en llegar a mi piso. Le ofrecí algo de beber, pero no


quiso nada. Tan solo me dijo que estaba deseando ver las fotografías que
hice el otro día. Así que se sentó en el sofá, esperándome a que se las trajera
para verlas.
Me siento a su lado y se las tiendo, viendo la impaciencia en su rostro.
Las sostiene con alegría, con esa sonrisa tan característica.
Durante un buen rato se fija en cada detalle, en los colores, aunque
algunas de ellas sean en blanco y negro. En los rostros de los críos aquella
tarde, en el de ella misma cuando la capturaba sin que se percatara de ello,
en el atardecer…
Levanta varias veces la vista hacia mí mientras pasa cada foto, hasta que
se atreve a preguntar.
—¿Le falta algo a tus fotografías no? —no sé exactamente a qué se
refiere. Pensaba que ella no entendía mucho de fotografía.
—Hmmm, no sé… Puede que…¿Más color? —se muerde el labio,
sonriente.
—Nooo. ¡Tú, tipo duro! —parpadeo varias veces y frunzo el ceño.
—Va ser que no. Créeme, el mundo no necesita a otro tío haciéndose
selfies.
—Pues yo no le veo nada de malo en ponerse delante de la cámara de vez
en cuando…
—Pienso que una fotografía debe apuntar siempre hacia fuera, al
mundo…
—¿Ah, sí? ¿Y eso por qué? A ver, ilumíname, tipo duro.
Sube las piernas al sofá y se sienta, de tal forma que ahora queda frente a
mí.
—Sí. Para poder entenderlo.
—Hummmm. Vale. Entonces… ¿cómo sería entenderte a ti mismo? —sé
lo que quiere. Es una cabezota, ya me quedó claro, y me está desafiando.
—Si conocieras mi pasado no me preguntarías eso.
—Pues… ¡cuéntamelo!
—No es tan fácil, pelirroja. Casi nadie conoce mi pasado. Tan solo mis
amigos. Los de verdad. Y no es que tenga muchos precisamente.
—Ya… bueno —piensa unos segundos.— Yo soy ahora tu amiga, ¿no?,
puedes contármelo. No estás solo, Erick, puedes hablar conmigo si quieres.
—Sí que lo estoy, pelirroja. Suelen decirme muy a menudo que es culpa
de mi carácter si estoy solo. Y quizá tengan razón.
—Solo un poquito —levanta la mano y mide el aire entre sus dedos. Me
da por sonreír y cabeceo.
—Creo que… soy demasiado transparente en este mundo de hipócritas,
demasiado directo para los que viven de mentiras. Hace tiempo que me
cansé de seguirles el juego. No me conformo con falsos amigos.
—Yo no soy una falsa amiga, Erick. Puedes confiar en mí. Quiero
conocer tu pasado. De verdad. Y no voy a juzgarte. Ya lo hice una vez y me
equivoqué. No soy nadie para hacerlo. Pero, en serio, me gustaría conocerte
más. Yo te he contado muchas cosas sobre mí. Es… es lo que hacen los
amigos.
Lo medito un momento. Sigo pensando que no es buena idea que me
conozca tanto. Por mucho que diga, puede horrorizarse, asustarse… ver
quién soy de verdad. Se irá, igual que todo el mundo y todo esto no habrá
valido una mierda. O puede que sí sirva para algo… para profundizar
mucho más en la herida y que duela más.
Y si estoy tan dispuesto a no ceder, ¿por qué cuando la tengo delante esa
convicción se borra de mi mente y tan solo quiero contarle todo?
A veces cuesta entender que no todo el mundo siente las cosas de la
misma manera que nosotros, pero con ella es distinto. Ella me hace ver que
me entiende.
Solemos perder mil oportunidades por estancarnos en el pasado. Ese
miedo que sentimos al abrirnos en canal. Evitamos a toda costa dejarnos
conocer por si acabamos siendo vulnerables. Por si así nos hacen más daño
del que ya tenemos dentro. Por si nos vuelve a doler.
Sin embargo, algo que no entiendo me hace confiar en ella. Así que se lo
cuento. O al menos una parte.
—Cuando murió mi hermano me… me consumí. Me adentré en un
callejón oscuro del que no estaba nada seguro que pudiera salir. Salía cada
noche con quienes decían llamarse mis amigos. La bebida empezó a formar
parte de mi vida. Mucho más de lo que podía ser en la vida de cualquier
chico que sale de fiesta. Sentí que sin ella no podría seguir adelante. Me
hacía olvidar todo el dolor. El que me causaron a mí y el que yo mismo
provoqué. Una noche, decidí que la bebida ya no me bastaba para borrar
todo ese sufrimiento. Necesitaba algo más fuerte. Por lo que empecé a
drogarme. Cada vez más asiduamente. Dejé de lado a mis amistades para
reemplazarlas por otras compañías que, como yo, vomitaban hasta la bilis
por culpa de la bebida o por aquellas a las que veía pinchándose heroína. Lo
cual llamaba mucho mi atención. Tan solo quería olvidarme de todo. Y solo
lo conseguía cuando estaba borracho y drogado. El alcohol me absorbió, y
tiempo después, también las drogas. Oscilaba entre arrebatos de rabia y
tristeza por todo lo que pasé. Al principio piensas que te drogas para poder
deshacerte de tus emociones o escapar de ellas. Sin embargo, cuando pasa
un tiempo ves que es totalmente insostenible y hace que tu corazón se
rompa con más fuerza. Estuve más de dos años vagando sin rumbo, con
más alcohol en sangre que otra cosa, tratando mal a la gente, tirándome a
cualquier tía que se me ponía por delante y drogándome sin parar. Hice
mucho daño a gente que me quería y me convertí en una persona miserable.
No pude buscar ayuda en mi madre porque no quería dañarla más y
tampoco hubiese podido, pues mi padre la aisló de mí. Lo que yo mismo me
hice se fue extendiendo como un tumor; un cáncer que no tenía cura. Me
convertí en un adicto que atentaba contra su propia vida. Hasta que un día,
acabé tirado en un callejón, medio muerto porque mi cuerpo ya no
aguantaba más. Y yo deseaba morir, de verdad que lo deseaba, pelirroja,
pero además fui un cobarde porque preferí ir consumiéndome de ese modo
a tener que dar el paso definitivo para hacerlo. Pedro fue quien me
encontró. Me ofreció su ayuda desinteresada sin conocerme de nada. Me
llevó a un centro de desintoxicación y estuvo a mi disposición para todo lo
que vino después. Él creyó en mí y lo conseguí. Pero en el momento en el
que estuve limpio alcé otra coraza que jamás derribaré. No puedo
permitirme sentir…
Su expresión no es la misma a la de hace un momento. Tiene el ceño
fruncido y sé que se escandaliza por lo que le cuento. Puede que
imaginándome de aquella forma, visualizando el tipo de persona que tuve
que ser.
Sin embargo, lo que hace es todo lo contrario a lo que me esperaba. Se
acerca mucho más a mí, me coge de las manos y las observa. Desliza sus
dedos por todas esas letras negras que cubren mis nudillos. Sabiendo a la
perfección lo importantes que son para mí. No articula palabra. Solo nos
quedamos así durante un rato, mirando nuestras manos unidas, hasta que
Sam decide preguntar algo.
—¿Estás bien? —Creo que es la primera vez que alguien que no es Pedro
me hace esa pregunta de verdad.
Me gustaría responderle con voz en grito. Decirle que no, no estoy bien,
joder… Todos los putos días siento un vacío por dentro, esas ganas de
explotar llorando y no puedo. Con un sentimiento de culpa que pesa
demasiado en los hombros.
Me deshago de su contacto, me levanto, inquieto, recorriendo de un lado
a otro toda la estancia, pensativo. Sanar es tan difícil… un día estás bien y
al otro te levantas como si todo el mundo se te viniera encima.
Ella me observa desde el sofá, preocupada por si ha dicho o hecho algo
que no me agrada. Puedo ver el miedo en su rostro por si espera que la
vuelva a echar de mi lado por querer indagar más en mi vida. Me pongo
frente a ella, cansado de fingir durante tanto tiempo. Ella levanta su mirada
buscando la mía. Y siempre que hace ese gesto me desarma. Derrumba
todas mis corazas.
—Sam, el amor que sentía por mi hermano era puro y bueno. Lo hubiera
dado todo por él, hasta mi propia vida. Nos podíamos pelear una y mil
veces, pero si alguien le hacía daño podía estrangularlo con mis propias
manos. Si hubiera podido lo hubiese alejado de todos los problemas, de
todo el sufrimiento… pero fue imposible. Lo hubiera protegido siempre.
Cuando mi hermano murió, el resto del mundo se desvaneció por completo,
dejó de existir para mí.
Se me quiebra la voz al decir esas palabras y caigo de rodillas al suelo,
frente a ella. La quemazón de las lágrimas que llevaba tanto tiempo
reprimiendo empieza a querer salir de mis ojos. No lo entiendo. ¿Cómo es
posible?
Sam me sigue observando, apenas ha dicho nada y no sé qué demonios
estará pensando de mí, pero no puedo evitarlo. Ella ha hecho que lo que
guardaba en lo más escondido de mi alma quiera salir y ahora no puedo
reprimirlo. Sam levanta su mano y la lleva hacia mi mejilla. Acuna mi
rostro en ella, con delicadeza y me mira con los ojos más tiernos que he
podido ver nunca.
—Erick, es difícil fingir estar bien, por mucho que te empeñes. Es difícil
aparentar ser fuerte cuando por dentro te estás muriendo. Esconder todo
detrás de una sonrisa, por muy sutil que sea —inclina la cabeza para buscar
mi mirada —llega a cansar. Hacer que todo a tu alrededor funcione cuando
tú estás demasiado roto por dentro es muy complicado.
Me he sentido tan incomprendido tantas veces. No suelo contarle nada a
nadie y mucho menos a mis padres. No puedo contar con ellos. Debieron
entenderme y darme su apoyo, su consuelo, su cariño… pero lo único que
hicieron fue juzgarme. Luchar cada día contra eso es tan doloroso. Que tan
solo vean de ti lo malo… Es una triste realidad, pero es mi realidad.
—¿Qué le ocurrió a tu hermano, Erick? —no puedo más. No lo soporto.
El tipo duro que pretendía ser acaba de venirse abajo. Ahora sí, las lágrimas
caen como un torrente y lloro como un niño. Me aferro a la cintura de Sam,
agarrándola con fuerza, haciendo todo lo posible para que no se marche,
que no me deje solo con este dolor. Tengo miedo a que ella haga lo mismo
que hizo mi familia. Que me abandone cuando me he abierto en canal para
ella. Me duele tanto cargar con esa culpa, el no poder disfrutar nunca más
de la presencia de mi hermano pequeño, que pienso que jamás me
recuperaré.
¡Cómo no, vuelvo a equivocarme con ella! Demostrándome que ella es
diferente a todas las mujeres que han estado en mi vida.
Entierra sus dedos en mi pelo, me acaricia, apoya su cabeza en la mía y
me abraza.
Eres consciente de lo mal que estás en el momento en el que te dan un
abrazo y pueden pasar dos cosas; que no sientas nada o te derrumbes por
completo y llores lo que llevabas tiempo reprimiendo. Y Sam ha
conseguido que ocurra esta última.
—Está bien, Erick, no pasa nada. No estás solo, estoy aquí, contigo —
susurra en mi oído mientras sigue acariciándome la cabeza. —No tengas
miedo, Erick. El miedo siempre va a estar ahí, solo tienes que aprender a
vivir con él. Tienes que aprender a no dejar que te afecte, que no se
interponga en tu camino y no te deje hacer todo lo que deseas. No puedes
sentir miedo a seguir con tu vida porque alguien a quien amabas ya no esté.
La vida es demasiado corta. Tienes que vivir, por favor, vive. ¡Inténtalo al
menos, tipo duro! Tu hermano así lo habría querido. Estoy segura de ello.
Al escucharla no puedo evitar levantar mi cabeza de su regazo. Nadie,
jamás, me ha visto en el modo en el que la pelirroja me está viendo ahora
mismo. Desliza sus dedos por mi rostro bañado, limpiándome y
sonriéndome. Decido devolverle el gesto porque es muy difícil no hacerlo.
Sigue mirándome con esos ojos tan brillantes.
—La vida a veces es despiadada, Erick, y dura tan poco… Nos la
pasamos anclados en el pasado y acojonados por el futuro que nos
olvidamos de vivir el presente. Nunca volveremos a estar aquí, en el
ahora… Solo tenemos una vida y hay que aprovecharla.
Sé que tiene razón, pero para mí es casi imposible pensar en eso. No lo
merezco. No me merezco una vida de plenitud.
No obstante, lo único que soy capaz de hacer es coger sus manos entre
las mías, que aún siguen sosteniéndome por el mentón, y me las llevo a los
labios para besarlas. Ella sonríe. Durante unos segundos me permito
perderme en ella. En su mirada. En sus labios. En su rostro.
—Gracias, pelirroja. Y ahora, vamos. Esto ya ha sido bastante ridículo y
humillante para mí —tiro de ella para que se levante.
—¿Qué? ¿Adónde vamos?
—Te prometí que te llevaría por ahí. Y se me ha ocurrido un sitio que
creo que te encantará.
35
SAMY

No ha vuelto a hacer lo que horas antes cuando me monté en la moto. Al


verlo me tensé. No porque me den miedo, al contrario, me encantan, pero
no me lo esperaba y si me subía a esa dichosa moto me iba a poner las cosas
más difíciles en cuanto al mantener las distancias con Erick.
Aún así, el capullo tuvo que meter ese acelerón para frenar al instante y
así tener que aferrarme a su pecho.
Joder, pensé que me quemaban las manos y creí sentir un cosquilleo feroz
en el estómago que me subía por la garganta. Mi respiración se aceleró
puede que a las mismas revoluciones a la que había estado la jodida moto.
Pero él no debía enterarse, así que disimulé cuanto pude.
Estaba ansiosa por ver las fotos que sacó el otro día. De verdad, todas las
que vi en su momento eran preciosas y, sin duda, Erick tiene un don para
ello.
No me equivocaba en el hecho de cuánto iban a gustarme. Debería hacer
algo con todo ese talento. Todo el mundo debería ver lo bueno que es.
Algo en lo que me había fijado es en que él nunca aparece en ninguna de
ellas y quería entender el porqué. Puede que me extralimitara en querer
indagar más sobre eso, pero lo necesito. Sí, lo necesito. Todo el enigma que
se cierne sobre él llama mucho mi atención y me hace querer saberlo todo.
Necesito entenderlo. Conocer su historia. Saber porqué se comporta de la
forma en que lo hace.
Por eso no pude evitar hacer todas esas preguntas. Tampoco buscaba que
se derrumbara de esa forma. Supongo que, siendo como es, le habrá costado
horrores abrirse así conmigo, sentirse tan vulnerable, permitirse sentir de la
manera en que lo ha hecho. Aunque esos sentimientos hayan sido de miedo
y dolor. No pretendía que se sintiera mal, pero en el tiempo que llevo
conociendo a Erick me he fijado en cómo sufre. Perder a una persona
querida; a su hermano pequeño, debe de ser muy duro. No puedo ni
imaginar si eso me ocurriera a mí, perder a los míos… ¡Cuánto dolor!
No me atreví a preguntar otra vez qué fue exactamente lo que le ocurrió.
No creo que fuera el momento dada la reacción de Erick. Me partió el alma
verlo así. De verdad, me dolió. Fue desgarrador y estoy cien por cien segura
que pensó que iba a marcharme, o que no lo entendería, que no me
importaría verlo así… tan frágil, tan roto. Solo he visto llorar a un hombre
una vez en mi vida y fue mi padre. Yo era muy pequeña y no recuerdo el
motivo. Él estaba hablando muy alto con mi madre, puede que viéndolo con
la edad que tengo ahora comprendo que quizá tuvieron una discusión. Pensé
que mi padre en algún momento se escondería de mí para evitar que lo viera
de aquel modo. Sin embargo, no lo hizo. Horas más tarde, cuando vino a
arroparme y darme su beso de buenas noches, me explicó que los hombres
también lloran y si él se hubiera avergonzado de tal cosa me hubiese hecho
un flaco favor. Después de aquello, jamás un hombre se ha mostrado así en
mi presencia. Y para mí, Erick, no ha sido menos hombre al hacerlo, por
mucho que dijera que ya se había sentido bastante humillado y ridículo. Al
contrario, ha conseguido derrumbar esa coraza que tanto le impide vivir,
aunque haya sido por unos pocos minutos. Se ha mostrado más humano y a
mí me ha removido todo por dentro. Sentirlo así como lo he sentido me ha
hecho dudar y… ¿a quién quiero engañar? No creo que él y yo podamos ser
simplemente amigos, pero tengo muy claro que ahora que lo he conocido no
quiero que desaparezca de mi vida. Me gusta estar con él. Y si para ello
tengo que fingir que nosotros podemos serlo, tengo que intentarlo.
Y ahora estamos aquí, dispuestos a subir a lo más alto de este edificio en
el centro de Barcelona. Le he preguntado varias veces a dónde me llevaba,
pero no ha soltado prenda. Lo único que me ha dicho es que confíe en él y
ha vuelto a recalcarme que la paciencia es una virtud. Vale, pues confío en
él, pero la paciencia… yo no la tengo. El día que la repartieron a mí no me
la dieron. Aunque él es igual de cabezota que yo por lo que opto por
callarme y esperar.
Me deja pasar primero cuando las puertas del ascensor se abren. Sigo
alucinando por lo educado que es conmigo a veces y otras tan prepotente y
desalmado. Lo que digo, con Erick es una de cal y otra de arena. Un chico
bueno disfrazado de tipo duro.
Se coloca delante de mí, a pocos centímetros. Desde atrás puedo ver la
diferencia de altura entre ambos. Tiene las manos enfundadas en los
bolsillos de los vaqueros, la cabeza un poco inclinada hacia atrás,
observando cómo el ascensor toma altura hasta que lleguemos a la planta
veintidós. Es lo único que he conseguido sonsacarle.
Me deleito por unos segundos con su cuerpo, sobre todo en la zona de la
espalda que se marca bajo la camiseta blanca, torturándome. Mis ojos se
van directos a sus brazos, firmes y tatuados, y cuanto más los miro más
llaman mi atención. Quizá sea una tontería, pero me he empecinado en
saber si tienen algún significado, por qué decidió tatuarse así…
Sí, soy muy curiosa.
—Me estás poniendo nerviosa con tanta intriga por el sitio que quieres
enseñarme.
Erick baja la cabeza para después mirarme sobre su hombro. Noto como
eleva un poco la comisura del labio, en una especia de media sonrisa. Y a
mi se me retuerce el bajo vientre ante ese gesto.
—Unos segundos más y podrás verlo tú misma, pelirroja.
Espero impaciente. Las puertas al fin se abren, y menos mal porque
empezaba a sentir que este pequeño espacio cada vez se hacía más enano
con su presencia.
Erick sale y con la mano me incita a hacerlo también. Abro los ojos de
par en par ante las vistas.
—¡Dios mío, Erick! ¿Qué sitio es este?
—Es la Torre Urquinaona. Este mirador tiene vistas 360º a la ciudad y en
breve verás el mejor atardecer que hayas visto nunca.
Erick sigue explicándome a mi espalda mientras yo avanzo hacia las
cristaleras con la boca abierta ante la estampa que ven mis ojos.
—¡Es precioso, Erick!
Él se coloca a mi lado, demasiado pegado a mi brazo. Si moviera
levemente mis dedos rozaría los suyos, pero no lo hago.
Ambos contemplamos la ciudad a nuestros pies durante un buen rato,
apreciando cada detalle, cada edificio, las luces y las sombras que se crean
al descender el sol, el mar a lo lejos, el cielo, los diminutos transeúntes y
vehículos…
—¿Has visto que bonito está el cielo? —percibo cómo frunce el ceño —
¡Qué! ¿Nunca lo habías visto? —chistosa, hago todo lo posible por picarlo,
por hacerlo sonreír.
—¿Se puede saber porqué te gustan tanto los atardeceres, pelirroja? —sin
moverse, gira la cabeza hacia mí.
Suspiro y pienso.
—No sé… —me encojo de hombros —Siempre me han gustado.
¡Muchísimo! —sonrío levemente mientras mis ojos siguen perdidos en las
vistas. —Es… como si la vida me dijera lo increíble que es todo cuando
bajas un poco la velocidad, te paras a contemplar, cuando frenas de golpe y
observas el paisaje, todo lo que hay a tu alrededor, cuando te detienes y,
entonces, por arte de magia ocurre. ¡Ya nada importa tanto! ¡Ya nada duele
tanto! Es verdad que, a veces, la vida es un poco más bonita cuando te
propones hacerla más bonita.
Pienso unos segundos más. Ahora me giro para mirarlo a él. Tengo que
elevar la cabeza porque estamos tan cerca que me cuesta un poco.
—Por eso me gustan los atardeceres. Porque, quieras o no, siempre te
roban un suspiro, te llenan de paz y calma. Por que cuando los ves de la
manera correcta son como una caricia aquí, —alzo mi mano hasta apoyarla
en la zona donde le late el corazón —justo aquí, Erick, al lado izquierdo del
pecho.
Noto como vuelve a tensarse ante mi contacto. Aprieta tanto la
mandíbula y frunce el ceño de tal forma que me temo que no le ha gustado
nada que haya hecho eso. Sin embargo, acorto mucho más la distancia que
nos separa.
No puedo remediarlo.
36
ERICK

No me aparto, pero es lo que debería hacer. Sigue con su mano sobre mi


pecho, justo en esa zona donde nadie me ha tocado nunca porque la herida
aún duele. Y no me refiero a que duela físicamente, sino a lo que
representa… Y duele muchísimo.
Sin embargo, mantengo la esperanza de que ella si lo haga al ver cómo
me tenso.
Evidentemente, no lo hace.
Sigue mirándome, con el reflejo del anaranjado sol abarcando todo el
verde de sus ojos bajo sus densas pestañas. Sabiendo que más abajo me
espera una sutil constelación de pecas dibujadas por su nariz y unos labios
que evocan en mi sentimientos extraños. La recorro con la mirada. Cada
parte de su rostro. Me quedo embobado durante unos segundos en la
maravillosa sonrisa que dibujan sus labios; esos jodidos labios que desearía
volver a besar, morder… La observo al detalle mientras sigue explicándome
el porqué de su pasión por los atardeceres.
—Los adoro todos, pero los de verano son mis favoritos. Son perfectos.
—Gira su rostro hacia el ventanal fijando su mirada hacia el horizonte,
donde se aprecia el mar, sin apartar su mano de mi.
Yo, sigo estudiándola.
—El verano no es más que otra estación… no tiene nada de especial —
para mí no lo tiene. —El verano perfecto no existe.
Desde aquél día, no lo siento igual. Ni el verano ni otra puta estación,
porque todos mis días son grises, como un invierno infinito.
Tras oír esas palabras vuelve a mirarme, inclina la cabeza y entrecierra
sus preciosos ojos en mi dirección.
—Ay, Erick… el verano es como… —frunce el ceño para pensar lo que
quiere decir —una suma de momentos perfectos y luminosos escogidos en
la memoria —alza las cejas a lo más alto, feliz por su respuesta.
—Mis recuerdos no son luminosos y los de verano mucho menos —
contesto cortante. Pienso que hablándole así lo dejará estar y se separará de
mí. Pero, nuevamente, estoy equivocado. Desde luego, Sam, no es como las
chicas con las que solía estar. Y, aunque me cueste reconocerlo, me encanta.
Y me acojona.
—¿Sabes? No importa si duran semanas o segundos. Realmente no
importa si estás sobre el mar o sobre la hierba. No importa si lo vives solo o
en compañía. Tan solo tienes que ser consciente de ellos. Esos recuerdos
bonitos siempre estarán ahí. Seguro que si cierras los ojos un momento se te
vienen de golpe a la mente todos ellos. Esos momentos felices, Erick.
¡Inténtalo!
No pienso hacer semejante tontería. ¿Por qué no sé da por vencida?
—No —digo sin más.
—Venga, va. Dame las manos, lo haremos juntos —me observa
expectante, ilusionada, creyendo en todo lo que me dice.
Viéndola así soy incapaz de negarme, por lo que hago lo que me pide.
Nuestras manos se juntan, la piel cálida de sus dedos, entrelazados con
los míos, hace que todo mi cuerpo sienta una descarga eléctrica.
—Relájate. Suéltate, Erick. Inspira y expira —ella también lo hace para
que la imite.— Otra vez. Ahora, cierra los ojos, Erick, y deja la mente en
blanco. Déjate llevar.
Y lo hago, porque con ella es muy fácil. Así que obedezco. Su voz me
calma, como siempre que la tengo cerca.
Los recuerdos de mi infancia aparecen como un fogonazo. Uno detrás de
otro. Como si estuviera viendo una película de mi vida. No puedo evitar
sonreír al escuchar el eco de las risas de unos críos.
Hasta que el último recuerdo aparece como un puñal atravesándome el
corazón. Ese dolor. Esa culpa. Esa ausencia…
Le suelto las manos al instante. Cabreado. Alterado. Separándome de ella
hacia atrás.
—¡No puedo hacer esto! Duele demasiado.
—Erick, por favor… —ella adelanta hacia mí el paso que yo he
retrocedido.
—¡No, Sam! ¡Déjalo ya! ¿Quieres?, por favor… —retrocedo de nuevo.
—¿Por qué quieres que haga todo esto? —me echo el pelo hacia atrás,
exasperado. Sam me observa contrariada por mi reacción. —¿Por qué estás
tan empeñada en curarme? ¿Soy una especia de prueba para saber si estás
hecha para el futuro que has elegido? —frunzo el ceño, cabreado.
—Yo no quiero curarte, Erick. —Ahora, ella, también está enfadada. —
Eso solo lo puedes hacer tú. Yo… —suspira y sus rostro ya no está
enfadado, más bien triste —tan solo quiero que sientas, Erick. Y que no te
pierdas la vida.
—Tú no sabes nada —me cuadro frente a ella, alzando la barbilla y
mirándola desde arriba. —Tan solo eres una cría que se cree que sabe
demasiado y con derechos a inmiscuirse en las vidas ajenas.
—Yo… —las lágrimas empiezan a agolparse en sus ojos. La he
lastimado con esas palabras. Joder, soy un puto desastre.
No se merece que la trate así.
Joder. Joder. Joder…
—Tan solo quería ayudar.
Su labio inferior empieza a temblarle, y a pesar de que está a punto de
llorar, no lo hace. Sé que no le gusta que la vean así. Y joder, me está
demostrando que es muchísimo más valiente que yo.
—Y… —ahora es ella quien alza la barbilla, aprieta los labios haciendo
todo lo posible para no derramar ni una puta lágrima y su mirada cambia
por completo —no soy ninguna cría, estoy harta de que me llames así.
Hasta ahora, el único que ha demostrado serlo has sido tú.
Pasa por mi lado, golpeándome el brazo.
Intento agarrarla.
—Pelirroja, espera…
Se gira hacia mí.
—¡Suéltame! Y no me llames así… —se zafa de mí, me contempla
dolida durante unos segundos y desaparece.
Esa última mirada me desarma por completo y me doy cuenta de que
lleva razón. Que soy un arrogante de mierda, frío y sin sentimientos, que
dejó de vivir a partir de aquella maldita noche. No morí físicamente en
aquel accidente, pero mi alma sí lo hizo.
Esta pelirroja ha conseguido reactivar todos los sentimientos que tenía
olvidados desde el momento en que apareció en mi vida. Ha sido la única
que lo ha conseguido.
Sin embargo, es tarde para darme cuenta de todo esto porque la chica que
me descoloca el corazón me ha dado la espalda hace segundos y yo… yo
me he quedado aquí plantado como un completo gilipollas en lugar de ir
tras ella para decirle que lleva razón.
¡Y sigo estando acojonado!
37
SAMY

Ha pasado una semana y sigo martirizándome en el sentimiento que


experimenté cuando me soltó aquello. Pensaba que estábamos avanzando,
pero me equivoqué. Soy una completa idiota y siempre me lastiman por ser
así. Pero me niego a ser diferente. Esta soy yo, aunque me hagan daño. Y
Erick, puede irse a la mierda. No me importa.
¡NO ME IMPORTA!
«Entonces, Samantha, si no te importa, ¿Por qué te tiemblan las manos,
las rodillas y se te acelera el corazón cada vez que lo tienes junto a ti o,
simplemente, piensas en él?»
MIERDA. MIERDA. MIERDA.
«¡No te enamores de él, Samantha!»
—¿Por qué no te vienes con nosotras? —menos mal que mis amigas me
sacan de golpe de mis pensamientos.
—No me apetece mucho, chicas.
—Bueno, ya está bien —Maca se levanta veloz de su tocador para
ponerse frente a mi —¡Vas a salir con nosotras y lo vamos a pasar en
grande! No te puedes quedar aquí y de este modo. ¡Se acabó!
—¡ESOOOOO! —secundan las demás.
—Chicas, en serio, es que no me apetece nada salir de fiesta. Estaré con
vosotras en espíritu —añado chistosa.
—¡Ni de coña! —se lleva las manos a la cadera Sole.
—Pues si tú no vas nosotras tampoco —Susana se sienta a mi lado, en el
borde de la cama y con los brazos cruzados.
En el fondo sé que me vendrá bien salir con ellas, despejarme y no darle
tantas vueltas a la cabeza.
Pongo los ojos en blanco.
—Está bien… —cedo porque no quiero que se queden aquí por mí. —
¡Sois unas chantajistas! —las apunto con el índice.
Todas se ríen y solo les falta dar pequeños saltitos de alegría y aplaudir
cual niñas pequeñas.
—Ya verás, nos lo vamos a pasar de escándalo.
Y no dudo de ello, porque cuando estoy con ellas todo es infinitamente
mejor.
—Me pongo cualquier cosa y nos vamos.
—AH, AH, AH… ¡NI HABLAR, CARIÑO! —Vicky se dirige hacia el
armario de Maca en el que me hizo espacio para guardar mi ropa. —¡Esta
noche te vas a poner pibonazo! Aunque ya lo eres —me mira por encima de
su hombro con una sonrisilla y todas me miran sonrientes. Yo no puedo
evitar contagiarme. —¡Nada de vaqueros y camisetas simples! ¡Esta noche
vas a arrasar!
—¿Qué ropa interior llevas? —indaga Sole.
—Pero bueno… ¿y eso que más da? —abro los ojos de par en par por las
preguntitas que me hacen mis amigas.
—Da. Y mucho… ¿O no has pensado —hace un mohín al escuchar mi
respuesta —qué pasará si ligas con un tío buenorro y acabáis…? Ya sabes…
—se ríen ante la suposición —Si llevas las bragas de tu abuela se asustará.
—Te sorprenderías de lo moderna que puede ser mi abuela—. Levanto
las cejas varias veces.
—Emmm, prefiero no imaginármelo —me da por reír al ver su mohín.
—Chicas, tranquilas, mi ropa interior está más que bien y no voy a
acabar con ningún tío en su cama o vete tú a saber dónde. ¡No!
—Bueno, en ese caso tendremos que confiar en ti.
Cabeceo varias veces porque tengo unas amigas sin remedio. Pero las
quiero y son las mejores.

Una hora después todas estamos frente la puerta del pub que nos han
recomendado. Un local muy sofisticado donde supuestamente vienen los
más jóvenes de la alta sociedad de Barcelona.
Entramos casi de inmediato cuando los de seguridad comprueban que
somos dignas de entrar. Menuda estupidez, todas sabemos que nos dejan
pasar porque somos monas y claramente somos un anzuelo para atraer a
más tipos ricos deseosos de gastar todo el dinero que le proporcionan sus
padres.
La música nos envuelve nada más adentrarnos y las luces de neón de
colores que atestan el techo se adueñan de la oscuridad del local. Nos
mezclamos poco a poco con la concurrencia. Este sitio rezuma pasta por
todos lados. El típico pub pijo en el que te prohíben la entrada si acudes en
zapatillas y de esos con caros y selectos reservados para los que se pueden
permitir pagarlos. En el centro hay una gran barra con detalles elegantes, en
colores negros y dorados, con luces cálidas bajo ella y todo tipo de
decoraciones llamativas y distinguidas. Los bármanes van vestidos con
camisa blanca, algo remangadas, pantalones negros, pajaritas del mismo
color y tirantes. Los veo mover las manos con cocteleras, alzando botellas
de un lado para otro, haciendo prácticamente malabarismos con ellas casi al
ritmo de la música, para llenar todas las copas que ocupan la gran barra
reluciente.
La verdad es que tienen una pinta increíble. Los cócteles no los
bármanes, aunque ellos también, para que negarlo.
Así que decidimos acercarnos a la barra para pedir alguno y probarlos.
Sí, sé que el alcohol y yo no solemos llevarnos muy bien, pero por probar
uno no va a pasar nada.
Cada una pide un combinado distinto y así podremos dar un sorbito de
cada copa para degustar la variedad de sabores. Menuda mezcla. Pero
repito, por mojarse un poquito los labios no va a pasar nada.
Alegres con nuestras copas en las manos vamos al centro de la pista y, no
os voy a mentir, los chicos nos miran. Al final opté por ponerme un vestido
corto negro y satinado. Quería sentirme guapa y sexi, pero sin perder mi
esencia con la sencillez. Pese a que sea sencillo el toque especial es el
pronunciado escote en la espalda. Al principio dudé, pero cuando me vi en
el espejo de cuerpo entero de mi amiga me sentí extraordinaria. En ese
instante me vino Paul a la mente y todas las veces que me obligaba a
cambiarme de ropa si me veía así vestida. Tras ese pensamiento sonreí,
abiertamente y feliz, porque después de mucho tiempo he podido ponerme
lo que me da la gana. Me di el visto bueno mientras sonreía. ¡Y qué bien
sienta! Como toque final, ondas en mi rojiza cabellera, mascara de pestañas,
labios rojos y en los pies, taconazos. Eso ya no sé si ha sido buena idea…
hecho demasiado de menos la comodidad de mis Converse.
Las chicas y yo llevamos un buen rato bailando. El tiempo pasa muy
rápido cuando estamos todas juntas y disfrutando de la vida. Siento que los
momentos se me escurren entre los dedos y necesito saborearlos.
Ha llegado un punto en el que la música de este sitio no cuadraba mucho
con nosotras, por lo que Vicky optó por acercarse al Dj, algo coqueta, o más
bien usando todas sus armas de seducción, pidiéndole por favor que pusiera
unas cuantas de nuestras canciones; algunas de Rihanna, seguidas de otras
de nuestros artistas favoritos y que te obligan a mover el esqueleto cuando
los escuchas; como las de Maluma, Shakira, DNCE, Justin Timberlake…
entre otros. Vamos, lo que viene siendo las canciones que te hacen disfrutar,
desmelenarte y darlo todo cantando a pleno pulmón. La gente de nuestro
alrededor miraban con caras extrañas, intentado averiguar quién demonios
se había atrevido a cambiar la música tan característica de este lugar tan
pijo, hasta que posaron sus ojos en nosotras que disfrutábamos como locas,
saltando, bailando, cantando, gozando y pensando en que toda esta gente
que nos rodea no sabe apreciar lo que es divertirse de verdad. Siendo así de
estirados se perderán la diversión.
Al cabo de un par de horas, estoy descansando en un taburete alto,
pegadita a la barra y con el quinto, ¿o es el sexto?, cóctel terminado. No
tengo ni idea, la verdad. En mi defensa diré que están demasiado buenos y
entran que da gusto. Uno de los bármanes desliza por la piedra natural de
color oscuro la última copa que he pedido. Saco la cartera para pagar, pero
cuando voy a hacerlo se inclina hacia mí para decirme, con un tono elevado
de voz y así poder escucharlo por encima de la música, que el joven que
está al otro lado me ha invitado. Me guiña un ojo y vuelve a sus quehaceres.
Yo miro en la dirección que me ha señalado y veo a un chico, diría yo que
de unos veinticinco años, con una vestimenta bastante elegante, pues su
camisa azul marino, sus pantalones oscuros y sus zapatos, como si fuera un
autentico modelo sacado de la pagina web de Hugo Boss, me lo
demuestran. A ver, no tengo ningún problema con ese tipo de hombre, pero
a este se le ve a la legua que no es así porque le guste, sino porque lo que
busca es destacar y dejar bien claro que el dinero para él no es un problema.
Se me da bien calar a la gente. Al menos, de vez en cuando. Y esta es una
de ellas.
Él, al igual que ha hecho el camarero hace unos segundos, también me
guiña un ojo y siento que al único que le sienta bien hacer ese gesto es a
Erick. La verdad es que no sé por qué demonios se ha tenido que colar justo
ahora por mi mente. Cabeceo para borrarlo en el acto. Levanto la copa para
darle las gracias y presto especial atención el momento exacto en el que les
dice algo a varios chicos que tiene al lado y se encamina hacia mí. No sé si
es porque este tipo de cosas me dan vergüenza, por si pienso que no voy a
estar a la altura o porque desde que conocí a Erick no puedo pensar en otra
cosa que no sea él, pero no me apetece nada que ocurra lo que sé que a va a
ocurrir.
«¿En serio? ¿Otra vez, Samy? ¡Olvídate ya de él! Te trató como un
cretino la última vez cuando lo único que querías era ayudarlo, pasar tiempo
con él, demostrarle que podía disfrutar de la vida… Así que ¡basta!»
—Hola, bombón —a mí se me escapa un resoplido y pongo los ojos en
blanco. ¿Bombón? A ver, que no digo que a una no le guste que la piropeen,
pero joder es que a veces se ve a la legua las intenciones y… sinceramente,
no me gusta.
—Hola —respondo sin más. Al parecer ni se ha dado cuenta de mi
reacción porque está muy pendiente de cómo sus amiguitos no le quitan la
vista de encima mientras ríen. Lo más seguro es que se hayan apostado algo
a que este hombre conseguirá llevarme a la cama antes de que acabe la
noche.
Y mientras le lanza esas miraditas de «caerá, fijo» lo observo bien,
aunque puede que hace unos minutos haya empezado a ver doble.
Es guapo, la verdad sea dicha. Tiene planta. El pelo castaño lo lleva
engominado hacia atrás, dejando despejada toda su cara. Su rostro es
muy… simétrico, perfecto, y su barba bien perfilada le da un toque más
varonil. Tiene unos ojos azules muy bonitos y algo intimidantes.
—¿Cómo te llamas?
—Samantha —me limito a responder mientras doy otro sorbito a mi
bebida.
—Encantado, Samantha, yo soy Paul —¡venga ya! ¿En serio? Esto será
una broma ¿no? Me da por mirar a todas partes, buscando a mis amigas, a
alguien que me la haya querido colar, pero nada. Parece que el universo
quiere seguir castigándome por algo. Pero… ¿por qué? Si soy una buena
chica.
El caso es que mientras sigo con mis cavilaciones mentales y
regodeándome en que mi vida apunta a que siempre va seguir siendo un
desastre en cuanto a las relaciones, el tal Paul se ha abalanzado sobre mí
para darme un par de besos.
Me ha pillado con la guardia baja, así que le correspondo. Al hacerlo, su
perfume se cuela por mis fosas nasales y los vapores suben tan rápido que
casi me hacen lagrimear. Al parecer su colonia también es de Hugo Boss,
perfume que me encanta pero que se ha pasado ocho litros y medio en
esparcírselo por todo su cuerpo.
Tengo que aguantarme las ganas de estornudar.
A los pocos minutos consigo dar con mis amigas que me observan a lo
lejos. Empiezan a cuchichear, a reírse, a hacerme señas muy extrañas y a
levantar los pulgares para darme a entender que el tío esta bueno. Ya he
dicho que una tiene ojos en la cara y que el chaval está muy bien. Y sí, ya
sé que debería dejarme llevar, ver qué pretende este Paul, aunque todos
sabemos ya lo que quiere conseguir, y dejarme llevar. Sin embargo, ¿por
qué no puedo? Siento como un agujero en el estómago. Desearía estar con
otra persona. Otra persona que a veces es fría, distante, un robot sin
sentimientos, un prepotente… pero que otras me hace sentir especial, me ha
cuidado cada vez que ha podido, me ha lanzado sonrisas que, y pondría la
mano en el fuego en que así ha sido, no le ha regalado a nadie más.

