Texto EBAU Kant
Texto EBAU Kant
Texto EBAU Kant
KANT Texto:
KANT, I. ¿Qué es la ilustración? Königsberg (Prusia), 30 de septiembre de 1784 (extracto).
(Traducción de Roberto R. Aramayo. Alianza Editorial)
“Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo
responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de
su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha
minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta
de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de algún otro. Sapere
aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración.”
En este fragmento aparecen las líneas generales de lo que Kant entiende por “Ilustración”.
La Ilustración es mucho más que un periodo concreto de la historia. De hecho el siglo XVIII
es conocido como el “Siglo de las Luces”. Se trata, entonces, más bien de un proyecto
ético-político, social y cultural que esperamos que se realice históricamente (recordemos
la tercera pregunta kantiana ¿Qué nos está permitido esperar?.
Podemos detectar síntomas de este proyecto en el ámbito político, cultural, científico,
artístico y filosófico, del siglo XVIII, pero se trata más bien de un proyecto de carácter
utópico. Se trata fundamentalmente de un proyecto ético: “¡Ten el valor para servirte de tu
propio entendimiento!”, reza el lema de la Ilustración. Por tanto se trata primeramente de
una incitación a la acción, a la toma de una decisión o tarea personal, que debe hacer cada
individuo en aras a la realización de su propia humanización. (Servirnos de “nuestro propio
entendimiento” nos remite a plantearnos la pregunta radical ¿Qué podemos conocer?)
Comenzamos con Kant a señalar la importancia de la acción para llevar a cabo nuestra
definición como seres humanos. El ser humano es fundamentalmente “acción”, antes que
“contemplación” (en oposición a Aristóteles). (Recordemos la pregunta de las preguntas, es
decir, la pregunta a la que remiten las otras tres grandes preguntas: ¿Qué es el ser
humano?)
La acción que define al ser humano es aquella que es el resultado de la autonomía moral
del ser humano. Ser mayor de edad, o salir de la minoría de edad, significa alcanzar la
autonomía moral. ¿Qué obstáculos existen para que podamos alcanzar esta ansiada
autonomía moral? ¿Qué nos impide ser moralmente autónomos? Ya sabemos que en la
filosofía moral de Kant, la autonomía moral viene determinada por nuestra capacidad de
actuar por deber (imperativos categóricos) y no por intereses u otro tipo de inclinaciones
(máximas o imperativos hipotéticos).
“Pereza y cobardía son las causas merced a las cuales tantos hombres continúan siendo
con gusto menores de edad durante toda su vida, pese a que la Naturaleza los haya
liberado hace ya tiempo de una conducción ajena (haciéndoles físicamente adultos); y por
eso les ha resultado tan fácil a otros el erigirse en tutores suyos. Es tan cómodo ser
menor de edad. Basta con tener un libro que supla mi entendimiento, alguien que vele por
mi alma y haga las veces de mi conciencia moral, a un médico que me prescriba la dieta,
etc., para que yo no tenga que tomarme tales molestias. No me hace falta pensar,
siempre que pueda pagar; otros asumirán por mí tan engorrosa tarea. El que la mayor
parte de los hombres (incluyendo a todo el bello sexo) consideren el paso hacia la
mayoría de edad como algo harto peligroso, además de muy molesto, es algo por lo cual
velan aquellos tutores que tan amablemente han echado sobre sí esa labor de
superintendencia. Tras entontecer primero a su rebaño e impedir cuidadosamente que
esas mansas criaturas se atrevan a dar un solo paso fuera de las andaderas donde han
sido confinados, les muestran luego el peligro que les acecha cuando intentan caminar
solos por su cuenta y riesgo. Más ese peligro no es ciertamente tan enorme, puesto que
finalmente aprenderían a caminar bien después de dar unos cuantos tropezones; pero el
ejemplo de un simple tropiezo basta para intimidar y suele servir como escarmiento para
volver a intentarlo de nuevo”.
“Pereza” y “cobardía” señala Kant como aquellos factores fundamentales que obstaculizan
esta tarea de construcción de la autonomía moral. La “pereza” guarda relación con las
inclinaciones sensibles, con los apetitos (Platón diría con la parte concupiscible del alma,
con nuestra dimensión más animal o natural). La “cobardía” guarda relación con la voluntad,
con la falta de valor para atreverse a pensar (Platón hablaría de la parte volitiva o irascible
del alma). Pereza y cobardía son las causas de que la voluntad no se oriente hacia la razón,
hacia el deber.
