Dominic

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Este libro fue traducido por Mais & NaomiiMora y diseñado
por Evani en Paradise Summerland.
Índice
Sinopsis Capítulo 20 Capítulo 42

Anteriormente… Capítulo 21 Capítulo 43

Prólogo Capítulo 22 Capítulo 44

Capítulo 1 Capítulo 23 Capítulo 45

Capítulo 2 Capítulo 24 Capítulo 46

Capítulo 3 Capítulo 25 Capítulo 47

Capítulo 4 Capítulo 26 Capítulo 48

Capítulo 5 Capítulo 27 Capítulo 49

Capítulo 6 Capítulo 28 Capítulo 50

Capítulo 7 Capítulo 29 Capítulo 51

Capítulo 8 Capítulo 30 Capítulo 52

Capítulo 9 Capítulo 31 Capítulo 53

Capítulo 10 Capítulo 32 Capítulo 54

Capítulo 11 Capítulo 33 Capítulo 55

Capítulo 12 Capítulo 34 Capítulo 56

Capítulo 13 Capítulo 35 Capítulo 57

Capítulo 14 Capítulo 36 Capítulo 58

Capítulo 15 Capítulo 37 Capítulo 59

Capítulo 16 Capítulo 38 Epílogo

Capítulo 17 Capítulo 39 Epílogo

Capítulo 18 Capítulo 40 La Historia de Blue


Manor
Capítulo 19 Capítulo 41
Hecho A Sí Mismo
Sinopsis
D
ominic fue criado como la mano derecha del diablo, el justo
heredero del trono de la familia Luciano.

Maria fue criada como una princesa, excluida de controlar


cualquier poder en la familia Caruso.

Los pecados del padre de Dominic son su deuda a pagar.

El único pecado que Maria quiere que él pague es uno que su familia
no cometió.

Enamorada de un hombre muerto, ¿puede lograr que ella ame a su


asesino?

El Infierno se congelará antes que ella vuelva a amar.

Yo solo quiero ser el jodido rey.

Yo solo soy una jodida princesa.

Dominic – Made Men #8


Anteriormente…
S
intiendo la luz del sol temprano por la mañana calentando su
piel, una sonrisa tocó la curva de sus labios mientras se
imaginaba al hombre con el que se había quedado dormida y
cuyo rostro no la había dejado, incluso en sus sueños.

Maria suavemente abrió sus ojos, lista para mirarlo una vez más. Sin
embargo, solo se encontró con una cama vacía. Estirando su mano
bronceada, tocó el lugar donde él había yacido cuando sus ojos se
habían cerrado hace horas. Ni siquiera estaba caliente, haciéndole
preguntarse si todo había sido un sueño. La única prueba que tenía que
él había estado allí eran sus recuerdos y el hundimiento de la cama a
su lado.

Me dejó… ¿sin despedirse?

Somnolienta, buscó su teléfono antes de encontrarlo y marcar el


nombre que le había traído mariposas a su impenetrable estómago ante
los pensamientos de la noche anterior. Maria colocó su teléfono en su
oreja, escuchando el ruido blanco antes que el tono de timbrado
asaltara su tímpano.

Rriiiing…

Las mariposas que habían estado flotando en su vientre


parecieron dejar de aletear, comenzando a hundirse.

Rriiiing…

Se sentó en el lado de la cama. Algo no se sentía bien mientras


esas mariposas lentamente se hundieron en el hueco de su estómago,
que aparentemente se habían vuelto más suaves durante la noche.

Rriiiing…

Maria apretó su teléfono con más fuerza, mientras lo mantenía


con fiereza contra su oreja.

Rrii…

Cuando contestaron el teléfono, el hueco de su estómago se


aclaró y sus miedos irracionales se desvanecieron. Esperó a que su voz
agraciara sus orejas. Sin embargo, no fue una sola voz masculina la que
escuchó gritando. Eran dos. Una pertenecía a Kayne Evans y la otra a
Dominic Luciano; ambas voces claramente se distinguían.

¡BANG!

Mientras abruptamente se levantaba de la cama, el teléfono no


fue lo único que apretó; era su corazón negro el que sostenía, tratando
de evitar que golpee el suelo, a diferencia del teléfono al otro lado de la
línea. Lo escuchó caer contra el suelo.

Temblorosa, sostuvo el teléfono contra su oreja, escuchando los


sonidos finales de la muerte que partían desde su oreja y de esta tierra.
En la otra mano, sostenía su pecho tan apretadamente que sus uñas
con manicura se enterraron en su suave carne.

Cuando las gotas de lluvia comenzaron a golpear la ventana —


donde la luz había estado brillando a través hace solo unos minutos—,
era como si las puertas al cielo se hubieran abierto, dándole la
bienvenida a casa al alma angelical que acababa de ser tomada.

Entrando en conmoción, su boca se abrió, pero ninguna palabra


se atrevió a pasar sus labios mientras miraba fijamente la lluvia
vertiginosa.

Después de varios minutos que se sintieron eternos, finalmente


escuchó movimiento al otro lado de la línea. Fue el silencioso susurro
de una respiración que escuchó, diciéndole que alguien estaba allí...

—¿Hola…? —Encontró su voz que ahora estaba tan inestable


como sus rodillas y las nubes en el cielo.

La respiración al otro lado de la línea hizo eco cada vez más fuerte
hasta que la lluvia y cada otro sonido se apagaron, el silencio
magnificándose como el timbrado que había atormentado su tímpano
cuando recién había llamado.

Su corazón golpeaba contra el ritmo de los rugientes cielos


mientras gravemente esperaba escuchar la voz del hombre que había
vivido, sabiendo que la siguiente voz que no escucharía sería la que
nunca, nunca, más escucharía. La parte miserable es que ambos
hombres se habían arrastrado hacia su corazón oscuro en los últimos
meses, y no había sido hasta anoche cuando había sido capaz de
escoger al que desesperadamente quería escuchar.

Kayne.
Maria abrió la boca para decir el nombre del que comenzaba a
enamorarse, pero antes de poder formarlo, una voz solemne la detuvo,
haciendo que caiga de rodillas, junto con su destrozado corazón.

Cualquier mariposa que hubiera quedado en su estómago se


convirtió en ceniza, y los restos sucios flotaron hacia el abismo.

La muerte había decidido su destino.


Prólogo
S-U-P-E-R-A-R
D
ominic se detuvo frente a una mesa oscura y de caoba,
aquella con la que creció viendo a su padre sentado detrás.
Durante veintisiete años, había observado los ojos oscuros
de su padre volverse desalmados con los días que pasaban, hasta que
ni siquiera cientos de luces brillantes podían traer un brillo a ellos.

Con sus ojos ricos y de color avellana, Dominic miró fijamente la


antigua, marrón y copetuda silla de cuero hasta que Lucifer apareció
sentado en el asiento de respaldar alto, devolviendo la mirada con
desaprobación.

—¿Por qué solicitaste una reunión tan tarde?

Él apartó sus ojos de la mirada de su padre para mirar hacia su


hermano medio quien, si no estuviera cubierto de tatuajes desde el
cuello hacia abajo, hubiera sido la viva imagen de un joven Lucifer.

Matthias no esperó una respuesta, ya que continuó hablando con


urgencia:

—Si estamos haciendo un plan para conseguir de vuelta a Angel,


deberíamos de hacerlo en la mañana, cuando todos estén bien
descansad…

—No haremos un plan para tenerlo de vuelta —dijo Dominic con


rudeza.

—¿Qué diablos quieres decir con no lo tendremos de vuelta?


—Escuchaste a los Caruso… —Mirando hacia un enojado Matthias, estaba claro que su
hermano sabía lo que significaba dejar a su hermano detrás al cuidado de los Caruso. Los dos
habían compartido todo, incluyendo un útero, ambos no solo la viva imagen de su padre, sino
del otro.

Los gemelos eran extraordinarios, hasta que fueron separados. Lo


que los había hecho atractivos se desvaneció rápidamente. Era como
mirar a la mitad de una persona cuando no estaban juntos, y
desafortunadamente para Matthias, era imposible no comparar a los
dos. Un gemelo era superior; tristemente para Matthias no era él.
Necesitaba que su gemelo esté completo y sobreviva.

—Angel es su seguro hasta que el contrato esté completo.

—Conoces a Lucca; eso podría significar meses… ¡años! —La voz


errática de su hermano hizo eco a través de los suelos de concreto—.
¡Simplemente no podemos quedarnos aquí y no hacer nada!

—No lo haremos. —Por primera vez, Dominic no lo miró como un


hermano, sino un soldado—. Completamos el contrato.

Aunque los ojos casi negros de Matthias se entrecerraron, vio la


traición en ellos.

—Ya has ido donde los Caruso, rogando por perdón, y entregando
a tu propio hermano sin siquiera luchar. Nuestro padre te mataría aquí
mismo por lo que has logrado hacer al apellido Luciano.

Girándose hacia el trono Luciano, Lucifer todavía yacía ahí tan


inmovilizado como su piel pálida.

—Él es el motivo por el que estamos aquí en primer lugar.

Lucifer Luciano había sido tan depravado como podía llegar a ser
una persona, y desconocido para Dominic, hace años atrás, su padre
había dejado su marca en una chica de catorce años con un cuchillo,
prometiéndole que volvería para reclamarla a los dieciocho años. El
segundo al mando de los Caruso también tuvo una fijación por la
misma chica, y mientras los dos hombres estaban cortados por la
misma psicopatía, Lucca no solo la había salvado del agarre de Lucifer,
sino también había tomado su corazón. Incapaz de aceptar la derrota
después de años de esperar su precio, Lucifer entró a la casa de los
Caruso, disparando al guardaespaldas de Lucca cinco veces antes de
tomar a la simple cosa que comenzaría una guerra.

Chloe Masters.

Dominic y sus hermanos todavía estaban vivos porque la chica le


dijo a Lucca que ellos la protegieron de Lucifer hasta que los Caruso
habían aparecido. La única razón por la que las dos familias de la mafia
de Ciudad de Kansas no estaban en guerra ahora era por el contrato
que Dominic había acordado, en el que los Caruso aseguraban al
sostener la vida de Angel en sus manos.
—No te preocupes, planeo defender el apellido Luciano. —El
Luciano mayor dijo la promesa con tanta fuerza hacia el éter, que casi
sacudió el suelo a sus pies.

El crujido fuerte de la oxidada puerta tuvo a los hermanos


mirando hacia el hermano menor de los Luciano.

—Todos están aquí —les informó Cassius con un pequeño


asentimiento de su adolescente cabeza.

Dándole la espalda a la imagen de su padre, Dominic se situó con


orgullo frente al trono.

—Envíalos aquí.

El hermano menor sostuvo abierta la puerta de metal mientras


los hombres entraban a la abandonada fábrica que Lucifer había
reclamado hace años atrás. No era un lugar ideal para gestionar un
crimen familiar, pero no había muchas opciones en el lado de mierda de
la ciudad.

Recordó la primera vez que su padre los trajo a él y a sus


hermanos gemelos aquí. Habían sido niños en ese entonces, así que el
espacio había parecido incluso más grande. Dominic pensó que Lucifer
estaba totalmente loco cuando le dijo que ellos liderarían el negocio
familiar fuera de la fábrica, mientras Matthias y Angel pensaban que
era increíble, viéndolo como un espacio para montar patineta. No podía
recordar cuántas viejas camisetas habían utilizado mientras limpiaban
el lugar y la cantidad de ampollas que había obtenido en sus palmas
por limpiar con la vieja escoba de madera el suelo de concreto. No fue
hasta que su padre colocó el escritorio y la silla —donde se sentaba
ahora—, que vio que la visión de Lucifer no había sido una locura… al
menos, no entonces.

Como había sucedido antes, cada hombre tomó su lugar en fila,


pero esta vez no era para enfrentar al diablo, sino al hijo del diablo.

La voz de Dominic fue firme mientras les decía a los hombres:

—Como todos saben, tuve una reunión con los Caruso, y para
poder arreglar la pila de mierda que Lucifer nos dejó, tuve que acordar
sus términos. El primer término nos herirá a todos. Acordé entregar
50% de nuestras ganancias.

Escuchó sonidos de enojo y de exasperación, pero nadie se atrevió


a decir algo.
—Segundo —continuó con un tono más rudo—, una mujer
Luciano será escogida para casarse con un Caruso, con la esperanza de
mezclar nuestra sangre y cesar cualquier guerra futura entre las dos
familias.

Estaba claro que algunos de los hombres que estaban


disgustados de escuchar los nuevos términos; no fueron capaces de
esconder sus expresiones.

—¿Qué mujer vas a escoger? —preguntó un soldado, cuya sola


preocupación era su pene.

—No estoy en la posición de escoger —les dijo Dominic, la dura


realidad.

Habiendo escuchado suficiente, un Luciano mayor dijo:

—¿Y acordaste a esto? No solo entregarle la mitad de nuestro


dinero a esos jodidos ricos así pueden usarlo como papel higiénico para
limpiar sus traseros, ¿sino que les permitirás follar a una de nuestras
mujeres y hacer que ella se reproduzca con el enemigo?

—Lo hice —dijo, sin vacilación en su respuesta—, justo cuando se


llevaron a nuestro hermano, Angel, como daño colateral para
asegurarse que yo sostenga el contrato. Es por eso que no lo ves aquí.
—Ondeó su mano a su lado.

Los ojos del hombre fueron hacia los dos hermanos Luciano que
estaban a cada lado.

Matthias, que estaba su derecha, miró el suelo ante la mención de


su gemelo, incómodamente moviéndose de un lado a otro, cada vez más
conforme pasaba la reunión. A su izquierda, Cassius estaba de pie
estoico, mirando a los hombres como si ni un solo pensamiento hubiera
cruzado su mente.

Pensando de vuelta a cuando estuvo en la oficina de Dante,


recordó su promesa final:

—Puedes llevar el apellido, ¿pero te aceptarán? —Vinny, el


consejero Caruso, le preguntó después que Dominic le dijo que iba a
tomar el lugar de su padre.

—Ya lo han hecho. —Dominic lo miró con arrogancia—. Me


seguirán; me aseguraré de ello.

No había una sola alma en la habitación preparada para lo que


estaba por suceder a continuación mientras Dominic buscaba el frío
metal en su espalda. El sonido en la fábrica era solo de ratas corriendo
antes que…

Bang.

Bang.

Bang.

Bang.

Bang.

Bang.

…disparos sonaron, perforando las orejas de los vivos y los


cráneos de aquellos muertos.

Cuando el sexto cuerpo golpeó el suelo con un golpe, el restante


sonido fue el temblor de los huesos de los hombres que estaban
perfectamente de pie en su lugar mientras los hombres muertos a su
alrededor habían sido eliminados con una rapidez de la que ni siquiera
Usain Bolt1 hubiera podido escapar.

Ojos color avellana miraron hacia el Luciano mayor que había


comentado sobre la «reproducción con el enemigo».

—¿Alguien más tiene un problema con los términos con los que
he acordado? —preguntó Dominic, limpiando la gota de sangre que
había salpicado por encima de su ceja.

Cada hombre se quedó en silencio, aquello siendo respuesta


suficiente.

Mirando hacia el joven soldado preocupado sobre qué mujer iba a


ser casada, Dominic vio que ahora yacía salpicado de sangre. Dom
apostaría que el interior de sus pantalones ya no estaba limpio
tampoco.

Había una diferencia entre el soldado vivo y los muertos en el


suelo. Había perdonado la vida del soldado porque de lo único que
podía ser condenado era de ignorancia. Los otros seis, sin embargo,
eran aquellos que habían sido más cercanos a su padre y habían sabido
sobre su enferma obsesión con Chloe. Limpiando lo último del desastre
de Lucifer, mientras simultáneamente colocaban miedo en los
corazones de los hombres, era una oferta especial que no podía dejar
pasar.
1
N.T. Campeón de atletismo.
—Bien. —Guardando de vuelta su pistola en su lugar justo detrás
de su espalda, chasqueó los dedos, señalando a sus hermanos—.
Muévanlos.

Le tomó un segundo a Matthias moverse. Estaba


desesperadamente tratando de esconder el hecho que había sido
sorprendido. No estaba conmocionado por la acción de su hermano
mayor; fue el momento repentino.

Cassius, sin embargo, era una historia diferente. Caminando


hacia el cadáver a los pies de Dom, recogió las manos sin vida y
comenzó a deslizar al muerto a través del suelo de la fábrica, dejando
un rastro de sangre con cada paso que daba. Y aunque solo era un
adolescente, tuvo a su primer cadáver a mitad de la fábrica antes que
Matthias siquiera empiece. Cada alma había saltado ante el sonido de
las balas… todos menos uno. La única razón por la que no lo había
hecho fue porque Cassius había nacido sin una.

Dominic rápidamente se dio vuelta, girándose para ver la mirada


crítica de Lucifer mientras estaba sentado en su trono. Colocando sus
dedos tintados al frente del escritorio, deslizó la punta de sus dedos a
través de la madera caoba, sintiendo las sangrías del material.

—Haré lo que tú nunca pudiste. —Dándole a su padre una última


mirada de desafío, susurró su promesa final solo para los oídos de
Lucifer—: Seré rey.

Mientras Dominic tomaba asiento en el trono de cuero, la imagen


de Lucifer desapareció en el viento; el fantasma de su padre se
desvaneció tan rápido como había aparecido. Hijo reemplazando a
padre, segundo al mando reemplazando al jefe, nuevo reemplazando al
viejo.

Nunca antes, al estar sentado allí de niño, había soñado con este
día. Siempre había sabido que, si tocaba la silla de su padre, el castigo
no hubiera valido el sueño.

—Ahora… —Dominic se recostó en la silla mientras apretaba los


brazos acolchados de cuero en la palma de sus manos, las oscuras y
góticas letras de sus tatuajes deletreando las letras S-U-P-E-R-A-R a
través de sus dedos—. Comencemos.
1
Jesse James era un pesado hijo de perra

Dominic, 5 años

S
entado de piernas cruzadas en el polvoriento suelo de
madera, un joven Dominic miraba fijamente el pequeño
televisor que estaba a unos centímetros de distancia. Una
película del Salvaje Oeste estaba reproduciéndose, que se vio borroso
cuando la señal se fue. No era solo su programa favorito de ver, era lo
único que veía. Pensó que era todo lo que reproducía la caja de dos por
dos. Cuando había ido al jardín de infancia y estuvo rodeado de niños
por primera vez, le preguntaron cuál era su dibujo animado favorito, y
cuando dijo que no sabía, todos lo miraron con diversión.

Dominic rápidamente aprendió que era mucho más diferente que los
otros chicos en la escuela. Ellos querían jugar a policías y ladrones, y él
todo lo que quería jugar era a vaqueros e indios. Los chicos hablaban de
programas como Bugs Bunny, Rugrats, y algo tonto llamado Los Felinos
Cósmicos —que se veía como un jodido gato humano—, mientras todo
lo que conocía era a John Wayne, Mediodía, y Clint Eastwood. Cuando
le preguntaron qué quería ser cuando fuera grande, Dominic
confiadamente se irguió, diciéndole a la clase que quería ser Jesse
James.

Jesse James era un pesado hijo de perra que podía pelear y llevar
dos pistolas mientras cabalgaba un caballo. Era el mejor forajido que
jamás había existido, y un día quería que el nombre Dominic Luciano
permanezca en la historia, justo al lado de Jesse James.

La puerta principal abriéndose tuvo a Dominic girando su pequeña


cabeza lejos del dibujo épico que estaba por reproducirse en la ruidosa
televisión para ver a su padre entrar, cargando dos porta-bebés.

—¿Dónde está Carla? —preguntó cuando Lucifer cerró de un golpe


la puerta detrás de él.

Sin vacilar, su padre respondió, provisto de cualquier emoción:


—Está muerta.

Su pequeño labio se curvó hacia arriba, sintiendo una repentina


tristeza, pero Dominic no se permitió llorar, sabiendo que él lo
castigaría si permitía que lágrimas cayeran.

Carla había sido tan buena con él e incluso le había dado helado un
par de veces como desayuno cuando Lucifer todavía estaba durmiendo.
Pensó que finalmente tendría una mamá, pero incluso a los cinco años
de edad, sabía que no volvería a ver a Carla. Cuando se fueron al
hospital, su padre había estado mirándole de la misma forma en que
Clint Eastwood hacía justo antes de sacar su pistola y disparar a
alguien.

Ella había llorado casi todos los días, y cuando Dominic le


preguntaba qué sucedía, Lucifer siempre espetaba, «porque es débil»,
antes de murmurar bajo su aliento que esperaba que sus hijos no
salieran igual de débiles.

Cuando dejó los porta-bebés en el suelo de la sala de estar, el joven


Dominic arrastró sus rodillas a través del duro suelo, la cabeza de una
uña expuesta rasgando uno de sus pantalones vaqueros. Asomándose
detrás de los porta-bebés, vio a dos pequeñas y durmientes figuras.

—Jodidamente no te atrevas a despertarlos.

—No lo haré —prometió en un susurro, solo queriendo tener una


buena mirada de ellos. Eran tan pequeños y perfectos. Se veían igual
que la muñeca que una niña en su clase siempre llevaba consigo—.
¿Cuáles son sus nombres?

Apuntando al de la derecha, Lucifer le dijo:

—Angel.

Luego, señaló al bebé a la izquierda.

—Y, Matthias.

—Pero, ¿cómo sabes quién es quién? Se ven iguales.

—Lo verás cuando se despierten. Este no deja de llorar —dijo


Lucifer, señalando al llamado Matthias—. Así —gruñó cuando el bebé
se despertó como invocado y comenzó a llorar—. Ve a conseguir la
botella de la bolsa en la mesa —le espetó Lucifer.
Dom rápidamente se levantó y corrió hacia la bolsa de pañales,
sacando una botella de plástico.

—Puedo alimentarlo —dijo cuando volvió con la botella que estaba


todavía a medio llenar, queriendo ayudar.

—Está bien.

Lucifer la tomó de la pequeña mano de Dom y la colocó en la boca


llorona del bebé antes de arrugar la sábana que había estado cubriendo
su pequeño cuerpo así podía beberlo sin que nadie lo tenga que
sostener.

La pequeña boca del bebé Matthias chupó el pezón de goma hasta


que saltó y comenzó a llorar de nuevo.

—Puedo sostenerlo. —Dominic se estiró para agarrar la botella, pero


su mano fue golpeada lejos.

—Aprenderá a beber igual que tú —le aseguró Lucifer, la botella


apoyándose en el bebé de nuevo, esta vez sosteniéndose firme hasta que
Matthias consiguió un ritmo.

Sosteniendo su mano golpeada, Dom utilizó sus pequeñas rodillas


para acurrucarse de vuelta frente a la televisión, lejos del agarre de su
padre.

Dominic observó la borrosa pantalla, viendo que su parte favorita


estaba por suceder. Había visto esta parte de la película cerca de un
millón de veces y hacía mímica de lo que sucedía en la pantalla
mientras se reproducía. Cuando el vaquero sopló al final del cañón,
haciendo esparcir el humor viniendo de su pistola, Dominic sopló en su
pretendido dedo pistola, luego la colocó en el bolsillo de su pantalón
cuando el vaquero guardó en su funda su arma.

—¿Dónde está DeeDee? —preguntó Lucifer, mirándolo fijamente por


detrás.

Él se encogió de hombros. No la había visto mucho desde que había


estado aquí cuidándolo.

—Arriba, dormida, creo.

—Anda, búscala.

Rápidamente se puso de pie, siguiendo la orden, subiendo los


crujientes escalones para encontrar a DeeDee dormida en la cama de su
padre. Dom la sacudió ligeramente al principio, tratando de despertar a
la ruda mujer, que olía como la orina amarilla que le gustaba tomar
tanto. Cuando no despertó, él la sacudió con más fuerza hasta que
finalmente abrió un ojo y arrastró las palabras:

—¿Q-Qué diablos quieres niño?

—Mi padre…

Sin siquiera terminar lo que iba a decir, DeeDee saltó fuera de la


cama al segundo en que supo que Lucifer estaba ahí.

Corriendo hacia el pequeño baño de al lado, lanzó agua sobre su


rostro y escupió un grueso escupitajo en el fregadero después de limpiar
su garganta.

Bajando las escaleras, fue igual de rápida, solo con unos cuantos
tropiezos por la dormida. Si Dominic no hubiera estado bajando frente a
ella, DeeDee no hubiera sido capaz de mantenerse erguida y se hubiera
tambaleado por las escaleras, borracha.

DeeDee trató lo mejor que pudo en hablar como si no se fumara un


paquete de cigarros al día:

—¿Sí, Lucifer?

—Cuida a los gemelos mientras Dominic y yo salimos.

—De acuerdo. —Sonrió, yendo a mirar a los bebés—. Son tan lindos,
al igual que su pad…

—Vamos. —Lucifer empujó a Dom, sin prestarle atención a la


mujer.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Dom cuando salieron por la


puerta traerá y hacia el patio que era un área fangosa y desolada donde
el jardín mayormente se rehusaba a crecer, solo con unos cuántos
parches amarillos verdosos en ciertos sitios.

—Estás listo —dijo su padre, recogiendo una soda de lata vieja y


ligeramente arrugada que yacía en el patio. Llevándola hacia un muñón
a unos cuantos pasos, la dejó, luego regresó.

—¿Para qué?

Lucifer sacó la pistola detrás de su espalda.


—Para convertirte en un hombre.

Mirando fijamente al brillante metal, lo vio destellar mientras el sol


se reflejaba, prácticamente cegándole, pero no podía apartar la mirada.
Quería tanto estirarse y tocarlo, finalmente tocar la cosa que quería
más en el mundo, que lo acercaría un paso más a convertirse en el gran
forajido como Jesse James.

Ya había dejado la fascinación por el arma de juguete que le habían


dado a los dos años, cuando se dio cuenta que era para bebés porque
una bala nunca salió. Quería una verdadera, siempre mirando el arma
que su padre ahora sostenía hacia él. Pero nunca olvidaría lo que
sucedió cuando se había estirado para tocarla una vez que Lucifer la
había dejado en la mesa de la cocina.

Dominic había tenido tres años, y su padre había cubierto su


pequeña mano con la suya, deteniéndole antes de que pudiera ver cómo
se sentía. Lucifer solo dijo una cosa:

—Ese no es un juguete para un niño; es un arma para un hombre.

Luego, chasqueó su pequeña muñeca, rompiéndola. Sin decir nada


más, nunca había vuelto a intentarlo. Incluso ahora, estaba seguro que
era una prueba.

—Bueno, tómala —insistió su padre, empujándola cerca de él.

—¿En serio? —Dom apartó la mirada del arma para finalmente


encontrarse con los ojos de su padre, viendo que hablaba en serio—.
¿No me meteré en problemas?

—Lo harás si no la tomas. ¡Ahora agárrala! —espetó Lucifer.

Saltando, Dom lentamente se estiró, y cuando el metal cayó en su


mano, casi la deja caer, no esperando que sea tan pesada. Se sentía
diferente de lo que había creído, pero extrañamente correcto. Cuando la
levantó de nuevo, estuvo preparado para su peso.

—Bien, eres suficientemente fuerte para sostenerla.

Dom no desperdició tiempo apuntándola hacia la lata de soda y


apretar el gatillo, solo para escuchar el clic.

Lucifer rápidamente le arrebató el arma de su mano.

—¿Maldita sea, acaso te dije que dispares?


—Lo lamento. Yo no…

—No estás listo. —Su padre sacudió la cabeza y comenzó a alejarse.

—¡Lo estoy! —gritó Dominic a su espalda, prometiendo que lo


estaba. —. ¿Cómo se supone que iba a saber que no se me permitía
disparar?

—Primera lección, vas a aprender a la mala —escupió Lucifer,


arrebatando la mano de Dominic y colocándole la pistola de manera
correcta—. Cuando coloques tu dedo en el gatillo, debes estar
preparado para las consecuencias, ya sea que creas que la pistola está
cargada o no.

La mano de Dominic tembló cuando Lucifer levantó la pistola,


haciéndole apuntar hacia el pecho de su padre. Mirando hacia el cañón
que apuntaba directamente hacia el corazón de su padre, cada escena
de muerte que había visto en las películas del Lejano Oeste se reprodujo
en su mente, pero en lugar de vaqueros muertos, vio a su padre en una
piscina de sangre.

—Tu dedo se recuesta aquí… —Lucifer tocó el dedo índice de Dom


que estaba recostando a lo largo del final de la pistola—, hasta que
estés listo para disparar, y solo entonces colocas tu dedo en el gatillo.

Dominic sintió lágrimas en sus ojos mientras su padre forzaba su


dedo hacia el gatillo.

—Porque tienes que estar seguro de lo que sucede al otro lado


cuando aprietes el gatillo.

Clic.

Cuando su pare forzó a su dedo a apretar el gatillo, lágrimas


cayeron a sus mejillas y no porque tuviera miedo de matarlo, sino
porque le gustaba la idea de ello.

—Ahora. —Lucifer le hizo apuntar el arma hacia la lata de soda,


luego apropiadamente arregló su parada, mostrándole cómo sostener el
arma mientras miraba a través de la vista—. Vas a pararte allí hasta
que te diga que puedes moverte.

Dominic no dijo nada mientras su padre volvía a la casa, y sin


importar lo cansado que su pequeño cuerpo se sentía o lo mucho que
temblaban sus brazos por sostener la pesada arma, se quedó
perfectamente en su lugar sin su dedo en el gatillo. Porque una cosa
buena realmente sucedió: finalmente logró sostener la pistola con la que
había soñado.

Apuntando el arma hacia la arrugada lata de soda, se preparó para


el día en que estuviera cargada.

No fue hasta que lo último del sol estaba por irse, su padre regresó
para quitarle el arma, diciéndole que podía regresar adentro.

Cuando sus brazos cayeron a los lados, se sintió como si se


hubieran caído. Tuvo que asegurarse que seguían atados a él cuando
regresó corriendo de vuelta a la casa.

Entrando, observó a DeeDee colocar al gemelo llamado Matthias de


vuelta en su portador de bebé antes de colocar una botella en su boca.
La única razón por la que estaba seguro que era él, fue porque cuando
DeeDee fue a encontrarse con Lucifer en la cocina, vio a Angel sentado,
feliz.

Dominic asomó la mirada en la cocina, asegurándose que Lucifer no


estaba viniendo, antes de sentarse entre sus hermanos, luego agarró la
botella para sostenerla para Matthias.

Sentado allí, alimentó a su hermanito mientras balanceaba al otro


para que se quede dormido.

Supuso que dos buenas cosas sucedieron ese día:

Logró sostener un arma…

Y ya no estaba solo.
2
Paciencia

Dominic, 6 años

D
ominic estaba de pie en el mismo lugar donde siempre se
ponía afuera, la tierra ahora ligeramente hundida por su
constante peso. Yendo a través de los simulacros en los que
su padre le había entrenado, sacó la pistola de su cintura, la cargó, la
balanceó, apuntó, apretó el gatillo antes de colocarla de vuelta en su
cintura; luego repitió el proceso una y otra vez, hasta que el sol se
ocultó. El único problema era… no había pistola.

Había pasado todo un año desde que había tocado la pistola, doce
meses de simulacros de Lucifer sin arma, y su padre diciéndole que sea
paciente. Al principio, Dominic había pensado que solo sería una
semana hasta que tuviera la pistola de vuelta en sus manos, y cuando
eso no sucedió, estaba seguro que la conseguiría en un mes. Cuando
eso aún no sucedió, el tiempo comenzó a nublarse, y lo único que lo
mantenía en vela, era que la había sostenido una vez en sus manos. La
esperanza era todo lo que tenía para continuar, ser capaz de volver a
tocar ese precioso metal.

El cuerpo de seis años de Dominic había crecido un montón ese


año. Sus brazos se habían tonificado por los movimientos, aunque sus
manos no tenían peso. Sin saber para qué estaba entrenando, se veía
como un bailarín por lo preciso que se movía. Era casi… hermoso.

Lo que odiaba más era la estúpida lata de soda arrugada que tenía
que ver, aquella que su padre había colocado en el muñón. Durante
doce meses miró esa cosa, esperando poder explotarla hasta hacerla
añicos, como Jesse James lo hubiera hecho. La sucia lata era su
constante recuerdo de cómo no se había acercado ni un poco a volverse
el gran forajido que quería ser.

Dominic sintió la presencia de Lucifer antes de que abra la puerta


trasera. Era otra cosa en lo que su padre le había entrenado, aunque no
había sido intencional. Era el instinto de supervivencia que el niño de
seis años había logrado aprender para evitar ser golpeado por las tontas
razones que declaraba Lucifer.

Se sintió apenado por sus hermanos gemelos, quienes ahora


estaban comenzando a caminar. Los golpes irían a por ellos, y pronto.
Su tamaño era lo único que los había salvado hasta ahora. Esa era otra
cosa de la que se quejaba Lucifer: lo pequeños que eran para su edad.
Dominic podría haber tenido algo que ver con eso.

No permitía que sus hermanos coman de más, dándoles solo


suficiente leche y comida de bebé para evitar que tengan hambre. Hizo
todo para intentar retrasar lo inevitable, incluso si evitaba que sus
hermanos gemelos sean heridos —incluso por un mes—, entonces valía
la pena.

Él no había sido igual de suertudo que Angel y Matthias. Habiendo


nacido como un niño pesado, parecía «de seis meses de edad al salir del
útero», como a su padre le gustaba fanfarronear, orgulloso de la
estructura de su primer hijo. Entonces, cuando Dominic tenía seis
meses, ya había sido golpeado.

Viendo a su padre de pie frente a él, bloqueando su vista de la lata


de soda, él continuó su baile, nunca deteniéndose hasta que su padre le
daba la orden de hacerlo. Lucifer se estiró detrás de su espalda, y sacó
el arma.

—Estás listo.

Esta vez, Dominic no preguntó el motivo, y no dudó en tomar el


arma descargada.

Lo último que Lucifer le sostuvo hacia él, fue el cargador,


completamente lleno.

Dominic la tomó en su mano libre, pero no fue hasta que Lucifer se


movió del camino, dándole una señal de continuar, que él apretó el
gatillo en un rápido movimiento y balanceó el arma antes que las balas
volvieran, cada una golpeando la lata de soda hasta que lo único que
permaneció fue el pequeño pedazo de aluminio atado al borde. Dominic
entonces soltó el cargador, estirándolo hacia su padre para
devolvérselo, junto con la pistola caliente. Todo sucedió en menos de un
minuto.
Esa fue la primera vez que había visto una ligera sonrisa tocar los
labios de su padre, y casi lo asustó. Lucifer era un hombre asustadizo,
pero su sonrisa lo hacía ver aún más aterrador.

—Espera aquí —le dijo Lucifer, tomando el arma y el cargador antes


de volver adentro.

Él esperó afuera durante diez minutos antes que su padre


finalmente regrese, esta vez con un arma muy diferente en su mano.
Era un revólver negro matte, que requería cinco balas a ser cargadas
una por una, al igual que los que usaban en las películas del oeste que
le encantaba ver.

Lucifer le mostró cómo usarlo de manera apropiada. Primero cargó


las cinco balas, lo cerró con el borde de su muñeca, luego la inclinó y
disparó, golpeando el muñón justo al medio. La pistola sonó más llena
contra la explosión más pesada. Dominic también notó cómo la mano
de su padre voló más atrás de lo que había hecho con la otra pistola,
significando mucho más movimiento.

Lucifer retiró las balas, luego le entregó el arma vacía a su hijo


antes de darle las balas restantes.

—Quiero que la sientas, memorices cómo se siente en tus manos, y


la cargues. Te daré una hora con ella, pero será mejor que tenga cuatro
balas cuando regrese.

El miedo de su padre fue suficiente para evitar disparar esas cuatro


balas.

Dominic hizo lo que su padre le dijo, deleitándose con esos sesenta


minutos como si fuera la última vez que sostendría el revólver. Comenzó
un nuevo baile de nuevo, moviéndose de manera hermosa y asimilando
el peso y la sensación en su mente. La hora pareció infinita… hasta que
ya no lo fue.

—Eso es todo lo que obtendrás —dijo su padre, tomando la pistola


de sus manos.

El pequeño Dominic supo que se sentiría eterno antes que sus


manos volvieran a tocar ese revólver, mientras el ciclo comenzaba de
nuevo… sin arma.
Al día siguiente, cuando salió a practicar, una nueva lata de soda
había sido colocada en el muñón. Por suerte, no tuvo que mirarla
durante un año, solo tres meses.

Cuando Lucifer le dio el revólver para hacer su primer disparo,


había hecho explotar los pedazos restantes de la lata de Coca-Cola.
Después de eso, fue capaz de practicar disparar todos los días, con un
arma.

Durante los siguientes años, obtuvo diferentes armas, logrando


amaestrarlas una por una. Los objetivos se volvieron cada vez más
difíciles, y más lejanos, y más pequeños. Dominic se había vuelto tan
competente que superó a los vaqueros de sus películas favoritas, y fue
todo por la paciencia.

Esa era una de las cosas buenas que le había enseñado su padre.

Coincidentemente, aquellos fueron los últimos tres meses de paz


para Angel y Matthias, antes de que fueran golpeados hacia el otro lado
de la habitación.
3
Un gran viejo malo

Dominic, 7 años

P
reparándose un cuenco de cereal Fruity Pebbles,
accidentalmente salpicó un poco de leche en la encimera,
demasiado emocionado por volver a la película del oeste que
había regresado luego del comercial en la televisión. Era sábado, y sus
hermanos gemelos estaban dormidos en su habitación después de
haber almorzado, así que él podía ver su programa sin tener que
supervisar a Matthias para evitar que haga algo que lo meta en
problemas.

Cayendo en el sucio y plano sofá verde, tomó un enorme bocado de


su cereal azucarado que ocasionó que un poco de leche se deslice por la
esquina de su boca. Lo limpió con la palma de su mano antes de tomar
la cuchara y dar otro gran bocado.

Cuando la puerta principal se abrió, Dominic ni siquiera quitó la


vista de Clint Eastwood en la borrosa pantalla.

—Ve a tu habitación —ordenó su padre, después de cerrar la puerta


detrás de él.

Dominic se asomó para ver que su padre había traído a su nueva


enamorada.

Enamorada era lo que decían los niños en la escuela, pero no era así
como él llamaría a la mujer que venía a ver a su padre. Se supone que
debías gustar de tus novias, y a Lucifer no le gustaba nadie. Ni siquiera
sus propios hijos.

Lucifer levantó ligeramente la voz para que se apresure:

—Vamos.

—Ya casi termina. ¿Por favor, puedo ver el final y terminar mi


cere…?
—Dije, que muevas tu trasero, ahora.

No lo entendía. Siempre iban arriba al cuarto de su padre, y no era


como si no hubiera estado con Lucia durante el último mes. Ella no era
la mujer más linda que había estado con su padre, pero definitivamente
no era la peor.

Tomando un último gran y dulce bocado, estaba por saltar fuera del
sofá cuando Lucifer cruzó con rapidez la sala, tirando de él fuera del
sofá y salpicando su cuenco de cereal por todos lados.

—¡Solo estaba tomando un bocado más! ¡Me iba a parar! —gritó


Dominic cuando su padre comenzó a arrastrarlo por el suelo, primero
de la mano, luego se detuvo para agarrarlo por el cuello de su camisa
grande.

—Lucia, limpia esta mierda —dijo sobre los llantos de su hijo.

Rápidamente, una aterrada Lucia saltó y se puso manos a la obra.

Viendo su rostro antes de ser arrastrado por el pasillo, Dominic se


dio cuenta que algo era diferente. Nunca había visto a Lucia así. La
había visto saltar una vez cuando Lucifer le había alzado la voz, pero
nunca se había visto asustada. Tenía la misma mirada que Carla tuvo
antes de irse al hospital para dar a luz a sus hermanos.

Quería gritarle que corra, pero él mismo tenía miedo. No por su


vida, sino por la de Angel y Matthias. Si algo le sucedía a él, no sería
capaz de protegerlos.

Entonces, se dio cuenta. Colocando un rostro valiente, ya no luchó


con su padre mientras lo arrastraba hacia la habitación y luego lo
dejaba caer. Cerrando los ojos, esperó a que su padre lo golpee. En su
lugar, escuchó una puerta abrirse de a pocos.

Abriendo los ojos, vio a Lucifer lanzando fuera viejos y sucios trajes
de un armario y al suelo. Cuando caminó hacia él de nuevo, Dominic
estaba seguro que iba a golpearlo ahora, pero entonces, se sorprendió
cuando Lucifer lo arrastró al armario por la camisa.

—Cuando logres salir de aquí, chico, me estarás preguntando qué


tan rápido salir cuando te dé la orden.

La puerta del armario se cerró de golpe y lo envolvió la oscuridad, el


sonido del cerrojo empujando en la manija lo rodeó, haciendo eco en las
paredes del pequeño espacio.
Supuso que debía de estar asustado, pero no lo estaba. La
oscuridad no le daba miedo. Era pacífica, un regalo que evitaba que
veas los horrores del mundo. Los pequeños espacios no lo asustaban,
tampoco. Era cómodo, y lo mejor de ello era que, si él estaba allí, eso
significaba que su padre estaba afuera, incapaz de tocarlo.

—¡Una chica! —Escuchó a su padre rugir tan fuerte que llegó hasta
la sala de estar.

Rápidamente, Dom puso su oreja contra la delgada pared, tratando


de escuchar mejor. Hubo movimiento, y luego Lucia le gritó algo, pero
no pudo entender qué decía ella a través de las lágrimas.

—O te deshaces de ella, o yo te ayudaré a hacerlo.

Dominic retiró su oreja de la pared, sabiendo lo que vendría


después, antes que el disparo siquiera suene por la casa. Estuvo en
silencio durante un segundo, y luego el miedo finalmente se situó en
Dominic cuando escuchó a los gemelos llorar en su habitación.

Lucifer odiaba cuando ellos lloraban. Angel había aprendido rápido,


como Dom, después de que sus pequeñas piernas fueran pinchadas.
Pobre Matthias, solo lo hacía llorar más fuerte. Sus huesudas piernas
estaban cubiertas de moretones púrpuras y azules.

Preguntándose si sería suficientemente fuerte para derribar la


puerta, contempló si escapar sería lo correcto; asustado que solo
enojaría más a su padre, o peor, lo mantendría más tiempo encerrado
aquí, incapaz de proteger a sus hermanos. Una pequeña cantidad de
esperanza llegó cuando Angel dejó de llorar, y nunca escuchó los pasos
de su padre viajar por el pasillo.

No supo cuánto tiempo había estado allí cuando escuchó abrirse la


puerta principal, luego la ruidosa boca de DeeDee.

Soltando un suspiro de alivio, Dom estaba feliz que su llamada


niñera estuviera aquí. Al menos ella cuidaría de los gemelos y evitaría
que Matthias llore.

Bostezando, se recostó en el sucio y frío suelo de madera,


acariciando la mano con la que Lucifer lo había arrastrado. Estaba
ligeramente hinchada, pero estaba bien. Dominic encontró eso extraño,
pero antes de poder descubrir qué era extraño de ello, la oscuridad no
solo lo envolvió, sino también cubrió su mente mientras caía dormido.
La luz enfocando su rostro como cientos de soles lo tuvo
despertando de su profundo sueño.

Lucifer lo estudió duramente durante un momento, como si buscara


algo antes de irse.

—Es lunes; tienes escuela.

¿Lunes? Temblando, Dom se quedó rígido, tratando de


acostumbrarse a la luz después de estar en completa oscuridad. Salió
de la habitación hacia el baño, rápidamente aliviándose y aseándose
después de pasar lo que había sido el resto de la semana en esa caja,
sin poder creerlo.

Vistiéndose y agarrando su pequeña mochila de su habitación, fue


por el pasillo y hacia la sala de estar, viendo a sus hermanos jugar en el
suelo con unos viejos bloques.

—¡Bubba! —gritaron emocionados, saltando para correr y darle un


abrazo.

—N-nosotros te e-extrañamos —dijo Angel, tartamudeando algunas


palabras.

—Yo también los extrañé. —Dominic les dio un gran apretón a


ambos—. Tengo que ir a la escuela, pero volveré más tarde. Ahora,
vayan a seguir jugando con sus bloques, ¿de acuerdo?

—Shi. —Angel agarró la mano de Matthias, haciendo que vuelva a


jugar con los bloques como su hermano mayor les había dicho.

Notando el nuevo sofá de cuero marrón, Dominic ni siquiera había


pensado sobre lo que había ocurrido aquí hace dos días. Aunque era
joven, se preguntó qué decía eso sobre su edad.

Había escuchado el término, «tal padre, tal hijo», y ahora mismo, no


pensó mucho en Lucia y su muerte, sino en lo hambriento que estaba.

Yendo a la cocina después de escuchar rugir su estómago, su padre,


quién se estaba preparando una taza de café, lo detuvo.

—Vas a llegar tarde.


El estómago de Dom se pudo escuchar rugiendo de nuevo.

—Pero tengo hambre.

—Por eso te alimentan en la escuela. Ahora ve, o tendré que ir ahí y


decirles que se metan en sus propios asuntos cuando me pregunten
porqué siempre llegas tarde.

Dejó caer su cabeza. Eso era lo último que quería; incluso el director
lo miraba con miedo en sus ojos. La única adulta que siempre era
buena con él era su profesora, la Srta. Smith, y si su padre visitaba la
escuela, quizás ella dejaría de ser buena con él.

Dominic salió de la casa hoscamente, silenciosamente cerrando la


puerta detrás de él y comenzando su viaje hacia la escuela sin siquiera
tomar un sorbo de agua.

No le importaba caminar a la escuela, ya que significaba no pasar


tiempo con Lucifer. Aunque vivían en una parte pobre del pueblo que
llamaban Blue Park, nadie lo molestaba; mayormente porque todos en
este lado de las vías del tren sabía quién era su padre, y al igual que en
la escuela, todos se mantenían alejados de él. Nadie siquiera le
importaba conocer a Dominic; todos obtenían la información que
necesitaban simplemente por su apellido.

Pasando la estación de gas por la que caminaba todas las mañanas,


se detuvo para contemplar entrar y robar algo para comer ya que no
tenía dinero, pero entonces sus ojos fueron atraídos hacia una mujer
que estaba sentada afuera con su pequeño niño. Los había visto
alrededor del pueblo a través de los años, siempre cocinándose en el sol
o congelándose en el frío. Hoy, estaban cubiertos de suciedad, y nunca
había notado lo delgados que eran hasta que su propia hambruna se lo
hizo notar.

Mirando a su hijo indefenso, que veía un par de años menor que él,
le recordó lo hambriento que podía llegar a estar.

Dom solo había pasado una semana sin comida; ¿cuánto tiempo
había pasado para la madre y su hijo? Esperaba nunca saberlo. Así que
bajó la cabeza y continuó a la escuela, incapaz de robar comida o comer
por sí solo sabiendo que ellos estaban también hambrientos.

Pateando una roca, la observó tropezar a través de la rota acera,


solo pensar sobre el hecho que se estaba muriendo de hambre y no
sobre los crímenes de su padre.
Dándose cuenta de ello, murmuró:

—Tal vez ellos tienen razón en mantenerse alejados de mí.

La caminata pareció eterna, y para cuando llegó a su clase y tomó


asiento en su escritorio, prácticamente cayó en su asiento.

—Dominic, ¿te sientes bien? —La Srta. Smith vino antes que
empezara la clase y colocó su mano en su sudorosa frente para sentir si
tenía fiebre—. Debería llamar a tu padre para que te recoja…

—¡No! —Rápidamente se limpió el sudor con la palma de su mano,


tratando de pensar en qué decir—. Y-yo solo me olvidé de tomar
desayuno esta mañana antes de venir caminando, eso es todo.

La Srta. Smith lo estudió por un minuto. Estuvo agradecido cuando


no lo cuestionó más. En su lugar, fue hacia su bolsa al lado de su
escritorio y luego volvió, entregándole una botella cerrada de agua y
una caja de caramelos.

—A veces se me bajan los niveles de azúcar si no tomo un buen


desayuno. Esto ayudará, pero no te los comas de un solo golpe, ¿de
acuerdo? Solo intenta chupar algunos y cuéntame si no te sientes mejor
antes del almuerzo. Podría ir a la cafetería y ver si puedo conseguirte
algo.

—Gracias Srta. Smith —dijo Dominic, mientras sonaba la campana


y ella se aseguró que todos los estudiantes se sentaran.

Tomó todo de él no tomarse de golpe el agua mientras la abría y


colocaba el líquido en sus labios. Se aseguró de solo beber la mitad, no
queriendo alarmar a la profesora. Desenvolviendo el caramelo, fue como
el cielo cuando probó el pedazo azucarado de cereza. Dejó que envuelva
su boca durante minutos, chupando el sabor hasta que se convirtió en
un pequeño pedazo y su paciencia por no comer se había desvanecido.
Se sintió mejor inmediatamente, como si los pequeños caramelos fueran
medicina para curar la hambruna.

Toda la mañana comió los caramelos uno por uno hasta que solo
quedaban unos cuantos. Cuando la manija del reloj estaba por alcanzar
la hora de almuerzo, temía que alguien se robara su caja de caramelos
—después de todas las miradas de envidia que había obtenido—, así
que escondió cuidadosamente los caramelos en su pequeño bolsillo de
pantalón, luego tiró la caja mientras todos salían en una sola fila.
Llegando al comedor, y oliendo la comida, hizo que su estómago
gruña de nuevo. Deseaba haberse parado suficientemente rápido para
estar al frente de la línea en lugar de atrás, pero pacientemente esperó
hasta que consiguió su bandeja de bajo presupuesto y se sentara.

No era su comida favorita de la escuela, pero definitivamente no era


la peor, y definitivamente no era la horrible comida de DeeDee.
Prácticamente inhaló su leche chocolatada y carne con y papas
aplastadas con salsa. Incluso se comió los chícharos, aunque pensó que
sabían a vómito aplastado. Salvó su pequeña fruta para el final,
saboreándola y no inhalando como el resto, queriendo que limpie la
horrible comida que acababa de comer.

Cuando la profesora regresó para recogerlos en la cafetería, miró su


plato vacío.

—¿Comiste suficiente Dominic?

—Sí, Srta. Smith. Me estoy sintiendo mejor ahora.

—Bien. —Le sonrió dulcemente antes de dirigirse a los demás


chicos—: De acuerdo, fila india, por favor. Es tiempo del receso.

Emocionados, todos los chicos se alinearon, pero a Dom no le


importó en qué lugar de la fila estaba. En el recreo, siempre tenía que
pedir jugar cualquiera de los juegos divertidos, como juego de etiqueta.
Siempre le dejaban jugar, pero nunca era divertido porque le dejaban
ganar. Incluso si estaban en equipos, su equipo siempre ganaba.

Así que, cuando salió hoy, hizo lo que usualmente hacía y jugó por
sí solo a la jungla. Subiendo al enorme domo de plata, comenzó a trepar
las barras hasta lo alto, hacia su lugar favorito donde le gustaba
sentarse. Yendo sobre la pequeña curva, vio a un chico ya sentado
arriba. Estaba por sentarse en la barra dónde él estaba cuando los ojos
del niño se ampliaron al verlo. El niño ni siquiera le dio una
oportunidad a Dominic de decirle que podía sentarse ahí, antes de
moverse rápidamente, bajando de la estructura.

¿Tal vez era culpa de Dom? Podría haberlo intentado mejor, podría
haberle gritado que se podía sentar con él, pero no lo hizo. En su lugar,
mantuvo su boca cerrada y tomó su lugar favorito.

En lo alto de su domo, miró a todos los niños riendo y corriendo. Tal


vez soy malo también.
—¡Es tu culpa que hayamos perdido!

Escuchando al niño gritar debajo de él, Dom bajó la mirada para ver
a un niño rubio molestando a Bristol, una niña que estaba en clase de
la Srta. Smith con él.

—¡No! ¡Tú me lanzaste muy fuerte la pelota hacia mí! ¡No pude
atraparla! —La niña sacudió la cabeza con tanta fuerza que sus colitas
rubias volaron con el viento.

—¡Eres tan estúpida!

Bristol jadeó como si le acabaran de decir una mala palabra.

—Es correcto; tú solo eres una… —El niño sonrió con malicia,
claramente contento de haber golpeado un punto débil, y dijo las
siguientes palabras con tanta rudeza que prácticamente escupió sobre
todo su rostro—: ¡tonta… estúpida… rubia!

Algo dentro de Dominic chasqueó cuando vio los ojos de Bristol


llenarse de lágrimas.

Agarrando el pasamanos debajo de él, rápidamente se bajó y dejó ir


la barra. Sus pies golpearon el suelo con un golpe, ocasionando que un
poco de polvo se eleve mientras caía directamente entre los niños.

—Si las rubias son tan estúpidas, ¿entonces, en qué te convierte eso
a ti? —preguntó Dom, de pie cara a cara con el niño molestoso—. ¿O
eres tan jodidamente estúpido que olvidaste el color de tu propio pelo,
Kayne?

Los niños que se habían reunido alrededor del gimnasio de la selva,


dijeron: Oooo.

Los ojos dorados de Kayne que encajaban con su pelo se


entrecerraron.

—Todos saben que las rubias tontas solo pueden ser rubias.

Dom cruzó sus brazos.

—¿Dice quién?

—¡Mi padre!

—Bueno, tu padre es igual de estúpido que tú si crees que el color


de tu pelo te hace tonto.
—¡Y tu padre está loco! —Los ojos dorados de Kayne brillaron contra
el sol mientras tomaba un paso adelante, justo contra el rostro de Dom,
aunque Dom era más grande que él—. ¡Eso es lo que me dijo mi padre!
¡Dijo que debería mantenerme muy alejado de ti!

Dominic bajó la mirada hacia él, enfocándose en sus ojos.

—Supongo que no es tan estúpido como pensé, entonces.

El chico rubio alzó la mirada hacia él durante un minuto,


claramente decidiendo si quería pelear, como estaban gritando los niños
alrededor. Entonces Kayne finalmente se alejó con una promesa clara
en sus ojos; la próxima vez, él no sería el que se alejaría.

Con un suspiro prolongado de los estudiantes rodeando el domo,


todos se alejaron.

Dom se giró hacia Bristol y dijo:

—¿Estás bien?

—Sí —dijo Bristol, sorbiendo por la nariz.

—Lo lamento. Kayne escoge a las chicas porque teme demasiado


escoger a alguien de su propio tamaño.

—Está bien. —Se limpió las lágrimas de las mejillas con la palma de
la mano—. Los chicos solo se fijan en ti cuando les gustas.

Las cejas de Dominic se juntaron mientras se preguntaba dónde


diablos ella había escuchado eso.

—No, solo significa que él es un maldito acosador.

—¿En serio? Porque eso es lo que mi mami me dijo. —El labio


inferior de Bristol hizo un puchero—. Entonces, ¿no significa que le
gusto a Kayne?

—Si le gustaras, no te hubiera llamado estúpida. Tú no llamarías a


tus amigos con nombres malos, ¿verdad?

—No, nunca haría eso.

—Ves —le dijo, preguntándose si las mujeres alrededor de su padre


pensaban exactamente lo mismo. Sin embargo, él sabía por qué Lucifer
era malo con ellas, y no era porque les gustara—. No deberías permitir
que los chicos sean malos contigo, incluso si les gustas.
Finalmente, por la forma en que lo había puesto, ella se dio cuenta
de las estúpidas palabras de su madre.

—Guau. Entonces, ¿Kayne realmente es solo un gran viejo malo?

—Sí. —Dom se rió—. Si vuelve a molestarte, solo dime y me


aseguraré que nunca más lo haga.

—Gracias Dominic. —Bristol le dio una gran sonrisa, revelando que


sus dos dientes frontales no habían crecido del todo—. ¿Quieres venir a
jugar rayuela conmigo?

—Eh…

Era la primera vez en mucho tiempo que alguien le había pedido


jugar, y si hubiera sido el viernes pasado, le hubiera dicho que sí sin
pensarlo dos veces; pero hoy, se encontró en una encrucijada. Estaba
por decir que sí cuando escuchó el grito final de Lucia en su cabeza.

Temo herirla.

—No me gusta rayuela, pero gracias de todos modos.

Dom agarró la barra más cercana, corriendo lejos de ella antes que
le ofreciera trepar con él. Le hizo sentir realmente horrible observar a la
triste Bristol alejarse mientras él trepaba a lo alto de su domo.

Alcanzando su lugar, se sentó y tomó una profunda y larga


respiración. Entonces, cerrando sus ojos con fuerza, comenzó a repetir
las palabras para sí mismo, silenciosamente:

—No soy bueno. No soy bueno. No soy bueno.


4
Un malo hijo de puta

Dominic, 8 años

D
om entrecerró los ojos hacia el objetivo minúsculo que
Lucifer había colocado en el nudo del árbol. Apretó su
agarre en la pistola mientras se preparaba para tirar del
gatillo.

—¿No tienes miedo que se dispare en el ojo?

La voz que escuchó de la puerta trasera no rompió su


concentración. Esperó hasta que la bala se disparó, luego se giró.

Dominic no colocaría un nombre al hombre que acababa de salir, de


pie al lado de su padre; solo le había visto unas cuantas veces antes y
siempre en plena noche.

El hombre nunca había entrado a la casa, y Dom tampoco lo había


visto de día. Se veía como un personaje ensombrecido de noche, pero
ahora mismo en plena luz del día, Dom lo miró con asombro.

La chaqueta marrón de cuero que llevaba se veía suave ante el uso


mientras por dentro se veía cálida, forrada en lana. El enorme collar de
piel de carnero crema enmarcaba el rostro sin afeitar del hombre y su
ondulado pelo marrón. Se veía como un personaje, pero no el típico, no
de este lado de Blue Park. Le recordaba a Dominic de los hombres en
las películas del oeste. No era solo su saco que le daba esa vibra, sino
sus botas a juego de cuero marrón y sus pantalones vaqueros apretados
y lavados, de marca Levi.

Guau, se ve como un malo hijo de puta…

—No —respondió Lucifer, mirando el pequeño objetivo que su hijo


acababa de golpear.

El hombre buscó dentro de su saco de cuero marrón y sacó una


larga y delgada caja; sacando un cigarrillo, entrecerró los ojos hacia
Dominic.
—¿Nadie será capaz de decir que eres el padre del año, eh, Lucifer?

Los ojos jóvenes de Dom se ampliaron, sorprendido por la forma en


que el hombre le estaba hablando a su padre.

—¿Qué estás haciendo aquí Anthony? —Lucifer no estaba molesto


ante el sarcasmo, que siguió sorprendiendo a Dominic.

El hombre se dio vuelta y miró directamente sus ojos avellana


mientras Dom tragaba con fuerza ante el alto hombre cerniéndose sobre
él.

—Buen disparo. ¿Puedes hacerlo de nuevo?

—Dom puede hacerlo cada jodida vez que yo le diga —respondió


Lucifer.

Anthony continuó mirándolo a través del humo que soplaba.

—Él no es igual a su padre, ¿verdad? —Anthony le guiñó el ojo


mientras insultaba a Lucifer—: Tu viejo no podía golpear un objetivo a
menos que se colocara los lentes. Tiene la vista como la mierda.

Dom giró su cabeza entre los dos hombres, esperando que Lucifer lo
mate ahí mismo ante la forma malcriada que estaba hablando Anthony.

No, él es el malo hijo de puta.

Anthony comenzó a reírse, girándose hacia su padre de nuevo.

—El niño parece que va a orinarse encima. No te preocupes, chico,


Lucifer sabe que solo estoy bromeando.

—Tus bromas conseguirán que seas enterrado a seis pies bajo tierra
un día —le advirtió su padre.

—No me matarías por una indefensa broma. —Tomando otra calada


de su cigarrillo, preguntó—: ¿Quién puede confiar tanto como yo, y
quién haría el trabajo sucio por ti?

Lucifer no debe haber tenido una buena respuesta, ya que su rostro


se puso rojo de enojo.

—¿Qué estás haciendo aquí? No me serás útil si nos encierran en


prisión.

—Tranquilo. Me presté un auto para conducir hasta aquí.


—¿De quién?

—Urie.

—¿No quería pagar? —El rostro de Lucifer se puso de un rojo más


fuerte.

Anthony se encogió de hombros bajo su abrigo.

—No. Te dije que no lo haría. Tiene principios.

—¿Lo dejaste a solas en el auto?

Dejando caer las cenizas del delgado cigarro, Anthony se volvió a


encoger de hombros.

—No te preocupes; no está en ninguna forma para escapar, incluso


si lograr salir del maletero. —Buscando en el interior de su bolsillo para
sacar un conjunto de llaves de auto, las lanzó hacia Lucifer—. Me
imaginé que querrías darle un pedazo final de resistencia en persona.
Te llamó un aspirante Caruso.

Dominic se quedó completamente quieto, asegurándose de no atraer


la atención de Lucifer hacia él ante la rabia apocalíptica que
ensombreció el rostro de Lucifer.

—Quédate aquí con los niños; DeeDee ha salido a la licorería —siseó


su padre.

Dom no soltó el aliento tembloroso hasta que Lucifer se fue del


patio.

—Entonces, ¿puedes hacer el disparo de nuevo? —preguntó


Anthony con una sonrisa, volviendo la mirada hacia él.

Él asintió.

—Sí.

—Muéstrame.

Dominic se giró para enfrentar el objetivo, levantó el arma hacia el


árbol, y disparó.

Anthony asintió hacia él, con aprobación.

—Maldición. Eres bueno, chico. Mejor que yo, sin duda. —Dejando
caer el cigarrillo al suelo, aplastó lo poco que quedaba debajo del talón
de su bota de cuero—. ¿Tu viejo te ha enseñado la lección más
importante sobre las armas?

Rápidamente pensó en lo que Lucifer le había enseñado, tratando de


determinar qué sería considerado más importante, cuando el arma de
repente fue arrancada de su mano y sus pies se desbalancearon debajo
de él.

Anthony se rio ante él, guardando la pistola al frente de sus


pantalones.

—Cualquier hijo de puta puede robártela a menos que tengas la


suficiente fuerza para sostenerte a ella.

Dom observó mientras Anthony se inclinaba hacia abajo, estirando


su mano, pero no la tomó.

—No te preocupes chico, no te castigaré cuando te doy una lección.

Aquellas palabras no lo detuvieron cuando rodó de lado, poniéndose


de pie sin ayuda.

—Siempre espera que alguien patee el suelo debajo de ti. Si


permites que un hijo de puta te ponga al suelo, ya has perdido. Párate
así. —Anthony se paró con los pies un poco separados, un pie
ligeramente adelante—. De esa forma, serás capaz de mantener el
equilibrio.

Asintiendo, Dominic cuidadosamente mantuvo sus ojos en los pies


de Anthony, sin ver la cachetada viniendo antes que fuera demasiado
tarde. Evitó que su mano se dirija hacia su picante mejilla.

—Lucifer puede haberte enseñado cómo usar un arma, pero no te


ha enseñado ni mierda sobre protegerte, ¿verdad? —dijo Anthony
casualmente, buscando en su abrigo para sacar sus cigarrillos y
encenderse otro.

—No —admitió Dom después de unos minutos.

—¿Sabes por qué? —preguntó a través de sus labios apretados,


mientras soplaba el humo hacia él.

Dom sacudió su cabeza lentamente.

—Entonces déjame educarte. Él te dio un arma que puede quitarte


en cualquier jodido momento. Saber cómo pelear, ahora eso es algo que
no puede quitarte, y Lucifer no tiene control sobre cómo lo usas en
contra de él. Tal vez quieras darte un tiempo y espacio de disparar a
objetivos para endurecer aquellos músculos débiles que tienes.

—Sabes cómo pelear —afirmó Dominic, encontrando el coraje,


asegurándose que Lucifer no estuviera cerca para escuchar.

Anthony se rio, dejando caer cenizas de su cigarrillo.

—¿Estás pidiendo mi ayuda?

—¿Lo harías?

Anthony entrecerró sus ojos hacia él, luego levantó la mirada hacia
la distancia, como si debatiera su respuesta.

El hombre podría haberle hablado a Lucifer, pero Dominic vio miedo


atravesar el rostro de Anthony antes de volver su mirada hacia él.

—¿Por qué no? Mientras lo mantengamos entre nosotros.

—Puedo hacer eso —acordó.

—Eso significa que no le contarás a nadie, ni a tus hermanos, y


especialmente no a DeeDee. La maldita perra es capaz de romperse una
pierna para contarle a Lucifer.

—No le diré a nadie —prometió solemnemente Dominic.

—¿Entonces por qué no? —Anthony le dio una palmada dura en el


hombro que casi lo envió de regreso al suelo—. Mi departamento está al
otro lado de la calle de tu escuela. Número 234. Usualmente estoy en
casa los martes y jueves por las tardes. Puedes ir ahí quince o veinte
minutos antes de regresar a casa.

Dom no quería saber si era el frío viento soplando o la forma astuta


en que Anthony lo estaba mirando lo que envió escalofríos por su
espalda.

—Será mejor que entres, niño. Parece que vas a congelarte el


trasero.

Mirando a sus pies, Dominic mató un penacho muerto de jardín.

—No puedo volver adentro hasta que Lucifer me lo diga.

Anthony puso los ojos en blanco ante él mientras se quitaba el


abrigo para colocarlo alrededor de sus hombros. El pesado peso lo
envolvió en capas de calidez.
—Eso te mantendrá caliente. Voy a asegurarme que los otros rugrats
no estén por quemar la casa. Ve a ver cuántas veces puedes levantar
ese tronco hasta ahí hasta que yo vuelva.

Observándolo irse, Dom miró hacia los gruesos músculos expuestos


bajo la camisa de manga corta de Anthony, luego fue a recoger el tronco
después de meter sus brazos en los grandes huecos del abrigo. El
abrigo era más pesado que el tronco.

En el marco de la puerta, Anthony se detuvo para reírse de él,


viendo su predicamento.

—El saco hace al hombre —citó Anthony—. Tus músculos son


suficientemente fuertes para llevar el saco o sostener el tronco —dijo, en
forma burlona—. Escoge cuál es más importante… congelarte el trasero
o sudar un poco. —Entrando, Anthony no esperó a ver cuál escogía.

Dominic cuidadosamente se quitó el abrigo de cuero marrón y lo


colocó en una vieja y sucia silla antes de volver a recoger el tronco.
Todavía estaba levantando el tronco y dejándolo, cuando Anthony volvió
afuera y comenzó a oscurecerse.

Anthony caminó hacia él para tomar el tronco y colocarse el abrigo.

—¿Cuántos?

—Doscientos tres.

—Mejor de lo que esperaba. Toma un baño caliente cuando Lucifer


vuelva. Tus hombros van a doler como un hijo de puta mañana.

Moviendo la silla, la colocó detrás de Dom.

—Toma asiento. Parece que te vas a desmayar.

—No puedo…

—Déjame adivinar; te meterás en problemas si te sientas.

Dom estaba asintiendo con la cabeza cuando Lucifer volvió,


gritando:

—Dom, mete tu trasero aquí. DeeDee necesita ayuda cargando las


verduras del auto.
Dirigiéndose hacia la puerta, pasó cansado al lado de Lucifer. Justo
mientras comenzaba a caminar a través de la puerta, Lucifer lo empujó
contra la manija y le arrancó el abrigo de Anthony de sus hombros.

—Si hubiera querido que él tenga una chaqueta, le hubiera dado


una —le ladró Lucifer a Anthony.

Anthony se encogió de hombros, tomando el abrigo de Lucifer y


colocándoselo.

—Mi error.

—No interfieras en la manera en que crío a mi hijo.

—Como dije… —Anthony levantó ambas manos en forma de


disculpa—, mi error. ¿Te deshiciste de Urie?

—Sí. Conduce su auto de vuelta a su negocio y asegúrate que nadie


te vea saliendo de él. No puedo darme el lujo que mi ejecutor sea
encerrado ahora mismo.

Ejecutor. El título del hombre rebotó como una bala a través de su


mente.

—No importará si alguien lo hace; mantendrán cerradas sus bocas


—murmuró Anthony, ignorando a Dom mientras caminaba entre
Lucifer y él.

—Anthony… —Lucifer lo detuvo antes de que se pueda ir—. La


próxima vez, jodidamente no traigas a alguien a mi casa para que yo
termine el trabajo.

—Lo haré. Tú eres el jefe.

—Recuerda eso —le advirtió de forma amenazadora el jefe Luciano.

—No tendré que hacerlo. Nunca me dejas olvidarlo.

Dominic bajó sus ojos cuando la mirada de su padre regresó a él.

—¿Qué estás esperando?

—Nada —murmuró rápidamente, corriendo adentro, luego corriendo


afuera de la puerta principal para recoger dos bolsas de papel que
DeeDee había dejado en el asiento trasero. Las botellas de licor de
adentro resonaron por la desequilibrada forma en que las estaba
sosteniendo, el dolor en sus brazos y hombros comenzando.
—No te olvides de tomar un baño caliente —le informó Anthony
mientras se subía al asiento del conductor del vehículo robado.

—No lo haré —susurró Dominic, como si Lucifer pudiera escucharlo


desde el interior de la casa.

Mientras Dom utilizaba su cadera para cerrar la puerta del auto,


Anthony encendió el auto, silenciosamente bajando la ventana a su
lado.

—Es mejor mantener la boca cerrada —le dijo el enigmático


personaje.

Dominic presionó sus labios juntos ante el significado de Anthony,


dándole un entendimiento silencioso.

Cargando las llamadas verduras adentro, una sensación


abrumadora lo golpeó por primera vez en su vida… podría acabar de
hacer un amigo. Pero no solo un amigo, un amigo secreto que Dom
sentía estaba de su lado. Incluso si eran solo los dos los que lo sabían.

Dominic podía lidiar con eso, era uno más de lo que jamás había
tenido.
5
El pequeño secreto en el cañón

Dominic, 10-11 años

D
ominic se sentó en la oscuridad, a ciegas buscando en el
bolsillo de su pantalón. Sacó uno de los caramelos que
mantenía consigo todo el tiempo. Desenvolviendo la
envoltura, lo puso en su boca, lentamente chupando el sabor a cereza
para poder hacerlo durar tanto como podía.

Era un truco que había aprendido ese día, tanto tiempo atrás. Su
antigua profesora, la Srta. Smith, había llamado a su padre justo
después de la escuela, preocupada de que Dominic tal vez no estaba
comiendo suficiente. Nunca se olvidaría el momento en que atravesó esa
puerta y encontró a Lucifer esperándolo. Lo había arrastrado al armario
para sentarse durante otra noche sin comida o agua.

El caramelo que su profesora le había dado y salvado, y desde


entonces, no había pasado un día sin un poco de ellos en su bolsillo.
Cuando se le acababan, pasaba por una estación de gas y los compraba
con el cambio que lograba agarrar en la casa. El cambio, eran las
monedas que su padre no se molestaba en contar, así que nunca
notaba cuando faltaban unos cuántos centavos.

Chupando el caramelo hasta que desapareció el último sabor en su


lengua, Dom se quedó de pie en los pequeños confines del armario,
estirando sus piernas, antes de comenzar un conjunto de ejercicios. Lo
mantenía ligero, con cuidado de no sudar mientras hacía conjuntos de
diez saltos de tijera, saltos de rodilla, sentadillas, lagartijas,
abdominales, e incluso tracciones en el palo de madera que una vez
sostuvo los viejos trajes.

Dejando ir la barra, sus pies golpearon el suelo en la oscuridad, y


entonces decidió pasar el tiempo de la única forma que lo mantenía
cuerdo. Dominic se recostó en el suelo helado, teniendo que acurrucar
cada vez más sus piernas contra su pecho por el paso de los años. Se
sentía mal por encontrar su propia clase de paz aquí, donde estaba a
salvo de su padre. Donde todas las responsabilidades que colocaba en
sí mismo para cuidar de sus hermanos, se desvanecían. Odiaba eso de
sí mismo, esa pequeña parte de sí que gustaba de estar encerrado
mientras Angel y Matthias eran forzados a defenderse solos. Y mientras
eso tenía su atractivo, lo odiaba cada vez más cuando era forzado a
visitar el armario, cuando era forzado a mirar dentro de sí mismo.
Podría estar oscuro aquí, pero el espejo de su reflejo era visible en la
oscuridad…

El cumpleaños número diez de Dominic no fue como el de cualquier


otro niño de su edad. No hubo pastel o celebración; ni siquiera un feliz
cumpleaños de su padre. En su lugar, Lucifer vio el día, no como uno
para celebrar, sino como un hito donde Dominic estaba mentalmente
capacitado para lo siguiente en su entrenamiento.

—Cualquiera puede disparar un arma —le dijo Lucifer mientras


tomaba asiento en la antigua mesa de la cocina—. Y solo porque no
puedas golpear un jodido objetivo a unos cuantos pasos, no significa que
seas especial.

Eso era un dicho que escuchaba casi todos los días. Su padre
constantemente le recordaba lo no especial que era, sin importar cuántas
veces golpeara el dado en el blanco, o cuán lejos eran colocados los
objetivos.

—Pero aprender cómo cuidar de tu arma, saber para qué sirve cada
pieza… eso te convierte en un maestro.

Asintiendo, Dominic escuchó cuidadosamente, preparado para


memorizar cada paso que estaba por enseñar, porque si fallaba, el
castigo sería severo.

—Limpiar tu arma parece fácil, pero es aquí donde los hombres


cometen los errores más estúpidos, porque se supone que es simple.
También es pagar el precio más grande si accidentalmente disparas un
arma en casa. Entonces, cuando te sientas a limpiar tus armas, la
seguridad es primero. Se descarga, luego se revisa la recámara.

Observó a su padre liberar el cañón, y aunque Dominic estaba seguro


que no había una bala ahí, y sabía que su padre también estaba seguro,
Lucifer igual revisó, balanceando el arma para asegurarse que no saliera
ninguna bala.

Continuando su observación, Lucifer entonces abrió el arma


lentamente, enseñándole cómo hacer cada paso hasta que las cuatro
piezas yacían en la mesa. Cuatro piezas que no eran nada más que
pedazos de metal, pero juntos, lo convertían en un arma mortal.

Dominic no pensó que lo olvidaría. Algo sobre ello tenía significado,


incluso para un niño de diez años.

La luz tocando su rostro siempre lo despertaba cuando la puerta del


armario era abierta, a diferencia de cuando dormía en su propia cama;
entonces, se escucharon los pasos de su padre.

Lucifer lo miró durante un segundo largo, como siempre hacía. Dom


nunca entendía por qué hacía eso o qué estaba buscando, pero siempre
se alejaba insatisfecho.

Dejando el armario, nunca era su cuerpo el que lo traicionaba; era


la luz. Todavía no había encontrado un remedio para eso y no creyó que
lo haría.

Su primera parada siempre era el baño, usándolo y limpiando la


suciedad. La segunda parada era revisar a sus hermanos, pero cuando
entró a la sala de estar, no estaban ahí.

—¿Dónde están los gemelos? —le preguntó Dom a Lucifer, quién


estaba sentado en la mesa, contando su dinero mientras todas sus
armas yacían frente a él en el asiento vacío donde usualmente se
sentaba.

—Se fueron por una siesta, pero puedes ir a despertarlos. La cena


ya está lista. —Fue DeeDee quien respondió, con su voz áspera.

Lucifer sacudió su cabeza, señalando a Dominic para que se


sentara.

—No comemos hasta después que Dominic limpie las armas.

—De acuerdo entonces. —DeeDee cerró la olla, luego agarró sus


cigarros y encendedor y se dirigió al sofá.

Si su boca pudiera hacerse agua, lo haría, incluso por el asqueroso


espagueti que a DeeDee le gustaba hacer con kétchup. Era como beber
el grueso líquido rojo directamente de la botella con un
acompañamiento de fideos. Pero con su estómago gruñendo, incluso eso
sonaba bien ahora mismo.

Su seca garganta apenas lo dejó tragar mientras tomaba asiento


frente a su padre.
Agarrando primero su arma favorita —la Glock—, sintió el peso de
ella inmediatamente. Por instinto, supo el pequeño secreto en el cañón.

—¿Cuánto tiempo estuve ahí? —preguntó a su padre mientras


desarmaba la cacerina vacía.

Las pupilas negras de Lucifer lo miraron con frialdad antes de bajar


la mirada hacia la pistola.

—Tres días.

El dedo del gatillo, que estaba asegurado bajo el cañón como su


padre le había enseñado, tembló ligeramente… justo antes de balancear
la parte de arriba, enviando a rodar la dorada bala que había estado
escondida en la recámara de manera segura.

Había sido una prueba. Lo supo al segundo en que vio la cara de


superioridad de su padre, pero continuó limpiando el arma,
pretendiendo que nada había sucedido. Si hubiera aceptado que fue
una prueba, entonces su padre sabría que había contemplado utilizar el
arma.

Lucifer consiguió un gran vaso de agua del fregadero; lo dejó en


frente de Dominic.

—Hijo, creo que es momento que sepas tu propósito.

Rápidamente dejó lo que estaba haciendo y tomó el vaso, bebiendo


el glorioso líquido ruidosamente hasta que no quedó nada. Le tomó un
segundo recuperar el aliento.

—¿Mi propósito?

—Se viene una guerra, y cuando llegue, estaremos preparados.

Las pequeñas cejas pobladas de Dom se entrecerraron. No sabía


mucho sobre la guerra, más que la gente moría, pero sabía que había
dos lados.

—¿Contra quién estamos peleando?

—Otra familia, como la nuestra —le dijo Lucifer, apenas capaz de


decir el apellido sin desdén—. Los Caruso.
—Caruso… —repitió el apellido, gustándole la forma que sonaba
contra su propio apellido. Los Caruso y los Luciano. Eran como los
Hatfield y los McCoy2, pero incluso sonaba más genial.

—Son como nosotros, pero con mucho más dinero. —Lucifer bajó la
mirada hacia las pilas de dinero que estaba contando como si no fuera
nada—. Y más hombres. Pero planeo que tú tengas más hermanos para
que nos ayuden a pelear cuando llegue el día.

Dominic, quién había comenzado a limpiar su arma de nuevo, alzó


la mirada hacia su padre.

—¿Por eso no quieres niñas?

—Una mujer no tiene lugar en la guerra —le dijo simplemente,


haciendo que las palabras y la realidad de lo que había hecho en su
pasado suene de alguna manera más fuerte.

Dominic había visto cómo Lucifer trataba a las mujeres, y mientras


que no trataba a la mayoría de hombres con respeto, su
comportamiento hacia las mujeres era peor. Mucho peor.

Dominic no lo entendía. La única persona en el mundo que había


sido bueno con él había sido Carla, y ella era mujer. Todas las chicas en
la escuela eran buenas con él, aunque pensaba que ellas lo miraban
mucho, mientras todos los niños no le hablaban por órdenes de sus
padres.

—¿Por qué estamos peleando? —preguntó.

—Hace mucho tiempo, hubo una guerra, y perdimos. Los Luciano


que quedaron acordaron una tregua así el apellido no sería eliminado,
pero en respuesta, nosotros solo podíamos controlar… —Lucifer se veía
como loco, sosteniendo dos dedos apretados sin espacio entre ellos—,
una muy pequeña parte de la ciudad en la que los Caruso jodidamente
nunca quisieron pisar de todos modos.

Dom juntó sus cejas.

—Entonces, ¿estamos peleando por tierra?

2
N.T. Miniserie histórica del 2012, basada en el conflicto entre los Hatfield y los
McCoy.
—No. —Su padre golpeó la mesa de madera—. Estamos luchando
por poder. Más tierra significa más dinero. —Recogió la pila de dinero,
abanicándose—. Y dinero te da poder.

Dominic asintió.

—Un día, valdrá la pena todo lo que tus hermanos y tú están


pasando por mí.

Recogiendo su segunda arma favorita —el revólver—, Dominic le dio


un giro al cañón, su voz viajando a través del sonido y haciendo que sus
palabras sonaran como de alguien mayor a diez años.

—¿Como encerrarme a mí en un armario durante tres días?

—Sí. —Los ojos no arrepentidos de Lucifer de alguna manera se


volvieron más negros—. Especialmente por ti, Dominic.

Apretando la cacerina de la pistola tan fuerte como pudo, la punta


de sus dedos se volvió blanca.

—¿Por qué?

—Porque, cuando ganemos y yo ya no esté… será todo tuyo.

Los ojos color avellana de Dominic viajaron por su mano, viendo el


color bronceado de su piel regresar a sus dedos. Girando el arma, miró
su mano; su padre la había agarrado duramente la primera vez que lo
había lanzado al armario. Desde ese día, notó que su padre evitaba sus
manos, pero no le importaba si marcaba su rostro o torso.

Era como si los vientos hubieran cambiado en la casa cuando se dio


cuenta de ello. Él me necesita.

Su padre lo necesitaba. Era el heredero de Lucifer, y si el apellido


Luciano era tan precioso para él, iba a hacer que lo pague. Una cosa era
segura: los gemelos nunca obtendrían su aprobación, porque Lucifer los
veía como débiles, y Dominic sabía internamente —sin importar lo
mucho que crecieran—, que su padre nunca gustaría de ellos. Dom se
dio cuenta del motivo por el que los dejaba vivir: los necesitaba como
números, incluso si solo serían consecuencias.

Lucifer podría decir que la artillería de Dominic no era nada


especial, pero parecía pensar que valía la pena proteger.
—Marca mis palabras; seré rey de esta ciudad algún día. —Lucifer
palmeó una mano áspera alrededor de una pila de dinero—. No me
detendré hasta mi último aliento.

Será todo tuyo.

Desde que finalmente había logrado sostener el arma en su mano,


Dominic no había querido nada. Sin embargo, si iba a pasar a la
historia como el forajido más grande, necesitaba una ciudad que
liderar.

El único problema era que también necesitaba a Lucifer para ello.

11 años
El golpeteo en la puerta comenzó cuando la última arma había sido
balanceada, y cuando su padre no hizo ningún movimiento, Dominic se
levantó para responder. Casi lo pierde al principio, al no ver a nadie de
pie al otro lado de la puerta, pero entonces vio algo retorcerse a sus pies
y supo lo que yacía en el porche.

—Papá…

—¿Qué pasa? —preguntó Lucifer, levantándose de la mesa de la


cocina. Solo miró a la cosa durante un segundo antes de volver a su
asiento—. Deshazte de ello.

Mirando hacia los contenidos acurrucados, recogió la sábana rosa


que estaba envuelta alrededor de una hermosa bebé. El pelo rubio lo
había tenido preguntándose por qué en todas las casas de Ciudad de
Kansas, habían escogido ésta; pero cuando sus ojos encontraron los
ojos negros, no había forma de negarlo.

Metiéndola a la cálida casa, miró a su padre.

—Ella es…

—No lo sé, no me importa.

Dominic tuvo que pensar durante un minuto antes de decir:

—Creo que hay algunas cosas de bebé todavía en el sótano.


—Dije que jodidamente te deshagas de ello —demandó Lucifer con
su tono duro.

—Pero está oscuro y frío afuera.

El hombre diabólico se puso de pie abruptamente, yendo hacia el


bebé.

—Bien, yo lo haré.

—No. —El jovencito hizo lo mejor por igualar el tono de su padre—:


Déjala quedarse durante la noche, entonces me desharé de ella por la
mañana.

Su padre lo miró con esa mirada loca en sus ojos antes de


amenazar:

—Será mejor que no vea o escuche esa cosa. ¿Entiendes?

Asintiendo, rápidamente caminó hacia la puerta del sótano para


sacarla de vista antes que el diablo cambie de idea.

Los gemelos de seis años lo siguieron de cerca, queriendo estar con


su hermano en lugar de a solas con su padre.

—¿Qué es? —preguntó Angel cuando llegaron al final de las


escaleras en el frío sótano.

—Sostén tus brazos. Brazos fuertes, brazos fuertes —indicó


mientras colocaba al rechoncho bebé en sus pequeños brazos—. Es tu
hermanita.

Matthias miró hacia el bultito rosa en los brazos de su gemelo.

—¿Nuestra hermana?

—Sí. —Dominic sacó una jaula de madera en mitad de la


habitación, limpiándola lo mejor que pudo antes de volver donde sus
hermanos.

Se inclinó, encontrándose ojo con ojo, obteniendo su atención


completa.

—Y tenemos que protegerla. ¿Pueden ayudarme con eso?

Angel fue el primero en asentir de forma valiente, luego Matthias.


Dom la tomó en brazos y la colocó en la vieja cuna que todos los
hermanos Luciano habían utilizado. Imaginó que ella tendría alrededor
de un año, recordando cómo los gemelos se habían visto cuando eran
más chicos.

Había estado tratando de mantener vivos a sus hermanos desde que


tenía cinco años, y esperaba poder hacerlo de nuevo, pero en algo en él
le dijo que esta vez sería diferente, considerando que la bebé era una
niña. Lucifer quería un ejército, convertir sus chicos en hombres, que
un día controlaran la ciudad. La única mujer en su vida eran las
muchas que utilizaba para completar sus sueños, descartándolas
cuando no se quedaban embarazadas o tenían una niña en sus
vientres.

No había lugar para una chica en el mundo de Lucifer, menos una


bebé. Al igual que le había dicho hace un año atrás.

Angel alzó la mirada hacia él con casi los mismos ojos oscuros que
ella llevaba.

—¿Cuál es su nombre?

Bajando sus brazos cuando ella movió la sábana, Dom tocó el mono
de la rechoncha bebé que era de un rosa ligero y cubierto de pequeños
lindos gatos.

Había escuchado un nombre en alguna parte antes, inseguro si fue


en la televisión o en un libro, pero le había gustado, pensando de vez en
cuando en el lindo nombre cuando lo había recordado.

—Katarina.

En algún momento en la mañana, Dominic subió las escaleras del


sótano, aún adormilado, dejando a los gemelos y a su nueva hermanita
durmiendo abajo. Cuando llegó a lo alto y entró a la sala de estar, se
frotó los ojos, luego vio a su padre aún en la misma silla de la mesa de
la cocina como si no se hubiera ido o dormido anoche.

—¿Qué crees que estás haciendo?


Entrecerrando los ojos, no pudo descifrar la expresión de su padre
por el sol mañanero que estaba brillando a través de las sucias cortinas
detrás de él. Solo pudo reconocer su silueta, pero su amarga voz le dijo
todo lo que necesitaba saber sobre su expresión.

Dom bajó la mirada hacia lo que llevaba cargando en su mano. Era


la vieja y ligera botella azul que había encontrado en el sótano, junto
con las cosas del otro bebé que Lucifer había guardado para levantar su
ejército.

Con valentía, Dom puso en alto su mentón mientras apretaba el


plástico y se dirigía hacia el refrigerador.

—Le haré a ella una botella.

Lucifer tomó un sorbo de su café.

—Te dije que te deshicieras de ella ahora mismo. —Enfatizó el


recordatorio que ya había llegado la mañana.

Tomando la leche del refrigerador, Dom cerró de golpe la puerta.

—No, no lo haré.

En minutos, la taza de café golpeó la mesa, y Lucifer estaba


agarrando la muñeca de su hijo.

—¿Qué mierda dijiste?

—Continúa… —Los ojos avellana de Dominic viajaron a la mano de


su padre que estaba apretando su mano de tiro incluso con más
fuerza—. Rómpela.

Lucifer apretó ligeramente más fuerte hasta que la presión se liberó


un poco.

—¿No puedes, verdad? —Dom miró hacia los ojos fríos y negros de
su padre—. Mi muñeca vale más para ti que yo, y lo sabes. Cuando la
rompiste la primera vez, la hizo más fuerte. Por eso puedo sostener
armas pesadas perfectamente. —Una esquina de su labio se curvó hacia
arriba ante la burla—. Más derecho que tú.

La boca de Lucifer no se movió, pero sus ojos silenciosos y negros, sí


lo hicieron.

—Si la vuelves a romper, no sanará esta vez y perderás a la mejor


opción que tienes contra los Caruso; o sanará más fuerte esta vez,
convirtiéndome en más fuerte que tú. —Dom destelló sus dientes
mientras la esquina de su labio se curvaba más hacia arriba—. Tu
elección.

Lucifer liberó su muñeca.

Con su mano libre, Dominic comenzó a servir la leche en la


encimera.

—Si ella se va… —Mantuvo su rostro estoico mientras tomaba la


decisión más difícil de su vida: escoger entre sus hermanos gemelos que
había conocido durante cinco años o su hermanita que había robado su
corazón con tan solo una mirada hace solo unas horas—, me iré. Si algo
sucede, y quiero decir cualquier cosa le sucede a ella, me iré por esa
puerta y nunca más volveré. Entonces, el único ejército que tendrás
será el de Angel y Matthias.

Esperaba que Lucifer le creyera cuando él mismo no creía poder


dejar atrás a sus hermanos gemelos.

Lucifer lo miró profundamente durante varios minutos antes de


volver a la mesa.

—No quiero verla o escucharla. ¿Me entiendes?

—Katarina.

Lucifer se detuvo antes de tomar un sorbo de su café.

—¿Qué dijiste?

—Su nombre es Katarina. —Dominic lo anunció no solo al padre de


la bebé, sino también al mundo.

Guardando la leche en el refrigerador, logró controlarse mientras su


corazón comenzaba a destrozarse.

Se estaba dirigiendo de regreso abajo, cuando se detuvo, incapaz de


darse vuelta cuando una lágrima corrió por su mejilla. Esperaba que su
voz valiente mantuviera viva a su hermana mientras hacía su última
orden:

—Y no me volverás a encerrar en el armario.

Cuando solo el silencio y no violencia respondieron su demanda,


obtuvo su respuesta.
Si tan solo se hubiera girado, hubiera visto el orgullo en los ojos de
su padre. Era la clase de orgullo que un rey ve en su príncipe: de la
promesa que un día el príncipe sostendría el apellido de su familia.

Bajando las escaleras, lágrimas corriendo por su rostro, pensó sobre


cómo había escapado la ira de su padre esta vez, pero Dom sabía que
estaba caminando por una delgada línea.

Lucifer se desquitaba al tener control sobre la gente; sus hijos


siendo sus inminentes víctimas, viéndolos como su propiedad. Dominic
necesitaba subyugar la dominación de su padre de algún modo.

Desafortunadamente, cuando le pidió que no lo pusiera en el


armario, para no dejar indefensa a Katarina, significaba que ya no
podía seguir protegiendo a Angel y Matthias.

Había escogido.

Mirando a sus hermanos durmiendo en la sábana esparcida en el


frío suelo de concreto, las lágrimas en sus mejillas cayeron en gotas
contra su vieja y arrugada camiseta. Los dos solo se tenían a sí mismos,
y no estaba segura si ambos sobrevivirían a Lucifer.

Limpió las lágrimas con la palma de su mano y fue hacia la vieja


cuna. Recogiendo a la bebé que estaba despierta y felizmente contenta,
la sostuvo sus brazos y la alimentó con la botella.

Fue inexplicable la forma en que se sentía sobre ella mientras la


miraba. Todo lo que sabía es que ya la amaba mucho, y valía la pena
proteger.

No lo sabía aún, pero sabía en sus entrañas que Katarina sería más
valiosa para los Luciano que sus hermanos y él jamás lo serían.

Incluso si costaba la vida de Matthias.


6
La pequeña mierda podía contar

Dominic, 13-17 años

D
ominic bajó corriendo los escalones del sótano desde su
primer día de vuelta a la escuela; solía ser su refugio, pero
ahora sus pensamientos estaban en Kat y si estaba a salvo
mientras él no estaba.

Arrugando la nariz cuando llegó al final de las escaleras, miró a


DeeDee, quién estaba dormida en la pequeña cama de su hermana.
Viendo que Kat estaba bien, jugando con sus juguetes, fue hacia
DeeDee para despertarla.

—¡Estoy despierta! —La mujer mayor se levantó como si se hubiera


levantado a un muerto de una cripta.

—Te he dicho un billón de veces que no fumes aquí con Kat.

—¿Y cuántas veces yo te he dicho que tomo órdenes de tu padre, no


de ti? —le espetó, arrastrando un poco las palabras.

Las cejas pobladas de Dominic se entrecerraron, dándole una


mirada mortal que la tuvo sorprendida.

—Y cuando mi padre baje, ¿a qué órdenes crees que tendrás que


escuchar?

—Bueno… —DeeDee tragó, su garganta seca haciéndola sonar más


ronca—, yo no fumo aquí, solo me estás oliendo a mí.

—Seis.

Las cabezas de tanto Dominic como DeeDee se giraron hacia


Katarina, quién estaba jugando con sus bloques.

—¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis! —Pequeña Katarina aplaudió,


orgullosa de sí misma—. ¡Seis palos!
Yendo donde su hermanita, él se agachó y ella alzó la mirada hacia
él.

—¿Qué dijiste?

—Seis bloques —dijo DeeDee con una risa nerviosa. Yendo hacia
donde ellos estaban, comenzó a contar los bloques—. Mira, uno, dos,
tres, cuatro… —Cuando se quedó sin bloques, volvió a contar los
mismos una y otra vez—, ¡cinco, seis! Muy bien cariño. ¡Buen trabajo!
Eres tan inteligente.

Dom puso los ojos en blanco, pero la pequeña Kat fue la que
sacudió su pequeña cabeza rubia.

—No. Cuatro bloques —dijo Kat, apuntando hacia sus bloques—.


Seis palos. —Kat llevó sus dedos a su boca, imitando la forma en que
había visto a DeeDee fumar.

El rostro de DeeDee inmediatamente dejó caer la falsa sonrisa.

Dominic retrocedió y cruzó los brazos sobre su pecho.

—No estaba al tanto que la pequeña mierda podía contar —dijo a


través de otra sonrisa falsa—. Dejemos algo claro, prometo que la
cuidaré y la mantendré lejos de la ira de tu padre, no es que me
convertiré en Santa Maria mientras la cuido.

—DeeDee —llamó Dominic cuando ella se alejó y comenzó a subir


las escaleras—. Si dejas de fumar cuando estás con ella, cuidarás de
ella de ahora en adelante, y mantendrás a mi padre lejos de ella,
entonces te prometo que, cuando llegue al poder en esta familia, te
liberaré.

—¿Liberarme? —susurró.

Dom señaló hacia su nariz, cerrando una de sus fosas nasales para
respirar rápidamente con la que estaba libre.

—Él te da suficiente de eso, ¿verdad? ¿Para hacer que sigas


volviendo? Esa es la única razón por la que soportas esta mierda, ¿no?

Ella no dijo nada, pero el agarre mortal en la barandilla le dijo que


no estaba equivocado.

—Lucifer no te da todo lo que quieres, sin embargo, ¿no? Te da lo


que necesitas para funcionar, pero no suficiente para volar.
DeeDee se frotó la nariz, prácticamente salivando ante la idea de su
precioso polvo blanco.

Dom tomó un paso hacia ella, prometiéndole el mundo con sus ojos
avellana.

—Haz como te digo, y te prometo que un día, no lo necesitarás a él


ni su mierda para que te arregle.

Le tomó un segundo pensar antes de asentir con la cabeza, luego


subir las escaleras.

Corriendo una mano a través de su pelo marrón, Dominic no supo


qué era más enfermo: prometer conseguir drogas a una señora a la
edad de trece años, o el hecho de que tuviera que depender de una
drogadicta para ayudar a proteger a Kat. Sin embargo, DeeDee era su
única opción, y no lo había matado a él o a sus hermanos así que…
¿qué tan mala podía ser?

Sn querer responder su propia pregunta, volvió donde su hermana y


se sentó en el suelo al lado de ella.

—¿Sabes qué viene después del seis, Kat?

—Siete, ocho, nueve, diez, once…

—¿Qué estás coloreando? —preguntó Dominic, sentado en la


pequeña silla en la pequeña mesa colorida de niños de plástico que
había escogido al lado de la carretera y la había limpiado para dársela a
Kat.

Su hermanita orgullosamente mostró sus lindas figuras.

—Esa soy yo, Angle, Matty, y… ¡tú!

Aunque tenía tres años y hablaba mucho mejor que los niños de su
edad, todavía tenía problemas pronunciando los nombres de sus
hermanos gemelos, pero siempre lo hacía sonreír.

—Ya veo. Es muy bonito, Kat. Buen trabajo.

—Amo a mis hermanos. —Señaló las figuras de palitos de Angel y


Matthias, luego hacia la de Dominic—. ¡Y a mi papi!
La boca de Dom cayó abierta al escucharla llamarlo así.
Tartamudeando, le tomó un segundo decir sus palabras:

—N-No Katarina, yo soy tu hermano, no tu padre.

—¿No eres mi papi?

Sacudió su cabeza.

El pequeño labio inferior de Kat hizo un puchero.

—¿No podemos pretender que eres mi papi?

Ella estaba comenzando a romper su corazón, pero él se mantuvo


fuerte.

—No, no podemos pretender.

—¿Por qué no? —Frunció las cejas, poniéndose más triste.

—Porque es importante saber quién es tu padre y de dónde vienes


Katarina.

—Pero el asustadizo hombre de arriba no puede ser mi papi. —Sus


ojos comenzaron a llenarse de lágrimas—. Tú cuidas de mí, no él.

Dom se estiró hacia ella, levantándola para ponerla en su regazo.

—Solo porque no soy tu padre, no significa que no te ame igual, y


no nos hace menos familia —le dijo, limpiándole las lágrimas de sus
sonrosadas mejillas—. Pero soy tu hermano Katarina, junto con Angel y
Matthias. Nuestro padre es el hombre de arriba, ya sea que te guste o
no. Pero nosotros tenemos que saber eso. Un día, entenderás por qué es
tan importante saber eso, y saber de dónde venimos. —Esperando
hasta que lentamente dejó de llorar, Dom quiso asegurarse que había
entendido—. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. —Kat asintió con la cabeza contra su pecho,


entendiendo tanto como podía a su edad—. Todavía te amo, aunque no
seas mi papi.

Riendo, él le dio un apretón.

—Bien.
Sosteniendo la mano de Kat, la observó saltar a su lado, mientras
su pequeña mochila rosa se veía demasiado grande en ella y volaba con
cada salto.

—¿Estás emocionada?

—¡Sí! ¡Estoy tan feliz de poder dejar mi habitación y finalmente ir a


la escuela!

Él le dio un apretón a su pequeña mano.

—Yo también.

Cuando llegaron a la puerta a la que sus hermanos y él una vez


habían ido cada mañana, se agachó para hablarle:

—De acuerdo, aquí estamos Kat. Volveré aquí cuando termine la


escuela.

—Espera… ¿no vas a venir al jardín conmigo?

—No. —Dom sacudió su cabeza, preguntándose por qué sentía un


dolor en su pecho. No debería ser diferente que sus hermanos, cuando
los había llevado a la escuela intermedia por primera vez, justo en el
camino aquí, pero no se sentía igual—. Yo ya fui al jardín. Mi escuela
está justo al otro lado de la calle.

—Oh… —Kat se mordió el labio.

—Ir a la escuela significa que eres una niña grande ahora, y las
niñas grandes van solas a la escuela.

—Pero Angel y Matthias van juntos.

—Bueno, ellos nacieron juntos, ¿recuerdas? Nosotros no tuvimos


mucha suerte, así que eso significa que tenemos que ser valientes e
intentar nuevas cosas por nuestra cuenta.

—¿Y si no les gusto a los otros niños?

—Puede que algunos. —Le dijo la verdad, queriendo que esté


preparada para lo que significaba ser un Luciano—. Pero no tienes que
gustarles a todos. —Levantando su mentón con un dedo, le sonrió—.
Además, sé que una vez que te lleguen a conocer, te amarán.

Katarina sonrió ampliamente hacia él.

—Ahora, ¿qué vamos a ser? —preguntó él.


