¡No Te Enamores de Mi!
¡No Te Enamores de Mi!
¡No Te Enamores de Mi!
CINTIA SANTIAGO
¡NO TE ENAMORES DE MÍ!
Cintia Santiago Moreno
ISBN 9798396824171
Sello: Independently published
Diseño cubierta; Mireya Murillo (wristofink)
ⒸCintia Santiago moreno, Junio 2023 (Safe Creative)
Quedan totalmente prohibida, sin la autorización por escrito del titular
del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción
parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución
de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamos públicos.
Que llegue una persona para borrar tus inseguridades, tus miedos, tu dolor y
que al final sea esa misma persona la que te deje con otros nuevos.
Aunque para ti fuese el final de una historia más, para mí sería el inicio de
un amor que me dejó sin volver a nadie más».
1
SAMY
Hace un par de horas que salí de las oficinas de la revista con todos
dándome la enhorabuena. Estoy contento por ello, no lo niego. Aún así,
cuando me embarqué en esta aventura nunca pensé que acabaría
fotografiando a modelos para campañas publicitarias. Yo quería ir más allá.
Llevarlo a otro nivel. Viajar por el mundo y plasmar los sentimientos en
esas fotografías y quizá, algún día, exponerlas.
De momento, este es mi trabajo, me da para comer y tener una vida más
que desahogada. Y eso es justo lo que necesito para no tener que depender
de él y de su asqueroso dinero.
Es la tercera vez que cuelgo la llamada. No sé qué cojones hace
llamándome. Después de lo que me dijo hace unos días no quiero ni
escucharlo.
Perfecto, y ahora ella. Vuelvo a pulsar el botón rojo y guardo el móvil en
el bolsillo de mi pantalón. Mi madre siempre intenta mediar entre nosotros,
pero ni aún así haré lo que me pide.
Conseguí este trabajo gracias a mi esfuerzo y pasión. No le debo nada.
No quiero nada de él. Su mundo no es el mío. Por lo que a mí respecta, mi
padre puede irse al mismísimo infierno.
Por un momento me había agobiado. Creía que había mucha más gente
cuando avanzaba la fila en el embarque.
Me ha tocado la ventanilla, pero aprovecho que el avión no va tan
ocupado para quedarme con el asiendo del pasillo. Así no tendré que ver
cómo coge altura este aparato y cómo aterrizará después.
Coloco el portátil a mis pies para sacarlo más tarde y cojo mis auriculares
del bolso para escuchar música. Quizá así me evada un poco y no me centre
tanto en el vuelo.
Justo en el momento en el que me acomodo en el asiento y me abrocho el
cinturón, a pesar de que el comandante aún no ha dado la orden de hacerlo,
un chico me toca el hombro.
—Disculpa, ese es mi sitio.
¿En serio? Joder, hay infinidad de asientos libres y le ha ido a tocar a mi
lado.
Su aspecto me llama la atención. Tiene un corte de pelo medio, moreno,
y mechones rebeldes que apuntan en todas direcciones. Como si ese
peinado de «me acabo de levantar» fuese su peinado habitual. He de
reconocer que le sienta bien. Una sutil barba encuadra su rostro. Sus cejas
negras y con personalidad son anfitrionas de unos ojos castaños oscuros.
Lleva una camiseta blanca de manga corta dejando al descubierto sus
brazos musculados y tatuados. Tiene demasiados. Tatuajes, que no
músculos. Aunque de estos también. Y captan por completo mi atención.
Parece no tener ni un trozo de piel sin tinta. Puedo diferenciar serpientes
alrededor de sus brazos, espadas, flechas, algunas rosas de diferentes
tamaños… Parecieran que no tienen coherencia entre sí pero a la vez como
si todos guardaran relación. En concreto, uno de ellos me llama bastante la
atención. O al menos la parte que se ve por debajo de la manga de la
camiseta y adorna su bíceps derecho y toda la zona externa del brazo; la
esfera de un reloj con números romanos y agujas antiguas marcando una
hora y con la sombra de lo que parecen dos personas abrazadas, una más
mayor que otra.
Durante unos segundos me quedo embobada observándolos e intentado
saber qué más esconde ese diseño hasta que vuelve a hablarme.
—Oye, ¡disculpa! —lo miro a los ojos y me quito un auricular de la
oreja.
—Perdona, ¿qué?
—Que estás sentada en mi asiento.
—Ah, sí, claro… —miro a mi alrededor y hago amago de desabrocharme
el cinturón —Verás… es que no me gustan demasiados los aviones y si me
siento en la ventanilla probablemente la líe, vomite o cualquier otra cosa.
¿Podrías sentarte tú ahí? —esperanzada, espero un sí por su parte.
—Ya, entiendo —bien, después de todo parece que me cederá su lugar.
—Sin embargo, prefiero mi asiento, gracias. ¡Ah! Y correré el riesgo en
cuanto a tu fobia a volar.
—Per-fec-to —respondo de mala gana y me levanto mirándolo desafiante
—. Gracias por nada —sonrío sarcásticamente, acomodándome en el sillón
contiguo.
—De nada —¿y tiene el descaro de responderme?
Se quita la mochila que cuelga de su hombro y la sube al compartimento
de arriba. Al hacerlo, la camiseta se le eleva sutilmente dejando a la vista la
zona baja de su abdomen, en la cual tiene dibujada un cuchillo en el lado
izquierdo y un escorpión en el derecho. Los vaqueros le caen ligeramente
en sus caderas y el comienzo de una uve muy marcada llama mi atención al
instante. Lo sigo observando de reojo, pero entiendo que he sido demasiado
descarada al escuchar como carraspea cuando sabe que lo observo. Aparto
lo más rápido que puedo la mirada con las mejillas encendidas, intentando
disimular, y se sienta a mi lado.
En los siguientes minutos, presto gran atención a las azafatas que
explican todo lo que debemos saber en caso de que pase algo o tengamos un
accidente, que visto así no sé si es mejor o no saberlo porque me entra el
canguelo nada más imaginar que pueda ocurrir una desgracia.
En cuanto el avión empieza a recorrer la pista y coge velocidad me
obligo a cerrar los ojos e intento respirar con calma. En el momento en el
que todo mi interior, y los órganos que hay en él, sienten el ascenso del
cacharro agarro fuertemente lo primero que tengo a mi derecha. Abro un
ojo para mirar por la ventanilla, pero lo cierro de nuevo en el instante en el
que me cercioro de que el avión aún no ha llegado a lo más alto.
—Pienso que ya ha pasado lo peor —una voz grave a mi derecha me
hace volver y abrir los ojos en el acto.
—Sí, parece que sí —respiro aliviada.
—¿Crees que podrías devolverme la mano?
¡Oh! Qué vergüenza, madre mía.
En el momento en que escucho esas palabras dirijo mi mirada a ella.
Levanto la mía y lo dejo libre de mi agarre. Me quedo mirando fijamente
sus nudillos, también tatuados. Tiene unas manos bonitas y muy varoniles.
—Perdón. Ha sido un acto reflejo. Lo siento mucho, yo…
—Te da miedo volar, ya —aparta su mano del reposabrazos, abriéndola y
cerrándola varias veces, tratando así despertarla del entumecimiento que le
he causado—. Tienes fuerza, pelirroja.
Es escuchar ese apelativo con su voz y todo mi cuerpo tiembla por
dentro.
4
ERICK
Abro el portón de madera que separa la calle del edificio y la hago pasar.
—El ascensor está roto, así que tendremos que subir por las escaleras.
Se queda ahí de pie, con los brazos cruzados sobre sí misma y los dedos
enroscados alrededor de sus costillas, haciéndose más pequeña, con los
hombros encogidos y escondiendo la cabeza en ellos, escuchando atenta,
desprotegida, como un animalillo desvalido. No parece la misma chica que
he conocido en el avión. Por un instante, tengo ganas de acercarme a ella
para acariciarla como si fuera una niña. Pero sé que ella no querrá eso. No
le hace falta porque algo me dice que esta chica es fuerte y… además, eso
complicaría mucho más las cosas.
—Sin problema.
—Es el último piso —rebato, como si eso la frenara para que no suba.
—¿Y cuántos hay?
—Nueve.
—Genial, —no parece hacerle mucha gracia —¿puede ir a peor mi día?
—suspira.
—También podemos quedarnos aquí abajo si lo prefieres.
Me burlo.
—¿Intentas hacerte el graciosillo conmigo? —lleva razón, lo he sido,
pero no quería hacerlo a malas, de verdad. Esta pelirroja me tienta todo el
rato a sacarla de sus casillas, pero soy consciente de que ahora no es el
momento.
—Disculpa… solo quería… —carraspeo —¿Subimos?
—Sí.
Me adelanta y empieza a subir escalón a escalón.
Giro la llave y empujo del pomo de la puerta. Ella pasa primero y con la
mano la dirijo hacia el centro de la sala. No es un apartamento muy grande.
Lo justo para vivir yo solo. Se queda paralizada en medio del salón.
Observándolo todo a su alrededor. En parte me da miedo que descubra las
veces que he exorcizado aquí yo solo a mis demonios.
—¿De verdad que no te importa? —pregunta algo tímida para como se
ha estado comportando conmigo todo este tiempo.
—Tranquila. ¿Has cenado algo?
No responde. Tan solo niega con la cabeza.
—Vale. No tengo gran cosa, llevo una semana fuera y la nevera está
vacía. Tendrás que conformarte con lo que tenga por aquí.
Bordeo la isla que separa la cocina del salón.
—¡Aquí están! —le muestro los típicos fideos chinos que vienen en un
envase para añadir agua, calentar y listo.
—Cualquier cosa valdrá. ¿Puedo ir al baño?
—Por supuesto. Si quieres puedes darte una ducha. Seguro que te sentará
bien.
—Eso suena demasiado increíble. Salvo… que no tengo mi maleta y no
tengo nada que ponerme —se muerde el labio inferior.
—Puedo dejarte algo para dormir y ya veremos qué haremos mañana. El
baño está justo ahí, al final del pasillo —se lo señalo—. Ahora te llevo la
ropa.
No dice nada, simplemente, se pierde tras la oscuridad.
¿Qué le habrá ocurrido? Parece otra chica distinta a la que conocí esta
tarde.
«¿Por qué estás haciendo esto, Eric?» Me pregunto. No deberías y lo
sabes.
9
SAMY
La luz que comienza a entrar por las ranuras de las persianas empieza a
molestarme en los ojos. Doy varias vueltas en la cama intentando coger de
nuevo el sueño, pero nada. No hay manera.
Un aroma a suavizante que no me resulta familiar y una fragancia suave a
aftershave se cuelan por mis fosas nasales. Como si la tela, a pesar de estar
lavada, se hubiera quedado impregnada con ese olor tan característico.
Entorno los ojos meditando y es cuando me cercioro de que no estoy en mi
cama ni en ninguna conocida. Los abro de par en par y entonces la
secuencia de imágenes de la noche anterior aparece por mi mente.
A pesar del mal rato de ayer, he dormido genial. Y el cerco de baba que
he dejado en la almohada me lo confirma. Me coloco boca arriba, con la
mirada anclada en el techo. Después hago un barrido rápido por toda la
habitación.
Anoche apenas me fijé en nada. Fue cómo si actuara por control remoto y
me fui directa a la cama.
Es una habitación sencilla y funcional, eso está claro. También con
mucha personalidad y, por lo que puedo apreciar, tal cual a ese chico. Fría,
pero no por los colores ni texturas usadas, sino por la falta de calidez
humana. Moderna. Muy limpia. Y con una estética sumamente atractiva.
Las paredes, en un gris que simula al cemento, están prácticamente
desnudas. Salvo por una estantería incrustada en la pared, la cual está
repleta de libros que llaman toda mi atención. Siempre he sido una
entusiasta de la literatura. Es una de mis pasiones. Sería feliz si pudiera
dedicarme algún día a contar historias. Adentrarme en un submundo
imaginario y regalárselo a mis lectores. Hacerlos entrar en otra dimensión
colmada de posibilidades. Sintiendo un sinfín de sensaciones. Sin embargo,
opté por la psicología. También me gusta y disfruto con ella, pero me
matriculé en la universidad por mi familia. Sabía que ellos se quedarían más
tranquilos si tuviera un futuro algo más asegurado que el de un camino
como escritora.
Quizá algún día me anime a contar todas esas historias que llevo tiempo a
buen recaudo…
Mi cuerpo reacciona al estímulo de querer verlos de cerca y me levanto
por inercia. Paso mis dedos por varios de ellos y el olor se queda
impregnado en mis yemas por unos segundos. Algunos son ediciones
antiguas de novelas mundialmente conocidas y eso me fascina. Parece que a
Erick también le gusta leer. Eso me hace sonreír.
Un sillón precioso adorna la zona frente a la librería. Como la típica
butaca de abuelo pero con mucha clase. Su tacto y la comodidad te invitan a
permanecer inmóvil en él con un buen libro entre las manos, disfrutando de
ese placer que evoca la lectura.
Vuelvo hacer el recorrido hasta la cama. Me siento en el colchón y
observo a mí alrededor. Acaricio con la palma de la mano las sábanas sobre
las que he dormido. Son sedosas, gustosas y, aparentemente, caras. Quizá
eso haya contribuido a mi placentero sueño.
Me llevo la tela a la nariz para olerla. Lo hago durante un rato. Decido
que me encanta este olor y que no me importaría olerlo el resto de mi vida.
Las ganas de un buen café mañanero se adueñan de mí. Por lo que, a
pesar de la vergüenza que siento al pensar en volver a ver a Erick, opto por
salir de la habitación sin hacer ruido.
Antes de ir hacia mi cometido paso por el baño y busco la pasta de
dientes. Evidentemente no tengo cepillo, pero mi dedo tendrá que bastar. Sí,
no es muy higiénico, pero lo es menos pasearme por ahí con el aliento
mañanero y tras la cena «asiática» de anoche.
Camino hacia el salón y lo que me encuentro hace detenerme.
Duerme boca abajo en un sofá bastante grande con Chaise Longue,
abrazado a la almohada y en una posición que le hace marcar aún más sus
definidos brazos. No lleva camiseta, tan solo unos pantalones oscuros de
algodón a modo de pijama que dejan ver la costura de su ropa interior. La
sábana, que pretendía usar para cubrirse, se pierde enredada entre sus
piernas. El gran tatuaje de su espalda, una especie de ángel negro con
inmensas alas, y los de sus brazos vuelven a llamarme la atención. Me
pregunto si tendrán algún significado en concreto, algo especial, o
simplemente se los hizo porque sí.
Emite un sonido ronco y se mueve sobre el sofá. Doy un respingo
creyendo que se ha dado cuenta de que lo observaba, pero parece que sigue
durmiendo.
Todo él tiene un «no sé qué» que atrae a seguir contemplándolo. No
obstante, me obligo a mí misma a no hacerlo. Sería un poco extraño que
abriera de golpe los ojos y me viera aquí parada mirándolo cual acosadora.
La cocina es muy bonita. Muy en sintonía con el resto del piso. Anoche
ya estuve contemplándola, pero ahora, de día luce aún mejor. Líneas
elegantes, colores neutros y fríos y, visualmente, muy despejada. Por no
tener, no tiene ni el típico recipiente de madera junto a la vitrocerámica en
el que se introducen los utensilios para cocinar. Creo que este chico se
pondría muy nervioso si viera la cocina de mis padres, la cual no tiene ni un
hueco libre sobre la encimera para colocar nada más.
Inspecciono los cajones y armarios en busca de café. Que, por cierto, me
extraña que no tenga una cafetera de esas tan modernas y caras en la que
meter la cápsula y hasta te espuman la leche.
¡Bingo! Encuentro una cafetera italiana, de toda la vida, en un cajón
inmenso que abro bajo la placa de la vitro. Ahora, solo me queda encontrar
el café. ¡Consigo dar con él! Salvo por un inconveniente… Está en la última
repisa del mueble.
¿Quién coloca algo que se toma todos los días tan sumamente alto?
Doy pequeños saltitos en el sitio intentado alcanzarlo, pero mi gozo en un
pozo. En este momento, odio mi estatura.