Recordemos que ser autónomo implica la toma de decisiones de acuerdo con la ley moral
que descubrimos en nosotros mismos (imperativos categóricos). Estamos
constantemente tomando decisiones, queriendo esto o lo otro.). Nuestra voluntad es el
centro de nuestra condición humana. La libertad es un hecho, de ahí que podamos
plantearnos la pregunta ¿Qué debo hacer?. Desde el punto de vista natural, la mayoría de
edad es un hecho biológico. Ya la naturaleza nos prepara para la vida autónoma, aunque la
autonomía moral es fruto de una decisión de orientar nuestra voluntad desde la razón. La
moral no pertenece al terreno de la naturaleza, de los hechos, de la necesidad, sino de la
libertad, de la razón. En este aspecto, Kant coincide con Hume en separar el ámbito de los
hechos (naturaleza) del ámbito de los valores (libertad), aunque la filosofía moral de Kant
contraste por otro lado con el emotivismo moral de Hume: nuestros juicios morales, señala
Kant, no pueden fundamentarse en las emociones, sino en la razón.
“Sin embargo, hay más posibilidades de que un público se ilustre a sí mismo; algo que
casi es inevitable, con tal de que se le conceda libertad. Pues ahí siempre nos
encontraremos con algunos que piensen por cuenta propia incluso entre quienes han sido
erigidos como tutores de la gente, los cuales, tras haberse desprendido ellos mismos del
yugo de la minoría de edad, difundirán en torno suyo el espíritu de una estimación
racional del propio valor y de la vocación a pensar por sí mismo. Pero aquí se da una
circunstancia muy especial: aquel público, que previamente había sido sometido a tal
yugo por ellos mismos, les obliga luego a permanecer bajo él, cuando se ve instigado a
ello por algunos de sus tutores que son de suyo incapaces de toda ilustración; así de
perjudicial resulta inculcar prejuicios, pues éstos acaban por vengarse de quienes fueron
sus antecesores o sus autores. De ahí que un público sólo pueda conseguir lentamente la
ilustración. Mediante una revolución acaso se logre derrocar un despotismo personal y la
opresión generada por la codicia y la ambición, pero nunca logrará establecer una
auténtica reforma del modo de pensar; bien al contrario, tanto los nuevos prejuicios como
los antiguos servirán de rienda para esa enorme muchedumbre sin pensamiento alguno”
La libertad de pensamiento es la condición de posibilidad de la ilustración, es decir, del
pensar por nosotros mismos. La ilustración es un proceso más de “reforma del modo de
pensar” que un proceso “revolucionario” de derrocamiento de despotismo personales u otra
forma de opresión generada por la codicia y la ambición. En este sentido, en el texto ya se
apuntan lo que defiende Kant en su filosofía política: El Estado republicano y su
Constitución republicana se caracterizan por lo siguiente:
-Los tres poderes del Estado están separados, no son ejercidos por la misma persona o
institución, por el mismo sujeto político.
-Las leyes representan la voluntad general. Son obra de un legislador que se pone en el
lugar de los ciudadanos y tiene en cuenta que todos los ciudadanos puedan consentir con
ellas.
-La legalidad se ejerce sin arbitrariedad, sobre todos los ciudadanos por igual.
“Para esta ilustración tan sólo se requiere libertad y, a decir verdad, la más inofensiva de
cuantas pueden llamarse así: el hacer uso público de la propia razón en todos los
terrenos. Actualmente oigo clamar por doquier: ¡No razones! El oficial ordena: ¡No
razones, adiéstrate! El asesor fiscal: ¡No razones y limítate a pagar tus impuestos! El
consejero espiritual: ¡No razones, ten fe! (Sólo un único señor en el mundo dice: razonad
cuanto queráis y sobre todo lo que gustéis, mas no dejéis de obedecer). Impera por
doquier una restricción de la libertad. Pero ¿cuál es el límite que la obstaculiza y cuál es
el que, bien al contrario, la promueve? He aquí mi respuesta: el uso público de su razón
tiene que ser siempre libre y es el único que puede procurar ilustración entre los hombres;
en cambio muy a menudo cabe restringir su uso privado, sin que por ello quede
particularmente obstaculizado el progreso de la ilustración. Por uso público de la propia
razón entiendo aquel que cualquiera puede hacer, como alguien docto, ante todo ese
público que configura el universo de los lectores. Denomino uso privado al que cabe
hacer de la propia razón en una determinada función o puesto civil, que se le haya
confiado. En algunos asuntos encaminados al interés de la comunidad se hace necesario
un cierto automatismo, merced al cual ciertos miembros de la comunidad tienen que
comportarse pasivamente para verse orientados por el gobierno hacia fines públicos
mediante una unanimidad artificial o, cuando menos, para que no perturben la
consecución de tales metas. Desde luego, aquí no cabe razonar, sino que uno ha de