—Ser educada con mi profesora, y buena con mis compañeros de
clase. —Asintió, pero rápidamente agregó—: Oh, y ahora valiente sin ti.

—Eso es correcto. —Dominic le dio un gran abrazo y tuvo que


aclararse la garganta antes de continuar—: Ahora ve y diviértete Kat. Te
veré después de la escuela.

—De acuerdo. Adiós —le dijo, ondeando su mano en despedida y


sonriendo.

Dom no permitió que se le escape una lágrima.

—Adiós…

Un año después
Dominic le dio a Kat el abrazo más grande cuando ella salió
corriendo de la escuela.

—Entonces, ¿cómo fue primer grado?

—Guau, tenías razón. La Srta. Smith es realmente linda. Mucho


más linda que mi antigua profesora de jardín.

—Te lo dije. Ella también fue mi profesora de primer grado.

—Y tenías razón sobre las cosas de bebé. No más tiempo para


siesta; gracias a Dios —continuó Kat, como si estuviera lista para ir a la
universidad.

—Sip. —Él se rió—. Todo es en cuenta regresiva ahora…

—¿Dominic?

—Srta. Smith. —Se puso derecho, siendo ahora el chico de diecisiete


años que se cernía sobre su profesora de primer grado.

—Debería haber… —Dándose cuenta, Dom podía decir que ella se


sintió tonta cuando unió uno más uno—. Lo lamento. Tengo tantos
estudiantes y nombres que recordar, no debo haber estado pensando.

—Es solo el primer día —le dijo—. Date un respiro.

—¿Entonces Katarina es tu…?


—Hermana —dijo la palabra junto con ella, confirmando lo que
pensaba—. Sí.

—Escucha… eh, estaba esperando que uno de sus padres la recoja,


ya que me gustaría hablar con ellos.

Aclarándose la garganta, Dom bajó la mirada hacia su hermana.

—Oye Kat, ¿por qué no vas a sentarte en esa banca ahí y me dejas
hablar con tu profesora un minuto, de acuerdo?

—¿Está bien si en su lugar voy a hablar con mis amigas de allí? —


preguntó, señalando a un grupo de niñas que estaban esperando que
sus padres las recojan.

—Sí, está bien. —Dom la dejó ir, luego esperó hasta que ella estaba
fuera de oído para continuar con la Srta. Smith—. Kat no tiene madre, y
su padre es el mismo que el mío, y sé que ha pasado mucho tiempo
desde que estuve en su clase, pero estoy seguro de que sabe que lograr
que venga mi padre es imposible.

—Me temía eso.

—Entonces —continuó—, lo que sea que quiera decir Srta. Smith,


también puede decírmelo a mí, porque yo soy todo lo que ella tiene.

La profesora pensó durante varios minutos antes de rendirse,


sabiendo que él tenía razón.

—Katarina está… dotada.

Dominic simplemente la miró, sin expresión.

—Me refiero a que, su nivel intelectual excede a sus compañeros.


Creo que podría ser una prodigio de matemáticas.

—Lo sé —le dijo él simplemente, claramente no sorprendido por las


noticias.

—Y-yo… —La Srta. Smith tuvo que pensar sobre lo que quería decir
después, sorprendida por la rápida respuesta de Dominic—. No creo
que pertenezca a primer grado. Infiernos, no creo que Katarina
pertenezca en esta escuela. Hay muchos mejores colegios ahí afuera…

—No, gracias. —Dom sacudió su cabeza antes de buscar a su


hermana. Debería haber sabido que la Srta. Smith no sería como el
resto del equipo, que se hacían de la vista gorda contra un Luciano—.
¡Vamos Kat!

—Dominic. —La Srta. Smith tocó su hombro, evitando que se vaya—


. Ella está sentada en una clase donde otros estudiantes todavía están
aprendiendo cuánto es cuatro más cuatro, por el amor de Dios, y ella ya
puede multiplicar números para los que yo tengo que usar una
calculadora.

—Como dije, estoy al tanto.

—Tal vez esto es algo que realmente debería decirle a tu padre. —


Retrocediendo un paso, trató de nivelarse con él—. Solo creo que
Katarina merece un ambiente donde pueda dar lo mejor de sus
habilidades, eso es todo.

—Si cree que a mi padre le importará una mierda sobre ella


resolviendo ecuaciones que nunca ha visto en toda su vida, entonces,
dele una llamada —dijo Dominic silenciosamente pero firme—. No
estaba seguro si sabía quién era mi padre entonces, pero estoy seguro
de que sabe exactamente quién es Lucifer, ¿no? —Cambiando su tono
de firme a suave, relajó sus rasgos faciales—. Srta. Smith, aprecio esto,
a diferencia de otras profesoras aquí, a usted le importa, realmente;
pero como yo, a ella le tocó una vida de mierda en un lado de mierda de
la ciudad, y este es el único ambiente que obtendrá un Luciano.

Mirando a Kat todavía hablando con sus amigas, estaba por


llamarla de nuevo.

—Traté de ayudarte, ¿sabes? En ese entonces. Llamé a todos los que


conocía, incluso a Servicios Sociales, pero al segundo en que
escucharon tu apellido, todos me colgaron. —La Srta. Smith bajó la
mirada hacia el pavimento, su voz sonando tan rota como un viejo
reproductor—. Lamento no haberte podido ayudar.

—Lo hizo —dijo, tomando un paso adelante para colocar una mano
en su hombro—. Me dio un refugio seguro durante ocho horas, cinco
días a la semana… y ahora eso es lo que necesito que haga por Kat.

La Srta. Smith alzó la mirada del suelo y logró ofrecer una sonrisa.

—Puedo hacer eso.


—Espera aquí —dijo Dom, cuando llegó a la puerta principal de su
casa.

Entrando y no viendo a su padre por ninguna parte, dejó entrar a


Kat. Cuando ella llegó a la puerta del sótano y corrió escaleras abajo, él
la siguió.

—¿Vas a decirme qué sucede? —preguntó mientras Kat corría por


las escaleras con sus pequeñas piernas.

Cuando la había recogido en su segundo día de primer grado, había


actuado muy diferente del primer día.

—¡No! —Kat resopló después de tirarse en su cama rosa.

Sentándose al borde de la cama a su lado, pretendió rogar:

—Vamos, por favor.

Kat resopló, sacudiendo su cabeza, las colitas que Dom le había


hecho esta mañana balanceándose adorablemente.

—Te diré qué… —Se inclinó hacia ella para susurrar, como si lo que
estuviera por decirle era un sumo secreto y la cosa más importante en
el mundo—. Si me cuentas qué sucedió en la escuela hoy, haré que tu
hermanito venga a jugar contigo.

—¿Toda la noche? —Enfatizó el único trato que estaba dispuesta a


tomar.

Dom sonrió ante su idea desarrollándose.

—Toda la noche.

—Bueno, realmente no sé qué sucedió —comenzó a contar pequeña


Katarina—. Ayer fue divertido, igual que el jardín, pero hoy, ninguna de
mis amigas me quería hablar. Y cuando Katy pasó las invitaciones de
su cumpleaños, yo no conseguí una. Le pregunté por qué, pero dijo que
su mami dijo que no podía por mi apellido. —Alzando la mirada hacia
Dominic, se veía confundida—. No entiendo qué tiene que ver mi
apellido con no seguir siendo mi amiga.

Dom tomó una respiración profunda. Sabía que llegaría este día,
pero había esperado que el hecho que Kat fuera mujer, de alguna
manera haría menos amenazante su apellido. Diablos, incluso entendía
por qué un padre les diría a sus hijos que se mantengan alejados de los
hombres Luciano, incluso si solo eran dos chicos. Toda la ciudad sabía
qué futuro les esperaba.

Pero Katarina era diferente. Ella era todo para él y sus hermanos
no. Ella era inteligente, buena, encantadora, y graciosa. Si pasaban solo
cinco minutos con ella, querrían que sus hijos estén con ella con la
esperanza que los haga divertir. Nadie en este lado de la ciudad era un
ciudadano de primera. Todos eran pedazos pobres de mierda, que
tenían un problema de droga, de bebida, o eran proveedores de aquellos
problemas. Nadie aquí era mejor que el otro, excepto Kat.

—Kat, nuestro padre no es el único hombre asustadizo para


nosotros… es para todos los demás también.

—¿Lo es?

—Sí, es un hombre malo ahí afuera también. —Dom asintió—. Y


porque tu apellido es Luciano, la gente lo teme por tu padre. Pero eso
no significa que te temen a ti, ¿de acuerdo?

Lo pensó durante un momento.

—¿Esto te pasó a ti?

—Sí, igual que a ti. Jardín estuvo bien, porque los niños realmente
no escuchan a sus padres a esa edad, y no les importa cosas estúpidas
como: cómo te ves o cuánto dinero tienes. Solo quieren divertirse, sin
importar con quién van a jugar. Pero cuando crecen y entienden mejor
lo bueno y malo, correcto e incorrecto, comienzan a escuchar a sus
padres, incluso si ellos están equivocados.

—Eso es estúpido.

Sorprendido ante la simple respuesta de una inteligente niña de seis


años, no pudo estar más de acuerdo.

—Tienes razón; es bastante estúpido.

—Katy era mi amiga, aunque su papi huele como DeeDee, y yo aún


quería ir a su fiesta. Así que debería querer seguir siendo mi amiga,
aunque ese hombre de arriba sea mío.

Dominic soltó una risita.

—Debería. Pero tú eres suficientemente inteligente para tomar tus


propias decisiones sobre con quién quieres ser amiga.
—Bueno, entonces no quiero ser amiga de Katy, o de nadie a
quienes no les gustemos por un estúpido apellido que no elegimos
tener, de todos modos.

Mirándola, no supo si debería estar preocupado sobre las cosas que


salían de su boca, o estar orgulloso. Sin embargo, decidió que lo último
era mejor.

—De acuerdo, entonces supongo que ya estamos. No querríamos


que vayas a esa fiesta de todos modos.

—Nop —acordó descaradamente—. Ahora, ¿puedes traer ya a mi


hermanito?

—Volveré enseguida.
7
El último Luciano

Dominic, 17 años

Y
endo hacia la puerta del baño más pequeño de la casa, se
estiró por encima del marco de la puerta, agarrando la
pequeña llave dorada para quitarle el cerrojo a la puerta.
Abriéndola, vio lo que siempre veía: DeeDee dormida en la vieja
alfombra. Esta era su hora de siesta del día, y ella continuaba haciendo
lo que había hecho desde que él era un niño: encerrarlos en una
habitación segura y llamarlo ser niñera. Sin duda lo era, pero si
realmente era un cuidado de niños, era debatible. Imaginó que era
efectivo, y ninguno de ellos había sido realmente herido… todavía.

Pasando a DeeDee, fue hacia el pequeño niño que no lo había


mirado o le había importado su ingreso. El Luciano más joven era…
diferente. No de una manera dotada como Kat. No, de una forma
extraña que Dominic todavía no entendía del todo.

El niño no lloraba, no sonreía, no reía, todas las cosas que había


visto en sus otros hermanos, excepto por…

—Cassius —dijo Dom para lograr que el niño de cuatro años alce la
mirada de los mismos bloques con los que había visto jugar a Kat.

El niño no levantó la mirada.

—Cassius. —Arrodillándose, Dominic hizo más firme su voz—:


Mírame cuando te hablo.

Cuando su hermanito finalmente lo miró, un escalofrío subió por su


columna vertebral mientras lo miraba. Era como verse en un espejo.

Ninguno de sus hermanos se veía como él, ya que eran el reflejo de


su padre, pero Cassius no parecía hijo de Lucifer… sino del mismo
Dominic.

Su piel era de un hermoso marrón bronceado, con un completo pelo


grueso marrón a juego y sus ojos eran avellanas…
Dominic no sabía qué tan temprano era cuando se despertó en la
alfombra rosa en el sótano. Sus hermanos y él tomaban turnos
durmiendo aquí con Kat, no queriendo dejarla sola. En secreto deseaban
poder estar aquí todo el tiempo con ella, porque al menos aquí abajo,
estaban lejos de su padre.

Para los forasteros, Katarina parecía tenerlo peor, pero realmente él


había trabajado duro para encontrarle un lugar seguro en el infierno.

Sin saber qué hora era, subió las escaleras para ver si necesitaba
comenzar a alistarse para la escuela mientras su hermanita dormía
plácidamente.

Abriendo la puerta del sótano, rápidamente encontró que la mañana


todavía no había llegado, pero su atención se fijó en las dos figuras en la
cocina dirigiéndose hacia la puerta trasera. Una era de su padre, y la
otra de una mujer, a la que llevaba afuera. Ya que había visto a su padre
con tantas mujeres a través de los años, no era de sorprender; pero al ver
a esta mujer en particular, se le erizaron los vellos de los brazos.

Fue la forma en que ella lo miraba, supuso: sus ojos marrones


suavizándose mientras lo miraba, o tal vez era su apariencia lo que tuvo
su atención. Era realmente hermosa. Su pelo grueso y marrón llegaba
hasta sus caderas, brillando incluso bajo la luz de mierda. Nunca había
visto un pelo tan largo antes. Parecía no pertenecer al lado de su padre.
Los dos se veían como completos opuestos, y se preguntó si ese era el
motivo por el que ella se veía tan increíble… porque se veía normal al lado
de un monstruo.

—H-hola —dijo la mujer con voz ahogada varios minutos después con
una rápida mirada hacia Lucifer, asegurándose que estuviera bien que
continuara hablando—: Soy Elena.

Dom no se movió.

—Hola.

Ella llevó su mano hacia su corazón mientras tomaba un paso


adelante.

—Eres Dominic, ¿verdad?

—Sí.

Sus ojos marrones se volvieron acuosos.


—¿Qué edad tienes ahora…?

—Tre… —Se detuvo cuando ella parecía ya saber la respuesta.

—Ce. —Limpiando una lágrima que había caído en su mejilla, trató de


poner una mirada contenta donde solo había anhelo—. Dios mío, estás
tan grande y guapo ahora.

—Se está haciendo temprano —intervino Lucifer—. Ya debes irte.

Elena miró a Dominic por un minuto más, sin escuchar las palabras
de su padre hasta que él le tocó el brazo.

—Sí, lo es. —Se aclaró la garganta, dándole una última mirada—.


Fue lindo verte, Dominic.

Él trató de formar las palabras también, pero cuando ella le dio la


espalda, las palabras no podían salir. Su instinto le dijo que corra tras
ella. No supo porqué, solo que sus entrañas le rogaban hacerlo, pero sus
pies se mantuvieron allí plantados por la niña que dormía en el sótano.

Pensó que tal vez una parte de él debió advertirle, aunque parecía
saber que esta mujer no necesitaba una advertencia. La verdadera razón
por la que desesperadamente quería correr tras ella, no lo había sabido
en ese entonces…

Mirando a Cassius, lo vio con unos lentes nuevos de color rosa, al


tiempo que observaba a Kat colocar uno de sus lazos rosas en su pelo.
Era algo bueno para su hermana que su hermanito no le importara lo
que le hicieran, ya que él la utilizaba como su propia muñeca.

Miró más intensamente al niño de cuatro años que se parecía cada


vez más a él.

Seré maldecido…

Retirando la vieja silla de madera, se unió a su padre en la mesa e


hizo crujir sus nudillos antes de recoger la pistola para limpiarla.
Limpiaba las armas de su padre meticulosamente todas las noches,
encontrando orgullo en el acto de mantener algo que solo le traía dolor
trabajando de la mejor forma.
Armando la pistola luego de limpiarla, la acababa de dejar en la
mesa y estaba por tomar otra cuando notó una oscura marca roja en la
punta de su dedo.

Miró más de cerca su dedo, frotando el punto con la yema de su


dedo. Esperaba que desapareciera, pero la marca roja se esparció. El
brillante punto rojo se manchó.

Sangre.

Después de la cantidad de veces que había limpiado las armas de su


padre, ni una vez había pensado sobre las vidas que él tomaba. ¿Esto
significaba que la sangre no solo estaba en manos de su padre sino
también en las de él?

Frotó la marca roja de nuevo con la yema de su pulgar hasta que


desapareció.

—Cassius y yo somos hermanos, ¿no?

La banda que había estado sonando antes que las palabras salieran
de sus labios era lo único que podías escuchar cuando todos callaron.
Incluso sus hermanos gemelos que estaban cambiando las ruedas de
sus patinetas en el suelo, no hicieron sonido alguno.

Lucifer levantó sus ojos negros del dinero que llevaba.

—Por supuesto que es tu hermano…

—No. —Dominic detuvo su respuesta de mierda—. Tenemos la


misma madre. Somos hermanos completamente de sangre, ¿verdad?

Tomando otra pila de dinero, Lucifer lamió su pálido y delgado dedo


para comenzar a contar, completamente ignorando la pregunta de su
hijo.

—¡Respóndeme! —Dom golpeó la vieja mesa de madera,


ocasionando que una pila de dinero sin asegurar cayera cuando los
labios de su padre seguían sin moverse—. No me lo dirás porque la
mataste, igual que mataste a Carla, ¿eh?

Dominic no dudó en decir eso, aunque Angel y Matthias estaban en


la habitación. Les había contado historias sobre su buena madre desde
que eran bebés, y cuando crecieron y preguntaron dónde estaba ella, les
dijo la verdad. Mentiras dulces y lindas sobre cómo su madre había
crecido alas y volado al cielo era lo que normalmente le decías a los
niños, no aquellos nacidos en el infierno.

—¡Sí, es tu completo hermano! —rugió Lucifer—. ¿Es lo que quieres


escuchar?

Dominic lo fulminó con la mirada.

—Quiero escuchar la verdad.

—De acuerdo, aquí está tu jodida verdad. —Su padre se puso de pie
así sus hijos podían verlo mientras las duras palabras salían de su
malvada boca—. Carla era débil, y la única razón por la que la escogí
fue porque sabía que había gemelos en su familia. Pensé, ya que yo era
el padre y sería el que los criaría, no había forma de que fueran débiles,
pero claramente, estuve equivocado. —Lucifer miró a Angel cuando dijo
la última parte—. Cuando ella estaba dando a luz, hubo una
complicación, y el doctor me hizo escoger entre salvar la vida de Carla o
la de ellos. No dudé en mi decisión, porque ya había decidido su destino
incluso cuando nos dirigimos al hospital. No quería que criara a mis
hijos. —Enfatizó en la creencia de que sus hijos no estaban destinados a
ser compartidos, como si fueran solo de su propiedad.

Miró a Dominic antes de continuar:

—Sí, Elena era la mamá de Cassius… y la tuya. A diferencia de


Carla, ella era una mujer fuerte, y cuando tu hermano menor se unió a
la familia, me pidió que lo dejara ir. Le dije que lo haría bajo una
condición, y pagó el último precio que una mujer y una futura mamá
podría pagar. Después que Carla dio a luz a estos hijos… —Señaló a los
gemelos, quienes estaban jugueteando con sus patinetas, luego miró a
su hijo mayor—, quería otro soldado.

Cuando su padre terminó, Dominic lo observó sentarse


orgullosamente. Si hubiera habido una bala en una de las armas que
yacían frente a él, estaba seguro que el cerebro de Lucifer hubiera
estado esparcido en la pared detrás de él, mientras su alma hubiera
estado en camino al infierno, donde pertenecía.

Su padre les había dicho una mierda enferma durante los años,
pero para lograr que sus hijos de doce años crean que eran menos que
sus otros hermanos era algo que hacía que Dom quiera volar en
pedazos el reinado.
Por suerte, para la seguridad de Katarina, ninguna de las armas
estaba cargada. Le dio un momento de claridad.

—Dijiste que lo era.

—Era, ¿qué? —espetó Lucifer.

—Dijiste… ella era una mujer fuerte.

—Le dije que si me daba un segundo hijo, que le permitiría verlos a


ustedes dos. La hubiera mantenido por aquí para darme mi ejército,
pero terminó siendo demasiado fuerte para mi gusto. Tan pronto como
Cassius salió de ella, me pidió verte, y cuando no quiso entregarme a mi
hijo recién nacido, supe que tenía que deshacerme de ella.

Dominic convirtió su mano en un puño, apretando con fuerza, sus


nudillos bronceados poniéndose blanco pálido. Cada poro en su cuerpo
llameaba mientras el mundo a su alrededor se volvía rojo. Lo único que
permanecía con color era el revólver.

Recogió la pesada arma por el mango y lo golpeó contra la cabeza de


su padre, como si fuera un bar. Dominic quería que el último Luciano
que él había creado fuera el verdadero y final, no queriendo que otra
mujer se acueste con el diablo o tenga un niño nacido por esa criatura
jamás.

El líquido que salpicó de la indefensa cabeza de Lucifer cayó contra


la pila de dinero con un golpe, encajando con el color de su nuevo
mundo…

Y entonces la imagen se fue y regresó al mundo real donde su padre


estaba sentado contando su dinero, perfectamente saludable ante él.
Dominic se quedó mirando el mango de la pistola un rato más… y luego
comenzó a limpiarla.
8
No quieres encontrarte conmigo en el hoyo

Dominic, 18 años

Q
uieres que seamos compañeros? —preguntó Bristol con
una sonrisa cuando la profesora de historia les dijo que se
—¿ emparejaran.

Dominic fue atrapado fuera de guardia, pero finalmente respondió:

—Sí.

Bristol acercó su escritorio hacia el de él, ocasionando que chirree


cuando las patas viejas se deslizaron a través del sucio suelo de
baldosas.

La una vez linda y pequeña niña rubia se había convertido en una


linda adolescente que todos los chicos en la secundaria querían besar,
salir con ella, o acostarse. Desde ese día en el patio de juegos, se habían
vuelto amigos. Ella realmente era una de las únicas amigas que tenía
además de Anthony. Los chicos en la escuela mantenían su distancia de
él por obvias razones, pero las chicas solo mantenían las suyas cuando
él nunca les prestaba atención.

—¿Por qué estás actuando todo sorprendido que te haya pedido ser
mi compañero?

—No lo sé. —Se rio ante la pregunta ligera—. Solo pensé que le
dirías a una de tus amigas.

Ella golpeó en broma su brazo.

—Tú eres uno de mis amigos, tonto.

—Sabes a qué me refiero; tus amigos populares. —Había querido


usar una palabra diferente para describirlos, pero pensó mejor.

—Bueno, tú serías uno de ellos también, si realmente hablaras con


la gente.
Lo que dijo era realmente cierto. Estaba seguro que podía hacer su
camino hacia lo alto del tótem de la secundaria, como Angel y Matthias
habían hecho en la escuela con sus miradas y encanto. Pero Dominic
no quería nada de eso.

—Pasaré. —No era como si fuera impopular como tal. Simplemente


todos se mantenían alejados y le daban un gran espacio.

Bristol lo miró a través de sus pestañas.

—Sabes, nosotros podríamos ser más que amigos…

—Ya hemos hablado sobre esto Bristol. —Dom sintió su estómago


caer, sintiéndose mal por tener que rechazarla por décima vez.

—Lo sé. —Le dio una gran sonrisa cursi—. Solo me gusta hacerte
sentir mal.

Sonrió. Debería haberlo sabido. Bristol no sería Bristol si no le


bromeara o le daba un momento difícil. Era el motivo por el que era
capaz de mantenerla como amiga.

—Ahora, ¿vamos a comenzar o lo que sea? —preguntó ella, mirando


las reglas del proyecto que no entendió cuando la profesora las había
explicado—. O, ¿vamos a reprobar este curso como el último?

—Debería haberle dicho que no a tu trasero cuando me pediste ser


tu compañero, ¿eh?

—Bueno, Dom… —Le miró de reojo—, no hubiera sido la primera


vez que me rechazaras…

El silencio entre ellos solo fue ligeramente incómodo cuando ambos


echaron a reír y comenzaron el proyecto, en serio esta vez.

Por fuera, Dominic parecía enfocado en el proyecto, pero por dentro,


su mente giraba con pensamientos de lo que ella había dicho en broma.
Sabía que eran bromas, pero también sabía que tenían algo de verdad
detrás. Las bromas graciosas eran creadas por igual, con un poco de
trauma.

Debería haber dejado de ser amigo de ella en sexto grado cuando le


había pedido ser su novia por primera vez. Había sabido que no debería
haber continuado hablando con ella, cuando en primer año de
secundaria, Bristol le preguntó de nuevo, con la esperanza que él haya
crecido en el verano o cambiado de opinión. Dominic, sin embargo, no
pudo resistirse ya que era su única amiga en la escuela. Ayudaba a que
su vida fuera más soportable, y cada vez que le pedía salir, se odiaba a
sí mismo un poco más por no tener la decencia de dejarla ir.

No era que no le gustara Bristol. Lo hacía. Pero se merecía un


infierno mejor que un Luciano.

Dominic sabía que el camino por el que iba lo llevaba al infierno;


mientras que el camino de Bristol la llevaba hacia una cerca blanca. No
permitiría que su asesinato y armas arruinara el futuro que ella debería
de tener. El futuro que merecía. Entonces, sin importar cuánto gustara
de ella, se había prometido a sí mismo que nunca serían más que
amigos.

Cuando sonó la última campana del día, Dominic y Bristol salieron


juntos de clase, riéndose en el camino hacia el pasillo.

—Vamos a reprobar ese proyecto, ¿no?

—Probablemente. —Dom se encogió de hombros—. Pero al menos es


el último que posiblemente podamos fallar ya que la escuela casi
termina.

Bristol bajó la mirada hacia sus pies, claramente entristecida por


sus palabras. Él sabía el motivo. Probablemente ella podía verlo en sus
ojos, que planeaba quitarla de su vida al segundo en que se graduaran.

Estaba por ser oficialmente un hombre hecho a sí mismo, y no


quería que Bristol estuviera cerca de él. Era tiempo de cortar lazos e ir
en direcciones opuestas.

Su boca formó unas palabras, pero ella vaciló, y antes de que pueda
decir algo, Bristol de repente fue agarrada y lanzada hacia un casillero.

—¿Realmente creíste que ibas a pasar de mí así, Bristol?

Dominic se detuvo de golpe al ver a Bristol siendo empujada contra


un casillero por el chico con el que había comenzado a salir
recientemente. Había tenido pequeños novios durante la secundaria, ya
que continuamente él la rechazaba. Y Bristol tenía un gusto de mierda
en los hombres, aunque no era como si la Secundaria Blue Park tuviera
lo mejor. Aun así, logró involucrarse con los peores de aquí. Sin
embargo, realmente había llegado al fondo con este que tenía sus
manos sobre ella.
—Lo lamento, no te vi. —Ella trató de reírse, claramente
avergonzada por el comportamiento de su novio.

Cuando él siguió besando su cuello, ella intentó poner más espacio


entre ellos.

—Detente.

Su novio solo cambió al otro lado de su cuello.

—No me has felicitado aún por ganar la pelea…

—¡Es suficiente! —Dominic agarró el hombro de él—. Te dijo que te


detengas.

—Apártate Luciano —ladró él, quitando la mano de Dom.

Mirando hacia esos ojos dorados, uno rodeado por un moretón


púrpura y el otro azul, lo amenazaron con hacer algo. Dominic agarró
su hombro de nuevo, firmemente esta vez, decidiendo darle una
advertencia.

—Dije que es suficiente… Kayne.

Kayne se alejó de Bristol. Girándose, se puso cara a cara con Dom.

—Sabes, si me meto en una pelea más en la escuela, seré


expulsado. Pero haré una jodida excepción por ti Luciano.

Dominic sabía que el ojo negro que llevaba era por saltarse el
almuerzo hoy. Kayne siempre estaba peleando con alguien detrás de la
escuela en un lugar secreto llamado el hoyo. La razón por la que Kayne
era popular en Secundaria Blue Park era por el miedo que emitía. Si
alguien lo miraba jodidamente mal, él los haría encontrarse en el hoyo
si no querían que un estatus de pequeño perro. Cuando eras criado en
la pobreza, todo lo que tenías era tu orgullo, así que cada perdedor lo
encontraba allí, incluso si sabían que iban a perder… y cuando
luchabas contra Kayne, sabías que lo harías.

Dominic podía decir un montón de cosas sobre Kayne, pero sí sabía


cómo pelear. Para un tipo que había estado en tantas peleas, nunca
había perdido ni una sola.

Kayne dio un paso adelante, colocando su rostro a una pulgada de


la de Dom, y espetó directamente en su cara:

—¿O quieres llevar esto al hoyo?


—No —dijo Bristol, agarrando el brazo de su novio. Trató de hacerle
retroceder y calmarlo—. Vamos…

—Esto es entre nosotros, no tú, Bristol —dijo Kayne, empujándola


un poco demasiado fuerte hasta que ella golpeó los casilleros.

Eso fue todo lo que Dominic aguantó.

Estirando sus manos, golpeó tan fuerte a Kayne en su pecho que


prácticamente le quitó el aliento cuando su espalda encontró los
casilleros de metal con un crujido, dándole a Kayne una prueba de su
propia medicina.

—Si te atrapo poniéndola las manos encima de nuevo, me aseguraré


que nunca seas capaz de pelear de nuevo.

Una audiencia se estaba formando con el golpe de los casilleros,


ocasionando que Kayne dude. Estaban tan cerca de graduarse, pero en
el segundo en que Kayne pusiera las manos en alguien más, no habría
ninguna excusa sobre ello, y sería expulsado sin importar lo cerca que
estuviera de graduarse del año.

Seguro de que la audiencia salvaría a Kayne de tomar esa decisión,


hizo un último esfuerzo de sacarlo de su orgullo.

—Tienes tanto miedo de pelear conmigo en el hoyo, ¿verdad


Luciano? —Levantó el lado izquierdo de su labio en una sonrisa—. Mi
padre siempre me dijo que no joda contigo, pero yo te veo por lo que
eres, Dominic. Detrás de tu padre y tu apellido, solo eres un pequeño…
perro.

Apretando su puño listo, Dominic miró de arriba abajo a Kayne,


decidiendo que no valía el riesgo, y liberó su puño.

—Por tu seguridad, espero que nunca lo descubras.

El orgullo no era algo por lo que tenías que luchar cuando tu


apellido era Luciano. No había nada que probar que este nombre no
dijera.

Dándole piedad a Kayne, se giró para alejarse, salvando al orgulloso


imbécil de su futuro… hasta que vio el rápido destello de movimiento
por el rabillo del ojo.

Dominic atrapó el puño que iba por su cabeza. Agarró y retorció


hasta que dobló a Kayne en un rápido movimiento, manteniendo el
doloroso agarre detrás de su espalda. Usando su otra mano, agarro un
puñado de su pelo con fuerza en un puño para sostenerlo contra los
casilleros.

Kayne podría ser el mejor luchador en Secundaria Blue Park, pero


no era ninguna competencia para Dom, quién había sido entrenado por
el mejor luchador en Blue Park, punto. Su entrenamiento secreto con
Anthony le había hecho bien durante los años.

—¿Ves? —dijo Dominci en voz baja, pero de manera mortal—. No


quieres encontrarte conmigo en el hoyo, Kayne. Rompería tu intachable
récord en… ¿cuánto fue? —Dominic pretendió contar cuánto tiempo
tomó colocarlo en esta posición—, ¿tres segundos?

Kaynte trató de alejarse del casillero con su mano libre para salir del
agarre, pero no tuvo éxito.

—¡Te mataré! —rugió con furia.

Aferrándose a su pelo con más fuerza, Dom movió su cabeza hacia


atrás una pulgada hasta que pudo golpear el rostro de Kayne de vuelta
contra las taquillas sobresalientes del casillero.

—Entonces espero que te encierren al lado de tu papá en prisión.

—Dominic, por favor. —Bristol tocó su hombro mientras le gritaba


que se detenga.

Viendo las lágrimas que estaban comenzando a formarse en sus


ojos, suavizó su agarre, decidiendo dejar ir a Kayne… por ella.

—Por supuesto que escucharás a tu pequeña per…

Dominic tomó el dedo meñique de Kayne y rompió el pequeño


apéndice en dos.

—La próxima vez, serán tus manos.

Kayne, Bristol, y la multitud que se había reunido, gritaron,


hicieron una mueca, o jadearon ante el repentino rápido sonido de
huesos rompiéndose.

Sabiendo que los profesores estaban viniendo, Dominic finalmente


dejó ir a Kayne.

—¿Por qué diablos harías eso? —le gritó Bristol a través de lágrimas
mientras iba donde Kayne, quien sostenía contra su pecho, indefenso,
la mano de su dedo roto. Tres cortes horizontales comenzaron a emanar
sangre, ahora acompañando a su ojo negro—. ¿Qué está mal contigo?

Confundido, Dominic retrocedió, dolor golpeándolo justo en el pecho


al ver a su amiga escoger el lado de su novio de mierda, el novio que la
acababa de insultar en frente de toda la escuela. Infiernos, la única
razón por la que Kayne salía con ella era para molestar a Dominic y
tratar de ponerlo celoso. Estaba enojado con Dom desde que eran niños
y se metieron en esa tonta y pequeña pelea en el patio de juegos. Casi
no podía creer a Bristol, hasta que vio miedo en sus ojos.

Todos estos años, ella nunca había creído que él fuera algo como la
reputación que decía su apellido. Ahora que lo había visto por sí misma,
Bristol lo miraba como el resto del mundo miraba a un Luciano… como
un monstruo.
9
Lucifer es dueño de cada vertedero del que tomo

Dominic, 19 años
—¿Estamos bien?

D om colocó las dos acolchadas pilas de dinero en el delgado


bolsillo de su chaqueta.

—Estamos bien —respondió, levantándose de la mesa, luego


terminando lo que quedaba de la bebida que Anthony le había dado.

El viejo se rio cuando Dom tomó una respiración agitada ante el


fuego golpeando su garganta.

—Eso es lo que sucede cuando bebes la buena mierda. —Anthony


soltó una risita—. No te doy la mierda que sirvo cuando tu viejo viene
conmigo.

Dominic levantó una ceja ante el desprecio que el fuerte brazo de


Lucifer no se molestaba en esconder, sacando otra risita de Anthony.

—Chico, si tuviera miedo de hablarle mal a Lucifer frente a ti, no te


hubiera enseñado cómo aguantar tu boca cuando él enloquece.

Ambos sabían, si Lucifer notaba que los dos se habían vuelto


amigos y Anthony le había estado enseñando el sucio arte de pelear,
Lucifer no hubiera confiado en que cobre el dinero que se le debía por el
negocio y de los pobres perdedores que Lucifer maltrataba.

—Odias a ese hijo de puta tanto como yo —afirmó Anthony.

No era una sorpresa. Lo que fue sorprendente fue escuchar a


Anthony admitir en voz alta el desprecio que sentía.

—Solo estás igual de atrapado que yo —afirmó Dominic, viendo el


odio del hombre, que tuvo a Anthony volviendo a llenar su vaso.
Usualmente, Anthony hacía un esfuerzo por no exhibir el desprecio
que sentía, igual que Dom lo hacía. Esta noche, Anthony no estaba
controlando sus palabras.

—Cerrojo, valores, y barriles, Lucifer es dueño de cada vertedero del


que tomo.

—¿Con qué te tiene amenazado?

El cansancio se mostró en el rostro del único secuaz de Lucifer que


había tratado de ayudarlo cuando había visto los golpes que Lucifer
infligía en él. A escondidas, Anthony le había enseñado los pros y
contras de los trabajos que hacía para Lucifer, así como las tácticas de
pelea que al menos le daría una oportunidad de defenderse contra su
padre.

Anthony tomó su bebida, tomando un generoso trago antes de dejar


el vaso en la mesa con un golpe.

—Chico, cuando decidas matar a tu viejo, te lo diré. Hasta entonces,


no importa. No es como que puedas ayudar.

Anthony tenía razón, no podía hacerlo. Dominic tenía sus manos


llenas tan solo por cuidar de sus hermanos y respirar bajo las reglas sin
piedad de Lucifer.

—No seré un chico por siempre. —No estaba prometiendo


exactamente ayuda si el día llegara, pero el significado silencioso estaba
claro.

Dom le debía a Anthony más de lo que el hombre sabía. Lucifer


pensó que Anthony solo era una bolsa estúpida de músculo, mientras
que Dominic veía a la única persona que realmente mostró importancia
por él. Anthony lo trataba como si no existiría cuando estaba con
Lucifer, pero de lo contrario, Anthony lo trataba como el hijo que nunca
tuvo.

—No, no lo harás. Solo espero vivir lo suficiente para ver ese día.

La preocupación de Dom creció ante el aparente cansancio de


Anthony.

—¿Estás enfermo?

Anthony dio una risa sarcástica.

—Enfermo y cansado de lidiar con Lucifer. ¿Eso cuenta?


Con tristeza, Dom asintió.

—Sí. Ambos estamos ensillados con la misma enfermedad.

Anthony asintió hacia el arma que yacía en la mesa al lado de la


botella de licor.

—Ahí está la vacuna. Ambos sabemos que a eso llegará. La pregunta


es… —Anthony volvió a llenar su vaso—, cuál de los dos conseguirá el
jodido placer.

Dom no tuvo que pensar dos veces su respuesta.

—Yo lo haré.

—¿Estás seguro de eso? Podría hacerlo sin sentir culpa.

—Yo también. —Se encogió de hombros.

—¿Estás seguro?

Ver la vida drenarse del cadáver de Lucifer sería lo mejor de su


existencia.

—Oh, estoy seguro.

—Entonces supongo… —Anthony tomó otro sorbo—, esperaremos.

Dom asintió.

—Por ahora.

Yendo hacia la puerta, Dominic se abotonó su delgada chaqueta.

—Chico, necesitas una chaqueta más gruesa. Hace frío afuera.

Logró juntar suficiente dinero para conseguirle un abrigo de


invierno para Angel. Todavía necesitaba conseguirle una a Matthias. El
invierno podía terminarse antes de obtener suficiente dinero para
conseguir una para él.

Dominic se encogió de hombros, no queriendo admitirle la verdad a


Anthony.

—No necesito una. El frío no me molesta.

—Toma la mía. —Anthony no se creía ese montón de mierda—. Yo


me conseguiré otra.
Dominic miró el abrigo distintivo que colgaba de la puerta.

—No, gracias.

—Tómala —ladró el brusco ejecutor hacia él en un tono que hacía


que todo Blue Park se estremezca de miedo. Entonces el hombre, que
era lo más cercano a un verdadero padre, salió de su silla para sacar el
abrigo del gancho y lanzárselo.

Dominic lo empujó de vuelta.

—¿Qué crees que hará Lucifer si me ve llevando tu abrigo? Él lleva


un jodido abrigo de lana. Sabe que está congelado afuera. Está tratando
de enseñarme una lección. Si yo llevo tu ropa, solo lo hará enojar.

—¿Qué jodida lección podrías aprender de congelarte el trasero?

Los ojos color avellana de Dominic brillaron.

—Que hasta que él esté listo, yo solo tendré lo que él quiere que yo
consiga.

—Gracias chico.

Confundido, Dom lo miró fijamente mientras Anthony volvía a colgar


el abrigo.

—¿Por qué?

—Por hacerme sentir mejor sobre mi vida de mierda.


10
Donde todo había comenzado

Dominic, 20 años

S
aliendo del auto, Dominic se arregló el horrible traje marrón
oscuro que su padre le había obligado a llevar. Prácticamente
podías oler el polvo en él donde colgaba en la parte de atrás
del armario de su padre durante todos esos años. Amplio de los
hombros, el viejo traje encajaba, pero el resto colgaba como si todavía
estuviera en un colgador.

—¿Realmente necesito ir? —preguntó a su padre silenciosamente en


el estacionamiento. Lucifer les había pedido a sus capos que atiendan y
muestren respeto, y Dom todavía era un soldado en la familia.

—Eres mi hijo. —Dándole una mirada de reojo, simplemente siseó


sus siguientes palabras—: Ahora, no arruines este jodido día para mí.

Nunca había visto a su padre así de feliz en su vida, y verlo en un


día como hoy hizo que Dominic se sintiera mal del estómago.

—Entonces, ¿qué hay con los que dejaste en casa?

Lucifer se detuvo y miró con dureza a los ojos de su hijo.

—Ellos no son los que liderarán la familia un día, ¿no?

La pregunta de su padre sonaba como una amenaza, como si


pudiera cambiar de idea sobre quién se sentaría a la cabeza de la
familia cuando estuviera muerto.

—No. —Dominic dejó en claro que el trono Luciano era suyo y solo
suyo—. Pero alguien se sentará debajo de mí.

El segundo al mando. Era en todo lo que el chico de veinte años


pensaba en conseguir. Cuando obtuviera el título, estaría a un paso
final del trono.

—Cassius —dijo su padre sin pensarlo dos veces antes de alejarse.


—¿Cassius? —repitió un aturdido Dominic—. Pero solo tiene siete
años. ¿Cómo puedes haber tomado esa decisión…?

—Porque lo hice —anunció firmemente Lucifer.

—Angel y Matthias solo tienen quince años; no sabes de lo que


serán capaces. Podrían ser mejores que yo, y ni siquiera lo sabes. —
Dominic se detuvo por un momento antes de decir con valentía sus
siguientes palabras—: Ni siquiera les darás una oportunidad.

—Seamos claros. —Su padre se giró así su maliciosa lengua podía


golpearle en la cara—. La única amenaza real que tienes por tomar tu
lugar en esta familia es Cassius, y jodidamente lo sabes.

El corazón que yacía en su pecho golpeteó contra la idea del Luciano


más joven a la cabeza de la familia.

—¿Qué? —Lucifer le dio una sonrisa retorcida—. ¿No vas a decirme


cómo Cassius podría ser mejor que tú un día también? ¿O solo
defiendes a tus hermanos que nunca tuvieron la oportunidad de asumir
el trono?

Estaba a un segundo de abrir la boca hasta que lo pensó mejor y


pasó a su padre, hacia la Iglesia Católica. Lucifer le hubiera sacado la
mierda aquí mismo frente a sus enemigos si lo hubiera hecho. Claro,
podía admitir que Matthias no tenía oportunidad de sentarse al trono,
gracias a su psicótico padre, pero si Lucifer no temía en lo que podía
convertirse Angel, entonces el mismo Dominic no tendría ninguna
oportunidad.

Angel, al ser un gemelo, era la exacta misma cosa que podría


haberlo convertido en un mejor hombre que Dominic, pero era
irónicamente la misma cosa que lo sostenía atrás. Angel no tuvo la
oportunidad como Dom para pretender que nunca le daría un puñal en
la espalda a su propio padre. Estaba claro en los ojos grises de Angel,
desde que era un niño, que mataría a Lucifer si alguna vez dañaba a
Matthias… y Lucifer lo sabía. Infiernos, la única razón por la que
Lucifer aún caminaba en la tierra era por lo que más odiaba: Katarina.
Al igual que Dominic, Angel no le había volado los sesos todavía por él.
Proteger a Matthias era la única razón por la que Angel nunca llegaría
al trono.

Dominic amaba a Cassius, pero también temía de su hermano


menor. Y no era por temor que Cassius sería mejor que él, era por
temor que podría ser peor que Lucifer. Cassius podría parecerse a
Dominic en cada sentido, pero por dentro, había nacido igual de jodido
que su padre. Dominic hacía todo lo que podía para mantener ocupado
a Cassius y lejos de Lucifer, y lo único que podría salvar su vida sin
alma era Katarina.

Ella podía ver la oscuridad que se cernía debajo de la superficie, e


incluso a sus diez años, intentaba lo mejor de sí para alejar esa
oscuridad al mostrarle a Cassius la diferencia entre el bien y el mal.
Quizás solo podría funcionar porque, si Cassius era capaz de amar,
entonces lo sentía por su hermana.

Entrando a la Iglesia Católica, se sorprendió cuando Lucifer no


estalló en llamas cuando entró a suelo sagrado.

Había dos personas al frente, saludando a sus invitados, y habiendo


entrado detrás de un pequeño grupo —su padre y él—, tenían que
esperar su turno.

Dominic conocía al viejo. Una vez al año, las dos familias del crimen
de Ciudad de Kansas se encontraban afuera de la ciudad en suelo
igualitario para asegurar la paz que habían creado después de la
guerra. La guerra había sido donde todo empezó, y casi ocasionó que el
apellido Luciano cese de existir. Si no hubieran llegado a ese acuerdo,
su padre y él no estarían aquí ahora. Simultáneamente, sin embargo,
era la razón por la que su padre trataba a sus hijos como soldados,
arruinando cualquier esperanza de una niñez normal.

El hombre que estaban por saludar era Dante Caruso, el adversario


más grande de su padre. Dominic realmente podría haber gustado del
hombre, si no fuera tan egocéntrico. Tenía una arrogancia en él, y
Dominic se sorprendía de que no se ahogara en sí misma. Estaba claro
que creía que era el regalo de Dios para la pandilla americana, y era
solo cuestión de tiempo para su día de cuentas. Dom se sentía
genuinamente mal que hubiera llegado a través del entierro de su
esposa.

El hombre había pensado que tenía todo, y el universo lo había


humillado. La vida era así de graciosa. Pensarías que este día de
cuentas vendría de una bala. En su lugar, se llevó lo que Dante más
amaba.

El jefe Caruso siempre se había parado erguido, pero hoy, era un


poco más bajo, y su fulminante mirada de hielo no era tan intimidante
con el anillo rojo alrededor de sus ojos de las lágrimas que sin duda
había derramado antes de esto. Al igual que el resto del mundo, incluso
la mafia necesitaba un equilibrio.

Sin embargo, fue la chica al frente de Dante, quién atrajo su


atención. Al segundo en que la vio, su corazón se detuvo; nunca supo
que tal belleza podía existir en un mundo tan horrible.

Ella tenía pelo rubio que se veía como si hubiera sido hecho de oro,
y su piel bronceada de alguna manera la hacía brillar más. Su rostro
era tan asimétricamente perfecto que, desde que era la única vestida de
blanco contra un mar de negrura, Dominic —siendo honesto consigo
mismo—, pensó que estaba viendo a un ángel. Pensando que la había
imaginado, sacudió su cabeza para ver que ella no había sido la que
había muerto trágicamente demasiado joven.

Su corazón podría haberse detenido, pero ahora latía más rápido


con cada hombre que la saludaba. Cada uno de ellos le dio un abrazo o
un toque —por lo que actuaban su simpatía—, pero Dom sabía que a
ellos les importaba menos su madre yaciendo en un cajón al final del
pasillo. Sus ojos se encendieron como jodidos árboles de Navidad
cuando veían a la jovencita en un bonito vestido. Dominic siempre
había estado rodeado de hombres mayores, y ellos no pensaban en
ángeles caídos del cielo, sino en aquellas de sus revistas sucias.

Si escuchaba a otros de esos hombres mayores decirle lo grande que


estaba, iba a meter sus malditas lenguas por sus gargantas hasta que
las cagaran a la semana siguiente, como su padre Dante debería estar
haciendo. El jefe Caruso sin duda ya estaba decidiendo con quién se iba
a casar su princesa y probablemente estaba sentado en esta habitación.

Era su altura lo que les daba a los hombres la audacia de pensar


que estaba bien mirar a una jovencita de esa forma. Dominic no sabía
qué tan mayor era la chica, pero tenía que tener alrededor de la edad de
Angel y Matthias y era casi igual de alta que ellos.

Extrañamente, Dominic sintió algo por la chica también, pero no era


igual que el resto de hombres. Lo que sintió, al observar a los
asquerosos hombres mirarla, era similar a la idea de su padre hiriendo
a Kat. No podía colocar ese sentimiento al principio hasta que pensó en
lo feliz que estaba que Lucifer no haya reclamado a su hermana como
propia, y ella nunca sería sujeta a esto. Se dio cuenta que sus
sentimientos por la chica eran de protección por naturaleza.
—Dante —lo saludó Lucifer con un asentimiento—. Mi hijo y yo
lamentamos tu pérdida.

Dominic asintió brevemente hacia el afligido jefe antes que sus ojos
fueran hacia la chica. Como si no fuera suficientemente bonita desde
lejos, era mucho más hermosa vista de cerca; su pelo que parecía que
estuviera hecho de oro, complementaba sus ojos esmeraldas que le
daría un verdadero valor a la gema.

—Gracias. —Dante claramente tuvo que forzar las palabras, pero de


alguna manera logró falsearlas antes de introducir educadamente a su
hija—. Esta es mi hija Maria.

Ese nombre no solo encajaba con un ángel, sino que encajaba con
una princesa italiana.

¿Ahora quieres mantenerla alejada de espeluznantes viejos? Gritó en


su cabeza, viendo el repentino agarre mortal que Dante tenía en los
hombros de su hija. Dominic no lo culpaba por querer mantener alejado
a Lucifer, pero su padre preferiría beber ácido que querer a una mujer,
o chica para la cuestión, que tuviera el apellido Caruso.

—Es un gusto conocerte Maria —dijo Lucifer, manteniendo el acto.

Dom tuvo que darle su crédito. La mayoría de los chicos, e incluso


adultos, lloraban ante la vista de su padre, pero ella logró ver al diablo
directamente a los ojos.

—Este es mi hijo, Dominic —continuó, introduciendo a su hijo


también.

Cuando los ojos esmeraldas de ella se posaron en él, se quedó


enfocado ante la vista. Era como si tuvieran su propia fuente de luz
detrás, recordándole de las ventanas de vidrio alrededor de ellos
mientras el sol se reflejaba a través del verde.

—Hola.

—Hola. —Su voz salió tan angelical como sus rasgos.

Queriendo llegar a los otros esperando para saludarlos, Dante se


hizo a un lado.

—Bueno, gracias por venir a brindar tus respetos, Luciano.

No era porque estaban en una iglesia que Dante no llamó a Lucifer


por su nombre. Ni el jefe Caruso, ni sus hombres, lo llamaban así,
siempre llamaban al diablo por su apellido. Nadia sabía por qué se
rehusaban a llamarlo por su nombre de pila, pero sin duda no era por
respeto. Sin embargo, todavía era el día de Lucifer, y nada arruinaría su
humor mientras una lenta y siniestra sonrisa tocó sus labios.

—Cuando gustes.

Los ojos avellanas de Dominic permanecieron en su gema preciosa


un poco más. Había algo extraño y raramente familiar sobre ella, pero
antes de poder descubrirlo, su padre lo empujó por el pasillo.

Caminando por el largo pasillo, pasó varios bancos ocupados, cada


paso lejos de la princesa Caruso era más difícil que el anterior; se sentía
como si estuviera caminando a través de lodo. No sabía por qué se
sentía así. ¿Tal vez quería volver y de alguna manera liberarla de ser
forzada a saludar a los hombres que entraban? Lo que sea que fuera,
cada instinto en su cuerpo trató de tentarlo a volver a ella. No fue hasta
que alcanzó el final del pasillo que el instinto se tranquilizó.

Era una tradición católica para los niños llevar color blanco en los
funerales, así el mal no los tocaría; pero cuando vio la fresca canasta
blanca que llevaba la última esposa del jefe, Melissa Caruso, había otra
razón. Maria no pertenecía al color negro, al igual que su madre que se
veía pacíficamente dormida en un ligero vestido rosa.

Incluso en la muerte, Melissa era hermosa, pero no se comparaba


con el gran retrato de ella situado al lado. Dominic no pudo evitar
pensar que era una lástima deshacerse de algo tan hermoso cuando
existía tanta fealdad.

Se tocó su frente, terminando la señal de la cruz sobre su pecho,


esperando a que el engreído de Lucifer respetuosamente haga lo mismo.
Por supuesto que el diablo se rehusó a hacer la bendición. Dominic tuvo
que apartar la mirada de su enfermo padre, quién se estaba regocijando
en este triste día.

Viendo al hijo de dieciocho años sentarse en la primera fila, a solas,


Dominic se acercó y silenciosamente tomó asiento a su lado. Solo lo
había visto dos veces, de la misma forma en que había conocido a su
padre Dante en las reuniones anuales. Dominic no pudo creer cuando
el chico de diecisiete años se había presentado como un hombre hecho
a sí mismo, pero entonces había recordado lo que el chico había hecho
para convertirse en el hombre hecho a sí mismo más joven en las dos
familias. Como todos los demás, incluso Dominic tuvo que esperar para
tener edad, pero lo que el hijo mayor de los Caruso había hecho, lo
clasificaba como adulto. Incluso el sistema judicial americano lo
hubiera tratado como adulto, lo hubiera encerrado, y hubiera escondido
la llave.

Lo único bueno que había resultado de tener a un psicópata como


padre era que Dominic sabría cómo lidiar con su futuro enemigo
cuando llegara el momento. Lucifer era su más grande arma, y los
Caruso ni siquiera lo sabían todavía.

Los futuros jefes de Ciudad de Kansas se sentaron en silencio uno


al lado del otro, y al igual que sus padres, los hijos estaban destinados
al mismo camino de adversidad.

Era extraño conocer a tu enemigo antes de que se convierta en ello.


Era como mirar en una bola de cristal y ver tu futuro. Supuso que
debería sentirse bendecido, ya que no muchas personas podían decir
eso, pero se sentía siniestro tener toda tu vida decidida antes de
siquiera haber nacido.

El hijo de Dante no tenía el aire de arrogancia como su padre, sino


una nube de oscuridad. Hoy, sin embargo, se había ido. Pensó que
podría haber sido porque fue forzado a llevar un traje que no quería
usar, al igual que se sentía, pero Dominic estaba segura que ellos no
habían querido llevarlo por diferentes razones. No solo el tamaño de
Dominic era muy grande, sino que había tenido que preguntarle a
Lucifer si era apropiado llevar un traje marrón a un funeral, incluso si
era oscuro.

Dom hubiera matado por llevar el traje que su adversario tenía


puesto. Estaba tallado a él de manera perfecta, pero era el hecho de que
era completamente negro lo que lo tenía envidioso. A diferencia de los
Luciano, los Caruso siempre se vestían en costosos trajes italianos de
color negro, gris, y blanco. Los Luciano vestían ropa que se veía
gastada, sus telas menos lujosas. Raramente utilizaban trajes
completos como la otra familia. O no tenían una corbata, traje, o
pantalones para completar la vestimenta.

El joven Caruso que estaba sentado a su lado era como los Luciano
en ese aspecto: odiaba llevar trajes. Lo único que había visto Dominic
que él llevara, eran pantalones oscuros y camisetas negras, incluso en
sus reuniones oficiales. Pero el traje no era el motivo por el que la nube
oscura se había evaporado. El aire a su alrededor fue reemplazado
por… ¿tristeza?
Dominic entrecerró sus ojos, pensando que no podía poseer estos
sentimientos, incluso por su madre. Siempre había pensado en él como
Lucifer: incapaz de amar a otra persona. Dom se sintió mal por la
muerte y por aquellos que ella dejó atrás, pero nunca había sentido una
onza de cariño por el chico de dieciocho años… hasta ahora.

Mirando de vuelta la hermosa mujer en el ataúd, se giró hacia el


futuro jefe Caruso por primera vez y en voz suave dijo:

—Lamento lo de tu madre Lucca.

Al principio, Lucca pareció sorprendido cuando giró su cabeza hacia


él, claramente no habiendo escuchado a alguien decir esas palabras
hacia él todavía. Entonces la mirada desapareció mientras sus ojos azul
verdosos se enterraban en él, forzando a Dom a devolverle la mirada.

—No actúes como que lo lamentas Dominic.

—¿Ella se parecía a ti? —simplemente preguntó.

Las cejas de Lucca se juntaron en confusión.

—No. —Volviendo a mirar hacia su madre muerta, la frialdad en su


voz se fue cuando agregó—: Ella era todo lo que yo no soy.

—Entonces… —Dominic se puso de pie para irse a sentar al lado de


su padre—, realmente lo lamento.

—Dominic —dijo Lucca mientras Dom comenzó a irse.

Se detuvo, volteándose para mirar al enemigo. Casi no creyó cuando


la palabra gracias cruzó sus labios.

Fue en ese momento en que Dominic supo dos cosas: el trono


Luciano sería suyo, y la ciudad sería suya también. El futuro jefe
Caruso acababa de cometer un error crítico.

Lucca probó ser humano después de todo.

Dándole un asentimiento final, fue a tomar asiento al lado de su


padre mientras la ceremonia comenzaba.

—Luciano. —Dante caminó por el pasillo, esta vez sonando un poco


menos triste—. Hay alguien que quiero presentarte.

Tanto padre como hijo se levantaron, girándose para mirar hacia


donde había ido el jefe Caruso.
—Mi soldado más reciente… —Un joven con un traje limpio y en
blanco y negro, salió detrás de Dante mientras él lo introducía—,
Salvatore Lastra.

Al segundo en que Dominic lo vio, sintió como que lo había visto


antes y rápidamente trató de ubicarlo en su memoria, pensado que
nunca lo había visto en la escuela ya que se veía muy joven. Si era un
hombre hecho a sí mismo, entonces al menos tenía dieciocho años, y
dudaba que tuviera más.

Cuando su padre no se presentó, Dom vio que la sonrisa de


suficiencia que había llevado todo el día, se había desvanecido por
completo de su cara.

—Dominic. —Estiró su mano, presentándose a sí mismo cuando su


padre permaneció en conmoción—. Un gusto conocerte, Salvatore.

El recluta más nuevo de los Caruso tomó su mano en un agarre


firme.

—Puedes llamarme Sal.

Al segundo en que su áspera mano tomó la suya, Dominic


inmediatamente reconoció su historia. De todas las manos que había
sacudido de los hombres Caruso, ninguna había sido tan áspera como
la suya. Aquellas eran manos de alguien que había crecido en Blue
Park.

—Te conozco, ¿verdad? —dijo Dom, haciendo que los tres se miren
de manera incómoda entre sí—. Eres de nuestra parte de la ciudad,
¿verdad?

Un suspiro silencioso de alivio que Dominic no entendió, provino de


los hombres. Claramente, no estaba entendiendo algo, y no sabía qué.
Tomando otro momento para mirar a los ojos del joven, un recuerdo lo
golpeó. Mientras jugueteaba con el caramelo de cereza en el bolsillo de
su pantalón —un hábito que no había dejado—, supo que lo había visto
antes. El chico callejero arreglado. Había pasado unos cuántos años
desde que Dom lo había visto por última vez vagabundeando por las
calles hace unos años; pero su rostro, a pesar que estaba bien aseado,
todavía se veía joven. Sin duda era un mundo pequeño. Nunca imaginó
que el chico sin hogar que había visto de vez en cuando al ir a la
escuela, terminaría trabajando para la realeza de la mafia.
—Sí. —Sal se ajustó el traje, pareciendo como si él mismo no
sintiera que pertenecía—. El Sr. Caruso me sacó de las calles de Blue
Park después que murió mi madre.

—Qué bueno —finalmente dijo Lucifer a través de dientes


apretados—. ¿Es este el Gran Salvatore del que has estado hablando?

Dominic tuvo que mirar dos veces. De ninguna jodida manera.

En sus reuniones, Dante había mencionado al Gran Salvatore como


un asociado suyo. Hablaban de él como si fuera una leyenda urbana
que estaba en su camino hacia el mejor hacker jamás conocido. Lucifer
incluso había utilizado sus servicios cuando habían requerido comprar
a un policía de la ciudad. Dominic había asumido que era un hombre
mayor, no un chico sin hogar cualquiera.

Dante envolvió un brazo alrededor de los hombros de Sal como un


padre orgulloso.

—Sí, lo es.

La mandíbula de Lucifer se flexionó apenas antes de sostener una


pálida y larga mano.

—Un gusto finalmente conocerte, Salvatore.

Sus ojos azules no se vieron tan gentiles como cuando Dominic lo


saludó.

—Igualmente.

Entonces… Dominic finalmente vio el pequeño secreto del que había


sido excluido mientras notó que los ojos de Sal no eran solo azules;
eran de un azul oscuro.

Realmente es un jodido mundo pequeño, después de todo.

Volviendo a sus asientos, observaron a Dante alejarse y tomar


asiento en la primera fila con sus hijos. Sal se sentó con la familia,
haciéndolo parecer como si él fuera uno de sus hijos también.

Dominic escogió no decir nada todavía, esperando hasta después del


funeral para discutir qué tan jodida podía estar la familia Luciano. La
única cosa que lo hacía feliz sobre esta nueva revelación era que el
espeluznante humor alegre de su padre se había vuelto amargo. Sin
embargo, rápidamente regresó cuando el cura comenzó a hablar. Como
si su padre no lo hubiera puesto más enfermo, mientras más duraba la
misa, más amplia era su sonrisa, y todos los demás lloraban.

En un mar de rostros tristes, el único rostro que no estaba


destrozado, además del de su padre, era el ángel sentado en la primera
fila al lado de Lucca.

No pudo evitar observar a Maria a través de los diferentes estados


del funeral, preguntándose en qué momento iba a llorar. Pensó que
cuando el coro cantara la canción del Evangelio, al menos se vería
triste, o cuando los portadores del féretro cargaran el ataúd para
sacarlo; pero incluso cuando su madre muerta fue bajada al suelo, no
derramó ni una sola lágrima.

Dominic no pudo evitar reírse ante el hecho que había pensado que
ella era un ángel.

Maria era una mafia de la princesa, y un maldito monstruo, al igual


que el resto de ellos.
11
La tierra volviéndose completa de nuevo

P
arecía como un completo pecado lanzar tierra en tal hermoso
y blanco ataúd. Cada pala emitía un golpe por el impacto,
hasta que se volvió más suave cuando la tierra comenzó a
llenar el hueco de seis pies de profundidad.

Mientras Dominic se alejaba del cementerio, Maria salió en la


dirección opuesta, y con la tierra volviéndose completa de nuevo,
Dominic se dio vuelta para darle una última mirada a la princesa.

Y entonces, todo final es un nuevo comienzo.


12
La perra más grande de Blue Park

E
l regreso a Blue Park sin duda iba a ser incómodo mientras
subían al viejo Cadillac negro de Lucifer. Era otra cosa que
los separaba de los Caruso: ver todos los nuevos modelos
Cadillac rodeándolos.

Cuando Lucifer colocó la llave en el encendido del auto y éste rugió


a la vida, su sonrisa desapareció ahora que se habían terminado las
festividades.

—Bueno… —comenzó a decir Dominic.

—Bueno, ¿qué? —espetó Lucifer, conduciendo hacia el tráfico de


manera errática.

—¿Cuándo ibas a decirme que tenía otro hermano?

—Cuando jodidamente quisiera que lo supieras.

Dominic podía decir por la voz de su padre que, si no hubiera estado


conduciendo, le hubiera sacado la mierda. Sin embargo, la verdad era
obvia: Lucifer claramente estaba tan sorprendido como él, no sobre el
hecho que tuviera otro hijo, sino que su mayor enemigo lo había
acogido.

—¿Por qué no lo quisiste? —preguntó Dominic, bajando la mirada


hacia sus manos que estaban comenzando a temblar. No creía que
algún día entendiera realmente lo enfermo que estaba su padre y por
qué hacía ciertas cosas—. Querías malditos soldados, ¿pero lo dejas a él
pudrirse en la calle?

—¡Su madre era una perra! —rugió Lucifer—. ¡Podría haber sido de
cualquier hombre!

—Detén el auto —dijo Dominic, sintiendo que subía la bilis—.


¡Mierda, detente! —gritó de nuevo cuando su padre no se detuvo,
estirándose para girar abruptamente el volante. Giraron bruscamente
hacia un lado de la pista.
—¿Qué diabl…?

Lucifer pisó los frenos y detuvo el auto cuando Dominic saltó fuera
del mismo.

Inclinándose, vomitó y apenas logró salir del auto.

Todo el día había tenido que observar la felicidad de su padre sobre


el hecho que la esposa del jefe Caruso había sido puesta a descansar
después de ser trágicamente asesinada. ¿Y ahora esta mierda? En su
mente, seguía reproduciendo todas las jodidas veces que había pasado
a Sal mientras vivía en la calle, queriendo darle el saldo de su dinero o
el par de dólares que había tenido en su bolsillo, pero nunca lo hizo.
Porque utilizó ese dinero para comprarle algo a Kat para ayudarla con
su aburrimiento, ya que paraba en el sótano; o para comprarles un
paquete de rosquillas en la mañana en estación de gas a Angel y
Matthias, en caso se quedaran sin cereal. Sin saber que cada vez que lo
había hecho, había negado a su propio maldito hermano.

—¿Estás vomitando? —El rostro de Lucifer y su voz estaban llenos


de decepción cuando él rodeó el auto y lo vio agazapado—. ¿Desde
cuándo te he criado como un marica?

—Comí los restos de la comida de mierda de DeeDee que hizo esta


mañana, y debe haberme dado comida envenenada —mintió
rápidamente Dominic, agradecido de que su padre le creyera.

Limpiándose la boca con la palma de su mano, se estiró, mirando a


su padre.

—Sabías que era tu hijo, admítelo.

—Lo sabía —finalmente admitió Lucifer, sin remordimiento—. Pero


no fue hasta después que nació y vi sus ojos que lo supe.

—¿Entonces por qué no lo trajiste a casa? —preguntó Dominic,


confundido. Crear un ejército para tomar de vuelta la ciudad era todo el
propósito de su padre.

Lucifer se quedó en silencio, claramente pensando hasta que logró


decirlo:

—¡Su madre era la perra más grande de Blue Park! No quería que
nadie supiera que me había acostado con ella.
La madre de Sal no había sido una perra; el hombre asqueroso que
la había empujado contra la esquina de la calle y le había pagado para
acostarse con ella… él lo era.

Tomando un paso hacia él, Dom apuntó con un dedo a su padre,


enojado.

—Entonces, ¿permitiste que tu hijo se pudra en la calle durante


años en lugar de dejar que el mundo sepa que tuviste que pagar por
sexo?

Esta vez, el puño chocó contra su cara, y Dominic no tuvo tiempo de


reaccionar. Literalmente y figurativamente, tuvo que recibirlo en el
mentón o su castigo sería peor.

Dominic escupió la sangre que llenó su boca hacia el césped,


todavía esperando que Lucifer responda su pregunta.

—Sí —dijo finalmente su padre.

Dom se quedó en silencio al principio, mirando fijamente a su


padre, hasta que lanzó hacia atrás su cabeza, riendo.

—¿De qué diablos te ríes? —siseó Lucifer—. Que me acosté con una
per…

—No.

El pecho de Dominic todavía retumbaba con la risa, pero se


convirtió más siniestra conforme seguía riendo, hasta que se detuvo por
completo. Mirando a los ojos negros de su padre, Dom le dio la misma
sonrisa espeluznante que le había visto todo el día.

—Creo que es gracioso que el único hijo con el que no tuviste nada
que ver… terminara siendo tu mejor creación hasta ahora, y lo llevaste
directamente hacia los brazos de tu enemigo.

El puño que golpeó su rostro lo llevó hacia un profundo sueño…

Corriendo por la cuadra, finalmente llegó, agarrándose de las


rodillas para recuperar el aliento.

Lucifer observó mientras salía del auto.


Hablando a través de su aliento pesado por haber tenido que correr
a través de Blue Park, Dominic no entendía por qué su padre no pudo
pasar a recogerlo.

—¿Cuál era el apuro por el que tenías que encontrarme aquí tan
rápido? Estaba…

—No me importa una mierda lo que estabas haciendo. Haces lo que


yo quiero cuando yo quiero —siseó su padre.

Dom se mordió la lengua para evitar decir lo que realmente quería


decir. Se estaba volviendo cada vez más difícil tolerar a Lucifer.

Bajando su mirada hacia sus zapatos rayados, Dom escondió los


pensamientos que quemaban en su cabeza, el querer tomar a sus
hermanos y a Kat y desaparecer. Libre de Lucifer y la tiranía que él
imponía en ellos, comenzaba a incentivarlo a ganar suficiente valentía
para tomar su vida y la de sus hermanos en sus propias manos. Había
estado creando un plan de escape, si llegaba a eso. Después del funeral,
Dom lentamente se estaba dando cuenta que podría no tener opción
más que escapar de su propio destino.

Una vez a la semana, Dominic recogía una bolsa de dinero de


Anthony, y comenzaba a medir la cantidad que Lucifer le decía que
recoja. Los montos incrementaban conforme lo hacía la confianza de
Lucifer. Solo necesitaba una gran paga para ayudarlos a desaparecer
hacia un lugar donde Lucifer no pudiera utilizar sus derechos de padre
para arrastrar de vuelta a sus hermanos bajo su control si fueran
encontrados.

Lucifer comenzó a caminar hacia una vieja casa, esperando que él lo


siga. Dom lo hizo. El patio descuidado solo era uno de los tantos en la
cuadra. Barras de hierros en las ventanas mostraban que nadie se
sentía seguro, ya que se veían las aceras oscuras. Había varios autos
estacionados en la entrada. Dom reconoció el viejo auto Buick verde
lima de Anthony, al frente.

Lucifer no golpeó la puerta, entró como si fuera dueño de la casa.


Entrando detrás de él, Dom fue casi derribado por el fuerte aroma a
perfume e incienso que tuvo sus ojos lagrimeando.

Observando a los ocupantes en la habitación, visualizó a Anthony


recostado en un sofá gastado con una mujer que estaba más desnuda
que vestida.
Anthony había sido el único hombre en la habitación antes de su
llegada, pero luego la habitación se llenó de mujeres de varias edades,
tamaños, y complejidades, mirándolo con expresiones de apatía que le
dio piel de gallina.

—Te tomó bastante tiempo traerlo aquí. Tuve que mantener


ocupada a Lacy. Se estaba aburriendo —su ejecutor habló,
despreocupadamente, mirando hacia Lucifer mientras salía del sofá.

Asqueado, Dom fue incapaz de esconder su disgusto cuando era


totalmente aparente que Anthony estaba excitado.

Dom se giró hacia su padre.

—¿Qué…?

La palabra apenas había salido de sus labios cuando Dominic


encontró el puño de Lucifer balanceándose, golpeándolo al lado de su
nariz. El contacto duro inmediatamente lo puso de rodillas.

Desorientado, Dom llevó su mano a su nariz, sintiendo el fluido de


sangre acumulándose.

Las mujeres se movieron a diferentes lados de la habitación,


alejándose del peligro sin hacer ruido. Su silencio demostró que no era
la primera vez que habían sido expuestas ante tal violencia física. De
manera instintiva, se estaban volviendo invisibles para mantenerse a
salvo de la única manera que podían.

La cara de Lucifer bailó sobre él, llena de contento, mientras


lanzaba su pie, golpeándolo en las costillas.

—¿Crees que eres más hombre que yo? —rugió Lucifer mientras lo
pateaba de nuevo.

Dom trató de rodar lejos del ataque no provocado, incapaz de


defenderse ya que podía costarle la vida de Kat.

—¿Crees que puedes escapar de mí, o peor, poner a mis hombres en


contra de mí? Vomitas tus entrañas porque te sientes mal por un chico
de la calle que te volaría los sesos ante una orden de Caruso. ¡Boo!
¡Eres jodidamente demasiado débil para derribarme!

Patadas violentas, una tras otra, tuvieron a Dominic jadeando por


aliento mientras Anthony observaba, sin hacer ningún movimiento para
interferir.
—¿Crees que tienes las pelotas para derrotarme? ¡Pruébalo!

Dom se sintió levantado del piso por la mano de Lucifer en su


chaqueta. Lo empujó adelante, Dom golpeó la pared, haciendo que toda
la casa retumbe antes de que fuera tomado y a fuerza llevado a una
habitación. Fue lanzado a una cama mientras trataba de recuperar sus
sentidos, vio a Anthony y a la mujer que lo habían seguido en la
habitación.

—¡Muéstramelo! —le gritó Lucifer.

—No lo entien…

Lucifer se agachó, colocando una mano en su garganta para


estrangular el poco aire que le quedaba.

—Folla a la perra… muéstrame que eres suficiente hombre para


tomar lo que es mío.

¿Lucifer espera que folle a una mujer en frente de él?

Repulsión lo bañó de nuevo ante su enloquecido padre.

Viendo a Anthony sentándose en una silla para observar, finalmente


entendió en su cerebro lleno de dolor el motivo por el que Lucifer estaba
tan enojado. Anthony lo había traicionado, y Lucifer quería que lo
supiera.

—No voy a follarla —dijo Dom con voz ahogada mientras la mujer
rodeaba la cama y se colocaba a su lado. No encontraba nada atractivo
en la mujer, y se notaba que estaba aterrada.

—Ella no es suficiente para mí, pero es la perra correcta para ti. Ese
pequeño pájaro carpintero nunca ha salido de su casa. Es tiempo que
salga a jugar.

Risa demencial llenó la pequeña habitación, haciendo que Dom


quiera vomitar ante lo que le estaba ordenando Lucifer que haga.

Sintiendo que las manos temblorosas de ella iban hacia sus


pantalones cuando iba a desabrocharlos, él trató de alejarse de su
agarre. Sin embargo, Lucifer apretó el agarre en su cuello, haciendo que
puntos brillantes aparezcan en sus ojos cuando el oxígeno fue cortado.

—Vas a follarla, o voy a matarte —ordenó Lucifer con la mandíbula


apretada—. Vas a tener que probarme que harás lo que yo deseo,
cuando yo quiera, y cómo yo quiera, o estarás observando lo que yo
haré con tus preciosos hermanos desde las puertas del infierno.
Convertí a los chicos en los soldados que merezco y… —Sus labios se
curvaron hacia arriba en un desprecio aterrador—, ya he prometido que
la chica se case con Anthony cuando ella sea legal. Sin ti por aquí, no
esperaré. Se la daré a él ahora.

Dom se entregó. Nunca había habido una oportunidad de escapar


del futuro psicótico que Lucifer tenía para ellos. La única forma en que
podría vencer a Lucifer en su propio juego, sería hacer a un lado sus
sentimientos y convertirse en lo que más odiaba: su padre.

Dominic se forzó a sí mismo a dejar de luchar en contra de Lucifer.

Sintiendo su rendición, Lucifer suavizó su agarre.

—Si esperas que la folle, aléjate de mí —dijo Dom con un siseo. No


sabía cómo iba a follar a alguien con todo el desastre que había hecho
Lucifer de su cuerpo, además de no estar para nada excitado por la
mujer esperando cumplir con las demandas de Lucifer.

Lucifer salió de la cama y se fue a parar frente a la puerta,


bloqueando cualquier escape. Era un esfuerzo sin sentido. Lucifer había
ganado. Había ganado al minuto en que lo amenazó con Katarina. No
había forma de que permitiera que Anthony le ponga una mano encima,
mucho menos pasar el resto de su vida casada con el bastardo
traicionero.

—Ocúpate —ordenó Lucifer.

Dom utilizó la esquina de la sábana para detener el fluido de sangre


de su nariz y vio miedo mezclado con simpatía en la mujer.

Ella no quería estar en esta situación, así como él. Ambos sabían
que eran peones en el juego de Lucifer, y entregarse era su única llave
para sobrevivir.

Cuando ella desabrochó sus pantalones, Dom no intentó detenerla


esta vez, dejando que quite primero su pantalón primero, luego su ropa
interior.

—Al menos tienes una cosa de mí —dijo Lucifer con sarcasmo


cuando sus ojos fueron hacia su pene flácido; Dominic había querido
usar la sábana para cubrirse, pero no lo hizo. Utilizó su humillación
para llenar el odio que sentía en cada poro de su ser por el hombre al
que llamaba Padre.
La mujer comenzó a acariciar su pene, y lo único que Dom quería
era controlar su vómito.

—Si vomitas, degollaré su jodida garganta y traeré a otra perra para


que termines el jodido trabajo.

La amenaza de Lucifer lo tuvo aguantando la bilis y sintiendo que la


sangre lo ahogaba.

Cerrando sus ojos con fuerza ante las miradas fijas de Anthony y
Lucifer, Dominic utilizó su imaginación para alejarse de la habitación
que probablemente había sido utilizada cientos de veces para completar
las fantasías de los clientes en el prostíbulo que Lucifer seguramente
tenía.

—¿Simplemente vas a quedarte allí y dejar que ella haga todo el


trabajo?

Dom ignoró la prueba, cambiando sus pensamientos hacia otro


canal donde Lucifer, Anthony, y la mujer chupando su pene no existían.

Sintiendo un condón siendo rodado en su pene, casi vuelve a la


realidad, pero logró quedarse con sus propios pensamientos, diciéndose
a sí mismo que era suficientemente fuerte para sobrevivir a este castigo
que Lucifer estaba determinado a controlar.

Forzando a que sus adoloridas costillas trabajen, Dom se movió lo


suficiente para mover tontamente su cuerpo sobre el de la mujer.
Inexperto que era, le llevó dos intentos encontrar el objetivo, enterrar su
pene dentro de ella.

Perder su virginidad delante de su padre y Anthony, endureció su


alma, lo suficiente para completar el acto, mientras apagaba los
gemidos de excitación que la mujer pretendía dar. Ella se merecía un
jodido Oscar, pero él era tan inocente que no se dio cuenta que su
vagina estaba seca.

Ambos en un infierno de su propia creación, Dominic se culpaba a


sí mismo por haber confiado en Anthony y haber bajado la guardia lo
suficiente para que Lucifer vea su disgusto sobre el maltrato que Sal
había recibido de él. Diablos, su hermano había sido el de la suerte.

Sentándose con mucho dolor, Dom se sentó al borde de la cama


para buscar sus pantalones después de deshacerse del condón usado.
—No has terminado. —Las pupilas maniacas y negras lo miraron
antes de gritar—: ¡Amy, trae tu trasero aquí!

Dom simplemente se quedó allí, sorprendido, mientras otra mujer


entraba a la habitación y se acercaba a la cama, quitándose la
camiseta.

—Esta vez, hazme creer que disfrutas de un poco de vagina.

Dominic abrió la boca para decirle a Lucifer que lo mate, ya que


sería más fácil que tener que vivir por este infierno, pero unos ojos
negros preciosos lo detuvieron en su mente: los de su hermana.

Derrotado, entregó la poca dignidad que le quedaba y estiró su


mano.

—Dame otro condón.

Tres horas y cuatro mujeres después, Lucifer finalmente caminó


hacia un exhausto Dominic en la cama.

Su rostro frío lo miró mientras se estiraba, tomando el sudoroso


mentón de Dom en un agarre mortal.

—Ahora, puedes llamarte un hombre. —Dejándolo ir, buscó en su


bolsillo para sacar su clip de plata de dinero, para comenzar a contar
los billetes—. Sabes, me preocupaste cuando Angel y Matthias
comenzaron a escaparse para follar a cada chica en Blue Park, pero
ahora veo que también te he mantenido bien ocupado. —Lucifer dejó
caer el dinero en la cama con una risa siniestra—. Pensaste que era
gracioso que hubiera follado a una perra. Bueno, felicitaciones hijo, no
eres mejor que tu viejo.

Finalmente, satisfecho con haberlo humillado lo suficiente, Lucifer


se fue.

El odio de Dominic hacia él emanaba por cada uno de sus poros


mientras observaba a su audiencia riéndose mientras comenzaba a
salir. Dominic había aprendido su lección en tratar de superar a
Lucifer. No estaba listo para derrotarlo… todavía.

Mientras ambos hombres se volvían a poner sus abrigos, Dom miró


con envidia a Anthony, recordando en cómo solía incentivarlo a que
confíe en él. Ambos hombres creaban miedo solo ante la vista de
aquellos abrigos; Lucifer con su lana elegante, Anthony en cuero.

Apestando a sexo, perfume barato, e incienso de cereza, Dominic


trató de arrastrar su hinchado y exhausto cuerpo sobre su ropa. Sus
ojos brillaban en la oscura habitación, tratando de no dejar que se
escape una lágrima.

Dominic no sabía qué dolía peor: el hecho de que su último pedazo


de inocencia había sido arrebatado de él… o el hecho de que había sido
traicionado por su único amigo.
13
El día en que Dominic se quebró

Brring.

El teléfono de la casa timbró y Lucifer contestó.

D ominic nunca había prestado atención a su padre cuando


estaba al teléfono, pero podía sentir el aire en la casa cambiar,
lo que lo tuvo escuchando atentamente.

Mirando a Lucifer, pudo ver oscurecerse sus ojos negros, si es que


era posible, mientras se quedaba en silencio, escuchando al otro lado
del teléfono.

—Veré qué puedo hacer —respondió Lucifer tan duro como miraba a
su hijo, luego lanzó el teléfono contra la pared.

La adrenalina corrió a través de las venas de Dominic,


instintivamente sabiendo que lo que sea que vendría esta noche
terminaría muy mal. La mirada en el rostro de Lucifer le dijo una cosa y
solo una cosa.

Quería sangre.

Con valentía, Dominic preguntó lo que deseaba, pero lo que no


debía preguntar:

—¿Quién era?

—La escuela.

—Matthias, ¿qué hiciste ahora? —espetó sobre el elevado videojuego


de disparos que sus hermanos y él estaban jugando en el sofá.

—¡Nada! —gritó sin emoción Matthias, sobre su hombro.

No fue hasta que Angel pausó el juego que notó el cambio en el aire
que su gemelo ya había notado.
Incluso el pequeño Cassius, quién había estado mirando fijamente
la televisión mientras ellos asesinaban a muertos vivientes Nazi, giró su
cabeza también.

—No él. —Cuando el dedo pálido y delgado de Lucifer señaló al


suelo, el miedo emanando de los chicos fue palpable antes de que
siquiera diga la siguiente palabra—. ¡Ella!

Mierda. Dominic respiró silenciosamente por dentro, ya haciendo un


puño.

Angel se puso de pie rápidamente, seguido de un tembloroso


Matthias. El pequeño Cassius, sin embargo, miraba hacia la detenida
televisión.

Dominic dio un paso adelante, viendo que la puerta del sótano


estaba al alcance de Lucifer.

—¿Qué dijo la escuela?

—Quieren que vaya a hablar sobre sus notas. Ella es jodidamente


estúpida, ¿no? —Las crueles palabras de Lucifer lo golpearon.

Dom apretó la mandíbula, queriendo tomar el cuchillo de la


encimera de la cocina para cortar la garganta de su padre por la forma
en que habló de Kat cuando no sabía una sola jodida cosa sobre ella. Lo
enterraría a seis pies bajo tierra para mañana si no fuera porque seguía
aterrado de que el sistema se llevara a sus hermanos de menor edad.
Con Lucifer muerto y Dominic sin ser la cabeza de la familia todavía, el
miedo que su padre había puesto en la ciudad se habría ido. El miedo
que Lucifer había instalada se convertiría en odio, y la familia caería; no
había cuestionamiento en ello. Lanzarían su trasero tras las rejas. Era
un hombre hecho a sí mismo ahora, y esas eran las consecuencias de
ser uno… si te atrapaban.

—Nunca debí dejar que críes a esa niña y yo mismo debí


deshacerme de ella! —rugió—. ¡Los Luciano nunca han sido tontos!
¡Somos la gente más inteligente en esta ciudad, y tú has dejado que
manche el apellido!

—Bueno, si tú la hubieras criado, sabrías que no es tonta —le dijo


Dom, fríamente.

—Claramente, no es tan jodidamente brillante si me llamaron de la


escuela, ¿eh?
Dominic abrió la boca para decirle que su hija de diez años, que él
jodidamente no quería, era más inteligente de lo que él jamás sería,
pero cerró la boca. Sus hermanos y él mantenían en secreto esa parte
de Kat. No solo no merecía saber que su hija era un genio, sino que
Dominic temía que Lucifer se sintiera inferior a su inteligencia, y eso
haría que la odie más.

—Eso pensé —espetó Lucifer antes de girarse hacia la puerta del


sótano.

No permitiré que llegues a ella de nuevo. Dominic juró al diablo y al


Mismo Dios.

—No —ordenó Dom, sosteniendo un tono que su padre a veces


respetaba.

Cuando Lucifer se detuvo, Dom continuó, haciéndole una promesa.

—Iré a la escuela y lidiaré con ello. No obtendrás una llamada de


nuevo.

Lucifer miró fijamente la puerta del sótano durante varios segundos,


con la tensión en la habitación en alta alerta.

—Bien. —Se volvió a girar, dirigiéndose hacia la puerta principal—.


Volveré mañana.

¿Qué…? ¿Eso es todo?

Todos los hermanos soltaron un suspiro de alivio una vez que se


cerró la puerta.

—Voy a dejar que Kat venga a jugar ahora. —El pequeño Cassius se
levantó, caminando hacia la puerta del sótano.

—No, todavía no —le dijo Dom sobre su hombro, observando a su


padre caminar hacia su auto, sabiendo que Lucifer nunca se rendía.
Algo se sentía equivocado.

La puerta del sótano se abrió un poco, y entonces Cass gritó:

—¡Kat! Sube a jugar.

—No, no es s…

Dominic fue a la puerta del sótano para detener a su hermana, pero


al ver su feliz y pequeño rostro mientras ya comenzaba a subir las
escaleras emocionadamente, no pudo hacerlo. Sabiendo que ella odiaba
el sótano, fue en contra de sus instintos, dejando que suba antes que
su padre pueda irse.

Observando a Kat prácticamente saltar hacia el sofá donde sus


hermanos gemelos estaban sentados, su trasero no había ni tocado el
sofá cuando la manija de la puerta sonó.

Dominic corrió hacia la puerta en un mini segundo, evitando que se


abra. Miró sobre una asustada Kat que había saltado fuera del sofá.

—Ve —articuló hacia ella para que corra. Cada terminación nerviosa
se llenó de miedo helado mientras observaba a Kat correr, horrorizada.

—¡Qué diablos! —siseó Lucifer desde el otro lado de la puerta.

Mirando a sus hermanos gemelos, quienes habían llegado a la


puerta a su lado, les preguntó en un susurro:

—¿Listos?

Un preparado Angel asintió, seguido de un asustado Matthias.

—¡Abran esta maldita puerta! Jodidamente voy a matar…

Dominic abrió la puerta de golpe una vez que escuchó a Kat cerrar
la puerta del sótano detrás de ella, sabiendo que no podía sostener para
siempre al diablo.

Fue su hermano Angel quién saltó primero, y aunque el chico de


quince años era valiente, no tenía ni una oportunidad en contra de su
padre. La parte de atrás de la cabeza de Angel golpeó la pared al
segundo en que Lucifer lo empujó contra la misma.

Dominic fue suficientemente rápido —gracias a Dios—, para llegar


donde su padre antes que Matthias —sabiendo que estaría asustado
hasta la mierda—, tratara de enfrentar a Lucifer.

Cuando Lucifer echó su puño hacia atrás, Dominic lo atrapó,


mostrándole un truco que había aprendido de su propio ejecutor.

La mirada en el rostro de Lucifer cambió de conmoción, a


incredulidad, y luego a muerte. El estudiante ahora se había convertido
en el profesor, ¿entonces qué tenía que hacer Lucifer? Él pelaba sucio.
Cuando habían destruido toda la casa y terminado en la cocina,
Lucifer tomó la silla de la cocina, rompiéndola contra la cabeza de su
hijo y rompiéndola en pedazos.

Matthias no entró en acción hasta que vio a Dominic caer al suelo.


Sin embargo, no era punto de comparación. Aunque Lucifer debía de
estar cansado después de la pelea entre su hijo mayor y él, Matthias
había caído rápido. El golpe que su padre le había plantado sonó como
si se hubiera roto la nariz.

El sonido de la puerta del sótano abriendo hizo que miedo real se


acentúe en Dominic. Lucifer estaba demasiado enloquecido y
hambriento para tomar a Kat después de la llamada y ahora esto.

Dom había hecho lo mejor en mantener alejado a su padre de ella,


pero durante los años, Lucifer había logrado ganarlo unas cuantas
veces y había llegado a ella antes de que pueda protegerla. En el
pasado, simplemente había estado en modo tortura, pero esta vez,
estaba en modo de matar.

Sacudiendo su cabeza para controlar sus pensamientos, luchó a


través del dolor para poder ponerse de pie de nuevo. El mundo se había
vuelto borroso por la sangre que se había insertado en sus ojos, así que
ni siquiera notó al pequeño Cassius saliendo por la puerta trasera y
hacia la noche.

Cojeando hacia la puerta del sótano, apenas puedo escuchar el


pequeño cuerpo de ella tropezando por las escaleras. Sabiendo que Kat
probablemente se había quedado al otro lado de la puerta para
escucharlos pelear. Realmente deseaba que ella lo hubiera escuchado
cuando le dijo que se esconda bajo la cama si alguna vez escuchaba
algo aterrador viniendo de arriba.

Cuando llegó a la puerta, utilizó el marco para mantener de pie su


cuerpo, y cuando vio la escena de ella arrastrándose a través del suelo
de concreto para alejarse de Lucifer, su corazón se rompió en dos.

—¡No!

Dominic trató de bajar los escalones, pero su cuerpo roto cayó,


golpeando el suelo de concreto con un golpe. Lo último de adrenalina
incentivó su cuerpo, permitiéndole ponerse de pie para tomar la parte
de atrás de la camisa de su padre mientras él caminaba hacia Kat.

Lucifer se dio vuelta, espetando las palabras:


—Jodidamente no puedes protegerla de mí esta vez.

Entonces, golpeó a Dom en el rostro con la palma de su mano.

El golpe en su ya derrotado cuerpo lo tuvo besando el suelo de


concreto de nuevo, pero Dom no dejaría de defenderla, así que intentó
levantarse por lo que sería la última vez antes que el pie de Lucifer lo
patee contra el suelo por última vez. Sin embargo, no se detuvo allí, ya
que continuó golpeando a su hijo una y otra vez, asegurándose que no
se volviera a levantar esta vez.

Todo lo que Dominic pudo hacer fue quedarse allí, mientras


observaba a Katarina arrastrarse debajo de su cama.

Esperaba que llegara la muerte, que se lo llevara, sabiendo que su


corazón no sería capaz de ver lo que Lucifer le haría a su preciosa
hermana; pero debió haberlo sabido mejor cuando su padre dejó de
patearlo antes que la oscuridad lo consumiera.

Internamente, Dominic gritaba con todos sus pulmones en busca de


ayuda mientras Lucifer se giraba hacia su objetivo. No quería nada más
que cerrar sus ojos, sabiendo lo que le haría si observaba, pero se forzó
a sí mismo a no hacerlo, no queriendo que su hermana pase a solas lo
que estaba por experimentar.

Lo que le dolió más fue que ella no estaba mirando a Lucifer, quién
se estaba acercando; estaba mirando a sus ojos, rogando por ayuda, y
no había nada que pudiera hacer sobre ello.

Cuando el grito de Kat entró a sus orejas mientras Lucifer la


arrastraba fuera de la cama, las dos piezas rotas de lo que quedaba de
su corazón se terminaron de romper.

Lucifer vivía por una sola razón: romper almas. Marcaba a los vivos.
Era la firma que dejaba en un alma que solo podías ver a través de los
ojos de alguien que había sido tocado por Lucifer. Ese era el motivo por
el que, con el tiempo, cuando dejaba que Dominic saliera del armario, él
miraría a sus ojos, buscando la marca que le decía que finalmente lo
había roto.

Dominic sabía que mataba a su padre que todavía no podía


romperlo, pero era algo irónico que la razón que no lo hubiera hecho
todavía era por el infierno por el que le había hecho pasar… aquel que
era exactamente lo mismo que lo hacía resiliente a ello… hasta hora.
Durante veinte años, había vivido en esta tierra, sin permitir que su
padre obtenga lo mejor de él, sin importar qué tortura o juegos
enfermos le hacía. Aunque ahora estaba sintiendo que su control se
estaba desvaneciendo.

Se sostuvo en su alma por tanto tiempo como pudo mientras


observaba a Lucifer golpear sin piedad a su propia hija de diez años. Lo
único que la salvaba era su cuerpo protegiéndose a sí mismo del dolor
cuando ella se desmayó.

Dominic ni siquiera observó a Lucifer pasar de él cuando lanzó el


cuerpo de Kat al suelo como si fuera un pedazo de basura. Solo
mantuvo sus ojos en ella.

El tiempo pareció pasar lentamente. No supo cuánto tiempo yació


ahí en el suelo de concreto. El dolor que sentía en su cuerpo no
encajaba con el dolor que estaba en su corazón.

Tomó todo de él arrastrarse hacia ella cuando finalmente pudo


hacerlo. cada pulgada en él se acercó a ella, mientras más se
desvanecía su alma; hasta que finalmente llegó hacia su cuerpo
inconsciente y la balanceó en sus brazos como si lo había hecho la
primera noche que la conoció.

Entonces ahí quedó.

Finalmente, Lucifer había… ganado.

Dom se sentó en la silla en el salón de tatuajes, tomando el dolor. Lo


que sentía mientras las pequeñas agujas de tinta se enterraban
profundamente en su piel no era nada comparado con el día en que
Dominic se quebró.

Lucifer podría haber ganado la batalla, pero Dom no iba a permitir


que gane la guerra. Su padre había cometido el error más grande de su
vida ese día al forzarlo a observar mientras golpeaba a su hermanita.
Finalmente lo había marcado y roto un pedazo de su alma, pero al igual
que había roto su muñeca… había sanado con más fuerza.

Bajando la mirada, observó la tinta negra hundirse en sus puños


mientras la palabra de siete letras lentamente se formaba sobre sus
dedos.
Se había prometido a sí mismo dos cosas ese día…

Primero, que Lucifer nunca volvería a ponerle una mano encima a


Katarina. Tenía que contarle al diablo su pequeño secreto, y cuando ella
sanó, la había llevado arriba a la cocina y fuera del sótano por primera
vez mientras Lucifer yacía sentado, contando su dinero.

El prodigio matemático le había mostrado a Lucifer lo lejos de


estúpida que ella realmente era cuando había contado el dinero en la
mesa sin tocar una moneda.

—Ella es especial. —El diablo se inclinó hacia adelante, mirando


fijamente a la niña, quién nunca había querido llamarla como su hija,
directamente a los ojos—. Como él.

—Lo es —confirmó Dominic—. No vuelvas a cometer el mismo error de


nuevo al llevarla directamente a nuestros enemigos.

Lucifer levantó sus muertos ojos negros hacia su hijo ante el insulto.

—¿Hay algo más que quieras jodidamente decir?

—Ella es demasiado valiosa para nosotros. —Dominic colocó sus


manos en la mesa antes de ponerse de pie. Mirando al diablo, le mostró
el monstruo que había creado—. Y no la volverás a tocar.

Y la segunda cosa que se había prometido a sí mismo era…

Lucifer solo moriría bajo las manos que ahora llevaban la palara S-
U-P-E-R-A-R escritas en sus dedos.

Con la puerta abriéndose y el interruptor de luz siendo encendido, el


hombre que había entrado de repente se quedó inmovilizado.

Utilizando su hombro para cerrar la puerta del apartamento,


presionó un arma contra la base del cráneo de Anthony.

—Jodidamente no te muevas —advirtió Dominic, utilizando su otra


mano para levantar el abrigo de Anthony y sacar el arma que siempre
llevaba consigo. Quitándoles el seguro, lanzó las piezas por toda la
habitación.
Ahora con solo su arma en su mano, empujó a Anthony al lado de la
sala de estar antes de cuidadosamente caminar en retroceso hacia la
mesa en medio de la habitación, manteniendo al bastardo en su línea
de visión.

—Estás cometiendo un error. Tu viejo no estará feliz cuando se


entere que has asesinado a su mano derecha.

—Todos tienen su final —se burló Dominic, disfrutando el chorro de


miedo que se acumuló en los ojos de su llamado amigo—. Dime, ¿fue la
idea de Lucifer lograr que confíe en ti para lograr contarte mis secretos
más profundos y más oscuros, o solo me traicionaste por tu cuenta?

Anthony tragó saliva con fuerza mientras sudor comenzó a


acumularse en sus cejas.

—¿Importaría?

—No… supongo que no —admitió, dejando su arma en la mesa


antes de lentamente retroceder—. Por respeto, voy a darte la
oportunidad de mantener tu título. —Dominic se detuvo con una
sonrisa, dándole a Anthony una ventaja hacia la mesa que sostenía el
arma por un par de pulgadas—. ¿No crees que el hombre que merece
ser el ejecutor Luciano debería ser capaz de tomar el arma primero?

Los ojos de Anthony se ampliaron en entendimiento, entendiendo


que Dominic le estaba dando una oportunidad de salvar su vida y
legado.

Dom permitió que Anthony haga la primera movida, pero cuando él


se movió, Dominic alcanzó primero el arma, llevándola hacia su mano…
y luego disparando el gatillo antes que el futuro-y-ex ejecutor hubiera
alcanzado la mesa.

Sin importarle, observó a Anthony caer hacia atrás por el hueco de


la bala colocada nítidamente entre sus ojos. Entonces Dom se movió
alrededor de la mesa, fríamente quitándole el abrigo de su todavía
cálido cuerpo, desensibilizado por las gotas de sangre en el enorme
cuello.

Dominic se colocó la gruesa chaqueta de cuero marrón sobre sus


amplios hombros, antes de ir a la puerta.

Apagando las luces, Dom salió, bajando lentamente las escaleras,


en plena vista de cualquiera que hubiera podido mirar por la ventana o
desde abajo después de haber escuchado el disparo. Nadie sería
suficientemente valiente para enfrentarlo, especialmente con la mantilla
de protección que llevaba.

Acaba de terminar con el ejecutor de Lucifer, convirtiéndose en el


tercer hombre más poderoso en Blue Park.
14
Blue Park definitivamente tiene sus ventajas

Dominic, 23 años
Saldré con Luke esta noche.

D
ominic leyó el mensaje de texto que había recibido de su
hermano de diez años Cassius antes de guardar el celular
en su bolsillo y terminar con la tarea pendiente. Colocando
la boquilla en el tanque de gas de su auto, Dom hizo clic en el mango en
lugar de observar las monedas desvanecerse en el contador.

Alzó la vista cuando unas llantas chirriaron, y un autobús de la


ciudad se detuvo en seco y un niño de dieciséis años, al que reconoció,
saltó fuera del bus.

Mientras el chico cruzaba el estacionamiento, lo observó.

Manteniendo su rostro a distancia, Dom no regresó la sonrisa


infecciosa que el chico le mostró mientras se acercaba.

Por favor, hoy no…

—¡Hola Dom!

—¿Cómo te va, Marco? —Decidió ser educado con el chico, aunque


no estaba particularmente de ánimo para una charla.

Marco hizo una mueca.

—Sería mejor si papá no me hubiera pedido que venga a llenar el


enfriador antes de ir a casa, pero no puedo quejarme.

El chico no sabía la suerte que tenía de tener un padre como Carlos.


Dom se congelaría las pelotas en Siberia si le daba la oportunidad de
tener otros padres.

—Será mejor que entre antes que se quede sin cerveza helada
durante la hora pico.
Dándole un ligero asentimiento al chico, Dom removió la boquilla de
su tanque, siguiendo al larguirucho adolescente adentro y dejando sin
seguro el auto de Lucifer. Nadie era suficientemente estúpido en este
barrio infestado en crimen para tocar el auto que Lucifer tenía. La única
razón por la que tenía permiso de conducirlo era porque su padre
pensaba que llenar el tanque de gasolina era una tarea muy baja para
él. Aunque pronto, Dominic tendría su propio auto.

Había visto una publicidad en el periódico local por la cáscara de un


viejo auto Mustang y lo había comprado. Todo su tiempo libre y dinero
adicional lo había utilizado en arreglarlo y volverlo a su condición
original, y ahora estaba muy cerca. Entonces sus días de caminar por
Blue Park o buscar un aventón por su padre se habrían terminado.

Entrando a la estación de gas, Dominic tomó un surtido de


caramelos que sus hermanos y Kat dividirían entre ellos e incluso tomó
una bolsa adicional para que Cassius lleve donde sus amigos cuando
fueran al parque cerca de su casa. Con sus manos llenas, hizo su
camino hacia el frente de la tienda para ponerse en fila para pagar,
utilizando su propio dinero. Lucifer estudiaba cada compa en su tarjeta.
Si no aprobaba el cargo, entonces tomaría el doble del monto de la
compra de su paga.