Vuelvo a intentarlo por última vez. Me pongo de puntillas y estiro el
brazo todo lo que puedo. Joder, podría haberme subido en uno de los
taburetes que hay tras la isla.
Estoy a punto de desistir cuando una firme y cálida mano se desliza por
mi cadera y la presión de un pectoral bastante apretado me arrincona contra
el mueble. Alarga el brazo y, casi sin esfuerzo, coge el paquete de café que
tanto anhelaba.
Nuestras miradas se cruzan durante unos segundos. Su tez es marcada y
cincelada, como si alguien lo hubiera tallado así a propósito para que
parezca más atractivo de lo que ya es.
Al ser más que consciente de cómo lo miro, tensa la mandíbula. Un
gesto, que por cierto, he notado que hace con frecuencia cuando algo se
escapa de su control. Por lo que me demuestra que es muy cuadriculado y le
gusta tener ciertas normas muy metódicas para ese fin y no se permite
incumplirlas.
Su olor me llega al instante. No huele a ningún perfume en concreto, más
bien es como si el de su propia piel junto a cualquier crema que use para
después del afeitado le bastase para ir haciendo que todas las chicas se
vuelvan locas al olerlo.
Sus ojos descienden hasta mis labios y traga con dificultad. Los míos lo
hacen hacia su nuez que se marca con el gesto. Eso me insta a que trague
con él, fruto de los nervios.
Mi pecho sube y baja reclamando el aire que necesita. El suyo, también.
Los dedos de la mano que me sostienen por la cadera hacen algo más de
presión y se me eriza la piel. Las milésimas de segundos que parecen durar
una eternidad nos envuelven. Un cosquilleo me recorre desde la punta de
los dedos de los pies hasta el último pelo de la cabeza.
—Viendo el estilo de tu piso nunca hubiese imaginado que preparas el
café en este cacharro —nos hago volver en sí señalando el trasto.
—Soy un clásico. Cuando quiero —matiza. Tras soltarme, apoya los
codos en la encimera dejándose caer de espaldas.
Relleno el compartimento del café y cierro la cafetera bajo su mirada
expectante. La pongo al fuego y busco sus ojos. Si se piensa que me va a
poner nerviosa mirándome así lleva las de perder. Aunque en el fondo sí me
remueva todo por dentro, pero eso no tiene por qué saberlo.
—¿Y todos esos tatuajes? ¿Qué significan? —necesito saberlo.
Llamadme cotilla, pero no puedo más con la duda.
No responde a mi pregunta, tan solo se endereza mostrándome una vez
más su cuerpo esculpido y su abdomen perfectamente definido y tatuado.
—Voy a ducharme —se marcha hacia el pasillo.
Ahora, por su culpa, me lo imagino en la ducha, con el agua recorriendo
cada montículo perfectamente cincelado, su pelo mojado y…
«Joder, Samy ¿se puede saber qué demonios haces?»
—Si encuentras algo de comida, ¡sírvete! Como si estuvieras en tu casa
—vocea antes de cerrar la puerta del baño.
11
ERICK
¡Será capullo? ¿Qué se piensa? ¿Qué soy una pobre chiquilla que
necesita una niñera?
De todas formas, ¿en qué estaba pensando? ¿De verdad creía que iba a
encontrar ayuda en un desconocido? Ilusa de mí. Siempre confío de más.
¿Es posible que alguien pueda pasar tan fácilmente de ser una persona
amable a otra tan prepotente, arrogante y estúpida? A la vista está que sí.
La melodía incesante de mi móvil llama mi atención y me freno de golpe
frente a la puerta de una cafetería muy cuqui que ha llamado toda mi
atención. Nada más salir del edificio quité el silencio y ahora me arrepiento
de haberlo hecho. Busco el dichoso móvil y veo que es mi madre quien me
llama. No hablo con ella desde ayer, cuando estaba en el aeropuerto, y
querrá saber que tal me fue todo. Ahora mismo no soy capaz de explicarle
nada porque, primeramente, tendré que darle la razón en cuanto a Paul y,
seguidamente, si la pongo al tanto de todo lo ocurrido lo más seguro es que
se lleve las manos a la cabeza para después presentarse ella misma aquí y
llevarme de vuelta. Y no quiero que suceda eso. He venido aquí para dos
cosas: celebrar mi cumpleaños con mi novio. EX NOVIO, visto lo visto. Y
disfrutar del verano con mis amigas. Y, aunque la primera ya sea inviable,
pienso cumplir con el segundo plan.
Silencio la llamada y decido que se lo contaré en otro momento.
Entro sin pensar en la cafetería. Tan solo llevo media taza de café en el
cuerpo y yo soy de las que necesitan desayunar en cuanto se levantan. Así
que necesito poner remedio ya que mi estómago ruge cual Tiranosaurio
Rex.
Es pequeñita, tan solo hay un pequeño mostrador con algunos dulces
caseros y expositores de cafés especiales. No es como las cafeterías
modernas en las que el bullicio y el ruido se cuelan hasta lo más profundo
del cerebro y en las que tienes que entornar los parpados porque sus luces
cegadoras te nublan la vista. Esta es todo lo contrario. Cálida y agradable.
La madera y los colores oscuros predominan el lugar. Motivos decorativos,
por ejemplo las pequeñitas cafeteras italianas de color rojo; que parecen de
juguete, forman parte de su encanto. El olor a dulce recién hecho y a café
molido me embriaga.
Al chico del mostrador le pido un capuccino y un croissant recién
horneado. Nada más pensarlo, salivo. Me informa que él mismo me lo
llevará a la mesa en unos segundos, por lo que busco el rincón más
acogedor para sentarme. Opto por una mesa pequeñita de madera y vintage,
como si el dueño del local se la hubiera pedido a su bisabuela para decorar
este espacio. Me siento en uno de los sillones aterciopelados marrón y con
brazos de madera antigua que rodean la mesita. Siempre me han gustado
este tipo de lugares. Te invitan a parar, a desconectar, a tomarte las cosas
con más calma y sin prisas. Te hacen sentir en casa.
Tal y como ha prometido, en menos de un periquete, el chico coloca
sobre la mesa mi pedido.
—¡Que lo disfrutes! —me guiña un ojo, simpático.
—Muchas gracias. Dalo por hecho —sonrío, complacida.
Tras pegarle el primer bocado a la masa de hojaldre con forma de media
luna y cocida al horno, me abanico la boca con la mano abierta para no
quemarme y decido llamar a mi hermana.
Suenan varios pitidos antes de que descuelgue.
—¡Samy! Justo estaba comentando con Máximo de dónde íbamos a sacar
tanto dinero para tu rescate. Pensábamos que te habían secuestrado —se
descojona de la risa. Me la imagino, con su melena pelirroja —sello de la
casa— y ondulada y sus ojos grandes y verdes, hablando con su marido
sobre la película que se haya montada en su cabeza ante mi llegada a
Barcelona. Madre mía, mamá debe estar histérica.
—Ja. Ja. Ja. Qué graciosa. Secuestrada no, pero… —a ella sí se lo voy a
contar. Nunca hemos tenidos secretos y necesito su consejo. En cuanto a
mamá… ya veremos después.
—¿Pero…? —su tono de voz se torna preocupante. Me conoce
demasiado bien.
—Lo mío con Paul, se acabó.
—¡Biennn!
Suelta sin querer. Y sé a la perfección que en el instante en que lo ha
dicho se ha tapado la boca con la mano por haber soltado lo primero que se
le ha venido a la cabeza.
—Quiero decir… ¿qué ha pasado, cariño?
—Ya sé que no os caía muy bien, pero al menos podrías disimular.
—Pienso que ya hemos disimulado demasiado tiempo y no creo que
debas seguir ignorando la realidad, Samy. Ese tío era… es gilipollas y te
mereces a alguien mejor. ¿Me vas a contar qué ha pasado?
Suspiro un par de veces. Las imágenes de lo ocurrido ayer aparecen de
golpe frente a mí.
—Cuando llegué al pub lo pillé saliendo de un cuartucho con una tía.
Muy acaramelados y besándose. Está claro lo que pasó allí dentro. Intentó
explicarme la situación, excusarse, convencerme de que aquello no era lo
que parecía… En realidad, no sé si me dijo algo más porque me quedé
bloqueada y lo único que fui capaz de hacer fue estamparle un vaso de
mojito en la cabeza y salí de allí a toda prisa.
—¡Toma! —se aclara la garganta—. A ver quiero decir… ¡qué
cabronazo! Pero, me alegra saber que no te quedaste para escuchar la sarta
de mentiras que te iba a decir para convencerte de quedarte con él. Es lo
mejor que ha podido pasar, cielo, de verdad. ¿Ahora estás bien? ¿Por qué no
me llamaste en cuanto sucedió?
—Sí, estoy mejor —respondo a su primera pregunta—. Y por que llamé
a un chico que conocí en el avión —ya está, lo he soltado. Me muerdo el
labio inferior acojonada por lo que pueda decirme.
—¿Cómo? ¿Qué coño significa eso, Samantha? —Madre mía, madre
mía.
—Lo que has oído. Conocí a un chico en el avión. Ya sabes mi
«miedecillo» a volar y él me ayudó. Lo hizo más llevadero. Después mi
maleta no aparecía y también me ayudó con eso. Finalmente compartimos
taxi hasta que me dejó en el local de Paul y…
—¿Y…? —seguro que tiene los ojos abiertos como platos.
—Pues que estaba tan bloqueada que no sabía cómo reaccionar e hice lo
primero que se me vino a la cabeza. Lo llamé y apareció enseguida.
—Oh, Samy… ¿no irás a decirme que te acostaste con él por despecho?
—¿Quééééé? ¡Nooo! Por Dios, Bárbara. ¿Es que no me conoces? Solo
dormí en su casa. En su cama. ¡Sola! Y fue amable. Hasta esta mañana…
—No me digas que ha intentado hacerte algo porque voy yo misma para
allá y soy capaz de arrancarle las pelotas con mis propias manos.
—¡Nooo! Bárbara, santo cielo, que bruta eres. Tranquila ¿vale? No me ha
hecho nada. Simplemente, ha sido un gilipollas arrogante, frío y sin alma —
al decirlo me doy cuenta que estoy más enfadada por su actitud que por el
hecho de que Paul, el que era mi NOVIO, haya hecho lo que me ha hecho.
—Pues, cariño… muy gilipollas no habrá sido cuando te dio un techo
donde pasar la noche después de lo que te ocurrió en lugar de dejarte tirada
en la calle.
—Oh, ¿en serio, Bárbara? ¿A quién vas a defender? ¿A tu propia
hermana o a ese completo desconocido?
—A nadie, Samy. Tan solo analizo la situación. Al menos, estaría bueno
¿no?
—¡Mucho! Joder, ¿pero qué? ¡No! Por favor, Bárbara, ese no es el
punto… ¡Me estás haciendo un lío con tanta preguntita!
—Sí, sí. Un lío… —se ríe como una condenada.
—El caso… ¿qué hago con mamá? No para de llamarme.
—A ver… hablaré yo con ella primero ¿de acuerdo? Te allanaré un poco
el terreno en cuanto al tema de Paul hasta que tengas fuerzas de contárselo
tú. Y sobre lo de ese chico… de momento que no se entere.
—Gracias, hermanita. Eres la mejor.
—Lo sé —sonrío—. ¿Y qué vas a hacer ahora?
—Pues voy a intentar hablar con Maca. Ayer no conseguí contactar con
ella. El plan sigue siendo pasar aquí el verano con las chicas.
—Me parece genial, cariño. Aprovecha el momento y disfruta. Puede que
hasta conozcas a un amor de esos de verano —entona coqueta.
—Sí, en amores de veranos estoy pensando yo ahora.
—Bueno, pues un rollete o varios… —vuelve a reírse.
—Muy de mi estilo, sí.
—Ofú, hija, pues lo que sea, pero disfruta. Ya has malgastado parte de tu
tiempo pensando en el subnormal de Paul. Tienes que divertirte.
—¡Lo haré! Puedes estar segura de ello —exclamo feliz, más que nada
para que no siga diciéndome que me enrolle con algún tío.
—¡Así me gusta! —sentencia—. Cielo, tengo que dejarte. Máximo está
muy pesadito con que quiere mostrarme algo. ¡Llámame si tengo que ir a
partirle las piernas a alguien! Bueno, y si solo necesitas hablar y
desahogarte, también.
Río con ella. Esta mujer, las ganas que tiene siempre de partirle la cara a
alguien.
—Cuenta con ello. Te quiero.
—Y yo a ti, hermanita. Chao, chao.
Doy un sorbo al café, que se habrá templado lo suficiente como para no
achicharrarme los labios, con una pena increíble por tener que destrozar el
dibujo tan bonito que ha hecho el camarero con la espuma de la leche.
Saco el portátil. En realidad me lo he traído para avanzar con temario del
próximo curso. Sí, yo soy muy así. Me gusta ir adelantada y aprender todo
lo que pueda. Aunque, algo me dice que no voy a estudiar mucho en los
próximos meses. Espero que escribir sí pueda lograrlo.
El móvil vibra sobre la mesa y, a la par que enciendo el ordenador, leo
por encima la notificación que ilumina toda la pantalla.
Paul♥:
Amor, no hagas caso de los últimos
mensajes. Estaba muy borracho.
Por supuesto que no pienso
todo eso. He sido un cabrón,
lo sé. ¿Podrás perdonarme?
¿Dónde estás? ¿Paso a buscarte?
Yo:
No me escribas más.
No me llames.
No me busques.
No quiero saber nada de ti.
Lo nuestro se acabó. ¡Para siempre!
—¡Chicas!
Irrumpe Beatriz tras llamar a la puerta.
—¿Queréis que os acerque a esa fiesta? Voy a salir y había pensado…
¡Vaya! ¡Estáis impresionantes! —se adentra en la habitación con los ojos de
par en par y una sonrisa de oreja a oreja.
Se acerca veloz para cogernos a ambas de las manos y nos hace dar una
vuelta completa sobre nosotras mismas para observarnos mejor.
—Sin duda, vais a hacérselo pasar muy mal a los chicos esta noche —
sonríe pícaramente y yo me sonrojo.
Puede que me haya pasado eligiendo esta prenda de todo el repertorio de
mi amiga. Cuando estaba guardando toda mi ropa pude ver un vestido suyo
que me fascinó y me dijo que esta noche sería mío.
—Gracias, mamá.
—¿En qué momento habéis crecido tanto? Si hace nada estabais
correteando la una detrás de la otra por el jardín de Gloria. —Mi madre
pensaría lo mismo.
—Mamá, no empieces… que eres de lágrima fácil y acabaremos las tres
llorando.
—Uf, no, no, nada de llorar.
Eleva los ojos al techo y comienza a pestañear muy rápido para no
derramar ni una sola lágrima.
—Esta noche es para reír y pasárselo en grande. Os lo merecéis.
—Sabes que eres la mejor, ¿verdad? —su madre y la mía son muy
parecidas, aunque la mía es mucho más protectora y nada más sepa que voy
a salir de fiesta con gente a la que ni conozco puede que le de un infarto. Lo
que me recuerda que debo llamarla para contarle todo. Madre mía, es la
primera vez que paso tantos días sin hablar con ella y estará histérica. Me
consuela saber que Bárbara le ha explicado algo por encima y les ha pedido
a nuestros padres que me den algo de espacio para recomponerme y yo
misma sea quien se lo cuente todo.
Pero aún no me atrevo.
—No dudo de ello. ¡Eso sí, una cosa te digo, Maca! ¡A las dos, más bien!
—nos apunta con el dedo, poniéndose algo más seria. —No os paséis con la
bebida, cuidado de que no os echen nada en ella y no olvides que tú,
señorita, —ahora señala solo a mi amiga —tienes novio. Ese chico es un
ángel.
—Que sí, mamá… ¿Es que no conoces a tu hija?
—Bueno… yo solo os advierto. ¡Y tú! —ahora ha llegado mi turno —
diviértete y disfruta, Samy. Eres un ser libre, nadie debe cortarte las alas y
prohibirte ciertas cosas. ¡Tú ya me entiendes! —me pellizca la barbilla cual
niña indefensa.