Llevamos como una media hora o así hablando. Bueno, más bien
hablando él porque excepto por dos preguntas, y muy típicas, que me ha
hecho se ha pasado todo el tiempo parloteando de sí mismo, creyéndose que
con todo lo que me ha contado me ha sorprendido. A estas alturas ya me sé
su árbol genealógico, en qué trabaja cada miembro de su familia, sus
intereses profesionales; que son seguir con el legado de su padre en una
empresa de construcción muy famosa y así poder aumentar su capital que,
según ha dejado caer, tiene tanto patrimonio que no me entra en la cabeza.
—Voy al aseo un momento. ¿Me esperas aquí?
—Sí, claro —puf, menos mal, necesito descansar los oídos. Y esta
música no me lo pone nada fácil.
La verdad, ahora mismo me levantaría para decirles a las chicas que nos
vayamos de aquí, que este no es nuestro sitio, pero no creo que sea capaz de
mantenerme en pie.
Saco el móvil del bolso y lo taladro con la mirada, como hago desde que
me marché de aquel edificio y deseando ver un mensaje iluminando la
pantalla con un «LO SIENTO». Y sí, con letras grandes. Pero no es el caso.
Así que me enfado. Y mucho. Y ya no sé si es porque de verdad estoy
enfadada, triste, dolida y todo lo que se te pueda pasar por la cabeza en
cuanto a sentimientos negativos o por el alcohol o por ambas cosas.
¡Mierda!
Marco su teléfono, algo nerviosa. Dudo mucho que lo coja en cuanto
sepa quién lo llama. Sin embargo, cuando descuelga al primer tono y
escucho ese apelativo escurrírsele por los labios todo mi cuerpo tiembla.
—Ho… hola —casi no me sale la voz.
—¿Pelirroja? —vuelve a preguntar. —¿Dónde estás? No te oigo. —Mi
voz debe llegarle a los oídos amortiguada por el zumbido de la gente y la
música del local.
Soy incapaz de hablarle. Lo he llamado sin pensar si quiera qué quería
decirle.
—Estoy… estoy en un pub —contesto sin más y casi en un susurro. No
creo ni que me haya podido entender.
—Pelirroja… ¿estás bien? No te oigo ¿dónde estás? —vaya, ¿ahora se
preocupa por mí? ¡Pues no tiene ningún derecho! ¡Ninguno!
—Estoy perfectamente, Erick. Estoy más que bien. Estoy en el Celestial,
pasándomelo en grande y con PA-UL —vale, eso último quizá lo he hecho
un poco adrede. Él no conoce a este Paul, por lo que al decir ese nombre y
en el tonito que lo he hecho se pensará que es el otro Paul y eso lo cabreará.
O puede que no. Que solo sea yo la que se cabree con toda esta situación y
alberga un ápice de esperanza de que a Erick le remueva que otra persona
pueda tenerme y él no. Joder, que complicado es todo. Más bien, yo soy la
complicada.
—¡¿Qué?! Pelirroja, repítelo porque creo que te he entendido mal —su
voz suena más hosca, más grave, más… ¿Enfadado? ¿Celoso? ¡YO QUE
SÉ! Ni yo misma sé porque me siento así ni por qué lo he llamado. ¡Qué
estúpida soy!
En ese instante, Paul aparece y posa su mano en mi espalda desnuda,
haciéndome volver al momento presente. ¿Por qué me está tocando? No
quiero que me toque…
—Ya estoy aquí, bombón.
—¿Bombón? —inquiere Erick desde el otro lado del teléfono.
Ostras, todavía no le había colgado.
«Samantha María… ¿se puede saber qué estás haciendo? Tú no le
importas a Erick. Tan solo es un chico que conociste hace un mes y medio y
que pasa olímpicamente de ti»
—Adiós, Erick.
—No, Sam, espera… No me cuelgues…
Tarde, ya lo he hecho.
Le doy las gracias a Paul por la copa y por la charla, pero que debo
volver con mis amigas. Él parece entenderlo y tras guiñarme el ojo
nuevamente me dice que nos vemos dentro de un rato si aún sigo por aquí.
Me despido con una sutil sonrisa y busco a las chicas.
Parece que el efecto del alcohol se me ha pasado por completo y lo único
que quiero es largarme. Pero les prometí que vendríamos a pasarlo bien y es
lo que estábamos haciendo, así que continuamos con la diversión un poco
más.

Cuando dejamos claro que nuestros pies no aguantan más y nos sentimos
satisfechas por haberlo darlo todo, decidimos que es hora de marcharnos.
Como si ese hecho lo hubiese vaticinado el mismísimo Paul gracias a su
bola de cristal para ligar, aparece a mis espaldas. Saluda a las chicas, me
sostiene por mi piel desnuda. ¡Otra vez! Y me susurra al oído si lo quiero
acompañar a tomar la última copa a un sitio que según él me flipará. Lo
dudo, porque no se ha dignado a conocerme ni un poquito como para saber
si ese sitio será de mi agrado o no.
Dudo mucho en aceptar. La verdad es que no me apetece nada. Cuando
voy a negarme algo me dice con todas mis fuerzas que mire en otra
dirección, y en concreto a la entrada del pub. A pesar de que el sitio está
atestado de gente puedo verlo. Justo a la única persona que todo mí ser
deseaba ver, aunque ni yo misma fuera consciente. Y está tan guapo…
Como siempre en realidad. Y todas las chicas del local parecen percatarse
de ello también. Su pelo oscuro con mechones que apuntan a todas las
direcciones, el color de sus ojos en el que puedes verte reflejada si observas
con atención, en lo bien que le queda la camiseta perfectamente ajustada a
todo su cuerpo; esculpido, fuerte, como una estatua de mármol, esos
pantalones vaqueros que se adaptan demasiado bien y que me hacen pensar
cosas que ni yo misma creo. Destila seguridad por todos los poros de su
piel. Su piel… repleta de tinta, dibujos que quiero saber qué significan para
él.
Lo reconocería en cualquier sitio, aunque apagaran las luces o me taparan
los ojos y me dejaran en el centro del local para buscarlo. Porque hay algo
en él que me atrae, que me vuelve loca, que me
hace querer más, conocerlo más, sentirlo más, tocarlo, besarlo… y,
precisamente por eso, por cómo me trató y porque no se lo merece, él no
puede ver que lo que más deseo en este preciso momento es salir de aquí
corriendo con su mano agarrada a la mía.
Así que hago todo lo contrario.
38
ERICK

Fijo mi mirada en ella en cuanto entro. Sabiendo perfectamente dónde


la encontraría sin necesidad de buscarla. Desde que la conocí ha sentido esa
especie de imán que me atrae hacia ella. A su esencia.
No me considero un tipo celoso. Lo veo absurdo. Tampoco es que nunca
haya sentido nada parecido a lo que he empezado a sentir por Sam. Por eso
cuando me ha llamado, pensando que jamás lo haría por la forma en que la
traté, me ha sorprendido. Y me he sorprendido mucho más al escuchar que
había vuelto a caer en las mentiras de su ex novio. Pero, me he dado cuenta
que no era ese Paul, que seguramente ella mencionó para enfadarme, lo que
lleva a preguntarme ¿por qué ha hecho tal cosa?, cuando reparo en el tío
que la sujeta por la espalda. Y mi enfado aumenta al ver quién es. Ese otro
Paul. Uno al que conozco muy bien y del que sé a la perfección la «técnica»
que usa para llevarse a chicas a la cama y las barbaridades que les hace.
Este tipo de tío son de los que se excusan en que a las tías les gusta duro y,
como mínimo, acaban con moratones en el cuerpo. ¡Como mínimo!
Disfruta maltratando a las mujeres… Ninguna se merece que las trate como
lo hace ese patán.
Y, lo siento, —en realidad no—, pero la pelirroja no va a ser una de ellas,
se ponga como se ponga.
Voy a acercarme a Sam con paso ligero, pero una chica alta, con melena
morena y un corte por encima de los hombros me corta el paso, plantando
su mano con una manicura impecable y de color rojo en mi pecho.
Reparo en ella y resoplo.
—Vaya, vaya, Erick… Tú por aquí —ahora dibuja un pequeño camino
imaginario con su uña del dedo índice sobre mi camiseta y con esa voz que
pide mucho más que un simple saludo. —Hacía mucho que no te veía.
—Esa era la intención, Valeria.
—Humm… ¿aún me guardas rencor? Aquello fue un error, Erick. Yo
estaba dolida y…
La fulmino con la mirada. La verdad, ahora mismo, no puede importarme
menos.
—El error fue que aparecieras en mi vida. Pero de los errores se aprende
¿no? Y, ahora, aparta. Tengo cosas más importantes que hacer.
La esquivo y me adentro con prisa entre el gentío.
—¡Que te den, Erick! —grita a mi espalda para que pueda oírla. Ni me
inmuto.
¿Dónde coño se ha metido la pelirroja? La busco por todas partes. En el
momento en que voy a salir de nuevo a la calle para ver si se ha marchado,
sus amigas pasan por mi lado, reparando en mí.
—¿Erick? —me detiene Maca.
No las saludo, no tengo tiempo que perder, tan solo quiero alejar a la
pelirroja de las garras de ese enfermo degenerado.
—¿Dónde está Sam? —me acerco tanto a ella, enfadado porque esa cría
no se haya dado cuenta con el tipo de hombre que se ha marchado con lo
lista que es cuando quiere, que Maca no puede hacer otra cosa que echarse
hacia atrás.
—¡Eh, eh, tipo duro, cálmate! —sueltan las demás.
Sin embargo, al igual que la primera vez que su amiga Maca y yo nos
miramos a los ojos y le dije que solo quería cuidar de Sam, ahora ella ve
algo en mí que le hace entender que algo pasa.
—¿Y se puede saber porqué te importa? —se endereza.
—El tío con el que se ha ido… —tenso tanto la mandíbula que duele —
Maca, ese tío es un depravado. —Sabe que no la engaño, que le estoy
siendo sincero, puede verlo en mi mirada. Sabe que me preocupo por ella.
Maca frunce el ceño, y las otras nos miran a ambos, atentas, expectantes
y preocupadas.
—Se la ha llevado por ahí —señala con la cabeza.
Genial, la ha sacado por otra salida. Tan solo digo gracias y salgo
disparado en esa dirección apartando a todo aquel que me complica el
camino.
Abro la puerta de salida con tanta fuerza que casi me la cargo. Veo a los
dos nada más poner un pie en la acera. Ese imbécil aún la agarra por la
espalda, en su zona más baja, en su piel al desnudo… y me hierve la sangre.
—¡Tú! —mi grito los hace girar a ambos.
La pelirroja me mira, incrédula de que haya sido capaz de seguirla. Sé
perfectamente lo enfadada y dolida que está, pero mi atención se centra en
Paul. En ese tío al que le daría una paliza ahora mismo por querer llevarse a
Sam, por todo lo que le querrá hacer y por todo lo que le habrá hecho a
otras chicas.
—¿Erick? ¿Se puede saber qué haces aquí?
—Tú me has llamado.
Por un momento, Sam mira hacia un lado, sintiéndose mal por ello,
mordiéndose el labio inferior. Segundos después se cruza de brazos y alza la
barbilla, altanera.
—Pues sí… ¡Pero ha sido un error y no era para que te presentaras aquí!
—¡Eso haberlo pensado antes!
—¿Vosotros dos os conocéis? —el imbécil este se entromete.
—¡Sí! —gritamos al unísono. Avanzo unos pasos hacia ellos. En
concreto, hasta él. —¿Se puede saber que haces con ella, Paul?
—¿Es que os conocéis? —ahora es ella quién pregunta.
—Sí —respondemos los dos. Paul retrocede unos pasos hasta que se topa
con el coche que está aparcado tras de sí.
—Erick, tío, cálmate —levanta ambas manos en señal de paz. —Sam y
yo solo íbamos a tomarnos otra copa.
—Samantha —casi le escupo en la cara.
—¿Qué?
—Que para ti es Samantha y que no va a ir contigo a ninguna parte.
—Erick, tú no decides con quién puedo irme y con quién no.
Que la pelirroja haya dicho eso le ha dado motivo suficiente a este
impresentable para encararme.
—Eso, tío, ella puede decidir solita —dibuja una sonrisa llena de
arrogancia y satisfacción en su asqueroso rostro.
Frunzo aún más el ceño, doy otro paso y lo cojo por la camisa. Me acerco
a su oído para que le quede clarito, pero lo suelto en el mismo tono de voz
con el que he estado hablando hasta ahora.
—No. Y si no quieres que le cuente lo que pasó contigo hace unos años y
que tu secreto siga siendo eso ya puedes largarte, capullo.
A este tío lo denunciaron precisamente por todo lo que sé de él. Pero el
muy cabronazo consiguió que su padre le limpiara el expediente a base de
fajos de dinero repartidos a diestro y siniestro. Y aquella pobre chica que
intentó acusarle se quedó en eso. En un simple intento.
Paul se echa para atrás y me mira, leyendo en mis ojos que soy capaz de
cualquier cosa. Se suelta de mi agarre, se alisa la camisa, mira a Sam y le
guiña el ojo.
—Adiós, bombón. Quizá nos encontremos en otra ocasión —comienza a
andar de espaldas y me señala—. Puede que cuando tu novio te deje en paz.
—¡Él no es mi novio! —grita a mis espaldas.
Paul se gira y se marcha con paso decidido como si no hubiera pasado
nada y probablemente con ganas de buscar a su siguiente presa. ¡Qué asco
de tío! ¡Alguien debería darle su merecido!
Resoplo. Miro por encima del hombro, cabreado con ella porque no haya
sido capaz de calar a ese depravado. Cabeceo y opto por marcharme. He
conseguido lo que quería, así que ya no debería estar aquí. No con ella,
porque cada vez que la siento cerca dejo de razonar, de pensar que tengo
que hacer bien las jodidas cosas y lo único que quiero hacer es besarla.
Pedirle perdón, sabiendo que no me perdonará. Le hice daño.
—¡No tenías ningún derecho a hacer eso! —hace que me detenga.
Cabreado giro sobre mis talones y me acerco a ella.
—Sí, sí lo tengo. Yo y cualquier puta persona que conozca a ese tío de
verdad y te hubiese visto marcharte con él. No sabes cómo es él y no te
mereces a alguien así, pelirroja.
Estoy tan cerca de ella que sabría decir con exactitud la cantidad de
sutiles pecas que tiene repartidas por su preciosa nariz y no me equivocaría
con el número. Su olor llega hasta a mí. Y joder, huele increíblemente bien.
El corazón empieza latirme muy deprisa.
—Puedo hacer lo que me dé la gana. Ya soy mayorcita.
Estamos tan pegados que su aliento choca con el mío.
—A la vista está que no lo pareces —suelto de forma irrisoria, elevando
la comisura del labio viendo que me observa la boca y ese gesto hace que se
moleste más. ¿He dicho ya lo que me gusta hacerle eso?
—¿Perdona? —se separa, nerviosa, llevándose las manos a los costados.
—¡Ya estamos otra vez! —veloz, me golpea con el índice en el centro del
pecho. —No soy tu novia, no estoy saliendo contigo y aunque así fuera
seguiría siendo libre para hablar y tomarme una copa con quien me diese la
gana. Ya pasé por eso una vez y no tengo intención de repetirlo. ¿Lo
entiendes, chato? —Sam es tan contradictoria. Dulce, calmada, vergonzosa
y tímida a veces. Y otras, tan cabezota, directa y segura de sí misma.
Inclino la cabeza y observo su dedo que aún sigue clavado en mi pecho.
Vuelvo a levantar la mirada y la suya ya me espera, entrecerrada—.
Cualquiera diría que estás celoso, tipo duro.
Ahora es ella quien hace un gesto de satisfacción por su comentario.
—Puf. No sabes de qué estás hablando. Mira, pelirroja, en la vida he
sentido celos por nadie.
—Ajá… —sonríe, cruzándose de brazos.
No estoy celoso. Nunca lo he sido. Solo que… no podía verla con ese
fanfarrón degenerado. Y si hubiera sido su ex, tampoco. Y no porque esté
celoso. Sam puede estar con quien quiera, aunque ese alguien nunca sea yo.
Tan… tan solo quiero protegerla y que no la lastimen. Tan solo quiero verla
feliz.
—¡Que no estoy celoso! Simplemente… me preocupo por ti. Como
amigo—. Enarca sus cejas—. Como tú misma has dicho antes y porque
soy… soy tu amigo, no me gustaría ver que pasas por lo mismo que por tu
anterior relación.
«¿Por qué cojones titubeas?»
—Ja, ja, ja ¡estás celoso!
—Mira, esta conversación no va a ninguna parte. Haz lo que quieras, me
voy.
Me giro para marcharme de una puñetera vez.
—Eso, vete con la morena despampanante que estaba babeando por ti —
vuelvo a darme la vuelta al oírla.
—¡Ajá! Ahora eres tú la celosa —suelto con la voz llena de
convencimiento y arrogancia, apuntándola con el índice. Sonrío
descaradamente, encantado por verla así.
—¿Por ti? Deja que me ría —casi lo hace a carcajadas y sarcásticamente
en mi cara. Eso me hace ponerle las cosas más difíciles.
Acerco mi cuerpo mucho más al de ella, aprisionándola contra el coche.
Encajonándola. Puedo verme reflejado en sus inmensos e impresionantes
ojos verdes. A ella se le borra la sonrisa en el acto.
—¿Por qué eres tan difícil?
—A lo mejor es que tú estás acostumbrado a lo fácil.
—Sé sincera, pelirroja. ¿Estás celosa? —no me gustan los celos. No
quiero ser como mi padre. Tampoco me gustaría que Sam fuese celosa.
Pero, que admita que sí me sentaría jodida y rematadamente bien, porque
eso significaría que esta pelirroja siente algo por mí.
—No —suelta tajante. —Y apártate de mí. —Me empuja con ambas
manos y así deshacerse de mi contacto—. Tú y yo no deberíamos estar aquí.
Tú y yo no somos amigos, Erick. Y voy a usar la misma palabra que usaste
tú conmigo el último día que nos vimos. No te inmiscuyas en mi vida. ¡Tú y
yo no somos nada! —grita molesta.
Me tenso al recordar ese día. Ese día y todos en los que la traté mal. No
se lo merecía. Justamente ella, no. No cuando ella es toda bondad y tan solo
quiere la felicidad de la gente que la rodea.
He vuelto a quedarme anclado en el suelo mientras se marcha, pensando
en todo lo que Sam me hace sentir. Ella ha cuidado de mí, al igual que he
querido hacer yo desde el primer momento. Se ha preocupado por lo que
me duele, por lo que me hace trizas el corazón. Ha sido la única chica que
me ha hecho sentir todo este puto caos. La única diferencia con la vez
anterior es que ahora no pienso quedarme aquí pasmado sin hacer nada.
Salgo tras ella y la alcanzo, la agarro de la muñeca y la hago girar hacia
mí. La coloco tan cerca que casi puedo sentir nuevamente su respiración
acelerada en mis labios. Y eso hace que me vuelva aún más loco por ella.
Presiono su cuerpo contra el mío, porque desde la vez que la sentí así en mi
cocina aquella primera mañana, la he echado jodidamente de menos.
—¡Somos todo, joder! Yo lo siento y tú lo sientes. No nos engañemos
más.
—¿Se puede saber qué estás haciendo, Erick? —el sonido de la
madrugada nos envuelve, las luces tenues de las farolas dibujan sombras a
nuestro alrededor. A pesar de que el ruido del pub llega a nuestros oídos
cada vez que las puertas batientes se abren y se cierran, nosotros tan solo lo
escuchamos amortiguado contra el sonido que provocan los latidos de
ambos.
Tan solo podemos oír nuestras respiraciones agitadas. Diciéndonos
mucho más en los silencios que en todo lo que nos hemos estado diciendo
minutos antes.
Ya estoy harto…
—Lo siento, pelirroja. Lo siento mucho —dejo caer mi frente contra la
suya, cerrando los ojos. —Siento todo lo que te dije. Llevabas razón sobre
mí y quise llamarte mil veces después, quise ir a buscarte otras mil, pero me
daba miedo que no quisieras escucharme, que me dijeras a la cara que ya no
querías verme más. El hecho de imaginarme que no te volvería a ver me
hacía trizas el puto corazón.
—Erick… —susurra.
—No, escúchame, pelirroja…
Sigo sujetando su muñeca a la altura de nuestros pechos, pero no quiero
que sienta que ese gesto es posesivo. Quiero que se sienta mía y a la vez
libre para decidir, por lo que la suelto. Sin embargo, me es imposible no
hacer nada con las manos, no tocarla, no sentirla. Levanto la frente de la
suya y la observo. Echo hacia atrás su densa melena, deslizo mis dedos por
sus brazos y anclo una de mis manos en su cintura para que siga así de
pegada a mí. La otra mano la llevo hacia su mejilla. Acariciándola.
—Has dicho algo en lo que también llevabas razón.
—Ah, ¿sí? —su pecho sube y baja con nerviosismo en cada inspiración.
—¿En qué exactamente?
—En que tú y yo no somos amigos.
—Ah… ¿Y eso por qué? —miro sus labios.
—Más bien… no creo que podamos ser solo amigos. Porque tú y yo
somos mucho más.
—Me heriste con tus palabras, Erick —su mirada se vuelve triste y me
jode haber sido yo quién la lastimara. Sé que soy un puto desastre, pero
cuando estoy con ella soy mucho mejor. Tengo que aprender a serlo sin
depender de nadie, pero necesito que ella me enseñe. Ella es la única que ha
confiado en mí. La única que se ha quedado a mi lado.
—Lo sé… y no sabes lo que me dolió verte marchar así. No voy a
hacerlo nunca más, pelirroja. Puedes confiar en mí.
Ella me mira atenta, con cariño, como solo ella sabe mirarme. Y yo la
observo a ella. Cada parte de su preciosa cara. Y estoy haciendo una fuerza
sobrehumana para no besarla, para no saborear esos labios, para no
aprisionarla contra la pared, para no sacarla de aquí y tumbarla en mi cama.
Creo que me va a explotar la maldita cabeza pensando en todo lo que le
haría. Todo lo que le haría mientras estuviera bajo el peso de mi cuerpo y en
los momentos que querría compartir con ella después de eso. O al revés. Me
da exactamente igual, porque con Sam quiero tenerlo todo. Absolutamente
todo.
—¿Por qué me miras así? —me da por sonreír. Sigo observándola,
maravillado por lo preciosa, dulce y a la vez gruñona y testaruda que es.
—Si me conocieras un poco sabrías que no miro así a cualquiera. No
confío en cualquiera y, mucho menos, soy tierno con cualquiera.
Sam se muerde el labio inferior sin ser consciente de que lo hace y ese
gesto me lo pone todo aún más difícil.
—¿Entonces? —ahora soy yo quien me paso la lengua por las labios y
me los muerdo.
No lo soporto más. Se acabó.
—Joder, pelirroja… porque tú eres la maldita excepción.
39
SAMY

Intento recuperar la calma. Sé que está escondida en alguna parte de mi


cuerpo, por algún rincón, esperando que me encuentre con ella. Pero, con
total franqueza, me va a ser muy difícil porque los labios de Erick están
sobre los míos con la presión idónea para hacer que todas las jodidas
mariposas que tengo en el estómago revoloteen sin cesar. Y, además, sus
labios saben deliciosamente bien. Tal y como mantenía en el recuerdo desde
la noche en que me besó en su baño, cuando me empujó contra la pared y se
dejó llevar por unos minutos.
Este beso puede parecer similar al que nos dimos. Sin embargo, no es así
porque este me sabe más sincero aún. Menos doloroso.
Una de sus manos se desliza por mi melena hasta colarse en mi nuca, la
otra se ha implantado en mi cadera, poseyéndome con sus dedos, con
firmeza, apretándome contra su cuerpo, provocándome un huracán de
emociones.
El roce de sus dedos ha conseguido traspasar la fina tela del vestido para
dejarme una marca repleta de necesidad y deseo sobre mi piel.
Nos bebemos los sonidos roncos y los pequeños gemidos que emitimos.
Su boca atrae a la mía una y otra vez con puro magnetismo, como

si siempre se hubiesen pertenecido y se hubieran echado muchísimo de


menos.
Erick sigue besándome con ansias, efusividad y, a la par, con toda la
ternura del mundo, como si esta noche fuera nuestro fin, como si el mañana
no existiese.
Parece imposible viniendo de él. Alguien que aparenta ser un individuo
frío y sin emociones y resulta que por más que lo haya intentado con todas
sus fuerzas a mí no ha podido engañarme. Por muy mal que intentara
tratarme para alejarme de él, yo sabía que no me equivocaba al pensar que
él no es así.
Nos seguimos besando. Nos da igual lo que piense la gente que pasa por
nuestro lado. Nos da exactamente igual todo.
—Erick… —consigo susurrar cogiendo algo de aire.
—Pelirroja… —su voz suena más ronca, tentadora, caliente y sexi.
Sonríe de medio lado al pronunciar ese apelativo que tanto me gusta
escuchar si es él quien me llama así. —No tienes ni idea de las ganas que
tenía de hacer esto.
—Qué exagerado… No será para tanto. —Me avergüenzo sin razón.
Erick enmarca mi rostro con sus manos y clava su mirada en la mía desde
su altura. Vuelve a sonreír. Esa sonrisa canalla que me vuelve loca y que me
obliga a morderme de nuevo el labio.
—Besarte es una puta maravilla y como vuelvas a hacer eso con los
labios —fija sus ojos en ellos —voy a tener que besarte de nuevo y esta vez
no sé si podré parar.
Sus ojos castaños oscuros vuelven a cernirse sobre mí. Viéndolo así de
cerca, a pesar de que sea noche cerrada y lo único que nos alumbre sean las
farolas, puedo ver su perfecta tonalidad marrón, la mezcla perfecta entre el
chocolate negro fundido y los granos de café tostados.
Juguetona lo vuelvo a picar. Aunque, en mi defensa diré que lo hago en
un acto reflejo por los nervios…
¿A quién quiero engañar? Estoy deseando que vuelva a besarme porque
ya lo echo de menos.
—Pelirroja… ¡Tú te lo has buscado! —estampa su boca en la mía. Al
principio con fogosidad, con demasiadas ganas, y los sonidos roncos que
salen del fondo de su garganta así lo demuestran. Al igual que todo su
cuerpo me está mostrando lo evidente; que está haciendo todo lo posible
por no ir más allá de estos besos y controlarse.
Deslizo mis manos entre su pelo, seguidamente por sus hombros, firmes
y fuertes, sabiendo que el contacto no es lo suyo pero que aún así me muero
por tocarlo. El calor que desprende todo su cuerpo me provoca más de un
tirón en el vientre, contrayéndose de una forma casi dolorosa.
Pese a que las ganas de ir mucho más allá serían claras vencedoras en un
ring contra la sensatez de ir despacio y con calma, gana esta última.
Erick se separa unos milímetros para observarme, sin llegarse a creer del
todo lo que ha hecho, pero sin duda lo veo más feliz. Y como consecuencia
esboza una pequeña sonrisa que le sienta francamente bien y lo hace más
atractivo y sexi si cabe. Y ese gesto se ve reflejado en sus ojos. No obstante,
en ellos también puedo apreciar algo más que ahora mismo no puedo
descifrar porque creo que estoy un poquito drogada a causa del tipo duro
que tengo frente a mí.
—Que sepas que esto ha sido un acto de justicia.
Sonrío como una boba.
—¿Y eso porqué?
—Te he robado todos estos besos porque tú llevas semanas robándome el
sueño…
—Hummm… —me muerdo las mejillas internas, pensando chistosa —
¿Citando a Mario Benedetti?
Le da por reír, echando la cabeza para atrás.
—A mí también me gusta leer… ¿sorprendida?
—La verdad es que no. Eres un chico listo.
Sin pensarlo, entrelazo mis dedos en su pelo, por los mechones rebeldes,
y a la vez perfectos y suaves, que le caen hacían delante para echárselos
hacia atrás, rozándole el lóbulo de la oreja al intentar colocárselos tras ella.
Aparto la mano enseguida para que no le moleste.
—Lo siento… sé que no te gusta que te toquen mucho.
Erick intercepta veloz mi mano y se la lleva a los labios, besándola y
mirándome de nuevo.
—Si eres tú, no dejes de hacerlo nunca, pelirroja —me pide en un susurro
Erick posa su frente contra la mía y suspira.
—Lo siento, pelirroja, de verdad. Lamento ser yo el difícil. Esa es la
única palabra que encuentro ahora mismo para definirme. Difícil en cuanto
a mi forma de ser, de tratar, de querer, de soportar… Créeme, sé
perfectamente lo que soy. No quise hacerte daño, pero yo… no podía… no
quería que… ¡Dios! Sigue siendo muy complicado para mí. Siento hacerte
sentir mal cuando ni yo sé controlar mis propias emociones y lo único que
sé hacer es reaccionar como un borde. —Mientras habla desliza sus dedos
por mis brazos hasta llegar a mis manos y entrelazar nuestros dedos.
Suspira de nuevo. —¿Podrás perdonarme?
—En realidad… —dejo esas dos palabras en el aire para hacerlo sufrir un
poquito. Solo un poco. Él levanta la cabeza, alarmado por lo que pueda
decir. La sonrisa se cuela otra vez en mis labios —te perdoné en el tiempo
que tardó en bajar el ascensor de aquel edificio —respira aliviado. —
Aunque… —lo señalo con el dedo —sí me dolió, Erick. Te has convertido
en alguien especial para mí. Solo pretendía ayudarte. Ni eras una estúpida
prueba para nada de mi futuro ni porque sea una persona que le gusta
meterse así como así en la vida de los demás ni nada que se le parezca. Te
conocí, te vi sufriendo, desperdiciando momentos… que yo solo… solo
quería hacértelo ver. Y perdóname si sentiste que me entrometí demasiado.
—¡Basta, pelirroja! Tú no tienes que pedirme perdón. Por nada. Pero yo
debería decirte una cosa más.
—¿El qué? —lo observo extrañada.
—¡GRA-CI-AS! —alarga tanto las letras para que sea consciente de lo
que quiere conseguir con ello que me da por reír. Y no una risa de señorita
recatada, sino una que resuena en todo la calle, pero que hace que Erick se
contagie y que dibuje una sonrisa aún más ancha, más grande, una que le
llega a los ojos y me llena de satisfacción al observarlo.
—Que imbécil he sido esta semana, por mi culpa no he podido disfrutar
de esa risa durante todos estos días —sus dedos rozan mis labios con
suavidad.
—¡Ya está bien, Erick! —lo golpeo en el hombro. —Vas a hacer que me
ruborice…
Me da por reír al contemplarla así.
—Vamos, anda —desliza su brazo por encima de mis hombros y me atrae
hasta él para darme un pequeño beso en la sien.
—¿Dónde vamos?
—Te llevo a casa. —Ahora desliza su mano por mi espalda desnuda y la
deja ahí, haciendo que se me erice toda la piel de mi cuerpo. Y eso es lo que
yo necesitaba, que la mano que me sujetaba antes fuera la que me sostiene
ahora.
Estoy tan nerviosa por lo que me hace sentir que suelto lo primero que se
me viene a la cabeza.
—¿Capullo? —Erick gira su cabeza. En cuanto lo hace mis ojos ya
esperaban los suyos. Hace memoria la ver el gesto que hago con la cara y
recae en todo lo que le dijo al imbécil con el que iba a marcharme hace casi
media hora.
«Que por cierto… Samy, ¿en qué pensabas?»
Suelta un carcajada ahogada que me pone más nerviosa aún. Cabecea y
arruga la nariz.
—En mi cabeza sonaba algo así cómo «gilipollas de mierda, desaparece
de aquí o voy a arrancarte la puta cabeza con mis propias manos», pero no
quería asustar a toda esa gente que nos estaba mirando —se ríe travieso.
Su expresión cambia al instante y se torna serio. Sé que acaba de pensar
que no quiere que lo vea así, como una persona violenta. Tengo muy claro
que él no es así, que en realidad es su mecanismo de defensa. Me acerca un
poquito más a él, se detiene y sus dedos rozan delicadamente mi mejilla.
Sus ojos oscuros atraviesan los míos, provocándome un pellizco en el
vientre. Palpitando sin cesar mi corazón.
—¿Estás bien? —esa simple pregunta me demuestra que yo soy lo único
que le importa, que no quiere que nadie me haga daño, ni siquiera él mismo.
Asiento varias veces con una sonrisa.
—Ahora, mucho mejor —porque siempre que él está conmigo me siento
mejor. Infinitamente mejor.
—Ven aquí —me abraza. Él a mí. Todo su cuerpo se tensa al levantar los
brazos y rodearme con ellos y sus músculos aprietan deliciosamente el mío.
Al hacerlo, me acomodo en el hueco perfecto entre su pecho. Me doy
cuenta que tengo la estatura perfecta para escuchar latir su corazón cada vez
que me abrace.
Y entiendo por qué nunca ha funcionado con nadie.
Hasta ahora.
40
ERICK

—Me gusta. Pero, ¿sabes por qué? Porque no es solo esa atracción física.
Es atracción mental, sentimental… Me fascina la locura que hay detrás de su
cordura. Toda ella enciende mi cuerpo y acelera mi puto corazón. Y eso no
lo ha conseguido nadie, tan solo esa pelirroja.
—Pues tío, cualquiera diría que te has enamorado.
—¿Enamorado? No digas gilipolleces.
—No es ninguna gilipollez. Hablas de ella como si fuera la única mujer
que existiera en el mundo.
—Y para mí, así es. Mira, Pedro, Sam es una chica increíble, me fascina
pasar tiempo con ella. Al principio me excusaba en la diferencia de edad,
pese a que me ha demostrado que puede llegar a ser mucho más madura que
yo. En estos casi dos meses me ha hecho ver que estaba anclado en el
pasado, que no conseguía avanzar, que no quería seguir viviendo. Y no
entendía que la muerte le da el sentido a la vida. Y ahora ella me ha dado un
motivo para hacerlo. Cuando acabe el verano volverá a Madrid, supongo. La
verdad es que no hemos hablado sobre nada de lo que ocurrirá cuando llegue
el momento y tampoco sé si realmente puedo ofrecerle a Sam lo que ella
necesita. Aún me queda mucho por hacer conmigo mismo.
Lo único que tengo claro es que quiero seguir disfrutando de ella mientras
esté aquí.
—Pues en ese caso, lo único que puedo decirte, colega, es que vayas a por
ello. Que no te dé miedo y que te dejes llevar. No tenéis porqué ponerle
nombre a lo que sentís. Al menos de momento. Seguid disfrutando el uno del
otro y dejaos llevar por la corriente.
—No sé… ¿Y si él me la envió para sanarme, para verme feliz,
respetarme, seguir adelante…y yo la lastimo?
—Erick, dudo mucho que puedas hacer eso. Y menos aún después de oírte
hablar así de ella.

Y
o:
¡
Baja!

Pelirroja:
¿Qué?
Yo:
Que bajes...
Te voy a llevar a un sitio.

Pelirroja:
Pero… ¿porqué no me has
avisado antes?
Estoy hecha un desastre…

Yo:
Lo dudo mucho…
¡Tienes cinco minutos!

Pelirroja:
¡Eres de lo que no hay!...
¡Ya voy!