Dominic miró al hombre de pie en frente de él, notando que los


vaqueros y la camisa negra podrían haber sido simples, pero eran
mucho más bonitas que la ropa desgastada que usualmente se llevaba
por aquí. Alzando la mirada, observó al hombre girar su cabeza
lentamente hacia él y lo reconoció.

—¿Viniendo a los barrios marginales hoy Lucca? —preguntó Dom,


sintiéndose estúpido cuando Lucca bajó la mirada hacia la cantidad de
caramelos apretados en sus manos y levantó las cejas.

—Pasando por aquí.

Lucca se encogió de hombros, comenzando a avanzar mientras la


línea hacia la caja registradora se movía, y le dio un encogimiento de
hombros bajo una camisa que Dom podría apostar valía al menos
cincuenta dólares. Podía comprar un paquete de cinco de las mismas
camisas en el Walmart local por ocho dólares.

Dominic automáticamente miró hacia la puerta de vidrio cuando


escuchó tintinear la campana mientras entraba otro cliente. El hombre
tenía una mirada salvaje en su rostro cuando entró de golpe, ignorando
la línea de espera mientras pasaba de él, luego a Lucca, antes de
empujar a un lado a una mujer mayor.

—¡Dame tu jodido dinero!

Bueno… mierda.

Dom vio un destello de metal perteneciente a un arma mientras el


ladrón apuntaba el arma hacia Carlos al otro lado del mostrador. El
dueño rápidamente comenzó a abrir la caja registradora, tomando el
dinero de adentro.

Ni Dominic ni Lucca hicieron algún movimiento para detener al


ladrón, viendo a otro hombre afuera, bloqueando a cualquier otra
persona que quisiera entrar. Dom les permitiría irse, luego rastrearía a
los hijos de puta cuando no tuviera que preocuparse que Carlos fuera
disparado por el ladrón que se veía enloquecido, ya tratando de
conseguir el dinero para volverse a drogar.

Bajando las manos, colocó los caramelos contra su cintura y esperó


a que el ladrón acabara, viendo a Lucca hacer lo mismo.

—Papá, he terminado. Tú…

Sorprendido, el ladrón giró antes el sonido de la voz de Marco


mientras el chico salía de una habitación y se colocaba detrás del
mostrador, sin darse cuenta que su padre estaba siendo asaltado.

El mango del arma se giró hacia el chico, pero antes de que el


ladrón pudiera apretar el gatillo, encontró un arma del tamaño de 9mm
enterrada por su nariz.

—Baja el arma —instruyó fríamente Dominic al ladrón, sintiendo la


mordida de una bala que había golpeado su antebrazo. Imperturbable,
tiró del gatillo, esparciendo sesos y sangre por el mostrador y techo.

Apretando su mano en su arma, Dominic se giró en un solo


movimiento hacia la puerta y hacia el cómplice del ladrón, quién le
había disparado la bala.

El hombre no estaba tan drogado así que pudo reconocer al que


acababa de disparar y a quién más estaba de pie por el mostrador. Puro
miedo destelló a través de su rostro antes de escapar corriendo.

Lucca logró salir por la puerta primero ya que estaba más cerca,
pero Dom ya estaba detrás de él mientras el cómplice corría como el
infierno, tratando de desaparecer por la calle. El hijo de puta estaba
embalado, no lo suficientemente drogado para saber que era hombre
muerto si era atrapado. Había llegado lo suficientemente lejos que casi
había llegado al final de la cuadra. Si lograba rodear la esquina, sería
capaz de desaparecer fuera de vista. El hombre podría ser considerado
un jodido maratonista Olímpico; se movía tan jodidamente rápido que
Dom solo pudo vislumbrar el color de su camiseta roja.

Lucca levantó el arma para disparar, pero Dominic no dudó ni un


segundo.

—No lo hagas —dijo Dom mientras levantaba el arma al mismo


tiempo que Lucca—. Es mío.

La bala que dejó su pistola a la velocidad de la luz, se disparó antes


que Lucca pudiera apuntar hacia su objetivo. El hombre podría romper
el récord del hombre más rápido del mundo, pero no iba a escapar de
una bala.

De repente dejó de correr, cayendo al suelo de cara.

Lucca lentamente bajó su arma y se giró, mirando duramente a


Dominic con sus ojos azul verdosos.

—Le dispararte en la cabeza.

—Sí, quería que muriera —dijo simplemente Dominic. Colando su


arma de vuelta en su cintura, hizo un comentario inteligente al hombre
que se había vuelto un hombre hecho a sí mismo a los diecisiete—: No
pensé que te opondrías.

Lucca volvió la mirada hacia donde yacía el cuerpo, viendo lo lejos


que estaba.

—Pero solo te tomó una bala.

—Disparo de suerte. —Dom se encogió de hombros, restándole


importancia, luego rápidamente cambió de tema—. Podrías haberme
salvado del disparo si lo hubieras atrapado.

—No conozco ni un hombre vivo que pudiera haber atrapado a ese


hijo de puta —le dijo Lucca, para nada ofendido. Guardando su propia
arma, volvió a mirarlo.
—Tal vez —acordó Dominic con una sonrisa, incapaz de resistir
decir lo siguiente—: Pero tendrías una mejor oportunidad de atraparlo
si dejaras tus cigarros de vez en cuando.

Claro, Dom podría haber tenido suerte que Lucca ya hubiera


guardado su arma antes de hacer ese comentario y que Carlos haya
salido y se dirigiera hacia ellos.

Carlos no tuvo que preguntar si se había encargado del otro ladrón


tratando de robarle.

—Llamé a mis hermanos. Me ayudarán a limpiar el desastre.


Váyanse. Nosotros nos encargaremos.

Dom asintió, ya viendo el cuerpo siendo levantando de la acera y


lanzado en el maletero de un auto. Su trasero no volvería al auto de
Lucifer antes de recibir una llamada, pidiendo pago por esconder el
cuerpo. En este lado de la ciudad, tenías que hacer dinero como
pudieras, y esconder una de las víctimas de los Luciano era dinero fácil.

Dominic se abotonó la chaqueta barata que llevaba, sin preocuparse


de que acababa de quitar dos vidas o que los policías llegarían en
cualquier momento. Los policías que no pertenecían a los Caruso, eran
de los Luciano.

Lucca intensamente observó la interacción entre los dos hombres,


su rostro una máscara vacía. Sacando su billetera, entonces le dio a
Carlos una pila de billetes antes de volver hacia su Cadillac sin decir
palabra.

—¿Necesitas que eche un vistazo a tu brazo? —ofreció Carlos.

—Fue solo un rasguño —dijo Dom, al tanto del dolor punzante por
primera vez.

Por volver al auto de su padre, se detuvo cuando escuchó a Marco


llamarlo. El chico estaba saliendo de la tienda, cargando dos bolsas de
comestibles llenas de caramelos y patatas.

—Para ti. Gracias.

Tomando las bolsas, Dominic le dio un corto asentimiento al chico


mientras Lucca se alejaba del lugar. Curiosidad sobre lo que estaba
haciendo el hijo del jefe Caruso en este lado de la ciudad le dio un breve
vistazo de preocupación, pero entonces Dominic rechazó la idea. No
había nada aquí que los Caruso podrían querer. Diablos, incluso los
Luciano no querían estar aquí.

Sosteniendo las bolsas en una mano, utilizó la otra para tomar otra
arma, dándole un arma no rastreable a Carlos.

—Ni siquiera sé cómo… —comenzó a protestar Carlos.

Dom le dio al padre una mirada conocedora. El dueño simplemente


era jodidamente suertudo de no tener que planificar un entierro para su
hijo.

—Entonces jodidamente aprende.

Saliendo del auto, Lucca entró a la parte trasera de la funeraria,


asustando hasta la muerte al trabajador nocturno.

—¿Sabes quién soy yo? —preguntó él, tomando una calada de su


cigarro.

El trabajador tragó con fuerza antes de asentir lentamente.

—El cuerpo que fue traído discretamente aquí más temprano,


¿dónde está?

Fue como si pudieras ver las ruedas girar en su cabeza, tratando de


entender a quién temía más: al hombre ante él o al diablo. Tomando la
decisión que iba a tomar, al menos, le permitiría vivir cinco minutos
más, así que cedió:

—Y-yo estaba por incinerarlo.

Humo emanó de su boca con cada palabra mientras decía:

—Déjame verlo.

Rápidamente, el trabajador lo llevó a la habitación; se sentía como


entrar al infierno. Ingresando, se acercó al cadáver que yacía en la
camilla en medio de la habitación.

—¿Hay algo más que pueda hacer por usted, Sr. Caruso? —
preguntó nervioso el guardia.
—No. —Lucca agarró el cigarro entre sus labios y lo extinguió entre
el hueco de la bala que estaba justo entre los ojos del ladrón.
Observando el pequeño humo subir, retrocedió un paso—. Mételo.

El trabajador rápidamente fue hacia la cabeza de la mesa, luego


deslizó el cuerpo en el fuego que esperaba.

Sacando el casi vacío paquete de cigarros del bolsillo trasero de su


pantalón, Lucca se recordó a sí mismo que necesitaba comprar más ya
que su primera ida a la estación de gas no había sido exitosa.
Sosteniendo el último cigarro con sus labios, sacó el pequeño paquete
de cerillas de su bolsillo frontal que tenía escrito Casino Hotel Ciudad de
Kansas. Abriendo el encendedor, prendió fuego inmediatamente,
logrando una larga llama que murió rápidamente mientras la sostenía
contra el final del cigarro. Lucca apagó la cerilla con una sacudida de
su muñeca mientras observaba la carne en el horno encenderse,
quemar, luego lentamente convertirse en cenizas.

—¿Nuestro pequeño secreto? —le dijo al guardia, sacando su


billetera y entregándole algo de dinero.

—¡Sí! —El trabajador parecía tan aliviado, parecía que estaba por
llorar—. Por favor, no es necesario el dinero.

Cerrando su billetera, Lucca sonrío ligeramente. No pudo evitar


pensar lo fácil que había sido para Dominic deshacerse el cuerpo sin
siquiera intentarlo.

Blue Park definitivamente tiene sus ventajas.


15
Tú eres el próximo

Dominic, 26 años

D ominic pateó abierta la pesada puerta de metal, incluso con el


pesado paquete que cargaba en su hombro.

Los hombres habían estado alineados en su sitio, pero no se


atrevieron a alejar la mirada de Lucifer, quien estaba sentado en el
trono detrás de su escritorio de madera.

—¡Llegas tarde! ¿Dónde diablos…?

La voz de su padre había retumbado a través del almacén, pero se


detuvo al segundo en que vio lo que su hijo cargaba. Mientras Dominic
entraba, la fila de hombres jadeó, y susurraron a través del espacio
mientras abrían sus mandíbulas.

Dominic pasó su usual lugar en la fila, yendo directamente hacia el


escritorio de Lucifer y dejando caer el cadáver que había cargado con un
fuerte golpe hacia el suelo pavimentado. Entonces Dom se volteó,
tomando su lugar justo en medio del frente de la fila.

Lentamente, Lucifer se puso de pie, inclinándose sobre su escritorio


y mirando al hombre sin vida. Luego lentamente se volvió a sentar.

El hombre al lado de Lucifer había empalidecido, tan blanco como


sus ojos que miraban hacia la puerta para escapar.

—Inténtalo y prometo que tu muerte será dolorosa. —Lucifer ni


siquiera tuvo que mirarlo para saber qué estaba planeando. Agregó con
voz helada—: Ahora, ponte frente a mí y dime por qué debería de
mostrar piedad.

Gino dejó el lado del jefe Luciano con su cuerpo temblando, y rodeó
el escritorio para enfrentarlo.

—Y-y-yo traté todo lo que pude para encontrarlo, pero sabía que, si
no te decía que lo había matado pronto, tú… —Tragó saliva mientras
imágenes claras llegaban a su mente. Gino, quién había comenzado
valiente, ahora rogaba de rodillas mientras tartamudeaba—: ¡Te juro
que iba a matarlo! Se supone que nunca debías de enterarte, e iba a
hacer como si nunca hubiera sucedido nada una vez que descubriera
dónde se estaba escondiendo. Por favor Lucifer, te lo ruego, degrádame
o corta mi jodida mano, ¡pero por favor solo muéstrame piedad!

Lucifer se quedó en silencio un momento. Luego su voz no fue tan


fría cuando dijo:

—Te daré piedad Gino.

—¡Gracias! —Las lágrimas de Gino se convirtieron en alivio mientras


juntaba sus manos en un rezo y se ponía de pie, para tomar su castigo
como un hombre—. Gracias Lucifer.

—Bueno, podría darte piedad —comenzó a decir Lucifer mientras


doblaba sus manos ante él, sus largos dedos entrelazándose—, pero mi
hijo no lo hará.

Dominic tomó un paso adelante, fuera de la fila. Entonces,


marchando hacia el frente del escritorio de Lucifer, rodeó el cadáver que
había traído de un policía espía tratando de terminar con ambas
familias de la mafia de Ciudad de Kansas.

Gino ni siquiera intentó escapar, pero sus llantos y ojos le rogaban


al hijo del diablo por piedad cuando estuvo de pie ante él.

—Por favor Dom, muéstrame pie…

En un destello de luz, Dominic tomó la daga del escritorio de su


padre que cada hombre hecho a sí mismo Luciano, incluyéndose a sí
mismo, había utilizado para dar su promesa de sangre mientras decían
el Omerta. Solo tomó un segundo para que la daga encuentre el cuello
de Gino. Sus ojos color avellana observaron su vida dejar lentamente
los ojos de Gino mientras Dom arrastraba la daga a través de su piel. La
sangre fluyó por su cuello, cubriendo el frente de su blanca y abotonada
camisa, y manchó el concreto gris de negro cuando una piscina
comenzó a formarse. Dom puso la vieja antigüedad de vuelta en su
lugar antes que el cuerpo de Gino caiga al suelo.

—Luciano… —Lucifer lentamente se levantó, presentando con sus


manos estiradas, su voz orgullosa haciendo eco una vez más a través
del almacén—, les presento a su nuevo… segundo al mando.
Dominic giró su rostro para enfrentar a los hombres Luciano
mientras, uno a uno, bajaban sus cabezas y hacían una reverencia.
Cuando el último mostró su respeto, Dom caminó al lugar donde una
vez había estado Gino, tomando su lugar al lado de Lucifer. Miró hacia
los hombres desde su nueva posición antes de lentamente mirar de lado
para ver a su padre en el trono.

Tú eres el próximo.
16
Lucca, Angel, y Drago

Dominic, 28 años

A
l segundo en que sonó el teléfono de Dominic, lo respondió,
sin poder hablar antes que lo hiciera su padre a través de la
línea.

—Que todos vayan al almacén Switzerland ahora.

Cuando el sonido de apagado encontró sus orejas, los vellos de


Dominic se erizaron, instintivamente sabiendo que hoy era el día.
Rápidamente puso las piezas en su lugar de su pistola negro matte,
aquella que su padre le había regalado luego de convertirse en el
segundo al mando.

—Kat, vuelve a bajar al sótano, y si no escuchas el toque especial, te


escondes bajo la cama —le dijo Dominic a su hermana que ya no era
pequeña, ya que acababan de celebrar su cumpleaños dieciocho con
donuts.

Mirando a su hermano menor cuando Kat corrió al sótano, le dio


instrucciones claras:

—Cass, toma el maletín del armario y llénalo con el dinero en la


mesa. Observa la ventana, y si algún auto además del mío se estaciona,
llévate a Kat por la puerta trasera. Pon tantas millas como puedas entre
esta ciudad y tú, y jodidamente nunca vuelvas. Haz lo mismo si no te
envío un mensaje con nuestro código en tres horas.

Cassius asintió antes de desaparecer en el pasillo para conseguir el


maletín.

—¿Qué sucede? —preguntó Angel a nombre de ambos gemelos que


yacían a un lado, ansiosos.

—Ha llegado la hora —dijo Dominic, colocando su pistola detrás de


su espalda—. Alístense.
Sin otra palabra, tanto Angel como Matthias tomaron las pistolas
que todavía tenían que ser limpiadas de la mesa antes de ir a donde
guardaban las balas. Ahora estaban en sus tempranos veinte y se
habían vuelto hombres hechos a sí mismos.

Dominic se puso la chaqueta de cuero marrón que todavía llevaba


todos los días. Estaba vieja y desgastada, pero de alguna manera, el
enorme collar la hacía ver lujosa en él.

Ajustando el collar de piel de carnero, dijo un rezo silencioso para él


y sus hermanos:

Que Dios tenga piedad en nuestras almas.

Durante los años, había sabido que su padre lentamente estaba


perdiendo la conexión con la realidad. Su hambre de control de toda la
ciudad comía vivo a Lucifer con cada año que pasaba. Tanto la muerte y
su hijo —quienes él irónicamente había creado para ser más fuertes e
inteligentes que él—, acortaban su tiempo en el trono.

Una vez que Dom se elevó al rango de segundo al mando,


lentamente había tomado control sobre los hombres de Lucifer, uno por
uno, hasta que casi la mitad de ellos seguían sus órdenes
exclusivamente en secreto.

Los últimos meses, Dominic había sabido que su padre había


perdido la cordura por completo, y había estado preparándose para este
día desde entonces. Hoy iba a terminar con él en el trono Luciano o
muerto por la posible guerra que se venía.

Cuando entró al almacén donde las reuniones de ambas familias se


llevaban a cabo, encontró lo mucho que había enloquecido su padre.

Una chica estaba atada a la silla. Se veía joven, muy joven para que
su padre la tenga aquí.

Cuando Dante había tomado el control de la familia Caruso, había


hecho una regla que se supone también debía ser cumplida por los
Luciano: no se permitía tocar a los menores de edad. Las mafias
alrededor del mundo no solo mataban hombres y mujeres, sino niños si
tenían que hacerlo. En Ciudad de Kansas, no podías superar ese límite
a menos que tuvieras más de dieciocho años.
Viendo las viejas cicatrices que la chica aterrada llevaba en su
rostro, parecía que Lucifer había roto esa regla hace años. Era
especialmente obvio por la mirada en sus ojos gris claro que había sido
marcada por el diablo.

Él tomó un paso, observándola temblar con más fuerza mientras la


rodaba. Quitándose la chaqueta de cuero, la colocó alrededor de los
hombros de la chica aterrada, incapaz de observarla congelarse hasta la
muerte en el frío almacén.

Dándoles una mirada conocedora a sus hermanos, Angel y Matthias


continuaron protegiendo a la chica asustada de su padre, ya que
caminaban alrededor de ella en círculos; mientras, Dominic volvía al
frente del almacén, preparado para proteger a sus hombres por lo que
estaba por venir a través de esa puerta.

Cada hombre Luciano sostuvo en alto sus armas mientras la puerta


estaba siendo golpeada.

—Esperarán mis órdenes. He esperado muchos años por este


momento —les ordenó enloquecidamente Lucifer—. Hoy es el día en que
tomamos de vuelta nuestra ciudad.

Una vez que se abrió la puerta, se llenó de Caruso, haciendo que


cada hombre Luciano detrás de él tiemble con miedo y confusión que
Lucifer los estuviera lanzando hacia una guerra desconocida que no
podían ganar.

—¡Los Caruso! ¡No nos dijiste que serían ellos! —Los Luciano
retrocedieron, susurrando mientras la familia opuesta comenzaba a
rodearlos, superándolos en números.

Dominic podía escuchar el crujido de una cadena antes de que Sal


apareciera. Siguiendo la cadena que Sal sostenía en sus manos,
encontró que se conectaba con el capo más leal de su padre, Giovanni,
quién ya no se veía igual. El hombre parecía que había sido torturado
hasta el punto del no reconocimiento. Dominic no tenía que saber por
quién; lo supo antes que Sal pateara a Giovanni de rodillas y revelara a
su opresor, vestido de negro de cabeza a los pies.

El Coco.

La última vez que había visto al segundo al mando Caruso en un


traje, fue en el funeral de su madre, pero desde entonces, él había
creado su propia leyenda a través de los años. Lucca creía que era el
hombre más temido de la ciudad, incluso más que su propio padre.

Y lo era… por ahora.

Mientras se desenvolvía el drama, Dominic descubrió todas las


cosas que su padre le había escondido, especialmente durante los
últimos meses. Lo único triste fue que tuvo que escucharlo de la boca
de su enemigo mientras se reproducía ante él. Al igual que el resto de
sus hombres, había sido cegado también.

La chica que yacía atada en la silla detrás de él era Chloe, y por lo


que parecía, Lucifer había desarrollado una obsesión enferma por ella.
Dominic nunca había visto a su padre mirar a una mujer como lo hacía
con Chloe, ni hablarle a una como cuando reclamaba que ella era suya.

Sin poder creerlo, Dom no lo entendió hasta que Lucca dijo:

—Chloe es mía.

La mente enloquecida de Lucifer debe haber desarrollado


sentimientos por ella por celos. Su padre quería todo y todos aquellos
que pertenecían a los Caruso, y esta vez, su obsesión había ido
demasiado lejos.

Cuando un trato justo fue hecho —Giovanni por Chloe—, Lucifer lo


canceló con una risa.

—No queda mucho de él. Es mejor que esté muerto. Ya no merece


ningún propósito para mí si no puede sostener su precioso cuerpo…

POP.

Gotas de sangre se esparcieron en él cuando Lucca tiró el gatillo en


la pistola que había apuntado contra la cabeza de Giovanni.

—¡Mátenlos! —ordenó Lucifer a sus hombres, pero Dom se quedó


quieto mientras los hombres detrás de él miraban alrededor, tratando
de decidir a quién seguir.

—¿Qué están haciendo? —gritó su padre más fuerte—. ¡Mátenlos!

Dominic observó cerca de Dante, viendo lo que el jefe Caruso


decidiría, pero entonces miró a Lucca.

—¿Ella es tuya? —preguntó Dominic, queriendo ver algo.


Los ojos azul verdosos de Lucca le dijeron todo lo que necesitaba
saber antes de decir:

—Ella es mía.

—A un lado, Dominic —dijo finalmente Dante—. Déjanos llevarnos a


aquellos que son responsables por sus crímenes, y nadie más tendrá
que morir… hoy.

—¡DIJE QUE LOS MATEN!

Al escuchar la voz enloquecida de su padre, Dom esperaba que


fuera la última vez que tuviera que escucharla de nuevo.

Llegó la hora.

Bajando su pistola, Dom la dejó caer al suelo, luego tomó un paso a


un lado para dejarlos pasar. Entonces, uno por uno, Lucifer perdió su
poder mientras cada hombre Luciano dejaba caer sus armas, dejando
que el metal golpee el suelo antes de hacerse un lado también.

El poder y miedo que su padre había creado ahora yacía


completamente en los hombros de Dominic, que podrían haberse
sentido más pesados; sin embargo… finalmente se sintió libre.

Lo había logrado, y la cosa más graciosa era que Lucifer se lo había


hecho a sí mismo. Dom ni siquiera tuvo que ensuciarse las manos.
Aunque hubiera querido ser el que matara a Lucifer, no iba a ser capaz
de ponerle las manos encima ya que Lucca claramente lo quería hacer.

Dominic sonrió ante la idea de Lucifer en manos del Coco.

A veces, la realidad era mucho mejor que los sueños, después de


todo.

Dominic subió las escaleras de la casa que ahora le pertenecía.


Abriendo la puerta a la única habitación arriba, era la mejor de la casa.
No era pequeña y el pequeño baño incluido hacía que su habitación
fuera más deseable. Lo único malo era la oscuridad; la única luz
provenía de una sencilla ventana en forma de triángulo.

Pasando el umbral, Dom podía sentirse dueño de la habitación, y


ahora, era el momento de cumplir una promesa…
Dominic entró a la habitación y se acercó a la cama. Miró a la
anciana desmayada que apestaba a puro alcohol. Pateando el colchón
que yacía en el suelo, ella comenzó a moverse.

Levantándose por el codo, sus ojos llenos de sangre apenas se


abrieron al principio.

—DeeDee… —La voz de Dominic fue fría mientras buscaba en el


bolsillo de su chaqueta de cuero y se arrodillaba ante ella.

El alcohol y el sueño se desvanecieron rápidamente. Internamente


sabiendo que algo había sucedido, DeeDee miró al chico que había visto
convertirse en un hombre.

—¿Entonces, quieres ayuda? —Levantando su mano fuera de su


bolsillo, sacó una pequeña bolsa frente a su rostro que estaba llena de
su preciosa blanca nieve—, ¿o quieres volar?

Dejar que su padre muera fue fácil, pero tener que acordar a los
términos que los Caruso demandaban no lo era.

El primer término los tuvo entregando cincuenta por ciento de sus


ganancias.

El segundo término costaría la vida de una mujer Luciano, ya que


sería escogida para casarse con un Caruso para mezclar sangre de las
dos familias y cesar cualquier guerra futura.

El tercer término había asegurado a los dos primeros al mantener a


Angel como daño colateral hasta que se cumplieran los términos.

Bang.

Bang.

Bang.

Bang.

Bang.

Bang.
Sonaron los disparos, perforando las orejas de los vivos y los
cráneos de los muertos.

Dominic y sus hermanos pensaron que el tercer término sería el


más difícil. Resultó que estaban jodidamente equivocados.

—¡Me lo prometiste! —le gritó Katarina, sin preocuparse por la


cantidad de mujeres que estaban en su sala de estar—. ¡Me prometiste
que nunca volvería a bajar ahí de nuevo!

—Lo sé —le dijo Dominc pacientemente y lastimosamente, sin


querer que baje al sótano siquiera por un segundo. Después de la
muerte de Lucifer, había prometido que nunca volvería ahí abajo, pero
ya estaba rompiendo la promesa—. Pero, por favor, solo es por un
momento.

Kat sacudió su cabeza vigorosamente, tratando de no llorar.

—No.

—Están aquí —gritó Matthias desde la ventana, viendo estacionarse


a los Cadillac negros.

—Él te escogerá si te ve, lo sé. —La voz de Dominic comenzó a


quebrarse—. No habrá nada que pueda hacer. Matarán a Angel si no los
dejo tenerte.

Cuando Lucca atravesó la puerta minutos después, Dominic supo


que estaba jodido. Habían mantenido a Kat en secreto de los Caruso,
pero no había mucho que el segundo al mando no supiera.

Lucca solo observó la fila de mujeres Luciano antes de buscar


dentro de la casa. El corazón de Dom se hundió cuando abrió la puerta
del sótano y bajó. Su última esperanza era Drago, el Caruso al que su
padre había disparado en el pecho cinco veces y casi había enviado a su
muerte para llegar a Chloe… no escogería a su hermanita.

Cuando Drago le había dado un asentimiento a su segundo al


mano, de que ella era con la que quería casarse, Dominc tuvo que
escoger entre Katarina o Angel. Podría sacar su pistola de su bolsillo
trasero y volar los sesos de Lucca y Drago, y podrían tratar de escapar
fuera de la ciudad antes que los Caruso se enteren, dejando a Angel
detrás. O podría dejar que Lucca salga por esa puerta y se lleve todo por
lo que él había trabajado, pero le costaría su hermana.

Los dedos de Dominic se flexionaron, picando por buscar su pistola


mientras Lucca pasaba más allá de él.

Dejar ir a Lucca fue la decisión más difícil de su vida, pero se


prometió a sí mismo una cosa:

Un día…

Él.

Pagará.
17
Por el Amor de Dios, sé jodidamente fea

E
l enojo que Dominic sintió durante las siguientes semanas
estaba por alcanzar un punto de ebullición. Nunca en su
existencia se había sentido tan indefenso, y eso era decir
mucho, considerando el infierno por el que su padre le había hecho
pasar al segundo en que nació.

Un hermano ya pertenecía a los Caruso en el futuro venidero, y


ahora Katarina debía unirse a Angel.

Tomar el trono Luciano se suponía que haría más fácil su vida, no


más difícil. La peor jodida cosa era que, por primera vez, los hermanos
Luciano finalmente podían ser felices, juntos… y ni siquiera le habían
quitado eso.

—Un auto acaba de estacionarse en nuestra entrada —les había


dicho Cassius, mirando por la ventana.

Dominic y Matthias instintivamente se miraron entre sí antes de


que Dom pudiera preguntar a Cassius qué quería saber.

—Un muy nuevo Cadillac.

—Mierda. —Dominic colocó su pistola detrás de su espalda y la


inclinó, así la bala estaba lista en la cámara.

La voz de Matthias creció con la misma preocupación que Dom


sentía en su corazón cuando dijo:

—Pensé que no iban a venir por Kat hasta después de la boda?

—¿Sabes quién es? —El tono de Dominic era serio, mentalmente


preparándose para lo peor.

—Es un Caruso, sin duda —respondió Cass cuando vio el traje


lujoso, protección por su hermana volviéndose evidente en su voz—.
Está abriendo la puerta para alguien más ahora… Es… —Cassius
pareció confundido por la persona que vio—, ¿una chica?
—¿Chica?

—Sí, una rubia en tacones —describió Cassius.

—¿Chica rubia en tacones? —Matthias rápidamente saltó y corrió a


la ventana a ver, la preocupación en su voz ya se había ido—. Dios…
maldición… —exhaló el gemelo al verla.

¿Quién diablos podría…?

—Es la jodida hija del jefe —dijo Matthias sin poder creerlo—. Maria
Caruso.

El corazón de Dominic latió con fuerza en su pecho ante el nombre.


La repentina imagen de la chica de catorce años con el vestido blanco
en el funeral de su madre apareció en su mente.

—Oh. —Cassius volvió al sofá, ya no preocupado por su hermana.

—¿Qué diablos está haciendo ella aquí?

Dominic pensó que había estado preocupado antes, pero ahora


realmente lo estaba. La hija del jefe no pertenecía ni cerca de Blue Park.
No quería estar ni a un radio de diez pies de ella. Dante y Lucca
matarían a toda la familia Luciano si algo le sucedía. Sabía eso porque,
si tuviera el poder que llevaba Lucca, cada hombre Caruso estaría
enterrado a doce pies bajo tierra, porque seis pies era demasiado cerca
de la superficie para él cuando se trataba de Kat.

—Relájate. —Matthias, cuyo trasero había estado deprimido desde el


día en que Angel fue entregado, de repente parecía como que tuviera
algo de vida.

Dominic lo sintió al segundo en que ella tomó un paso en el porche,


su recuerdo fluyendo con el fuerte pero extraño sentimiento que había
sentido por ella todos esos años atrás. Era un tirón. Su cuerpo estaba
siendo atraído a lo que había al otro lado de la puerta incluso antes que
ella tocara.

Observando la mano de su hermano ir hacia la manija de la puerta,


Dominic dio un pequeño rezo mientras esos sentimientos lo golpeaban.
Por favor, por el amor de Dios, que sea jodidamente fea.

Y, por fea, se refería a que sería mejor que el jorobado de jodido


Notre Dame atravesara la puerta, por cada terminación nerviosa en su
cuerpo esperaba en anticipación para verla. Aunque sabía que sería
imposible —considerando lo hermosa que había sido a los catorce años,
enviando a la locura a viejos—, aun así, rezó para que Quasimodo…

Matthias abrió la maldita puerta.

Mierda.

Si lo supiera mejor, caminaría hacia ella, le diría que se largue, y


luego le cerraría la puerta directamente en su bonito rostro. Pero el
problema era que, no solo era bonita; era la cara más jodidamente
hermosa que había visto. Nunca había imaginado nada parecido a lo
que vio cuando se abrió la puerta. A lo mucho, había pensado que sería
bonita, como Reese Witherspoon. Lo que consiguió, fue a Reese
Witherspoon de la película favorita de Kat, Legalmente Rubia, mezclada
con Marilyn Monroe. Maria era un maldito pecado envuelto en un
bonito empaque sacado directamente de los sueños de Hugh Hefner.

Matthias tampoco pudo evitar mirar.

—Hola princesa.

Cualquier estupor en el que Maria lo había puesto de volverla a ver,


rápidamente se desvaneció cuando atravesó un hombre en traje,
empujando a su hermano lejos del camino como si fuera dueño del
maldito lugar. Poniéndose de pie, Dominic decidió que no le faltaría el
respeto por un Caruso cualquiera en su propia casa.

—¿Quién diablos eres?

—Él está conmigo. —La hija del jefe entró sin permiso para salvar la
pobre vida del imbécil.

Dominic no pudo evitar mirar sus piernas, cuando ella pasó entre
ellos; era mucho más alta que cualquier mujer clásica. Dominic siempre
había sido alto, siendo más alto que la mayoría de profesoras femeninas
desde sexto grado. Para cuando había ido a la secundaria, parecía que
pertenecía en la universidad. Cuando ella se detuvo frente a él, unas
cuantas pulgadas más bajas que él, los ojos de Dom viajaron por su
cuerpo.

Su vestido apretaba los lugares correctos, al menos por lo que podía


ver debajo de su gran abrigo de piel. Pero la mejor parte de ello era lo
corto que era, mostrando lo jodidamente largas que eran sus
bronceadas piernas. Su escote… sus tacones altos. La gente simpática
tenía un gran rostro o un buen cuerpo, o un lindo rostro y un gran
cuerpo. Maria, por supuesto, tenía ambos. Y le dio más razones para
querer sacarla jodidamente de aquí y de vuelta al barrio donde
pertenecía, antes que el efecto que ella le había puesto lo enterrara a
seis pies bajo tierra.

—¿Por qué diablos estás aquí?

Cuando sus ojos verdes —que de alguna manera brillaron más que
esmeraldas—, le dieron una mirada completa, el corazón de Dominic se
detuvo cuando pareció que a ella le gustaba lo que veía.

Mierda, mierda, mierda.

—Yo, eh… —Maria se detuvo un momento antes de responder—,


vine a ver a Kat.

Cruzando sus brazos sobre su pecho ante la mención de su


hermana, esperaba que le enviara un mensaje educado: si venían a
llevársela, debería haber traído a alguien además del imbécil que estaba
detrás de él.

—¿Y qué quieres con ella?

—Bueno, pensé que necesitará un vestido de boda. —Ligeramente


alzó una ceja—. ¿Verdad?

Oh. No sabía qué esperaba que dijera, pero no eso.

—Cassius, llama a Kat.

Dominic nunca giró su cabeza del de ella, aunque ella estudió al


hermano más joven. Aunque su jodido perfil se veía jodidamente
perfecto.

Matthias seguramente quería ver lo que ocultaba el vestido debajo,


porque preguntó:

—¿Puedo tomar tu abrigo?

Maria lo miró mortalmente a los ojos con una sonrisa preciosa en


sus labios.

—Tócame y te mataré.

Podría haberse reído si no fuera por el hecho de que cada segundo


que ella pasaba aquí, podría costarle su vida.

Dominic se acercó a ella.


—¿Lucca sabe que la princesa está fuera de su castillo?

—¿Crees que estaría aquí si él lo supiera?

Dom levantó los ojos hacia el soldado Caruso detrás de ella.

—Ciertamente no, si éste es el que te trajo.

El imbécil de traje probó ser más tonto de lo que Dominic creía


cuando no entendió el insulto al principio.

—Espero que el pobre imbécil sepa que lo que sea que le prometiste
no valdrá la pena para cuando Lucca termine con él. —Dom volvió a
mirarla.

—Lo que no sabe, no lo lastimará. Puede ser nuestro pequeño


secreto.

Dominic tuvo que flexionar su mandíbula para evitar que caiga al


suelo ante el sonido de su voz bajando una octava. La princesa valiente
incluso había tomado un paso adelante hasta que la punta de su tacón
estaba a unos centímetros, mostrándole a Dom que no estaba ni apenas
asustada de él o de su apellido. Infiernos, Dominic podría haber estado
ofendido si no quisiera que ella esté asustada de él.

Los dos prácticamente se estaban follando con la mirada cuando


Kat entró.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Le tomó a Maria un segundo largo apartar la mirada de él.

—Pensé que querrías un vestido de novia para cuando camines


hacia el altar.

—Tengo un vestido blanco, pero es cor…

—Absolutamente no —resopló Maria—. Te llevaré de compras ahora


mismo.

—E… está bien —dijo Katarina, dudosa, claramente por miedo.

Antes de que Dominic lo supiera, dijo las siguientes palabras:

—Iré con ustedes. —Tomando su abrigo, tuvo que decepcionar a


Matthias—. Matthias, quédate aquí con Cassius.
Francamente, Dominic no confiaba en que Maria no lo mate. Ella
podía ver directamente a través de su fachada de playboy.

—Eso no será nece… —dijo Maria, intentando ser educada.

Pero Dom la detuvo:

—No voy a dejar que Lucca descubra que las dejé ir a ustedes dos
solas con este maldito idiota. —Jodidamente no confiaba en que riegue
bien una planta, mucho menos que cuide a su hermana y a la hija del
jefe Caruso.

—Discúlpa…

—Bien —Maria interrumpió rápidamente a su deseoso novio.

Al salir todos, vio el nuevo Cadillac en el que no sería atrapado


muerto, al lado de su Mustang, y tuvo que decidir lo lejos que querría ir.

—Sabes qué, Ted… —Trató de recordar el nombre que había


escuchado al otro lado de la puerta antes de que tocaran.

—Todd —lo corrigió Maria.

—Todd —corrigió, tratando de pretender que diera una jodida


importancia sobre su nombre—. ¿Qué tal si te vas a casa y todos
fingimos que Maria se escapó sola? Creo que ambos sabemos que no
voy a tocar ni un solo hermoso cabello rubio de su cabeza por lo que me
haría Lucca si se entera. Estoy seguro de que es similar a lo que te hará
si no te vas.

—Adiós Todd. —Maria le dio una ligera despedida con la mano,


claramente queriendo lo mismo que Dominic.

Fue todo lo que el perrito faldero de Maria necesitó para irse con el
rabo entre las piernas.

—¿No tienes frío? —le preguntó Kat a Maria, que estaba


completamente vestida, mientras cerraba su abrigo.

Dominic trató lo mejor que pudo no explotar en risas. Los últimos


diez minutos con ella probaron la teoría que tenía de ella cuando solo
tenía catorce años. Decidió mantener la risa dentro de sí mismo, pero
iba a dejar que Maria sepa exactamente lo que era si estaban por
meterse en este juego.
—No puedes sentir frío si tu corazón está muerto. —Dominic le dio
una sonrisa conocedora, antes de abrir la puerta del pasajero para
ella—. ¿No es así, princesa?

La mirada que Maria le dio mientras escogió no responder su


comentario, permitió que Dom supiera que se había quedado pensando
en cómo él había descubierto su pequeño secreto tan rápido, pero no
iba a decírselo todavía.

Mirando a Maria sentarse en su asiento de cuero negro fue un


sueño que nunca supo que se volvería cierto hasta que vio su Mustang
estacionado al lado de su Cadillac. Esa era otra razón por la que quería
que Teddy se largue.

Mierda. Si iba a morir bajo las manos de los Caruso por esto,
entonces su viaje al infierno iba a valer la pena.
18
Nunca cierras un trato hasta que has ganado

D
ominic aparcó su Mustang negro en el costoso
estacionamiento. Se veía como una maldita mansión
comparado con su casa, y honestamente podría serlo por
cómo se veía el barrio. La perfecta casa blanca encajaba para un rey, ya
que estaba destinado a iluminar la perfecta fachada que realmente era.
Era la primera vez que entraba a la casa de la familia Caruso, y
viniendo de su lado de la ciudad a éste, hizo que Dominic jurara que no
existía la clase media.

Colocando en Parqueo el auto, supuso que debería sentirse


asustado o, por lo menos, nervioso de entrar a la guarida del enemigo,
pero no lo estaba. La furia que sintió hirviendo en sus venas
sobrepasaba su posible estupidez.

Katarina debería de casarse un mes luego de ser escogida, y ahora


que el día casi llegaba, arrepentimiento y rabia lo abrumaron.
Determinado a salvar a su hermana del destino de convertirse en una
Caruso, había llamado a Lucca, pidiendo una reunión privada.

Hubiera pedido estar en presencia de Dante, pero Dom tenía el


presentimiento que Lucca era el que tiraba las cuerdas, y tiempos
desesperados llamaban a medidas desesperadas. Saliendo del auto y
cerrando la puerta del auto de golpe, había llegado ese momento: estaba
jodidamente desesperado.

Dominic caminó directamente hacia la casa de la familia Caruso


como si estuviera en una misión, dejando que su determinación fluya a
través de él. Golpeando con fuerza en la puerta, no había ninguna
jodida manera de que se fuera de esta casa sin que se cancele la boda
de su hermana.

Tendrán que sacarme como cadáver en una bolsa de basura si


quieren que…

La puerta se abrió y no pudo completar su promesa, ya que su


corazón golpeteó ante la imagen al otro lado de la puerta.
—Hola princesa. —Dominic no tuvo temor de dejar que sus ojos
vagabundeen ante la vista totalmente diferente de la Maria que fue a su
casa—. Pensé, que incluso en casa, llevarías tacones y cuero. Supongo
que no.

Querido Dios, le había gustado lo que había llevado la última vez,


pero esto era algo completamente diferente. El conjunto de terciopelo
rosado consistía de una pequeña camiseta que mostraba su diafragma,
y pantalones cortos apretados que eran del tamaño de algunas ropas
interiores de mujer. Casi lo tuvo deseando arriesgarlo todo ahí mismo.

No se avergonzó de mirarla con sus ojos color avellana, aunque era


un juego peligroso mirar a la hija del jefe Caruso así, mucho menos en
su casa. Sin embargo, la familia le había quitado casi todo, y no
quedaba mucho por perder, así que los pensamientos que había tenido
de Maria desde ayer, y los muchos pensamientos que planeaba tener de
ella esta noche, le dieron el pequeño respeto que necesitaba de vuelta.

—No me gusta que me llamen así Dominic —le dijo Maria,


duramente.

La forma en que respondió definitivamente le sorprendió: sus ojos


verdes se encendieron.

A Maria podría no gustarle que la llamen princesa, pero por su


pequeño rostro, secretamente le gustó que él la llamara así.

—Bueno, muy mala suerte —le dijo él con una sonrisa cohibida.

—¿Puedo ayudarte? —Cruzando sus brazos, sus senos se elevaron


más. El movimiento casi tuvo a Dominic pidiéndole que le muestre el
camino a su habitación.

Entrando al marco de la puerta, él colocó su cuerpo a una pulgada


del de ella, devolviéndole el gesto por haber ido a su casa sin ser
invitada. No pudo evitar notar que no era tan alta como el día anterior,
ya que estaba descalza y no en sus tacones de punta. Tenía esta vez
una ventaja en altura, y jodidamente le gustaba.

—Claro.

Groseramente pasó de ella, llegando a la real y única importante


razón por la que había venido aquí: su hermana.

—Puedes llevarme donde Lucca. —Su tono era serio ahora, su


mente de vuelta a la tarea.
Maria estudió su cambio de humor antes de finalmente preguntar:

—¿Lucca te está esperando…?

—Llévame donde él —dijo, ligeramente rudo esta vez, pero no podía


perder más tiempo hablando con Maria. El poder que ella tenía sobre él
podía hacer que se olvide de todo.

Agradecido de que finalmente entendiera su urgencia, Maria le


mostró el camino.

La enorme escalera de hierro en el vestíbulo solo era el comienzo del


lujo de la familia. Caminando por un pasillo que llevaba a una puerta,
pudo oler el aroma a humo, sabiendo que Lucca estaba al otro lado
antes de que Maria le abra la puerta.

Al momento en que vio al segundo al mando Caruso pacientemente


esperando detrás de su escritorio mirando a la llama ardiente de su
encendedor, Dom ni siquiera notó a Maria irse, cerrando la puerta
detrás de ella.

Sin esperar a que le dijeran que podía sentarse, tomó asiento en la


silla al otro lado de su escritorio.

—¿Cómo lo supiste? —preguntó, tratando de mantener su rabia en


control.

—¿Saber qué? —preguntó Lucca fríamente, apagando su Zippo.

Esta vez, falló en su tarea, ya que su voz salió gutural:

—Sobre Katarina.

—Tengo mis formas…

—No. —Detuvo su respuesta de mierda, frustrándose que estuviera


más interesado en abrir y cerrar su encendedor que en su reunión.
Esperaba que esto obtuviera su jodida atención—. Quiero la maldita
verdad.

Lucca cerró su encendedor de nuevo, dejando que golpee el


escritorio, luego finalmente lo miró.

—¿Estás seguro sobre eso?

—Sí… —Ahora temía la respuesta.


Sonriendo, pareció que Lucca no sentía ni una pizca de
remordimiento.

—Cassius.

Las cejas de Dom se fruncieron en confusión… hasta que lo


entendió.

—Luke… —susurró el nombre del amigo de Cassius. Había estado


hablando sobre un Luke desde que Dom se había encontrado con Lucca
en la estación de gas en su lado de la ciudad. Por eso Lucca había
estado ahí—. ¿Todos estos años?

Lucca lentamente asintió.

Dom había creído que el amigo de Cassius era una jodida


imaginación al principio, pero entonces había creído que solo era un
chico de la escuela… no el jodido Lucca Caruso.

—Tú… tú… —La confusión de Dominic rápidamente volvió a


convertirse en furia—. Sabes jodidamente todo sobre nosotros, ¿no?

Sus ojos azul verdosos confirmaron los temores de Dom.

Dominic corrió su mano con fuerza sobre su cabeza.

—Te lo contó todo, y no hay una maldita cosa que no sepas sobre
nosotros.

—Él no sabía que era yo —Lucca trató de excusar a Cassius—. No


hasta que pasé por esa puerta el día en que Katarina fue escogida.

Dom jodidamente quería matarlo, chuparle la vida con sus manos


desnudas, como había querido hacer con su padre. Cada vez que
pensaba que no podía ponerse peor, lo hacía. Oficialmente había llegado
a su punto de ebullición, ya que Lucca había logrado arruinar cada una
de las vidas de sus hermanos. Angel había sido tomado, Matthias
lentamente se estaba desvaneciendo cada día sin él, y todo el trabajo
para mantener alejado a Cassius de su padre había sido por nada,
considerando que había estado parando con alguien igual de jodido.
Todo lo que no había sido tocado por el Coco era Kat, y ahora
definitivamente no iba a entregarla.

—No forzaré a mi hermana a casarse. —Haciendo una pausa, dejó


en claro el dicho al segundo al mando—. No puedo hacerlo.
—Forzar es una palabra tan fuerte —le dijo Lucca, sacando un
cigarro de su paquete que yacía en el escritorio—. Nos gusta utilizar la
palabra arreglar.

—Llámalo como jodidamente quieras Lucca, pero Kat ya no lo hará,


así que Drago tendrá que elegir a alguien más.

—Qué lástima. —Lucca encendió su Zippo para encender el final del


cigarro que sostenía en su boca. Tomó unas cuantas caladas, dejando
que el humo sople en su boca antes de continuar—: Estaba
comenzando a gustarme que Angel trabaje para mí.

Dominic tuvo que flexionar su mentón para controlarse.

—Él es un mejor soldado que la mitad de mis hombres combinados,


ya sabes. ¿A quién debo agradecer por eso? —Lucca hizo una pausa—.
¿A tu padre o… a ti?

—No lo sé, dímelo tú —preguntó a través de dientes apretados, ya


que Lucca sabía mucho de lo que sucedía en la casa Luciano.

—No importa mucho ahora. —Lucca se encogió de hombros


mientras se recostaba y se acomodaba en su silla de cuero.

El calor que vino de Dominic eran tan caliente como la punta del
cigarro de Lucca. Ser forzado a escoger entre dejar que mate a Angel o
terminar el futuro de Katarina no se sentía como una elección.

Dominic le dio una mirada espeluznante, su voz tan mortal como su


mirada.

—Lucca, me has quitado todo. Has tomado el cincuenta por ciento


de nuestras ganancias, mi hermano, y ahora te llevarás a mi hermana.
—Deteniéndose, decidió darle una advertencia y recordarle que podría
ser un Luciano, pero todavía tenía poder—. No hay mucho más que
perder.

—Confía en mí Dominic… —Lucca tomó una larga calada de su


cigarro—, siempre hay más que perder.

Ni te lo imaginas. Dom desesperadamente quería decir aquel


pensamiento en su cabeza, pero tenía que guardar el as bajo la manga.
Entonces, solo intentó que él entre en razón.
—Por favor Lucca, Kat es inocente en todo esto. Si hablaste con
Cassisus, entonces sabes lo que implicó para ella su crecimiento.
Merece finalmente ser libre, y más que todo, se merece un futuro.

—¿Entonces casarse con Drago significará que no será libre o no


tendrá un futuro, por qué? —Lucca se inclinó hacia adelante en su
silla, claramente ofendido.

Las cejas de Dominic se fruncieron, preguntándose por qué diablos


necesitaba deletrearlo.

—Porque está siendo forzada a casarse con un hombre que no qui…

—¿Acaso Katarina te ha dicho que no se quiere casar con él? —


preguntó simplemente.

—Pensando un momento, se dio cuenta que nunca había dicho una


palabra.

—No, pero ella no…

—Por supuesto que no —dijo Lucca, deteniéndolo—. Hay tantas


cosas que tenemos que hacer en nuestras vidas que no queremos hacer
Dominic, pero las hacemos por familia. —Tomando otra calada de su
cigarro, golpeó a Dom con la fría y dura verdad—. Está haciendo lo
mismo que Angel al quedarse aquí con los Caruso, y lo mismo que tú
tuviste que hacer cuando acordaste a los términos.

—No. —Dom sacudió la cabeza—. Kat no escogió esta vida.

—¿Y tú sí? —preguntó Lucca, levantando una ceja.

—Dije el Omertá.

—Quizás hiciste un juramento, ¿pero qué elección te dieron? —El


segundo al mando dejó caer las cenizas en el cenicero de cristal—.
¿Honestamente crees que hubieras ido por el mismo camino si Lucifer
no fuera tu padre?

No solo Dominic sabía la respuesta, pero Lucca también. Aun así,


continuó peleando por su hermana.

—Katarina es mejor que nosotros, que lo que nosotros somos.


Merece una feliz vida, con un gran marido que le muestre lo especial
que es, no Drago.

Los ojos de color extraño de Lucca destellaron ante él.


—¿Sabes por qué escogí a Drago, Dominic?

—No lo sé… —le dijo Dom, exasperado, sintiéndose como que había
alcanzado el final de la cuerda para salvar a su hermana—. ¿Por qué
encaja en una de tus enfermas agendas? Lucifer casi lo mató, así que lo
escogiste a él, sabiendo que él escogería a Katarina al segundo en que
supiera que era su hija.

—No —dijo de corazón el segundo al mando.

Sí, claro. Hasta donde sabía, esa era la pura verdad.

Dominic se recostó, queriendo escuchar cómo Lucca iba a darle


vuelta a esta mierda.

—Entonces, dímelo Lucca.

—¿Sabía que Drago la escogería? Sí —le dijo Lucca sin una pizca de
remordimiento. Aplastando el final de su cigarro en el cenicero, vio a
Dominic directamente a los ojos—. Pero escogí a Drago porque, no solo
es leal, fuerte, y determinado, sino que es el maldito mejor hombre que
tengo. ¿Sabes por qué Lucifer casi tuvo éxito en matarlo? Porque es el
único hombre que he confiado en que cuide de Chloe, y tomó cinco
balas al pecho para tratar de salvarla.

Durante su discurso, la rabia de Dominic apenas se había


suavizado al escuchar a Lucca hablar sobre su hombre de esa forma,
sabiendo que cada palabra que decía de Drago era cierta.

—No conozco un mejor hombre que Drago —continuó Lucca—,


dentro y fuera de Ciudad de Kansas… excepto por uno.

Las cejas de Dominic se entrecerraron ante esta última línea, pero


antes de poder preguntar quién, Lucca respondió:

—Tú.

—Oh, vamos Lucca. —Dominic se levantó de su asiento en


frustración, incapaz de quedarse más tiempo sentado, con temor de
saltar a través del escritorio y estrangularlo si no ponía distancia—.
¿Qué estás haciendo? ¿Tratando de comprar mi voto? Hazme un favor,
ya que conoces cada maldita cosa sobre mí, cortemos la mierda y deja
de pretender entre nosotros. Porque, si vas a seguir jodiéndome el
trasero, al menos me gustaría mantener mi dignidad.
—No pretendo Dominic —le dijo Lucca, mortalmente en serio—.
Quise decir en serio todo.

—¿A qué estás jugando Lucca?

Dándole una mirada fija, sus ojos color avellana buscaron al azul
verdoso por respuestas para dar sentido a esto. Había una razón por la
que él estaba poniendo todo en movimiento cuando el segundo al
mando claramente tenía todo lo que alguna vez había querido: la
ciudad, el dinero, el trono, y Dominic de rodillas, tratando de salvar a
su familia, gracias a su padre, entonces…

—¿Qué es lo que quieres?

—Tienes razón. Sí conozco todo sobre ti Dominic… conozco las


cosas por las que pasaron en esa casa, cómo fueron criados, y de qué
eres capaz. —Lucca se puso de pie, caminando lentamente alrededor
del escritorio. Se detuvo justo al frente de Dominic—. Tú y yo
quemaremos esta jodida ciudad si no estamos de acuerdo.

—Entonces… —Dominic le dio una mirada extraña, su corazón


acelerándose—, ¿qué estás diciendo?

—Trabajemos juntos —dijo simplemente Lucca—, y cuando logre


que mi padre salga del trono, lideraremos esta ciudad juntos…
cincuenta, cincuenta.

Dom se rio y repentinamente se detuvo.

—Hablas jodidamente en serio, ¿no? —Cuando el segundo al mando


asintió con la cabeza, preguntó—: ¿Por qué?

—Tengo mis razones. Ahora… —Lucca estiró su mano—, tenemos


un trato, ¿o no?

Mirando la mano estrechada del Coco, sintió como si todo el aire


hubiera sido chupado fuera de la habitación. Todo se sentía siniestro
como si la bola de cristal que siempre había visto su futuro se sacudiera
violentamente. El viento comenzó a cambiar, y no solo logró decidir
hacia dónde iría el viento, sino que finalmente podía escoger su propio
destino. Sin embargo, si sacudía la mano del Coco, podría ser peor que
sacudir la mano del diablo y, por experiencia personal, eso nunca iba
bien. Entonces, de repente, llegó a una decisión.

—Cancela la boda de mi hermana y lo haremos.


Lucca solo lo miró un momento y luego se dio vuelta.

—No.

—Dijiste cincuenta, cincuenta —le dijo, preguntándose si debería


haber sacudido su mano antes de pelear por su hermana, pero
entonces pensó que no, que había hecho lo correcto. Nunca cierres un
trato si no has ganado, o al menos, que sea justo—. Y me has quitado
todo. Kat es lo único que te pido de vuelta. Mis ganancias y Angel, te
puedes quedar con ellos. No la necesitas a ella de todos modos.

—Pero sí lo hago. —Colocó otro cigarro entre sus labios inclinados—


. Convertir a Katarina en una Caruso asegura nuestro trato y que
nunca me traicionarás.

Jodido enfermo bastardo; no solo era inteligente, tenía razón.

—¿Qué hay sobre mí, sin embargo? He tomado pérdida tras pérdida.
¿Qué asegura mi trato contigo? Tienes que darme algo que pruebe tu
trato y que no me apuñalarás en la espalda un día.

—Desafortunadamente, los términos que acordaste están fuera de la


mesa hasta que reemplace a mi padre, pero además de esos… —Lucca
abrió su Zippo, el brillo de la pequeña llama iluminando su rostro
mientras encendía el final de su cigarro—, ¿qué deseas?

Era un escenario que ni en un millón de años creyó que sería


posible, así que cuando la pregunta fue hecha, su mente casi se quedó
en blanco. Solo un susurro de un pensamiento imposible hizo eco en su
mente…

—Piensa con cuidado, Dominic —dijo Lucca, con advertencia—. Solo


tendrás una oportunidad.

Mirando al segundo al mando, se preguntó si sabía lo que Dom


escogería antes que él mismo lo supiera.

Tragando saliva con fuerza, pensó; si le había preguntado lo que


secretamente quería, iba a volverlo real. Dominic no iba a ser capaz de
retractarse, y hasta que sacudiera la mano de Lucca, él era el enemigo,
lo que convertía esto en un juego peligroso. Lo único que quería podía
ocasionar que todo el trato se caiga. Era un escenario de alto riesgo,
altas recompensas, y la recompensa podía ser tan dulce mientras
simultáneamente podía poner en equilibrio a Lucca y a él.
Tomando una respiración profunda, escogió. Entonces, hizo su
reclamo:

—Maria.

Ojo por ojo.

Lucca tomó un golpe duro mientras lo miraba fijamente a los ojos.


Entonces se puso de pie, se inclinó hacia adelante, y estiró su mano de
nuevo.

—Trato.

Confundido, Dom entrecerró sus ojos ante lo rápido que Lucca


había acordado a ello.

¿Así de simple? Santa mierda, es incluso más que un frío bastardo de


lo que creí.

Dominic se colocó delante del escritorio de Lucca y tomó la mano del


Coco.

—Trato.

Lucca se puso de pie mientras sacudían sus manos. Mirando a Dom


a los ojos, selló el trato, convirtiéndolos de enemigos jurados desde
nacer hasta… compañeros iguales.
19
Lo último que tomaría su apellido

A l segundo en que Dominic retiró su mano de la de Lucca, su


corazón cayó ante las siguientes palabras de Lucca:

—Buena suerte con mi hermana. —Lucca sonrió con suficiencia—.


Vas a necesitarla.

—¿Qué? —preguntó DOm, sintiendo su rabia volver a surgir—.


Hemos hecho un trato. Si Kat entiende la idea de un matrimonio
arreglado, entonces estoy seguro de que Maria también lo hará.

Sorprendido, Lucca palmeó sus cenizas en el cenicero

—Entonces realmente deberías haber especificado eso. Lo único que


planeo hacer es darte mi bendición y evitar que mi padre te mate.

—No. —Dominic golpeó su puño contra el gran escritorio de


madera—. Sabías exactamente lo que estaba pidiendo.

Lucca colocó una mano en su cenicero de cristal, evitando que


retumbe mientras le daba una mirada mortal a Dominic.

—Si crees que mi hermana escuchará una sola orden que le dé,
entonces no conoces para nada a Maria.

—Oh, conozco a Maria —dijo Dominic, como afirmación.

—Entonces sabrás, que si la fuerzo a casarse contigo… —Lucca se


detuvo un momento—, ella nunca, nunca te amará.

Debería hacerlo, jodidamente solo degollar su gar…

Sonriendo, Lucca sopló el humo de su boca.

—Y eso es lo que deseas, ¿no?

—Sabes, al menos finalmente llegamos a un acuerdo. —Dominic


comenzó a caminar de un lado a otro—. Todo tu gran no arreglado, ni
forzado matrimonio fue un montón de mierda.
—No hay nada de qué estar avergonzado Dominic. Tengo casi la
mitad de mis hombres enamorados de ella.

Dominic se pinchó el puente de la nariz ante otra verdad.

—Jesús Lucca, ¿por eso es que le diste ese chiste de


guardaespaldas? ¿Ted?

—Todd —corrigió Lucca.

—No me importa una mierda su nombre —dijo Dom con voz


helada—. Sabías exactamente cómo iba a suceder esto antes de
atravesar esa puerta. Probablemente colocaste la idea en su cabeza que
Kat necesitaba un vestido de novia justo antes de asignarle a Teddy.

—Todd —le corrigió una vez más Lucca.

Se acabó. Dom se giró, dirigiéndose a la puerta, sabiendo que, si no


salía ahí mismo, uno de ellos moriría esa noche.

—¿A qué le temes más? —tanteó Lucca con voz inquietante—. ¿Qué
no serás capaz de lograr que Maria se enamore de ti… o que puedas
descubrir que ella nunca te podrá amar?

Dominic no sabía cómo el enfermo bastardo lo había descubierto,


pero desde que ya lo había hecho, supuso que ya no tenía sentido
esconderlo.

—Haré que me ame. —Yendo hacia la puerta, la abrió, haciéndole


una promesa a Lucca Caruso y al resto del mundo mientras declaraba
una cosa—: Incluso si es la última jodida cosa que haga.

Cerrando la puerta de golpe, ni siquiera escuchó buena suerte que


genuinamente le habían deseado.

—Una chica solo puede caminar hacia el altar por primera vez una
vez. Así que tiene que ser de diseñador.

—La princesa tiene razón. —Dominic tomó el otro brazo que no tenía
una mano con manicura, alrededor de la de Kat. Su hermana podría no
haber necesitado, menos querido, un bonito vestido, pero si los Caruso
iban a hacer que su hermana se case, por Dios, iban a pagar por ello.
—Bien. —Kat cedió antes de mirar a Maria con preocupación—.
¿Acabas de decir, por primera vez una vez?

—Estoy pensando que mi tercer marido después de que los dos


primeros murieron misteriosamente será el correcto.

Dominic sintió sus pelotas queriendo encogerse y esconderse dentro


de su cuerpo.

—Es bueno saberlo.

—Maria... —Kat esperó a que ella la mire antes de continuar—: Creo


que te tengo un poco de miedo.

Maria sonrió.

—Solo estoy bromeando.

Sí, jodidamente sí. La pobre alma, conocida como el idiota Caruso


que se casaría con Maria, rogaba que tuviera rodillas duras porque
ningún hombre, y quería decir ningún hombre, iba a conseguir que su
pene fuera chupado. La única razón por la que no tenía miedo de su
hermana alrededor de la princesa de la mafia era porque era obvio que a
Maria le gustaba ella.

Maria podría mirar a los hombres como si quisiera enterrar sus


tacones en sus cuellos, pero no veía a las mujeres de esa forma. Sus ojos
se suavizaban alrededor de ellas. Las miraba apreciativamente,
especialmente cuando le gustaba lo que llevaban. En cuanto a los
hombres, él podía decir cómo ella se sentía por ellos. Cuando sus
hermosos ojos esmeraldas se endurecían, no tenía que estar en su mente
para saber el único pensamiento que cruzaba su mente…

Matar a todos los hombres.

Y, si Lucifer no hubiera sido su padre, y no estuviera en esta línea de


trabajo, podría haber estado un poco ofendido. Sin embargo, Dominic era
suficientemente hombre para saber que menos mujeres querían un
hombre. No era de extrañar que las mujeres trataran de descubrir cómo
hacer bebés sin necesidad del cromosoma Y. Infiernos, después de tener
a Lucifer como padre, realmente les deseaba a todos la suerte en el
mundo.

Pasaron tienda de diseñador tras tienda, hasta que fue aparente que
habían llegado a una tienda de novias, ya que todo adentro era blanco.
Entrando a la tienda, fueron saludados por un simpático hombre.

—Maria, mi amor, no te he visto en mucho tiempo.

Maria y el tipo se dieron un beso en cada mejilla.

—Lo sé. Te he echado de menos.

¿Por qué parece que viene aquí una vez a la semana…?

—Ken, necesito un vestido para mi amiga Kat. —Maria tomó su mano


en la suya para introducirlos.

Dominic no pudo evitar pensar que los dos se veían como si Barbie y
Ken hubieran resucitado a la vida como si estuvieran juntos. Sin
embargo, en esta casa de sueños de Barbie, a Ken no le gustaba Barbie.

—¿Y quién podría ser este hombre guapo?

Bueno, eso definitivamente explica por qué a Maria le gusta este


hombre.

La princesa de la Mafia le sonrió con suficiencia.

—Este es su hermano Dominic.

—Encantado de conocerte, Dominic. —Ken le guiñó un ojo.

Sin embargo, fue Maria quién estuvo divertida cuando él le sonrió al


Ken, porque no le molestó ni un poco. Ken continuó hablando cuando miró
hacia su hermana:

—Y tú eres preciosa. Gira para mí, cariño, déjame echarte un vistazo.

Lentamente, se giró para él, sintiéndose un poco incómoda al hacerlo.


Dominic tuvo que evitar reír. Su hermana no era la típica chica. Le
encantaba el color rosa, al igual que a él le gustaba verla en ello, tanto
que incluso se tiñó el pelo de un rosa bebé. Pero también le encantaba el
color negro. Apreciaba cosas de chica, pero Dominic finalmente le había
quitado eso. Kat era la mezcla perfecta de suave y dura, dulce y ruda, y
Dominic no podía estar más orgulloso de ella.

—Maria, llévala al camerino para que se desvista mientras voy a


traer algunos vestidos. Y tú, guapo, puedes ir a sentarte en la sala de
espera. —Ken terminó las órdenes con los ojos de vuelta en Dom.

—Gracias.
Dominic le sonrió cortésmente mientras, sin querer que crea que sus
nervios tenían algo que ver con el coqueteo inofensivo de Ken. Escucharlo
dar órdenes había vuelto todo realidad. Estaba por ver a su pequeña
hermana que había criado, probarse un jodido vestido de novia para un
hombre con el que no quería casarse, haciéndolo sentirse como que iba a
vomi…

—¿Puedo ofrecerte un poco de champán? —Una mujer con un vestido


negro apretado se ofreció, llevando tres copas de champán.

Dominic rápidamente tomó una copa, bajando el contenido en un


segundo, como si el asqueroso líquido dorado fuera un chupito de jodido
tequila. Tomando la segunda copa, le dio a Maria antes de tomar el
tercero, este para tranquilizarse hasta que esta experiencia del infierno
se acabara.

—No tiene edad para beber —le dijo a la mujer sosteniendo la


bandeja para Kat. Eso solo hizo que la mujer lo mire con preocupación
cuando miró a Kat—. Pero no demasiado joven para casarse —le dijo él,
no solo para ella sino para recordarse a sí mismo.

Necesitando sentarse antes de desmayarse, tomó asiento en el


costoso y ridículo gran asiento de terciopelo en forma de corazón,
mientras Maria ponía los ojos en blanco, luego llevando a Kat hacia un
vestidor.

Se alisó las cejas y tomó varias respiraciones, tratando de calmarse.


Podía lidiar con matar hombres y a su padre, así que podía ser capaz de
lidiar con esto. Dom no supo la última vez que se había sentido así de
enfermo, al borde de vomi…

Lo único que mantuvo milagrosamente los contenidos de su estómago


en su lugar, fue a Maria volviendo y tomando asiento a su lado.

Ella tomó una mirada hacia él y soltó una risita.

—¿Nervioso?

—No, no para nada —mintió pésimamente Dom, tomando otro sorbo


del champán.

—Uh-ha. —Maria sonrió—. ¿Estás seguro?

—Sip. —Dom se encogió de hombros—. Solo tuve que escoger entre la


muerte de toda mi familia o permitir que mi hermana de dieciocho años se
case.
Maria había estado en camino a tomar un sorbo de su champán
cuando de repente se detuvo para mirarlo sin poder creerlo.

—¿Qué? —bromeó él, sin miedo de haberle dicho algo que no debía.
Dom podía importarle menos en este punto, y no era como si Maria fuese
un pequeño e inocente ángel, de todos modos—. ¿Papi no te cuenta los
secretos familiares?

—No —respondió Maria simplemente, todavía mirándolo de manera


extraña—. Descubro las cosas de otras formas.

—Si lo sabías, ¿entonces por qué me miras de esa forma?

—Porque mi padre y sus hombres exactamente no vienen y me


cuentan los temas familiares —dijo suavemente, sus ojos enterrándose
en los de él.

Dominic pudo verlo entonces, en sus ojos esmeraldas, que lentamente


estaba comenzando a verlo de manera diferente, como si su mente
comenzara a cambiar sobre algo… y entonces escucharon abrirse el
vestidor.

Aclarándose la garganta, miró hacia donde había escuchado el


sonido de un vestido arrastrándose por el suelo. Ver a Katarina en un
vestido blanco de novia removió su estómago de nuevo.

—Mmm. —Kat se miró a sí misma profundamente a través del espejo


en el pedestal que hacía caer su vestido perfectamente alrededor de ella.

Aunque su estómago estaba haciendo sobresaltos, Dom solo tuvo que


darle una mirada profunda al vestido para darse cuenta que no era para
ella. Sacudiendo la cabeza, le dijo:

—No me gusta.

Estuvo agradecido por su honestidad cuando ella felizmente volvió al


vestidor y él ya no tuvo que verlo. Al segundo en que ella cerró la puerta,
Dom no pudo evitar tragarse el contenido al segundo en que sus labios
tocaron la copa.

—Aquí. —Maria tomó la ahora copa vacía de su mano y le entregó


una media llena.

Dominic miró la copa estirada, asegurándose de que su gran mano


rozara la punta de sus dedos cuando la tomó de ella. Inmediatamente, se
arrepintió, ya que su cuerpo gritaba que la tocara más.
—Gracias.

No pudo decir que tuvo el mismo efecto en ella cuando ella


inmediatamente le pidió a la mujer que le traiga más champán.

—¿No vienes aquí seguido verdad princesa? —preguntó él


sarcásticamente cuando la señora comenzó a volver a llenar sus copas.

Maria se rió.

—N…

—Oh, sí. Ken le da a Maria una llamada cada vez que llega una
nueva colección.

—¿Realmente es as…? —preguntó Dom, una sonrisa tímida tocando


sus labios mientras miraba a la mentirosa rubia.

—Gracias Sherry —dijo Maria a través de dientes apretados después


de haber llenado su copa.

Dom tomó un sorbo, todavía sonriendo.

—Probablemente sea bueno comenzar a practicar ahora, si planeas


tener tu quinto esposo cuando cumplas los treintaicinco.

—No es por eso que me gusta venir a probarme vestidos. Me los


pruebo porque sé que nunca llevaré uno.

Mirándola, no pudo descifrar lo que escuchó en su voz. No era


tristeza, sino un… vacío.

El sonido de los pasos de Kat en el pedestal lo tuvo mirando de


regreso a su hermana. Este vestido blanco era más feo que el anterior.

—No —dijo Dominic, tomando otro sorbo de champán,


desesperadamente tratando de no tomarse todo el contenido con Kat ahí.

La boca de Ken se abrió en aparente ofensa, claramente sin seguir


pensando que Dominic era atractivo, ya que no compartían el mismo
gusto. Era muy malo, ya que estaba seguro que el vestido era
jodidamente costoso y sería precioso en otra chica, pero no en su Kat.

—El vestido que tengo está bien, Maria —gruñó Kat, claramente no
gustándole esta experiencia.

Sabía del vestido que estaban hablando. Era uno sin mangas, blanco,
con una falda corta y con tul. Dominic la había sorprendido con éste
cuando había convertido el sótano en una fiesta falsa de secundaria. No
pudo lograr que ella vaya a su fiesta, ya que había sido como él en no
tener amigos. Así que como no quería que se pierda una experiencia como
él, le hizo su propia fiesta. Dom incluso logró que Lucifer salga por la
noche así podían subir el volumen de la música, y sus hermanos y él, y
Kat, rieron y bailaron toda la noche. Kat de alguna manera había logrado
que Cassius baile con ella. Al día de hoy, era uno de sus recuerdos
favoritos. El único recuerdo que ligeramente hacía que todos los otros
recuerdos horribles de esa casa sean soportables.

De repente, la rubia alta se puso de pie y se acercó a ella.

—¿Qué pasa?

—Son hermosos, pero… esta... no soy yo. —Kat se quedó de pie


incómoda ante el gran vestido blanco, mirándose al espejo.

—Vuelve allí y quítate esta cosa —le ordenó Maria rápidamente—.


Enseguida vuelvo.

Cuando Kat y Ken volvieron al vestidor, Dominic observó


cuidadosamente a Maria mientras dejaba el área de vestimenta en
búsqueda de una misión, luego volvía un momento después con un
vestido en sus manos.

—¿Qué creen de esto? —preguntó Maria, sosteniendo el vestido en


alto hacia ella.

Dominic alzó la mirada hacia ella, su respiración quedándose


atrapada en su garganta.

—No me gusta para ti… —Se puso de pie, haciendo que mueva a un
lado el vestido cuidadosamente, sin gustarle verla en ese color—, pero
para Kat, es perfecto.

Alzando la mirada hacia él, la hermosa rubia se vio atrapada bajo la


guardia. No se fue a llevar el vestido al vestidor hasta que Dominic se
volvió a sentar.

Cuando volvió, Dominic se tomó de golpe el champán de nuevo.

Regresando a su lugar a su lado, Maria se sentó diferente, como si


ahora estuviera al tanto de lo cerca que habían estado en el sofá.
Dominic lo había notado de inmediato. El olor de ella a suave perfume
había pedido que se acerque, pero se había forzado a ser un caballero,
cuando lo último que quería era estar con Maria.
Ya tenía dos imágenes diferentes reproduciéndose en su mente: una
sucia, una criminal. Tomaría las dos, pero preferiría la de ella presionada
contra el vidrio de la ventana frontal de la tienda sobre la imagen donde
la follaba en el vestidor por cinco minutos.

Ligeramente ajustándose a sí mismo en el sofá, trató de no inhalar


muy profundamente, pero no pudo resistir que sus piernas se explayen
un poco más, lo que lo acercaba más a ella.

—¿Cómo así no te gustó ese color en mí? —preguntó Maria, sus


perfectas cejas frunciéndose.

Tomando la copa de champán de su mano sin permiso, Dominic le dio


una sonrisa malvada.

—Las princesas no llevan negro.

Tan pronto como las últimas palabras salieron de sus labios, la


puerta se abrió.

Kat lentamente salió, esta vez con una sonrisa. Finalmente, se miró a
sí misma.

—Es perfecto —susurró Maria, diciendo lo que todos pensaban.

Mirando a su hermanita, se olvidó del motivo por el que todos estaban


aquí. Todo lo que podía ver era lo hermosa que se veía, y cómo de repente
no era ese pequeño bebé en su enterizo rosa.

Sintiendo sus ojos humedecerse, parpadeó, solo siendo capaz de


decir:

—Guau.

Temió llorar si decía algo más.

Mientras Maria comenzaba a buscar accesorios y Ken comenzaba las


alteraciones, mantuvieron a Kat distraída.

Dominic se puso de pie, yendo hacia donde estaba la señora con el


champán.

La mujer sonrió educadamente.

—¿Le gustaría m…?

Agarrado la botella abierta que ya estaba casi vacía, comenzó a


alejarse.
—Señor, no puede hacer eso… —Se rindió cuando él le dio una
mirada de obsérvame.

A Dominic no le importó una mierda. Levantando la botella contra sus


labios, dejó que el líquido de mierda pase por su garganta, mientras se
dirigía al frente de la tienda, manteniéndose suficientemente alejado de
lo que estaban haciendo atrás pero suficientemente cerca para
asegurarse de que estuvieran a salvo. Mientras observaba para
asegurarse que nadie ingresara a la tienda, sacó el celular de su bolsillo,
tomó un gran trago, y marcó un número, antes de arrepentirse.

—¿Sí? —respondió una voz helada.

Tomó otro trago.

—Quiero una reunión.

—Te volveré a llamar. Dante está…

—No —dijo Dominic, deteniéndolo—. Contigo.

Hubo un silencio al principio.

—Mañana por la noche en mi oficina, nueve en punto.

—Gracias. Escucha… —Se aferró al teléfono, mirando atrás hacia el


vestidor, contemplándolo.

—No tengo todo el día —dijo la voz helada, con rudeza.

Dominic inclinó su cuello de lado a lado.

—No importa. Te veo mañana por la noche, Lucca.

Cuando se escuchó el tono de finalizar llamada, estuvo feliz de no


haber acusado a Maria.

Dominic había llamado para hacer lo correcto, decirle dónde podía


encontrar a su hermana sin protección Caruso. Pensó que mostraría
alguna clase de respeto para el segundo al mando. De esa forma, cuando
tuviera la reunión que quería, Lucca quizás mostrara algo de piedad. Pero
entonces decidió que al diablo. El Coco no había mostrado piedad ni en
un jodido día de su vida. Lucca ni siquiera conocía el significado de la
palabra piedad.
Cuando Dom regresara a Maria, la ira del infierno incrementaría
exponencialmente cuando se descubriera que había ocultado esa
información de Lucca.

Al principio, no supo porqué lo había hecho, sabiendo que las


consecuencias serían fuertes, pero cuando las chicas salieron de atrás de
la tienda casi una hora después y vio el rostro de Maria, lo supo.

Sus ojos esmeraldas brillaban mientras más alejada estuviera del


guardaespaldas Caruso. Maria se veía contenta, como si estuviera
genuinamente disfrutando. Él no quería quitarle eso todavía.

Dom también podría haber tenido razones egoístas para querer


tenerla en su exclusivo cuidado… ya había planeado en llevarla a casa
mucho más lento que cuando las trajo aquí.

Agradeciendo a Dios que ya hubiera terminado la botella cuando


ellas salieron, caminó hacia la caja registradora donde estaban las
chicas; entonces, apareció el precio con demasiados ceros.

—¿Disculpa? ¿Qué? —La boca de Kat cayó al piso.

Maria ni siquiera parpadeó cuando buscó en su bolso.

—No te preocupes por ello. Es un regalo de…

—Los Caruso.

Cuando una carta negra apareció detrás de ellos, junto con esa voz
helada, Dominic no tuvo que voltear la mirada.

—Realmente no puedo aceptar…

—Está bien Kat. —Lanzando un brazo sobre sus hombros, Dominic la


calló mientras suavemente tiraba de ella contra él—. Es lo menos que
pueden hacer.

Por fuera, mantuvo su frialdad, pero por dentro… Mierda, mierda,


mierda.

Arrepentimiento se situó en él al no decirle a Lucca dónde estaba


Maria. Asegurándose de mantener a Kat cerca de él mientras salían de la
tienda, estaba listo para que el segundo al mando actuara, pero se
sorprendió cuando Lucca le habló a Maria y no a él.

—Maria, tienes cinco segundos para decirme por qué estás aquí.
A ella no le importó una jodida mierda mientras colocaba un mechón
rubio detrás de su hombro.

—Kat necesitaba un vestido.

—¿Y dónde diablos están mis hombres? —La voz de Lucca era baja,
lo que la hacía más letal.

Dom esperó la respuesta de Maria, pero cuando se mantuvo en


silencio, él se sorprendió respondiendo por ella.

—Kat me pidió que la dejara aquí, y cuando entré, vi a Maria a solas.


—Esa parte podría haber sido una mentira, pero continuó con la verdad,
encontrándose a sí mismo cubriendo a la princesa de la mafia—. En lugar
de meterla en problemas, decidí cuidarla por ti e iba a llevarla a casa a
salvo cuando terminaran.

La mirada silenciosa que Lucca le dio prometió retribución por no


contarle por el teléfono.

Los ojos de Maria destellaron en sorpresa ante Dom antes de asentir.

—Llamé a Kat para que se encuentre aquí conmigo, y entonces


simplemente me escapé y tomé un taxi.

Parecía que Lucca se guardaría los insultos para su reunión mañana,


ya que miró a Maria con sus ojos duros.

—Nos vamos.

—Sip, nosotros también. —Dom no perdería más tiempo saliendo


jodidamente de aquí. Tiró a Kat en la dirección opuesta a la que Lucca
intentaba llevar a Maria.

Maria ondeó la mano en señal de despedida, claramente no asustada


de su hermano.

—Adiós Kat.

—Adiós. Gracias por todo. —Kat sonrió mientras él la arrastraba


lejos.

—De nada. —Maria lo miró—. Adiós Dominic.

Él, sin embargo, no tuvo la lujuria de volver a mirarla, sabiendo que,


si lo hacía, su cuerpo —que estaba gritándole que se quede—, no sería
capaz de controlarse. Parecía como si su cuerpo hubiera sido poseído
alrededor de ella, como si no le perteneciera, y no confiaba en mantener
sus sentimientos bajo control, especialmente con Lucca por ahí.

Tampoco confiaba en su voz para despedirse.

Si tan solo se hubiera dado la vuelta, hubiera visto el rostro triste de


Maria; no despedirse de ella también le afectó.

Dominic no supo cuándo sucedió: la primera vez que la conoció en el


funeral de su madre, la segunda vez después que Matthias abrió la
puerta, o la tercera, cuando la miró mientras ella sostenía el vestido de
novia de Kat… pero la deseaba. Y no era solo deseo, era una jodida
necesidad. Dominic necesitaba que Maria sea suya, y necesitaba que
Maria también lo necesite a él.

Cuando colocó ese vestido negro contra ella, él tuvo que quitárselo
porque el único pensamiento que tenía era querer tenerla en un hermoso
vestido blanco… para casarse con él.

Lo había imaginado todo en un segundo, desde el anillo en su dedo


hasta el bebé en su panza; su jodida alma la necesitaba. Dominic podía
sentir que estaba destinada para él, y su cuerpo secretamente lo había
sabido desde la primera vez que la vio. Así como sabía que un arma
pertenecía en su mano a los dos años, Maria le pertenecía a él, y nunca
iba a ser capaz de tener una oportunidad con ella porque su apellido era
Luciano.

Era lo último que tomaría su apellido.

—Eso fue grosero —susurró con rudeza Kat.

—No me importa. —Dom solo ralentizó su paso cuando estuvieron


suficientemente lejos de Lucca. Su mente todavía estaba en Maria, y casi
se sentía mal por Ted—. Ese psicópata está en una misión para asesinar
a todos los hombres en Ciudad de Kansas hoy, y estoy seguro como el
infierno que yo no seré uno de ellos.

Por ese motivo sabía que Maria estaba destinada para él.

Dom nunca tendría que pretender ser algo que no era cuando estaba
con ella, o esconder lo que era o las cosas que hacía. No solo su cuerpo
gritaba por ella, pero por primera vez, no temía estar alrededor de una
mujer y hacerle daño.

Dominic nunca había confiado en sí mismo alrededor de las mujeres,


temiendo que parte de Lucifer estaba en alguna parte dentro de él, como
el enojo que le había pasado. Pero Dominic no temía herir a Maria,
sabiendo que nunca sería capaz de ello. Lo que temía era a Maria
haciéndole daño a él.

—Jesús, ¿estás borracho? —preguntó Kat, teniendo que lanzar su


brazo alrededor de su cintura mientras él tropezaba.

—Psst… no. —Dom buscó en su bolsillo, agradeciendo a Dios de que


el horrible champán hubiera hecho efecto finalmente y que Lucca vino por
su hermana después de todo. Dándole las llaves a Kat, hipó—: Pero tú
conducirás.

—Oh Dios mío, Dom. —Kat sacudió la cabeza—. ¿Por qué


exactamente sentiste la necesidad de emborracharte al mediodía?

¡Porque tuve que mirarte mientras te probabas un vestido de novia!


¡Y ahora seré forzado a mirarte caminar hacia el altar para casarte con
un jodido pedazo de mierda que solo quiere venganza!

Sin embargo, fue mucho más fácil tragar aquellas palabras y soltar
estas:

—Lucca jodido Caruso.

Pensando en el día anterior, no era de extrañar que Lucca no lo


hubiera matado por no decirle sobre Maria al teléfono. Esto es lo que
quería, y Lucca consiguió su retribución, ya que Dom se estaba yendo
ahora sin liberar a su hermana.

Con toda la esperanza puesta en su hermana para que no se casara


con el Caruso, no había visto al principio a Maria. No hasta que llegó al
vestíbulo y vio la cabeza de Maria y sus ojos se alzaron hacia los de él
desde donde ella estaba sentada al final de las grandes escaleras.

Hizo lo mejor que pudo en esconder su tristeza. Una parte de él se


sintió sucio al segundo en que salió de la oficina de Lucca, aceptando el
trato del Coco que no incluía la libertad de su hermana, a pesar de lo
inviable que era.

Lucca necesitaba a Kat como pieza de su ajedrez.

Pasando a Maria desde donde estaba sentada, pudo ver su simpatía


reflejada en sus ojos verdes.
—Te veo en la boda —confirmó Dom, recordando la amarga razón
por la que había estado ahí para hablar con Lucca.

Abriendo la puerta principal, iba a salir, pero a diferencia de la


última vez, se permitió volver la mirada a la mujer de la que se había
enamorado, y su corazón impotente de repente se sintió… con
esperanza.

Dominic le dio una mirada final. Era hora de hacerle saber que
estaba haciendo un reclamo:

—Estaré deseando un baile, princesa.


20
Una boda… y un funeral

D
ominic se ajustó la chaqueta de su traje, sintiéndose raro de
no tener su gran abrigo de cuero en su lugar. Al crecer,
siempre había querido vestirse como un Caruso, pero ahora
que estaba en este traje costoso alquilado que encajaba a la perfección,
no sentía correcto.

Mientras otros veían su apellido con desdén, Luciano era un


apellido que se había ganado con orgullo, al igual que su abrigo de
cuero. Llevar aquel nombre significaba que había sobrevivido al diablo y
al infierno.

Abriendo la puerta, pensó que no había pasado mucho tiempo de


haber visto ese rostro, pero lo había sido. Los dos hermanos se
abrazaron; Dominic sosteniéndolo en un abrazo fuerte durante un largo
rato, de alguna manera extrañándolo más de lo que había hecho antes,
aunque ahora él estaba frente a él.

—Déjame echarte un vistazo. —Dom finalmente lo apartó para


mirarlo.

Él había cambiado tan solo un poco. No era su apariencia externa


tanto como la metamorfosis que había tenido lugar dentro de él. Sin
embargo, al ver la mitad del todo, le demostraba lo lejos que había ido
su otro hermano.

—Te ves bien Angel.

—Gracias.

—¿Te están tratando bien ahí? —preguntó, queriendo asegurarse


que lo que había sucedido cuando recién llegó al cuidado de los Caruso
no sucediera de nuevo.

Después de Lucifer, un nuevo enemigo a las dos familias había


aparecido: One-Shot. Era un hombre que poseía el mismo poder que
tenía con un arma. Cuando un soldado Caruso fue asesinado y One-
Shot hizo su primer asesinato, algunos de los hombres Caruso habían
asumido que fue Angel quién lo hizo, y entonces lo habían atacado en
medio de la noche, golpeándolo hasta dejarlo al borde de la muerte.

El hermano tatuado le dio un asentimiento de calma.

—Sí, Lucca me ha tratado bien.

—Bien. —Asintió de vuelta Dominic.

Aclarando su garganta, la punta de su estómago anhelaba por lo


que tenía que decirle.

—Hay algo que debo decirte.

Angel lo miró como un soldado.

—Dante te liberará una vez que termine la boda —le dijo a su


hermano lo que el jefe Caruso le había dicho más temprano.

—¿En serio? —Angel, que se había preparado para las malas


noticias, tenía felicidad en su voz.

—Sí, hará que Kat asegure nuestro trato.

De repente, el rostro de su hermano se convirtió en una máscara de


emociones.

—Escucha, Dominic hay algo que necesito…

—Sé sobre Adalyn —dijo Dom, deteniéndolo—. Me alegro que la


tengas —añadió con verdad, teniendo que apartar la mirada, incapaz de
mirar a los ojos de su hermano—. Necesito preguntarte algo ahora.

Angel, el soldado, regresó con un simple asentimiento.

—No vengas a casa. —La voz de Dominic se quería quebrar, pero la


mantuvo fuerte, sin permitir que vacile—. Mientras Katarina sea una
Caruso, debes serlo tú también. —Se forzó a enfrentar los ojos de su
hermano de nuevo, sabiendo que merecía la decencia de ser enfrentado,
hombre a hombre—. Los Luciano debemos de mantenernos juntos,
incluso si significa que estaremos lejos. ¿Entiendes?

Los ojos oscuros de Angel encajaron con la tristeza en su voz.

—Sí.

—Bien. Te asegurarás que no solo Drago cuide de ella, pero cada


Caruso también. —Dominic sabía el costo de su pedido, separar a los
gemelos sería la caída de Matthias—. El único Caruso en el que puedes
confiar por ahora es Lucca, pero no confíes en él por completo Angel. Él
está a un paso de ir contra nuestro padre, y cuando llegue el momento,
dependerá de nosotros acabar con Lucca.

Tragando con fuerza, Angel asintió con doloroso entendimiento.

Dominic tomó a su hermano en otro gran abrazo, su voz ya no capaz


de mantenerse estable.

—Asegúrate que ella sea cuidada en lugar de mí, no solo por Drago
sino por cada uno de ellos.

—Lo haré —prometió Angel, dándole su palabra.

Dejando ir a su hermano, rápidamente fue hacia la puerta,


necesitando ir a la fuente de su rabia que estaba comenzando a bullir.

—¿Lo mantienes a él vivo por mí? —preguntó Angel con un susurro


solemne antes de alejarse.

Apretando la manija de la puerta, Dominic deseó ser capaz de darle


la misma promesa que Angel tenía para Katarina, pero uno de los
Luciano no había sobrevivido mentalmente el tiempo en el infierno.

—Lo intentaré.

Dominic silenciosamente entró a la habitación sin ser detectado,


lentamente acosando al enorme hombre que solo podía ver de espaldas,
con su mano en la pistola detrás de su espalda.

Una bala es todo lo que tomaría…

Su mente lo tanteaba con sacar la pistola y apretar el gatillo como


desesperadamente deseaba y tenía toda la intención de hacer hasta que
sus reflejos se encontraron en el espejo.

Drago, que había estado ajustando su corbata en el espejo, se giró,


dándose cuenta que había sido encontrado.

Así como Anthony significaba para la familia Luciano, Drago De


Santis lo era para los Caruso. Usualmente lo habían llamado el tanque,
y llevaba ese apodo incluso más cuando tomó cinco balas en el pecho,
motivo por el que era el guardaespaldas personal de Dante. Decir que
estaba sorprendido de ver a Dominic de pie detrás de él con su mano a
la espalda era la subestimación del año.

Dominic apretó su pistola hasta que sus bronceados nudillos se


volvieron blancos.

—Haces algo para herirla o eres jodidamente menos de lo que Lucca


ha dicho de ti, y desearás que el Coco haya venido por ti cuando
jodidamente te mate. —Tomando una respiración profunda, removió su
mano de su espalda, arrepintiéndose de dejar su pistola firmemente en
su lugar. La única promesa que finalmente sería capaz de mantener—.
Y esta vez, no habrá marcha atrás Drago. Porque, a diferencia de mi
padre, yo jodidamente no fallo.

Entrando en la habitación final rompió su corazón, pero se aseguró


de mantenerse fuerte. Su destino había sido sellado, sin importar lo
duro que Dominic tuviera que lucharla o encontrar un hueco. Lucca
había ganado… esta batalla.

Mirando a su hermosa hermana lista, deseó no tener que preguntar:

—¿Lista?

Cuando Kat se puso de pie, su costoso vestido negro fluyó alrededor


de ella mientras tomaba algunas nerviosas respiraciones profundas.

—Quiero que sepas que, incluso si significara mi muerte, no


permitiré que camines hacia el altar como si no supiera que puedes
controlarlo —le dijo Dominic, sus ojos enterrándose en los de ella.

—Lo sé —dijo Kat, en un susurro.

—Sabíamos que este día llegaría Katarina —le recordó Dom las
tantas charlas que habían tenido antes del fallecimiento de su padre.

Sabían que el camino de Dominic de tomar la posición de su padre


no sería fácil, al igual que el camino para llegar al trono Luciano había
sido desalentador y largo. Habría un precio por pagar, pero Dom había
prometido a todos sus hermanos una cosa…

Haré que el apellido Luciano signifique algo de nuevo.


Ella le dio una sonrisa alentadora.

—Sí, lo sabíamos.

—Serás tú la que nos salves a todos, y no puedo estar más


orgulloso. Ellos pueden no saber de lo que eres capaz, pero un día, lo
sabrán. Sabrán de lo que todos somos capaces. —Dominic finalmente
sonrió—. Haz que jodidamente se arrepienta de haberte elegido Kat…
Dale. Un. Infierno.

—Planeo hacerlo.

Supo al segundo en que él la había tomado en sus brazos esa noche


tantos años atrás que ella significaría más para él que sus hermanos
juntos. Katarina le estaba dando su primer paso en el nuevo orden
mundial de Ciudad de Kansas, y si Dominic se convertía en rey un día,
sería por ella.

Sostuvo su brazo con una respiración pesada, mientras ella lo


tomaba y recogía su buqué de rosas rojas.

El camino fue largo, pero mientras las puertas de la iglesia se


abrieron, no fue casi tan largo como el doloroso caminar hacia el altar.
Pasando las bancas en la misma Iglesia Católica donde había conocido
a Maria hace años atrás, estuvo agradecido del vestido gótico de Kat
porque, con cada paso que tomaban, se sentía como si estuviera
tomando una parte en una boda… y un funeral.

Se sintió tan enfermo con cada paso más cerca, para cuando
llegaron al altar, no estaba seguro de ser capaz de entregar a su
hermana. No fue hasta que sus ojos atraparon al ángel vestido de
blanco, sentada en una de las bancas, que fue capaz de darle un abrazo
final a Kat.

Los dos hermanos, que eran más como padre e hija, se abrazaron
por un precioso momento, y Dominic podría haber jurado que vio la
vida de Kat destellar frente a sus ojos: desde el momento en que recién
la recogió, hasta cuando yacía rota mientras Lucifer la golpeaba, y todo
el camino hasta el momento donde estaban ahora.

Entregarla a Drago rompió otra parte de su alma, pero la única


jodida razón por la que fue capaz de hacerlo fue por el ángel de blanco
en unas bancas atrás, aquella por la que su cuerpo gritaba.

Y si no conseguía su ángel…
Jodidamente mataré a cada uno de ellos.

Dominic miró hacia su hermano, vestido de negro de cabeza a los


pies a su lado.

Comenzando contigo, Lucca.


21
¿Ponerle cerrojo a la puerta o no?

—¿Has visto el vestido de la novia? Es basura Luciano, sin duda.

N
o era la primera vez que Dominic escuchaba eso, y había
apostado cada centavo que no sería la última. Diablos, lo
había escuchado cinco veces desde que había comenzado la
recepción de la boda, de parte de cada rico y perro imbécil aquí, pero
por la mirada en el rostro bonito de Maria, no lo había experimentado
todavía.

—Pensé que le daría más uso a un vestido negro Luisa. —Los ojos
verdes de Maria brillaron hacia la anciana, quién claramente estaba del
lado Caruso por el broche de diamante que llevaba—. Le diré que lo use
en tu funeral.

Por la mirada en la cara de la perra anciana y su igualmente vieja


amiga, ambas estaban por decirle a Maria que se calle… hasta que Dom
hizo saber su presencia al acercarse a ella. Sin decir nada, las viejas
perras se alejaron con apuro.

—Debo decir que eso fue mucho mejor que cualquier cosa que se me
hubiera ocurrido, princesa —dijo Dominic con una sonrisa. Había sido
la primera vez que había escuchado a alguien defender a la familia
Luciano y que no llevara el apellido, y solo hizo que le gustara más
Maria.

Maria se giró en sus talones, viendo el motivo por el que las


ancianas se habían alejado tan rápido.

Notando que el vaso en su mano estaba vacío, él lo tomó, pagándole


el favor que ella le había dado en la tienda de novias al entregarle un
vaso lleno en su mano de la bandeja que cargaba el mesero. Él levantó
una ceja, todavía sonriendo ante las inteligentes, pero groseras palabras
que les había dicho a las mujeres. Todos querían callar a aquellos
ancianos que creían que podían decir lo que sea y salirse con la suya
porque eran viejos… pero nadie realmente lo hacía, excepto Maria.
—Realmente eres tan fría como creo que eres, ¿verdad?

Maria miró su recientemente copa de champán.

—¿Qué te hace creer eso?

—¿Recuerdas la última vez que nos vimos antes de todo esto? —


Dom ondeó sus manos alrededor de él ante la extravagante recepción
llevada a cabo en el Casino Hotel del que estaba seguro que era
responsable. Y antes de que entraras por mi puerta.

Las perfectas cejas de la rubia se fruncieron, claramente tratando


de recordar.

—Guau. No lo recuerdas, ¿verdad? —Dominic tuvo que reírse,


tomando una copa de champán para sí mismo.

Debe haber estado totalmente loco de amor de ella a los veinte años.
Ni siquiera la amnesia podría haberle dejado olvidar la primera vez que
había creído ver a un ángel caminando por la tierra.

Con la confusión todavía marcando su rostro, ella levantó la copa a


sus labios.

—¿Cuándo fue?

Dominic estuvo cautivado por sus ojos brillantes.

—Baila conmigo princesa, y te lo diré.

—Yo… —Los ojos de Maria y su cuerpo le dijeron que no quería


nada más que eso, pero sus palabras dijeron lo contrario—: No
podemos. No en frente de todos. Nuestra sangre solo se mezcló hace
unas horas atrás, y creo que probablemente es demasiado pronto para
que el jefe Luciano baile con la hija del jefe Caruso.

Dándole una inclinación siniestra de sus labios, él se alejó, no sin


antes decir unas palabras:

—Bueno, quién dijo que quería bailar contigo frente a todos, ¿eh?

Dejándola con una nueva mirada de confusión, él mantuvo la


sonrisa en su rostro, agradecido de haber trabajado ya en un plan B.

Buscó a Cassius, quién estaba mirando fijamente la escultura de


hielo cuando lo encontró.
—Entonces, realmente son tan ricos como nuestro padre nos estaba
diciendo, ¿verdad?

—Sí —le dijo Dominic con un asentimiento solemne. Era la primera


vez que su hermano menor había sido introducido a la otra familia del
crimen. Desde ahora en adelante, dependería de él formar su propia
opinión sobre los Caruso.

Sí, Cassius podría ser joven, pero los pensamientos que pasaban en
su mente estaban mucho más allá que la de un chico de quince años.
Era la razón por la que había dejado que Cass se una a la reunión
familiar, aquella que Dom había convocado cuando había tomado el
trono Luciano después que Angel fue llevado.

Aunque no había dicho la Omertá, y todavía debía de hacerlo,


Cassius era un hombre hecho a sí mismo igual que el resto de ellos.
Dominic había decidido que era mejor aceptar su naturaleza y tratar de
moldear la oscuridad frente a él por el beneficio de la familia, porque
excluir a Cassius del negocio familiar hubiera ocasionado que su
hermano menor lo envidie, no solo como hermano sino como el jefe
Luciano.

Cassius dio la espalda a la escultura, dejando que los pensamientos


que estaban dando vueltas en su mente desaparezcan, mientras su
mente volvía a convertirse a una sin emoción.

—¿Me imagino que ella te rechazó?

—Sip —dijo Dominic con una risa, habiendo esperado eso de la


princesa de la mafia—. Sabes dónde encontrarme.

El Luciano más joven asintió antes que Dominic se alejara, yendo a


la parte trasera del área de recepción y hacia una cortina
completamente negra que estaba cubriendo la puerta hacia la cocina.
Ninguno de los Caruso hubiera pensado dos veces sobre el joven
Cassius llevándole aquí.

Apartando la cortina, abrió la puerta hacia la cocina, donde


terminaría su champán y esperaría. No fue hasta que la puerta se
balanceó ligeramente abierta unos minutos después que supo que su
plan B había funcionado.

—No tienes miedo, ¿verdad princesa? —preguntó cuando ella no se


atrevió a entrar por completo a la cocina.
Maria tomó un paso adelante, dejando que su mano caiga así la
puerta podía cerrarse.

—Por supuesto que no.

—Bien. —Él sonrió, estirando su mano para que ella la tome.

Fue como si el mundo se hubiera ralentizado por un sólido


momento mientras sostenía su aliento, esperando que ella la tome o lo
rechace. Todo lo que necesitaba era que coloque su mano en la de él, y
nunca la dejaría ir.

Sus ojos esmeraldas se enfocaron en su mano estirada y…


finalmente la tomó.