obedecer. Sin embargo, en cuanto esta parte de la maquinaria sea considerada como
miembro de una comunidad global e incluso cosmopolita y, por lo tanto, se considere su
condición de alguien instruido que se dirige sensatamente a un público mediante sus
escritos, entonces resulta obvio que puede razonar sin afectar con ello a esos asuntos en
donde se vea parcialmente concernido como miembro pasivo. Ciertamente, resultaría
muy pernicioso que un oficial, a quien sus superiores le hayan ordenado algo, pretendiese
utilizar en voz alta y durante el servicio sobre la conveniencia o la utilidad de tal orden;
tiene que obedecer. Pero en justicia no se le puede prohibir que, como experto, haga
observaciones acerca de los defectos del servicio militar y los presente ante su público
para ser enjuiciados. El ciudadano no puede negarse a pagar los impuestos que se le
hayan asignado; e incluso una indiscreta crítica hacia tales tributos al ir a satisfacerlos
quedaría penalizada como un escándalo (pues podría originar una insubordinación
generalizada). A pesar de lo cual, él mismo no actuará contra el deber de un ciudadano
si, en tanto que especialista, expresa públicamente sus tesis contra la inconveniencia o la
injusticia de tales impuestos. Igualmente, un sacerdote está obligado a hacer sus
homilías, dirigidas a sus catecúmenos y feligreses, con arreglo al credo de aquella Iglesia
a la que sirve; puesto que fue aceptado en ella bajo esa condición. Pero en cuanto
persona docta tiene plena libertad, además de la vocación para hacerlo así, de participar
al público todos sus bienintencionados y cuidadosamente revisados pensamientos sobre
las deficiencias de aquel credo, así como sus propuestas tendentes a mejorar la
implantación de la religión y la comunidad eclesiástica. En esto tampoco hay nada que
pudiese originar un cargo de conciencia. Pues lo que enseña en función de su puesto,
como encargado de los asuntos de la Iglesia, será presentado como algo con respecto a
lo cual él no tiene libre potestad para enseñarlo según su buen parecer, sino que ha sido
emplazado a exponerlo según una prescripción ajena y en nombre de otro. Dirá: nuestra
Iglesia enseña esto o aquello; he ahí los argumentos de que se sirve. Luego extraerá para
su parroquia todos los beneficios prácticos de unos dogmas que él mismo no suscribiría
con plena convicción, pero a cuya exposición sí puede comprometerse, porque no es del
todo imposible que la verdad subyazca escondida en ellos o, cuando menos, en cualquier
caso, no haya nada contradictorio con la religión íntima. Pues si creyese encontrar esto
último en dichos dogmas, no podría desempeñar su cargo en conciencia; tendría que
dimitir. Por consiguiente, el uso de su razón que un predicador comisionado a tal efecto
hace ante su comunidad es meramente un uso privado; porque, por muy grande que sea
ese auditorio, siempre constituirá una reunión doméstica; y bajo este respecto él, en
cuanto sacerdote, no es libre, ni tampoco le cabe serlo, al estar ejecutando un encargo
ajeno. En cambio, como alguien docto que habla mediante sus escritos al público en
general, es decir, al mundo, dicho sacerdote disfruta de una libertad ilimitada en el uso
público de su razón, para servirse de su propia razón y hablar en nombre de su propia
persona. Que los tutores del pueblo (en asuntos espirituales) deban ser a su vez menores
de edad constituye un absurdo que termina por perpetuar toda suerte de disparates”.
“Un hombre puede postergar la ilustración para su propia persona y sólo por algún tiempo
en aquello que le incumbe saber; pero renunciar a ella significa por lo que atañe a su
persona, pero todavía más por lo que concierne a la posteridad, vulnerar y pisotear los
sagrados derechos de la humanidad. Más lo que a un pueblo no le resulta lícito decidir
sobre sí mismo, menos aún le cabe decidirlo a un monarca sobre el pueblo; porque su
autoridad legislativa descansa precisamente en que reúne la voluntad íntegra del pueblo
en la suya propia. A este respecto, si ese monarca se limita a hacer coexistir con el
ordenamiento civil cualquier mejora presunta o auténtica, entonces dejará que los
súbditos hagan cuanto encuentren necesario para la salvación de su alma; esto es algo
que no le incumbe en absoluto, pero en cambio sí le compete impedir que unos perturben
violentamente a otros, al emplear toda su capacidad en la determinación y promoción de
dicha salvación. El monarca daña su propia majestad cuando se inmiscuye sometiendo al
control gubernamental los escritos en que sus súbditos intentan clarificar sus opiniones,
tanto si lo hace por considerar superior su propio criterio, con lo cual se hace acreedor del
reproche: Caesar non est supra Grammaticos, como —mucho más todavía— si humilla
su poder supremo al amparar, dentro de su Estado, el despotismo espiritual de algunos
tiranos frente al resto de sus súbditos”.