Sonrío como un crío. Me muero por verla.


Sam aparece por la puerta del portal en tiempo record. No han pasado los
cinco minutos aún, por lo que pienso que lo único que habrá hecho es
deshacerse de su característico moño para dejarse la melena suelta.
Me fascina lo sencilla que puede ir siempre y aún así destacando y
brillando. Porque seamos claros, Sam tiene esa belleza que destaca por sí
sola sin necesidad de adornarla con nada más.
Por eso, con la camiseta que lleva puesta dejando a la vista parte de su
vientre, los pantalones vaqueros y las Converse, sigue siendo la chica más
preciosa que he visto jamás.
—¿En moto? ¿En serio? —sonrío pícaramente ante su comentario.
—Así puedo tenerte más pegada a mí.
—Ya veo —tuerce el gesto, divertida.
Se queda plantada frente a mí. Durante unos segundos nos miramos. Sin
saber qué hacer ni que más decir. Hace tres días desde que nos volvimos a
besar y juro por lo más sagrado que lo hubiera hecho cada minuto desde ese
instante. Pero no quería agobiarla y yo también necesitaba poner orden en mi
cabeza.
Hasta que es ella quien hace algo que no me espero. Como siempre,
dejándose llevar por el impulso. Se acerca y me planta un beso, muy pegado
a la comisura. Y ese gesto me sobra y me basta para hacer lo que me moría
de ganas por hacer. Así que la atraigo hacia mí, pasándole mi brazo por
detrás de la cintura y con la otra mano la sujeto por la nuca.
La observo durante una milésima de segundo, para después llevar mis ojos
hacia sus labios y besarla. La beso con todas las ganas que estado aguatando
estos malditos días sin ella. Tengo que contener el gemido que amenaza con
romper este silencio cuando sus labios rozan la piel de los míos. Sin
embargo, a ella se le escapa un sonido ronco que me hace apretarla más a mí.
Y juro que si no estuviéramos en mitad de la calle la pondría encima de mí y
le haría todo lo que estoy deseando hacerle. Sin embargo, reprimo las ganas.
Lo hago por ella. Porque no quiero lastimarla. Con Sam quiero hacerlo bien.
Quiero que entienda que ella no es una más. Quiero que sepa que la pelirroja
es única. Y, en parte, también por mí. Porque no quiero confundirme.
Necesito entender todo lo que estoy sintiendo. Necesito aclararme, aunque su
presencia me ponga las cosas más difíciles. No quiero ponerle ninguna
etiqueta a esto que estamos sintiendo porque tampoco quiero forzar a Sam
después de lo que ha experimentado en su relación anterior. No sé lo que ella
piensa al respecto de todo esto y me da miedo preguntarle por lo que pueda
decirme.
Nos separamos lo justamente necesario y tardo un poco más en
recomponerme porque sus jodidos besos son maravillosos y me cuesta que
llegue el aire a los pulmones.
—Este saludo me gusta más.
—A mi también —susurra a unos centímetros de mi boca.
Joder, ¿he dicho ya que es una maravilla?
—Ten, ponte esto —le tiendo el casco que había dejado colgado en el
manillar.
Una vez puesto, sube directamente a la moto y, tras colocarse, lleva sus
brazos hacia delante y me rodea con ellos.
Y ese gesto tan simple me hace inmensamente feliz.
41
SAMY

Unos setenta y dos kilómetros de trayecto después llegamos a una cala


situada en Blanes. Estaciona la moto cerca de la entrada de la única casa, de
estilo muy moderno de tres alturas, blanca, con líneas elegantes y muy muy
muy cara, que hay en la cima del pequeño acantilado.
Mientras Erick guarda los cascos me acerco al borde. El agua del mar
tiene un color azul tan turquesa y es tan cristalino que si ahora mismo me
dijeran que estamos en una de esas islas paradisíacas tan famosas, me lo
creería. El entorno está rodeado de bosques de pinos asomados a los
acantilados y que abrazan esta preciosa Cala. Son casi las siete de la tarde y
el sol ya no pega con tanta fuerza como horas antes.
Se está de maravilla.
Erick se coloca a mi lado.
—¿Porqué me has traído aquí? —tengo curiosidad.
—Quería enseñarte mi lugar favorito.
—¡Vaya!... Pues es un lugar precioso —pierdo la vista hacia el lugar
donde cielo y mar se juntan—. ¿Sabes? Los lugares especiales son como las
esquinas dobladas de los libros; un trozo de corazón vivirá siempre en ellos.
Percibo como se cuela una media sonrisa en sus labios, aunque no le
llega a los ojos. Su mirada está fija en el horizonte. Pensativo.
Y yo también lo hago, pero quizá pensando algo muy distinto a lo que él
cavila. ¿Habrá traído a más chicas aquí? Rumiar eso hace que se me forme
un nudo en el estómago y ni siquiera sé porqué. Si fuera el caso no pasaría
nada, porque la única chica que está aquí ahora soy yo. Y no importa nada
más. Sin embargo, necesito preguntarlo.
—¿Aquí sueles traer a tus conquistas? —reconozco que lo pregunto en
un tono de voz despreocupado, incluso chistosa, para que entienda que en el
fondo si así es no me importa pero que me gustaría saberlo.
Capto cómo frunce el ceño, con su mirada fija todavía hacia el infinito, y
el movimiento de su nuez al tragar.
—Nunca he traído a nadie.
De inmediato gira su cabeza hacia mí. Me he quedado tan pasmada ante
su respuesta que no puedo ni contestar. No me lo esperaba. Erick podría
estar con cualquier chica, con la que quisiera y, sin embargo, soy yo quién
está aquí con él. Y por algún motivo, el corazón me martillea mucho más
frenético contra las paredes de mi pecho.
Nos miramos durante unos segundos y sonrío. Porque es lo único que soy
capaz de hacer ahora mismo.
—¡Ven! —agarra mi mano y tira de mí con gran velocidad. Emocionado,
feliz, divertido.
—¡Espera, Erick! —se me escapa la risa —¡Más despacio! —comienza a
descender por un sendero abrupto. Entre arbustos y rocas. —¿Adónde vas?
—Qué impaciente eres, pelirroja —pero eso ya lo sabe él, no es nada
nuevo—. Ahora lo verás. ¡Sube! —me insta.
—¿Subir? ¿Dónde? —se agacha un poco ante mí y me señala su espalda.
—¿Ahí? —la señalo con los ojos muy abiertos. Joder, no sé si es muy
buena idea tenerlo otra vez tan cerca de mi cuerpo. Demasiado sufrimiento
he tenido ya aguantando todo ese trayecto en moto.
—¡Venga, que no tenemos todo el día, pelirroja! —coge mi mano para
acercarme más. Deslizo mis manos por sus hombros y cruzo mis manos por
delante de su cuello. Subo una pierna para rodearlo y en un movimiento
rápido el me coge la otra y me alza. Ya está. Mi cuerpo y el suyo,
nuevamente, pegados. La dureza de sus músculos me impiden tragar con
normalidad y ese olor tan especial que lo caracteriza inunda mis pulmones.
Inhalo varias veces, adueñándome de su olor, como haría rodeada de toda
esta naturaleza y respirara para gozar del aire puro y me sintiera bien con
ello.
Solo que mi aire puro es su propio olor.
El de Erick.
Desde esta posición puedo apreciar cada detalle del perfil de su rostro. Su
perfilada mandíbula, la incipiente barba que ensombrece esa zona. El color
de su piel, más morena en contraste con la mía. Su corte de pelo, con esos
mechones de pelo que caen por su frente y se mueven con el vaivén de su
cuerpo al hacer la bajada. Llevo mis ojos hacia sus brazos. Sus manos
aferrándome por los muslos para que no me suelte de su agarre, sus dedos
haciendo la presión justa en mi piel, sus venas ligeramente marcadas; las
que se ven bajo toda esa tinta por hacer fuerza por sostenerme.
«Joder, Samantha, respira. Céntrate en otra cosa, la que sea. Mira hacia el
cielo. Busca una jodida gaviota y entretente con ella»
—Hemos llegado.
—¡Genial! ¡Ya puedes bajarme! —lo hago en cuanto me da pie para
hacerlo.
—¿Estás bien? —pregunta confuso por mi reacción.
—¡De maravilla! ¡Más que bien! —suelto con nerviosismo—. Hace
calor, ¿no? —resoplo, abanicándome. —Eh, ¿tú estás bien? Menuda bajada
y encima conmigo de paquete.
Llevo mi vista hacia lo alto, justo donde estábamos hace un rato.
Se acerca a mí y acaricia mi mejilla.
—Estoy perfectamente —sonríe canalla.
Joder, joder, joder… Bufff. No sé qué me está pasando.
Reparo en nuestro alrededor. Más que nada para no seguir mirándolo a él
porque me está poniendo muy nerviosa y la temperatura de mi cuerpo ha
ascendido unos grados de más.
—¿Por qué no hay nadie aquí? Estamos en verano y en plena época de
vacaciones.
—Porque esta Cala es privada.
Abro los ojos de par en par y me llevo las manos a las caderas.
—Guau… ¿Y se puede saber porqué nosotros hemos bajado?
—¿Te han dicho alguna vez que eres una preguntona?
—La verdad es que mi hermana me lo dice mucho —sonrío al pensar en
Bárbara porque aún no he podido hablar con ella estos días y va a flipar
cuando le cuente todo esto.
—Solo quería disfrutar de este lugar. Contigo.
Me mira con esos ojos que me desarman. Los mismos que me obligan a
pensar muchas cosas.
—¿Estás lista? —empieza a desvestirse.
Primero se quita la camiseta. Al tirar de ella hacia arriba clavo la mirada
en todo su abdomen. En concreto en todos esos montoncitos perfectamente
tallados. Los que me hacen hiperventilar. Tengo que hacer uso de toda mi
fuerza para que no se dé cuenta de cómo reacciono.
—¿Lista? ¿Para qué? —se me hacen arruguitas en la frente al juntar tanto
mis cejas ante esa pregunta e intento pensar en otra cosa que no sea en todo
lo que está activando en mi interior. Haciendo estallar todos los fuegos
artificiales y empezando a arder en mi vientre. Acto seguido me erice toda
la piel y mi mirada se siente irremediablemente atraída por ese surco entre
los pectorales y que apunta hacia la costura del pantalón. Al ver eso y en
cómo lleva sus manos hacia ellos para desabrocharse el botón, una oleada
de calor recorre mis entrañas. Me tenso al momento y el deseo inunda mi
cuerpo.
—Para bañarnos en el mar, pelirroja, ¿para qué va a ser? —dibuja una
sonrisa demasiado canalla y pícara.
—Pero… no me he traído nada… Si me hubieras dicho dónde veníamos
hubiera preparado algo. ¿Una toalla? ¿Un bañador, por ejemplo? —alzo las
cejas hacia lo más alto, porque ahora mismo me estoy muriendo de la
vergüenza.
—Oh, venga ya. ¿No eras tú la que me dijiste que hay que disfrutar de las
cosas como vengan? ¿Sin planear? ¿Dejándose llevar? —sigue sonriendo
con guasa. ¿Por qué tiene que sonreír así? ¿En serio? Lo prefería cuando no
lo hacía nunca, porque sus sonrisas me descolocan y me encantan, pero no
puedo razonar.
Intento pensar durante unos segundos, observando la forma en que me
mira. Tentándome. Complaciente por lo que está provocando en mí.
Pensando que no seré capaz de hacerlo. Retándome.
—Aggg… ¡está bien! ¡Tú ganas! —termina de desvestirse para quedarse
en ropa interior y me fuerzo a no mirarlo porque si antes ya sentía todo ese
calor no quiero saber qué voy a sentir ahora.
Me quito la ropa. Al principio con algo de timidez, no porque no me
guste mi cuerpo, aunque a veces sí sienta ese tipo de inseguridad, sino por
sentirme más vulnerable, por dejarme ver así ante sus ojos, sin saber qué
pensará.
Sí, ya sé que puede ser una estupidez y que me vio en bikini el día que
pasamos en la playa con nuestros amigos y si nos ponemos a pensar es
prácticamente lo mismo, pero al mismo tiempo no lo es.
«Mira, Samantha María», me regaño con mi nombre al completo porque
pienso que así me haré más caso, «deja de pensar tanto de una puñetera vez
y actúa siendo tú. No te escondas. Y a la mierda todo lo demás.»
Cuando al fin me quedo semidesnuda ante él, tan solo con el sujetador y
mis braguitas, me fijo en su mirada. Esa que se pasea por todo mi cuerpo y
que veo arder. Arder junto al mío. Y la vergüenza desaparece de un
plumazo, porque lo que veo en sus ojos me gusta, me hacer sentir bien,
guapa, sexi… pero como todo esto que estoy sintiendo es tan nuevo para mí
opto por romper este momento corriendo hacia el mar, carcajeándome, para
instantes después ver cómo Erick me alcanza tras correr tras de mí. Cuando
ya hemos entrado al agua me rodea por el estómago con sus brazos y me
alza. Empiezo a gritar y a reír. Todo a la vez. Me zafo de su agarre para
seguir nadando mar adentro, mientras Erick se lanza de cabeza para bucear
y alcanzarme en segundos, tirando de mi tobillo y provocando que me
hunda con él.
Sus manos cálidas rozan mi piel bajo la frialdad del agua que nos
envuelve y me hace estremecer. Me libero de su contacto, apoyándome en
sus hombros para hundirlo y ¡LO CONSIGO! Pero acto seguido se hace
con mis piernas y se las coloca sobre sus hombros para dar un brinco y salir
a flote conmigo en lo alto. Me agarro a él, riéndome cual niña pequeña. Sin
embargo, cuando creo que me dejará ahí, me coge por los tobillos y hace
fuerza hacia atrás. Tras un grito que se me escapa me deja caer y me hundo.
En el tiempo que consigo salir a flote nuevamente Erick se ha dado la
vuelta y se ha colocado frente a mí. Su sonrisa, amplia y verdadera como
nunca antes había visto, me espera cuando lo hago y la mía aparece sin más.
Me he fijado en que Erick tiene millones de sonrisas diferentes, y durante
todo este tiempo ha estado reprimiéndolas. Hasta que llegué yo para
cambiarlo. Y eso me hace feliz. Muy feliz. Y estoy a punto de vislumbrar
una de esas sonrisas. La más canalla, la de tipo duro, sexi, fanfarrón. La que
tan loca me vuelve y la que se que acompañará a algo que está maquinando.
Y lo sé porque acabo de apreciarla, junto a su mirada, que ya no sonríe. Sí,
su mirada, porque también lo hacía con sus labios. Ahora expresa algo más.
Y me provoca todo un remolino de emociones en mi bajo vientre. Como un
jodido terremoto que echa abajo cualquier cimiento. Y, aunque temo sentir
lo que estoy sintiendo por si vuelven a hacerme daño, también sienta
increíblemente bien.
Avanza unos metros hacia mí y yo los retrocedo. En una especie de juego
para ver si es capaz de alcanzarme. Por eso, salgo disparada hacia la orilla,
pero cuando estoy a punto de llegar Erick me alcanza. ¿Qué pensaba? ¿Qué
iba a conseguir llegar sin que él llegara prácticamente primero?
Me coge del brazo, forzándome a darme la vuelta. Cuando nuestros
cuerpos colisionan caemos en la arena.
Él sobre mí, mojado.
Yo bajo él, mojada.
Él tragando para deleitarme con ese gesto.
Yo haciéndolo con él porque me pone nerviosa.
Él mirándome con fuego en sus pupilas.
Yo, mirándolo a él, con el verde más intenso de mis ojos por todo lo que
provoca en mí.
Con nuestros labios entreabiertos, adueñándose de todo el aire del otro,
para poder tranquilizar nuestras respiraciones.
Pero es inútil. ¿Qué creemos que vamos a conseguir tranquilizar así?
Todo lo contrario.
Tan solo nos separan unos pocos centímetros.
—Pelirroja… —susurra.
—Humm… —soy incapaz de articular palabra porque me falta el aire. Y
no sé si es porque estoy en baja forma y lo poco que he corrido ha bastado
para estar así o porque Erick está sobre mí, aprisionándome y haciendo que
quiera besarlo sin parar. Besarlo hasta que mis sentidos se vuelvan locos y
queden atestados de él.
—¿Te imaginas encontrar a alguien que te vuelva completamente loco?
Pero… ¿loco de bien? —me aparta mechones de pelo que tengo por el
rostro y los lleva hacia atrás, para que caigan sobre la arena junto al resto,
en un movimiento tan sexi que creo que no voy a poder aguantar más. —De
jodidamente bien. Loco de ganas, de ilusión, de pasión… Con tan buen
corazón que sea incapaz de hacer daño a otros. Alguien de gran valentía y
con un profundo amor por la vida. Alguien que saque lo mejor de ti…
Asiento varias veces porque sé que Erick está refiriéndose a mí. Sin
embargo, para mí él es igual, aunque le cueste verlo y pese a que todavía
tenga que sanar algunas heridas. Incluso teniendo que darle tiempo para que
entienda que él provoca lo mismo en mí. Porque, puede que se haya
empeñado en mostrarse al mundo como todo lo contrario, pero yo sé que él
no es así. Y hoy, me lo está demostrando.
—¿Y la has encontrado, Erick? —consigo vocalizar.
—Ya te digo si la he encontrado —elevo sutilmente las comisuras. Llevo
mis ojos a sus labios y muerdo los míos sin querer.
O queriendo, quizá.
—¿Y qué piensas hacer? —me atrevo a preguntar.
—Besarla, acariciarla, tocarla y hacer que pierda la jodida razón hasta
que el sol se pierda en el horizonte —confiesa con voz ronca.
¡Santo cielo!
Erick no pierde más el tiempo y hace lo que tanto deseaba. Me besa. Y lo
hace de tal manera que mi pecho sube y baja más rápido de lo normal, con
el deseo más caliente y demoledor instalándose en zonas donde jamás lo
había sentido por nadie.
Sigue besándome, aferrándome más a él, deslizando sus labios y su
lengua por mi cuello, dibujando un recorrido imaginario pero que a partir de
hoy mi piel jamás borrará.
Vuelve a posar sus labios sobre los míos y no hace falta que siga
haciéndolo para saber que son los mejores besos de mi vida. Con su sabor
entremezclado con el del agua salada.
Su mano baja con delicadeza y dulzura por mi estómago, evocando que
mi vello se erice allí por donde desliza sus dedos, hasta llegar a la costura
de mi ropa interior.
—Pelirroja... —y joder, su voz suena llena de demasiados sentimientos,
de cosas buenas, de esas que te hacen temblar y te convierten las piernas en
gelatina, y de millones de cosas que te hacen desear millones de cosas más.
Su mirada me atrapa con todo su magnetismo y respiro. Respiro porque lo
necesito, porque Erick me corta hasta la respiración cuando me besa y
porque quiero adueñarme de su olor. Quiero llenar mis pulmones con su
aroma, con su fragancia entremezclada con la del mar.
No permite que me deshaga de su mirada, tan enredada en la mía.
—¿Estás bien? —no puedo evitar sonreír como una tonta ante esa
pregunta con voz ronca y rasgada, deseosa de algo más. Mi piel está más
caliente de lo que debería, sobre todo allí donde su mano aún está colocada,
dibujando pequeños círculos lentos, esperando a saber cómo estoy. Y esa
simple pregunta me muestra que se preocupa por mí, por cómo me siento y
haciéndome ver que puedo confiar en él.
Y por supuesto que confío en él, porqué con Erick es distinto. Yo soy
distinta. Y sinceramente, no puedo dejar de imaginarme cosas con él. Con
esa mano implantada en mi vientre, sus manos masculinas y tatuadas que
me hacen arder. En sus ojos como un firmamento sin estrellas y aún así
brillando como la galaxia más explosiva.
Por lo que mi corazón palpita más rápido que segundos atrás.
—Estoy genial, tipo duro —consigo decir al fin. Me veo reflejada en sus
ojos y no puedo evitar sonreír de nuevo.
Su sonrisa se transforma en la que tanto me gusta, la de canalla, la de tipo
duro… y en cuanto desliza sus dedos bajo la fina tela la sangre comienza a
bombearme muy muy muy deprisa. Una suave electricidad lo inunda todo
cuando lo siento a la par que vuelve a besarme, fusionando su cálido aliento
con el mío.
—Eres preciosa, pelirroja. Preciosa y perfecta. Ojalá pudieras verte a
través de mis ojos —cierro los ojos mientras el corazón me martillea la
cabeza y el sigue hablándome en susurros. Erick me besa, mordiendo mi
labio inferior, llenándome por dentro con su tacto. Un alivio que me calma
por sentirlo, pero de deseo y excitación por querer más, por tenerlo a él, por
seguir sintiendo sus manos, por besarlo, por olerlo porque huele demasiado
bien, por quererlo todo y a la vez si es posible. Todo me da vueltas.
El cielo hace rato que empezó a teñirse de naranjas, amarillos, rojos y
azules. Las olas del mar lamen la arena bajo nuestros cuerpos, mojándonos
de nuevo cada vez que la marea nos envuelve. Pienso en si alguien nos
verá, pero ese pensamiento desaparece al saber que esta Cala está desierta y
que tan solo estamos él y yo.
Obligo a mi cerebro a concentrarse porque realmente no puedo pensar
con claridad, tan solo dejarme llevar.
—Erick… —susurro contra sus labios cuando vuelvo a llenarme de él.
Gimo mientras mis manos se pierden en la arena, intentado que no se me
escurra entre los dedos para agarrarme con fuerza a ella.
Mis mejillas se tiñen de rojo porque lo que Erick me está haciendo sentir
no lo he experimentado jamás. Nunca. Yo que pensaba que lo que había
experimentado con otros chicos era lo normal, lo que se suponía que se
debía sentir y yo me sentía mal por ello. Porque no conseguía disfrutar de
un momento así.
Me besa con más fuerza, con una media sonrisa de tipo duro mientras lo
hace, regalándome este momento en el que el deseo nos domina. Erick me
hace gemir incontable veces, torturándome para querer más de él.
—Quiero hacerte disfrutar, pelirroja, porque algo me dice que hasta ahora
nadie ha sabido hacerlo como debería. —Suelta contra mis labios, con esa
voz sexi y ronca.
Abro los ojos y lo observo. No puedo hablar, es imposible. Pero quiero
que entienda que ha sido el primero que me está haciendo sentir así. Y creo
que lo consigo.
—Veo que no me equivocaba… y no sabes lo cojonudamente bien que
me hace sentir eso —una sonrisa está a punto de colarse en sus labios.
Joder, ¿es normal que me lata así de rápido el corazón? Doy una
bocanada de aire sin apartar mis ojos de los suyos y su mano cobra otro
ritmo, uno más rápido y que ya no voy a poder aguantar más.
Erick sonríe el observarme y ¡Dios mío! ¿Por qué es tan guapo? Observo
sus movimientos, seguros y fluidos, sabiendo perfectamente lo que tiene
que hacer, dónde tiene que tocar, lo que quiere hacerme sentir.
El roce de su cuerpo, duro como una piedra, contra el mío, el calor de su
mano instalado bajo la fina tela de algodón, sus sonidos roncos, sus
«pelirroja», su respiración, la mía, el sonido del mar, el olor, el placer…
TODO me hace estallar y todo se revoluciona dentro de mí. Tensando cada
músculo de mi cuerpo cuando mi espalda se arquea y gimo contra su boca.
Mirando al hombre que tengo delante de mí; al hombre que ha conseguido
lo que no ha conseguido ningún otro.
¡HA SIDO ALUCINANTE!
Y sigo sin creérmelo.
42
ERICK

No puedo parar de besarla. Es una jodida adicción para mí. Lo que


acaba de ocurrir ha sido increíble. Verla de este modo, tan cerca de mi
cuerpo, haciéndola sentir de esa forma… Creo que voy a necesitar un poco
más de tiempo para tranquilizarme y no seguir con lo que se pasa por mi
mente. Ya he dicho que no quiero correr con ella. Quiero que disfrute,
porque su forma de actuar me decía que nadie había conseguido
proporcionarle ese placer. Y saber que he sido yo me hace desearla más.
Sonrío cuando se le curvan las comisuras de los labios.
—¿Te encuentras bien? —aún está intentado recomponerse, respirar con
normalidad.
Abre los ojos y me mira. Los colores del atardecer inundan sus pupilas,
mezclándose con el verde esmeralda. Un jodido espectáculo. Sus ojos, sus
labios, su cuerpo, toda ella es una puñetera fantasía.
—Estoy perfectamente, tipo duro —sonríe. ¡Y qué sonrisa! Como si su
corazón estuviera dibujado en ella y se lo ofreciera a cualquiera que se
digne a verla. Y, joder, a mi me tiembla el alma con esa forma de sus labios.
Deslizo mis dedos sobre ellos, carnosos, dulces, suaves, delicados…
Saben tan bien… Ella es tan real, tan llena de luz, tan… inalcanzable.
Ella sacude todo mi mundo poniéndolo del revés.
Le doy un pequeño pico en los labios y empiezo a darle besos por todas
partes, tan rápidos que hace que se encoja al sentirlos allí dónde los pongo,
carcajeándose. Su risa se adueña de toda la Cala y también de mi corazón.
Ahora me doy cuenta, con ella a mi lado, que siempre llega alguien que es
capaz de controlar los monstruos de tu mente con tan solo una sonrisa.
Sam es ese tipo de persona que cuando tienes el agua hasta el cuello hace
de bote salvavidas y va a por ti para evitar que te hundas de nuevo. Y tú te
subes a él, a ese salvavidas, sin dudarlo, sabiendo que todo llega cuando
tiene que llegar. Hay mil maneras de reconstruirte, de cerrar heridas… y
puede que seas capaz de hacerlo completamente solo en algún momento,
pero de repente, cuando sabes que ya no puedes más, miras al lado y la ves,
a esa persona que está ahí, que pudo aparecer de la nada pero que se ha
convertido en tu salvavidas y está dispuesta a soportar lo que sea contigo.

Minutos después la ayudo a reincorporarse. Permanecemos sentados en


la orilla, repletos de arena por todas partes. Y cuando digo por todas partes,
me refiero a todas.
Sé lo que le fascinan los atardeceres, así que decido quedarnos unos
minutos más aquí abajo. Contemplando el cielo, el mar… a ella.
Perdiéndome en su piel, sus ojos, sus labios… Esta pelirroja se merece que
le regalen el universo entero y dudo mucho de que yo pueda entregárselo.
—Deberías encontrar a alguien que te mire como tú miras los
atardeceres. No te conformes con menos, pelirroja. Mereces que te den lo
mismo que tú das.
Sam me mira con las mejillas aún teñidas de rojo. Le aparto varios
mechones que le caen por la cara y se los coloco tras la oreja. Ella me
sonríe, se pega más a mí y acomoda su cabeza en mi brazo.
No dice nada. Yo tampoco. Lo que le he dicho es cierto, debería
encontrar a alguien que la mire sabiendo que tiene ante sus ojos una chica
especial, una maravilla más de este mundo. Es más, ese alguien debe
entender que tiene a su propio mundo frente a él.
Después de lo que ha pasado apenas hemos hablado. Como siempre
nuestros silencios dicen mucho más que lo que podamos decir con palabras.
La sigo observando embelesado mientras ella lo hace con el anochecer,
cuando el crepúsculo ya ha teñido de violetas y azules el cielo.
—¿Vamos? —me levanto, tendiéndole la mano para ayudarla a hacer lo
mismo.
—¿Volvemos a casa?
—Todavía no. Tendrás hambre.
—¡Mucha! —sonríe.
—Pues en marcha.
Cogemos toda la ropa que habíamos dejado esparcida por la arena. Tan
solo me pongo los pantalones y le doy a Sam mi camiseta para que se la
ponga. Sin avisarla, vuelvo a cargarla a mi espalda y no porqué no sepa
subir por el sendero sino porque me gusta sentirla cerca y tener estos
detalles con ella es demasiado fácil. Creo que a Sam también le gusta
porque esta vez la noto más relajada.
Algunos minutos después estamos frente a la casa que preside el pequeño
acantilado.
Una vez que la suelto se encamina hacia la moto.
—¡Pelirroja! Por aquí… —le señalo la casa con un movimiento de
cabeza.
Ella frunce el ceño, extrañada.
—¿Erick…? —suelta a media voz para que nadie nos oiga, viendo que
me acerco hacia el gran portón de la villa.
Ha empezado a oscurecer y casi no se ve nada.
—¡Erick! —vuelve a llamarme. —¿Se puede saber qué estás haciendo?
—Entrar —Sam aparece por detrás, con toda la ropa entre sus brazos,
haciendo lo posible para tirar de mí.
—Mira, Erick, soy fan de disfrutar del momento, hacer las cosas como
vengan y todas esas historias, pero colarme en una casa y que nos pillen no
entra dentro de mis planes, ¿me has entendido? —cada vez está más
alterada.
Me giro y con ambas manos le sujeto la cara.
—Pelirroja… ¡Cálmate! —le planto un beso veloz. —Nadie va a colarse
en ningún lado —frunce mucho más el ceño sin entender nada.
Consigo dar con la llave, la meto en la cerradura y abro la puerta.
Cojo a Sam de la mano y tiro de ella. Entramos en la casa, enciendo
algunas luces y me planto en mitad del recibidor. De golpe, los recuerdos
me atacan y las voces y risas de unos críos correteando por todas las
habitaciones llegan a mis oídos en ese sonido lejano que se percibe débil y
confuso.
Suspiro y giro sobre mis talones hacia Sam, que me mira con cara de no
entender nada.
—Erick, ¿puedes explicarme que…?
—Viví aquí —suelto antes de que ella pueda terminar de preguntar.
—¿Viviste aquí? —abre los ojos de par en par. No sé si por el hecho de
saber ese dato o por ver lo que la rodea. Una casa lujosa, moderna, llena de
ventanales con vistas al mar y a los bosques.
—Sí. Era nuestra casa. Bueno, en realidad, lo sigue siendo, pero cuando
Marc falleció mi madre no podía seguir entre estas cuatro paredes. Este
lugar estaba repleto de recuerdos. Así pues, yo me largué con un par de
mudas y sin mirar atrás en cuanto pude y mi padre se llevó a mi madre. Ella
tampoco contemplaba la idea de vender esta casa. No podía vivir aquí
porque sus recuerdos le dolían pero ni imaginaba deshacerse de ella. Así
que mi padre contrató a alguien para que se pasara de vez en cuando por
aquí y la mantuviese intacta.
—Vaya… —Sam pasa por mi lado, observándolo todo. Las paredes
blancas, los suelos de madera, los sofás curvos en tonos claros, la mesa de
vidrio gigante que preside la zona del comedor. Toda la casa destila una
cromática neutra en toda la decoración salvo por algunos muebles en roble
con tinte oscuro que los hacen destacar de todo lo demás. Las lámparas con
bolas de vidrio están suspendidas a diferentes alturas en el hueco de la
escalera y la gran variedad de plantas verdes y palmeras se ven reflejadas a
través de los cristales. Siempre me gustó esta casa.
—Sígueme. —Capto su atención y la cojo nuevamente de la mano. Y sí,
lo hago porque ya echo de menos no rozar su piel.
—Puedes darte un baño —le digo una vez que subimos a la planta de
arriba y entramos en uno de los baños que hay en toda la casa.
Muy en sintonía con el resto de habitaciones.
—Mientras yo iré a por la cena.
Voy a soltarla cuando es ella la que me sujeta firme para que no lo haga.
Me observa durante unos segundos y se acerca a mí. Tiene que elevar un
poco la cabeza para hablarme desde su altura.
—Erick… ¿estás seguro de que quieres estar aquí? —se preocupa por mí.
Lo sé. Me lo ha dejado muy claro en numerosas ocasiones. También ha sido
ella la que me ha dicho tantas veces que tengo que afrontar mis miedos. Y
si ella está a mi lado, podré con todo.
—No hay otro lugar en el que quiera estar ahora mismo, pelirroja —la
atrapo por la cintura y la aferro a mí. Hundo mi mano en su densa melena,
sosteniéndola por la nuca y acerco mis labios a los suyos. No puedo dejar
de besarla. Creo que no podría parar aunque quisiera. —¿Y sí… pasamos
de la cena? —susurro contra su perfecta boca —Yo podría comerte a ti —
sonrío de esa forma que sé que tanto le gusta y ella se muerde el labio.
Joder. Cada vez es más difícil separarme de ella.
—Nada me gustaría más… pero… —apoya ambas manos en mi pecho y
lleva sus inmensos ojos hacia los míos —yo, con hambre, no puedo pensar
en nada más y la culpa es tuya por haberme traído hasta aquí y ahora te toca
satisfacer mis deseos primarios y así no morirme de hambre para, después,
poder concentrarme en otra cosa. Si no, haberlo pensando antes, tipo duro.
Me da por reír. Fuerte y calentándome el pecho. ¿Por qué me hace sentir
así?
—Llevas razón, —la aprieto más fuerte contra mí —no queremos que
dentro de unos meses, aparezca la policía por aquí y encuentre el cuerpo sin
vida de una pelirroja cuyo chico, que estaba loco por ella, no le dio de
comer como era debido.
—Humm… ¿Así que loco por ella, eh?
Pego mi frente a la suya, cerrando los ojos.
—No sé de qué hablas, pelirroja… yo no he dicho tal cosa.
Respondo chistoso con una media sonrisa dibujada en mis labios.
—Date ese baño. No tardaré. —Le doy un beso en la frente y salgo
disparado a por la moto.
43
ERICK

Cuando entro en la cocina encuentro a Samy con el pelo mojado, una


camiseta limpia que seguramente haya encontrado por ahí, con una canción
de Morat que suena desde su móvil a todo volumen, danzando por toda la
estancia, cantando a pleno pulmón y rebuscando por todos los armarios de
la cocina. ¿Qué espera encontrar? Llevan años vacíos.
Dado que no se ha dado cuenta de que estoy aquí, opto por deleitarme la
vista un instante.
Ella es esa clase de chica loca que ríe, que llora, que baila, que se
emociona, que canta, que sonríe como si mañana ya no pudiera hacerlo y
que…se ve jodidamente preciosa.
Pensé que me olvidaría de ella a la semana de haberla conocido y mírame
ahora, no hago otra que pensar en ella, que querer estar con ella, que querer
besarla, tocarla…
Sonrío ante esta imagen. Y, en parte, lo hago porque ella me ha enseñado.
Está claro que no es porque ahora mi vida vaya genial, dista mucho de serlo
aún, pero todo es empezar. Y lo hago porque me ha hecho ver que llevo
demasiado tiempo triste. Y me he cansado. Estoy harto de buscar culpables,
incluso creyéndome uno de ellos. No sé si conseguiré deshacerme de esta
sensación nunca. De esa tragedia que cargaré siempre en mi consciencia.
Pero tengo que intentarlo.
Me acerco a ella sin hacer ruido, dejo las bolsas sobre la isla y la
atrapo entre mis brazos.
Pega un grito que acallo cuando la beso. Ya dije antes que es algo que
haría sin parar.
—¡Idiota!¡Me has asustado! —me da un golpe en el hombro.
—Estás loca, ¿lo sabes? —murmuro contra sus labios.
—Bendita locura, entonces —tuerce el gesto, entornando los ojos y
dándome golpecitos en el pecho con un dedo —porque los locos, tipo duro,
alcanzamos alturas que solo los sueños pueden superar —sonríe complacida
por su respuesta.
Y está claro que ella es como ese sueño. Ese del que me da miedo
despertarme y desaparezca de mi lado.
—¿Se puede saber qué estabas buscando?
—Pues… algo para picar.
—Pelirroja, la casa lleva años vacía… —la miro con un cariño
desmesurado —y si hubiese algo, créeme, así sí que morirías —elevo las
comisuras hacia arriba al observarla. Es lo más adorable que he visto jamás.
—Es que tenía hambre… —intenta excusarse.
—En ese caso… mira lo que he traído —señalo las bolsas.
—¿Hamburguesas? —abre los ojos, feliz.
—Con patatas —añado.
Sam se suelta de mi agarre y se abalanza sobre las bolsas. Introduciendo
una mano en la que están las patatas saca varias en un puñado y se las lleva
a la boca.
—Ummm —suelta, con los mofletes hinchados y riéndose.
Sigue rebuscando y se le ilumina la cara al descubrir algo.
—Sí, también he traído gominolas —aclaro cuando saca del interior una
bolsita de plástico repleta de ellas.
—¡Me encantan! —abre tanto los ojos que me da por reír.
Un poquito de felicidad se implanta en mi pecho, calentándome por
dentro.
Y que bien sienta.