Sosteniéndose en su suave y delgada mano, tiró de la belleza rubia


hacia él por primera vez y cuidadosamente colocó su otra mano en su
pequeña cintura. Su cuerpo —había estado quemando por tocarla
desde que la vio por última vez—, finalmente se quedó quieto, contento
con un lento baile, aunque sus pensamientos soñaban con mucho más.

Cuando no se movió fluidamente con él contra la música que podían


escuchar viniendo del otro lado de la puerta, bajó la mirada hacia ella.

—¿Por qué tengo el presentimiento que nunca antes has bailado?

—Porque no lo he hecho. —Le tomó a Maria un momento antes de


admitir la segunda parte—: No con un chico, me refiero.

—Solo relájate y escucha —la instruyó, sabiendo que debía de ser


difícil para una mujer que despreciaba a todos los hombres, ser llevada.

Cuando ella tomó una larga y profunda respiración y finalmente


comenzó a relajarse, tiró de ella solo una pulgada hacia él.

—¿Ves? No es tan malo.

—Sí, no para ti. —Sus ojos podrían haber rodado, pero su voz lo
había hecho.

—Es cierto. Estoy seguro que estoy disfrutando de esto más que tú
—admitió libremente con una risa.

—Si tan solo tu padre pudiera vernos ahora —dijo Maria e


inmediatamente se arrepintió—. Lo lamento. Yo…
—Está bien. Le pagaría una buena cantidad de dinero para que nos
vea bailando juntos. Estoy seguro que jodidamente preferiría morir de
nuevo. —No quería que ella se sienta mal, ni que se aguante sus
palabras. Le gustaba que Maria dijera lo que pensaba, incluso si era
grosero. A ella no gustaba de los débiles, pero Dominic tampoco.

Maria se relajó incluso más en sus brazos.

—¿Me imagino que ustedes no se llevaban bien?

—Teníamos una relación complicada. —No había suficiente tiempo


en un día para explicar la relación que había tenido con su padre,
especialmente no en el pequeño momento de tiempo que iba a conseguir
con ella esta noche—. ¿Qué tal tu padre y tú?

—Complicado —acordó—. Pero tengo el presentimiento que tu caso


era peor.

—Sí, probablemente tengas razón. —Dominic se aferró a su mano


ligeramente, ocasionando que sus ojos viajen hacia sus dedos tatuados.
Entonces ella bajó la mirada hacia la mano en su cintura, leyendo la
palabra que permanentemente había tatuado en su piel.

Maria se mordió el labio inferior.

—Cassius es como tu padre, ¿no?

—Quieres decir, como Lucca… —Se detuvo un momento—, y tú.

Sabiendo que no era una pregunta sino un hecho, ella le dio la


vuelta a la tortilla.

—¿Qué hay de ti? ¿Eres como él también? —preguntó, sin negar sus
propios demonios.

Inclinando sus labios en una media sonrisa, él quería dejar una sola
cosa en claro:

—Princesa, no soy nada como mi padre.

Sus ojos bailaron juntos de la misma forma en que lo hicieron sus


cuerpos, y Dominic apretó sus dedos en su cintura, sintiendo la carne
cálida debajo de su vestido mientras tiraba de ella más cerca.

—Entonces, ¿cómo sabes que no tengo corazón? Y, ¿qué tiene que


ver eso con la última vez que nos vimos?
Él rompió la conexión mientras la hacía girar en la habitación vacía,
observando su vestido blanco de seda que exponía su muslo izquierdo
en la gran abertura. Era como una versión crecida del vestido blanco en
la que la había visto por primera vez.

—Todavía no puedo creer que no lo recuerdes.

—Lo lamento, pero no lo hago. —Su voz claramente le dijo que solo
se disculpó para ser educada—. Estoy bailando contigo como querías,
así que dímelo ya.

Con la canción finalizando, fue capaz de escuchar que Maria estaba


respirando igual de pesado que él.

Podía hacerlo —inclinarse y sellar sus labios en un beso que sellaría


su destino para siempre—, pero la nueva canción lo mantuvo un
caballero.

—El funeral de tu madre. —Cuando eso todavía no prendió la


alarma en ella, descubrió que debería estar realmente dolido, pero por
suerte, ella solo había tenido catorce años en esa época, así que no la
culpó. Continuando, era momento de finalmente decirle a la princesa
cómo sabía que había nacido sin un corazón—. Supe que no tenías
corazón porque tú no…

BANG.

Desafortunadamente, una simple bala no solo costaría una vida,


sino tal vez hubiera costado el futuro de Maria y de él….

Todo el infierno se liberó en el salón de recepción, y a diferencia de


todos los demás que se podían escuchar estaban gritando y tratando de
correr para cubrirse, logró alcanzar a Maria, quién corría hacia la
puerta.

—¿Estás jodidamente loca? —Dominic la agarró antes de que ella


revele la puerta secreta.

—¡Simplemente no podemos quedarnos aquí y no hacer algo! —


Luchó contra él.

Poniendo los ojos en blanco, levantó su la bonita rubia de sus pies,


llevándole de regreso a través de la cocina.

—Si permito que la hija del jefe salga allí y sea lastimada, entonces
mi familia y yo estaremos igual de muertos de todos modos.
Mientras abría la profunda cámara de congelamiento, luchó con
más fuerza contra él.

—Por favor Maria —le rogó él para que se calmara.

Su enojo era tanto que no había permitido que escaparan para


asegurarse que sus familias estuvieran bien. No solo la hirió a ella,
también le hirió a él jodidamente igual. Sus hermanos y sus hombres
estaban allí afuera, pero nunca se hubiera perdonado a sí mismo si
permitía que Maria salga por esa puerta. Sus instintos le decían que la
proteja a ella primero, y siempre había confiado en ellos. Todavía
tendrían que llevarlo hacia el camino equivocado.

Colocándola de vuelta en el suelo, en la seguridad de la caja


congelada, tiró de su rostro para que entendiera:

—Estás borracha.

—No, yo… —De repente, vio a Maria darse cuenta de ello, pero
continuó negando a través de sus palabras balbuceantes—: No lo estoy.

—Lo estás —le dijo Dom firmemente, decidiendo no decirle que se


había asegurado que ella hubiera tomado muchas copas antes de
pedirle para bailar. El haberle dado la última copa había sido como
modo de seguridad—. Y si no te protejo…

—No necesito que me protejan Dominic. ¡Por qué nadie entiende


eso!

Mirando su perfectamente esculpido rostro en sus manos, su voz se


suavizó junto con su corazón cuando dijo:

—No creo que lo necesites princesa, pero ambos sabemos que, si


dejo que salgas de aquí así, yo estaré muerto, mis hermanos estarán
muertos, Kat estará muerta.

Rogó para que ella entendiera, sin saber si haría que se quede aquí
si continuaba resistiéndose. No dudaba que ella pudiera cuidar de sí
misma, pero no podía arriesgar su seguridad. Dominic necesitaba salir
de aquí sabiendo que al menos una persona que quería estaba a salvo.

Maria lo miró fijamente unos minutos antes de finalmente decidirse


y decir:

—Bien.
Gracias. Quería decirle las palabras, pero no quería que sepa que él
había cedido.

Dejar ir a Maria cuando la tenía entre sus manos casi rompió su


corazón. No había tenido todavía suficiente tiempo con ella… todavía no
sabía que estaban destinados a estar juntos.

Retirando su mano de su rostro, un dedo a la vez, pudo ver —tan


claro como el día—, en sus ojos, que ella también lo odiaba.

—Aquí. —Dom se quitó la chaqueta de su traje, deseando que


hubiera sido una de cuero, porque quería verla envuelta en ella y que
su aroma se quede ahí—. Toma esto y volveré.

—¿Me vas a dejar? —Una ligera tristeza manchó sus ojos


esmeraldas, haciéndole preguntarse si estaba comenzando a sentir su
conexión.

Envolviendo la chaqueta sobre sus delgados hombros, se arrepintió


de decir sus siguientes palabras:

—No puedo quedarme aquí sentado con mi familia y hombres ahí


afuera.

Finalmente, el entendimiento brilló en su rostro, pero igualmente


hizo un pedido:

—¿Te asegurarás que Leo esté bien?

Con un asentimiento, sus ojos viajaron a sus perfectos labios


sensuales. Estaba comenzando a sentir desesperación de que ella vea
su conexión. Con un agarre mortal en la chaqueta alrededor de sus
hombros, quería tirar de ella en un beso que aseguraría que sus pies se
queden plantados en esta misma habitación hasta que regresara para
continuar donde lo habían dejado, pero se prometió a sí mismo que
esperaría a que Maria se lo pida.

O necesitaba el permiso de Maria para colocar sus labios en los de


ella o ella tenía que besarlo porque, si no lo hacía, la princesa sin
sentimientos —quién odiaba a todos los hombres—, podría alejarse
antes de darle una oportunidad al beso. Si eso sucedía, ella les negaría
cualquier oportunidad y futuro que estaban destinados a tener.

Ese era el motivo exacto por el que tuvo que dejarla ir a


regañadientes.
—Me aseguraré que alguien venga a llevarte cuando sea seguro. —
Caminando hacia la puerta, no pudo permitirse mirar atrás.

Maria inmediatamente sintió el cambio en el aire.

—No te atrevas a encerrarme aquí Dominic.

Dominic abrió la puerta del congelador…

Juro por Dios, Dominic, si voy hacia esa puerta cuando crea que es
seguro y la encuentro con seguro… —Hizo una pausa, convirtiendo su
advertencia en una promesa—, nunca te perdonaré.

No le gustaba volver la mirada hacia ella, pero lo hizo esta vez,


viendo que decía las palabras de corazón, antes de cerrar la puerta por
completo.

Mirando el cerrojo, pensó en cómo era la única forma de asegurar la


seguridad de Maria y que viviera a través de la posible guerra que
estaba al otro lado de la puerta de la cocina. Si hubiera sido Katarina,
sabía lo que hubiera hecho.

¿Ponerle cerrojo a la puerta o no?

Su mano tatuada se cernió sobre el cerrojo…

Fue como ser lanzado a la Tercera Guerra Mundial. La una vez


hermosa recepción había sido destruida.

La línea había sido dibujada en la arena, mientras las dos familias


que estaban en diferentes lados de la habitación esperaban la orden
para disparar. El problema era que, no era una pelea justa, ya que cada
miembro de la familia Luciano no tenía permitido usar un arma en la
boda. Dominic les había instruido a sus hombres que tomen el riesgo.

Quienquiera que haya hecho el disparo, no había sido un Luciano;


apostaría su vida en ello. Sus hombres no desafiarían una orden, sin
mencionar que habían sido revisados por los soldados Caruso antes de
entrar por la puerta. Sin embargo, a juzgar por la gente al otro lado de
la habitación, había muchos que podrían haberlo hecho.

Dominic rápidamente pasó más allá de sus hombres antes que el


degollamiento de su familia comenzara. Saltando en una ahora
arruinada mesa, se aseguró que su voz sea escuchada por cada
hombre.

—Vinimos sin armas como prometimos. Revisaron a cada uno de


mis hombres cuando ingresamos —les recordó a los Caruso sedientos
de sangre, llenos de adrenalina, haciéndoles mirar hacia los hombres
que estaban de pie al otro lado sin verdaderas armas en sus manos,
solo sosteniendo cuchillos de mantequilla y cualquier otra cosa que
pudiera cortar—. Dante, diles a tus hombres que bajen las armas —
demandó con más fuerza Dominic, mientras buscaba al actual rey líder
que estaba demasiado asustado como para salir—, así podemos lidiar
con esto hombre a hombre.

Girándose, continuó sus demandas, pero esta vez solo a sus


hombres:

—Y si fue alguno de mis hombres que desafió mis ordenes, entonces


te lo entregaré yo mismo.

Finalmente, Dante apareció, su rostro una máscara de rabia,


dejándole saber a Dominic que esta boda no iba a terminar en un felices
para siempre.

Mierda.

Hizo un puño, pensando en la venidera pelea que no iba a ganar, ya


que todos pronto estarían muertos, pero planeaba llevarse a un par con
él en su camino al infierno, empezando por el egocéntrico maniático que
se había escondido detrás de sus hombres.

Dante no merecía el trono. La única razón por la que lo había


conseguido era exactamente la misma razón por la que todos lo
miraban con disgusto: sus apellidos.

Lucifer podría haber estado loco, pero una cosa que era cierta era
su odio hacia el jefe Caruso, y su padre estaba por conseguir su deseo
de muerte.

El duro golpe de las puertas del salón de baile abriéndose tuvo a


todos girando sus cabezas para ver a Drago entrando de golpe. Él
empujó a través de la gente con furia, yendo directamente hacia su jefe
para decirle algo en silencio. Dominic deseaba saber lo que dijo, pero
por la mirada en los ojos de Dante, no iba a conseguir su deseo de
eliminarlos a todos o…
Santa mierda, iba a conseguirlo, a pesar de lo que su Drago le
estaba diciendo. Drago estaba por volarlos a todos en pedazos.

A punto de darle la orden a sus hombres para que peleen con lo que
tenían a mano, Dominic se detuvo cuando la puerta del salón de baile
se abrió de golpe de nuevo.

—Bajen sus armas —la voz de Lucca viajó a través de la habitación,


dando la orden sin siquiera decirle una palabra a su padre.

Sin pensar que alguna vez agradecería a Dios por ver a ese imbécil,
Dominic bajó de un salto de la mesa tan pronto como cada arma fue
bajada, y fue directamente hacia Lucca.

Cualquier respeto que había tenido por Dante se desvaneció. Era


triste pensar que el Coco era más sano que el jefe Caruso, sin embargo,
lo creía. Dominic podría odiar a Lucca, pero lo que acababa de hacer
hacía que lo odie un poco menos.

Los dos se encontraron al centro de la habitación, con el cadáver a


sus pies.

—¿Me imagino que lo perdiste? —preguntó Dominic, bajando la


mirada hacia el lamentable Caruso con el hueco de la bala justo entre
sus ojos.

—Sí. —Lucca todavía respiraba pesadamente por haber corrido.

—Es una lástima que no hayas dejado el hábito de fumar cuando te


lo dije hace todos esos años atrás. Podrías haberlo atrapado.

Los ojos azul verdosos de Lucca se fijaron en él.

—Cuidado Dominic, todavía eres la mejor opción que tenemos para


One-Shot.

—Supongo que es algo bueno que me hayas hecho dejar mi pistola


en casa. —Dom sonrió, corriendo una mano por su espalda y saliendo
sin nada.

—Suertudo —la voz de Lucca entonces se volvió ominosa, pensando


que ya podría haber sabido la respuesta a su siguiente pregunta—:
¿Exactamente dónde estabas cuando sonaron los disparos?

—Podría hacerte la misma pregunta. —Dom levantó una ceja,


mirando hacia el cuerpo sin vida—. Teddy no era exactamente tu
soldado más leal.
—Todd —le recordó Lucca sin poder evitarlo, una sonrisa en su voz.

—Bueno, qué suerte la tuya… eres un disparador de mierda —dijo


Dom de forma engreída, mirando alrededor ahora por su familia—.
¿Dónde está Kat?

Sonriendo, Lucca sacó su paquete de cigarros de su bolsillo.

—Drago acaba de sacarla de la habitación sobre su hombro.

—¿Qu…?

—Está bien —le aseguró Lucca, abriendo su Zippo para encender su


cigarro—. Tienes problemas más grandes que ella ahora mismo.

—¿Cómo qué? —espetó Lucca.

—Como convencer a mi padre que no fuiste tú quién mató a su


hombre. —Sus ojos azul verdosos brillaron con conocimiento—. Estoy
seguro que alguien te vio cuando sonó el disparo.

—Mierda. —Dominic miró alrededor de nuevo—. ¿Dónde está Leo?

Atrapando la mirada del apuesto chico adolescente, dejó a un


confundido Lucca detrás mientras iba hacia el Caruso con el que
todavía no había hablado.

No había necesitado verlo sentado al lado de Maria en la iglesia para


saber que eran hermanos. Cada hermano Caruso no solo tenía como
don un perfecto apellido, sino que también eran muy apuestos.

—¿Estás bien? —preguntó Dominic al Caruso más joven cuando


llegó donde él. Era una pregunta que todavía no había hecho a sus
propios hermanos, pero instintivamente sabía que estaban bien y
capaces de protegerse a sí mismos.

Leo lo miró, confundido por un momento, antes de responder:

—Estoy bien.

Dominic asintió, capaz de ver inmediatamente que no era como los


otros Caruso. No era de extrañar que Maria le había pedido que
pregunte por él. El chico era de la misma edad que Cassius, sin
embargo, totalmente opuesto. Podía imaginar que Leo había heredado
todo de su madre menos su apellido.
—Ve por esa puerta. —Señaló hacia la escondida puerta de la
cocina—. Maria está escondida en la cámara de congelamiento en la
parte trasera de la cocina.

—¿Maria? ¿Escondida? —Leo levantó la mirada hacia él con incluso


más confusión, sin creer las palabras que decía.

—Bebió mucho. —Dom trató lo mejor que pudo en explicar, pero se


rindió—. Solo hazle saber que es seguro salir.

—Mmmm… claro. —Leo claramente tenía sus dudas—. Creeré que


mi hermana está en una cámara de congelamiento, escondiéndose por
su vida, cuando lo vea.

El chico tenía suerte de ser lindo.


22
Esta parte va a doler

L
ucca se sentó en su auto Escalade lleno de humo y con lunas
polarizadas, afuera del enorme edificio, observando a los
cientos de personas retirándose. Llevando el cigarro a sus
labios, observó a cada persona que salía, pensando que los había
perdido o no era cierto en absoluto…

Cuando sus ojos azul verdosos cayeron en la pareja saliendo del


coliseo, absolutamente no había forma de haberlos perdido, ya que uno
de ellos se veía completamente fuera de lugar comparado a los demás.

Su mano inconscientemente apretó el volante con fuerza antes de


dejarlo ir para tomar su celular. Llevándolo a su oreja después de
marcar el número, escuchó sonar el teléfono, sus ojos nunca dejando
su marca.

bRRing.

No fue un llamado alto, considerando a la rubia en el gran abrigo de


piel que resaltaba contra sus pantalones de hockey.

bRRing.

Ligeramente sopló el humo que llevaba en su boca cuando arrastró


su mirada hacia el hombre caminando al lado de ella. Podría estar
llevando una gorra, pero era una mierda si creía que ocultaría su
identidad.

bRRin…

—Dominic. —Su helada voz lo saludó antes que el jefe Luciano


pudiera responder.

Hubo un momento de silencio por parte de Dom, ya sintiendo las


malas noticias.

—¿Sí?
Chasqueando el final de su cigarro por la ventana, Lucca miró sus
manos que se balanceaban entre la pareja… juntas.

—Tenemos un problema.

Entrando de golpe a la casa familiar Caruso, Dom pasó más allá de


Lucca, quién había abierto la puerta.

—Debo verlo por mí mismo.

El segundo al mando solo suspiró mientras cerraba la puerta.

Dominic subió corriendo las escaleras dos a la vez, haciendo su


camino hacia el dulce aroma que lideraba el camino. Para cuando llegó
a la puerta, la temperatura de su cuerpo estaba hirviendo, pero no fue
hasta que abrió la puerta de golpe que lo vio por sí mismo y se llenó de
ira.

Maria estaba ahí de pie, viendo su perfecto reflejo en el espejo, y


solo le tomó medio segundo ver la felicidad que nunca había estado
antes en sus ojos esmeraldas.

Lucca tenía razón; la mujer de la que estaba enamorada y la que se


supone debía de enamorarse de él… amaba a otro.

Girando su rostro para mirarlo, se vio casi como si no creyera que él


estuviera allí.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Dominic pensó que se daría vuelta y nunca más le volvería a hablar,


pero algo lo poseyó e hizo que entrara a la habitación.

Silenciosamente cerrando la puerta detrás de él, quería que Maria


se dé cuenta el error que acababa de cometer. La rubia pisó a zancadas
con sus tacones contra el suelo mientras caminaba hacia él, enojándose
de que él haya tenido la audacia de entrar a su habitación sin ser
anunciado.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí, Dominic?

—Lucca me dio permiso —le prometió él fríamente, evitando que


pueda salir de la habitación sin que se disculpe.
Eso claramente enfureció más a la independiente Maria.

—Entonces gritaré si no te retiras.

—Grita. —Los peligrosos ojos color avellana de Dominic brillaron


con amenaza—. Pero no obtendrás nunca más diez minutos a solas
conmigo princesa. —Cuando ella no abrió la boca, él tomó un paso
hacia ella—. No pensé que lo harías.

Las pupilas verdes de Maria se ampliaron mientras retrocedía un


paso. La chica nunca había sido disminuida por nadie, pero Dominic no
era cualquiera. Claramente, le había hecho creer que lo era, pensando
que la determinada mujer odia hombres hubiera amado la parte de él
que quería a Katarina. Entonces, solo le había mostrado la parte de sí
mismo que se mostraba con Katarina, pero él era mucho más que eso…

Dominic Luciano también era el hijo del diablo.

Y si Maria tenía un gusto de mierda en los hombres, entonces, por


Dios, él le mostraría al peor.

—¿Qué quieres? —La voz de Maria sostenía un destello de alarma.

—Verte, y ver si es cierto. —Cuando ella retrocedió contra la pared


de su habitación y no había donde más ir, él continuó—: Si realmente te
estabas enamorando. —La última palabra fue difícil decirla. Su pecho se
contrajo con dolor que casi fue insoportable, casi como el día que había
visto a su padre golpear a Katarina. No había nada más que hubiera
podido hacer ese día para salvar a su hermana, y sintió la misma
impotencia ahora mientras miraba a la hermosa Maria—. Supongo que
es cierto.

—No sé de qué estás….

—No. Te. Atrevas —la interrumpió Dominic con el mismo golpe que
ella había hecho en su corazón—. No te atrevas a jugar a la jodida
estúpida rubia conmigo.

Él sabía que a ella le gustaba ese papel alrededor de los hombres


Caruso, así podía echarles una trampa y salirse con la suya. Su
coqueteo indefenso realmente era un juego peligroso que casi costó la
vida de Todd, y Dominic no iba a tener nada de eso ahora.

Algo brilló en sus ojos esmeraldas mientras lo observaba


cuidadosamente.
Él le había dejado ver lo diferente que era de su padre, de Lucca, y
de ella. Dominic tenía un jodido corazón y se sentía completamente
lleno, y ese era exactamente el motivo por el que lo hacía más peligroso
que todos los demás.

—¿Cuántas citas se necesitaron? ¿Dos? ¿Tres? —preguntó él,


dejando que ella vea el dolor en su rostro y su voz.

Maria claramente había estado sorprendida de ver que tenía tales


sentimientos apasionados por ella, pero Dom sabía actuar mejor. Había
luchado contra ellos, o no lo entendía. Él lo sabía porque había hecho la
misma cosa.

—Te dije lo que sucedería Dominic. —Su voz salió en un susurro


antes de transformarse y mostrar su dolor—. Pero tú le echaste seguro
a la puerta.

—No me conoces para nada. —Las palabras de Dominic salieron en


un gruñido mientras golpeaba la pared a su lado. La encerró,
haciéndola incapaz de escapar del monstruo que ella había creado.

Bajando la mirada hacia ella, todos los sentimientos que sentía por
la belleza de repente se convirtieron en completa decepción

—Y tú no eres la mujer que creí que eras…

El rostro y cuerpo de Maria se tensaron sus ojos verdes buscando la


respuesta de porqué él sentía eso hasta que lo dijo con sus propios
labios:

—…no si has escogido a Kayne Evans.

Maria Caruso podría haber escogido a cualquier otro hombre en el


país, y lo hubiera entendido. Dominic hubiera hecho una reverencia con
gracia, porque él mismo no creía que merecía a una mujer como ella.
Nadie lo hacía. Pero nadie era mejor que un Luciano. Excepto uno.

Kayne.

—¿Lo conoces? —preguntó ella, confundida.

—Soy dueño de Blue Park, princesa… ¿o te olvidaste de eso al


segundo en que te fuiste de mi inservible casa? —No esperó a que la
pretenciosa rubia escupa la mierda que su casa no era inservible—.
Kayne y yo fuimos a la misma secundaria, y conozco a su verdadero yo.
Lo conozco más de lo que sabes.
Dominic no sabía qué efecto tenía Kayne sobre las mujeres, pero
había pensado que Maria era más inteligente que eso.

—Entonces, ¿qué? ¿Me estás diciendo que Dominic Luciano es la


mejor opción? —El tono de Maria fue sarcástico, pero incluso su propia
voz la traicionó… sabía la respuesta antes de siquiera emitir sonido.

Dolería, pero Dominic se permitió finalmente tocarla. Por un


segundo, se permitió pretender que ella era suya, que le permitiría que
la toque. Con su mano en un puño relajado, la levantó para correr la
palma de sus dedos sobre sus mejillas sonrosadas. Comenzó
rápidamente a memorizar su perfecto rostro, como si fuera la última
vez, lo que hizo que su corazón se rompa cuando ella dio la respuesta
que su mente trataba de negar valientemente.

—Sé que lo soy.

Una parte de él rogaba que ella lo viera antes de que saliera por la
puerta para siempre, pero lo dudaba. Maria no era la clase de chica que
cambiaba de idea.

Dejando que su mano caiga de su mejilla, recogió el mechón dorado


que yacía en lo alto de sus senos, que le insinuaba que toque, que
sienta porque no obtendría la oportunidad de nuevo. Frotando la seda
entre sus dedos, se sintió justo como lo había imaginado.

—Has cazado mis sueños cada noche, Maria.

Supo que ella había tenido los mismos sueños por la forma en que
lo miró y aun así tenía que detestarlo.

Dominic podía ver el ruego en sus ojos, e iba a darle una probada de
lo que ella quería…

Inclinándose, llevó sus labios hacia su garganta. Inhalando


profundamente, olió ese dulce aroma de vainilla, permitiéndose bañarse
en él por única vez, finalmente entendiendo porqué había estado tan
atraído hacia su aroma: llevaba un pequeño secreto. Una pequeña gota
de burbon que solo podías obtener directamente de su fuente.

—Durante semanas, he soñado contigo… —Dominic dejó que sus


labios se ciernan sobre su piel, con cuidado de no tocar mientras se
acercaba a sus labios. Con su mano sosteniendo su rostro en su lugar,
podía sentir el silencioso pequeño empuje que ella intentaba hacer para
que sus labios se encuentren, pero no lo permitió, manteniéndose a un
susurro de distancia—. Y ni siquiera me diste la oportunidad de
mostrarte lo que nosotros podríamos ser. —Dominic dejó que sus labios
bailen a lo largo de ella durante un segundo—. Ahora… —Esta parte me
dolerá tanto como a ella, dijo silenciosamente antes de alejarse.
Tomando un paso atrás, finalmente tuvo a Maria Caruso justo donde
cada hombre en Ciudad Kansas la quería—, nunca lo sabrás.

Dándole su espalda, no se atrevió a mirar atrás mientras


desaparecía por la puerta y de su vida para siempre, sin remordimiento.

Por el rabillo del ojo, atrapó a Leo de pie ahí, pero simplemente se
giró para irse en otra dirección. Volviendo por las largas escaleras,
Lucca esperaba de pie en el vestíbulo, pero Dom simplemente se dirigió
hacia la puerta principal.

—¿Eso es todo? —lo tentó el segundo al mando.

Con su mano en la manija de la puerta, Dom se detuvo un momento


antes de voltearse violentamente, yendo directamente hacia el Coco
para escupir en su cara:

—¿Qué sugieres? ¿Drogarla, llevarla de vuelta a mi casa, y


encerrarla hasta que se enamore de mí?

Los ojos azul verdosos de Lucca brillaron.

—Sí. —Dominic se rió con burla—. No eres el único que conoce


secretos.

—Yo no forcé a Chloe a ena… —dijo Lucca a través de dientes


apretados.

—Se llama el Síndrome de Estocolmo. Deberías averiguar sobre ello


algún día.

—Dominic… —le advirtió Lucca, su voz en un susurro duro—.


¡Sabes exactamente el motivo por el que tuve que traer a Chloe aquí!
Lucifer ya había hecho un intento de capturarla en un centro comercial
lleno de testigos, y si hubiera llegado cinco minutos después ese día que
me la llevé, entonces tu padre le hubiera demostrado lo que realmente
es el Síndrome de Estocolmo. —Deteniéndose por un momento, el Coco
entonces le dio una advertencia—: Ahora, entiendo que estés enojado,
pero será mejor que te controles.

Corriendo una mano por su pelo, Dom trató de tomar respiraciones


profundas para quitarse de la mente el aroma de Maria.
—Lo lamento.

—No voy a decir que lo que hice fue correcto —admitió suavemente
Lucca, una verdad que nunca antes había dicho, pero no estaba para
nada arrepentido—. Pero hice lo que tuve que hacer, no solo para
protegerla de su peor pesadilla… sino para conseguir a la mujer que
amo.

—Maria no es Chloe —le recordó Dom, ese pedazo de información


que claramente él estaba olvidando.

—No —acordó Lucca, su voz oscura—. Pero Kayne todavía lleva la


misma sangre que Lucifer.

Escuchando pasos en lo alto de las escaleras, ambos hombres se


quedaron en silencio cuando Maria bajó las escaleras con Leo.

Tomó todo de él aguantar sus palabras cuando ella abrió el cerrojo


que sostenía en sus manos.

—Por favor, no dejen de hablar por mí.

Sintiendo la tensión que continuaba de arriba, Leo se excusó y se


dirigió hacia la puerta.

—Estaré en el auto, esperando con Jerry.

—Estaba por irme —espetó Dom, dándole la espalda a Lucca, quién


todavía no era nada de ayuda en su acuerdo, haciéndole preguntarse
cuándo diablos iba a cumplir con la parte de su trato.

—Yo también —respondió ella antes de lanzar su pelo dorado que él


amaba tanto en su cara.

Tenía jodidamente suerte de que Lucca estuviera aquí, de lo


contrario, le hubiera hecho arrepentirse.

Murmurando bajo su aliento, dijo las palabras pasa sí mismo:

—Intenta eso cuando tu hermano no esté aquí, y verás qué


sucederá.

Sacudiendo su cabeza, Dom vio que Lucca quizás lo había


escuchado ya que se acercó para cerrar la puerta detrás de ellos.
Observó mientras Maria caminaba hacia el auto, donde Leo estaba casi
llegando.
El mundo se desvaneció, y todo lo que pudo escuchar fue el sonido
del extraño encendido del auto…

Cada fibra de su ser supo lo que estaba por venir incluso antes que
sucediera. Su instinto de salvar a Maria lo abrumó mientras corría para
cerrar la distancia entre ellos.

El encendido de repente hizo clic, apagándose. Entonces hubo un


solo momento de silencio….

Dominic envolvió sus brazos alrededor de Maria.

BOOM.

Dominic estaba afuera del hospital, dejando que la intensa lluvia lo


golpee. Había pasado una semana desde que…

—¡Leo!

Dominic la había sostenido con fuerza mientras ella gritaba el nombre


de su hermanito con un dolor que lo atravesaba.

Le dolía hasta la médula solo poder salvar a una persona, que no


había sido una elección simple, pero era una que hizo sin pensarlo. No
hubiera importado de todos modos, ya que Leo estaba demasiado cerca,
y la explosión solo los hubiera matado.

Tanto Maria como él se tensaron al ver a Leo ponerse de pie


lentamente. Había sentido el completo alivio que atravesaba a Maria
mientras comenzaba a darse vuelta, pero Dominic supo bien. No
experimentas el infierno sin regresar con unas cuantas cicatrices.

Aunque Dominic sabía eso, todavía no lo había preparado para el


daño que vio.

Girando para mostrarle su una vez perfecto rostro por completo, el


lado izquierdo del rostro de Leo ya no era inmaculado. Un escombro se
había incrustado en su ojo izquierdo, dejando a su ojo derecho en un
estado físico perfecto, sin embargo, estaba lleno de dolor y completo
terror… una visión que cicatrizaría a Dominic de por vida.

El llanto de la mujer que todavía yacía en sus brazos de alguna


manera golpeara más profundamente.
—¡No!

Observando a Maria salir del hospital, fue la primera vez que la


había visto desde ese día horrible. Dominic todavía podía sentir el calor
que quemaba en su espalda por la explosión cuando había logrado
cubrir el cuerpo de Maria con el suyo, de la misma forma en que todavía
podía sentir su corazón quebrarse.

Por no darles una oportunidad.

Había estado furioso ese día, su enojo sacando lo peor de él, pero
esa explosión puso las cosas en perspectiva. Y no ver su hermoso rostro
hasta ahora solo lo solidificó.

Maria tomó un paso bajo el toldo. Podría haberla protegido de la


lluvia, pero no la protegía de los violentos vientos mientras su hermoso
pelo dorado volaba. Todavía se veía perfecta, pero no del todo. Una
parte de ella se veía rota o perdida, en su mayoría, se veía cansada.

Dom lo entendió, ya que él también lo sentía. Había esperado todos


los días aquí afuera por ella, sabiendo que necesitaba su espacio lejos
de él…

—Maria, lo lamento mucho —le susurró Dominic, sosteniéndola con


fuerza cuando comenzó a temblar mientras los paramédicos se alejaban.

Algo en Maria chasqueó entonces. Empujándolo lejos, golpeó su


pecho.

—No te atrevas a actuar como que te importa o das una mierda sobre
mí después de cómo acabas de hablarme.

Todo lo que pudo hacer él fue quedarse ahí mientras veía caer su
primera lágrima… luego otra mientras ella seguía golpeándole. Sería la
primera vez que la princesa, hecha de hielo, lloraría.

De eso se trataba el hielo…

Eventualmente, se derretía.
Dom esperó darle una última mirada para ver lo que veía. Ambos
estaban demasiado destrozados como para pelear, y todo lo que
quedaba en él por hacer era estirar su mano hacia ella y rezar que la
tome…

Un auto se estacionó entre ellos. Dominic no tuvo que ver dentro del
auto azul marino para saber quién era. Él había encubierto el auto para
ella durante los últimos treinta minutos. Lo supo porque había estado
de pie aquí durante los últimos siete días.

Mirando a sus ojos esmeraldas mientras su pelo golpeaba su rostro,


rezó para que se detenga cuando alcanzar la puerta del auto.

Por favor, Maria, no hagas esto.

—Nunca terminaste de decirme cómo supiste que no tenía corazón.

Escuchar su hermosa voz gritaba en él una onza de esperanza, algo


que no había sentido en mucho, mucho tiempo.

—No entres a ese auto, princesa, y te lo diré —le rogó Dominic,


rezando que su alma, que era igual a la suya, lo escuche y vaya hacia
él. Ella tenía que sentirlo: lo mucho que él luchaba por no ir hacia ella
ahora. El cuerpo de ella tenía que gritarle que vaya hacia él también.

Te lo ruego Maria… no lo hagas. No habrá marcha atrás de…

—Maria —escuchó su nombre ser llamado desde el interior del auto.

¡No! Su alma gritó por ella cuando Maria dejó caer sus ojos y los
dirigió hacia el hombre dentro del auto.

Supo al segundo en que ella apartó la mirada que la había perdido…


cuando casi la había tenido. No observó mientras entraba al auto,
mirando en su lugar al hombre que acababa de robarle todo.

Dominic ni siquiera supo qué fachada puso por Maria, pero al mirar
dentro de sus ojos dorados a través de la ventana atenuada, conoció
más al verdadero Kayne Evans…

Y jodidamente no había cambiado en absoluto.


Mientras el auto se alejaba con su verdadero amor dentro, la voz del
Coco hizo eco en su mente:

Kayne todavía lleva la misma sangre que Lucifer.


23
Maria nunca te perdonará

A
briendo la puerta del auto, el hombre se deslizó dentro del
asiento frontal detrás del volante, solo notando la presencia
de otra persona cuando miró a través del espejo retrovisor.

El hombre en el asiento del conductor no movió ni un músculo.

—¿Qué estás haciendo Dominic?

Dom había estado en el asiento trasero del vehículo oscuro durante


un rato, solo esperando a su marca, mientras sostenía su arma contra
la parte trasera del asiento.

Mirando por el espejo retrovisor, sus ojos color avellana se


encontraron con los furiosos azules verdosos.

—Hemos terminado Lucca.

—¿Terminado? —se burló fríamente Lucca, sus palabras golpeando


el aire helado—. Ni siquiera hemos comenzado.

—Tú lo hiciste —le aseguró él, manteniendo su voz tan estable como
su arma—. Me has quitado todo… Angel… Kat… y ahora Mari…

—No te quité a Maria. He estado tratando de ayud…

—¡Tonterías! —la voz de Dominic explotó en el auto. Su arma ya no


era estable como su voz; ondeó la pieza de metal con cada palabra que
decía—. ¡Podrías haber hecho algo! ¡Cómo me hiciste hacerlo con Kat!

—Te lo dije, Maria nunca te amará si hubiera hecho eso —dijo


Lucca a través de dientes apretados.

—Sí —acordó—. Pero podríamos haberla mantenido alejada de él, y


jodidamente lo sabes.

Lucca se quedó en silencio durante varios minutos mortales, y


entonces su voz fue un poco menos amarga, reemplazada con
decepción:
—Pensé que ella escogería mejor.

—Bueno, no lo hizo. —Rompió su corazón decir aquellas palabras.


Ambos sabían que la elección de Maria era final. Había dejado de
esconder su relación con Kayne cuando se había ido con él
públicamente en su auto.

Haciendo un movimiento, Lucca de repente se detuvo cuando Dom


colocó el cañón contra su cráneo.

—Necesito un cigarro, ¿de acuerdo? —Lucca lentamente continuó


estirando su mano hacia su bolsillo sin permiso, sacando un paquete,
junto con su Zippo—. No es exactamente como si jodidamente tuviera
una oportunidad de dispararte y ganar, incluso si no tuvieras esa arma
en tu mano.

Dom realmente emitió una ligera risa, su errático cerebro no seguro


de qué emoción sentir ahora. De alguna forma, se sentía como si
hubieran podido ser amigos si es que no fueran enemigos de toda la
vida.

Encendiendo su cigarro, Lucca tomó un par de caladas antes de


continuar:

—Simplemente no le diste suficiente tiempo; debes seguir


intentándolo con Maria.

—¿Intentándolo? —Dominic cambió de nuevo a su tono enojado y se


recordó que eran enemigos—. ¿Cuándo tiempo ha tenido con Kayne? Yo
he pasado días desde la boda demasiado ocupado, probándole a tu
padre que yo, ni ninguno de mis hombres, éramos One-Shot. Y mientras
he estado luchando por la vida de mis familias, tú has permitido que
Maria se enamore de alguien más.

—Pensé que sería más inteligente —siseó Lucca—. Quería ver a


quién escogería.

—Entonces, ¿qué? ¿Querías probarla? —La voz de Dominic sacudió


el vehículo—. ¡Estamos hablando de la vida de Maria aquí! No es uno de
tus pequeños enfermos experimentos. ¿Querías que escoja? Bueno,
felicidades. Escogió, y ahora ambos pagaremos por ello.

—No vas a matarme.

—Nunca deberías de subestimar a un hombre desesperado, Lucca.


—Los ojos color avellana de Dom brillaron contra la noche.
Ese era exactamente hacia dónde lo había empujado el segundo al
mando, y sería su caída. Lo peor por hacer era acorralar a un perro
contra la esquina porque, eventualmente, habría una pelea.

Viendo que hablaba en serio, los ojos extraños de Lucca lo


fulminaron de vuelta.

—Mi padre te matará por matarme a mí, y lo sabes.

—De hecho, creo que podría agradecerme por deshacerme de su


enemigo más grande. ¿Qué crees? —preguntó con una inclinación de
sus labios, pero Dom no era tan inocente—. Incluso así, no me dejará ir,
pero podría lograr que deje ir a mis hermanos.

Lucca lo miró de vuelta a través del espejo retrovisor, sin miedo.

—Después de todo lo que has vivido, ¿simplemente vas a rendirte?

—No tengo nada sin Kat, y ahora especialmente sin Maria —dijo
Dominic con tanto dolor que sacudió la tierra—. Me dijiste cincuenta-
cincuenta Lucca. Mentiste mientras sacudiste mi mano y me miraste
jodidamente a los ojos.

Dom no pudo esconder lo preocupado que estaba. Lucca podía verlo


a través del pequeño espejo.

—Si Katarina no está felizmente casada cuando tome el lugar de mi


padre, haré que Drago firme el divorcio o permitiré que lo mates. Será
tu elección.

Las cejas de Drago se fruncieron al ver que el segundo al mando


hablaba jodidamente en serio, y no lo estaba diciendo simplemente
porque temía por su vida.

Continuando su promesa, Lucca sopló una ola de humo.

—Y en cuanto a Maria, yo…

—Oh, vamos, ambos sabemos que no saldrás de este auto con vida
—dijo Dom, deteniéndolo. Inclinando su pistola, el sonido hizo eco a
través del pequeño espacio—. No apuntas un arma contra el Coco y
vives.

No importaba lo que le dijera el segundo al mando, no podía


permitirle vivir. Dom tenía una mejor probabilidad de enfrentar a Dante
y el padre tenía mucho menos imaginación que su hijo.
Lucca tomó una larga y dura calada de su cigarro.

—Seguí el auto que recogió el cadáver al que disparaste afuera de la


estación de gas. Visité la funeraria y les dije que me den una llamada
cuando un cuerpo que necesitaba ser discretamente desaparecido fuera
llevado. Conozco a cada persona que has asesinado. Cada uno de tus
asesinatos terminó con ellos con una bala directamente entre sus ojos.
El único disparo que hiciste por detrás, fue el que vi ese día.

Dominic continuó escuchando cada palabra saliendo de los labios


de Lucca.

—Ese fue también el día en que supe que tendría que matarte. —
Aplastó su cigarro en el cenicero sin apartar la mirada de Dom—. La
primera oportunidad real que conseguí, supe que tenía que tomarla,
porque ningún hombre que solo toma una vida al mirar en sus ojos y
poseer tu habilidad estaría feliz con ese pequeño pedazo de mierda de
ciudad que te dieron.

—Hasta que la conociste a ella —dijo Dominic, dejándole saber que


sabía porqué había pedido el acuerdo cincuenta-cincuenta.

—Sí —acordó Lucca—. Al segundo en que vi a Chloe, ya no te quería


como mi enemigo. Lo que le sucedió a mi madre, no permitiré que le
suceda a ella.

—Fue el día del funeral de tu madre que supe que podía matarte. —
Dominic llevó sus ojos hacia el arma cargada en su mano, contándole
su propia historia—. Pensé que eras como mi padre, pero él nunca amó
a nadie. Podía ver la forma en que amabas a tu mamá cuando miraste
su ataúd. Supe que amarías de nuevo… pero también supe que
morirías si la perdías.

Lucca lo miró con fuerza a través del espejo retrovisor,


demostrándole a Dominic lo correcto —pero oh, qué tan equivocado—,
estaba. El hombre contra el que sostenía un arma podría no vivir
después de la muerte de su alma gemela, pero el Coco le prometió con
sus malvados ojos azul verdosos que quemaría la ciudad hasta los
cimientos por su cuenta, destruyendo cada ser vivo dentro de sus
límites antes de llevarse al hombre responsable de la muerte de Chloe al
infierno con él.

—Relájate —le dijo Dom—. El arma está apuntada hacia ti, no ella.
Mi padre ya la tocó de todos modos, y no tengo placer en herir a alguien
que Lucifer ha marcado.
Tomando su respuesta totalmente sincera, Lucca encendió otro
cigarro, el brillo del Zippo en el oscuro auto encendiendo su rostro.

—Llegará un día donde haremos un enemigo, ya sea dentro o fuera


de la ciudad, y me gustaría tenerte de mi lado. No seré capaz de
proteger a solas a Chloe.

Dom podía ver que todavía quería que trabajaran unidos, pero
todavía tenía que probarlo.

—Quieres que mis hombres y yo nos preparemos para morir por


ella, no realmente compartir la ciudad.

—Lo querrás también, lo sabes —le advirtió Lucca—. Querrás que


mis hombres y yo nos preparemos para morir por la mujer que amas
también.

—La mujer que yo amo, tus hombres ya están preparados para


morir por ella —espetó Dominic, dejándole saber que no era lo mismo.

El segundo al mando lo tanteó con la fría dura verdad:

—Su amor por Maria morirá al segundo en que se convierta en un


Luciano.

—Bueno, es algo bueno que no me haya escogido —respondió de


vuelta.

Mirando de nuevo a su arma, era momento de decidir qué hacer.

—Ni una vez consideré liderar juntos esta ciudad. Me prometí a mí


mismo hace tiempo que tomaría el trono y me convertiría en rey. —
Dominic levantó sus ojos color avellana hacia el espejo retrovisor—.
Siempre me necesitarás más de lo que yo te necesito a ti. Naciste para
esta vida, Lucca, pero… yo fui creado.

Desvainando su arma con sus últimas palabras, Dom permitió que


el Coco sea liberado, ambos con el conocimiento de quién realmente
merecía llevar la corona.

—Dime —dijo Dominic, abriendo la puerta del auto, decidiendo


dejar a Lucca con unas palabras finales antes de irse—. ¿Qué crees que
sea el motivo por el Maria nunca te perdone? —tanteó a Lucca,
repagándole por los pensamientos a los que le había forzado—. ¿Por no
descubrir quién de tus hombres es One-Shot antes de que Leo pierda un
ojo… o por no decirle realmente quién es Kayne?
Sentado en su Mustang, Dominic continuó observando el
departamento con su estómago hecho nudos. La bilis se elevaba con
cada hora que pasaba, sabiendo lo que seguramente estaba pasando
adentro, sin embargo, tenía que quedarse aquí afuera y simplemente
dejarlo suceder, sin importar cuánto doliera.

Una vez que fueron las cinco de la mañana, Dom abrió la puerta de
su auto, necesitando vomitar. Había pasado mucho tiempo desde que
sus emociones lo enfermaban. Justo antes de que lo poco que había
comido ayer estuviera por salir, vislumbró a una figura saliendo del
edificio.

Silenciosamente cerrando la puerta de su auto, su estómago


comenzó a controlarse. Esperó hasta que el hombre con la gorra y
sudadera entrara a su propio auto y saliera del estacionamiento justo
antes de seguirlo.

Siguiéndolo detrás del auto, no encendió sus luces, aunque el sol


todavía estaba oculto, dependiendo de su memoria, buena vista, y las
luces del auto frente a él para guiarlo.

No había esperado que él se vaya tan temprano, pensando que


tendría que esperar para poder confrontarlo hasta que fuera al trabajo o
se fuera más tarde. Era motivo por el que Dom había decidido seguirlo,
para ver a dónde diablos iba tan temprano.

Inseguro de lo que había esperado, cuando se aparcó en el Parque


Ciudad de Kansas, y debió haberlo descubierto cuando el hombre salió
del auto, se colocó su capucha, y salió trotando.

Este parque era muy diferente al que estaba al final de la calle de su


casa. Como todos los otros, este parque estaba en el lado rico de la
ciudad, con bonitas vistas; vistas que les gustaba ver a los imbéciles
que trotaban temprano por la mañana.

El hombre que había estado observando podría ser de Blue Park,


pro no había vivido allí durante mucho tiempo.

Lo supuse.

Era otra forma de que el hombre perteneciera ser algo que no era.
Saltando fuera de su auto, Dominic corrió tras de él, su furia
logrando que lo alcance. Entonces esperó hasta que estuvo a unos
pasos de distancia antes de hacerle saber su presencia.

—¡Kayne! —gritó Dom sobre el parque desolado mientras el sol


comenzaba a salir.

La figura frente a él miró sobre su hombro antes de rápidamente


girarse en sorpresa.

—¿Qué diablos estás haciendo aq…?

—Necesitamos hablar —dijo Dominic, y continuó cerrando la


distancia entre ellos.

Mirando sobre su hombro, de vuelta hacia el camino hacia donde se


había estado dirigiendo antes de ser detenido, el tono de Kayne se volvió
serio:

—Esto necesita esperar Dom.

—No puede —dijo Dom, luego su puño encontró el mentón de


Kayne. Dominic había esperado veintitantos años para hacer eso, y se
sintió bien.

Kayne lentamente se limpió la sangre de la boca con el enojo


creciendo en sus ojos dorados, pero su voz se mantuvo estable:

—Si esto se trata de Maria, lo entiendo. Pero ahora mismo, yo…

bRRing…

El celular sonando en su bolsillo lo interrumpió.

Sacando su celular en un apuro, Kayne revisó quién llamaba.

Dom tomó una mirada a su rostro y supo inmediatamente quién


era.

—Es ella, ¿verdad? —preguntó furiosamente.

bRRing…

Kayne alzó una mano.

—Necesito que confíes en mí…

bRRing…
—¿Confiar en ti? —Dominic se rió enloquecido—. ¿Por qué no
respondes y le cuentas a Maria la verdad sobre ti?

bRRi…

El dedo de Kayne se deslizó, y en lugar de cancelar la llamada,


respondió sin saberlo.

—¿Qué crees que pensará sobre ti entonces? —preguntó Dom con


fuerza con una sonrisa torcida.

Ahora Kayne finalmente dijo de vuelta:

—¡Planeaba decirle!

—¿Cuándo fue eso? ¿Antes o después que terminaste de follarla?

Kayne tomó un paso amenazante hacia él.

—Ni siquiera sabes….

—Sé que has estado jodidamente celoso de mí desde que nos


conocimos. ¿Arruinar la maldita vida de Bristol no fue suficiente para
ti? —Dominic sacó la pistola de su espalda cuando Kayne hizo un
movimiento hacia su bolsillo.

El viejo Kayne rápidamente regresó con sus ojos dorados mientras


las palabras se escupieron con veneno:

—Jodidamente debería de mat…

¡BANG!

La mirada que se fijó en los ojos de Kayne mientras el teléfono se


deslizaba fuera de su mano, golpeando el pavimento, fue la misma que
había estado en el ojo de Leo cuando la explosión se había llevado su
otro ojo. Solo que, Kayne no estaría perdiendo un ojo.

Kayne bajó la mirada hacia el hueco que había sido colocado en su


pecho. Cubriendo la herida con su mano, la sangre fluyó a través de
sus dedos mientras frescas gotas de lluvia comenzaron a tocar su piel
ligeramente.

Dominic lo atrapó antes de que sus rodillas golpearan el pavimento


a punto de estar empapado, mientras la muerte le daba la bienvenida.
Entonces, dejando caer su cuerpo completamente al suelo, sus ojos
color avellana sin remordimiento fueron hacia el teléfono
inconscientemente, aquel que llevaba encendido con el nombre de
Maria.

Observó las gotas de lluvia golpear la pantalla mientras yacía en


una piscina de sangre, sabiendo que ella había escuchado todo y ahora
estaba al otro lado de la línea, esperando.

Recogiendo el teléfono destrozado que había caído al suelo, escuchó


un ¿Hola? Inestable.

Se aferró al teléfono con sus manos manchadas de sangre que


incluso la lluvia sería incapaz de borrar, mientras miraba fijamente al
cadáver ante él. Respiró pesadamente, tratando de recuperar el aliento
después de esa confrontación.

Supo lo que le haría a ella cuando escuchara la voz de quién estaba


al otro lado de la línea… pero Dominic lo hizo de todos modos.

—Hola Maria.
24
Te mataré

M
aria había estado sentada, totalmente inmovilizada, en el
suelo del departamento de Kayne por lo que parecieron
horas. La única luz entrando a la habitación provenía de
la ventana por la que estaba mirando. Había estado tan
irrevocablemente inerte y fuera de sí, que ni siquiera había escuchado
que no estaba a solas.

—Maria —dijo una voz oscura detrás de ella en el marco de la


puerta.

Sabiendo a quién pertenecía la voz, igual tuvo que darse vuelta para
mirarlo. No podía creer la cantidad de pelotas que tenía ese hombre
para estar aquí después de lo que había hecho.

—Vete —le siseó Maria, dándole al valiente hombre una advertencia


que no debería de subestimarla.

—No —respondió él simplemente.

—Tienes cinco segundos para irte o Dios mediante… —Maria lo


fulminó con la mirada, prometiéndole que cumpliría con sus siguientes
palabras—, te mataré Dominic.

De pie en el marco de la puerta, Dom se cruzó de brazos.

—No me iré sin ti. Necesitamos salir de aquí.

Maria se movió como un destello de luz. Agarrando uno de sus


tacones donde Kayne los había colocado al lado de la cama donde la
había sostenido toda la noche, estaba a meras pulgadas de Dominic
mientras presionaba el final de su tacón ligeramente contra su cuello.

—Simplemente no podías verme jodidamente feliz con Kayne, ¿no?


No podías soportar que perdiste, que me enamoré de él y no de ti.

—Lo que sentías por Kayne no era amor princesa. —Los ojos color
avellana de Dominic se enfocaron en los de ella, sin temor.
—¿Y supones que lo siento por ti? —se burló malvadamente.
Después de su baile, Maria había tenido un jodido sueño sobre el
hombre de pie ante ella y estaba más interesada si Dominic realmente
tenía los hoyuelos cuando sonreía, era lo más importante de todo lo
demás que había sucedido en el sueño—. Nunca sentí nada por ti
Dominic Luciano, y jodidamente nunca lo haré. —Presionando su
afilado tacón contra su piel bronceada, continuó—: Ni siquiera sentiré
odio por ti cuando termine de matarte. Ni siquiera mereces eso después
de lo que has hecho.

—Merezco morir —le dijo Dom de corazón, presionando su propio


cuello contra el tacón—. Pero no por esto.

—Mentiste —susurró Maria, sintiendo incredulidad de alguna vez


haber creído algo de lo que saliera de su boca—. Me mentiste cuando
me dijiste que no te parecías en nada a tu padre. Eres peor que él. —
Sus palabras lo golpearon como un látigo caliente contra su rostro—. Al
menos Lucifer sabía que era un monstruo… tú actúas tan jodidamente
correcto que te has dejado creer que no eres así.

—Quizás. —Ni siquiera Dominic podía ocultar el ligero dolor en sus


ojos ante las palabras de Maria—. Pero lo único de lo que me arrepiento
es haber pensado que podrías amarme.

Ella levantó sus ojos contra la pequeña gota de sangre viajando a


través de su cuello; finalmente, llegó a una decisión.

—No voy a matarte. Quiero que sufras con la idea de que prefiero
amar a un hombre muerto y estar a solas el resto de mi vida que amarte
alguna vez. —Liberando el tacón de su cuello, levantó sus pestañas
hacia sus ojos—. Ahora jodidamente sal de aquí y de mi vida, porque
juro por Dios Dominic, si te vuelto a ver, me llevaré la cosa que más
amas y la mataré… al igual que hiciste conmigo.

Si Dominic y el resto del mundo habían creído antes que ella era
fría…. No habían visto nada todavía.

Con una última mirada, Dominic ni siquiera la miró de igual


manera. Era como si de repente estaba vacío de cualquier emoción por
ella.

—Adiós Maria.
Observando al jefe Luciano alejarse, una parte de ella no había
creído las palabras cuando las había dicho antes. Esta vez… supo que
jodidamente las decía en serio.

Maria miró hacia la brillante ciudad. Como su hermano mayor


Lucca, disfrutaba la vista, usualmente visitando su oficina en el Casino
Hotel cuando él no estaba por ahí, así podía estar a solas.

A diferencia de su padre, que lo había odiado cuando ella se


escondía en su oficina de niña, Lucca nunca había mencionado que le
molestara, aunque sabía que lo hacía sin permiso. Mientras fue
creciendo, había dejado de meterse a escondidas en la oficina de su
padre y se había encontrado en la de su hermano.

Extrañamente se encontraba bienvenida aquí, no solo por Lucca


sino por la misma habitación. Las cuatro paredes y las cosas que
sostenían tenían una presencia… Todo le había traído una paz que no
conseguía en ningún otro lado.

La puerta de la oficina se abrió y le recordó que solo podía pedir


prestada la habitación por pequeños momentos en el tiempo en que la
necesitaba, que nunca le pertenecería, y siempre sería de su dueño
quién ahora estaba de pie al lado de ella.

Retirando los ojos de la vista, miró hacia su hermano, observándolo


mirar hacia la noche.

—Estabas trabajando con él, ¿verdad? —Maria podría haber hecho


la pregunta, pero solo lo hizo para hacerlo decir las palabras en voz
alta. Ya sabía la respuesta, aunque él nunca se lo había dicho.

Era algo no propio de él. Sí, Lucca mantenía secretos, pero también
decía muchos de ellos cuando necesitaba pensar en voz alta o pedir un
consejo. Esta información particular, pensó que debería haberle dicho.
Los asuntos de los hombres hechos a sí mismos no eran de su
incumbencia, gracias de haber nacido mujer, pero Lucca siempre le
había dado un pequeño pedazo de sueño, haciéndola parte de ello.
Últimamente, la miraba casi igual a como la veía su padre.

Lucca ni siquiera apartó la mirada de la ciudad cuando respondió:

—Sí.
—Y vas a continuar trabajando con Dominic, ¿no? —preguntó, de
nuevo ya conociendo la respuesta.

—Sí.

—¡Él mató a Kayne! —soltó Maria, queriendo que la mire—.


Jodidamente mató al hombre que amo, y puede no importarte me…

—No, no lo hizo —la voz controlada de Lucca cortó a través de su


grito. Girándose, sus ojos azul verdosos se enfocaron en ella, mirándola
irrefrenable.

Las siguientes tres palabras que salieron de su boca cambiarían su


vida para siempre…

—Yo lo hice.

Maria pensó que sus rodillas iban a rendirse por completa sorpresa
mientras observaba las luces de la ciudad bailar sobre su rostro. Ni una
sola idea se le vino a la cabeza, solo la acción de ondear su mano con
fuerza contra el rostro de su hermano.

El rostro de Lucca se giró de vuelta hacia la ciudad por el duro golpe


que su hermana le había dado.

—¿Cómo pudiste? —demandó ella, observando su mejilla volverse


roja antes que el corte en su uña comenzara a botar sangre.

Levantando un dedo contra su mejilla, él tocó el corte, deslizando


una gota de líquido rojo. Miró hacia su dedo manchado, luego
simplemente limpió la sangre entre sus dedos.

—Lo hice por tu propio bien.

Esta vez, cuando ella trató de golpearlo, él atrapó su mano.

Lucca sostuvo su mano firmemente en la de él.

—Te permitiré darme una Maria. —Dándole un ligero apretón a su


mano, agregó de forma clara—: Y esa es la única que vas a conseguir.

No podía creer que hubiera respetado a Lucca, y como Dominic,


tuvo un solo pensamiento. No era nada diferente de su padre.

Maria apartó de golpe su mano.

—Jodidamente no tienes derecho a decidir lo que es bueno para mí.


Yo amaba…
—Lo que tenías por él no era amor Maria —espetó cínicamente
Lucca en su rostro—. Fue enamoramiento con el primer hombre al que
pusiste tus jodidos ojos y quién nunca podría ser controlado ni por mí
ni nuestro padre.

—¿Y cómo te hizo sentir… —se burló ella—, cuando un profesor de


secundaria no se inclinó en reverencia hacia ti con miedo? —Tuvo que
apartar la mirada del hermano en el que siempre había confiado—. No
es de extrañar que lo hayas matado.

—No es por eso que murió…. —La voz oscura de Lucca hizo eco en
la habitación. La segunda verdad que estaba por escuchar sería más
difícil que la primera revelación—. Kayne era un…

Años atrás…

Dominic condujo a través de la pista oscura, el pavimento más oscuro


con la lluvia que caía. Por dar vuelta en la esquina, Dom apagó sus luces
antes de aparcarse a un lado del parque. Apagó el motor, se desabrochó
su abrigo, y sacó su arma que estaba al alcance en caso la persona con
la que se iba a encontrar tuviera algo más en su agenda en lugar de la
información que él quería impartir.

Una corriente helada de aire se deslizó dentro del cálido auto


mientras se abría la puerta. La oscuridad envolvió a la figura siluetada.

Dominic miró fijamente al hombre encapuchado mientras se volteaba


para mirarlo después de cerrar la puerta.

—Tu padre, Carlos, no estará feliz de descubrir que te has estado


escapando para encontrarte conmigo a esta hora de la noche.

—Esperé hasta que se quedó dormido.

Cautelosamente, Dom mantuvo su vista en las manos de Marco


mientras se hundía más en su asiento.

—Necesito hablar contigo.

—Así lo dijiste en tu mensaje. ¿Qué sucede?

Incluso en la oscuridad, Dom podía descifrar lo asustado que estaba


el chico. Estaba intentando mucho no ser visto dentro del auto. A las tres
de la mañana, nadie era tan estúpido para estar afuera durante la
intensa lluvia a menos que fuera urgente.

Dominic estaba demasiado familiarizado con el miedo que Marco


estaba exhibiendo para que sepa que no era a propósito, para distraerlo
y llevarlo a un ataque sorpresa de uno de los enemigos de los Luciano.

—¿Qué sucede? —preguntó de nuevo Dom con un tono más


autoritario, tratando de tranquilizar el miedo del chico.

Marco finalmente comenzó a hablar:

—Mi tío Luis peleó con mi tía la semana pasada y terminó en la


cárcel.

—¿Necesitas pedir prestado dinero a Lucifer? —Dom frunció el ceño,


por patear su trasero fuera del auto con una advertencia, gustando
suficiente del chico para querer verlo en deuda con Lucifer.

—No —dijo rápidamente Marco para corregirlo.

Dominic no supo hacia dónde iba la conversación, volviéndose más


curioso sobre lo que Marco estaba tratando de explicar.

—Los policías pusieron en alto a Luis hasta que mi padre pudiera


pedir su liberación. No estuvo a solas. Tenía compañía mientras esperaba
ser liberado.

—¿Quién?

—Gabriel Evans.

—¿El padre de Kayne Evans? —Dom no estaba sorprendido. Gabriel


pasaba más tiempo encerrado en la cárcel que fuera.

—Sí.

—¿Me hiciste salir con esta lluvia intensa solo para decirme algo que
sucede todo el tiempo? —Dominic comenzó a empujar al chico fuera del
auto, buscando la llave para volver a encender el auto.

—No. —Marco sacudió la cabeza—. Te hice venir porque él fue


liberado, pero se rehusó a irse.

Eso captó su atención. Apartó su mano de la llave.

—¿Él quería quedarse en la cárcel?


—Estaba gritando que no iba a aceptar ninguna ayuda de un policía,
incluso si venía del pedazo de mierda de su hijo.

Dom jadeó. ¿Kayne era policía? Dominic sabía que Gabriel no estaba
hablando sobre su otro hijo.

—¿Seguro que Luis lo escuchó bien?

—Oh, seguro. Luis dijo que tuvieron que forzarlo a mover su borracho
trasero fuera de la celda.

Dom alzó una ceja.

—¿Estás seguro que no lo llevaron a la morgue en lugar de liberarlo?

—Lo fui a ver esta mañana en la estación de gas cuando vino a


buscar otra botella. Estoy seguro.

—¿Quién más lo sabe? —preguntó Dom al chico rápidamente.

—Nadie. —Marco comenzó a sacudir su cabeza nuevamente—. Mi tío


Luis se fue de golpe, con miedo de ser deportado.

Dominic no creyó eso por un segundo.

—Si Luis lo sabe, entonces toda tu familia lo hace también.

Marco simplemente siguió sacudiendo la cabeza.

—Yo fui el que recogió a Luis de la cárcel, y le dije que mantenga su


boca cerrada o Lucifer le cortaría la lengua.

Eso, Dom lo creyó.

—¿Le contaste a alguien?

—No, solo a ti —maldijo Marco.

—Hazme un favor. —Dominic sacó la pila de billetes de sus bolsillos,


retirando doscientos dólares, luego los sostuvo hacia el chico—.
Mantengámoslo así. —Nadie creería que el hijo del más grande borracho
de Blue Park, Kayne Evans, se había vuelto un policía sin tener pruebas.

Marco no quiso tomar el dinero.

—No quiero tu dinero. Te debo mi vida.


Dom no argumentó con la verdad. Regresando el dinero a su bolsillo,
estuvo internamente aliviado de no tener que hacer una excusa para
Lucifer por haber perdido una cantidad de dinero.

—Podemos decir que estamos a mano. Gracias por la información.

—Claro, Dom —inmediatamente acordó, comenzando a salir del auto.

—Te gradúas la próxima semana, ¿no?

—Sí. Conseguí una beca también, fuera de aquí.

Dom decidió darle un poco de consejo entonces.

—Convence a tu padre de mudarse contigo y olvídate que alguna vez


fuiste parte de este patio de mierda, chico.

—Estás mintiendo… —El tono duro de Maria se desvaneció al


segundo en que se giró para mirarlo por la blasfemia que había dicho
cuando la palabra policía había pasado por los labios de su hermano.
Una mirada en sus ojos, y vio la verdad.

Lucca la miró con lástima.

—¿Cómo se siente saber que el hombre que aclamabas amar no te


dijo la sola cosa que te haría despreciarlo?

—¿Cómo lo sabes? —susurró ella, pensando cómo podría haber sido


engañada.

—Porque lo sé —le dijo Lucca—. Pocos lo sabían. Se le dio la


cobertura perfecta, una que ni siquiera la familia esperaría. Asumo que,
desde que nunca tuvieron la suerte de parar con hombres hechos a sí
mismos, realmente tratarían de hacerlo a través de sus hijos. Nero,
Amo, y Vincent estaban en su clase. Leo era su última oportunidad,
pero entonces… te conoció a ti.

Maria cayó de rodillas esperando desmayarse de nuevo mientras el


mundo lentamente giraba, pensando sobre cada momento que había
compartido con Kayne.

Era como si Lucca pudiera leer sus pensamientos.

—Tu relación y todo lo que compartiste con ese hombre fue una
mentira.

—No… no puede serlo. Kayne me amaba.


Eso lo creía de corazón. La forma en que la trataba, le hablaba de
cosas llenas de amor. Había estado alrededor de hombres toda su vida,
y ellos solo habían querido dos cosas: sexo o poder. Maria era hermosa,
pero no se comparaba con su apellido. Casarse con la hija del jefe podía
garantizar dinero, un trabajo, seguridad, y respeto por el hombre que
controlaba la ciudad en la palma de sus manos. Kayne había sido lo
opuesto a esos hombres. Lo había sentido en sus entrañas.

—Estoy seguro de que lo hizo —le dijo Lucca de corazón,


mirándola—. Pero tú no.

Es cierto. Incluso su propia consciencia le decía lo que ella estaba


tratando de luchar. Maria nunca le hubiera dado importancia a Kayne
si hubiera sabido que era policía, mucho menos tratar de hacer caer a
su familia. Por lo tanto, Lucca tenía razón.

Todo había sido una mentira.

—¿Por qué diablos no me dijiste? —siseó ella.

—Quería ver a quién escogías. —Lucca le mostró su completa


decepción—. Esperaba que fueras más inteligente.

La mano de Maria quemaba con querer golpear de nuevo al tal


llamado Coco, pero incluso ella no era tan estúpida para intentarlo por
tercera vez.

—¿Por qué? —demandó ella—. ¿Qué era tan jodidamente


importante saber que arriesgaste a que consiga información de mí… y
de nuestro vínculo?

—Ver dónde encajabas tú —comenzó a decir Lucca con ojos


brillantes que encajaban con las luces de la ciudad que todavía
bailaban sobre su piel—. O en donde encajabas una vez en esta familia.

Maria sacudió su cabeza con enojo, sabiendo que no estaba


hablando sobre su sangre.

—¿Y ahora ya no?

—Nop. —La voz helada de Lucca terminó con sus sueños con un
duro golpe de realidad—. No cuando estabas preparada para lanzar tu
vida y todo lo que creías, por un hombre que hizo que tu cerebro no
pudiera descifrar si era amor o lujuria. Y especialmente no cuando
había otro hombre que podría haberte dado todo lo que tu pequeño
corazón negro podría haber deseado.
Sus ojos susurraron la palabra no dicha, la única cosa que ella
quería —poder—, antes de continuar.

—Y, de alguna manera, encima de todo, era el que realmente te


amaba.

—Dominic me amaba por mi apellido y por lo que tú podrías dar…

—Se enamoró de ti al momento en que jodidamente te conoció —


espetó Lucca, perdiendo control de su voz antes de poder
tranquilizarse—. Y si crees algo diferente a eso, entonces estoy
agradecido de que hayas escogido mal.

—¿Cómo siquiera sabes…? —Se detuvo, observando a su hermano


tomar una calada muy necesitada de su cigarro.

Abriendo su Zippo, encendió el final de su palo que sostenía entre


sus labios.

—No quitó sus malditos ojos encima de ti en el funeral de nuestra


madre, pero cuando te recogí de la tienda de novias, intentó tanto no
mirarte.

Las cejas de Maria se juntaron en pensamiento, siendo recordada


del funeral de su madre. Ese punto específico en el tiempo seguía
siendo recordado. Todavía tenía que descubrir porqué Dom…

Obligándose a apagar aquellos pensamientos curiosos, volvió la


mirada hacia la ventana larga.

—Ya no importa.

Tomando una larga calada de su cigarro, Lucca entrecerró sus ojos


azul verdosos hacia ella.

—Jodidamente no lo mereces —le dijo brutalmente, soplando una


nube de humo que rodó lentamente sobre su cuerpo—. Escoger a Kayne
Evans sobre Dominic Luciano fue el error más grande que has hecho,
Maria. Solo espero que, cuando aprendas a arrepentirte de ello, no sea
demasiado tarde para ti.

Maria no era el tipo de chica que se alejaba, pero sus tacones


comenzaron a llevarla hacia el otro lado de la habitación, incapaz de
responder ante la dura realidad de Lucca. No sabía cómo actuar, cómo
sentirse, o pensar después de los eventos de la semana. Primero Leo y
ahora Kayne… solo podía procesar un sentimiento.
Entumecimiento.

Agarrando la manija de la puerta de plata, quería darle al Coco un


recordatorio de que él no era todo lo que creía.

—No conoces todo, Lucca.


25
Pobre Leo

—Pronto irás a casa —las palabras suaves de Maria llenaron el


espacio blanco y estéril, esperando que finalmente él le hablara.

Mirando a su perfecto hermanito menor, vio la gaza blanca que


cubría su ojo izquierdo que mostraba su única imperfección. Escondía
el enorme hueco que nunca sería llenado de nuevo, pero no era lo único
que no volvería a ser lo mismo.

Antes de la explosión, Leo era todo lo que ella y el resto de los


Caruso no eran: gracioso, encantador, dulce, y bueno; solo el comienzo
de su simpatía. Era el único que había salido como su madre, y ese era
el motivo por el que era la única persona que quedaba en esta tierra a la
que Maria amaba. Le daba esperanza que no todos los hombres eran
malos. Solo el 99.9 por ciento de ellos.

Sin embargo, al mirar al único ojo de Leo, sin emoción, ya no podía


encontrar al hermanito que una vez había conocido. No le había dicho
ni una palabra desde que ella entró a la habitación de hospital y apenas
le había hablado después de contarle lo que había sucedido.

Todo lo que quedaba del pobre Leo en ese momento era un cascarón
de lo que solía ser.

—Kayne está muerto —dijo Maria, esperando conseguir alguna


reacción ya que había sido su profesor de inglés. Cuando esa
información no le dio una respuesta, continuó, esperando
conmocionarlo en algún punto—. Lucca lo mató porque,
aparentemente, era un policía encubierto y no porque yo… —Se detuvo
un momento, necesitando corregir las palabras que habían estado por
salir por su lengua—, pensé que estaba enamorada de él.

No supo el motivo por el que le estaba contando esto. Al principio


era porque estaba intentando conseguir alguna respuesta de su parte,
pero ahora solo siguió hablando porque se sentía terapéutico, y no se
sentía diferente de hablarle a Leo que hablarle a la pared o el viento.
Cerrando sus ojos, trató de descifrar su entumecimiento, ver qué
parte de ello dolía más: que Kayne la haya engañado, su muerte, o…

—No creo que algún día perdone a Lucca por lo que hizo. No por
quitarle la vida, sino por no decirme quién era Kayne.

Abriendo sus ojos cuando escuchó movimiento, pensó que podría


estar obteniendo una respuesta, pero Leo solo estaba estirando su
mano hacia la taza de agua en la mesita del hospital.

Estirándose lentamente, Leo trató de tomar la taza reciclada, pero


cuando su mano se apretó, regresó vacía. Su coordinación vista-tacto
había sido totalmente afectada desde que perdió su ojo izquierdo. El
doctor le había dicho que tomaría un tiempo para que se ajuste a su
nueva vista.

—Déjame ayudarte. —Maria se levantó de la silla, yendo a su lado


rápidamente.

—No, yo puedo… —dijo Leo con frustración, sus primeras palabras


hacia ella esta tarde, tratando de agarrar la taza de nuevo y haciéndola
caer, esparciendo agua sobre la mesa.

—No te preocupes por ello; lo limpiaré…

—¡Solo déjame jodidamente en paz! —gritó Leo, deslizando su mano


a través de la mesa y enviando la taza y el resto de contenidos volando
al otro lado de la habitación.

Se quedó inmóvil en su lugar. Era la primera emoción que había


visto de él desde el accidente y la primera vez que había visto a su
hermanito enojado así, nunca lo había visto así.

Mirando hacia el único ojo azul, Maria se dio cuenta de sus


frustraciones. Quería que ella deje de tratarlo como un bebé, pero solo
estaba intentando ayudarle.

Cuando no se fue ante su grito, Leo suspiró, volviendo a mirar por


la ventana, escondiendo de nuevo el lado izquierdo de su rostro.

Tomando una respiración profunda, ella se sentó al borde de su


cama, viendo a Leo regresar al cascarón en el que se había convertido.

—Yo tampoco nunca lo perdonaré a él —susurró Maria hacia el


universo, volviendo a hablar sobre sus problemas porque sintió que
podría ayudar. Leo solo tenía a gente enfocándose en sus problemas, el
recuerdo constante de que ya no se estaba solo—. Dominic me encerró
en ese cuarto de congelamiento, probando que, no solo no confiaba en
mí, sino que no puedo confiar yo en él.

—No, no lo hizo.

Piel de gallina erizó su piel, aunque no supo si era por el hecho de


que Leo le estaba hablando o por lo que dijo.

—¿Qué? —susurró Maria.

Leo apartó su mirada de la ventana para mirarla completamente,


recordándole porqué estaban aquí.

—La puerta estaba sin cerrojo.


26
Será mejor que reces por tu alma… imbécil
Tomó todo el control de Maria para noquear la jodida puerta, sus
nudillos ligeramente golpeando la madera. Miró sobre su hombro, pensando
dos veces si debía tomar el taxi desde aquí del hospital. Pensando que no
respondería, la puerta de repente se abrió. Sin embargo, no fue quién
esperaba.

La última vez que estuvo aquí, la otra mitad de Angel abrió la


puerta, pero esta vez, su gemelo no se veía igual. Las ojeras debajo de
sus ojos estaban llenas de oscuridad que encajaban con sus graves y
grises ojos. Había visto un breve momento de esperanza cuando él abrió
la puerta, claramente esperando ver a alguien más, pero entonces
desapareció cuando la vio a ella. La máscara de coqueto que
usualmente llevaba, se había ido, revelando al verdadero Matthias que
había debajo.

La puerta fue cerrada en el rostro de Maria, y su mandíbula casi cae


al suelo por la sorpresa.

Discúlpame…

Estaba lista para derribar la puerta cuando la misma se abrió de


golpe una vez más. Esta vez por un hermano diferente.

Observó a Matthias caminar lentamente por el pasillo detrás del otro


hermano, y estuvo a punto de decirle lo que realmente pensaba cuando
Cassius atrajo su atención.

—Lo lamento, no se siente muy bien últimamente.

Los ojos de Maria fueron hacia la versión pequeña de Dominic,


antes de regresar a Matthias, notando por primera vez, cómo entraba
decaído hacia una habitación antes de cerrarla de golpe.

—¿Está bien? —se encontró preguntando simpáticamente hacia el


Luciano más disgustado.

Katarina, le encantaba. Angel, lo respetaba. Matthias, la enojaba.


Dominic… era complicado. El que estaba frente a ella, no conocía nada
de él, además de que era un pequeño Lucifer en desarrollo.
—No lo sé —le dijo Cassius con sinceridad, sin una onza de
emoción—. Puedes pasar —le dijo el jovencito, haciéndose a un lado—.
Dom estará enojado conmigo si te dejo entrar, pero sé que me matará si
no lo hago.

Dejando que sus tacones golpeen el suelo de madera, entró hacia


la casa Luciano. La última vez que estuvo aquí, no había prestado
mucha atención a la casa, enamorada en lugar por el hermano mayor y
demasiado ocupada mirándolo.

A primera vista, era antigua y desgastada, un hogar al que la


gente no gustaría entrar, pero mirándola ahora, notó lo limpia que
estaba. Usualmente, las casas antiguas con implementos antiguos y
muebles antiguos, tenían capas de suciedad en lugares imposibles de
alcanzar; pero no vio nada malo con ello, además de que necesitaba
modernizarse.

—Dom debería llegar pronto —le dijo Cassius, cerrando la puerta


principal—. ¿Quieres ver mi programa conmigo?

—Claro. —Maria asintió, ya observando al Luciano más joven


caminar hacia el sofá antes de que ella responda.

Sentándose en el sofá marrón de cuero a su lado, levantó una ceja


cuando su mirada se movió hacia el pequeño televisor del sonido de
balas siendo disparadas.

—¿Y esto es…? —preguntó ella, observando un conjunto de muertos


vivientes ser derribados en la cabeza.

—The Walking Dead. —Cassius, que tenía sus ojos color avellana
engomados a la pantalla, le dio una rápida mirada—. Nunca lo has
visto, ¿verdad?

Maria hizo un gesto hacia su vestido celeste y sus tacones abiertos.

—¿Qué? No encajo con ello, ¿así que cómo podría mirarlo?

—No —le dijo Cassius, asintiendo hacia la pantalla que tenía a un


grasiento pero rudo hombre disparando una ballesta en el ojo de un
muerto viviente—. Si no sabes quién es Darryl, entonces nunca lo has
visto.

—Oh —murmuró Maria, agradecida de no tener que odiar a este


Luciano todavía—. Estaba por decirte que dejé mi ropa del apocalipsis
en la lavandería.
Contándole su tonta broma, Maria estudió a la versión pequeña
de Dom, esperando que se riera. Tanto como no quería admitirlo, su
curiosidad la estaba matando, quería descubrir si el sueño sucio sobre
Dominic era cierto. Si el chico sonreía y mostraba un hoyuelo, entonces
estaba bastante segura que tendría su respuesta.

Pero Cassius ni siquiera sacó una sonrisa, mucho menos se rio.


Diablos, Leo al menos le daba una risita lastimera, incluso cuando sus
bromas eran pésimas.

—Si las tuvieras, no deberías de usarlas de todos modos. A mi


hermano le gusta la forma en que te vistes, sabes.

—Matthias…. —Maria puso los ojos en blanco. El aspirante a


playboy había hecho eso bastante obvio cuando le pidió tomar su abrigo
cuando fue a esa casa por primera vez—. Sé que él…

—No —la detuvo el Luciano más pequeño, encogiéndose de


hombros—. Dom.

¿Él piensa…? Una lenta sonrisa inclinó sus labios y fue imposible de
esconderla.

Haciendo una nota mental de esa información, su sonrisa


desapareció cuando observó al personaje de Darryl sacar la flecha del
ojo del muerto viviente, y llevársela.

Normalmente, esas cosas no la molestaban, pero con lo que había


pasado con Leo, esa acción particular era demasiado real.

—Ya veo de dónde Kat consigue sus gustos por los programas de
televisión.

—¿Qué te ha hecho mirar? —preguntó él con curiosidad.

—Mujeres Mortales.

Cassius le dio otra mirada y asintió.

—Pensé que te gustaría ese programa.

—Oh, lo hice —le aseguró Maria. A diferencia de este programa,


era un documental sobre mujeres matando hombres, aunque no se lo
merecían. Ese no era el punto de todos modos. Ello, al menos,
demostraba a mujeres que no escapaban asustadas.
—Bueno, te gustará esta parte que viene. —Cassius asintió hacia
la televisión así no se lo perdía.

Mirando hacia la pantalla, observó a una mujer con brillantes


ojos de ébano sacar un cuchillo enorme de su manga que cargaba en su
espalda. Caminando directamente hacia el conjunto de horribles y
mortales muertos vivientes, rápidamente comenzó a decapitarlos, uno
por uno, mientras sus rastas volaban alrededor de ella con cada
muerte.

—¿Quién es ella? —preguntó Maria, incapaz de quitar los ojos de


la televisión.

—El personaje favorito de Kat y Dom. —Si Maria hubiera girado


su cabeza, hubiera visto la pequeña sonrisa de Cassius antes que se
desvaneciera rápidamente—. Michonne.

Mirándolo un segundo muy tarde, ella levantó una ceja.

—¿Tienes palomitas de maíz?

—Creo que Kat todavía tiene algo aquí —dijo él, levantándose para
poner una bolsa de palomitas en el microondas.

Los ojos de Maria estaban engomados a la televisión mientras


continuaba la maratón de The Walking Dead.

El cuenco de palomitas ya se había acabado hace rato cuando Maria


miró su celular y vio la hora. Lo que tuvo entrecerrando sus ojos, fue el
hecho de que no tenía ninguna llamada o mensaje perdido.
Usualmente, Lucca hubiera hecho explotar su teléfono para ahora,
sabiendo que no tenía a un guardaespaldas con ella. Después de decirle
que ya no quería o necesitaba protección, él no la había molestado.
Diablos, ni siquiera le había hablado desde la noche en que le pegó, y
no planeaba hacerlo. Sin mencionar que no había hablado con su padre
después de decirle que bailó con el jefe Luciano. Estaba segura que
sabía que Kayne era un policía, así que las posibilidades de que su
padre le hable de nuevo, eran mínimas. Pero estaba bien con ello. Su
hermano, por el otro lado, sí le molestaba, aunque lo negara. Entonces,
apagó la pantalla de su celular.

Mirando de nuevo a la televisión, Maria observó al grupo de los


vivos, bañarse en tripas de muertos vivientes para poder hacerle una
trampa a los muertos y crean que eran parte del grupo.

—Algo malo va a suceder, ¿eh? —preguntó ella.


—Solo mir…

La puerta principal se abrió, y el angustiado corazón de Maria


comenzó a palpitar.

Sin haber visto un auto afuera, Dominic no pudo esconder la


sorpresa de ver a Maria sentada en el sofá. Sin embargo, la sorpresa
rápidamente se esfumó y en su lugar hubo un helado escalofrío que
incluso Cassius no se perdió.

—¿Qué haces aquí Maria?

No le gustó la forma en que las palabras salieron de sus labios,


como si verla fuera un inconveniente. Dolía la parte de su orgullo,
incluso si era ella la que había venido aquí a hacer una ofrenda de paz.
Y tan solo si estuviera haciendo eso…

Francamente, no supo lo que estaba haciendo, además de…

—Estamos viendo The Walking Dead —dijo, en el mismo tono


helado, volviendo su mirada a la televisión y lejos del hombre al que
prometió matar la próxima vez que lo viera.

—Ya veo —gruñó él, mirando a la televisión. Apenas la había mirado


a ella, antes de mirar de nuevo la tele—. Cass, cambia de canal.

—Pero la mejor parte está por…

—Ahora, Cassius —ordenó firmemente Dominic, entrando a


zancadas a la sala de estar.

—La sangre no le molesta a ella. —El pequeño Luciano se encogió de


hombros, sin alejar la mirada de la pantalla.

Maria, por otro lado, miró entre la televisión y Dom, tratando de


descubrir qué pasaba con él y qué tan malo estaba por suceder.

—Dije, que lo cambies. —Dominic arrancó el control de la mano de


Cassius y rápidamente cambió el canal, pero el disparo vino primero.
Entonces tomó una profunda y calmada respiración y sostuvo el control
hacia su hermano para llegar a una tregua—. Escucha, puedes mirar
cualquier cosa ahora mismo, pero no eso, ¿de acuerdo?

Cassius lo miró por un momento, luego asintió mientras tomaba el


control.

Escudriñando a Dom, lo observó volver cuidadosamente hacia la


puerta. Maria no estaba segura de qué pasaba con él, pero entonces
supuso que probablemente tenía que ver con ella viniendo aquí sin
avisar.

Levantándose del sofá, rápidamente siguió detrás de él, con miedo


de que fuera a irse. Cuando comenzó a quitarse la chaqueta, estuvo
aliviada. Maria no pudo evitar notar la delgada camiseta negra que
llevaba debajo que se estiraba sobre sus amplios hombros mientras se
la quitaba. Fueron sus brazos bronceados, sin embargo, lo que le
llamaron la atención. Nunca había notado lo en forma que estaba, ya
que siempre lo había visto con esa infame chaqueta puesta. No podía
realmente recordar si lo había visto alguna vez sin la chaqueta, además
que cuando le había dado su propia chaqueta para que esté en el cuarto
de congelamiento, y había estado llevando una camisa de manga larga
debajo.

Su palma picaba por tocar sus bíceps, sentir los músculos debajo.
Era la primera vez que sentía algo más aparte de… entumecimiento.

—¿Qué es lo que quieres Maria? —preguntó él, colgando su


chaqueta de cuero en el palo de abrigos.

Frotando su mano por su vestido, suavizó el incómodo sentimiento.

—Quería hablar.

Él ni siquiera la miró cuando se giró hacia la cocina.

—¿Habla o mátame con tu tacón?

—Eh… —Maria volvió la mirada hacia Cassius, quién estaba


mirando un programa diferente de asesinato, de regreso en el sofá.

Siguiendo a Dom hacia la cocina de al lado, mantuvo su voz baja en


la pequeña casa.

—Tal vez deberíamos de hablar en alguna otra parte.

—Está bien —le dijo él, abriendo el refrigerador—. No hay algo que
Cass no haya oído, y no nos está prestando nada de atención de todos
modos.

—De acuerdo. —Se aclaró la garganta, sin saber por dónde empezar.
Cuando lo observó sacar la leche y beber directamente del cartón, no
pudo evitar su disgusto—. Ew.

—Ew, ¿qué? —preguntó, colocando la leche de regreso en el


refrigerador como si no acabara de mancharla.
—Simplemente no puede….

—Lo acabo de hacer —dijo Dom antes que ella terminara de hablar.

—Es asqueroso. Todos beben del mismo contenedor. —Maria fue al


refrigerador, queriendo vomitar.

—Hay cosas más asquerosas en esta casa con tres hermanos


hombres, créeme. —Cerró de golpe la puerta del refrigerador, antes de
que ella pueda agarrar la leche—. Además, esta es mi casa y,
claramente, no la tuya princesa. Entonces, ¿por qué no vuelves a tu
castillo y cuidas tu propia maldita leche?

La forma en que dijo princesa le recordó cómo todos los demás la


llamaban así. Sonaba despectivo, y no por la forma en que él solía
decirlo, haciendo que sus entrañas hirvieran.

Dominic fue hacia la mesa de la cocina, sacando la pistola


escondida debajo de su camiseta antes de sentarse.

Frustrada, contempló simplemente irse… definitivamente esto no


era fácil para ella. En su lugar, tomó asiento frente a él.

—Estoy tratando de hablarte…

Dom continuó sin hacerle caso mientras comenzaba a abrir su


pistola. Observándolo ignorarla, dolió a Maria más de lo que podía
admitir; pero pensando de vuelta en lo horrible que le había hablado la
última vez, no conseguiría dormir esta noche si no lo intentaba.

—¿Por qué no me dijiste que no fuiste tú quién mató a Kayne? —Su


voz salió en un susurro.

Recogiendo un trapo de la mesa, limpió las partes de su pistola que


había separado. Le tomó varios largos momentos cuando finalmente
dijo:

—¿Me hubieras creído?

—No… lo sé —respondió con veracidad. Cuidadosamente, lo


observó, enfocada en la forma en que él cuidaba de su arma—. Pero
deberías al menos haberme dado la oportunidad de creerte.

—No te lo dije porque… —Dominic finalmente levantó la mirada de


lo que estaba haciendo para mirarla—, no estaba seguro de no haberlo
hecho yo mismo.
Maria tragó, escuchándolo contar los momentos finales de Kayne.

—Tenía la pistola en mi mano, Maria. Quizás no fui yo quién le quitó


la vida, pero no puedo prometerte que no hubiera hecho lo mismo que
Lucca cinco segundos después.

Asintiendo, tomó su respuesta por lo que era: la verdad. Podría no


haber sido lo que quería escuchar, pero quería la verdad. Era algo que
su padre nunca le había dado cuando se trataba de su profesión.

—¿Por qué no me dijiste que era un policía? Merecía saber, y no


tenías ningún derecho a esconderme eso, Dominic.

Eso era lo que más la molestaba: los secretos que los hombres le
escondían. Era cansado y enloquecedor, especialmente cuando la
involucraban a ella. Maria no sabía de qué estaban tratando de salvarle
los hombres, pero sin duda no le había ayudado en nada cuando su
corazón se había roto en incluso pedazos más pequeños. La ironía era
que, mientras más trataban de proteger a Maria, más le dolía.

Podría haber sido apuñalada en la espalda por Kayne, pero Dominic


y Lucca le habían traicionado de igual manera.

Cuando observó sus ojos color avellana volver a mirar su tarea,


Maria estuvo furiosa de que él no le hubiera respondido, regresando a
ignorarla.

—Bien —espetó ella, saltando fuera de la mesa.

Maria no pudo creerlo cuando llegó a la puerta principal y él todavía


no la había detenido. Normalmente, hubiera abierto la puerta de golpe y
hubiera salido, pero colocando su mano en la manija, lentamente
girándola, se dio cuenta que no debería haber actuado por impulso.

Vamos...

—No lo hagas —dijo la voz demandante de Dominic que la tuvo


inmovilizándose en su lugar.

Maria escondió su sonrisa, pero fue totalmente borrada cuando se


giró ante el sonido de una silla arrastrándose en el piso y vio la
expresión serie de Dom, y su imponente parada. Sus ojos color avellana
la quemaban. Él no quitó su mirada de ella ni un segundo.

—Vete Cassius.
Cass hizo lo que le ordenaron, rápidamente apagando la televisión,
luego levantándose.

Maria presionó su espalda contra la puerta mientras la mirada fiera


de Dom evitó que se fuera. Jadeó, sabiendo que, tan pronto como
Cassius dejara la habitación, estaría en un tremendo lío por la forma en
que Dominic la estaba mirando.

La puerta de una habitación se cerró al final del pasillo y ese fue


indicio de que estaban a solas, haciendo que cada vello en su cuerpo se
erizara.

—Para cuando descubrí que Kayne y tú tenían algo, ya era


demasiado tarde. —Las palabras enojadas de Dominic eran tan
calientes como su mirada. Lentamente, caminó hacia ella, cerrando la
distancia entre ellos mientras continuaba diciendo—: Quería que
jodidamente me escojas a mí no a Kayne. No porque descubrieras que
era un policía y yo era tu segunda opción, sino porque yo era la única
opción.

Era insoportable seguir mirándolo, viendo lo mal que había herido a


Dom al escoger a Kayne sobre él. Él ni siquiera intentó esconder su
dolor.

Lucca tenía razón… Dominic estaba locamente enamorado de ella, y


no se había dado cuenta para nada. Tal vez era porque la idea de ellos
juntos era absolutamente una locura, considerando quiénes eran sus
padres. Pero lo último que realmente esperaba era que Dominic la ame
por completo. Había asumido erróneamente que, como su apellido era
Luciano, sus intenciones serían utilizarla. En su lugar, había terminado
en los brazos de un hombre que había hecho exactamente eso.

Prefiero amar a un hombre muerto y estar sola el resto de mi vida que


amarte a ti.

Las palabras de Maria la golpearon como un tractor a toda


velocidad.

Finalmente movió sus ojos enjoyados hacia el pecho de Dom, ya no


siendo capaz de mirar su dolor. Maria había sabido que lo heriría antes
de haber dicho esas palabras. Quería herirlo, tanto como él la había
herido al matar a Kayne… o como creía que fue.

—Yo…
Dominic levantó su mentón, forzando a que su mirada vuelva hacia
él.

—No te atrevas a disculparte por algo que no sientes de verdad,


princesa.

El dolor en sus ojos de repente disminuyó mientras observaba sus


labios inclinarse ligeramente a un lado. Miró su mejilla para ver si
aparecería un hoyuelo, esperando que alguien la pellizque y la
despierte, conteniendo el aliento…

—Eres una mentirosa de mierda —bromeó él mientras inclinaba su


cabeza hacia la de ella. Moviendo su mentón con su dedo índice y
pulgar, Dom levantó ligeramente su rostro, estirando su largo y delicado
cuello así podía tomar más fácilmente sus labios.

El cerebro de Maria le dijo que esto no estaba bien, que era


demasiado pronto después de la muerte de Kayne, pero santa mierda,
su cuerpo le decía que estaba tan… bien. Sus labios le rogaban que
cierre la distancia entre ellos.

Entonces, hizo una locura, escogiendo un lugar entre su mente y


cuerpo al quedarse completamente quieta. Quizás no estaba lanzando
su lengua por su garganta como una parte de ella quería, pero no lo
estaba deteniendo a él tampoco.

Sus párpados comenzaron a cerrarse en anticipación cuando él


inclinó su cabeza a un lado… justo antes que sus labios estuvieran a
unos milímetros de ella. Su caliente respiración golpeó su labio en
espera, cuando él murmuró las palabras:

—Te llevaré a casa.

Los párpados de Maria se abrieron de golpe cuando él se alejó


engreídamente de ella, pero de alguna manera experta logró asegurarse
que él no supiera que le había molestado.

Será mejor que reces por tu alma… imbécil.


27
Princesa, no hagas promesas que no podrás cumplir

L as luces en su Mustang de lunas polarizadas destellaron


mientras abría las puertas del auto con su llavero mientras
salían de la casa.

—Gracias. —Le dio una sonrisa dulce que Dominic vio cuando le
abrió la puerta del auto.

—Ajá —balbuceó él bajo su aliento, observándola entrar.

Maria esperó hasta que él cerró la puerta para lanzarle una mirada
malvada, encerrándola dentro de la cubierta tintada de las ventanas
polarizadas mientras se abrochaba el cinturón de seguridad y lo
observaba caminar hacia al otro lado del auto. Se aseguró de limpiar de
su rostro la promesa de retribución cuando abrió la puerta del
conductor.

Los confines del auto de dos puertas de repente se volvieron más


pequeños al segundo en que Dominic se colocó detrás del volante,
recordándole de nuevo lo grande que era y lo glorioso que olía cuando
su fiero aroma asaltó su nariz.

Sin perder más tiempo, encendió con un rugido el motor, antes de


rápidamente salir hacia la pista y comenzar a conducir.

—Entonces, ¿a qué pobre perdedor convenciste para que te deje en


mi casa?

—A nadie. —Se encogió de hombros—. Tomé un taxi hasta aquí.

—Claro —dijo sarcásticamente Dominic, pensando que no quería


dar nombres, considerando que el último que lo había hecho había
conseguido una bala entre sus ojos.

—Hablo en serio. —Observó su mano derecha bronceada mientras


hacía cambios en la palanca de cambios—. En serio tomé un taxi.

—¿Lucca sabe…?
—Le dije a Lucca que ya me cansé de tener a uno de sus hombres
siguiendo cada uno de mis movimientos.

Dom estaba por explotar en risas, pero luego dio una rápida mirada
hacia ella.

—Hablas jodidamente en serio, ¿no?

—Sí. —Cruzándose de brazos, levantó una ceja—. ¿También crees


que necesito a un grande y fuerte Caruso para que me proteja?

—No —respondió Dom, claramente recordando cuando un tacón fue


presionado contra su garganta—. Simplemente no puedo creer que
Lucca te escuchara.

Mirando por la ventana, observó pasar a Blue Park.

—Bueno, ya venía de hace tiempo…

Y así lo había sido. Toda su vida había pasado con un hombre en


traje siguiéndole diez pasos detrás. No había sido capaz de ir a ningún
lado o hacer algo a menos que fuera aprobado por su padre o hermano.
Sí, Maria podría haber nacido con una tiara en su cabeza, pero con un
costo. Una niñez normal… pijamadas, amigos, una experiencia real de
universidad. Ser una chica normal por primera vez era algo que no
había experimentado hasta que conoció a… Kayne.

—Tener a alguien cuidándote la espalda no es algo malo, sabes.


Especialmente considerando a One-Shot.

—Y si ese fuera el caso, estaría bien con ello —acordó, mirando


hacia su perfil—. Pero es el aspecto controlador con el que tengo
problemas. Imagina tener a alguien decidiendo cuándo y dónde puedes
ir todo el tiempo desde que naciste. Se vuelve bastante aburrido,
especialmente cuando observas a tus hermanos hacer lo que quieren.

—Lo entiendo. —Asintió, entendiéndola de verdad—. Pero estoy


segura que la sobreprotección de Lucca viene por lo que sucedió con tu
madre.

—Sabes, hablas sobre mi hermano como si mi padre no existiera,


¿no? —Las cejas de Maria se entrecerraron—. ¿Sabes que Lucca es el
segundo al mando? —preguntó, sabiendo muy bien que sabía y
recordándole ese pequeño hecho.
El motor era todo lo que pudo escuchar a través del silencio de
Dom. Podía decir que él estaba pensando cuidadosamente qué decir.

—Tu padre todavía debe ganarse mi respeto —respondió


verdaderamente hacia la hija del jefe Caruso.

Tiene un conjunto de bolas en él…

Sonriendo para sí misma, pensó sobre cómo podía mandarlo a


matar simplemente por esas palabras. Por suerte para él, apreciaba no
solo su brutal honestidad, sino que había confiado suficiente en ella
para decirle eso. Su sonrisa, sin embargo, rápidamente se desvaneció
con otro pensamiento.

—¿Exactamente cómo Lucca ganó tu confianza? ¿Al matar a Kayne?

—Confianza y respeto son dos cosas diferentes, princesa. —Le lanzó


una mirada así se daba cuenta que hablaba en serio—. Lucca se ganó
mi respecto el día en que fue hecho, pero todavía debo darle mi
completa confianza.

La respuesta solo le demostró a Maria lo mucho que Dominic


disgustaba de su padre… pero el sentimiento era mutuo en el momento.

—Maria… —Dom apretó el cuero del volante con más fuerza—,


quizás no lamente lo de Kayne, pero sí lamento la parte que hizo que te
hiriera. Debería haber puesto a un lado mi orgullo y decirte quién era
él. No tenías forma de saberlo cuando tenía comprada a toda la ciudad.

Maria miró hacia adelante, hacia el camino de la oscura ciudad, solo


capaz de dar un asentimiento para hacerle saber que aceptaba sus
disculpas. No era fácil, considerando que cada hombre hecho a sí
mismo la trataba de igual manera, pero lo aceptó porque podía ver que
lo decía en serio.

Mi propio hermano ni siquiera pudo disculparse conmigo.

—¿Por qué viniste? —preguntó él con curiosidad, cambiando la


palanca de cambios de nuevo—. Lucca me hizo saber que te dijo que fue
él quién lo hizo… y ni siquiera me viniste a ver entonces.

Esa era otra razón por la que había aceptado sus disculpas: Maria
estaba comenzando a ver que quizás sería capaz de confiar en Dom
después de todo.

—Leo finalmente me dijo que no le pusiste cerrojo a la puerta.


—Ya veo. —La voz de Dominic no pudo esconder la sonrisa como lo
había hecho su rostro—. ¿Quieres decir con finalmente te dijo, que
finalmente preguntaste si lo hice en lugar de asumirlo?