—Está bien… Me divertiré como nunca—. La complazco, porque sé
perfectamente a lo que se refiere. Una relación no debería basarse en
prohibirle cosas al otro, en amenazarte con dejarte si no haces lo que dice o
hacerte sentir mal por cualquier cosa que no le venga bien, querer saber
dónde estás en cada momento y, por supuesto, con quién.
—Entonces, qué, ¿os llevo?
—No hace falta mamá. Nos recoge Carlos.
—¡Genial! Pues a pasarlo bien. Y, Maca, avísame si hacéis cualquier cosa
después. ¡Os quiero! —cierra la puerta tras de sí.
Giro sobre mis talones nada más verlo. Lo más veloz posible. Sin
embargo, algo me dice que no lo suficiente y que el radar que tiene sobre mí
ha hecho que me vea al instante.
Y su mano me lo confirma en cuestión de segundos.
—¡Samy! —se coloca frente a mí—. Amor, amor, amor… oye, por favor,
no te vayas… —suplica, sabiendo mis intenciones de marcharme.
—¿Qué quieres, Paul? —hago todo lo posible por soltarme de su agarre,
suelto la bebida en una mesa que tengo cerca y me cruzo de brazos
—¡Te he estado llamando! ¡Y te he enviado miles de mensajes! ¿Por qué
no me has respondido?
—Porque no he querido y te he bloqueado —frunce el ceño ante mi
respuesta.
—Por favor, Samy, solo fue un malentendido —intenta agarrarme de
nuevo y doy un paso atrás.
—¡No me toques!
—Samy, preciosa… ¿Cuántas veces tengo que decirte que lo siento para
que me perdones? —muestra su mejor cara de lástima.
—Mira, Paul, vas a tener suerte porque esta noche me veo con fuerzas de
decirte a la cara lo que siento. Ya no me convences con esa carita de perro
degollado y que tan bien ensayada tienes. No quiero saber nada más de ti,
así que déjame en paz y vete con esa rubia. O mejor dicho, vete con quién
te dé la gana.
Conozco su forma de ser y que lo esté rechazando aquí y de esta manera,
delante de todos, aunque nadie se percate de ello, hará que le hierva la
sangre.
Aún así, no hace nada. Y es extraño. Tan solo clava su mirada de rabia en
la mía, aprieta los puños a ambos lados de sus costados y está dispuesto a
soltar alguna barbaridad por la boca cuando mis amigos aparecen a mi lado.
¡Salvada por la campana!
—¿Qué ocurre aquí? —Maca se coloca entre los dos y Carlos la imita.
—Macarena, estoy convencida de que Paul no quiere armar ningún
escándalo, ¿verdad? —mi amigo hace todo lo posible por controlar a Maca
para que esta no pueda partirle la cara o le dé una patada en sus partes más
preciadas.
Paul vuelve a dirigir su mirada hacia mí, a través de mis amigos, y me
señala con el dedo.
—Tú y yo tenemos una conversación pendiente.
Tras soltar esa frase, que más bien ha sonado como una amenaza, se
marcha con sus perritos falderos a otro rincón de la casa.
En cuanto lo hace, decido que es hora de soltar todo el aire que tenía
retenido, y con ello mis piernas empiezan a flaquearme.
—¿Estás bien? —inquiere Maca.
—Sí, tranquila… ¿Qué hace él aquí?
—Tenemos amigos en común. Lo raro sería que no hubiese venido.
Aunque lo más sensato hubieras sido que no se presentara aquí sabiendo
que tú podías venir.
—¿Sabéis qué? —miro a ambos —¡Necesito otra cerveza! ¡O mejor
dicho, algo más fuerte!
18
ERICK
Me abre la puerta para que salga de su BMW. ¿Se puede saber de dónde
ha sacado ahora su lado caballeroso? Este chico me despista cada dos por
tres. Bajo del coche y cuando sé en la calle que estamos me niego. Me
niego en rotundo a volver ahí.
—¿A tu casa? Ni de coña vuelvo a subir a tu piso. Me voy a casa de mi
amiga, que es donde debería ir. Su madre se preocupará sino voy.
—¡Sube! —me impone, haciendo un movimiento de cabeza y
señalándome el edificio.
—¡He dicho que no! ¿Te recuerdo que me echaste? —me cruzo de
brazos.
—¿No confías en mí?
—¡Sí! ¡No! ¡No sé, joder! Ahora mismo no sé ni lo que digo…
Me llevo las manos a la cabeza porque empiezo a agobiarme, a estar
cansada y a sentirme muy mal.
—Mira, Erick…
No me da tiempo a seguir argumentando el porqué no quiero subir
cuando, con gran agilidad, me agarra por las piernas, alzándome a sus
hombros cual saco de patatas.
—¡Erick! ¡Bájame! ¿Se puede saber qué estás haciendo?
Sigue andando sin hacerme caso. Nos estamos acercando al portal a la
par que sigo gritando como una loca. Creo que, por un momento,
sus oídos han dejado de escucharme porque me hace caso omiso.
Intento tranquilizarme.
—Vale, Erick, tú ganas. ¿Me bajas ya, por favor? No me encuentro bien.
No me contesta, tan solo obedece y me baja con cuidado, dejándonos
frente a frente.
Desde esta postura puedo ver las diferentes tonalidades de marones que
lucen sus ojos, a pesar de la oscuridad de la noche. O estamos demasiado
cerca o estoy empezando a delirar por la borrachera y el haber estado boca
abajo durante un momento.
—¡Sube! —impone de nuevo. Miro hacia lo más alto y frunzo el ceño. —
Por favor. No puedo dejar que regreses así a casa de tu amiga. ¿Qué pensará
su madre?
Vale, no quiero que Beatriz me vea así ni contarle todo lo que ha pasado
con Paul ni que se lo chive a mi madre…
—Está bien… Pero que conste que lo hago porque estoy cansada y me
encuentro muy mal.
Una vez dentro del portal, me detengo frente a las escaleras. Él empieza a
ascender por ellas, lo que me da a entender que después de una semana
sigue roto el jodido ascensor. Manda huevos, pagar comunidad para esto.
Asiento y con orgullo voy hacia las escaleras superconfiada en que podré
subirlas, pero en el segundo peldaño ya no sé ni donde pongo los pies.
—Qué difícil es hacer esto con dos copitas ¿no? —murmuro entre
dientes. Más para mí que para él. Aunque Erick parece haberme escuchado.
—¿Dos copitas?
—Dos copitas de nada. Admiro a los que beben mucho más y pueden
hacerlo solos… ¿Las escaleras parecen moverse o soy yo? —sigo hablando
entre dientes. —Joder, apenas se ve nada con esta luz. Ya podrían cambiar
las puñeteras bombillas… Espera, Erick, vas muy rápido… ¡Estas escaleras
del demonio! ¿Me recuerdas porqué no hemos subido por el ascensor?
Joder… vives en el último piso.
Su carcajada ronca inunda cada rincón. Una risa que no había escuchado
hasta ahora y que me deja helada al hacerlo.
Me paraliza de tal modo que me siento en uno de los escalones.
—Sigue roto… —Aparece a mi lado para sentarse junto a mí.
«¿Para qué preguntas si ya lo sabías, Samantha?»
—Solamente vivo yo aquí, pelirroja. Heredé este edificio de mi abuelo y
paso de arreglar el jodido ascensor. Me gusta subir por las escaleras.
—Pues deberías pensar en la pobre Roxana… Es un noveno, joder.
—En eso llevas razón —sonríe sutilmente.
Giro la cara y lo observo con atención. Él imita el gesto.
—Te brillan los ojos.
—Oh… que bonito, Erick —me ablando. No sé porqué, pero lo hago.
—No pretendía que fuera un cumplido, —vuelve a reírse con ese sonido
ronco —sino una apreciación. Los tienes llorosos.
—Ah, vaya. Debe ser el cansancio —aparto la mirada, avergonzada. ¿Se
puede ser más tonta? Si es que no sé para qué bebo, con lo mal que me
sienta.
—Eso y que has bebido como si se acabase el mundo.
—Bueno, eso también —le doy la razón. El alcohol y yo no somos
buenos amigos.
—¿Y por qué lo has hecho?
—¿Tú nunca te has pasado con la bebida?
—Sí, hace mucho de eso. Sé lo que se siente. La bebida, junto a otras
cosas de las que no estoy nada orgulloso, formó parte de mí vida hace años.
Por eso ya no bebo.
—¿Nada de nada? ¿Ni cuando sales de fiesta con los amigos?
—No. Lo evito a toda costa. Al menos hasta que me sienta curado al fin y
sea capaz de controlarlo.
—Yo lo he hecho para olvidar.
—Créeme, así no lo conseguirás. Sé de lo que hablo.
Lo observo durante unos segundos, en silencio.
—¡Yo te voy ayudar a curarte, Erick! Ya verás… —siento que con él no
me da vergüenza ser yo, dejarme llevar. Hablar de todo, de lo que sea.
Aunque a estas alturas, el que haya dicho eso último no sé si ha sido porque
de verdad lo siento o porque el alcohol me hace ver cosas que no son
realidad.
El caso es que desvía la mirada y yo dejo caer la cabeza con suavidad y
la apoyo en su hombro. Noto cómo se tensa al instante.
—Sé que estás algo roto, pero sanarás. Lo sé. Estoy segura de ello.
Sigue en silencio. Me han vencido los ojos por el cansancio, así que no
puedo ver la cara que habrá puesto al oírme, pero puedo imaginármela. Si
algo he aprendido de él, de las veces que hemos estado juntos, que a decir
verdad han sido pocas, es que es muy expresivo con sus gestos en cuanto
escucha algo que se le escapa de su control. Y para saber eso no hace falta
haber conocido a este chico mucho más tiempo.
—Deberías descansar, pelirroja.
—¿Y si nos quedamos aquí? Tampoco se está tan mal.
—Créeme, mañana te arrepentirás de haber tomado esa decisión. No
querrás acabar con contracturas cuando despiertes.
—Si accedes a ser mi almohada creo que estará bien.
Vuelve a soltar una risotada ahogada que me hace temblar por dentro y se
me eriza la piel.
Aunque es posible que el pellizco que tengo en el estómago sea por culpa
del alcohol.
—Venga va, te ayudo. Mañana me lo agradecerás.
21
SAMY
Susana, Vicky y Sole, llegaron esta mañana a Barcelona. A las tres las
conocí en Madrid. Fue a Susana; esa morenaza de ojos castaños, alta y que
siempre se recogía el pelo en una cola de caballo, a quien conocí primero en
el momento que me alquiló la habitación que le quedaba libre cuando
buscaba piso para compartir. Con Vicky me topé por casualidad cuando se
sentó en el bar donde trabajo después de salir de un casting de modelaje y
en el que no tuvo la suerte que esperaba. Pese a que su mirada azul claro,
pelo castaño y ondulado y un cuerpo despampanante al andar sería la
envidia de muchas chicas y la perdición de muchos hombres. Sole y yo
coincidimos en la misma clase y nos hicimos muy amigas con facilidad.
Fue muy maja conmigo y descubrí rápidamente que era una chica muy
servicial, atenta y cariñosa. Así me lo demostraron sus ojos marrones
cuando me topé con ella por primera vez y no me equivoqué.
Todas hicimos grupito en muy poco tiempo y conectamos a la perfección.
Primero fueron al piso que habían alquilado para las vacaciones y así
poder instalarse. Tras hacer una videollamada con ellas poniéndonos al día
y contándoles todo lo sucedido, pues hasta ahora no me había atrevido,
quedamos en vernos más tarde para tomar algo y dar una vuelta por el
paseo antes de ir a la fiesta de esta noche.
Así pues, Maca y yo nos arreglamos, afronto de una vez por todas el
tema de Paul, lo ocurrido la pasada anoche y la llamada con mis padres, y
decidimos salir a darlo todo para disfrutar del verano y pasarlo en grande.
24
ERICK
Pedro:
Ey, tío ¿qué tal?
Voy a ir a comer con los chavales.
¿Te apuntas?
Pedro:
¡Genial! Te digo el sitio en un rato.
A los críos les gustara verte.
Yo:
Yo también tengo ganas de verlos.
Papá:
Recuerda qué día es mañana.
Sé un hombre y afronta las cosas.
No se lo hagas pasar mal a tu madre.
Manda huevos que sea él, precisamente él, quién me diga tal cosa. Tenso
la mandíbula, cabreado. ¿Eso es lo que piensa? ¿Qué quiero hacérselo pasar
mal a ella? Es lo que menos quiero. Mirarla a los ojos y sentir lo que siente.
No. Por eso, esta vez, tampoco iré. Aunque sea motivos de insultos por
parte de ese hombre que no se merece que lo llame «papá».
Me había jurado que no vendría y aún así lo he hecho. Una vez aquí, me
había propuesto que le daría el regalo y me marcharía enseguida. Y, sin
embargo, aquí estoy. Sentado en el coche como un autentico gilipollas
porque no puedo hacerlo. Seré imbécil. Y masoca, ya puestos.
Desde donde estoy puedo verla bailar con sus amigos, cantando a pleno
pulmón, riendo, disfrutando de la vida. Tan jovial, tan alegre, tan llena de
energía. Repleta de luz.
Cualquiera que me viera aquí, observándola en el modo en que lo hago,
pensaría que soy un loco pervertido, acechándola y esperando la ocasión
idónea para hacerme con ella.
Decido que ya está bien de comerme la cabeza y machacarme por ello.
Arranco el motor para marcharme y la hora aparece en la pantalla táctil.
Cinco minutos. Tan solo cinco minutos para que den las doce y sea
oficialmente su cumpleaños.
Por un poco más no pasará nada, así que opto por seguir sentado en el
asiento y esperar para ver cómo la felicitarán todos. Cuando vea la felicidad
que sé que irradiará por ello al ver los fuegos artificiales y el cariño que le
profesaran todos sus amigos, me marcharé.
Lo prometo.
«La memoria es un gran monstruo. Uno puede olvidar, pero ella no. Ella,
simplemente, archiva las cosas, las guarda, las esconde… y de golpe y
porrazo trae el recuerdo por voluntad propia.
Como ese recuerdo de un día de verano en el que fuimos con mamá a
disfrutar de la playa. Papá siempre estaba fuera de casa, ocupado con su
trabajo. Para él siempre ha sido tan importante. Decía que así conseguía
darnos todo lo queríamos. O más bien lo que él creía que deseábamos. Una
gran casa que era la envidia de muchas familias, cenas en restaurantes
lujosos, fiestas que eran sonadas en toda la ciudad…
Sin embargo, se olvidó de lo más importante. Su tiempo.
Siempre fue ese tipo de hombre sin sentimientos que intentaba arreglar
las cosas con dinero en lugar de pensar en porqué se habían estropeado.
Aún así, siempre que él no estaba, hacíamos millones de planes con
mamá.
Como estaba diciendo, siempre recordaré aquel día de playa. Tú
acababas de cumplir cincos años y eras el niño más feliz que había visto
nunca. Quizás por que aún no eras lo suficiente mayor para darte cuenta
de varias cosas de nuestra familia, pero yo sí entendía algunas. Como
cuando papá venía más bebido de la cuenta y obligaba a mamá a hacer lo
que él quisiera, sino se las vería con él. O cuando nuestra madre prefería
quedarse en casa con nosotros en lugar de ir a alguna fiesta que había
organizado en alguno de sus pubs o clubes para pijos, sabiendo que sería
motivo de discusión con nuestro padre. O, simplemente, cuando se le iba la
maldita pinza y nuestra madre era su saco de boxeo en el que deshacerse
de toda su rabia.
Cada vez que ocurría eso te llevaba a tu habitación y escuchábamos
música. Te gustaba desde que eras un bebé.
Según fuiste creciendo le dedicabas más tiempo a ese hobbie que se
convirtió en tu pasión y que sé, sin ningún atisbo de duda, que si hoy
estuvieras aquí habrías llegado a ser uno de los grandes. Te encantaba
componer, mezclar estilos, fusionar melodías… te fascinaba. Y a mí me
encantaba verte así.
Pero no quiero hablar de esos momentos duros, hoy no. Mejor
recordemos juntos ese fantástico día. Tú estabas bajo la sombrilla, sobre
una toalla porque desde bien pequeño te daba grima la arena. En serio, era
verla y ya encogías las piernas para que mamá no te pusiera a andar sobre
ella. Ese día en concreto, algo te hizo cambiar de opinión. Tal vez fuera que
viste como otros niños de tu edad se lo pasaban bomba jugando sobre la
arena y tú siempre te quedabas sentado sobre la toalla, observando.