Mientras ella preparaba todo en la terraza me he dado una ducha rápida,


pues aún seguía repleto de arena y salitre.
Nos acomodamos en uno de los sofás del exterior, dónde durante el día se
puede disfrutar de las vistas al mar turquesa pero que, ahora, con la
oscuridad podemos ser partícipes del manto de estrellas que nos cubre,
rodeados de pequeñas lucecitas que mi madre colocó en su día aquí fuera
para darle un aspecto más romántico y cálido a esta parte de la villa.
Durante varias horas comemos con música de fondo. Sam me confiesa
que no puede vivir sin ella, que siempre encuentra una canción para cada
momento. Lo que me hace recordar a Marc. Son tan parecidos en algunas
cosas…
Nos reímos sin parar. Hablamos mucho, sobre todo ella. Sam sigue
contándome cosas sobre su familia, lo que me hace tener cada vez más
curiosidad por ellos y sienta la necesidad de conocerlos.
No sé cómo, pero acabamos recostados sobre el gran sofá, tapados con
una fina manta. Con la luz de la luna y de las pequeñas bombillas que
cuelgan derramándose sobre ella. Sam se ha colocado bajo mi brazo, justo
en el hueco de mi costado, con su mejilla apoyada en mi pecho. Extasiada
por la cantidad de estrellas que se ven desde aquí. Apreciándolas y
señalándome de vez en cuando aquello que la maravilla. Yo, acaricio su
pelo, hundiendo mis dedos entre los mechones rojizos y suaves.
Deslumbrado por ella, por la luz que irradia, pero sinceramente, con miedo.
Miedo a que lo que estemos viviendo aquí hoy se quede en este lugar
cuando nos marchemos.
—Llevabas razón, pelirroja.
—Llevo razón en muchas cosas, tipo duro. ¿Podrías ser más concreto? —
la pellizco para hacerla rabiar. Es una listilla. Es mi chica lista.
—Sobre que los veranos esconden muchas historias.
—Vaya, vaya… así que me das la razón ¿eh? ¿Qué ha sido del tipo duro,
frío, arrogante y creído que conocí en aquel avión?
Sam se reincorpora para, inmediatamente después, subirse sobre mí. A
horcajadas y llevando sus brazos alrededor de mi cuello. Anclo mis manos
en sus caderas, fuerte y firme, porque no me esperaba que hiciese esto pero
ahora que la tengo sobre mí no quiero que se aparte. Así que la aprieto con
fuerza, la justa para que entienda que está en el sitio donde quiero que esté.
Que no la quiero perder. Nunca. Sin embargo, no creo tener lo que ella
verdaderamente necesita.
Y vuelve el miedo. El de creer que no me merezco nada de esto y no sé si
seré capaz de hacerla feliz.
Paseo mis manos por su espalda, mientras ella me observa y me echa el
flequillo hacia atrás en un movimiento dulce.
—Pelirroja…
—Tipo duro… —suspiro ante lo que voy a decirle. Igual que le dije horas
antes contemplando el atardecer. Algo que disfrazado de la forma en que se
lo planteo sea capaz de entender sin necesidad de lastimarla. Yo sé que la
quiero a mi lado, pero… no la merezco. Ella es demasiado amor para un
ego tan podrido como el mío. Es mucha mujer dentro de una joven para un
egoísta innato. Su alma es tan hermosa… que aún así siente algo por mí
cuando en el fondo ella misma sabe que quererme le dolerá.
—Deberías quedarte con quién te mire como si fueras la última estrella
en el cielo, pelirroja. Deberías…
—Erick ¡basta! Sé lo que estás haciendo, no soy tonta. Ahora aquí, antes
allí abajo en la orilla…
Aprieto la mandíbula y bajo la mirada. Pensando. Dándole mil vueltas a
la cabeza, a los pensamientos, a todo lo que ha ocurrido en los últimos
meses. A ella.
—Mírame, Erick —levanta mi barbilla con sus manos. —No lo vas
conseguir, ¿me oyes? —busca mi mirada. —Esa persona que debería
encontrar y con la que tendría que quedarme porque me mira igual que yo
miro un atardecer y como si yo fuera la última estrella en el cielo… eres tú.
Ahora es ella quien me besa. Y lo hace con fuerza, con ganas,
revolucionando todo dentro de mí, haciendo que me olvide de mis propios
pensamientos para, solamente, pensar en ella, en lo jodidamente bien que
huele, en lo bien que sabe, en lo suave que es su piel bajo el tacto de mis
dedos que se han colado bajo su camiseta.
Joder, esto se complica por momentos.
Se detiene y vuelve a mirarme con esa manera de sonreír, así que no me
queda más remedio que coger su cara con mis manos y volver a besarla.
Todo mi cuerpo se calienta y a estas alturas es muy difícil esconder lo
que Sam provoca en mí. En cómo reacciono al tenerla sobre mí, besándola,
tocándola y sintiéndola.
Me obligo a parar.
—Pelirroja… ¿qué es lo que quieres? —la observo con mi mirada más
primitiva. —Si seguimos así me va a costar detenerme y no quiero que
pienses que…
—Quiero estar contigo… ahora —murmura con la voz más sexi, dulce y
llena de seguridad que he escuchado en mi vida. Y ese «estar contigo» está
repleto de un millón de fantasías que estoy dispuesto a concederle.
44
SAMY

Erick se levanta de una forma tan rápida y ágil que nadie diría que lo
hace cargando conmigo con sus fuertes manos sosteniéndome por los
muslos y agarrada a su cuello, con mis piernas alrededor de su cuerpo. El
espacio que tenemos que recorrer hacia donde quiera llevarme no es
precisamente corto, pero él tiene claro nuestro destino y no pierde el
tiempo. En realidad podríamos habernos quedado donde estábamos. Sin
embargo, por alguna razón, él ha optado por cambiar de lugar.
Sube las escaleras y, de nuevo, lo hace sin el más mínimo esfuerzo, como
si no le costara nada cargar con mi peso.
Entramos en una habitación, deduciendo que tuvo que ser la suya tiempo
atrás, y me tumba en la cama. Estoy bajo su cuerpo y él queda apoyado
sobre mí, ligeramente levantado con sus brazos flanqueando mi cabeza en
el colchón.
Mechones de su pelo le caen por la frente. Tiene los labios entreabiertos
y respira agitado mientras lleva sus ojos a mi boca, humedeciéndose el
inferior con la lengua. Si vuelve a hacer eso creo que no podré resistirme
más y me abalanzaré sobre él cual depredadora. Aún así, intento ser
paciente. Tomármelo con calma, porque es la primera vez que me siento así.
Hago lo único que soy capaz de hacer. Llevo mis manos al final de su
camiseta y con un movimiento suave tiro de ella para quitársela. Sus
hombros se tensan y con ellos todo su cuerpo. Erick vuelve a tener tu torso
desnudo ante mí y me cuesta respirar.
Me dejo llevar por todas estas sensaciones nuevas para mí.
Lo empujo para que ahora sea él quien quede bajo mía, con mis rodillas a
ambos lados de sus caderas. Me muero por besarlo, por tocarlo y que él
haga lo mismo conmigo. Me puede la impaciencia, las ganas, el deseo, pero
también quiero que entienda que este momento es especial, que es único,
que somos él y yo, que lo somos TODO, que acepto tal y como es y me
gusta así. Quiero que entienda que no me importa su pasado, por lo que
tuvo que pasar, las decisiones que tomó, lo que hiciera, lo que él piensa de
sí mismo… No me importa nada. Y se lo demuestro de la única forma que
sé. Acariciando cada tramo de tinta que tiene en su piel sabiendo lo que
significa para él. Dejando un pequeño reguero de besos suaves allí donde
poso mis labios, con su pecho subiendo y bajando por la respiración, con
los dedos de Erick apretándome más los muslos desnudos, hasta que
alcanzo uno de sus tatuajes, en la zona exacta donde me he dado cuenta mil
y una vez que nadie ha llegado a tocar. Justo cuando voy a besarlo ahí,
Erick me agarra y vuelve a tumbarme bajo él, llevando mis brazos hacia
arriba de mi cabeza y uniendo mis muñecas con tan solo una mano,
mientras que con la otra empieza a acariciar mi costado. No aparta su
mirada de la mía. Como si necesitase tenerme a la vista en todo momento
por miedo a que desaparezca.
—Erick, puedes confiar en mí… no voy a hacerte daño.
—Lo sé, pero… todo a su debido tiempo, pelirroja.
Nos miramos unos segundos y dejo que atrape mi sonrisa.
—Quiero que me beses.
—Y yo quiero besarte, pero… Sam, ¿de verdad quieres esto? —que me
llame así indica que solo quiere lo mejor para mí, que se preocupa y que
todo lo demás no importa.
Quiero ser franca con él. Y también conmigo misma, por si al final
sucede lo que tanto deseamos y no resulta ser cómo esperamos.
—Verás… —y esa simple palabra le hace fruncir el ceño por si lo que le
voy a decir no es lo que espera oír —quiero ser sincera contigo, Erick.
—Puedes contarme lo que sea.
—Quizá esperes mucho más de mí si seguimos con esto…Quiero decir
que… a ver, —me estoy poniendo más nerviosa de lo que imaginaba —mi
vida sexual no ha sido precisamente fuegos artificiales ni nada por el estilo.
—Frunce el ceño mucho más porque no sabe por dónde voy—. No, no soy
virgen si es lo que te estás preguntando.
—Eso me daría igual, pelirroja. Al igual que me da igual lo que hayas
hecho antes de conocerme.
—Cállate y escucha, Erick. Cuando te lo cuente podrás decidir qué hacer.
—Está bien. Continúa.
—Perdí la virginidad con un chico de mi clase. Ambos éramos inexpertos
y fue una experiencia deprimente, la verdad. Después de aquello conocí a
otro chico. Estuvimos saliendo un tiempo y finalmente nos acostamos. Fue
otro desastre. Además aquel chico me humilló de una manera cruel, puede
que influenciado por sus amigos, pues en plena adolescencia uno no sabe ni
lo que quiere y tan solo quiere alardear de conquistas. Me costó confiar en
nadie más. Tiempo después, apareció Paul. En su momento no creí estar
segura de querer llegar a nada más con él, aunque en algún momento borró
el rastro de la anterior humillación. Hasta que él implantó una nueva y todo
lo que creía olvidado apareció de nuevo, pero con más poder sobre mí. Me
creí por completo que la responsable era yo y pensaba que nadie disfrutaría
conmigo en este aspecto. Con él, todas las veces fueron torpes y sin chispa.
Siempre fue un egoísta en la forma de tratarme y yo misma me obligaba a
fingir por no querer escuchar lo que él tenía que decirme después, para no
hacerlo sentir mal a él. No sentía la pasión que se debía sentir sobre eso que
el mundo exagera y nos ha vendido en cuanto al sexo. Me hicieron sentir
tantas veces insuficiente que ahora me cuesta creer que alguien pueda
elegirme. Te cuento esto, Erick, porque tienes derecho a disfrutar de un
momento así y por más que me muera de ganas de poder ser yo quien te lo
ofrezca no estoy segura de poder dártelo.
—¡Cállate tú ahora, pelirroja! —pone sus dedos contra mis labios para
que lo obedezca. —Estás loca si piensas que no eres capaz de darme lo que
deseo. Yo solo necesito saber una cosa.
—¿El qué?
—¿Estás segura de que quieres estar conmigo?
—Nunca he estado más segura de nada.
—Pues entonces, pelirroja, deja de pensar tanto porque voy a hacer que
toques el cielo con tus propias manos.
Su sonrisa de canalla se dibuja en su cara, ensanchándose cada vez más,
convirtiéndose en un hombre más guapo, más atractivo y más sexi si cabe.
Pero también más cariñoso, más atento, más dulce…
Erick crea un ambiente mágico a nuestro alrededor. Me acaricia, me besa,
me susurra cosas al oído.
—Eres la chica más preciosa y sexi que ha existido jamás y quién te
dijese lo contrario es que es un auténtico gilipollas.
Me da por reír mientras me besa por el cuello, la mandíbula, los labios.
Con delicadeza me quita la camiseta y, ahora sí, me quedo totalmente
expuesta ante él. Me mira fascinado ante mi desnudez. Viniendo de otra
persona pensaría que miente con esa reacción, pero desde que conocí a
Erick he sabido leer en su mirada y sé que sus ojos no me engañan.
Coloco mis manos en su nuca para atraerlo y, básicamente, besarlo de
nuevo.
Erick empieza a acariciarme como lo hizo en la playa. De tal forma que
siento el corazón bombear a toda velocidad, martilleándome los oídos,
haciendo que lo quiera todo de él. Sus cálidas manos multiplican el deseo
por mil. No puedo pensar con claridad porque hace que me nuble la mente.
Sigue diciéndome al oído lo perfecta que soy mientras sus dedos llegan a
todos los puntos de mi cuerpo. Demostrándome, como hizo horas antes, que
puedo disfrutar perfectamente de estos momentos, siempre que sea él quien
me los proporcione.
No puedo describir lo bien que me hace sentir porque me va a explotar la
maldita cabeza.
Minutos después todo mi cuerpo se tensa bajo su mirada satisfecha y de
tipo duro, dedicándome esa sonrisa canalla que tanto me gusta.
—Si piensas que esto se ha terminado es que estás muy equivocada.
45
ERICK

Consigo quitarme la poca ropa que me queda, lanzándola a cualquier


parte de la habitación.
Tengo a Sam tumbada en la cama, a mi merced. Su desnudez hace que
necesite coger mucho aire porque, francamente, ella entera es un autentico
espectáculo. Intento grabarme la escena en las retinas, memorizar cada
parte de la pelirroja. Me acomodo sobre ella despacio. Necesito disfrutarla
al máximo, sin prisas. Tocarla bien y hacerla entender que todo esto es real.
Y quiero que ella disfrute de mí. Llevo mis labios a los suyos, dulces y con
un ligero sabor a gominola de cereza. La beso por todas partes. Y cuando
digo todas partes, es en todas. Haciendo un recorrido por cada trozo de su
piel. En el cuello, la clavícula, el pecho, el vientre, entre las piernas… Sam
se estremece y yo noto como si acabase de encender un fuego en mi
interior. Uno que hasta ahora no me había dado cuenta que permanecía
apagado.
—Mírame, Sam, por favor. —Sé que se siente algo avergonzada por creer
que no puede hacerme sentir como yo a ella, por eso cierra los ojos. Al
sincerarse conmigo cuando me ha contado todo eso y al igual que yo mismo
percibí tumbados en la arena, sé que nadie la ha tocado de esta forma, que
nunca ha sentido nada parecido con ningún otro hombre. Ni siquiera con
ese cabronazo que hace nada era su novio y que no sabe lo que ha perdido.
Y ahora, yo voy a ser el primero que le va a dar eso. Ese placer.
El primero, y por alguna extraña razón, deseo ser el último.
Me obedece y sus ojos se clavan en los míos. En este momento mi
mundo se detiene en ella. Nada más importa. Solo quiero tenerla a mi lado.
Cuidarla. Protegerla. Dárselo todo. Hacerla feliz.
—¿Sigues estando segura de esto? —asiente numerosas veces,
convencida, ansiosa por querer más y con sus pupilas ardiendo en llamas.
Lo desea tanto como yo. Eso es lo que me gusta de Sam, que es
transparente. Es real. Es única.
Después de hacerla disfrutar, de llevarla al extremo, de sentirla con mis
manos… por fin, me hundo en ella.
Y joder…
Clava sus uñas en mi espalda y emite un sonido que la hace aún más
tentadora. Encajamos a la perfección. Me envuelve con sus piernas y me
muevo sobre ella todo lo despacio que puedo, pero me resulta casi
imposible. He tenido sexo con otras chicas, pero era sexo vacío. Búsqueda
primitiva del placer. Así me sentía, vacío. Sin embargo, con ella cobra todo
el sentido del mundo. Va mucho más allá. Siendo el comienzo de algo que
me aprieta el pecho y le quita todo el aire a mis pulmones.
Los siguientes minutos son un interludio de gemidos, sonrisas, lenguas,
besos, sudor… Intento hacerla sentir como si fuera la primera vez que un
hombre la toca, dándole la confianza que se merece. Sé perfectamente cómo
debo besarla, cómo debo tocarla.
Los movimientos cobran otro ritmo, más efusivos, más salvajes, más
ansiosos. Sam atrapa su labio inferior con los dientes, apenas dura un
segundo, y ese gesto sexi combinado con su sonrisa se cuela en todos mis
huesos.
¡Queremos más!
Experimentamos el placer en estado puro volviéndonos locos. Nuestros
alientos se mezclan en el reducido espacio que hay entre nuestras bocas.
¡Sam es lo mejor que he probado en mi vida!
El placer comienza a instalarse en cada parte de mi cuerpo. Sus manos
recorren mi espalda, anclándose después en mis bíceps, mientras las mías
marcan el ritmo que seguimos los dos.
Sam es el maldito paraíso.
Mi propio paraíso.
Nuestros cuerpos arden.
—¿Has visto lo que me haces? —murmuro en su oído.
Quiero que entienda que es ella quien ha hecho esto, lo que provoca en
mí, y que nadie tiene derecho a hacerle creer lo contrario porque si ella
quiere puede ser poderosa.
—Erick… —gime. Lo que me insta a seguir con el ritmo pues el placer la
llenará por completo en pocos segundos.
Al igual que a mí.
Sigo moviéndome, disfrutando de sus gemidos, de los míos… hasta que
el clímax nos alcanza a ambos.
Y no hace falta que me diga que ha llegado a tocar el cielo con sus manos
porque yo lo he hecho con ella.

Esta mañana sabe distinta a las demás. Aún adormecido soy consciente
del aroma dulce que me rodea. Su pelo me hace cosquillas bajo mi mentón.
Su delgado brazo descansa sobre mi abdomen y su pierna engancha mi
muslo. Parpadeo varias veces y poco a poco voy acostumbrándome a la luz
que entra por el ventanal.
Veo a Sam acurrucada junto a mí. Yo la sujeto fuerte contra mi costado.
Giro la cabeza hacia la mesilla de noche buscando el móvil para ver qué
hora es. Pero ni siquiera sé dónde lo dejé y realmente me da exactamente
igual la hora que sea. Queda bastante claro que no es a la que suelo
levantarme, al igual que la noche tampoco ha sido cómo las que suelo tener.
Nada de pesadillas, nada de ansiedad, nada de miedo, nada de oscuridad…
Solo ella.
A mi lado.
Y me siento bien.
Jodidamente bien.
Las pocas horas que he dormido, lo he hecho como un crío pequeño. Es
casi imposible imaginar que la pelirroja sea ese alguien que me da tanta paz
que tan solo con estar rodeado por sus brazos me relaja, la ansiedad se
vuelve diminuta y el amor parece ser tan puro que se transforma en eso que
tanto anhelaba; tranquilidad. Con Sam tengo la sensación que siempre
tendré la dosis perfecta entre la locura y la paz.
Vuelvo a observarla. Mechones de su rebelde pelo rojizo caen por su
cara. Los aparto con cuidado hacia atrás para apreciar esas constelaciones
de pecas casi inapreciables que tanto me gustan.
—Mmmmmm —emite un sonido ronco demasiado dulce y sexi. —
¿Tenemos que levantarnos ya? —consigue decir con los ojos cerrados.
—Podemos quedarnos aquí todo el tiempo que quieras, pelirroja.
—Perfecto —me abraza contra ella. Abre los ojos y lleva su mirada a la
mía, que ya la esperaba.
—Buenos días, tipo duro.
—Buenos días, pelirroja. ¿Te encuentras bien? —sus mejillas se tiñen de
rojo por el rubor.
—Más que bien —se tapa la cara con la mano, muerta de vergüenza. —
No me puedo creer que hiciéramos todo eso anoche.
La entiendo. Tras el primer asalto, vinieron algunos más. Fue una noche
increíble. En todos los sentidos.
—Si quieres podemos repetirlo… —me coloco sobre ella y la beso.
—Dios, Erick… —vuelve a cubrirse la cara con sus manos —no sé si me
merezco todo esto que me haces sentir.
Las aparto y la miro fijamente.
—No te mereces esto, pelirroja. Te mereces el mundo entero.
46
SAMY

¡Madre mía! Lo que Erick me hace sentir es una auténtica locura. Nunca
me había sentido así. Todo es tan irreal. Tan extraño. Tan mágico.
Sé que estos momentos van a terminar porque debemos volver a la
realidad, al mundo real… y no quiero porque temo que se acabe.
No sé lo que estoy sintiendo por Erick. No quiero precipitarme para
llevarme un chasco después. Tampoco quiero que se vea forzado a nada
conmigo. Por eso me digo a mí misma que voy a disfrutar de lo que sea que
haya entre los dos como venga. Sin pensar demasiado. Dejándome llevar.
Haber estado así con Erick ha sido maravilloso. Nadie me había hecho
sentir de este modo. Nunca, repito, nunca me he sentido así.
Tras otro asalto de buena mañana y que me deja tan dolorida que no sé si
podré levantarme de esta cama, Erick me obliga a salir de ella para bajar a
desayunar.
Una vez que estamos en la cocina, Erick empieza a sacar dulces, leche y
café de otra de las bolsas que trajo anoche.
Está claro que yo estaba tan muerta de hambre que solo vi las
hamburguesas, pero él pensó en todo sabiendo que por la mañana seguiría
hambrienta. Lo que me hace sonreír ante la situación.
Está de espaldas a mí, preparando el café, vestido tan solo con sus jeans
que le caen demasiado tentadores sobre sus caderas. Creo que no me
cansaré nunca de ver su torso desnudo, tan firme, tan duro, tan
perfectamente esculpido como una estatua romana. Me deleito con su físico
mientras me llevo un trozo del muffin de chocolate que he sacado de la caja
en la que estaban guardados.
Me acerco por detrás y lo abrazo. Apoyo mi manos sobre su pecho
tatuado. Justo en esa zona donde anoche no quiso que lo tocase. En cuanto
lo hago me arrepiento, porque sinceramente no sé qué significará esto para
él, pero yo no puedo ocultarlo. Siempre he sido una chica que hace lo que
siente, lo que se le pasa por la cabeza. Y me apetecía hacerlo, no puedo
remediarlo.
Las veces que Erick se ha mostrado cariñoso conmigo ha sido porque él
ha dado el paso, así que pienso que ante mi abrazo me apartará.
Sin embargo, lo que hace me obliga a dibujar una amplia sonrisa en mis
labios. Se gira, apoya sus caderas en la piedra de mármol y me rodea la
cintura con sus brazos.
No decimos nada, como siempre que queremos decírnoslo todo. Así son
nuestros silencios. Están llenos de deseos. Porque… ¿quién dijo que se
necesitan palabras para expresar sentimientos? ¿Acaso nunca se ha sentido
el poder de una mirada? ¿O lo deslumbrante que puede llegar a ser una
sonrisa genuina?
Nos perdemos durante unos segundos en la mirada del otro.
¿Cómo es posible que la suya siga siendo fría, pero me caliente tanto por
dentro?
Bajo la vista hacia todos esos dibujos tintados en su piel. Los acaricio
con los dedos, haciendo un lento recorrido. Uno a uno.
Erick sigue rodeándome con sus firmes brazos cuando me habla y, al fin,
se abre en canal ante mi.
—Solo quería que acabase el dolor. Mi dolor. Los humanos somos
complicados… Nos creemos mentiras piadosas sabiendo cuales son las
verdades dolorosas que hacen esas mentiras tan necesarias.
Tuerzo el gesto ante sus palabras, queriendo desmentir eso, pero me
obligo a callar y dejar que se exprese.
—La noche en que Marc murió, yo iba a una fiesta. Era joven. Mi padre
demostró una vez más el monstruo que era con mi madre y estaba harto de
que ella no hiciera nada al respecto. Quería largarme de allí y lo hice.
¿Tendría que haber encarado a mi padre y no permitir que siguiera tratando
así a mi madre? Sí. Pero ya lo hice miles de veces. Una vez hasta pasé la
noche en un calabozo porque lo golpeé mucho más fuerte de lo que él pudo
hacerlo con mi ella. Acabó con la nariz rota y alguna costilla fracturada. El
muy cabrón hizo que me arrestaran y así darme un escarmiento. Mi madre
siguió defendiéndolo porque estaba, está, ciega y mi padre me dejó muy
claro que no tenía ningún derecho a meterme en su matrimonio. Si lo volvía
a hacer ya se encargaría de jodernos la vida a mí y a mi hermano. Por lo
tanto me subí al coche. Sin embargo, antes de arrancar apareció mi hermano
abriendo de golpe la puerta y colándose en el interior. Quiso ir conmigo a
aquella fiesta. Le dije que no, que era un crío. Tan solo tenía dieciséis años
recién cumplidos y la fiesta a la que asistiría no era para un niño de su edad.
Sin embargo, vi el dolor en su mirada si se quedaba bajo ese techo con el
monstruo de mi padre. Desde que era un bebé lo protegí para que no se
diera cuenta de quién era él. Hasta que creció y ya no pude ocultarlo más.
Acepté que viniera conmigo. Fuimos a esa maldita fiesta. Yo me obligué a
no beber para poder conducir a la vuelta y regresar a casa con Marc; sanos y
salvos.
Percibo como aprieta tanto la mandíbula y cómo sus ojos se anegan de
lágrimas al recordar.
—Era bien entrada la madrugada cuando decidimos marcharnos. Nos lo
pasamos bien. Sobre todo él. Yo, más bien, estuve todo el rato pendiente de
Marc para que no se metiera en ningún lío, pero lo vi feliz. Fue cuando creí
que había hecho bien en llevármelo.
—Iba conduciendo, escuchando a Marc hablar sobre algo que le había
dicho un tío que había en la fiesta. Algo sobre música y que tenía talento,
que le auguraba un futuro increíble si seguía por ese camino. Desvié unos
segundos la mirada para observarlo. Quería ver la felicidad implantada en
su cara y las chispas en sus ojos. Solo fueron un par de segundos…
Erick suspira y se toma un momento para continuar. Yo sigo sin decir
nada porque sé que ahora mismo lo que necesita es soltar lo que siente.
—Lo siguiente que recuerdo son unos faros que se cernían sobre nosotros
invadiendo nuestro carril, la voz en grito de mi hermano pronunciando mi
nombre, un golpe y un destello blanco. Cuando fui consciente de lo que
ocurrió, yo estaba repleto de sangre, con un trozo de hierro que atravesó la
luna delantera clavado en mi pecho —se toca el tatuaje que ahora sé que
cubre una cicatriz —y el cuerpo sin vida de mi hermano pequeño justo a mi
lado.
¡Dios! Las lágrimas salen a borbotones de mis ojos. No las puedo
controlar. El dolor que debió sentir.
—Lo de después… —le cuesta encontrar las palabras—. Yo estaba
tumbado en una cama de hospital, salí de la operación con todos mis
órganos intactos. Me recuperaría sin problema. —Suelta el aire retenido. —
Mi padre apareció cuando desperté de la anestesia, apenas recuerdo casi
nada porque estaba drogado por la medicación, pero esas palabras no las
olvidaré jamás. «Todo esto ha sido culpa tuya. Tu hermano ha muerto por tu
culpa y cargarás con ello de por vida. Acabas de destrozarle la vida a tu
madre».
No me lo puedo creer. ¿Quién le hace eso a su hijo? Fue un maldito
accidente. Erick también perdió a quién más quería.
—Lo que vino después ya lo sabes. El alcohol, las drogas…
Probablemente, si ese monstruo no hubiese tratado así a nuestra madre,
Marc, no hubiera querido escapar conmigo aquella noche. El caso es que
ocurrió y ahora soy yo quien carga con esa culpa. Un día decidí tapar esa
herida con tinta. Dibujando aquí, —coge mi mano para llevarla sobre el
dibujo —lo que Marc era para mí. Un corazón que dejó de latir y otro que
se rompió aquella maldita noche. Lo jodí todo y aún sufro las consecuencias
de ello. Cargaré con ese peso de por vida.
Si anoche acariciaba y besaba cada uno de sus tatuajes con mimo, ahora
lo hago mucho más, porque sé lo que significan para él. Lleva los sueños y
anhelos de su hermano tatuados en su piel, sin entender que su hermano
vivirá siempre en su corazón, pese a que se niegue a sentir amor.
—Erick, tú no eres lo que te hicieron, te dijeron o te hicieron creer… fue
un accidente y no tienes la culpa. Tú querías protegerlo…
—Pero no lo hice y ahora está muerto. Por eso me negué a ir al
cementerio tantas veces… Todavía me aferro a todo lo que está muerto y se
ha ido. No quiero despedirme porque pienso que en ese caso sí se irá para
siempre… Desde entonces rompo todo lo que toco. No soy una persona que
pueda ofrecer amor…lo perdí todo el día que me dejó. Por eso no soy la
persona que te conviene, pelirroja.
Intenta separarse de mí, pero lo impido. Lo mantengo todo lo cerca de mí
que puedo. Y sé que en el fondo él quiere lo mismo, porque si se lo
propusiera me apartaría sin ningún problema.
No sé qué decirle para que lo vea de otro modo, para que no siga
haciéndose esto…
—Deja que decida yo eso, ¿de acuerdo? —aprieta la mandíbula. —
¿Recuerdas anoche cuando mirábamos las estrellas? —busco su mirada—.
Piensa que ahora él está allí, observándote. Seguirá estando contigo siempre
y cuando tú sigas manteniéndolo vivo aquí —poso la palma de mi mano
sobre el lado izquierdo de su pecho —y, además, ahora está en las estrellas
y cada vez que mires hacia ellas él estará allí, observándote y esperándote.
Mientras tanto, no tienes que sentirte solo aquí, Erick, entre el cielo y el
infierno…
—¿Y si es eso lo que quiero realmente? Estar solo.
—Lo dudo mucho. Nadie quiere estar solo. Si realmente lo quisieras no
estarías aquí conmigo… La vida es impredecible y cambia cuando menos te
lo esperas. Déjate llevar, Erick. Tener miedo a amar por tener miedo a sufrir
es como tener miedo a vivir porque vamos a morir.
Sus ojos se quedan clavados en los míos. Soy consciente de que se le
estará pasando un millón de pensamientos por la cabeza y que, obviamente,
necesitará tiempo para sanar. Pero que no se haya separado aún de mí me
demuestra que al menos está dispuesto a intentarlo. Está dispuesto a seguir
viviendo.
—Un día alguien me contó que cuando los japoneses reparan un objeto
roto, rellenan cada grieta dañada con oro. Creen que cuando algo se hace
pedazos o ha sufrido algún daño y tiene una historia, se vuelve más bonito y
valioso de lo que era… A eso se le llama Kintsugi. Ojalá después de
rompernos hiciéramos Kintsugi por dentro, en nuestra alma.
Erick me acaricia el rostro que aún sigue húmedo por las lágrimas que se
me han escapado al escuchar su historia.
Desliza con delicadeza sus nudillos por mi mejilla y sonríe.
—En ese caso, pelirroja, tú eres mi Kintsugi.
—Wow, eso quiere decir que, entonces, soy como el oro. —respondo
chistosa.
—Eres mucho más que eso, pelirroja.
Sonrío y decido cambiar de tema para no verlo triste. Hacerlo feliz
nuevamente.
—¿Sabes?, deberías probar ese muffin… —con un movimiento de cabeza
le señalo el trozo que hay tras nuestra, sobre la isla.
—¿Sí? ¿Tan rico está?
Asiento varias veces, mordiéndome la cara interna de la mejilla.
—Delicioso.
—Pues entonces sí debería probarlo —ahora le brilla la mirada.
Erick me suelta para sostener mi cara entre sus manos y sin esperarlo me
regala un beso maravilloso. Un beso que me remueve todo por dentro, otra
vez. Un beso que me hace gemir al sentir su lengua caliente en cada rincón
de mi boca.
Un beso que me demuestra lo que yo provoco en él. Un beso largo y
placentero.
Hasta que sonríe en mitad de este beso y a mí se me escapa un nuevo
gemido al saborear sus labios junto al dulce del bizcocho.
—Ummmm —sin duda, el mejor sabor del mundo.
Y un tirón se adueña de mis entrañas.
Creo que nunca he sido tan feliz.
47
SAMY

Después de varios besos que ojalá no hubiesen terminado nunca, Erick


se ha despedido de mí y se ha marchado diciéndome que debía hacer algo
importante. No me ha hecho falta saber a qué se refería porque, como digo,
he llegado a conocer a Erick de una manera increíble. Sé que después de su
confesión de esta mañana necesita tiempo para él.
Abro la puerta de casa y lo que me encuentro me pilla tan de sorpresa que
me hace dar saltos de alegría.
—¡Mamá, papá…! ¿Se puede saber qué hacéis aquí? —me abalanzo
sobre ellos para abrazarlos.
—Hola, cariño —me acaricia mi padre mientras sigo perdida entre sus
brazos.
—Te echábamos de menos y a tu padre le han dado vacaciones, así que
decidimos pasar unos días aquí, contigo.
—Queríamos darte una sorpresa. ¿Te parece bien, chata? —mi padre
pone una cara extraña por si su plan no me parece el más apropiado.
—¡Pues claro que sí! —los vuelvo a abrazar. —¡Os echaba de menos!
—Eh, yo también existo —oigo a mi hermano que está sentado detrás
jugando con la maquinita —pongo los ojos en blanco porque no sea capaz
de soltar ese trasto ni cuando me ha visto aparecer.
—¡Hola, peque! —me acerco a él y le revuelvo el pelo.
Maca y Beatriz aparecen enseguida en el salón con un par de bandejas
repletas de pastas y tazas de café.
En cuanto Maca me ve, se acerca y cuchichea en mi oído.
—Samantha María, ni por asomo te creas que te vas a librar de contarme
todo —me señala con el dedo. Anoche les mandé a las chicas un mensaje
explicándole la situación un poco, así que supongo que se quedaron con
ganas de saber más. Pero ahora no es el momento.
—Shhhh. ¡Cállate y no seas impaciente! Después te cuento —susurro.
—¡Mas te vale! ¿Me oyes!
—¡Que síííí! —sonrío, ruborizada. —Mamá, ¿y Bárbara? —pregunto por
mi hermana.
En el momento en que la menciono aparece en la estancia con mi cuñado
al lado y regalándole pequeños masajes circulares en la espalda. La verdad
es que la pobre tiene muy mala cara.
—¡Bárbara! —me acerco a ella—. ¿Te encuentras bien?
—¡Hola, Samy! Estoy bien, tranquila.
—Tu hermana tenía el estómago revuelto —miro a Máximo.
Me acerco para darles un abrazo y mi cuñado me da un beso en el pelo.
Siempre me trata como si yo fuera una hermana pequeña para él y no su
cuñada.
—En realidad… aprovechando que papá y mamá querían venir a pasar
unos días contigo, decidimos apuntarnos y así poder contarte algo en
persona.
Veo como todos están callados, observando la situación. Esto es muy raro
y me estoy empezando a acojonar. ¿Se puede saber qué es lo que está
pasando?
Los miro a todos que esperan expectantes. Llevo los ojos hacia mi
cuñado, que al fin sonríe, y después a mi hermana que se le dibuja una
sonrisa igual de amplia en la cara.
—¿Alguien puede decirme de una vez qué pasa?
Bárbara me coge de las manos y se le llena los ojos de lágrimas.
—Samy… ¡Vas a ser tía!
—¡¿Qué?! ¿En serio? —mi mirada va de mi hermana a mi cuñado y de
mi cuñado a mi hermana, varias veces, pensando que es una broma.
Rodeo a ambos, abrazándolos, feliz por ellos porque sé lo complicado
que lo han tenido después de intentarlo tantos años. Este día no podía ser
más perfecto.
—¡Enhorabuena! ¿De cuánto estás?
—De dos meses y medio.
—¿Y por qué no me habéis dicho nada antes?
—Estábamos algo preocupados… —responde Máximo—. Queríamos
esperar a estar seguros de que todo iba bien. Además, tu hermana quería
contártelo en persona —mi cuñado la mira con admiración. Después de mi
padre, es el mejor hombre que he conocido.
—Pero… ¿está todo bien, verdad? —me preocupo por ellos y por mi
futuro sobrino o sobrina.
—Todo está genial, hermanita —ambos sonríen, y el resto lo hacemos
con ellos.
—¡Pues entonces hay que celebrarlo!