Sabes qué… Decidió que era mejor no decirle que no le había


preguntado a Leo; él la había estado corrigiendo cuando ella hizo
exactamente lo que dijo Dom: asumir.

Maria encendió la radio para evitar responder, lo que probablemente


le dio respuesta suficiente.

Escuchando la canción reproducirse, inmediatamente cambió de


estación.

—¿Qué haces? —preguntó él, dándole una mirada de lado mientras


la volvía a cambiar—. Ese es Johnny Cash.

Maria lo miró tontamente.

—¿Y?

—Jesús. —La mirada en su rostro demostró que estaba más


ofendido ante su gusto musical que su elección de hombres—. No lo
cambias cuando reproducen una de sus canciones. Es una regla.

—Que hiciste tú —le dijo ella, levantando su mano para cambiar la


estación de nuevo.

—Maria. —Dom dejó ir la palanca de cambios para agarrar su mano


antes de que ella pudiera hacerlo—. No me hagas detenerme.

Ella lentamente movió sus ojos esmeraldas hacia la fuerte mano


tatuada que sostenía su delgada mano.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella con un aliento pesado.

—Solo hay una forma de descubrirlo princesa —dijo Dominic,


dejando que sus propios ojos se salgan de la carretera para mirar su
cuerpo. Con su mano todavía capturando la suya, llevó la conexión
hacia su regazo, colocando sus manos en su muslo expuesto hasta que
abruptamente la dejó ir—. Si eres suficientemente valiente para
intentarlo.

Evitando poner los ojos en blanco fue casi imposible. Dominic le


estaba probando ser mucho más difícil para hacerle una venganza por
ese casi beso. Pensó que lo tenía, hasta que Dom le hizo creer que
estaba por sostener su mano. Claramente, necesitaba subir el nivel de
seducción.

Removiéndose en su asiento, su vestido celeste se levantó,


mostrando sus muslos tonificados mientras apuntaba sus rodillas hacia
Dom.

—Me gusta tu auto.

Dominic podría no haber girado su cabeza hacia ella, pero sin duda
movió sus ojos, siendo menos obvio cuando recorrió sus piernas
bronceadas.

—Gracias. Trabajé en ello durante un largo tiempo antes de


terminarlo.

—¿En serio? —preguntó Maria en serio, olvidando por un momento


su misión. No sabía mucho sobre autos, considerando que cuando
alguien necesitaba uno, simplemente lo compraban totalmente nuevo
del lote. Ella no había pensado en Dominic como un tipo mecánico.
Mirando alrededor del interior del auto, todo parecía nuevo—. Pensé
que lo compraste así.

—No. —Dom se rio—. Cada auto que ves en Blue Park ha sido
ensamblado de alguna manera. La mayoría de ellos con cinta adhesiva y
un rezo.

Mirando sus manos, admiró las letras de sus tatuajes mientras


sostenía el volante y palanca de cambios.

—¿Eso significa que todos saben cómo arreglarlos?

—No, pero un montón sí, porque encontrar a un buen mecánico que


no te estafe, no sale barato.

Todavía estaba en trance en sus manos tatuadas cuando él giró


bruscamente.

—¿Y es por eso que aprendiste?

—Algo así —le dijo Dom antes de cambiar de tema—. ¿Qué Cadillac
conduces?

—Tomé un taxi hasta aquí, ¿recuerdas? —le recordó Maria,


actuando como si sus siguientes palabras no fueran gran cosa—. Nunca
aprendí.
El rostro ofendido de Dom mostró que su admisión claramente le
había golpeado hasta las entrañas. Esta vez, rompió su propia regla al
apagar la radio, junto con Johnny Cash, así podía demostrarle lo en
serio que iba.

—¿Jodidamente no sabes conducir?

Con su tono de voz, le hizo saber que no sabía que fuera gran cosa.

—No, siempre he sido llevada por uno de los hombres de mi padre.

Dom todavía no podía creerlo, mirando desde la pista hacia ella


varias veces.

—¿alguna vez lo has intentado?

—Nop. —Maria se encogió de hombros—. Realmente nunca quise.

—Guau —balbuceó él bajo su aliento, juntando las cejas mientras


comenzaba a darse cuenta cuán contenida había sido ella—. Tal vez
conseguir un poco de espacio para ti misma sea algo bueno.

—Eso creo.

Volviendo al ruedo, Maria ligeramente colocó su pelo dorado detrás


de su hombro expuesto. Para él, se veía como que ella estuviera a punto
de sacarlo del camino, pero su efecto en él —ella lo supo—, lo tendría
rogando silenciosamente.

Ella había amaestrado el arte de coquetear como su única arma


contra los hombres de su padre. En su mayoría, era indefenso; solo
hacía un pequeño pedazo para convencerlos de hacer lo que quería.
Nunca tomaba mucho para los hombres, solo un movimiento de su
pelo, o contacto visual. Pero Dominic era diferente. Ella necesitaba
hacer un gran esfuerzo para poderle pagar por ese pequeño fastidio en
su casa.

Usualmente, nunca disfrutaba del acto de coquetear; su única


satisfacción era cuando conseguía lo que quería. Pero, cuando Dominic
observó el movimiento por el rabillo del ojo, él bajó apenas un poquito la
velocidad del auto…

Era divertido.

—Todavía no me dices porqué pensaste que no tenía corazón —


finalmente comentó ella, esperando que le diera la respuesta que había
estado deseosa de escuchar.
—No lo pensé. Lo sé princesa —le recordó cómo no ponía ponerlo
bajo ningún hechizo—. Y no voy a decírtelo.

La voz de Maria no pudo esconder su decepción cuando dijo:

—¿Por qué no?

—Bueno, ¿qué diversión sería para mí?

Su voz juguetona y la expresión confiada en su rostro la tuvo


preguntándose si ella era la que estaba haciendo el coqueteo cuando su
estómago dio un salto abrupto.

—Bueno… —dijo ella, con el mismo tono que él, mientras miraba al
jefe Luciano a través de sus pestañas—, yo podría volverlo divertido
para ti.

Deteniéndose en una señal de pare, Dominic le dio su completa


atención, girando para enfrentarla. Levantó su mano de la palanca para
capturar su mentón una vez más. dejando que sus ojos se deslicen de
su mirada hacia sus labios exquisitos, tuvo su pecho elevándose y
cayendo pesadamente antes que él hable en voz baja; su tono no salió
sensualmente como ella creyó, sino con una advertencia:

—Princesa, no hagas promesas que no podrás cumplir.

Al segundo en que dejó ir su mentón, Dominic continuó


conduciendo como si nada hubiera sucedido, haciéndole saber a Maria
que había sido engañada de nuevo.

Ninguna cantidad de rezos iba a salvar a este hombre ahora…


28
Una larga noche

E
stacionándose frente al Casino Hotel, Dom aparcó el auto.

—¿Estás segura que no quieres que te deje en tu casa?

—Sip, últimamente me he estado quedando aquí —le aseguró ella.

Maria no había estado de vuelta a la casa desde que Leo perdió el


ojo. Además, era realmente difícil evitar a Lucca estando en la misma
casa. Al menos, en el hotel ellos se quedaban en diferentes áticos.

Él asintió, pareciendo entender.

—Esperaré aquí hasta que entres, entonces.

—O… —Maria miró hacia la mano con las letras S-U-P-E escritas en
sus dedos que todavía yacían encima de la palanca de cambios—.
Podrías subir y asegurarte que llegue a salvo a mi habitación.

Dominic dejó caer sus ojos hacia su mano, observándola acariciar


sus dedos sobre su piel áspera.

—Sí, claro —resopló él, no comprando su insinuación, pero no


apartó su mano de ella tampoco.

—Estoy cumpliendo mi promesa —respondió ella, tratando de


probar su anterior afirmación Puedo hacerlo divertido para ti.

—Y-yo no creo que sea una buena idea, Maria. —Su repentina
jadeante voz, reveló que pensaba lo contrario.

Maria continuó con sus caricias, su jadeante voz diciéndole que ella
quería lo mismo.

—Algo podría pasarme al subir.

Volviendo su mirada hacia Dom, podía ver el remolino en su mente,


sopesando sus opciones y determinado si estaba listo para arriesgarlo
todo.
—Hay una puerta tra…

—Vamos. —La princesa de la mafia sonrió ante el supuesto gran


malo jefe Luciano mientras abría la puerta del auto y sacaba una larga
y bronceada pierna fuera. Mirando atrás, sobre su hombro, levantó una
ceja—. No tienes miedo, ¿verdad? —Saliendo del auto, cerró la puerta
de su Mustang con una sonrisa.

La decisión que Dom enfrentaba tomaría grandes —enormes—,


bolas azules para entrar al negocio de su padre a través de la jodida
puerta con su hija. Así que ella tuvo que crear un reto que sería difícil
de rechazar por el jefe Luciano.

Tomó solo unos segundos antes de que apague el motor y un


valiente Dominic saliera del auto, encontrándose con Maria al otro lado.

—Si haces que me maten por esto, que Dios me…

—¿No crees que valdrá la pena? —preguntó ella a través de pesadas


pestañas mientras bochornosamente caminaba hacia la puerta.

Maria no pudo ver si Dom murmuró un rezo o una amenaza de


muerte bajo su aliento antes de seguirla.

Dándole una sonrisa educada mientras él sostenía abierta la puerta


del Casino Hotel para que ella ingresara, Maria se sorprendió al verlo
todavía siguiéndola un paso atrás mientras ella lideraba el camino.

En el casino lleno, Maria se estiró hacia atrás, retorciendo su dedo


meñique con el de él. Era como un pequeño secreto, no suficiente
conexión para atraer atención, pero le demostraba a Dom que iba muy
en serio.

Dom bajó la mirada hacia sus dedos entrelazados por un segundo,


luego alzó la mirada para ver a través de la multitud.

Sorprendido de no haber roto su conexión, ella estuvo incluso más


sorprendida por la forma en que el pequeño contacto la hizo sentir
totalmente caliente por dentro. Sus pequeños actos habían pasado más
allá del coqueteo… le echaba la culpa al haberse quedado mirando sus
manos durante los últimos treinta minutos. Sus tatuajes la intrigaban,
motivo por el que había tocado su mano en el auto. Solo la había hecho
anhelar más.
Los dos subieron las escaleras que los separaban del casino, su
pequeña conexión aún intacta, mientras ambos evitaban mirarse,
sabiendo que las cámaras en el techo los estaban observando.

Saliendo de la escalera, Maria le dio al guardia de seguridad una


sonrisa mientras revisaba las llaves del hotel, y llevó a Dominic hacia
un elevador detrás de él, sin la aprobación del guardia.

El gran hombre calvo que trabajaba para su padre hizo una doble
mirada, observando a Maria y Dominic pasar. Demasiado
conmocionado para cuestionar o hacer algo, considerando quién era
ella, simplemente se quedó ahí.

Quitando su dedo meñique del de él, ella comenzó a colocar el


código en el elevador para que los lleve hacia el ático sin detenerse.

—No me enseñes eso —urgió Dominic con frustración—. Si algo


sucede, me culparán por ello.

—No te preocupes. —Presionó el último botón, dejándole ver—.


Confío en ti.

—Jesús, Maria. —Dominic sostuvo el puente de su nariz,


claramente diciéndose mentalmente que esta era una mala idea
mientras se cerraba la puerta del ascensor.

—Deja de preocuparte —persuadió ella, envolviendo una mano


alrededor de su brazo. Comenzó a presionar su cuerpo contra el de él,
pero Dom tomó un paso atrás, retrocediendo hacia la esquina del
elevador.

Sus frustraciones continuaron cuando dijo:

—Hay una jodida cámara aquí.

—¿Qué día es hoy?

Dom la miró como si estuviera loca.

—Martes. ¿Por qué?

—Si es martes por la noche, entonces Sal está trabajando, y eso


significa que es él quién nos está mirando ahora mismo. —Maria ondeó
una mano hacia la cámara con una sonrisa antes de darle una linda
vista de su dedo medio.
Frotando su cabeza como si tuviera dolor, Dominic claramente odió
hacer la siguiente pregunta:

—¿Entiendo que estás molesta con él también?

—No, simplemente no me gusta —respondió con simpleza Maria. Ya


sabiendo lo que preguntaría después, elaboró—: Le gusta besar los
traseros de Lucca y de mi padre.

Sosteniendo un dedo contra el techo, él hizo una pregunta que ya


parecía conocer la respuesta:

—Supongo hay audio aquí también, ¿eh?

—Posiblemente.

Pasó su lengua a través de su labio inferior mientras presionaba su


cuerpo contra el de él exitosamente ya que no tenía a ningún otro lado
donde ir. Inmediatamente sintiendo la calidez de él pasando a través de
su delgado vestido, se encontró con sus ojos. Lo que estaba haciendo
definitivamente no se consideraba un coqueteo normal, no por cómo
estaba comenzando a hacerla sentir, pero todavía estaba curiosa sobre
algo.

—¿Por qué te molestó tanto que Cassius no cambie de canal en el


televisor?

Encogiéndose de hombros, Dominic apartó los ojos hacia los


números que cambiaban indicando el piso.

—Simplemente no me gusta ese programa, es todo.

Mirándolo, cuidadosamente observó su rostro.

—Oh.

El personaje favorito de Kat y Dom. Recordó las palabras de Cassius,


sabiendo muy bien que a Dominic le gustaba ese programa. Era su
única mentira de la noche, pero la pregunta era: ¿Por qué?

El tintineo de la puerta abriéndose los encontró con otro Caruso que


cuidaba este piso y que sabía que Dominic estaba aquí con Maria.

—Hola Ed. —Maria tomó el brazo de Dom para poder tirar de él.

Dominic le dio un asentimiento al hombre mientras pasaban.

—Adiós Ed.
De nuevo, el guardia Caruso no dijo nada, claramente sorprendido.

—Estarás aquí por una larga noche, princesa… —Dominic le lanzó


una mirada caliente—, porque jodidamente no saldré de aquí vivo.

Haciendo lo que ella quería hacer abajo, entrelazó todos sus dedos
con los de él.

—Te prometo, que valdrá la pena.

Ambos rápidamente caminaron hacia su puerta, donde colocó su


celular contra el cerrojo, ansiosa por entrar. Abriendo la puerta, Maria
entró, dejando que su mano se aleje de la de él tan pronto como cruzó el
umbral.

Maria le dio la sonrisa más dulce, sin permitirle entrar más allá.

—Que tengas una linda noche.

Imbécil.

Mirando la puerta que fue cerrada con fuerza en su rostro, Dominic


sintió su sangre comenzar a hervir. No sabía qué odiaba más en este
momento: a la pequeña come-hombres que estaba orgullosa de sí
misma, o a sí mismo por jodidamente no haber sido más inteligente.

Claro, él podría haber comenzado su pequeño juego de coqueteo,


pero ella jodidamente lo terminó sin duda.

Al principio, Dominic quería que ella pague por lo que le había


hecho, hacerle darse cuenta del error que había hecho al probarle que
sentía algo por él. Pero ahora su propio juego se había dado vuelta,
trayendo todo lo que sentía por ella en un envión.

Maria era jodidamente cruel. La había visto con Ted-Teddy-Todd, o


lo que sea, sabiendo que lo había convertido en un indefenso cachorro,
pero había apostado todo lo que jodidamente tenía que no había
coqueteado con él así para conseguir su camino. Eso no era coquetear:
eso era una estafa. Ella no era ninguna mujer: era una de las mejores
estafadoras de hombres que había visto. Maria acababa de engañarlo:
en una escala criminal. Claro, él podría haberle engañado un poco
también, pero realmente iba a follarla, si es que eso es lo que ella
quería, ¡porque sin duda es lo que él quería!
La única maldita razón por la que Dominic había caído en ello era
porque de ninguna forma creyó que Maria lo haría caminar por la jodida
puerta principal del negocio de Dante para follar a su hija y arriesgar su
vida…

Golpeando con fuerza la puerta, Dom rugió, sabiendo muy bien que
podía escucharlo.

—Vas a pagar por es…

—¿Problema de chicas? —le preguntaron detrás de él, en una fría


pero astuta voz.

Violentamente girando su cabeza hacia el hombre que conocía,


entrecerró sus ojos.

—Si lo tuviera, no tomaría consejos de chicas de ti, Ted Bundy3.

Lucca, quién estaba en el marco de la puerta hacia su casa, le dio


una sonrisa astuta.

—¿Ted Bundy no estaba casado?

Dom le respondió lo que pensaba de eso al enseñarle groseramente


el dedo medio.

—Será mejor que me vaya de aquí, o por Dios…

—Lo harás —le aseguró Lucca con un asentimiento.

Comenzando a alejarse, Dominic le lanzó a Lucca una mirada seria.

—Prepara a tus hombres para las malas noticias.

Lucca ligeramente juntó las cejas.

—¿Qué noticias?

—Que Maria Caruso es mía.

Maria entró a su casa, satisfecha, con una sonrisa en el rostro.


Ignorando el golpe en la puerta, subió las escaleras, tarareando un tono

3
N.T. Uno de los criminales de mujeres más enigmáticos de Estados Unidos.
para ahogar las calientes palabras de Dom que de repente se
detuvieron.

Dominic había tratado de jugar un juego que Maria había


inventado. Claro, no era justo, ya que las escalas estaban ligeramente
inclinadas hacia su favor, pero sin duda había sido un infierno de
diversión.

Diablos, incluso Maria estaba pensando bien si debía de dejar a


Dom afuera. Su coqueteo indefenso ya no era indefenso cuando ella
había prendido el fuego entre ellos, pero esa extraña pequeña mentira
que Dominic le dijo en el elevador oficialmente había evitado que ella
cometa el error del que se arrepentiría…

Este ático era el más grande en el Casino Hotel, ya que era


suficiente grande para la familia Caruso. Ella y sus hermanos habían
crecido entre aquí y su hogar familiar, pero Maria siempre había
preferido estar aquí. Pensaba que era divertido navegar en el casino de
niña; yendo a escondidas al sótano cuando no se le permitía había sido
incluso más divertido. Yendo a escondidas por todos lados se había
detenido cuando cumplió los dieciocho, y aunque no era legal para ella
apostar, fue capaz de hacerlo en del sótano que era ilegal. Estar aquí la
hacía sentir cerca de lo que había soñado, estando en el mundo de la
mafia y no fuera de ello, porque era una mujer. Este ático también tenía
más personalidad y su vista perfecta del mundo: Ciudad de Kansas.

Entrando a su habitación, se dejó caer al borde de la cama,


quitándose los tacones, luego recostándose en sus sábanas de seda,
esperando ver algo antes de alistarse para dormir.

Maria agarró su celular y escribió el episodio de The Walking Dead


que ella y Cassius habían estado mirando cuando Dominic le ordenó
que lo apagara.

Adelantando el episodio, llegó a la parte antes de que cambiaran de


canal. Cuando vio disparar el arma, saltó al ver quién lo había hecho.

Maria podía ver lo que sea. Su helado y muerto corazón evitaba que
reaccione incluso a las cosas más aterradoras. Pero esta escena era
demasiado real mientras observaba la sangre caer por su rostro.

El personaje era un jovencito llamado Carl… y la bala había


atravesado directamente a través de su ojo.
El elevador ya estaba abierto y esperándolo cuando llegó al final del
pasillo y pasó al guardia Ed. Y cuando se giró para entrar al elevador
había otro Caruso esperando.

Dominic se detuvo en seco, mirando hacia los ojos azul oscuro del
hermano que había sido alejado de él: Salvatore.

Tomando un paso hacia el elevador, Dom no dijo nada, y tampoco


Sal, mientras él ponía el código. Podrían tener la misma sangre, pero a
este hermano Dom no lo conocía.

A él le gusta besarles el trasero a Lucca y a mi papá.

En uno de ellos confiaba, pero en el otro, no tenía ni su respeto. Si


Sal besaba el trasero de Dante, entonces hermano de sangre o no,
Dominic no podía confiar en él, sin importar lo mucho que le doliera.

Sus hermanos eran sus únicos puntos débiles. Sería tonto pensar
que Sal no lo usaría, especialmente con lo que Lucifer le había hecho a
él. En verdad, Dom no lo culparía. Sal había tenido una historia de
origen que rivalizaba la suya, y hasta que Dominic lo descubriera, Sal
no era ningún hermano suyo.

Ambos observaron la puerta del elevador cerrarse.

Manteniendo su cabeza hacia adelante, miró a los números


mientras comenzaban a caer; entonces, rompió el tenso silencio:

—¿Cómo te va?

—No puedo quejarme. —Sal dio un rápido giro de las llaves en su


mano que estaban enganchadas en su dedo—. ¿Tú?

Dominic dio un pequeño encogimiento de hombros.

—Podría ser mejor. —era decir poco, comparado con lo que Maria le
había hecho creer que él debería estar haciendo ahora mismo.

Dom se perdió el pequeño tirón en los labios de Sal mientras


continuaban su silencioso viaje, el único sonido en la pequeña caja era
el de las llaves golpeando entre sí con cada giro.

Acercándose al final del viaje, Sal le dio un ultimo giro a las llaves
en su mano, atrapándolas así lo único que podía escucharse era su voz.
—Así que Maria, ¿eh?

Dominic apartó la mirada del reproductor digital arriba de las


puertas para mirar hacia un sonriente Sal, sabiendo exactamente a qué
se refería. Él respondió cuando la puerta se abrió.

—Sip.

Volviendo a mirar hacia adelante, Dom salió del elevador.

—Dominic…

Él se detuvo, girando para mirar hacia El Gran Salvatore que estaba


comenzando a desaparecer mientras las puertas se cerraban
lentamente. Dominic no supo si la mirada en el rostro de Sal era de
lástima o de dicha.

—Buena suerte.

Maria se despertó en mitad de la noche, no debido a uno de sus


buenos sueños —los que tenía sobre Kayne o Dom—, sino de una
pesadilla. Sintiendo humedad en su almohada, se sentó y tocó un dedo
contra su mejilla. ¿Estaba… mojada?

Había estado llorando en su pesadilla. Solo que, no había sido una


pesadilla. La mente de Maria reprodujo la escena una y otra vez del
auto explotando y Leo perdiendo un ojo.

Observando la escena en el programa había traído de vuelta todos


los sentimientos de odio, miedo, y pérdida que había escondido. Era
como si Dominic hubiera sabido que la afectaría. Se había enojado con
Cassius cuando no cambió el canal, porque quería cuidar sus
sentimientos.

Tanto como Maria quería herirlo, Dominic no quería verla herida.

Sus elecciones ahora estaban volviendo a cazarla.

Maria tomó su teléfono de la mesita de al lado, presionando el


contacto Que una vez había puesto una sonrisa en su rostro. Fue
directamente hacia el mensaje de voz.
—Soy Kayne Evans. Deja tu mensaje y me pondré en contacto contigo
lo antes posible.

Bip.

Se quedó en silencio al principio. Escuchar la voz de un fantasma


del que creyó estar enamorada una vez, trajo una lágrima.

—Me mentiste Kayne. —Maria apretó su corazón negro mientras se


balanceaba en la cama—. ¿Cómo pudiste hacerme eso?

El timbre de su mesita de al lado lo tuvo estirándose para sacar el


teléfono agrietado que había interrumpido en la oscuridad.

Un nuevo mensaje de voz.

Colocándolo en su oreja, su corazón se hundió cuando escuchó a la


mujer que amaba llorar en el teléfono sobre otro hombre.

Oscuridad lo bañó de nuevo mientras Dominic apagaba el celular.


29
¿Dónde siquiera me voy a sentar?

D
ominic se sentó en la esquina de atrás de la pizzería,
observando a la gente entrar y salir del establecimiento.
Todavía sin ver a la persona con la que se iba a reunir,
buscó su celular para ver qué hora era… de nuevo.

Escuchando el sonido de la pequeña campana, levantó sus ojos


color avellana hacia la puerta. Se sintió como un dejá vu observar
entrar a la mujer. Apenas había envejecido en los diez años desde la
última vez que la había visto.

Dom inmediatamente se puso de pie, viendo su expresión seria


convertirse en una sonrisa cuando miró alrededor del restaurante y lo
vio levantarse de la butaca contra la pared. Dom no pudo estar seguro
por la distancia separándolos, pero pensó haberla visto sollozar apenas
mientras se apresuraba hacia él.

Atrapándola fácilmente cuando se lanzó a sus brazos, él le dio un


ligero abrazo.

—Qué bueno verte, Bristol.

—A ti también. —Bristol cerró los ojos—. Te he extrañado.

—Yo también. —Tirando de ella para mirarla de lejos, la observó—.


Te ves bien.

—Ya quisiera. —Lo miró críticamente—. Ya veo porqué me enamoré


de ti en la escuela. Te has vuelto más guapo con la edad.

Dominic le puso los ojos en blanco, luego le hizo un gesto para que
tome asiento en la butaca. Deslizándose al frente de ella, se giró para
buscar a la mesera, atrapando su atención antes de volver con Bristol.

Ordenando una jarra de cerveza y una pizza mediana, esperó hasta


que la mesera se fue para asentir hacia su mano izquierda.

—¿Sin anillo? Pensé que estarías casada para ahora. Los hombres
en Florida deben ser estúpidos si te han dejado ir.
Bristol le dio una sonrisa triste.

—No he tenido la mejor de las suertes con los hombres.

Él le dio una sonrisa que fue igual de triste, sabiendo a lo que se


refería.

—Tú no me amabas Bristol. Sentías lástima por mí, y cuando no


necesité más tu lástima, te uniste a Kayne. Pensaste que podías
arreglar lo que estaba roto en nosotros y en su lugar, saliste herida.

—No salí herida —negó con una vacilación en su suave voz.

—¿En serio? No te culpo por irte de Blue Park después de la


graduación, pero ni siquiera has regresado para visitar, ni siquiera para
los feriados. Tuve que mirar dos veces en mi celular para asegurarme
que fuiste tú quién me envió un mensaje para reunirnos aquí.

Bristol le dio una sonrisa.

—Este lugar trae buenos recuerdos para mí. ¿Recuerdas venir aquí
y trabajar juntos en nuestros proyectos?

—Lo recuerdo —le dijo Dom—. Pero también recuerdo que dejamos
de venir aquí por Kayne.

—Estaba tratando de ponerte celoso —admitió Bristol mientras la


mesera se acercaba con su cerveza y pizza. Después que se fue la
mesera, Bristol miró la pizza en lugar de verlo a él—. Me pusiste en la
zona de amiga y no me quitaste de ahí. Pensé que, si podía ponerte
suficientemente celoso, al menos sería un paso adelante. En su lugar,
tomé siete pasos hacia atrás y estúpidamente perdí nuestra amistad.

Sirviendo a ambos un vaso de la espumosa cerveza, Dom trató de


pensar en algo que decir sin herirla. Hace una vez, no hubiera
entendido el dolor de los celos, pero Maria le había mostrado la agonía
de primera mano esa noche en que pasó con Kayne.

Bristol se estiró, palmeando su mano izquierda antes de que


pudiera tocar su cerveza.

—Tampoco veo un anillo en tu dedo.

—Tampoco he tenido la mejor de las suertes con las mujeres. —Dom


rápidamente cambió de tema—. Entonces, ¿qué te trajo aquí de vuelta a
Blue Park? ¿Cuánto tiempo te vas a…?
—Me estoy mudando de regreso.

Dominic casi deja caer su cerveza.

—¿Por qué diablos harías eso? —Podía ver decepción ante su


reacción cuando Bristol buscó su vaso de cerveza—. No quise que
saliera así.

—Está bien Dom. Sé que no tenías los mismos sentimientos que yo


tenía por ti.

Tomando los platos, ella colocó un largo pedazo en uno, dejándolo


frente a él antes de tomar un pedazo más pequeño para sí misma.

—Espero que sepa tan bien como solía. He imaginado lo rico que
sabrá desde que me bajé del avión.

Dominic tomó una mordida mientras ella comenzó con la suya.

—¿Cómo está la pizza?

—Mejor de lo que recordaba —dijo Bristol, tomando otro gran


bocado.

—¿Vas a decirme que estás volviendo a Blue Park por la pizza? —


preguntó en broma, tomando otro pedazo para sí mismo.

—No. Estoy regresando porque mi madre me contó que Kayne está


muerto.

Esta voz, Dom sí dejó caer los contenidos en su mano, la pizza


golpeando el plato.

—¿Por qué importa si está vivo o muerto? ¿Tan mala fue la


separación?

—Jodidamente mala —admitió Bristol, agarrando otro pedazo—. Por


eso tenía que hablar contigo antes que se pase la voz. No sé a cuánta
gente Kayne le contó de nuestro rompimiento, y una vez que se sepa
que estoy de vuelta, no quiero que escuches ningún rumor sin haber
tenido la oportunidad de explicar.

—¿Qué rumores? Ya no estamos en la escue…

—No volví a casa por sí sola. —Bristol hizo una pausa—. Mi hijo
está conmigo.
—¿Tu hijo? ¿Por qué eso impor…? —Dom se detuvo, viendo su
avergonzada expresión. Las ruedas finalmente hicieron sentido—.
Kayne es el padre; por eso esperaste a volver cuando muriera.

Ella tragó con fuerza mientras sus mejillas se volvieron de un


brillante rojo.

—Sí.

—Oh… —dijo, lentamente.

—Kayne rompió conmigo el día en que descubrí que estaba


embarazada. Me dijo que era porque yo estaba volviendo todo muy
comprometedor y se iría a la universidad. Dijo que haría más fácil la
separación. —Bristol dio una risa amarga—. Sabía que quería su
libertad de hacer lo que diablos quisiera, así que le di su libertad.

Por una vez, Dominic realmente se sintió mal por Kayne. Siendo
enviado a su muerte sin siquiera saber que tenía un hijo era duro.

—Todavía deberías haberle contado Bristol.

Mirando su plato, su voz se quebró cuando una sola lágrima cayó


por su rostro.

—Lo sé.

Estirándose, Dom tomó su mano…

Ding.

Maria golpeó la puerta principal con premura, todavía golpeando


cuando se abrió.

—Necesito hablar con Dom.

Era el segundo día seguido que se había aparecido en su casa. La


primera vez, había fallado. Ahora estaba tratando de hacer las cosas
bien así podía dormir en paz de una vez por todas.

—No está aquí —le dijo Cassius.

—¿Cuándo va a volver? —Era mediodía, y podía tomarse toda la


noche de nuevo—. Es importante.
Cassius miró hacia la pista.

—Bueno, podía llevarte donde él.

—Gracias —respondió agradecida Maria, aliviada de no tener que


esperar toda la noche para limpiar su consciencia.

Ayer ni siquiera sabía qué diablos estaba haciendo, pero hoy, se


sentía extrañamente ansiosa de verlo, y no le gustaba el sentimiento.

Caminando por la acera, se dirigió hacia la puerta del pasajero del


auto estacionado ahí, ya que había tomado un taxi para venir aquí de
nuevo, pero cuando Cassius no fue en esa dirección, sino que agarró
una bicicleta, Maria lo miró con extrañeza.

—¿Qué haces?

Cassius se sentó, balanceando el metal entre sus piernas.

—Llevándote donde Dom.

—Eh, no. —Maria sacudió su cabeza vehementemente—. ¿Por qué


no podemos llevarnos esto?

—Es el auto de Matthias, me matará, además, todavía no me he


molestado en sacar mi licencia.

—No hay forma en infierno de que me suba a esa cosa. ¿Dónde


siquiera me sentaré?

—Justo aquí. —Cassius palmeó el agarre de la bicicleta—. ¿Quieres


ver a Dom o no?

Maria pensó durante varios segundos antes de acercarse con


derrota.

El joven Luciano estiro una mano hacia ella.

—Dame tus tacones.

De acuerdo, ahora esto estaba yendo demasiado lejos. Sus zapatos


nunca salían de sus pies por nada. Si lo hacían, entonces esa actividad
no era para ella.

—¿Disculpa?

—Si nos accidentamos, romperán tus tobillos. Vamos. —Chasqueó


un dedo, tratando que ella se apresure.
—¿Si nos accidentamos? —Maria levantó una pierna, quitando el
primer tacón, ya arrepintiéndose de ello—. ¿Qué tal que evitas que
suceda?

—Haré lo que pueda —le dijo él, agarrando el zapato de su mano,


luego deslizando la parte del talón del tacón hacia el final de la barra.

Su boca cayó abierta, observándolo golpear con fuerza en la barra


así encajaba a la perfección.

—¡Son de la marca Jimmy Choo! —Sosteniendo el otro de rehén,


continuó—: Solo usaré…

—No importará qué diablos son… —Cassius le arrebató el tacón de


la mano—, cuando corten tu pie en la emergencia después que se
rompa tu talón en dos.

Maria entrecerró los ojos, observando su recientemente más odiado


Luciano destruir sus nuevos Jimmy Choos.

—Vamos. —Cassius palmeó la barra de nuevo, esta vez con una


ligera inclinación en sus labios.

—No puedo creer que no tengas licencia. —Maria se giró,


comenzando a colocar incómodamente su trasero en la incómoda barra.
Todos los hermanos habían estado al pie del Departamento de
Vehículos al cumplir los quince años.

—¿Y dónde está tu auto? —preguntó él, sosteniendo en regla su


bicicleta para que se suba con cuidado—. ¿No tienes como veinticinco
años?

Tengo veintidós, tú pequeño…

—Me gustabas más cuando no hablabas tanto —gruñó Maria.


Colocando sus pies desnudos en los reposapiés que sobresalían del
centro de la rueda delantera, pensó sobre cómo esto no se sentía para
nada seguro—. Sabes, no pensé que estarías por encima de romper la
ley…

—No lo estoy. —Cassius colocó la suela de sus zapatos en el pedal—


. Pero hay una cosa que deberías saber si vas a estar con Dom.

—Yo no… ¡AH! —La protesta de Maria se convirtió en un grito. Se


sostuvo con su vida cuando de repente él salió, yendo por la pista.

—No te metes con el auto de un hombre.


30
Ah… mierda

Gracias a Dios.

M aria saltó fuera de la bicicleta tan pronto como Cassius se


detuvo frente a la pizzería después de ver el Mustang de
Dominic afuera. Arrebatando sus pobres tacones de la barra, se las
puso de nuevo.

—¿Cómo sabías que estaba aquí?

Cassius palmeó un dedo contra su frente.

—Sé cosas.

Maria lo miró con extrañeza. El joven Luciano solo le recordaba a su


hermano Lucca por una extraña razón.

Sintiéndose de vuelta a la normalidad con sus zapatos puestos,


alisó su vestido.

—Gracias. Creo que le diré a Dominic que me regrese.

—Creo que esperaré aquí afuera… para asegurarme.

—Como quieras —le dijo Maria sobre su hombro, sabiendo que no


había jodidamente forma de volver en esa cosa.

Caminando hacia la puerta, tomó la manija y abrió la puerta.

Ding.

Por hábito, Dominic miró hacia la persona que acababa de atravesar


la puerta. Casi creyó que era una jodida ilusión al principio. No había
forma en el infierno que Maria Caruso estuviera aquí, mirándolo
directamente…
La mirada enojada que cruzó su rostro confirmó que ella era muy
real.

Los ojos de Dom volvieron a la mano que sostenía en la suya al otro


lado de la mesa.

Ah… mierda.

Ding.

La campana sonó encima de su cabeza mientras volvía a abrir la


puerta, de salida. Su estómago se había hundido al segundo en que
había visto la mano de Dominic sobre la mano de otra mujer.

El rostro de Cassius lo dijo todo antes que sus palabras lo hicieran.

—De vuelta tan…

—¡Maria! —llamó Dominic detrás de ella mientras salía corriendo.

Caminando hacia la bicicleta de Cass, no se volteó hasta que una


mano agarró su brazo, forzándola a girarse y enfrentarlo.

—No es lo que parece. Ella…

—¿Por qué debería importarme? —Maria quitó de un arrebato su


brazo de su agarre—. No es como que estamos juntos —le dijo
fríamente, dirigiéndose de vuelta a la bicicleta.

Agarrando su brazo de nuevo, la giró tan rápido que su vestido giró


ligeramente mientras tiraba de ella cerca hasta que sus cuerpos se
estaban tocando.

—No pretendas que no te importa —dijo Dominic con fiereza contra


su bonito rostro que estaba a una pulgada del suyo, mostrándole que
podía ver directamente a través de su fachada—. Si no te importara, no
te hubieras ido así.

—No me importa —dijo Maria, mirando en sus ojos color avellana


sin una onza de emoción—. Ahora déjame ir, y si me tocas así de nuevo,
te mostraré lo alto de los tacones que estoy usando hoy.

Lentamente, Dominic quitó su mano de ella, sin dejarla ir, no por


miedo, sino porque lo había pedido.
Girándose sobre sus talones, había una cosa con la que Maria no
estaba bien, y era ser controlada.

—¿Por qué estás aquí en Blue Park, princesa? —preguntó,


caminando detrás de ella con cada paso que daba—. Hay una razón por
la que volviste.

—Bueno, aparentemente, fue estúpida —espetó, sabiendo que él


estaba tratando de irritarla. Rápidamente, se quitó sus tacones.

—¿Qué haces? —preguntó él, observando la acción, luego


prácticamente estremeciéndose cuando se inclinó para recoger sus
tacones a la velocidad de la luz.

—No te preocupes. —Rápidamente, Maria colocó uno en la bicicleta


de Cassius, como antes—. No voy a utilizarlos contigo… todavía.

Dominic la miró en conmoción, justo ahora notando cómo diablos


había llegado aquí.

—¿Viniste aquí en eso?

—Sip —gruñó Maria, colocando el otro Jimmy Choo con fuerza. No


puedo creer que jodidamente vine aquí.

—Lidiaré contigo después. —Sus ojos color avellana fulminaron a su


satisfecho hermano sentado en la bicicleta—. No le permites irse hasta
que vuelva a casa.

—Oh, ya me habré ido —le recordó Maria que estaba jodidamente


ahí, volviéndose a colocar en la barra.

Una vez que Maria estuvo segura, Cassius ligeramente retrocedió la


bicicleta, así podía maniobrar alrededor de Dominic que estaba frente a
ellos.

Maria le dio una sonrisa.

—Tu cita te está esperando.

De repente, Dominic se estiró, agarrando las barras y arrastrando la


bicicleta con los de ellos hacia él.

Con ojos amplios, Maria miró fijamente a Dom, cuyo rostro estaba a
una pulgada del de ella mientras él se inclinaba, encerrándola en sus
brazos. No se atrevió a tocarla, como ella le había advertido.
—¿Cómo se siente? —las palabras retadoras de Dominic enviaron
escalofríos por su cuerpo—. Eso es solo una probada de lo que tú me
hiciste sentir.

Por primera vez, Maria se quedó sin aliento. Tragó con fuerza,
mirando todas las emociones que claramente sentía en sus ojos color
avellana.

—Bristol es una ami…

—Bristol… —articuló Maria mientras movía sus ojos de él hacia la


hermosa rubia de pie detrás de él y a un lado—. Ese es un bonito
nombre para una bonita chica.

Dom giró su cabeza para mirar a Bristol de pie allí, luego dejó ir la
bicicleta.

Mirando de regreso a él, Maria sintió la bicicleta retroceder de


nuevo.

—Adiós Dominic.

Estuvo agradecida cuando Cassius comenzó a avanzar y a alejarse.


El sentimiento enfermo en su estómago creció cuando Dom
simplemente la dejó ir.

Maria regresó sus ojos hacia la rubia. Lo que había dicho sobre
Bristol, lo decía de todo corazón. La hermosa mujer probaba que
Dominic definitivamente tenía un tipo. Podía reclamar que ella era solo
una amiga, pero vio el dolor en sus ojos cuando la llamó así. Maria no
podía culparla tampoco, pero no iba a permitir que Dominic la engañe
pensando que no había nada ahí cuando había entrado al restaurante
para verlos sostenerse de la mano.

Maria nunca había estado celosa de otra chica en su vida. Iba


contra todo lo que creía lamentarse contra otra mujer, y malditamente
seguro no iba a comenzar ahora.

Mientras caminaban por la acera, Maria observó sus alrededores


pasar mientras Cassius los pedaleaba a través de Blue Park.

Girando para mirarlo, Maria tampoco estaba muy feliz con el


Luciano más joven.

—Sabías que estaba con ella.

Cass no respondió.
¿Ahora vuelve a quedarse callado?

—Detén la bicicleta —le dijo Maria sobre el hombro. Cuando él


continuó ignorándola, gritó—: ¡O la detienes Cass, o saltaré!

Cassius bajó la velocidad antes de pisar los frenos.

—¿Qué haces? —preguntó él, observándola saltar fuera, luego tomar


sus zapatos del final de la barra.

Colocándose el zapato izquierdo primero, y luego el derecho, buscó


en su sujetador para sacar su celular. Maria amaba las carteras, pero
no había forma en el infierno que traería una de marca Birken a Blue
Park. Ambas veces había venido aquí en taxo, y había guardado su
celular y un poco de efectivo en su sujetador de encaje. Sus zapatos
costosos, sin embargo, eran la excepción, ya que no había forma de irse
de la casa sin ellos.

—¿Qué dia…? —Maria palmeó su seno izquierdo. Su celular no


estaba por ninguna parte. La última vez que lo había sentido fue
cuando…—. ¡Ugh!

Cassius levantó una ceja.

—¿Problemas?

—No.

Le lanzó dagas al mini yo y juró internamente ante al hombre que le


había quitado el celular sin que se dé cuenta. El bastardo debe
habérselo robado cuando la sostuvo cerca de su cuerpo. No lo había
notado por el agarre que él había tenido en su brazo era más
preocupante. Probablemente era una forma fácil de hacerlo ya que el
vestido estaba demasiado pegado, y repetidamente tenía que estárselo
bajando en el camino para esconder el celular.

—Caminaré a casa.

—No, no lo harás. —El tono de Cassius le dijo que creyó que era
una broma.

Así que Maria hizo la cosa lógica y comenzó a caminar.

—Vamos —dijo Cassius, observándola llegar a veinte pies hasta que


finalmente puso los ojos en blanco y la alcanzó—. No llegarás ni a cinco
millas con esas cosas.
—Obsérvame —espetó ella como si hubiera dicho muérdeme. Maria
había caminado infinitas millas en un centro comercial con ellos en sus
pies, así que el pequeño sabelotodo no podía estar más equivocado.

—De acuerdo. —Cassius se encogió de hombros, dejando a la


princesa caminar si eso es lo que quería.

Caminando otros veinte pasos, observó a Cassius lentamente


pedalear la bicicleta al lado de ella como si estuviera aburrido.

—Puedo llegar a casa por mi cuenta, sabes.

—¿Segura sobre eso? —cuestionó sin siquiera mirarla.

Maria frunció el ceño, pareciendo entender a lo que se refería.


Mirando alrededor del barrio por el que estaban pasando, vio barras en
cada ventana y varias casas enrejadas con enormes perros en los
patios, ladrando mientras pasaban.

—Estaré bien —le aseguró ella—. Puedo cuidar de mí misma.

Él la miró con suficiencia, luego bajó la mirada a sus pies.

—Así he oído.

—¿Ves? Estaré bien. Adiós.

—¿Ves a ese enorme tipo de allá?

Maria miró hacia el hombre mayor al que Cass había asentido. Era
calvo y enorme, haciendo una parrilla en su patio delantero mientras la
miraba.

—Ese es Enorme Vic. —Cassius continuó pedaleando al lado de ella


sin que le preocupara el mundo—. Salió de prisión hace un mes atrás
por asesinato. ¿Cuáles creen que son tus opciones? ¿Enterrarle tu
tacón en ese jodido cuello enorme?

Cruzándose de brazos, vio los tatuajes de prisión que marcaban su


rostro.

—¿Y crees que, si te quedas, eso me mantendrá a salvo? Tienes


como trece… —Le devolvió el gesto por su anterior comentario.

—Quince —corrigió—. Pero, nop, evitaré que aquellos imbéciles


detrás de nosotros te toquen.
Maria miró sobre su hombro, viendo a tres hombres en sus veintes,
siguiéndolos. Maria tenía más suerte de pelear con Enorme Vic que con
ellos tres. Una ligera alarma la atravesó, pero no sintió la necesidad de
correr todavía, ya que los hombres estaban a unos cuantos pasos atrás.

—No te preocupes; no te tocarán mientras yo esté aquí —le aseguró


Cassius, sintiendo sus pensamientos.

De nuevo, Maria miró hacia el chico de quince años.

—¿Qué te hace creer eso?

—Porque soy el hijo de Lucifer y la viva imagen de Dom. Tienen que


ser jodidamente estúpidos o pedir un deseo de muerte si te tocan
mientras estás conmigo.

Mirando de nuevo hacia atrás, parecieron estar más cerca.

—¿Seguro de eso?

—Me he escapado de la casa y he caminado por estas calles desde


que tenía cinco, así que… sí —le aseguró Cassius una vez más sin un
destello de preocupación—. Estoy seguro.

Desafortunadamente, eso no significaba mucho viniendo del


pequeño Lucifer en desarrollo.

Cass le dio un asentimiento al hombre sobre la reja.

—Hola Vic.

—Hola Cass. —Enorme Vic le dio una sonrisa cálida con un gesto de
su mano—. Dile a Dom que le agradezco por el regalo de bienvenida.

—Lo haré.

La boca de Maria cayó abierta, luego rápidamente se cerró,


pensando que tenía que ser una broma. Había visto reales asesinos,
pero por dentro, ese hombre era un osito de peluche.

—Sí… él parece muy peligro…

—Fue a prisión por matar al hombre que violó a su hija.

Maria mantuvo su boca cerrada ahora, entendiendo.

—Oh.
Cassius continuó acompañándola.

—Como dije, no es de él de quien deberías de preocuparte.

De nuevo, miró sobre su hombro, y de nuevo, ellos estaban incluso


más cerca.

—Desde que tenías dos, ¿eh?

—Sí. —Cassius le lanzó una mirada ominosa con una ceja alzada—.
¿Te suena familiar?

Maria se detuvo, mirándolo. Se preguntaba cómo diablos sabía de


ella vagabundeando por el casino de su padre cuando solo era una
niña.

—Realmente estás comenzando a asustarme. —Mirando atrás,


sintió su presencia más cerca. O iba a correr por ello o volver a su
bicicleta—. Sabes, no eres muy convincente, considerando que ellos nos
siguen siguiendo.

—Eso es porque te están siguiendo a ti, no a mí. —Cassius pedaleó


más rápido su bicicleta—. Han estado demasiado ocupados mirándote
las piernas y trasero, que todavía a mí no me reconocen por atrás. —
Cruzando al frente de ella, lentamente la rodeó.

Al segundo en que los tres chicos vieron su cara, se escaparon como


tres ratones ciegos por una calle lateral.

Riéndose, Maria lo miró, impresionada.

—No te preocupes, eso no durará mucho. —Cassius resumió su


pedaleo a su lado—. Una vez que Dom se entere que ustedes dos están
juntos, Blue Park será más seguro que cualquier lugar en tu lado de
Ciudad de Kansas.

Maria encontró lo último de esa afirmación interesante… hasta que


recordó la primera.

—Dominic y yo no estamos…

—Sí, sí, sí —dijo Cassius, queriendo que guarde esas palabras para
alguien que las creyera—. Ahora, ¿por favor puedes volver aquí así
podemos llegar a casa?
—No. —Maria colocó su pelo dorado detrás de su hombro—. Todavía
sigo enojada contigo por no advertirme sobre su pequeña cita y evitar
convertirme en una tonta.

—¿Es esta la parte donde quieres que me disculpe? —preguntó él en


serio, haciendo que Maria lo mire.

Se dio cuenta de lo mayor que se veía, por lo joven que todavía era.
Era como un niño preguntando si estaba en problemas, como su padre
Lucifer y su hermano Lucca, las emociones de Cass no eran mínimas,
sino que no existían. Todavía no había logrado mezclarse ente la gente,
como encontrarse con alguien en el supermercado y decir lo siento
porque era lo educado por hacer. Era lo que la gente como Cassius
necesitaba aprender para sobrevivir así podían vivir sin ser detectados
como peligro a la sociedad. Maria lo sabía… ella era una también.

—Nunca debes disculparte conmigo a menos que lo digas en serio —


le dijo ella, no queriendo que sintiera que tenía que pretender con ella.
Sin embargo, alguien estaba trabajando con él, tratando de ayudarlo a
rendir cuentas, tanto que estuvo al tanto de preguntar si debía de
disculparse.

—¿Dom es el que te está ayudando?

Sabiendo a lo que se refería, Cassius sacudió su cabeza.

—Kat.

—Oh. —Maria sonrió por dentro. Significaba que Cass confiaba en


ella, y eso la hizo sentir extrañamente… feliz.

Deteniéndose, se quitó los tacones, con esperanza por última vez.

—¿Qué tal si hacemos un trato? —Recogiendo sus zapatos, fue


hacia el frente de su bicicleta detenida—. Dime por qué querías que vea
a Dom con ella, y te permitiré que me lleves a casa…. ¿Trato?

Le tomó un momento a Cassius antes de dar un simple


asentimiento en acuerdo.

—Sabía que, si no los veías juntos, entonces nunca serías capaz de


realmente entender de lo que Dom estaba hablando cuando te dijo que
lo heriste al escoger a alguien más. —En papel, lo que Cassius dijo
podría haber sido profundo, pero sus ojos vacíos e incluso su tono, le
recordaron a Maria que ese no era el caso—. Aquellas son solo palabras
para gente como nosotros. No tienen significado.
Mirando justo a través de las ventanas de su alma, Maria no pudo
encontrar nada en este jovencito.

Cassius no tenía alma.

Colocando sus tacones de vuelta en la bicicleta, saltó en las barras,


aceptando su respuesta sin una palabra. Para alguien que se parecía
mucho a él, esa respuesta de algún modo dolió.

Observando sus nuevos Jimmy Choo siendo lanzados, dolió mucho


más la segunda vez, ya que en el patio donde cayeron tenía un perro
Rottweiler que acababa de encontrar su nuevo juguete para morder.

—Tú, pequeño hijo de…

—Oh, cállate. —Cassius siguió pedaleando así ella no saltaba


estúpidamente para tratar de recuperarlos—. Sabía que solo me estabas
utilizando para un pequeño viaje. Tu trasero hubiera comenzado a
caminar al segundo en que llegamos ahí.

Maria volteó el cuello con furia. Tenía razón, pero ese no era el
punto. Este Luciano de repente fue completamente noqueado.

—Tienes suerte que no te mate al bajar de esta cosa.

Cassius realmente se rio.

—¿Por qué diablos crees que lancé aquellos?

—Ese no será el motivo —le siseó mientras el viento golpeaba su


rostro—. Debo esperar tres años.
31
Donde su corazón debería de estar

T
an pronto como Cassius se detuvo, Maria saltó fuera.
Teniendo que caminar descalzo en el sucio suelo la puso
lívida. Viendo que solo el auto de Matthias estaba aparcado
significaba que Dominic todavía no había vuelto, y no sabía si eso la
hacía más feliz o enojada.

Entrando a la casa abierta, dejó a Cassius detrás, quién todavía


estaba bajándose de su bicicleta en la tierra. Maria fue directamente
hacia el teléfono en la pared de la cocina y comenzó a marcar un
número. Presionó el último número justo cuando Cassius arrancó el
cordón de la pared.

—Tú, pequeño… —gruñó Maria, incapaz de terminar la oración


contra su malvado, pero lindo rostro. ¡Mierda!

A zancadas por el pasillo, necesitaba un método diferente. Abriendo


la puerta de la habitación, entró directamente a la habitación oscura
que reflejaba luz desde el pasillo interior.

Maria de repente se detuvo cuando la luz iluminó su rostro


durmiente. Incluso en lo que debería ser un sueño pacífico, los círculos
oscuros bajo sus ojos resaltaban que sus sueños estaban maldecidos.

—¿Qué hora es? —susurró muy silenciosamente hacia Cassius,


quién la estaba siguiendo a través de la casa—. ¿No es un poco tarde
para seguir durmiendo? —Su tono era en forma de juzgar, pero sostenía
un poco de preocupación.

—Matthias… —Cassius tomó un segundo para terminar su


respuesta—, funciona algo tarde.

Los ojos esmeraldas de Maria se suavizaron ligeramente, mirando


su rostro durmiente. Se sintió algo… mal por lo que iba a tener que
hacer.

Corriendo a través de la habitación, fue directamente hacia la mesa


de noche.
—¿Qué diablos…? —Matthias abrió medio dormido sus ojos antes
de abrirse de golpe—. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?

—Buscando tu teléfono, dormilón. ¿Dónde está? —espetó, su linda


forma de hablarle había quedado en la puerta.

Rápidamente, Matthias salió debajo de las sábanas y salió de la


cama al otro lado. Sosteniendo en alto su mano, inclinó el aparato
rectángulo.

—¿Quieres decir, esto?

Maria lentamente giró su cabeza desde la mesa de noche hacia el


hermano Luciano que quería matar, pero cuando sus ojos yacieron en
él, la emoción se disipó ante la vista.

Matthias solo estaba usando un par delgado de pantalones cortos.


De la cintura para arriba, estaba desnudo. Había visto a su gemelo
Angel, con el que compartían tatuajes idénticos, pero nunca lo había
visto sin ropa. Asumió que los gemelos tenían más tatuajes, ya que sus
dedos, manos, y cuellos estaban completamente tintados hasta que
desaparecían bajo la ropa… pero no así.

Maria no podía ver un pedazo de piel limpia más que su rostro.

—¿Te gusta lo que ves? —La fachada de playboy de Matthias había


regresado.

—No —le dijo con la verdad. Incluso su voz hizo claro que estaba
mirando por curiosidad no lujuria—. Solo no te pensé como un
masoquista.

La máscara de Matthias se esfumó ante sus palabras, sorprendido


de que Maria lo haya descubierto con una mirada.

—Puedo entender a Angel siendo capaz de tomar dolor —continuó


ella, todavía mirando toda la tinta que cubría cada pulgada de su piel.

Eran hermosos, pero… se veían dolorosos. La cantidad de horas en


la que tenía que haber estado sentado en una silla mientras una aguja
constantemente golpeaba su piel era casi inimaginable para una
persona de su edad, que quizás era un año mayor que ella. Esa clase de
tinta tomaba toda una vida, no años.

—Pero no a ti.

Matthias sonrió.
—Entonces, estarás sorprendida de descubrir que no fue Angel
quien primero los quiso, princesa.

Ella frunció las cejas un segundo, luego su curiosidad desapareció.

—No me llames así —siseó Maria.

—¿Por qué? —La sonrisa de Matthias permaneció con su regodeo—.


Dejas que Dom te llame así.

—Sí, no por mucho. —Tomó un paso más cerca del borde de la


cama así podía rodearla y arrebatarle el dispositivo—. Ahora, dame el
teléfono.

—No lo hagas —le dijo Cassius, de pie en la puerta, observando todo


desenvolverse—. Dom no quiere que ella se vaya.

Cuando Matthias pareció feliz sobre ello, Maria le dio una


advertencia final:

—Última oportunidad…

Matthias prácticamente se rio.

—¿O qué?

—Yo no… —el tono de advertencia de Matthias se detuvo al segundo


en que Maria se movió.

Tomando un atajo, Maria saltó en su cama.

Miedo se situó en los ojos de Matthias, pero antes de que pueda


cruzar la cama y saltar hacia él… él metió el teléfono por el frente de
sus pantalones.

Maria estaba por saltar, pero al ver la acción, tuvo que detenerse
tan rápido como nunca lo había hecho en su vida.

—Si lo quieres, tendrás que venir y conseguirlo —le bromeó el


hermano totalmente tatuado.

—Ew, no.

Maria saltó fuera de la cama y hacia la dirección en la que había


venido, dándose cuenta que Dominic tenía razón: había cosas más
asustadizas que pasaban en esta casa con tres hermanos. Eso era
jodidamente decir mucho viniendo de ella. Ella había sido criada con
tres hermanos propios, pero no eran nada comparados con los Luciano.
Estaba por arrancarse el pelo por tener que lidiar con ellos. En casa,
eran los tres hermanos quienes tenían que lidiar con ella.

Maria de repente se dio cuenta que había formado a sus hermanos,


en su mayoría. Ellos sabían cómo no ser groseros alrededor de ella y
habían aprendido a la mala a alejar sus asqueroso gérmenes lejos de su
comida.

Los chicos eran asquerosos, adolescentes eran incluso peor, y


jovencitos todavía lo eran. Las novias de Lucca, y de especialmente
Nero, deberían de estarle agradeciendo por su trabajo porque Dios sabía
lo peor que Nero hubiera resultado si no fuera por ella. Estos hermanos
Luciano le estaban probando estar en lo cierto.

Matthias se vio ofendido mientras la observaba irse de la habitación.

Viendo escaleras, Maria corrió hacia ellas, decidiendo probar suerte


y encontrar un teléfono. Yendo a lo alto de las viejas escaleras, encontró
extraño que solo hubiera una puerta cuando debería haber notado
extraño que Cassius ni Matthias la siguieran.

Maria giró el viejo pomo. Abriendo la puerta con un crujido, la


habitación estaba atenuada y solo iluminada por una simple y extraña
ventana. La habitación estaba inclinada por un techo, pero esa no era
la única cosa extraña.

Había un sentimiento incapaz de evitar que emanaba entre la


habitación; lo sintió al segundo en que entró. No había muchas cosas
aquí —solo una cama y una mesa de noche—, pero la energía era
insuperable. De pie al centro de la habitación, era como estar
directamente entre el bien y el mal.

O el cielo y el infierno.

Alejándose del sentimiento espeluznante, Maria volvió, tratando de


alejarse jodidamente de aquí. Sin nada alrededor, se estiró hacia la
mesa de noche, esperando encontrar algo…

La puerta se cerró con un crujido detrás de ella, y rápidamente soltó


su mano y se giró, viendo la espalda de Dominic. Inmediatamente, supo
de quién era la habitación.

No se sentía como que fuera de Dom, ya que la única calidez de la


habitación venía de lo que no había visto, pero ahora los fieros olores la
envolvieron.
Después de cerrar la puerta, Dominic buscó encima del marco de la
puerta, agarrando una vieja e intricada llave de metal, que estaba
recostada al borde. La empujó en la manija, luego la hizo girar. Sacando
la llave en la ahora puerta cerrada, la volvió a colocar en su lugar.

Maria era alta pero no suficientemente alta para tomarla de su


lugar, incluso si llevaba tacones. Sin tacones, no le daba ninguna jodida
oportunidad.

Cuando Dominic lentamente se giró, Maria se quedó sin aliento… su


presencia diciéndole que quizás lo había empujado demasiado lejos.
Dom claramente había llegado al final de su paciencia. La oportunidad
que le había dado se había acabado. El momento le recordó a la noche
en que vino a su casa y la confrontó sobre Kayne.

—Y-yo… —Las palabras salieron jadeantes al principio, pero


rápidamente las corrigió—. Quiero mi celular de vuelta Dominic.

Domnic tomó un paso intimidante.

—Dime por qué viniste aquí Maria, y lo haré.

Cruzándose de brazos, no iba a permitir que la intimide.

—Te lo dije, fue estúpido.

—Solo se volvió estúpido cuando me viste con otra mujer. —Dominic


le dio una mirada incisiva—. Así que eso significa que tenía que ver con
tus sentimientos… por mí.

Maria le lanzó una mirada helada.

—¿Qué sentimientos?

—Mi padre es el único de tu clase que he visto realmente sin


corazón. —Entrando a la habitación, se colocó a un pie de distancia de
ella—. Lucca de alguna forma ama a Chloe.

—¿Y Cassius? —preguntó Maria con una ceja alzada.

Dom no intentó esconder el hecho que su hermano menor estaba


tocado por la oscuridad.

—Sé que Cassius quiere a Kat, pero no estoy seguro si alguna vez
sentirá amor.

Maria tampoco estaba segura.


Colocando distancia entre ellos, se dio vuelta, tomando asiento al
borde de la cama.

—Bueno, odio tener que decirte esto, pero tenías razón: no tengo
sentimientos.

—Sé que eres capaz de amar. Lo he visto.

Maria volvió la mirada hacia Dom mientras él atrapaba sus ojos


esmeraldas y los sostenía cautivos.

—¿Quieres saber cómo supe que no tenías corazón, princesa? —


Dominic caminó hacia ella—. Observé a una chica de catorce años
observar a su mamá ser enterrada, y ni siquiera derramó una sola
lágrima.

¿Cómo él…? Maria trató de apartar sus ojos, escondiendo su


mentira, pero el enfoque que él tenía en ellos lo hizo imposible.

—Eso no significa nad…

—Lo hace… cuando Lucca lo hizo. —Dominic se colocó al frente de


ella, haciendo que incline su cuello para mirarlo mientras se cernía
sobre ella—. Dime, princesa, ¿cuándo te dijeron que estaba muerta,
siquiera lloraste?

Ese era un secreto que quería esconder del mundo.

Una pequeña Maria había mirado sus zapatos por casi la mitad del
funeral, tratando de parecer triste. En algún momento, cuando una sola
lágrima había corrido por el rabillo del ojo de Lucca antes de
rápidamente limpiarla, había sabido lo muy jodida que ella estaba.
Había una clase de culpa que cargaba por no ser capaz de derramar
una lágrima por su hermosa, muerta madre. Había probado lo
inhumana —no, monstruosa—, que realmente era.

Maria forzó a sus ojos a apartarse, mirando el suelo mientras


susurraba su admisión:

—No. Como dije, tenías razón.

—Eso también pensé. —Dom tomó asiento al lado de ella en la


cama—. Hasta que te vi llorar por Leo.

Ella no dijo nada, continuando mirando los suelos viejos, sin querer
ser recordada de ese horrible día.
—Y Kayne… —continuó él con su voz quebrada.

Maria miró hacia él con extrañeza, preguntándose porqué de


repente había cambiado de idea cuando él le había dicho: Lo que sentías
por Kayne no era amor, princesa.

Poniéndose de pie, ya había tenido suficiente de este juego.

—Dominic, dame mi teléfono, y déjame salir jodidamente de aquí.


Quiero irme ahora.

—No. —Dom se recostó en la cama, acomodándose—. Dije que te


daré de vuelta tu teléfono cuando me digas porqué viniste.

—Bien —dijo simplemente Maria, yendo a buscar algo para noquear


la llave fuera de su lugar. Abrió la puerta para ver un pequeño baño al
lado.

Dominic rápidamente se sentó.

—¿Qué haces?

Agarrando un cepillo de dientes, esperaba que a él le gustara el


sabor a tierra.

—Sé que lo sientes —tanteó él, poniéndose de pie en el marco de la


puerta del baño y bloqueándole la salida—. De lo contrario, no te
hubieras ido después de verme con Bristol.

Furiosa, Maria se agachó debajo de su brazo y se apretujó para


pasar.

—Solo estás jodidamente asustada porque verla conmigo te hizo


darte cuenta que sí tienes sentimientos por mí.

Utilizando el cepillo, rápidamente trató de hacer caer la llave, siendo


forzada a todavía escuchar sus palabras.

—Duele, ¿verdad?

La llave cayó al suelo. Dejando caer el cepillo, recogió la pequeña


vieja llave con manos temblorosas, tratando de lograr colocarla en el
cerrojo.

—Duele ver a la persona que amas con alguien más, y no hay


jodidamente algo que puedas hacer sobre eso.

La llave se deslizó en el cerrojo.


La voz gruesa de Dominic se volvió algo quebrada cuando dijo:

—Pero te prometo esto Maria, lo que sea que te hizo sentir nunca se
comparará con el dolor que me ocasionaste al escoger a Kayne.

Maria se quebró. Dejando ir la llave, violentamente se dio vuelta y


caminó a zancadas hacia Dominic, quien estaba en mitad de la
habitación. Dándole un duro empujón a su pecho, espetó las palabras
como veneno:

—Esperas que sepa jodidamente cómo sentirme cuando tú mismo lo


dijiste: mi corazón está muerto. Cada vez que estoy cerca de ti Dominic,
mi cuerpo me grita que te toque, que te escoja… pero nunca siento una
sola cosa aquí. —Maria colocó una mano temblorosa sobre donde su
corazón debía de estar—. Pero lo hacía con Kayne.

En sus ojos, pudo ver su esperanza convirtiéndose en angustia de


nuevo en un segundo, pero continuó:

—Pero lo que no sabía era que ese pequeño retorcimiento que sentí
en mi helado y muerto corazón me estaba tratando de decir que él no
era el indicado para mí.

Las respiraciones de Maria estaban pesadas al ser forzada a


compartir sus sentimientos que nunca había querido admitir, pero
necesitaba terminar.

—Nunca he hecho nada con mi corazón. Mis entrañas me han


llevado a las decisiones que he hecho en mi vida, y no me he
arrepentido de una jodida sola cosa hasta que llegó Kayne. Así que,
Lucca y tú tenían razón; yo no lo amaba. Pero jodidamente, ¿cómo se
supone que iba a saber eso? —lloró con enojo hacia él.

Dominic la miró de vuelta, sorprendido, sin saber qué decir.

—Volví para decirte lo que debería haber hecho ayer. Decirte que lo
lamento Dominic. Lamento por todo lo que hice para hacerte daño. Por
escoger a Kayne, y especialmente por las cosas horribles que te dije. No
te merecías eso… pero yo tampoco me merezco esto. —Yendo hacia la
puerta del cuarto, giró el cerrojo antes de mirar hacia un sorprendido
Dominic, necesitando decir una última cosa mientras abría la puerta—:
Este juego en el que estamos fue divertido al principio, pero ya he
terminado con ello.
Bajando corriendo las escaleras, yendo a través de la casa, temía
que, si volvía la mirada o Dom la atrapaba, no se iría; y esa la única
cosa que necesitaba hacer.

No estaban haciendo nada más que hacerse daño al otro, y ella


sabía que, si no terminaban pronto, Dominic saldría herido. Cuando
eso sucediera, nunca sería capaz de enfrentarlo de nuevo. Ya era
demasiado difícil mirarlo después de lo que ella había hecho.

Nunca iba a perdonarse por escoger a Kayne. No porque Kayne la


había herido al engañarla, sino porque ella había herido a Dominic.

Entrando a la sala de estar, vio a un Matthias vestido.

—¿Quieres ver a Angel?

Matthias asintió.

—Entonces trae tus llaves ahora y vamos —le dijo Maria, abriendo
la puerta principal.

Matthias no esperó ni un segundo, encontrándola en el auto con las


llaves en la mano.

Entrando al auto, tomó una larga y profunda respiración mientras


el alivio la bañaba. Mientras las grandes emociones trataban de
explotar a través de sus entrañas heladas, como el día en que Leo había
sido herido, se sintió al borde de una explosión después de los eventos
del día.

Poniendo la llave en el encendido, Matthias condujo en reversa,


sabiendo que estaba desafiando las órdenes de Dom.

Maria observó a Dominic aparecer en la puerta principal,


observándola irse.

—No lo mereces —le dijo Matthias, cambiando el control de cambios


para empezar a conducir.

Alejando la mirada de Dominic, no pudo ver su angustia por más


tiempo.

—Por qué crees que me estoy yendo.


32
No nos metemos con una cosa: los fantasmas

D
iablos, puedes bajar la velocidad? —Maria se aferró al oh-
mierda agarre en el auto, sus uñas largas y en forma de
almendra arañando su palma por sostenerse con tanta
fuerza—. Puede que tengas un deseo de muerte, pero personalmente,
me gusta vivir.

Matthias le lanzó una mirada caliente, antes de ajustar la velocidad


justo por encima del límite legal.

Liberando su agarre mortal, Maria le dejó saber que no se había


perdido la mirada que él le había dado.

—Deja de actuar tan sorprendido de haberte descubierto. No eres tan


difícil de leer como crees. A todos los que Angel y tú engañan, son
tontos.

Aferrándose al volante, la mandíbula de Matthias se flexionó. Su voz


fue suave cuando habló y Maria ya no vio la máscara que usualmente él
ponía alrededor de ella.

—No me conoces.

Sé que no puedes dormir por las noches, y obviamente no temes a la


oscuridad, ya que tu habitación estaba completamente negra, lo que
significa que tu miedo está en tus sueños. Eres codependiente de tu
gemelo y te has deteriorado desde que Angel se fue. Así que mi
suposición es que, de lo que sea que temas, Angel te protegía. Así como
te ha protegido toda tu vida al permitir que todos crean que él era el
gemelo más débil cuando, de hecho, lo eras tú todo este tiempo. —
Maria lo miró con lástima—. ¿Cómo lo hice?

Matthias continuó mirando la pista, la tristeza en sus ojos grises


visible.

—Realmente eres una perra con corazón de hielo, ¿verdad?


Sin ofenderse por el golpe, respondió lo que claramente estaba
pensando: ¿Cómo lo supo?

—La gente usualmente confunde a los callados con ser débiles,


cuando son aquellos que son los más ruidosos y parecen ser los más
felices los que están tratando de sobre compensar. —Maria quitó su
mirada de un triste Matthias para mirar por la ventana hacia su
alrededor—. He tenido que esconder mi maldad, tú escondes tu
depresión.

Hubo silencio durante varios y largos momentos, antes que Matthias


finalmente hablara:

—¿Y ya no tratas de esconder eso?

Maria sabía que era una pregunta, que honestamente estaba curioso.
Estaba claro que estaba intentando encontrar una respuesta para
ayudarse a sí mismo. Ella le dijo la verdad:

—No, ya no.

—¿Por qué?

—La única razón por la que lo hice fue porque tenía que hacerlo. La
gente teme a aquellos como yo, y deberían. Tú, por otro lado, temes a la
gente que descubra quién eres realmente porque temes ser juzgado y
ser tratado diferente. —Maria enfocó sus ojos esmeraldas con fiereza en
aquellos grises rotos—. No todos nacen con un escudo, Matthias. Ser
débil solo es una mala cosa cuando eres demasiado terco para pedir
ayuda.

Teniendo que girar la mirada hacia la pista, su silencio dijo cientos de


palabras.

—No es tu culpa, sabes. —Ella comenzó a sentirse extrañamente por


él de nuevo. Con miedo de haber sido demasiado dura, sintió la
necesidad de hacerlo sentirse mejor—. Es el estigma de la sociedad
creada que lo hace difícil para ti.

El continuo silencio de Matthias hizo claro que no estaba listo para


hablar de ello, así que Maria se rindió por el momento. Sabía dónde
encontrarla cuando estuviera listo.

—Baja la velocidad —dijo Maria, mirando por la ventana. No había


estado mucho en Blue Park, pero no recordaba haber visto antes esas
rejas—. Detén el auto.
—¿Aquí? —Matthias la miró como si estuviera jodidamente loca pero
aun así se estacionó—. ¿Por qué…?

Maria salió del auto, tomando unos cuantos pasos hacia las enormes
rejas cubiertas de vides que tenían la letra B escritas en ellas en hierro.
Podías decir que el color era por la cantidad de años de tierra que había
manchado la cursiva letra.

—Yo no iría más lejos… —advirtió Matthias detrás de ella, tomando


asiento en el capot de su auto.

—¿Por qué? —preguntó ella, sin girar para mirarlo, en su lugar,


tratando de mirar a través de las vides.

Podía ver el largo aparcamiento y la vieja y crecida fuente de piedra


que ya no escupía agua. Más allá, al final del aparcamiento, vio la
enorme y brillante casa que había sido construida.

—Porque está maldita.

Maria miró el hogar gris acercarse durante otro segundo antes de


girarse para sentarse al lado de Matthias.

—¿Y crees eso?

—Quiero decir, se ve jodidamente espeluznante para mí —le dijo él—.


¿Qué? ¿Nunca has escuchado la historia de Blue Manor?

Sacudiendo la cabeza, continuó mirando la casa que yacía justo ante


la línea que separaba Blue Park de Ciudad de Kansas. Un par de
segundos más en ese auto, y hubiera estado en territorio Caruso.

—La historia dice que la última familia que vivió ahí fue brutalmente
asesinada una noche por un hombre que entró a robar un camión de
dinero en el que fue construida la casa. Algunos creen que el asesino
tuvo éxito y otros creen que nunca lo encontró. Pero la leyenda es que,
cualquiera que entra para tratar de encontrar el dinero nunca sale vivo,
porque los fantasmas de la familia asesinada lo están cuidando.

Maria curiosamente miró al pedazo de espeluznante casa que podía


ver.

—¿Conoces a alguien que haya entrado?

—Diablos, no. —Matthias continuó mirándola, preguntándose si


estaban mirando el mismo lugar—. Nadie en Blue Park es
suficientemente tonto para intentarlo.
Maria llevó su mirada hacia Matthias.

—Entonces, ¿me estás diciendo que todo Blue Park teme esta pequeña
historia de fantasmas? —La mayoría de los criminales más duros de
Ciudad de Kansas venían de aquí.

—Sí —le dijo él—. Hemos sido desensibilizados de muchas cosas desde
que nacimos: armas, asesinatos, drogas; pero, no nos metemos con una
cosa: los fantasmas. Esa mierda es para los ricos y tontos.

Maria lo fulminó con la mirada.

—Solo porque no crea en fantasmas no me hace estúpida.

Él ondeó una mano hacia la reja.

—Entonces, adelante.

Maria volvió a mirar a través de la reja de vides, pero no se puso de


pie.

—Entonces, ¿podemos irnos ahora? —Matthias saltó fuera del capot,


volviendo a la puerta de lado del conductor, sin esperar una
respuesta—. Este lugar me da escalofríos.

—Aw… pobre bebé. —Maria pretendió llorar por él mientras saltaba


fuera del capot para ir a su lado—. La única casa que me da escalofríos
es en la que ustedes viven. —La habitación de Dominic todavía no iba
bien con ella.

Matthias abrió de golpe su puerta. Con una expresión seria, le recordó


que él era quien tenía que vivir allí.

—Dímelo a mí.
33
La hendidura que esperaba estuviera allí

M
aria se sentó en el sofá en el ático de la familia Caruso,
observando la televisión silenciosamente reproducirse al
lado de un durmiente Leo. Había estado allí, demasiado
temerosa de levantarse, ya que podría despertarlo, pero no le
importaba. Le gustaba ver dormir a Leo. Se preocupaba cuando estaba
despierto.

Dormir era el único escape de Leo de su reflejo.

Escuchando un toque en la puerta, Maria rápidamente, pero


suavemente se puso de pie, por suerte sin despertar a su hermano.
Mirando a través de la mirilla, se colocó al otro lado de la puerta,
esperando que simplemente se vaya.

Cuando vio que su puño se retiró para tocar otra vez, Maria
urgentemente abrió la puerta.

—Shh… Leo está durmiendo.

—De acuerdo, Jesús. —Dominic la miró como si fuera una loca


madre primeriza que no había tenido paz en semanas, pero no se
atrevió a hablar más que en un susurro—. Te fuiste sin tu celular, y
quería devolvértelo.

—Lo sé —dijo Maria con dientes apretados, observándolo sacarlo de


su bolsillo. Se movió para arrancarle el dispositivo de su mano—. Envié
a alguien para que…

—Y le dije que se joda —dijo Dominic, sin permitir que lo quite de su


agarre.

—¿Le dijiste a Vincent que se joda? —preguntó ella curiosamente


con una sonrisa, olvidándose de su celular por un segundo.

—Sí, es un pequeño imbécil. —Dom dejó en claro lo que pensaba del


pequeño soldado Caruso—. ¿Siempre es así?
—¿Por qué crees que lo envié a él? —Maria finalmente le arrebató el
teléfono de la mano.

Dominic la fulminó con la mirada.

—Tienes suerte de no haberlo matado, Maria.

—Sabía que ese era el peor escenario, sin embargo, es lo que


esperaba. —Maria le dio una mirada de desaprobación antes de
empezar a cerrar la puerta.

Con una pulgada antes de cerrarse, Dom la detuvo al colocar su pie


en el hueco pendiente.

—Él se veía familiar… —Pensó un segundo antes que finalmente


hiciera clic—. ¡Enviaste al hijo del consejero Caruso a mi casa! —
susurró con rudeza Dominic—. ¿Estás jodidamente loca? Si hubiera
siquiera puesto una mano en ese chico, como quería, mi trasero…

—Oh, deja de ser tan dramático. —Maria lo silenció con sus ojos en
blanco—. No solo me hubieras hecho un favor de nunca más tener que
escucharlo, sino que también le hubieras hecho uno a Lucca.

—Eres psicótica. Lo sabes, ¿verdad? —dijo Dom, mirándola.

—Lo sé. —Maria fue a cerrar la puerta de nuevo, pero esta vez
Dominic la detuvo con su mano—. ¿Puedo ayudarte?

—Vine a darte tu teléfono esta mañana, pero no estabas aquí.


Hubiera venido anoche, pero pensé que necesitabas espacio.

Maria tomó una respiración, tratando de ser educada por un


segundo.

—Estaba en el hospital. Le dieron de alta a Leo hoy. —De acuerdo,


suficiente tiempo—. Y finalmente está dormido ahora. Así que, ¿si no te
importa? Adiós.

Dominic no le permitió volver a cerrar la puerta.

—Cuál diablos es tu prob…

—Princesa, tienes dos opciones. Opción uno: me dejas entrar así


podemos hablar silenciosamente. —Dominic la fulminó con la mirada—.
U, opción dos: me quedo aquí afuera toda la noche… no tan
silenciosamente.
Maria entrecerró los ojos en pequeñas aberturas que le decía a él
toda jodida maldición que pensaba de él: imbécil, hijo de puta, cabeza de
pene y…

—¡Bien! —gruñó—. Pero sé discreto.

—Sin problemas. —Dominic entró y pasó de ella, dejándola saber


que, si hubiera querido entrar al principio de la conversación, lo
hubiera hecho.

¡Perro! Terminó su último pensamiento mientras silenciosamente


cerraba la puerta detrás de él.

Entrando a la sala de estar que él mismo se presentó, Maria vio la


preocupación de Dominic sobre un durmiente Leo.

—¿Estará bien?

—Físicamente, sí —respondió ella con un poco de tristeza en su voz.

Subiendo por las escaleras de vidrio, le hizo un gesto cuando él


todavía no se había movido de su lugar.

—Vamos.

Mirándolo por otro segundo, Dominic entonces siguió detrás a


Maria, a través del ático y hacia una habitación que obviamente era
suya. Las sábanas de champán de seda y cortinas del mismo color —
brillantes, y del suelo al techo—, estaban obviamente por extravagancia
y no por modestia ya que las luces de la ciudad tintineaban abajo.

—Guau —articuló Dominic, yendo a la ventana y bajando la mirada


hacia la mejor vista de todo Ciudad de Kansas.

Maria lo había observado curiosamente durante un segundo. Era


una vista que veía casi todos los días y todavía la sorprendía. Pero
observar a alguien más experimentarlo por primera vez tiró de sus
labios en una sonrisa.

Después de dejar su celular, lentamente caminó al lado de él, sus


ojos color esmeralda no yendo a la ciudad sino a su rostro. Le gustaba
la forma en que los colores bailaban en sus rasgos bronceados, cómo la
luz se movía a través de su pelo marrón, y en su mayoría, cómo el verde
en sus ojos color avellana brillaba. Dominic era más que guapo… era
hermoso. La vida que llevaba lo hacía parecer rudo, y la llena pero corta
barba, junto con su abrigo y manos tatuadas solo lo hacían emanar
mucho más de esa apariencia no-jodas-conmigo. Pero la mirada seria
que constantemente tenía en sus ojos y cejas que ocasionaba que dos
líneas se formen en sus cejas, todo desaparecía cuando se relajaba…
como estaba ahora mismo.

Debajo de todo, si Dominic hubiera nacido afuera de esta ciudad y


del mundo de la mafia, hubiera estado detrás de una cámara o en una
pasarela, al igual que ella lo hubiera estado. Ambos podrían haberse
visto como modelos, pero solo Maria obtuvo la lujuria de seguirlo. El
dinero con el que creció, y el tiempo infinito de no tener que trabajar, le
daba cosas que quería hacer para ser la mujer más bonita de Ciudad de
Kansas. Nunca había visto a Dominic en una chaqueta diferente de la
que usaba ahora, y todavía era el hombre más caliente en la ciudad.

—Una cosa sobre ustedes, los Caruso… —Dominic se estiró,


tocando el vidrio con la punta de su dedo mientras miraba a los otros
altos edificios alrededor—, sin duda son jodidamente valientes.

Sonriendo, ella movió sus ojos hacia sus mejillas. Cuidadosamente,


las estudió, tratando de encontrar la hendidura que rogaba estuviera
allí de sus sueños. Si los hoyuelos estaban allí, solo solidificaba su
belleza.

—Son a prueba de balas. Todos ustedes. Tan valientes e


inteligentes. —Dejó caer su dedo del vidrio, finalmente apartando la
mirada de la ciudad y de ella—. Lamento haberte puesto a través del
infierno ayer.

La completa disculpa que se deslizó de su boca la sorprendió por un


momento.

—Está bien —le aseguró.

—Y realmente lamento que Cass haya lanzado tus tacones. Yo…

—No te enojaste con él, ¿verdad? —preguntó ella antes que pueda
terminar. Dom parecía suficientemente enojado cuando Cassius la
había llevado a verlo al restaurante.

Él la miró con extrañeza, viendo la preocupación en sus ojos si


había castigado a Cassius o no.

—No, no lo hice —la tranquilizó, antes que un fuego se iluminara en


sus ojos—. Pero debería haberlo hecho. Me gustaban aquellos. Eran
nuevos, ¿no?
—Sí. —Maria se rio—. Y bien, porque Cassius realmente estaba
tratando de ayudarte, sabes.

—Sí, me lo dijo. —Dominic volvió a mirar a la ciudad, sabiendo que


se refería a forzarla a sentir el dolor que le había causado a él—. Pero no
hubiera querido que veas eso, o sientas nada cercano al dolor que yo
sentí. Solo quería que entendieras mi dolor, pero nunca querría herirte
así.

La garganta de Maria de repente se sintió apretada.

—Pero Cassius tenía razón; nunca hubiera entendido sin verte con
ella. Ella es bastante…

—No hables así —demandó él.

—¿Cómo así? —Maria estaba confundida—. Quise decir en serio lo


que dije. Ella es muy bonita.

—Sé que lo hiciste. —Dominic no creyó que estaba tratando de ser


maliciosa de ninguna forma, sabiendo que su código de chica iba más
allá. Tomando un paso más cerca de ella, colocó su dedo tatuado en su
apuntado y pequeño mentón y lo levantó—. Pero no quiero que hables
de mí gustándome a otra mujer, nunca.

Maria alzó una ceja.

—¿No te gusta ella?

Sacudió la cabeza, mirando hacia sus ojos enjoyados.

—No.

—¿Qué tiene de malo ella? —Maria alzó la mirada hacia él,


pareciendo ofendida—. Es hermosa.

Los ojos de Dominic cayeron en sus labios.

—Ella no eres tú, princesa.

Su admisión hizo que su estómago salte, pero Maria no pudo evitar


susurrar lo obvio:

—Pero está enamorada de ti…

Viendo que necesitaba escuchar la historia y sin querer guardar


secretos, dejó que su dedo caiga de su mentón mientras comenzaba a
decir:
—Bristol y yo fuimos a la escuela juntos toda nuestra vida, y ella no
solo era mi única amiga en la escuela, sino en todo Blue Park. Cuando
me di cuenta que tenía sentimientos por mí, debí haberla alejado, pero
yo… no pude. No tenía a nadie más, y Bristol me hacía sentir como si
yo fuera un chico normal cuando le hablaba. No quería perder eso y la
única amiga que tenía. Así que la rechacé una y otra vez, y
egoístamente tuve que observarla romperse cada vez que lo hacía. Te
juro que, en toda nuestra amistad, nunca la besé o le di una señal que
la hiciera pensar que éramos más que amigos. Podrías preguntarle tú
misma, y te lo dirá. Pero…

Dominic se aclaró la garganta, teniendo que apartar su mirada y


mirar hacia la ciudad debajo.

—Tú eres la única que escogió a Kayne sobre mí.

Inmediatamente el estómago de Maria se hundió. La historia que él


le estaba cotando para darle paz mental, ahora estaba dando un giro.

—Todos crecimos en Blue Park, Kayne, y yo nunca nos llevamos


bien en la escuela. Hay múltiples razones, pero en su mayoría se trató
de nuestros padres. Pero Bristol comenzó a salir con Kayne en el último
año; supe que lo había hecho al principio para ponerme celoso, con la
esperanza que eso me hiciera darme cuenta que la amaba. Pero Kayne
había salido con ella por la misma razón... Bristol no era de su tipo. Él
quería cosas fáciles y disponibles durante toda la secundaria. La usó de
la misma forma en que ella lo usó. La única diferencia era que… —
Dominic miró con tristeza a los ojos de Maria—, Bristol se enamoró de
al final.

Tragando la bilis que comenzaba a elevarse desde la punta de su


estómago, Maria se dio cuenta de su parte en permitir que la historia se
repita diez años después.

Dominic tenía razón: Kayne nunca había cambiado de ser el chico


que había crecido en Blue Park. Solo se había convertido en un hombre
de Blue Park en su lugar.

—¿P-por qué me estás contando esto? —preguntó ella, sintiendo el


último “pero”. Sabía que Dominic ya no quería herirla o culparla por
escoger a Kayne, ¿entonces, por qué me está contando esto?

—Porque, Bristol tiene un hijo…


—Oh —jadeó Maria—. ¿Y me imagino que tiene cerca de nueve o
diez años?

Dominic asintió solemnemente.

—Solo no quería que te enteraras y no lo sepas de mí.

—De acuerdo. —Ella asintió—. Gracias por decírmelo.

—Si te hace sentir mejor, Kayne no sab…

—Está bien —le dijo de nuevo Maria.

Dom alzó una ceja.

—¿No te molesta…?

—No —le dijo ella con la verdad, sus propias palabras


sorprendiéndola. Ese pedazo dentro de ella que pensaba que había
amado a Kayne murió al segundo en que había descubierto que le había
mentido. Cualquier cosa que sentía desde entonces, eran réplicas. En
su mayoría, la furia que sostenía contra él por utilizarla—. No lo hace.

—De acuerdo. —Dominic levantó su mentón una vez más con su


dedo tatuado solo que esta vez, sonrió.

Santa… mierda.
34
“Amor Cerebral”, Parte Dos

—¿ Qué? —preguntó Dominic, todavía mirándola con esa sonrisa


que hacía que su estómago revolotee.

Aparentemente su santa mierda no había sido dicha en su cabeza.

—T-tú tienes hoyuelos…

—Lo sé. —Se rio, levantando más su mentón. A Dominic le gustaba


ver su largo cuello estirado hacia él—. Siento que debería estar ofendido
que no lo hayas notado antes.

—Creo que nunca antes sonreíste para mí —le dijo ella sin aliento.
Levantando su mano, dejó que la palma de sus dedos frote gentilmente
y se hunda en su perfecta hendidura—. Esto puede que suene muy
extraño Dominic, pero creo que soñé contigo. —Maria no pudo creer su
admisión hasta que fue demasiado tarde. Lo único que la salvó fueron
las siguientes palabras que pasaron por los labios de Dominic.

Colocando su frente contra la de ella, su respiración era pesada


cuando dijo:

—Oh, princesa, yo también.

Dejando que sus dedos vayan de su mejilla a su nuca, dejó que su


mano acaricie su grueso pelo hasta que puedo sostenerlo cuando él no
la dejó buscar sus labios. La voz de Maria salió frustrada cuando dijo:

—Esta es la parte donde me besas.

—No. —Dominic sonrió más, haciendo que sus hoyuelos se


marquen más—. Esta es la parte donde tú me ruegas que te bese.

La boca de Maria cayó abierta, comenzando a apartarse.

—¿Disculpa?

Riéndose, él apretó más su agarre al tomar su espalda baja, tirando


de ella contra su cuerpo y sin dejarla ir a ninguna parte. Entonces
Dominic inclinó su mentón a un lado antes que hiciera a un lado su
cabeza hacia ella contra su cuello expuesto. Dejó que sus labios viajen
de la base a lo alto, su aliento caliente tentando la piel sensible
mientras decía:

—Me prometí a mí mismo que solo te besaría después que me dieras


permiso.

La cabeza de Maria ligeramente cayó hacia atrás, disfrutando


jodidamente lo que sea que él le estaba haciendo. Todo quemaba como
el aroma que él llevaba, y desesperadamente quería que Dominic lo
finalice.

—Bueno, en caso que no hayas entendido, ésta soy yo dándote


permiso.

—Lo sé.

Él inclinó su cabeza al otro lado con un dedo, pero esta vez cuando
bajó hacia su carne necesitada, no le dio la misma atención que al otro
lado. Lentamente lamió la parte de su cuello que no había sido capaz de
resistir, luego chupó la carne húmeda entre sus labios.

—Pero ahora quiero escucharte cuando ruegas.

Nunc…

Dominic repitió el mismo gesto, ahora más arriba en su cuello,


haciendo estremecer a la princesa de hielo y convertirla en una piscina
en sus brazos.

—¡Por favor! —lloró.

Presionando sus labios en su cuello que ahora brillaba, sonrió.

—Por favor, ¿qué?

—Por favor, bésame —rogó, pasando su lengua sobre sus deseosos


labios para suavizarlos—. Por favor.

Dominic de repente le agarró de la parte trasera de su cabeza,


protegiendo su cabeza mientras los empujaba contra la fuerte ventana
de vidrio.

La acción de golpear el vidrio no fue lo que le quitó el aliento, ya que


tomaría mucho para quebrarla. Era Dominic. La necesidad y deseo que
mostraba por ella ya le decía que no planeaba ser tierno. Eso es lo que
le hizo incapaz de respirar bien antes que sus labios golpeen los suyos.

Este no era un primer beso tierno entre dos amantes; este era un
beso violento que solo terminaba con el otro tomando tu alma.

No era de extrañar que Dominic no la besara sin permiso. Estaba


claro que creía que estaban destinados a estar juntos, y era como si
predijera que esto sucedería. Maria, sin embargo, realmente deseaba
que él hubiera empezado esto. Le hubiera ahorrado un montón de
problemas.

Dejando que su lengua se hunda en su boca caliente, el fuego en su


panza se hizo más profundo cuando chupó salvajemente, capturándolo
ahí para cuidarlo para siempre, si así lo quería.

Maria corrió sus manos por su pecho. Sin importarle una mierda
que solo hubieran compartido su primer beso, rápidamente le quitó la
chaqueta, dejándola caer al suelo. Dominic la besó más profundo, su
lengua tomando un clavado en su boca.

Repagándole el favor, porque era buena por supuesto, Maria lo


imitó, chupando su lengua gruesa en su boca. No fue tan gentil con sus
dientes como él había sido.

Ambos claramente habían decidido a la mierda en ese momento.


Follarían con sus ropas puestas, más tarde sin las mismas. Ambos
estaban en un punto de necesidad, incapaces de esperar más para
apagar el fuego que había comenzado a sellar sus almas como una sola.

Maria estiró sus manos estilizadas en sus pantalones,


desabotonándolos. Estaba a un segundo de ver la escena de su sueño
hacerle realidad mientras sus ojos hambrientos esperaban ansiosos a
que su pene saltara fuera…

Sus ojos de repente se cerraron de golpe cuando un dedo medio


calloso se deslizó entre sus pliegues.

Él había encontrado nada debajo del pantalón corto de seda que


llevaba, descubriéndola más que mojada de deseo.

Maria abrió los ojos cuando su dedo la abandonó.

Ella pensó que Dominic ya había alcanzado el pentáculo de


calentura, pero entonces lo observó deslizar su dedo medio en su boca,
chupando sus jugos en un segundo satisfactorio.
—Dime princesa… —Lamiendo lo último que quedaba, el
comportamiento sexy de Dominic hubiera sido aterrador para los
débiles—, ¿cómo iba tu sueño?

Una cosa era segura…

Tomando su mano, llevó su dedo medio a sus labios antes de


chupar su dedo largo hasta la parte de atrás de su garganta con un
sello apretado que había creado mientras lentamente lo sacaba de su
boca.

… Maria finalmente había encontrado su igual.

Al principio, Dom estaba sorprendido mientras observaba su actuar,


pero entonces deseo quemó en sus ojos color avellana, hasta ser como
brasas, cuando su dedo húmedo golpeó el aire helado. Capturando sus
labios entre los suyos de nuevo, quería que vea lo lista que estaba la
princesa para él cuando deslizó dos dedos profundamente en su vagina.

El sonido que escapó de la boca de Maria fue entre un chillido y un


grito mientras todo su cuerpo se tensaba.

Inmediatamente, Dominic quitó sus dedos, retrocediendo un paso.

—Lo lamento, no quise…

—Está bien. —El cuerpo de Maria y su voz gritaron para que él


vuelva a ella—. No me hiciste daño.

Era una mentira obvia que Dom no creyó, habiendo escuchado y


sentido su reacción.

Una mirada extraña y sentimiento lo bañó.

—Maria, tú nunca…

—Lo he hecho —mintió de nuevo Maria.

Cerró la poca distancia que él había puesto entre ellos, poniéndose


de puntas de pie para besarlo mientras envolvía sus brazos alrededor de
su cuello. Trató de regresar en donde se habían quedado. Tenia altas
esperanzas de su Amor Cerebral, parte dos.

Agarrando sus brazos, Dom bajó sus manos de su nuca.

—Estás mintiendo.

—No, yo no…
—Detente Maria —demandó. Confusión golpeó cada parte de su
rostro—. Pensé que Kayne y tú… —Dom no pudo terminar la oración.

—No. —Maria se cruzó de brazos incómoda. No había querido ser


recordada del hombre que previamente había estado presente, pero
ahora no pudo evitar comparar a los dos, viendo las diferencias entre
ellos, especialmente sus besos.

Kayne la besaba tiernamente; Dominic no. Su propio cuerpo


reaccionaba diferente a los dos hombres. Cualquier fuego que Kayne
Evans le había puesto podía estarse extinguiendo; el fuego de Dominic
Luciano, sin embargo, no podía. Pero exactamente no quería ser
recordada de su ex amante muerto en este punto, y sin duda no así.

—Asumiste.

—Maria, no me importa una mierda lo que hayas hecho con él o con


cualquier otro, si se trata de eso. No es ahí a donde quiero llegar —le
dijo Dom de manera honesta. Suavizándose, gentilmente desenvolvió
sus brazos cruzados, tomando sus manos entre las suyas y frotando su
palma con su pulgar—. Simplemente no sabía que nunca habías estado
con nadie… simplemente no entiendo por qué mentirías sobre algo
como eso.

En verdad, Maria no había sabido que sería jodidamente obvio, o


que dolería en esa forma. Había esperado que se sienta incómodo al
principio, pero la forma en que Dominic había enterrado sus dedos en
ella fue lo que la tuvo chillando en sorpresa antes de poder evitar su
dolor. Desafortunadamente, ser una princesa de hielo derretía su hielo
en más de una forma. No fue hasta Kayne que comenzó a debilitarse, y
ahora Dominic la dejaba ardiendo.

Podía decir que él inmediatamente se arrepintió y se sentía


responsable por ocasionarle cualquier dolor sin revisar lo que ella podía
soportar, pero Maria no lo culpaba. Ambos querían urgentemente lo
mismo, y no era como si ella hubiera planeado poner tiernos besos de
mariposa en su pene tampoco.

—Solo mentí… —Maria buscó sus labios, besándolo, queriendo


volver a lo que habían estado haciendo, su cuerpo todavía muy en
jodida necesidad—, porque no quería que te detuvieras.

Dominic besó con fuerza sus labios durante varios minutos, luego
se obligó a retirarse.
—Princesa, tienes que parar.

—No, no lo tengo que hacer. —Sonrió, tomando sus labios de nuevo.


Logró poner su lengua a mitad de su garganta de nuevo cuando él se
apartó… otra vez—. ¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó con
frustración, sabiendo que sus juegos ya habían acabado hace mucho, y
si no lo habían hecho, esto estaba más allá de ser cruel—. ¿Por qué
diablos descubrir que soy virgen cambia todo?

Dominic miró fijamente sus ojos enjoyados.

—Cambia todo.

—No, no lo hace. —Ella se alejó de él.

Viendo que se estaba enojando, él le permitió ver su propia


frustración.

—No creas que no lo deseo. Porque, confía en mí princesa, lo hago.

—Entonces, ¿cuál es el problema? Porque, hace cinco segundos,


estaba perfectamente bien para follar.

—Observé a mi papá menospreciar, golpear, e incluso asesinar a las


mujeres que llevaron a sus hijos no nacidos. Odiaba a las mujeres
porque malinterpretaba su bondad con debilidad, y tener opinión
significaba ser perra. —Dominic la miró con orgullo y rio—. Te hubiera
odiado.

Maria se quedó estupefacta mientras continuaba escuchando.

—Él no quería hijas mujeres, y la única razón por la que Kat está
aquí hoy es porque él hubiera perdido a su mejor soldado si no me
hubiera dejado cuidar de ella. Hice lo mejor que pude para protegerla y
cuidarla, igual que con mis hermanos. Pero, ¿sabes por qué nunca
pretendí creer que podía tener una relación con Bristol, o con alguna
mujer?

Maria no respondió, su silencio era la única respuesta que le


permitía saber que podía contarle.

—Hubiera preferido estar solo hasta dar mi último aliento, nunca


haber amado, que forzar a alguien a la vida a la que yo fui forzado a
llevar. Esta no es la vida que hubiera escogido Maria, pero es el camino
que me dieron, y comencé a caminarlo para corregir los errores de mi
padre. —Los ojos color avellana de Dominic de repente brillaron,
revelando al hombre que se había convertido en el jefe Luciano por una
razón—. Pero ahora lo camino porque soy bueno en ello. Me he vuelto
adicto a ello. El peligro, el poder… —Su voz tentadora se quebró un
momento, mostrando lo adicto que era—. Todo ello.

»Y es por eso que me juré a mí mismo que nunca sometería a nadie


a esta vida, porque tenías razón cuando me dijiste que yo era peor que
mi padre. Lucifer hizo las cosas que hizo porque nació enfermo. Creo
que yo hice las cosas que he hecho porque mi vida y la de mi familia
dependía de ello. Ahora que se ha ido, no estoy seguro de eso. No puedo
alejarme de esta vida, y nunca lo haré. Pero nunca me perdonaré si
hiere a la mujer que amo.

Maria observó su mano tatuada estirarse hacia ella. Dejándole


tomar su mano, estudió sus tatuados y ásperos dedos, entrelazándolos
con los suyos, delgados y estilizados.

—Entonces te conocí a ti… y no creo que tú estando conmigo vaya a


cambiar mucho de tu vida, Maria Caruso. —Dominic miró sus dedos
entrelazados, viendo lo opuestos que se veían, no solo por fuera, sino
por la sangre debajo—. Pero mi vida lo hará.

—Entonces… —Maria lentamente movió su mirada de donde


estaban atados, hacia su cuerpo, hasta que llegó a sus ojos—. ¿Por qué
exactamente no vas a follarme ahora mismo?

Dominic sonrió ante su necesidad primero, pero rápidamente


desapareció, mostrándole lo serio que estaba.

—Porque estoy enamorado de ti princesa… —Tomando la mano que


sostenía, la llevó a sus labios, colocando un ligero beso en la palma de
su suave carne—, y quiero que te cases conmigo.

Yo…

La mente de Maria quedó en blanco, nunca había pensado que oiría


aquellas palabras en su vida. Incluso había creído que lo había
escuchado mal, que Dominic posiblemente no…

—Hablas en serio, ¿no?

—Sí.