Empezaste a tocarla con uno de tus dedos regordetes y cuando sentiste su
tacto caliente hundiste la mano en ella. Tuvo que ser una gozada esa
sensación; la de ver cómo se colaba la arena entre los dedos, porque te
lanzaste a ella sin pensar y empezaste a rebozarte. Hasta el punto de que
mojaste un trozo con un cubo de agua, cogiste un puñado, hiciste una bolita
y optaste por probarla. Sí, sí, lo que estás escuchando. Te la metiste en la
boca. Tu cara fue un poema. No vi a mamá reírse así en la vida. Imagina
cómo tuvieron que ser sus carcajadas para que me hiciera a toda prisa con
la cámara, que me habían regalado semanas antes y que siempre llevaba
encima, para fotografiarla. A ti también, por supuesto, porque esa cara no
la olvidaría jamás. Y probablemente estabas muy ocupado escupiendo la
arena que querías zamparte para poder fijarte en mamá. Ese día estaba
pletórica. Irradiaba felicidad. Era la mejor madre del mundo.
Sin embargo, su sonrisa y su felicidad se apagaron el mismo día que nos
dejaste. Nunca más volvió a intentar ser ella. Y a pesar de que siempre
vivió con un monstruo, su calvario ahora es mayor porque tú no estás.
Y eso es algo con lo que siempre cargaré con la culpa.»
Hoy he decidido quedarme aquí, en casa. Las chicas tenían cosas que
hacer. Cada una de ellas me han insistido en que las acompañara, pero me
he negado.
Desde que llegué a Barcelona no he tenido ni un momento para sentarme
a escribir. También es cierto que mi vida ha sido un auténtico caos desde
que me subí en el avión y que han pasado cosas que nunca hubiera
imaginado. Además de que no hemos parado ni un segundo desde que todas
estamos juntas.
Pese a que hayan ocurrido cosas que me hagan ver este verano distinto,
también lo siento especial. Bonito al fin y al cabo, a pesar de que
comenzara con una relación rota y comprendiendo las verdades que me
negaba a ver. En el fondo, fue liberador, porque sin darme cuenta me
involucré demasiado en una relación en la que me sentía encerrada y en la
cual no podía ser yo.
Así que desde que se fueron todas estoy sentada en la cama de Maca, con
el cuaderno que Erick me regaló y escribiendo todo lo que siento. No lo uso
como diario, porque creo que esa etapa algo más infantil la dejé atrás hace
tiempo, pero siempre me ha gustado plasmar en papel los sentimientos, las
cosas que ocurren a mi alrededor, vivencias… Todo eso, después, me da
alas para dejar volar a mi imaginación y crear historias. Desde que conocí a
Erick creo que todo se ha vuelto más interesante, más llamativo… En
realidad, no puedo quitármelo de la cabeza. Me obligo a hacerlo muchas
veces porque no quiero hacerme daño. No quiero hacerme ilusiones cuando
él mismo ha dejado claro nuestra situación.
No puedes enamorarte de un chico del que te tendrás que despedir
cuando termine el verano y sobre todo de uno que ha dejado bien claro que
no es capaz de amar.
Con las yemas de los dedos acaricio mis labios. Es extraño. Hace
semanas que sucedió lo del beso y si me concentro aún sigo notando su
boca contra la mía. Saboreándolo.
Cabeceo varias veces, apartando ese recuerdo de mi mente, porque como
he dicho, no me hace bien.
El sonido de una notificación llama mi atención.
Erick:
Pelirroja… he estado a tope
de trabajo estos días.
Mañana vuelvo a Barcelona.
Ya revelé todas las
fotos del último día de la playa.
¿Te apetecería verlas?
Erick:
☺Genial. Pasaré a recogerte
por la mañana.
Después te invitaré a comer.
Yo:
Me parece perfecto.
Erick:
No sufras, no soy tan maleducado
como para no despedirme.
Por cierto, tengo ganas de verte☺
¡Hasta mañana, pelirroja!
Yo:
¡Hasta mañana, tipo duro!☺
Jaula de locas:
Susana:
Samy, en quince minutos
vamos a buscarte.
¡Nos vamos a la playa!
Sonrío y respondo.
Yo:
OK!!
Una hora después todas estamos frente la puerta del pub que nos han
recomendado. Un local muy sofisticado donde supuestamente vienen los
más jóvenes de la alta sociedad de Barcelona.
Entramos casi de inmediato cuando los de seguridad comprueban que
somos dignas de entrar. Menuda estupidez, todas sabemos que nos dejan
pasar porque somos monas y claramente somos un anzuelo para atraer a
más tipos ricos deseosos de gastar todo el dinero que le proporcionan sus
padres.
La música nos envuelve nada más adentrarnos y las luces de neón de
colores que atestan el techo se adueñan de la oscuridad del local. Nos
mezclamos poco a poco con la concurrencia. Este sitio rezuma pasta por
todos lados. El típico pub pijo en el que te prohíben la entrada si acudes en
zapatillas y de esos con caros y selectos reservados para los que se pueden
permitir pagarlos. En el centro hay una gran barra con detalles elegantes, en
colores negros y dorados, con luces cálidas bajo ella y todo tipo de
decoraciones llamativas y distinguidas. Los bármanes van vestidos con
camisa blanca, algo remangadas, pantalones negros, pajaritas del mismo
color y tirantes. Los veo mover las manos con cocteleras, alzando botellas
de un lado para otro, haciendo prácticamente malabarismos con ellas casi al
ritmo de la música, para llenar todas las copas que ocupan la gran barra
reluciente.
La verdad es que tienen una pinta increíble. Los cócteles no los
bármanes, aunque ellos también, para que negarlo.
Así que decidimos acercarnos a la barra para pedir alguno y probarlos.
Sí, sé que el alcohol y yo no solemos llevarnos muy bien, pero por probar
uno no va a pasar nada.
Cada una pide un combinado distinto y así podremos dar un sorbito de
cada copa para degustar la variedad de sabores. Menuda mezcla. Pero
repito, por mojarse un poquito los labios no va a pasar nada.
Alegres con nuestras copas en las manos vamos al centro de la pista y, no
os voy a mentir, los chicos nos miran. Al final opté por ponerme un vestido
corto negro y satinado. Quería sentirme guapa y sexi, pero sin perder mi
esencia con la sencillez. Pese a que sea sencillo el toque especial es el
pronunciado escote en la espalda. Al principio dudé, pero cuando me vi en
el espejo de cuerpo entero de mi amiga me sentí extraordinaria. En ese
instante me vino Paul a la mente y todas las veces que me obligaba a
cambiarme de ropa si me veía así vestida. Tras ese pensamiento sonreí,
abiertamente y feliz, porque después de mucho tiempo he podido ponerme
lo que me da la gana. Me di el visto bueno mientras sonreía. ¡Y qué bien
sienta! Como toque final, ondas en mi rojiza cabellera, mascara de pestañas,
labios rojos y en los pies, taconazos. Eso ya no sé si ha sido buena idea…
hecho demasiado de menos la comodidad de mis Converse.
Las chicas y yo llevamos un buen rato bailando. El tiempo pasa muy
rápido cuando estamos todas juntas y disfrutando de la vida. Siento que los
momentos se me escurren entre los dedos y necesito saborearlos.
Ha llegado un punto en el que la música de este sitio no cuadraba mucho
con nosotras, por lo que Vicky optó por acercarse al Dj, algo coqueta, o más
bien usando todas sus armas de seducción, pidiéndole por favor que pusiera
unas cuantas de nuestras canciones; algunas de Rihanna, seguidas de otras
de nuestros artistas favoritos y que te obligan a mover el esqueleto cuando
los escuchas; como las de Maluma, Shakira, DNCE, Justin Timberlake…
entre otros. Vamos, lo que viene siendo las canciones que te hacen disfrutar,
desmelenarte y darlo todo cantando a pleno pulmón. La gente de nuestro
alrededor miraban con caras extrañas, intentado averiguar quién demonios
se había atrevido a cambiar la música tan característica de este lugar tan
pijo, hasta que posaron sus ojos en nosotras que disfrutábamos como locas,
saltando, bailando, cantando, gozando y pensando en que toda esta gente
que nos rodea no sabe apreciar lo que es divertirse de verdad. Siendo así de
estirados se perderán la diversión.
Al cabo de un par de horas, estoy descansando en un taburete alto,
pegadita a la barra y con el quinto, ¿o es el sexto?, cóctel terminado. No
tengo ni idea, la verdad. En mi defensa diré que están demasiado buenos y
entran que da gusto. Uno de los bármanes desliza por la piedra natural de
color oscuro la última copa que he pedido. Saco la cartera para pagar, pero
cuando voy a hacerlo se inclina hacia mí para decirme, con un tono elevado
de voz y así poder escucharlo por encima de la música, que el joven que
está al otro lado me ha invitado. Me guiña un ojo y vuelve a sus quehaceres.
Yo miro en la dirección que me ha señalado y veo a un chico, diría yo que
de unos veinticinco años, con una vestimenta bastante elegante, pues su
camisa azul marino, sus pantalones oscuros y sus zapatos, como si fuera un
autentico modelo sacado de la pagina web de Hugo Boss, me lo
demuestran. A ver, no tengo ningún problema con ese tipo de hombre, pero
a este se le ve a la legua que no es así porque le guste, sino porque lo que
busca es destacar y dejar bien claro que el dinero para él no es un problema.
Se me da bien calar a la gente. Al menos, de vez en cuando. Y esta es una
de ellas.
Él, al igual que ha hecho el camarero hace unos segundos, también me
guiña un ojo y siento que al único que le sienta bien hacer ese gesto es a
Erick. La verdad es que no sé por qué demonios se ha tenido que colar justo
ahora por mi mente. Cabeceo para borrarlo en el acto. Levanto la copa para
darle las gracias y presto especial atención el momento exacto en el que les
dice algo a varios chicos que tiene al lado y se encamina hacia mí. No sé si
es porque este tipo de cosas me dan vergüenza, por si pienso que no voy a
estar a la altura o porque desde que conocí a Erick no puedo pensar en otra
cosa que no sea él, pero no me apetece nada que ocurra lo que sé que a va a
ocurrir.
«¿En serio? ¿Otra vez, Samy? ¡Olvídate ya de él! Te trató como un
cretino la última vez cuando lo único que querías era ayudarlo, pasar tiempo
con él, demostrarle que podía disfrutar de la vida… Así que ¡basta!»
—Hola, bombón —a mí se me escapa un resoplido y pongo los ojos en
blanco. ¿Bombón? A ver, que no digo que a una no le guste que la piropeen,
pero joder es que a veces se ve a la legua las intenciones y… sinceramente,
no me gusta.
—Hola —respondo sin más. Al parecer ni se ha dado cuenta de mi
reacción porque está muy pendiente de cómo sus amiguitos no le quitan la
vista de encima mientras ríen. Lo más seguro es que se hayan apostado algo
a que este hombre conseguirá llevarme a la cama antes de que acabe la
noche.
Y mientras le lanza esas miraditas de «caerá, fijo» lo observo bien,
aunque puede que hace unos minutos haya empezado a ver doble.
Es guapo, la verdad sea dicha. Tiene planta. El pelo castaño lo lleva
engominado hacia atrás, dejando despejada toda su cara. Su rostro es
muy… simétrico, perfecto, y su barba bien perfilada le da un toque más
varonil. Tiene unos ojos azules muy bonitos y algo intimidantes.
—¿Cómo te llamas?
—Samantha —me limito a responder mientras doy otro sorbito a mi
bebida.
—Encantado, Samantha, yo soy Paul —¡venga ya! ¿En serio? Esto será
una broma ¿no? Me da por mirar a todas partes, buscando a mis amigas, a
alguien que me la haya querido colar, pero nada. Parece que el universo
quiere seguir castigándome por algo. Pero… ¿por qué? Si soy una buena
chica.
El caso es que mientras sigo con mis cavilaciones mentales y
regodeándome en que mi vida apunta a que siempre va seguir siendo un
desastre en cuanto a las relaciones, el tal Paul se ha abalanzado sobre mí
para darme un par de besos.
Me ha pillado con la guardia baja, así que le correspondo. Al hacerlo, su
perfume se cuela por mis fosas nasales y los vapores suben tan rápido que
casi me hacen lagrimear. Al parecer su colonia también es de Hugo Boss,
perfume que me encanta pero que se ha pasado ocho litros y medio en
esparcírselo por todo su cuerpo.
Tengo que aguantarme las ganas de estornudar.
A los pocos minutos consigo dar con mis amigas que me observan a lo
lejos. Empiezan a cuchichear, a reírse, a hacerme señas muy extrañas y a
levantar los pulgares para darme a entender que el tío esta bueno. Ya he
dicho que una tiene ojos en la cara y que el chaval está muy bien. Y sí, ya
sé que debería dejarme llevar, ver qué pretende este Paul, aunque todos
sabemos ya lo que quiere conseguir, y dejarme llevar. Sin embargo, ¿por
qué no puedo? Siento como un agujero en el estómago. Desearía estar con
otra persona. Otra persona que a veces es fría, distante, un robot sin
sentimientos, un prepotente… pero que otras me hace sentir especial, me ha
cuidado cada vez que ha podido, me ha lanzado sonrisas que, y pondría la
mano en el fuego en que así ha sido, no le ha regalado a nadie más.
Llevamos como una media hora o así hablando. Bueno, más bien
hablando él porque excepto por dos preguntas, y muy típicas, que me ha
hecho se ha pasado todo el tiempo parloteando de sí mismo, creyéndose que
con todo lo que me ha contado me ha sorprendido. A estas alturas ya me sé
su árbol genealógico, en qué trabaja cada miembro de su familia, sus
intereses profesionales; que son seguir con el legado de su padre en una
empresa de construcción muy famosa y así poder aumentar su capital que,
según ha dejado caer, tiene tanto patrimonio que no me entra en la cabeza.
—Voy al aseo un momento. ¿Me esperas aquí?
—Sí, claro —puf, menos mal, necesito descansar los oídos. Y esta
música no me lo pone nada fácil.
La verdad, ahora mismo me levantaría para decirles a las chicas que nos
vayamos de aquí, que este no es nuestro sitio, pero no creo que sea capaz de
mantenerme en pie.
Saco el móvil del bolso y lo taladro con la mirada, como hago desde que
me marché de aquel edificio y deseando ver un mensaje iluminando la
pantalla con un «LO SIENTO». Y sí, con letras grandes. Pero no es el caso.
Así que me enfado. Y mucho. Y ya no sé si es porque de verdad estoy
enfadada, triste, dolida y todo lo que se te pueda pasar por la cabeza en
cuanto a sentimientos negativos o por el alcohol o por ambas cosas.
¡Mierda!
Marco su teléfono, algo nerviosa. Dudo mucho que lo coja en cuanto
sepa quién lo llama. Sin embargo, cuando descuelga al primer tono y
escucho ese apelativo escurrírsele por los labios todo mi cuerpo tiembla.
—Ho… hola —casi no me sale la voz.
—¿Pelirroja? —vuelve a preguntar. —¿Dónde estás? No te oigo. —Mi
voz debe llegarle a los oídos amortiguada por el zumbido de la gente y la
música del local.
Soy incapaz de hablarle. Lo he llamado sin pensar si quiera qué quería
decirle.
—Estoy… estoy en un pub —contesto sin más y casi en un susurro. No
creo ni que me haya podido entender.
—Pelirroja… ¿estás bien? No te oigo ¿dónde estás? —vaya, ¿ahora se
preocupa por mí? ¡Pues no tiene ningún derecho! ¡Ninguno!
—Estoy perfectamente, Erick. Estoy más que bien. Estoy en el Celestial,
pasándomelo en grande y con PA-UL —vale, eso último quizá lo he hecho
un poco adrede. Él no conoce a este Paul, por lo que al decir ese nombre y
en el tonito que lo he hecho se pensará que es el otro Paul y eso lo cabreará.