Decidimos pasar el resto del día visitando la ciudad. Nos perdemos por
Las Ramblas, admirando las calles, los edificios, la arquitectura de esta
preciosa ciudad. Comemos todos juntos en un restaurante en el que cada
plato que probamos está de vicio. Durante horas charlamos, hablamos del
bebé, nos ponemos al día de muchas cosas. Echaba de menos estos
momentos con ellos.
Le mando un mensaje a Erick para que sepa que mi familia está aquí y
estaré ocupada. En realidad me encantaría que los conociese, pero no me
atrevo a decírselo por miedo a su reacción. No quiero darle a entender nada
con ello ni que piense que quiero algo serio con él. Como dije pienso darle
el tiempo que necesite, ofrecerle lo quiera, ir poco a poco, despacio y con
calma, a pesar de que Erick haya entrado derrapando en mi vida y ya no
quiera que se marche.
Llevamos caminando un buen rato por la Barceloneta, mis padres van
varios metros por delante con mi hermano y charlando con Beatriz, cuando
alguien me agarra por el brazo y tira de mí.
Al principio me quedo algo aturdida, pero reacciono enseguida.
—¿Paul? ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?
Mi hermana, mi cuñado y Maca me rodean para que Paul no se atreva a
hacerme nada.
—Samy, ¿podemos hablar, por favor? —estira su mano para tocarme.
Supongo que para intentar sostener la mía entre la suya, pero yo la aparto
veloz.
—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, Paul. —La verdad es que tiene
muy mala cara… ¿y si le ha ocurrido algo?... Pero, ¿de verdad me estoy
preocupando por este imbécil? Además… ¿cómo ha dado conmigo?
—Por favor, Samy… dame un par de minutos y después me marcharé.
Lo sopeso durante unos segundos.
—Samy, cielo, no tienes que hacerlo si no quieres —dice mi hermana.
Y lleva razón, pero pienso que si no accedo, Paul, me perseguirá hasta
conseguirlo, y sinceramente, quiero que me deje en paz. Y si la forma de
que lo haga es concederle ese par de minutos estoy dispuesta a hacerlo.
—Está bien…
—Samy, ¿estás segura…? —inquiere Maca.
—Tranquilos, —intento calmarlos —estaré justo ahí y Paul no va a
hacerme nada —ahora me dirijo a él, fulminándolo con la mirada y
haciéndole entender que no se pase ni un poco.
Nos separamos del resto y el silencio se adueña de nuestro alrededor. Me
cruzo de brazos esperando para saber qué tiene que decirme.
—¿Piensas hablar? El tiempo corre…
Paul se lleva una mano a la nuca, pensando, nervioso.
—Vuelve conmigo, Samy —suelta a bocajarro.
Me da por reír en su cara porque de todo lo que me imaginaba eso era lo
último. Querer volver conmigo será una especie de recuperar el orgullo que
había perdido hace semanas entre sus colegas. Como si fuera el gallito del
corral y quisiera demostrarlo. Sin embargo, cuando veo que está más serio
de lo normal me doy cuenta de que lo está diciendo en serio.
—¡Estarás de broma! ¿No? —tuerzo el gesto.
—No es ninguna broma.
—¡No!
—Pero Samy…
—He dicho que no, Paul. Nunca he tenido algo tan claro.
Ante mi negativa, su rostro cambia. Y ahora sí parece el mismo Paul que
conocía. Su sonrisa de creído, su postura de prepotente y chulo, como si se
mereciera todo y a todas las chicas de este mundo.
—Es por ese tío, ¿no? —frunzo el ceño. ¿Se refiere a Erick?
—Esto es por él, ¿verdad? No puedes soportar que haya alguien
muchísimo mejor tú y que sea capaz de hacerme feliz…
—Ese tío no es mejor que yo… —arquea una ceja junto a su sonrisa de
engreído.
Me da por reír de nuevo.
—Já… cualquiera sería mejor que tú, Paul. —Arruga el rostro ante mi
comentario y percibo cómo aprieta sus puños a ambos lados del cuerpo.
—Puedes besuquearte todo lo que quieras con él. Os he visto esta
mañana, Samy, pero jamás conseguirá llevarte a la cama. ¡Eres mía!
—¿Se puede saber de qué diablos estás hablando? ¿Acaso me estás
espiando? ¡No me lo puedo creer! ¡Estás enfermo si piensas que te
pertenezco! ¡Yo no le pertenezco a nadie! ¡¿Me oyes?!
—Piensa lo que quieras, Samy. Pero cuando ese tío consiga lo que quiere
de ti, te dejará tirada. Todos lo hacen.
Durante unos segundos, Paul, me hace dudar. Dudar de si eso será cierto.
Pero… ¡Qué demonios! ¡No! Sé que Erick no es así. Pondría la mano en el
fuego por él.
—¡Él no es tú!
No puedo evitar soltar una sonrisa sarcástica, lo que le hace ver que ese
momento ya ha sucedido.
—¡No puede ser!... ¿Acaso estáis juntos? —avanza un paso hacia mí, el
mismo que me hace retroceder. Y ese gesto me basta para sentir miedo, para
revivir todas las humillaciones que viví junto a él. Trago saliva y soy
incapaz de articular palabra. ¿Siempre ha tenido el mismo efecto sobre mí?
Su voz está inyectada con tanto asco que me hace sentir culpable—. ¿Te has
acostado con él? —Me pregunta con sequedad.
Asiento asustada ante su reacción y no sé porqué lo complazco cuando en
realidad no tendría que explicarle nada de mi vida.
—Menuda zorra estás hecha —esa última frase provoca una cantidad de
repulsión en su mirada haciendo que me bloquee ante él.
No puedo reaccionar y no sé porqué estoy actuando así. Yo no le
pertenezco, no soy nada suya, soy una mujer libre y puedo hacer lo que
quiera y cuando quiera. Pero sus palabras me están haciendo sentir mal y no
consigo protestar.
Paul vuelve a dar un paso hacia mí y, aunque nunca haya sido capaz de
ponerme un dedo encima, me temo lo peor. Sin embargo, Máximo se pone
ante mí y le planta las manos en el pecho. No dice nada, tan solo lo mira
desde su elevada altura. Os prometo que cualquiera que viera a mi cuñado
con esa expresión, con su figura y su forma de actuar, que como dije bien
parece un miembro de la mismísima mafia siciliana y podrías hasta temer
por tu vida, se asustaría. Pero no es lo que hace retroceder a Paul, sino más
bien mi hermana, pues aparece tras mi cuñado con los ojos inyectados en
sangre y le propina varios golpecitos con el dedo a Paul en el pecho.
—Que sea la última vez que te acercas a mi hermana, cabronazo.
Bárbara va a darle la espalda y a apartarme de él, pero Paul prefiere
retarla y vacilarla.
—¿O qué?
Mi hermana se da la vuelta tan rápido que no nos da tiempo a reaccionar
y se abalanza sobre él enfurecida, asestándole tal puñetazo que lo hace
sangrar por la boca.
—O te prometo que el próximo puñetazo que te daré en tu apreciada cara
hará que necesites varias operaciones de cirugía estética para que algún día
se llegue a parecer a la que tienes ahora. ¿Me estás entendiendo o necesitas
que te lo demuestre?
Le planta cara Bárbara.
—Lo que mi mujer quiere decir es que o te largas y dejas en paz a Sam o
haré de tu vida un infierno, empezando por llamar a la policía y
demostrando que eres un maltratador innato.
—¡Pero si ha sido esta loca la que me ha pegado…! —le escupe casi en
la cara a mi hermana a la par que se limpia la sangre del labio.
Máximo sigue argumentando. ¿Os he dicho ya que es el mejor abogado
de España?
—Diremos que ha sido en defensa propia, que habías empujado a una
mujer embarazada…
—Estáis todos locos —Paul nos mira como si de verdad lo fuéramos. Y
sabe que él tiene más que perder.
—No sé qué cojones sigues haciendo aquí… —espeta Bárbara.
Tras una mirada, que si las miradas matasen sería como la que nos ha
lanzado Paul, ha escupido hacia un lado para deshacerse de toda la sangre
que se le estaba acumulando en la boca y ha salido pitando.
Solo cuando está lo suficiente lejos de mí me permito respirar y pensar en
mi hermana.
—Bárbara, ¿estás bien? —me preocupo por su estado—. Estás
embarazada, no deberías…
—¡Venga ya, estoy cojonudamente bien! —mi cuñado tiene el puño de
mi hermana entre sus manos, que acaricia con delicadeza y besa. ¿Este
hombre puede ser más tierno?— Además, estoy embarazada, no enferma,
Sam. ¡Y joder, que a gusto me he quedado, le tenía demasiadas ganas a ese
niñato!
No puedo evitar reír ante la situación. No obstante, otra cosa se ha
implantando en el pecho. La duda. He dudado. Durante unos segundos he
dudado de Erick y me he dicho que sé a la perfección que él no me haría
eso, pero por mucho que quiera negarlo esa duda se ha quedado ahí, pegada
a las paredes de mi pecho… Y lo único que quiero es resolverla.
¿Y si Paul lleva razón?
—¿Tú estás bien, cielo? —me agarra por los hombros Bárbara.
Asiento.
Maca, que había ido a avisar a mis padres, regresa con ellos.
—¿Qué ha pasado aquí? —quiere saber mi padre.
—Tranquilo, papá. Ya está solucionado.
—¡Ay, Dios mío! —se lleva las manos a la boca mi madre.
Mi padre se acerca a mí, me da un beso en la frente y me estrecha entre
sus brazos.
—Deberías denunciarlo, cielo.
—Déjalo, papá. Paul no se volverá a acercar, lo sé. Aprecia demasiado su
físico —le sonrió chistosa a mi hermana.
Tras unos minutos en el que todos nos recomponemos, Maca y Bárbara
entrelazan sus brazos con los míos, se miran con complicidad y sonríen.
—Creo que esta noche va a ser de chicas y tú, pequeña, tienes muchos
que contarnos —levanta una ceja mi hermana.
Yo no puedo evitar sonrojarme y morderme la cara interna de las
mejillas.
48
ERICK

El móvil sonó hace horas, indicándome que recibí un mensaje. Lo leí y


sin ser consciente de ello se dibujó una sutil sonrisa en mis labios. Sin
embargo, lo volví a guardar en el bolsillo en el acto para concentrarme en lo
que había venido a hacer.
Suspiro, pensando en todo lo que estuve hablando con Pedro y en lo que
debería haber hecho en cuanto llegué aquí.
Por el contrario, lo que hice fue sentarme a su lado y pensar. No tengo ni
idea de las horas que habrán pasado, pero empieza a anochecer y es un claro
indicador de que han sido más de las que pretendía.
Me levanto al fin del suelo y me coloco frente a él. O más bien a lo que
ocupa este trozo de tierra. Y estoy aquí sin que nadie me haya tenido que
forzar a hacerlo, simplemente porque yo lo necesitaba. Necesitaba estar
aquí con él. Pese a que no esté de verdad.
No sé ni por dónde empezar. Esto es tan difícil…
Creo que empezaré así:
«Lo siento, enano. Siento no haber venido antes. Y quiero que sepas que
te quiero. No tengo palabras para expresarte lo que sentí cuando te fuiste.
Lo que siento desde entonces. Con tu partida dejaste corazones rotos,
sangrando de dolor y sentimientos. El mío es uno de ellos. Me obligué a
actuar como que nada pasó, que no te fuiste, que no moriste en aquel
accidente. He estado haciendo como que estaba todo normal a pesar de que
estaba roto mientras me ponía la máscara para fingir estar bien.
El dolor y la impotencia aún siguen siendo dueños de todo mi ser y no sé
si algún día seré capaz de apartarlos hacia a un lado. Me hubiese gustado
que nos viéramos crecer más, ser partícipes de lo bien que nos iba en la
vida… nos quedaron tantas cosas por hacer juntos…
Como tu hermano pude ver partes de ti que nadie más pudo hacerlo, eso
me hizo pretender crear un escudo y creer que te protegería siempre, pero
la realidad es que no pude hacerlo.
Yo soy el que debería estar en tu lugar…»

Me llevo los dedos al puente de la nariz, pensando. No quiero llorar, no


quiero…
Cojo aire y respiro hondo, poso mis ojos sobre la lápida grisácea leyendo
cada letra que compone el epitafio. Después los alzo al cielo,
sorprendiéndome al contemplar la primera estrella que ha aparecido, lo que
me demuestra que solo en la oscuridad pueda brillar la luz. Observo la copa
de los cipreses moviéndose por la suave brisa. Me tomo unos minutos.
«Te echo de menos, Marc. Muchísimo. Me ha ocurrido algo que me
gustaría contarte porque en parte, y en lo más profundo de mi ser, quiero
creer que todo esto lo has propiciado tú desde dónde estés y de alguna
forma sobrenatural.
He conocido a alguien. Una chica. ¡Y qué chica!»

Sonrío al pensar en ella.

«Me recuerda a ti, ¿sabes? Tan jovial, tan llena de vida, tan repleta de
luz, la forma en que tiene de ver la vida, disfrutándola, saboreándola…
Alguien que no solo ha visto mi desorden, sino también mis virtudes. Si
estuvieras aquí sé que os llevarías de maravilla. Quiero estar con ella,
Marc. Me he estado obligando a no hacerlo, a no querer verla, a no querer
pasar tiempo con ella, a no tocarla, a no besarla… Sin embargo, desde que
la conocí ha estado apareciendo en mi vida, arrasando y derribando todas
las corazas que me había implantado por no querer sentir nada que no me
mereciera. Hasta que llegó y me hizo ver que mientras siga aquí, en este
mundo, necesito vivir y disfrutar al máximo. Que la vida es tan efímera que
posiblemente mañana ya no estemos… Me dejó muy claro que tengo que
aprovechar el hoy, cada beso, cada abrazo, cada mirada, cada sonrisa… Y,
¿sabes qué? Creo que lleva razón, aunque me negase a verlo. Sé que tú me
habrías dicho lo mismo y por eso quiero hacerlo. Estoy seguro de que me
va a costar mucho, va a ser difícil luchar conmigo mismo, pero lo voy a
intentar.
Te lo prometo, Marc.
Quiero saborear y celebrar todos y cada uno de los días. No tener solo la
experiencia del dolor, ni encerrarme en un caparazón para evitar sentir ni
dejar de interrogar y cuestionar la vida ni terminar tomando el camino más
fácil por miedo a experimentar algo que no me guste. Aunque haya tenido
mil motivos para hacer lo contrario…
Voy a intentarlo por ti, por ella y, sobre todo, por mí.
Eso no quiere decir que te vaya a olvidar, sería imposible hacerlo.
Alguien me ha dejado claro que siempre vivirás aquí —me llevo la mano al
lado izquierdo del pecho, sonriendo con melancolía —y allí arriba,
brillando como la estrella más grande.
Te quiero, Marc. Siempre te querré.»

Beso dos de mis dedos y los llevo hasta la piedra grande, gris y fría, que
tengo frente a mí. Los coloco durante unos segundos, los mismos que tardo
en recomponerme tras soltar las lagrimas que me estaban quemando tras los
párpados.
49
SAMY

Las tres estamos esperando en la barra a nuestras bebidas. Maca y yo


hemos pedido mojitos y Bárbara, un coctel sin alcohol. Susana, Vicky y
Sole ya habían hecho planes para esta noche con los maromos de la playa,
así que tras explicarle lo sucedido querían suspenderlos, pero entre todas las
hemos convencido para que no lo hagan y vayan a divertirse.
Sigo tan ensimismada dándole vueltas a lo que ha ocurrido hoy que no
me doy cuenta ni de que el camarero nos ha dejado las bebidas frente a
nuestras narices, me han arrastrado hacia una de las mesas libres y mi
hermana y mejor amiga ya están disfrutando de sus bebidas mirándome
expectantes.
—¡QUÉ! —suelto cuando soy consciente de la cara que tiene mi
hermana mientras bebe de la pajita.
—¿Que si piensas contármelo ya…?
—No sé qué quieres que te cuente exactamente, Bárbara.
—¡Oh, venga ya! —suelta Maca, alzando las manos. —¿Estás de coña
no? ¡Queremos saber que ocurrió ayer con Erick!
—Espera, espera… Erick es el chico frío, arrogante y sin sentimientos
que conociste en el avión, ¿no? —entorna mi hermana los ojos recopilando
todos los datos que le di en su momento de él.
Me hace gracia que lo describa así. Si lo conocieran sabrían que en el
fondo Erick no es de ese modo para nada, pero no puedo culparlas, yo
misma lo definí así. Y puede que siga siendo todo eso, pero también es
mucho más.
—Exacto —le responde Maca.
—¡Ajá! —da una palmada mi hermana. —Sabía que ese chico iba a
poner patas arriba tu vida —sonríe complacida.
De verdad, no puedo dejar de sonreír porque recuerdo todo lo que le
conté a Bárbara y me parece mentira.
—Bueno qué, ¿vas a hablar o no? —pregunta Maca.
—Si me dejáis… sí.
Ambas se echan hacia atrás en sus respectivas sillas y se cruzan de
brazos, atentas y curiosas a los que le voy a explicar.
—Vale, Erick y yo nos hemos acostado —suelto sin más.
—¡Toma ya! ¡Lo sabía! —responden al unísono.
Yo sigo sonriendo, parezco una boba.
—¿Y? —ahora se echan hacia delante, apoyando los codos sobre la
mesa, levantando una y otra vez las cejas.
—¿Qué? No pienso contaros nada de eso…
—¿Por qué no? —abren las bocas ofendidas.
—Pues porque no. Tú, —señalo a Bárbara —eres mi hermana, y tú —
señalo a Maca y pienso un instante —no sé… pero es demasiado personal y
no pienso contaros eso.
—¡Oh, venga ya! —se miran entre ambas, ofendidas de nuevo.
—Sam, cielo… —intenta hacerme la pelota mi hermana —sabes lo
cotilla que soy, tan solo dinos que tal fue…
Vuelvo a sonreír ruborizada.
—Está bien… —mi sonrisa se contagia a sus labios —no os voy a contar
detalles porque ya os he dicho que es personal, —alzo una ceja —pero…
—¿Pero…? —están impacientes.
—¡FUE ALUCINANTE!
Les da por aplaudir y hacer aspavientos con las manos. Me lo esperaría
de Maca, pero de mi hermana… no imaginaba esa reacción. Sin duda el
embarazo la ha cambiado.
Cuando ambas se abrazan y dejan de hacer todo tipo de ridiculeces, me
miran.
—Yo sabía que esto iba a pasar tarde o temprano y te lo dije.
Miro a Maca y le hago una burla. Siempre tan listilla.
Bárbara desliza sus manos sobre la mesa y coge las mías.
—Cariño, me alegro de verte tan feliz.
—Y lo soy, hermanita. Mucho. No sé cómo ha podido pasar pero… al
principio me sacaba de quicio, con la permanente sonrisilla de tipo duro
implantada en su cara, con ese atractivo tan llamativo que lo hace destacar
en cualquier lugar y que todas las chicas se giren para verlo, la seguridad
cuando habla… Y sí, puede parecer una persona fría, no va por ahí
reclamando amor porque piensa que no se lo merece, pero si alguien se
gana un hueco en su corazón puede ser la persona más noble que llegues a
conocer. Desde que lo miré a los ojos por primera vez supe leer en ellos.
Después he ido conociéndolo mejor, se ha mostrado conmigo de una forma
que me ha dejado claro que no lo ha hecho con nadie más… Es tan difícil
encontrar a otra persona con la que puedes hablar durante horas sin sentir
que estás perdiendo el tiempo. Los pequeños detalles que tiene conmigo
que son el reflejo de cómo es él en realidad. Cuando estoy con él río a
carcajadas, olvido el tiempo, respiro, vivo, beso y siento sin razón. Puede
parecer un macarra a ojos de otra persona que no lo conozca, con todos esos
tatuajes… pero ahora yo sé que también tiene tatuadas otras cosas que no
necesitan tinta y Erick me hace sentir bien, única, real, sexi, hermosa y
especial. Erick me hace sentir todo a la vez. Y si en algún momento
pensaba huir de ello por miedo a sufrir de nuevo, es tarde, porque es
imposible huir de lo que te acelera el corazón y te detiene el mundo.
Levanto la vista, que hasta ahora estaba clavada en las grietas dibujadas
sobre la madera de la mesa, y me encuentro con las de ellas, que me
observan boquiabiertas.
—Ay, cariño, —los ojos de mi hermana me miran con la mayor ternura
del mundo —tú estás enamorada.
Lo afirma. No es una pregunta, lo ha afirmado.
—¿Qué? ¡No!
—Que no, dice —ahora mira a Maca, que tiene implantada una sonrisa
de medio lado demasiado satisfactoria.
—Hasta las trancas —secunda.
—¿Estáis locas? Yo no estoy enamorada. —¿O sí? No tengo ni idea.
Joder, jamás he experimentado algo así eso está claro. La presión que siento
en el estómago cuando pienso en Erick, la piel de gallina al imaginar sus
dedos recorriendo mi piel, la corriente eléctrica que siente todo mi cuerpo al
recordar sus besos…
¿Y si llevan razón?
No, no quiero hacerme ilusiones con esto.
Mi rostro cambia por completo a uno más apesadumbrado y estas dos
que tengo en frente se dan cuenta de ello.
—¿Qué te ocurre, Sam? —se atreve a preguntar mi amiga.
—Es por algo que dijo Paul.
—Pfff, ¿y le vas a hacer caso a algo de lo que diga ese gilipollas?
—No, pero… ¿y si lleva razón?
—¿Sobre qué, exactamente? —quiere saber Bárbara.
—Sobre que Erick pasará de mí al haber conseguido llevarme a la
cama…
—¡En serio, Sam! ¿Tú piensas eso en realidad?
—¡No! ¡Sí! ¡No sé! Joder… No lo pensaba, o al menos hasta que cabía
esa posibilidad y… además, le envíe un mensaje hace horas y tan siquiera
me ha respondido. Después de lo que ocurrió ayer y esta mañana no se ha
dignado ni a contestarme o mostrar ningún interés por mí…
—Samy, cariño, lo primero es que no puedes creerte las palabras del
mentiroso que te ha tenido engañada demasiado tiempo. Y segundo ¿porqué
no se lo preguntas directamente?
—¿Preguntarle? ¿El qué? —arrugo el rostro.
—Pues, no sé… ¿habéis hablado de lo que iba a ocurrir después que os
acostarais, de lo que sentís, si vais a seguir siendo amigos o algo más? No
sé, Sam, yo creo que tenéis mucho de qué hablar.
—Ya, bueno… —miro hacia abajo. —No hemos hablado sobre nada de
eso. Tampoco quería agobiarlo ni que pensara que porque hayamos estado
juntos de esa manera tiene alguna obligación conmigo ni nada por el estilo.
—Vale, sí, puede que no esté obligado a nada contigo, pero ¿qué hay de
lo que tú necesitas? Creo que es la primera vez que sientes de esta forma y
no deberías obviarlo. Además, puede que hasta nos estemos precipitando
con supuestos escenarios cuando siquiera sabes qué siente él.
—Bárbara, Maca… ya me dijo una vez que él no quería ni una novia ni
sabía ofrecer ese tipo de amor.
—Puede que eso haya cambiado —suelta Maca llevando sus cejas hacia
lo más alto.
—¿Y si no? Mirad, chicas, de verdad, dejemos las cosas como están y ya
está.
—¡Llámalo! —impone mi hermana.
—¿Qué? ¡Ni de coña!
—Muy bien, pues… Maca, levanta. —Mi amiga la obedece. Cualquiera
no lo haría.
—¿Se puede saber adónde vais?
—He decidido que me apetece conocerlo.
—¿A quién? ¿A Erick?
—No, al tío ese de la barra que nos mira con cara de querer saber de qué
color son las bragas que llevo —miramos en esa dirección—. ¡Pues claro!
¿A quién demonios va a ser si no?
—Ni de coña. No sabes cómo dar con él —me cruzo de brazos recostada
en la silla.
—Maca, ¿sabes cómo localizarlo?
—Emmm, su amigo Pedro nos hizo registrar su contacto. Puedo
preguntarle dónde vive.
—¡Genial! —mi hermana se termina su copa de un trago y apoya el vaso
sobre la mesa con ímpetu.
—¡Vale! Ya os llevo yo. Joder qué pesadita eres cuando quieres, Bárbara.
Cojo el bolso y sin más me encamino hacia la salida, dejándolas atrás,
pero eso no evita que pueda saber con exactitud la cara que le pone mi
hermana a Maca y lo que le susurra.
—Já, y se da cuenta ahora. Parece mentira que no me conozca.
49
SAMY

Veinte minutos después, aparcamos frente su portal.


¿No sé que estamos haciendo aquí? Y a estas horas de la noche.
Parecemos unas ridículas adolescentes.
—Esto ha sido muy mala idea. Además, estará por ahí…
Mi hermana abre la puerta con decisión y se baja del coche.
—Hay cosas que hay que aclararlas cuanto antes. Y esta es una de ellas y
más aún después de haberte escuchado hablar de él en la forma que lo has
hecho. Si no llamas tú al portero lo hago yo.
Maca se baja del coche y se coloca junto a mi hermana. Ambas me miran
durante unos segundos.
—Está bien…
Me acerco al porterillo y llamo.
Por favor, no respondas. Por favor, no respondas.
—¿Quién es? —mierda.
—Erick, soy yo, Samy.
—¿Pelirroja? ¿Ha pasado algo? —su tono de voz suena preocupado. —
¡Te abro!
—No, no, Erick, verás… es que estoy con mi hermana y con Maca. No
queríamos molestarte, pero… —observo a las chicas que me atusan con
gestos y sonidos para que haga lo que he venido a hacer.
—¿Pero…? Pelirroja, ¿de verdad que estás bien?
Resoplo.
—Sí. Oye, Erick, ¿puedes bajar un momento?
—Voy.
Los minutos que tarda en bajar se me hacen eternos, pese a que cuando
escucho abrirse la puerta estoy completamente segura de que no han
transcurrido ni un par de ellos.
Se nota que no se ha cambiado para bajar y su look de estar por casa;
unos pantalones de chándal muy sueltos y una simple camiseta de tirantes,
me lo confirma. Tengo que decir que está rematadamente sexi y demasiado
guapo. Pero, joder, él siempre lo está.
Nada más salir se dirige hacia mí, coloca sus manos a ambos lados de mi
cara y me contempla desde su altura.
—Pelirroja, ¿qué ha pasado? —sus ojos buscan la respuesta en los míos.
—No es nada, Erick. Tan solo es… que… Paul me dijo esta tarde una
cosa que me ha hecho pensar demasiado…
—¡Qué! ¿Cómo que Paul? ¿Qué Paul, pelirroja? —ostras, me he puesto
tan nerviosa que no me he dado cuenta que lo he soltado así como así.
—Mi ex —aclaro.
—Pelirroja, dime que ese cabronazo no te ha hecho nada—. Tensa la
mandíbula ante esa opción, como si estuviera cabreado por no haber estado
conmigo y no poder defenderme.
—No, no, tranquilo. Estoy bien.
—Entonces, ¿qué ha ocurrido? —una de sus manos baja hasta mi cadera
mientras la otra sigue allí donde las puso primero.
—Nos ha estado siguiendo y esta mañana nos vio besarnos cuando nos
despedíamos en casa de Maca.
—¿Y? Me parece genial, pelirroja. Así ese imbécil verá lo que ha perdido
y que puedes ser feliz sin él.
—Ya, pero el problema es que me acusó de que nos acostásemos y… —
no lo digas Sam, es una estupidez, no la digas.
—¿Te arrepientes? —levanto la mirada hacia la suya ya que en algún
momento había dejado de mirarlo por vergüenza.
—¡¿Qué?! ¡Ni en broma! —noto el momento exacto en que Erick suelta
todo el aire que había retenido por su pregunta y se destensa.
—¡Bien! ¿Y cuál es el problema, entonces?
—¡Que no quiero ser una más, Erick! ¡No quiero aumentar tu lista de
conquistas y que aumentes tu ego con ello! —nada más soltarlo me siento
mal. Joder, ¿por qué habré dicho eso? Sé que Erick no es así.
En cuanto oye mis palabras me suelta y retrocede un paso, sin dejar de
mirarme. Sin llegarse a creer que haya pronunciado tal cosa.
—Lo siento. Lo siento, Erick, no quería decir que… —ahora soy yo
quien se acerca a él.
Tras unos segundos en los que Erick no dice nada, vuelve a llevar sus
manos a mi rostro.
—Sam… ¿De verdad piensas que yo soy así? ¿Que serías una más?
—¡No! —y esta vez no dudo en responder—. Lo siento, Erick, Paul me
dijo que…
—Me da igual lo que dijera ese tío. Quiero saber qué piensas tú.
Me veo reflejada en sus ojos. En esos ojos que me vuelven loca. Pienso
en todo lo que Erick me hace sentir, en la persona segura que soy cuando
estoy con él.
Casi hablo en un susurro mientras Erick sigue observándome.
—Contigo he aprendido que sí se puede sentir en segundos lo que nadie
me ha hecho sentir en años. Era yo la que estaba dispuesta a recibir lo que
tú quisieras darme. Pero, Erick, me da miedo. No quiero sufrir de nuevo y
no quiero hacerme ilusiones. Sé que no eres así y aunque lo fueras no
debería importarme. No me debes nada y no puedo forzarte a que sientas
por mí lo que yo siento por ti…
—¿Qué sientes por mí? —me interrumpe.
—¿Qué? —estoy tan inmersa en mis propios pensamientos para
explicarle todo lo que me ronda por la cabeza que cuando me hace esa
pregunta me cuesta centrarme.
—¿Qué sientes por mí, pelirroja?
—Yo… quiero estar contigo, Erick. Me gustas mucho. Y… creo que…
Sin tiempo a reacción estampa sus labios contra los míos y hasta que no
siento su piel no soy consciente de que lo echaba mucho de menos. A él, a
sus besos, a su roce… Erick me besa como solo él sabe hacerlo, como si lo
demás no importase, como si el mundo acabara después y esto fuera lo
último que podríamos hacer.
Y ahora sí que no hay duda, creo que estoy enamorada. Y con todo, no he
sido capaz de decírselo.
Separa su boca de la mía, sujetándome con fuerza, para decirme:
—No quiero a otra chica. No quiero estar con nadie más. Quiero que lo
entiendas, Sam. ¿Lo entiendes? —asiento varias veces porque ahora mismo
soy incapaz de hacer otra cosa—. Tú eres la única persona con la que quiero
estar, la única a la que besar. No estoy interesado en otras personas porque
ellas no son tú, ellas no me hacen sentir lo que me haces sentir cuando te
veo, te toco o te beso. Con las demás no siento nada y contigo lo siento
todo.
No lo hago adrede, pero los ojos se me llenan de lágrimas. Lágrimas de
felicidad por darme cuenta de que en el fondo yo ya sabía todo esto de él,
pero el miedo y la inseguridad me cegaron por un momento, haciéndome
dudar.
Ahora soy yo quien se lanza sobre él para abrazarlo y besarlo. Erick
rodea mi cintura con sus brazos.
—Lo siento, Erick. Siento haber dudado de esto, de lo que sentimos. —
Murmuro contra su cuello mientras sigo perdida entre sus brazos.
Erick me suelta, poniéndose algo más serio, dándome a entender que lo
que va a decirme es importante para él.
—Sam, quiero que tengas claro que para ti quiero ser tu amigo, quiero
que estemos juntos para ser lo que tú quieras ser. Para bromear, para ser
felices, para quererte bien y bonito o todo lo que pueda a aprender a
ofrecerte. Para llenarte de besos, abrazos, caricias. Quiero darte cuidado,
cariño, atención, sonrisas, respeto y todo lo que nadie fue capaz de hacer
por ti. Quiero que lo tengas bien presente, Sam. Pero también quiero que
entiendas que no puedo prometerte un amor eterno ni un «siempre
estaremos juntos», porque eso lo dice todo el mundo y, tú y yo, sabemos
que el día de mañana puede pasar algo que me haga incumplir mi promesa
y eso me dolería más que cualquier otra cosa. Sin embargo, sí puedo
prometerte un «aquí estaré cuando me necesites», un «haré lo imposible por
no irme de tu lado fácilmente» y un «no pienso rendirme tan fácil contigo».
Porque aunque no estemos seguros de poder estar siempre juntos, al menos
podemos intentarlo.
—¿Eso quiere decir…? —sigo con lágrimas en los ojos. Sé que Erick
también lo ha pasado mal, que me dijo en su día que él no amaría a nadie,
que no servía para eso. Sin embargo, ha hecho y dicho por mí mucho más
de lo que nadie, jamás, me ha ofrecido. Por que como bien él dice, ¿de qué
sirve prometer una cosa si después no vas a poder cumplirla? Por eso sé que
es sincero al señalar que lo quiere todo conmigo pese a que le cueste,
porque va a poner todo de él para que lo que sentimos mutuamente sea lo
mejor que nos haya pasado nunca.
—Eso quiere decir, pelirroja, que esto es nuevo para mí, pero solo puedo
pedirte que confíes y entiendas que apareciste en mi vida y me la has
impacientado cada segundo, mejorándola. A mí, a mi mundo. Contigo he
vuelto a sonreír como hacía mucho y quiero tenerte a mi lado cada día de
mi vida.
Vuelvo a lanzarme a sus brazos, obligándolo a que me aprisione con
ellos. Me levanta en el aire y lo beso. Lo beso porque he decidido que no
quiero dejar de hacerlo nunca.
Cuando Erick me besa el mundo se detiene y nada más importa.
—Ejem, ejem… —el carraspeo de alguien a nuestra espalda me hace
recordar que no vine sola. Y… llevan ahí todo el tiempo, por lo que mi
hermana y mi amiga habrán disfrutado de lo lindo.
Erick me pone de nuevo en el suelo y me volteo para mirarlas. Mis
mejillas parecen dos tomates cuando veo sus caras, con esas sonrisillas
implantadas en sus rostros y con los brazos cruzados.
Erick las observa sin inmutarse. Ya sabemos que le importa más bien
poco lo que la gente piense de él.
Me aclaro la garganta.
—Erick… esta es Bárbara, mi hermana.
Ella, ni corta ni perezosa recorre la distancia que nos separa y le planta
dos besos bien grandes a Erick.
—Encantada —él la corresponde—. Ahora lo entiendo todo, hermanita…
—le hago un gesto para que cierre esa bocaza, aunque parece que Erick las
pilla al vuelo y sabe perfectamente de lo que habla Bárbara. Lo que le hace
sonreír y a mí también a la par que niego con la cabeza.
—Maca… —Erick repara en mi amiga y le hace un gesto con la cabeza a
modo de saludo.
—Tipo duro… —ella lo imita y eleva las comisuras.
—Si estabas preocupado por si Paul me había hecho algo, tengo que
decirte que mi hermana estaba allí y le ha dado su merecido. —Me agarro al
brazo de Erick y le sonrío a mi hermana. Aún no le había dado las gracias
por ello.
—Oh, sí. Ese puñetazo me ha sabido a gloria. —Pone una cara de gusto y
le da por reír.
Erick la mira complaciente y sonríe con ella.
—Creo que tu hermana ya me cae bien —suelta, mirándome.
—Tú a mi también, chato. —Responde ella.
Me muerdo el labio para aguantarme las ganas de reír. Toda esta
situación es demasiado.
—Sam, cariño, nosotras nos vamos. ¿Vienes o te quedas? —me lanza una
miradita sabiendo lo que deseo.
Miro a Erick mientras mi brazo sigue rodeando el suyo.
—¿Quieres que me quede?
Erick se suelta de mi agarre, pasa su mano por mi cintura y me estrecha
contra él.
Me susurra al oído.
—Ya te he dicho que contigo lo quiero todo.
Eso me hace sonreír y sonrojarme porque las chicas siguen mirándonos.
—¡Me quedo!
—¡Genial! Mañana nos vemos, entonces. —Se dan la vuelta para
dirigirse al coche —¡Ha sido un placer conocerte, Erick! —gira la cabeza
para lanzarle una sonrisa a mi chico.
Erick le guiña el ojo, divertido. Sé que se van a llevar muy bien.
Maca grita desde lo lejos.
—¡Tipo duro! Ahora sé dónde vives, así que pórtate bien —lo amenaza
con el índice, sonriente.
Él le devuelve su gesto de cabeza tan característico, demostrándole que
puede estar tranquila, que con él estoy a salvo.
50
ERICK