Una parte de Maria de hecho se sintió mal por hacer esto…


—Dominic, no puedo casarme contigo. —Alejando su mano,
necesitaba dejar esto en claro—. Está bien si crees en el matrimonio,
pero yo no. Me probé aquellos vestidos de boda por una razón; porque
nunca creí que querría pasar el resto de mi vida con alguien, y porque
incluso si lo querría, nunca lo haría. Para mí, ponerme de pie en una
iglesia y libremente entregarme a un hombre, no es algo que diga sea
romántico. Pensé que tú de todas las personas, entenderías.

—No me quiero casar contigo por las razones que mi hermana tuvo
para casarse con Drago. —Dominic fue rápido en entender a qué se
refería ella con el último comentario—. El motivo por el que me quiero
casar contigo no tiene nada que ver con tus apellidos, y tiene todo que
ver sobre cómo me siento por ti.

—De nuevo… —La mente y cuerpo de Maria se estaban


confundiendo incluso más—, ¿exactamente qué tiene que ver eso con
nosotros teniendo sexo?

—Porque puede que vaya al infierno princesa, pero nunca haría


nada para llevarte conmigo.

—No solo estoy insegura si creo en el cielo y en el infierno, pero sin


duda no creo que tener sexo antes del matrimonio no te haga valer para
ir ahí, incluso si es real.

Eso enojó a Maria. La virginidad era una noción creada por el


hombre que no le pertenecía, y si lo hacía, ¿no era irónico cómo el
cuerpo de una mujer daba una señal clara y la del hombre no? Si el
cielo y el infierno existían, entonces Maria creía que Dios
desafortunadamente era un hombre por esa simple razón.

—Vamos, no quise decirlo así. —Dominic trató de que entendiera de


dónde venía él—. Puede que no creas en el cielo y el infierno, Maria,
pero yo sí. Nunca me hubiera permitido tocarte si hubiera creído que
eras virgen. Realmente no creo que te merezco por las cosas que he
hecho en mi vida, y no permitiré que mis crímenes te manchen.

—¿Mancharme? —susurró. Dominic era un hombre confiado, pero


podía ver que él no sostenía parte de sí mismo con alta estima. Todo de
ello comenzaba a tener sentido—. Dominic, yo no… —Buscó la palabra
correcta, pero simplemente dijo—: soy buena. —Maria forzó a sus
poderosos ojos que sostenían demonios atrás, a que se enfoquen en
ella—. Lo sabes, ¿verdad?
Él levantó su mano para permitir que sus nudillos tatuados
acaricien ligeramente su alta mejilla.

—Lo eres Maria.

—No lo soy —le aseguró ella—. No hay nada que hayas hecho que
me sorprendería, menos preocuparía. Puedes creer que mi cuerpo es
puro, pero no lo es. No solo me he quedado quieta y observado suceder
cosas horribles, también he hecho cosas horribles.

—Princesa, no te daré mis pecados.

—De acuerdo. —Maria tomó un paso sofocante hacia adelante así


podía cernir sus caderas sobre las de él. Su respiración cálida prometía
un beso que los enviaría de rodillas por sus palabras—. Entonces
hagamos uno juntos.

—Esa no es la única razón, sabes… —Dominic ligeramente deslizó


su mano por su muslo expuesto, hacia su cintura, sobre un seno hasta
que finalmente alcanzó su cuello, colocando su mano suavemente en la
base de su garganta, dijo—: Si me caso contigo antes de follarte,
entonces nunca lo harás.

Discúlpame…

Cuando ella estuvo por apartarse, él ligeramente apretó su agarre en


su cuello, manteniéndola en su lugar.

—Ahora mismo, me quieres por una y simple razón: puedo darte


algo que nunca has obtenido antes princesa, y confía en mí, yo también
lo deseo, pero también quiero un para siempre contigo.

—Entonces, ¿me estás chantajeando para que me case contigo? —


preguntó con una ceja alzada, queriendo odiar al hombre que estaba de
pie ante ella, con todo su ser gritando en dolor por él.

—Mmm… —murmuró curiosamente—. ¿Juzgarías a una mujer por


querer esperar hasta el matrimonio?

—No. —Lo miró con curiosidad y una sonrisa, ya sabiendo la


respuesta—. Pero eres virgen, ¿Dominic Luciano?

Dam la miró con fiereza, dejándole saber que no era ningún ángel.

—No.

—Entonces estamos bien.


Maria intentó besarlo de nuevo, pero él la detuvo. Todavía
sexualmente frutada con el hombre que la había puesto en esta
posición y quién había estado perfectamente bien con ello antes de
descubrir que nunca había sido tocada de esa forma, su voz estaba
entre la desesperación, el ruego, y el enojo cuando dijo:

—No me importa mi virginidad, Dominic.

Recogiendo su chaqueta del suelo, Dominic comenzó a retirarse.

—Quizás a ti no Maria, pero a mí sí.


35
Tu elección Maria

—¿Necesitas ayuda?

—Tengo…

M aria fue callada cuando algunas de las bolsas que estaba


cargando de deslizaron fuera de sus manos hacia unas
tatuadas, a pesar de su rechazo.

—Gracias Angel.

Agarrando las bolsas mientras entraban al elevador, él apretó el


código para subirlos al piso del ático.

—Sin problema.

Había pasado unos cuantos días desde que Dominic y ella se habían
visto… y Maria había estado desesperada por comprar para dejar ir el
estrés. Ir al centro comercial era terapéutico, y realmente necesitaba
tiempo a solas para pensar, pero también para no pensar.

Leo había ido a casa de Nero y Elle, queriendo pasar tiempo con él y
darle a ella un respiro, lo que apreciaba.

Comprar no había resuelto sus problemas, pero definitivamente los


había silenciado durante unas horas. Además, era una completa nueva
experiencia comprar a solas por primera vez.

No solo el viaje en el elevador fue silencioso, pero la caminata hacia


su ático. Lo que más le gustaba de este Luciano era ésta cualidad, ya
que Angel solo hablaba lo que se necesitaba decir.

Logrando abrir la puerta con su celular, Maria y Angel entraron.


Dejando las bolsas al final de las escaleras, ella no quiso incomodarlo
más tiempo.

—Puedes dejarlas aquí, y yo las subiré más tarde.

Angel asintió, dejándolas al lado de las bolsas que ella había subido.
—Gracias —le dijo de nuevo.

—De nada.

Observándolo girarse para irse, miró su espalda, contemplándola, y


cuando él se acercó a la puerta, su voz la hizo decidir:

—¿Angel?

—¿Sí? —respondió él, dándose vuelta.

—¿Crees que podamos hablar por unos minutos…? —Maria retorció


sus dedos por primera vez. Por la expresión de Angel, había notado el
acto extraño—. Se trata de Dominic.

Él dudó por un momento, y luego regresó a ella.

—De acuerdo.

Honestamente, Maria no sabía por dónde empezar o lo que estaba


intentando preguntar.

—No estoy segura si sabes algo sobre mí y…

—Estoy al tanto —le dijo Angel—. Cassius de hecho tiene una gran
boca a veces.

—Estoy dándome cuenta de eso —espetó, pero por suerte tuvo que
evitar la parte donde no sabía cómo explicar su relación con Dominic, y
pasar a una parte más incómoda…

—Lo que sea que quieras decir Maria, dilo. No mantenemos secretos
entre nosotros.

—Dominic me pidió que me case con él —dijo de golpe, las extrañas


palabras todavía eran difíciles de entender—. Y, mientras entiendo sus
sentimientos por mí, la razón es más que eso. —Maria trató
educadamente de navegar el tema sin que sea demasiado extraño, ya
que estaba hablando con el hermano de Dominic—. Mencionó el
comportamiento de Lucifer sobre las mujeres, pero creo que quiere
casarse conmigo… ¿para salvar mi alma? No hará nada conmigo a
menos que nosotros…

Inmediatamente, Angel lo entendió.

—¿Mi hermano te ha contado algo más sobre nuestra niñez?

Ella trató de recordar, pero solo se acordó de:


—Solo que ayudó a cuidar de todos ustedes.

Colocando sus manos en sus bolsillos, Angel movió sus ojos hacia el
suelo.

—Lucifer no fue un hombre bueno. No con nadie, y especialmente


no con sus hijos. Lo que sea que hayas escuchado de Lucifer, lo hizo y
más cosas. Mientras otros han tenido una reunión desafortunada con el
diablo, nosotros tuvimos que vivir con él todos los días sin poder
escapar. Dominic es cinco años mayor que yo… —Los ojos de Angel ya
no miraban el suelo. Sosteniendo los ojos de ella con sus grandes
pupilas grises, le mostró cualquier imaginación que ella había tenido no
era suficiente para lo que habían vivido.

Maria nunca antes había visto enojado a Angel, pero podía ver la
furia justo debajo de la superficie en la que él se sostenía.

—Cinco. Años —dijo las duras palabras con dolor—. Dominic tuvo
que vivir en esta tierra a solas con nuestro padre, y nunca sabré cómo
sobrevivió a ello. —El orgullo que brilló en sus ojos demostró lo mucho
que amaba a su hermano mayor y el respeto que le tenía—. Ninguno de
nosotros hubiera sobrevivido sin él, pero él hubiera sobrevivido sin
nosotros igual de bien… si no mejor.

Quedándose extrañamente quieta, se aferró a cada palabra que


decía el hermano Luciano, sabiendo de alguna manera que algo peor
estaba por venir.

—Dominic no es nada como yo o Matthias cuando se trata de


mujeres. En su mayoría porque era suficientemente grande para ver y
reconocer el comportamiento de nuestro padre hacia las mujeres en su
peor momento, cuando estaba tratando de ser el padre de tantos hijos
como fuera posible. Gracias a Lucifer, todos creemos que nosotros
mismos no valemos de alguna forma. Durante mucho tiempo, Dominic
en particular, creía que desde que Lucifer era horrible con las mujeres,
en algún punto, sería así para él también. Temía incluso tocar a una
mujer.

»Lucifer hizo muchas cosas para sostener poder y controlarnos de


cualquier manera que podía. Creía que le pertenecíamos, que podía
hacer lo que sea con nosotros, si creía que serviría su propósito en ser
dueño de la mente, cuerpo… y alma. Uno de los actos más crueles que
cometió fue contra Dom cuando tenía veinte años.

Maria tomó una respiración entrecortada.


La voz fuerte de Angel se volvió hosca:

—Algunas personas no tienen la oportunidad de escoger cómo o


cuándo pierden la virginidad… y Dominic fue una de aquellas almas
desafortunadas.

Ella quería enterrar sus largas uñas en su pecho así podía arrancar
su corazón muerto y hacer un hueco que nunca podría ser llenado por
el hombre por el que estaba comenzando a sentir cosas, sin importar
cuánto lo negara.

—Es la historia de Dominic, así que la contará cuando esté listo,


pero si está preocupado por tu alma o algo más, para esa cuestión, es
porque no obtuvo una oportunidad; Dominic nunca se permitirá tocar a
una mujer si piensa que puede herirla o mancharla de alguna forma…
—Utilizó la palabra que Dom mismo había utilizado—, como se lo
hicieron a él.

Maria asintió solemnemente, su boca demasiado seca para hablar.

—Si quieres estar con Dominic, entonces es tu elección Maria, pero


debes entender que él hará lo que sea para proteger aquellos que ama,
sin importar el medio.

Finalmente, Maria encontró las palabras y dijo:

—Gracias Angel.

Asintiendo, Angel entonces fue a la puerta, pero tenía una última


cosa por decir.

—Dom hizo más que cuidarnos. Fue un hermano, un padre, un


amigo, y nuestro salvador.

Golpeando la puerta, un durmiente Matthias finalmente abrió unos


cuantos minutos después.

—Sabes cómo tomar un teléfono y llamar, ¿verdad?

—¿Pero qué clase de diversión habría? —Ella sonrió, entrando justo


más allá de él sin esperar su permiso para entrar.

Matthias rápidamente se enojó.


—¿No estás cansada de tomar taxis?

—¿No estás cansado en general? —respondió ella, cruzándose de


brazos, antes de responder—: Y no. —Sin duda es mucho mejor que
tener a alguien observando cada uno de mis movimientos.

—Bueno, si hubieras llamado a Dom, hubiera ido a recogerte, pero


ya que no… —Matthias le dio una mirada conocedora, leyéndola como
ella lo había descrito la última vez—. Creo que es porque secretamente
te gusta estar aquí en Blue Park. ¿Así que exactamente de qué estás
escapando? ¿Vivir en un castillo no es tan genial?

Los ojos de Maria se entrecerraron.

—¿Está Dominic aquí o no? —A decir verdad, no tenía un


comentario inteligente, porque en su mayoría, lo que él había dicho era
cierto.

Él no pudo evitar sonreír porque la había molestado.

—No.

—De acuerdo, entonces esperaré. —Dejó saber al pesado gemelo que


no iba a ir a ninguna parte, lo que quitó la sonrisa de su rostro—.
¿Dónde está Cassius?

—Estoy segura que está arriba en la habitación de Dom —le dijo


Matthias, dirigiéndose de vuelta a su habitación—. Dile a tu novio que
ya te consiga una llave.

Ella puso los ojos en blanco.

—Él no es mi…

—Y Maria… —Deteniendo su mentira, Matthias le lanzó una mirada


malvada desde su puerta—, aprende jodidamente cómo conducir.

Al menos no era jodidamente tonto, porque tan pronto ella tomó un


paso, Matthias rápidamente cerró la puerta de su cuarto antes de
colocar el cerrojo.

Maria quería decirle cada sobrenombre que existía, pero no lo hizo


mientras pasaba su puerta. En su lugar, realmente sonrió.

Subiendo las escaleras, Maria estaba confundida con el motivo por


el que Cassius estaba en la habitación de Dom y estaba aún más
confundida cuando abrió la puerta de la habitación y no lo encontró
allí. Estaba por salir para buscarlo cuando notó que la extraña ventana
estaba entreabierta.

Caminando hacia la misma, vio la espalda de una figura más joven


sentada en una pequeña parte plana del techo que sobresalía
directamente debajo del sello de la ventana.

—¿Cassius?

Girándose, él vio a Maria.

—¿Qué haces?

—Saliendo para unirme contigo.

—Bueno, ten cuidado —se quejó Cassius, tomando su mano para


asegurarse que no se tropezara—. Deberías haberte quitado esas cosas
antes de venir aquí.

—La última vez que hice eso, le diste a un perro un juguete para
morder de doscientos dólares —le recordó Maria, tomando asiento en el
techo a su lado.

Cass le dio una media sonrisa.

—Oh, claro.

Viendo la pequeña hendidura al lado de su mejilla que se había


alzado, la boca de Maria cayó abierta.

—¿También tienes hoyuelos?

—No me lo recuerdes —gruñó y su sonrisa rápidamente cayó.

—¿Qué quieres decir? Son adorables —dijo Maria en asombro. Se


veían calientes en Dom, pero en Cassius, eran la cosa más linda en el
mundo. Hacían que el diabólico chico finalmente se viera de su edad.
No encajaban con su personalidad, pero eso también lo hacían tan
encantadores.

—Tan adorables que Kat siempre pincha mis mejillas para verlas. —
Se frotó su pequeña mejilla, deshaciéndose del dolor inexistente.

—Bueno, por lo que puedo ver, no son tan profundas como las de
Dominic. —Maria se rio—. Estoy segura que ella solo quería tener una
buena vista.

Cassius sacudió su cabeza.


—Las mías no son tan profundas como las de Dom, porque él sonríe
todo el tiempo.

—Oh, ya veo. —Maria entendió que estaba implicando que sus


hoyuelos no eran tan entrenados como los de Dom porque él raramente
sonreía—. Kat solo estaba tratando de verlas.

Él le dio una última caricia de su mejilla para terminar con el


recuerdo.

—Sip.

—¿Entonces, es éste tu lugar usual? —preguntó Maria, mirando


hacia la tierra que rodeaba la casa. Era una cantidad decente de
propiedad, pero solo se veía desolada y triste. Apenas había césped—.
Porque, si es así, esta vista apesta.

—No lo sé… siempre me ha gustado aquí arriba. —Cassius se


encogió de hombros, alzando la mirada al cielo mientras el sol
empezaba a colocarse—. Es bastante bonito aquí afuera por la noche.

—Sí, tal vez. —Era mucho más diferente que la vista nocturna a la
que estaba acostumbrada—. ¿Aunque, la habitación de Dominic no te
asusta?

—No… era de mi padre antes de ser de Dom.

Bueno, no era de extrañar que la asustara a ella.

—¿Tu padre y tú se llevaban bien? —preguntó suavemente Maria,


tratando de sacar información.

Cass dio su respuesta en forma de un simple encogimiento de


hombros.

Viendo que este Luciano no quería responder, la puso aún más


curiosa sobre la relación padre/hijo. Maria sabía cómo se sentían los
otros hermanos sobre su padre, pero el menor, no lo sabía. No quería
forzarlo, sin embargo, como Angel había dicho sobre Dominic…

Cassius contaría su historia cuando estuviera listo.

—Eh, ¿disculpa…? —Los ojos verdes de Maria vieron algo.


Inclinándose cerca, lo recogió cerca del canal—. ¿Qué es esto? —Por
supuesto que sabía qué era, pero era una pregunta retórica.

Los ojos de Cass se ampliaron.


—Eh… no le dirás a Dom, ¿verdad?

Maria le dio una mirada determinada.

—Eso depende. ¿Seguirás haciéndolo?

Cassius respondió sin un parpadeo de ojos.

—No.

Ella no dudó que el Luciano podía mentir fácilmente. Poniendo los


ojos en blanco, lo regañó:

—Habilidades de fumar, ¿sabes? ¿Y al menos podrías tratar de


esconderlo? ¿Qué tan tonto podrías ser para hacerlo justo afuera de la
ventana de tu hermano sin siquiera tratar de esconder la evidencia? —
Tomando el final del palo de cigarro, lo lanzó en su bolsillo para que él
lo bote después—. Y no lo tires, eso tampoco es genial.

—Gracias. —Él le dio una mirada apreciativa que ella no notó—.


Prometo que no lo haré seguido.

—Así es como empieza, sin embargo —continuó con su discurso


maternal—. Mi hermano fuma, y era un cigarro de vez en cuando… —
De repente, Maria se detuvo, mirando a Cassius con una mirada
inquisitiva. Todo entonces cobró sentido—. Hablas con Lucca, ¿no?

—Sí. —De nuevo, no lo negó, pero Maria no se perdió el pequeño


movimiento en su mandíbula.

—Así es como supiste que yo solía meterme por ahí cuando era
pequeña. —Maria continuó mirándolo de forma extraña—. ¿Cuánto
tiempo has estado hablando con él?

—Un largo tiempo… —Su voz pasó a estar sin emoción a tener un
poco de enojo—. Pensé que era mi amigo.

—¿Qué sucedió?

Las cejas de Cassius se fruncieron profundamente, mirando hacia el


sol que caía.

—No sabía quién era él, y utilizó información que le di en contra de


nosotros.

—Katarina —susurró Maria, la última pieza encajando.

Él ni siquiera tuvo que asentir con la cabeza.


—Me traicionó.

—También me traicionó a mí —le dijo ella, viendo lo dolido que él


estaba. Era como mirarse al espejo.

—¿Lo hizo? —preguntó Cassius, mirándola de vuelta.

—Sí.

—¿Vas a perdonarlo? —preguntó él.

—No lo sé —respondió con honestidad, apartando la mirada de la


puesta del sol hacia él—. ¿Tú?

Cassius sacudió su cabeza con confianza, pero Maria vio cómo tuvo
que pensarlo al principio.

—Pero deberías —finalmente admitió—. Es tu hermano, y se


preocupa por ti.

—¿En serio? —Maria sonrió—. ¿Qué más te ha dicho sobre mí?

—Bueno, me contó que tu nombre era Mia —resopló antes de dejar


caer su enojo, ligeramente inclinando sus labios—. Pero también dijo
que eras malvada, gastabas demasiado dinero, pero que también eras
bastante genial.

Maria no pudo evitar reír.

—Bueno, eso es horriblemente adecuado.

—También lo creo —acordó Cassius con otra sonrisa que mostró su


pequeño atisbo de hoyuelo.

Ugh. Tanto como esta familia la hacía jalarse los pelos, mientras
más venía aquí más atada comenzaba a sentirse.

Maria siempre había creído que solo quería estar a solas, pero ahora
que había tenido su tiempo a solas —finalmente—, y con solo Leo con
ella, resultó que de alguna forma extrañaba a sus hermanos y cómo
siempre estaban metiéndose con el otro, aunque solía enojarla
demasiado.

—¿Vas a casarte con Dom? —le preguntó de golpe Cassius.

Maria pensó durante varios segundos sorprendentes hasta que


finalmente supo qué decir.
—Yo…

La ventana abriéndose detrás de ellos tuvo a ambos girando sus


cabezas.

—¿Maria?

Mirando a un confundido Dominic, ligeramente se derritió al ver su


guapo rostro. Maria no había sabido hasta este momento cuánto lo
había extrañado en estos últimos días.

—Bueno, te veré más tarde. —Cassius ligeramente alzó sus cejas


hacia ella antes de levantarse para volver a través de la ventana para
dejarlos a solas.

Mirando la mano estirada hacia ella, la agarró mientras se paraba


en el suelo inestable y cuidadosamente salía por la ventana.

Agarrando su cintura apretadamente, la levantó en un rápido y


ligero movimiento hasta que sus tacones alcanzaron suelo seguro una
vez más.

Maria miró indefensa hacia él. El acto que acababa de hacer hizo
que su estómago revolotee, y cuando dejó ir su cintura, pudo ver que el
tiempo que había pasado lejos de Dominic lo había afectado a él
también. Parecía triste cuando había dejado su casa, y ahora parecía
incluso más.

Dominic evitó sus ojos, tomando asiento al borde de su cama. Se


veía cansado mientras se frotaba los ojos.

Tomando un paso hacia él, pudo ver que apenas había dormido,
haciendo que el hueco en su pecho sea más profundo. Maria estiró su
mano, pasando sus dedos a través de su pelo.

Ante su toque, Dom de repente abrió los ojos y estaba incluso más
sorprendido cuando encontró que los brazos de ella se envolvían
alrededor de su cuello.

—Lo lamento —susurró en su oreja mientras lo abrazaba.

Envolviendo sus brazos alrededor de su cintura Dom la sentó en su


pierna.

—¿Por qué princesa?


—Por no entender, escuchar, juzgarte, no venirte a buscar antes…
—Se detuvo, no queriendo verse peor.

—Está bien —murmuró él, dejando que su pulgar acaricie el muslo


expuesto que sostenía.

Cuando ella mantuvo enterrado su rostro en su cuello, Dominic


sintió que algo no iba bien.

—Maria, ¿qué sucede?

Queriendo quedarse más tiempo aquí, no estaba segura de poder


verlo a los ojos. Le gustaba la forma en que su piel olía así de cerca, y
dolía mirar a Dom a los ojos cuando estaba triste o, peor, desconsolado.

—Hablé con Angel —dijo ella contra su piel, odiando tener que
decirle esto, jodidamente odiando que esto le haya sucedido a él—. No
me contó exactamente lo que sucedió, pero me dijo que tú no pudiste
escoger tu primera vez.

Dominic continuó acariciando su muslo.

—Oh.

—¿Estás molesto que me lo haya contado?

—No —le aseguró dulcemente—. No estoy enojado. Te lo hubiera


contado eventualmente.

Maria lo apretó con más fuerza mientras su garganta se cerraba.

—Lamento mucho lo que te sucedió.

—Está bien. Sucedió hace mucho tiempo. —Colocó un beso en su


hombro—. No hay razón para estar triste, princesa. Yo ya no lo estoy.

—Bueno, tú eres más lindo que yo. Yo nunca lo superaré.

Dom rió entre dientes ante la broma de su princesa de corazón


negro, sabiendo que era cierto.

—Maria.

Ella levantó la cabeza de su cuello, sabiendo que él quería ver sus


ojos.

—Solo quiero que sepas que la única razón por la que quiero
proteger tu virginidad es porque yo no pude proteger la mía.
—Lo sé —le dijo antes de colocar su rostro de vuelta en el hueco de
su cuello, gustándole lo cálido que estaba allí—. Pero tú tomando mi
virginidad, con o sin un estúpido pedazo de papel, no es protegerla,
porque es algo que yo quiero. Yo escojo.

—Lo entiendo, y me agrada que confíes en mí con eso, pero… —


Dominic sonrió—, todavía vas a tener que esperar hasta que estemos
casados.

Maria llevó su rostro fuerza de su cuello de nuevo.

—Confiado estás, ¿eh?

—Sí. —Dominic le mostró sus hoyuelos que le encantaban a ella—.


Voy a lograr que te cases conmigo Maria Caruso, incluso si es lo último
que haga.

—Bueno… —Ella llevó sus labios más cerca de los de él—, vas a
estar esperando mucho tiempo.

—Está bien.

—¿Preparado para esperar tanto por mí? —Tanteando, llevó sus


labios incluso más cerca a los suyos sin dejar que se toquen.

—Soy un hombre paciente —bromeó de vuelta, sin mostrar signos


de piedad—. Tú eres la que va a quebrarse, princesa.

Maria dejó que sus labios solo se toquen un segundo antes de


apartarse.

—Nunca.

Dominic rio, y cuando ella colocó su rostro de nuevo en su cuello, él


le dio otro suave y tierno beso en su hombro, susurrando una promesa
contra su piel:

—Esperaré por siempre por ti, princesa.

—Buena suerte —le dijo ella con un bostezo después de su largo


día, y verlo cansado, la puso cansada.

Estirándose haca sus tacones de cuerda rosa que combinaban con


su vestido monocromo rosa, Dominic se tomó su tiempo,
cuidadosamente quitándoselos.
Maria ya se estaba rompiendo, excitándose tan solo al verlo quitarle
los tacones. Era la forma en que los agarraba y apuntaba sus pies para
mostrar su esmalte blanco de las uñas que ya estaba por tenerla
diciendo sus votos aquí y ahora.

—No lo hagas. —Maria movió su pie desnudo antes que él pueda


agarrarlo después que le había quitado ambos tacones—. Llevo tacones
veinticuatro/siete por alguna razón.

Él la miró confundido.

Las plantas de mis pies son ásperas —le informó ella, dejándole
saber la desventaja de ser capaz de soportar dolor—. Puedes tocar mis
pies en tacones, pero no querrás hacerlo sin ellos.

—Bueno, eso es muy malo —dijo Dominic, tomando su pie en su


mano de todos modos—. Tendrás que acostumbrarte a ello.

Ugh, Maria quería derretirse, gustándole la forma en que él tocaba


su pie, ligeramente masajeándolo como si pudiera frotarlos y volverlos
suaves de nuevo.

—Sabes, al menos podrías llevarme a una cita antes de pedirme que


me case contigo —gruñó ella, queriendo saltar a sus huesos.

—Tienes razón. —Él se rio, viendo que ya se lo estaba poniendo


difícil. Se detuvo, la recogió en sus brazos, y bajó la mirada hacia ella
con sus hoyuelos a la vista—. ¿Qué tal mañana por la noche?

—Funciona bien —respondió ella, sin esperar esa respuesta, pero


sabiendo que podía estar en el spa del Casino Hotel primera hora a la
mañana para una pedicura.

Cuando la dejó en la cama, Maria se puso cómoda de lado,


colocando sus manos debajo de su rostro. Mientras Dominic se
recostaba, tomó la misma posición, solo que opuesta. Ambos yacían
mirándose con un pequeño espacio separándolos de cabeza a los pies
mientras se miraban.

—Eres tan hermosa —le dijo él, anhelante, sin estirarse para
tocarla.

Algo sobre él diciéndole aquellas palabras significó más que ahora


que las decía sin tocarla.
Toda su vida, los hombres la habían mirado con solo una cosa en
sus mentes y le decían cosas que pensaban que algo sucedería entre
ellos. Era irónico que el único hombre con el que desesperadamente
quería follar, no quería hacerlo, porque le estaba dando la única cosa
que ella había deseado que todos los demás le dieran: respeto.

Dominic estaba siendo respetuoso con ella y un verdadero caballero,


pero de alguna manera eso la hacía desearlo más. Y las cosas que
quería que le haga no eran ni respetuosas ni de un caballero.

Pero este momento se sentía precioso de alguna forma, y no quería


arruinar eso. Todo lo que Maria quería hacer era entenderlo más.

Él la había llamado hermosa, pero Maria creía que era horrible. Por
fuera, sí, Maria sabía que era hermosa, pero eso no era realmente lo
que importaba. Aquellas cosas se desvanecían con el tiempo y eran
superficiales, como yo.

Había una razón por la que Maria se pretendía a sí misma por fuera;
porque por dentro era horrible.

Sin embargo, Dominic era diferente. No solo era hermoso por fuera,
pero por dentro, era igual —si no más—, asombroso… y en este mundo
cruel, eso era todo lo que importaría.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó ella suavemente.

—Sí.

Aunque Dominic había respondido como si ella pudiera pedirle


cualquier cosa, Maria todavía esperaba que su pregunta fuera correcta.

—¿Te acostaste con alguien después de lo que te sucedió?

—Sí. —Asintió solo un poco sobre sus manos—. He estado con un


montón de mujeres Maria —admitió honestamente—. Las primeras
cuatro no eran de mi elección, pero pensé de alguna manera, que podía
deshacer lo que me había pasado al follar a una y otra mujer, pero
nunca funcionó. La mayoría de las mujeres con las que me he acostado
fueron en ese primer año. Ha pasado un largo tiempo desde que he
estado con alguien, pero cada mujer con la que he estado no vivía aquí
y no era intacta como yo. Ambos lo hicimos para ayudar olvidar de lo
que sea que estábamos escapando. Nunca fue por amor y solo para
servir un propósito.
Ella podía escucharlo en la voz de Dom, y verlo en sus ojos, que
solía estar avergonzado de lo que le había sucedido y las cosas que
había hecho para lidiar con ello, pero ya no. Había sanado, lo que le
permitía hablar tan abiertamente ahora.

El silencio de Maria lo tuvo continuando.

—Si estás preocupada, estoy limpio. He pasado exámenes, y como


dije, no he estado con alguien…

—No lo estoy —le aseguró ella, callándolo, deteniendo sus miedos—.


Esa no era para nada una preocupación en mi mente. —Maria sabía
que él nunca hubiera llegado así de cerca a acostarse con ella si
siquiera pensara que podía transmitirle algo—. Nunca me has explicado
nada que te haya pasado en tu pasado Dominic. Solo quería escucharlo
cuando quisieras hacerlo.

—De acuerdo. —Le dio una pequeña sonrisa… antes que


desapareciera lentamente.

Maria escuchó mientras Dominic le contó en profundidad sobre la


noche en que perdió la virginidad. Le contó todo, y ninguna historia le
había hecho sentir tantas emociones fuertes de enojo, tristeza, y dolor,
pero continuó escuchando mientras ambos se quedaban perfectamente
quietos. Aprendió mucho sobre Dominic esa noche, pero una noche no
era suficientemente larga para contar veintiocho años de abuso. El
sueño vendría primero…
36
Kétchup es un condimento

E
l sol saliendo hizo que Maria comience a despertarse, pero
antes de abrir los ojos, su primer pensamiento fue que Dom
ya no estaría. El trauma de despertarse y no ver al último
hombre con el que había compartido una cama permanecía. Pero ahí
estaba Dominic, completamente dormido, pacífico.

Sonriendo, lo miró un momento más, luego silenciosamente y muy


cuidadosamente se puso de pie, agarrando sus tacones antes de salir de
la habitación y bajar las rechinantes escaleras.

Pasando un pequeño baño, se tomó unos minutos para sí misma y


se limpió un poco. Colocándose de nuevo los zapatos, dejó el pequeño
baño, dirigiéndose por el pasillo, tratando de evitar hacer mucho ruido
con los tacones. Estaba por llegar a la sala de estar con apenas un
pequeño sonido cuando vio a alguien que no conocía en la cocina. El
pequeño sonido no había venido de Maria, sino de la anciana que chilló
al verla.

—Santa mierda. —La mujer jadeó por aire—. Me asustaste como la


mierda.

—Lamento eso. —Maria la miró con curiosidad—. ¿Quién eres?

—Soy DeeDee. —Sonrió, mirando su vestido de ayer y sus tacones—


. ¿Eres una de las amigas de Matthias?

—Ew, no. —Prácticamente se atragantó, sabiendo a lo que se refería


con amiga—. Soy una de Dominic.

—¿Dom? —DeeDee la miró, incrédula—. Eso es extraño.

—Sí. —Asintió, encontrando extraño la forma en que la mujer la


miraba.

—Bueno, siéntate querida. —DeeDee se acercó a ella y tomó su


brazo, llevándola hacia la mesa de la cocina—. Te haré algo de
desayuno. ¿Te gustaría algo de jugo de naranja?
Observándola ir hacia el refrigerador, recordó a Dominic bebiendo
de la leche de cartón, y mientras no le importaba intercambiar saliva
con él, no estaba por intercambiar saliva con los otros dos hermanos.

—Agua está bien, de hecho.

—De acuerdo. —Se movió para servirle un vaso de agua—. ¿Qué tal
huevos y una tostada?

—Bien.

—Los chicos estarán hambrientos cuando se despierten, así que


haré bastante.

—Gracias. —Maria sonrió cuando ella colocó el vaso frente a ella.


Mirándolo, Maria preguntó—: ¿Qué es extraño?

—Oh. —DeeDee se rio como si no fuera gran cosa—. Él solo nunca


ha traído a una chica aquí antes, eso es todo.

Palmeando el vaso, hizo otra pregunta:

—¿Lo has conocido por mucho tiempo?

—Desde que era un bebé. —Sonrió, feliz, recordando su lindo y


pequeño rostro mientras comenzaba a cocinar los huevos—. He visto a
todos los chicos crecer, pero Dom me deja quedarme para ayudar a
limpiar la casa y comprar las verduras.

Maria se sintió contenta al escucharla hablar así de él.

—Es un buen hombre —le aseguró DeeDee antes de darse cuenta de


algo—. ¿Cuál es tu nombre querida?

—Maria. —Le dio a la buena mujer otra sonrisa—. Y lo sé.

Ugh, se estaba volviendo suave mientras más tiempo se quedaba


aquí.

Para cuando habían hablado un poco más, con Maria mayormente


haciendo preguntas sobre el pequeño Dom, la mujer apenas había
comenzado a hacer un plato para ella cuando Matthias entró a la
cocina.

—Yo no haría eso —le advirtió a ella, entrando.

Maria lo miró en confusión.


—¿Hacer qué?

—Comer eso —dijo Matthias, yendo al refrigerador para mirar qué


más tenían—. DeeDee no sabe cocinar ni mierda.

Eso es gros…

—Oh, por favor —lo calló la mujer, golpeando su antebrazo—.


Cocino bien; no te preocupes.

Al principio, Maria pensó que Matthias estaba siendo un imbécil,


pero cuando había colocado el plato delante de ella, Maria miró a los
huevos de forma extraña… no tenían el color amarillo esperado.
Diablos, ahora ni siquiera estaba segura si debería de comerlos, pero la
forma en que la anciana estaba esperando que tome un mordisco,
odiaba ser una perra; solo eran huevos… ¿Qué tan difícil podía ser?

Tomando un pequeño mordisco, inmediatamente lo escupió de


vuelta al plato sin remordimiento.

—No deberías haber hecho eso. —Dominic se rio, entrando a la


habitación—. Ella no sabe cocinar ni mierda.

Tragando de golpe el agua, ni siquiera miró a la mujer


simpáticamente por el crimen que acababa de cometer contra esos
huevos.

—Lo lamento DeeDee, pero es cierto.

La mujer no pareció tomar ninguna ofensa.

—Bueno, está bien. Serán comidos.

¿Por quién? ¿Un perro?

Colocando un tarro de mermelada frente a ella que consiguió del


refrigerador, junto con un cuchillo de mantequilla, Dominic le dio una
mirada simpática.

—No te preocupes; la tostada estará bien. DeeDee solo cree que el


kétchup es un condimento.

—¡Kétchup!

Tomó otro trago de agua, preguntándose por qué diablos pensó que
estaba bien comer huevos pintados de rojo en primer lugar. Maria ni
siquiera había permitido que su lengua toque la comida el suficiente
tiempo para saber qué diablos era, pero de una cosa estaba segura: el
motivo por el que DeeDee pertenecía en la cárcel.

Cassius había entrado silenciosamente, tomando el plato de los


horribles huevos.

—Yo los comeré.

Maria lo observó tomar asiento a su lado en la mesa.

—No estás por…

—Saben bien para mí —dijo él, dando un gran mordisco.

—Eso es vil —lo regañó ella. Tanto DeeDee como él necesitaban ser
encerrados.

—Lo lamento, no tenemos un cocinero especial aquí para ti, como


estoy seguro que estás acostumbrada —gruñó Matthias, todavía
mirando el refrigerador como si algo bueno o diferente fuera a aparecer.

—No tenemos uno —respondió Maria. Tomando la tostada del plato


que Cassius había robado, comenzó a colocarle la mermelada encima
una vez que Dominic terminó haciéndolo con la suya—. Lucca hace la
mayoría de la comida.

Todos los tres hermanos dejaron de hacer lo que estaban haciendo


para mirarla fijamente.

—¿Qué? —Miró a cada uno de manera extraña.

Matthias fue el que rápidamente volvió a lo que estaba haciendo.

—Nada.

Se volvió claro que mientras Matthias gustaba de molestarla a ella,


no se atrevía a hacerlo con el Coco.

Tomó un bocado de su tostada, decidiendo sorprenderlos incluso


más con la verdad.

—Realmente cocina bien. Morirían por comer una de sus carnes. La


hace en una sartén caliente en el horno como un cocinero renombrado
haría. Las hace perfectamente en un nivel medio y las deja descansar
de tal forma que la cantidad correcta de sangre mancha tu plato cuando
cortas cada pedazo con un cuchillo. —Les dio a todos una gran
sonrisa—. Tal vez podría decirle para que todos vaya…
—Está bien —dijo Matthias con un jadeo—. Creo que pasaremos.

—Como quieras. —Se encogió de hombros, tomando otro mordisco


de su tostada, pero rápidamente tragando cuando vio lo que estaba
haciendo el hermano gemelo.

—¿Por favor puedes no hacer eso?

Pasando el jugo de naranja directamente desde el cartón, él se


detuvo en busca de aire.

—¿Por qué no?

—¿Porque me gustaría ser capaz de tomar algo que no sea agua


cuando venga aquí? —espetó antes de pensar siquiera de lo que estaba
pidiendo. No se había dado cuenta hasta que Dominic la miró con una
expresión de suficiencia. Maria había planeado volver…

—No —respondió simplemente Matthias, tomando otro gran trago,


pero Dom se puso de pie, quitándole el cartón de la mano. Lo dejó en la
encimera, junto con un vaso para él.

—Utiliza un vaso. Y también va para ti Cass —instruyó, girándose


para mirar a Cassis tomando su último mordisco.

—De acuerdo. —Cass le dio un asentimiento.

—Jesús, a la próxima, ella nos tendrá bajando la tapa del inod…

—Eso también —les informó Dominic.

Creo que…

—Oh Dios mío. —Matthias miró con maldad hacia ella y no hacia su
hermano, quién estaba comenzando a poner reglas.

Maria sonrió feliz de vuelta al enojado hermano, colocando sus


mechones dorados detrás de un hombro mientras ambos mentalmente
se fulminaban con la mirada.

Cuando DeeDee llenó el plato de Cass con el resto de los huevos, el


estómago de Maria retumbó.

—Necesito ir a casa —le informó a Dominic, porque tenía una cita


en el spa antes de que realmente pueda salir en una cita esta noche.
Además, quería pasar unas cuantas horas con Leo, ya que todos los
hermanos estaban tomando turnos en estar con él.
—Matthias te llevará de vuelta al Casino Hotel. —Viendo los ojos en
blanco, Dom continuó antes que su hermano pudiera reclamar—. Tengo
unas cosas con las que tengo que lidiar hoy antes de verte esta noche.

—De acuerdo —le dijo Maria, entendiendo. No sería genial para ella
tampoco, pero si enojaba a Matthias, funcionaba.

—Te recogeré a la seis —le informó Dominic con una sonrisa


mientras volvía a donde ella estaba sentada. Inclinándose hacia abajo,
forzó arriba su mentón con su dedo tintado, en busca de un rápido
beso—. Y viste de blanco princesa.

Los ojos verdes de Maria se ampliaron mientras lo observaba


alejarse tan rápido como la había besado. Sus mejillas realmente se
sonrojaron, pero estaba demasiado avergonzada para tocarlas en frente
de todos. La única cosa que la salvó fue que DeeDee parecía ser a la
única que le importaba. Estaba claro en el rostro de la mujer que ni
siquiera había creído a Maria cuando le había dicho que era la amiga de
Dominic... pero ahora sí.

—¿Puedo ir? —preguntó Cass antes que Dom pueda retirarse.

Dominic se detuvo un momento para girarse.

—Hoy no.

—Está bien si quiere venir —ofreció Maria—. No me im…

—No, necesito que trabaje conmigo hoy —le dijo Dominic.

Asintiendo, a Cassius pareció no importarle ir con Dom.

—De acuerdo.

Maria miró entre los dos hermanos, encontrando eso extraño…

—Vamos, su alteza. —Matthias abrió la puerta principal e hizo una


reverencia dramática—. ¡Su carruaje espera!
37
Muérete de la envidia

A
l escuchar el golpe en la puerta, Maria no pudo evitar sonreír
mientras se miraba en el espejo. Sus pies estaban tan
suaves como el trasero de un bebé, y sus dedos y uñas
estaban recién pintadas de blanco... tal como Dominic había querido,
pero ahí era donde terminaba.

La había querido vestida de blanco, como una novia bonita, pero


Maria dejó perfectamente claro lo que quería. Alisando su vestido muy
ajustado y ceñido por su cuerpo, abrazaba cada curva y no dejaba
absolutamente nada a la imaginación ya que era… color piel. Y no
cualquier desnudo, su color piel exacto que combinaba perfectamente
con su piel bronceada. Desde la distancia, mirarías dos veces, pensando
que estaba desnuda cuando, de hecho, no lo estaba. Sin embargo, de
cerca, el vestido podía pasar por lencería, ya que la parte que abrazaba
sus pechos era de encaje y parecía casi transparente, ya que en realidad
era un sujetador incorporado que creaba dos montículos perfectos y
altos.

Si Dominic no se la iba a follar hasta que tuviera un anillo en el


dedo, le haría pagar demasiado.

Al escuchar otro golpe, Maria tomó su pequeño bolso de mano de


diamantes de imitación que hacía juego con el largo broche de
diamantes de imitación que tenía en su cabello rubio que mantenía el
lado derecho de su cabello suavemente rizado detrás de su hombro.
Resonando sus tacones de aguja color piel súper delgados en el suelo,
abrió la puerta.

—Querida… —los ojos color avellana de Dominic se deslizaron


lentamente por su cuerpo—. Dios. —Aclarándose la garganta, en
realidad tuvo que limpiarse la frente—. P-pensé que te pedí que te
vistieras de blanco.

—¿No te gusta? —preguntó con una sonrisa.


—No, ya sabes que sí, princesa. —Dominic escupió las palabras,
claramente luchando—. Pero ese es el problema.

Lamiendo su labio inferior, le dio una mirada ardiente.

—Bueno, pensé que podríamos saltarnos el blanco.

Sabiendo exactamente lo que quería decir, Dominic se tronó el


cuello como le gustaba hacer con los dedos. Estaba claro que a él le
gustaba la forma en que se había peinado, ya que tenía la vista de su
largo cuello en exhibición.

Inclinándose, le susurró con voz ronca al oído expuesto:

—La próxima vez que te pida que uses un color determinado,


princesa... hazlo.

—¿O qué? —desafió con una ceja levantada y recién moldeada.

Tras darle un beso en el cuello, le prometió:

—Si eres lo suficientemente valiente para hacerlo cuando estemos


casados, lo descubrirás.

De repente, la idea del matrimonio no es tan mal...

Maria rechazó internamente el pensamiento.

—Siempre puedes darme una precuela...

Gimiendo, tuvo que apartarse después de besar su cuello una vez


más.

—Lo haría, pero luego llegaríamos tarde a lo que he planeado.

Maria tomó su mano, haciendo girar sus dedos entre los de ella,
tratando de acercarlo más y colocarlo en su lugar.

—¿O podríamos saltarnos tus planes y pasar directamente al mío?

Sus ricos ojos color avellana brillaron por un momento mientras se


inclinaba hacia atrás para colocar el beso más leve en sus labios
carnosos, con cuidado de no correr su brillo de labios.

—Ni una oportunidad, princesa. —Sonrió, dándole una vista de sus


hoyuelos justo antes de tomar su mano y comenzar a arrastrarla en la
dirección opuesta a la que quería ir.
Gritando internamente, Maria comenzó a caminar a su lado, infeliz.

Mirando al hermoso hombre que la tenía suplicando ser follada, solo


había una explicación en este punto...

Dominic era un jodido santo.

Esta vez, cuando los dos atravesaron el Hotel Casino, no intentaron


ocultar el hecho de que estaban tomándose de la mano. Hicieron más
que obvio cómo se sentían por el otro, no solo para las cámaras sino
para todos los que estaban alrededor. Mientras caminaban, la gente se
separó, dándoles un amplio espacio para mirar con asombro o celos de
la hermosa pareja que parecía sacada de una película de James Bond.
Sin embargo, no era la película estereotipada de Bond, ya que parecía
como si una chica Bond hubiera abandonado o matado a James por el
chico malo de la película.

Dominic no estaba vestido a la moda Caruso, lo que lo habría hecho


más parecido a James Bond; mantuvo su atuendo característico con su
chaqueta de cuero. La única diferencia esta noche eran los vaqueros
oscuros y de aspecto caro y las botas de ante marrón que Maria nunca
le había visto usar.

Al salir del hotel, el Mustan de Dominic estaba estacionado justo


enfrente. Abrió el auto y, con un par de destellos de los faros, abrió la
puerta del lado del pasajero para que ella entrara.

Maria se deslizó expertamente en los asientos de cuero, luciendo


como un millón de dólares, y estaba claro que Dominic estaba
enamorado de la vista.

Algunos hombres no dejarían que sus mujeres salieran de la casa


vistiendo lo que llevaba Maria, pero Dominic no era un hombre. Los
hombres podrían mirarla, pero siempre habría hombres mirando a
Maria, incluso si llevara un saco de papel marrón y ella estaba en su
brazo, no en el de ellos.

Cerrando la puerta después de otra mirada de sus brillantes y


bronceadas piernas, Dom se sentó detrás del volante y rápidamente
condujo.

Maldita sea, a Maria le encantaba ese aroma terroso y feroz que


sentía envolverla cada vez que estaba en su coche. Este y su dormitorio
eran los únicos lugares que amplificaban su ligero aroma del que ella
nunca podría tener suficiente.
Maria no pudo evitar mirar a Dom mientras cambiaba de marcha, a
pesar de que estaba tratando de distraerse de la tensión sexual. ¿Por
qué, cada vez que estaba cerca de ella, se sentía como la zorra más
grande del planeta?

—Para. —La voz gutural de Dominic resonó en los pequeños


confines del coche.

La mirada esmeralda de Maria se dirigió al volante que estaba


agarrando con fuerza.

—¿Parar qué?

—Mover las piernas así —ordenó mientras miraba por el rabillo del
ojo mientras conducía—. Lo estás haciendo a propósito.

En realidad, no lo hacía. Continuaba moviendo sus piernas sedosas


para tratar de ponerse cómoda, porque lo único que seguía imaginando
era sentarse en su p…

—No sé de qué estás hablando —dijo impotente con una sonrisa


blanca como perlas.

No había manera en el infierno de que le dijera que solo verlo


conducir la hacía considerar casarse con él. No quería que Dom supiera
que ella era la que estaba más cerca de romperse. Nunca había estado
más agradecida por comprar esa loción con brillo dorado. Iba a tener
que comprar acciones de la empresa.

Queriendo que se acercara más al dolor que sentía, pasó sus uñas
largas y recién cortadas a lo largo de la mano tatuada que sujetaba la
palanca de cambios.

—Es posible que debamos conseguirte un automóvil que no tenga


palanca de cambios.

—¿Qué? ¿No crees que sé cómo realizar múltiples tareas? —Dominic


dejó que su mano subiera por su muslo, acercándose más al dobladillo
de su vestido corto. Con su mano ampliamente extendida, se detuvo
para apretar su carne en un fuerte agarre que envió el cuerpo de Maria
en llamas antes de soltarlo y puso su mano de nuevo en la palanca—.
Ni una oportunidad, princesa. —Dejó en claro que no conduciría ningún
otro coche.

Maria accedió en silencio, sin poder imaginarlo conduciendo nada


más. Además, le gustó el espectáculo, pero no la forma en que la hacía
sentir cuando no podía estar satisfecha. Necesitaba desesperadamente
aclarar sus pensamientos y el fuego furioso que se estaba gestando en
su vientre, así que puso su mente en otra cosa sobre la que se había
estado preguntando todo el día.

—Esta mañana… —Maria lo miró con curiosidad—, cuando dijiste


que Cassius iba a trabajar contigo, no te referías a un negocio familiar,
¿verdad?

El silencio de Dominic se encontró con su pregunta, lo que


respondió a su pregunta.

Sorprendida ni siquiera era la palabra para describir la expresión de


su rostro.

—Tiene quince años, lo que lo convierte en el más joven... —Se calló


ante el pensamiento. Lucca había sido el más joven en hacerse hombre
hecho a sí mismo a los diecisiete años. No te hacías un hombre hecho a
sí mismo a menos que fueras un hombre, y su hermano solo lo hizo
porque demostró sin duda irrevocable que ya no era un niño.

Cassius no lo era. Todavía había un indicio de encanto infantil en él.


Lo había visto.

—No lo he dejado pronunciar el omérta. —Dominic pronunció las


palabras estoicamente—. Pero lo conozco, Maria. Si lo excluyo del
negocio familiar, Cassius se resentirá conmigo. Pasé toda mi vida
tratando de terminar con el reinado de mi padre, y no tendré la fuerza
para hacer lo que debería hacerse por segunda vez.

Un escalofrío le recorrió la espalda, sabiendo lo que quería decir con


eso.

—Hacer todo lo que pueda para evitar que Cass se convierta en


nuestro padre no solo retrasará lo inevitable, sino que podría terminar
creando algo peor en el proceso.

Maria sabía que estaba jugando a un juego peligroso. Era como


jugar con fuego, y el propio Dominic lo sabía.

—No sentía amor por mi padre, pero me quitaría la vida antes de


quitar la de mi hermano.

Al escuchar el miedo de lo que su hermano podría convertirse, junto


con el dolor que le causaría si lo hiciera, Maria colocó su mano sobre la
de Dominic que se cernía sobre la palanca y le dio un ligero apretón,
haciéndole saber que lo apoyaba en su decisión.

La verdad era que no había una forma correcta o incorrecta de


cuidar de Cassius. Sin embargo, sabía que Dom tenía razón. Maria
estaba resentida con su propio padre por las mismas razones.

—Todo estará bien —le dijo con fuerza, aunque no estaba segura de
ello. Al igual que Dominic no lo estaba. Pero haría todo lo que estuviera
en su poder para ayudarlo a evitar que Cassius caminara demasiado
por ese camino oscuro en el que estaba—. Es tu hermano enteramente,
¿no? —Maria se atrevió a hacer la pregunta que había contestado una
vez que vio a Cassius sonreír, cuando Dom la miró de manera extraña,
ella le contó cómo lo había descubierto—. Él también tiene hoyuelos.
Son genéticos.

Maria no necesitaba contarle el resto, porque Dominic ya lo sabía.


Ninguno de los otros hijos de Lucifer los tenía, lo que significaba que
probablemente no habían heredado sus ojos de él y, dado que los dos
hermanos se parecían mucho y no se parecían en nada a su padre, solo
significaba que tenían que compartir la misma madre también.

A su asentimiento, Dominic respondió antes de que Maria pudiera


hacer su siguiente pregunta.

—No está viva... ninguna de nuestras madres lo está.

—Lo sient…

—No lo estés. —Le aseguró, haciéndole saber que era otra cosa con
la que hizo las paces—. Es difícil extrañar algo que nunca tuviste.

Maria realmente lo sentía por el niño que parecía nunca haber


tenido la oportunidad de tener una infancia normal, pero también sabía
que el hombre en el que se había convertido no quería compasión. Una
cosa que había dejado claro sobre Lucifer: las mujeres no pertenecían a
su mundo.

Soltando su mano en la palanca después de otro apretón, Maria


encendió la radio, solo para ser recibida por otra canción y estación
country. Parecía ser la única música que escuchaba, y no solo Johnny
Cash. Qué dem…

—No escuchas country, ¿verdad?

La miró de reojo.
—Sí.

—Dominic. Luciano —anunció su nombre con incredulidad—,


¿escucha country?

—Sí. ¿Qué está mal con eso?

—Nada... —Por así decirlo. Era simplemente extraño—. No es lo que


yo, o creo que cualquiera, esperaría en realidad.

Sonriendo, Dominic se alegró de poder sorprenderla.

—Al crecer, estaba obsesionado con el viejo oeste.

Maria lo miró aún más sorprendida, mientras claramente trataba de


no estallar en carcajadas.

—Entonces, ¿querías ser... un vaquero?

—No, no particularmente —la corrigió Dominic, sin apreciar la


sonrisa maliciosa de Maria—. Un forajido.

—Mmmm. —La sonrisa de Maria se hizo más grande—. ¿Pero no


son los forajidos simplemente vaqueros malos?

Los ojos de Dominic comenzaron a convertirse en rendijas, pero


Maria no había terminado con sus bromas.

—Entonces, déjame entenderlo bien... te gustan las armas,


escuchas música country… —La risa de Maria ya no pudo reprimirse
mientras reía incontrolablemente durante la última parte—, y en lugar
de conducir un caballo, conduces un Mustang, pero ¿no crees que
secretamente querías ser un vaquero?

—Creo, —dijo Dominic con dureza—, si no dejas de reír, princesa, te


mostraré cómo a menudo trataban a las mujeres en los programas de
vaqueros.

—¿Qué? —Maria siguió riendo. De hecho, estaba a punto de


arruinar su maquillaje si no se detenía—. ¿Respetuosamente?

—Eso depende… —Su voz salió como una advertencia.

Rápidamente, secó una lágrima que había caído.

—¿De qué?

Los ojos de Dominic se deslizaron lentamente por su cuerpo.


—Quién era el protagonista masculino.

De repente, Maria dejó de reír.

Escondiendo su sonrisa, Dominic entró en un estacionamiento


vacío.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

Aparcar, no era exactamente lo que esperaba Maria.

—Te voy a enseñar a conducir.

—Uh... está bien. —Maria rechazó la oferta.

No podía creer que ella hubiera hecho eso.

—¿Me estás diciendo que ni siquiera quieres intentarlo?

Exactamente.

—Sí.

—¿Por qué?

Maria se volvió hacia él, decidida a contarle la perversa verdad.

—Porque, por muy cliché que me haga sonar, personalmente me


gusta que me lleven. Decirles a los hombres a dónde quiero ir, cuándo
quiero ir, es liberador. ¿Es eso lo que quieres escuchar?

De acuerdo, esa última parte no era exactamente cierta, pero no


necesitaba saberlo.

Dominic tuvo que parpadear varias veces. Luego, aclarándose la


garganta, intentó una táctica diferente:

—Maria, nunca ponerse al volante es… —Dominic buscó la


palabra—, pecado. Todos deberían sentir cómo es al menos una vez.

Al ver lo serio que se sentía al respecto, ella arqueó una ceja.

—¿Y realmente vas a confiar en mí para conducir tu auto? —Era


obvio que este auto era su bebé. Cassius lo había dejado bastante claro.

—Sí. Imagínate el auto que te podrías comprar si aprendieras —


agregó para atraerla.

Maldición. Dom la conocía bien.


Maria ya estaba planeando qué dulce coche compraría cuando
salieron a cambiar de asiento.

—Esto debería ser suficiente. Nada para ti con lo que puedas chocar
de refilón o pegarle en la parte trasera —bromeó Dom, cerrando la
puerta del lado del pasajero.

—No te preocupes por mi confianza incluso antes de que empiece —


dijo Maria con sarcasmo, mirando el auto con palanca de cambios.

—Tengo plena confianza en que puedes lograr todo lo que quieras.

Pacificada, Maria se abrochó el cinturón de seguridad como Dom


hizo el suyo.

Maria sonrió.

—Buena salvada.

—Tengo mis momentos.

Maldición. Ahí estaban esos hoyuelos de nuevo…

Con paciencia, Dominic revisó los engranajes y los pedales antes de


darle otra dosis de sus hoyuelos.

—¿Crees que estás lista para intentarlo? —Le dio una mirada
pensativa.

—Supongo que tan lista como nunca lo estaré.

Inesperadamente, Maria se emocionó por probar la nueva


experiencia. Colocó las manos en la posición sobre el volante que
Dominic le había mostrado, a pesar de que le había dicho
sarcásticamente que no había visto las de él en esa posición.

—Todo bien. Pon el coche en punto muerto con el pie derecho en el


freno —instruyó—. Pon tu pie izquierdo en el embrague hasta el suelo.
Adelante y cambia a primera marcha ... Eso está bien. Lentamente,
quita el pie del freno.

—Esto no es tan difícil. —Maria le sonrió.

—No es demasiado difícil —coincidió Dom—. Maria, cuando dije que


quites el pie del freno lentamente, no quise decir que no lo movieras en
absoluto.
—Oh, de acuerdo. —Maria movió su pie y su cabeza se echó hacia
atrás.

—¡Freno! —gritó Dominic—. ¡No el embrague, el freno! ¡Tu pie


derecho!

Ahora su cabeza cayó hacia adelante en la parada repentina. Con


orgullo, se volvió hacia Dom.

—Lo detuve.

—Sí… —se las arregló para mantener la voz uniforme—, lo hiciste.

¿Vio un destello de miedo en sus ojos, o simplemente lo estaba


imaginando?

—¿Qué sigue? —preguntó Maria con entusiasmo.

Dominic no estaba tan ansioso.

—Perfeccionemos el primer paso antes de continuar.

—¿Qué hay de malo en la forma en que lo hice?

—¿Aparte de que no quitaste el pie del freno lentamente? —


bromeó—. ¿O no pudiste distinguir tu pie izquierdo del derecho?

Con sus ojos verdes, lo fulminó con la mirada.

—¿Estás siendo sarcástico?

Silencio respondió a su pregunta.

—Estaba nerviosa. Lo haré mejor esta vez.

—Bueno. —Dom no parecía tan relajado cuando puso una mano en


el tablero para prepararse—. Vamos a intentarlo de nuevo.

No pudo evitar poner los ojos en blanco ante la colocación de su


mano.

—No seas tan dramático.

Simplemente ignoró su insulto.

—Está bien, ¿en qué marcha estás?

Maria entrecerró sus ojos en rendijas.

—Neutral.
—Y... ¿qué pedal tiene tu pie derecho?

—Se te va a meter por el culo si no dejas de tratarme como a una


niña —amenazó Maria antes de darle la respuesta que quería—. Mi pie
derecho está sobre el maldito freno.

—Bueno. —Dominic dejó escapar un suspiro. —Ahora, suelta


lentamente el pie derecho del fre... ¡freno, Maria!

Su cabeza se echó hacia atrás de nuevo cuando el coche se


adelantó.

—¡Ese es el embrague!

El coche siguió avanzando. ¿Los coches pueden estar poseídos? Le


tomó dos intentos más antes de que pudiera detener el auto.

—Estaciona el coche —ordenó apresuradamente.

Maria hizo rápidamente lo que le pidió.

—Eso es suficiente —Dom apretó entre dientes.

Otra ceja perfecta se arqueó ante la rapidez con que Dominic había
cambiado su postura sobre que ella aprendiera a conducir.

—¿Eso es todo?

—Sí —dijo Dominic, abriendo ya la puerta de su coche.

Desabrochándose el cinturón de seguridad, cambió de asiento y


puso su trasero en el asiento del pasajero mucho antes de lo que él
esperaba.

A pesar de que Maria tenía la sospecha de que conducir no era para


ella...

—Quizás necesito probar un automá…

—No, no lo necesitas —informó Dominic, contento de estar de vuelta


al volante—. Muérete de la envidia haciendo que los hombres te lleven.

Maria rió.

—Intenté decírtelo.

—Bueno, tenías razón. Pensé que últimamente te habrías cansado


de tener que viajar en taxi.
—Quiero decir, bueno, técnicamente, he estado viajando en Uber
Black —dijo que había estado viajando con el lado premium del servicio
de automóviles—. Pero sí, no es tan agradable como tener a uno de los
hombres de Lucca llevándome, pero eso significaría que tendría que
volver a tener un guardaespaldas.

—¿Y todavía piensas que eso sería algo malo? —preguntó, poniendo
su Mustang en primera marcha. Su pequeño único problema aún no se
había resuelto.

—Sí, no necesito que nadie más salga herido o muera por mí —le
dijo Maria, decidida—. Especialmente considerando que acabo de
enterrar a mi cuarto guardaespaldas…

Los neumáticos chirriaron al detenerse y Maria agradeció a Dios que


usaba el cinturón de seguridad, a pesar de que estaban en un
estacionamiento vacío, mientras su cabeza se inclinaba hacia adelante.

—¡Qué carajo, Dominic!

La voz de Dom sacudió el coche:

—¿CUARTO?
38
Perra difícil de complacer

M e trajiste a un museo de automóviles? —preguntó Maria


mientras entraban al edificio, viendo todos los autos antiguos
llenando el espacio—. Se suponía que me llevarías a cenar.

—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres difícil de complacer? —


Dominic colocó un brazo propietario alrededor de su cintura mientras
esperaban en fila detrás de varias parejas.

—Bueno, no me llamas princesa por nada.

—No, no lo hago. —Dom se rió—. ¿Qué pasa? ¿No te gusta?

—Nunca supe que había tanta gente interesada en los coches viejos.
—Aburrida, Maria trató de forzar un interés en algo que obviamente
Dominic tenía—. ¿Cuál es tu favorito?

—No lo sé. En realidad, nunca he mirado a mi alrededor.

Interiormente, Maria gimió. Iba a tener que poner su cara de juego y


fingir que iba a estar cautivada con cada auto que había sido
restaurado, solo para tener suerte al final de la noche.

Avanzando en la fila, escuchó a una pareja frente a ellos dar sus


nombres al personal detrás del mostrador.

—¿Se necesita una reservación para mirar coches? —Maria dio una
breve mirada a su alrededor—. Lo he visto todo. Vámonos.

Dominic respiró exasperado mientras la mantenía firmemente en su


lugar junto a él con la mano en la cintura.

—Maria, dale una oportunidad.

—Eso es lo que estoy haciendo. Vayamos por comida rápida y


comamos en mi casa. —Maria soltó un gemido silencioso cuando la
línea se movió y la pareja dio la vuelta al costado y bajó una escalera—.
¿Hay aún más autos abajo?
Jesús. Para cuando salieran de allí, Maria tendrían canas antes de
perder su virginidad.

Su pregunta fue hecha a la espalda de Dom mientras avanzaba.


Maria tenía tanta hambre que ahora deseaba haberse comido los
huevos con salsa de tomate.

—Luciano.

La trabajadora asintió, sin levantar la vista de su computadora.

—Llega justo a tiempo. Adelante.

Dom asintió con la cabeza.

—Gracias.

Al verse conducida por las escaleras, se sintió aliviada de no tener


ninguna intención de casarse con Dominic. ¿Qué hombre en este
universo preferiría pasar la noche en un museo antes que follarla
hasta…?

De repente, Maria tuvo que agarrarse del brazo de Dom al final de


los escalones cuando la luz se volvió tan tenue que apenas podía ver.

—¿Cómo se supone que veamos los coches en la oscuridad?

Cuando las palabras salieron de su boca, apareció una luz mientras


caminaban más lejos. Al acercarse, pudo ver a una anfitriona
esperándolos. Con la boca abierta, Maria siguió a la anfitriona mientras
los llevaba a través de mesas brillando a la luz de las velas.

Guau... Por primera vez esta noche, Maria se quedó sin palabras.

—¿Aún quieres volver a tu apartamento? —Dominic sonrió y le


ofreció una silla.

Maria le dio su sonrisa más dulce.

—Justo después de comer, lo haré.

Los hoyuelos de Dom aparecieron cuando se sentó frente a ella.

—Sigue sonriéndome así y voy a cambiar de opinión de nuevo —


advirtió.

—Demasiado tarde —dijo Dominic mientras colocaban una cesta de


pan sobre la mesa—. Una vez que pruebes eso, no te irás.
Maria quitó la tela que cubría el pan para tomar una rebanada tibia.
Cogió su cuchillo de pan y lo untó con mantequilla antes de darle un
mordisco.

—Mmm... —gimió—. Tienes razón.

—Me alegro de que te guste, princesa —dijo, tomando su propia


porción de cielo mientras ella miraba el menú.

—¿Qué es rico aquí?

Dominic se encogió de hombros.

—No estoy seguro.

—¿Nunca has estado aquí antes? —preguntó mientras arqueaba la


ceja.

—No —dijo simplemente—. He estado guardando este lugar para


alguien especial.

Ugh. Maria quería que le dijera cosas sucias, no cosas dulces que la
hicieran pensar en casarse con él.

Tomando otro pequeño bocado del pan, Maria casi se atragantó con
la forma en que él la estaba mirando a la luz de las velas. En broma,
Maria se inclinó un poco hacia adelante.

—Si la comida es tan buena como el pan, señor Luciano, puede que
tenga suerte esta noche.

—En realidad, hay una barra en el nivel inferior. Pensé que


podríamos ir a tomar unas copas y comprobarlo, si quieres.

En otras palabras, estaba tratando de detenerla y cansarla.

Después de que el camarero llegó a tomar sus pedidos y luego se


fue, Maria le dio al lugar otra mirada alrededor.

—Dominic, sabes que no tenías que pasar por todos estos


problemas. No necesito tener todas estas comodidades y lujos. —Sí,
Maria podía ser una perra engreída y difícil de complacer, pero no
estaba interesada en Dominic para conseguir cosas bonitas o dinero.
Tenía esas cosas y no quería más. Buscaba algo diferente.

—Algo me dice que McDonalds no te habría convencido de que te


casaras conmigo, princesa.
—Esto tampoco —admitió.

—Lo sé —reveló Dominic—. Solo quería mostrarte lo bien que lo


podríamos pasar juntos.

Dom la estaba succionando con un encanto que no tenía ni idea de


que él era capaz.

Extendiendo la mano sobre la mesa, trazó la letra E tatuada.

—Entonces, sobre esos protagonistas masculinos en tus viejas


historias de vaqueros…

Hubo un leve tirón de sus labios.

—¿Qué te gustaría saber, princesa?

Ella se acercó a la R ahora.

—¿Cómo trataban a sus mujeres?

—Bueno, está John Wayne —comenzó Dominic, mirándola trazar


las letras entintadas en su piel—. Y él es sobre todo del tipo respetuoso.

—Qué romántico. —Pasó a la letra A.

—Luego está Clint Eastwood... —La voz de Dominic cayó


mortalmente silenciosa mientras sus ojos color avellana brillaban a la
luz de las velas—. Y él no lo es tanto.

Finalmente, llegó a la R.

—¿Y cuál eres tú?

—Supongo que tendrás que casarte conmigo o mirarlos conmigo


para averiguarlo, princesa.

—Creo que eso es algo que una mujer debería saber sobre un
hombre antes de aceptar casarse con él —respondió ella.

No es que lo vaya a hacer ni nada.

Un lento destello de sus hoyuelos le dijo que pensaba lo contrario.

—Entonces será mejor que empieces a mirarlos.

—En realidad, —Maria jadeó, manteniéndolo en suspenso—, no.

—¿Por qué no? —rió.


—Porque, tengo la sensación de que no serás del tipo de ver Netflix y
relajarse. —Suspiró Maria—. Y, además, ya sé que no eres ninguno de
ellos.

Dominic arqueó una ceja.

—Entonces, ¿sabes quiénes son John Wayne y Clint Eastwood?

Ella sonrió.

—Posiblemente.

—¿Como es eso? —Ni siquiera Dominic la consideraba capaz de


sentarse a ver una película de vaqueros para saber cuáles personajes
interpretaban normalmente.

Deteniendo su toque, apartó la mano.

—Bueno, eso es para que lo sepa y tú lo averigües.

Dom la miró fijamente, como si la respuesta estuviera escrita en su


frente, pero no podía ver la pequeña escritura.

Agarrando su mano antes de que pudiera soltarla de la mesa, la


sostuvo en la suya.

—Dime.

—¿Qué hay para mi ahí dentro? —ronroneó.

Al darle la vuelta a la palma de la mano, inició sus propios toques


ligeros.

—¿Qué deseas?

Los ojos de Maria se posaron en su movimiento.

—Tú pasando la noche en mi casa.

—¿Estás intentando que me lleven en una bolsa para cadáveres?

Maria negó lentamente con la cabeza.

—No me servirías de nada muerto.

—Lo haré… —Dominic envió escalofríos por la palma de su mano


hasta su brazo—, siempre que entiendas que no voy a tener sexo
contigo antes de casarnos.
Era hora de probar una táctica diferente.

—¿Sabes cuántos hombres morirían si les hiciera esa oferta?

—Dime quiénes son y lo haré realidad, princesa.

Maria se sorprendió por sus palabras.

—¿Me dejarías dormir con ellos?

—No. —Levantó los ojos de la palma de la mano hacia sus ojos


hambrientos—. Los ayudaría a morir.

—Oh... —Maria contuvo el aliento—. Entonces está bien.

Sonriendo, Dom le dio un pequeño pellizco en el centro de la palma.

—Eres una cosita cruel.

Maria no se había estremecido, demasiado cautivada por lo que


estaba haciendo.

—¿No te molesta?

—No. —Le mostró el hambre en sus propios ojos—. Me enciende.

—Tú me enciendes —admitió Maria con entusiasmo—. ¿Quieres


olvidarte de la cena e ir a follar?

Volteando su mano hacia atrás, tocó su dedo anular.

—No hasta que ponga una alianza aquí.

—Preferiría tener tu pene en mi...

Maria se interrumpió cuando llegaron las ensaladas.

—Compórtate —dijo Dominic en voz baja una vez que estuvieron


solos de nuevo.

Maria, sin embargo, no estaba tan callada.

—Mi papá te diría que nunca fui buena para comportarme.

Tomando su tenedor, estaba claro que Maria no habría esperado su


respuesta.

—Princesa, puedes ser tan mala como quieras, y nunca te diré que
no.
Maldita sea. Dominic se estaba volviendo cada vez más difícil de
resistir cuando intentaba cortejarla con tan gloriosa libertad, pero
incluso Maria sabía que era solo una artimaña.

—Bien. Como si creyera en eso. Una vez que tengas tu anillo en mi


dedo, te convertirás en todos los demás hombres sobreprotectores de mi
vida.

—No, no lo haré. —Dominic le hizo un juramento en ese mismo


momento—. Imagínate, Maria... puedes hacer y ser lo que quieras
conmigo.

Conteniendo la respiración, pudo ver lo sincero que era detrás de


sus ojos color avellana.

—Talla de anillo, seis.


39
Un hombre imposible de seducir

— M e dijiste que querías ir al bar de aquí, Maria —advirtió


Dominic con voz gutural, en un esfuerzo por hacerle saber
que no se saldría con la suya cuando llegaron a su puerta.

—Iremos. —Maria sacó su teléfono de su bolso para abrir la


puerta—. Solo necesito refrescarme primero.

—Ajá. —Claramente, no le creía. Y probablemente era por una


buena razón.

Si bien Maria tenía un lugar para beber mucho mejor aquí en el


Hotel Casino, planeaba atraer alguien en su cama.

¿Quién podría culparla? Dominic es caliente como el infierno.

Sonriendo, Maria abrió la puerta y ambos entraron.

—Esperaré aquí —le informó, yendo a la sala de estar.

Maria le dio una sonrisa sensual.

—Puedes venir a esperar a mi habitación, ¿si quieres?

—Ni una oportunidad, princesa —dijo, mostrando sus hoyuelos


mientras tomaba asiento en una gran silla de terciopelo.

Maria soltó un suspiro largo y exasperado.

—Eres un hombre imposible de seducir, Dominic Luciano, espero


que lo sepas.

—Bueno, tal vez… —Dom se recostó perezosamente en la silla,


extendiendo los brazos sobre los brazos de la silla, poniéndose
cómodo—, no te estás esforzando lo suficiente, Maria Caruso.

Pensó que estaba soñando por un segundo, a punto de ondear la


bandera blanca de intentar seducirlo. Esa mirada sensual que Dom le
estaba dando le decía lo contrario: Dominic claramente disfrutaba de su
interminable coqueteo, y no quería que se detuviera. Si pensaba que
ella no se estaba esforzando lo suficiente, estaba en su mundo de dolor.

Maria se acercó a él hasta que estuvo a solo un pie de distancia.


Levantando su pierna, colocó la punta de su tacón en la parte inferior
de su abdomen, haciendo que el puntiagudo talón se cerniera sobre su
pene, todo mientras se balanceaba sobre el otro delgado tacón.

—¿Asustado? —preguntó con una ceja arqueada.

—No, confío en ti. —Dominic retiró la mano del brazo de la silla para
dejar que su palma vagara arriba y abajo por su pierna larga y sedosa
que pareció durar días. Inclinándose, le dio un beso en la parte interna
del muslo—. Y no te atreverías, princesa —dijo con una sonrisa.

Eso era cierto. No había forma de que lastimara la parte de él que


más deseaba.

Dom deslizó su mano desde la parte superior de su muslo, a lo largo


de su pierna, hasta que alcanzó su talón. Maria lo miró con curiosidad
mientras él admiraba sus pies en sus zapatos, antes de que agarrara su
talón con una mano para que no pudiera hundirlo mientras acercaba
su pierna con la otra. El fuerte agarre que tenía sobre ella evitó que se
cayera mientras se balanceaba perfectamente sobre un pie con tacones
de aguja.

Inclinándose hacia adelante de nuevo, sus ojos se dirigieron a la


bonita y pequeña vista que tenía con el dobladillo ascendente de su
vestido. Manteniendo los ojos fijos en su tanga de encaje transparente,
color piel, besó la parte interna del muslo.

—Sé que no lo dijiste en serio… —Dominic apretó su muslo con más


fuerza—, cuando me dijiste tu talla de anillo, pero sé que estoy
haciendo que lo pienses, princesa. —Besó su muslo aún más alto, su
rostro más cerca de su pequeña y bonita vagina—. ¿Cuánto más crees
que vas a poder durar?

Esos pequeños besos casi hicieron que la cabeza de Maria cayera


hacia atrás.

—Quieres decir, ¿cuánto más vas a poder durar tú?

Dom lamió la carne sedosa de un solo, largo golpe antes de alejarse


con una sonrisa.
Llorando internamente cuando sus labios dejaron su muslo y no
continuó, ella se inclinó hacia adelante, colocando una rodilla al lado de
su muslo y levantó la otra hasta sentarse a horcajadas sobre su regazo.
No fue Maria quien lo besó primero; fue Dom quien tomó sus labios
carnosos como rehén.

Besar a Dominic se sintió como quemarse, dolía besarlo, pero solo


dolía más alejarse de las llamas. Era mejor lidiar con la conmoción
inicial de dolor hasta que se acostumbrara. Controlar las llamas dolía
mucho menos que ser quemada viva.

Dom deslizó sus manos por debajo de su vestido y subió por su


muslo hasta su trasero, llevando el dobladillo ajustado hasta la cintura,
revelando por completo su tanga delgada que no ocultaba
absolutamente nada. Tomando su labio inferior para succionarlo entre
dos dientes, Maria se encontró rogando cuando sus nalgas expuestas
fueron agarradas con fuerza en cada una de sus manos.

—Por favor…

—¿Por favor qué? —preguntó Dom, queriendo que ella continuara


suplicando.

No solo el cuerpo de Maria lloró, sino también su voz, necesitando


que le quitara el dolor.

—Por favor, no puedo soportarlo más.

—Todavía no voy a follarte, princesa.

Cuando le quitó las manos del trasero, pensó que iba a evitar que
continuaran, pero él colocó la mano en la parte inferior de su cuello,
estirando su cuello hacia él.

Dominic le dio un beso posesivo en los labios.

—Pero te daré una probada.

El siguiente pensamiento de Maria fue la felicidad absoluta cuando


sintió su otra mano cubrir su vagina. Dominic comenzó acariciándola
suavemente a través de la fina tela hasta que deslizó el pulgar por
debajo de la tela para encontrar su núcleo palpitante. Apoyó la cabeza
en el hombro de Dom ante el alivio que le estaba dando, mientras la
frotaba con un movimiento que calmaba el hormigueo y al mismo
tiempo elevaba la llama.
Con un dedo meñique, Dom estaba arruinando su determinación de
ser la seductora, convirtiéndose en su lugar en la seducida. Cuando
otro dedo se deslizó dentro de su tanga, ella siseó rogando:

—¡Más!

—¿Aquí? —preguntó con una sonrisa, sabiendo muy bien dónde.

Sus uñas se clavaron en los brazos de la silla para evitar romperlo


en pedazos ante la abrumadora lujuria que estaba prendiendo fuego a
su vagina, profundizándose cuando la otra mano de Dominic fue al
talón de su zapato, abriendo sus muslos más y más. Girando y
retorciendo mientras sus dedos se movían hábilmente sobre ella, se
agachó para sacar la lengua y saborear el costado de su cuello.

Sus caderas comenzaron a bombear hacia atrás con fuerza y rapidez


contra los dedos que se abrían paso a través de su vagina. Dominic la
estaba poniendo caliente como la mierda. La princesa de hielo se estaba
derritiendo en un charco, y todo lo que se necesitó fueron dos dedos en
el área correcta para tenerla jadeando por más.

—Dom…

—Córrete por mí, princesa.

Cuatro palabras y Maria comenzó a temblar en un orgasmo,


atrapándola en una red de la que no quería escapar. Tomando varias
respiraciones calientes, Maria besó a Dominic suavemente,
agradeciéndole antes de masajear su lengua sobre su labio inferior,
humedeciéndolo.

Mi turno.

La mirada acalorada de Maria se quedó en él mientras se dirigía a


sus jeans y comenzaba a inclinarse. Su dedo tatuado fue a su barbilla,
impidiéndola moverse.

—¿No quieres que te devuelva el favor? —preguntó sin aliento,


mojándose el labio inferior.

Dom mantuvo su dedo en su lugar.

—No, princesa.

—Pero yo quiero. —Intentó bajar de nuevo, prácticamente


imaginándolo en su boca, pero Dom la mantuvo en su lugar.
—Gracias por la oferta... —Le dio un beso a sus labios fruncidos—,
pero no quiero que me toques hasta después de casarnos.

—¿Por qué? —No parecía muy justo que no pudiera encontrar


ningún alivio.

Su mirada color avellana era inflexible cuando dijo:

—Te lo dije, princesa. No te voy a contaminar.

Maria ya no peleaba con él, apoyando su cabeza en su frente.


Quería decirle que nunca podría entregarle sus pecados, que no la
estaba salvando o evitando que su alma se fuera al infierno al dejar que
lo tocara. Sería imposible, porque aunque él no se consideraba puro,
Maria podía ver que lo era. Era amable, bueno y sincero, y debido a
esas características exactas, sabía que era inútil intentar cambiar de
opinión.

Admitiendo la derrota, necesitaba una distracción antes de que la


volviera loca de necesidad. Si no, le esperaba una larga noche infernal.

—Entonces… —Maria tomó una última, larga y relajante respiración


para bajar su temperatura—, ¿todavía quieres esa bebida?
40
Es una trampa

—Maria, algo me dice que se supone que no debo ver lo que hay
detrás de esa puerta.

L
a mandíbula de Dominic se flexionó, preguntándose por qué
diablos se bajó estúpidamente del ascensor con ella en el
sótano. Y si eso no fuera lo suficientemente suicida, se
permitió caminar junto a ella mientras recorrían un pasillo largo y
espeluznante hacia una puerta sospechosa.

No va a estar feliz hasta que su trasero haga que me maten.

Maria tuvo que tocar la puerta dos veces, ¡dejándole aún más
jodidamente claro que se supone que no debo estar aquí!

La puerta se abrió una pequeña rendija cuando uno de los hombres


de Dante salió para bloquear la puerta, cruzó los brazos y les dijo
físicamente que no eran bienvenidos. Bueno, uno de ellos no lo era.

Esta mierda no vale…

—Vamos. —Maria miró al bastardo como si fuera tonto—. ¿De


verdad crees que tu jefe no sabe con quién está saliendo su propia hija?

La mano de Dominic se derritió en la de ella. Le gustó la forma en


que esas palabras sonaron al salir de sus labios, haciendo que todo
valiera la pena. Pero luego ella arrancó su mano de la de él.

—Bien. —Maria abrió su bolso—. Estoy segura de que a Dante le


encantaría que lo molestaran a esta hora.

Mientras desbloqueaba su teléfono, el guardia permaneció estoico,


pareciendo ver su farol….

Maria, piensa en algo rápido, alentó a través de telepatía, que


obviamente no compartían, porque sabía muy bien que no iba a llamar
a su padre.
Al verla trabajar la situación, todo lo que Dom sabía era que Maria
Caruso era todo lo que siempre había soñado, ya sea en uno húmedo o
romántico, pero iba a ser su muerte. Estaba seguro de ello. Nunca en
su vida había tratado de ser más respetuoso con una mujer, solo para
que ella quisiera sexo puro y sin adulterar. La mujer era una leona
privada de sexo en busca de su pene, y todo lo que él quería era un
pequeño anillo en su dedo que le permitiera dormir por la noche con la
moral intacta, y luego despertar con ella todos los días por el resto de
su vida. ¿Qué tenía eso de malo? ¿No era esa mierda romántica? Porque
seguro que se sentía muy romántico para él, pero claramente no para la
única maldita mujer del planeta que no tenía un hueso romántico en su
cuerpo.

La versión del romance de Maria salía directamente de una película


porno, y aunque eso era jodidamente genial para él, solo era genial
después de casarse. Solo podía rechazar a una mujer como Maria
tantas veces. Pronto sería el que se rompiera.

Acercándose el auricular a la oreja, el matón de Caruso asintió con


la cabeza y dio su visto bueno, luego les abrió la puerta.

Con un suspiro interno de alivio porque el engaño de Maria no fue


descubierto, Dominic se preguntó quién o qué le había hecho abrir la
puerta.

Su suspiro duró poco, ya que solo tenía más problemas para venir.

Dominic trató de mantener su rostro impasible ante la vista de un


casino clandestino e ilegal, pero todo se fue al infierno al ver a las
mujeres vestidas de lencería por todas partes, sirviendo a los hombres
jugando en las mesas.

—Maria… —Dominic tragó fuerte y largamente—, no quiero estar


aquí.

—Oh por favor. —Comenzó a arrastrarlo al oscuro lugar que olía a


cigarros, alcohol y mujeres—. No voy a dejar que mi padre te haga daño.

Alzando los ojos al suelo, su voz se quebró junto con ella:

—¡No estoy preocupado por tu padre! ¡Me preocupa que me metas


un maldito tacón en el cuello!

—¿Por qué habría de hacer eso?


Es una trampa. Esta es una maldita trampa, y había dejado que
Maria lo metiera directamente en ella: un club de striptease con su
pareja, nada menos. Solo que no estaba con cualquier otra persona
querida; estaba con la jodida Maria metiéndote-un-tacón-en-tu-cuello-
pero-está-bien-porque-soy-una-linda-Caruso.

No sabía si se suponía que debía apreciar a las mujeres


semidesnudas o si se suponía que debía fingir que no estaban allí. Al
contemplar qué opción no terminaría en sangre, mantuvo la boca
cerrada, dejando que el agarre mortal de su mano lo llevara a una mesa
vacía.

Esta es una situación en la que todos pierden, muchachos, habló


internamente con todos los hombres que de alguna manera podrían
estar escuchando en busca de consejos sobre qué hacer en esta
situación, porque él tenía que ser el primero en navegar a través de
estas aguas rocosas, especialmente con una rubia psicótica que no
tendría ningún problema en matar a un hombre mientras dormía.

De la mano a Dios, no quería mirar a otra mujer además de ella, ni


vestida ni desnuda. Maria estaba lo suficientemente jodidamente lejos
para que la manejara… en todos los departamentos, apariencia,
cerebro, personalidad. Ella marcó todas sus casillas excepto una, la
casilla que decía que no quería verlo muerto, porque claramente lo
hacía.

De cualquier manera, esta era una jodida prueba para ver cómo
reaccionaría con otras mujeres, y podía hacerse la tonta todo lo que
quisiera, pero Dominic no pudo evitar preguntarse por qué no se podía
haber enamorado de alguien… normal.

Una mujer normal lo habría probado con el estándar.

—Oye, cariño, ¿crees que es bonita? —Incluso el más idiota de los


hombres podría responder a esa pregunta correctamente.

Lanzar al hombre que repetidamente le propuso matrimonio a una


habitación llena de mujeres semidesnudas era un nuevo nivel de
locura. Incluso el puto Papa no podría dejar de mirar. ¡Apostaría a que
la mujer más recta del mundo estaría mirando! Solo un ciego
sobreviviría a esta situación, y Dom no estaba jodidamente ciego.

Mantuvo la mirada fija en el suelo, siendo conducido a ciegas a la


mesa, y ya había sentido tres pares de pechos tocarlo al pasar.
Sentado en una mesa vacía al lado de Maria, vio que la crupier del
otro lado de la mesa también vestía algo escandaloso.

—Yo me ocuparé de la mesa; toma un descanso —le dijo una mujer


al crupier desde atrás.

Al ver salir a la primera crupier, la mujer detrás de ella se enfocó...

¡Santa Madre de Dios! Voy a morir esta noche, ¿no?

—Oye, pastelito. —Una mujer con las tetas más grandes miró
dulcemente a Maria, recogiendo la baraja de cartas sobre la mesa.
Comenzó a moverse a la velocidad de la luz mientras sus ojos iban
hacia él—. ¿Y quién es este que tienes contigo?

—Este es Dominic. —Maria lo miró con una sonrisa—. Dominic,


esta es Sadie. Es jefa de cajas, pero para mí, vuelve a repartir cartas.

¡Ojos, mantén tus ojos en alto! Dom le dio a la mujer un breve


asentimiento.

—Entonces… —Sadie le dio a Dominic una buena mirada—, ¿quién


es este? ¿El señor Prada o el señor Choo?

Obviamente, eso era una broma interna entre las dos, pero Dominic
entendió bastante bien la referencia, a pesar de que deseaba no haberlo
hecho.

—No lo sé. ¿Cuál te parece?

Ambas mujeres lo miraron, tratando de averiguar a qué diseñador


les recordaba más, mientras que a Maria no parecía importarle que
Sadie hubiera mencionado a Kayne en nombre en clave.

—Yo tampoco lo creo —concluyó Sadie finalmente—. Es un hombre


de suela roja si alguna vez he visto uno.

—Tienes razón —concordó Maria, mirándolo como si fuera un trozo


de carne—. Definitivamente es el Sr. Louboutin.

A pesar de que Dominic entendió que Christian Louboutin estaba en


la cima de la pirámide de zapatos, y aunque apreciaba el comentario,
estaba comenzando a sentir un poco caliente aquí.

Mierda, ¿estoy sudando?


—Cherry, necesito unas limas, un trago de tequila, y… —Sadie miró
a Dom—, ¿qué te gustaría…?

—Agua.

Sadie lo miró con lástima.

—Que sean dos tragos de tequila y dos aguas, Cherry.

Con la mujer alejándose y Sadie terminando de revolver las cartas,


Dominic sacó su clip para billetes del bolsillo trasero.

—Yo me encargo. —Maria colocó su mano sobre la de él,


impidiéndole sacarlo—. Dividiremos mil, Sadie, y lo pondremos en la
cuenta de mi padre.

—Absolutamente no…

Maria agarró el clip lleno de dinero en efectivo y lo arrojó en su bolso


antes de dejarlo de nuevo sobre la mesa.

Vas a conseguir que me m…

—Lo tienes, nena. —Sadie extrajo las fichas, colocando un valor de


quinientos frente a cada una de ellas.

Ambas van a hacer que me maten. Dominic miró a Maria sin tocar
las patatas fritas.

—Te preocupas demasiado —dijo Maria, poniendo una ficha de


cincuenta dólares en el círculo por él después de hacer lo mismo—.
Nunca pierdo en el blackjack. Para cuando nos vayamos, podrás
comprarme el anillo que quiera.

Dándole un apretón en el muslo debajo de la mesa, Dom era un


hombre débil cuando se trataba de esta mujer. Sabía que tenía I-M-B-
E-C-I-L escrito en la frente, pero no pudo evitar sentir que su corazón
se hinchaba cuando ella hablaba de un anillo, aunque sabía que no
hablaba en serio. La Maria de hace una semana no habría podido
bromear sobre algo así.

—¿Anillo? —preguntó Sadie, repartiendo las cartas.

—Dominic me pidió que me casara con él —le dijo Maria la


información libremente, como si no fuera gran cosa.
—Varias veces, en realidad —agregó por su cuenta, queriendo
recordarle a su rubia seductora.

—Ah, entonces tiene cuerpo y cerebro. —Felicitó la jefa de cajas, no


tanto a él sino a Maria—. Sabía que se necesitaría un gran hombre para
atraparte, Maria, pero maldita sea...

—Oh, no nos vamos a casar —dijo Maria mientras golpeaba la mesa


para poner sus quince contra los tres de Sadie.

Dándole otra carta, que eran dos miserables, continuaron hablando


como si él no estuviera aquí.

—¿Lo rechazaste?

Una vez más, Dominic fue el que respondió:

—Varias veces, en realidad.

Maria y Sadie se rieron levemente cuando la camarera regresó.

Cherry se interpuso entre ellos, dejando sus bebidas. A Dom no le


gustó la forma en que la mujer frotó sus pechos en su hombro mientras
los dejaba en la mesa, así que se movió ligeramente hacia un lado, fuera
de su alcance, para darle una indirecta, y aunque mantuvo su rostro en
sus cartas, podía sentir su mirada persistente.

Leyendo la habitación, Dominic comprendió que probablemente era


la norma por aquí. Necesitaban sus propinas y alimentar a sus familias,
pero si ella lo volvía a hacer después de su silenciosa advertencia, la
regaña…

—Él no está aquí para ti ni para ninguna otra perra que tengo
trabajando aquí —siseó Sadie, regañando a la mujer y dejándolo claro
no solo a Cherry sino a cualquier otra persona que lo mirara o lo frotara
de pasada—. Les traerás sus bebidas y eso es todo. Te daré una
bofetada si te veo tocar o seguir mirando al hombre de Maria así de
nuevo.

Si Dom hubiera tenido agua en la boca, la habría escupido. No era


de extrañar que Sadie y Maria se llevaran bien.

Los ojos de Cherry fueron inmediatamente a los de Maria:

—L-lo siento. No lo sabía.


Maria se inclinó y volvió la cara de Dominic, agarrándole la barbilla
con los dedos para poder darle un fuerte beso en los labios. Le dejó sin
aliento, y si no lo hubiera hecho ya, se habría enamorado de ella con las
siguientes palabras que salieron de su boca...

—Ahora lo sabes. —Maria le dio a la camarera una mirada de


advertencia.

El hombre de Maria. Mierda, le gustó el sonido de eso. Le dio otro


apretón en el muslo debajo de la mesa.

—Sí. Lo siento. —Cherry asintió con la cabeza antes de alejarse,


dando a conocer que no volvería a cometer ese error. Ninguna mujer
que trabajara allí volvería a cometer ese error.

Dominic finalmente se relaj…

Maria tragó su tequila en un segundo, luego chupó el limón en su


boca en otro.

Dios santo... Verla chupar ese limón hasta que no quedó nada lo
hizo acomodarse en su asiento. Le estaba haciendo pagar por no dejarla
envolver su bonita boca alrededor de su pene, y Dominic le preguntó en
silencio a Dios por qué tenía moral en primer lugar. ¡No era un maldito
santo!

Tomando unos tragos gigantes de su agua, hizo señas para


plantarse con sus veinte.

—Entonces, ¿por qué no te casas con él? —preguntó Sadie,


volviendo a la conversación sobre él que no lo incluía en particular.

—Sabes lo que siento por el matrimonio —dijo Maria con un


movimiento de su cabello—. Solo quiero que me folle…

Dom deslizó su mano sobre su boca ruidosa, susurrándole en voz


baja:

—No hagamos esto aquí, princesa.

Ella ya tenía una audiencia de hombres en las otras mesas tratando


de escuchar, así como las mujeres que trabajaban, que todavía estaban
impactadas porque Maria Caruso había venido aquí con un hombre.

No soltó su boca hasta que asintió en silencio.


Una sonriente Sadie volteó la carta debajo de sus tres para revelar
un diez, justo antes de repartirse un ocho.

Viendo cómo el dinero de su padre, que Maria les había hecho


apostar, eran ganados con los perfectos veintiuno de la casa, le dio a
Maria una mirada de muerte.

—Pensé que habías dicho que no perdías —soltó Dom. No había


forma en el infierno de que fuera a tocar esas fichas...

—Simplemente tuvo suerte —aseguró Maria, deslizando las fichas


que le dio en el círculo y haciéndole apostar de nuevo—. ¿Vas a beber
esto?

Al verla señalar el segundo trago de tequila, quiso decirle… diablos,


no, pero fue con un simple:

—No.

No había forma de que se sintiera cómodo bebiendo aquí. El alcohol


haría que sus párpados se volvieran pesados, y Maria no iba a ver que
sus ojos se deslizaran por debajo del cuello a menos que estuvieran
puestos en ella, lo cual nunca ocultaba de todos modos.

No follar con ella, porque Dios sabía que quería hacerlo, era la única
forma de conseguir que Maria se casara con él, y conseguiría que se
casara con él. Maria era su futura esposa, y tenía que superarlo.

Además, no le iba a dar su pecado...

Maria chupó el limón como si fuera su vida después de tomar el


segundo trago.

Fóllame, gimió por dentro, la tensión en sus jeans se volvió


insoportable. ¿Esta noche podría ponerse peor?

Sadie les repartió nuevas cartas, pero la mano duró poco, ya que dio
la vuelta a un as con sus diez abajo.

A Dominic le esperaba una larga noche de mierda.


41
Maria, la virgen borracha

— L
su padre.
o siento, cariño, pero es hora de que te detenga —dijo Sadie
cuando Maria pidió retirar otros mil dólares de la cuenta de

Dándole a la jefa del pozo un agradecimiento silencioso, Dom tomó


el trago de tequila de la mano de Maria antes de que pudiera tragarlo.

—Sí, creo que nos hemos divertido lo suficiente por una noche.

Una Maria muy ebria hizo un puchero.

—Pero todavía no hemos obtenido lo suficiente para pagar mi anillo.

—Oh, está bien, princesa —aseguró—. Tengo la sensación de que no


habrá gran boda si no dejamos de apostar con dinero que no es
nuestro.

—Siempre podemos —dijo entre dientes—, apostar con el dinero de


Lucca.

—Por divertido que suene… —Dominic la ayudó a levantarse de la


silla—, es hora de irse.

—¡Oh, Dios mío! —jadeó Maria, mirando a una trabajadora que


pasaba antes de correr tras ella—. Me encantan tus zapatos.

Sacudiendo la cabeza, mantuvo sus ojos en ella mientras recogía su


bolso desatendido de la mesa. Al abrirlo, recuperó su clip lleno de
efectivo. Contando cientos, colocó los mil que Maria le quitó a su padre
sobre la mesa.

Sadie tomó el dinero en efectivo con una sonrisa.

Dejando algunos billetes más sobre la mesa, se los deslizó hacia


ella.
—Las bebidas corren por cuenta de la casa. —Sadie le devolvió el
dinero—. Y si le das una propina a Cherry o a cualquier otra mujer
aquí, podrían hacerse una idea equivocada.

Comprendiendo que probablemente tenía razón, le devolvió el


dinero.

—Para ti. Gracias por hacerle pasar un buen rato a Maria.

La jefa no lo había hecho sentir incómodo cuando ella lo miraba o


comentaba su apariencia. No había sido para impresionarlo; era para
halagar a Maria. Y si de alguna manera hacía que la mujer con la que
quería casarse realmente contemplara casarse con él, entonces Sadie
valía cada centavo que tenía.

Sadie puso la mano sobre el dinero en efectivo, deslizándolo hacia


atrás con más seriedad esta vez.

—Gracias, pero el único dinero que recibo es del señor Caruso.

Después de un momento, Dominic asintió. Luego, recogiendo el


dinero en efectivo, lo volvió a guardar en su clip y lo deslizó de nuevo en
el bolsillo de sus jeans.

—¿Viste lo bonitos que eran sus zapatos? —le preguntó Maria,


volviendo después de obtener la información de los zapatos—. Ella
también era tan bonita, ¿no?

Al tomar el trago que no había dejado que Maria bebiera, le dio la


bienvenida a la quemadura en su garganta.

—No tan bonita como tú, princesa.

Honestamente, Maria se habría sentido ofendida en nombre de la


mujer si él hubiera dicho que no era atractiva, así que fue con la
verdad.

Sadie lo miró con simpatía.

—Que tenga una buena noche... Sr. Luciano.

Dom se sorprendió al descubrir que sabía quién era él.

—Igualmente.

—Y Maria, cariño. —Sadie esperó hasta que Maria se centró en ella


para darle un consejo—. Cásate con él.
Sonriendo para sí mismo, Dominic tomó a una Maria sin palabras
por la cintura mientras los conducía fuera del espacio subterráneo. De
alguna manera, incluso una Maria borracha todavía podía caminar con
tacones delgados. Solo tenía que asegurarse de que fuera en línea recta.

Presionando el botón del ascensor, la arrastró hacia adentro, luego


presionó la combinación de botones que Maria le había revelado una vez
antes de que la puerta se cerrara para llevarlos a la parte superior.

—Me divertí mucho. —Maria deslizó los brazos por debajo de su


chaqueta para envolver su cintura—. Ahora podemos divertirnos aún
más.

—No. —Se rió, mostrando sus hoyuelos y dándole el beso profundo


que Maria borracha quería—. Pero me alegro de que te hayas divertido,
princesa. Me sorprende que hayas logrado hacerme entrar.

—Oh, no lo hice. —Maria se giró en sus brazos para ponerse de


espaldas a su pecho. Saludando a la cámara, le estaba dando al
hombre que estaba viendo un programa—. Besador de trasero lo hizo.

Dom miró hacia donde Maria saludó.

—Ya veo.

La puerta abriéndose hizo que sus pensamientos volvieran a poner a


Maria en su cama de manera segura.

Agitando el bolso de Maria hacia el hombre que custodiaba el último


piso la última vez, el soldado Caruso parecía aún más sorprendido que
antes por el estado en que se encontraba.

Llevándola rápidamente a su puerta, sacó su teléfono para


desbloquearlo, sintiendo las miradas del soldado preocupado. Se las
arregló para abrir la puerta con una Maria ahora flácida, esperó hasta
que estuvieron adentro antes de hacerla perder el control.

—¡Vayaaa! —Maria rió, envolviendo sus brazos alrededor de su


cuello.

Acunándola en sus brazos, llevó a Maria a través de la sala y subió


los escalones, ya que era mucho más seguro para los dos de esa
manera. Y a pesar de que había intentado absolutamente volverlo loco
esta noche, él todavía tenía una sonrisa en su rostro al ver lo feliz que
estaba.
Una Maria risueña y sonriente desapareció lentamente. Tocando un
hoyuelo con su dedo, su tono se volvió serio:

—¿Te he dicho lo guapo que eres?