O puede que no. Que solo sea yo la que se cabree con toda esta situación y
alberga un ápice de esperanza de que a Erick le remueva que otra persona
pueda tenerme y él no. Joder, que complicado es todo. Más bien, yo soy la
complicada.
—¡¿Qué?! Pelirroja, repítelo porque creo que te he entendido mal —su
voz suena más hosca, más grave, más… ¿Enfadado? ¿Celoso? ¡YO QUE
SÉ! Ni yo misma sé porque me siento así ni por qué lo he llamado. ¡Qué
estúpida soy!
En ese instante, Paul aparece y posa su mano en mi espalda desnuda,
haciéndome volver al momento presente. ¿Por qué me está tocando? No
quiero que me toque…
—Ya estoy aquí, bombón.
—¿Bombón? —inquiere Erick desde el otro lado del teléfono.
Ostras, todavía no le había colgado.
«Samantha María… ¿se puede saber qué estás haciendo? Tú no le
importas a Erick. Tan solo es un chico que conociste hace un mes y medio y
que pasa olímpicamente de ti»
—Adiós, Erick.
—No, Sam, espera… No me cuelgues…
Tarde, ya lo he hecho.
Le doy las gracias a Paul por la copa y por la charla, pero que debo
volver con mis amigas. Él parece entenderlo y tras guiñarme el ojo
nuevamente me dice que nos vemos dentro de un rato si aún sigo por aquí.
Me despido con una sutil sonrisa y busco a las chicas.
Parece que el efecto del alcohol se me ha pasado por completo y lo único
que quiero es largarme. Pero les prometí que vendríamos a pasarlo bien y es
lo que estábamos haciendo, así que continuamos con la diversión un poco
más.
Cuando dejamos claro que nuestros pies no aguantan más y nos sentimos
satisfechas por haberlo darlo todo, decidimos que es hora de marcharnos.
Como si ese hecho lo hubiese vaticinado el mismísimo Paul gracias a su
bola de cristal para ligar, aparece a mis espaldas. Saluda a las chicas, me
sostiene por mi piel desnuda. ¡Otra vez! Y me susurra al oído si lo quiero
acompañar a tomar la última copa a un sitio que según él me flipará. Lo
dudo, porque no se ha dignado a conocerme ni un poquito como para saber
si ese sitio será de mi agrado o no.
Dudo mucho en aceptar. La verdad es que no me apetece nada. Cuando
voy a negarme algo me dice con todas mis fuerzas que mire en otra
dirección, y en concreto a la entrada del pub. A pesar de que el sitio está
atestado de gente puedo verlo. Justo a la única persona que todo mí ser
deseaba ver, aunque ni yo misma fuera consciente. Y está tan guapo…
Como siempre en realidad. Y todas las chicas del local parecen percatarse
de ello también. Su pelo oscuro con mechones que apuntan a todas las
direcciones, el color de sus ojos en el que puedes verte reflejada si observas
con atención, en lo bien que le queda la camiseta perfectamente ajustada a
todo su cuerpo; esculpido, fuerte, como una estatua de mármol, esos
pantalones vaqueros que se adaptan demasiado bien y que me hacen pensar
cosas que ni yo misma creo. Destila seguridad por todos los poros de su
piel. Su piel… repleta de tinta, dibujos que quiero saber qué significan para
él.
Lo reconocería en cualquier sitio, aunque apagaran las luces o me taparan
los ojos y me dejaran en el centro del local para buscarlo. Porque hay algo
en él que me atrae, que me vuelve loca, que me
hace querer más, conocerlo más, sentirlo más, tocarlo, besarlo… y,
precisamente por eso, por cómo me trató y porque no se lo merece, él no
puede ver que lo que más deseo en este preciso momento es salir de aquí
corriendo con su mano agarrada a la mía.
Así que hago todo lo contrario.
38
ERICK
—Me gusta. Pero, ¿sabes por qué? Porque no es solo esa atracción física.
Es atracción mental, sentimental… Me fascina la locura que hay detrás de su
cordura. Toda ella enciende mi cuerpo y acelera mi puto corazón. Y eso no
lo ha conseguido nadie, tan solo esa pelirroja.
—Pues tío, cualquiera diría que te has enamorado.
—¿Enamorado? No digas gilipolleces.
—No es ninguna gilipollez. Hablas de ella como si fuera la única mujer
que existiera en el mundo.
—Y para mí, así es. Mira, Pedro, Sam es una chica increíble, me fascina
pasar tiempo con ella. Al principio me excusaba en la diferencia de edad,
pese a que me ha demostrado que puede llegar a ser mucho más madura que
yo. En estos casi dos meses me ha hecho ver que estaba anclado en el
pasado, que no conseguía avanzar, que no quería seguir viviendo. Y no
entendía que la muerte le da el sentido a la vida. Y ahora ella me ha dado un
motivo para hacerlo. Cuando acabe el verano volverá a Madrid, supongo. La
verdad es que no hemos hablado sobre nada de lo que ocurrirá cuando llegue
el momento y tampoco sé si realmente puedo ofrecerle a Sam lo que ella
necesita. Aún me queda mucho por hacer conmigo mismo.
Lo único que tengo claro es que quiero seguir disfrutando de ella mientras
esté aquí.
—Pues en ese caso, lo único que puedo decirte, colega, es que vayas a por
ello. Que no te dé miedo y que te dejes llevar. No tenéis porqué ponerle
nombre a lo que sentís. Al menos de momento. Seguid disfrutando el uno del
otro y dejaos llevar por la corriente.
—No sé… ¿Y si él me la envió para sanarme, para verme feliz,
respetarme, seguir adelante…y yo la lastimo?
—Erick, dudo mucho que puedas hacer eso. Y menos aún después de oírte
hablar así de ella.
Y
o:
¡
Baja!
Pelirroja:
¿Qué?
Yo:
Que bajes...
Te voy a llevar a un sitio.
Pelirroja:
Pero… ¿porqué no me has
avisado antes?
Estoy hecha un desastre…
Yo:
Lo dudo mucho…
¡Tienes cinco minutos!
Pelirroja:
¡Eres de lo que no hay!...
¡Ya voy!
Erick se levanta de una forma tan rápida y ágil que nadie diría que lo
hace cargando conmigo con sus fuertes manos sosteniéndome por los
muslos y agarrada a su cuello, con mis piernas alrededor de su cuerpo. El
espacio que tenemos que recorrer hacia donde quiera llevarme no es
precisamente corto, pero él tiene claro nuestro destino y no pierde el
tiempo. En realidad podríamos habernos quedado donde estábamos. Sin
embargo, por alguna razón, él ha optado por cambiar de lugar.
Sube las escaleras y, de nuevo, lo hace sin el más mínimo esfuerzo, como
si no le costara nada cargar con mi peso.
Entramos en una habitación, deduciendo que tuvo que ser la suya tiempo
atrás, y me tumba en la cama. Estoy bajo su cuerpo y él queda apoyado
sobre mí, ligeramente levantado con sus brazos flanqueando mi cabeza en
el colchón.
Mechones de su pelo le caen por la frente. Tiene los labios entreabiertos
y respira agitado mientras lleva sus ojos a mi boca, humedeciéndose el
inferior con la lengua. Si vuelve a hacer eso creo que no podré resistirme
más y me abalanzaré sobre él cual depredadora. Aún así, intento ser
paciente. Tomármelo con calma, porque es la primera vez que me siento así.
Hago lo único que soy capaz de hacer. Llevo mis manos al final de su
camiseta y con un movimiento suave tiro de ella para quitársela. Sus
hombros se tensan y con ellos todo su cuerpo. Erick vuelve a tener tu torso
desnudo ante mí y me cuesta respirar.
Me dejo llevar por todas estas sensaciones nuevas para mí.
Lo empujo para que ahora sea él quien quede bajo mía, con mis rodillas a
ambos lados de sus caderas. Me muero por besarlo, por tocarlo y que él
haga lo mismo conmigo. Me puede la impaciencia, las ganas, el deseo, pero
también quiero que entienda que este momento es especial, que es único,
que somos él y yo, que lo somos TODO, que acepto tal y como es y me
gusta así. Quiero que entienda que no me importa su pasado, por lo que
tuvo que pasar, las decisiones que tomó, lo que hiciera, lo que él piensa de
sí mismo… No me importa nada. Y se lo demuestro de la única forma que
sé. Acariciando cada tramo de tinta que tiene en su piel sabiendo lo que
significa para él. Dejando un pequeño reguero de besos suaves allí donde
poso mis labios, con su pecho subiendo y bajando por la respiración, con
los dedos de Erick apretándome más los muslos desnudos, hasta que
alcanzo uno de sus tatuajes, en la zona exacta donde me he dado cuenta mil
y una vez que nadie ha llegado a tocar. Justo cuando voy a besarlo ahí,
Erick me agarra y vuelve a tumbarme bajo él, llevando mis brazos hacia
arriba de mi cabeza y uniendo mis muñecas con tan solo una mano,
mientras que con la otra empieza a acariciar mi costado. No aparta su
mirada de la mía. Como si necesitase tenerme a la vista en todo momento
por miedo a que desaparezca.
—Erick, puedes confiar en mí… no voy a hacerte daño.
—Lo sé, pero… todo a su debido tiempo, pelirroja.
Nos miramos unos segundos y dejo que atrape mi sonrisa.
—Quiero que me beses.
—Y yo quiero besarte, pero… Sam, ¿de verdad quieres esto? —que me
llame así indica que solo quiere lo mejor para mí, que se preocupa y que
todo lo demás no importa.
Quiero ser franca con él. Y también conmigo misma, por si al final
sucede lo que tanto deseamos y no resulta ser cómo esperamos.
—Verás… —y esa simple palabra le hace fruncir el ceño por si lo que le
voy a decir no es lo que espera oír —quiero ser sincera contigo, Erick.
—Puedes contarme lo que sea.
—Quizá esperes mucho más de mí si seguimos con esto…Quiero decir
que… a ver, —me estoy poniendo más nerviosa de lo que imaginaba —mi
vida sexual no ha sido precisamente fuegos artificiales ni nada por el estilo.
—Frunce el ceño mucho más porque no sabe por dónde voy—. No, no soy
virgen si es lo que te estás preguntando.
—Eso me daría igual, pelirroja. Al igual que me da igual lo que hayas
hecho antes de conocerme.
—Cállate y escucha, Erick. Cuando te lo cuente podrás decidir qué hacer.
—Está bien. Continúa.
—Perdí la virginidad con un chico de mi clase. Ambos éramos inexpertos
y fue una experiencia deprimente, la verdad. Después de aquello conocí a
otro chico. Estuvimos saliendo un tiempo y finalmente nos acostamos. Fue
otro desastre. Además aquel chico me humilló de una manera cruel, puede
que influenciado por sus amigos, pues en plena adolescencia uno no sabe ni
lo que quiere y tan solo quiere alardear de conquistas. Me costó confiar en
nadie más. Tiempo después, apareció Paul. En su momento no creí estar
segura de querer llegar a nada más con él, aunque en algún momento borró
el rastro de la anterior humillación. Hasta que él implantó una nueva y todo
lo que creía olvidado apareció de nuevo, pero con más poder sobre mí. Me
creí por completo que la responsable era yo y pensaba que nadie disfrutaría
conmigo en este aspecto. Con él, todas las veces fueron torpes y sin chispa.
Siempre fue un egoísta en la forma de tratarme y yo misma me obligaba a
fingir por no querer escuchar lo que él tenía que decirme después, para no
hacerlo sentir mal a él. No sentía la pasión que se debía sentir sobre eso que
el mundo exagera y nos ha vendido en cuanto al sexo. Me hicieron sentir
tantas veces insuficiente que ahora me cuesta creer que alguien pueda
elegirme. Te cuento esto, Erick, porque tienes derecho a disfrutar de un
momento así y por más que me muera de ganas de poder ser yo quien te lo
ofrezca no estoy segura de poder dártelo.
—¡Cállate tú ahora, pelirroja! —pone sus dedos contra mis labios para
que lo obedezca. —Estás loca si piensas que no eres capaz de darme lo que
deseo. Yo solo necesito saber una cosa.
—¿El qué?
—¿Estás segura de que quieres estar conmigo?
—Nunca he estado más segura de nada.
—Pues entonces, pelirroja, deja de pensar tanto porque voy a hacer que
toques el cielo con tus propias manos.
Su sonrisa de canalla se dibuja en su cara, ensanchándose cada vez más,
convirtiéndose en un hombre más guapo, más atractivo y más sexi si cabe.
Pero también más cariñoso, más atento, más dulce…
Erick crea un ambiente mágico a nuestro alrededor. Me acaricia, me besa,
me susurra cosas al oído.
—Eres la chica más preciosa y sexi que ha existido jamás y quién te
dijese lo contrario es que es un auténtico gilipollas.
Me da por reír mientras me besa por el cuello, la mandíbula, los labios.
Con delicadeza me quita la camiseta y, ahora sí, me quedo totalmente
expuesta ante él. Me mira fascinado ante mi desnudez. Viniendo de otra
persona pensaría que miente con esa reacción, pero desde que conocí a
Erick he sabido leer en su mirada y sé que sus ojos no me engañan.
Coloco mis manos en su nuca para atraerlo y, básicamente, besarlo de
nuevo.
Erick empieza a acariciarme como lo hizo en la playa. De tal forma que
siento el corazón bombear a toda velocidad, martilleándome los oídos,
haciendo que lo quiera todo de él. Sus cálidas manos multiplican el deseo
por mil. No puedo pensar con claridad porque hace que me nuble la mente.
Sigue diciéndome al oído lo perfecta que soy mientras sus dedos llegan a
todos los puntos de mi cuerpo. Demostrándome, como hizo horas antes, que
puedo disfrutar perfectamente de estos momentos, siempre que sea él quien
me los proporcione.
No puedo describir lo bien que me hace sentir porque me va a explotar la
maldita cabeza.
Minutos después todo mi cuerpo se tensa bajo su mirada satisfecha y de
tipo duro, dedicándome esa sonrisa canalla que tanto me gusta.
—Si piensas que esto se ha terminado es que estás muy equivocada.
45
ERICK
Esta mañana sabe distinta a las demás. Aún adormecido soy consciente
del aroma dulce que me rodea. Su pelo me hace cosquillas bajo mi mentón.
Su delgado brazo descansa sobre mi abdomen y su pierna engancha mi
muslo. Parpadeo varias veces y poco a poco voy acostumbrándome a la luz
que entra por el ventanal.
Veo a Sam acurrucada junto a mí. Yo la sujeto fuerte contra mi costado.
Giro la cabeza hacia la mesilla de noche buscando el móvil para ver qué
hora es. Pero ni siquiera sé dónde lo dejé y realmente me da exactamente
igual la hora que sea. Queda bastante claro que no es a la que suelo
levantarme, al igual que la noche tampoco ha sido cómo las que suelo tener.
Nada de pesadillas, nada de ansiedad, nada de miedo, nada de oscuridad…
Solo ella.
A mi lado.
Y me siento bien.
Jodidamente bien.
Las pocas horas que he dormido, lo he hecho como un crío pequeño. Es
casi imposible imaginar que la pelirroja sea ese alguien que me da tanta paz
que tan solo con estar rodeado por sus brazos me relaja, la ansiedad se
vuelve diminuta y el amor parece ser tan puro que se transforma en eso que
tanto anhelaba; tranquilidad. Con Sam tengo la sensación que siempre
tendré la dosis perfecta entre la locura y la paz.
Vuelvo a observarla. Mechones de su rebelde pelo rojizo caen por su
cara. Los aparto con cuidado hacia atrás para apreciar esas constelaciones
de pecas casi inapreciables que tanto me gustan.
—Mmmmmm —emite un sonido ronco demasiado dulce y sexi. —
¿Tenemos que levantarnos ya? —consigue decir con los ojos cerrados.
—Podemos quedarnos aquí todo el tiempo que quieras, pelirroja.
—Perfecto —me abraza contra ella. Abre los ojos y lleva su mirada a la
mía, que ya la esperaba.
—Buenos días, tipo duro.
—Buenos días, pelirroja. ¿Te encuentras bien? —sus mejillas se tiñen de
rojo por el rubor.
—Más que bien —se tapa la cara con la mano, muerta de vergüenza. —
No me puedo creer que hiciéramos todo eso anoche.