La llevo cogida de la mano. No porque no sepa seguirme sola, sino


porque si la tengo tan cerca se me hace imposible no tocarla.
La arrastro hacia mi piso. Precisamente hasta la cocina, pues es lo que
más cerca tenemos nada más entrar.
Cuando la tengo colocada donde quiero, con su cadera apoyada en la
encimera, coloco mis brazos a ambos lados de su cuerpo, enjaulándola. Su
mirada brilla mientras me observa. Me acerco a su cuello para olerla, hundo
mi nariz entre su pelo, por debajo del lóbulo de su oreja, y exhalo,
llevándome conmigo su perfume. Huele jodidamente bien.
Una vez que me he adueñado él, llevo mi boca hacia la suya en un
movimiento tan lento que siento como el estómago me da un tirón. No la
beso, aún no. Tan solo dejo mis labios a menos de un par de milímetros de
separación. Tentándola. Y para qué negarlo, a mi también.
—Siento no haberte respondido al mensaje —susurro, conociéndola tan
bien que sé a la perfección que ese ha sido uno de los motivos por los que la
duda que le dejó ese cabronazo se cristalizó en su cabeza. —He estado
ocupado todo el día y cuando me dijiste que estabas con tu familia no quise
molestarte.
—Erick, no tienes que disculparte por eso. Es una tontería. —seguimos
susurrando demasiado cerca de nuestras bocas.
—Aún así quiero hacerlo —Sam sonríe.
—¿Vas a besarme de una vez? —eleva las cejas, divertida.
—¿Es lo que quieres?
—Sabes que sí… —su pecho sube y baja con impaciencia.
—Hmmm… ¿y si te dejo con las ganas?
Sam me planta las manos en el pecho y me separa de ella.
—Una lástima… Se me habían ocurrido muchas cosas divertidas que
podríamos hacer. Pero bueno… ¿qué se le va a hacer? Tú te lo pierdes.
Ahora es ella quien me tienta. La forma en que me habla, se expresa, me
mira… Me obliga a ojearla de arriba a abajo y de abajo a arriba, cubierta
con un vestido muy fluido que le cae a la altura de los muslos, dejando a la
vista sus preciosas piernas. Sigo hacia su escote, que no es muy
pronunciado pero que me hace pensar demasiado.
Llevo mi mirada a la suya, entorno los ojos ante su expresión de niña
buena, aunque sé que lo que se le está pasando por la cabeza es de todo
menos de niña que no ha roto un plato en su vida.
Se encoge de hombros y opta por darse la vuelta para marcharse.
En ese instante la agarro por la cintura, haciendo que pegue un grito
demasiado mono, la levanto y la siento sobre la isla. Su respiración va a
toda velocidad y la mía también. Me coloco entre sus piernas y llevo mis
manos hacia su cara para agarrarla con fuerza. En esta posición, queda
perfectamente a mi altura.
Sin esperar ni un segundo más la beso. Un gemido ronco se escapa de su
garganta sin saber cómo puedo reprimir yo el mío, lo que me hace apretarla
más a mi cuerpo. Sam enreda sus manos en mi pelo, bajando por la nuca,
acariciando mis hombros. Mis manos viajan por todo su cuerpo hasta llegar
a sus muslos. Mis dedos hacen más presión de la debida en esa zona, como
si quisieran adueñarse de su piel para siempre.
Lo que Sam me hace sentir es mucho más de lo que he experimentado
jamás. De ella no necesito solo esto, de ella lo quiero todo. Por eso me
obligo a parar, porque aunque me muero de ganas por hacerla mía de nuevo,
no quiero que piense que solo necesito esto. De verdad quiero que entienda
que lo que le he dicho ahí abajo iba en serio.
Me separo de ella unos centímetros, con una fuerza sobrehumana.
Nuestras respiraciones siguen agitadas.
—¿Has cenado?
—Hace horas —se muerde el labio inferior, como una niña inocente. Y
ese gesto me demuestra que está hambrienta.
Me da por reír. Con ella es tan fácil.
—Ven aquí —la cojo por debajo de los brazos para ayudarla a bajar.
Abro los armarios para buscar bolsas de patatas o algo para picar. Saco
un par de refrescos del frigorífico, sostengo su mano y tiro de ella para que
me siga.
—¿Adónde vamos? —pregunta al ver que nos dirigimos hacia el exterior
del piso.
La hago pasar, cierro la puerta y le digo que suba las escaleras que llevan
a la última planta del edificio.
—Pensaba que no había más pisos.
—Y no los hay, pero…
Opto por callarme para que ella misma lo vea. Abro la puerta de acero y
le cedo el paso.
—Guauu, Erick… ¡qué pasada!
—Solo vivo yo aquí, por lo que hace un tiempo opté por adecentar un
poco este lugar. También coloqué una hamaca. Este es mi tercer refugio,
donde vengo para pensar, despejarme… Desde aquí no se aprecian las
estrellas como en aquella cala por culpa de la contaminación lumínica, pero
te puedes hacer una idea y, a pesar de estar rodeado del ruido de la ciudad,
si te concentras puedes evadirte de todo.
Sigo hablándole a Sam mientras se pasea por toda la azotea y se dirige
hacia el muro para observar lo que hay a su alrededor.
Coloco las bolsas y las bebidas en el suelo y me siento en la hamaca.
Sam se gira y se dirige hacia mí.
—¿Aquí sí has traído a muchas chicas? —entorna la mirada, chistosa.
Podría picarla, mentirle y decirle que sí para ver qué cara pondría. Pero no
quiero mentirle sobre eso. Quiero ser sincero.
—Nunca he traído a nadie. —Confieso—. Te estaba esperando a ti.
Sam me mira desde arriba, con una sonrisa implantada en el rostro, feliz
al escuchar esa respuesta.
La sostengo por el brazo y tiro con delicadeza de ella para sentarla entre
mis piernas, con su espalda pegada a mi pecho.
Y este simple momento me da toda la paz que necesito.
Sigo pensando en cómo es posible encontrar paz en quien te vuelve
completamente loco.
La primera vez que la vi llamó mi atención, sobre todo su mirada, su
sonrisa, hasta su forma de hablar cuando ni siquiera habíamos cruzado
cuatro palabras, su forma de ser… En fin, toda ella.
Me ha enseñado demasiadas cosas en muy poco tiempo. Una de ellas, a
sanar. Tenía la firme convicción de que hacerlo iba a ser imposible, pero he
entendido que lleva tiempo, que consiste en reaprender a tocar con amor
esas heridas que siempre toqué con miedo. Aprender a nutrirme de ellas y a
estar dispuesto a perdonarme para liberar mi dolor. De eso va la sanación;
de iluminar mi esencia y reconectar con mi verdadero yo.
Detrás de una persona «aparentemente fuerte» hay un chico que se vio
obligado a tragarse las lágrimas y sufriendo para curarse a sí mismo, pero…
¡qué gran error! A veces necesitamos ayuda para lograrlo.
Y un día, sin darte cuenta, te vas sintiendo un poquito mejor. No
totalmente feliz, pero sí más seguro, menos triste y más completo. Y así es
como empiezas a reconstruir cada una de tus ruinas, paso a paso y cerrando
heridas.
Sin notarlo, va desapareciendo todo eso; la frustración, los miedos y el
dolor, y así eres consciente que después de la tormenta siempre llega la
calma.
Eso ha sido Sam para mí.
—Creí que tú serías una jodida tormenta —dejo salir mis pensamientos,
susurrando contra su pelo.
Sam gruñe sin entender a qué me refiero. Está observando el cielo
contaminado mientras desliza sus dedos por mis brazos, acariciándolos.
—¿Qué quieres decir?
—Que cuando te conocí pensé que serías una tormenta más en vida. Sin
embargo fuiste la calma.
Sam se endereza, se da la vuelta y se coloca sobre mí, a horcajadas. Sus
ojos me observan con ternura, los lleva hacia varios mechones de pelo que
me caen por la frente para después entrelazar sus dedos entre ellos y
llevárselos hacia atrás. Coge aire y vuelve a posar su mirada en la mía.
—Puede que sí sea una tormenta, Erick. No obstante… no todas las
tormentas aparecen para turbar tu vida, ¿sabes? Algunas llegan para limpiar
el camino —apoya sus brazos sobre mis hombros y sus preciosos ojos
esmeralda me demuestran toda la ternura que alberga en ella.
La chispa de un calor extraño comienza a tomar forma en mi abdomen.
La misma que sube por el estómago, implantándose en
el pecho y acelerándome el corazón.
No puedo hacer otra cosa más que separar mis manos de sus caderas y
enmarcar su rostro, dirigiéndola con fuerza hacia mis labios. La beso
nuevamente.
—Eres jodidamente perfecta, pelirroja —afirmo contra su boca. —¿Lo
sabías?
—Si me lo dices tú voy a tener que creérmelo —su voz suena más
avergonzada, como si en el fondo le costara creerse eso de ella misma.
—Pues deberías. Eres perfecta y que nunca, nadie, te haga creer lo
contrario.
Las personas mágicas existen. Sam es una de ellas. Aparecen de la nada.
Aquellas personas que saben ganarse tu confianza rápido y de forma
inesperada. Cuando te das cuenta, prácticamente olvidas como era tu vida
antes de que la conocieras. Llegan a tu universo para darte un aire más
liviano, para darte la mano en la oscuridad y buscar contigo la salida hacia
la luz.
Muchos dicen que está mal cambiar por alguien. Y quizá no nos
refiramos a cambiar, sino a mejorar. Hay personas que merecen las mejores
versiones nuestras. Mejorar por las personas a las que amamos no está mal.
Mal estaría perder a esa persona maravillosa solo por no salir de nuestra
zona de confort.
Y sí, he llegado a entender que la quiero. Creo que lo empecé a hacer
desde el momento en el que sujetó con fuerza mi mano en ese avión, pero
me negaba a verlo. Y me da pánico decírselo a ella por la misma razón que
le dije antes. Estoy curándome y no puedo prometerle que siempre
estaremos juntos porque puedo fallarle y bastante daño le han hecho ya
como para hacérselo yo también.
Me niego.
Así que Sam no puede saber que la amo.
Aún no.
51
SAMY

La semana siguiente la pasé junto a mi familia. Hicimos miles de planes


y fue increíble. No los veía desde que volví a Madrid después de Navidad.
Las llamadas por Facetime no fueron suficientes.
Al fin me senté con mis padres y les conté todo lo ocurrido. Mi madre no
paraba de poner caras de horror al enterarse de cómo conocí a Erick y lo
que hice aquella noche cuando mi relación se acabó. Gracias a mi padre,
que la calmó como solo él sabe hacerlo, pude contarles toda la historia.
Finalmente, se alegraron por mí. Estaba claro que mi felicidad les
importaba mucho más. Y lo estaba. ¡Lo estoy! Me dijeron que siempre he
sido una chica que se guía por lo que siente, por lo que le nace del corazón,
y si estar con Erick lo era debía apostar por ello. Mi padre me recalcó su
famosa frase: «es muchísimo mejor decir ¿te acuerdas?, que decir ¿te
imaginas?».
Por eso, tengo que vivir estos momentos.
Después, los abracé. Fuerte e intenso. No somos conscientes de que
cualquier día puede ser el último y yo no quiero arrepentirme de no
demostrarles lo importantes que son para mí.

Estamos a finales de agosto y siento que esto se acaba. Que el verano que
se presentaba doloroso y triste, ha resultado ser el mejor de toda mi vida. Y
está llegando a su fin. No soy de pensar mucho en lo que vendrá después,
soy de las que disfrutan del ahora y el mañana ya vendrá. No obstante,
desde que estoy con Erick siento que el tiempo corre demasiado deprisa,
que los minutos, las horas, los días, los momentos… se escapan.
Estas últimas semanas hemos pasado mucho tiempo juntos. Fuimos en
varias ocasiones al centro de acogida para hacerle una visita a Pedro. Me
presentó a su mujer, Carlota; la cual me encantó conocer y que cuando
estuvimos un rato a solas pudo contarme cosas de Erick que no sabía y que
me demostraron, una vez más, que es una persona maravillosa.
También hicimos planes con los chavales. Marco se alegró mucho de
verme. Bueno, a mí y a las chicas, porque en varias ocasiones quisieron
acompañarnos y así poder ayudar entre todos.
Volvimos a ir un algunas veces más a aquella cala. Erick dice que aquel
lugar ya no le pertenece a él, sino a nosotros. Ahora es nuestro refugio.
Y justo en este momento estamos aquí. En esta casa que tanto le gusta, y
no por su estética, sino porque aquí guarda los mejores recuerdos de su
hermano y, aunque siempre estuvo reticente a entrar, el día que lo hizo
conmigo sintió su presencia más cercana, como si la persona a la que quería
con todo su corazón nunca se hubiese marchado.
Seguimos tumbados entre las sábanas blancas. Debajo del tejido estamos
completamente desnudos y no puedo evitar que me ardan las mejillas
recordando todas y cada una de las veces que hemos sido el uno del otro.
Llevo un rato despierta, tumbada boca arriba con la cabeza apoyada en la
almohada a meros centímetros de la suya, meditando y pensando en lo que
ha cambiado mi vida.
Erick aún duerme a mi lado. Me giro y lo observo. Contemplándolo con
intensidad y sin apartar la vista de él.
El sol ya refulge con fuerza en el cielo y más de un rayo de luz se cuela
en la habitación por el trozo de cortina que está medio corrida. Paseo mis
dedos con mucha delicadeza por su rostro. El pelo le cae hacia delante,
descuidado y seductor, rozando sus cejas oscuras tan bien perfiladas. Las
diminutas arrugas que se le forman en los extremos de sus ojos reflejan las
sonrisas que estaban ocultas después de años sin expresarlas. Una barba
incipiente sombrea su mentón. Y sus labios… esos labios tan generosos que
han saboreado cada rincón de mi cuerpo y me obsesionan.
Lo estudio a través de las pestañas, bebiéndome su imagen sexi y
atrayente. Erick es la tentación personificada y me encanta. Hace que me
sienta especial, atractiva y deseada. Mi corazón se descontrola cada vez que
lo miro, lo toco o lo pienso.
No quiero ilusionarme de más, pero a la vez es complicado no hacerlo.
—Mmmm —emite un gruñido—. Buenos días, pelirroja.
Su voz ronca y profunda va directa a mi vientre.
—Buenos días, tipo duro —suelto graciosa.
—Ven aquí.
Erick estira la mano para colocarla tras mi cintura, en la zona baja de la
espalda, y me atrae hasta su pecho. Un estremecimiento me recorre la
columna vertebral al situarme en el hueco exacto entre sus brazos, donde
tanto me gusta estar.
52
ERICK

—¡Venga, sonríe un poco! —no sé porque la he dejado coger la cámara.


Lleva más de veinte minutos intentando fotografiarme.
Ya le he dicho que yo soy de ponerme al otro lado, pero ella sigue
empeñada en hacerlas y ya sabemos lo testaruda y pertinaz que es y hasta
que no lo consiga no parará.
Me cuesta sonreír porque sí.
Entonces la miro a ella. Ella es esa tentación que no quiero dejar ir
nunca, un regalo que me quebró el corazón abriendo las heridas pero a la
vez los ojos, y eso también es un regalo.
No elegimos de quien nos enamoramos. Eso no se puede controlar. A
veces puede ocurrir poco a poco, pero con Sam ha sido todo lo contrario.
Más bien… un tsunami que ha arrasado con todo.
Intento buscar su mirada, perderme en ella y poder admirar el hecho de
que tengo mi mundo ante mí, pero ella sigue ensimismada observando a
través de la lente.
No entiendo qué me ha hecho, pero os juro que la veo y me dan ganas de
quedarme para toda la vida en esa sonrisa, en esos ojos y en esos brazos que
me hacen sentir tranquilo.
Pienso en que siempre llega alguien que sí. Que sí se arriesga, que sí
encaja y que sí te hace sentir valioso. Alguien que no va con pretextos, que
no se cansa de quererte y que vive cada día su vida demostrándote que eres
la oportunidad más bonita que el destino ha puesto en su camino.
Entonces, sonrío.
—¡Al fin! ¡La tengo! ¡Tengo la prueba de que sabes sonreír! —su
emoción me contagia y ahora suelto una carcajada.
Me muevo para alcanzarla y tiro de ella para hacerla sentar a mi lado,
sobre la hierba.
La traje al mirador de Horta para contemplar el atardecer.
Con Sam he comprendido que los días más felices no se planean y que
las personas más importantes no se buscan. Lo bonito llega solo. Tan solo
hay que estar dispuesto a verlo.
—¿Eres feliz? —aparto la cámara y me tumbo apoyando la cabeza en su
regazo.
Ella hunde sus dedos en mi pelo y sonríe con la vista al frente, perdida en
la imponente ciudad a nuestros pies.
—¡Mucho! —respiro aliviado. Lo único que deseo es hacerla feliz. —
¿Sabes? En el cuaderno que me regalaste he estado apuntando cosas por las
que soy feliz.
—¿Si? ¿Y se puede saber cuáles son esas cosas? —estoy intrigado.
Sam sigue acariciándome mientras yo la observo.
—Pues… ¡Hay tantas! —se encoje de hombros, risueña. —Un café
caliente por las mañanas. Un ataque de risa entre amigos. Un abrazo
inesperado. Sentir paz. Que suene una canción que te gusta en la radio.
Cenar pizza —dirige su mirada entornada hacia mí y arruga la nariz
sabiendo que eso me hará sonreír—. Que te digan que tienen ganas de verte.
Ver fotos antiguas y sonreír. Un atardecer —vuelve a mirar al horizonte,
recordando un instante—. Un «me acuerdo de ti». Hacer algo por primera
vez. Que te hagan reír tanto que acabes llorando. Conducir con las ventanas
bajadas gritando tu canción favorita. Los conciertos. El olor a mar… TÚ. —
Mi corazón da un vuelco y late a una velocidad pasmosa. —Hay tantas
cosas, Erick…
Me incorporo y la tumbo bajo mi cuerpo. Anclo una mano en su cintura y
me coloco entre sus piernas. Me encanta observarla desde esta posición. En
realidad me encanta hacerlo desde todas las posiciones. Mis ojos se pierden
en sus dulces labios. Me acerco a ellos y los beso. Cada vez que hago eso
siento un tirón en el estómago que no puedo explicar. Me abruma la
intensidad de los sentimientos que unos besos consiguen despertar en mí.
—¿Tú eres feliz, Erick?
Tenso la mandíbula al oír esa pregunta. No sabría qué responder. Creo
que lo soy, pero me cuesta saberlo con exactitud. A ver, cuando estoy con
ella sí lo soy, de eso estoy cien por cien seguro, pero si ella no está a mi
lado no sé lo que siento. Además de que aún me cuesta apartar el
convencimiento de que no lo merezco.
Sam parece leerme la mente y saber con precisión lo que pienso.
—Quiero hacerte feliz… —se queda callada a media frase.
—¡Y lo haces! Eres la única chica a la que he besado con tantas ganas.
¿Eso no te da ni una mínima idea de lo que me haces sentir? ¿De lo feliz
que me haces? —le sonrío sabiendo lo que le gusta verme hacerlo y no
entristezca.
—Pero… también quiero que seas feliz por ti mismo, Erick.
Tuerzo el gesto y la sonrisa se va desdibujando. Eso es más complicado.
Mi móvil suena atronador en nuestro silencio, rompiendo con la
conversación que se estaba convirtiendo tan complicada para mí.
—Será mi madre. Me ha llamado varias veces.
—¡Pues cógele! —la libero de mi presión y me siento a su lado.
—Paso.
—Erick… es tu madre.
—No quiero tener nada que ver con ellos —frunzo el ceño y respiro
aliviado cuando el teléfono deja de sonar.
—Son tu familia. Erick, piensa en tu madre. ¿Habéis hablado alguna vez
de todo lo que ocurrió?
—No. Pensará que soy un hijo horrible y no quiero hacérselo pasar mal.
—Pues creo que deberíais. Os lo debéis. Tenéis que hablar de ello y de
cómo os sentís. Ella es tu madre, te quiere y le dolerá no poder contar
contigo, Erick. ¡Y no eres un hijo horrible!
El sonido incesante vuelve a interrumpir. ¡Qué pesadilla!
Sam lleva su mano a mi mejilla, me hace girar el rostro hacia ella y la
miro a los ojos.
—Venga, anda. ¡Cógeselo! Puede que sea importante.
Suspiro, cierro los ojos y lleno los pulmones de aire.
Saco el móvil del bolsillo de mis pantalones y descuelgo la llamada.
—Mamá…
—¡Cariño! ¡Qué alegría! Estaba a punto de desistir.
—¿Qué quieres, mamá?
—Saber cómo estás.
—Estoy bien.
—Me alegro, hijo. —Su voz suena triste. Joder, la echo de menos. ¿Por
qué tiene que ser todo tan complicado?
—¿Solo has llamado para eso?
—Eh, no. Verás… en dos días es tu cumpleaños y —en ese instante Sam
me agarra del brazo con fuerza y hace un gesto muy raro con la cara con los
ojos de par en par al escuchar lo que ha dicho mi madre —había pensado
que podrías venir a casa y celebrarlos juntos. Podría venir Samy y así nos
conoceremos mejor… ¡Haríamos una pequeña fiesta con amigos!
—Mamá… no creo que sea buena idea.
Sam frunce el ceño y se cruza de brazos.
—Por favor, hijo. Lo pasaremos bien y estaremos en familia. Te echo de
menos.
Sam asiente numerosas veces para obligarme a decirle que sí a mi madre,
pero es que ella no sabe como es mi familia, en concreto mi padre, y será un
desastre.
—Lo pensaré.
—Genial. Me haría muy feliz pasar tiempo contigo, cariño. Saluda a
Samy de mi parte. Te quiero, cielo.
Vuelvo a suspirar. Cada vez me cuesta más coger aire.
—Y yo a ti, mamá.
Cuando cuelgo la llamada Sam ya me mira con los ojos entrecerrados,
descruza los brazos y me dan un golpe en el hombro.
—¿Se puede saber porqué no me has dicho que sería tu cumpleaños?
—No me gustan las celebraciones… Ya lo sabes.
—Pero esta es diferente…
—No tiene nada de diferente. Solamente es un cumpleaños, Sam.
—Ya sabes lo que pienso al respecto. —Tuerce el gesto, divertida. —
Creo que podríamos pasarlo bien y sería una buena ocasión para acercarte a
tu madre. Te echa de menos, Erick, ella misma te lo ha dicho.
—Ya, bueno… —tiro de su mano y la hago sentar delante de mí, con su
espalda pegada a mi pecho. Su pelo roza mi barbilla, hundo la nariz en él e
inhalo. Después le doy un pequeño beso en la cabeza.
—Mi chica testaruda…
—¡Ehh! —me propina otro golpecito.
—Lo pensaré, ¿vale? Te lo prometo.
—Está bien.
Sam se acurruca contra mí y se acomoda entre mis brazos. No necesito
más que esto para ser feliz.
Con ella lo soy.
53
SAMY

Estoy un poco nerviosa. Esta mañana estuve con las chicas en una
cafetería que conocimos hace unos días y que nos encantó. Pasamos tiempo
juntas y les conté que esta noche, Erick y yo, iríamos a la fiesta que le
habían organizado sus padres por su cumpleaños. Finalmente accedió,
aunque no estaba muy convencido. En parte, tengo ganas de poder
conocerlos. Sin embargo, hay algo que me echa para atrás en cuanto a su
padre. No me genera confianza y mucho menos después de haber
escuchado a Erick hablar de él. Nada más pensarlo me pongo aún más
nerviosa. Aún así, esto lo hacemos por su madre. Ya está.
Mis amigas me dieron ánimos y me hicieron creer que les caeré bien. Tan
solo tengo que ser yo. Y ese es uno de mis miedos. Que no les guste como
soy. Pero tengo claro que no voy a aparentar ser otra persona. Así que es lo
que hay.
—¿Estás listo? —aún estamos dentro del coche. La poca luz del exterior
nos alumbra y la música dejó de sonar en cuanto el motor dejó de rugir, por
lo que el silencio ocupa todo el interior. Erick se ha quedado pensativo
durante unos segundos.
—Creo que no. Aunque conociéndote no dejarás que me marche.
—Erick… de verdad pienso que deberías dar el paso y hacerlo. Creo que
sería una buena forma de empezar y volver a estar cerca de tu familia. Pero
si me dices que estás completamente seguro de que no deberías entrar ahí y
que quieres largarte de aquí, te apoyaré y me iré contigo a donde desees ir.
Erick tiene que entender que no lo hago por cabezonería, sino porque
realmente pienso que debe recuperar esa relación con sus padres. Al fin y al
cabo solo se tienen a ellos y saben el dolor que se siente al perder a un ser
querido. No obstante, tan solo quiero la felicidad de Erick y si para ello
tenemos que largarnos de aquí, lo haré con él.
Sus ojos me estudian a través de sus pestañas durante un buen rato.
Meditando qué hacer. Sé que en el fondo se muere por entrar. Tan solo hay
que fijarse en sus ojos, leer en ellos que lo que desea con toda su alma es
volver a ser una familia, en cómo le brillan, en que tiene una lucha interna
con él mismo y sus sentimientos. Lo que está claro es que los echa de
menos. O al menos a su madre.
—¡Hagámoslo! Entremos… Si estás conmigo podré con ello.
Erick me dedica una sonrisa sincera y me da un toquecillo en la barbilla
con sus dedos.

La casa de sus padres es majestuosa. Y si ya aparenta eso desde fuera no


quiero ni imaginar cómo será por dentro.
—¿Me queda bien? —le señalo mi look a Erick para tener su aprobación
y estar a la altura. Tardo un segundo en avergonzarme.
—Lo importante es que a ti te guste. Eres tan guapa como tú te sientas,
Sam —agacho la cabeza dubitativa. Se me hace raro escuchar ese
comentario cuando, durante algún tiempo, me acostumbré a oír lo contrario,
a necesitar la aprobación de otro.
—Pelirroja… —Erick llama mi atención con ese apelativo que
últimamente usa mucho menos y que tanto me gusta que diga —¡Estás
preciosa!
Sonrío como una boba.
Durante unos segundos se me hace eterna la espera, hasta que por fin
abren la puerta.
Sofía, su madre, nos recibe con alegría.
—¡Cielo! —se lanza sobre él para abrazarlo. Mientras lo hace yo me
quedo embobada mirando tras ella. El interior de la casa es descomunal, no
me equivocaba. Y eso que solo he visto por encima el recibidor.
Sofía me saca de mi estupor estrujándome entre sus brazos. Sin duda es
muy efusiva.
—¡Qué alegría teneros aquí! ¡Felicidades, hijo!
—Gracias, mamá —dirijo mi mirada a Erick que intenta lanzarle una
media sonrisa.
—Me alegro de verte, cielo —Sofía, me coge las manos.
—Venga, pasad. Todo el mundo te espera.
—¿Todo el mundo? —Erick arquea las cejas.
—Oh, sí. Verás… al principio, íbamos a ser los más allegados, pero tu
padre se enteró de lo que planeé y quiso hacer una fiesta por todo lo alto. Ya
sabes cómo es. Y no ha habido manera de convencerlo de lo contrario.
Erick tensa tanto los músculos de la mandíbula que creo que se lastimará.
Antes de venir me contó que su padre es un gran empresario del mundo
de la noche. Tiene diversos pubs repartidos por la ciudad e, incluso, ha
llegado a abrir algunos clubs en Estados Unidos gracias a múltiples
magnates del mundo de la noche. Sus tíos y primos se encargan de ellos en
esa parte del mundo. Erick me dejó muy claro que rechazó en más de una
ocasión la propuesta de su padre para trabajar con él, pues discrepan en los
servicios que ofrecen y en cómo llegan a tratar algunos hombres a las chicas
que tiene contratadas. Después entendí que Erick supiese tan bien en el
local tan sofisticado que me encontraría aquella noche cuando salí con las
chicas y que conociera a aquel Paul. Al parecer, es el hijo de uno de los
socios de su padre.
Erick no quiere formar parte de nada de eso ni heredar su negocio en el
futuro.
—¡Venga, no os quedéis ahí! ¡Pasad!
Sofía nos insta a seguirla hacia donde están todos los invitados.
Durante el recorrido por la inmensa casa puedo echar un vistazo a las
paredes, muebles y decoración en colores neutros. Todo con una elegancia
desmesurada. Francamente, es la típica casa de unos ricachones como las
que estoy acostumbrada a ver en las películas de Netflix. Del techo cuelgan
gigantescas lámparas de cristal y el suelo es de un marfil tan
resplandeciente que me da pavor que pueda verse reflejada hasta mi ropa
interior en él. Las paredes están adornadas con cientos de cuadros,
aparentemente, caros. Aunque no dudo de ello. Procesando todo lo que veo,
pienso que la casa en la que hemos estado tantas veces en aquella cala no
tiene nada que ver con esta. Y si la de nuestro rincón en el mundo ya me
parecía una pasada de residencia, inalcanzable para cualquier mortal de
clase media, esta traspasa los límites de la excentricidad.
Sinceramente, mi expresión no muestra una perplejidad desmesurada
porque esta mansión me encante sino, más bien, lo contrario. Parece un
auténtico museo y carece de lo verdaderamente importante y de lo que
debería rebosar en los hogares. Aunque a que esta vivienda tampoco es que
se la pueda llamar hogar, pues la calidez humana de familia, respeto y amor,
dista muy lejos de estar presente entre estas cuatro paredes.
De pronto siento que no estoy hecha para este lugar, lo que me hace
llevar la vista a Erick. En realidad, a él tampoco le pega nada de esto.
Después miro hacia abajo, observando mi atuendo. No creo que esté mal, de
hecho me veo guapa y favorecida. Llevo un vestido blanco corto, a la altura
de los muslos, y ajustado con un corsé que se ciñe cómodamente a la
cintura, en un tejido elegante, con hombros descubiertos y mangas largas,
ligeras y transparentes. Combinado con unas sandalias de tacón, un
pequeño clutch y mi melena ondulada recogida en una cola de caballo.
Cuando me arreglaba se me pasó por la mente diversos sentimientos.
Entre ellos, el de no estar a la altura de una familia como la de Erick. Me
maquillé los ojos y los labios para parecer algo mayor y ser como las chicas
que sé que rondan alrededor de Erick. Pero por mucho que me maquillase
seguía teniendo el rostro de una chica de veinte años. Después pensé: «¿a
quién quiero engañar?». Yo no soy así. Y mucho menos quiero parecerme a
ellas. Por lo que me desmaquillé y me arreglé como siempre hago; máscara
de pestañas para resaltar mis ojos verdes y labios rojos.
Parece que Erick sabe perfectamente en lo que pienso, porque justo antes
de salir a la zona del jardín a la que nos dirige su madre, me da un apretón
de mano, se inclina hacia mi oído y susurra:
—Estás espectacular. Algún día entenderás que eres la chica más
preciosa del universo y serás consciente de cómo te miran los tíos y el
efecto que tienes sobre ellos. Nunca dejes de ser tú, nena.
Su voz grave y áspera me provoca un escalofrío. Siento el momento
exacto en el que mis mejillas se sonrojan y Erick me da un suave beso en la
comisura.
La cara de Erick cambia por completo en cuanto llegamos al jardín
trasero de la mansión. Los farolillos y guirnaldas decoran el exterior para
crear una noche mágica. Pese a que no la siento como tal, ya que toda la
decoración de alrededor y las personas que hay aquí parecen un simple
escenario para demostrar la diferencia de clases.
La música elegante suena por los altavoces, situados en puntos
estratégicos por cada rincón, generando un ambiente apacible para que los
invitados puedan hablar entre ellos sin necesidad de alzar la voz más de la
cuenta. Todos tienen copas de champán en las manos y van vestidos como
si esta celebración fuera una noche de gala. Ahora sí pienso que no encajo
aquí y mucho menos Erick cuando observo su ropa. Elegante pero informal.
Todavía no había tenido la oportunidad de verlo vestido así; zapatillas,
pantalones de pinza oscuros y camisa blanca con las mangas subidas a la
altura de los codos, por lo que deja al descubierto gran parte de sus tatuajes.
Lo que me insta a dar una ojeada rápida a toda esa gente que sé que lo verán
como un macarra cuando es todo lo contrario.
Algunas miradas se posan en él, lo estudian y, por ende, a mí. Creo que
no me había sentido tan incómoda en toda mi vida.
Martín, su padre, le dice algo a un hombre con el que está hablando y se
encamina hacia nosotros con paso firme y lento.
Erick suelta con rapidez mi mano y la lleva hasta mi cintura de un modo
posesivo. Parece que estuviera marcando territorio. Quizá debería
desagradarme ese acto, pero todo lo contrario. Sinceramente, ese gesto no
creo que vaya hacia mí o hacia el resto de asistentes a la fiesta. La cara de
Erick ha cambiado por completo en cuanto su mirada se ha cruzado con la
de su padre. Lo que más bien me hace pensar que su mano implantada en
ese trozo de piel de mi cintura, apretándome contra él, va dirigido a dejar
algo claro a alguien más concreto.
—Hijo, has venido.
La voz de su padre se cuela en mi interior y siento un escalofrío.
—Qué remedio. Lo he hecho por mamá.
—Se lo debes, es lo menos que puedes hacer. Complacerla.
Erick cuadra los hombros ante ese comentario y alza el rostro para
observar a su padre casi por encima. Son de la misma estatura, pero ahora,
Erick, parece mucho más alto.
Yo no puedo evitar fruncir el ceño ante sus duras palabras. Joder, me ha
dolido. Y si a mí me duele no puedo ni imaginar cómo se sentirá Erick.
—Vamos, la gente quiere saludarte —le hace un movimiento de cabeza
para que lo siga.
Ahora que me fijo ni se ha percatado de mi presencia. Ni un saludo ni
una simple mirada. Por lo que soy reticente a acompañarlos, pero no me
queda otra pues Erick me sujeta con tanta fuerza que está claro que no va a
dejar que me separe de él.
Durante un buen rato, Erick saluda a un montón de gente. Amigos de su
padre y empresarios muy conocidos. En lugar de una fiesta de cumpleaños
parece el sitio perfecto en el que se han reunido diversas personas con
cientos de millones de euros en sus cuentas bancarias y así poder formar
relaciones jugosas para futuras inversiones, negocios y a saber qué más.
Consigo alejarme de Erick durante unos minutos. Paseo por el jardín
siguiendo sus pasos mientras él avanza e intercambia saludos incómodos
con algunas personas para felicitarlo. Da innumerables besos de
compromiso a varias mujeres y estrecha bastantes manos. Yo, con una copa
en la mano me planto frente a una gran mesa vestida de blanco y con
múltiples decoraciones elegantes y florales. Está atestada de canapés, frutas
y champagne.
Me ruge el estómago. Y, aunque, parece que esta mesa está aquí más bien
de decoración, pues nadie se atreve a probar bocado, yo opto por coger uno
de estos deliciosos canapés que, a todos nos queda claro, no son de las
típicas bandejas preparadas que podemos encontrar en cualquier
supermercado de barrio.
Le doy varios mordiscos para no ser una bruta, pese a que son tan enanos
que con un simple bocado habría bastado.
Aún sigo masticando cuando una chica, con el pelo más liso y brillante
que he visto nunca; cortado a la altura de los hombros y moreno, esbelta y
con unas piernas de infarto, se acerca a mí luciendo con descaro un vestido
negro ceñido que acentúa su espectacular cuerpo.
—Así que tú eres la nueva putita de Erick. —Afirma con una voz melosa
y cargada de veneno.
Casi me atraganto al escucharla. Le da un pequeño sorbo a su copa.
—Soy Samantha —rebato. Paso de decirle que ni soy una putita ni
mucho menos Erick es lo que ella ha insinuado.
—Valeria —se presenta altanera. Observándola bien, parece la misma
chica que se acercó a Erick la noche que vino a buscarme al pub.
Y sí, es ella. No hay duda.
Durante unos segundos me estudia desde la altura de sus taconazos. Y no
hace falta que alguien te diga con palabras que sobras porque tan solo basta
una mirada para sentirme insignificante y fuera de lugar. Sin articular
palabra me deja claro que yo aquí no pinto nada.
—Estoy intrigada por saber qué le das a Erick para que te haya traído
aquí. Él no es hombre de una sola mujer. Es un mujeriego. Un chico de
aventuras. Nada serio. Sino que me lo digan a mí —se lleva su fina mano
con manicura de cien euros al pecho, dolida por algo del pasado.
No sé porqué pero ese comentario me hace pensar que Erick realmente
puede tener a su disposición todo un harén de tías buenas. Reparo en cómo
lo admiran todas las chicas presentes, aunque él pase de ellas. Lo observan
con atención, con sonrisas lascivas y unas ganas de sexo que gritan por
todos los poros de las pieles de sus cuerpos.
Debería responderle, no dejar amilanarme, pero no entiendo qué me pasa.
Puede que tanto tiempo bajo el yugo de una relación abusiva me haya
pasado factura. Yo jamás he consentido que nadie me hable así, que no me
respete y que me trate de esta manera. Sin embargo, ahora, me quedo muda
y me cuesta hasta tragar.
—¿Ya te ha contado que fuimos novios? Es más… nuestra unión era
mucho más… ¿Cómo decirlo para que no te duela? Ah, sí. ¡Íbamos a
casarnos!
Sonríe complacida y vuelve a beber de su copa.
¡¿Qué?!
Abro los ojos de par en par. Pensaba que Erick no quería nada de eso, que
no creía en el amor, que él no podía ofrecer nada eso, pese a que yo haya
experimentado que sí es capaz de sentir algo así. Sin embargo, ahora dudo.
Y me duele, porque estoy completamente enamorada de Erick, lo quiero
con toda mi alma y esta mujer me está dejando claro que no llegaré a nada
más con él.
¿Pero porqué no le planto cara?
La tal Valeria adelanta un par de pasos firmes, los mismos que yo
retrocedo por inercia.
Se inclina hacia mí.
—Eres muy joven, cielo… deberías largarte antes de que Erick lastime tu
pequeño corazoncito.
—No conoces a Erick —frunzo el ceño. Por fin me atrevo a hablar.
Aunque tengo la garganta tan seca que pienso que no han salido las palabras
con la suficiente fuerza para que me oiga claro.
—Oh, ¿y tú sí? —expresa un puchero, burlándose de mí. —Si piensas
que Erick te quiere de verdad vas lista. Él tan solo se quiere a sí mismo.
Jamás te amará.
Trago con dificultad.
Vuelve a avanzar sobre mí. Con la fatalidad de que tropiezo con la tela de
la mesa que llega hasta el suelo y caigo de culo. El contenido de mi copa se
derrama en mi vestido.
Menuda humillación.
Todos miran en nuestra dirección. Valeria me observa desde arriba con la
sonrisa implantada en su perfecto rostro.
No puedo reaccionar. Debería levantarme y salir de aquí, pero me quedo
en shock. ¿Porqué, joder? Soy Samantha y no soy de las que se callan ante
las injusticias.
Erick aparece al instante, se agacha a mi lado, me agarra y me ayuda a
levantarme.
—Nena, ¿estás bien?
—Sí —suelto un hilo de voz casi imperceptible. Todo esto me abruma y
hace que mi mente piense miles de cosas a la vez. Una lágrima amenaza
con salir. Tengo ganas de llorar. Por sentirme menos que ellos, por la
humillación, por no ser capaz de defenderme. Sin embargo, la reprimo. No
pienso darles el placer de verme hundida.
—¿Se puedes saber qué cojones haces, Valeria?
Erick le planta cara.
—Cariño, no te enfades… tan solo estaba informando a Samantha que
tipo de hombre eres…
¿Cariño? ¿En serio?
Ni siquiera espero a que termine de hablar cuando salgo disparada.
Quiero largarme de aquí. Necesito irme de esta casa y alejarme de toda esta
gente. Necesito aire y este lugar me lo ha arrebatado por completo. Recorro
todo la casa hasta llegar a la puerta de entrada.
Ya he puesto un pie en el camino empedrado que adorna la parte
delantera de la vivienda cuando una mano me agarra por la muñeca.
—¡Sam, espera! —grita Erick.
—¡Déjame! Solo quiero marcharme. —Me zafo de su agarre.
Me intercepta y se coloca frente a mí, cortándome el paso.
—Vale, está bien. ¿Pero qué ha ocurrido?
Levanto la vista y la dirijo hacia sus ojos oscuros.
Las lágrimas luchan con todas su fuerzas para salir. A estas alturas, ya no
las puedo reprimir porque estoy enfadada. Enfadada y dolida.
—Ocurre que soy una imbécil. Valeria me ha dicho que tan solo soy una
aventura para ti. Que cuando te canses me dejarás. Que me harás daño. Y,
¿sabes qué? no sé si estoy preparado para ello. Sé que no hemos hablado de
qué sentimos exactamente, de lo que hay entre nosotros. Pensaba que
tampoco hacía falta hablarlo porque estaba claro, pero ahora dudo de ello.
Y quizás esa mujer lleva razón.
Erick me sujeta de ambos brazos, con la expresión de duda en su rostro.
Sin entender realmente a qué viene todo esto.
—¿Por qué no me has contado que ibas a casarte? ¡Eh! ¿Por qué? —me
suelto y lo empujo. Lo sigo empujando con todas mis fuerzas —¡Todo este
tiempo me has hecho creer que aunque querías estar conmigo jamás serás
capaz de amarme de ese modo! Porque tú no sabes amar, Erick —me duele
el pecho y me cuesta respirar. Sí, sé que me dejó claro que quería estar
conmigo. Que conmigo lo quería todo. En cambio, no ha sido capaz de
expresar un «te quiero» o decirme que está enamorado. Y lo había
aceptado, no me importaba si no quería decírmelo, porque yo sí lo quiero y
prefería mil veces eso a no tener nada con él. Sin embargo, ahora, ya no es
suficiente.
—¡Basta, Sam! —Erick me sostiene por las muñecas para que deje de
golpearlo. En un movimiento veloz me pega a él, a su cuerpo—. Basta, por
favor. Sí, iba a casarme, pero no porque quisiera. Mi padre tenía todo mi
futuro planeado y escogió a Valeria para que formara parte de la familia.
Erick no deja de mirarme ni un solo segundo. Su ceño fruncido me deja
claro que quiere explicarme varias cosas, que necesita que lo escuche.
Y como siempre, lo hago.
—Mi padre siempre toma las decisiones pensando en si él se beneficiará
de ello. Por lo que dejar que Valeria entrara en la familia era una de ellas.
Aunque no le bastó con eso. Mi padre es un arrogante de mierda que se cree
mejor que nadie y que desea todo lo que los demás tienen, hasta superarlos.
Jamás he amado a Valeria. Un día encontré a mi padre tirándose a la que era
mi novia y me jodió. Me sentí traicionado. Y que quede claro que no fue
por ella, sino por él. Se supone que es mi padre, joder. Cuando Marc murió
decidí alejarme de todo. A ese hombre casi le da un infarto el día que me fui
de casa diciéndole que no iba a seguir sus pasos y mucho menos con sus
negocios. Seguramente preferiría que yo no existiese. Pero hace tiempo que
mi padre y todo lo que le concierne dejó de importarme. Es más, no se
merece ni ese título.
Erick se separa, me da la espalda y se lleva las manos al pelo,
deslizándolas hasta la nunca. Pensando. Suspirando.
La cabeza me da vueltas con toda la información. Su padre es un
auténtico cabronazo.
Intento calmarme porque en el fondo sé que he exagerado y no está
obligado a contarme nada de todo esto. Forma parte de su pasado, al igual
que yo tengo el mío. Por eso mismo, por culpa de mis anteriores relaciones
y por cómo esa mujer me ha tratado, se han nublado mis sentimientos y,
sobre todo, la razón.
—Erick… —murmuro. Lo hago girar, cogiéndolo del brazo.
Ante mi tacto, se coloca de nuevo frente a mí y acuna mi rostro entre sus
manos.
—Voy a ser sincero contigo, pelirroja…
Me estremezco al oír mi apelativo. Nuestros alientos se mezclan de lo
cerca que estamos.
—Solo he sido capaz de enamorarme una vez.
—¿Una vez? —murmuro con una punzada en el pecho. Quiero que sea
sincero conmigo, pero sé que me va a doler.
—Sí —cierro los ojos unos instantes. Aprieto los parpados, obligándome
a ser fuerte. Fui yo la que aceptó disfrutar de lo que tuviera con Erick,
durara lo que durase.
—Pues que afortunada si consiguió que el tipo duro, frío y sin
sentimientos amase de verdad —suelto chistosa aunque por dentro me
queme el pecho al pensarlo. A pesar de todo, Erick me ha dado mucho más
que nadie en estos meses. Me prometí que aprovecharía cada segundo con
él, sabiendo que lo nuestro podría tener un final. Y es lo que he hecho. No
me arrepiento de nada. Porque, aunque lo quiera con todo mi corazón y él
no sienta lo mismo por mí, Erick siempre será mi primer amor verdadero.
—¿Afortunada? —media sonrisa se cuela en sus labios y mis ojos se van
directos a ellos.
—Debió serlo si has sido capaz de confesarlo. ¿Puedo saber quién fue?
¿Cómo se llamaba o algo? Ahora tengo curiosidad… —Erick se agacha un
poco para buscar mi mirada. Lleno los pulmones de aire al verme reflejada
en su iris oscuro.
—¿Por qué piensas que fue en pasado?
¡¿Qué?! ¿No irá a decirme que sigue enamorado de ella? Me sentiría
como una idiota por no haberlo visto.
—¿Quieres decir…? —me corta a media frase.
—No pienses en cosas raras, pelirroja. Quiero decir que la tengo justo
delante.
Erick se abalanza sobre mí y estampa sus labios contra los míos. Por
espacio de un instante, todo lo de nuestro alrededor se esfuma. Las palabras
dañinas que esa mujer había inyectado en mí con su aguijón han
desaparecido.
Mi corazón, mi estómago y todas mis entrañas se derriten al sentir los
besos de Erick. Me abruma la intensidad de los sentimientos que consigue
despertar en mí interior.
Se separa un par de milímetros y susurra muy cerca de mis labios.
—No quiero solo una aventura contigo, pelirroja. Quiero… ¡No!
Necesito una historia de amor juntos. De esas que se lo dan todo, pelirroja.
De las que lleguemos a ancianos de la mano, con hijos y un montón de
nietos correteando por nuestra casa y pensando que hicimos bien las jodidas
cosas. De no soltarte jamás, tan solo cuando yo deje de respirar. Eso es lo
que quiero.
Mi pecho sube y baja con rapidez porque le cuesta respirar con
normalidad. Mis ojos brillan con tal intensidad y las lágrimas se agolpan de
tal forma que apenas puedo ver más allá. Intento procesar la declaración de
Erick tan rápido que me temo no estar entendiéndolo bien.
—No te pienso fallar, ¿me oyes? Te quiero, Sam. Más que a nada,
pelirroja —dibuja una sonrisa que le llega hasta los ojos, impresionado con
él mismo por haber dicho esas palabras. A mí me contagia su felicidad. —Y
cuando se ama con el corazón, se respeta hasta con el pensamiento. No
habrá nunca otra mujer porque yo solo tengo ojos para ti, Sam. Debes
entender de una maldita vez que solo te amo a ti.
Estoy tan feliz que ahora soy yo quien se lanza sobre él. Le rodeo el
cuello con mis brazos y lo beso. Erick me agarra por la cintura, rodeándome
con los suyos. Perdiéndome entre su cuerpo esculpido de la forma que tanto
me gusta y sosteniéndome en el aire.
—Yo también te quiero, Erick —susurro aún en sus labios.
Y noto el momento exacto en el que una sonrisa amplia y de felicidad
aparece en su rostro para quedarse durante unos segundos bajo mis labios,
permitiéndome que la bese, dejando pequeños besos en sus comisuras.
Haciendo que explote de felicidad.
—¡Vámonos de aquí! —impone una vez que vuelvo a tocar el suelo.
—Pero, Erick… aún nos ha soplado las velas y toda esa gente…
—Que les jodan—. Arruga su frente. —No pintamos nada ahí. Nos
vamos.
Erick entrelaza nuestros dedos y me insta a andar a su lado.
Desaparecemos de este lugar dejando atrás todo el dolor, las
inseguridades y las mentiras.
54
ERICK