—No. —Dom se rió y abrió la puerta de su dormitorio de una


patada—. Eso debe significar que estás más borracha de lo que
pensaba.

Maria apretó sus brazos alrededor de su cuello, presionando sus


pechos contra él. Ella besó su hoyuelo dulcemente al principio hasta
que la punta de su lengua llenó el agujero.

—O simplemente la cantidad justa de borracha.

Oh, Dios, amaba la forma en que se sentía, pero aun así, dejó que
su moral ganara.

—Sabes que soy yo quien tiene que estar borracho para que te
aproveches de mí, ¿verdad?

Al dejarse caer sobre sus sábanas de seda color champán, Maria se


rió aún más fuerte.

—Oh.

Dominic negó con la cabeza, se sentó en el borde de la cama y


comenzó a quitarse los tacones. Al hacerlo, notó cuán más brillante era
el esmalte blanco.

—Debes haberte arreglado los pies después de que te fuiste esta


mañana, ¿eh?

—Ahora son tan suaves como el trasero de un bebé —aseguró.

—Ya veo —dijo después de quitarle el segundo—. ¿Hiciste eso por


mí?

Maria se incorporó orgullosamente sobre sus codos.

—Sí.

—Eso fue muy dulce de tu parte.

—Soy una persona muy generosa —dijo con hipo.

Ajá. Dom trató de no reírse de lo linda que estaba siendo. La Maria


borracha podría ser su Maria favorita.
Al ver la loción en la mesita de noche, la tomó para exprimir una
buena cantidad.

—Bueno, no podemos dejar que todo sea en balde.

—Oh, Dios mío —gimió Maria, dejando caer la cabeza hacia atrás
una vez que sus manos fuertes comenzaron a frotar la loción espesa y
blanca en su pie—. Sabes que estás haciendo que sea muy difícil seguir
rechazándote.

—Entonces no lo hagas—dijo simplemente, trabajando en la planta


de su pie.

—Pero te dije que no creo en el matrimonio.

A Dom al menos le gustaba su terquedad.

—Bueno, si no crees en el matrimonio, entonces estoy seguro de que


crees en el divorcio, lo cual puedes hacer en cualquier momento,
princesa.

—Mmm... —Frunció el ceño, claramente sin pensar en esa opción,


pero rápidamente lo sacó de su cabeza—. Preferiría pasar a la parte
divertida.

Riendo, exprimió más loción.

—Oh, lo sé, princesa.

Cuando sus manos fueron a su pie descuidado, Maria cayó sobre


sus codos, cayendo sobre la cama blanda.

—Creo que podrías ser el hombre perfecto, Dominic Luciano.

—Obviamente, no lo suficientemente perfecto —susurró en voz baja,


frotando sus preciosos pies que adoraba entre sus manos.

Maria se apoyó en los codos. Todavía estaba muy ebria, pero por un
momento pareció que no lo estaba cuando se puso seria.

—¿De verdad fue en serio cuando me dijiste que podía hacer y ser lo
que quisiera si me casaba contigo?

Dominic sostuvo sus brumosos ojos esmeralda en los suyos,


haciendo un juramento.

—Nunca te mentiría, princesa.


Podía ver en su rostro; quería creerlo, pero una parte de ella
simplemente no podía.

Volviéndose a caer en la cama, resopló, tratando de ocultar la


tristeza en su voz.

—Puedes decir eso ahora, pero todos los hombres me tratan igual al
final.

Frotando la última gota de loción en su talón, Dominic se levantó


lentamente y se quitó la chaqueta.

—¿Sabes por qué uso este abrigo todos los días?

Maria negó con la cabeza, al parecer ella misma había sentido


curiosidad.

—Aprendí una dura lección hace muchos años. —Agarró el cuero en


sus manos—. Se lo quité a un hombre muerto que me traicionó, y lo he
usado todos los días desde entonces para recordarme que nunca vuelva
a confiar en un alma. Y no lo había hecho... —Dominic le ofreció su
posesión más preciada—, hasta ahora.

Los ojos de Maria lo miraron salvajemente a él y a su chaqueta


extendida.

—Tómala. —La animó.

—Dominic, yo no ...

—Quiero que te la quedes, y cuando decidas casarte conmigo, por el


tiempo que sea necesario, entonces y solo entonces podrás devolverla.

Alcanzando la chaqueta, tiernamente tomó el cuero suave en sus


manos, ya que era una clara señal de su confianza. Dominic quería que
ella confiara en él tanto como él confiaba en ella, y cuando recuperara
su chaqueta, esperaba su confianza con ella.

Sosteniéndolo contra ella, Maria inhaló el aroma ardiente que


llevaba.

—Gracias.

—De nada. —Le dio una vista rápida de sus hoyuelos, pero
lamentablemente era hora de irse.

Apartando las cobijas para ella, la felicidad de Maria se desvaneció.


—¿Me estás dejando?

—Eso es lo que suele pasar al final de una cita, princesa.

—No al final de las buenas —dijo Maria, la virgen borracha, que


obviamente no tenía ninguna experiencia de mierda, pero aún parecía
saber exactamente qué hacer mientras se arrodillaba para frotar una
mano sobre su pecho—. Me dijiste que te quedarías.

—No —la corrigió Dominic, colocando sus manos en sus caderas—,


te dije que me quedaría si me contabas cómo sabías sobre John Wayne
y Clint Eastwood en las viejas películas de vaqueros, y no lo has hecho.

—Bueno, no puedo dar mis fuentes. —Hizo un puchero.

—Bien. —Dom capturó su labio inferior entre sus dientes para darle
un mordisco tierno—. No me iba a quedar, de todos modos, porque no
confío en que no me engañes para que te folle cuando estás borracha.

—Hombre inteligente. —Maria sacó la lengua para darle una lamida


juguetona a sus labios—. De todos modos, ¿puedo convencerte de que
me folles hasta el cerebro en su lugar?

Dios mío, de alguna manera su pene se endurecía cada vez que


hablaba sucio. A pesar de que su mente dijo que sí, lamentablemente
dijo la palabra.

—No.

—Está bien —se quejó Maria cuando trató de empujarla debajo de


las sábanas—. ¿Puedo al menos quitarme este vestido primero?

Tomando un respiro refrescante, asintió con la cabeza mientras se


giraba.

—Necesito que me ayudes —dijo Maria lastimeramente, tratando


patéticamente de alcanzar la cremallera en la parte de atrás. Dándole la
espalda, miró por encima del hombro a través de sus largas pestañas—.
¿Por favor?

Dios, la mujer sabía exactamente lo que estaba haciendo, pero


Dominic la ayudaría, aunque probablemente sería otra maldita cosa de
la que se arrepentiría.

Apartándole el pelo suave y dorado de la espalda y sobre su hombro,


Dominic bajó lentamente la pequeña cremallera. Su respiración se
atascó en su garganta cuando llegó a la mitad de su espalda y
descubrió que no estaba usando sujetador, y su respiración solo
empeoró cuando la cremallera llegó a la parte inferior de su cintura.

La línea que bajaba por la parte baja de su espalda, quería


desesperadamente pasar su lengua hacia abajo, pero cuando la vio
deslizarse por el vestido para revelar su tanga, Dominic tuvo un sueño
completamente nuevo en su mente.

Los pensamientos que tenía sobre Maria eran más sucios que los de
ella, y eso decía mucho. Era todo lo que podía hacer para mantener las
manos a los lados, cuando todo lo que quería era golpear su cabeza
contra la almohada mientras la follaba por detrás.

Estaba celoso de la tanga color piel, queriendo hundir su lengua


entre sus nalgas perfectas mientras lamía la longitud de la cuerda
desde su trasero hasta su vagina.

Todavía de rodillas, retiró el vestido de la parte inferior de las


piernas antes de recoger la chaqueta de Dom, sosteniendo el lado cálido
hacia ella mientras se giraba lentamente.

Saber que su cuerpo casi desnudo estaba debajo de su abrigo era


un sueño que hizo que su corazón se acelerara. Dom era fuerte... pero
no tan fuerte.

Maria se arrastró hacia él, sin detenerse hasta que su cuerpo estuvo
pegado al de él. Soltó el abrigo que sostenía entre ellos, para poder
envolver sus brazos alrededor de su cuello. Un movimiento en falso, y la
chaqueta se deslizaría, entonces no habría nada que separara su
cuerpo del de él.

Tomando sus labios en un beso caliente, batió su lengua con la


suya mientras sentía que su resolución comenzaba a deslizarse junto
con la chaqueta….

—Por favor, Maria —gimió Dominic mientras apartaba los labios de


los de ella y sostenía su cuerpo con fuerza contra él para que la
chaqueta no se cayera—. Ya no tengo la fuerza para rechazarte.

Con su frente apoyada en la de ella, mezclada con sus respiraciones


profundas, Maria entendió lo que estaba pidiendo, y aunque estaba
claro que no quería hacerlo, soltó su cuello y agarró la chaqueta, luego
se apartó.
Ya arrepintiéndose, Maria se acostó en la cama con un bufido de
frustración sexual.

—Me debes una por esto. Muy grande.

Dominic la miró fijamente sobre las sedosas sábanas sin nada más
que su chaqueta cubriéndola, y definitivamente se arrepintió más
cuando la cubrió con el edredón para meterla en la cama.

Manteniendo sus pensamientos bajo control, junto con su


autocontrol, volvió a sentarse en el borde de su cama.

—Sí —dijo, al ver lo enojada que estaba. Dom sonrió mientras se


inclinaba para robarle un dulce beso de los labios—. ¿Qué tal cenar
mañana en casa de Kat? Me invitó a pasar tiempo con ella y su… —
Dom odiaba decir la palabra.

—Drago. —Maria lo ayudó con una sonrisa, teniendo piedad de él


por decir marido.

—Entonces, ¿vendrás conmigo? —preguntó de nuevo cuando ella no


respondió.

—¿Estás seguro de que debería ir? ¿No es una cosa de familia?

—No te preocupes. —Dom le robó otro beso—. Lo serás pronto.

Si había algo que le gustaba a Maria, obviamente era la confianza.

Robando algunos de sus besos, Maria finalmente estuvo de acuerdo,


viendo lo importante que era para él.

—Lo haré, pero eso no compensa exactamente que no me folles.

—Veré si puedo compensarlo de alguna manera —prometió.

—Tengo una idea de cómo puedes compensarlo ahora mismo. —


Maria lo agarró del cabello, tirándolo hacia otro beso profundo que Dom
tuvo que detener.

Exasperada y borracha, Maria echó la cabeza hacia atrás en la


cama.

—¿Qué pasa conmigo? ¿Qué me has hecho?

Dominic no pudo evitar reír, apartando los mechones de cabello


dorado de su rostro. Se sintió un poco mal por ella.
—Princesa, estás cachonda. Sé que puedes ser ajena al sentimiento,
pero solo necesitas una buena follada.

Maria abrió la boca…

—Después de casarnos —concluyó.

—Bien —dijo Maria, rindiéndose solo porque el alcohol estaba


empezando a hacer que se le cayeran los párpados.

—Buenas noches, Maria. —Dom le dio un último beso tierno en los


labios—. Te amo.

Los párpados de Maria se cayeron por completo, apenas pudo sacar


las palabras:

—Buenas noches, Domin...

Sonriéndole a una Maria dormida, dejó que el dorso de sus dedos le


frotara las mejillas por un momento, no queriendo dejarla. Sabía lo
mucho que sentía por ella, pero no creía que fuera posible enamorarse
tanto de alguien. Sin embargo, Dom debería haber sabido que lo haría.
Era un hombre que, cuando amaba, amaba mucho.

Levantando sus tacones y vestido, con pesar se apartó de ella. En


silencio, se dirigió a otra puerta de su habitación que sabía que debía
haber sido un armario, pero Dios, no pensó que se vería así. La mitad
tenía del techo al piso en ropa y la otra mitad tenía del techo al piso
carteras y zapatos. Si este era su armario aquí, se preguntó cómo sería
su armario en la casa de su familia.

Dom dejó su vestido en un banco de terciopelo en el medio del


armario que supuso que era donde ella se puso los zapatos antes de
que fuera a poner sus tacones en el único lugar que no estaba lleno.

Si bien podía mirar aquí toda la noche las cosas que esperaba verla
usar, se interesó especialmente en sus tacones. Escogió unos cinco
pares en los que pediría verla antes de irse.

A punto de apagar la luz del armario, su mirada fue captada por el


único objeto negro que podía ver. Caminando hacia ella, Dom sacó la
percha del estante para echarle un vistazo.

Sonriendo, Dominic todavía de alguna manera encontró la manera


de amar a Maria aún más… mientras miraba la chaqueta del traje que
le había dado cuando la había dejado en el congelador.
Maria podría afirmado haber amado a Kayne, pero era su chaqueta
la que estaba colgada en su armario.
42
Hola, de nuevo…

C
errando la puerta del departamento de Maria en silencio,
Dominic caminó un metro en la otra dirección y golpeó una
puerta. No trataba a la persona que vivía allí con el mismo
respeto.

Cuando se abrió la puerta, parecía que incluso el Coco dormía,


mientras Lucca emergía, prometiendo la muerte con sus ojos.

—Será mejor que tengas una jodida razón para despertarme o…

—¿Cuatro? —rugió Dominic, indiferente al precioso sueño del


segundo al mando—. Cuatro de tus hombres han mordido el polvo
protegiéndola, ¿y estás dejando que Maria se pasee en Ciudad de
Kansas por donde quiera?

Lucca cruzó los brazos sobre el pecho.

—En caso de que te lo perdieras, no ha hablado conmigo desde que


le dije que me había cargado a su último novio. —Le hizo una promesa
silenciosa de que podría hacer lo mismo con su novio número dos—.
Ella ya no quiere mi protección.

Dom le escupió furiosamente:

—¡Eso no significa que la escuches!

—Si te sientes así, ¿por qué no haces que uno de tus malditos
hombres la vigile?

Cuando Lucca fue a cerrar la puerta, Dominic extendió la mano y lo


detuvo.

—No puedo. Le prometí que no lo haría —admitió, luciendo


derrotado antes de suplicar—. No escuchará las razones por las que
nunca será seguro para ella que no vigilen su espalda.

Al comprender lo que estaba preguntando, Lucca lo miró con


lástima.
—¿Y crees que yo puedo?

—Sí. —Dom asintió—. Ella te respeta. Escuchará. No quiero que la


asfixien de nuevo. Solo quiero que alguien la cuide. —Nunca querría
que Maria tuviera que volver a escuchar lo que todos los hombres de su
vida le dijeron que hiciera. Solo la quería a salvo porque, le gustara o
no, nació en la realeza.

Lucca arqueó una ceja.

—No has hablado con Angel últimamente, ¿verdad?

Frustrado, Dominic miró al segundo al mando, confundido y


preguntándose si siquiera estaba escuchando.

—¿Qué tiene que hacer mi hermano con…?

—Si lo hubieras hecho… —Lucca lo detuvo con su voz fría—,


entonces sabrías que la ha estado siguiendo.

Oh. Los temores de Dom se calmaron. Mirando al segundo al


mando, le dio una mirada de agradecimiento.

—Gracias.

—No hay problema. —Lucca sonrió, mirándolo alejarse, ahora un


poco avergonzado—. Aunque le agradecería a tu hermano. Angel me dijo
que Maria ha sido un verdadero dolor de cabeza, corriendo detrás de ti.

Mirando hacia atrás sobre su hombro, le dio al segundo al mando


una sonrisa propia.

—Haré eso.

Al escuchar la puerta cerrarse detrás de él, Dominic caminó por el


pasillo, contento de haber podido arruinar la noche de Lucca.

Cuando llegó al ascensor, pudo escuchar el tintineo de las llaves


incluso antes de doblar la esquina.

—Hola de nuevo... Dominic —saludó Sal mientras se paraba allí,


esperando su llegada.

Asintió y entró en el ascensor.

—Hola.
Sal presionó los botones para llevarlos al piso del casino, y las
puertas se deslizaron lentamente hasta cerrarse.

—¿Tuviste una buena noche?

—La tuve —dijo Dom, viendo caer los números.

Sal dio un giro rápido a sus llaves.

—Bien.

Deslizando los ojos hacia él, Dom se atrevió a hacer la pregunta


desde el segundo en que le permitieron entrar al casino subterráneo:

—¿Por qué lo hiciste?

—No lo hice por ti. —Sal habló por encima del sonido metálico del
acero—. Lo hice por ella.

Sorprendido, Dom no pudo evitar recordarle un pequeño hecho:

—Pero ella te llama besador de traseros.

—¿Te ha dicho que su padre esperaba que nos casáramos cuando


éramos niños?

—No... —susurró Dom, sin saber cómo sentirse sobre ese hecho—.
Y, ¿cómo esto tiene que ver con que te llame besador de culos?

Una lenta sonrisa asomó a los labios de Sal.

—Bueno, pensé que sabrías mejor que nadie que los hermanos
pelean.

Dominic se sonrió a sí mismo. Sal no le dijo la información de que


Dante quería que se casaran para ponerlo celoso. Le dijo para que
supiera que Maria y Sal se consideraban nada más que un hermano y
una hermana.

Dominic dio un paso adelante, se paró frente al hermano a quien


nunca llegó a conocer, y extendió la mano.

—Espero que Dante consiga su deseo después de todo. —El gran


Salvatore le estrechó la mano—. Un hijo de Lucifer debería casarse con
su hija.

—Eso espero —dijo Dom mientras se abría la puerta del ascensor.


Dejando caer sus manos, Dom salió, pero cuando la puerta se cerró,
Dom la detuvo.

Abriendo el ascensor con la mano, miró al hombre que compartía su


misma sangre.

—No sabía quién eras —prometió con vergüenza en sus ojos,


recordando cada vez que se había cruzado con un niño sin hogar en la
calle—. Lucifer no me lo dijo hasta después de conocerte y, para
entonces, supe que estabas mejor aquí.

Mirando los orbes negro-azulados, Dom pensó que vería odio en


ellos; era lo que se merecía. Pero Sal pronunció las palabras que
liberaron su alma de la única cosa por la que Dominic había sido capaz
de perdonarse a sí mismo:

—Lo sé.

El sol brillando a través de sus altas ventanas hizo que las manos
de Maria fueran a su cabeza palpitante. Tardó un minuto en
despertarse hasta que olió el aroma ardiente de Dominic, junto con el
calor de la lana que la envolvía bajo las mantas.

Metiendo la mano debajo, encontró la chaqueta de Dominic con la


que se había acostado, mientras comenzaba a recordar lentamente la
noche anterior. Fue una de las mejores noches que había tenido, y solo
podía compararla con una….

Maria tomó su teléfono. Marcando, se llevó el teléfono a la oreja con


una mano temblorosa mientras escuchaba a un fantasma.

—Soy Kayne Evans. Deja tu mensaje y me pondré en contacto contigo


lo antes posible.

Bip.

Sosteniendo la chaqueta contra ella con furia, trató de no llorar.

—Confié en ti...
Al escuchar el sonido del teléfono en su mesita de noche, Dominic
quiso fingir que no lo había escuchado. Deseó haber tirado el teléfono.
De esa manera, nunca habría sabido que la mujer de la que estaba
enamorado todavía estaba enamorada de otro hombre.

Dominic sabía lo que estaba haciendo Maria. Había puesto su


relación estrictamente en un nivel sexual y tenía demasiado miedo para
poner en juego las pequeñas emociones que llevaba. Su primer amor la
había lastimado, y ahora Dom estaba pagando el precio. Todo lo que
Maria estaba dispuesta a dar era su cuerpo para no correr el riesgo de
volver a sentir ese miserable dolor.

Cuando Maria le preguntó por qué lo deseaba tanto, no tuvo el


corazón para decirle la verdad. Las palabras la habrían lastimado tanto
como a él.

Con la mirada fija en la mesita de noche, Dominic se sintió como un


bastardo enfermo por quedarse con el teléfono.

Y ahora estaba aún más enfermo al escuchar el mensaje que sabía


que solo le rompería el corazón.

Dominic tendría que seguir orando por el día en que Maria dejara de
llamar a Kayne.
43
Cena del infierno

Q
uién diablos se levanta a esta hora del día? —murmuró
Maria, tratando de no provocar otra ronda de dolor
haciendo que sus cuerdas vocales funcionasen.
—¿
—Son las siete de la noche —le informó Dom
mientras caminaban la corta distancia hasta la casa de Kat y Drago.

—Creo que me estoy enfermando —se quejó, tratando de


concentrarse, a pesar del dolor bajo su cuero cabelludo.

—Se llama resaca, princesa.

—Lo que estoy experimentando no es una resaca; es más como un


preludio de la muerte.

Se habían cometido errores. El primero fue usar alcohol para


reducir su fascinación por las partes masculinas de Dom, después de
negarse a ceder en su postura sobre el sexo prematrimonial. El segundo
error que cometió fue abrir la puerta cuando él había venido a buscarla
esta noche, y de momento, el último parecía el peor: no comprar nunca
un par de zapatos bajos.

Ni siquiera los hoyuelos de Dom pudieron aliviar su dolor.

—Creo que fue en el trago de tequila número cinco que te advertí ...

—Intenta decirme eso antes del trago número cinco la próxima vez
—dijo Maria con una sonrisa falsa. Agarrando el pliegue de su brazo
para ayudar a equilibrarse, llegaron al apartamento de Kat y Drago.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

—Tratando de recuperar el equilibrio.

—Por mucho que me gusten esos tacones en ti, princesa… —Dom la


estabilizó sujetándola por la cintura—, hubiera sido mejor haber elegido
un par más cerca del suelo.
Su sugerencia fue recibida con una mirada salvaje.

—Dom, cariño, ¿quieres morir esta noche?

Tocando su frente y mejillas, se preocupó.

—¿Te sientes tan mal?

—Sí. —Maria se sintió un poquito mal por darle una mirada llena de
dolor. Trató de lograr una mirada desamparada, esperando que se
metiera en sus pantalones—. Solo puedo estar aquí contigo porque me
pediste que cenara contigo y con tu hermana.

—Maria… —Los ojos de Dominic la miraron de arriba a abajo—,


¿estás tratando de usar la tarjeta de lástima para atraerme a la cama
contigo?

—¿Funcionaría? —Ojos astutos lo miraron fijamente, observando su


reacción.

—Nop —dijo sin una pizca de simpatía—. Te di mi ultimátum.

—¿Por qué ceder cuando disfruto negociando contigo? —murmuró.

Dominic llamó a la puerta para terminar la inevitable conversación,


mostrando lo que pensaba de sus habilidades de negociación.

Kat debe haber estado esperando su llegada, ya que abrió la puerta


de inmediato. Sin embargo, Maria no pudo perderse la conmoción en su
rostro.

¿No le dijo que venía…?

Kat sonrió, manteniendo sus pensamientos, obviamente curiosos,


para sí misma.

—Adelante. La cena está casi lista.

Maria claramente se había equivocado. Dom le había dicho a Kat;


simplemente no lo había creído.

Créeme, yo tampoco.

Al entrar en su casa, Maria se paró a un lado mientras Kat le daba


un abrazo a Dom antes de cerrar la puerta. Ver a hermano y hermana
juntos fue una revelación para ella. El cariño entre los dos era evidente.
—¿Dónde está tu chaqueta? —preguntó Kat, encontrando extraño
ver a su hermano sin ella.

—La dejé en casa —dijo Dom antes de cambiar de tema—. ¿Qué hay
para cenar?

La emoción en la mujer de cabello rosado era evidente.

—Tu favorito; pollo parmesano con arroz al limón.

Kat, ¿qué estás haciendo? Maria le gritó internamente, ya que


Katarina era la única chica en su grupo de amigos que había sido
casada a la fuerza, pero irónicamente no actuaba como tal. Ahora
parecía que su amiga estaba siendo amada más y más cada día.

Moviéndose más adentro del apartamento, Drago, sin embargo,


pareció sorprendido por su invitación a cenar.

—¿Qué diablos está haciendo ella aquí? —refunfuñó Drago.

Maria se echó el pelo detrás del hombro.

—Vine a probar la cocina de tu esposa.

—Nunca has querido probarla antes.

¿Cuánto tiempo ha estado cocinando para él? Katarina podría haber


estado más domesticada de lo que pensaba.

—Tenía miedo de que la hubiera envenenado y, bueno... todavía


estás vivo, desafortunadamente.

Los ojos de Drago se pusieron de un rojo furioso.

Con los ojos bailando entre los dos, Dominic se inclinó y le preguntó
en voz baja a Maria:

—¿Supongo que a ti tampoco te gusta?

—No —respondieron Maria y Drago al unísono.

Riendo e ignorándolos, Katarina regresó a la cocina para terminar


de cocinar.

Oh, ella es buena. Era obvio que su preciosa mujercita no estaba tan
domesticada después de todo. Todavía le quedaba algo de bravura.

Entendiendo la situación, Drago miró a Kat.


—¿Por qué está ella aquí?

Dominic le susurró al oído en privado:

—Sabía que me enamoré de ti por una razón.

El hermano mayor de Kat podía aguantar a Drago, pero todavía no


le agradaba.

—Oh Dios. —Drago parecía estar a punto de vomitar—. Necesito un


minuto...

Maria le sonrió dulcemente mientras salía del apartamento.

—Oopsie —dijo con una sonrisa, sabiendo que la confesión


susurrada de Dom fue escuchada.

Maria se acercó a Kat y se subió al mostrador para ver bien a su


cómplice.

—Convenientemente olvidaste mencionar que vendría como la cita


de tu hermano, ¿eh?

—Debo haberme olvidado —comentó Kat inocentemente mientras


pretendía secarse el sudor de la frente—. Es muy difícil ser esposa.

—¿Saben qué? —Dominic se alejó de la cocina lentamente—. Voy a


ir a ver si puedo hacer que regrese.

—¡Tómate tu tiempo! —gritó Maria cuando la puerta se abrió de


golpe.

Tan pronto como se cerró, ambas chicas rieron hasta llorar.

—¿Ella? —preguntó Drago cuando vio a Dominic salir al pasillo—.


¿Estás jodidamente loco?

—¿Qué le pasa a Maria? —La advertencia en la voz de Dominic le


dijo a Drago que caminara con cuidado.

A Drago, sin embargo, no le importaba un carajo, y le dio una


advertencia:
—Sé que podrías pensar que eres un mal hijo de puta, Dominic,
pero esa chica te masticará y te escupirá.

—Probablemente —concordó Dom—. ¿Pero qué te importa?

—He tomado mi parte justa para proteger a esa mujer, y estoy


agradecido de contar la historia, pero nunca había visto a Maria dejar
que un hombre se acercara tanto a ella, así que eso significa que
también debe gustarle tu trasero. —Drago parecía al borde de las
lágrimas—. Ya tengo que tratar con ella como amiga de Kat, pero no
necesito verla en las funciones de la familia Luciano. Esa fue mi única
libertad de ella.

Dominic se rió ahora. Se acababa de conseguir un dos por uno. No


solo iba a conseguir una esposa, sino que iba a hacer que Drago se
arrepintiera del día en que eligió a Katarina.

Drago esperó pacientemente hasta que dejó de reír y luego dijo:

—¿Sabes qué? —Era él el que se reía ahora—. Buena suerte.

—La forma en la que Drago se siente hacia ti, casi me preocuparía


que en el fondo le gustes, pero no. —Kat se echó a reír, secándose una
lágrima—. Simplemente no le gusta.

Maria se rió, secándose sus propias lágrimas.

—Uf, cuando yo era pequeña, mi padre solía decirme esta mierda


que, cuando un chico se metía contigo, significaba que estaba
enamorado de ti. Me solía hacer enojar mucho.

—No Dom. —Kat negó con la cabeza con una sonrisa ante un viejo
recuerdo—. Una maestra me dijo eso una vez porque un niño no dejaba
de molestarme en la escuela, y mi hermano se enojó tanto, cuando me
dejó en la mañana, vino a mi clase y le dijo al maestro en voz muy alta:
Ese chico no se está metiendo con mi hermana porque le guste, se está
metiendo con ella porque es un maldito matón. Mi maestra se asustó
mucho y dijo que lo manejaría. Y, no bromeo, al salir, Dom miró al
chico que no quería dejarme en paz y dijo: Ya lo hice. Y tenía razón; ese
pequeño imbécil nunca volvió a molestarme.
—¿D-Dominic te dijo eso? —preguntó Maria con incredulidad,
sintiendo que su pecho se apretaba—. ¿Hizo eso?

—Sí —dijo Katarina con orgullo—. Después de ese punto, aprendí a


defenderme, pero no creo que lo hubiera hecho si no lo hubiera visto
hacerlo primero.

—Tú y Dominic son cercanos, ¿no es así?

Era demasiado obvio para no darse cuenta. Lo había visto con sus
hermanos, pero con Kat, él era diferente. Maria no pensó que sería
posible que existiera un hombre así, pero realmente es el hombre
perfecto. Era el hecho de que había visto a Lucifer abusar de las
mujeres, o tener que cuidar de una hermana a una edad temprana, o
tal vez una combinación de ambos lo que lo había hecho así.

—Soy cercana a todos mis hermanos, pero Dom tiene un lugar


especial en mi corazón —concordó Kat—. Ha sido más como un padre
para mí.

Considerando quién era el verdadero padre de Katarina, incluso el


alma fría de Maria se estremeció ante lo que debió haber sido vivir en la
misma casa con el loco trastornado.

—Cuando pienso en Dom, no me viene a la mente una figura


paterna.

Katarina dejó de repente lo que estaba haciendo.

—Realmente te gusta, ¿no es así?

—Eso creo —susurró Maria, sorprendiéndose a sí misma—. ¿Estás


pensando en darme una advertencia de hermana? —preguntó,
queriendo saber si Kat lo aprobaba, ya que se habían convertido en
buenas amigas en poco tiempo.

—No. —Kat se rió—. Quiero que Dom sea tan feliz como yo, y así
luce contigo, Maria.

Eso hizo que Maria se sintiera confusa por dentro, pero no pudo
evitar preguntar:

—¿Lo eres? No elegiste exactamente a Drago por tu cuenta.

—No lo hice, pero también sabía que Dom nunca me habría dejado
casarme con él si tuviera alguna duda sobre el tipo de hombre que era
Drago.
Maria se sintió mal por decir la siguiente parte:

—Dominic no tuvo más opciones de las que te dieron, Katarina.

Kat le dirigió una mirada segura.

—Dom nos protege a todos. Si no me casaba con Drago, habría


puesto en peligro a mis otros hermanos. Nunca hubiera puesto uno
sobre el otro. Todos servimos a nuestra familia y cada uno de mis
hermanos había pagado sus deudas. Al casarme con Drago, pagué la
mía. Por primera vez se me dio la oportunidad de ser una solución en
lugar de un problema que tenía que ser protegida de Lucifer. Sin Dom,
ni siquiera estaría viva; Lucifer quería soldados. Para él no era más que
una molestia que a menudo mantenía demasiado ocupado a su mejor
soldado. Perdí la cuenta de las palizas que Dom tomó por mí, o de Angel
y Matthias cada vez que uno de nosotros lo molestaba.

—Nada personal, pero me alegro de que esté muerto —dijo Maria,


tratando de ocultar la opresión en su pecho al escuchar a Kat hablar de
su hermano de esa manera.

Deslizándose del mostrador, a Maria se le ocurrió una extraña idea:

—¿Cassius ... alguna vez recibió palizas por ti?

—No —dijo Katarina después de unos momentos de silencio—. No lo


hizo.

Al ver que no ofrecía más información, Maria rápidamente cambió


de tema, pero se aseguró de mantener la voz en un susurro en caso de
que los chicos estuvieran a punto de volver:

—¿Puedes contarme más sobre las viejas películas de vaqueros de


Dominic?

Riendo, Kat no pudo divulgar más información para asustar a Dom


sobre su conocimiento de películas viejas de vaqueros.

—¿Bien? —preguntó Maria a Drago con una ceja levantada cuando


los hombres regresaron al interior. Le estaba ofreciendo una tregua... al
menos por la noche.
—Bien —aceptó Drago, claramente de mejor humor que cuando se
fue, lo que hizo que Maria se preguntara qué dijo Dominic.

Mientras Drago ayudaba a su esposa a terminar, Dom se ofreció a


poner la mesa, y cuando Maria fue a ayudar, la hizo sentarse, sabiendo
que todavía tenía resaca.

¡Ugh! Todo lo que hizo fue hacerla contemplar la posibilidad de decir


a la mierda y casarse con él ya. Tiene razón, siempre hay divorcio.

Sentada allí, Maria no se perdió la forma en que Dominic le


preguntó a Katarina sobre su día y sus actividades. El hermano mayor
estaba descubriendo por sí mismo que Drago se estaba ocupando de
Kat.

Observó a Dominic tomar nota de Drago, midiendo lo relajado que


estaba y sin preocuparse por lo que Kat revelaría.

—La cena está lista. Todos tomen asiento —dijo Kat, orgullosa,
colocando una fuente sobre la mesa.

Fue entonces cuando Maria se dio cuenta de que Katarina no


pasaba por todos estos problemas solo para cocinar para su esposo;
pasó por todos estos problemas para hacerlo feliz. Como cuando Lucca
lo hizo por Chloe. Obviamente, Maria prefería invertir los roles sociales
y tener un hombre en la cocina, pero ahora lo entendía. Si Katarina
estaba feliz, entonces Maria estaba feliz, y eso significaba que Dominic
también.

Mirando al plato, tuvo que darle crédito a Kat. Parecía una foto en
una revista. Maria se sentó junto a Dominic en la mesa y esperó a que
los hombres atacaran la comida, pero cuando la miraron, se dio cuenta
de que la dejaban servirse ella misma primero.

Con una pequeña porción de pollo parmesano en su plato, le pasó la


fuente a Dominic antes de tomar una ración de arroz con limón.

Cortésmente, esperó hasta que todos hubieron llenado sus platos


antes de tomar un bocado. Oh, Dios, era casi tan malo como los huevos
con salsa de tomate. Tuvo que contar hasta diez para tener el valor de
tragar.

—Está delicioso, Kat.

Maria miró el plato de Drago para asegurarse de que ambos


estuvieran comiendo la misma comida. Disculp…
—No sé cómo lo haces —felicitó Dominic—. Mejora cada vez que lo
haces.

¿Qué mierda? La comida era tan mala que supuso que no había de
otra si no ir a mejor.

Sonrojada por los cumplidos, Kat le dirigió una mirada interrogante.

—¿Maria? ¿Cómo está la comida?

¿Le pasaba algo a sus papilas gustativas? El plato sabía a limones


agrios, y esa era la mejor parte del plato. El arroz no estaba cocido y el
pollo estaba duro como un ladrillo.

Maria se metió otra cucharada en la boca para no responder.

—Mmmhmm...

¿Ven? Maria podría ser amable. Estaba segura de que, si Dominic y


Drago no estuvieran en la habitación, le habría dicho a Kat que tenía
un sabor jodidamente desagradable, pero no lo hizo. Demonios, estaba
segura de que Dominic se lo habría dicho a su hermana, ya que no
tenía ningún problema en admitir que la comida de DeeDee era
asquerosa. En cambio, literalmente tuvo que comerse sus palabras.

—Me alegro de que te guste. —Una feliz Kat siguió comiendo—. Es


fácil de hacer. ¿Te daré la receta si quieres?

Maria le dio un pulgar hacia arriba, temiendo que vomitara lo que


acababa de forzar. ¿El alcohol que bebió anoche le había freído la
lengua, haciéndola incapaz de diferenciar entre lo bueno y lo
jodidamente vil?

—Quería hacer el favorito de Drago, pero me convenció de que Dom


estaría decepcionado.

Maria bebió la mitad del agua de su vaso.

—¿Cuál es tu favorito, Drago?

Tal vez si comenzaba a hablar, nadie se daría cuenta de que no


estaba comiendo.

Drago habló con un gran bocado:

—Filete de jamón de manzana y cereza deconstruido.


¡¿Qué diablos?! Quedando en blanco ante lo que podía decir en
respuesta a cualquier cosa deconstruida, solo pudo ver cómo Drago y
Dom volvían a llenar sus platos.

Tomando pequeños bocados y volviendo a llenar su vaso dos veces,


Maria pudo terminar la comida con la promesa silenciosa de que
asesinaría a Dominic después de que salieran de allí. Era una venganza
por lo de anoche, y lo sabía.

Una cosa era segura, tenía razón cuando dijo que Katarina estaba
envenenando a Drago. Maria comenzó a sentirse un poco mal por el
hombre al que despreciaba.

—Te espera una delicia esta noche, Maria —dijo Kat, levantándose
de la mesa—. También hice el postre favorito de Dom. —Kat se dirigió al
frigorífico y volvió con un pastel—. Pastel de saltamontes.

Recibiría una maldita bala antes de tomar un bocado del hermoso


pastel que Katarina estaba cortando en grandes porciones.

Maria negó rápidamente con la cabeza.

—Nada para mí. Sabes que no consumo demasiados carbohidratos y


he estado a dieta.

Katarina la miró con decepción, lo que hizo que ambos hombres la


miraran como si hubiera pateado a un gatito indefenso.

¡Oh, Dios mío! Maria gritó internamente y casi se rompió, pero


afortunadamente, su lado malicioso salvó el maldito día.

—¿Qué contiene…? Para que pueda contar si me quedan calorías. —


Si el limón era un ingrediente, ella estaba fuera.

Kat comenzó a nombrarlos:

—Galletas de chocolate…

Me gustan las galletas.

—Mantequilla...

La mantequilla siempre hace todo mejor.

—Mitad y mitad.

¿Mitad y mitad de qué?


—Crema espesa y malvaviscos.

Mmm….

¿Cómo podía Kat arruinar algo que sonaba tan sabroso? Si no se


hubiera comido la maldita cena del infierno, Maria ya habría tomado
una porción del pastel que los hombres estaban devorando.

Kat continuó:

—Tiene dos licores...

Anótame para ese chico malo.

—Crema de cacao...

Eso es chocolate, ¿verdad?

Mirando el pastel, Maria empezó a alcanzar su plato de postre.

—Crème de Menthe.

Nunca volvería a dudar de su lado perverso.

—Demonios, eso me pondría muy por encima. —Maria fingió estar


disgustada, pero siguió vendiéndolo aún más—. Y después de anoche,
le juré a Dominic que nunca volvería a tocar el alcohol.

—¿Estás segura?

—Oh, sí —le dijo Maria a una preciosa Kat antes de sonreír


amablemente—. Ya que es el favorito de Dom, déjalo tener mi porción.

—Hay suficiente para que cada uno coma otro trozo —dijo Kat,
dándole más a cada uno de los hombres—. No me gusta el sabor. Me
recuerda al enjuague bucal. DeeDee solía prepararlo para nosotros
cuando éramos pequeños y luego dejó de hacerlo.

Vaya, me pregunto por qué….

—Solo comencé a hacerlo porque Dom lo disfrutaba cuando ella lo


hacía, y a Drago también le encanta. —Katarina se encogió de hombros
como si no se explicara el gusto de los hombres.

Cuando los hombres dejaron de comer, Maria se habría reído de sus


expresiones de dolor si todavía no tuviera ese jodido sabor amargo a
limón en la boca. Si bien había comido para ser educada por el bien de
Dominic, —y, para ser real, no estaba segura de no haber estado
descompuesta debido al alcohol que había consumido la noche
anterior—, solo había una razón por la que los hombres continuaban
devorando el pastel: amor puro por Kat.

Maria supo que estaba jodida cuando Dominic pidió el último trozo
de pastel y Drago comenzó a ponerse de un verde enfermizo. Estaba
recibiendo la bala por el equipo. ¿Cómo podría ser derribado por algo
tan simple como un pastel de saltamontes?

Bajando la mirada hacia su dedo anular, se sintió... vacío.

Maldición.

44
Dolor

T an pronto como se cerró la puerta, la sonrisa de Maria cayó


mientras miraba a Dominic y le susurraba furiosamente:

—¿Así es como me pagas por no follarme?

—¡Shh! —susurró Dom aún más fuerte mientras la arrastraba por el


pasillo de regreso a su departamento—. Está bien, tal vez debería
haberte avisado de que su cocina es peor que la de DeeDee, pero sabía
que, si te decía eso, ¡no habrías venido!

—¿Por qué me querías allí? —Maria sacó la lengua y trató de


quitarse el sabor de la boca con la mano—. ¿Para violar mi maldita
boca?

—No, princesa. —Dom se rió antes de que su tono se volviera serio


cuando llegaron a su departamento—. Se habría sentido mal estar allí
sin ti.

¡Oh, Dios mío, aquí vamos de nuevo! ¡Dominic diciendo lo jodidamente


correcto!

—La próxima vez que quieras cenar con Kat y Drago… —Maria
extendió la mano, agarrándolo ligeramente por la barbilla como lo había
hecho anoche en el casino—, traeré un banquete, o le dices que estoy
muerta. —Le dio un ligero beso en los labios.
Dominic le dio otro beso, revelando sus hoyuelos que le encantaban
ver.

—Perfecto.

Maria abrió la puerta de su apartamento y le dio un último beso.

—Buenas noches, Dominic.

—¿Eso es todo? —preguntó, confundido—. ¿No vas a intentar


planear tu manera de llevarme a tu apartamento y luego follarte?

Vaya, si ella no lo conociera mejor, pensaría que podría estar un


poco ofendido.

Maria negó con la cabeza con una lenta sonrisa.

—Nop.

—¿De verdad? —preguntó, ahora claramente ofendido.

—¿Por qué? —Maria arqueó una ceja perfecta—. ¿Funcionaría?

—N-No. —Dom pasó una mano rápida por su cabello, pareciendo


ser el que estaba sexualmente frustrado esta noche—. Es solo diferente
a ti. —Volviendo a poner una mano en su mejilla, palpó para ver si
estaba caliente—. ¿Estás segura de que estás bien?

—Sí —aseguró, pero hizo todo lo posible por dar un buen bostezo—.
Todavía tengo sueño después de anoche.

Dominic no parecía que fuera a darle un premio de la Academia en


el corto plazo, pero afortunadamente no la cuestionó.

—Muy bien. Buenas noches, Maria. —Inclinándose, Dom le dio un


tierno beso en la mejilla antes de que sus labios fueran a su oído para
recordarle algo que nunca quería que olvidara—. Te amo Maria.

Al tragar, la opresión que había sentido en su pecho fue a su


garganta.

—Buenas noches.

¿Por qué le dolía tanto que no pudiera decirle esas tres palabras? Y
sólo le hizo sentir más dolor tener que cerrarle la puerta cuando no
quería nada más que Dominic pasara la noche con ella.

Pero había alguien que Maria necesitaba ver….


Tocando la puerta, esperó el permiso para entrar, en lugar de
simplemente entrar como solía hacerlo.

—Adelante.

Al escuchar la voz oscura, abrió lentamente la puerta. Se sentía


como una eternidad desde que había entrado en esta habitación, y se
sentía aún más desde la última vez que había hablado con el hombre
detrás del escritorio.

Mientras encendía su cigarrillo, la miró dos veces, viendo que era


ella antes de que Lucca se recostara en su silla de cuero.

—Mucho tiempo sin verte.

Maria tomó asiento frente a él. Había evitado a su hermano desde la


última vez que habían hablado. Incluso antes de que asesinara a Kayne,
no estaban en buena posición, porque todavía tenía que encontrar a
One-Shot, el hombre que había tomado el ojo de su hermano menor.

—No vine a disculparme. —Le hizo saber desde el principio.

Lucca exhaló una bocanada de humo.

—No pensé que lo hicieras.

—Estoy aquí porque... Dominic me pidió que me casara con él —dijo


las palabras mucho más fáciles para Lucca que para Angel, pero estaba
claro por su falta de respuesta que él ya lo sabía—. ¿No estás
sorprendido?

—No —dijo con sinceridad—. Pero no viniste aquí por mi bendición


—inclinándose hacia adelante, sus ojos azul verdoso brillaron—.
Entonces, ¿por qué estás realmente aquí, Maria?

Maria respiró hondo y no estaba segura de poder hacer que las


palabras salieran de su boca, hasta que lo hicieron.

—¿Cómo estás con ella? —susurró a los ojos con el corazón roto—.
¿Cómo te permites siquiera estar con Chloe con lo que eres? — Los ojos
de Maria no solo estaban en el suelo, sino también su voz caída—.
¿Como estoy…?
Lucca entendió lo que estaba preguntando, ya que había pasado por
los mismos sentimientos cuando eligió a la bellamente cicatrizada
Chloe. Dolía para algo tan malvado tocar algo tan puro, y era la única
vez que podían sentir dolor.

—Maria, nunca merecerás a Dominic. Justo cómo nunca me


mereceré a Chloe —dijo las palabras con tanta indiferencia como ella lo
había hecho, pero ninguna de ellas tenía mala voluntad—. Pero
pasaremos el resto de nuestras vidas intentándolo. —La mirada que le
lanzó fue de simpatía, mientras dejaba a su hermana en su oficina para
pensar y estar sola.

—¿Qué sacas de que me case con Dominic? —preguntó Maria sin


apartarse de la resplandeciente ciudad.

Lucca le sonrió a su espalda.

—Supongo que hay una única forma de averiguarlo...


45
Sus entrañas

M ientras subía las escaleras, Maria sostuvo sus tacones en una


mano para que no despertaran a nadie en la casa. No fue
hasta que giró el pomo y abrió la puerta que no pensó en lo que estaba
haciendo.

—¡Jesús, Maria! —rugió Dominic, dejando caer su arma al suelo.


Demostró lo asustado que se había puesto cuando rodeó con fuerza a
Maria con sus brazos—. Podría haberte disparado.

—Lo siento —se disculpó rápidamente, dándole un fuerte abrazo


después de dejar caer los tacones al suelo. Nunca se había sentido tan
cerca de la muerte. Incluso sentir el calor de una explosión no se había
comparado con el frío metal de una pistola en su cabeza. No sabía si le
estaba contando a él o a sí misma—. No lo hiciste, así que está bien.

—¿Cómo entraste? —preguntó, todavía abrazándola y temblando.

—Ángel me dio una llave.

Dejándola ir, la miró fijamente.

—Descubriste que te estaba siguiendo.

—Sí. No te preocupes, sé que no se suponía que supieras nada al


respecto. Pensé que te ahorraría la molestia de tener que seguirme y
mejor dejara que me llevara.

—Bueno, lo mataré. —Dom la abrazó de nuevo—. Y si alguna vez


tratas de sorprenderme de nuevo, princesa, usa los putos tacones la
próxima vez.

—Lo haré —aseguró. Dándole un beso, trató de calmar sus miedos y


decirle que estaba bien, ya que claramente él había estado más
asustado que ella.

—Llevas mi chaqueta —comentó Dominic, mirándola. Acogió la


vista, pero sus cejas rápidamente se fruncieron en confusión—. Llevas
el mismo atuendo de... —Vio la expresión cansada en su rostro—.
Maria, ¿has estado despierta toda la noche?

—No pude dormir —admitió mientras miraba por la ventana para


ver que el sol aún no había salido.

La preocupación estropeó su hermoso rostro.

—¿Pasa algo, princesa?

Maria apartó lentamente los brazos del calor de la chaqueta de


Dominic. Sosteniendo el cuero suave en sus manos, lo miró fijamente
en lugar de encontrar su mirada feroz.

—Quiero que me lo prometas, Dominic. Quiero que jures por tu vida


que lo dijiste en serio cuando dijiste que podía hacer cualquier cosa, ser
cualquier cosa si me casaba contigo.

Haciendo su juramento de nuevo, solo podía esperar que esta vez


ella le creyera sin una sombra de duda.

—Te juro, Maria, por todo lo que amo y por mi vida, que dije en serio
esas palabras y cualquier otra palabra que te haya dicho.

—Tengo miedo... —susurró, apretando su chaqueta que todavía


tenía que entregar—. Tengo miedo de ir en contra de todo en lo que
creo, de que pueda cambiarme. —Maria respiró temblorosa—. Pero lo
más importante es que tengo miedo de terminar lastimándote.

—Maria, cuando te digo que te amo, no espero escuchar esas


palabras, no de la niña que ni siquiera pudo llorar en el funeral de su
madre. Todo lo que sé es que, en el fondo, te preocupas por mí, y eso
siempre será lo suficientemente bueno. Solo te estoy pidiendo que me
des una oportunidad.

Maria levantó sus ojos de la chaqueta para mirar los intensos ojos
de Dominic, viendo que decía la verdad completa y absoluta. Había
tomado una decisión antes de venir aquí, pero no fue hasta ahora que
se comprometió por completo mientras le tendía lentamente la
chaqueta.

Mirando su chaqueta extendida, supo que la oferta venía con la total


confianza y fe de Maria, junto con algo más...

—¿Sabes, si tomo esa chaqueta, espero que te cases conmigo,


princesa?
Maria asintió lentamente.

Dominic no tomó la chaqueta. En cambio, la tomó a ella.


Envolviendo sus brazos alrededor de su cintura, la levantó y la llevó a
su cama.

—Finalmente.

—¿Significa esto que me vas a follar ahora? —preguntó, emocionada


cuando la acostó en su cama y se colocó sobre ella.

—Lo siento, princesa… —Dom comenzó a robarle besos por toda la


cara antes de que se moviera hacia su cuello—, pero aún tendrás que
esperar.

Maria lloró internamente de necesidad. Lo único que la hizo no


mostrar externamente su decepción fue porque cuando había dicho —
finalmente—, no lo había dicho de la forma en que Maria había
pensado, lo que significaba que finalmente estaba contento de que
hubiera aceptado casarse con él.

—¿Cómo supiste que querías casarte conmigo tan rápido? —


preguntó.

La idea del matrimonio le resultaba tan extraña. No entendía cómo


él podía siquiera hacerle una pregunta así tan rápido. Sí, Dominic tenía
razón; se preocupaba por él, pero podría haber pasado el resto de su
vida como pareja con él y ser feliz con eso. Tanto Maria como Dom
sabían que se casaba con él para calmar sus miedos y satisfacer sus
deseos, no los de ella.

—Maria, supe que estaba enamorado de ti incluso antes de que


cruzaras mi puerta ocho años después de conocerte. —Rodando fuera
de ella, se acostó a su lado ahora mientras buscaba en su mesa de
noche para sacar algo...

Sus ojos color esmeralda se agrandaron al ver la pequeña caja


redonda de terciopelo rosa mientras desataba el lazo en la parte
superior.

—Vi esto en el escaparate de una joyería después de que salimos de


la tienda de novias para elegir el vestido de novia de Kat. —Al abrir la
caja, reveló un anillo brillante que de alguna manera todavía reflejaba la
luz en una habitación oscura—. Y aunque estaba borracho cuando la vi,
sabía que, una vez que me recuperara, volvería a comprarlo.
—Tú... —Maria se quedó sin aliento en la garganta—. ¿Lo has tenido
todo este tiempo?

—Sí —dijo, sacándolo de la caja antes de deslizarlo en su dedo—, lo


tuve.

Mirando el anillo más perfecto, tamaño seis, sintió que sus ojos se
empañaban un poco.

—Es corte princesa.

—Lo sé, princesa. —Rodó sobre ella y besó sus labios con una
sonrisa con hoyuelos—. ¿Te gusta?

—No. —Maria negó con la cabeza, sin mirar el hermoso rostro, sino
el hermoso anillo de oro que sostenía un enorme diamante cristalino—.
Me encanta.

Al besarla profundamente, tanto Dominic como ella sabían que era


lo más cerca que iba a estar de decirle que lo amaba por ahora, y aun
así lo convertía en el hombre más feliz del mundo.

—Te habría pedido que volvieras a casarte conmigo —dijo después


de pasar la lengua por un labio inferior hinchado—, pero tenía miedo de
ser rechazado de nuevo.

Maria le dio la misma atención a su labio inferior con una sonrisa


insinuadora.

—Deberías preguntarme ahora.

—Maria Caruso… —Su mirada feroz pero muy amorosa regresó,


mientras sus ojos color avellana perforaban los de ella—, ¿te casarías
conmigo?

—Lo haré, con una condición.

—Cualquier cosa —prometió sin siquiera tener que escucharlo, pero


Maria no estaba segura de cómo reaccionaría.

—No cambiaré mi apellido.

—Princesa… —Dominic se acercó para tocarle las mejillas con el


dorso de sus dedos tatuados—, nunca te hubiera permitido hacer tal
cosa.
Cerrando los ojos por un momento después de sentir el salto mortal
en sus entrañas, los abrió solo para empujarlo lejos de ella para poder
levantarse y llevarlo con ella.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Dom con una sonrisa mientras


ella trataba de sacarlo de la cama.

Entrelazando sus manos que eran opuestas en todos los sentidos


posibles, por dentro y por fuera, Maria ya no pudo aguantar.

—Tenemos una boda que planear rápido.


46
Una mujer diferente

—¡ A hhhhh! —Los gritos colectivos de tres chicas estallaron


cuando les mostró el anillo.

—¡Ja! —Lake le puso un dedo en la cara—. Sabía que secretamente


eras como nosotras.

Adalyn también lo hizo.

—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Maria no es diferente a nosotras! ¡A ella también


le gustan los chicos!

Katarina negó con la cabeza, sonriendo.

—Oh, cómo han caído los valientes.

Las otras dos chicas, sin embargo, se quedaron allí en estado de


conmoción.

—¿T-te vas a casar? —preguntó Chloe, parpadeando para ver si esta


era la jodida vida real.

—¿Antes que nosotras? —Elle se quedó allí, inmóvil, probablemente


preguntándose por qué había puesto el mayor empeño y había estado
más tiempo con su hombre, pero aun así no tenía nada que mostrar.

Maria entendió por qué Elle y Chloe se sorprendieron, porque era


como ellas. También entendió por qué Kat no lo estaba. Sin embargo,
no entendió la reacción de las otras dos.

—¿Por qué ustedes dos no están sorprendidos? —Miró a las dos


mejores amigas, Lake y Adalyn.

—Porque lo he visto, Maria. —Lake seguía recordándole lo similares


que eran por debajo, sin importar cuánto negara su lado loco por los
chicos—. No necesito saber nada más.

Adalyn movió las cejas, claramente pensando en su hombre, Angel.

—Los hermanos Luciano son jodidamente calientes, ¿eh?


—Ew —Kat trató de no vomitar.

—Nop —dijo Maria—. Sólo uno lo es.

—Mierda. —Elle la miró como si pudiera ver los pensamientos


salvajes detrás de los ojos color esmeralda de Maria—. Realmente te vas
a casar...

—Sí —confirmó bruscamente antes de arrojar otra bomba sobre


ellas—. Mañana.

—¡Ahhhhh! —Otro chillido rugió, esta vez entre las cinco.

—¿Mañana? —La boca de Elle cayó—. ¿Por qué tan pronto?

—Uh... —Maria miró a Kat.

—¿Estás segura de que no te estás apresurando? —preguntó Chloe,


preocupada por su amiga, que recientemente había pasado por muchas
cosas.

—Kat, cúbrete los oídos —ordenó Maria.

Katarina inmediatamente mantuvo una cara espantosa mientras


tarareaba con las manos sobre los oídos, sabiendo instintivamente que
no quería escuchar nada de lo que estaba a punto de salir de la boca de
Maria.

—No me follará hasta después de casarnos.

—Oh... —Chloe fue la que habló primero, sus ojos agrandándose.

—Entonces, ¿me estás diciendo que es respetuoso y atractivo? —La


cara de Lake era una imagen de incredulidad, mientras trataba de
mantener su embeleso al mínimo. Era comprensible, ya que estaba
saliendo con Vincent.

—¿Lo intentaste? —preguntó Adalyn con horror.

—¿Intentar? —Lake fue la que le dio una palmada en la nuca—.


Mírala. Maria no tiene que intentar nada.

Maria agradeció el cumplido, pero entendió lo que quería decir


Adalyn.

—Créanme. —Las miró a los ojos, recordando todas las infinitas


cosas que hizo para tratar de llevar a Dom a su cama—. LO INTENTÉ.
—Oh —dijo Chloe de nuevo, y Maria no se perdió la mirada
compasiva, ahora comprendiendo por qué estaba ansiosa por casarse.

Adalyn tomó la mano de Maria con toda seriedad.

—Cariño, lo siento mucho.

—Creo que es dulce —dijo Elle con una dulce sonrisa, su estado de
ánimo cambiando instantáneamente. La romántica sin remedio se
dejaba influir fácilmente.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Lake, ya que ahora estaban


todas a bordo para la misión: Lograr que Follen a Maria.

Maria bajó los brazos de Katarina ya que ahora era seguro


escuchar.

—Ahora, nos divertimos un poco.

—¿Por qué están gritando allí? —preguntó Nero preocupado,


escuchando los gritos al otro lado de la pared—. ¿Están bien?

—Están bien. —Lucca le impidió levantarse antes de que mirara a


Dominic para continuar—. ¿Estabas diciendo?

Dom miró alrededor de la habitación que estaba formada por la


familia cercana de hombres de él y Maria. Mientras se lo contaba a las
chicas del apartamento contiguo, Dominic se lo contaba a los hombres.
¿Por qué, podrías preguntar? Porque su futura esposa era una psicópata
que había insistido en que se hiciera de esta manera.

Dominic fue al jodido punto:

—Maria y yo nos casaremos... mañana.

El lado Caruso de la habitación se quedó en silencio, mientras


Lucca y los hermanos Luciano sonreían mientras observaban las
reacciones en la habitación.

—¿Te vas a casar con mi hermana? —preguntó Nero, confundido.

Dominic asintió.

—Sí.
—¿Maria Caruso? —preguntó solo para asegurarse de que Dom lo
entendiera correctamente.

—Sí.

—¿Y ella está haciendo esto voluntariamente? —Nero no le hizo la


pregunta al jefe Luciano, sino a su hermano.

Lucca asintió con la cabeza para confirmar.

—Créeme; lo hace.

Al mirar a Nero, Dominic se dio cuenta de que todavía no lo creía,


necesitaba verlo por sí mismo.

Dominic no pudo evitar notar que el hermano Caruso de un solo ojo


estaba sentado en la parte de atrás de la habitación en silencio,
imperturbable.

—Oh, genial. —Vincent se echó hacia atrás enfadado, escuchando a


las chicas soltar otro grito de emoción—. ¿Saben que significa esto? —
Miró hoscamente a Nero y Angel—. Van a esperar que nosotros también
nos pongamos en ello.

Dominic giró la cabeza hacia el pequeño imbécil que no era ni


hermano ni amigo suyo ni de Maria.

—¿Por qué diablos estás aquí?

—Porque mi chica está ahí, gritando a todo pulmón. —Vincent lanzó


un pulgar arrogante en la dirección donde venían los gritos antes de
palmear la espalda del hombre sentado a su lado—. Y Nero y yo somos
amigos, así que lo seguí aquí, porque no me iba a quedar fuera de lo
que fuera que estaba pasando.

Nero apartó su silla de la de Vincent, claramente no queriendo


reclamarlo como amigo en este momento.

—Bien ahora lo sabes. —Dominic señaló la puerta con la cabeza—.


Adiós.

—Diablos, no, no voy a ir a ninguna parte...

—No quieres que toque a este idiota —advirtió Dominic, mirando al


segundo al mando.

Lucca no se movió.
Afortunadamente por el bien de Vincent, Drago se levantó...

—¡Bien, de acuerdo! —gritó Vincent antes de que Drago pudiera


tocarlo—. Maria me pidió que estuviera aquí.

Dominic y Lucca fruncieron el ceño ya que ambos tenían el mismo


pensamiento...

¿Por qué?

—Maria y Dom, sentados en un árbol, b-e-s-á-n-d-o-s-e… —Las


chicas detrás de ella cantaron al unísono mientras bailaban y se
burlaban de la rubia que había jurado que nunca dejaría que un
hombre la llevara al matrimonio

—Primero viene el amor...

Por suerte para ellas, Maria se sentía un poco menos fría hoy con
un anillo en el dedo.

—Luego viene el matrimonio...

Realmente apestaba comerse sus palabras.

—Luego viene el bebé en un... —Todas las chicas se caminaron por el


pasillo detrás de Maria mientras abría la puerta del apartamento para
encontrar a todos los hombres sentados allí, esperando.

—Hola chicos. —Maria entró con la sonrisa más bonita en su


rostro—. Ahora que han escuchado las noticias... —Se acercó a Dominic
y le plantó un gran beso en los labios para dejar claras las cosas.

Todas las chicas jadearon.

—Mierda... —Nero rápidamente se dio cuenta de que no era una


broma, ya que nunca había visto a su hermana tocar a un hombre, y
mucho menos besar a uno—. Creo que me voy a enfermar.

—No te preocupes. —Drago hizo una mueca extraña después de


verlo—. Yo también necesité un minuto.

—Cállate. —Maria puso los ojos en blanco ante su dramático


hermano—. Como si no hubiera visto tu lengua en la garganta de Elle lo
suficiente.
A pesar de que Maria lo había dejado ir, Dominic todavía estaba un
poco desconcertado por su beso.

—De todos modos… —Maria volvió a explicar por qué estaban todos
aquí—, pensé que ustedes, chicos, podrían tener una pequeña
despedida de soltero mientras las chicas y yo salimos a mi despedida.
—Rápidamente saludó mientras se giraba para irse con cuatro chicas
muy emocionadas—. ¡De acuerdo, adiós!

—No. —La voz grave de Lucca hizo que todas las chicas se
detuvieran menos ella.

Esta vez, Dominic lo intentó:

—Vuelve aquí, Maria.

Maria se detuvo, preguntándose si el pene de Dominic valdría la


pena. Decidió que lo valía cuando se dio la vuelta.

Nero casi se cae de su asiento.

—Oh, Dios mío.

Pasando por delante de Dominic, fue directamente a Lucca,


sabiendo que no era su futuro esposo a quien le importaba si salían.

—Podemos salir todos juntos. —No fue su hermano quien habló,


sino el segundo al mando.

Maria simplemente dijo una palabra:

—No.

—Maria —dijo Lucca, advirtiendo que estaba tratando de ser


comprensivo—. No puedo permitir que ustedes salgan desprotegidos.

—Bien. —Ya sabía que Lucca nunca dejaría que Chloe saliera sin un
guardia. Era hora de contrarrestar—. Llevaremos a Vincent. Todos
ustedes no lo quieren de todos modos.

—Bueno, podría querer quedarme, dependiendo de qué tipo de


despedida de soltero estemos hablando...

—No será ese tipo de fiesta —siseó Dominic antes de volverse para
estar de acuerdo—. Bien por mí.

Lucca negó con la cabeza.


—Es un idiota.

—En realidad, me encantaría ir. —Vincent se levantó para rodear a


Lake con un brazo—. Probablemente se divertirán más de todos modos.

—Es un idiota, pero está loco —dijo Maria a Lucca, sabiendo que no
era inútil cuando se trataba de eso.

—Uno no es suficiente para todas ustedes, chicas —negó Lucca


nuevamente.

—Amo no está ocupado. —Con una sonrisa, Maria dijo el nombre


del hombre que no estaba.

Estaba muy interesada en saber si Lucca iba a dejar que Amo


cuidara de Chloe.

Lucca flexionó la mandíbula, pero cuando no la rechazó de


inmediato, Maria pensó que podría tenerlo...

—Estaré con ella. No dejaré que le pase nada —prometió.

—¿A dónde van? —preguntó Lucca finalmente, pareciendo ceder


mientras todos miraban a Maria convencer al Coco para que se saliera
con la suya.

—Oh, ya sabes, comprar vestidos. Eso es todo. —Eso era todo lo que
Maria estaba dispuesta a regalar.

Toda la habitación se sorprendió cuando Lucca metió la mano en su


bolsillo para sacar una tarjeta de crédito negra.

¿En serio?

Y también Maria mientras miraba la tarjeta, sabiendo, de una


manera extraña, que era él pidiendo perdón. Estaba extendiendo una
rama de olivo para devolver el vínculo hermano/hermana a donde había
estado antes de que todo sucediera. Si la tomaba, aceptaba disculpas.

Deslizando la tarjeta de su mano, pensó en cuánto lo extrañaba.

—Gracias.

—De nada. —La respiración profunda de Lucca le dijo que tenía a


su hermano de vuelta, pero muy pronto la máscara se deslizó hacia el
segundo al mando—. Quiero actualizaciones cada hora, y todas ustedes
regresan antes de la medianoche.
—Entonces yo también quiero reglas —respondió Maria—. Vincent y
Amo tienen que estar diez pasos atrás en todo momento, y no se les
permite hablar con nosotras.

—Trato. —Lucca asintió con la cabeza, gustándole la última parte,


antes de volverse hacia el chico lindo, quien hacía que todos quisieran
arrancarse el pelo—. Habla o toca a Lake mientras estás fuera y te
mataré.

Vincent los miró como si estuvieran locos.

—Lake es mi novia...

—No esta noche, no lo es. —Maria le dedicó una sonrisa traviesa


que asustó a todos los novios.

—Maria —Lucca comenzó a advertirle de nuevo, luego decidió darse


por vencido—. Trata de no meterte en demasiados problemas.

—Soy una mujer diferente. —Maria sonrió dulcemente mientras


volvía a besar a Dominic.

Aún sin estar acostumbrado a la vista, Nero tuvo que apartar la


mirada. Él y los otros hombres se levantaron para hablar con sus
novias, por temor a lo que Maria había planeado para ellas.

—¿No estás preocupado? —preguntó Maria, rodeando a Dominic


con sus brazos.

—No. —Se rió, mostrando sus hoyuelos—. ¿Debería estarlo?

—Nop. —Maria le dio otro tierno beso—. ¿Yo debería?

—No —aseguró Dom, inclinándose para susurrarle al oído—. Será


mejor que tu vestido sea blanco esta vez, princesa.

—Sin promesas... —bromeó, dejándolo ir. Luego empezó a separar


las parejas y a llevarse a las chicas.

Lucca había dejado ir a Chloe primero. Parecía no estar preocupado


en absoluto, lo que significaba que era el más nervioso y no quería
mostrarlo o realmente confiaba en Chloe.

Drago fue el siguiente, pero solo estaba nervioso porque temía que
Maria metiera el trasero de Kat en problemas, ya que las dos juntas no
eran una buena combinación para los hombres.
Angel estaba nervioso, sabiendo que Adalyn estaba loca por los
chicos, como Lake, y sabía que, si los hombres estaban involucrados,
podría ser malo.

Sin embargo, Nero era el más nervioso, sabiendo el tipo de mierda


de las que era capaz su hermana. Directamente no confiaba en Maria,
luego su confianza se hundió en Elle porque, cuando fue a besarla, Elle
se había vuelto, dándole la mejilla.

Internamente, Maria se rió, preguntándose cuánto tardaría él en


darse cuenta de por qué.

Y Vincent pensó que estaba bien, porque se uniría a ellas. Poco


sabía que no iba a divertirse en lo más mínimo.

—Maria... —la llamó Lucca por su nombre por última vez—.


Termina en la cárcel y dejaré que te pudras allí la noche anterior a tu
boda mientras yo saco a Chloe.
47
Un montón de brillo

—¿ T endremos strippers? —preguntó Cassius tan pronto como la puerta


se cerró detrás de las mujeres.

—No. —Dominic le lanzó por encima del hombro.

—Escuché que hay un lugar bastante dulce en el sótano. —Matthias


enarcó las cejas con entusiasmo.

—Diablos, no —dijo Dominic, todavía traumatizado por su último evento.


Luego dejó una cosa clara a todos los hombres en la habitación—. Sin
chicas.

Matthias lo miró ofendido.

—Ningún hermano mío puede tener una despedida de soltero sin


ninguna chica. Te casas mañana; no volverás a tener esta oportunidad.

—¿Estás olvidando con quién me voy a casar? —Dom lo miró como


si estuviera loco—. Porque no habrá una puta boda.

—Bueno, esto va a ser jodidamente aburrido —bufó Matthias, ya


aburrido.

Sin decir una palabra, Leo se puso de pie y subió los escalones
mientras todos en la habitación lo miraban con simpatía.

Bueno, casi todo el mundo.

—¿A dónde va? —preguntó Cassius mientras entrecerraba los ojos a


su espalda.

—Su habitación. —Lucca fue quien respondió—. Tiene un montón


de videoju...

—Excelente. —Cass inmediatamente se puso de pie para seguirlo.

Dominic no se perdió la indiferencia con la que Cassius trató a


Lucca, ni la mirada que el segundo al mando le había devuelto.
Cuando alguien llamó a la puerta, Nero se levantó para abrir, y
cuando regresó, tenía una sonrisa come mierda en su rostro.

Dominic no sabía qué era tan jodidamente divertido hasta que dos
mujeres entraron en la habitación.

Oh no.

—Hola, socios. —Dos voces sexys escaparon de las bocas de las


chicas vestidas con trajes de vaquera mientras se tocaban el sombrero.
Ambas fueron por sus pistolas de juguete en sus caderas bajas y
expuestas cuando la rubia dijo—. Estamos buscando un forajido que se
hace llamar Dominic Luciano.

La pandilla de chicas entró en la tienda de novias con grandes


sonrisas en sus rostros, mientras Amo y Vincent entraron detrás de
ellas enojados, ya que no se les permitía hablar.

—Maria, cariño. —Ken se acercó para darle un beso en cada mejilla


antes de darle uno a Katarina—. ¿Como estuvo la boda?

—Estuvo… grandiosa. —Kat dejó fuera la parte donde terminó en


muerte.

—Me has traído tantas chicas bonitas. —Las miró a todas con
envidia—. ¿Cuál es la afortunada hoy?

Maria sonrió de oreja a oreja.

—Yo.

Ken casi se desmaya por la conmoción, pero de repente lo recordó.

—Era ese hombre con el que estabas la última vez, ¿eh? El hermano
de Kat. ¿Cómo se llamaba? ¡Dominic! Oh, niña, yo también me enamoré
de él. —Ni siquiera esperó una respuesta, sino que simplemente
extendió la mano para chocar los cinco.

Maria le dio los cinco y él juntó sus manos, arrastrándola ya hacia


la parte de atrás, emocionado por empezar.

—Sherry, saca la mierda buena. ¡Nuestra chica finalmente se va a


casar! —gritó Ken mientras todos caminaban hacia la parte trasera del
sofá frente a los vestidores. Era como si hubiera esperado una eternidad
para decir esas palabras mientras juntaba sus manos—. Maria, esto es
todo. ¿Qué tipo de vestido queremos?

Ambos sabían que sus días de entrar en la tienda de novias para


probarse vestidos de novia por diversión habían terminado, que esto era
todo: el último vestido de novia que usaría en su vida, y tenía que ser
perfecto.

—Kat, cúbrete los oídos —anunció Maria.

—Oh Dios —murmuró Kat mientras rápidamente hacía lo mismo


que había hecho antes.

Todos la miraron preocupados, mientras Amo y Vincent parecían


confundidos.

—Ken —Maria sabía exactamente lo que estaba buscando—, dame


el vestido más sucio que tengas.

—Él es. —Dominic señaló rápidamente a Matthias antes de que


alguien pudiera apuntarlo.

Matthias estaba a punto de corregirlo, queriendo que su hermano a


punto de casarse se divirtiera un poco, pero luego las chicas se
acercaron a él.

—Dominic Luciano, eres un hombre buscado por ser un... chico...


malo. —Las vaqueras de mentira comenzaron a frotar sus manos por su
camisa—. ¿Cómo se declara?

Matthias se sentó con pura lujuria en sus ojos.

—Culpable como la mierda.

Después de que Maria eligió su vestido, Sherry repartió más


champán de celebración, pero se detuvo cuando llegó a Kat.

—Oh, espera, no tienes la edad suficiente, ¿verdad? Maldita sea,


estaba...
—No, la tiene —mintió Maria, a pesar de que la única con edad
suficiente para beber legalmente era ella. No se podría llamar despedida
de soltera sin un poco de champán.

—Está bien, bien, estuve preocupada por un segundo. Lo siento por


eso.

Si bien Maria se alegró de que funcionara, pudo ver que algo andaba
mal con Sherry. Había venido aquí docenas de veces, pero nunca la
había así de desanimada.

—¿Sherry? ¿Todo está bien?

—Sí. —Continuó repartiendo el champán, pero sabía que Maria no


iba a aceptar esa respuesta de ella, así que bajó su valiente cara—. Lo
siento. Me acabo de enterar de que mi novio me engañó.

—Oh no, cariño.

—Lo siento mucho.

Todas las chicas la consolaron por un momento.

Maria solo tenía una pregunta:

—¿Cuál es su nombre?

—¿Tú hiciste esto? —preguntó Dom a Lucca mientras presenciaba


el comienzo el segundo baile erótico de Matthias.

—Nop.

Ver que el segundo al mando respondió con sinceridad no explicaba


por qué se dirigía hacia la puerta.

—¿A dónde diablos vas entonces?

—No te preocupes. —Lucca sonrió—. Vuelvo enseguida.


—Maria, ¿qué estamos haciendo aquí? —preguntó Adalyn por
centésima vez—. ¿Desde cuándo a ti, o a alguna de nosotras, le gustan
los deportes?

—Y se supone que esto es una despedida de soltera —dijo Lake con


énfasis—. ¿Dónde están los chicos?

—Oh, ya vienen —aseguró Maria con una sonrisa mientras tomaban


sus asientos. La mejor parte era que Vincent y Amo tenían que sentarse
en una fila detrás de ellas, y realmente pensaban que estaban a punto
de disfrutar de un juego.

Tan pronto como los jugadores de hockey se deslizaron sobre el


hielo, los ojos de las chicas brillaron levemente.

—Están muy cubiertos —dijo Adalyn, aún sin ver la imagen


completa.

Katarina se estaba poniendo cómoda, sabiendo exactamente por qué


estaban allí.

—Estás a punto de averiguar por qué.

—Maria, si nos vamos ahora, todavía podemos cambiar esta noche.


Tenemos que conseguirte algunos hombres de verdad... —La voz de
Lake se fue apagando cuando el disco voló sobre el hielo.

Vincent ya no miraba a los hombres que jugaban en el hielo.

—Oh diablos n…

—¡Ay! —Elle y Chloe saltaron al mismo tiempo con un


estremecimiento colectivo, pero para el quinto golpe, ni siquiera ellas
pudieron apartar la vista.

—Maria… —Adalyn tragó saliva mientras observaba la vista


ampliada de la cámara para ver a los hombres guapos con problemas de
ira debajo de los cascos—, lamento haber dudado de ti.

El hockey fue y siempre será un deporte de contacto.

Dominic llenó vasos con el licor fuerte que encontró en el armario.

—Drago, ¿hiciste esto?


—Mierda, no. —Tomó el vaso que Dom había llenado—. ¿Necesito
recordarte que tu hermana llevó un maldito bate de béisbol a mi
cocina?

Espero que lo vuelva a hacer.

Miró a su hermano.

—¿Angel?

—¿Ves mi trasero ahí? —se quejó mientras tomaba un vaso.

Todos los hombres se volvieron para ver cómo le arrancaban la


camisa a Matthias.

Nero tomó un vaso, rápidamente bebiendo el contenido, antes de


golpear el vaso para que Dom lo llenara de nuevo.

—¿No tienes veintiuno? —se dio cuenta de repente.

—¿Dominic Luciano realmente me está preguntando si tengo edad


para beber? ¿De verdad? —Nero lo miró como si estuviera jodidamente
loco.

Supuso que el chico tenía razón….

—Soy un adulto y, créeme, hay cosas peores que he hecho —


aseguró Nero antes de señalar con la mano a las dos vaqueras que
montaban a Matthias como si fuera un caballo—. Y estoy atrapado aquí
con esto mientras tengo una novia con tu futura esposa haciendo Dios
sabe qué...

Dominic volvió a llenar rápidamente el vaso de Nero y todos tomaron


un trago.

Tratando de desviar su atención de lo que estaba pasando en la sala


de estar, Dom miró fijamente su vaso.

—¿Sal no viene a los eventos?

Invitaron a Sal, pero al igual que en la boda de Katarina, no se


presentó a su supuesta despedida de soltero y probablemente tampoco
iba a asistir a su boda.

Drago tomó otro sorbo.

—No se aleja mucho de su computadora.


Cuando Dom asintió, la puerta que se abrió hizo que los hombres
giraran la cabeza para ver a Lucca entrar.

Al verlo sosteniendo un fajo de billetes, las dos chicas de repente


dejaron de bailar sobre Matthias.

—¿Qué estás haciendo? —Matthias prácticamente lloró de


frustración a Lucca.

—Váyanse. —La voz fría de Lucca hizo que las chicas tomaran el
dinero y se fueran.

—¿Qué carajo? —Matthias las vio partir con lágrimas en los ojos.
Por un momento, claramente había olvidado con quién estaba
hablando—. ¿Por qué hiciste eso?

—Vengan. —Lucca les hizo un gesto con la cabeza a todos—.


Vámonos.

Para cuando las chicas se fueron, todas se estaban riendo y cada


una había elegido a su jugador de hockey favorito que ahora lucía sus
apellidos y números en la parte posterior de la nueva camiseta que
llevaban.

—¿Vieron a Bolton golpear el casco de ese tipo de inmediato? —


preguntó Lake, todavía imaginando la escena en su cabeza—.
Realmente puede jugar un poco de hockey —comentó como si alguna de
ellas supiera o incluso se preocupara por la habilidad que exigía el
deporte.

Vincent miró ese nombre en la parte de atrás de la camiseta de su


novia mientras gruñía diez pasos atrás:

—Bolton, realmente puede poner este pie en el...

¡Ding!

Maria sacó su teléfono y vio un mensaje de texto de su pequeño


besador de culos favorito.

—¿Qué es? —preguntó Chloe cuando pudo ver las ruedas girando
en la cabeza malvada de Maria.
—Chicas, vamos a necesitar mucho brillo.

Un molesto Matthias se animó cuando salieron del ascensor en el


sótano.

—Gracias Dios.

Al echar un vistazo a Lucca, Dominic no sabía cuánto más claro


necesitaba para hacerlo. Conducido por el pasillo, tuvo que ser
prácticamente empujado a través de la puerta.

—Te dije que no quería...

Cerró la boca en el segundo que vio que el casino subterráneo


estaba vacío. Solo quedaban dos mesas con las crupieres y dos
camareras, y estaban completamente vestidas.

—Hola de nuevo, Sr. Luciano —dijo Sadie con una sonrisa mientras
él y Lucca se sentaban y les servían bebidas de inmediato—. Escuché la
buena noticia de que sacará a mi chica del mercado.

Dominic pudo haber querido decir las palabras al jefe de sala, pero
estaba mirando a Lucca cuando dijo:

—Gracias.

—¿Se supone que debamos detener esto? —Vincent no apartó sus


temerosos ojos de las chicas cuando le preguntó a su amigo.

Amo no tenía la misma preocupación que él:

—¿Estaba en alguna de las reglas que te dio Lucca?

—Bueno, no, pero...

—Entonces no. —Amo se relajó en el capó de su Escalade—. Yo digo


que dejemos que esta mierda se desarrolle.

—¿De quién es este coche? —preguntó Chloe, asustada.

Maria observó mientras Kat trabajaba para abrir el auto.


—El exnovio de Sherry.

—¡Qué diablos, Maria! —susurró la no tan dulce Elle—. ¿Quieres


que cometamos un delito?

—No. —Maria agitó las grandes bolsas de purpurina en un surtido


de arcoíris—. Solo vamos a agregar algo de brillo.

—Entendido. —Kat abrió la puerta antes de abrir todas las demás.

Al darle una bolsa a cada chica, ninguna parecía estar demasiado


ansiosa por empezar, excepto Kat.

—No se preocupen. —Maria abrió la bolsa con los dientes y luego


comenzó a tirar el contenido en el asiento del conductor—. Esto es un
daño a la propiedad perfectamente legal.

Katarina comenzó a tirarlo en las alfombras y a aplastarlo con las


manos para que no se pudiera aspirar fácilmente.

Maria se dirigió al resto de las chicas por última vez:

—La engañó con su hermana.

—A la mierda. —Lake comenzó a verter la suya suyo en los


portavasos.

Adalyn se encargó de las grietas entre el asiento.

—Oh diablos, no.

—Estúpido. —Elle golpeó los asientos traseros.

—A veces… —Chloe bajó un poco la visera para que la próxima vez


que la bajara lloviera brillo—, obtienes lo que te mereces. —Si alguna
vez hay una duda… el brillo es siempre la respuesta.

Maria abrió la puerta con las chicas a cuestas exactamente al


mismo tiempo que le dijo a Lucca que lo harían cuando le envió un
mensaje de texto después de hacer brillar el auto del infiel. A ese pobre
tonto le esperaba un rudo despertar una vez que se diera cuenta de lo
que todas las chicas sabían: el brillo era una pesadilla para limpiar.
Recordaría sus hazañas incluso en el centésimo lavado de autos, y
tener que explicar la situación del brillo sería aún mejor.
Al entrar en el ático, los chicos y su lugar se veían exactamente
como lo había dejado, excepto que Leo y Cassius no estaban a la vista.

—Buenas, socio. —Las palabras salieron de los labios de Maria con


una sonrisa cuando miró a Dominic.

Al instante, Dominic supo exactamente quién había enviado a las


strippers.

—¿Estás jodiéndome? —Matthias lloró de frustración—. ¡Ella las


consiguió y nosotros los rechazamos!

—¿Conseguir que? —preguntó Elle, acercándose a Nero, sin darle


un beso.

Maria pudo ver que los hombres se ponían nerviosos, pero al ver el
brillo en los ojos de Lucca, decidió prescindir de ellos.

—Les compré pasteles a los chicos.

—¿Queda algo? —preguntó Amo.

—No los guardamos —siseó Matthias de nuevo.

Las chicas miraron a sus hombres con extrañeza.

Maria decidió salvarlos de nuevo:

—Fueron formados de manera inapropiada.

Vincent miró a los hombres, consternado.

—¿Y no se los quedaron?

Sin hacer caso de su amigo, Nero miró a Elle.

—¿Por qué llevas una camiseta?

Todos los hombres miraron a su respectiva mujer con miradas


escrutadoras, sabiendo...

—Odias los deportes. —Angel entrecerró los ojos en Adalyn,


declarando lo obvio para todos los hombres en la habitación.

—¿Las llevaste a un partido de hockey? —preguntó Lucca a Maria


mientras miraba a Chloe sonrojada.

—Sí —dijo con orgullo mientras acortaba la distancia entre ella y


Dominic.
Drago no podía apartar la mirada de su esposa de cabello rosado
mientras hacía la pregunta que estaba en la mente de todos los
hombres:

—¿Por qué diablos fueron todas a un partido de hockey?

—Maria, cariño… —Dominic levantó la barbilla con una sonrisa,


pareciendo ser el único que sabía exactamente por qué habían ido—,
¿por qué no me dijiste que te gustaba ver pelear a los hombres?

Maria arqueó una ceja emocionada.

—¿Es esa tu forma de decirme que peleas?

—Oh, princesa… —Acercó sus labios a los de ella—, no tienes ni


jodida idea.
48
Patea su trasero

L
as chicas observaron a los hombres apartar los muebles del
camino con una mezcla de emociones. Después de descubrir
por qué habían hecho un pequeño viaje al juego de hockey,
los hombres miraron a sus mujeres de manera ligeramente diferente, y
cuando los hombres de Caruso escucharon a Dominic decirle a Maria
que podía pelear, querían que lo probara. Todo Ciudad de Kansas
conocía las habilidades de Dom como pistolero, pero solo los de Blue
Park conocían la brutalidad de sus puños.

Maria vio a Dominic pararse en medio de la habitación mientras


todos se sentaban en un gran círculo. La acción incluso hizo que
Cassius y Leo bajaran de arriba para ver qué demonios estaba pasando.

El jefe Luciano miró a los hombres alrededor de la habitación


cuando nadie se acercó para enfrentarlo.

—¿Ningún contrincante?

Tal como sospechaba, los hombres hablaban y no actuaban.

Vincent tuvo suerte de tener apariencia, porque el idiota se puso de


pie mientras le daba a Lake una mirada de yo tengo esto.

—Siéntate de nuevo —dijo Dominic, sabiendo que no habría


competencia. Sería como golpear a un bebé indefenso.

—¿Qué? ¿Estás jodidamente asustado? —Vincent le dedicó su


sonrisa de niño bonito.

—Dominic... —habló Maria habló detrás de él—, patéale el trasero.

Dom asintió, aceptando la matanza.

—A la cuenta de tres —comenzó Maria—. Uno…

Dom y Vincent se acercaron, pero mantuvieron una distancia de


diez centímetros entre ellos.
—Dos...

Vincent levantó los puños en posición de pelea mientras Dom


permanecía relajado.

—Tres…

—Vamos, hijo de pu...

Vincent dio un paso hacia adelante, y fue el último, mientras


Dominic le daba un puñetazo tan fuerte en la cara al chico lindo que
inmediatamente cayó hacia atrás como una tonelada de ladrillos,
incapaz de terminar su oración.

Los únicos que no saltaron colectivamente de ver la acción fueron


los hermanos de Dom, Maria, Drago y Lucca.

—¡Vincent! —Lake estuvo al lado de su novio en un instante—. Tu


nariz está sangrando.

—¡Creo que me la rompió! —Vincent la tocó cuando volvió en sí.

—Lo siento —dijo Dominic, obviamente no sintiéndolo—. ¿Quién es


el siguiente?

Ninguno de los hombres vino por...

—Yo seré. —Amo se puso de pie, tomando el lugar de Vincent,


mientras él estaba a un lado, siendo atendido por su novia. El respeto
de los hombres en la sala aumentó por Amo.

Dom asintió de nuevo, accediendo a la pelea inmediatamente, lo que


hizo que Maria se diera cuenta de que probablemente había estado
esperando para poner sus manos sobre Amo después de lo que le había
hecho a Angel.

Ángel se recostó, sonriendo.

—Pongo cien a Dom. ¿Alguna apuesta? —gritó Mathias llamó de


inmediato.

—Aceptaré esa apuesta. —El idiota Vincent no pudo resistirse,


mientras su novia le tapaba la nariz con una bolsa de guisantes.
Sacando su billetera, apostó por Amo.

Maria no pudo evitar notar a Lucca y Chloe. Se sentaban más lejos


de todos y los hermanos Luciano no se acercaban a la chica de las
cicatrices, todos ellos manteniendo la distancia por respeto a ella y al
segundo al mando después de lo que su padre le había hecho. Pero ella
se centraba únicamente en Amo, mientras Lucca escondía una sonrisa
de que Amo estaba a punto de que le patearan el trasero.

Queriendo que el espectáculo explosivo se pusiera en marcha, Maria


inició la cuenta atrás:

—Uno...

Amo miró a Dominic con confianza.

—Dos...

Dominic lo miró fijamente.

—¿Quieres pelear para lucirte frente a las chicas o porque soy un


Luciano?

La habitación se quedó en un silencio sepulcral al Tres de Maria.

Amo corrió hacia Dom como un toro en una tienda de porcelana,


sus ojos en las manos de Dom. A diferencia de Vincent, Amo era un
mejor contrincante, en cuanto al cuerpo, ya que los hombres de De
Santis eran enormes; aunque no pareciera de su edad, Dom era
demasiado experimentado para él.

Dominic esperó hasta el último segundo antes de dar un pequeño


paso hacia un lado, impidiendo al hombre de correr cuando lo agarró
por el cuello. Sosteniéndolo en su agarre, vio la cara de sorpresa de
Amo mientras levantaba el puño hacia atrás, golpeando a Amo en la
parte baja de su espalda y haciendo que el hombre se arrodillara.

A la mierda el hockey, esto era lo más jodidamente caliente que


había visto en su vida.

—¿Le rompiste el cuello? —Nero fue a ayudar a Amo, pero su mano


fue apartada cuando Amo se puso de pie como si tuviera noventa años.

—¿Quieres otra ronda? —ofreció Dom.

Con una mano en la espalda y la otra en el cuello, Amo negó con la


cabeza.

—No si voy a trabajar mañana.


Dominic extendió una mano y Amo la miró fijamente por un
momento, sorprendido, antes de estrecharla y apartar la mala sangre
entre ellos.

Matthias arrebató sin arrepentimiento el dinero de las pobres manos


de Vincent. Tenía planes de hacerse más rico.

—¿Quién es el siguiente?

Drago se puso de pie lentamente, moviéndose para pararse frente a


Dominic, mientras cada respiración se detenía en la habitación.

Ahora bien, esto en realidad sería una jodida pelea.

Mientras que Dominic se había entrenado con el ejecutor Luciano,


Drago, el maldito tanque De Santis, provenía de una larga lista de los
mejores soldados que Caruso tenía para ofrecer. Si los Caruso
entregaran ese título, entonces Drago lo poseería.

La cara de Katarina cayó. Había estado disfrutando de las peleas,


pero ni siquiera ella podía ocultar sus nervios.

—Está bien, nuevas reglas básicas —gritó Maria—. No golpear en la


cara o debajo de la cintura. Nos casaremos mañana y necesito que su
cara esté bonita para las fotos, y... lo otro para mañana por la noche.

—¿Ahora dices eso? —Vincent estaba molido con guisantes pegados


a su cara. Iba a tener un rudo despertar cuando se mirara en el espejo
y viera que tenía un ojo morado.

Nero todavía tenía arcadas.

—Podría haber vivido sin escuchar eso, pero apuesto quinientos por
Drago. —Sacó su billetera.

—Voy a aceptar esa jodida apuesta— gritó Matthias, quedándose


con su hermano por la victoria.

—Drago puede derribarlo —dijo Leo sus primeras palabras de la


noche.

Cassius negó con la cabeza.

—Ni una puta oportunidad.

—Quizás deberíamos dar por terminada la noche, Maria. —Kat


claramente estaba tratando de detener la pelea.
Maria simpatizaba con el dilema de Katarina. Estaba del lado
perdedor, ganara el hombre que ganara. Pero Maria sabía que a
Dominic le encantaría darle algunas oportunidades a Drago por elegir a
su hermana para su venganza y sin ninguna consecuencia de Lucca.
Este era su regalo para Dominic, ahora que lo pensaba.

—Uno... —Maria comenzó la cuenta regresiva antes de que Kat


pudiera convencer a su esposo de que se retirara.

Los dos hombres se miraron sin moverse.

—Dos... —La garganta de Maria se secó con anticipación. Ella solo


esperaba que no se arrepintiera de esto—. Tres.

Los hombres comenzaron a dar vueltas entre sí, esperando que el


otro golpeara primero. Maria finalmente tuvo que parpadear, y tan
pronto como lo hizo, fue cuando golpearon.

Ambos hombres tenían sus brazos envueltos alrededor del otro, y


podía ver sus músculos tensarse mientras ambos intentaban ganar
ventaja. Con los brazos tensos, se separaron para rodearse de nuevo,
cada uno buscando una debilidad para golpear. Drago fue primero con
un gancho de izquierda a las costillas de Dominic, y Dom contraatacó,
balanceando su puño para plantar un golpe justo debajo de la barbilla
de Drago.

—¡Sin golpes en la cara! —Kat le recordó a su hermano.

—Técnicamente, debajo del mentón no está la cara, es la garganta


—dijo Maria mientras ambos se tomaban las manos con fuerza.

Drago devolvió el golpe con un gancho de derecha al pómulo de


Dominic mientras se protegía las costillas con la mano derecha.

—¡Dijimos que sin golpes en la cara! —siseó Maria ahora.

—Realmente no se harían daño el uno al otro, ¿verdad? —preguntó


Kat con ansiedad.

—Estoy segura de que no... —Maria trató de mentirse a sí misma,


odiando que ella alentara esto. Bueno, al menos la noche anterior a su
boda.

Durante la siguiente serie de golpes que intercambiaron los


hombres, ninguno hizo una mueca ni hizo un ruido de dolor, cada uno
recibió el golpe y regresó con más fuerza.
Kat chilló de miedo cuando los nudillos de Dom partieron el labio de
Drago y la sangre se formó alrededor de su boca.

La pérdida de sangre no hizo que Drago perdiera los estribos. En


cambio, el hombre fue a la izquierda y luego a la derecha antes de
agarrar a Dominic por la cintura para levantarlo y arrojarlos al suelo.

Maria dejó escapar un ligero grito mientras juraba que lo había visto
en cámara lenta. Pensando que estaría muerto si ambos eran enormes y
caían al suelo, estaba sorprendida cuando Dominic no se inmutó y se
había maniobrado de alguna manera para colocarse encima de Drago.

—¡Eso es suficiente! —gritó Maria, poniéndose de pie. Ella y todos


los demás allí podían ver que la única forma en que la pelea iba a
terminar era en la muerte. Mentalmente, ambos hombres no sabían
cómo rendirse y sus cuerpos tampoco estaban dispuestos a hacerlo.

Dominic levantó el puño hacia atrás, sin vacilar ante sus palabras,
mientras el agarre que Drago tenía en el cuello de Dom se apoderó de él.

Después de un momento tenso, Dom se bajó de él, luego extendió


una mano para ayudar a su cuñado a levantarse. Drago la tomó.

—Genial, un empate —dijo Matthias, mirando el dinero que había


esperado que estuviera en sus manos, mientras observaba a Nero volver
a guardarlo en su billetera—. Mi hermano me ha decepcionado una vez
más.

—Está bien, vuelve a poner los muebles —ordenó Maria, no


queriendo correr más riesgos con la cara de Dominic.

Maria se acercó a él y le tocó el pómulo hinchado.

—¿Pensé que había dicho que no fueras por la cara? —siseó Maria
sobre los muebles en movimiento a Drago, quien estaba siendo
examinado por Kat.

—Está bien, Maria —aseguró Dom con una sonrisa—. Yo lancé el


golpe bajo primero.

—No, le pegaste debajo de la barbilla. —Tomó los guisantes de la


nariz rota de Vincent cuando pasó y los colocó en la mejilla de Dom,
donde era más importante—. Ahora mira lo que le hiciste a la cara, y
nuestra boda es mañana.
—Bueno, me dispararon en la mía. —Recordó Drago mientras se
limpiaba la sangre de la boca—. Será un gran recuerdo.

Poniendo los ojos en blanco, volvió al pobre rostro de Dom. Tenía


que admitir que, de alguna manera, el hombre solo parecía más
atractivo. Maria se pasó la lengua por el labio inferior.

—Sabes... habría dicho que sí mucho antes si hubiera sabido que


podías hacer eso.

—Estoy fuera —dijo Nero, agarrando la mano de Elle después de


que los muebles habían sido regresados a su lugar—. Esto todavía es
demasiado extraño para mí.

Todos estaban un poco asustados por las miradas ardientes entre la


pareja que pronto se casaría. Todos querían irse.

—Oye. —Vincent los detuvo antes de que nadie pudiera irse para
hacer la pregunta que podría llevarlo a la tumba—. ¿Cómo es que no te
ofreciste a pelear con él, Lucca?

Todos se quedaron en un silencio sepulcral, esperando la respuesta


verbal o física del Coco al idiota. Todos asumieron que estaban a punto
de presenciar un asesinato; incluso Chloe estaba nerviosa a su lado. Lo
que ninguno de ellos esperaba era la simple respuesta del segundo al
mando.

—Porque... no habría ganado.

Sin molestarse, Lucca envolvió su brazo alrededor de los hombros


de su prometida mientras se dirigían hacia la puerta, y todos lo vieron
alejarse.

Esa fue la diferencia que separó a los líderes de los soldados. Los
líderes sabían cuándo rendirse para tener éxito, y era sabiduría que
casi todos los hombres de la sala necesitaban aprender.

Lucca era frío, calculador y astuto, y aunque Dominic habría


ganado un partido en fuerza, Maria sabía... Lucca lo ganaría cualquier
día en una partida de ajedrez.

—Adalyn... —Finalmente, fue Angel quien se dio cuenta—. ¿Por qué


estás cubierta de brillantina?
49
Todo lo que te importará saber

—¿A lgo más que me estés ocultando que me resulte muy


jodidamente atractivo? —preguntó Maria tan pronto como
estuvieron solos.

Dominic puso sus manos tatuadas en su cintura mientras la atraía


hacia él.

—Oh, lo descubrirás mañana por la noche, princesa.

—Podrías mostrarme ahora. —Sacó la lengua para lamer sus


labios—. Te prometo que después de eso, todavía me casaré contigo.

—Sé que lo harás. —Se rió, conociéndola demasiado bien—. Pero no.

Al ver sus hoyuelos, Maria movió su lengua hacia la preciosa


hendidura.

—¿Estás seguro de eso?

—No —dijo entre dientes, amando esa acción de ella, pero todavía se
mantuvo fuerte—. Por eso que tengo que irme.

Maria echó la cabeza hacia atrás.

—¿No te vas a quedar conmigo esta noche?

—No puedo, Maria. Lo siento. —Internamente, Dominic quería llorar


tanto como ella, pero se mantuvo firme detrás de su código moral—.
Una noche más, princesa, es todo lo que pido. Entonces te juro que no
tendremos que volver a dormir separados.

Queriendo nada más que engañarlo para que se metiera en su


cama, Maria sabía que fácilmente podría hacer que se rompiera ya que
la boda estaba a solo un día de distancia. Y aunque no le importaba su
virginidad, respetaba el hecho de que a él sí.

Mirándolo a los ojos color avellana, quería otro juramento.

—¿Lo prometes?
—Lo prometo, princesa. —Hizo la promesa más fácil que haría
jamás cuando la selló con un beso—. Ahora realmente tienes que
dejarme ir.

—Bien —refunfuñó, apartando los labios de los de él. Parecía tener


prisa por ir a algún lado—. ¿Te gustó el regalo de tu despedida de
soltero? —preguntó Maria con una sonrisa, tratando de detenerse,
mientras él los acompañaba a su puerta.

—No, pero Matthias lo agradeció por lo poco que estuvieron aquí.

—¿Las despediste? —preguntó, confundida.

—Sí —dijo Dom antes de corregir—. Bueno, técnicamente, Lucca lo


hizo.

—¿Por qué? —Maria no podía creerlo—. ¿Tuviste siquiera un turno?

Dominic se detuvo en su puerta, mirándola como si estuviera loca.

—Entonces, ¿no fue una broma? ¿De verdad querías strippers aquí?

—Sí, fue una despedida de soltero. —Se lo deletreó como lo había


hecho Lake antes esa noche—. Los atuendos podrían haber sido la
broma, pero quería que te divirtieras.

—Mujer, nunca te entenderé. —Dom negó con la cabeza como si


tuviera dolor de cabeza por un segundo.

—Yo vi un partido de hockey; justo es justo.

—Maria, viste a hombres completamente vestidos pelear donde no


puedes ver ningún rostro. Por eso te gusta. Y confía en mí; si bien una
parte de mí está agradecida de que no puedas soportar que un hombre
te toque o que realmente mires a cualquier hombre, no me agrada
exactamente que las mujeres me toquen por dinero.

Oh... Maria se sintió como una maldita idiota.

—Lo siento. Debería haber pensado en...

—Está bien. No tienes que disculparte —aseguró dulcemente—.


Estabas tratando de hacer algo bueno, y apreció la idea, y Matthias
realmente lo apreció. —Dominic se rió—. No lo he visto tan feliz en todo
el año. Además, los atuendos de vaquera fueron un buen toque.

Maria sonrió.
—Pensé que te gustaría.

—Lo hice, pero déjame aclarar una cosa, princesa. —Dominic le


estiró el cuello con un dedo—. La única chica a la que quiero tocar o
mirar con algo vestida así eres tú.

Sus ojos rodaron hacia la parte posterior de su cabeza ante sus


palabras y cuando él puso su boca en su cuello.