La entiendo. Tras el primer asalto, vinieron algunos más. Fue una noche
increíble. En todos los sentidos.
—Si quieres podemos repetirlo… —me coloco sobre ella y la beso.
—Dios, Erick… —vuelve a cubrirse la cara con sus manos —no sé si me
merezco todo esto que me haces sentir.
Las aparto y la miro fijamente.
—No te mereces esto, pelirroja. Te mereces el mundo entero.
46
SAMY
¡Madre mía! Lo que Erick me hace sentir es una auténtica locura. Nunca
me había sentido así. Todo es tan irreal. Tan extraño. Tan mágico.
Sé que estos momentos van a terminar porque debemos volver a la
realidad, al mundo real… y no quiero porque temo que se acabe.
No sé lo que estoy sintiendo por Erick. No quiero precipitarme para
llevarme un chasco después. Tampoco quiero que se vea forzado a nada
conmigo. Por eso me digo a mí misma que voy a disfrutar de lo que sea que
haya entre los dos como venga. Sin pensar demasiado. Dejándome llevar.
Haber estado así con Erick ha sido maravilloso. Nadie me había hecho
sentir de este modo. Nunca, repito, nunca me he sentido así.
Tras otro asalto de buena mañana y que me deja tan dolorida que no sé si
podré levantarme de esta cama, Erick me obliga a salir de ella para bajar a
desayunar.
Una vez que estamos en la cocina, Erick empieza a sacar dulces, leche y
café de otra de las bolsas que trajo anoche.
Está claro que yo estaba tan muerta de hambre que solo vi las
hamburguesas, pero él pensó en todo sabiendo que por la mañana seguiría
hambrienta. Lo que me hace sonreír ante la situación.
Está de espaldas a mí, preparando el café, vestido tan solo con sus jeans
que le caen demasiado tentadores sobre sus caderas. Creo que no me
cansaré nunca de ver su torso desnudo, tan firme, tan duro, tan
perfectamente esculpido como una estatua romana. Me deleito con su físico
mientras me llevo un trozo del muffin de chocolate que he sacado de la caja
en la que estaban guardados.
Me acerco por detrás y lo abrazo. Apoyo mi manos sobre su pecho
tatuado. Justo en esa zona donde anoche no quiso que lo tocase. En cuanto
lo hago me arrepiento, porque sinceramente no sé qué significará esto para
él, pero yo no puedo ocultarlo. Siempre he sido una chica que hace lo que
siente, lo que se le pasa por la cabeza. Y me apetecía hacerlo, no puedo
remediarlo.
Las veces que Erick se ha mostrado cariñoso conmigo ha sido porque él
ha dado el paso, así que pienso que ante mi abrazo me apartará.
Sin embargo, lo que hace me obliga a dibujar una amplia sonrisa en mis
labios. Se gira, apoya sus caderas en la piedra de mármol y me rodea la
cintura con sus brazos.
No decimos nada, como siempre que queremos decírnoslo todo. Así son
nuestros silencios. Están llenos de deseos. Porque… ¿quién dijo que se
necesitan palabras para expresar sentimientos? ¿Acaso nunca se ha sentido
el poder de una mirada? ¿O lo deslumbrante que puede llegar a ser una
sonrisa genuina?
Nos perdemos durante unos segundos en la mirada del otro.
¿Cómo es posible que la suya siga siendo fría, pero me caliente tanto por
dentro?
Bajo la vista hacia todos esos dibujos tintados en su piel. Los acaricio
con los dedos, haciendo un lento recorrido. Uno a uno.
Erick sigue rodeándome con sus firmes brazos cuando me habla y, al fin,
se abre en canal ante mi.
—Solo quería que acabase el dolor. Mi dolor. Los humanos somos
complicados… Nos creemos mentiras piadosas sabiendo cuales son las
verdades dolorosas que hacen esas mentiras tan necesarias.
Tuerzo el gesto ante sus palabras, queriendo desmentir eso, pero me
obligo a callar y dejar que se exprese.
—La noche en que Marc murió, yo iba a una fiesta. Era joven. Mi padre
demostró una vez más el monstruo que era con mi madre y estaba harto de
que ella no hiciera nada al respecto. Quería largarme de allí y lo hice.
¿Tendría que haber encarado a mi padre y no permitir que siguiera tratando
así a mi madre? Sí. Pero ya lo hice miles de veces. Una vez hasta pasé la
noche en un calabozo porque lo golpeé mucho más fuerte de lo que él pudo
hacerlo con mi ella. Acabó con la nariz rota y alguna costilla fracturada. El
muy cabrón hizo que me arrestaran y así darme un escarmiento. Mi madre
siguió defendiéndolo porque estaba, está, ciega y mi padre me dejó muy
claro que no tenía ningún derecho a meterme en su matrimonio. Si lo volvía
a hacer ya se encargaría de jodernos la vida a mí y a mi hermano. Por lo
tanto me subí al coche. Sin embargo, antes de arrancar apareció mi hermano
abriendo de golpe la puerta y colándose en el interior. Quiso ir conmigo a
aquella fiesta. Le dije que no, que era un crío. Tan solo tenía dieciséis años
recién cumplidos y la fiesta a la que asistiría no era para un niño de su edad.
Sin embargo, vi el dolor en su mirada si se quedaba bajo ese techo con el
monstruo de mi padre. Desde que era un bebé lo protegí para que no se
diera cuenta de quién era él. Hasta que creció y ya no pude ocultarlo más.
Acepté que viniera conmigo. Fuimos a esa maldita fiesta. Yo me obligué a
no beber para poder conducir a la vuelta y regresar a casa con Marc; sanos y
salvos.
Percibo como aprieta tanto la mandíbula y cómo sus ojos se anegan de
lágrimas al recordar.
—Era bien entrada la madrugada cuando decidimos marcharnos. Nos lo
pasamos bien. Sobre todo él. Yo, más bien, estuve todo el rato pendiente de
Marc para que no se metiera en ningún lío, pero lo vi feliz. Fue cuando creí
que había hecho bien en llevármelo.
—Iba conduciendo, escuchando a Marc hablar sobre algo que le había
dicho un tío que había en la fiesta. Algo sobre música y que tenía talento,
que le auguraba un futuro increíble si seguía por ese camino. Desvié unos
segundos la mirada para observarlo. Quería ver la felicidad implantada en
su cara y las chispas en sus ojos. Solo fueron un par de segundos…
Erick suspira y se toma un momento para continuar. Yo sigo sin decir
nada porque sé que ahora mismo lo que necesita es soltar lo que siente.
—Lo siguiente que recuerdo son unos faros que se cernían sobre nosotros
invadiendo nuestro carril, la voz en grito de mi hermano pronunciando mi
nombre, un golpe y un destello blanco. Cuando fui consciente de lo que
ocurrió, yo estaba repleto de sangre, con un trozo de hierro que atravesó la
luna delantera clavado en mi pecho —se toca el tatuaje que ahora sé que
cubre una cicatriz —y el cuerpo sin vida de mi hermano pequeño justo a mi
lado.
¡Dios! Las lágrimas salen a borbotones de mis ojos. No las puedo
controlar. El dolor que debió sentir.
—Lo de después… —le cuesta encontrar las palabras—. Yo estaba
tumbado en una cama de hospital, salí de la operación con todos mis
órganos intactos. Me recuperaría sin problema. —Suelta el aire retenido. —
Mi padre apareció cuando desperté de la anestesia, apenas recuerdo casi
nada porque estaba drogado por la medicación, pero esas palabras no las
olvidaré jamás. «Todo esto ha sido culpa tuya. Tu hermano ha muerto por tu
culpa y cargarás con ello de por vida. Acabas de destrozarle la vida a tu
madre».
No me lo puedo creer. ¿Quién le hace eso a su hijo? Fue un maldito
accidente. Erick también perdió a quién más quería.
—Lo que vino después ya lo sabes. El alcohol, las drogas…
Probablemente, si ese monstruo no hubiese tratado así a nuestra madre,
Marc, no hubiera querido escapar conmigo aquella noche. El caso es que
ocurrió y ahora soy yo quien carga con esa culpa. Un día decidí tapar esa
herida con tinta. Dibujando aquí, —coge mi mano para llevarla sobre el
dibujo —lo que Marc era para mí. Un corazón que dejó de latir y otro que
se rompió aquella maldita noche. Lo jodí todo y aún sufro las consecuencias
de ello. Cargaré con ese peso de por vida.
Si anoche acariciaba y besaba cada uno de sus tatuajes con mimo, ahora
lo hago mucho más, porque sé lo que significan para él. Lleva los sueños y
anhelos de su hermano tatuados en su piel, sin entender que su hermano
vivirá siempre en su corazón, pese a que se niegue a sentir amor.
—Erick, tú no eres lo que te hicieron, te dijeron o te hicieron creer… fue
un accidente y no tienes la culpa. Tú querías protegerlo…
—Pero no lo hice y ahora está muerto. Por eso me negué a ir al
cementerio tantas veces… Todavía me aferro a todo lo que está muerto y se
ha ido. No quiero despedirme porque pienso que en ese caso sí se irá para
siempre… Desde entonces rompo todo lo que toco. No soy una persona que
pueda ofrecer amor…lo perdí todo el día que me dejó. Por eso no soy la
persona que te conviene, pelirroja.
Intenta separarse de mí, pero lo impido. Lo mantengo todo lo cerca de mí
que puedo. Y sé que en el fondo él quiere lo mismo, porque si se lo
propusiera me apartaría sin ningún problema.
No sé qué decirle para que lo vea de otro modo, para que no siga
haciéndose esto…
—Deja que decida yo eso, ¿de acuerdo? —aprieta la mandíbula. —
¿Recuerdas anoche cuando mirábamos las estrellas? —busco su mirada—.
Piensa que ahora él está allí, observándote. Seguirá estando contigo siempre
y cuando tú sigas manteniéndolo vivo aquí —poso la palma de mi mano
sobre el lado izquierdo de su pecho —y, además, ahora está en las estrellas
y cada vez que mires hacia ellas él estará allí, observándote y esperándote.
Mientras tanto, no tienes que sentirte solo aquí, Erick, entre el cielo y el
infierno…
—¿Y si es eso lo que quiero realmente? Estar solo.
—Lo dudo mucho. Nadie quiere estar solo. Si realmente lo quisieras no
estarías aquí conmigo… La vida es impredecible y cambia cuando menos te
lo esperas. Déjate llevar, Erick. Tener miedo a amar por tener miedo a sufrir
es como tener miedo a vivir porque vamos a morir.
Sus ojos se quedan clavados en los míos. Soy consciente de que se le
estará pasando un millón de pensamientos por la cabeza y que, obviamente,
necesitará tiempo para sanar. Pero que no se haya separado aún de mí me
demuestra que al menos está dispuesto a intentarlo. Está dispuesto a seguir
viviendo.
—Un día alguien me contó que cuando los japoneses reparan un objeto
roto, rellenan cada grieta dañada con oro. Creen que cuando algo se hace
pedazos o ha sufrido algún daño y tiene una historia, se vuelve más bonito y
valioso de lo que era… A eso se le llama Kintsugi. Ojalá después de
rompernos hiciéramos Kintsugi por dentro, en nuestra alma.
Erick me acaricia el rostro que aún sigue húmedo por las lágrimas que se
me han escapado al escuchar su historia.
Desliza con delicadeza sus nudillos por mi mejilla y sonríe.
—En ese caso, pelirroja, tú eres mi Kintsugi.
—Wow, eso quiere decir que, entonces, soy como el oro. —respondo
chistosa.
—Eres mucho más que eso, pelirroja.
Sonrío y decido cambiar de tema para no verlo triste. Hacerlo feliz
nuevamente.
—¿Sabes?, deberías probar ese muffin… —con un movimiento de cabeza
le señalo el trozo que hay tras nuestra, sobre la isla.
—¿Sí? ¿Tan rico está?
Asiento varias veces, mordiéndome la cara interna de la mejilla.
—Delicioso.
—Pues entonces sí debería probarlo —ahora le brilla la mirada.
Erick me suelta para sostener mi cara entre sus manos y sin esperarlo me
regala un beso maravilloso. Un beso que me remueve todo por dentro, otra
vez. Un beso que me hace gemir al sentir su lengua caliente en cada rincón
de mi boca.
Un beso que me demuestra lo que yo provoco en él. Un beso largo y
placentero.
Hasta que sonríe en mitad de este beso y a mí se me escapa un nuevo
gemido al saborear sus labios junto al dulce del bizcocho.
—Ummmm —sin duda, el mejor sabor del mundo.
Y un tirón se adueña de mis entrañas.
Creo que nunca he sido tan feliz.
47
SAMY
Decidimos pasar el resto del día visitando la ciudad. Nos perdemos por
Las Ramblas, admirando las calles, los edificios, la arquitectura de esta
preciosa ciudad. Comemos todos juntos en un restaurante en el que cada
plato que probamos está de vicio. Durante horas charlamos, hablamos del
bebé, nos ponemos al día de muchas cosas. Echaba de menos estos
momentos con ellos.
Le mando un mensaje a Erick para que sepa que mi familia está aquí y
estaré ocupada. En realidad me encantaría que los conociese, pero no me
atrevo a decírselo por miedo a su reacción. No quiero darle a entender nada
con ello ni que piense que quiero algo serio con él. Como dije pienso darle
el tiempo que necesite, ofrecerle lo quiera, ir poco a poco, despacio y con
calma, a pesar de que Erick haya entrado derrapando en mi vida y ya no
quiera que se marche.
Llevamos caminando un buen rato por la Barceloneta, mis padres van
varios metros por delante con mi hermano y charlando con Beatriz, cuando
alguien me agarra por el brazo y tira de mí.
Al principio me quedo algo aturdida, pero reacciono enseguida.
—¿Paul? ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?
Mi hermana, mi cuñado y Maca me rodean para que Paul no se atreva a
hacerme nada.
—Samy, ¿podemos hablar, por favor? —estira su mano para tocarme.
Supongo que para intentar sostener la mía entre la suya, pero yo la aparto
veloz.
—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, Paul. —La verdad es que tiene
muy mala cara… ¿y si le ha ocurrido algo?... Pero, ¿de verdad me estoy
preocupando por este imbécil? Además… ¿cómo ha dado conmigo?
—Por favor, Samy… dame un par de minutos y después me marcharé.
Lo sopeso durante unos segundos.
—Samy, cielo, no tienes que hacerlo si no quieres —dice mi hermana.
Y lleva razón, pero pienso que si no accedo, Paul, me perseguirá hasta
conseguirlo, y sinceramente, quiero que me deje en paz. Y si la forma de
que lo haga es concederle ese par de minutos estoy dispuesta a hacerlo.
—Está bien…
—Samy, ¿estás segura…? —inquiere Maca.
—Tranquilos, —intento calmarlos —estaré justo ahí y Paul no va a
hacerme nada —ahora me dirijo a él, fulminándolo con la mirada y
haciéndole entender que no se pase ni un poco.
Nos separamos del resto y el silencio se adueña de nuestro alrededor. Me
cruzo de brazos esperando para saber qué tiene que decirme.
—¿Piensas hablar? El tiempo corre…
Paul se lleva una mano a la nuca, pensando, nervioso.
—Vuelve conmigo, Samy —suelta a bocajarro.
Me da por reír en su cara porque de todo lo que me imaginaba eso era lo
último. Querer volver conmigo será una especie de recuperar el orgullo que
había perdido hace semanas entre sus colegas. Como si fuera el gallito del
corral y quisiera demostrarlo. Sin embargo, cuando veo que está más serio
de lo normal me doy cuenta de que lo está diciendo en serio.
—¡Estarás de broma! ¿No? —tuerzo el gesto.
—No es ninguna broma.
—¡No!
—Pero Samy…
—He dicho que no, Paul. Nunca he tenido algo tan claro.
Ante mi negativa, su rostro cambia. Y ahora sí parece el mismo Paul que
conocía. Su sonrisa de creído, su postura de prepotente y chulo, como si se
mereciera todo y a todas las chicas de este mundo.
—Es por ese tío, ¿no? —frunzo el ceño. ¿Se refiere a Erick?