Le he repetido mil veces que fuésemos a casa para que se cambiase de


ropa. A causa del tropiezo estaba empapada, pero decía que le daba igual.
Se ha empeñado en que nos acercáramos a la casa de acogida. Decía que
tenía ganas de ir a cenar con los chavales. Y aunque después de mi
confesión lo que más me apetecía era largarnos de allí, llevarla a nuestro
lugar y hacerle el amor durante horas, hay pocas cosa que pueda negarle a
Sam. Así pues, acabamos de aparcar frente a la residencia.
Sam se coloca a mi lado y me sonríe.
—Toma, esto es para ti.
Llevo mi vista hacia lo que sostiene entre las manos.
—¿Qué es? —sonrío al ver el regalo.
—Es una tontería… No he tenido oportunidad de dártelo antes. Pensé
que quizá te gustaría tener todos esos recuerdos de tu hermano en un álbum.
Sé que puede parecer algo anticuado cuando tenemos al alcance de la mano
tanta tecnología, pero a mi siempre me ha gustado hacerlo así.
Junto las cejas al escucharla y la sonrisa se desdibuja por unos segundos.
Marc me viene de golpe a la mente y lo añoro.
—Vaya… Siento si no te ha gustado, Erick…
—¡Calla! Es perfecto, nena. —La rodeo con mi brazo y la atraigo hacia a
mí. —Tú eres perfecta. Gracias. —La beso con fuerza, achuchándola contra
mi cuerpo.
—Tengo otra sorpresa para ti.
—Nena, sabes que odio las sorpresas.
—Pues te aguantas.
Veloz me da un beso en los labios y me tapa los ojos con una de sus
manos.
Estoy muy seguro de que hubiera preferido ponerme un pañuelo o algo
similar para ocultarme lo que sea que haya preparado, pero supongo que lo
que ha organizado ha sido tan precipitado que no ha venido preparada y su
mano deberá bastar.
Una vez que llama al telefonillo y nos abren avanzamos por distintos
pasillos, girando a izquierda y derecha. Casi sería capaz de descifrar hasta
dónde me lleva, pero con los ojos tapados no puedo asegurarlo.
Prácticamente, puedo ver por un lado de sus dedos, soy mucho más alto que
ella y está haciendo lo imposible por andar de puntillas y alcanzarme, por lo
que me obligo a cerrar los ojos bajo su piel para sorprenderme de verdad ya
que se está tomando tantas molestias.
—Ya estamos aquí. ¿Estás preparado?
—Contigo, siempre. —Le dedico una sonrisa de medio lado sabiendo
que me observa.
Sam me destapa los ojos y en el momento en el que los parpados se
abren, todos gritan.
—¡FELICIDADES!
Pedro, Carlota, todos los chavales y las amigas de Sam.
Me asombro en el momento en que empiezan a entonar la dichosa
cancioncilla de «cumpleaños feliz» y se van acercando a mí. Pedro, Carlota
y todos los chicos tienen una amplia sonrisa de felicidad implantada en sus
rostros, como si estuvieran dibujadas y ya no pudieran borrarlas. Tengo el
tiempo justo, a la par que siguen cantando, para mirar a mi alrededor. Las
guirnaldas infantiles y coloridas adornan las paredes y cada rincón de la
sala. La mesa que han adaptado para la ocasión está repleta de gominolas y
mini bocadillos con embutidos. No hay nada de alcohol, más bien zumos y
bebidas gaseosas. Visto así, quedaría más que claro que lo que se celebra
aquí esta noche es el cumpleaños de un crío de seis años y no la de un chico
de veintisiete.
Giro la cabeza hacia Sam. Tiene los ojos brillantes, chispeantes por la
emoción de sorprenderme. Le sonrío porque es lo único que puedo hacer.
Sinceramente, no me esperaba nada esto y la chica que tengo a mi lado es
una jodida maravilla en todos los sentidos. Y es mía, solamente mía.
Cuando tengo todos a unos centímetros de distancia, se abalanzan y me
abrazan. Contentos y felices.
Mi amigo y su mujer me obsequian con un regalo muy especial. Para
nada me esperaba algo así; dos billetes de avión para Irlanda y con fecha
abierta. Ellos saben muy bien que uno de mis sueños es perderme por el
mundo y poder contar historias con mi cámara. Solo que ahora mi sueño se
ha ampliado y quiero que la chica que hace explotar mi corazón me
acompañe a todos y a cada uno de los lugares que tengo en mente. Les doy
las gracias y un cálido abrazo familiar.
Los chavales me dan sus regalos. La mayoría hechos por ellos mismos.
Marco me ofrece un dibujo en el que aparecemos Sam y yo, sentados a la
orilla del mar, observando la apuesta de sol y con una caja de pizza entre
nosotros. Me da por reír al contemplar el regalo. Está claro que es el típico
dibujo de un niño pequeño y aún no sabe hacer muy bien las proporciones
de las partes del cuerpo, pero sin duda es algo que me hace explotar de
amor y este dibujo tiene mucho más valor que cualquier cuadro que mi
padre haya comprado para adornar su jodida mansión.
Me agacho para mirarle directamente a los ojos y, una vez dada las
gracias, le digo que lo quiero fundiéndonos en un abrazo.
Cuando todos vuelven a repartirse por la estancia, les falta tiempo para
empezar a picotear de esa mesa tan infantil pero que me fascina, y se
dedican a darlo todo mientras bailan o, más bien, a hacer el ganso.
La especial mirada de Sam ya me espera cuando decido dirigir la mía en
su dirección. Cuela sus brazos por debajo de los míos y así poder cruzar sus
manos a mi espalada. Me observa con admiración desde su altura.
—Siento que todo esto sea algo infantil, pero es lo único que han podido
preparar Pedro y las chicas con tanta rapidez.
La contemplo con cariño. Nos balanceamos al ritmo de la música que
emiten los altavoces.
—Es perfecto. Me ha encantado, nena.
Vuelvo a sonreírle porque a estas alturas tengo muy claro que con ella es
muy fácil y me sale sin querer.
Acuno su rostro entre mis manos y la beso. Un beso largo y sincero,
removiéndome todo en mi interior y haciendo que me sienta el hombre más
afortunado del planeta.
Sam apoya su mejilla en el hueco justo entre mi pecho. El lugar en el que
tanto le gusta implantarse para escuchar mis latidos. O al menos eso fue lo
que me confesó un día cuando me explicaba qué fue lo que sintió la primera
vez que hizo tal cosa. Me dijo que tenía la estatura idónea para encajarse en
ese hueco y sentir perfectamente cómo bombea mi corazón.
Y no puedo estar más de acuerdo porque, además, desde que ella
apareció en mi vida, ese órgano late con mucha más intensidad.
Ese simple pensamiento me hace apretarla más contra mí a la par que
apoyo mi barbilla en su pelo.
Seguimos moviéndonos al ritmo de la suave melodía que han elegido los
chavales. Muy probablemente, a caso hecho. Y mientras nos dejamos llevar
por este momento pienso en todo lo que ha ocurrido. En que, de repente,
llega alguien que no te dice que «te ama» con palabras sino que te lo
demuestra. Llega para que entiendas que quién no se quedó, mejor para ti.
Que llegó para hacer todo aquello que no te veías capaz pero que aún así lo
haces porque es con ella y eso es motivo suficiente. Llega porque al final
puede que sí lo merecías. Porque puede que el universo no estuviera tan
empeñado en hacerte sufrir por más que pensaras que sí.

Es cerrar la puerta de mi piso y las ganas de arrancarnos la ropa y el


deseo de acariciarnos por todas partes nos engullen.
Conforme vamos avanzando con pasos torpes nos desprendemos con
ansias de cada una de las prendas, por lo que vamos dejando un pequeño
camino en el suelo como si fueran migas de pan.
El fuego abrasador que desprende nuestros cuerpos nos obliga a dejarnos
caer en el sofá porque no tenemos tiempo que perder hasta conseguir llegar
a la habitación.
La beso con tanta desesperación, con tanto deseo, que a pesar de que el
labial rojo que ha utilizado esta noche le prometía no moverse de su sitio yo
he conseguido desdibujárselo de los labios.
Mi pelvis ejerce presión sobre ella, por lo que Sam emite un dulce, y
demasiado sexi, sonido ronco que se le escapa de lo más profundo de su
garganta para perderse en mi boca. Sus pupilas están dilatadas, aunque la
luz que se cuela por el hueco de las cortinas sea tan escasa que es casi
imposible apreciarlo en detalle. Aún así, puedo vislumbrar con exactitud
sus labios y la perfecta silueta de su cuerpo que se eriza bajo mi peso. A día
de hoy puedo decir que me sé de memoria cada parte de él, sus cicatrices y
aquellas zonas que ella detesta y que a mí me vuelven loco.
Nuestras bocas se acoplan de nuevo, acomodándose la una con la otra.
Todo va acompasándose para convertirse en un beso demasiado fogoso y
sumergiéndonos en una vorágine de placer. Arranco sus gemidos mientras
los silencio con mi propia boca. La estoy devorando sin piedad y a la vez
con toda la delicadeza del mundo. Su piel se funde bajo las yemas de mis
dedos. El ardor crece dentro de mí y la sangre se acelera en segundos.
A pesar de la oscuridad que nos envuelve, gracias a la contaminada luz
del exterior, tenue y anaranjada, puedo fijarme en como Sam sigue muy
atenta los movimientos de mis manos cuando la acaricio. Una oleada de
calor se implanta en mi abdomen al ver que, tocándola y acariciándola de
esta forma, puedo hacer que vuelva a tocar el cielo con sus propias manos.
Esa oleada de calor se convierte en un puto tsunami de lava ardiente que
me hace necesitarla más. Mucho más. Infinitamente más.
Encajo perfectamente en su precioso cuerpo. Hundo mi cara en el hueco
justo entre su cuello y el lóbulo de su oreja. Un breve escalofrío me recorre
la espalda al sentirla y al inhalar su dulce aroma. Joder, no me cansaré
nunca de decir lo deliciosamente bien que huele.
Estoy locamente enamorado de ella. De tal forma que cada vez que
escuche esa puta canción que sonó en mi coche, y todas las que vinieron
después, la veré a ella. Cada vez que coma pizza en cualquier lugar del
mundo, la veré a ella. Cuando vaya a un mirador, cuando conduzca la moto
o cuando sea testigo de un atardecer, será ella quien esté frente a mí.
Siempre habrá algo que me recuerde a ella.
En esta vida tan solo necesitamos que nos hagan reír y nos hagan confiar.
Y esta pelirroja me ha dado eso y mucho más. Me ha hecho ver que se
puede querer sin doler, convirtiendo los días tristes en planes perfectos si
los ves desde otra perspectiva. Las dudas en respuestas. Y que hay besos
sinceros por los que vale la pena dejarse llevar.
Esta noche quiero que Sam sea mía. Cada parte de ella y en todos los
sentidos. Aunque hayamos tenido miles de momentos así desde que
estamos juntos, esta noche quiero que lo sienta diferente.
Nos entregamos el uno al otro por completo y las convulsiones nos
embargan, conduciéndonos al clímax.
Algunos minutos después, paso un brazo alrededor de su perfecto cuerpo,
atrayéndola hacia mí. Un ruido de satisfacción evoca de su garganta.
Presiono su espalda contra mi pecho. Su sedosa melena me roza la barbilla
y me hace cosquillas. Se queda totalmente dormida mientras escucho el
sonido de su pausada respiración y el latido de su corazón bajo mis dedos.
Por ahora la dejaré descansar, pero sé a ciencia cierta que esta no será la
última vez que la haga mía esta noche.
55
SAMY

El sol pega con fuerza en lo más alto. Maca, Vicky, Sole y Susana están
metidas en la piscina con Carlos; el novio de mi amiga, Jorge, Pablo y
Óscar; los tíos que conocimos aquel día de playa y se acoplaron a nuestro
plan. Desde entonces, las chicas se han estado viendo con ellos. Digamos
que ellos sí están siendo sus «rollos de verano».
Sonrío al pensarlo. Mis amigas tienen clarísimo que solamente quieren
eso de ellos y piensan disfrutarlo al máximo. Cuando volvamos a nuestras
rutinas, probablemente se olviden de esos chicos a los dos días.
Sin embargo, yo no quería un «rollo de verano» ni entraba dentro de mis
planes enamorarme. Cómo ocurren las cosas cuando no las planeas,
¿verdad?
Me dejo llevar por esos pensamientos mientras observo con atención a mi
chico. Está de espaldas, mostrándome toda la dureza de cada músculo de
esa zona, preparándome una bebida refrescante en el mini bar que tiene
Óscar en la terraza. Ya hemos venido unas cuantas veces, por lo que
siempre nos dice que nos sintamos como en nuestra propia casa para hacer
lo que queramos. Erick y él han hecho muy buenas migas.
No le quito el ojo de encima, paseando mi vista muy detenidamente
cuando se acerca poco a poco a mí. Sigue asombrándome la forma en que
caí rendida a él.
Rendida ante su forma de andar; segura y firme. A todo su cuerpo;
moreno, esculpido, fuerte sin llegar a lo excesivo pero marcando un
abdomen pulido y tallado por los dioses. A toda esas partes del cuerpo
tatuadas. A una uve muy marcada y sexi que se aprecia al detalle por
encima de la costura de ese bañador color lima que viste, haciendo así que
su cuerpo bronceado luzca más apetecible. Me sonrojo por los
pensamientos que se dibujan en mi mente cuando tengo a Erick cerca, o
lejos, la verdad sea dicha. Cabeceo un par de veces, casi sonriendo.
También me asombro en la forma que he llegado a conocerlo desde el
minuto uno y en cómo me enamoré de él.
Ahora, me recreo en su rostro. En la profundidad de sus ojos oscuros bajo
unas pestañas densas y negras. En su mandíbula marcada y sombreada por
la barba. En su nariz, que es tan perfecta que parece irreal. En unos labios
gruesos que me hacen querer besarlo mil veces. Y después, otras mil. Y así,
una detrás de otra.
La sonrisa que me dedica, enseñando su perfecta dentadura, cuando se
percata en la forma que lo estoy mirando me hace sentir una estampida de
mariposas revoloteando con la fuerza de un ciclón en mi vientre. Me
pregunto si alguna vez dejaré de sentir todo esto por Erick.
Desde que lo vi en aquel avión llamó por completo mi atención. Está
claro que no tiene un físico que pase desapercibido precisamente. Sin
embargo, Erick, siempre fue más que eso. Supe leerlo al instante. Y, aunque
era lo que menos me esperaba, me fui enamorando de él. De esas pequeñas
cosas que, quizá, a ojos de otra persona pasan inadvertidas, pero que para
mí cambiaron todo mi mundo. Como pudo ser el brillo de sus ojos que aún
escondía detrás de toda esa oscuridad y dolor. O el sonido de su sonrisa
ronca cuando suelto alguna tontería. Esa manera de sonreír que hace que me
enamore más de él. Puede tener cientos de sonrisas más y, creedme, él las
tenía todas escondidas, pero las que lanza cuando me tiene cerca suya son
las mejores. Esas sonrisas que van por libre y sienten de verdad.
Por fin he entendido que eso es el amor. Mi gran interrogante y lo que
tanto anhelaba por pensar que era una fantasía y que el resto de personas
exageraban. Que ese sentimiento estaba sobrevalorado.
El amor es él sonriendo, bailando conmigo al escuchar una canción que
me gusta aunque sea lo último que quiera hacer en el mundo. Es él cuando
siente y expresa a través de su cámara. Cuando me besa o me abraza La
definición de amor es él. Solamente él.
Un amor así llega a tu vida sin que te des cuenta y te sacude el alma por
completo.
Y yo no puedo ser más feliz.
—¡Aquí tienes, nena! —me ofrece el vaso, lleno de una bebida rosada
con mucho hielo y frutos rojos. Consigue que despierte de esta pequeña
ensoñación en la que me había sumido para meterme de lleno en otro
pensamiento; en el de que me da miedo que Erick esté tan cerca de
tentaciones como esta; la del alcohol, y tire por la borda todo lo que ha
conseguido. Y aunque ese pensamiento se cristalice de tal forma en mi
mente, lo aparto al instante para centrarme en el ahora y en que mi chico no
ha demostrado tener ni momento de bajón y así recaer.
Se sienta a mi lado, en el bordillo de la piscina, e introduce los pies en el
agua, imitándome.
Mientras bebo el delicioso líquido con una pajita, se inclina hacia mí,
posando sus cálidos labios sobre mi hombro. Dejándome un delicado beso
que me quema la piel incluso mucho más que este sol acechador.
Le regalo una mirada lasciva, mordiéndome el labio inferior para
humedecerlos después.
—Hmmm… —emite un sonido tentador —¿Cómo interpreto esa mirada,
pelirroja? —me ata a la suya y eleva una de sus comisuras junto a una ceja,
haciéndolo rematadamente sexi.
Me da por reír, alterada a la par que juguetona.
Se acerca a mi oído para saber.
—¿Puedo preguntar qué esperas de mí, pelirroja? —sé que se refiere a
qué espero de él precisamente ahora. En este instante. Que no me escondo
al decir que si nuestros amigos no estuvieran aquí dejaría aflorar mi lado
más salvaje. Sin embargo, opto por responder algo más profundo,
aparcando a un lado mi parte más primitiva y la que se muere porque Erick
me haga suya en esta piscina.
Expreso lo que mi corazón siente con todas sus fuerzas.
—Lo que espero de ti, tipo duro… —me acerco a él, elevando
ligeramente la cabeza para alcanzar sus labios. Susurro contra ellos antes de
depositar un beso en ellos. —Es que me sigas poniendo nerviosa cuando te
mire a pesar de que pasen los años.
Erick responde al beso colocando su mano bajo mi melena y
apresándome con fuerza por la nuca. Dejando muy claro que no quiere que
me separe nunca de él.
—Cuenta con ello, pelirroja —suelta en un susurro que se cuela entre mis
labios y acaba rebotando por todos los rincones de mi cuerpo.
—¡UH UH UH UH! ¡Que estamos aquí, tortolitos! —gritan todos a la
vez mientras nos salpican con el agua.
Nos quejamos por haber roto nuestro mágico momento y estallamos a
reír.
El sonido de una notificación procedente del teléfono de Erick llama
nuestra atención. Se levanta para ver quién es y su rostro cambia al instante.
Se torna serio y tensa su mandíbula de esa forma tan dolorosa.
Me acerco a él para saber qué le ocurre.
—¿Estás bien?
—Es mi madre. Lleva días llamándome.
—Ah… y ¿qué quiere? —frunzo el ceño al ver la expresión de Erick.
—Quiere que vayamos a su casa para pasar el fin de semana.
—¿Y eso?
—Dice que quiere pedirte perdón.
Abro tanto los ojos que casi se me salen de las órbitas.
—¿Y qué le has respondido?
—No lo he hecho. Por mi pueden irse al mismísimo infierno.
—Erick… es tu madre…
—¿Acaso has olvidado lo que pasó en la fiesta? ¿En lo que intentaron
hacerte?
Me entristezco al pensar en ese momento.
—No. No lo he olvidado… pero… tu madre no tuvo la culpa, Erick. Fue
esa mujer quién me humilló.
—Pero mi padre sí. Puede que incluso la obligara él para hacértelo pasar
mal.
Erick está cabreado, con sus cejas tan juntas que temo que se unan. La
oscuridad ha vuelto a sus ojos al pronunciar a su padre.
—Erick… —acaricio su mentón con cariño para que me mire y se relaje
—eso ya no importa, de verdad. Me da igual. Pero es tu madre y al menos
quiere disculparse. Dile que iremos. Hablaremos con ella y vosotros
intentareis solucionar vuestros problemas. Tenéis que hacerlo. Os tenéis que
perdonar.
—No vamos a ir, Sam. Se acabó el tema.
—Erick… —lo abrazo para infundirle calma y hacerlo entender. Es muy
doloroso estar alejado de la familia y no sé su padre, pero estoy segura de
que su madre lo quiere con toda su alma y necesita a su hijo. Al igual que
Erick la necesita a ella—. Vamos a ir y lo sabes —tuerzo el gesto con una
media sonrisa.
Erick apoya su frente contra la mía.
—Pelirroja… ¿por qué eres tan testaruda?
—Por que, si no, no sería yo y ya no me querrías.
Suspira y me da un ligero beso en los labios.
—Te quiero, pero no precisamente por eso, sino por lo que estás
intentado hacer, pelirroja.
Me estruja contra su pecho y apoyo mi mejilla en ese hueco tan perfecto.
—Todo irá bien, Erick. Yo estaré contigo.
56
ERICK

No sé qué cojones estamos haciendo aquí. Después de cómo la trataron


no se merecen que hayamos venido. Tan siquiera para pedirle perdón. Si es
que es cierto y no hay segundas intenciones en esta cita. Puede que mi
madre sí que quiera disculparse y se sienta mal por ello, pero conozco a mi
padre y todo esto me huele raro. No obstante, quizá mi madre, al fin y al
cabo, por mucho que quiera vernos se ha dejado convencer por mi padre.
—¿Preparado? —pregunta Sam con el dedo a punto de pulsar el timbre.
La pequeña luz que hay sobre la puerta e ilumina toda la entrada se refleja
en sus ojos. Observo con cariño su rostro, sus gestos, esa sonrisa que me
vuelve loco.
—Más bien… ¿lo estás tú? Si estamos aquí es por ti.
—Nací preparada, tipo duro —sonríe para hacerme el momento más
llevadero, pero juraría que esto le va a costar más de lo que quiere mostrar.
Llama y ya no hay vuelta atrás.
En menos de treinta segundos la puerta se abre y la felicidad de mi madre
llega a su rostro para quedarse en ella.
Probablemente no haya sido tan mala idea venir. La echo de menos,
joder.
—¡Cielo…! —estrecha entre sus brazos a Sam y no espera ni un segundo
más para decirle lo que tanto quería. —Samy, cariño, perdona lo del otro
día. Valeria nunca ha sido santo de mi devoción, pero a veces tenemos que
tragar con cosas que no nos gustan y… ¡Bueno, da igual! No voy a
excusarme, estuvo muy mal lo que ocurrió y yo debí hacer algo al respecto
en ese momento. ¡Lo siento mucho, cielo!
Mi madre sostiene con sus manos las mejillas de mi preciosa chica.
—No te preocupes, Sofía. Ya está olvidado. —Le dedica una sonrisa
sincera. —Aún así, gracias.
Ahora es Sam quien la abraza. Mi chica no miente, lo he podido
comprobar mil veces. Sam es impulsiva y hace lo que siente, por eso sé que
el abrazo que le regala a mi madre es lo más sincero que pueda existir en el
mundo.
Y al parecer mi madre entiende a la perfección que la pelirroja es
honesta, sincera, cariñosa y una preciosa persona, pues sus ojos se dirigen a
los míos y puedo apreciar cómo se le forman las lágrimas en ellos y cómo
hace todo lo posible por reprimirlas.
—Venga, pasad.
Nos dirigimos directamente a la gran terraza que ocupa un lateral de la
casa. La cual me sorprende hasta a mí a pesar de que estoy acostumbrado a
las excentricidades de mi padre.
Una cocina exterior, equipada incluso con horno, nos recibe situada al
lado de una zona de comedor que les permitirá disfrutar de algunas
compañías sin necesidad de adentrarlos en la casa. La gran piscina
iluminada luce a pocos metros de la zona en la que nos encontramos, toda
rodeada de plantas gigantescas y llamativas. Quizá así mi padre crea que
con esta mansión les hace imaginar a sus amistades y socios que se
encuentran en el mismísimo Sunset Boulevard.
¡Dios, todo esto de demasiado!
No puedo dejar de mirar hacia todos lados, sorprendido por el lujo, pues
nunca he visto esta mansión al completo.
Pienso que en realidad quien disfruta de todo esto es mi madre, la cual
me apuesto el cuello a que siempre está sola y que mi padre no la deja ni
invitar a sus amigas mientras él no esté en casa.
Desde pequeño me han hecho creer que el lujo es todo lo caro, lo
exclusivo y lo que parece inalcanzable. En cambio, el lujo, verdaderamente,
son esas pequeñas cosas que no sabemos valorar y que mi chica ha
conseguido que las aprecie. Por ejemplo: llenar tus pulmones con el olor del
mar, estar con los amigos y pasar horas riendo; a carcajadas a ser posible.
Dar y recibir abrazos y besos. El sabor que dejan estos últimos en tus labios
si provienen de la persona por la que has perdido la cordura. El lujo de
poder amar y estar vivo.
Al parecer Sam está mucho más impresionada que yo, porque no deja de
mirar en todas direcciones con los ojos de par en par y señalándome cada
dos por tres algún rincón que llama su atención.
—Sentaos donde queráis. Ahora mismo llamo a Laura para que os traiga
todo lo que hemos preparado.
Nos acomodamos a la gran mesa de madera, rodeados de plantas
enormes y farolillos. Sam parece algo nerviosa con esta situación, aunque lo
disimula muy bien.
En pocos minutos, mi madre se sienta a la mesa con nosotros, supongo
que tras darles las indicaciones a la tal Laura sobre lo que servirnos de
cenar.
Seguidamente, la mesa empieza a llenarse por todas las bandejas y platos
que nos trae la asistenta de mis padres.
—¡Por el amor de Dios, mamá!... Todo esto es demasiado.
—¡Tonterías! —hace un gesto con la mano para restarle importancia—.
Tan solo quiero que disfrutéis y estéis cómodos.
Sam le lanza una pequeña sonrisa en forma de agradecimiento, pero se
nota a la legua que no está para nada cómoda. No debí haberla traído, joder.
Todo esto no impresiona a Sam, sino lo contrario.
Inspiro hondo, agarro la mano de mi chica por debajo de la mesa y la
aprieto, infundiéndole fuerza y tranquilidad. Sin embargo, como siempre
hace, me responde con una sonrisa maravillosa que me hace ver que está
genial siempre y cuando estemos juntos. Y con ese gesto me demuestra que
lo único que le importa es que yo sea feliz.
Joder, esta pelirroja me ha vuelto completamente loco y la amo por
encima de todo.
Finalmente, sabiendo que estaremos solamente los tres, conseguimos
cenar dejando a un lado los lujos para, simplemente, centrarnos en nosotros.
Según los minutos corrían en el reloj, tanto mi madre como Sam, se han
relajado y ahora no dejan de parlotear, contarse chismes y reír a carcajadas.
Mi chica lo ha vuelto a hacer. Ha conseguido que mi madre se olvide de
todo para ser simplemente ella y así disfrutar de la velada con nosotros. Las
observo mientras hablan entre ellas y sonríen. Hacía tanto tiempo que no
veía de este modo a mi madre. Las arrugas que se le empezaron a formar
hace años alrededor de los ojos está noche son más intensas, pero son
preciosas porque están llenas de vida y de felicidad. Si tuviera aquí mi
cámara lo primero que haría sería fotografiar estos momentos, su rostro, su
luz… para que cuando vuelva a olvidar cómo es ella poder mostrárselas y
ya no lo olvide jamás.
Al cabo de un par de horas, escuchamos la puerta del garaje, por lo que
todos podemos saber que mi padre ha regresado. En cuanto somos
conscientes de ello, Sam me mira con el ceño fruncido y yo miro a mi
madre, pues la sonrisa que mostraba hace tan solo unos segundos ha
desaparecido por completo, sus hombros se han puesto firmes y todo su
cuerpo se ha tensado. Adiós a la paz y felicidad que gobernaba el ambiente.
—¡No sabía que tendríamos visita! Si no hubiera venido antes.
Ahora soy yo quien me tenso y me yergo, sosteniendo a la pelirroja por la
cintura con presión cuando nos hemos levantado para darle la bienvenida.
—¡Hijo, qué sorpresa!
—Papá… —suelto sin más.
El silencio nos incomoda por unos segundos hasta que mi padre hace
algo que me pone en alerta.
—Buenas noches, Samantha, querida. —Se acerca a ella para cogerle una
mano y depositar un pequeño beso en ella. —Siento mucho lo que ocurrió
la otra noche. También siento que nunca me haya presentado como es
debido y no hayamos podido hablar.
Vale, ahora sí que todo esto me huele raro. Su forma de saludarla no me
gusta ni un pelo, y menos aún cuando todos fuimos testigos de que ni se
presentó el día que fuimos al cementerio ni tampoco después en la fiesta,
pasando así olímpicamente de ella.
—Bueno, ya está bien —se acabó mi paciencia. Le planto una mano a la
altura del pecho y lo separo con fuerza de la pelirroja. —¿Se puede saber
qué coño pretendes con esto?
—¡Erick, por favor..! —suplica mi madre.
—Hijo, no te pongas así —sonríe insolente.— Tengo entendido que
Samantha es ahora tu novia y quería tratarla como se merece.
Resoplo cabreado.
—¿Y porque será que no creo una mierda de lo que dices? —me encaro
con él, pero Sam me sujeta del antebrazo para calmarme y lo consigue
cuando escucho su voz.
—Erick, tranquilo —la observo desde mi altura. Con su mirada y el
silencio me está diciendo mucho más que si empleara las palabras.
—Está bien, señor. No se preocupe, lo de la fiesta ya está olvidado. —
Sam sonríe a mi padre.
—Oh, querida, llámame por mi nombre. —Su asquerosa sonrisa sigue
dibujada en su maldito rostro.
—Está bien, Martín. Y ahora, ya que estamos todos, ¿has cenado? ¿Te
gustaría acompañarnos?
—Me encantaría.
Joder, joder, joder ¡Y una mierda! Todo esto es un puto espectáculo para
él. Y aquí la única persona que está demostrando que está por encima de
ellos es mi chica, porque no engaña y su mayor deseo es que volvamos a ser
una familia. Lo que ocurre es que ella es demasiado buena persona y no
entiende que nuestra familia lleva años rota y ya nunca será la misma.
Aunque pensándolo bien, nunca lo fue con este hombre en nuestras vidas.
Mi única familia fue mi madre y mi hermano y, por desgracia, uno me dejó
para siempre y ella está a años luz de volver a ser la que era.
La madrugada se cierne sobre nosotros y Sam está algo achispada por
toda la bebida que le ha ido ofreciendo mi padre y que ella se ha visto en la
obligación de aceptar.
—Deberíamos marcharnos.
—Erick, cariño, ¿por qué no os quedáis? Os queda un buen trayecto hasta
llegar a la ciudad y mira a Sam, está cansada. Le diré a Laura que os
prepare una habitación y os dé todo lo que os haga falta. Así podríamos
desayunar juntos mañana.
—No creo que sea buena idea, mamá.
—Anda, cariño, hazlo por mí —suplica mi madre. Joder, claro que me
gustaría pasar más tiempo con ella, ya he dicho que la echo infinitamente de
menos. Pero, lo siento, la pelirroja me importa mucho más y no quiero que
pase más tiempo del debido cerca de mi padre.
Parece que Sam, a pesar de estar somnolienta por la pequeña ingesta de
alcohol, sabe perfectamente la lucha que tengo ahora mismo en mente. Por
lo que acomoda su barbilla en mi hombro y susurra.
—Estoy bien, Erick. No me importa quedarme. De verdad, así puedes
hablar con ellos tranquilamente.
Suspiro. No debería ceder, lo sé. Sin embargo, lo hago.
Mi padre ha sido el único que no ha dicho ni una sola palabra desde que
mi madre ha planteado tal cosa. Supongo que prefiere mantenerse al margen
para ver cómo deberá actuar una vez que decidamos.
—Está bien —sentencio.
—¡Genial! —sonríe mi madre. —Venga, vamos a decirle a Laura que os
quedáis.
Pienso de golpe en esa mujer. Las horas que son y ella está disponible
aún para mis padres. Todo esto me supera.
—Mamá, deja a Laura, estará cansada. No me creo que la habitación en
la que vayamos a dormir no esté decente para nosotros. Yo me encargo.
—Pero, hijo…
—He dicho que yo me encargo —sentencio algo más brusco—. Llevaré a
Sam para que descanse.
—Está bien, como quieras.
—Vamos, nena —agarro su mano y la obligo a moverse.
Estoy harto de tener que seguir hablando con mi padre. Lo único que
quiero es tumbarme en la cama con Sam pegada mi cuerpo y respirar su
olor.
—Erick, —me llama él —antes de irte a dormir me gustaría hablar
contigo en mi despacho—. Su mirada me está dejando bien claro que voy a
hacer lo que me pide. Sí o sí.
Y mucho estaba tardando este momento.
Asiento, porque pienso que es lo mejor para que me deje en paz de una
jodida vez.
—Muchas gracias por la cena, Sofía. Estaba deliciosa.
—No hay de qué, cielo. Descansa.
—Buenas noches.
Una vez que Sam y yo hemos buscado algo para que pueda cambiarse, la
he obligado a meterse en la cama, le he dado un pequeño y cálido beso y le
he prometido que no tardaría en volver y tumbarme a su lado.
Cierro la puerta de la habitación, inspiro hondo un par de veces a la par
que intento aflojar mis puños que caen tensos a ambos lados de mi cuerpo y
me dirijo hacia el despacho.
58
SAMY