—Espera... —Dominic apartó los labios de su cuello, viendo su piel


brillar de cerca—. ¿Por qué tienes brillantina?

Maria rápidamente abrió la puerta y comenzó a empujarlo como lo


había hecho después de que Angel le hiciera esa pregunta a Adalyn.

Entonces, Dom ya no estaba tan ansioso por irse.

—¿Estás segura de que no fueron a un club de striptease?

—Te veré en el altar. —Maria le dio un último beso que le robó los
pensamientos y el aliento en un instante. Complacida consigo misma,
cerró la puerta—. Buenas noches.

Dominic se fue sonriendo, deseando haber tenido la oportunidad de


decirle que la amaba por última vez antes de casarse. Pero mientras
caminaba por el pasillo, sus pensamientos fueron a su próxima
reunión. Solo esperaba salir vivo de allí….

—¿Por qué estás aquí, Dominic? —preguntó el hombre detrás del


escritorio, fumando un puro, después de varios momentos incómodos.

Dom sabía que esto no iba a terminar bien, y aunque Lucca le había
dicho que manejaría a su padre, Dominic todavía necesitaba
enfrentarlo, de hombre a hombre. Si no tenía las pelotas para enfrentar
al padre de su prometida, entonces no merecía casarse con ella en
absoluto.

—Dante, vine a ti por respeto para decirte...

—¿Que te estas follando a mi hija? —Dante terminó por él—. ¿Crees


que no sé qué está pasando en mi maldito negocio? Has estado
haciendo cabriolas por aquí con ella durante días.
Flexionando la mandíbula, Dominic logró mantener la calma,
incluso con la flagrante falta de respeto del jefe por una situación en la
que no tenía los datos correctos.

Comenzando de nuevo, pronunció las palabras con dureza para no


ser interrumpido esta vez:

—Vine aquí para decirte que me voy a casar con tu hija.

Dante dio una calada impasible a su puro.

—Ya lo sabes —dijo Dominic, sin ver ningún odio adicional en los
ojos azul hielo del hombre que el que ya estaba allí.

Le había molestado más pensar que se estaba follando a su hija


bajo su techo que casarse con ella. Como todos los demás, Dante no era
diferente, asumiendo que un hombre con el apellido Luciano tenía
malas intenciones. Dominic Luciano le había mostrado más respeto a la
hija del jefe Caruso que a sus propios soldados, y no importaría que se
lo dijera, Dante no lo creería.

—Desafortunadamente, mi hijo ya me ha informado. —Agarrando el


puro de su boca, casi lo aplasta—. Deberías haber escuchado a Lucca
cuando te dijo que no vinieras a verme. Lo que sea que quieras de mí,
Dominic, no estoy jodidamente interesado. Conoces la salida.

Asintiendo, Dom se puso de pie, viendo que Lucca había tenido


razón, pero en el segundo en que le dio la espalda, se dio la vuelta para
mirar a Dante por segunda vez.

—No vine aquí como el jefe de Luciano; vine aquí como hombre para
hablar con el padre de la mujer que amo.

—¿Ella no te lo ha dicho? —preguntó, llevándose el puro a la boca.

Dom frunció el ceño.

—¿Decirme qué?

—Cuando limpió tu nombre como One-Shot, le dije a Maria que, si te


volvía a ver, estaría muerta para mí. —El jefe exhaló una bocanada de
humo—. Sabía que ningún baile con mi hija sería inofensivo, y tenía
razón.

La rabia que fluyó a través de Dominic tomó todo lo que tenía para
no dejar que su puño chocara contra el rostro de ese hombre.
No solo Lucca le había dicho que no lo viera; Maria también lo había
dicho. No era de extrañar que no quisiera invitarlo a la boda. Dom no
quería que ella se arrepintiera algún día, y era parte de la razón por la
que había venido, con la esperanza de que su padre estuviera allí para
ver casarse a su única hija. Por otra parte, Maria ya no lo veía como un
padre, y no había forma de que pudiera hacerlo después de que él la
repudió.

—Esas son palabras imperdonables, Dante, palabras de las que te


arrepentirás una vez que tu hijo te quite hasta la última cosa. Cuando
eso suceda, quiero que recuerdes que fuiste tú quien logró destruir la
única cosa preciosa que te habría quedado, y lo hiciste todo por tu
cuenta.

—No sabes lo que es ser padre de un hijo. —El puro de Dante se


estrelló cuando golpeó el escritorio con las manos y se puso de pie—. Y
no sabes lo que es que tu hija se case con el hijo del hombre que
asesinó a tu esposa.

—No te importa saber nada sobre mí, Dante. —Dominic soltó su


puño cerrado mientras se dirigía a la puerta. Dante nunca vería más
allá del nombre de siete letras—. Que mi padre sea Lucifer es todo lo
que te importará saber.
50
La verdad de todo ello

S
i fuera por Maria, habrían ido al juzgado y se habrían casado
justo después de que le pusieran ese anillo en el dedo. Una
imitación de Elvis Presley podría haberse casado con ella por
todo lo que le importaba, pero Dominic no lo permitiría. No quería una
boda que fuera una broma o una que pareciera una decisión
espontánea, incluso si lo fuera. Maria, sin embargo, nunca se vio a sí
misma comprometida a pasar una eternidad con un hombre en una
iglesia para que todos pudieran ser testigos. Diablos, Maria nunca se
había visto casándose con nadie. Entonces, habían hecho un
compromiso. Tendrían una pequeña boda solo para la familia, no una
unión de las dos familias de la mafia.

También era más seguro, ya que One-Shot todavía estaba en


libertad. Otra gran reunión de las familias solo terminaría en más
derramamiento de sangre ya que las tensiones aún estaban altas. A
Maria le servía, porque una boda nunca fue lo que quería, y todo lo que
Dominic quería era una ceremonia que tuviera significado, y si sus
hermanos estaban allí y él se casaba con Maria, entonces eso era todo
lo que le importaba.

En solo un mes, Maria había logrado la boda más grande para


Katarina y Drago, por lo que lograr una pequeña en un día no fue tan
difícil. Además, tenía gente para eso. El deleite de su familia al poseer el
hotel casino más grande de Ciudad de Kansas significaba que
celebraban varias bodas al año. La pequeña ceremonia y la recepción se
organizaron fácilmente en cuestión de horas. La única decoración que
quería Maria era la vista.

Su padre podría no haber aprobado la boda, pero Lucca lo hizo, y


con mucho gusto le permitió tener la boda que quería.

Maria se miró en el espejo. Se había probado tantos vestidos de


novia a lo largo de los años y se había disfrazado todos los días de su
vida. Podría haber comprado el vestido más caro y más bonito del
mundo, pero no le habría importado. Maria no buscaba belleza.
Mirando su vestido blanco, en realidad no era un vestido, ya que
eran dos piezas. La falda ligera y transparente le llegaba a la cintura y
caía en cascada por sus largas piernas, dejando el más mínimo indicio
de su piel bronceada. Debajo llevaba un bodi que se ajustaba a cada
curva, recordando el vestido color piel que había usado en su cita. Era
de corte escotado y estaba hecho del encaje más fino, mostrando sus
pechos perfectos. El vestido era tan perfecto que incluso guardaba un
secreto que no podía esperar para revelarle a Dominic al final de la
noche.

Retocó su maquillaje con su lápiz labial color carne favorito y un


atuendo de ojos glamoroso y suave. Su cabello dorado estaba
perfectamente rizado, luego despeinado en una onda de luz. Ahora solo
necesitaba una última cosa….

Maria fue a su armario a buscar un par de tacones, pero se detuvo


de inmediato cuando vio una caja en su banco de terciopelo en el medio
de la habitación.

Leyó la nota que estaba encima.

Para mi princesa. Te amo.

-Tu futuro esposo

Maria no pudo evitar sonreír mientras dejaba con cuidado la tarjeta


y luego recogía la caja. Habiendo comprado miles de pares de zapatos,
sabía lo que le esperaba, pero nada la preparaba para la perfección
interior.

Los tacones de aguja eran altísimos con la clásica punta


puntiaguda, y estaban incrustados en cristales de Swarovski que
brillaban cuando se los deslizaba en los pies, pero eran las suelas rojas
las que demostraron que tenía buen gusto.

Maria Caruso realmente se estaba casando con el hombre perfecto...

Para mí.

Por primera vez, Dominic usó un verdadero traje italiano que era
adecuado para un Caruso, pero hecho a su medida. Tenía zapatos, pero
al mirar la caja, pensó que podría cambiarlos cuando recogió la nota.
Para mi hombre de suela roja.

Con amor, tu princesa.

Al abrir la parte superior de la caja, vio unos zapatos de vestir


negros de hombre caros de la marca favorita de Maria: Louboutin.

Sonriendo, Dominic no podía creer que ambos hubieran comprado


regalos coordinados sin siquiera saberlo. Ahora él y su novia tendrían
unos zapatos empapados en sangre a juego.

Dominic Luciano realmente se estaba casando con la mujer


perfecta...

Para mí.

Bajando los escalones, Maria estaba a punto de abrir la puerta para


ir a su boda cuando la puerta principal se abrió de repente.

—¿Papá? —Se quedó en su lugar, atónita de verlo. Inmediatamente


desapareció cuando recordó esas tres palabras—. Siento no haberte
invitado a mi funeral. Debo haberlo olvidado.

—Maria, vine a hablar contigo —dijo mientras trataba de pasar


junto a él.

—Estoy muerta para ti, recuerda...

—Por favor. —Hizo un gesto hacia el sofá—. Tengo algunas cosas


que necesito decir.

Tomando el tono sincero de su padre, se sentó en el sofá, queriendo


escuchar lo que tenía que decir.

Dante se desabotonó la chaqueta mientras se sentaba a su lado. Le


tomó unos momentos encontrar las palabras adecuadas:

—No conozco a Dominic, pero sí conocía a su padre, y aunque no


puedo responsabilizar a un hijo por los pecados de su padre, no puedes
esperar que pueda superar el hecho de que Lucifer se llevó el amor de
mi vida lejos. Cuando veo a Dominic, veo a Lucifer, veo al hombre que
me quitó a mi esposa.
—Entonces deberías haberlo conocido —dijo Maria de manera tan
implacable—. Porque entonces no verías a Lucifer en absoluto.

—Eso llevaría tiempo, Maria. —Dante trató de hacerle entender—.


Tiempo que planeo tomar mientras trabajo con él como el nuevo jefe
Luciano.

Maria arqueó una ceja, viendo la respuesta ya en el rostro de su


padre.

—Pero no como mi esposo.

—Eres una Caruso; esperaba que te casaras con uno de mis


hombres.

—No, querías que me casara con Sal —corrigió Maria—. Dime,


¿cómo puedes justificar que me case con un hijo de Lucifer pero no con
el otro? Cuando miras a Sal, ¿ves a Lucifer?

—Cuando miro a Sal, veo al chico que saqué de la calle al que


Lucifer había dejado pudrirse. Lo engendró, pero no lo crio como lo hizo
con sus otros hijos. Cuando miro a Sal, veo un hijo.

—Y yo veo a un hermano —le dijo Maria lo que él no podía


entender—. Si esperabas que me enamorara de uno de tus soldados,
entonces no deberías haberme criado con ellos.

—Probablemente —concordó.

Aun viendo la decepción, Maria sabía que se estaba perdiendo algo.

—¿Por qué es que nunca podrás aceptarnos a mí ya Dominic?

Dom era un hombre hecho a sí mismo, seguro desde el lado


equivocado, pero se suponía que las familias se unirían como una sola.
Su matrimonio con Dominic solo solidificó ese hecho, razón por la cual
Lucca lo había alentado.

Dante claramente había estado guardando un secreto, ya que sus


ojos azul hielo perforaron su alma antes de revelar la verdad de todo:

—Dominic no tiene sangre italiana pura.

Maria frunció el ceño, pero antes de que pudiera hablar, su padre


continuó.
—Nos gusta que nuestros nombres representen nuestra herencia
italiana, pero ¿nunca te has preguntado en qué se diferencian los
nombres de sus hijos de los nuestros? Dominic, Angel, Matthias,
Cassius son nombres de... ascendencia española. —Dante finalmente
rompió el secreto que no muchos Caruso conocían—. Las mujeres
españolas tenían las únicas cualidades que Lucifer admiraba y
respetaba lo suficiente en las mujeres como para engendrar hijos.

Las miradas de Dominic y Cassius de repente cobraron sentido,


mientras que los otros niños habían tomado las suyas de su padre.

Maria no podía creer que esa fuera la razón por la que su padre no
aprobaba su matrimonio y que pensara que de repente vería a Dominic
de manera diferente.

—¿Por eso no lo apruebas? ¿Porque Dominic no es lo


suficientemente italiano para ti? Bueno, gracias a Dios no permites que
las mujeres entren en tu organización, entonces, ¿qué diablos te
importa?

—El linaje lo es todo, Maria. —Advirtió que los niños de su unión no


podrían convertirse en hombres hechos a sí mismos.

Sí, lo sabía. La mafia se remontaba a generaciones en este país, y no


importaba dónde se encontraran, la única forma en que podría
convertirse un hombre hecho a sí mismo en una mafia italiana era
siendo cien por ciento italiano. Era el requisito más básico, escrito en
piedra hace mucho tiempo, y no había sido cambiado ni desafiado...

Aún.

—Me parece gracioso cómo el pedazo de mierda más grande que


jamás ha caminado sobre esta tierra es de alguna manera menos miope
que tú. Lucifer fue inteligente al dejar de lado las viejas costumbres,
porque las tuyas van a ser tu muerte.

Ambos sabían que Chloe no tenía una onza de sangre italiana


corriendo por sus venas, pero eso no evitaría que Lucca se casara con
ella o engendrara hijos con ella, y que sus hijos se hicieran a sí mismos.
Esa estúpida regla iba a terminar con el reinado de su padre, y ambos
lo sabían.

—Cuando tomé el control de esta familia, hice la promesa de


defender esos valores, y lo haré hasta que termine mi reinado. —Dante
habló con firmeza, el juramento de sangre que hizo se mantuvo—. No
puedo mostrar mi apoyo a esta boda, porque luego vuelvo a ese
juramento. Mis hombres y los muchos hombres a los que he tenido que
rechazar por la sangre en sus venas... no es justo para esas personas
que les dé una excepción porque son mi hija.

Maria entendió. Su padre estaba atrapado en sus viejas costumbres


y se sentía obligado por la sangre a respetar las sagradas reglas
familiares, pero ella era su hija.

—No tuviste jodidos problemas para apoyar a Drago.

—Katarina no tiene constancia de su procedencia. Ni siquiera su


propia familia sabe quién era su madre. ¿Puedo asumir que es de
ascendencia española basándome en sus relaciones anteriores? Sí. Pero
no hay pruebas, y se parece a su padre. Mis hombres nunca lo
cuestionarían.

—¿Entonces Sal? —preguntó con frustración—. Habrías apoyado


esa maldita unión.

—Salvatore Lastra es cien por cien italiano. Puedo rastrear a su


madre de generación en generación. —Dante lo dejó muy claro—. El
único hijo italiano que tuvo Lucifer, y renunció a él.

Déjalo ir, se susurró a sí misma.

Maria había llegado al final de su paciencia. No había nada más que


pudiera decir para que su padre aprobara su matrimonio, así que no
tenía nada más que decirle. Lo único que sabía de su padre era que
nunca cambiaría. Por eso tuvo control para hacer de ella quien era, por
qué se mantuvo tan firme como una mujer que quería ser tomada en
serio y tener el poder en esta familia. Si veintidós años no hubieran
demostrado que no cambiaría sus costumbres porque era una mujer,
Dante no iba a cambiar sus costumbres acerca de que Dominic no era
de ascendencia italiana completa en los próximos cinco minutos.

—Lamento no poder estar allí. —Dante se puso de pie


solemnemente, diciendo las palabras que realmente quería decir
mientras se dirigía hacia la puerta—. Pero espero que ustedes dos
disfruten de mi regalo de bodas.

Maria no sabía lo que esperaba, pero no habían sido las emociones


que sintió mientras estaba sentada sola. Había estado bien con que su
padre no asistiera a su boda antes de que entrara, pero ahora no pudo
evitar sentirse herida porque su padre se negaba a acompañar a su hija
por el pasillo. Eligió a la familia sobre su propia familia una vez más, y
esta vez... realmente dolió.

Tuvo que contener las lágrimas mientras se dirigía hacia la puerta.


Maria ya llegaba tarde y, aunque necesitaba un buen llanto, no se
permitiría hacerlo.

Al abrir la puerta, los ojos color verde esmeralda de Maria ya


estaban al borde de las lágrimas antes de ver al hombre esperando
detrás de la puerta. Tenía las mismas emociones en su corazón frío que
en el de ella ahora mismo.

—Maria… —Lucca extendió su brazo—, ¿puedo acompañarte por el


pasillo?
51
La letra M

M
ientras Maria caminaba por el pasillo junto a su hermano,
sintió como si estuviera flotando en el aire por estar tan
alto en el cielo abierto. El sol comenzaba a ponerse y la
brillante ciudad de abajo comenzaba a brillar. En la parte superior del
Hotel Casino, con solo las pocas personas con las que habían
compartido el día anterior, esta era la única boda aceptable y más
perfecta a sus ojos.

Mirar a Dominic mientras daba cada paso, hizo que su corazón frío
y muerto se sintiera como si lo hubieran golpeado con un desfibrilador
por la forma posesiva en que la estaba mirando.

Dom extendió su mano tatuada mientras se acercaba...

Tomando su mano, no estaba segura de que alguna vez la soltaría.

Ambos hombres asintieron con la cabeza mientras su hermano


tomaba su ramo y luego se sentaba junto a su prometida. Dante podría
no aceptar la validez de su unión en la familia, pero Lucca se estaba
asegurando de que así fuera.

Uniendo ambas manos, el contacto envió una carga eléctrica a


través de ella en el firme agarre que Dominic tenía sobre ella,
mostrándole que no era la única que planeaba no soltarse nunca.

—Te ves hermosa, princesa —susurró las palabras para que solo
ella las oyera.

—Gracias. —Maria lo vio mientras estaba de pie con un traje que de


alguna manera lo hacía lucir más sexy que nunca. Le dejó ver con sus
ojos lo que pensaba de él—. Tú también.

Maria y Dominic se pararon frente a sus familias, solos, en lo alto de


la ciudad. El único otro miembro participante era el que ni Maria ni
Dominic habían esperado que estuviera allí.
Sal normalmente no salía de detrás de su computadora, siempre
mirando las cámaras, tratando de encontrar a One-Shot, pero hizo una
aparición de una manera que ninguno de ellos había esperado...

Sal carraspeó y comenzó a decir:

—Dominic y Maria nos han elegido a nosotros, los más especiales e


importantes para ellos, para presenciar y celebrar el comienzo de su
vida juntos. Hoy, al crear este matrimonio, también creamos un nuevo
vínculo y sentido de familia, uno que sin duda incluirá a todos los que
están presentes aquí hoy. ¿Tú, Dominic Luciano, eliges a Maria Caruso
para ser tu compañera en la vida, para apoyarla y respetarla tanto en
sus éxitos como en sus fracasos, para cuidarla en la enfermedad y en la
salud, para nutrirla y para crecer con ella, a lo largo de las etapas de su
vida juntos?

Los ojos color avellana de Dominic le hicieron un juramento:

—Sí.

—¿Tú, Maria Caruso, eliges a Dominic Luciano para que sea tu


compañero en la vida, para apoyarlo y respetarlo en sus éxitos, así
como en sus fracasos, para cuidarlo en la enfermedad y en la salud,
para nutrirlo y para crecer con él a lo largo de las etapas de su vida
juntos?

—Sí —dijo Maria las palabras que nunca pensó que diría cuando le
hizo el juramento.

Metiendo la mano en el bolsillo, Sal le dio el anillo a un hermano.

Dominic tomó el anillo y comenzó a decir con ojos brillantes:

—A través de este anillo —dijo, deslizándolo en su dedo delgado—,


te acepto como mi esposa, ahora y para siempre.

Maria se miró el dedo y vio el anillo él había elegido para ella. La


intrincada banda de oro con pequeños diamantes en todas partes se
colocaba sobre su anillo de compromiso como una corona.

Sal fue a su otro bolsillo y le entregó el anillo que había elegido para
Dominic a una hermana.

—A través de este anillo… —Maria deslizó la gruesa banda de oro


que estaba incrustada con pequeños diamantes que era digna de un rey
sobre la letra M, como si su destino ya hubiera sido decidido hace
mucho tiempo—, te acepto como mi esposo, ahora y para siempre.

—Ante nosotros ya no están Maria y Dominic solos, sino una pareja


a punto de embarcarse en un nuevo futuro —dijo Sal sobre los sollozos
de las chicas—. Uno en el que ellos esperan compartir con ustedes y
sean parte cuando su viaje matrimonial comience y dure mucho
después de que termine la celebración esta noche. Ahora los declaro
marido y mujer. —Sonriendo de oreja a oreja, concluyó—. Dom, ahora
puedes besar a tu novia.

Los tacones de Maria dejaron el suelo cuando Dominic la levantó en


sus brazos. Su nuevo esposo no reprimió nada, dándole un beso
apasionado que la hizo preguntarse si las estrellas que ahora estaban
en lo alto estaban más cerca de lo que parecían.
52
Un regalo de mi padre

A l entrar en su pequeña recepción, de la mano, Maria finalmente


descubrió qué regalo les había hecho su padre para su boda al
escuchar la voz cantar.

Las chicas que tenían lágrimas en los ojos en la parte superior del
edificio ahora se sentaban con lágrimas frescas en los ojos por una
razón completamente diferente.

Jordan James comenzó a los quince años como el joven


rompecorazones de todas las chicas. En sus veintitantos años, había
pasado por altibajos a lo largo de su exitosa carrera, pero tres cosas
seguían igual: tenía una voz increíble, una base de fans masiva que
siempre lo apoyaría, y era increíblemente guapo.

La celebridad había frecuentado el Hotel Casino a lo largo de los


años cada vez que estaba en la ciudad para un concierto, y su padre
siempre lo había cuidado mucho. Maria supuso que debió haber salido
en números rojos mientras estaba aquí, y así era como planeaba pagar
su deuda.

A Jordan le gustaba el alcohol, los juegos de azar, las mujeres y


todo lo demás en su estilo de vida rico en playboy, que lo había llevado
a un lío. No hace falta decir que el casino subterráneo era su lugar
favorito.

El sueño de toda chica sería casarse con el cantante o que cantara


en su boda, y de alguna manera, si todo no fuera lo suficientemente
perfecto, el primer baile de Maria con Dominic como marido y mujer
sería justo eso.

Llevándola a la pista de baile, Dom envolvió su mano alrededor de


su cintura mientras levantaba la mano que sostenían. Balanceándose
con la hermosa canción, sonrió mientras inclinaba la cabeza hacia su
oído.

—Gracias por vestirte de blanco esta vez, princesa.


—No hay promesas para la próxima vez. Personalmente, me gustaría
saber qué pasaría si no lo hiciera.

—No tengo ninguna duda de que lo harás. —Dominic se rió—. No


sabía que tendríamos tan buenas apariciones de invitados, pero
supongo que debería haberlo adivinado, ya que me iba a casar contigo.

—Sí, bueno, aparentemente, Sal es un ministro ordenado ahora. —


Rió—. Me pregunto cuánto tiempo tardó en imprimirlo de su
computadora y qué pasó con la persona que se suponía que nos iba a
casar.

—Me encantó —admitió con tanta dulzura—. Hizo que casarme


contigo fuera mucho más especial para mí, Maria.

—A mí también —concordó, encontrándose feliz de que él fuera feliz.

Haciendo un gesto con la cabeza hacia el cantante, se dirigió a su


segundo invitado elusivo.

—Y ese es un regalo de mi padre.

Sus cejas se fruncieron levemente.

—¿Lo es?

—Sí... Él aprecia festividades de un nivel inferior y debe haberle


debido un favor a mi padre.

—Ya veo. —Dom sonrió—. Mi hermana está llorando. Estaba


obsesionada con él cuando salió su primera canción. No pude conseguir
que dejara de cantar esa estúpida canción.

Ella dio una mirada rápida a su alrededor.

—Creo que todas las chicas están llorando.

—Pero no tú. —La hizo girar—. ¿Ni siquiera Jordan James tiene un
efecto sobre Maria Caruso?

—No es mi tipo. Solo tengo uno de esos. —Su falda giró ligeramente
a su alrededor—. Tú.

Dom golpeó el anillo que acababa de poner en su dedo con las


manos que estaban en el aire.

—Lo sé, tengo prueba.


Mirando sus manos, no podía superar cómo se veían juntos.

—Amo mi anillo. Es tan hermoso.

—Pensé que mi princesa necesitaba una corona.

Ugh. La forma en que la trataba y las cosas que decía la hacía


derretirse más cada día.

Besándola en la mejilla, le agradeció el suyo.

—Y amo el mío, aunque algo me dice que odiaría saber cuánto


cuesta.

—Kat me ayudó a elegirlo ayer. —Inmediatamente pudo ver cuánto


más especial era ahora para él. Los Luciano no les tenían miedo a las
joyas. Cuanto más grande, mejor. Les encantaban las piezas gruesas y
pesadas, y Maria quería que él tuviera la mejor que hiciera sus tatuajes
mucho más sexys—. Y no te preocupes por eso —aseguró con una
sonrisa malvada, recordando haber deslizado esa tarjeta de crédito
negra—. Lucca quería que me casara contigo, así que le hice pagar por
ello.

Dom negó con la cabeza hacia ella, dándose cuenta de los


problemas que se había metido al casarse con ella.

—Maria, te amo y amo los zapatos a juego que me compraste, pero


sabes que estás un poco malcriada, ¿verdad?

—Como dije, no me llamas princesa por nada. —Le dio un ligero


beso en los labios—. ¿Quieres que cambie?

—Diablos, no. —Le devolvió el beso—. Todo lo que quiero hacer es


consentirte.

—Lo noté. —Maria sonrió, recordando el regalo—. Los zapatos


también habrían sido una excelente manera de conseguir que me
casara contigo antes.

—Bueno, no puedo esperar a verlos de cerca más tarde esta noche


—dijo con vehemencia, inclinándose hacia su oído una vez más.

—¿Por qué esperar? —gimió cuando su estómago dio un vuelco—.


Podemos irnos ahora mismo.
—Lo siento, princesa, pero tendrás que esperar un poco más. —
Dominic la acercó más a él—. Solo puedes hacer que Jordan James
cante en tu boda una vez.

Tiene un punto. Maria se volvió para mirar a su familia y les indicó a


las parejas que subieran y compartieran su primer baile.

Las chicas nunca habían arrastrado a sus hombres fuera de sus


asientos más rápido, cada pareja acercándose a bailar juntos
lentamente. Sin embargo, las chicas no miraban a sus hombres; sus
ojos estaban enfocados en Jordan James.

Maria nunca había visto a Chloe mirar a otro hombre en su vida,


pero estaba mirando al cantante, deslumbrada. Tanto ella como Elle
eran chicas cursis y habían estado enamoradas del cantante desde que
irrumpió en la escena musical. Que Lake y Adalyn estuvieran
enamoradas de él era evidente.

Al escuchar la canción comenzando a terminar, miró a su esposo,


viendo el amor puro en sus profundidades color avellana, mientras la
miraba.

—Nunca había sido tan feliz en mi vida, Maria —susurró con tanta
honestidad, mientras colocaba su frente contra la de ella—. Solo quiero
que sepas esto.

—Creo que yo tampoco —admitió cerrando los ojos, Maria no tenía


muchos sentimientos, pero sintió muchas cosas cuando su primer y
más perfecto baile llegó a su fin.

Todos aplaudiendo cuando terminó la canción, las chicas con


mucho más entusiasmo, Jordan salió del escenario y se dirigió
directamente hacia la pareja casada.

—Te ves tan hermosa como siempre, Maria —elogió Jordan con una
sonrisa astuta mientras la asentía con la cabeza antes de mirarlos a
ambos—. Tu padre quería que te dijera que lamentaba no haber podido
asistir, y quería que los felicitara a ambos, pero creo que eres tú quien a
quién debo felicitar. —Le tendió una mano a Dom.

Maria no pudo evitar sonreír a Dominic, quien tenía una expresión


de sorpresa en su rostro cuando la miró.

—Eso es verdad. —Dom luego sonrió, tomando la mano del


cantante—. Gracias por cantar para nosotros.
—No hay problema. —Los ojos de Jordan brillaron ligeramente,
claramente pensando en cómo planeaba pasar el resto de la noche—.
Bueno, espero que todos tengan una velada agr….

—De hecho. —Maria impidió que se fuera, viendo a los hombres


arrastrar a sus mujeres de regreso a sus asientos para mantenerlas
alejadas del cantante—. ¿Crees que puedes cantar algunos de tus
mejores éxitos para mí?

—En realidad, ya no canto muchas de mis canciones —dijo Jordan,


sin querer cantar las canciones que lo habían hecho famoso a los
quince años.

—Escucha, te diría que me aseguraría de que te cuidaran por el


resto de tu estadía —Maria simplemente fue al grano, dándole la franca
y honesta verdad—, pero mis amigas están todas enamoradas de ti, y en
realidad solo estoy tratando de enojar a mis hermanos y sus novios.

—Bueno, en ese caso… —Jordan sonrió con una sonrisa de un


millón de dólares mientras miraba a los hombres incómodos en la
habitación—, lo haré.

Apreciando su honestidad, Jordan regresó al escenario y comenzó a


cantar la canción que lo hizo famoso mientras las chicas comenzaban a
gritar y correr al escenario para bailar juntas, dejando atrás a sus
hombres.

Sabía que lo entendería. Sonrió mentalmente para sí misma,


sabiendo que a Jordan le gustaba hacer enojar a la gente tanto como a
ella.

Sabiendo exactamente adónde quería ir su esposa, se dirigieron


hacia la mesa de los hombres.

—Entonces, ¿me estás diciendo que me llegué a casar


probablemente con la única mujer en el mundo que rechazó a Jordan
James? —le dijo Dom a Maria.

Matthias, que había estado tomando un sorbo de champán, lo


escupió.

—¿Lo rechazaste a él? —Era uno de los únicos a los que no le


molestaba la presencia de Jordan, ya que no tenía mujer—. Pensé que
podría haber perdido mi toque cuando te conocí.
Tomando asiento en el regazo de Dominic, sonrió, ya que estaba
claro que no sentía nada hacia ella ahora, pero aparentemente le había
preocupado que sus trucos de playboy pudieran estar desapareciendo.

—Oh, por favor —gruñó Vincent, viendo a Lake perder su cabeza,


sabiendo que Maria era la razón por la que Jordan seguía cantando—.
Maria ha rechazado a todos los hombres de la ciudad porque es una
perra frígida. No es un cumplido. —Asintió con la cabeza furiosa hacia
Dominic—. Sólo Dios sabe por qué te deja tocarla.

—Cuidado —le siseó Maria como advertencia antes de que Dom


pudiera decir algo, y rápidamente se dio cuenta de que no necesitaba
defenderla en absoluto.

—¿Qué vas a hacer? —Trató de mirar a través de ellos hacia donde


de repente bloquearon su vista chicas enloqueciendo—. ¿Pincharme con
tu pequeño tacón?

La atención de Lucca, que había estado en su prometida, se dirigió


al rostro de Vincent, esperándolo, al igual que Dom. Nero le dio a su
amigo una mirada comprensiva.

Vincent continuó estúpidamente, sin mirar a Maria.

—Oh, estoy tan jodidamente asustado… ¡Qué carajo!

Si no hubieran estado mirando a Vincent, entonces sus ojos habrían


sido atraídos por el destello del objeto que pasó zumbando. El único que
se lo perdió fue Leo, sin mirar a Vincent hasta que gritó.

Vincent agarró el lado de su rostro que no había sido negro y azul


de su esposo.

—¿Qué demonios fue eso? ¿Un jodido martillo?

—Mi pequeño tacón —dijo Maria, orgullosa de haber dado en el


blanco perfectamente.

—¡Jesucristo! —Vincent se secó la sangre que comenzaba a formarse


en su pómulo—. ¿De qué está hecho? ¿Cemento?

Tanto Lucca como Dominic sabían lo que era que la mujer les
sacara sangre y se veían tremendamente complacidos.

—No... cristales.
Cassius fue el que recogió el zapato. Le dio la más mínima
insinuación de una sonrisa cuando se la devolvió.

—Será mejor que no lastimes el zapato de mi esposa, o te romperé el


otro lado de la cara y te haré pagar por un nuevo par.

—¿Yo? —Vincent miró a Dom como si estuviera loco—. ¡Soy la


maldita víctima! ¡Me lo tiró!

Maria le echó un vistazo al zapato, viendo que aún parecían nuevos.

—Me gusta Louboutin por una razón. Son buenos.

—Bien, porque creo que ya me rompió el resto de la cara. —Vincent


sostuvo el dolor punzante en su rostro, sintiendo como si el zapato del
infierno hubiera roto algo.

—No sé por qué estás sorprendido después de ayer —escupió Amo


como si fuera un idiota.

—¿Lo que pasó ayer? —preguntó Dom.

Todos los hombres lo miraron. Claramente, las chicas se habían


retractado una vez que estuvieron a solas con sus hombres.

Maria dio un pequeño giro a su zapato, desafiando a uno de ellos a


hablar. Nadie pronunció una palabra mientras se lo volvía a poner…

—¡Ahh!

Se oyeron gritos detrás de ellas lo que tuvo sus cabezas volando


mientras Jordan se quitaba la chaqueta del traje y se subía las mangas
de su camisa blanca que apenas estaba abotonada para revelar los
tatuajes en blanco y negro.

Matthias levantó con orgullo su copa hacia la leyenda del coño en el


escenario mientras se dirigía a los chicos que lo rodeaban.

—Hombres, por eso inviertan en tatuajes.

—Tiene un punto —dijo Angel, mirando a Adalyn perder su cabeza.

Drago parecía ser el más furioso cuando su voz salió gutural:

—¿Pensé que Kat se crio con un grupo de hermanos?


—Lo fue, pero animé su amor por las cosas femeninas porque era
lindo. —Dominic tomó el champán de la mano de su cuñado—. De
nada.

Maria no pudo evitar reír, disfrutando del dolor de Drago. Era obvio
que su esposo se había divertido criando a una niña entre un montón
de niños.

—Hombre, Elle ni siquiera me besó anoche, y ahora esto. —Nero


parecía frustrado—. No querrá tener nada que ver conmigo durante una
semana.

—Sí, porque estos dos ni siquiera se las pudieron arreglar para salir
por cinco jodidos segundos —les lanzó Vincent—. Te dije que esto
pasaría. Todos esperan que ahora nos pongamos de rodillas.

La única razón por la que Dominic no estaba saltando por encima


de la mesa era porque Maria estaba sentada en su regazo.

—¿Alguien podría decirme quién diablos invitó a este idiota? Porque


recuerdo específicamente que nunca te invité.

—Soy el más uno de Lake. —Vincent lo miró estúpidamente—. Duh.

—Está bien. —Maria palmeó el pecho de Dom, manteniéndolo en el


suelo—. Si lo noqueas por segunda vez, no se despertará y se perderá
esto.

—En ese caso, gracias por venir. —Dom se acomodó y estuvo de


acuerdo en que tener que ver a Jordan darle una serenata a su chica
era mejor.

Vincent le dio un vete a la mierda silencioso con la mirada.

Maria pensó que Lucca estaba terriblemente callado mientras


miraba a Chloe. Conocía a su hermano, pero ni siquiera ella podía
explicar sus oscuros pensamientos detrás de sus ojos azul verdoso.

—Todos ustedes realmente no deben conocer mujeres. —Matthias


agitó su bebida—. Porque esto significa que se van a ir de aquí
cachondas como la mierda, y sí, pueden estar imaginando a Jordan
mientras los están follando, pero se abrirán de piernas bastante.

Podía ver que los hombres estaban divididos entre amar y odiar ese
hecho, mientras que uno de ellos simplemente lo odiaba ...
—Gracias por eso —gruñó Dominic, tomando el resto del contenido
de su vaso mientras se sentaba junto a Drago.

Drago, el tanque, movió su silla un poco hacia un lado, sin saber si


su segunda pelea terminaría en un empate.

Pasando sus manos sobre su pecho, Maria lo acarició, calmándolo


instantáneamente y recordándole silenciosamente que su hermana
estaba casada y feliz y nada más importaba.

—Entonces, ¿qué hicieron exactamente las chicas ayer? —preguntó,


sonriendo mientras levantaba una ceja.

Maria les dio a todos una mirada atrevida, pero al que nunca haría
daño habló:

—Abrieron el coche de un tipo y arrojaron un montón de brillantina


en él —dijo Leo.

—Esa es una mierda seria y jodida —espetó Matthias, incapaz de


imaginar el suceso en su precioso bebé.

—No, fue justo —dijo, aclarando—. Engañó a una chica con su


propia hermana.

—Lo escuchamos. —Lucca le lanzó una mirada, pero no parecía


demasiado enojada.

—Me pregunto… —Dominic tomó la barbilla de Maria con sus dedos


que ahora mostraban un anillo reluciente—, de quién fue la idea.

—Definitivamente de Kat —mintió obviamente Maria, sonriendo


mientras acercaba sus labios a los de él.

—Ew, por favor, consíganse una habitación. —Nero se estremeció de


disgusto.

—Está bien… —Dominic la levantó en sus brazos mientras se


paraba—, lo haremos.

—Finalmente —jadeó, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello


mientras se dirigía rápidamente hacia la puerta y ella comenzó a reírse
de su repentina urgencia.

Al ver a Jordan James saludar mientras cantaba, las chicas se


dieron la vuelta para ver a Dom sacando a Maria a toda prisa. Les
dieron un rápido saludo de buena suerte, sabiendo exactamente por
qué se iba.

Maria no pudo evitar gritar sobre la música:

—¡Firma sus tetas por mí, Jordan!


53
Fóllame fuera de tu torrente sanguíneo

D
ominic no dejó que los pies de Maria golpearan el suelo
hasta que estuvieron en el apartamento. No parecía confiar
en sí mismo para llevarla escaleras arriba hasta su
dormitorio después de traerla hasta aquí.

Maria podía sentirlo en él. No eran los nervios; era más como...
ansiedad. ¿Tal vez? No estaba realmente segura, pero sí sabía que se
sentía más relajada de lo que él parecía, y no era él quien estaba a
punto de perder su virginidad.

—¿Quieres una bebida? —ofreció.

Dominic negó con la cabeza, sus ojos color avellana se apartaron de


ella y se veían más oscuros de lo habitual, haciéndola desear
desesperadamente poder leer sus pensamientos.

—Está bien... —Maria puso sus dedos en su cintura, revelando su


pequeño secreto, mientras la larga falda revoloteaba al suelo.

Vio cómo la nuez de Adán se balanceaba al verla con el leotardo de


corte alto que dejaba al descubierto la curva de su cadera y la longitud
de sus muslos.

Lentamente, se volvió, subiendo las escaleras mientras le daba una


vista de la tanga subiendo por su trasero. Maria subió las escaleras con
sus tacones, consciente de que Dominic la seguía ciegamente.

El objetivo de Maria era tener mucha felicidad nupcial en su futuro


cercano. Es decir, en los próximos cinco minutos. Cuando entraron a
su habitación, tenía miedo de que no la fuera a tocar aún por la
expresión de su rostro que, por alguna razón, todavía temía que sus
pecados se transfirieran a ella, incluso después de que la protegiera de
la única manera en que sabía: casándose con ella.

Ayudándolo y asustada de que él no iniciara, deslizó una correa por


su hombro, luego la otra, dejando al descubierto sus perfectos pechos
copa C antes de quitarse lentamente el leotardo, hasta que estuvo a sus
pies.

De pie sin ropa ante su esposo por primera vez, los ojos color
avellana de Dominic se deslizaron desde su rostro hacia su cuerpo,
haciendo que Maria jurara que podía sentir el calor de su toque solo
con sus ojos.

—¿Tienes un piercing en el ombligo? —preguntó Dom mientras


dejaba de mirar más abajo.

Maria asintió con la cabeza, sintiendo mariposas revoloteando en su


estómago mientras su esposo la miraba de la misma manera posesiva
que lo hizo cuando la vio caminar por el pasillo.

Dando un paso más cerca de ella hasta que estuvo lo


suficientemente cerca para alcanzarla, Dominic tragó saliva mientras
extendía sus temblorosas manos tatuadas. No fue por debilidad, sino
por poder, mientras trataba de mantenerse en control.

De manera instintiva, Maria supo por qué se estaba conteniendo.


Sus temores de lastimarla y su alma aún lo dominaban, pero en el
momento en que sus manos tocaron su vientre… perdió la batalla.

Cediendo, las palmas de Dominic recorrieron su abdomen plano,


pasando por el anillo del ombligo antes de deslizarse hasta sus senos.

En el segundo en que sintió la yema de su pulgar vagar por su


pezón puntiagudo y duro, Maria llevó sus manos a su chaqueta para
arrancársela.

Dom dejó que se quitara la chaqueta del traje y luego la corbata,


pero tan pronto como fue a por el botón de su camisa, le levantó la
barbilla con el dedo. Estirando su cuello hacia arriba, como a él le
encantaba hacer, sus ojos color avellana brillaron cuando la tomaron y
la impidieron continuar.

—Dejaré que tengas tu turno a continuación.

En un instante, Maria se encontró girando, la mano ligera en su


cabello le dijo lo que quería mientras la empujaba hacia la cama.
Deslizándose sobre sus sábanas de seda, arqueó la espalda mientras
gateaba hacia arriba.

—He soñado con este momento cada segundo de cada día, Maria —
dijo mientras deslizaba la mano de su cabeza que había guiado a la
cama antes de bajarla por la espalda en una, larga línea—. Me dejarás
tener mi sueño, y luego te daré el tuyo.

Maria gimió en las sábanas por su voz profunda y sus palabras.


Cualquier parte de sí misma que había retenido, el lado de él que
encontraba pecaminoso, había salido a jugar.

Cuando su mano tocó su trasero levantado, colocó su otra mano


sobre ella, luego apretó sus bonitas nalgas antes de separarlas.

—Ah, Maria, tengo la vista más bonita de tu hermosa vagina rosada.

Sabía que ya estaba mojada, así que Dom inclinó la cabeza hacia
abajo y lamió el capullo hinchado antes de viajar a través de los
pliegues de su vagina y luego su culo en una lamida completa.

—Por favor... —el gemido de Maria finalmente escapó. Todo lo que


quería era que aliviara el dolor constante que había sentido cada vez
que la besaba y la dejaba insatisfecha. Y amaba todo lo que le estaba
haciendo, pero no aliviaba el dolor; lo estaba empeorando—. ¡Por favor,
fóllame!

—Podría haberte hecho venir tres veces por mí ya. —Le hizo saber
que estaba seguro de esas palabras, Maria no lo dudaba, mientras le
llevaba la boca a su nalga y le daba un mordisco juguetón que le dolió
antes de calmarlo con un beso—. Pero no vas a poder follarme fuera de
tu torrente sanguíneo, princesa.

El cuerpo de Maria gritó cuando la volteó de espaldas ahora,


dejando que solo el más pequeño grito escapara de sus labios. Sus ojos
se posaron en el rostro del hombre que estaba controlando su cuerpo
como si nada, que cumplía sus órdenes y lo que fuera que él quisiera.

—No importa cuántas veces follemos, Maria, o cuántas veces te


haga venir para mí, —continuó Dominic con su juego de títeres, aún de
pie en el borde de la cama mientras le levantaba sus piernas en el aire—
, nunca superarás la sensación de tener que follarme, porque no lo
permitiré.

Santa mierda. Si el anillo en su dedo no era una indicación


suficiente de que sentía algo por este hombre, entonces eso era. Las
cosas que nunca permitiría que ningún otro hombre le dijera o le
hiciera solo la humedecían mucho más de lo que ya estaba.

Sacó la lengua para lamerse los labios.


—¿Qué tal si me follas ya y me dejas averiguarlo?

—No te preocupes. —Sonrió mientras colocaba uno de sus tacones


en su hombro, luego mostró especial cuidado con el otro, apreciando la
forma en que se veía su pie en los tacones que había comprado y
obviamente soñando con follarla con ellos—. Te daré lo que quieres tan
pronto como termine, princesa.

Al verlo besar la parte superior expuesta de sus pies, de alguna


manera se excitó aún más. Le encantaba la forma en que los miraba,
los adoraba y los zapatos que usaba.

Respirando con dificultad, su pecho subía y bajaba mientras decía:

—Sabes... creo que tienes un fetiche de pies.

Sosteniendo ambos tobillos, volvió a juntar los talones de ella frente


a su cara, en el aire, luego separó lentamente sus largas y rectas
piernas.

—Soy consciente.

Yacía allí, cumpliendo sus órdenes, mientras sus ojos captaban la


vista expuesta de ella. Nunca se había sentido tan cohibida o vulnerable
en su existencia, pero todo fue rápidamente dejado a un lado con su
toque.

Tomando su dedo medio, dejó que sus jugos mojaran su dedo antes
de deslizarlo profundamente en su vagina y sacarlo en el siguiente.

—Cielo —gimió cuando puso su dedo en su boca para saborear su


elixir.

—¡Por favor! —gritó, llegando al final de su paciencia, sin saber


cuánta más provocación podría soportar. Pudo hacer eso después de
follarla—. Dominic, tienes que darme algo.

—Mi sueño, no el tuyo —le recordó, ahora metiendo dos dedos.

Si bien lo que le estaba haciendo a sus entrañas se sentía como una


bendición, eran movimientos muy cuidadosos, destinados a convencerla
de lo que vendría y no liberar la presión. En cambio, cada golpe solo
aumentaba su placer.

Sintiéndolo quitar lentamente los dedos, Maria se levantó


ligeramente para agarrar rápidamente su muñeca. Se llevó los dedos a
los labios para que saboreara el cielo, mientras los deslizaba hasta la
parte posterior de la garganta y chupaba.

Mirándolo cuando deslizó las puntas más allá de sus labios


carnosos, Maria dijo las palabras mágicas:

—Fóllame.

Inmediatamente, Dominic colocó su mano en la parte inferior de su


garganta, la acción hizo que estirara su bonito y largo cuello hacia él
mientras estrellaba sus labios sobre los suyos con fuerza. Forzando su
lengua dentro de su boca abierta y expectante, robó el pedazo de cielo
que le había quitado.

Susurrándole al oído, le preguntó:

—¿Quieres que te folle, princesa?

—Sí ... —gritó, pensando, ¡Por fin!

El susurro en su oído esta vez fue una orden:

—Entonces recuéstate... y déjame terminar.

Maria se dejó caer en la cama aturdida, obedeciendo su orden,


esperando que le diera algunos puntos.

Cuando sus tetas se balancearon hacia un lado, el solo movimiento


hizo que Dom desabrochara su cinturón.

Eso parece haber funcionado bien.

Su mirada fue a sus manos. Mordiéndose el labio inferior, esperó


con anticipación, pero solo había visto un destello de su piel antes de
sentir la punta de su pene en su entrada.

A pesar de que estaba en frías sábanas de seda, Maria sintió que su


temperatura aumentaba mientras acariciaba hábilmente su pene entre
sus labios para cubrirla con sus jugos.

—Eres la cosa más caliente que he visto en mi vida —dijo, como si


necesitara toda su fuerza para no venirse sobre ella ahora.

Amando la sensación de lo que se sentía como un pene muy grande


sobre ella, no pudo evitar hacer un puchero, queriendo ver más de él
mientras estaba allí, todavía vestido.

—Ojalá me dejaras ver tu…


Maria dio un sobresalto de sorpresa cuando sintió la punta de su
pene entrar en ella. El leve dolor hizo que su cabeza cayera hacia atrás
contra la cama mientras el puro placer sacudía su mundo, sus uñas
hundiéndose más profundamente en las sábanas que estaba a punto de
perforar.

—¿Te estoy lastimando? —preguntó Dom, el miedo en él regresó


ligeramente.

Rápidamente, Maria respondió:

—No. —Asegurándose con avidez de que su palabra no tuviera


ningún indicio de nada más que satisfacción. Lo último que quería era
que su conciencia detuviera esto. Podría sentirse un poco incómodo,
pero dolería muchísimo más si se detuviera.

—Bueno. —La voz de Dom era pura seducción. El lento movimiento


de su pene se deslizó más profundo dentro de ella cuando dobló sus
rodillas hacia su pecho, empujando la parte posterior de sus muslos
hasta doblarla, solo sus talones en el aire.

Al ver el sudor que le perlaba la frente, supo que todavía estaba


tratando de evitar lastimarla. Sus movimientos eran lentos y precisos,
mientras que sus ojos le decían que quería más.

Maria trató de convencerlo, como si fuera su primera vez y no la de


ella.

—No me rompo. Fóllame más fuerte.

—Maria… —siseó—. No necesito instrucciones. —Comenzó a


balancearse contra ella, apenas aumentando su velocidad.

—¿Estás tratando de volverme loca?

—Sí, es la mejor parte de mi sueño. —Su voz se suavizó ligeramente


mientras continuaba con sus movimientos dentro de ella—. Tú
desmoronándote en mis brazos, queriendo cada vez más, una noche
con Maria Caruso gritando mi nombre; ¿Qué hombre podría pedir más?

Quizás un hombre no podría, pero una mujer sí.

Maria comenzó a suplicar:

—Más rápido.

Dom se movió contra ella más rápido.


—¿Te gusta esto?

—¡Sí! —Maldita sea, que él fuera más rápido solo empeoraba el


dolor—. Ve más despacio.

—No, princesa. —No le mostró a su vagina ninguna


contemplación—. No hay vuelta atrás ahora.

Sus embestidas se hicieron más duras, más rápidas, ardientes


llamas de deseo recorriendo su cuerpo mientras las caderas de Dom
chocaban contra las de ella.

Si esperaba un fideo flácido en su cama, estaba a punto de ser


educado.

Obligando a soltar sus piernas de su agarre, las cruzó detrás de su


espalda, levantándose a sus embestidas.

La emoción aumentó a medida que se movían juntos, luchando


entre sí en una erótica escaramuza de voluntades para hacer que el otro
se rindiera. Maria no era sumisa y nunca lo sería. Dominic estaba
dispuesto a ceder a las demandas de Maria, pero en la cama, quería
ejercer su dominio.

Maria se retorció debajo suyo, arqueándose hacia él para hundirlo


más. Sonriendo, mostró sus hoyuelos mientras se inclinaba, marcando
su pezón con la lengua, girando el capullo antes de morderlo.

Por primera vez, Maria se rindió mientras gritaba su nombre. Se


sentía jodidamente bien. En recompensa, sintió que el dolor estallaba
en una explosión que la tenía aferrada a él. Sentir su pene sacudirse
dentro de ella solo hizo que Maria estallara en otra ronda de
explosiones.

Maldición. Por su sonrisa confiada mientras la besaba, no había


forma de que Dom no supiera que se había venido dos veces. Bien,
podría haber ganado la primera batalla, pero le había prometido el
próximo turno. Había mucho tiempo para la guerra.

—Mi turno. —Sonrió mientras se levantaba y lo hacía retroceder,


completamente erguido. Ahora no iba a aceptar un no por respuesta—.
Quiero que te quites la ropa.

Maria fue a los botones de su camisa, desabotonándolos lentamente


uno a uno desde donde estaba sentada en el borde de la cama. Dom se
quedó allí, dejándola tener su turno mientras deslizaba su camisa de
los hombros.

Su garganta se contrajo, apretándose mientras miraba su cuerpo.


Cada jodido músculo estaba completamente formado. Tenía unos
jodidos abdominales que tuvieron que ser esculpidos por Dios mismo.
Bajo su abrigo, Dominic había escondido el hecho de que estaba
formado más allá de lo creíble, e incluso sus sueños no podían
compararse con el cuerpo que había imaginado.

—¿Pensé que tendrías más tatuajes? —Al menos así era como lo
había soñado.

Sacudió la cabeza.

—Solo los de mis dedos. Un tatuaje tiene que tener un significado


para mí.

Lo que ella no entendía era por qué se había esforzado tanto para
evitar que viera su cuerpo, negando su petición cada vez. Hasta ahora,
mientras las luces de la ciudad captaban las imperfecciones de su piel
bronceada. Las pequeñas cicatrices que acribillaban su cuerpo, Maria
no tuvo que preguntar de quién o de qué venían. Por eso, esa palabra de
siete letras que descansaba en sus dedos tenía significado.

Si esperaba que ella los odiara, estaba jodidamente equivocado.

Obligando a bajar más sus pantalones, se concentró en su pene ya


estirada que se veía incluso mejor de lo que imaginaba cuando se
deslizó dentro de ella hace unos minutos.

Inclinándose hacia adelante, lamió el líquido blanco sobrante de la


punta de su pene. Entonces, tan pronto como vio que se llenaba de
nuevo, Maria lo tuvo en su boca en cuestión de segundos.

—Mierda... —Su cabeza cayó hacia atrás en felicidad por un


momento antes de que sus cálidas profundidades color avellana
volvieran a la cara bonita que estaba chupando su pene—. No se
supone que seas tan buena en eso la primera vez, princesa. Jesús.

Maria lo miró a través de sus pestañas llenas mientras lo llevaba a


la parte posterior de su garganta.

—Será mejor que te detengas ahora… —Tomó un puñado de su


cabello dorado a modo de advertencia—, antes de que me corra en tu
linda boca y tu turno termine.
Dejando caer la punta de su boca, Maria se puso de pie, prestando
atención a su advertencia. Luego lo obligó a quitarse los pantalones
antes de que su espalda golpeara la cama.

Todo lo que Maria sabía, mientras se arrastraba encima de él, donde


ahora yacía en medio de la cama, era que no iba a poder apartar las
manos de él. Ni siquiera sabía que existían cuerpos como este, y
planeaba apreciar cada centímetro. Comenzando por sus abdominales,
Maria lamió entre la línea vertical que separaba los músculos. Con sus
manos, vagó por cada pico y valle hasta llegar a su pecho. Al ver el gran
hematoma en su abdomen de su pelea la noche anterior, Maria le dio
un beso en la decoloración antes de presionar sus labios en una cicatriz
que brillaba. Pasando a otro, besó a más de ellos, haciéndole saber lo
atractivo que encontraba su cuerpo, a pesar de las imperfecciones.

Subiendo, Maria finalmente se permitió besar la hendidura en una


mejilla, dejando que su lengua llenara el precioso agujero, luego fue al
otro, mostrando la misma atención a esas dos hendiduras de las que no
podía tener suficiente. Y finalmente, besó sus labios mientras se
sentaba a horcajadas sobre sus caderas. Su pene estaba en la posición
perfecta para empalarse.

Rompiendo el beso, Maria le sonrió a Dom, girando sus caderas


para hundirlo más sobre él.

—Planeo ganar esta guerra.

Las cejas de Dominic se juntaron.

—¿Qué guerra?

—La guerra de quién puede follarse al otro mejor... Tú ganaste la


última vez… —Sus pechos comenzaron a rebotar en su rostro—, pero
planeo ganar esta vez.

—¿Crees que esto es una guerra...? —Se detuvo. Sus ojos habían
viajado hacia abajo, tomando un vistazo—. ¿Y quién folla mejor es el
ganador?

—Sí. —Maria comenzó a rebotar en su pene mientras se volvía más


resbaladiza—. ¿No es así?

En lugar de responder, los ojos de Dom se dirigieron al techo,


agradeciendo a Dios en voz baja. Maria estaba demasiado concentrada
en sus movimientos y sentimientos que no le había prestado demasiada
atención.

Extendiendo la mano, jugó con el anillo de su vientre, mientras


agarraba su muslo interior con la otra mano. Su toque en la piel
sensible envió llamas a su vagina, que ya comenzaba a dudar de su
capacidad para mantener el control mientras Dominic lo tuviera.
Cuando sintió que sus dedos se movían más hacia su clítoris, supo que
estaba en problemas. Le diría que mantuviera las manos quietas, pero
no quería alertarlo de que estaba teniendo problemas para evitar
venirse tan rápido. ¿Cómo se suponía que iba a saber que disfrutaría
tanto de esta posición? Podía controlar la velocidad y la profundidad.
Además, lo tenía justo donde lo quería.

—Parece que estás teniendo un pequeño problema, princesa.

Maria se mordió el labio cuando Dominic comenzó a empujar sus


caderas hacia arriba y ella lo golpeó.

Sacudiendo la cabeza, lo negó, mordiéndose el labio con más fuerza


cuando el fuego comenzó a subir.

—¿Qué tal si llamamos a esto un empate, princesa? —Dom


enganchó una mano alrededor de su cuello, bajando su cabeza para
besarla—. Podemos vivir para follar otro día.

Maria supo que estaba derrotada cuando comenzó el hormigueo


donde sus cuerpos se fusionaron.

—Bien. —Comenzó a entregar su cuerpo para que él lo tomara una


vez más—. Siempre que recuerdes esto realmente no cuenta. Mejoraré
cuanto más practique.

Maria se corrió sobre su pene mientras Dominic agradecía a Dios


por ella nuevamente.
54
En sus sueños

S onriendo, Dominic metió a su mujer de voluntad fuerte, pero


flácida en el baño y en la ducha que esperaba.

Si no se hubiera comido sus palabras, Maria le diría que borrara esa


sonrisa de su rostro, pero afortunadamente, era lindo.

Mientras Dom lavaba a su princesa, Maria lo lavaba a él, ambos


cuidando al otro y disfrutando de los cuerpos con los que acababan de
casarse.

Para cuando se tomó su tiempo para lavarla, ya sentía que el deseo


que había prometido sucedería. Dominic tenía razón; Nunca voy a follar
fuera de mi torrente sanguíneo, ¿verdad?

Maria alcanzó su pene, y él tuvo que agarrar su muñeca,


deteniéndola.

—Acabas de tener tu turno, princesa —recordó que iba a tener que


esperar mientras cerraba el grifo.

La secó rápidamente antes de pasarse la toalla sobre sí mismo, sin


dejar que su astuta novia lo hiciera, sabiendo que no esperaría su
turno.

Colocando amorosamente a Maria boca arriba en el medio de la


cama, se acostó a su lado, luego comenzó a frotar la yema del pulgar
sobre su bonito pezón rosado hasta que llegó a un punto duro. Se
inclinó para tomar su pecho en su boca, y volteó los ojos hasta la parte
de atrás de su cabeza cuando él lamió burlonamente el punto.

Mierda, ¿cómo es que ya lo deseaba tanto? ¿Cuántas veces más


tenía que correrse antes de que ese sentimiento desapareciera? En este
momento, se había venido tres veces.

Movió la mano y la boca hacia la parte plana de su vientre donde


jugó con su piercing.

—Todavía no puedo creer que tu ombligo esté perforado.


—¿Te gusta? —preguntó, sabiendo ya la respuesta, pero no pudo
evitar preguntar.

—Sí. —Le dio un beso en medio de la barriga—. Será una pena que
te lo quites una vez que estés embarazada.

Maria se echó a reír, apoyándose en los codos. Lo miró mientras él


bajaba por su cintura.

—¿Llevamos casados cinco minutos y ya estás hablando de eso?

—Mmmm. —Le separó las piernas mientras bajaba aún más—.


Estoy pensando... cuatro.

—Cua…

La cabeza de Maria cayó hacia atrás cuando lamió su clítoris.

—Cuatro es un buen número. —Abrió aún más sus pliegues—. Sé


que puedo manejar cuatro.

—¡Cuatro!

Una vez más, los pensamientos de Maria abandonaron su cuerpo


cuando su lengua entró en ella. Tratando de ordenar sus pensamientos,
habló con los dientes apretados:

—¿Esperas que saque cuatro bebés cuando ni siquiera me has


preguntado si quiero hijos o no?

Dom la miró por lo que estaba haciendo.

—¿Quieres?

—Realmente no lo he pensado —dijo con sinceridad.

—Lo harás —dijo con confianza, volviendo su boca a su vagina—. Y


me darás cuatro.

Por mucho que Maria quisiera sentirse ofendida en este momento, la


magia que estaba trabajando en ella la hizo reprimir su sarcasmo.

—¿Qué te hace estar tan seguro?

—Porque… —Fue más profundo que antes—, te gustará hacerlos.


—Mmm... —gimió Maria, su cuerpo la traicionó sobre la facilidad
con la que él podía hacer que se rindiera—. Si lo hacemos, y no estoy
diciendo que lo haremos, solo quiero una niña —advirtió.

Dom se apartó momentáneamente y sonrió.

—No creo que puedas elegir, princesa.

—Mi cuerpo no me traicionaría así —anunció mientras hacía eso


mismo—. Haré que mi cuerpo tenga una niña.

—Me gustan las niñas —dijo Dom en voz baja, sin tener ningún
problema con eso—. Pero tendrás niñas.

Estaba a punto de pelear con él cuando chupó su tierno brote en su


boca, dejándola sin sentido por un momento. Pensó que lo dejaría
descansar por ahora antes de dejarse caer más profundamente,
negándose a sí misma que era para el hombre inflexible.

Cuando ni siquiera se inmutó ante la idea de engendrar solo hijas y


no hijos, a Maria se le hizo un nudo en el estómago. Deseaba que él no
tuviera que ser tan jodidamente perfecto, especialmente ahora que
seguía lamiendo. Los movimientos que hacía con esa lengua solo tenían
la intención de calmar. Después de follarla dos veces en su primera
noche, sabía que era su forma de aliviar el dolor con un masaje.

Movió sus manos a su cabello, frotando sus dedos a través de los


gruesos y oscuros mechones, mientras continuaba con sus perezosos
movimientos. Por mucho que quisiera su liberación, la negó… hasta
que se llenó de su cielo, y estuvo seguro de que ella había terminado por
esa noche.

Convierte eso en cuatro veces.

Nada en su existencia se había acercado a hoy, y ningún día lo


haría, mientras Maria yacía allí, durmiendo en sus brazos. Su boda
había sido todo lo que nunca hubiera soñado, y casarse con ella era
todo lo que tenía.

Maria Caruso era todo lo que pensó que sería y algo más. Pero la
mejor parte era...

Finalmente era suya.


—Te amo —susurró las palabras que pudo ver que dolían cuando
las decía mientras estaba despierta, porque no era capaz de
responderlas todavía. Tal vez allí en sus sueños… podría.

55
El trono

él.
L os tacones de Maria resonaron cuando entró en la habitación.
Tomando asiento frente al escritorio, sonrió al hombre detrás de

—Bien…

Reclinado hacia atrás en su silla, la comisura de sus labios se


levantó mientras se llevaba el cigarrillo a los labios.

—Me preguntaba cuánto tiempo estarías casada antes de venir aquí


—dijo mientras levantaba el brazo para mirar su reloj—. Ni siquiera
veinticuatro horas.

—Sé que hay una razón por la que querías que me casara con él,
Lucca —insinuó, sabiendo muy bien que no hacía las cosas por la
bondad de su negro corazón. Todo lo que hacía, cada movimiento que
hacía el Coco era por una razón.

Sus ojos azul verdoso brillaron.

—¿Recuerdas lo que te dije?

—Me has dicho muchas cosas, hermano. Es posible que debas ser
específico.

—Te dije que dos personas podrían arrebatarme esta ciudad…—


Lucca dio una fuerte calada a su cigarrillo, el resplandor naranja en el
extremo se volvió rojo brillante cuando el humo escapó de sus labios
con sus palabras—, tú y Dominic.

Maria no lo había olvidado. Simplemente no se le había ocurrido la


idea. Por suerte para él, había nacido mujer y, en el momento en que le
había dicho eso, no había relación entre ella y Dom. Sin embargo,
todavía no tenía sentido...
—Si realmente crees eso, ¿por qué querrías que estemos juntos?

—Hice un trato con Dominic. —Sacudiendo las largas cenizas que


estaban a punto de caer en el cenicero de cristal, continuó—. Cuando
ocupe el lugar de Dante, restableceré el equilibrio entre las dos familias
y le daré el cincuenta por ciento de la ciudad.

Podía ver la verdad en sus ojos, mientras que él veía la conmoción


en los de ella.

Lucca sonrió.

—¿No te lo dijo?

Sacudió su cabeza. Sabía que estaban trabajando juntos y habían


hecho un trato, pero no esperaba que el segundo al mando, que había
soñado con su momento culminante desde su nacimiento, renunciara a
la mitad de lo que ya era suyo...

—Chloe —dijo el nombre de la única razón por la que lo había


hecho. Lo último que Lucca querría era una guerra que pudiera
terminar con su belleza llena de cicatrices en la mira.

Asintiendo lentamente, confirmó sus pensamientos exactos.

—¿Y se supone que esto me excita porque soy su esposa? —Arqueó


una ceja no impresionada.

Lucca se puso de pie, caminando hacia la ventana del piso al techo


que estaba detrás de él.

Sabiendo lo que quería, se levantó y lo siguió hasta la ventana.

—La primera vez que fui a Blue Park… me gustó —admitió Lucca—.
Seguí yendo, y cada vez que iba, más adicto me volvía. No fue hasta que
vi a Dominic asesinar a un hombre en la calle y vi que recogían el
cuerpo un momento después, como si nada hubiera pasado, no supe lo
que iba a hacer. —Su voz fría de alguna manera se volvió más oscura—.
Planeaba tomarlo.

Maria no lo dudó. Cada vez que se iba, se encontraba volviendo por


más, ya fuera para ver a Dominic o no.

Disfrutaba estar ahí. Blue Park tenía una cualidad cruda y áspera
que lo hacía adictivo para sus naturalezas oscuras.
—Sólo la más pequeña probada de poder te hará desear más, Maria
—dijo la verdad de la naturaleza humana básica—. Lo sé porque eso es
exactamente lo que me pasó a mí y lo que sé que le pasará a él. Un
hombre como Dominic puede estar satisfecho un poco con la mitad,
pero nunca estará completamente satisfecho. Un día vendría por más.

Al apartarse de la vista de la ciudad, el corazón frío de Maria se


reveló.

—Tal vez me gustaría que él...

—No lo dudaría. —Lucca no pareció sorprendido—. Pero sé que no


vas a cambiar tu apellido por una razón, Maria. Amas a esta familia y a
esta ciudad tanto como yo, e incluso cuando se volvió en tu contra —
mencionó no solo su atroz acto de asesinar a Kayne, sino también a su
padre y a la mafia por no aceptarla por lo que no había entre sus
piernas—, aun así no te rendiste.

El instinto de Maria le dijo que se avecinaba algo grande, que todos


los movimientos de ajedrez de Lucca estaban a punto de hacerse
realidad.

—Y ahora… —Volviéndose desde la ventana, Lucca se enfrentó a


ella—, me gustaría recompensarte.

—Vas a dejar que me haga... —susurró mientras su respiración se


atascaba en su garganta.

Los inquietantes ojos del hombre del saco brillaron.

—¿Cómo te suena consejero?

—¿Quieres hacerme tu igual? —Maria no podía creerlo. Como si


tener a una mujer hecha a sí misma no fuera lo suficientemente
ridículo como para que sus hombres lo respaldaran, colocarla a su lado
causaría un alboroto. Su cerebro ni siquiera podía comenzar a
comprenderlo... hasta que lo hizo.

Sentarse al lado de Lucca aseguraría una cosa: Dominic nunca


tendría el gusto por más.

Maria no pudo evitar sonreír.

—Eres inteligente, hermano, pero ni siquiera yo esperaba eso.

Sin intentar negarlo, arqueó una ceja.


—¿Me culpas?

—No —dijo simplemente, volviendo a mirar la ciudad—. Puedo


entender.

Todo lo que hacía era por Chloe, y este fue el movimiento más
inteligente que pudo hacer. Solidificó el reinado de Dominic y Lucca
juntos como uno. Incluso la amenaza más pequeña se había ido. Dom
nunca iría tras los Caruso si ella era consejero, ni ningún otro Luciano,
mientras que Lucca no se arriesgaría por Chloe, pero su consejero
también estaría casada con el jefe Luciano.

—¿Qué dices, Maria? —le susurró Lucca a su alma oscura mientras


extendía una mano—. ¿Tenemos un trato?

Apartó la mirada de la ciudad y miró a su mano. Le acababan de


ofrecer todo lo que deseaba su pequeño corazón negro. Todo lo que
tenía que hacer era sacudirlo….

Volviéndose para mirarlo, sus puntiagudos tacones dirigidos hacia


él, se paró con firmeza ante el segundo al mando:

—Quiero dos cosas antes que lo haga.

Lucca retiró su mano, pero no la rechazó, esperando escucharla


preguntar.

—Sin guardias, pero tomaré un conductor de mi elección para que


me cuide las espaldas. —Era un compromiso. No quería que un traje la
vigilara en cada movimiento o le dijera a dónde ir, pero entendía que ser
la consejera conllevaría más riesgos de los que ya tenía.

Esperó a escuchar la segunda estipulación antes de decidirse.

—Y… —Maria sonrió—, quiero que me compres un coche.

Él arqueó una ceja divertido.

—¿Qué tipo?

—El que yo quiera —dijo, sin revelar lo que había planeado.

Lucca volvió a extender la mano para que la tomara.

—Trato.

Haciendo su propio trato con el Coco, le estrechó la mano.


—Trato.

Estaba decidido. Los tres compartirían el trono.

Haciendo sonar sus tacones mientras salía de su oficina, casi lo


había olvidado.

—Oh, y Lucca… —Maria lo miró por encima del hombro—, sé que


has estado ayudando en secreto a Cassius.

El segundo al mando sonrió, sin negarlo.

—Desafortunadamente, en el proceso, le enseñaste a fumar. —


Yendo hacia la puerta, no tuvo que mirar atrás mientras caminaba para
saber que Lucca no tenía idea de que Cassius había adquirido ese
hábito—. Ahora, maldita sea, deshazlo.

Dominic estaba sentado en el frío almacén en su vieja silla de cuero.


Sus manos tatuadas agarrando los brazos, miró fijamente a sus tres
hermanos que estaban frente a él al otro lado de su escritorio.

Las miradas de Angel, Matthias y Cassius eran inquebrantables,


mirándolo no como un hermano sino como el jefe. Todos sabían por qué
estaban todos aquí: Dominic aún tenía que elegir los títulos de
consejero, segundo al mando y ejecutor.

Esta era una decisión que no había tomado a la ligera. Era una que
podía romper la familia y los lazos si escogía mal o si un hermano se
sentía menospreciado por otro. La única razón por la que Katarina no
estaba aquí era porque Lucca había notado su talento y la había
empleado como contadora de los Caruso. Ese trabajo Caruso la excluía
de cualquier poder en la familia Luciano, como lo hacía con su esposa
Maria. Esas dos acciones por sí solas hicieron que Dominic le diera toda
su confianza al segundo al mando y futuro jefe de Caruso de una vez
por todas.

—He tomado una decisión —dijo, mirando a los ojos a cada hombre
antes de pasar al siguiente—. Dirigimos esta familia…

Cada hermano esperó con la respiración contenida mientras


Dominic decía su última palabra.

—… juntos.
56
Tu alma para tomar

P
uedo verte finalmente disparar ahora o qué? —preguntó,
de pie en su patio trasero. Había estado casada con este
—¿ hombre durante una semana, y aunque habían follado
durante la mayor parte, necesitaba ver a la legendaria Glock en acci...

—¡Qué carajo! —gritó cuando el disparo se disparó a su lado. Había


estado perfectamente quieto un momento, y al siguiente, su Glock
estaba en su mano y ya había disparado.

Dominic se rió.

—Lo siento, princesa, pero tú lo pediste.

No hay jodida ma…

Maria se quedó boquiabierta al ver la lata a metros de distancia con


un agujero de bala en el medio. ¿Cómo era posible algo así? Pero
maldita sea, eso es tan caliente.

Mirando hacia atrás desde la lata hacia él, arqueó una ceja y sonrió.

—¿Puedo intentar?

—¿Alguna vez has disparado un arma? —preguntó, un poco


inseguro o un poco asustado.

Quería mentir, pero no lo hizo.

—No. —Tenía a alguien siguiéndola las veinticuatro siete; no


necesitaba tener un arma en la mano.

Soltando el cargador, se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta antes


de sacudirlo, limpiando la recámara de la pequeña bala antes de que
fuera seguro.

—Está bien, ven aquí —dijo, tirando de su cintura hasta que la


plantó justo frente a él y al objetivo.
Entregándole el arma, le mostró la postura correcta que su padre le
había enseñado hace muchos años.

—Ahora, este dedo… —Le quitó el dedo índice de donde lo había


colocado instintivamente en el gatillo para dejarlo reposar debajo del
cañón—, va aquí. Tu dedo solo toca el gatillo cuando estás segura de
que quieres apretarlo. —Comenzó a enfatizar este hecho aún más—. La
única razón por la que no te disparé esa mañana cuando me
sorprendiste es porque mantuve mi dedo aquí. Debes estar
completamente segura de quién está del otro lado antes de que lo
hagas, porque… —Puso el dedo de nuevo en el gatillo y apretó
ligeramente... clic—, una vez que lo haces, no se puede deshacer.

—Bueno. —Maria trató de tragar a través de su garganta


repentinamente apretada por sus graves palabras—. Dom... ¿puedo
hacerte una pregunta?

Detuvo la lección por un momento.

Asintió.

Maria se volvió hacia él:

—Esa mañana, cuando tú y Kayne se pelearon y le apuntaste con tu


arma… —Recordó las palabras que él le había dicho: Tenía el arma en la
mano, Maria. Puede que no haya sido yo quien le quitó la vida, pero no
puedo prometerte que no habría hecho lo mismo que Lucca cinco
segundos después—. ¿Estaba tu dedo en el gatillo?

Aunque una parte de ella, en el fondo, ya sabía la respuesta, quería


que Dominic se diera cuenta de lo equivocada que estaba por llamarlo
monstruoso como su padre. Quería que supiera, de una vez por todas,
que él era todo lo que Lucifer y ella no eran.

Dominic Luciano era bueno.

—No. —Sacudiendo la cabeza, sus cejas se juntaron, casi sin creerlo


él mismo—. No, no lo estaba.

—Lo sé. —Maria le besó los labios con fuerza—. Sé que no lo habrías
hecho. —Besó sus labios una y otra vez, tratando de hacerle ver que él
era puro, que nunca habría hecho algo que la hubiera lastimado.

Maria hizo que Dominic la besara hasta que comenzó a metérselo


por la cabeza, y cuando terminó, le había quitado el arma y volvieron a
entrar para subir silenciosamente los escalones.
Le dio un último beso tierno en los labios antes de que la empujara
con fuerza hacia la cama. Mirándolo, a pesar de que sabía que él era
bueno por dentro, por fuera, parecía un malo hijo de perra que estaba a
punto de follarla hasta perder el sentido una vez más.

Dom fue a quitarse la chaqueta de cuero, pero Maria lo detuvo,

—No... déjala puesta.

—¿Qué estás haciendo? —Maria entró adormilada en la sala de


estar y vio a Dominic en la mesa—. Ya es tarde.

—Vuelve a la cama, princesa. Subiré cuando termine —aseguró, sin


apartar la vista de su tarea.

Viendo sus armas sobre la mesa, Maria lo había visto limpiar esas
cosas todas las noches desde que había estado aquí. Sí, solo llevaban
casados una semana, pero era extraño. Al menos cuando pasó esos dos
primeros días juntos en su ático, no lo había hecho, y su casa no le
daba escalofríos. Iba a tener que hacer algo con respecto a su situación
de vivienda porque, aunque sí, Maria estaba muy malcriada, no era la
casa lo que la molestaba; era la presencia remanente de cierto alguien.

—No creo que esto sea algo que tengas que hacer todos los días,
Dominic. —Tomando su mano, trató de llevarlo de regreso a la cama—.
Vamos, estará aquí por la mañana...

—No —ordenó con dureza, retirando su mano.

¿Qué demonios…?

Maria nunca lo había visto así. No había estado con él por mucho
tiempo pero, de cualquier manera, este no era su Dominic quien la
trataba de la forma en que todas las chicas soñaban ser tratadas.

Desde el día de hoy, cuando le había hecho esa pregunta sobre


Kayne, él había actuado un poco diferente, como si hubiera una guerra
en su cabeza, ya que se negaba a creer que no habría matado a Kayne
porque eso la habría lastimado.

Dom tomó su mano, jalándola hacia él y hacia abajo en su regazo


para poder descansar su cabeza en su frente.
—Lo siento.

—¿Qué pasa? —preguntó, tocando su hermoso rostro.

Le tomó un momento antes de decirle:

—Todas las noches me sentaba aquí con mi padre y limpiaba estas


armas. No podía cenar ni dormir hasta que estaba hecho. Es un hábito
que todavía tengo que romper y lo siento.

—Está bien —susurró ella, dándole un beso. Maria podía ver que no
estaba ni cerca de estar listo para romper ese hábito. Era algo en lo que
tendrían que trabajar poco a poco—. Te dejaré terminar. Vuelve a la
cama cuando estés listo.

Dándole un último beso, la dejó ir y luego continuó limpiándolas.

Maria tuvo que ocultar las emociones hirvientes que comenzaron a


sacudir su cuerpo. Subir las escaleras y entrar en la habitación que era
de Dominic, pero que no lo era en absoluto, solo añadió más leña al
fuego mientras pura rabia la recorría.

Mirando por la pequeña ventana, miró al patético hombre del otro


lado.

—¿Puedo entrar?

Lucca lo contempló por un segundo antes de asentir.

—Te daré un minuto.

Maria esperó hasta que Lucca se perdió de vista antes de deslizar la


puerta de metal para abrirla con todas sus fuerzas, pisando fuerte sus
tacones de aguja dentro. La vista del hombre no la asustó mientras le
gruñía al mismísimo diablo:

—Tú.

La cadena en su tobillo ni siquiera sonó cuando la vio. El hombre


grotesco que solo se mantenía vivo por un hilo de su vida había
extendido sus manos en una cruz mientras miraba hacia el cielo,
dándole la bienvenida con los brazos abiertos cuando las manos de
Maria fueron a su cuello.
Sus ojos color esmeralda estaban en una bruma mortal mientras
apretaba el cuello de Lucifer. No era necesario pronunciar palabras, el
diablo conocía sus malditos pecados. Había visto morir a Lucifer en su
mente un millón de veces en su camino hacia aquí. Habiendo
escuchado lo suficiente.

En el poco tiempo que había pasado con Dominic, escuchó


suficiente sobre las cosas que el diablo les hizo a sus propios hijos
durante toda su vida. Este hombre necesitaba pagar con su vida y la
quería ahora. Lucca nunca iba a dejar morir a este hombre.

Al ver la fuerza vital casi dejarlo, estaba tan cerca...

—¡Maria! —Lucca entró en la habitación a toda prisa, acercándose a


sus manos e intentando quitárselas del cuello—. ¿Qué diablos estás
haciendo?

—¡Necesita morir! —gritó Maria mientras escupía sobre el hombre


muerto que estaba recuperando el aliento mientras Lucca la retenía.

—Él no es para ti. ¿Me entiendes? —Lucca la echó de la habitación,


tratando de calmarla—. Esa no es tu alma para tomar.

—¡Entonces trae a Dom aquí! —gritó, golpeándolo—. ¿Por qué


diablos no lo has traído aquí todavía?

—Maria... —Trató de calmarla mientras la sacudía para obligarla a


mirarlo—. Dominic ya ha estado aquí...
57
La noche antes de su boda…

—H ola padre. —Las palabras se deslizaron de sus labios,


arqueándose en una misteriosa sonrisa. Había esperado aquí
en silencio a que su padre despertara de sus pesadillas, solo para ser
recibido por otra—. Nunca te has visto mejor.

Sorprendido, Lucifer saltó hacia atrás, la cadena traqueteante


enrollada alrededor de su tobillo que había sido apretado varias veces
por su debilitamiento hizo eco en toda la habitación.

La cabeza de Dominic cayó hacia atrás de la risa.

—Veo que finalmente has conocido a tu igual.

Al ver quién era, un Lucifer huesudo comenzó a relajarse.

—¿Qué te tomó tanto tiempo? —siseó.

—Sabía el día que Lucca te llevó que no estarías muerto pronto —


reveló Dom.

—¿Entonces por qué vienes ahora? —Su voz demacrada estaba en el


borde de rendirse. La única razón por la que estaba vivo era porque
Lucca así lo había querido.

—Mañana es un día especial para mí, padre, y he venido a darte la


noticia.

Los oídos de Lucifer se animaron. Era lo más vivo que se había


visto.

Dom sabía que sus éxitos serían los de su padre, Lucifer se


atribuiría el mérito de haberlo criado y le daría una muerte feliz. Solo
una cosa haría que Lucifer rodara en su tumba.

—Mañana… —Los ojos color avellana de Dominic brillaron—, me


caso con Maria Caruso.
Cualquier pizca de cordura que Lucifer se rompió mientras se
arrastraba por el suelo, las cadenas traqueteando mientras iba por su
hijo.

Dominic lo tiró de espaldas en un instante, clavando su zapato en el


cuello de su padre mientras Lucifer parecía un muerto viviente que
había vuelto a la vida mientras trataba de arañar y golpear sus piernas.

Y pensó que el padre de Maria lo había tomado mal.

—Lucca me ha dado permiso para matarte —susurró Dominic las


palabras de su dulce liberación final que hizo que Lucifer dejara de
intentar matarlo patéticamente. Dom podía ver las oraciones en sus
desalmados ojos negros que pensó que estaban a punto de ser
respondidas. Pisando su cuello con más fuerza, sonrió con maldad, una
última vez.

—La amo. Me voy a casar con ella. Tendremos hijos. Y esta sangre
de Luciano que se asienta en mis venas se mezclará con las que más
odias. Duerme bien esta noche, padre… —De repente, Dominic soltó la
presión en su cuello—, porque te quedan veintisiete malditos años más.
58
Mi turno

L
os tacones de Maria golpearon con fuerza el porche cuando
entró en el oscuro monasterio que era la casa de Lucifer. No
hubo un momento en que ella hubiera venido en el que no
hubiera sentido el alcance de su vileza que había estado oculta a la
vista.

La televisión estaba sonando y Dominic estaba en el sofá, mirando.


Maria se acercó a él, ignorando el espacio libre en el sofá para sentarse
en su regazo. Sus brazos la rodearon en un círculo amoroso.

Cómo este hombre podía sentir una onza de amor en su cuerpo


después de ser criado por Lucifer fue un testimonio de su fuerza.

—Odio esta puta casa.

Dom apartó los ojos de la televisión.

—Entonces busca la casa que quieras, princesa.

—Lo odio demasiado —susurró finalmente.

Dominic sabía de quién estaba hablando.

—¿Fuiste a verlo?

—¿Por qué no lo mataste? —preguntó, tratando de entender cómo


era posible que él se marchara—. Lo intenté, pero Lucca me detuvo. Lo
está guardando para que t...

—No estoy listo para sacarlo de su miseria. —Dom le dijo la verdad.

—Sácame de mi miseria.

—¿Qué miseria? —No había dejado de escuchar lo que ella


murmuró en voz baja.

Le dio un beso en la mejilla donde estaba su hoyuelo.

—Quiero que lo borres de mi mente.


Dominic se puso de pie, levantándola en sus brazos. Ella comenzó a
desabotonarle la camisa mientras subían los escalones. En el momento
en que la acostó en la cama, ambos tenían demasiada prisa por
quitarse la ropa del otro, viendo quién podía desnudarse más rápido.

Tomándola por los tobillos, Dominic levantó ambos talones hasta su


hombro antes de tomar sus caderas para acercar su vagina a su pene.

Cualquier pensamiento de Lucifer salió de su cabeza como una


invasión nuclear cuando se deslizó dentro de ella. Inclinarse sobre ella
obligó a sus piernas a subir más.

—Dom... nunca nos vamos a divorciar, ¿verdad? —Fue el suspiro


que soltó cuando él empujó dentro de ella.

¿Una rendición? Probablemente. Pero maldita sea, si la única vez


que cedía el control era cuando él la follaba, ¿realmente era una
pérdida? ¿O es una victoria…? Se sintió como una puta victoria
mientras se volvía resbaladiza alrededor de su pene y él comenzó a
mordisquear su cuello.

—No, no lo haremos.

Estaba en lo correcto; nunca abandonaba su torrente sanguíneo.


Follar con Dominic era más adictivo que la droga más cara que se
vendía en las calles.

—Te mataría antes de dejar que me dejes —dijo las duras palabras
en un tono dulce mientras lo agarraba del pelo para levantarle la cabeza
y mostrarle que estaba bromeando... algo así. Ella lo mataría antes de
dejar que otra mujer tuviera esto.

Maria había guardado todos y cada uno de los zapatos y carteras


costosos que había tenido porque eran suyos, y no quería salir y ver lo
que era suyo en otra persona.

—¿Por qué te dejaría, princesa, cuando tengo todo lo que podría


desear contigo?

—Yo también —exhaló las palabras.

Dom dejó de moverse dentro de ella.

—¿Lo tienes?

—¿Qué más podría querer? Tienes un gran pene y sabes cómo


usarlo.
—Oh. —Dom se rió cuando comenzó a moverse de nuevo, pero
Maria pudo ver el dolor en sus ojos.

—Prometiste no decirme nunca que no cuando quiero algo —


continuó, a pesar de querer venirse, pero estaba decidida a aguantar
esta vez.

Sus hoyuelos no estaban a la vista mientras continuó.

—Me prometiste solo chicas...

Bombeó dentro de ella más rápido.

—No, no lo hice.

—Deja de interrumpir y ve más lento.

—Maria, ¿estamos follando o estás tratando de romperme las bolas?

—No estamos follando. —Alzó su mano que sostenía el grueso anillo


que le colocó en el dedo—. Estamos haciendo el amor.

Dominic de repente dejó de moverse para buscar sus ojos.

—Tienes que estar enamorada para hacer el amor, princesa.

—Me dijiste que me amabas... ¿no es así? —preguntó.

—Sí.

—Entonces, ¿cuál es el problema? —refunfuñó, deseando que


comenzara de nuevo dentro de ella.

—Maria... —Las cejas de Dominic se juntaron—. ¿Me estás diciendo


que me amas?

—¿No es eso lo que he estado diciendo?

Sacudió la cabeza hacia ella mientras volvía a empujar


profundamente dentro de ella.

—Debo haberme perdido la palabra A.

—Te A-M-O, Dominic. —Maria lo miró con sus ojos esmeralda


mientras la follaba—. ¿Eso te lo dice?

Maldita sea, los hoyuelos lo decían. Incapaz de aguantar más, Maria


se arqueó sobre su pene y dejó que Dominic ganara otra victoria.
Bueno... demonios.
—Te amo, Maria —le susurró al oído mientras se dejaba llevar
cuando la sintió rendirse.

Maria simplemente lo abrazó mientras su respiración irregular


pulsaba en su piel.

—Te amo... y es mi turno.


59
Fantasmas

—¿Qué diablos estamos haciendo aquí? —preguntó Matthias,


saliendo de su coche, seguido por Cassius, que había venido
con él.

—No lo sé. Ella no me lo dirá —dijo Dominic, sentado en el capó de


su Mustang junto a Maria.

Angel se detuvo y salió del auto con Katarina, ambos preguntándose


lo mismo.

Maria se bajó del capó del coche y dio un paso hacia la puerta de
hiedra. Miró más allá y directamente a Blue Manor. Dándose la vuelta,
miró a Dominic.

—¿Qué dirías si te dijera que quiero comprar esa casa?

—Oh, no —susurró Matthias.

Sus ojos luego fueron a todos los hermanos Luciano.

—¿Por todos ustedes?

—Yo diría que estabas más loca de lo que pensaba, princesa —dijo
Dominic antes de sonreír—. Pero no esperaría nada menos.

—Mi padre creó un fondo fiduciario el día que nací. El acuerdo era
que tendría que estar casada para recibirlo. —Dio un paso hacia él—. Y,
bueno, ya la compré.

—Jesús —murmuró Matthias, alejándose.

—Genial —dijeron Cassius y Kat al unísono mientras se acercaban a


la puerta, ya muriendo por entrar.

Angel sonrió. A diferencia de su gemelo a quien siguió, no le tenía


miedo a los fantasmas.
La verdad era que la familia Luciano era la única familia que podía
vivir en esa casa sin miedo. Sus verdaderos fantasmas caminaban por
la casa en la que ya vivían.

—¿Está bien? —Lo miró nerviosamente.

Agarrándola por las caderas, Dom la acercó más a él donde estaba


sentado en su coche.

—Es una casa encantada tremendamente grande, princesa. —


Inclinándose más cerca de sus labios, sus hoyuelos estaban a la vista—
. ¿Planeas darme hijos para llenarlo?

Maria asintió con la cabeza.

—Uno.

Dominic detuvo sus labios para que no se acercaran más.

Está bien...

—Dos.

Sus labios se acercaron un poco más, pero no lo suficiente.

Respuesta final...

—Tres.

De nuevo, solo un poco más cerca, pero sus labios aún no habían
tocado los de ella.

—¡Bien! —refunfuñó, cediendo—. Cuatro.

Ganando, los labios de Dominic finalmente cayeron sobre los de ella


en un beso que hizo que el aliento de Maria desapareciera, a pesar de
haber follado al hombre toda la noche.

—Disculpa por interrumpir. —Matthias regresó, rompiendo su beso


con bastante rudeza—. ¿Pero qué pasa cuando averiguamos que
realmente hay jodidos fantasmas allí y que Blue Manor está realmente
embrujada?

—Bueno… —Maria se volvió para mirar la mansión que su instinto


le había dicho que comprara desde que la vio por primera vez—, no
vamos a entrar a buscar el dinero; vamos a hacer un hogar.
Epílogo
La llamada

L
morir.
as flores de cerezo estaban en el apogeo de su belleza. Sentada
en un banco, una flor cayó sobre su regazo, ya comenzando a

Sacando su teléfono celular, Maria marcó un número que nunca


volvería a marcar….

—Soy Kayne Evans. Deja tu mensaje y me pondré en contacto contigo


lo antes posible.

Bip.

Al escuchar a su fantasma por última vez, ya no traía ningún


sentimiento de oportunidades perdidas, arrepentimiento, rabia o dolor.

Ya no había nada.

—Ha pasado un tiempo —comenzó a decir Maria—. Vine a ver las


flores de cerezo. Es hermoso, Kayne. Recordé el día que vine aquí
contigo hace un año, y me dijiste que había muchas cosas sobre ti que
no sabía. No solo me engañaste...

»Engañaste a Leo.

»Engañaste a Nero, Elle, Chloe… a todos los estudiantes que tenías


haciéndoles creer que eras una buena persona.

»Puse mi corazón en la línea y pensé que valías la pena darlo todo


por...

»Cuando saliste a correr, me volví a dormir, planeando un futuro


contigo. Era un futuro que habría durado tanto como lo hacen las flores
de cerezo, porque nada del tiempo que pasé contigo fue real. Incluso si
no hubieras sido policía y solo maestro, no habría durado.

»Me dijiste que me amabas. No había más verdad en eso que en


cualquier otra mentira que me dijeras. Era una perra de corazón frío,
pero te creía. Al menos yo no era la única mujer que había sido
engañada por esa mentira. Bristol también te creyó, ¿no es así?
¿Cuántas otras creyeron en tus mentiras? Al menos ya no estarás cerca
para difundir tus mentiras. Al menos tu hijo nunca será lastimado por
ti o tus mentiras.

»Tu amor fue tan frágil como las flores de cerezo y duró lo mismo. Lo
que tengo con Dominic durará años, crecerá a través de las estaciones
y, año tras año, se hará más fuerte. Eso es amor de verdad, Kayne... y
no lo que tenía contigo.

»Cuando cuelgue, borraré tu número. No necesito llamar más. Ni


siquiera me arrepiento de pensar que te amaba. Eso es lo poco que me
preocupo por ti y lo mucho que amo a Dom.

Tomando un respiro, finalmente dijo las últimas palabras mientras


dejaba ir a su fantasma. Adiós, Kayne.

Dominic estaba debajo de un árbol de cerezos en flor, muy por


detrás de su esposa. La miró sentada en el banco.

Al escuchar el ding, sacó el teléfono roto del bolsillo de la chaqueta y


vio la llamada y el buzón de voz.

Lo trajo porque sabía que Maria llamaría, sabiendo que ella y Kayne
habían estado aquí hace un año. No había llamado al teléfono de Kayne
en mucho tiempo, y temía lo que pudiera decir.

Sosteniendo el teléfono en su mano, finalmente lo soltó….

Cuando el teléfono cayó a la basura, se acercó a su esposa y se


sentó a su lado.

—Es hermoso, ¿no? —dijo Maria mientras las flores caían sobre
ellos.

Puso su mano sobre ella...

—Lo es.

—Te amo... tanto —susurró, colocando sus manos sobre la tatuada


de él que descansaba en su vientre expectante, las lágrimas llenando
sus ojos color esmeralda mientras miraba su nombre escrito en
hermosas letras cursivas en su cuello.
Dominic no necesitó escuchar el mensaje, porque el viento que
llevaba las flores de cerezo se lo había susurrado al alma.

—Yo también te amo, princesa.


Epílogo
Papi

D ominic tomó la manita en la suya mientras entraban en la


escuela y fingió ser fuerte.

—Papi….

Sintiendo su mano ser tirada hacia abajo mientras se acercaban al


salón de clases al que una vez envió a Katarina, se inclinó para mirar a
los ojos de su hija.

—¿Tengo que ir?

Por mucho que no quisiera que fuera al jardín de niños, tenía que
hacerlo.

—Sí, tienes que ir, mi ángel.

Ella miró el salón de clases con sus pequeñas mejillas con hoyuelos.
Estaba lleno de niños, ya corriendo.

Dominic le volvió la mejilla con un dedo suave.

—¿Qué pasa?

—¿Qué pasa si no les agrado?

—Al principio, puede que no —le dijo la verdad sobre cómo era
llevar el apellido Luciano—. Pero sé que una vez que te conozcan,
llegarán a amarte, Angelica Luciano.

Mirando a su primogénita, sonrió cuando finalmente asintió. Era


una mezcla de él y su esposa, lo que lo había sacudido hasta la médula.

Abrazándola contra él, no estaba seguro de poder dejarla ir.

—Estaré esperando aquí cuando termine la escuela, ¿de acuerdo?

—Te amo papá. —Apretó con fuerza su cuello.

Dom hizo todo lo que pudo para contener las lágrimas en el primer
día de clases de su hija.
El hombre ya no merecía usar el abrigo de cuero que todavía usaba
todos los días de su vida ... porque una sola niña lo había convertido en
una masa blandengue.

Maria apretó la mano que tenía entre las suyas por su vida.

—¡No puedo creer que te dejé hacerme esto de nuevo! —gritó de


dolor.

—Lo estás haciendo muy bien. Solo unos empujones más, princesa.
—Sonrió, dándole sus hoyuelos mientras le quitaba el cabello dorado de
la cara—. Te dije cuatro, y es el último que te haré darme.

—Lo juro por Dios, Dominic, me voy a atar las trompas después
de… ¡¡ahhhh !! —gritó, tratando de sacar la cabeza. Quería estrangular
el cuello de su marido cuando todo lo que tenía era su mano tatuada
para asesinar.

—Ella está casi fuera... sólo un empujón más —dijo, mirando hacia
abajo mientras su último hijo estaba naciendo.

Por última vez, Maria hizo el último gran empujón que jamás haría.

El silencio de Dominic cuando salió el bebé asustó a Maria.

—¿Qué es? ¿Qué pasa?

Sintió que sus peores miedos cobraron vida.

—Es un… —prácticamente croó la palabra—, chico.

—¿Un niño? —Los ojos de Maria se agrandaron, preguntándose


cómo demonios su médico había pasado por alto ese pequeño hecho.
Los tres hijos eran niñas y se suponía que iban a agregar otra.

Ni siquiera sabía cómo debía sentirse, sin estar preparada para este
momento. ¿Y si no pudiera amar a un hijo como a sus hijas? Pero luego
el médico acostó a su hijo recién nacido sobre su pecho.

Tres bebés antes de esto, y mientras que sufrió con cada uno,
ninguno de ellos tuvo lágrimas cayendo por sus mejillas.

Suavemente, pasó la mano por su cabello rubio y difuso mientras


caían más lágrimas. Su hijo le recordó lo que solía ser... ya que él era la
viva imagen de su otro dulce hermanito...
Leo.

La historia de Blue Manor

Q
ué está haciendo? —preguntó Maria, deteniendo al
trabajador antes de que le quitara la gran letra B de la
—¿ puerta. La remodelación acababa de comenzar, y tenían
un largo camino por recorrer, considerando que la compañía que
accedió a hacerlo no era de Blue Park y venía con un precio alto.
Habían dicho que no trabajarían en ningún momento después de que
comenzara a ponerse el sol.

—¿No quiere quitarla? Podemos reemplazarla con la letra L…

—No. —Maria negó con la cabeza—. Quiero mantenerlo como está….

—Será más rentable reemplazar el piso, Sra. Caruso —informó el


contratista.

—No. —Maria negó con la cabeza—. Quiero que se restaure la


madera original….

—La grieta en la fuente de agua es, lamentablemente, parte de los


cimientos. Tendrá que ser rempl….

—No. —Maria negó con la cabeza—. Lo quiero arreglado….

—¡Mamá! ¡Papi!

Maria corrió hacia la habitación de buen tamaño que se había


transformado en una sala de juegos.

—¿Dónde estás?

Dominic entró corriendo en la habitación un momento después


cuando ella volvió a gritar:

—¡Vengan aquí! ¡Vengan aquí!

Al escuchar a su hija menor, siguieron su voz hasta el interior de un


armario.

—Qué es…

La boca de Maria se abrió.


—¡Mira, Mami!

Al ver una pequeña puerta entreabierta, vieron a su hija empujarla


contra la pared.

—¿Por qué no vas a buscar a tu tío Matthias, cariño? —dijo.

Esperando a que se alejara, Dominic y Maria entraron al armario.


Arrodillándose, miraron la obvia grieta en la pared.

—¿Recuerdas esto estando aquí? —preguntó Maria. Habían vivido


en esta casa durante muchos años y habían revisado cada centímetro
mientras la remodelaban, pero Maria nunca recordaba haber visto esto.

Dom frunció el ceño mientras lo empujaba hacia atrás para abrirlo.

—No.

Abriendo lentamente la pequeña puerta, ambos se miraron de nuevo


cuando vieron el viejo y pesado baúl marrón que no era mucho más
grande que la habitación oculta.

Dominic agarró la manija y la deslizó fuera del espacio de acceso.

—¿Deberíamos abrirlo?

Maria asintió. Siempre había sentido la energía de lugares y hogares


y sabía que este quería que lo abriera.

Giró el pestillo de un lado, luego abrió el pestillo del otro y levantó


lentamente la parte superior del cofre.

—Mierda... —susurró Dominic.

Los ojos de Maria se agrandaron ante la vista. La cantidad de dinero


en efectivo que había dentro probablemente fue suficiente para devolver
cada centavo que había gastado en devolver la mansión a su antigua
gloria. Era como si la casa misma le estuviera agradeciendo... o el...

Un grito los hizo girar la cabeza para ver a un hombre que había
sido tatuado cientos de veces saltando diez pies hacia atrás. Matthias
parecía como si hubiera visto un fantasma...

—¡Oh, diablos no!


Hecho A Sí Mismo

El peso me recuerda a…

Lo que yace en mis hombros.

El calor me recuerda al…

Infierno, donde he estado.

Me dijeron que el saco hace al hombre…

¿Pero qué es lo que hace…

Un Hombre Hecho A Sí Mismo?

Sarah Brianne

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NO ESTÁS SOLO.

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