—Esto es por él, ¿verdad? No puedes soportar que haya alguien
muchísimo mejor tú y que sea capaz de hacerme feliz…
—Ese tío no es mejor que yo… —arquea una ceja junto a su sonrisa de
engreído.
Me da por reír de nuevo.
—Já… cualquiera sería mejor que tú, Paul. —Arruga el rostro ante mi
comentario y percibo cómo aprieta sus puños a ambos lados del cuerpo.
—Puedes besuquearte todo lo que quieras con él. Os he visto esta
mañana, Samy, pero jamás conseguirá llevarte a la cama. ¡Eres mía!
—¿Se puede saber de qué diablos estás hablando? ¿Acaso me estás
espiando? ¡No me lo puedo creer! ¡Estás enfermo si piensas que te
pertenezco! ¡Yo no le pertenezco a nadie! ¡¿Me oyes?!
—Piensa lo que quieras, Samy. Pero cuando ese tío consiga lo que quiere
de ti, te dejará tirada. Todos lo hacen.
Durante unos segundos, Paul, me hace dudar. Dudar de si eso será cierto.
Pero… ¡Qué demonios! ¡No! Sé que Erick no es así. Pondría la mano en el
fuego por él.
—¡Él no es tú!
No puedo evitar soltar una sonrisa sarcástica, lo que le hace ver que ese
momento ya ha sucedido.
—¡No puede ser!... ¿Acaso estáis juntos? —avanza un paso hacia mí, el
mismo que me hace retroceder. Y ese gesto me basta para sentir miedo, para
revivir todas las humillaciones que viví junto a él. Trago saliva y soy
incapaz de articular palabra. ¿Siempre ha tenido el mismo efecto sobre mí?
Su voz está inyectada con tanto asco que me hace sentir culpable—. ¿Te has
acostado con él? —Me pregunta con sequedad.
Asiento asustada ante su reacción y no sé porqué lo complazco cuando en
realidad no tendría que explicarle nada de mi vida.
—Menuda zorra estás hecha —esa última frase provoca una cantidad de
repulsión en su mirada haciendo que me bloquee ante él.
No puedo reaccionar y no sé porqué estoy actuando así. Yo no le
pertenezco, no soy nada suya, soy una mujer libre y puedo hacer lo que
quiera y cuando quiera. Pero sus palabras me están haciendo sentir mal y no
consigo protestar.
Paul vuelve a dar un paso hacia mí y, aunque nunca haya sido capaz de
ponerme un dedo encima, me temo lo peor. Sin embargo, Máximo se pone
ante mí y le planta las manos en el pecho. No dice nada, tan solo lo mira
desde su elevada altura. Os prometo que cualquiera que viera a mi cuñado
con esa expresión, con su figura y su forma de actuar, que como dije bien
parece un miembro de la mismísima mafia siciliana y podrías hasta temer
por tu vida, se asustaría. Pero no es lo que hace retroceder a Paul, sino más
bien mi hermana, pues aparece tras mi cuñado con los ojos inyectados en
sangre y le propina varios golpecitos con el dedo a Paul en el pecho.
—Que sea la última vez que te acercas a mi hermana, cabronazo.
Bárbara va a darle la espalda y a apartarme de él, pero Paul prefiere
retarla y vacilarla.
—¿O qué?
Mi hermana se da la vuelta tan rápido que no nos da tiempo a reaccionar
y se abalanza sobre él enfurecida, asestándole tal puñetazo que lo hace
sangrar por la boca.
—O te prometo que el próximo puñetazo que te daré en tu apreciada cara
hará que necesites varias operaciones de cirugía estética para que algún día
se llegue a parecer a la que tienes ahora. ¿Me estás entendiendo o necesitas
que te lo demuestre?
Le planta cara Bárbara.
—Lo que mi mujer quiere decir es que o te largas y dejas en paz a Sam o
haré de tu vida un infierno, empezando por llamar a la policía y
demostrando que eres un maltratador innato.
—¡Pero si ha sido esta loca la que me ha pegado…! —le escupe casi en
la cara a mi hermana a la par que se limpia la sangre del labio.
Máximo sigue argumentando. ¿Os he dicho ya que es el mejor abogado
de España?
—Diremos que ha sido en defensa propia, que habías empujado a una
mujer embarazada…
—Estáis todos locos —Paul nos mira como si de verdad lo fuéramos. Y
sabe que él tiene más que perder.
—No sé qué cojones sigues haciendo aquí… —espeta Bárbara.
Tras una mirada, que si las miradas matasen sería como la que nos ha
lanzado Paul, ha escupido hacia un lado para deshacerse de toda la sangre
que se le estaba acumulando en la boca y ha salido pitando.
Solo cuando está lo suficiente lejos de mí me permito respirar y pensar en
mi hermana.
—Bárbara, ¿estás bien? —me preocupo por su estado—. Estás
embarazada, no deberías…
—¡Venga ya, estoy cojonudamente bien! —mi cuñado tiene el puño de
mi hermana entre sus manos, que acaricia con delicadeza y besa. ¿Este
hombre puede ser más tierno?— Además, estoy embarazada, no enferma,
Sam. ¡Y joder, que a gusto me he quedado, le tenía demasiadas ganas a ese
niñato!
No puedo evitar reír ante la situación. No obstante, otra cosa se ha
implantando en el pecho. La duda. He dudado. Durante unos segundos he
dudado de Erick y me he dicho que sé a la perfección que él no me haría
eso, pero por mucho que quiera negarlo esa duda se ha quedado ahí, pegada
a las paredes de mi pecho… Y lo único que quiero es resolverla.
¿Y si Paul lleva razón?
—¿Tú estás bien, cielo? —me agarra por los hombros Bárbara.
Asiento.
Maca, que había ido a avisar a mis padres, regresa con ellos.
—¿Qué ha pasado aquí? —quiere saber mi padre.
—Tranquilo, papá. Ya está solucionado.
—¡Ay, Dios mío! —se lleva las manos a la boca mi madre.
Mi padre se acerca a mí, me da un beso en la frente y me estrecha entre
sus brazos.
—Deberías denunciarlo, cielo.
—Déjalo, papá. Paul no se volverá a acercar, lo sé. Aprecia demasiado su
físico —le sonrió chistosa a mi hermana.
Tras unos minutos en el que todos nos recomponemos, Maca y Bárbara
entrelazan sus brazos con los míos, se miran con complicidad y sonríen.
—Creo que esta noche va a ser de chicas y tú, pequeña, tienes muchos
que contarnos —levanta una ceja mi hermana.
Yo no puedo evitar sonrojarme y morderme la cara interna de las
mejillas.
48
ERICK
«Me recuerda a ti, ¿sabes? Tan jovial, tan llena de vida, tan repleta de
luz, la forma en que tiene de ver la vida, disfrutándola, saboreándola…
Alguien que no solo ha visto mi desorden, sino también mis virtudes. Si
estuvieras aquí sé que os llevarías de maravilla. Quiero estar con ella,
Marc. Me he estado obligando a no hacerlo, a no querer verla, a no querer
pasar tiempo con ella, a no tocarla, a no besarla… Sin embargo, desde que
la conocí ha estado apareciendo en mi vida, arrasando y derribando todas
las corazas que me había implantado por no querer sentir nada que no me
mereciera. Hasta que llegó y me hizo ver que mientras siga aquí, en este
mundo, necesito vivir y disfrutar al máximo. Que la vida es tan efímera que
posiblemente mañana ya no estemos… Me dejó muy claro que tengo que
aprovechar el hoy, cada beso, cada abrazo, cada mirada, cada sonrisa… Y,
¿sabes qué? Creo que lleva razón, aunque me negase a verlo. Sé que tú me
habrías dicho lo mismo y por eso quiero hacerlo. Estoy seguro de que me
va a costar mucho, va a ser difícil luchar conmigo mismo, pero lo voy a
intentar.
Te lo prometo, Marc.
Quiero saborear y celebrar todos y cada uno de los días. No tener solo la
experiencia del dolor, ni encerrarme en un caparazón para evitar sentir ni
dejar de interrogar y cuestionar la vida ni terminar tomando el camino más
fácil por miedo a experimentar algo que no me guste. Aunque haya tenido
mil motivos para hacer lo contrario…
Voy a intentarlo por ti, por ella y, sobre todo, por mí.
Eso no quiere decir que te vaya a olvidar, sería imposible hacerlo.
Alguien me ha dejado claro que siempre vivirás aquí —me llevo la mano al
lado izquierdo del pecho, sonriendo con melancolía —y allí arriba,
brillando como la estrella más grande.
Te quiero, Marc. Siempre te querré.»
Beso dos de mis dedos y los llevo hasta la piedra grande, gris y fría, que
tengo frente a mí. Los coloco durante unos segundos, los mismos que tardo
en recomponerme tras soltar las lagrimas que me estaban quemando tras los
párpados.
49
SAMY
Estamos a finales de agosto y siento que esto se acaba. Que el verano que
se presentaba doloroso y triste, ha resultado ser el mejor de toda mi vida. Y
está llegando a su fin. No soy de pensar mucho en lo que vendrá después,
soy de las que disfrutan del ahora y el mañana ya vendrá. No obstante,
desde que estoy con Erick siento que el tiempo corre demasiado deprisa,
que los minutos, las horas, los días, los momentos… se escapan.
Estas últimas semanas hemos pasado mucho tiempo juntos. Fuimos en
varias ocasiones al centro de acogida para hacerle una visita a Pedro. Me
presentó a su mujer, Carlota; la cual me encantó conocer y que cuando
estuvimos un rato a solas pudo contarme cosas de Erick que no sabía y que
me demostraron, una vez más, que es una persona maravillosa.
También hicimos planes con los chavales. Marco se alegró mucho de
verme. Bueno, a mí y a las chicas, porque en varias ocasiones quisieron
acompañarnos y así poder ayudar entre todos.
Volvimos a ir un algunas veces más a aquella cala. Erick dice que aquel
lugar ya no le pertenece a él, sino a nosotros. Ahora es nuestro refugio.
Y justo en este momento estamos aquí. En esta casa que tanto le gusta, y
no por su estética, sino porque aquí guarda los mejores recuerdos de su
hermano y, aunque siempre estuvo reticente a entrar, el día que lo hizo
conmigo sintió su presencia más cercana, como si la persona a la que quería
con todo su corazón nunca se hubiese marchado.
Seguimos tumbados entre las sábanas blancas. Debajo del tejido estamos
completamente desnudos y no puedo evitar que me ardan las mejillas
recordando todas y cada una de las veces que hemos sido el uno del otro.
Llevo un rato despierta, tumbada boca arriba con la cabeza apoyada en la
almohada a meros centímetros de la suya, meditando y pensando en lo que
ha cambiado mi vida.
Erick aún duerme a mi lado. Me giro y lo observo. Contemplándolo con
intensidad y sin apartar la vista de él.
El sol ya refulge con fuerza en el cielo y más de un rayo de luz se cuela
en la habitación por el trozo de cortina que está medio corrida. Paseo mis
dedos con mucha delicadeza por su rostro. El pelo le cae hacia delante,
descuidado y seductor, rozando sus cejas oscuras tan bien perfiladas. Las
diminutas arrugas que se le forman en los extremos de sus ojos reflejan las
sonrisas que estaban ocultas después de años sin expresarlas. Una barba
incipiente sombrea su mentón. Y sus labios… esos labios tan generosos que
han saboreado cada rincón de mi cuerpo y me obsesionan.
Lo estudio a través de las pestañas, bebiéndome su imagen sexi y
atrayente. Erick es la tentación personificada y me encanta. Hace que me
sienta especial, atractiva y deseada. Mi corazón se descontrola cada vez que
lo miro, lo toco o lo pienso.
No quiero ilusionarme de más, pero a la vez es complicado no hacerlo.
—Mmmm —emite un gruñido—. Buenos días, pelirroja.
Su voz ronca y profunda va directa a mi vientre.
—Buenos días, tipo duro —suelto graciosa.
—Ven aquí.
Erick estira la mano para colocarla tras mi cintura, en la zona baja de la
espalda, y me atrae hasta su pecho. Un estremecimiento me recorre la
columna vertebral al situarme en el hueco exacto entre sus brazos, donde
tanto me gusta estar.
52
ERICK
Estoy un poco nerviosa. Esta mañana estuve con las chicas en una
cafetería que conocimos hace unos días y que nos encantó. Pasamos tiempo
juntas y les conté que esta noche, Erick y yo, iríamos a la fiesta que le
habían organizado sus padres por su cumpleaños. Finalmente accedió,
aunque no estaba muy convencido. En parte, tengo ganas de poder
conocerlos. Sin embargo, hay algo que me echa para atrás en cuanto a su
padre. No me genera confianza y mucho menos después de haber
escuchado a Erick hablar de él. Nada más pensarlo me pongo aún más
nerviosa. Aún así, esto lo hacemos por su madre. Ya está.
Mis amigas me dieron ánimos y me hicieron creer que les caeré bien. Tan
solo tengo que ser yo. Y ese es uno de mis miedos. Que no les guste como
soy. Pero tengo claro que no voy a aparentar ser otra persona. Así que es lo
que hay.
—¿Estás listo? —aún estamos dentro del coche. La poca luz del exterior
nos alumbra y la música dejó de sonar en cuanto el motor dejó de rugir, por
lo que el silencio ocupa todo el interior. Erick se ha quedado pensativo
durante unos segundos.
—Creo que no. Aunque conociéndote no dejarás que me marche.
—Erick… de verdad pienso que deberías dar el paso y hacerlo. Creo que
sería una buena forma de empezar y volver a estar cerca de tu familia. Pero
si me dices que estás completamente seguro de que no deberías entrar ahí y
que quieres largarte de aquí, te apoyaré y me iré contigo a donde desees ir.
Erick tiene que entender que no lo hago por cabezonería, sino porque
realmente pienso que debe recuperar esa relación con sus padres. Al fin y al
cabo solo se tienen a ellos y saben el dolor que se siente al perder a un ser
querido. No obstante, tan solo quiero la felicidad de Erick y si para ello
tenemos que largarnos de aquí, lo haré con él.
Sus ojos me estudian a través de sus pestañas durante un buen rato.
Meditando qué hacer. Sé que en el fondo se muere por entrar. Tan solo hay
que fijarse en sus ojos, leer en ellos que lo que desea con toda su alma es
volver a ser una familia, en cómo le brillan, en que tiene una lucha interna
con él mismo y sus sentimientos. Lo que está claro es que los echa de
menos. O al menos a su madre.
—¡Hagámoslo! Entremos… Si estás conmigo podré con ello.
Erick me dedica una sonrisa sincera y me da un toquecillo en la barbilla
con sus dedos.
El sol pega con fuerza en lo más alto. Maca, Vicky, Sole y Susana están
metidas en la piscina con Carlos; el novio de mi amiga, Jorge, Pablo y
Óscar; los tíos que conocimos aquel día de playa y se acoplaron a nuestro
plan. Desde entonces, las chicas se han estado viendo con ellos. Digamos
que ellos sí están siendo sus «rollos de verano».
Sonrío al pensarlo. Mis amigas tienen clarísimo que solamente quieren
eso de ellos y piensan disfrutarlo al máximo. Cuando volvamos a nuestras
rutinas, probablemente se olviden de esos chicos a los dos días.
Sin embargo, yo no quería un «rollo de verano» ni entraba dentro de mis
planes enamorarme. Cómo ocurren las cosas cuando no las planeas,
¿verdad?
Me dejo llevar por esos pensamientos mientras observo con atención a mi
chico. Está de espaldas, mostrándome toda la dureza de cada músculo de
esa zona, preparándome una bebida refrescante en el mini bar que tiene
Óscar en la terraza. Ya hemos venido unas cuantas veces, por lo que
siempre nos dice que nos sintamos como en nuestra propia casa para hacer
lo que queramos. Erick y él han hecho muy buenas migas.
No le quito el ojo de encima, paseando mi vista muy detenidamente
cuando se acerca poco a poco a mí. Sigue asombrándome la forma en que
caí rendida a él.