[...]
Volvemos en este párrafo a recordar la teoría del contrato social que defiende Kant, que
resulta de un híbrido entre el contractualismo de Hobbes y Rousseau. La existencia de una
autoridad legislativa no compromete la existencia de la libertad (al contrario de lo que
defiende Hobbes). Dicha autoridad legislativa, descansa según Kant, en que el monarca
como soberano reúne la voluntad íntegra del pueblo (Voluntad unida del pueblo). En una
sociedad ilustrada, se hace compatible el carácter coactivo de las leyes (obediencia) con el
derecho a pensar libremente (razonar).
En este párrafo Kant describe las características de un “príncipe ilustrado” en relación con la
religión. En una sociedad ilustrada debe imperar la libertad religiosa o lo que llamaríamos
hoy la libertad de conciencia. En Kant, encontramos la propuesta de una filosofía moral, de
una ética universal por encima de cualquier credo o religión particular. En el terreno político,
debe imperar la tolerancia religiosa.
[...]
Para entender este párrafo nos hacemos eco de lo que dice Roberto R. Aramayo1: “El Kant
de ¿Qué es la Ilustración? define a su tiempo no como una época ilustrada, sino como una
"época de Ilustración", a la que también cabría llamar "el siglo de Federico" (Ak. VIII 40).
Gracias a la tolerancia religiosa instaurada por éste durante su reinado, Kant consideró a
Federico II como el prototipo del príncipe ilustrado, del gobernante que podría poner las
condiciones para que un pueblo abandone su "culpable minoría de edad"”.
“Pero sólo aquel que, precisamente por ser ilustrado, no teme a las sombras, al tiempo
que tiene a mano un cuantioso y bien disciplinado ejército para tranquilidad pública de los
ciudadanos, puede decir aquello que a un Estado libre no le cabe atreverse a decir:
razonad cuanto queráis y sobre todo cuanto gustéis, ¡con tal de que obedezcáis! Aquí se
revela un extraño e inesperado curso de las cosas humanas; tal como sucede
ordinariamente, cuando ese decurso es considerado en términos globales, casi todo en él
resulta paradójico. Un mayor grado de libertad civil parece provechosa para la libertad
espiritual del pueblo y, pese a ello, le coloca límites infranqueables; en cambio un grado
menor de esa libertad civil procura el ámbito para que esta libertad espiritual se
despliegue con arreglo a toda su potencialidad. Pues, cuando la naturaleza ha
1
En “La paradójica herencia de la Ilustración kantiana en Schopenhauer”, Revista de Filosofía y
Teoría Política, 2005, nº 36, p. 13-28. ISSN 2314-2553 Universidad Nacional de La Plata. Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación. Departamento de Filosofía.
[https://www.rfytp.fahce.unlp.edu.ar/article/view/RFyTPn36a01/html_60]
desarrollado bajo tan duro tegumento ese germen que cuida con extrema ternura, a
saber, la propensión y la vocación hacia el pensar libre, ello repercute sobre la mentalidad
del pueblo (merced a lo cual este va haciéndose cada vez más apto para la libertad de
actuar) y finalmente acaba por tener un efecto retroactivo hasta sobre los principios del
gobierno, el cual incluso termina por encontrar conveniente tratar al hombre, quien ahora
es algo más que una máquina, conforme a su dignidad”
La relación entre la libertad civil (libertad jurídica) y la libertad espiritual (libertad moral) es el
objeto de consideración en este párrafo final. La moralidad no va a coincidir nunca con la
legalidad. Expresado en otros términos, para que la libertad moral (autonomía moral) se
vaya realizando históricamente, se vaya haciendo realidad, es precisa la existencia de una
legislación o derecho positivo coactivo (libertad jurídica). Las leyes del Estado son
establecidas unilateralmente por el legislador o gobernante (Soberano). Es el legislador
quien tiene que pensar, a la hora de promulgar leyes, que esas leyes puedan contar con el
consentimiento de todos; pero, una vez que una ley está en vigencia, todos los ciudadanos
sin excepción tienen la obligación de obedecerla.
Al final del párrafo resuena el eco de la “fórmula del fin en sí mismo” del imperativo
categórico: “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la
persona de cualquier otro, siempre con el fin al mismo tiempo y nunca solamente como un
medio”. He aquí la finalidad histórica del proyecto ilustrado: ir haciendo realidad el
tratamiento del ser humano como fin, como sujeto de dignidad, y no como simple máquina,
o instrumento.
El pensamiento de Marx se hará eco de esta indicación kantiana sobre la condición humana
en la sociedad capitalista.