Me despierto asustada por un golpe y sin saber dónde estoy. Hago un


barrido veloz por toda la habitación para después posar la mirada en el lado
vacío de la cama. No sé qué hora es ni el rato que ha debido de pasar desde
que noté los labios de Erick en los míos y me dijo que no tardaría en volver.
Pero, por lo visto, debe seguir abajo.
Mi preocupación por saber si está bien me obliga a levantarme de la
cama, me coloco una bata de seda, que está claro que han dejado para mí
encima de la descalzadora que hay a los pies de la cama, y desciendo
descalza por las escaleras sintiendo el mármol templado bajo mis pies.
Abro cada puerta que intuyo puede ser el despacho de Martín. Sin éxito
alguno. Esto es una puñetera mansión y no sé para qué necesitarán tantas
habitaciones si tan solo son dos viviendo aquí, aunque supongo que parte
del personal que tienen a su disposición también lo hará.
Otro golpe llega a mis oídos, y esta vez parecen cristales. Me dirijo hacia
dónde creo que ha sonado. Abro la puerta y lo que me encuentro me deja
sin habla por unos segundos.
Erick está frente un espejo grande que ocupa una parte de la gran pared
del despacho de su padre. Fijo mis ojos en él y veo que está roto, por lo que
mi mirada va hacia al suelo donde hay múltiples trozos de cristal esparcidos
alrededor de Erick. Cuando reparo en mi chico, observo que sostiene algo
en su mano; esa que no ha usado para descargar toda su ira y rabia contra su
reflejo. Al ojearlo se me paraliza el corazón. El vaso grueso que sostiene
contiene un líquido ámbar y no hay que ser muy listo para saber de qué se
trata. Lo contempla como si en ese pequeño recipiente se hallaran todas sus
preguntas y respuestas a la vez. Sin embargo, soy consciente de que aún no
lo ha probado, por lo que estoy a tiempo de impedirlo y hacer que cambie
de opinión. ¡No pienso permitir que arruine todo lo que ha conseguido por
una charla con su padre!
En un impulso me acerco veloz a él.
—Erick, ¿estás bien?
No responde.
Su ceño fruncido, la presión con la que agarra el vaso, su respiración
agitada, su puño ensangrentado que cae a un lado de su cuerpo… todo ello
me hace entender que la conversación que ha tenido con Martín no ha ido
nada bien.
—¡Dios mío, Erick! ¿Te has hecho daño? —levanto su mano atestada de
sangre y busco algo con lo que poder limpiarla.
Cojo una servilleta gruesa que ocupa una parte de la camarera en la que
hay algunas botellas de alcohol repartidas; posesión de su padre, supongo.
Paso la vista por todas ellas, recordándome que Erick aún está mirando el
líquido que contiene el vaso que sujeta.
Ahora mismo está librando una batalla. Lo sé. Y tengo que ayudarlo.
Probablemente esté deseando sentir el alcohol deslizarse por su garganta,
pero si aún no lo ha hecho es porque en el fondo no quiere tirar por la borda
todo lo que ha conseguido.
—Dame eso, Erick. Tranquilo.
No tengo que insistir mucho, pues me lo da enseguida. En cuanto me
deshago de él, Erick repara en que estoy a su lado, descalza y con el suelo
repleto de pequeños cristales.
Estoy convencida de que en este instante se preocupa mucho más por mí
que por todo lo que siente y por su mano ensangrentada.
Sus movimientos me lo confirman cuando posa ambas manos en mis
caderas, empujándome con delicadeza para que me aparte de él y me
marche. Si piensa que voy hacer lo que me pide sin articular palabra es que
está muy equivocado.
Y, a demás, no quiero que lo haga. No quiero que me aparte de él.
—¡No! —alzo la voz—. No me voy a ir, Erick.
—No quiero que me veas así, Sam —consigue que la voz se le escurra
por la garganta—. No quiero que sepas cómo soy realmente. Te asustarás y
te irás.
—No pienso moverme de aquí y tampoco voy a asustarme con nada, ¿de
acuerdo?
Vuelvo a pegarme a él y lo agarro por la muñeca. Ansiosa, busco su
mirada.
—No vuelvas a hacerlo, por favor. Hazlo por mí, Erick.
—¿Hacer qué? ¿Ser así?
—Hacer que me separe de ti cuando tengas un problema.
Erick se gira por completo hacia mí y mantiene su mirada fija en la mía,
perdiéndose en ella.
—Es que te mereces mucho más que esto, pelirroja. No te mereces a
alguien así a tu lado.
—Erick, basta… creo que te he dejado bastante claro que no quiero a mi
lado a alguien con poderes sobrehumanos ni irreal. No necesito a ningún
superhéroe ni una felicidad de cuento de hadas. Quiero algo único y real.
Quiero a alguien a quien pueda recurrir cuando tenga problemas, a quien
poder besar y abrazar sabiendo que me ama con locura. Quiero algo justo
como esto. —Apoyo ambas manos en su pecho, a la altura del corazón—.
Como lo que sentimos tú y yo. Erick, no quiero ser la chica de un perfecto
príncipe azul que siempre me salvará de todo. Joder, Erick, te quiero a ti.
Aunque pienses que eres el villano de toda la historia. Pero, escúchame...
¡No lo eres! ¿Entendido?
Una pequeña sonrisa se le empieza a dibujar en los labios. La poca
presión que ejercía en mis caderas hace un instante, ahora es más posesiva,
apretándome más contra su cuerpo.
Acerca su boca a la mía y susurra.
—En ese caso, pelirroja… ¡soy tu hombre!
Sus labios se pegan a los míos. Y como siempre que lo hace el estómago
me da un vuelvo y siento que floto. Sigo sintiendo ese hormigueo cuando
nos besamos. Más que un hormigueo es como un puñetero huracán en mi
estómago y un fuego ardiente que lo envuelve todo.
—¿Ves? He conseguido que vuelvas a sonreír.
—Tú siempre serás el motivo de mis sonrisas, pelirroja.
Me ciñe aún más contra él, colocándome en esa zona que tanto me gusta
cobijarme. Nunca he tenido algo tan claro. Erick me lo ha dado todo y me
hace inmensamente feliz. Ninguno de los dos somos perfectos, pero mi vida
está junto a él y lo amo por encima de todo. Y estoy completamente segura
de que él siente lo mismo. No dudo de ello.
—Venga, tipo duro, vamos a curar esa mano.
Erick me espera sentado en la tapa del inodoro cuando entro con un paño
para limpiar todo el desastre que recorre su mano y antebrazo, un
antiséptico y una venda. He tenido que despertar a Laura para que me dijera
dónde podía encontrar todo esto. La he convencido para que volviera a la
cama y que yo me encargaba de todo.
Me acuclillo a su lado y empiezo con las curas.
—¿Vas a contarme ya qué ha sucedido?
—Mi padre… siempre hace lo mismo.
—¿El qué? —me intereso mientras sigo con el vendaje.
—Siempre me suelta esos comentarios condescendientes y crítica todo lo
que hago. Piensa que mi futuro es incierto y que debería aceptar su
propuesta para trabajar con él. O más bien, para él. Suelo limitarme a
escucharlo cuando no me queda más remedio. Para él siempre seré ese
niñato que no debió matar a su hermano aquella noche.
Frunzo el ceño ante esas palabras. Me hierve la sangre que su padre le
eche la culpa de eso y lo trate así. No se lo merece. Ahora mismo la rabia
que siento por ese hombre me hace ser yo quien tenga ganas de explotar y
reventar algo con un puñetazo. Y si puede ser la cara de ese hombre
desalmado y sin corazón, mejor.
Tampoco quiero soltar las barbaridades que estoy pensando por la boca y
ponerle aún más en contra de su padre, así que opto por callar y tan solo
acaricio su mentón para infundirle cariño y que sepa que los demás no
pensamos eso de él.
Cuando conocí a Erick no entendía por qué se comportaba así, de esa
manera tan fría. Sin embargo, cuando empiezas a darte cuenta de que
muchas personas son niños heridos emocionalmente en cuerpos de adultos,
dejas de enfadarte con la vida y con todo aquél que te hace la vida
imposible.
Quizá por eso me cueste tanto enfadarme con el resto del mundo, aunque
a mí me lastimen.
A pesar de lo dicho, ese hombre está haciendo que piense en todo lo
contrario porque no creo que haya nada que le afectara a su padre cuando
era niño para que trate a su hijo de esa manera. Ni lo entiendo ni lo
entenderé jamás. Y no hay excusa que valga.
—¿Y qué piensas hacer?
—Esta vez… voy a aceptar, pelirroja.
—¡¿QUÉÉÉÉÉ?! ¿Por qué? —estoy tan sorprendida con su decisión que
casi se me van a salir los ojos de sus órbitas por la forma en que los he
abierto.
Erick me levanta del suelo y me sienta sobre sus piernas.
—Erick, no puedes hacer eso. Tu sueño no es…
—Shhh, cállate, nena —hunde su mano vendada por mi melena hasta
colocarla en la nuca, acercándome más él. —Mi sueño eres tú. He
aprendido a quererte en tan poco tiempo… Has encajado a la perfección
con lo nunca busqué y con lo que siempre he necesitado. No me importa
nada más que tú, pelirroja.
—Pero, Erick, no entiendo… —no tengo tiempo a formular la frase al
completo por Erick me silencia con sus labios.
—No tienes que entender nada, pelirroja. La decisión está tomada.
No me da opción a rebatir nada, porque Erick me coge en brazos y me
lleva hasta la cama a la par que va regalándome besos por toda mi piel.
Hacemos el amor, y pese a que estamos encendidos y deseosos de apagar
a besos y caricias nuestro fuego, Erick se toma todo el tiempo del mundo.
Con delicadeza y cariño.
Nuestras extremidades se enredan y nos devoramos a besos. Así pues, el
ardor se hace insostenible a la par que nuestros cuerpos se retuercen de
placer. La sangre comienza a cabalgar rauda por nuestras venas y
sucumbimos al deseo, nos entregamos con delirio y la excitación y el
clímax no tardan en llegar con fuerza.
59
ERICK

Se ha quedado dormida. La observo con devoción durante unos minutos


antes de caer vencido por el sueño, pues está siendo una noche larga y estoy
agotado.
Agosto está llegando a su fin y qué rápido ha pasado el tiempo que
hemos estado juntos. Sé que Sam debe volver a su vida en Madrid y yo
tenía planeado irme con ella ya que tenía la facilidad de encontrar un
trabajo permanente en la revista con la que he trabajo algunas veces.
En cambio, esta noche lo ha cambiado todo. Tendré que dejarla marchar
sola, que siga con su vida y vernos cuando nos sea posible. La voy a echar
en falta. Voy echar mucho de menos no poder abrazarla cuando quiera,
besarla cuando la necesite, hacerla reír y que ella dibuje miles de sonrisas
más en mí.
Si bien he aceptado la oferta de mi padre ha sido por ella. Siempre he
sabido cómo es él, sin embargo albergaba la posibilidad de que cambiara o
que al menos no fuera tan monstruo cómo pensaba. Me equivocaba. Es un
chantajista asqueroso que solo piensa en él y le importa una mierda la vida
de su propia familia.
Prefiero hacer lo que me pide a tener que perder a esta pelirroja que me
ha curado en todos los sentidos y me ha hecho amarla como nunca imaginé
que iba querer a nadie.
No se merece una vida de mierda. Se merece ser feliz y que llegue lejos
con todo lo que se proponga. Y si no aceptaba la oferta de mi padre, todo lo
que quiero para ella se desvanecería. Y el causante de ello sería él, pues ha
dejado muy claro que si la sigo queriendo tener en mi vida y que no le
destroce la suya, debía tomar una decisión.
La decisión correcta.
Y por supuesto que la he tomado. A la mierda lo que siento sobre sus
negocios y a dejar de luchar por mis ilusiones, porque como le he dicho a
Sam hace unas horas, ahora mi sueño es ella y todo lo demás no me interesa
cuando su felicidad es lo más importante para mí.
Siempre le daré lo que necesite y mi padre no puede destrozar toda su
vida por negarme a su oferta.
Acaricio el perfil de su rostro con las yemas de mis dedos. Su piel me
recibe suave, como siempre. Incluso en la penumbra de la madrugada puedo
apreciar su dulce y angelical rostro que me cautivó al momento.
Ante mi roce, Sam, se gira hacia mí emitiendo un pequeño gemido de
satisfacción. Me acerco mucho más a ella, rodeo mi brazo a su cintura, poso
mis labios en su frente para regalarle un delicado beso y cierro los ojos
sintiendo su respiración calmada.
Por eso no quería enamorarme de ella, porque si algo le pasa por mi
culpa no me lo perdonaré jamás y, entonces sí, mi mundo se resquebrajaría
para siempre y la oscuridad volvería a mí.
60
SAMY

Hemos dormido muy poco, pero ya no puedo conciliar el sueño. No


dejo de pensar en todo lo que Erick me dijo anoche y sigo dándoles mil
vueltas. No entiendo nada.
La luz del alba me despeja por completo y decido levantarme sin hacer
ruido para que mi chico descanse un poco más.
Me visto con la ropa de ayer. Bajo a la primera planta con la
predisposición de buscar a su padre, encararlo y hablar con él sobre su hijo.
Debe entender que la felicidad de Erick importa mucho más que cualquier
negocio.
No lo encuentro por ninguna parte y caigo en la cuenta de que es muy
temprano y quizá aún duerma. Me dispongo a entrar en la habitación donde
tienen una gran biblioteca. Pude verla anoche mientras abría y abría más
puertas. Es un cuarto bastante amplio con un estilo clásico y lujoso. La
madera forma parte de toda la estancia. Frente a mí hay dos grandes
ventanales que abarcan desde el suelo hasta el techo y muestran las
preciosas vistas hacia el jardín. Y aunque es un auténtico espectáculo para
la vista mi mirada va directa a lo que realmente llama mi atención. Echo un
vistazo a todos los ejemplares que adornan las librerías y me quedo
fascinada. Un pensamiento me viene a la mente; no creo que esta gente lea
mucho. Está claro que Martín no es de esos. Más bien de los que encuentran
la diversión en otros hobbies; como buscar cada noche la compañía de otras
mujeres más jóvenes para dejar a su mujer maltratada encerrada en casa,
ahogar los principios que evidentemente no tiene en alcohol del caro junto a
sus amigos y compañeros de negocios, y ser una persona desalmada.
Por lo que al ojear todos estos libros recuerdo que Erick me reveló que a
quien le gustaban todas esas historias era a su abuelo. Me confesó que fue
un gran hombre que le enseñó a ser la persona que es hoy en día y que si me
hubiera conocido nos hubiéramos caído muy bien. Qué lástima que eso
nunca ocurra.
Estoy tan ensimismada que el sonido de la puerta al cerrase me asusta y
me hace volver de mis cavilaciones.
—Oh, buenos días, Martín. —Lo saludo por educación. Aunque su rostro
ya no se muestra tan jovial como anoche. Queda claro que tan solo actuaba
para ganarse una confianza que jamás conseguirá por mi parte.
—Buenos días, Samantha. Qué bien encontrarte aquí. Creo que tú y yo
debemos hablar. —Ni una sola sonrisa, tan solo una voz que suena de todo
menos simpática y algo me dice que esto ha sido un error.
Martín encamina sus pasos hacia donde estoy, colocándose a mi lado,
ante la librería.
Me armo de valor para abordar este tema que sé que no le sentará nada
bien. Sin embargo, antes de que eso ocurra, él empieza a hablar.
—Mira, niñata…
Me mira de arriba abajo con desdén, humillándome de tal forma que no
puedo reaccionar.
—Esto no es ninguna puta película de sobremesa ni una puta novela
como las que estabas mirando hace un momento; en la que el padre del
chico soborna a su novia extendiéndole un cheque u ofreciéndole cualquier
gilipollez llamativa para que se aleje de su hijo y le deje hacer su vida.
Me quedo perpleja al escucharlo. No voy a negar que sí me
había imaginado algo así cuando ha dicho que quería hablar conmigo.
Tengo clarísimo que si me hubiera ofrecido eso mi respuesta hubiera sido
un grandísimo NO. No obstante, algo me está gritando con todas sus
fuerzas en mi interior que lo que va a suceder va a ser mucho peor.
—Esta es la puta realidad. Vas a ser tú misma quien deje a mi hijo. Le
puedes decir lo que te dé la gana, inventarte cualquier excusa… salvo que te
he obligado, por supuesto.
—¿Y si no quiero? —me atrevo a preguntar enfadada.
—Tendrás las de perder. Conmigo no se juega, niña. Me sobran contactos
y autoridad para hacer lo que desee. Sería una lástima que tus padres se
quedaran sin trabajo y le arrebataran la casa que tanto les has costado pagar.
¡Ah! Me enterado que vas a ser tía… Sería una desgracia que tu hermana
perdiera el bebé que tanto ha deseado. Ese crío o cría jamás conocerá este
mundo. Aunque, pensándolo bien, le harías un favor, —se ríe malévolo el
muy cabrón —no es que este planeta esté muy cuerdo, la verdad.
Y no lo está por gente como él. Ardo de odio por dentro. Es duro ver
cómo mis padres me enseñaron tantos valores que es frustrante estar en un
mundo en el que hay gente tan basura. Crees que todos tienen esos valores
hasta que te das cuenta que gente así es mínima. Siempre me han dicho,
«Samy, te falta malicia»…
¡No, joder! ¡Al jodido mundo le falta bondad!
—No serías capaz de hacer algo así…
—¡Ponme a prueba! —eleva una ceja a la par que introduce sus manos en
los bolsillos de sus pantalones y se pasea con lentitud por la estancia. —
Además, sé que quieres a mi hijo, Samantha, nada más hay que veros
juntos. Por eso harás lo que digo o su vida será un auténtico infierno.
—¡Ya le has hecho pasar un infierno! —suelto más cabreada.
Martín ni se inmuta ante mi tono. Sabe que conseguirá lo que quiere.
—Pues ahora será mucho peor. ¡Créeme! —vuelve a lanzarme esa
sonrisa malévola dibujada en su rostro que hace que me dé escalofríos.
Nunca he conocido a alguien tan vil.
—¿Queda claro?
Me fulmina con la mirada.
—Os lleváis unos cuantos años, Samantha. A priori, puede no parecer
tantos, pero lo son. Él ya es un hombre y tú… digamos que hace poco que
diste el estirón. Mi hijo te lleva ventaja en la vida y dejará todo de lado para
esperarte. Irá adonde tú vayas y le harás daño, puede que
inconscientemente, porque apartará sus anhelos para que tú cumplas los
tuyos. Y no puedes decirle a alguien que no lo lastimarás mientras le cortas
las alas.
Las lágrimas amenazan con salir porque no me creo que me esté pasando
esto. Joder si es una maldita pesadilla quiero despertar. ¡YA!, por favor.
Se me nubla la mirada, la mente y todo la razón. No quiero ser la
causante de que Erick abandone lo que desea. Ni tampoco quiero que mi
familia sufra por el amor que siento por él.
No respondo, tan solo actúo.
Salgo corriendo de aquí. Necesito respirar. Siento la rabia recorrer todo
mi cuerpo, adueñándose de mis venas, fluyendo por mi sangre.
No pensaba darle el gusto. Ni se me había pasado por la cabeza decirle
que sí. En tan solo unos segundos había tomado la decisión de buscar a
Erick, hablaría con él, se lo contaría de principio a fin, también a mi
familia, y entre todos hallaríamos la solución.
Sin embargo, todos esos pensamientos se esfuman en cuanto la presencia
de Erick me hace detenerme en seco, aplastándome contra su pecho.
—¡Sam!
Levanto la mirada anegada de lágrimas para buscar la suya. Esos ojos
oscuros que me perseguirán el resto de la vida. Allá donde vaya.
Me pierdo en ellos y me engullen de tal forma que ya he tomado una
decisión. Y debo hacer lo correcto porque lo quiero demasiado. A él y a mi
familia. Y nadie merece sufrir por mi egoísmo.
Si algún día me preguntan qué fuimos Erick y yo, les diré que fuimos un
intento de serlo todo.
61
SAMY

Podría esperar unos días. Reposar todo esto y hacerle ver de alguna
manera que él y yo no podemos estar juntos. Pero lo conozco. No servirá de
nada. Se negará y no habrá manera de convencerlo y todo será mucho más
complicado.
Por eso pienso que acabar con esto aquí y ahora será lo mejor para todos.
Si no, sé que más adelante no tendré el valor suficiente para alejarme del
amor de mi vida y todo el mundo sufrirá.
Nadie te enseña a irte. No hay instrucciones que te digan cuando es el
momento perfecto. Sin que duela. Sin que notes un pinchazo en el estómago
y el pecho al hacerlo, como si te asestaran una puñalada hasta lo más
profundo de las entrañas.
Siempre duele separarse de alguien a quien amas, pero su felicidad debe
poder más que lo que sientas por él.
Sé que estoy completamente enamorada, pero este momento lo
corrobora, porque no sabes lo enamorado que estás de alguien hasta que
quieres alejarte y no puedes.
Erick desliza sus nudillos por mis mejillas, intentado borrar con su cariño
las lagrimas que salieron a borbotones hace segundos.
—Sam, dime qué está ocurriendo. ¿Con quién estabas ahí dentro? ¿Era
mi padre? ¿No te habrá hecho nada? ¿No habrá sido capaz de tocarte el
muy…?
—¡No! —interrumpo su pregunta antes de que pueda formularla al
completo. —Estaba sola.
Miento.
—Entonces… ¿Qué pasa, Sam? —baja la cabeza para buscar mi mirada
que hace todo lo posible por evitar la suya.
Me deshago de su contacto y me armo de valor.
Sorbo los mocos y yo misma me limpio el rostro bañado con frustración
y así hacer todo lo posible por cambiar mi semblante.
—Erick… tenemos que hablar.
—Dios… eso suena tan mal, Sam. Dime ahora mismo qué cojones está
pasando.
Lo sabe. No es estúpido y lo sabe. O se lo huele. Y yo me estoy
desgarrando por dentro.
En cualquier momento voy a romperme como un jarrón de la porcelana
más cara y jamás podré recomponer los pedazos.
—He estado pensando y… no quiero seguir con esto.
Erick frunce el ceño. Posiblemente, intentado entenderme, pues mis actos
de estos meses atrás y los de anoche expresan todo lo contrario.
—¿A qué te refieres?
—Tú y yo, Erick… ¡Se acabó!
Abre los ojos de par en par y su reacción es dar un paso atrás,
separándose de mí.
Trago con dificultad por el nudo implantado en mi garganta.
—No lo estás diciendo de verdad.
—Nunca he dicho nada tan en serio.
—¿Que nunca has dicho nada tan en serio? ¡No me jodas, Sam!
No da crédito a lo que oye. Se lleva las manos a la nuca, exasperado.
—Yo no soy buena para ti, Erick. Tienes toda una vida de sueños por
delante, de proyectos y también necesitas seguir curando esa herida para
poder saber quién eres y quién quieres ser en realidad. Yo solo estorbaría.
Yo no puedo ser tu sueño, Erick. —Le recuerdo las mismas palabras que me
dijo anoche.
—¡Ni de coña! Ni se te ocurra decirme que esto lo haces por mí, Sam.
Entonces sí, lo miro. Levanto los ojos para llevarlos a los suyos porque
me había obligado a no hacerlo de nuevo por miedo a no tener las fuerzas
necesarias, pero lo hago para que entienda de una vez por todas que esto
debe acabar.
Lo observo fijamente, con el mentón en alto, y sus ojos empiezan a
anegarse de lágrimas que reprime.
No lo soporto, soy incapaz de verlo así. Y si sigo viéndolo tan destrozado
me echaré atrás, recularé, y todo su futuro… su gran futuro y el que tanto se
merece terminará antes incluso de que empiece. Y lo haría por mí. Por estar
conmigo y desobedecer a su padre.
Y no se lo merece. Él no.
Así que bajo de nuevo la mirada porque me es imposible mirarle a los
ojos para terminar con esta conversación.
—Lo siento, pero se ha terminado.
¡Clac! Mi corazón se rompe en miles de pedazos. Y oigo el momento
exacto en el que el suyo se resquebraja por completo.
Algún día entenderá que esto lo hice por él.
62
ERICK

Soy incapaz de procesar lo que Sam acaba de decirme.


Esto tiene que ser una maldita broma. Una broma pesada y que no tiene
ni pizca de gracia.
Sam me esquiva y pasa por mi lado para marcharse.
Ni de coña pienso darme por vencido. No con ella.
La agarro del brazo antes de que se largue.
—¡Estás mintiendo! —¿cómo haces para escuchar la mentira y fingir que
te la crees?
—¡No! —grita. Pero sigue sin mirarme a los ojos. Tan solo observa mis
dedos que aferran su delicado y suave brazo.
Desde un principio, estar con ella se trataba de darlo todo. De luchar
hasta caer. De apostar aunque se podía perder. Se trataba de salir herido si
era por atreverme a quererla.
Ella valía todos esos riesgos.
—¡Pues no te creo, pelirroja! —sí, llamarla así la hará cambiar de
opinión. Tiene que hacerlo—. Pelirroja, tú eres mi camino… Joder, vas a
serlo siempre por mucho que te empeñes en lo contrario. Sé que crees que si
estás conmigo me limitarás, pero no es así. Te equivocas.
Me acerco a ella y puedo apreciar su nerviosismo al sentirme tan pegado.
No soy imbécil y noto cómo reacciona su cuerpo. Y también su corazón. La
conozco bien.
—Esa excusa que acabas de darme es una auténtica gilipollez.
Avanzo unos centímetros más hacia ella. Ahora, solo un par de
milímetros me separan de sus labios.
—Así que no digas que es por mí, pelirroja, porque no te creo.
Su aliento se entremezcla con el mío. Estudio cada rasgo de su rostro.
Con solo mirarla hace que me erice la piel.
—Erick…
Acuno su rostro entre mis manos. Me muero por besarla y hacerle
entender que no quiero separarme de ella.
—No me creo ni una puta palabra de lo que acabas de decir. Así que te
repito que no digas que es por mí. Por favor, nena, quédate conmigo. No me
dejes.
Sam me aparta las manos con brusquedad y se aleja unos pasos.
—Erick, deberías encontrar a alguien mejor que yo. Una mujer que pueda
darte lo que yo no puedo. No creo estar preparada para un futuro incierto…
—¡Y una mierda! —avanzo los pasos que se alejó—. ¡No quiero a otra
jodida mujer, Sam! ¡No quiero estar con nadie más que contigo, joder!
¡Quieres entenderlo de una puta vez! Eres la única persona a la que quiero,
pelirroja.
Sus labios empiezan a temblar y la mirada le brilla, pero no precisamente
por la luz que siempre ha irradiado, sino por el dolor que se está aguantando
en cada lágrima que desea derramar.
—A la única chica que quiero hacer reír, —ahora es a mí a quién le
tiembla la vo—, poder ilusionarla abrazarla, ponerle la piel de gallina, —
deslizo mis dedos por sus brazos y su piel responde ante el contacto. Dejo
caer mi frente sobre la suya y sigo hablando en susurros—, besarla como si
no hubiera un mañana. A ti y solamente a ti, pelirroja. Contigo lo quiero
todo y si no es contigo no quiero nada.
Percibo la batalla que está librando en su interior. Luchando contra algo
que no entiendo. Algo que se me escapa y que ha debido ser el detonante de
esta situación.
Estoy a punto de besarla cuando posa las palmas de sus manos en mi
pecho y me separa con fuerza.
No llora, pero está a punto de hacerlo. Aún así, aguanta. Y estoy
completamente seguro de que ha tenido que ocurrir algo grave para que
actúe de este modo, porque no está siendo la chica con la que he pasado
todo el verano. Sam no se rinde ante nada. Y la chica que tengo frente a mí,
ahora lo está haciendo.
—Está bien, Erick.
Alza la vista hacia mí. Me he fijado en que todo este rato estaba haciendo
lo posible por esquivar la mía. Sin embargo, ahora la clava con fuerza para
dejarme algo muy claro.
—En mi corta edad he pasado por cosas que no se las deseo a nadie. Y
necesito vivir, Erick, saber lo que quiero realmente. Además, una relación a
distancia no funcionaría. Ya he pasado por ahí y no quiero vivir lo mismo
otra vez.
—El problema no es la jodida distancia, Sam —dejo caer los brazos a
ambos lados del cuerpo y relajo los hombros, cansado de pelear—, el gran
problema somos las personas, que no somos capaces de amar sin tocar, sin
ver, sin escuchar. Y el amor se siente con el corazón —llevo mi mano
derecha al lado izquierdo del pecho—, no con el cuerpo. Y quien diga lo
contrario es que no ha amado en su jodida vida.
Ahora sí, una lágrima rueda por su mejilla y me tengo que obligar a
reprimir las ganas de ir hacia a ella y ser yo mismo quien se la limpie. Pero
sé que me volvería a apartar de su lado.
Todo mi mundo se está rompiendo en pedazos porque se está alejando de
mí y no tengo ni puta idea de cómo hacerla volver.
Ha tomado una decisión y nada hará que cambie de parecer.
Y yo no puedo obligarla a amarme.
Por eso no quería acercarme a ella. No quería tenerla en mi vida porque
sabía que si me enamoraba dolería infinitamente más el no poder tenerla.
Nunca imaginé hasta qué punto acabaría haciéndolo y en la forma que me
está doliendo alejándose por completo de mí.
Pero la amo y si eso es lo que necesita, lo que quiere… la dejaré marchar.
Mi dolor no importa una mierda si ella va a ser feliz.
—Pues si es lo que quieres…
—¡Es lo que quiero! —alza la barbilla nuevamente, convencida de que
las palabras que ha pronunciado son las que siente su corazón.
Y a mí no me queda otra que aceptarlas.
Esquivo su mirada, perdiéndola entre los setos de la entrada, con la vista
extraviada durante unos segundos, intentando calmar mi respiración y…
mis sentimientos.
Enfundo mis manos en los bolsillos de los pantalones. Vuelvo a mirarla.
—En ese caso, pelirroja, espero que encuentres lo que buscas y seas muy
feliz.
Ahora sí, el agua brota de sus ojos sin que pueda reprimirla. Yo no sé
cómo estoy aguantando para que no brote la mía.
—Adiós, Erick. Perdona por no estar preparada para cuando quisiste
llegar.
Gira sobre sus talones para marcharse, pero mi voz la frena una última
vez.
—Pelirroja…
No se da la vuelta, pero mueve la cabeza para mirarme por encima de su
hombro.
Mi historia con Sam ha sido lo más real de mi vida. La he querido, la
quiero y sé que siempre la querré. Aún así debe entender que esto me duele,
que no es fácil para mí y que verla marchar después de lo que he sentido
junto a ella será el puto infierno y no sé cómo voy a ser capaz de continuar
mi vida sin ella a mi lado.
—No puede terminar lo que nunca existió.
Pronuncio esa última frase con la punzada más dolorosa clavándose en
mi maldito pecho.
No se mueve. Pareciera que sus pies se han quedado anclados en el suelo
como una piedra. Tras unos segundos sale corriendo, alejándose de mí.
Alejándose para siempre de mi vida.
Mi último gesto de amor será este; dejar que se marche.
Nunca olvidaré a Sam.
Si tuviera una próxima vida estoy completamente seguro que también la
reconocería. Sus ojos, su sonrisa, su voz… Porque ella es algo que me
perseguirá siempre. Más allá de este mundo.
Una de las peores cosas que te puede pasar en la vida es encontrar a la
persona indicada en el momento equivocado.
¡Y, joder, duele como un maldito puñal en el corazón!

Continuará…
AGRADECIMIENTOS

Si estás leyendo esto, espero que sea porque has terminado el libro, jeje.
Si es el caso, que sepas que estoy sumamente feliz.
Las lectoras de novela romántica solemos buscar en los personajes
similitudes con nuestras vidas y sentimientos, ya sea de felicidad o de
sufrimiento y dolor. Es por eso que en este libro podemos llegar a
compararnos tanto con Samy como con Erick.
Tenía miedo al escribirla por varios motivos.
Primero, porque soy una persona que me cuesta ver lo bueno que tengo y
soy muy crítica conmigo misma, por lo que siempre pienso que no llegaré a
ser capaz de hacer que conectéis con la historia como lo hago yo y además
suelo compararme con los demás. Mal hecho. Por lo que me tengo que
recordar que precisamente comencé a mostrarle al mundo mi forma de
escribir y contar historias por eso mismo. Para demostrarme que es mi
terapia y me llena de felicidad. Y segundo, porque no quería que fuese un
cliché más. Me gustaba la idea de describir a Erick como el chico que
aparenta ser arrogante y frío, que se considera alguien que no se merece
nada bueno y que lo amen porque así se lo hicieron creer, pero que tras toda
esa fachada muestra que es una gran persona y que puede llegar a amar de
una forma bestial y arrolladora. ¿Y el tema de los tatuajes? Pues sí, puede
ser otro cliché, pero era una idea que tenía en mente desde hace mucho
tiempo y me apetecía. Nunca viene mal recordar que no podemos juzgar a
las personas por la primera impresión que tengamos de ellas.
En cuanto a Samy… ¿qué deciros sobre ella? Necesitaba contar al mundo
lo que, por desgracia, es tan común en nuestra sociedad. El maltrato
psicológico. Esa conducta perversa y destructiva, con abuso de poder y que
trata de anular a la pareja a través de la manipulación. Me toca de cerca, ya
que durante un tiempo pude presenciarlo en alguien cercano. En esta
historia, ese personaje: novio manipulador y maltratador, que seguramente
hayas llegado a odiar, se ha quedado en que tras pararle los pies decide
desaparecer y dejarlo estar. Sin embargo, en muchas otras ocasiones, como
el caso de Martín y Sofía, no es tan fácil. Por eso, si conoces a alguien que
lo esté sufriendo, infórmate para saber cómo puedes ayudar. Y si eres tú,
pues… creo que tú y yo ya sabemos qué debes hacer. Pero busca ayuda, así
será más fácil. Y mantén la mente despejada y el corazón abierto para dejar
caer la venda de los ojos. Estaremos ciegas ante lo que consideramos amor,
pero siempre hay algo en nuestro interior que actúa de alarma,
cuestionándonos las cosas y avisándonos de que hay algo que no funciona.
Este ha sido mi tercer y, puede que, imperfecto intento de llegar a
vuestros corazones. Así que gracias por leerme, porque sin vosotras no sería
posible.
También quiero hacer mención a mis lectoras cero: Melissa, Marta, Aroa
y Ángela, que me han ayudado muchísimo, y a mi hermana, pues gracias a
ella he podido explicar mucho mejor lo que puede pensar, sentir… alguien
que sufre ese tipo de maltrato.
Por supuesto, quiero dar las gracias a todas esas amigas que he tenido la
suerte de que hayan aparecido en mi vida. El día que me metí de lleno en el
mundo de los grupos de lectura no sabía todo lo que me aportaría. Sin duda
ha sido increíble y no os menciono una a una, pero estoy segura que
vosotras sabéis quiénes sois. Gracias por aparecer y darme todo vuestro
apoyo.
Evidentemente, también se las doy a mi familia, porque siempre tengo su
apoyo y me siguen instando a que luche por mis sueños.
Gracias a Mireya, diseñadora editorial, por crear esta fantasía de portada.
Desde el primer momento supiste captar la esencia de Sam y Erick y me
enamoré en el acto al ver esas miradas. ¡La adoro!
Ahora toca esperar un poquito para saber cómo continúa esta historia,
pero espero que os guste tanto como esta primera parte y también la tratéis
con todo vuestro cariño.
GRACIAS
Mi primera novela.
Mi segunda novela.
DISPONIBLES EN AMAZON
CINTIA SANTIAGO. Vive en Granada, casada y con dos hijos.
Conocida en redes como @_cintiasantiago_. Es criminóloga, instagramer y
le fascina perderse entre líneas y vivir durante horas en un buen libro. De
ahí que quisiera luchar por uno de sus sueños; la escritura. También adora
viajar, la música y la fotografía.

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