Rendida ante su forma de andar; segura y firme. A todo su cuerpo;
moreno, esculpido, fuerte sin llegar a lo excesivo pero marcando un
abdomen pulido y tallado por los dioses. A toda esas partes del cuerpo
tatuadas. A una uve muy marcada y sexi que se aprecia al detalle por
encima de la costura de ese bañador color lima que viste, haciendo así que
su cuerpo bronceado luzca más apetecible. Me sonrojo por los
pensamientos que se dibujan en mi mente cuando tengo a Erick cerca, o
lejos, la verdad sea dicha. Cabeceo un par de veces, casi sonriendo.
También me asombro en la forma que he llegado a conocerlo desde el
minuto uno y en cómo me enamoré de él.
Ahora, me recreo en su rostro. En la profundidad de sus ojos oscuros bajo
unas pestañas densas y negras. En su mandíbula marcada y sombreada por
la barba. En su nariz, que es tan perfecta que parece irreal. En unos labios
gruesos que me hacen querer besarlo mil veces. Y después, otras mil. Y así,
una detrás de otra.
La sonrisa que me dedica, enseñando su perfecta dentadura, cuando se
percata en la forma que lo estoy mirando me hace sentir una estampida de
mariposas revoloteando con la fuerza de un ciclón en mi vientre. Me
pregunto si alguna vez dejaré de sentir todo esto por Erick.
Desde que lo vi en aquel avión llamó por completo mi atención. Está
claro que no tiene un físico que pase desapercibido precisamente. Sin
embargo, Erick, siempre fue más que eso. Supe leerlo al instante. Y, aunque
era lo que menos me esperaba, me fui enamorando de él. De esas pequeñas
cosas que, quizá, a ojos de otra persona pasan inadvertidas, pero que para
mí cambiaron todo mi mundo. Como pudo ser el brillo de sus ojos que aún
escondía detrás de toda esa oscuridad y dolor. O el sonido de su sonrisa
ronca cuando suelto alguna tontería. Esa manera de sonreír que hace que me
enamore más de él. Puede tener cientos de sonrisas más y, creedme, él las
tenía todas escondidas, pero las que lanza cuando me tiene cerca suya son
las mejores. Esas sonrisas que van por libre y sienten de verdad.
Por fin he entendido que eso es el amor. Mi gran interrogante y lo que
tanto anhelaba por pensar que era una fantasía y que el resto de personas
exageraban. Que ese sentimiento estaba sobrevalorado.
El amor es él sonriendo, bailando conmigo al escuchar una canción que
me gusta aunque sea lo último que quiera hacer en el mundo. Es él cuando
siente y expresa a través de su cámara. Cuando me besa o me abraza La
definición de amor es él. Solamente él.
Un amor así llega a tu vida sin que te des cuenta y te sacude el alma por
completo.
Y yo no puedo ser más feliz.
—¡Aquí tienes, nena! —me ofrece el vaso, lleno de una bebida rosada
con mucho hielo y frutos rojos. Consigue que despierte de esta pequeña
ensoñación en la que me había sumido para meterme de lleno en otro
pensamiento; en el de que me da miedo que Erick esté tan cerca de
tentaciones como esta; la del alcohol, y tire por la borda todo lo que ha
conseguido. Y aunque ese pensamiento se cristalice de tal forma en mi
mente, lo aparto al instante para centrarme en el ahora y en que mi chico no
ha demostrado tener ni momento de bajón y así recaer.
Se sienta a mi lado, en el bordillo de la piscina, e introduce los pies en el
agua, imitándome.
Mientras bebo el delicioso líquido con una pajita, se inclina hacia mí,
posando sus cálidos labios sobre mi hombro. Dejándome un delicado beso
que me quema la piel incluso mucho más que este sol acechador.
Le regalo una mirada lasciva, mordiéndome el labio inferior para
humedecerlos después.
—Hmmm… —emite un sonido tentador —¿Cómo interpreto esa mirada,
pelirroja? —me ata a la suya y eleva una de sus comisuras junto a una ceja,
haciéndolo rematadamente sexi.
Me da por reír, alterada a la par que juguetona.
Se acerca a mi oído para saber.
—¿Puedo preguntar qué esperas de mí, pelirroja? —sé que se refiere a
qué espero de él precisamente ahora. En este instante. Que no me escondo
al decir que si nuestros amigos no estuvieran aquí dejaría aflorar mi lado
más salvaje. Sin embargo, opto por responder algo más profundo,
aparcando a un lado mi parte más primitiva y la que se muere porque Erick
me haga suya en esta piscina.
Expreso lo que mi corazón siente con todas sus fuerzas.
—Lo que espero de ti, tipo duro… —me acerco a él, elevando
ligeramente la cabeza para alcanzar sus labios. Susurro contra ellos antes de
depositar un beso en ellos. —Es que me sigas poniendo nerviosa cuando te
mire a pesar de que pasen los años.
Erick responde al beso colocando su mano bajo mi melena y
apresándome con fuerza por la nuca. Dejando muy claro que no quiere que
me separe nunca de él.
—Cuenta con ello, pelirroja —suelta en un susurro que se cuela entre mis
labios y acaba rebotando por todos los rincones de mi cuerpo.
—¡UH UH UH UH! ¡Que estamos aquí, tortolitos! —gritan todos a la
vez mientras nos salpican con el agua.
Nos quejamos por haber roto nuestro mágico momento y estallamos a
reír.
El sonido de una notificación procedente del teléfono de Erick llama
nuestra atención. Se levanta para ver quién es y su rostro cambia al instante.
Se torna serio y tensa su mandíbula de esa forma tan dolorosa.
Me acerco a él para saber qué le ocurre.
—¿Estás bien?
—Es mi madre. Lleva días llamándome.
—Ah… y ¿qué quiere? —frunzo el ceño al ver la expresión de Erick.
—Quiere que vayamos a su casa para pasar el fin de semana.
—¿Y eso?
—Dice que quiere pedirte perdón.
Abro tanto los ojos que casi se me salen de las órbitas.
—¿Y qué le has respondido?
—No lo he hecho. Por mi pueden irse al mismísimo infierno.
—Erick… es tu madre…
—¿Acaso has olvidado lo que pasó en la fiesta? ¿En lo que intentaron
hacerte?
Me entristezco al pensar en ese momento.
—No. No lo he olvidado… pero… tu madre no tuvo la culpa, Erick. Fue
esa mujer quién me humilló.
—Pero mi padre sí. Puede que incluso la obligara él para hacértelo pasar
mal.
Erick está cabreado, con sus cejas tan juntas que temo que se unan. La
oscuridad ha vuelto a sus ojos al pronunciar a su padre.
—Erick… —acaricio su mentón con cariño para que me mire y se relaje
—eso ya no importa, de verdad. Me da igual. Pero es tu madre y al menos
quiere disculparse. Dile que iremos. Hablaremos con ella y vosotros
intentareis solucionar vuestros problemas. Tenéis que hacerlo. Os tenéis que
perdonar.
—No vamos a ir, Sam. Se acabó el tema.
—Erick… —lo abrazo para infundirle calma y hacerlo entender. Es muy
doloroso estar alejado de la familia y no sé su padre, pero estoy segura de
que su madre lo quiere con toda su alma y necesita a su hijo. Al igual que
Erick la necesita a ella—. Vamos a ir y lo sabes —tuerzo el gesto con una
media sonrisa.
Erick apoya su frente contra la mía.
—Pelirroja… ¿por qué eres tan testaruda?
—Por que, si no, no sería yo y ya no me querrías.
Suspira y me da un ligero beso en los labios.
—Te quiero, pero no precisamente por eso, sino por lo que estás
intentado hacer, pelirroja.
Me estruja contra su pecho y apoyo mi mejilla en ese hueco tan perfecto.
—Todo irá bien, Erick. Yo estaré contigo.
56
ERICK
Podría esperar unos días. Reposar todo esto y hacerle ver de alguna
manera que él y yo no podemos estar juntos. Pero lo conozco. No servirá de
nada. Se negará y no habrá manera de convencerlo y todo será mucho más
complicado.
Por eso pienso que acabar con esto aquí y ahora será lo mejor para todos.
Si no, sé que más adelante no tendré el valor suficiente para alejarme del
amor de mi vida y todo el mundo sufrirá.
Nadie te enseña a irte. No hay instrucciones que te digan cuando es el
momento perfecto. Sin que duela. Sin que notes un pinchazo en el estómago
y el pecho al hacerlo, como si te asestaran una puñalada hasta lo más
profundo de las entrañas.
Siempre duele separarse de alguien a quien amas, pero su felicidad debe
poder más que lo que sientas por él.
Sé que estoy completamente enamorada, pero este momento lo
corrobora, porque no sabes lo enamorado que estás de alguien hasta que
quieres alejarte y no puedes.
Erick desliza sus nudillos por mis mejillas, intentado borrar con su cariño
las lagrimas que salieron a borbotones hace segundos.
—Sam, dime qué está ocurriendo. ¿Con quién estabas ahí dentro? ¿Era
mi padre? ¿No te habrá hecho nada? ¿No habrá sido capaz de tocarte el
muy…?
—¡No! —interrumpo su pregunta antes de que pueda formularla al
completo. —Estaba sola.
Miento.
—Entonces… ¿Qué pasa, Sam? —baja la cabeza para buscar mi mirada
que hace todo lo posible por evitar la suya.
Me deshago de su contacto y me armo de valor.
Sorbo los mocos y yo misma me limpio el rostro bañado con frustración
y así hacer todo lo posible por cambiar mi semblante.
—Erick… tenemos que hablar.
—Dios… eso suena tan mal, Sam. Dime ahora mismo qué cojones está
pasando.
Lo sabe. No es estúpido y lo sabe. O se lo huele. Y yo me estoy
desgarrando por dentro.
En cualquier momento voy a romperme como un jarrón de la porcelana
más cara y jamás podré recomponer los pedazos.
—He estado pensando y… no quiero seguir con esto.
Erick frunce el ceño. Posiblemente, intentado entenderme, pues mis actos
de estos meses atrás y los de anoche expresan todo lo contrario.
—¿A qué te refieres?
—Tú y yo, Erick… ¡Se acabó!
Abre los ojos de par en par y su reacción es dar un paso atrás,
separándose de mí.
Trago con dificultad por el nudo implantado en mi garganta.
—No lo estás diciendo de verdad.
—Nunca he dicho nada tan en serio.
—¿Que nunca has dicho nada tan en serio? ¡No me jodas, Sam!
No da crédito a lo que oye. Se lleva las manos a la nuca, exasperado.
—Yo no soy buena para ti, Erick. Tienes toda una vida de sueños por
delante, de proyectos y también necesitas seguir curando esa herida para
poder saber quién eres y quién quieres ser en realidad. Yo solo estorbaría.
Yo no puedo ser tu sueño, Erick. —Le recuerdo las mismas palabras que me
dijo anoche.
—¡Ni de coña! Ni se te ocurra decirme que esto lo haces por mí, Sam.
Entonces sí, lo miro. Levanto los ojos para llevarlos a los suyos porque
me había obligado a no hacerlo de nuevo por miedo a no tener las fuerzas
necesarias, pero lo hago para que entienda de una vez por todas que esto
debe acabar.
Lo observo fijamente, con el mentón en alto, y sus ojos empiezan a
anegarse de lágrimas que reprime.
No lo soporto, soy incapaz de verlo así. Y si sigo viéndolo tan destrozado
me echaré atrás, recularé, y todo su futuro… su gran futuro y el que tanto se
merece terminará antes incluso de que empiece. Y lo haría por mí. Por estar
conmigo y desobedecer a su padre.
Y no se lo merece. Él no.
Así que bajo de nuevo la mirada porque me es imposible mirarle a los
ojos para terminar con esta conversación.
—Lo siento, pero se ha terminado.
¡Clac! Mi corazón se rompe en miles de pedazos. Y oigo el momento
exacto en el que el suyo se resquebraja por completo.
Algún día entenderá que esto lo hice por él.
62
ERICK
Continuará…
AGRADECIMIENTOS
Si estás leyendo esto, espero que sea porque has terminado el libro, jeje.
Si es el caso, que sepas que estoy sumamente feliz.
Las lectoras de novela romántica solemos buscar en los personajes
similitudes con nuestras vidas y sentimientos, ya sea de felicidad o de
sufrimiento y dolor. Es por eso que en este libro podemos llegar a
compararnos tanto con Samy como con Erick.
Tenía miedo al escribirla por varios motivos.
Primero, porque soy una persona que me cuesta ver lo bueno que tengo y
soy muy crítica conmigo misma, por lo que siempre pienso que no llegaré a
ser capaz de hacer que conectéis con la historia como lo hago yo y además
suelo compararme con los demás. Mal hecho. Por lo que me tengo que
recordar que precisamente comencé a mostrarle al mundo mi forma de
escribir y contar historias por eso mismo. Para demostrarme que es mi
terapia y me llena de felicidad. Y segundo, porque no quería que fuese un
cliché más. Me gustaba la idea de describir a Erick como el chico que
aparenta ser arrogante y frío, que se considera alguien que no se merece
nada bueno y que lo amen porque así se lo hicieron creer, pero que tras toda
esa fachada muestra que es una gran persona y que puede llegar a amar de
una forma bestial y arrolladora. ¿Y el tema de los tatuajes? Pues sí, puede
ser otro cliché, pero era una idea que tenía en mente desde hace mucho
tiempo y me apetecía. Nunca viene mal recordar que no podemos juzgar a
las personas por la primera impresión que tengamos de ellas.
En cuanto a Samy… ¿qué deciros sobre ella? Necesitaba contar al mundo
lo que, por desgracia, es tan común en nuestra sociedad. El maltrato
psicológico. Esa conducta perversa y destructiva, con abuso de poder y que
trata de anular a la pareja a través de la manipulación. Me toca de cerca, ya
que durante un tiempo pude presenciarlo en alguien cercano. En esta
historia, ese personaje: novio manipulador y maltratador, que seguramente
hayas llegado a odiar, se ha quedado en que tras pararle los pies decide
desaparecer y dejarlo estar. Sin embargo, en muchas otras ocasiones, como
el caso de Martín y Sofía, no es tan fácil. Por eso, si conoces a alguien que
lo esté sufriendo, infórmate para saber cómo puedes ayudar. Y si eres tú,
pues… creo que tú y yo ya sabemos qué debes hacer. Pero busca ayuda, así
será más fácil. Y mantén la mente despejada y el corazón abierto para dejar
caer la venda de los ojos. Estaremos ciegas ante lo que consideramos amor,
pero siempre hay algo en nuestro interior que actúa de alarma,
cuestionándonos las cosas y avisándonos de que hay algo que no funciona.
Este ha sido mi tercer y, puede que, imperfecto intento de llegar a
vuestros corazones. Así que gracias por leerme, porque sin vosotras no sería
posible.
También quiero hacer mención a mis lectoras cero: Melissa, Marta, Aroa
y Ángela, que me han ayudado muchísimo, y a mi hermana, pues gracias a
ella he podido explicar mucho mejor lo que puede pensar, sentir… alguien
que sufre ese tipo de maltrato.
Por supuesto, quiero dar las gracias a todas esas amigas que he tenido la
suerte de que hayan aparecido en mi vida. El día que me metí de lleno en el
mundo de los grupos de lectura no sabía todo lo que me aportaría. Sin duda
ha sido increíble y no os menciono una a una, pero estoy segura que
vosotras sabéis quiénes sois. Gracias por aparecer y darme todo vuestro
apoyo.
Evidentemente, también se las doy a mi familia, porque siempre tengo su
apoyo y me siguen instando a que luche por mis sueños.
Gracias a Mireya, diseñadora editorial, por crear esta fantasía de portada.
Desde el primer momento supiste captar la esencia de Sam y Erick y me
enamoré en el acto al ver esas miradas. ¡La adoro!
Ahora toca esperar un poquito para saber cómo continúa esta historia,
pero espero que os guste tanto como esta primera parte y también la tratéis
con todo vuestro cariño.
GRACIAS
Mi primera novela.
Mi segunda novela.
DISPONIBLES EN AMAZON
CINTIA SANTIAGO. Vive en Granada, casada y con dos hijos.
Conocida en redes como @_cintiasantiago_. Es criminóloga, instagramer y
le fascina perderse entre líneas y vivir durante horas en un buen libro. De
ahí que quisiera luchar por uno de sus sueños; la escritura. También adora
viajar, la música y la fotografía.